Carlos Forcadell - Nacionalismo e Historia

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  • NACIONALISMOE HISTORIACARLOS FORCADELL (ED.)Juan Jos Carreras Manuel G. de MolinaIgnacio Peir Pedro RuizJavier Corcuera Carlos ForcadellPere Anguera Ramn VillaresINSTITUCIN FERNANDO EL CATLICOExcma. Diputacin de Zaragoza

  • Carlos Forcadell (ed.)NACIONALISMO E HISTORIA

  • INSTITUCIN FERNANDO EL CATLICO (C.S.I.C.)Excma. Diputacin de ZaragozaZaragoza, 1998CARLOS FORCADELL (ED.)Juan Jos Carreras Ignacio PeirJavier Corcuera Pere AngueraManuel Gonzlez de Molina Pedro RuizCarlos Forcadell Ramn VillaresNACIONALISMOE HISTORIAJuan Jos CarrerasIgnacio PeirJavier CorcueraPere Anguera Manuel G. de MolinaPedro RuizCarlos Forcadell Ramn Villares

  • Publicacin nmero 1.976de laInstitucin Fernando el Catlico(Excma. Diputacin de Zaragoza)Plaza de Espaa, 250071 ZaragozaTff.: (34) 976 28 88 78/79 - Fax: 976 28 88 [email protected] CATALOGRFICA Carlos Forcadell De la presente edicin, Institucin Fernando el CatlicoISBN: 84-7820-467-9Depsito legal: Z-3.389/98Preimpresin: Ebro Composicin, S. L.Impresin: Octavio y Flez, S. A. - ZaragozaIMPRESO EN ESPAA - UNIN EUROPEANacionalismo e Historia: [curso organizado por el Dpto. deHistoria Moderna y Contempornea de la Universidad deZaragoza, en abril de 1997] / Coordinador: Carlos Forcadell.-Zaragoza: Institucin Fernando el Catlico, 1998.172 p.; il.; 24 cm. ISBN: 84-7820-467-91. Nacionalismo-Congresos y asambleas. I. Ttulo. II. Forcadell,Carlos, coord. III. Institucin Fernando el Catlico, ed.

  • NOTA PRELIMINARA mediados de abril de 1997 el Departamento de Historia Moderna yContempornea de la Universidad de Zaragoza organiz un curso sobreNacionalismo e Historia, compuesto por ocho lecciones dictadas ante unpblico numeroso que llen el Aula Magna de la Facultad de Fiolosofa yLetras. El inters y la actualidad del tema, que los meses transcurridos des-de entonces no han hecho sino reforzar, el apoyo y financiacin de la Ins-titucin Fernando el Catlico, y la sensibilidad de su director, GuillermoFats, hacia estos temas, hicieron posible la realizacin de este ciclo de con-ferencias. La generosidad de los autores, reconocidos profesionales todosellos, adems de amigos, y de nuevo la acogida de sus textos escritos en lascolecciones editoriales de la IFC, permiten ahora publicar este conjunto deestudios, del que se puede presumir que va a tener una notable incidenciaen el vivo debate pblico terico, historiogrfico y poltico sobre lasimplicaciones y funcin de la historia en la gnesis y desarrollo de las iden-tidades nacionales, culturales y polticas.Desde la conmocin y respuesta social provocadas por el asesinato en elverano de 1997 de Miguel ngel Blanco hasta el cuestionamiento del mar-co constitucional por parte de los nacionalismos perifricos y alternativos alespaol, en la ocasin de la tregua de ETA, la declaracin de Estella (y la deBarcelona, y la de Mrida...), previas todas a las elecciones autonmicas vas-cas y a la avalancha de diversas valoraciones que han suscitado los resultadoselectorales de las mismas, el tema del nacionalismo y de los nacionalismosha ocupado un lugar preferente en las preocupaciones polticas colectivas.Tambin en octubre de 1997 se difundi el Plan de Mejora de las Humani-dades (el retirado Proyecto de Decreto de Mnimos), elaborado para elMinisterio de Educacin y Ciencia por una Comisin de la Fundacin Orte-ga y Gasset con el propsito de revisar los contenidos de la Enseanza Secun-daria Obligatoria (ESO) en la materia Ciencias Sociales, Geografa e Histo-ria. De la centralidad de la enseanza de la historia para el sistemaeducativo, y de lo polmico que resulta el modo de abordarla, ha sido bue-na demostracin la envergadura del pleito pblico y poltico que suscit lapropuesta de reforma; se ha registrado la publicacin de unos 650 artculosen la prensa espaola sobre el asunto slo en los dos ltimos meses de 1997.5

