Caracas de Latinoamérica

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Articulo relacionado a la ciudad de Caracas, su metropolización y comparación con otras urbes latinoaméricanas

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Marco Negrón

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Primero fueron las ciudades

Un fenómeno característicamente latinoamericano ha sido el rol central jugado por sus ciudades desde el mismo momento en que el sistema colonial comenzó a dar signos de viabilidad. Quizá con más propiedad que en ningún otro continente, de ellas puede decirse que fueron las que moldearon el territorio y las mismas sociedades: habiendo fungido de auténticas cabezas de playa para la ocu-pación del continente por los europeos y la implantación del nuevo orden, esas ciudades creadas ex – novo terminaron convirtiéndose, como lo ha señalado Paul Singer, en “el crisol de la vida política colonial y la cuna de los movimientos que deflagran la lucha por la independencia en el primer cuarto del siglo XIX” (Singer, 1979:123).

Es sin duda ese proceso de consolidación urbana el que explica por qué, en el caso de las provin-cias españolas de América del Sur, Caracas, Bogotá, Quito, Santiago y Buenos Aires no solamente reaccionan con extraordinaria fuerza y prontitud tanto a la ocupación napoleónica de la península como al posterior y tenaz intento de recolonización, sino que se convierten al mismo tiempo en los aglutinantes que impiden un mayor desmembramiento de las antiguas unidades administrativas terri-toriales creadas por la corona española: exceptuados unos pocos casos, en términos generales el mapa de las nuevas naciones independientes se dibuja siguiendo en lo esencial la traza definida por los antiguos virreinatos y las capitanías generales. Son en efecto esas capitales las que atraen a las provincias a la construcción del nuevo orden:

“Sedes principales de la actividad económica, sedes políticas y eclesiásticas, las capitales eran también los centros más importantes de cultura. En ellas se constituyeron los grupos po-líticos más activos y con mayor claridad de miras. Sin duda quisieron éstos conservar el con-trol sobre la región, pero descubrieron muy pronto que necesitaban su consentimiento y con-vocaron a las provincias para que concurrieran a constituir congresos representativos”1

Pero serán también ellas las que impidan que durante el resto del siglo XIX se impongan las fuerzas centrífugas representadas en los movimientos federalistas que recorrieron todo el continente desde el norte hasta el sur. En el caso venezolano, además, el federalismo triunfante, una vez instalado en Caracas, no hace otra cosa que afianzar la capitalidad: desde la constitución del Distrito Federal como espacio propio del gobierno central por Decreto Presidencial del General Falcón de 1864, has-ta los programas de modernización y embellecimiento de la capital emprendidos durante la larga hegemonía de Antonio Guzmán Blanco iniciada en 1870 (Cunill, 1984:161-220).

Un lento despegue

Sin embargo, seriamente golpeada por la muy cruenta guerra de independencia, el devastador te-rremoto de 1812 (de 10.000 a 15.000 muertos en una ciudad de 50.000 habitantes) y las guerras y guerrillas que asolaron al país a lo largo de todo el siglo XIX, solamente hacia finales de este último Caracas recuperará la población que Humboldt estimaba la víspera de aquel terremoto: en 1881 el

1 Romero (1997:XXVIII).

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primer censo oficial que se realiza en Venezuela registra casi 56 mil habitantes contra los 50 mil de la estimación de Humboldt; todavía el censo de 1920 registra una población de apenas 92.212 habi-tantes, lo que se traduce en un crecimiento anual promedio del 1,3% en esos treinta y nueve años, contrastando con el salto que va a registrarse entonces, cuando en seis años la población se incre-menta en más de 50 mil habitantes para alcanzar una tasa inédita del 8,1% (Arellano Moreno, 1972:158-159).

Santafé de Bogotá, la capital del antiguo virreinato, registra un comportamiento más errático a lo largo del siglo XIX: en 1801, con 21.394 habitantes, era más pequeña que Caracas, que, según el Censo Eclesiástico de 1800, tenía 10 mil habitantes más; aunque en 1881 aquella supera a la se-gunda en casi 30 mil habitantes, terminarán el siglo prácticamente igualadas, de modo que solamen-te en el siglo XX terminará por establecerse una hasta ahora insuperable diferencia poblacional a favor de Bogotá que ya en 1912 cuenta con 117 mil habitantes (Mejía Pavony, 1997), cifra que Ca-racas alcanzará solamente catorce años más tarde.

Pero ese lento crecimiento demográfico durante el siglo XIX no indica que ambas ciudades, erradi-cado el orden colonial, no se estén transformando. Es notable la semejanza con la experiencia ca-raqueña de los signos que Mejía Pavony registra como indicadores de cambio en la Bogotá decimo-nónica:

“Signos que dan razón de una significativa y profunda situación de cambio en Bogotá durante el siglo XIX son, entre otros, la conversión de sus plazas y plazuelas en parques; la erección de monumentos a los héroes patrios y la transformación de la ciudad en símbolo de la nueva ideología; la implantación de una racionalidad positiva en la nomenclatura y el uso en ella de nombres de personas ejemplificantes del civismo republicano; la inserción de saberes libera-les en el manejo de los asuntos urbanos; la dependencia y sujeción de los organismos de go-bierno de la ciudad frente al poder ejecutivo nacional; la presencia de una creciente elite co-mercial y la atracción de las elites provinciales hacia la capital; la variedad que adquirieron en la ciudad los oficios y las profesiones; el acortamiento de las distancias; en fin, el manejo de la ciudad a cargo de juntas surgidas del sector privado y su dominio de los principales servicios municipales”2.

