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Capítulo 11 EL ANTIGUO IMAFRONTE

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Capítulo 11

EL ANTIGUO IMAFRONTE

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l. EL ANTIGUO IMAFRONTE

DENTRO de los programas constructivos abordados por el Cabildo durante el siglo XVI en la Catedral de Murcia, se efectuó la ampliación de las naves por la zona de los pies, con sus capillas correspondientes, a partir de la segunda década de la citada centuria, según ha estudiado la profe­sora Cristina Gutiérrez-Cortines. 1

Como es bien sabido, para la Catedral se construyó una fachada a los pies del edificio, de cara a una estrecha calle, con escasas posibilidades de visualización. Fue le­vantada con mucha lentitud y, a principios del siglo XVIII,

aún faltaba el tercer cuerpo, que había de servir de remate y coronamiento. Este largo proceso supuso la participa­ción de muchos arquitectos y, probablemente, la superpo­sición de soluciones arquitectónicas de diverso origen y no siempre coincidentes. La decisión de ampliar la Cate­dral por el lado occidental se tomó hacia 1520, prolongán­dose así sobre parte del jardín del antiguo Palacio episco­pal, e incorporando varios metros del espacio abierto que servía de desahogo por el ángulo noroeste. 2 Aunque la noticia de esta ampliación corresponde a la época en que estaba al frente de las obras Francisco Florentín, la anti­gua fachada se ha identificado siempre con el maestro Jerónimo Quijano, basándose en que la actividad cons­tructiva del primer cuerpo se desarrolló durante el tiempo que este artista estuvo al frente de las obras de la Catedral, es decir, entre 1526 y 1563. Los trabajos continuaron durante las décadas siguientes, atribuyéndose el segundo cuerpo al sucesor del maestro citado, Juan Rodríguez. Por su parte, el tercer cuerpo -que quedaría inacabado- se

1 Cristina Gutiérrez-Cortines, Renacimiento y arquitectura religiosa en la antigua Diócesis de Cartagena (Reyno de Murcia, Gobernación de Orihuela y Sierra del Segura). Murcia, 1983, p. 1 O l.

2 Ibídem. 3 Pedro Díaz Cassou, Serie de los Obispos..., op. cit., p. 94. 4 Cristina Gutiérrez-Cortines, Renacimiento y arquitectura ... , op.

cit., p. 90. Pedro Díaz Cassou señaló que en el año 1595, durante el episcopado de D. Sancho Dávila y Toledo, se concluyó la portada, a excepción del remate (o p. cit., p. 101 ).

s Por estos años, y a iniciativa del obispo D. Diego Martínez Zarzosa,

comenzó gracias a la iniciativa del obispo D. Gómez Zapata, 3 y ha de suponerse que la responsabilidad del mismo fue asumida por el maestro Pedro Monte de Isla. 4

La crisis económica y la desviación del interés de la Iglesia durante el siglo XVII hacia otros ámbitos, como fueron la liturgia o los gastos de culto, favorecieron la congelación de esta obra tal cual había quedado en el siglo XVI. No obstante, parece que hubo un intento de continuar las obras hacia 1653, que no llegaría a cuajar. 5 Lo cierto es que a finales del siglo XVII la fachada principal de la Catedral de Murcia estaba inacabada y presentaba, ade­más, graves problemas de tipo constructivo, sin que se ofrecieran soluciones técnicas y viables, o al menos alguna propuesta formal que sirviera de guía para terminarla. Como se verá más adelante, esta fachada, después de un largo proceso de discusiones y dudas, fue derribada a partir de 1734 para levantar el imafronte barroco.

No nos ha llegado una descripción pormenorizada de este frontis de la Catedral, tan sólo unos breves comenta­rios de Fernando Hermosino, que se lamentaba de su demolición -aunque no dejaba de admitir la necesidad de la misma:

Referir las cóncavas molduras, las divinas, angélicas, y humanas miniaturas, follajes y tarjetones que la adorna­ban, fuera, después de prolijidad grande, suma audacia mía, mayormente cuando ya no existe, baste decir que toda era de piedra labrada, y de tan dócil condición que el pico, y el pincel, acompañado del primor del arte supo vaciar todo su esmero, lo que sabían sólo ponderar los que este arte llegaban a entender. 6

se llevaron a cabo diversas obras de consolidación en los arcos y bóvedas del trascoro, que amenazaban desplome (A.C.M., B-19, f. 112 v., 3 de junio de 1652).

6 El manuscrito de Hermosino conservado en la col. Vargas Ponce, de la Real Academia de la Historia, está incompleto. No obstante, existe otra copia del mismo en el archivo municipal de Murcia, hasta hoy siempre considerado como anónimo, pero que, como se puede compro­bar contrastando ambas versiones, pertenece al mismo autor (A.M.MU., 1-J-3, IT. 79 V. y 80).

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Contraportada. Detalle del friso con piezas reutilizadas del antiguo imafronte

Explicaba después la disposición general de las puertas en la antigua fachada, aludiendo ya a la presencia de la Virgen con el Niño en brazos y del jarro de azucenas, blasón de la Diócesis:

Daba entrada al templo por tres puertas, mejor diré por cuatro, porque por la de en medio que llamaban de los Perdones, constaba de dos hojas, las cuales dividía un pilar tan capaz, que en su seno abrigaba un nicho donde se incorporaba una efigie de la Madre de Dios con su hijo en los brazos de estatura casi natural, y sobre el punto céntrico, el jarro de cándidas azucenas. que es de esta Iglesia su blasón, o armas. 7

Al referirse a la segunda puerta, la de la izquierda -puesto que él señalaba izquierda y derecha mirando des­de la fachada, mientras que nosotros lo hacemos mirando siempre hacia la misma- explicaba su dedicación a San­tiago, patrón de las Españas, situándose bajo su efigie un escudo de armas de un obispo, probablemente Gómez Manrique o Sancho Dávila, puesto que Gómez Zapata murió un año después de iniciada la construcción:

7 Ibídem.

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Todo el disfirme tamaño de estas puertas estaban forra­das, y tachonadas con hoja y clavazón de bronce dorado, de magnitud y hechura extraordinaria. La segunda puerta que caía a su derecha mano, estaba dedicada al patrón de las Españas Santiago el mayor, por lo que la coronaba una efigie de este Santo Apóstol en memoria de haber sido su fundador, como en otra parte se dijo, estaba a sus pies grabado un escudo de armas propias del prelado que hasta allí llegó cuando esta portada se fabricaba. 8

La tercera puerta, la de la derecha, estaba bajo la advocación de San Ginés, del que dice que fue antiguo patrón del Reino. En la fachada actual, como veremos, se respetó en cierto modo esta disposición, colocando una imagen de San Ginés en este lado:

La tercera puerta que a la siniestra le caía, se encomendó a el auxilio del Glorioso S. Ginés el Franco, ermitaño antiguo en los Campos de Cartagena, especial devoto y antiguo patrón de este Reino, como se halla en antiguas memorias así escrito, por lo que con justa razón la Ciudad de Murcia, siempre advertida, la que concurrió para esta

8 Ibídem.

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obra con algunas de sus expensas, colocó en ella su patrón, y sus coronas, con los cuatro castillos, y otros tantos leones alternados, que en aquellos tiempos tenía por blasones. 9

Terminaba mencionando las imágenes de San Pedro y San Pablo que remataban los extremos del primer cuerpo, y que fueron aprovechadas -conservando esa misma ubi­cación- para el nuevo imafronte:

Al remate de ambos lados del primer tercio, tenía dos gigantescas estatuas de piedra de los dos príncipes de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo, todo lo demás dejo ensilen­cio, pues ya nada de ella permanece. 10

Quizás a través de los numerosos informes realizados durante las consultas sobre el estado de la fachada en los años treinta del siglo xvm pueda completarse la descrip­ción dada por Hermosino. Era, en definitiva, un conjunto dividido en tres pisos, con tres calles verticales, estructura­do con pilastras y columnas en los dos primeros, que en su parte central habrían de ser prolongadas hasta concluir con el remate.