  • Haca mucho tiempo que los historiadores profesionales, por su parte, tan-to en Europa como en Espaa, en Catalua como en el Pas Vasco o Galicia,haban olvidado el estudio de la historia como instrumento de persuasinnacionalista, aquella funcin legitimadora de la construccin y existencia deestados nacionales que se remita al envejecido historicismo o a sus ltimostestimonios, anteriores, por lo general, a la segunda posguerra mundial. Con-vencidos que el anlisis del pasado tena poco que ver con la catequesisnacionalizadora, o de que la patria haba dejado de ser el objeto de la histo-ria, asistieron sorprendidos a unas manifestaciones del uso pblico de la his-toria que volvan a colocar a la nacin y al nacionalismo como centro de inte-rs preferente para la cultura ciudadana y para el sistema educativo. Lahistoriografa vena transitando en todas partes por otros caminos y la crticahistrica haba avanzado mucho en desvelar los procesos y los mecanismos deconstruccin e invencin poltica y cultural de las identidades nacionales. Asquedaba evidenciado en un encuentro organizado en Vitoria por la Aso-ciacin de Historia Contempornea, cuyos textos y debates han sido publica-dos en el nmero 30 de la Revista Ayer (1998).Las intervenciones recogidas en este libro se haban adelantado por suparte a las repercusiones en la opinin pblica del proyecto del DecretoAguirre, libres asmismo de las interferencias de la coyuntura poltica yelectoral de este otoo del 98. Son tambin una reflexin colectiva, en laque participaron algunos de los mismos autores posteriormente reunidosen Vitoria, y recogen opiniones plurales, pero coincidentes en el rigor pro-fesional exigible para el tratamiento de estos temas. Como ha escritoHOBSBAWM es muy importante que los historiadores recuerden la res-ponsabilidad que tienen y que consiste ante todo en permanecer al margende las pasiones de la poltica de identidad, incluso si las comparten. Al finy al cabo tambin somos seres humanos.Estos textos, revisados por los autores, son una crtica historiogrfica de laevolucin de las relaciones entre la historia y las demandas de identidadnacional, regional o territorial, planteadas desde su dimensin europea com-parativa (J. J. Carreras), la legitimacin originaria del nacionalismo espaol(I. Peir), la crtica de la mitografa histrica del nacionalismo vasco (J. Cor-cuera), la relacin entre historia y nacionalismo en Catalua (P. Anguera), elcaso andaluz (M. Gonzlez de Molina), el valenciano (P. Ruiz) y el aragons(C. Forcadell). En el ciclo de conferencias que est en el origen de este libroparticip J. Juaristi, quien habl de La invencin de los vascos. Siglos XV-XIX, texto con el que no hemos podido contar, pues su contenido vio la luzpoco despus en las pginas de El Bucle Melanclico. Historias de naciona-listas vascos (1998), por el que acaba de recibir el Premio Nacional de Ensa-yo. Pedro Ruiz, por el contrario, no intervino, pero nos ha hecho llegar gene-rosamente el original castellano de un trabajo cuya versin inglesa serpublicada prximamente en el Bulletin of Hispanic Studies.Carlos Forcadell lvarezNota preliminar6

  • DE LA COMPAA A LA SOLEDADEl entorno europeo de los nacionalismos peninsularesJUAN JOS CARRERASUniversidad de ZaragozaResulta difcil admitir, como se dice en una reciente publicacin, que elentorno actual de los nacionalismos minoritarios de la Unin Europea, ypor lo tanto de los nuestros peninsulares, sea una explosin nacionalista,un importante surgimiento... de los nacionalismos, que Europa occiden-tal, en suma, constituya un ejemplo ms de que en el cataclismo generali-zado que ha reducido a escombros tantas ideas, creencias, valores y convic-ciones... a lo largo de los dos ltimos siglos, hay una ideologa, unmovimiento... que se ha mantenido e incluso ha resultado reforzado, elnacionalismo1. A no ser, claro est, que se califique de nacionalista todoregionalismo o todo proceso de regionalizacion. De no ser as, habra queconcluir, utilizando sin ms intencin una imagen de Gellner, que en Euro-pa occidental la cantidad de nacionalismos potenciales que slo han ladra-do dbilmente, o no han ladrado en absoluto, es mucho mayor de los quese han hecho notar por la persistencia de sus manifestaciones2.En todo caso, el tema que nos ocupa tiene su comienzo en el pasadosiglo, cuando regionalismos y nacionalismos minoritarios se definen enoposicin al estado liberal en construccin a partir de esta poca. Es verdadque, si nos atenemos al testimonio de los actores o a algunas teoras actua-les, habra que remontarse hasta mucho antes, como mnimo a la Edad71 Gurutz JUREGUI, Los nacionalismos minoritarios y la Unin Europea, Barcelona, 1977, pp.29, 30, 13...2 ... la clave para entender el nacionalismo es, ms que su fortaleza, su debilidad. Queno ladrara el perro fue lo que proporcion a Sherlock Holmes la pista decisiva. La cantidadde nacionalismos potenciales que no han ladrado es, de lejos, mucho mayor que la de aque-llos que lo han hecho, pese a que hayan sido stos los que hayan captado nuestra atencin, E.GELLNER, Naciones y nacionalismo (1983), Madrid, 1988, p. 64.

  • Media, si no a los asentamientos primitivos de los pueblos europeos. Talesdesplazamientos cronolgicos suponen, en el mejor de los casos, una defi-nicin tan amplia del nacionalismo como para abarcar cualquier senti-miento etnocntrico, y, en el peor de ellos, una interpretacin anacrnicahasta la falsificacin o el mito de un pasado remoto del que se reclamarael presente decimonnico3.Si se trata de empezar por el siglo XIX, Hegel es un buen comienzo.Los pueblos pueden llevar una larga vida sin Estado, antes de alcanzar estadeterminacin, deca el filsofo en sus ltimas lecciones en la Universidadde Berln, pero slo los que tienen Estado tienen historia4.Pero para Hegel no todos los pueblos estaban destinados a tener estado,es decir, historia propia e independiente, ni tampoco aquellos que lo alcan-zaban tenan forzosamente que agruparse en un nico estado5.Tras el final de la poca de la Restauracin que vivi el filsofo prusia-no se sigui creyendo que eran muchos los pueblos, los pequeos pueblos,que no tenan por qu disponer de un estado propio, pero en cambio sereconoci como legtima la aspiracin de los restantes a un estado nacionalnico. Cuando Hegel dio sus ltimas lecciones sobre filosofa de la historia,en noviembre de 1830, hacia diez meses que se haba proclamado la inde-pendencia de Grecia, y era slo el comienzo.Lo que vino despus es sabido, la primavera de los pueblos de todaEuropa que fue la revolucin de 1848 y, bastantes aos despus, las unifi-caciones de Italia y de Alemania. Durante todo este proceso las ideologasdominantes en Europa, liberalismo por un lado y democracia y socialismopor otro, quiz no hayan elaborado teoras propias sobre nacionalismo ynacin, pero en dos cosas estaban de acuerdo. Primero, que por lo queJuan Jos Carreras8 3 Algo de todo esto hay en la discusin entre primordialistas, los que postulan la exis-tencia de la nacin como algo previo al nacionalismo, y los modernistas, que, inversamente,consideran la nacin como algo inventado, imaginado o construido por los nacionalistas. Perono se trata de posturas cerradas; por ejemplo, Gellner, despus de haber afirmado quenacionalismo no significa un despertar de la nacin, que el nacionalismo inventa nacionesdonde no existen, concede, sin embargo, que tal empresa necesita contar con algunas notasdistintivas (diferencias) con las que pueda operar (to work on), en Thought and Change, Lon-dres, 1964, p. 168.4 En sus Vorlesungen ber die Philosophie der Weltgeschichte, publicadas tras su muerte, porla traduccin de J. GAOS, Lecciones sobre la Filosofa de la Historia Universal, Buenos Aires, 1946, I,pp. 131-132. Ms radicalmente se haba expresado en el prrafo 549 de su Enzyklopdie der Phi-losophischen Wissenschaften: Por lo que se refiere a la existencia de un pueblo, el fin sustancialconsiste en ser un estado y mantenerse como tal: un pueblo sin organizacin estatal (unanacin como tal) no tiene propiamente historia, como no la tuvieron los pueblos que existie-ron antes de la formacin de sus respectivos estados..., por la traduccin de R. VALLS, Enciclo-pedia de las Ciencias Filosficas, Madrid 1997, p. 568.5 As se explica su crtica a los deseos de unidad alemana, patente cuando habla deldeseo de algunos de um mit einem anderen ein Ganzes auszumachen, en el pargrafo 322de sus Grundlinien der Philosophie des Rechts de 1921.