Un aspecto curioso sin embargo resulta de la debilidad de los incrementos en la superficie de Cara-cas pese al crecimiento poblacional3: mientras para 1912 Bogotá había incorporado al casco urbano un área casi equivalente a la que tenía en 1801 (Mejía Pavony, 1997:109-110), Ricardo Razetti, en su plano de Caracas de 1897 registra una superficie de 430 hectáreas (De-Sola Ricardo, 1967:99-101) cuando el plano de Depons de 1801 identifica más de 50 manzanas entre las quebradas Anau-co y Caroata, los límites tradicionales de la ciudad colonial (De-Sola Ricardo, 1967:54-55), lo que arrojaría una superficie sustancialmente igual a la anotada por Razetti4. Considerando la pobreza y el relativo atraso tecnológico que entonces predominaban en ambos países, no es descartable que la explicación de estas diferencias estuviera en la topografía: Bogotá se localiza en una sabana ex-tendida, prácticamente sin obstáculos, mientras que Caracas lo hace en la parte norte de un peque-

2 Mejía Pavony (1997:103). 3 Este aspecto ya ha sido destacado por Gasparini 4 En teoría las manzanas del casco central de Caracas deberían medir 117 x 117 metros, prácticamente 1,4 hectáreas (de Terán, 1989:100).

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ño valle, confinada al norte por las escarpadas laderas del Ávila, al sur por el río Guaire y al este y oeste por los profundos cauces de las quebradas que corrían desde la montaña hasta el río.

El embrión del siglo XX

El XX ha sido definido, con toda razón, el siglo de la urbanización: al comenzar, apenas el 5,5% de la población mundial vivía en ciudades mayores de 100 mil habitantes; al finalizar, casi la mitad vivía en ciudades, cuarenta y una de las cuales tenían más de 5 millones de habitantes y ochocientas se colocaban entre los 500 mil y los 5 millones. Para 1900, en América Latina solamente Buenos Aires, con 806.000 habitantes, había logrado sobrepasar el umbral del medio millón y de hecho era reco-nocida como una de las grandes metrópolis mundiales de la época. Con mucho adelanto a los de-más países del continente, la revolución urbana argentina ocurre entre 1869 y 1914 cuando la po-blación viviendo en ciudades pasa del 28,6% al 52,7% de la población nacional; en términos absolu-tos ello significó que la población urbana se elevó de los 496.000 de la primera fecha a 4.155.500 en la segunda (Liernur, 2001:25).

Entre 1947 y 1991 el núcleo central de Buenos Aires, la Capital Federal, permanece estancado en poco menos de 3 millones de habitantes, mientras es el Gran Buenos Aires quien incorpora los 6.507.000 nuevos habitantes de la metrópoli; con todo, en términos latinoamericanos de la época, eso da un crecimiento moderado del 2% entre las fechas extremas.

En aquellos primeros años del novecientos otras diez ciudades del continente se colocaban en el rango entre 100.000 y 500.000 habitantes, destacando entre ellas cuatro que se ubicaban sobre los 300 mil: Ciudad de México, Santiago de Chile, La Habana y Montevideo. Caracas, con 73.000 habi-tantes, apenas se ubicaba en el tercer rango, las de 50.000 a 100.000, en el cual la acompañaban varias capitales regionales de otros países, algunas de las cuales como Puebla, Guayaquil y Santia-go de Cuba, incluso la superaban o emparejaban en tamaño poblacional (de Terán, 1989:199).

El caso mexicano reviste algunas peculiaridades en el ámbito del continente: pese a contar con la que es hoy su segunda gran metrópoli, todavía en 1970 el 41% de la población del país era rural; en 1930 Ciudad de México supera el millón de habitantes (1.049.000), lo que representaba el 36% de la población urbana; cuarenta años más tarde, con 8.400.000 habitantes, subía hasta el 38,5%, resul-tado de un crecimiento más débil de los demás centros urbanos. En este caso, como en la generali-dad de los países hispano americanos, el proceso de urbanización se inscribe en los límites del siglo XX, con dos etapas: una de urbanización lenta entre 1900 y 1940, cuando se requirió de 40 años para duplicar el nivel de urbanización, y otro de 1940 a 1960 cuando se requirió solamente la mitad de aquel tiempo; en ese sentido, 1940 ha sido considerado un punto de inflexión de la urbanización mexicana (CEED, 1970:120-121). Hacia finales del siglo la primacía de la capital ha disminuido con-siderablemente, ubicándose en el 24% pero es casi cinco veces más grande que Guadalajara, la ciudad que le sigue en tamaño poblacional (CEPAL, 2001).

La experiencia venezolana es la de una urbanización relativamente tardía respecto a otros países del continente: si es cierto que entre 1920 y 1926 Caracas, largamente la principal ciudad de Vene-zuela, registra un excepcional crecimiento del 6% promedio anual, también es cierto que lo hace a partir de una modesta base de 118.000 habitantes, correspondiente al 5% de la población de un vasto país todavía semidespoblado con una densidad de escasos 2,7 habitantes por kilómetro cua-drado. No obstante, son los años en que se descubren los primeros grandes yacimientos petrolíferos y se inicia una fase durante la cual la historia nacional, como también la de las ciudades, estará es-trechamente asociada a la dinámica de la economía petrolera: pese a lo modesto de las cifras abso-lutas de aquellos primeros años, la población urbana de Venezuela como la de Caracas se duplican

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entre 1920 y 1936. Desde entonces y hasta 1971 el Área Metropolitana de Caracas5 conocerá ta-sas anuales de crecimiento demográfico intercensal por encima del 5%, aunque vale la pena subra-yar que desde 1936 a la fecha, pese a que hasta 1981 registró siempre el mayor crecimiento absolu-to intercensal, en términos relativos siempre ha sido superada por un número importante de otras ciudades venezolanas (Negrón, 2001:92-93 y 95).

