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265 CAPITULO X Expone que la Rebelión no debe atri// 172r huirse al mal gobierno de los Ministros del Rey sino a la general corrupción de constumbres (sic) que inundan el Reino I El principio que levantó la inquietud pasada y formidable tormenta de perturbación tumultuada que sufrimos en el año de ochenta y uno con riesgo próximo a un lamentable naufragio es el desenfreno de libertad conque se vive y la abominación tan frecuente que se observa en este Reino. La anatomía que tengo formada de estas gentes no me permite referir la general conmoción al mal gobierno de los sabios Ministros del Rey como sin reflexión cristiana lo pregonaba el vulgo tumultuado. El azote conque Dios castiga a los Reinos uno es la guerra; y siempre debemos pensar que los pecados del Pueblo son las flechas que hieren el corazón de Dios; y los que le irritan y provocan a indignación y cólera sin embargo de ser por naturaleza clemente y fuente de toda misericordia. Todas las calamidades púlicas, las pestes, las hambres y las guerras son penas de los pecados de la República. Los oráculos de Roma atribuyeron a la profana conducta de algunos ciudadanos, que con atrevida petulancia destinaron los templos para el uso de su habitación, aquel lastimoso y pestilencial contagio que refiere el grande Agustino y la contempla Cicerón por causa de los generales estragos de aquel emporio del mundo. 1 Los castigos / / Agust. Lib. 3. de Civit. Cap. 17. in orat. de Aruspicum responsis. (172r K).

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CAPITULO X

Expone que la Rebelión no debe atri// 172r huirse al mal gobierno de los Ministros del Rey sino a la

general corrupción de constumbres (sic) que inundan el Reino

I

El principio que levantó la inquietud pasada y formidable tormenta de perturbación tumultuada que sufrimos en el año de ochenta y uno con riesgo próximo a un lamentable naufragio es el desenfreno de libertad conque se vive y la abominación tan frecuente que se observa en este Reino. La anatomía que tengo formada de estas gentes no me permite referir la general conmoción al mal gobierno de los sabios Ministros del Rey como sin reflexión cristiana lo pregonaba el vulgo tumultuado. El azote conque Dios castiga a los Reinos uno es la guerra; y siempre debemos pensar que los pecados del Pueblo son las flechas que hieren el corazón de Dios; y los que le irritan y provocan a indignación y cólera sin embargo de ser por naturaleza clemente y fuente de toda misericordia. Todas las calamidades púlicas, las pestes, las hambres y las guerras son penas de los pecados de la República. Los oráculos de Roma atribuyeron a la profana conducta de a lgunos c iudadanos , que con atrevida petulancia dest inaron los templos para el uso de su habitación, aquel lastimoso y pestilencial contagio que refiere el grande Agustino y la contempla Cicerón por causa de los generales estragos de aquel emporio del mundo.1 Los castigos / /

Agust. Lib. 3. de Civit. Cap. 17. in orat. de Aruspicum responsis. (172r K).

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172v que sufrieron los Filisteos con las mordeduras de los ratones fueron efectos de la ira de Dios por el sacrilego atentado de aprisionar el Arca Santa según la inteligencia de los gentiles sátrapas de Filistina.2 No es despreciable la ficción de Virgilio persuadiendo con ella el consejo de Anquises, que dictaminó en Roma ser las culpas la fuente de los enojos del Cielo, queriendo acabar de una vez con sus habitantes con otra gran pestilencia.3 Hipócrates, aquel gran Príncipe de la Medicina, asegura que también en la naturaleza humana se encuentran enfermedades divinas y es lo mismo que decir: Dios las envía misteriosamente para castigo de los transgresores de su Ley Santa.4 ¿Pero qué me canso yo en apoyar mi dictamen, amados lectores, con el dicho profano de la gentilidad cuando el espíritu de la Iglesia lo declara en sus Rogaciones públicas y es doctrina de los Santos Padres y Doctores de la general congregación de los Fieles como igualmente de la Escritura Santa?

II

Dios es el que libra los castigos públicos en satisfacción de sus justos enojos contra la disolución de los profanadores de su Ley y santuario conforme a la Doctrina de San Gregorio.5

El elocuente San Ambrosio nos enseña que los / / 173r castigos de los Reinos de las Monarquías y de los Pueblos

tienen su origen de las culpas. Por los pecados se consumen las guerras, dice San Jerónimo. De nada sirven los elevados muros de Constantinopla que con tanta prevención fabricó el emperador Focas Nicéforo para desviar el golpe de la venganza de Dios. Fácil será su entrada en la ciudad y nada dificultosa su irrupción a causa de que reina la maldad dentro de sus murallas, como lo refiere Baronio.6 Las lastimosas devastaciones de Roma, que causó el furor de Alardeo, son

2 1. Reg. 6. 5. 17. 18. (172v L). 3 Virgilio, lib. 3. Eneid. (172v M). 4 Lib. Presagiorum. Textu 4. (172v N). 5 Lib. 2. indict. 6. epist. 1. V. lib. 8. indict. 3. epist. 41. Ambros. Serm. 85. S.

Geron. epist. 2. (172v O). 6 Barón. Ann. Christ. 964. num. 37. Zozom. lib. 9. cap. 5. (173r P).