2. LOS PROBLEMAS DE ESTABILIDAD DEL ANTIGUO IMAFRONTE

Uno de los aspectos más controvertidos al estudiar la historia del imafronte barroco es el de los diferentes análi­sis dados a los numerosos dictámenes que justificaron el derribo del antiguo frontispicio y la decisión de levantar uno nuevo. Los problemas de estabilidad planteados desde finales del quinientos y las grietas que aparecieron en las bóvedas del trascoro en la primera década del siglo xvm exigieron la revisión de esta zona de la Catedral y la ejecución de continuos reparos, precedidos también de numerosos peritajes e informes, cuyas conclusiones a ve­ces no coincidían.

Esta larga literatura no siempre ha sido conocida en su totalidad y ha dado origen a interpretaciones varias, entre las que destacan las de quienes han confundido la etapa de discusiones y apreciaciones técnicas con el proce­so constructivo y la gestación del proyecto. Por ello, antes de exponer la información sobre este problema, tal vez convenga aclarar que entre 1700 y 1734 no se planteó seriamente la construcción de una nueva portada.

Es lógico que este tema haya atraído la atención de los historiadores, porque los ríos de tinta vertidos en su tiem­po muestran que el tema de la estabilidad de la fachada renacentista había sobrepasado los límites del Cabildo y del grupo de técnicos ocupados en ellú, hasta convertirse en una cuestión candente y conflictiva. Además puso a prueba los conocimientos de muchos especialistas y origi­nó discusiones de largo alcance entre distintos maestros, a la vez que atrajo la atención de arquitectos e ingenieros de otros lugares del Reino de Murcia e incluso de la Corte,

9 Ibídem. 10 Ibídem. 11 A.C.M .. B-30. f. 138 v., 7 de mayo. No obstante, debido a su

Primer cuerpo. Torreón circular IZQUierdo. Remate con la escultura de San Pedro. (Foto Juan Ballester)

convocados por los capitulares para informar sobre su situación y las posibles soluciones.

Fue precisamente en el umbral del dieciocho cuando se planteó la conveniencia de finalizar las obras iniciadas en el siglo xv1 en la Catedral de Murcia. Así, en mayo de 1700, en una reunión del Cabildo, se hacía una pro­puesta para acabar la portada y proseguir la torre, además de realizar determinados reparos en las bóvedas y las naves, sin que de momento se hiciera realidad. 11 Nueva-

urgencia se dio la orden de reparar las bóvedas, según el .. modelo" presentado por el maestro de obras del Cabildo Juan Fernández García (Ibídem, f. 242, 21 de junio de 1701 ).

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mente se trató el .tema en 1705 y, aunque se adoptó la resolución de concluir e.l remate de la fachada, la carencia de medios económicos u otras circunstancias hicieron fra­casar la empresa. 12 Cuatro años más tarde, en 1709, se elevaron voces en el Cabildo, que urgían la necesidad de restaurar las cubiertas y los arcos de los pies del templo; 13

la misión se confió a Toribio Martínez de la Vega, quien inició los trabajos encaminados a realizar "las dos paredes que están sobre los dos arcos colaterales del trascoro". 14

Ante estos datos puede observarse cómo los venci­mientos y los problemas de estabilidad de la fachada anti­gua estaban relacionados con los desplomes de los arcos del trascoro, que servían de engarce con el resto del edifi­cio y habían originado el deterioro de las bóvedas. Por tanto, a partir de este momento, y hasta la demolición del frontispicio, los esfuerzos se orientaron en dos direcciones: fortalecer los soportes de la portada -que paulatinamente se inclinaba hacia afuera, separándose de los apoyos inte­riores- y arreglar y consolidar los arcos y las bóvedas, reiteradamente agrietados. 15

A los problemas señalados habría que sumar los pro­vocados por los agentes externos, los cuales sin duda al­guna agudizaron las quiebras de todo el conjunto arquitec­tónico. No deben olvidarse las continuas inundaciones provocadas por las crecidas del río Segura o el terrible terremoto de 1716. 16 Según se deduce del informe de Toribio Martínez de la Vega, este temblor de tierra tuvo

12 Efectivamente, el 30 de octubre de 1705, el capitular D. José To­más de Espeleta proponía que se diera "principio a la fábrica del remate de la puerta de los Perdones de esta Santa Iglesia por ser obra precisa y necesaria" (A.C. M., B-31, f. 397 v.). Quizás la lectura de estas noticias de las Actas Capitulares indujera a Andrés Baquero a afirmar que se reanudaron los trabajos del frontispicio, atribuyendo la dirección de los mismos al maestro de obras Jerónimo Álvarez, y añadir que "El no pasar dicho frontis de sus comienzos fue debido a que se notaron grandes quiebras en los arcos y bóvedas del Trascoro" (Rebuscas y otros docu­mentos .... op. cit., p. 190).

13 Al Cabildo se le planteaban una serie de obras que no admitían demora, tal como se denunció en la reunión de 21 de marzo de 1709 (A.C.M., B-32, f. 327 v.). Un mes después el fabriquero D. Fernando Zambrana de Ribera Tamariz informaba del reconocimiento hecho de las bóvedas y las paredes contiguas al trascoro. En consecuencia se acordó ejecutar a la mayor brevedad esos reparos (Ibídem, f. 351, 30 de abril de 1709).

14 A.C. M., B-508, Cuentas de Fábrica 1709-1717, cuadernillo "Obra del Trascoro", año 1709. Las obras se iniciaron el 17 de junio de 1709 -fecha ya indicada por Manuel González Si mancas (art. cit.)- y finaliza­ron el 26 de octubre de ese mismo año. Toribio Martínez de la Vega dirigió un equipo de canteros formado por Félix Vallés, Francisco Meri­no, Santiago Roque de la Cuesta, Juan Godínez, Francisco Ruiz, Jacinto Martínez, Antonio el Vizcaíno, José García, Juan Montañés, Francisco el Granadino, Juan Sayona, José Blanco y Franciso del Valle. Intervino también el maestro alarife de la Catedral Jerónimo Alvarez.

15 En diversos documentos posteriores, sobre todo de quienes a partir de 1733 daban soluciones con la finalidad de evitar el desplome definiti­vo, se condenaban estas reparaciones y la realización de los contraarcos, dando a entender que se trataba de un trabajo mal planteado, perjudicial a la larga para la estabilidad de la fachada. Uno de los que adoptó esta postura fue el ingeniero Sebastián Feringán, claro y conciso al respecto. No obstante, antes de valorar negativamente la tarea de Toribio Martínez de la Vega, conviene recordar que entre 1709 y 1733 fueron bastantes las intervenciones en bóvedas y arcos, y acaso pudieron desvirtuar su actuación.