Un sorprendente despertar

El crecimiento demográfico de la ciudad durante estos años, sin embargo, no se corresponde con su evolución urbanística: siguiendo la caracterización que Armando Córdova hizo de la economía de aquel período (Córdova, 1979), también en el caso de Caracas podemos decir que nos encontramos frente a un proceso de “crecimiento sin acumulación”, que para el caso se traduce en un crecimiento exponencial de la población sobre una ciudad que prácticamente no se modifica en sus aspectos físicos: apenas se registran ligeras variaciones en su perímetro y en su parque inmobiliario. La in-corporación de la nueva población se resuelve a través de la subdivisión de las viejas estructuras habitacionales con los consiguientes efectos de hacinamiento y el incipiente crecimiento en los már-genes de las quebradas y la periferia de la ciudad de viviendas improvisadas, todo lo cual conduce a un acentuado deterioro de la calidad de la vida y un radical incremento de la densidad, como se puede observar en el cuadro que se inserta a continuación:

Como resulta del cuadro, frente a un incremento de la superficie urbana del 24% entre esos dos años, el crecimiento poblacional fue de 209%; además, muchas de las viejas mansiones coloniales del centro, habiéndose transferido sus propietarios desde principios de siglo al entonces suburbano sector de El Paraíso o más tarde a los recientes desarrollos del este, fueron transformadas en fon-dos de comercio con los consiguientes efectos negativos sobre el ambiente del casco histórico. Todo ello hace que la ocupación del valle por la ciudad sea, todavía en esa fecha, muy poco significativa (v. Fig. 1).

5 Para las variaciones en el tiempo del ámbito del Área Metropolitana, ver Negrón (2001:60).

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Prácticamente durante todo ese trayecto del siglo XX la vida de Venezuela estuvo marcada por la dictadura vitalicia de Juan Vicente Gómez (1909-1935), quien ejerció el poder de manera omnímoda, sin contrapesos ni posibilidades de oposición legal alguna, responsabilizado repetidamente de apli-car una política de castigo a Caracas, ciudad que le resultó siempre hostil. Sea como fuere, la ver-dad es que, aparte de haber preferido como lugar de residencia la ciudad de Maracay, durante su gobierno las inversiones en obras para la capital fueron evidentemente exiguas. Por ello resulta más impresionante la reacción que en el plano urbanístico se produce en la fase histórica subsiguiente, caracterizada por una afirmación creciente del orden democrático: desde1936 se abre un debate acerca del destino de la ciudad que desembocará en el llamado Plan Monumental de 19396.

Ese plan parte de una visión prospectiva de aquella modesta ciudad como una de las futuras capita-les políticas del continente aprovechando su muy favorable posición geográfica:

“… no sería aventurado afirmar que en lo futuro, Caracas podrá ser la Capital del Sur de esa nueva civilización caribe, como San Luís, sobre el Mississipi (sic), será la capital del Norte. México y La Habana, correrán al Oeste y al Este del círculo armonioso donde se desarrollará, dentro de poco, con una vitalidad extraordinaria, la nueva civilización americana.

“De estas capitales, Caracas, considerada como zona residencial, parece ser la más privile-giada por su clima excepcional que, no hay que decirlo, le asegura en ese sentido, una venta-ja notable; pero es necesario que la Ciudad se prepare para la misión envidiable que le ofrece su destino…” 7

Para ello se plantea crear un elemento urbano de gran fuerza que simultáneamente permita revitali-zar el agobiado centro de la ciudad, lo que se concreta en la proposición de un eje vial de carácter monumental -la Avenida Bolívar- que, partiendo del parque de Los Caobos, remataría en una plaza de dimensiones heroicas y el nuevo Centro Cívico de la ciudad, cuyo edificio central sería el Capito-lio localizado por el plan al pié de la colina de El Calvario, prominente referencia de la topología de la vieja ciudad (v. Fig. 2).

Pese a las muchas críticas que a lo largo del tiempo se han hecho a ese plan, es imposible subesti-mar el interés de muchos de los instrumentos de actuación que proponía; pero además, pese a las variaciones introducidas a lo largo del tiempo, es evidente que la Avenida Bolívar se convirtió, y en gran medida así se mantiene, en uno de los espacios de la ciudad más propicios para el ensayo de nuevas experiencias de arquitectura urbana.

6 Ver Vallmitjana et al. (1991). 7 Gobierno del Distrito Federal (1939).

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El Silencio, disparador de la modernidad caraqueña

En 1942, aprovechando una atractiva oferta de financiamiento externo, las autoridades nacionales y de la ciudad deciden sustituir el Centro Cívico por un conjunto residencial de clase media sin aban-donar del todo las ideas centrales del plan. El proyecto es sometido a concurso, resultando ganadora la propuesta presentada por Carlos Raúl Villanueva, quien materializará el primer gran elemento urbano moderno de la ciudad: la urbanización El Silencio (747 apartamentos y 207 locales comercia-les), por su escala y la calidad de la solución, la intervención más importante que Caracas había conocido desde su fundación y que aún hoy, pese al estado de abandono de todo el sector, se yer-gue todavía como ejemplo de la ciudad que pudo ser.