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objeto triste de los desórdenes y desconciertos romanos en frase de Zozomento. Todos los espectáculos de horror que nos ofrecen la Etiopía, Europa y África a la corrupción de sus costumbres reconocen por autores de sus mortandades e infortunios, asegura del mismo Baronio en el año de ciento y setenta de sus Anales. Las terribles tormentas que nos afligen, la amargura de tantas calamidades que el mundo ha gustado y las esterilidades que ha sufrido provienen del pecado. Por éste se asalarian las faltas de abundanda y las malas cosechas, enseña el Espíritu Santo en los Proverbios.7 Dolores, desgracias e infelicidades dice David, se observarán en casa del disoluto. Nacerán en ella espinas, ortigas y abrojos; su país quedará desolado y sus campos talados, arruinados y constituidos víctimas sensibles de las llamas y cenizas, afirma el Profeta Isaías.8 Las amenazas conque Dios infunde el terror en los corazones / /

173v y el espíritu de horror a la calamidad pública son muy frecuentes en los libros canónicos.En la promesa que Dios hizo a Abraham de la tierra de Canaán para los de su posteridad le declara que no despojará a los Amorróos de su país hasta cumplirse el número de sus pecados; son objeto de atención pero muy sensible las que de parte de Dios intimó a Damasco y otras ciudades y Provincias el Profeta Amos,9

cumplido que sea el número de sus prostituciones. ¿Qué estragos no llora Babilonia por sus ofensas en tiempo que el furor de los Medianitas se entró por las puertas de sus muros, abriendo brechas y boquerones, quedando enteramente arruinada y destruida en Boca de Isaías?10 Por haber faltado Saúl al juramento de fidelidad y perpetua paz que los Gabaonitas celebraron con Josué, oprimiéndoles con impiedad y tiranía, amaneció la esterilidad en Israel: inexorable el cielo mandó a las nubes fueran de bronce sus muros condensados y por falta de este benigno influjo áridos se miraban los campos, marchitas las flores, desnudos de frutos los árboles y sin vistosa hermosura los callados.

7 8 9 10

Prov. C. 3. V. 23. Psalm. 43. (173r Q). Isaías. C 34. V. c, 1. (173r R). Amos, 1 V. 2. (173v S). Isaías C. 19. (173v T).

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resultando de aquí aquella terrible hambre que vieron los ojos compasivos de David.11 Los juicios de Dios son desconocidos a nosotros. Una Monarquía es cuerpo político que se compone y conserva por los miembros de la sociedad. Los miembros y tiempos / /

174r que nosotros dividimos no los cuenta Dios sin embargo de la continua sucesión de unos y otros acumulando los crímenes de todos por el respeto que dicen al común del Reino. Así lo dice Justo Lipsio.12 Todos los estados dice Lesio, tienen determinado el número de pecados; cumplido éste. Dios vengador de agravios, transforma los gobiernos, destruye los solios y toma justa recompensa de los ultrajes y desconciertos.13 ¿Quién privó a los hijos de Saúl de la ocupación del trono de Israel si no los excesos culpables de su Padre? ¿Quién separó de la familia de Salomón las diez tribus, dividiéndole el Reino y dejándole a su hijo Roboan sola una tribu para quedar encendida la brillante lámpara de David en Sión, donde Dios quería fundar su nombre, si no las falsas adoraciones y los sacrilegos indensos que tributó a los vanos ídolos de Gentiles?14 Si nuestros mayores, enseña Justo Lipsio, fueran objeto de abominación por su libertinaje, por su relajación, por su brutal desenfreno, por su impiedad y ambición, no debemos extrañar el sufrimiento de las calamidades. La unión gloriosa que nos vincula, ya católica ya política, nos constituye objeto de las iras de Dios, que atiende no sólo a las culpas de los presentes sino también de los pasados.15

III

La sombra es compañera inseparable del cuerpo como lo es / / 174v igualmente la pena y el castigo de la culpa y el pecado.Los

mismos elementos cuando descansan en su centro no gravitan; pero lo mismo es salir las aguas del mar y

11 2 Regum. C. 22. (173v U), 12 Lib. 2. de Const. c. 17. (174r X). 13 Lib. 13. de perfect. vivin. num. 59. (174r Y). 14 3. Regum. C. 12 - 2 Reg. c. 11. v. 30. (174r Z). 15 Lipsio. lib. 2. de const. c. 17. (174r A).

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transminarse por las entrañas de la tierra, que causar los mayores estragos, ya inundando las campiñas, ya derribando fuertes torreones y ya también convirtiendo los prados en barrancos profundos y éstos en llanuras agradables. Una vez que los aires pierden su equilibrio y concierto, caminando discordes y encontrados entre sí ¿qué terribles borrascas no forman? ¿Qué infortunios no causan? Ellos hacen correr las navichuelas a todos vientos, induciéndolas a dolorosos naufragios y formando empinados montes de agua, ya parece que las subliman a los Cielos, ya las profundizan a los abismos, ya las aproximan a un escollo, ya las arriman a un atolladero. Ellas azotan las arboledas, destruyen sus vistosas copas, desgajan sus verdes ramas, tronchan sus profundas raíces y rompen sus gruesos troncos. A su ímpetu furioso se desmoronan las montañas , se a r ru inan los muros y desencajadas de sus quicios las peñas , desc ienden precipitadas de los promontorios más eminentes a los valles más profundos. Aun aquellos entes, que fiados de su dura textura pueden esperar ser eternos, lloran sus estragos y ruinas. Luego que la voluntad del hombre se separa de la voluntad divina, sale de su centro, se desconcierta y caminando con desenfreno por la obsevancia de la Luz Santa, desconoce el humor craso de la / /

175r envejecida relajación. No atiende a los densos vapores del escándalo, al abuso del desorden, al despecho de las pasiones, y formando el nublado de la culpa y del vicio, provoca la indignación de Dios, para que rompa de una vez los diques del sufrimiento y dispare los rayos de su justa cólera. Para que convierta las ciudades en desiertos, las calles en so ledades horrorosas , las alegrías en tr is tezas, los espectáculos de diversión en teatros de lágrimas, y destruya enteramente las estatuas de la hermosura más apacible y los títulos de la mayor grandeza. Para que inspire en todos el espíritu de temor y espanto y los constituya pálidos, confusos, llenos de asombro y turbación. Para que las voces no sean otras que los clamores lúgubres de las campanas, los lamentos, los suspiros y los alientos únicos para poderse afligir y lamentar. Para que corran arroyos de sangre, se tiñan en sangre humana los ríos y se cubran los campos de cuerpos muertos. Es práctica observación que el eco corresponde a la