16 La irregular hidrología de la región afectaba tanto a las cubiertas

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efectos especialmente dramáticos: se habían arruinado las bóvedas recientemente restauradas "con sus arcos y cruce­ría", que recibían los empujes de los torales, también desplazados. Por otro lado, las capillas hornacinas y las cubiertas de todo el edificio habían quedado parcialmente al descubierto al producirse el deslizamiento de numero­sas tejas. 17 En la misma relación el conocido arquitecto proponía las soluciones y los reparos convenientes, lo que permite comentar algunos aspectos interesantes, tales como la referencia a los tejados vidriados -que recomen­daba para las cubiertas de las naves colaterales- y la alu­sión a la piedra arenisca atacada por la salinidad. Ambas apreciaciones vienen a confirmar la sospecha constante y reiterada de la existencia de una infraestructura arquitec­tónica pobre en general, levantada con un ahorro de me­dios indiscutible y, en algunos casos, carente de un funda­mento técnico adecuado a la categoría de una catedral, consideraciones que ya fueron señaladas por González Simancas. 18 En relación con los tejados vidriados debe añadirse que eran una innovación que ya poseía el Almu­dí, lo que ratifica la pobreza del anterior sistema de pro­tección de la techumbre del edificio. Los seis años siguien­tes fueron dedicados a la lenta tarea de ejecución de algu­nas soluciones propuestas por el mencionado arquitecto, quien alternaba esta comisión con otros encargos en la ciudad de Murcia y fuera de ella. 19

A partir de 1 723 transcurrió un período de silencio y

del templo (necesitadas de periódicas reparaciones en tejados y bóvedas) como al basamento y a la cimentación del imafronte. Entre 1 702 y 1 734 se contabilizan riadas y desbordamientos un año sí y otro no (Hidrología histórica, Murcia, Colegio de Caminos, Canales y Puertos, 1984, Ed. facsímil de "Efemérides hidrológica y fervorosa" recopilada ... por Rafael Couchoud Sebastiá y Rafael Sánchez Ferlosio (Madrid, 1965), pp. 35-49). En el año 1716, antes del terremoto ocurrido el 3 de mayo de ese mismo año, Toribio Martínez de la Vega realizó unas obras en las bóvedas de la nave del coro, esfuerzos inútiles por las consecuencias del seísmo (A.C.M., B-508, Cuentas de Fábrica 1709-1717, cuentas de 1716).

17 Dos días después del terremoto el Capitulo catedralicio estudiaba el urgente informe preparado por Toribio Martínez de la Vega, quien señalaba algunas quiebras en arcos y bóvedas, así como en la cruz de jaspes del plano de las Cadenas, y a la vista del mismo se dieron las órdenes oportunas de acometer su restauración (A.C. M., B-34, f. 38, 5 de mayo de 1716). Con todo, las obras se paralizaron por la ausencia del maestro montañés, que había marchado a trabajar en el pantano y el azud de Totana, razón por la cual los capitulares solicitaron de los regidores de aquella ciudad el permiso correspondiente para que el arqui­tecto pudiera trasladarse a Murcia (Ibídem, f. 83, 25 de septiembre de 1716). Concedida la licencia (A.C.M., G-500, n." 40), Martínez de la Vega nuevamente -"aunque tengo declarado sobre el daño que causó el temblor de tierra el día tres de Mayo próximo pasado, habiéndolo reco­nocido de más cerca hallo ser mucho más el daño y quebranto que tiene la fábrica del edificio desta Santa Iglesia"- ofrecía a la consideración del Cabildo un extenso informe, fifll)ado de su puño y letra el 22 de octubre de 1716 (A.C.M., G-534, n.o 27).

18 Manuel González Si mancas, que transcribió íntegramente este do­cumento, se percató de "ciertos defectos de construcción debidos a la ignorancia por parte de algunos de los antiguos maestros, a las condicio­nes del suelo y clima de Murcia y a cualidades de los materiales del país" (art. cit.). También el investigador murciano José María Ibáñez García, al estudiar la biografia de Martínez de la Vega, abundó en las mismas cuestiones (Estudios bio-bib/iográficos, o p. cit., pp. 15 7-161 ).

19 En las cuentas efectuadas por el fabriquero D. Rafael Guerrero se citan "los gastos hechos en la obra de los reparos de las Bóvedas del

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ausencia de noticias, roto diez años después eri abril de 1732, cuando se inició un proceso dinámico y creciente, que culminó con el derribo del viejo imafronte y con el encargo de la nueva fachada monumental. La actividad se abrió paso al derrumbarse la estatua de San Pablo, situada en uno de los extremos del frontispicio, siendo origen de una llamada de atención a la conciencia de todos acerca de los peligros que ofrecía el imafronte renacentista. 20

Además, nuevos temblores de tierra vinieron a producir estragos en el maltratado edificio y fueron motivo del acuerdo de "reconocer por Artífices, y personas inteligen­tes las paredes y bóvedas de esta Santa Iglesia". 21 Ahora bien, parece como si la voluntad de los capitulares est& vez fuera más lejos, pues, igual que ocurriera a principios de siglo, en esa misma reunión se adoptó la resolución siguiente:

reconocer, y apreciar el coste, que tendrá el remate y conclusión de la obra que falta a la portada principal de esta Santa Iglesia para estar acabada con perfección. 22

Antes de emitirse los informes requeridos se realizaron ciertas obras encaminadas a consolidar las pilastras exte­riores de la portada. Al parecer, en los primeros meses de 1733 se efectuaron reparos en esos elementos del viejo imafronte, según la política de reforzamiento iniciada por Toribio Martínez de la Vega en 1709, luego criticada por algunos especialistas que inspeccionaron en años poste­riores. 23 Tanto estas últimas obras como las anteriores se habían mostrado totalmente inservibles y, bien fuera por­que la solución adoptada no era la más adecuada, bien por la falta de pericia y preparación de los encargados de realizarla, se había llegado a una situación alarmante e insostenible. El viejo imafronte renacentista se inclinaba cada vez más, se despegaba de la estructura del edificio, al tiempo que aumentaban las grietas y se abrían otras en los arcos principales de la bóveda del trascoro. Esta era la situación del templo mayor de la Diócesis al finalizar el primer tercio del siglo XVIII.

En consecuencia, el Cabildo se planteó recabar infor­mación de expertos sobre la estabilidad de la fachada, elegir la solución más idónea entre las diferentes propues­tas y realizar las obras necesarias para frenar la aparición de grietas y quiebras. Sería largo y cansado recorrer los

Crucero y Capilla mayor de esta Sta. Iglesia de Cartagena, hacer nueva­mente las contrabóvedas de dicho Crucero, Nave del Coro, y del Trasco­ro, y tejar de nuevo todo lo referido" (A.C.M., B-508, Cuentas de Fábrica 1709-1717, cuentas de 1717). Toribio Martínez de la Vega personalmen­te escogió y compró piedra franca de la cantera del río, y dirigió un equipo formado por José Martínez, José Lozano, Antonio Violat, Ma­nuel López, Tomás Valdecilla y Lucas de Lombana. No debieron de quedar totalmente terminadas en 1717 las obras previstas ya que se suscitó la cuestión en sucesivas sesiones del Cabildo a lo largo de 1718 (A.C.M., B-34, !T. 276, 276 v., 277 y 278 v.), hasta que a finales de 1720 se acordó "que para su composición, y restablecimiento se prevengan los materiales necesarios, y para los demás reparos precisos de esta Santa Iglesia en este Invierno, de suerte que estén prontos para la primavera, y que pasado Pascua de Resurrección, por no ser antes tiempo oportuno para obrar, se dé principio a la obra de dichos reparos por lo más preciso, y se prosiga en la conformidad que se ejecutaron los de la bóveda principal, y crucero" (A.C.M., B-35, f. 124 v., 29 de septiembre de 1720).

Primer cuerpo. Torreón circular derecho. Remate con la escultura de San Pablo. (Foto Juan Ballester)

Efectivamente, durante los años 1721 y 1722 se finalizaron los trabajos interrumpidos, en las bóvedas del coro, trascoro, capilla del Corpus, además de blanquear, pintar y retejar, también con la asistencia de Toribio Martínez de la Vega (A.C.M., B-508, cuentas de 1721 y 1722).