Este proyecto operará como una suerte de detonante del proceso que se desata al finalizar la se-gunda guerra mundial y que, en un lapso de no más de diez años, producirá una radical transforma-ción de la ciudad al punto de convertirla en una auténtica referencia de la modernidad latinoamerica-na. En palabras de Giorgio Piccinato:

“A lo largo de todo el período de las dictaduras, hasta la caída de Marcos Pérez Jiménez y más tarde todavía, durante toda la década de los setenta, la ciudad crecerá, se dotará de ser-vicios e infraestructuras, cambiará completamente su rostro por iniciativa de los constructores e inversionistas privados, a menudo ignorando o manipulando las ordenanzas de construc-ción. Se delineará entonces, con coherente continuidad, la imagen de Caracas como todavía hoy se nos presenta: ciudad ejemplar de la modernidad. Quizá más auténtica y viva que la propia Brasilia. Porque esta es de verdad la ciudad construida según los dictados del Movi-miento Moderno, la soñada por Le Corbusier y los arquitectos de los CIAM”8.

Al terminar la segunda guerra mundial, con jurisdicción sobre todo el país, se crea la Comisión Na-cional de Urbanismo (CNU), que en 1951 concluye el Plan Regulador de Caracas que reconoce por primera vez el ámbito del área metropolitana, la cual, con meros fines estadísticos y censales, había sido creada en diciembre de 1950. Desaparecida la CNU, toma el relevo la Dirección de Urbanismo del Ministerio de Obras Públicas que en 1958 produce el Plan General de Desarrollo para el Área Metropolitana de Caracas, una actualización del anterior que procura inscribir la ciudad en el contex-to más vasto de lo que después se definirá como la Región Centro Norte Costera. Durante esos años y en el marco definido por dichos planes se produce una fuerte intervención so-bre la ciudad, caracterizada por el desarrollo de obras de gran escala y notable calidad arquitectóni-ca como el Sistema de La Nacionalidad, un extenso sistema vial y monumental que incluye las edifi-caciones militares (Luís Malaussena), y el Centro Simón Bolívar, inspirado en el Rockefeller Center (Cipriano Domínguez). Una mención particular merece el desarrollo del llamado programa de super-bloques del Banco Obrero9, que en el corto lapso comprendido entre 1953 y 1957 y en el ámbito más restringido de Caracas -el actual municipio Libertador- llegó a construir casi 18.000 apartamen-tos de interés social, la mitad de ellos en un único conjunto, la urbanización que hoy se conoce como 23 de Enero, ejecutando una intervención urbana que cambia, quizá como ninguna otra, la imagen de la ciudad. Pero sin duda la obra maestra de tan brillante período es la Ciudad Universitaria (Car-los Raúl Villanueva), no en vano declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO en el año 2000, obra sin parangón en el continente tanto por la arquitectura como por la obras de arte incorporadas por Villanueva a su ensayo de integración de las artes (v. Fig. 3).

8 Piccinato (2002:180). 9 Bajo la responsabilidad de los arquitectos del Taller del Banco Obrero (TABO) dirigido por Villanueva.

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Sin dudas el aspecto más criticable de toda esa experiencia y que más ha comprometido el buen desarrollo de la ciudad, pero con todo inseparable de la ideología del movimiento moderno, es el que tiene que ver con el tema del transporte: todo se juega a beneficiar el automóvil privado como medio dominante de movilización, ignorando de manera ostensible cualquier intento de crear un sistema medianamente organizado de transporte colectivo. Es así que se procede al trazado de nuevas ave-nidas que en muchos casos atravesaron sin contemplaciones de ningún tipo el viejo centro histórico demoliendo centenares de edificaciones, algunas de ellas de relevante valor patrimonial, y la cons-trucción de un elevado número de kilómetros de autopistas urbanas y extraurbanas, las primeras de las cuales, en particular, se encuentran totalmente colapsadas, recuperando solamente a altas horas de la noche, cuando ya no hay tráfico, su condición de vías rápidas. Pero aunque el período está signado por la magnitud y calidad de las obras adelantadas por el Esta-do, armado de los ingentes recursos petroleros, también la inversión privada va a jugar un rol muy destacado en ese salto de Caracas hacia la modernidad: sin ignorar que él dirigió la expansión hacia el este de las urbanizaciones de clases media y alta, concebidas a partir del modelo suburbano es-tadounidense pero en las cuales emergen notables arquitecturas residenciales y un espacio público de relevante calidad como es la plaza Altamira, es preciso recordar sobre todo la significación de una larga serie de edificios comerciales y de oficinas, construidos en el casco histórico y en el eje Plaza Venezuela-Sabana Grande, que han incidido fuertemente en la consolidación de la trama ur-bana actual y, a la vez, constituyen parte fundamental del moderno patrimonio arquitectónico de Caracas. A lo largo de este proceso termina por ocurrir la completa ocupación del valle mayor o de San Fran-cisco (18 kilómetros de longitud entre Catia y Petare por 3,5 de ancho máximo) y sus valles subsidia-

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rios, con lo cual la ciudad, forzada por la geografía, alcanzará su forma lineal característica: un gran eje este-oeste, donde se concentran las principales troncales de transporte y las mayores den-sidades y alturas edificatorias:

“Caracas es sin duda una ciudad espectacular y la emoción comienza con el aeropuerto… Poco después de salir del aeropuerto el viajero se percata de una de las características pre-dominantes de Caracas: sus ‘ranchos’ o ciudades perdidas aferradas a las laderas de las montañas. Cerca de la zona urbana se encuentran más casuchas amontonadas a ambos la-dos de la carretera y, al salir del último túnel, aparecen por doquier. Conforme el camino se aproxima al valle, se despliega ante nuestros ojos una visión modernista, con cientos de ras-cacielos. En el centro de Caracas todo parece estar en el aire: montañas, edificios de depar-tamentos y de oficinas, anuncios, ¡incluso las barriadas!”10