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voz que se arroja a las quiebras de los montes. Del mismo modo a las voces desentonadas de los vicios corresponden los ecos de las calamidades y de los castigos generales que manda Dios a los Reinos. El es semejante al labrador que saca el vino pisando y exprimiendo las uvas en el lagar. Quiere Dios exprimir los frutos de su viña Santa, entra en ella, solicita las uvas de su amor; y no hallando sino frutos de ambición, de injusticia, de abominación, de lujuria y traición, exprime sus / /

175v operaciones desordenadas y debilitan éstas el vino de la ira soberana y el licor amarguísimo de las hambres, pestes, terremotos, guerras y otras plagas que afligen y molestan. Por nuestrso pecados, dice el Profeta Daniel, y las iniquidades de nuestros padres, somos el oprobio de las Naciones cercanas.16 En fin, los pecados son los que violentan a arrancan a Dios para que llueva sobre nosotros todo género de calamidad, en sentir de Salviano.17 Todos los trabajos temporales, todos los tristes acaecimientos y los amargos infortunios que padecemos son censos y pensiones cuyo capital es el práctico desconocimiento de la Religión y la ninguna atención a lo sagrado que es el fundo o materia de la hipoteca calamitosa. El mismo sentido común es el maestro de la persuasión más viva. ¿Cuál es la práctica de los censos? Se cargan sobre una heredad mil pesos y queda la obligación de la contribución annua de cincuenta pesos. Corre esta pensión hasta que se redima el capital, que es el gravamen de la hacienda o finca hipotecada; corren los tiempos, pasan los años y subsisten también los réditos. Lo mismo es cometer el pecado mortal, asegura San Basilio, que firmar la escritura de este censo.18 En el triste momento que el hombre olvidado de lo que es satisface a su pasión despechada, se obliga a la continua pensión de enfermedades, contagios, esterilidades, guerras, hambres y opresiones. Se cuentan ias épocas y no faltan los réditos temporales. Tiene el censo su curso hasta que se redima el principal con la penitencia. Nada violenta será la persuasión de mi / /

16 Dan. Cap. 9. (175v B). 17 Lib. 8. de prov. (175v C). 18 In cap. 1 Isaie. (175v D).

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176r empeño. No se ignora que todos los males y trabajos no traen el origen del pecado. Engañados caminaban los tres amigos del pacientísimo Job, persuadidos a que la miseria que le afligía en el muladar era efecto de la disolución de su v ida . Todo fue mér i to de su paciencia como manifestación de la gloria de Dios y de su poder la falta de vista en el ciego del Evangelio. Las calamidades públicas no las manda Dios a una ciudad sino por las culpas de los ciudadanos, afirma San Ambrosio.19 Léanse las historias y en ellas se verá que todas las irmundaciones del mundo, los incendios de las ciudades, los contagios de los Pueblos, las esterilidades de los campos, los daños de las Provincias, la sangre humana que anegó las campiñas, los robos que hicieron tantas Naciones, los terremotos que arruinaron tantos lugares, las pérdidas que empobrecieron a tantas familias, las muertes de los herederos conque se acabaron tantas casas, la decadencia de los Estados que aconteció a tantos Príncipes, la translación de las Monarquías que experimentaron tantos soberanos, las opresiones que tiranizaron a tantos Pueblos son frutos que la planta maligna del pecado ha producido en todos tiempos. ¿De dónde reconoce el Egipto tantas plagas sino de la obstinación de Faraón? La sangre sustituirá el lugar del agua para vuestro sustento, dice Agustino, porque con la de la infancia inocente teñísteis los impetuosos torrentes del Nilo.20 Se enarboló el estandarte lúgubre de la muerte en las vastas amplitudes del Egipto, asegura Theodoreto, y en las alturas del mar rojo; porque entre las aguas de un rio perdieron los alientos vitales una infinidad de niños hebreos. ¿Quién enterró / /

176v en el desierto tres millones de gente hebrea sino la dureza del Pueblo amado de Dios, ya tragándose la tierra a los principales motores de la sedición, ya enviando serpientes para acabar de un a vez con los murmuradores? ¿Quién representó en la casa real de David las calamitosas tragedias de los incestos, de los fraticidios, de las Rebeliones sino aquel

19 Sermo 85. (176r E). 20 Quest. 9. In exod. (176r F).

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concertado homicidio de Urías como lo pronunció el Profeta Natán?21 Bien puede Absalón granjearse la voluntad, traer a su partido el corazón de los grandes, de los nobles y del vulgo contra la seguridad del trono de su padre, que su pecado le dejará pendiente de sus cabellos en una encina y su cuerpo será objeto del fatal golpe de tres lanzas.22 Bien p(u)ede oprobiar a Israel el orgulloso filisteo y salir a campal batalla con el pastorcillo David, que su arrogancia será motivo del más vergonzoso trofeo, conforme a las palabras del elocuente S. Ambrosio.23 Nada dura, nada áspera será mi proposición con esta Doctrina. Muy sensible se hará su inteligencia.

IV

La vida del Cristianismo es vida de toda renuncia y de todo sacrificio. El estado de Religión que acompaña a este Reino queda ya demostrado en otro capítulo. Esta parte del dominio español es la vil idea de la ingratitud, de la infelicidad y de la demencia. No contenta con despreciar la Religión, se ha forjado una política según las leyes de su capricho. Cuando en este País se trata de libertad todo se abraza, todo se cumple, nada se desatiende y nada se deja. Esta generalidad de divorcios / /

177r y separaciones matrimoniales que se advierte con autoridad propia en perjuicio de la Fe y de la fidelidad nupcial: esta generalidad de torpezas, que se advierte en ambos sexos y es tan frecuente en toda edad: esta facilidad tan general de falsas disposiciones contra el honor,intereses, derechos y buenos servicios del prójimo; estos aires contagiosos de murmuración y falsas calumnias que tienen contagiados los Pueblos; estas torpes correspondencias que sirven de tropiezo y escándalo a las más candidas palomas y a la misma inocencia doméstica; esas profanaciones del Santuario con los robos y usurpaciones de sus rentas; esas sacrilegas execraciones, sodomías, incestos, fornicaciones, opresiones