20 A.C. M., B-131, f. 130, cabildo espiritual de 3 de abril de 1732. Un año después estaba colocada la nueva imagen de San Pablo (A.C.M., B-38, f. 148, 13 de febrero de 1733), realizada por el escultor Francisco González con cuatro piedras grandes cortadas por el cantero Lucas Corral (A.C.M., G-120, cuadernillo de cuentas de Fábrica 1730-1732; María del Carmen Sánchez-Rojas Fenoll, "Noticias sobre artistas mur­cianos del s. xvm (Años de 1700 a 1730)", Murgetana. n.o 71, 1987, pp. 91-125).

21 A.C.M., B-131, !T. 130 y 131 v., cabildo espiritual de 3 de abril de 1732; y A.C.M., B-38, f. 30, 3 de abril de 1732.

22 Ibídem. 23 El 17 de abril de 1733 el fabriquero D. Rafael Guerrero notifi­

caba al Cabildo esas obras, aunque con el desagradable contratiempo de

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Antiguo imafronte. Detalles del cuerpo lateral izquierdo junto a la nueva Fachada

textos de los especialistas consultados entre los meses de abril de 1733 -fecha en que se conocieron los primeros informes- y mayo de 1734, cuando se tomó la decisión de derribar el imafronte y acometer uno nuevo; el número de profesionales que elaboraron sus dictámenes, unas ve­ces en grupo y otras por separado, puede contarse hasta 16 -en realidad 17, pues hubo quien emitió su opinión sin ser convocado-. No todos tenían la misma formación y preparación técnica, ya que en esa larga lista hay desde alarifes hasta ingenieros, pasando por canteros, arquitec­tos, matemáticos e, incluso, algún clérigo experto. Casi todos coincidieron en el diagnóstico de la situación de esa zona del templo catedralicio, pero discreparon en cuanto a las medidas que consideraban necesario adoptar para evitar el deterioro y ruina continua de la vieja fachada y de la nave del trascoro. Acaso la diferente índole de los conocimientos técnicos en materia constructiva de estos asesores consultados por el Cabildo fue motivo de criterios a veces tan dispares. 24

En el mes de abril de 1733 redactaron un informe Salvador de Mora, José Alcamí, Pedro Pagán y Lucas de los Corrales, maestros de obras vinculados a la ciudad de Murcia; un mes después, Jerónimo Gómez de la Haya

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(arquitecto que dirigía los trabajos del nuevo puente sobre el río Segura), fray Antonio de San José y el secretario de la Inquisición D. Antonio de Elgueta. 25 Con algunas dife­rencias todos reconocían la existencia de dos quiebras: una en el arranque de arcos y naves, y otra más reciente y peligrosa que a 17 palmos del suelo recorría la fachada, así como una separación entre la portada y el resto del edificio. En general, atribuían los desplomes al empuje de los arcos del trascoro, cuyo peso había aumentado con los reparos de 171 O, y rechazaban con ciertas matizaciones las obras ejecutadas a partir de ese año. Coincidían tam­bién en señalar la presencia de unos estribos insuficientes y en el excesivo peso del último cuerpo del imafronte, a lo que D. Antonio de Elgueta añadía la apertura de huecos para capillas en la contraportada. Frente a esta casi unani­midad en exponer las causas, los arquitectos diferían, sin embargo, acerca de los remedios a aplicar. Mientras Jeró­nimo Gómez de la Haya y fray Antonio de San José eran partidarios de colocar unos barrotes o engarces para suje­tar la portada a sus puntos de apoyo interiores, además de desmontar y reconstruir la parte superior del frontispi­cio, Salvador de Mora y sus compañeros y D. Antonio de Elgueta se inclinaban por la adición de unas columnas o pilastras en el interior y en el exterior con el fin de am­pliar la dimensión y la capacidad de resistencia de los estribos del imafronte. 26 Esta última fue la solución adop­tada, ya que rápidamente se iniciaron las obras y se traje­ron las piedras para reforzar los estribos, labores dirigidas por Lucas de los Corrales, quien levantó un plano donde se concretaron las propuestas, aunque todavía después surgieron dudas. 27 Cuando se estaban ejecutando estos trabajos, en el mes de septiembre de 1733, las lluvias torrenciales de los días 6 y 7 y una inundación obligaron a interrumpirlos al tiempo que se acrecentaron los desplo­mes y los deterioros. Esta catástrofe originó la apertura de una etapa de nuevas discusiones y estudios, pues el medio racionero D. Antonio de Mesa había informado al Cabil­do sobre la inutilidad de los reparos en marcha y de la

la aparición de "otras quiebras, que se han aumentado, y descubierto de nuevo en los arcos principales de la bóveda del trascoro, y en las paredes, que hay sobre ellos" (A.C.M., B-38, !T. 164 v. y 165; A.C.M., G-120, cuadernillo de cuentas de Fábrica 1733-1735).

24 Fue Andrés Baquero el primero que dio a conocer, en 1902, estos informes (Rebuscas y documentos .... op. cit., pp. 191 y 192). Manuel González Si mancas volvió a consultar estos documentos, ofreciendo una sucinta relación de los mismos (art. cit.). Más recientemente María Luisa López Escar en su tesis de licenciatura inédita (op. cit.) ha hecho una transcripción íntegra de estos dictámenes. También pueden consultarse: Cristina Gutiérrez-Cortines y Elías Hernández Albaladejo, "El escenario de la escultura ... ", art. cit.; y Elías Hernández Albaladejo y Pedro Segado Bravo, "El Barroco en la ciudad y en la arquitectura", art. cit. Estos informes, citados en la bibliografia local, se conservan en dos cuaderni­llos en el archivo catedralicio (A.C.M., G-123 A).

25 El peritaje de Salvador de Mora y de sus compañeros lleva fecha de 22 de marzo (A.C.M., G-123 A) y el de Jerónimo de Gómez de la Haya, de 4 de mayo (Ibídem). Ambos fueron estudiados por el Cabildo en la última de las fechas indicadas, dejando perplejos a los capitulares por la diferente solución que ofrecían, razón por la cual se decidió nombrar una comisión, formada por el arcediano de Lorca D. Alonso José de Mesa Fernández de Madrid, el maestrescuela D. Antonio Maga­ña, el racionero D. José Hernández Celada y el medio racionero D. Antonio de Mesa Roca mora. para recabar mayor inforn1ación "por otros

J t

Contraportada. Pintura de la Anunciacipn, de Mateo Gilarte

aparición de otras grietas en arcos y bóvedas "abiertas, y descubiertas, y expuestas a la ruina por las continuas

artífices, llamándolos de fuera desta ciudad si fuera necesario" (A.C.M., B-38, f. 174). Por ello se pidió dictamen a fray Antonio de San José, quien lo entregó a los pocos días (A.C.M., G-123 A), y uno de los comisarios Antonio de Mesa presentó otro informe (Ibídem), acompaña­do de plano explicativo no conservado, firmado por él aunque en reali­dad correspondía a D. Antonio de Elgueta "perito en las reglas de Arquitectura", los cuales fueron considerados en la reunión extraordina­ria del Cabildo, celebrada el 19 de mayo (A.C.M., B-38, !T. 180 y 180 v.).

26 Tampoco esta vez coincidían las propuestas, por lo que el Cabildo ordenó a los comisarios, junto con los peritos consultados, que "elijan y hagan executar, con la mayor brevedad posible ... el remedio, y reparo, que parezca más conveniente, fácil, seguro, y decente ... " (Ibídem, f. 180 v.). La requisitoria capitular no se hizo esperar, en cuestión de horas Jerónimo Gómez de la Haya y fray Antonio de San José venían a coincidir con ligeras variaciones con la opinión de D.Antonio de Elgueta. Un nuevo informante el clérigo D. Juan Ruiz de León se identificaba también con esta solución (A.C.M., G-123 A).