Por supuesto la ciudad, tanto la formal como la informal, también ha crecido trepando por las colinas que rodean los valles, pero como quiera que allí la topografía impone mayores restricciones a la densidad y la altura, el esquema morfológico de la ciudad, dominado por la columna vertebral consti-tuida por el valle mayor, no sólo no se ha modificado sino que incluso ha alcanzado, tal vez, una mayor definición. Pese a las restricciones para su expansión, no hay duda en cuanto a que esa geografía tan condi-cionante ha constituido una ventaja en aspectos cruciales, particularmente en el diseño de un efi-ciente sistema de transporte masivo como se ha demostrado con la construcción del metro de Cara-cas a partir de los años ochenta. La mayoría, si no la totalidad de las demás grandes ciudades lati-noamericanas, sin restricciones físicas equivalentes, han tendido a crecer en forma radial hacia to-das las direcciones, dando origen a una morfología mucho más difícil de gobernar.

La metropolización vergonzante

Con la restauración de la democracia en 1958, Caracas, que ya había superado el millón de habitan-tes, intentó recuperar una institución propia para el planeamiento urbano; es así que en 1960 se crea la Oficina Municipal de Planeamiento Urbano del Distrito Federal (OMPU)11, dependiente del Conce-jo Municipal, que en 1963 presenta el Estudio de Base para la Formulación de una Tesis sobre el Área Metropolitana de Caracas, documento fundacional del futuro Plan General y que se proponía llegar a una definición cuantitativa y cualitativa de la ciudad y de sus relaciones con la región y la nación.

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10 Gilbert (1997:23). 11 El Distrito Federal se dividía administrativamente en el Departamento Libertador, correspondiente al actual Municipio Libertador, y el Departamento Vargas, posteriormente Municipio Vargas y más recientemente Estado Vargas, con lo cual perdió cualquier nexo administrativo con la ciudad de Caracas.

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En 1972 las municipalidades del Distrito Federal y el Distrito Sucre12 del Estado Miranda firman el Convenio de Mancomunidad Urbanística del Área Metropolitana de Caracas y la Oficina Municipal de Planeamiento Urbano es sustituida por la Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano.

Pero durante las décadas de los años sesenta y setenta prevalece en las autoridades públicas vene-zolanas la idea de que las ciudades grandes constituyen un lastre para el desarrollo; particularmente llamativa era la tendencia a inflar constantemente las cifras de población de Caracas y atribuirle lo que se suponía era un tamaño desproporcionadamente grande en relación a la población nacional, argumentando además que tal situación constituía una de las causas que hacían tan elusivo el obje-tivo del desarrollo nacional: se planteaba en última instancia que la búsqueda del desarrollo pasaba por limitar el crecimiento de las ciudades, particularmente de Caracas y las demás ciudades de la llamada región Centro-Norte-Costera, concretamente Valencia y Maracay.

Dentro de ese contexto terminó por resultar imposible estructurar una política urbana coherente para la ciudad, generándose más bien una suerte de esquizofrenia urbanística. La propia OMPU, que en 1979 esperaba que la población del Área Metropolitana para el año 2000 fuera algo superior a los 5 millones de habitantes, sobreestimando en 2,3 millones, casi un 80%, la cifra real que finalmente resultó del censo de 2001, en lugar de explorar alternativas urbanísticas más racionales y eficientes para el crecimiento de la ciudad, terminó plegándose a la prédica antiurbana:

“Las restricciones topográficas y las limitaciones derivadas de la necesidad de depender de recursos externos a la región para atender la demanda de ciertos servicios esenciales… indi-can la conveniencia de reducir en lo posible el crecimiento de la población de Caracas y, en consecuencia, de la demanda de áreas urbanizadas…

“Una primera línea relacionada con esta política es la estimular el desarrollo fuera de la Re-gión Centro-Norte-Costera… Procede, en consecuencia, la reformulación de una política que contemple la eliminación de inconsistencias internas y la posibilidad de acciones innovadoras, incluyendo el examen de la factibilidad de reubicar la Capital de la República”13 (negrillas en el original).

Pero además, ni OMPU ni los Concejos Municipales a los cuales estaba adscrita tenían capacidad ejecutiva, por lo que al final prevalecieron siempre las decisiones del gobierno nacional que mantuvo un comportamiento más bien errático a lo largo del período: aunque nunca se formuló una política explícita en la materia, la tendencia evidente fue a reducir la inversión en materia de vivienda de

12 En 1989 se transforma en Municipio Sucre, fragmentándose posteriormente en cuatro municipios: Baruta, Chacao, El Hatillo y Sucre. 13 OMPU, 1979:44-45.

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interés social14, así como tampoco se tomaron provisiones que facilitaran el asentamiento de los migrantes de bajos ingresos recién llegados a la capital, de donde resultó el paisaje descrito por Gilbert de viviendas de autoconstrucción, sin urbanismo o con un urbanismo elemental, trepando los cerros y ocupando los cauces de las quebradas. Sin embargo, en 1972, después de varias propues-tas frustradas, con proyecto de la Oficina de Arquitectura Siso & Shaw, el Centro Simón Bolívar, C. A.15 inició la construcción, sobre el extremo sureste de la Avenida Bolívar, de un vasto complejo urbano multiusos, el Parque Central, con ocho edificios de vivienda de 44 pisos y 120 metros de altura para una población de 22.000 habitantes, y dos torres de oficinas de 59 pisos y 225 metros de altura para una población laboral de 10.000 personas. Hasta la terminación en 2003 de la Torre Ma-yor en Ciudad de México, que las iguala, estas torres fueron las más altas de América Latina.