  • haca a Europa occidental no se trataba de provocar secesiones indepen-dentistas, sino todo lo contrario, de favorecer los procesos de unificacinconcebidos como unificacin nacional de los estados existentes, de tal suer-te que, por poner un ejemplo, ni siquiera Mazzini, el apstol de los pue-blos, consider la independencia de Irlanda6. Y segundo, tambin todosestaban de acuerdo en que la situacin era distinta tratndose de la parteoriental de Europa. En primer lugar estaba Polonia, el Cristo de las nacio-nes al decir de Mickiewicz, una herida abierta en la conciencia europea, ydespus los pueblos (naciones) sometidos en los imperios otomano y aus-triaco. Pero tampoco aqu se reconoca a todos ellos, por pequeos y atra-sados que estuviesen, el derecho a un estado propio. De nuevo nos sirve deejemplo Mazzini, que en sus Lettere slave de 1857 slo concede a cuatro delas ocho etnias eslavas una existencia nacional independiente7.Por eso, la tan citada parrafada de Federico Engels no desentonaba tan-to como hoy en el ao en que fue escrita: no hay nacin alguna en Euro-pa que no cobije, en alguno de sus rincones, ruinas de uno o ms pueblos,resto de una poblacin antigua, reprimida y subyugada por la nacin quems tarde ha sido portadora del desarrollo histrico. Estos restos de nacin,pisoteados despiadadamente por la marcha de la historia, como dice Hegel,estos desechos de pueblos (Vlkerabflle), son siempre y lo seguirn sien-do, hasta su completa asimilacin o desnacionalizacin, los fanticos de lacontrarrevolucin, de la misma manera que su existencia es una protestacontra la gran revolucin histrica, entre ellos se cuentan en Europa occi-dental los galos en Escocia, defensores de los Estuardos de 1640 a 1745, enFrancia los bretones defensores de los Borbones de 1792 a 1800, los vascosen Espaa, seguidores de Don Carlos8.Tampoco encontraron acogida muy distinta los nacionalismos minorita-rios en el pensamiento liberal, tal como esta representado por las Conside-rations on Representative Government, de John Stuart Mill, aunque los trmi-nos sean ms comedidos y cautos9. La afirmacin genrica del pensadoringls de que es condicin generalmente necesaria, de las institucioneslibres, la de que los lmites de los estados deben coincidir o poco menoscon los de las nacionalidades, frase para entusiasmar a todo nacionalista yespecialmente de una pequea nacionalidad, se ve ms que compensadaDe la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 96 Por lo que hace a Italia, aunque Mazzini defenda la existencia de Regioni circons-critte de caretterische locali e tradizionali, era enemigo de cualquier concesin a la autono-ma, por no hablar de federalismo, LItalia, exclamaba frente a propuestas de este tipo, vuolessere Nazione Una (en G. CALENDORO, Storia dellItalia Moderna, Miln, 11 vols., 1956-1986,IV, pp. 55-56).7 Lettere slave, Miln, 1939, pp. 37-48.8 Se trata de un artculo publicado en el Neue Rheinische Zeitung del 13 de enero de1849, en Marx-Engels Werke, vol. 6, Berln, 1960, 165-176, p. 172.9 Todas las citas que siguen por la traduccin de Marte C. C. de Iturbe, Del gobierno repre-sentativo, Madrid, 1994, pp. 184-187.