27 Ibídem, cuadernillo de cuentas de 1733. Junto a Lucas de los Corrales trabajaron los canteros Gregorio de la Lastra, Juan Ángel, Ignacio Chaez, José de los Corrales, Pedro Botín, Juan de Archeaga, José Godínez, Jaime Galván, Diego Thomás, Bautista de Vera y el maestro alarife de la Catedral José Alcamí. Jerónimo Gómez de la Haya al opinar sobre la planta de Lucas de los Corrales propuso que los refuerzos fueran pilastras y no columnas (A.C.M .. G-123 A).

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lluvias". 28 Aunque se volvió a recurrir a los de la consulta anterior, el Cabildo resolvió también convocar a arquitec­tos de la Corte e ingenieros, capaces de presentar opinio­nes más seguras y autorizadas. 29 A pesar de haber desapa­recido la obra sobre la que efectuaron sus diagnósticos, los informes emitidos en esta ocasión son de gran interés porque amplían los datos sobre el viejo imafronte y permi­ten conocer el nivel técnico del momento así como la preparación y la capacidad en este ámbito de arquitectos y profesionales. El tema se convirtió en una cuestión polé­mica, y la pasión justificó la complacencia en los detalles y las acusaciones de incompetencia mutua.

Esta vez el Cabildo prefirió que una junta de arquitec­tos y maestros de obras elaborara sus conclusiones, sin duda para evitar las opiniones más o menos encontradas surgidas en los meses anteriores. No obstante, habría una voz discorde en este proceso, como después se verá. La idea común en esta segunda serie de informes era mante­ner la fachada en pie y aprovechar lo más posible la construcción anterior. Los enfrentamientos, en cambio, se produjeron en tomo a la elección de los métodos y las soluciones adecuados.

Así, el 10 de octubre de 1733, fray Vicente Sevilla, Jerónimo Gómez de la Haya, Salvador de Mora, Pedro Jumilla, Ginés Martínez, Lucas de los Corrales y José Alcamí, quienes tenían como portavoz a Pedro Pagán, estamparon su firma al pie de un documento en el que, además de describir la fachada antigua y sus desperfectos, se declaraban firmes partidarios de reforzar y consolidar lo existente, recomendando para ello diversas actuaciones, entre las que cabe destacar por su importancia las siguien­tes:

l. Desmontar el tercer cuerpo; 2. Aumentar en tres palmos la anchura de los estri­

bos en el interior y ampliarlos mediante dos columnas "que tengan de volada dos tercios de retropilastras" en el exterior;

3. Añadir otras dos pilastras de cuatro palmos en las esquinas de San Pedro y de San Pablo;

4. Levantar pilastras y contrapilastras en el interior para apoyo de los arcos, y

5. Rehacer las bóvedas y los arcos del trascoro según técnicas diferentes a las utilizadas en las obras anteriores.

Esta propuesta colegiada respondía en suma a dos con-

28 A.C.M., B-38, f. 237,23 de septiembre de 1733. Este comisario se basaba para ofrecer esta información en "las noticias, y pareceres que ha oído de personas inteligentes" (Ibídem).

29 Precisamente se había interesado por estas obras el obispo D.To­más José de Montes (Ibídem, ff. 239 y 239 v., 3 de octubre de 1733).

Jo A.C.M., G-123 A. Andrés Baquero consideraba a Pedro Pagán el redactor casi exclusivo de este informe (Catálogo ... , op. cit. , p. 172).

JI A.C.M., G-123 A. Aunque no lleva fecha esta relación, afirmaba fray Antonio de San José haber reconocido el imafronte el 5 de octubre, a requerimientos del prelado D. Tomás José de Montes.

32 Pedro Pagán afirmaba que el imafronte, a pesar de su desplome, no se caía y recordaba los ejemplos de la torre de Pisa y las de Bolonia. Al defender su opinión, la razonaba también desde el punto de vista económico, frente a la solución de fray Antonio, mucho más costosa. Por último, se admiraba del cinismo de su contrincante, por cuanto "habiéndose propuesto por los Sres. Comisarios a dicho religioso, y a

32

ceptos: aligerar el peso mediante la reconstrucción de los arcos, bóvedas y parte superior del frontispicio, y forrar los estribos y los puntos de apoyo, enmascarándolos con columnas o pilastras. 3°

Frente a estas recomendaciones se elevó la voz discre­pante del fraile arquitecto Antonio de San José, quien defendía con entusiasmo el plan de desmontar la portada piedra a piedra, sobre todo el segundo piso y lo que se había construido del tercero, volver a edificar arcos y bóvedas, y reforzar la parte superior "con una cadena de hierro embebida en medio de la pared"; seguidamente, consideraba necesario levantar nuevos estribos con pie­dras muy grandes hincadas en el muro; en definitiva era un informe confuso, con un lenguaje artesanal y prolijo en detalles. 31 El tono catastrofista y los juicios de fray Antonio, cuya presencia provocó frecuentemente disputas y enfrentamientos, motivó la respuesta airada de Pedro Pagán, que negaba el peligro anunciado y afirmaba la imposibilidad de demoler pieza a pieza la fachada, apro­vechando de paso este posible error del fraile arquitecto para acusarle de algunos fracasos. 32

Aunque la diatriba no frenó las gestiones del Cabildo, lo cierto fue que el miedo al posible derrumbamiento de obra tan importante y significativa, sumado a la división de opiniones entre entendidos y arquitectos, generaron un ambiente cargado de tensión y dudas, y una situación com­prometida para las máximas instituciones de la Diócesis. Las consultas a los mejores profesionales, además de in­troducir nuevos criterios e incertidumbres, sembraban la confusión al ser instrumentadas como razón para conde­nar las propuestas u obras realizadas por anteriores maes­tros, de tal modo que las autoridades no estaban en condi­ciones de valorar la dimensión del problema, ni les era fácil inclinarse en favor de una u otra solución. Entretan­to, se seguía invirtiendo dinero en los reparos, que se ejecutaban según los criterios de Pedro Pagán y de los alarifes de la Catedral; se había demolido la parte superior del frontispicio para reconstruirlo después y aún seguían llegando críticas o nuevos planteamientos nunca coinci­dentes en todos sus puntos. 33

Ante esta situación de claro enfrentamiento, el prelado y los capitulares decidieron realizar un esfuerzo con el fin de obtener una información más objetiva y cualificada, al solicitar la opinión de especialistas con conocimientos

todos, que si tenían que decir sobre algún reparo lo dijesen en conciencia, pues así convenía al servicio de Dios, no solo lo hizo, sino que aprobó todo lo determinado, y después fue a perturbar el ánimo del Sr. Obispo, y ponerlo en consternación para suspender la obra, llamar maestros foráneos, hacer nuevas juntas, y dar lugar a que la fachada hiciese más desplome ... " (A.C.M., G- 123 A, informe fechado el 19 de octubre de 1733).

JJ Un ejemplo de esta inquietud y polémica suscitadas en la ciudad de Murcia viene dado por el hecho de que el maestro alarife Pedro Ruiz Almagro, ausente en las consultas celebradas en el mes de octubre, emitiera su opinión sin ser llamado. Reiteradamente, pues hasta cinco veces se dirigió al Cabildo, expuso sus propuestas en las que se compro­metía a enderezar la portada sin gran coste. no sin antes criticar a todos sus colegas y condenar las obras en curso. A pesar de su paciente insisten­cia, los capitulares hicieron oídos sordos a sus ofrecimientos y lamenta­ciones (A.C.M., G-123 A).