Además del complejo del Parque Central, Caracas cuenta con unos diez edificios más que superan los 120 metros de altura, lo que ha llevado a afirmar, sin mucha exageración, que:

“En la capital venezolana hay más rascacielos que en ninguna otra de las metrópolis latinoa-mericanas y, por supuesto, más que en cualquiera otra de sus dimensiones”16.

Entre los 70 y los 80 el arquitecto Tomás Sanabria adelanta dos proyectos muy ambiciosos, ambos de escala urbana: las edificaciones del Banco Central de Venezuela, sobre la Avenida Urdaneta, y las de la Biblioteca Nacional y el Archivo General de la Nación, insertos en un más vasto plan de reordenación del centro-norte de la ciudad conocido como Foro Libertador. También en esos años, fortaleciendo el núcleo cultural localizado entre el Parque Central y el Parque Los Caobos, donde ya desde fines de los años 30 se ubicaban los museos de Bellas Artes y de Ciencias, se construye la sede del Ateneo de Caracas (Gustavo Legórburu) y el Complejo Cultural Teresa Carreño (Sandoval, Lugo, Kunckel). Todas iniciativas del gobierno central.

En 1983 la Compañía Anónima Metro de Caracas (CAMETRO), también esta una empresa del Es-tado, inaugura el primer tramo del sistema de transporte masivo subterráneo de la ciudad. Hoy están operativas tres líneas que transportan más de un millón de pasajeros por día, tienen una extensión total de 45,8 kilómetros y cuentan con 40 estaciones. La Línea 1, que en la actualidad absorbe el 80% del total de viajes, se desarrolla a lo largo del valle mayor, entre Catia y Petare, reforzando de ese modo el eje principal de la ciudad.

14 Si entre 1946 y 1958 el 41% de las urbanizaciones construidas por el Banco Obrero se concentró en el Distrito Fede-ral, que es casi tanto como decir Caracas, entre 1959 y 1968 esa cifra cayó al 16% (INAVI, s/f) mientras que entre 1961 y 1971 el Área Metropolitana de Caracas absorbía el 27% del incremento demográfico nacional (Negrón, 2001:121). 15 Empresa del Estado, creada en 1947 con la finalidad de promover el desarrollo de la Avenida Bolívar pero que en la práctica ha intervenido en diversas zonas de la ciudad y aún fuera de ella. 16 Gilbert (1997:23).

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En los años más recientes, como evidente reflejo de la crisis comenzada en 1978 y que se man-tiene, la acción del sector público sobre la ciudad, si se exceptúan las nuevas líneas del Metro, ha sido prácticamente nula, mientras que las principales intervenciones del sector privado se centran en el sector de los centros comerciales. De los 20 edificios más altos de Caracas, 13 fueron terminados antes de 1985; esto sin embargo la alinea con otras metrópolis del continente como Buenos Aires, São Paulo y Río, donde la situación es similar, mientras que en Bogotá sólo parecería haber uno posterior a la fecha mencionada. El cuadro cambia radicalmente en Santiago, donde sólo hay uno anterior a 1985 y la mayoría se ha construido después de 1990, y en Lima, donde sólo aparecen 5 anteriores a 1985. El caso más llamativo, sin embargo, es el de Ciudad de México, donde la situa-ción es similar a la de Lima con la diferencia que en la primera se edificaron torres muy altas desde relativamente temprano, como la Latinoamericana, de 1956 con 182 metros, o la Insignia, de 1962 con 127 metros: ningún edificio de Lima alcanza esas alturas y sólo dos de Santiago se colocan entre las dos viejas torres mexicanas.

A todas estas, sin embargo, cuando en 1989 se instalan en Caracas los primeros alcaldes por elec-ción directa, secreta y universal y se inicia el auspicioso proceso de descentralización política y ad-ministrativa, la primera víctima resulta ser la OMPU, disuelta sin que hasta la fecha haya podido ser sustituida por una institución equivalente.

La ciudad de los pobres

Toda aquella ambición de modernidad, sin embargo, no pudo dar respuesta al problema de garanti-zar la ciudadanía plena a los más pobres, en particular a los migrantes más recientes.

En los años setenta la OMPU estimaba que para el 2000 la población en asentamientos informales fluctuaría entre un mínimo de 2,5 millones y un máximo de 3,7 y que la superficie ocupada por ellos pasaría de las 3.100 Has de 1975 a 7.000 en el 200017. Una minuciosa investigación específica ade-lantada en la década de los 90 redimensionó de manera radical esas cifras, comprobando que el área realmente ocupada a la fecha del estudio llegaba con dificultad a la mitad de la pronosticada, mientras que la población, de acuerdo al censo de 1991, era de 1,2 millones, la mitad de la cifra más baja proyectada por OMPU18. Sin embargo, según Gilbert (1997:104) Caracas registraría una ten-dencia creciente en la dinámica de esa población, que habría pasado de representar el 21% de la población de la ciudad en 1961 al 42% en 1991, lo que en términos absolutos significó un incremen-to de 4,5 veces mientras que la población de la ciudad se multiplicó por 2,2. Entre los dos años la población de Caracas se incrementó en 1.636.000 habitantes de los cuales 985.000, es decir el 60%, se habría localizado en asentamientos informales.