21 I Reg. Cap. 2. V. 5. (176v G). 22 3 Reg. cap. 11. (176v G). 23 Serm. 88. (176v I).

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y usuras angañosas ¿qué otra cosa son sino semillas fecundas de la indignación de Dios? Hágase un verdadero escrutinio de lo que pasa en este Reino y se verá que la corrupción general ha penetrado hasta lo más santo; y lo peor es que ni se siente ni se observa el desorden de cada paricular. Aquí se observan llamas de disolución que abrasan a las víctimas vergonzosas de las pasiones públicas. Es notoria la acogida de la ociosidad, de las venganzas, de los pleitos, de las fullerías del juego y del modo de excitar las pasiones con cuanto tiene de atractivo, de sensual y libertino el Teatro. Aquí se hallan seminarios en donde se enseña confundir el buen derecho en las lobregueces de los procedimientos y formalidades. El espíritu de preocupación e interés hallaron el medio de constituir interminables las causas. El fausto y lujo se mira entronizado en el solio de la miseria y de la / /

177v escasez penuriosa. La sátira y emulación ocupan el primer puesto en las concurrencias públicas y aun privadas. En ciertos días se descubre una mult i tud de ociosos que penetrados del espíritu de la embriaguez confunden el buen orden del culto y se entregan a los excesos más perniciosos. Y cuando esto no sea, no faltan juntas nocturnas profanas y peligrosas en donde se arman lazos a la pureza y se prepara la tea al Demonio para que encienda el fuego de la lujuria y se transforme y renueve en estas Provincias la libertad nefanda de Sodoma y Gomorra, la perversión de Jerusalén, la relajación de Samaría y la disolución de Nínive. Los sentidos se hallan sin freno, el corazón sin cus todia y el espír i tu sin moderación en medio de un aire contagioso y del todo corrompido. La Religión se ha constituido fantasma y quimera. Si me es permitida la expresión diré que llegó al estado sensible del abandono de la divina gracia. Los hijos de este Reino andan vacilando y fluctuando entre la gracia y el pecado; ya lloran con Pedro sus culpas, ya se glorian con Heliogábalo en sus concupiscencias; esta semana son del Dios, la otra del Diablo; este mes penitentes como Magdalena, el otro escandalosos como Isabel. Su mal es incurable. Ellos son parecidos a un pobre enfermo que la ya muerte se mira próxima a dar el último golpe. Los pasos ordinarios que le conducen al sepulcro son tres. El primero

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es cuando la recaída le encuentra con débiles fuerzas y por la misma razón le atormenta y le rinde más presto que el accidente pr imero. El segundo es cuando los remedios no / /

178r le aprovechan a causa de que su virtud es ninguna respecto de la exaltación del achaque contagioso que le postra. El tercero es cuando el médico lo abandona y desconfía de su salud. ¿Cuántas veces los habitantes de este Nuevo Reino, después de haber irritado la ira de Dios y haberse lavado en el Jordán de la Penitencia volvieron a revolcarse en los charquillos de agua turbia a llenar los baños de Babilonia, llena de abominación? Ellos sufrieron ya los tres azotes conque Dios acostumbra afligir y castigar a los Reinos. Empezó el cielo a derramar sus iras en los años de mil setedentos sesenta y cinco con el duro azote de los terremotos y que sólo su nombre renueva el dolor y espanto en que se contemplaban sus moradores.Hizo ostentación de su poder la justicia de un Dios ofendido, renovando aquellos tiempos de perturbación en que vieron las reliquias tristes de sus ruinas, a la violenda de los temblores, la Inglaterera, Ñapóles, Asia, Antioquia, Dardania, Ponto y compañía. Continuó su indignación en los de sesenta y seis con el contagio de las viruelas. Tal era el estrago que causaron en el Reino que parece quería acabar de una vez con los vivientes racionales, hediondando y corrompiendo el aire por todas partes; sólo en la jurisdicción de la villa del Socorro perederon cuatro mil según la exacta información que he tomado. Diga ahora la Romanía, la Italia, Babilonia, Grecia y Roma, si estos desastres lastimosos y pestilenciales son producciones de la justicia de Dios, que yo sólo tengo lugar para delinear con negros borrones el orden de la justicia divina / /

178v en la continuadón de sus justas cóleras en los años de setenta y cinco y setenta y seis.En esta época se representó la fúnebre tragedia de la general hambre que afligió y puso en constemadón asombrosa a todo el Reino; sólo la ronca voz y desentonada podrá infundir horror en el corazón de los ledores. A tanto extremo llegó la necesidad que no hallando sustento con qué poder sustentar el espíritu vital entregaban su alma en manos de la muerte o en las soledades del campo o en el desamparo de los caminos en donde se hallaban hechos

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espedáculos de dolor y compasión. Sólo la villa del Socorro contó entre sus hijos más de cinco mil, que fueron víctimas tristes de la muerte. Todo era conflido, todo amargura y todo aflicción. Por todas partes se miraba difundido el horror. Aquí se descubrían unas tropas de niños o por mejor decir de cadáveres animados que a porfía caminaban con tutumas en las manos a recibir la sangre de los novillos cuando los degollaban; y como si fiera el manjar más sabroso se alimentaban con ella bebiéndola en el mismo estado que la redbían. Allí se advertían muchos hinchados porque comían de todas hierbas, buenas y malas, enfermas y ponzoñosas hasta las raíces y troncos de los plátanos de que aun no se veían hartos. En una parte se divisaban unos hinchados como atabales de hidropesía, alimentándose de cueros secos y dando las últimas boqueadas; en otra se presentaban a la vista unos vivos esqueletos y éstos eran unas doloridas madres que, rodeadas de sus hijos penetrados de / /

179r hambre, sin alientos para pedir algún alivio en su necesidad, no podían subvenirlos sino con los caudalosos arroyos de acibaradas lágrimas que destilaban sus ojos. Las calles estaban contagiadas por la hediondez y corrupción del aire que derramaban sus pestíferos alientos. Igual era su aflicción a la de Numanda en tiempo del formidable asedio de grande Scipion y a la de Samaría en el del Profeta Elíseo.