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superiores a los de los maestros locales. 34 Por una parte, requirieron la consulta de varios profesionales de Madrid y, por otra, demandaron la ayuda del ingeniero real Sebas­tián Feringán y Cortés, que estaba preparando en Cartage­na los proyectos para construir el Arsenal. 35

Fueron dos los informes realizados por los asesores de Madrid, el primero de los cuales no se conserva, aunque se sabe que fue elaborado en febrero de 1 734; el segundo surgió como respuesta al dictamen de Sebastián Feringán redactado un mes más tarde. 36 Los peritos de la Corte -los jesuitas Carlos de la Reguera y Pedro Fresneda, profesores de matemáticas en el Colegio Imperial, y los arquitectos Pedro Ribera y Pedro Ruiz- contaron para efectuar su relación con una serie de datos y un plano del imafronte, preparados por D. Antonio de Elgueta. 37 Parece que los expertos madrileños se inclinaron por los remedios apun­tados por el secretario de la Inquisición. Tal vez por su distanciamiento del problema o por no creer oportuno replantear la situación drásticamente, Carlos de la Regue­ra y sus compañeros no contemplaron la posibilidad de le­vantar un nuevo frente al edificio, sino que se limitaron a dar un diagnóstico más sobre las causas del desplome y a determinar soluciones para consolidar el viejo imafron­te. Y esta tarea de fortalecimiento de la antigua fachada era tan profunda y costosa, que no es de extrañar que el Cabildo escuchara con atención las voces de quienes pen­saban que lo mejor era lanzarse a la aventura de realizar una obra nueva, diferente y monumental, lo cual preparó el camino para acoger con entusiasmo el parecer de Sebas­tián Feringán.

3. EL INFORME DE SEBASTIÁN FERINGÁN Y LA DECISIÓN DE CONSTRUIR UNA NUEVA FACHADA

Todo parece indicar que los capitulares variaron sus propósitos de reformar y consolidar la fachada y, junto con el obispo D. Tomás José de Montes, adoptaron la resolución de levantar otra nueva a raíz del informe emiti­do por Sebastián Feringán el 22 de marzo de 1734. ¿cuá­les fueron las razones esgrimidas por el ingeniero como para alterar de forma radical una postura tan firme? Se ha especulado mucho, y no siempre con pleno conoci­miento de los datos, sobre el papel desempeñado por Feringán en aquellos momentos de dudas y polémicas en tomo a la portada. La lectura de su largo e interesante

34 Ya en anteriores reuniones el Cabildo había decidido efectuar consultas a mayor escala. Sin embargo, no ejecutaron dicho acuerdo hasta bien avanzado el periodo de consultas, acaso cuando la situación se hizo de todo punto insostenible ante la falta de un horizonte claro y unánime de los maestros murcianos.

35 El diputado del Cabildo en la Corte D. Francisco López Oliver fue el encargado de buscar en Madrid especialistas para esta misión de asesoramiento. De estas gestiones daba cumplida cuenta a los capitulares a través de su correspondencia con D. Jaime Costa entre los meses de octubre de 1733 y abril de 1734. Sin embargo, desconocemos los detalles de estas actuaciones ya que hemos de lamentar la desaparición de estas cartas enviadas desde Madrid, conocidas tan solo por las fichas indicado­ras de su localización en el archivo (A.C.M., G-540, n."' 118, 119, 120,

Contraportada. Pintura del Sueño de San José, de Mateo Gilarte

dictamen permite apuntar varios factores como determi­nantes de su éxito y posterior influjo en las autoridades de la Catedral.

En primer lugar es necesario resaltar la consideración que precedió a su llegada a Murcia. Había sido recomen­dado por el rector del Colegio de la Compañía de Jesús en Cartagena, como técnico afamado y "sujeto de grande inteligencia", a lo que unía su aval como "Maestro de obras, que el Rey tiene en aquella ciudad" y, sobre todo, el prestigio de su condición de ingeniero. 38 Recuérdese a

131, 132 y 134). Así, se sabe que actuó de intermediario entre el Cabildo y ciertos matemáticos madrileños a los que entregó la descripción de los daños de la fachada y cuantos datos le solicitaban y, a su vez, envió a Murcia las soluciones preparadas por aquellos.

36 En el segundo informe, fechado el 21 de mayo de 1734, se alude textualmente al "escrito de diez, y nueve de febrerv pasado de este año" (A.C.M., G-123 A).

37 Una copia de este informe enviado a Madrid se conserva junto al resto de los dictámenes sobre la situación de la fachada (Ibídem).

38 A.C.M., B-38, f. 313, 26 de febrero de 1734. El obispo D. Tomás José de Montes había recibido a través del jesuita cartagenero infom1es precisos sobre la actividad de Feringán, lo que le había inducido a solicitar su traslado a Murcia en la seguridad de poder "dar dictamen

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Contraportada. Hornacina con la escultura de Santa Lucía

este respecto la creciente presencia de estos especialistas en las obras de gran alcance y el apoyo dado por la Monar­quía a lo largo de los siglos XVII y xvm. En un momento en el que la formación y la preparación de los arquitectos se encontraba en una situación ambigua, donde era difícil marcar la diferencia entre el conocimiento adquirido a través de la experiencia y la práctica del saber científico o teórico, parece lógico suponer que el Cabildo, ante el problema técnico planteado, deseara el diagnóstico de alguien con autoridad y competencia superiores a las de los anteriores informantes. Las cartas que anteceden a la visita a Murcia de Feringán para examinar directamente

acertado para el remedio del desplomo, y ruina ... ". El deán D. Luis de Belluga y Vargas, al informar a los capitulares de esta gestión del prelado, les convenció para sumarse a dicha iniciativa (Ibídem, ff. 313 y 313 v.).

39 Ibídem. Rápidamente el ingeniero se apresuró a contestar a las autoridades religiosas, comprometiéndose a viajar a Murcia (A.C.M., G-123 A, carta de Sebastián Feringán al Cabildo, Cartagena 2 de marzo de 1734). Días después se informaba en una reunión capitular que Ferin­gán "está ya en esta ciudad hospedado del Señor Obispo" (A.C. M., B-38, f. 316, 5 de marzo de 1734). Finalmente, el 22 de marzo, escribía de nuevo Sebastián Feringán para remitir los informes y dictámenes anterio-

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la portada muestran el interés de los capitulares, ya que acudieron a todo tipo de recomendaciones con la finali­dad de conseguir que el ingeniero abandonara por unos días su trabajo en Cartagena y aceptara el encargo de elaborar su estudio. 39

El segundo aspecto digno de destacar es el tono del informe. Se trata de un texto bien construido, ceremonio­so y salpicado de frecuentes alusiones a la gloria, el honor y la sabiduría de las jerarquías de la Iglesia de Cartagena, ante las cuales el ingeniero real se presentaba como un modesto técnico, indigno de la confianza en él depositada. Esta posición la mantuvo a lo largo de todo el discurso y la extendió a sus colegas al solicitar que fuera contrastada y juzgada su opinión por otros especialistas que, según él, podrían enfocar el tema con mayores conocimientos.

Otro acierto que, sin duda, debió producir una impre­sión favorable en los capitulares, fue su lenguaje sencillo y su argumentación didáctica: es un documento dirigido a profanos; de ahí, la utilización de razones fáciles de com­prender y valorar. Estos motivos llevaron a Feringán a eludir las discusiones en tomo a cuestiones muy traídas y llevadas como la estabilidad de los estribos o el peligro de arcos y bóvedas. Por el contrario, se centró en algunos puntos básicos: firmeza del terreno, cimentación, grado del desplome o sobrecargas. De este modo elaboró un dictamen que no dejaba lugar a dudas, porque de forma contundente fue enumerando una a una las deficiencias constructivas hasta mostrar la presencia de fallos estructu­rales de imposible solución.