17 OMPU (1979:37). 18 Baldó y Villanueva (1998:78 y 83).

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En Bogotá, por el contrario, el mismo autor registra una tendencia opuesta: si en 1955 el 40% de su población se localizaba en asentamientos informales, para 1991 habría caído al 26%, con una cifra en valores absolutos similar a la de Caracas para ese mismo año pero en una ciudad con una población total 1,7 veces más grande. De las cifras presentadas por Gilbert, sin embargo, la más preocupante sería la de Ciudad de México donde para 1990 la población en asentamientos informa-les habría llegado al 60%, lo que en valores absolutos equivale a la abrumadora cifra de 9,5 millones de habitantes.

Sin embargo, en el caso de Caracas resulta difícil entender cómo, si las cifras reales de crecimiento demográfico han quedado tan por debajo de las expectativas, el problema, antes que mitigarse, se haya agravado. La respuesta, a nuestro juicio, no puede ser otra que el fracaso de las estrategias urbanas propuestas, aun cuando no totalmente explícitas, consistentes en desestimular el crecimien-to de la ciudad por la vía de convertir la consigna de la OMPU de 1979 de “reducir la demanda de áreas urbanizadas” en reducir la oferta de las mismas. Aunque la ciudad creció considerablemente por debajo de las expectativas, en 30 años incorporó casi un millón de nuevos habitantes a los asen-tamientos informales.

La situación actual

A diferencia de muchas otras ciudades del continente que han registrado progresos considerables en sus indicadores urbanísticos, la situación de Caracas en este inicio del siglo XXI no ha hecho sino empeorar. Desde el año 2001 la revista AméricaEconomía elabora un estudio anual acerca de las mejores ciudades para hacer negocios en América Latina basado en un análisis de variables que van desde el potencial de compra de cada ciudad y su riqueza relativa pasando por la seguridad, las facilidades para emprender y la calidad de vida (entorno social, económico y político, costo de vida, seguridad personal, servicios públicos entre otras variables), además de una encuesta entre ejecuti-vos que se mueven entre varias de esas ciudades. El primer año Caracas se ubicó en el lugar 24 entre un total de 34 ciudades estudiadas; en el último estudio, publicado en el primer semestre de 2004 y ampliado hasta 40 ciudades, se ubicó en el lugar 35, por detrás no sólo de las grandes me-trópolis del continente sino también de muchas capitales provinciales e incluso de capitales de otros países más pequeños y pobres como Ciudad de Panamá, San José, Quito o San Salvador.

Entre las debilidades más significativas evidenciadas para Caracas se encuentran la seguridad per-sonal, habiendo alcanzado el primer lugar en homicidios (133 por cada 100 mil habitantes), la baja calidad de los servicios públicos, los obstáculos y dificultades que deben enfrentar las iniciativas emprendedoras, la falta de proyectos para soluciones urbanas y la caída registrada en los últimos años en la calidad de vida y la oferta cultural y de entretenimiento.

En 1994, por iniciativa sobre todo de la Alcaldía del Municipio Libertador y la C. A. Metro de Caracas, se constituyó la Fundación (posteriormente Asociación) Plan Estratégico de Caracas Metropolitana, cuya orientación fue definida en los siguientes términos:

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“En líneas generales se trata de promover la idea de que la ciudad no puede seguir siendo gobernada exclusivamente por la política y el Estado y que por tanto es necesario crear un nuevo marco institucional que garantice la participación real de los actores económicos, em-presariales y de la sociedad civil en su administración y gobernabilidad. A grandes rasgos persigue el logro de objetivos concertados entre los actores públicos y privados en el marco de una ciudad concebida como un espacio donde se promueva la innovación democrática y una nueva estructura de Gobierno y administración. Del mismo modo se plantea la necesidad que la Ciudad desarrolle su capacidad productiva a fin de atraer recursos tanto domésticos como internacionales que permitan implementar soluciones en áreas críticas como energía, equipamiento urbano, infraestructura de comunicaciones, medio ambiente y para desarrollar políticas de atracción de inversiones, eventos y turismo. Asimismo promover una revolución cultural, que radica en la transformación del habitante en ciudadano y finalmente, poner al día a Caracas en lo que se refiere al Ambiente, Urbanismo y los Servicios”19.

Aunque fue débil la incorporación de los municipios y alcaldías involucrados, en sus primeros años la Fundación logró una fuerte participación de las principales empresas, tanto públicas como privadas, encargadas de la prestación de servicios metropolitanos, específicamente en lo referente a energía eléctrica, telecomunicaciones, aguas y alcantarillado y transporte subterráneo. Además consiguió incorporar a un amplio espectro de actores urbanos que, a lo largo de sucesivas mesas de trabajo y jornadas de reflexión pudieron llegar a un consenso acerca del modelo de ciudad a que se aspiraba y de los principales obstáculos que se oponían a su logro.

Se determinó que en este último aspecto la variable estratégica fundamental, sin cuya resolución era prácticamente imposible alcanzar ningún otro objetivo relevante, era la asociada a los problemas de gobernabilidad que confrontaba la ciudad, derivados básicamente de su fragmentación político ad-ministrativa. En los hechos la ciudad de Caracas se había extendido, como ya señalamos, a todo el valle mayor y los valles subsidiarios, quedando integrada por el municipio Libertador del Distrito Fe-deral de una parte, con dos tercios de la población, y los municipios Baruta, Chacao, El Hatillo y Sucre del estado Miranda con el otro tercio. Desde 1989 los municipios gozaban de autonomía y sus alcaldes, al igual que el gobernador del estado Miranda, era de elección popular, no así el del Distrito Federal, de libre designación y remoción del Presidente de la República. Se configuraba de esta manera un cuadro de fragmentación de la autoridad que hacía prácticamente ilusoria cualquier in-tención de definir una estrategia y unos objetivos comunes para la ciudad en su conjunto.