  • por las siguientes consideraciones a la aplicacin de este principio general.En primer lugar, los obstculos geogrficos, que imposibilitan lograr laescala adecuada para la constitucin de un estado a las minoras aisladas enel interior de estados ms grandes, tal como sucede tratndose de las pobla-ciones polacas o eslavas en los estados de Europa Central. Tratndose de losgrandes estados de la parte occidental del continente, la declaracin de que,por ejemplo, el pas ms unido de Europa, Francia, est lejos de ser homo-gneo, encerrando adems restos de nacionalidades extraas, tal decla-racin lleva, contra toda lgica nacionalista, a insistir en las razones de con-veniencia, morales y sociales, que hacen para un bretn o un vasco muybeneficiosa su incorporacin a la nacionalidad francesa10. Pero no se trataraslo de beneficios individuales, pues Stuart Mill da un paso ms incurriendoen la mxima hereja a los ojos de todo nacionalismo, sobre todo minorita-rio, al afirmar que todo lo que tienda a mezclar las nacionalidades, a fun-dir sus cualidades y sus caracteres particulares en una unin comn, es unbeneficio para la raza humana, de tal manera que, en ltimo trmino, esesta fusin la que explica que hoy ningn bajo-bretn, ni ningn alsaciano,experimenten el menor deseo de separarse en Francia. Para mayor escn-dalo, Stuart Mill cree que esto suceder tambin con los irlandeses respectoa Inglaterra cuando sean gobernados con ms equidad...Diez aos despus, las Considerations se publicaron en 1861, con lasunificaciones de Italia y de Alemania se cierra el mapa poltico de Europaoccidental. Un mapa que, con la excepcin de la secesin pacfica deNoruega en 1905, no se alterar hasta el final de la primera guerra mun-dial; un cierre que consagrar el principio del Estado nacin, pues ningu-no de los estados, ni de los viejos ni de los recin unificados, se muestrandispuestos a reconocer polticamente ms nacionalidad que la que decla-ran comn a todos sus ciudadanos. Este es el marco que impide interpretarla definicin que hace Renan en 1882 de la nacin, un plebiscite de tousles jours, viendo en ella una temprana proclamacin del principio de auto-determinacin. Es todo lo contrario, pues no se trata de legitimar secesio-nes independentistas, sino de impedir que una nacin, en este caso la ale-mana, pueda anexionarse, retenindola despus contra su voluntad, a unaJuan Jos Carreras10 10 Sin el fatalismo filosfico y la crudeza del texto de Engels, las conclusiones del autoringls no son muy distintas: La experiencia prueba que es posible a una sociedad fundirse yabsorberse en otra; y cuando esta nacionalidad era originariamente una porcin inferior oatrasada de la especie humana la absorcin es muy ventajosa para ella. Nadie puede dudar deque no sea ms ventajoso para un bretn, para un vasco de la Navarra francesa, ser arrastradoen la corriente de ideas y de sentimientos de un pueblo altamente civilizador y culto sermiembro de la nacionalidad francesa que vivir adheridos a sus rocas, resto semisalvaje de lostiempos pasados, girando sin cesar en su estrecha rbita intelectual, sin participar ni intere-sarse en el movimiento general del mundo. La misma consideracin es aplicable al galo, o alescocs como miembro de la nacin britnica..., o. cit., p. 185.

  • provincia o un pas de otra nacin, que aqu es la francesa, tal comohabra sido costumbre en el Antiguo Rgimen y tal como haba hecho Ale-mania al incorporarse a Alsacia-Lorena11. Con anterioridad a su famosa con-ferencia, Renan se haba esforzado en sus dos cartas a Strauss de 1870 y1871 en mostrar a los alemanes, entre otras cosas, las peligrosas conse-cuencias desestabilizadoras que podra representar para sus fronterasorientales la aplicacin del principio de nacionalidad basado en la lenguay en la raza que haban esgrimido tratndose de Alsacia-Lorena. Esfuerzoocioso del autor francs, pues los alemanes nunca pensaron en permitir talcosa, de la misma manera que tampoco los franceses se les ocurri pre-guntar su opinin a los alsacianos cuando los reintegraron a su territorionacional en 191812.A primera vista, por lo tanto, los nicos nacionalismos minoritarios queparecen haberse aprovechado del movimiento de emancipacin iniciadocon las revoluciones de 1848 seran los asentados en los territorios de losimperios multitnicos de Europa central y oriental. Pues all los movimien-tos de recuperacin lingstica y cultural, objeto de los desvelos de eruditosy profesores, se habran metamorfoseado en despertares nacionales, enpartidos polticos despus, y al frente de movimientos de masas a la largaiban a terminar creando estados nacionales13. Los nacionalistas percibierontodo esto como una toma de conciencia de nacionalidades existentes des-de haca mucho tiempo, desde haca siglos. Por eso, a finales de siglo unDe la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 1111 En el orden de ideas que les expongo, una nacin no tiene ms derecho que un rey adecirle a una provincia: me perteneces, luego te tomo. Una provincia para nosotros son sushabitantes; si alguien tiene derecho a ser consultado en este tema es el habitante. Una nacinjams tiene un verdadero inters en anexionarse o retener un pas contra su voluntad, cita-mos por la traduccin de A. DE BLAS GUERRERO, Qu es una nacin? Cartas a Strauss, Madrid,1987, p. 84. En la introduccin que acompaa a su edicin De Blas Guerrero concluye acer-tadamente que el objetivo de Renan no es en absoluto aportar razones que permitan a lasnacionalidades crear un espacio poltico propio, p. 34.12 Las dos cartas a Strauss en la ed. citada, pp. 82-127.13 El historiador checo Miroslav Hroch, en su estudio sobre los movimientos nacionalis-tas centroeuropeos, ha distinguido una fase A, el estudio y cultivo de la identidad cultural encrculos de eruditos y profesores; la fase B, los llamados despertares nacionales, gracias a laagitacin promovida por intelectuales y fracciones de las clases medias para despertar laconciencia nacional de los pueblos, que a travs de su organizacin poltica enlaza con la faseC, constitucin de partidos nacionalistas, encuadrando movimientos de masas que luchan has-ta la obtencin de un estado propio (Social preconditions of National Revival in Europa, Cambrid-ge, 1985, pp. 22 ss., la obra fue publicada primero en versin alemana en Praga, 1968). Estaperiodificacin implica naturalmente muchas ms cosas de las que podemos tratar aqu, poreso se ha discutido su aplicacin a los nacionalismos del occidente de Europa, por ejemplo H.-J. PHULE, Staaten, Nationen and Regionen in Europa, Viena, 1995, pp. 46-57. Pero en una exposi-cin general como esta no habra inconveniente en utilizar una tipologa, afirmando que de losnacionalismos potenciales de esta parte del continente, prescindiendo del temprano naciona-lismo irlands, muchos se estancaron en la fase A, pocos se estabilizaron en la fase B, y slo elde catalanes y vascos podran aspirar a ocupar un lugar en la C como fase terminal.