Su primer diagnóstico se centró en los cimientos, al considerarlos insuficientes y mal planteados, pues tenían tan solo 14 palmos de profundidad, estaban construidos de mampostería en lugar de "un grande macizo de silla­res", sin zarpas o "retretas" para engarzarlos con la facha­da, la "que se debe considerar sin trabazón y desamparada de la demás obra". A continuación resaltó las condiciones adversas del subsuelo, próximo al río, con arenas y un nivel de aguas freáticas a 18 palmos. Reforzó su condena de la obra anterior al destacar la escasa estabilidad y el sistema mal calculado de trabazón o engarces, el cual debía haberse planeado de otro modo, en un lugar someti­do a frecuentes temblores de tierra e inundaciones que acusaban y acrecentaban la ruina de unos fundamentos mal concebidos.

Seguidamente fue mostrando, cuerpo por cuerpo, los problemas originados por haberse levantado el imafronte en diversas etapas. La construcción de los superiores se realizó sin respetar el proyecto original y, al proporcionar una sobrecarga al nivel inferior, provocó poco a poco el

res, y añadía "incluyo, como el menor de todos el mío, que he trasladado al papel, en consecuencia de los reconocimientos y operaciones que practiqué, para que V.S. en vista de él. se sirva determinar lo que fuere de su agrado" (A.C. M., G-123 A, carta de Sebastián Feringán al Cabildo, Cartagena, 22 de marzo de 1734). Una copia de la relación del ingeniero se encuentra en el legajo citado, junto con el resto de las certificaciones practicadas sobre el imafronte, y fue consultada por Andrés Baquero (Rebuscas y documen/Os .... op. cit.. p. 192) y transcrita por María Luisa López Escar (op. cit., pp. 101-116).

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hundimiento. Esta disfunción no sólo era producida por el "descomunal peso, que hay cargado sobre tan débiles cimientos", sino también por los desajustes en la concep­ción del segundo cuerpo, donde los órdenes no coincidían exactamente con los puntos de descarga del inferior "lo que es contra buena construcción -añadía Feringán-, pues siempre la obra que carga sobre otra, debe ser mucho más ligera y ésta que se erige sobre el l.er cuerpo es sin duda el doble más pesada, lo que será fácil de investigar con toda precisión porque en ella no hay vacío alguno sobrando tantos en el primero". Este último juicio coincidía con el de otros, cuando mostraban su preocupación por las hor­nacinas abiertas en la contraportada; sin embargo, nadie había descrito con tanta claridad el carácter ligero y con huecos del primer piso, frente a la continuidad y el espesor del segundo.

El ingeniero proseguía la crítica de la antigua portada afinnando que "la piedra que hay empleada en ella es muy blanda y sujeta a gastarse, cuando con el calor se rarifican las humedades y entumecimientos de la Luna que en sus poros se introducen"; con la exposición de este juicio Feringán rechazaba de golpe todas las propuestas encaminadas a desmontar y rehacer parte del imafronte con los mismos materiales.

Aludía después al escaso resultado de los anteriores intentos por reforzar la fachada con pilares y estribos. En definitiva, desaconsejaba cualquier iniciativa de este géne­ro porque "los defectos e imperfección de ella siempre quedaban en pie, pues cuando el todo no tiene la solidez y principios proporcionados, poco importa que las partes que se le agregan los tengan", volviendo a descartar todo razonamiento en defensa de aprovechar al máximo la obra anterior, lo que, como indicaba en otro lugar de su dicta­men, sería costoso y con escasas o nulas posibilidades de éxito.

Tan largo razonamiento de tipo técnico le hizo afinnar de fonna rotunda la necesidad de levantar otra portada, opinión manifestada en los siguientes ténninos:

... soy de sentir, en conciencia y arreglado a mi corto enten­der, que la referida Fachada se deshaga toda, y desde el cimiento se reedifique, con las reglas, proporciones y Decoraciones que le corresponden, y con las demás cir­cunstancias convenientes a su solidez, y duración, hacien­do de una vez los gastos para ella, Arcos y Bóvedas del trascoro, cuyas disposiciones no faltarán al Ilmo. Cabildo sujetos que las establezcan bajo sólidos principios, hacien­do para mayor perpetuidad el cimiento todo de sillares bien trabados y el embasamento y pedestales del primer cuerpo de piedra negra bruñida .. .

Todo lo comentado hasta ahora sobre el infonne de Sebastián Feringán se refiere a la estructura y a la estabili­dad del imafronte, es decir a la explicación razonada y ponnenorizada de las causas del desplome. Sin embargo, el ingeniero real aún utilizó otros argumentos quizás de mayor impacto en las autoridades de la Iglesia de Cartage­na que toda la relación técnica. Así, debe subrayarse su insistencia en el riesgo de ruina de la fachada. En este punto, igual que en la proposición de levantar un nuevo frontispicio , fue claro y preciso:

... reconociéndose años ha desplomada y con los defectos que se han dicho y fue criada, según lo natural parece imposible se pudiera mantener, y lo atribuyo a patente Milagro que la divina omnipotencia de Dios ha manifesta­do piadoso inclinándose a los ruegos y oraciones, que continuamente le tributan fervorosos en esta Santa Iglesia, los virtuosísimos varones que la asisten, y otras rogativas hechas a este intento; sin cuyas circunstancias que causan efectos sobrenaturales, se hubiera en la fachada experi­mentado su total ruina con lamentable extrago, lo que fundo en esta reflexión.

En este aspecto Feringán supo y entendió con gran acierto que para la sensibilidad religiosa de los capitulares, desde el momento en que la portada se mantenía en pie por causas sobrenaturales y milagrosas, sobraban razones en favor del derribo. El obispo, con su palacio frente al imafronte, y los canónigos no desearían lógicamente co­rrer riesgos pennanentes y vivir a expensas del éxito de sus oraciones.

Queda todavía otro argumento de gran valor y efectivi­dad, esgrimido por el "Ingeniero de Su Majestad", cuando invocó el valor y el coraje de los capitulares, pues, al rechazar el posible arreglo de los estribos, afinnaba que una obra restaurada no se correspondía con "la seria auto­ridad y representación de una Santa Iglesia Catedral tan antigua cuyos Ilustrísimos Asistentes no considero tan apocados de ánimo y limitado gusto ... ".

Es curioso observar que, frente a otros dictámenes, el de Feringán fuera considerado por los canónigos como el más claro y convincente, cualidades que alabaron con frecuente insistencia. Estas consideraciones permiten su­poner que el mérito del ingeniero fue ciertamente salirse del marco habitual de discusión y abordar el tema desde nuevos puntos de vista: calidad de materiales, cimenta­ción, valoración del riesgo; a la vez que tocaba la fibra sensible y la vanidad de las autoridades religiosas, dándo­les motivo para proponer la ejecución de una nueva facha­da con la finalidad de evitar males mayores. No debe olvidarse, además, que las ideas de Feringán fueron ex­puestas en el momento crítico, cuando las esperanzas de tener éxito con soluciones parciales se estaban esfumando. Se habían agotado las consultas a expertos y técnicos, sin que hubiera llegado hasta entonces a manos del Cabildo una propuesta digna de crédito y que ofreciera las garan­tías de una obra finne y duradera. Por el contrario, el infonne de Feringán, precisamente por su rotundidad, despejaba todo horizonte de dudas y, al mismo tiempo, como se trataba de derribar la obra antigua, quedaban eliminadas y olvidadas las viejas discusiones sobre su esta­bilidad. En definitiva, era más fácil ponerse de acuerdo en realizar una nueva fachada que en establecer un crite­rio único sobre los reparos.