V

Contagios eran estos capaces de contener al más disoluto; pero no bastaron para refrenar el impetuoso arranque de la relajadón y vido que dominaba en el Reino. Parece que la misma calamidad les franqueó el paso para mayores insolencias hasta caer en el extremo de todas las abominaciones y de todos los males. Poco importa que la mujer se queje en los dolores del parto si luego se consuela con el fruto de bendición que Dios le manda. Si un arquitecto ar ru ina un edificio es para levantar una fábrica de seguridades. Estos son los fines que se propone Dios en las calamidades públicas. Aflige a los Pueblos para que conozcan la causa de su opresión. Arruma y destruye para fundar segur idad y reconocimiento en los pr incipios de la

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destrucción. Solo este Reino se ha constituido Pueblo de dura cerviz, despreciando el conocimiento de la verdadera causa de sus calamitosos trabajos y continuando el despechado afán en trabajar las cadenas de la prisión de su misma infelicidad. Después de tantos destrozos, rofeos dignos del Dios fuerte y terrible en las bata / /

179v lias ¿quién no le contemplará humullado, religioso y político? Así se debía discurrir, así pensar. Las amenazas del último exterminio fueron freno de contención penitente a los Ninivitas. Una ciudad tan populosa, tan bárbara, poblada de gentiles, selva que era enmarañada de culpas y vicios, supo temer a Dios, hacer penitencia y transmutarse en floresta hermosa de virtudes. El fuego que la debía devorar y envolver en cenizas, la encendió en amor de Dios y en amistad suya. El suceso feliz de su arrepentimiento es efecto de la correspondiencia (sic) a la gracia que le daba golpes y pulsaciones al corazón por medio de las voces de Jonás Profeta. Este Reino en cuyas regiones se mira derramado con tanto esplendor el celo de la Iglesia y del Trono Español, no conoció por término de su mons t ruoso desorden y abominable desconcierto el brazo armado de Dios ofendido; continuó su malicia, tanto, que el Cielo no pudiendo contener dentro de sus diques la justicia irritada, le afligió con el último mal que es la Guerra Civil, tina de iniquidad y seminario de crueldades. Más incrédulo que la misma barbarie, no quiso afianzar los firmes propósitos de la enmienda y resistió pertinazmente a los repetidos avisos con que ha procurado disipar las densas nubes del error en que vive. El es parecido al que duerme en un profundo letargo; éste no percibe ni el estrépito de las aguas ni el rumor de los vientos, ni la ronca voz de los truenos, ni tampoco ve la luz de los rayos. El Nuevo Reino / /

180r no atiende a los clamores de Dios, al golpe de las amenazas, al eco de las promesas, al estrépito de las voces y al rumor de los truenos evangélicos. No repara los relámpagos de la divina gracia, los rayos de su enojo, el fuego del infierno, el espanto del juicio y el imperio de la muerte. Desprecia las exhortaciones, mofa los buenos ejemplos, se burla de los estímulos santos y cierra la puerta del corazón a las inspiraciones soberanas. Los que viven en las catadupas (sic)

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del Nilo por donde se despeña al mar están sordos a causa de el estruendo de las aguas. ¿Qué importa que se repitan golpes a una puerta con altos clamores si los de dentro traen tal alboroto que no oyen las voces? El estruendo y tumulto de los apetitos mal domados, de las pasiones tumultuadas, de las aguas de abominación y de la impetuosa rebeldía a las voces del Cielo no dejan herir el corazón del Reino pecador. ¿Cuántas veces como al hijo de la viuda de Naib le tocó Dios el féretro con los trabajos y calamidades públicas? ¿Pero qué? Quedó en flor la esperanza y se inutilizó la abundancia del otólo de los frutos de la divina gracia. Se contemplaban acasos y accidentes, los medios de la misericordia soberana. No se puede pensar mayor engaño. No son las causas legítimas de ¡a carestía, los desconciertos de las estaciones de la muerte desgraciada de los hijos, la alevosa estocada del enemigo; de la pérdida de los intereses el borrascoso naufragio; y del fatal acontecimiento en la guerra, el / /

180v descuido de las Generales y el sobrado ardor o la vil cobardía de los soldados. Nuestros pecados son la causa. Nosotros somos los arquitectos de nuesras ruinas, los autores de nuestras miserias y los que preparamos la materia para nuestra fatal desgracia. Ninguno se persuada que puede vivir a su capricho y no experimentar el castigo; sembrar en su corazón ofensas y no coger espinas. Lo dice el Espíritu Santo en los proverbios. La opresión de los Israelitas con que les afligió el furor de Chusan, Rey de Mesopotamia, de Eglón, Rey de Moab, de Jabin, de los Cananeos, Madianitas y Filisteos, no es acaso sino providencia de Dios irritado. La ambición y soberanía de Serrageril fueron la vara de su furor para castigar la rebeldía de Israel24 Este es el pensamiento del Profeta Geremías y la agria reprensión que dio a los Israelitas que atribuían los tristes sucesos de la peste, hambre y guerra de Tito y Vespaciano al influjo de los astros.Se hallaba en su tiempo tan afligido el Pueblo hebreo que no le faltaba otra angustia qué sufrir. Sembraban y quedaba inutilizada la cosecha; enfermaban sin esperanza de alivio; se hallaban por todas partes rodeados de miserias y no hallaban fuerzas

24 Judit 3. & 4. & 6. & 12. Isaías 10. (180v J).

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para salir de la aflicción. Todos se constituyeron profesores de la astrología. Cada uno discurriía para el hallazgo de la causa de su infelicidad y opresión. Unos la atribuían a la irregularidad del tiempo, otros a la languidez del terreno / /