  • socialista marxista austriaco como Karl Renner poda llegar a decir cosascomo las siguientes: una vez se ha alcanzado cierto grado de desarrolloeuropeo, las comunidades lingsticas y culturales de los pueblos, trasmadurar silenciosamente durante los siglos, surgen del mundo de la exis-tencia pasiva como pueblos (passiver Volkheit). Adquieren conciencia de smismos como fuerza con un destino histrico. Exigen controlar el estado,como el instrumento de poder ms elevado de que disponen, y luchan porsu autoderminacin poltica (Selbstbestimmung)14.Vistas as las cosas, tambin en Europa occidental algunos movimientosregionalistas terminaron aspirando a ser algo ms que recuperaciones cul-turales o reformas administrativas, terminaron intentando convertirse enmovimientos nacionalistas.En el principio estuvo la lengua, percibida en peligro ante el proceso deaculturacin y escolarizacin impuesto por el Estado y por el proceso deurbanizacin. El caso francs del rapport de 1794 a los maestros de laTercera Repblica, se considera arquetpico, pero parecidos resultados seconsiguieron en otros pases, y no siempre de manera coercitiva15. La recu-peracin lingstica, fruto de los afanes privados de lexicgrafos y eruditos,da paso despus a la recuperacin en la esfera pblica de las culturas loca-les en Juegos florales o certmenes literarios. Desde el momento en que seva ms all, pidiendo no slo el cultivo de la lengua, sino adems la ense-anza de ella y con ella, se rebasan los lmites del movimiento y se entra enun conflicto con la legalidad, conflicto que se radicaliza y se politiza al exi-gir la equiparacin, e incluso la primaca, de la lengua local frente a la ofi-cial del estado, abandonando el regionalismo para adentrarse en elnacionalismo. No todos los movimientos nacionalistas lograron culminareste proceso, ni mucho menos, pero todos se dieron cuenta enseguida dela importancia de la lengua, celui qui a la langue a la cl qui le dlivrerade ses chanes, dijo Mistral, y aos ms tarde el abate Perrot vendr a decirlo mismo, sans langue bretonne, pas de Bretagne16. La importancia de lalengua era an mayor en la medida en que la apelacin a la raza, dado elJuan Jos Carreras12 14 Karl RENNER, Staat un Nation, Viena, 1899, p. 89, pasaje que cita y comenta HOBSBAWM,en Naciones y nacionalismos desde 1870 (1990), Barcelona, 1991, pp. 55-56.15 El ttulo del rapport del abate Gregoire, ledo dos meses antes de la cada de Robes-pierre, es todo un programa: Le Repport sur la ncessit et les moyens danantir les Patoiset duniversaliser lusage de la langue franaise, cf. M. DE CERTEAU, D. JULIA y J. REVEL, Une poli-tique de la langue, Pars, 1975, pp. 160 ss. Sensu contrario, los nacionalistas siempre adujeron elejemplo francs para demostrar la capacidad de resistencia de las etnias, a pesar del jacobi-nismo lingstico: tras la primera guerra mundial, de los 38 millones de habitantes del hex-gono, una tercera parte seguira hablando una lengua materna propia, de entre ellos cuatromillones el bretn, otros cuatro una lengua germnica, 500.000 el vasco o el corso, e inclusocuatro millones del total no sabran hablar francs (en Bernad STASI, Linmigration, Paris, 1984,pp. 74-75).16 Citas en S. y C. GRAS, La revolte des regions, Pars, 1982, p. 31.

  • desenfado con que se usaba esta palabra a finales de siglo, no era en abso-luto privativa de los nacionalistas17.Ahora bien, la recuperacin de las lenguas y de las literaturas se conci-be como renacimiento en el sentido ms literal del trmino, y como todorenacimiento supone una decadencia que lo provoca y un pasado deesplendor, ms o menos lejano, que lo justifica. La necesidad de probarambas cosas hace que de las nuevas literaturas haya slo un paso a las nue-vas historias. Al hacer nuevas preguntas a la historia y desde un lugar dis-tinto, la historia ser otra. Se comienza denunciando la falsa teleologa dela historiografa estatal, que ha concebido a las antiguas regiones (antiguosreinos, ducados o nacionalidades) como porciones de un todo preestable-cido, destinadas fatalmente a ser incorporadas al ncleo fundador de unestado pretendidamente nacional. Se termina proclamando despus queslo la contingencia (la violencia de una conquista, el engao o la traicin)impidi el desarrollo natural de la historia, un desarrollo natural concebi-do tambin teleolgicamente por los nacionalistas, pero en sentido inversoal mantenido por la historiografa dominante. De esta manera, la historiaaceptada se vuelve del revs: los traidores se convierten en hroes y lasderrotas en victorias testimoniales, al ser smbolos que recuerdan la liber-tad o la soberana perdida: 1532 y la cesin de Bretaa por la duquesa Ana,1707 y el Acta de Unin de Escocia a Inglaterra, 1213 y la batalla de Muret,etc. En esta obra de revisin historiogrfica, con independencia de su valorcientfico, que puede tenerlo, se inserta el razonamiento poltico delnacionalismo: la historia pudo haber sido de otra manera, pero para que lahistoria futura sea distinta, para que no se repita o perpetue, no basta conrevisar lo que ha pasado, hace falta trabajar polticamente en el presente,deslindarse del regionalismo cultural o administrativo, hacen falta partidos,organizacin y militancia nacionalistas.Y aqu los nacionalismos minoritarios de nuestro entorno arrojan unmagro saldo antes de la primera guerra mundial, si seguimos prescindien-do de la lucha irlandesa, de distinta naturaleza y mayor antigedad queDe la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 1317 El bretn que era Renan, por ejemplo, en un discurso pronunciado en 1885 en Quim-per ante sus paisanos, despus de equiparar a los bretones con los eslavos, concluye nous cro-yons a la race, car nous la sentons en nous. Y por creer, Renan crea hasta en la lucha de razas,no recatndose en proclamar en 1883 ante los alumnos del Liceo Louis-le-Grand que la luttepour la vie sest transport sur le terrain de lecole. La race la moins cultive sera infallible-ment, ou, ce qui a la longue revient au mme, rejete au second plan pour la race la plus cul-tive (en Discours et Conferences, Pars, 1887, pp. 227-228 y 204-205). Una buena muestra de lageneralizacin de una ideologa que en parte explica, aunque no justifique los excesos racis-tas de muchos nacionalismos de la poca, cf. Mike HAWKINS, Social darwinism in EuropeanThought 1860-1945, Cambridge, 1997. Despus de la segunda guerra mundial, y a la vista de losucedido, se evita la argumentacin racista, de ah el valor de refugio que adquiere la lenguaen la definicin de las nacionalidades como etnias. Para Franois Fintan, un terico occitanode influencia en los movimientos nacionalistas de los aos sesenta y setenta, la lengua es leseul critre utilisable para definir la nacin, un indice synthetique que resume todos losdems, en R. LAFONT, La Nation, LEtat, les Regions, Pars, 1993, pp. 143-144.