El informe realizado por el ingeniero marcó también su incorporación a la historia del imafronte. Desde esta fecha se ganó la confianza del Cabildo y pasó a ser su asesor. La larga documentación conservada muestra que mantuvo frecuentes contactos con los capitulares y fue llamado para consultarle las decisiones más importantes sobre el proyecto y construcción de la nueva fachada hasta poco después de iniciadas las obras.

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Contraportada. Hornacina con la escultura de Santa Catalina

En esta fecha, y como parte de su trabajo, Sebastián Feringán presentó "un perfil que ejecutó arreglado al esta­do de ella", es decir, elaborado como ilustración gráfica que acompañaba al contenido de su informe. 40 El hecho es normal pero ha de ser tenido en cuenta porque una errónea interpretación de este dato, junto con otros que se verán después, originaron numerosas conjeturas sobre su autoría en la traza del nuevo imafronte.

Debe señalarse también que Feringán dio algunas ins­trucciones, que a su juicio no admitían demora, como apuntalar la fachada, desmontar el tercer cuerpo y bajar la escultura de San Pablo, durante los días de su perma­nencia en Murcia a principios de marzo de 1734. Todo esto demuestra el ascendiente que tenía sobre las autorida­des de la Diócesis, pues no se olvide que estos trabajos se

40 En el libramiento girado a Feringán por su trabajo se alude textual­mente a dicho "perfil" (A.C.M., G-123 A, cuadernillo de cuentas de 11 de marzo de 1734 a 16 de abril de 1736). Durante los tres días de estancia del ingeniero en Murcia, éste estuvo acompañado por Antonio de Elgue­ta, el cual le ofreció sus servicios y el plano que tenía levantado (Ibídem).

41 Estas medidas fueron reseñadas por Feringán al final de su dicta­men y se comenzaron a ejecutar el 1 1 de marzo. bajo la dirección del

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efectuaron con anterioridad al acuerdo formal del Cabil­do. Es decir, que de alguna manera se estaba iniciando la demolición en virtud de unas apreciaciones que el inge­niero había considerado muy urgentes. 41

Cinco días después de entregado el informe, es decir el 27 de marzo de 1734, el Cabildo, tras su examen, acordó que se continuara el derribo "como se ha comenzado por el último cuerpo, pues parece no tener otro reparo seguro su quebranto", y que se enviara para su consideración a los especialistas madrileños -así lo había solicitado el propio ingeniero- "en confianza de que se aprobará en la Corte". 42 Tal era la seguridad que los capitulares tenían en las opiniones de Feringán y el crédito que les merecía su dictamen.

Carlos de la Reguera, Pedro Fresneda, Pedro Ribera y Pedro Ruiz ofrecieron un peritaje diferente al del ingenie­ro real; por un lado, reconocieron que la construcción original era buena, y prueba de ello era su supervivencia durante doscientos años; por otro, estimaron que las cau­sas de los quebrantos no eran las enunciadas por Feringán, sino los cameros o bóvedas de enterramientos construidos después de levantada la fachada y, por supuesto, las últi­mas obras. Sin embargo, no tomaban una posición clara en relación con la solución dada por Feringán porque, si bien reconocían que sería bueno levantar una nueva por­tada desde los cimientos, asustados por los costes -unos 50.000 ducados según sus estimaciones-, no descartaban la posibilidad de restaurar la antigua siempre que lo efec­tuara un arquitecto "teórico y práctico, y verdaderamente celoso del bien, y utilidad de esta Iglesia". 43 Con esta última afirmación los peritos de la Corte declaraban la dificultad de la empresa, tanto a nivel técnico como hu­mano, lo cual, en definitiva, dejaba la cuestión zanjada a favor de la ejecución de una nueva obra, aunque como alternativa propusieran la solución dada por ellos. En realidad, sólo desestimaban la resolución de Sebastián Feringán por motivos económicos, y éste era un tema de carácter interno tocante sólo al Cabildo y a la Fábrica de la Catedral.

Este diagnóstico ambiguo debió de sumir nuevamente a los capitulares en dudas, sintiéndose fortalecidos quienes defendían la restauración, por lo que la partida quedaba en tablas. Así lo afirmaron textualmente al decir que "se propuso otro medio, que es el derribar el segundo cuerpo de dicha pared por ser más pesado, y grueso que el prime­ro, y dejar éste como está para que reforzándole con pilas­tras, y estribos por dentro, y por fuera pueda sustentar lo que sobre él se reedifique". 44 Sin embargo, no todos opi­naban igual, no había una determinación unánime. Debi­do a esto, se acordó enviar dicha propuesta y el dictamen de los peritos de la Corte a quien -se ha podido observar reiteradamente- gozaba de la máxima consideración y

maestro de obras de la Catedral José Alcamí y del cantero Lucas de los Corrales (Ibídem).

42 A.C.M., B-38, ff. 321 y 321 v., 27 de marzo de 1734. 43 El informe fue fechado en Madrid el 21 de abril de 1734 (A.C.M.,

G-123 A). 44 A.C.M., B-38, f. 340 v., 7 de mayo de 1734.

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confianza del Cabildo: el ingeniero Sebastián Feringán. A los pocos días, su respuesta fue clara y contundente, tal como había manifestado en su primer informe:

... podrá V.S. ejecutar lo que fuere de su agrado, pues yo no puedo en Dios y en conciencia variar de lo que en mi papel de 22 de marzo expuse, sin que medien razones que me convenzan. 45

Es evidente que en este momento, mayo de 1 734, existía ya una conciencia generalizada de las dificultades que entrañaba la consolidación y restauración del viejo imafronte. Al mismo tiempo, se extendía la idea de que el escollo principal a la hora de tomar una decisión tajante era el aspecto financiero. Tal vez por eso, la documenta­ción refleja que en los meses inmediatos al informe de Feringán, varios capitulares iniciaron gestiones para cons­tatar los fondos que podrían ser retraídos o recaudados en el caso de promoverse una nueva fachada. 46

Sin embargo, esta decisión de inercia sería solventada

45 Carta de Sebastián Feringán al Cabildo, 14 de mayo de 1734 (A.C.M., G-123 A).

46 En este sentido, es elocuente la actuación del racionero D. Francis­co López de Oliver, diputado del Cabildo en la Corte y encargado, precisamente, de ponerse en contacto con los expertos madrileños para dictaminar sobre la fachada, que ya había preparado un borrador para solicitar medios extraordinarios de financiación dando por descontado

por el obispo D. Tomás José de Montes, que al ser consul­tado e informado al respecto respondió que era partidario de "derribar la fachada y hacerla de nuevo", y que estaba dispuesto a realizar gestiones ante la Sede Apostólica para obtener recursos excepcionales a tal fin. 47

Finalmente, tras toda esta serie de informes, réplicas y contrarréplicas, después de la intervención del prelado y leída la última carta de Sebastián Feringán "atendiendo a la seguridad y mayor firmeza de la obra, se acordó por todos los votos, exceptuando tres, que no convinieron en ello; que la dicha pared, y portada principal se demuela toda y que se levante de nuevo desde los cimientos ... ". 48

Esta fecha -21 de mayo de 1734- marca el fin de un largo período, de más de treinta años de duración, de discusio­nes e incertidumbres, y el inicio de otra etapa de opuesto signo, caracterizada por la voluntad clara y definida del Cabildo de la Iglesia de Cartagena de edificar una obra monumental, sin que apareciese el más mínimo resquicio de dudas en el proceso de su realización.

"el total desmonte y reedificación hasta de los mismos cimientos", deci­sión que aún no había sido adoptada (Borrador de memorial al Rey, A.C.M., G-123 A).

47 A.C.M., B-38, f. 343, 13 de mayo de 1734. 48 Ibídem, ff. 344 v. y 345, 21 de mayo de 1734. Fueron veintitrés

los asistentes a esta reunión capitular.

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