181r y muchos a la influencia de las estrellas. Llega el Profeta y oyendo la variedad de opiniones, enfadado de tanta dureza, levantó el grito y así habló: ¡ Qué tiempos! ¡Qué suertes ! ¡Qué astros! Vuestros pecados, vuestras iniquidades son el origen de tanta desolación, de tantos estragos y de tanta miseria.25 No, no es el mal gobierno de los Ministros del Rey, no las nuevas imposidones ni menos los nuevos Reglamentos para la segura custodia de los Reales Ramos de Rentas, la causa de la ingrata Rebelión. Su origen no es otro que haber rendido indecoroso vasallaje al jefe tirano de la brutalidad, de la injusticia, de la infiel profanación de la casa de Dios, del escandaloso emborrachamiento y de la falta de Religión que tan frecuente es en el Reino. No es la influencia de los astros, no la malignidd del País, no la impericia de los médicos, la causa del gravoso yugo de tantas aflicdones; pero sí lo es nuestra viciosa frecuencia en los vicios más abominables y nuestra lánguida negligencia en no evacuar el embarazo de los inmoderados arranques de nuestra despechada naturaleza.Tullido, paralítico y postrado en el lecho de una criminal ociosidad, que es semilla fecunda de la esterilidad del corazón, de la aridez del espíritu y de la resistenda a la grada. Toca Dios a los montes y exhalan humo. Tócanos la gracia con pulsación más peregrina, y no prende fuego; solo el contacto de la fimbria sana flujos de sangre y aquel precioso don del Cielo no puede / /

181v sanar el flujo del desacato y del desorden religioso.Una pequeña hacha da en tierra con el olmo más robusto y el grande poderío de la gracia es inútil instrumento para rendir al Reino relajado. Verdes leños y los más acuosos son sus hijos, cuya caída va como disparada al Aquilón y son raros los leños secos que van a caer al Austro. Cuando Babilonia despreció los avisos del Cielo entonces fue que sufrió el duro

25 leretn. Vie fue, V. cogitatíones tue fecerunt hoc tibi. Hoc malitia tua, que tetigit cortuum. (181r K).

CAPÍTULO X 279

golpe de la vibrante espada de sus justos enojos. Cuando ella se gloriaba en sus abominables vicios entonces fue que la absorbieron las aguas y quedó abolido su nombre. Las repetidas experiencias que se tienen de las misericordias e indignaciones del Cielo fundan pronósticos tristes del más lastimoso abandono de la divina gracia. Demuestran la reincidencia en los desconciertos primeros y estos son los nuevos eslabones que forman la costumbre pecaminosa, cadena pesada, lima tenaz, plomo gravoso, yugo insufrible y paso seguro para el Infierno. ¿Qué mayor locura, qué furioso frenesí el de aquellas criaturas que, después de la tempestuosa noche de tantas muertes arrebatadas, ya por la hambre, ya por el contagio, olvidadas de la reconciliación con Dios, de los llantos fúnebres y lamentos tristes con que publicaban su arrepentimiento, volvieron a sus execrables iniquidades? ¿Después de los públicos castigos con que se vio afligido el Reino, qué enmienda se ha visto de sus abominables excesos? ¿Qué reforma de la relajación de sus costumbres? ¿Qué satisfacción de sus / /

182r escándalos? ¿Qué restitución de los ajeno? ¿Qué abandono de las torpezas? ¿Qué contención de sus enormes brutalidades? Ha! que lo que se ha presentado a la vista todo es abominación, todo irregularidad y todo aparato y prevención viciosa. Modas indecentes , desnudeces escandalosas, aire afectado, cantares de amores, novelas deshonestas, amistades sensuales, paseos de tropiezo, familiaridades delincuentes, prostituciones envejecidas, usurpaciones de derechos, fornicaciones frecuentes, atropelamientos de injustidas y murmuraciones satíricas con libertad para enervar la observancia de los preceptos más sagrados. Todo es un formidable atrincheramiento contra el poderío de la gracia. ¡Proposición funesta! ¡ Consecuencia terrible! ¿Qué cosa más tenue y delicada que un cabello? Por sí solo nada puede. Júntese con otro, agregúense muchos juntos y unidos entre sí se verá la fortaleza y el poder que demuestran. Ellos serán capaces de quitar la vida a un hombre y dejarle suspenso en una encina. Le sucedió a Absalón. Por un pecado no se resiste a la gracia; vence ésta y triunfa de la culpa. Multipliqúense pecados, repítanse las culpas, acumúlense ofensas y se observará que se acampan

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contra el Cielo y triunfan del imperio de la gracia. La herida fresca se deja tocar para que la curen; pero una vez cancerada no da lugar a la medicina. Con la sal se preserva de corrupción la carne; pero una vez corrompida y agusanada ya no aprovecha, de nada sirve. Una conciencia recien herida admite la curación; pero ya cancerada con el vicio y con la constumbre (sic) pecaminosa con dificultad se cura. Una sola mirada de Cristo basta para bañar de amargura el corazón de Pedro, y acordarle / /

182v la perpetuidad de sus promesas. La continua exhalación de rayos y rompimiento de truenos, de increpaciones y amenazas fulminadas por Moisés es de ninguna virtud para ablandar la dureza de corazón del Príncipe orgulloso del Egipto, Faraón. Un solo Nathán consterna, espanta, humilla y convierte a David adultero;y para convencer a Saúl son inútiles ministros, David, Jonatás y Samuel. ¿Y por aqué?El haber profundizado en su corazón las raíces de la maldad es la causa de tanta obstinación. Para curar las culpas radicadas y envejecidas de muchos años son necesarias todas las gracias y todas las lágrimas de Jesús, como en la resurrección de Lázaro. Si este es el deplorable estado del Reino, si las Repúblicas se hallan inundadas de vicios y abominaciones, ¿qué pronóstico tan funesto puede formarse de su Rebelión? ¿Será efecto del mal gobierno? ¿Dará esperanzas de la enmienda? ¿Ofrecerá nueva reforma de costumbres? Yo quiero suponer que los nuevos estatutos de la contribución sean injustos; (lo niego) sin embargo, no se puede negar que la intención del Ministro comisionado para este efecto fue buena, santa y justa. ¿Se atribuirá la Rebelión al desconcierto de sus providencias? ¿Se ignora acaso que los aciertos del Gobierno son en beneficio del Público, y que Dios permite el desconcierto en el superior para afligir al Pueblo cuando es indigno de favor por sus pecados? Lo dice San Gregorio;26