  • todos ellos. El movimiento provenzalista bajo la egida de Frderic Mistral,por ejemplo, muy condicionado por su conservadurismo social, es incapazde superar su carcter originario de regionalismo lingstico y cultural, ano ser a travs de la retrica y la fantasa (LEmpire du Soleil, la constitu-cin felibre del Midi de 1876...). Para encontrar nacionalismo autntico,por lo menos en ciernes, hay que trasladarse a Bretaa, donde en 1911 sefunda el Parti Nationaliste Breton, rompiendo con la tutela del regionalis-mo conservador, con un programa que declaraba a Bretaa nacionalidadoprimida como Polonia e Irlanda, dispuesta a luchar por su independencia.Aunque a su fundador, Camille Le Mercier dErm, le corresponde el honorde haber sido el primer bretn preso por su credo poltico nacionalista, laprimera guerra mundial puso fin a su precaria existencia18.Quedara Escocia, para la que a fin de cuentas se crea una Secretarapropia en el Parlamento de Westminster en 1885 (la de Gales tendr queesperar nada menos que a 1964), pero parece que la razn de esta novedadse debe ms a la ineficacia de la administracin local que a la preocupacinpor un nacionalismo, entonces muy dbil19. Para los nacionalistas la debili-dad del nacionalismo escocs constituy, adems, un escndalo, ya que elpas reuna todos los prerrequisitos para que sucediese lo contrario: lamemoria de haber tenido parlamento propio hasta poca reciente, conser-var intactas instituciones legales, religiosas y culturales, haber experimenta-do un notable desarrollo econmico, social e intelectual e, incluso, dispo-ner vestigios de lengua propia, y a pesar de todo ello el nacionalismo nolevanta cabeza hasta la poca de entreguerras por lo menos...Tras la primera guerra mundial, un gran ejemplo y una gran ilusin vana dinamizar los incipientes nacionalismos europeos, acelerando su despe-gue del regionalismo y su organizacin poltica20. El ejemplo fue Irlanda, lailusin los puntos del presidente americano T. Woodrow Wilson.La represin de la sublevacin de Pascua de 1916 en Dubln no slo vaa dar mrtires populares al nacionalismo europeo, adems va a canonizarante la opinin el declogo de su manifiesto: proclamamos como derechosoberano e imprescriptible del pueblo irlands el de la posesin de Irlanday el control sin limitaciones de su destino. El que, durante un largo perio-do, un pueblo y un gobierno extranjero hayan usurpado este derecho noJuan Jos Carreras14 18 R. LAFONT, Mistral ou lillusion, Pars, 1954, y M. NICOLS, Histoire du mouvement breton,Pars, 1982.19 M. KEATING, Gestin territorial y el Estado britnico, en J. RUDOLPH y R. J. THOMPSON, Pol-tica etnoterritorial (1989), Barcelona, 1992, 178-203, p. 180.20 En principio, la poltica de Unin sagrada tuvo un efecto paralizante sobre regiona-lismos y nacionalismos. Las deserciones de militantes nacionalistas fueron casos aislados y elcolaboracionismo con el ocupante, que har estragos en la segunda guerra mundial, slo tie-ne cierta importancia tratndose de los flamencos que apoyaron la Flammenpolitik alema-na, cf. F. PETRI, Zur Flammenpolitik des ersten Weltkrieges, en Dauer und Wandel der Geschichte,Munich, 1966, 513-536.