De las deliberaciones promovidas por la Fundación se concluyó que, dentro de un esquema de am-pliación y profundización de la democracia, era vital fortalecer el poder municipal incluso propiciando la fragmentación del comparativamente muy grande municipio Libertador, pero que era igualmente imprescindible crear un nuevo ámbito de gobierno, con los mismos contenidos democráticos y el mismo grado de legitimidad que los anteriores, en grado de ejercer las funciones de coordinación de escala metropolitana, sugiriéndose para ello la conformación de un gobierno local de dos niveles, es decir, como se lo llegó a definir en alguna de las mesas de trabajo, “una federación metropolitana con una centralización por arriba y una descentralización por debajo”.

La puesta en práctica de esa proposición, sin embargo, confrontaba una dificultad mayor, pues se-gún los expertos ello no era posible sin una previa enmienda constitucional. Por eso sus promotores vieron como una ocasión excepcional la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente en 1999 cuya misión era ni más ni menos que redactar una nueva constitución, de modo que la Fundación

19 Alcaldía de Caracas (1995:5 y 6)

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procedió de inmediato a presentarle un documento contentivo de “las propuestas constitucionales para el establecimiento de un nuevo régimen de Gobierno para Caracas”20.

No es este el espacio para analizar la accidentada vicisitud de esa propuesta, que culminó en la promulgación de la Ley Especial sobre el Régimen del Distrito Metropolitano de Caracas21: como ha señalado una de las autoras del documento presentado a la Constituyente, el resultado final ha sido que:

“La fragmentación institucional es aún mayor que la que se derivaba de la Constitución de 1961 y las relaciones entre las distintas autoridades están lejos de ser armónicas”22.

Solamente añadiremos que la frase final de la cita anterior tiene connotaciones claramente eufemís-ticas: el cuadro político de lo que esa ley llama el Distrito Metropolitano de Caracas es que cuatro alcaldes, entre ellos el metropolitano, electo como candidato de las fuerzas que respaldan al gobier-no nacional y que luego cambió de bando, pertenecen a la oposición, mientras que los otros dos (Libertador y Sucre) tienen el respaldo del gobierno nacional. Dentro del ambiente de extrema cris-pación política que hoy vive Venezuela, la situación es que entre ellos mismos y entre los de oposi-ción y el gobierno central se ha desatado algo muy parecido a una guerra, de lo que dejan testimonio los frecuentes ataques físicos, incluso con armas de fuego, contra la sede de la Alcaldía Metropolita-na y la reciente detención, en un cuadro de acusaciones y actuaciones judiciales extremadamente confusas, del alcalde del municipio Baruta.

En otras circunstancias uno podría ver esa situación como un traspié, un faux pas de la ciudad, pero no hay duda de que esa crisis política se ha convertido en un catalizador que ha acelerado la crisis urbana que ya se confrontaba, conduciéndola a extremos difícilmente imaginables hace pocos años y que no será fácil de revertir ni siquiera en un contexto político diferente.

Hoy, mientras Venezuela es el sexto país por tamaño poblacional de América Latina, el área metro-politana de Caracas se coloca en el duodécimo lugar. El cuadro que se inserta a continuación mues-tra esta situación, así como la relación de cada una de las metrópolis respecto a la población nacio-nal.

Una excusa recurrente de las autoridades caraqueñas para explicar su incapacidad para dar res-puesta a los problemas de la ciudad es su supuestamente excesivo tamaño. Por si fuera poco el haber mostrado cómo otras ciudades del continente, a veces con bastante más población que Cara-cas, han sido capaces de encontrar soluciones contundentes a su crisis urbana, el cuadro anterior muestra cuán lejos está Caracas de contarse entre las ciudades más grandes del continente, para no hablar de las grandes ciudades del mundo, entre las cuales hay más de 100 que la superan en población. Además, el censo de 2001 revela que en los últimos once años la población del área me-tropolitana de Caracas ha crecido poco menos de 100 mil habitantes, hasta 2.867.947, con lo que su incidencia en la población nacional descendió al 12,4%.

20 Fundación Plan Estratégico Caracas Metropolitana (2001). 21 Ese análisis y la documentación pertinente se encuentran en el mencionado Nº 29 de Urbana. 22 Delfino (2001:45)

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Por su localización, su tamaño, su geografía, su infraestructura, su patrimonio cultural y la calidad de muchas de sus instituciones, Caracas está llamada a ser una capital regional con una alta calidad de vida y sumamente competitiva. Si hemos combatido la mitología construida alrededor del supuesta-mente excesivo tamaño de Caracas, también hay que decir que una gran ciudad no es necesaria-mente una ciudad grande: nadie discutirá que la calificación de gran ciudad se aplica, casi mejor que a ninguna otra, a Londres o París, pero ninguna de ellas se cuenta hoy entre las 20 ciudades más grandes del mundo; para no hablar de las ciudades alemanas, holandesas o de los países nórdicos. Pero para alcanzar aquel objetivo es necesario comenzar por rescatar la idea de la ciudad como el espacio por excelencia del desarrollo humano y definir la forma en que ella puede insertarse de ma-nera más exitosa y autónoma en el sistema global de ciudades. Algunas ciudades de nuestro conti-nente lo han logrado y otras están en proceso de lograrlo.

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