No era santo el Rey Josías?; sin embargo erró una revolución de importancia porque / /

183r quiso castigar al Pueblo pecador con la permisión de su yerro. Fuera noble como cristiano pensamiento atribuirse al

26 Lib. 25. Moral, cap, 21, (182v L).

CAPÍTULO X 281

desconderto de su vida el azote de la Rebelión para aplacar con sus lágrimas la ira de Dios, que esa ya en vísperas de dar el último golpe y subvertir el Reino, no dejando piedra sobre piedra y aboliendo su nombre de la memoria de los vivientes. Los anteriores estragos y castigos públicos fueron inútiles para la reforma de sus costumbres; ya es necesario el milagro de la grada y las lágrimas de Jesús para que salga del sepulcro de la corrupdón del vido. Se ha hecho insensible a los duros golpes con que el Cielo, repetidas veces, ha intentado despertarle del pesado letargo de la culpa en que duerme. A fuerza de palo ofrece el nogal el fruto con que le ha ennobleddo la Naturaleza. Sufre la vid la herida del acero y manifiesta su sentimiento con llorar. Recibe el tronco el golpe de la hacha y acredita su amargura con los sudores que destila. Sensibles trabajos, duros golpes descargó la mano de Dios sobre este Reino. Más ingrato que la vid y más silvestre que el nogal no ha ofreddo ni lágrimas de reconciliadón, ni frutos amargos de penitenda, ni aun flores de contendón, de virtud y de reforma de costumbres. El perro, estimulado de su rabia se vuelve contra la mano del mismo que le castiga. En los castigos que redbió de la poderosa mano de Dios era consejo sabio la fuga por medio de la humilladón y penitenda. Audacia y avilantez soberbia ha sido convertirse furioso y frenético contra el mismo dueño que les procuraba con el azote la mayor felicidad. Sensible / /

183v desgracia es la de aquel que siendo su conciencia un cenegal de corrupción y un muladar de inmundicia no experimenta el castigo y se ha constituido indigno de las advertencias saludables de Dios, que procura con ellas recogernos y acariciarnos.En pocas horas quitó la vida a setentamil del ejército de David con el contagio de la peste por la numeración que hizo del Pueblo con cierta especie de vanidad. El emperador Augusto, habiendo cometido el mismo delito, lo deja sin castigo porque lo reserva para mayor escarmiento. El modo de que los niños huyan de algún peligro y se refugien en los brazos de sus padres es prepararles algunos espantajos, observa San Juan Crisóstomo27 Los r igores, las miserias y ca lamidades que aquí se

27 Lib. 1. De Prov. (183v M).

282 EL VASALLO INSTRUIDO

experimentaron son otras tantas prevenciones del Cielo para que huyendo de la licenciosidad y del desenfreno de vida busquemos a Dios y recobremos la salud que acabaron y perdieron los pecados. Nosotros que fuimos asesinos de nuestra alma y tiranos crueles de nuestra conciencia, propinándole el veneno de la ingrata culpa, hemos de solidtar la triaca más fructuosa que es la penitencia. Esto es lo que cristianamente debía practicarse en esta parte del Nuevo Mundo. Esta debía ser su prudente y sabia resolución. ¿Pero qué? En vez de aplacar los justos y severos enojos de Dios procuran su sólida amistad y estrechamos en sus cariñosos brazos como perros rabiosos y enfurecidos se volvieron los hijos de estas regiones contra su amoroso Padre, diciendo con sus obras: / /

184r no hay Dios que nos juzgue. Continuaron el sistema de su perdición, de su libertad y de su obstinada resistencia. Necia y temeraria fue su conducta. Porque en verdad, ¿o son cristianos o no lo son? Si no lo son, no son miembros de Jesucristo; si lo son, es loca presunción retirarse de la penitencia y no hacer caso de las aflicciones conque Dios los visita. No se puede comprender que u n clavo bien amartillado en la tabla se saque con facilidad con darle nuevos golpes, con repetir nuevos martillazos. ¿Cómo, pues, podrán persuadirse poder extinguir en su corazón las irritaciones de Dios cuando arde en él la hoguera de los malos afectos, fomentando sus llamas con la nueva materia combustible de la iniquidad, del despecho y del desorden? Sólo el espíritu de ilusión y de vana esperanza en la infinita misericordia les podrá inspirar su temerario arrojo.

VI

La Religión nos enseña que todas las cosas tienen su determinado número, peso y medida. Los mares reconocen por término de sus espumantes y soberbias olas las áridas arenas de sus playas. Los árboles en llegando a cierto término de altura allí forman su copa y no suben más alto. Por centro y esfera propia tienen las aves la diáfana región del aire y los brutos la tierra. El día tiene sus términos y medidas con la noche. El Dios infalible en sus providencias tiene puestos

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sus decretos sobre la vida y acciones del hombre como igualmente sobre el número de auxilios y gracias que le ha de conceder. Con términos que una vez que se llene / /

184v la medida de los pecados cesa la misericordia y tiene lugar la justicia. Cumplido que sea el número de los auxilios Dios se retira de la criatura y la deja en el estado miserable del abandono. Siendo esto así, es vana esperanza confiar de la misericordia divina para el mayor desahogo de sus insolencias y atentados. Es afianzar más sus infelicidades y miserias. Es verdad que Dios es infinito por lo respectivo a su naturaleza; pero es limitada en orden a las producciones creadas. Espera la misericordia de Dios al pecadorcizaña perniciosa que es del evangelio; pero en llegando el tiempo de la ira pierde el sufrimiento y renueva el tiempo de la esclavitud a la que es necesario contener en el respeto con el temor. No se descubre su poder sino entre formidables tormentas, relámpagos, tepestades, rayos, torbellinos, estragos, desolaciones, inundaciones de sangre y mortales desgracias. Asegura Dios por Jeremías28, el término señalado para afilar mi espada, tomaré repentina venganza de mis agravios. Echaré la hoz de mis justas iras sobre la semilla perniciosa de los pecadores; porque se cumplió ya el tiempo de la espera dice el Ángel en el Apocalipsi (sic)29. Ya están secas y en sazón en los soberanos juicios, repite a voz en grito el Profeta Joel.30. Ya no hay más plazos, es preciso morir a manos de mi indignación, se imprimirá en las miserables paredes el temeroso mane del Rey Baltasar. Morirá Saúl a manos de un amalecita, y descenderá precipitada de un balcón la profana / /

185r Isabel. Se dejará ver el mismo Dios no ya como en el Portal de Belén, hecho niño, fajados sus brazos, sino como bravo león de Judá, vibrando la espada de su justicia con el brazo de su omnipotencia. No como amoroso pastor, buscando la oveja perdida, sino como juez riguroso, constituyéndola objeto de sus venganzas. Representará un Nilo de sus justas indignaciones, que, después de haber paseado las campiñas

28 29 30

Cap. Cap. Cap.