  • significa que haya sido abolido, lo ser solamente si se destruye totalmenteal pueblo de Irlanda...21. Los principios no eran nuevos, pero por primeravez eran algo ms que literatura poltica, formaban parte de un programade accin directa, de accin insurreccional. Y, despus, los nacionalistasirlandeses transformarn su derrota en victoria, creando un partido polti-co, el Sinn Fein, que ganar las elecciones en 1918, y un brazo armado, elIRA. En toda Europa caus impresin esta nueva estrategia combinada depoltica y violencia que, por primera vez, haba logrado cambiar las fronte-ras de un gran estado. Se haba corregido la historia, el sueo de todonacionalista. Por eso, las esperanzas despertadas fueron enormes: algunos,como en la poca romntica de mediados de siglo, estaban dispuestos asumarse a la lucha de los irlandeses, otros concibieron futuras Irlandas enel continente, y bastantes no olvidarn, para desgracia suya, la mxima quelos irlandeses haban aplicado durante la guerra, al buscar apoyo de los ale-manes, Englands difficulty is Irlands opportunity.Cuando todava no se haba desvanecido la gran ilusin irlandesa, nacila gran esperanza con la proclamacin de los 14 puntos de Wilson en ene-ro de 1918. Una esperanza con poco fundamento, pues las potencias slose ocuparon de las minoras nacionales tuteladas o reivindicadas por losestados vencedores, pero una esperanza que tardar en desvanecerse porcompleto, como lo prueban las repetidas invocaciones a una futura Europade las nacionalidades que debera desplazar a la Europa de los Estados22.Algunos tambin vieron una seal de los tiempos en la Declaracin delos derechos de los pueblos de Rusia en noviembre de 1917, reconocien-do el derecho de autodeterminacin para todas las nacionalidades, sinexcluir la separacin y la constitucin de un estado independiente. Y mstarde, hubo nacionalistas que en algn momento vieron en el Estado sovi-tico un posible aliado en su lucha por la independencia23.De la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 1521 No hemos podido disponer de la versin original del manifiesto, damos su traduccinde la versin alemana en P. ALTER, Die irische Nationalbewegung zwischen Parlament und Revolution1880-1918, Berln, 1971, p. 326 y ss.22 Ejemplo de ello son las intervenciones registradas en el Congreso de minoras naciona-les, que se reuni peridicamente en Ginebra a partir de 1925. Signo de las esperanzas de lainmediata posguerra fue el proyecto de constituir un estado tampn, que agrupara a los dosTiroles, el austriaco y el italiano, proyecto defendido por el Tiroler Nationalrat, que lleg atener un embajador en Berna durante algunos meses, cf. Felix KREISSLER, Von der Revolution zurAnnexion, Viena, 1970, pp. 110 y ss. Pero, como es sabido, el Tirol del Sur, con un 95% de ger-manohablantes, fue entregado a Italia como botn de guerra, pasando a las garras de Tolomei,futuro funcionario fascista y apstol de la italianizacin forzada. Es slo un ejemplo, pero sufi-ciente, para advertir que las cosas no haban cambiado por lo que haca a las minoras naciona-les de esta parte del continente, cf. Die Minderheiten Zwischen den beiden Weltkriegen, ed. por U. Cor-sini y D. Zaffi, Berln, 1997, sobre Italia la colaboracin de E. Capuzzo, 39-50.23 Andreu NIN fue el intrprete de las conversaciones entre Zinoviev y Maci, refugiado en laUnin Sovitica tras el fracaso de Prats de Moll, y nos cuenta que el lder de la Tercera Interna-cional se mostr como el ms ferviente partidario de la independencia catalana, en el prlogode Oriol Puigvert a Andreu NIN, Els moviments demancipaci nacional, Pars, 1970, p. 15.

  • Lgicamente, el ejemplo irlands y el clima social y poltico de la pos-guerra contribuy a la radicalizacin programtica de regionalismos ynacionalismos, sin que esto signifique que su implantacin social fuese pro-porcional a la sensacin que podan causar. Por ejemplo, el nacionalismobretn, con un desarrollo terico y organizativo que puede recordar al delnacionalismo vasco, no reuna en 1927 ms de un centenar de afiliados, enlos aos treinta no esperaban ni en sueos que el nmero de sympathi-sants potentiels superase los 20.000, y en el Congreso de Guincamp en1938 los asistentes no llegaron al millar y medio de personas. Pero sus diri-gentes se dieron cuenta muy pronto de que bastaba la movilizacin de unamilitancia reducida, pero joven y decidida, para crear un estado de agita-cin permanente en la plcida vida de provincia24.Fue la periferia cltica la que experiment ms directamente la influen-cia del movimiento irlands, pero en grados muy distintos. En Escocia,pasados algunos aos de exaltacin en la posguerra, el nacionalismo mar-cha a remolque del laborismo hasta 1924, ao en que este partido abando-na su proyecto autonomista de un Home Rule para Escocia, y slo a partirde entonces se produce una serie de reagrupamientos que desembocan enla fundacin en 1934 del actual Scottisch National Party. Por las mismasfechas los galeses fundan tambin el actual Plaid Cymru25. Los escoceses nopasaron de imaginar un escenario de independencia a la irlandesa: unamayora de diputados escoceses desertara del Parlamento de Westministery, reunidos en Edimburgo, se proclamaran Parlamento escocs indepen-diente tal como haban hecho los irlandeses en 1919. Los bretones, por suparte, tambin imaginaron muchas cosas, pero adems intentaron poneren prctica dos: el uso de la violencia y la colaboracin con el enemigo delestado opresor, tambin a ejemplo de los irlandeses.En Bretaa se haba recuperado muy pronto el nacionalismo incipienteanterior a la guerra con la aparicin en 1919 de la revista Breiz Atao y lafundacin, en 1927, del partido Strollad Emrenerein Vreiz. En sus prime-ros congresos convivan dangeliques vieux messieurs gilets de velours,como dice Mordrel, que predicaban la necesidad de volver a los buenostiempos pasados de la duquesa Ana de Bretaa, jvenes marxistas impa-cientes y, como categora ms numerosa, comerciantes y empleados. Unbuen espejo de la sociedad bretona, pero eran pocos y adems confusos.Por fin, el Manifiesto de 1929 agrup con claridad el temario completo deun nacionalismo radical: ilegitimidad de la dominacin francesa por la rup-Juan Jos Carreras16 24 Todo esto se percibe en las obras de Olier Mordrel, un dirigente nacionalista bretnque a los 18 aos particip en la fundacin de la revista Breiz Atao, y fue condenado dosveces a pena de muerte por colaboracionismo en 1940 y 1946. Tras veintids aos de exilio enArgentina, public dos libros con su testimonio: Comment peut-on tre breton?, Pars, 1970, y BreizAtao: histoire et actualit du nationalisme breton, Pars, 1973.25 M. KEATING y D. BLEIMAN, Labour and Scohttisch Nationalism, Londres, 1973.