25. 14. 13.

(184v (184v (184v

N). O). P).

284 EL VASALLO INSTRUIDO

del Egipto del Nuevo Reino, sufriendo tantos años el desenfreno de los transgresores de su Ley santa, se convertirá en un diluvio de su furor, siendo su misericordia margen inútil para su avenida. El agua estancada, y por mucho tiempo reprimida, causa lastimosos estragos y ruinas luego que revienta y rompe las puertas de la opresión. ¿Con qué ímpetu saldrá la ira divina cuando rompa los diques de la tolerancia? Vosotros que no quisisteis vivir en mares de clemencia pereceréis en abismos de justicia. Te acontecerá, oh Nuevo Reino, lo que a Damasco, a Gaza, a Tiro y a Edom, a quienes había determinado sufrir tres pecados. Lo mismo fue cometer el cuarto que inmediatamente experimentar los castigos del Cielo. La vida y la misericordia son compañeras inseparables. Si de aquélla no se tiene seguridad, con mayoridad de razón no se debe fiar de ésta, o a los menos igual vana esperanza será afianzarse en una que en otra. El que no está acostumbrado a las navegaciones del mar, a una mediana marea se turba y experimenta las inquietudes del estómago; pero el que toda su vida está surcando mares, manejando jarcias, disponiendo velas y gobernando / /

185v timones, no le alteran las olas ni le perturban las borrascas más arriesgadas. La costumbre envejecida de abominación y de vicio que se descubre en este Reino, la falta de Religión que lo entorpece y la sobra de libertad que lo desenfrena no le dejan conocer el riesgo en que vive. Ni le perturban, ni le sorprenden, ni le consternan, ni menos le reforman los terremotos, los contagios, las hambres y las publicaciones inquietas, tumultuarias y sediciosas. Esto no es otra cosa que haber llegado al estado del abandono y llamar el último exterminio. Si tan inundado se halla de iniquidad y de desorden, bien podía el pasquinero y los que dieron calor a la sedición haber primero procurado la reforma de las costumbres, ilustrado la Religión y la reconciliación con Dios, y no haber tomado por pretexto de sus falsos designios y de sus alevosos atentados la tiranía y crueldad soñada de los nuevos impuestos. A la plebe idiota, y que no sabe discurrir lo malo de lo bueno, con facilidad se le persuade la verdad o el engaño. Si le hubiera instruido en las verdades de la Religión y en la fiel y práctica observancia en las leyes del vasallaje, sin embargo de ser inconstante y nada segura.

CAPÍTULO X 285

supiera que los pecados son los censos que imponen a Dios para que les contribuya con públicas calamidades, con miserias e infelicidades; y con este conocimiento solicitará el remedio con lágrimas y penitendas. A mí, que no se me oculta el espirito de los autores de la facción, y de los partidarios de ella / /

186r me es debido por razón del ministerio, prevenirla para que en lo sucesivo no sea seducida y sepa elegir lo bueno y reprobar lo malo. Los pecados del Pueblo son los que irritan la ira de Dios y siempre debemos pensar que los de este Reino fueron la causa de la Rebelión y de ningún modo las sabias disposiciones del Gobierno. Mis compañeros y yo sacrificamos nuestro carácter a los insultos más sacrilegos de los díscolos y sediciosos, enemigos crueles de la Patria. Nos pr ivamos de la du lzura apetecible del claustro atrincherándonos en virtud del ministerio contra el desorden e infelicidad; y aplicando nuesros talentos para deshacer masa tan corrompida. No fue otro nuestro objeto que el servicio de Dios, del Rey, del Público y el poder presentar a los pies del Soberano un agradable sacrificio de nuestra aplicación y celo. Todo esto de nada sirve si no se aplica el más eficaz antídoto para cicatrizar enteramente la llaga, que ya se había vuelto cáncer en casi todo el Reino. Un efecto no se puede destruir si no cesa la causa que lo produce. Por más que se le corten las ramas al espino, siempre brotarán vastagos espinosos que maltraten si no se le tronchan las raíces. Los trabajos y per turbaciones del Reino son producciones legítimas de la vida estragada, libertina, desordenada y escandalosa que se vive. Si no se introduce una verdadera reforma de costumbres, si no se destruye el vicio, se arranca el desconcierto y se planta la Religión, el temor santo y el buen orden, no dejarán de afligir los azotes de Dios. Nada seguro estará el trono, no faltarán dentro de poco tiempo guerras civiles y perturbaciones pú / /

186v blicas que destruyan el soslio. Las tradiciones pasan de padres a hijos y ellas serán el seminario de atrocidades, de inobediencias y de sacrilegas facciones. Dios estará sobre este Reino como nube preñada para descargar las piedras de su furor y acabarle con el último exterminio. Siempre he sido opuesto a las embajadas de tristes anuncios y a formar

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funestos pronósticos. El celo del ministerio no me permite observar silendo. Me arrojo a sacrificar mis cortos talentos para desviar el impetuoso arranque de la indignación de Dios, proponiendo en el siguiente capítulo los medios más afines con la reconciliación. Pienso con esto hacer un grande servicio al Rey pues resulta no menos que la quietud, la paz y el sosiego público.