  • tura del pacto con la Corona que supuso la incorporacin de Bretaa en1532, Francia no es una nacin, el genio nrdico bretn en peligro desufrir contagio de la corrupcin latina, la Bretagne comme une colonieexploite, y, como horizonte, una Europa unida, pero no por federacinde los actuales estados, agrgats arbitraires, produits du hasard, de la vio-lence et de la ruse, sino por la federacin de las nacionalidades libres26. Apartir de aqu se multiplican las disensiones y escisiones, hasta que en 1931se funda el Parti Nationaliste Breton, que va a llevar el movimiento hasta lacrisis que supuso el colaboracionismo con el nacionalsocialismo. Paraempezar, el aislamiento poltico y las desilusiones electorales explican laaparicin del grupo Gwenn, que en 1932 vuela por los aires el monumen-to conmemorativo de la incorporacin del ducado a Francia y cuyas poste-riores acciones impiden una visita del presidente de la Repblica. En 1938los dirigentes del partido son llevados a los tribunales y el partido prohibi-do al ao siguiente. Poco despus estalla la segunda guerra mundial,momento en el que el nacionalismo bretn va a realizar su ltima y fatalexperiencia: la del colaboracionismo.Fuera del mundo cltico, tambin el regionalismo o nacionalismo cul-tural del Midi expres en 1919 la preceptiva admiracin por Irlanda, peroa nadie se le ocurri ir ms all. El amor a la petite patrie, las ilusionesfederalistas de las Ligas, las reivindicaciones nacionales, la reiterada con-dena de la invasin de los barons du Nord, que haban destruido la cul-tura provenzal haca siglos, todo esto era compatible en el fondo con laadhesin a Francia, en cuyos gobiernos, adems, los provenzales estabansiempre muy bien representados.Esta galera de nacionalismos resulta completa si aadimos los corsos,que desde 1927 con el Partitu Corsu Autonomistu preparan el terrenopara el separatismo de los aos cincuenta, los flamencos y otras minorasnacionales ms reducidas, dispersas por la parte occidental del continen-te, casi todas en regiones subdesarrolladas que se sentan social y poltica-mente marginadas. Movimientos todos, incluidos los anteriores, que noinciden de manera significativa en la vida de los estados, y cuya relevanciapoltica y social es muy inferior a la alcanzada por los nacionalismos penin-sulares en la poca de entreguerras. Aunque hay una excepcin, la excep-cin alsaciana, que podra hacer ms compaa a nuestros nacionalismosque bretones o provenzales. Pues Alsacia era una excepcin por muchosmotivos.En primer lugar, nadie haba dudado en Francia antes de 1871 de quese trataba de una singularidad germnica en el conjunto de la nacin.Michelet, que haba dedicado en 1833 once pginas a la Bretaa en suTableau de la France, prescindi en cambio de Alsacia, porque no podaDe la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 1726 Ren BARBIB, Lautonomisme breton, s.l., 1934, pp. 135 y ss.

  • decir si era francesa o alemana27. En segundo lugar, el autoritarismo de laAdministracin prusiana, que no concede a Alsacia un estatuto similar a losrestantes Lnder hasta 1911, y la torpeza del centralismo una vez reincor-porada a Francia, estuvieron a punto de convertir en realidad el dicho localFranais ne peux, Prussien ne veux, Alsacien suis28. Y tal cosa pareci queiba a suceder a partir de 1924, primero con la llegada al poder del Cartelde izquierdas con Herriot, dispuesto a imponer a la catlica Alsacia las leyesde la enseanza laica, y despus con una serie de gobiernos que juzgaronque, pasado el periodo de adaptacin, ya era hora de uniformizar la Admi-nistracin de la recuperada provincia. Como reaccin, en 1926 se constitu-y el Heimatbund, una alianza de fuerzas cristianas conservadoras y auto-nomistas dispuestas a superar la tradicional divisin entre laicismo yclericalismo, izquierdas y derechas, agrupando a todos los afectados por lapoltica de Pars. La empresa llegar a buen fin con la eleccin en 1929 deun comunista como alcalde de Estrasburgo con los votos de catlicos, anti-guos radicales y comunistas. El triunfo de un autonomismo alsaciano, quepara espanto de Pars algunos consideran minora nacional, fue todavams significativo en la medida en que se logr a costa de escisiones de lospartidos existentes, comenzando por los autonomistas conservadores, here-deros del Zentrum alemn, siguiendo con los radicales, que fundan un Par-t du Progres, y terminando con los comunistas. Estos ltimos fueronexcluidos del PCF primero y expulsados despus, por su excesivo naciona-lismo, de la Internationale Vereinigung der Kommunistischen Opposition,donde haban encontrado refugio, fundando al final un nuevo partido, elPart Alsacien ouvrier et paysan29. Slo los socialistas se negaron a cual-quier tipo de alianza autonmica, y mucho menos nacionalista, conservan-do intacta su organizacin en Alsacia.Entretanto, el desconcierto de las derechas y las izquierdas estatales,ante unas alianzas polticas slo comprensibles dentro de una lgicanacionalista, se haba transformado en alarma con la fundacin en sep-tiembre de 1927 del Part Autonomiste dAlsace-Lorraine, que peda la cre-acin de un estado alsaciano en el seno de unos Estados Unidos de Euro-pa. As se llega al proceso de Colmar en 1928, a cuyas vistas asistenautonomistas y nacionalistas de otras regiones, donde una veintena deperiodistas y polticos alsacianos son acusados de atentado a la seguridaddel estado. Y para aumentar el dramatismo de la situacin, dos de los pro-cesados son elegidos diputados mientras estn en prisin, provocando unaJuan Jos Carreras18 27 Se trata de la introduccin geogrfica al segundo volumen de su Histoire de France,Pars, 1833, pp. 1-125.28 Como gua para seguir la complicada poltica alsaciana, Franois G. DREYFUSS, La viepolitique en Alsace 1919-1936, Pars, 1969.29 K. H. TJADEN, Struktur und Funktion der KPD-Opposition (KPO), Meissenheim/Glan,1964, pp. 261 yss.

  • intervencin del presidente de la Repblica, Poincar. Aunque hoy se tien-de a limitar la dimensin autnticamente nacionalista del movimiento deestos aos, el hecho es que los votos de los llamados autonomistas no cesande aumentar, y no sabemos lo que habra ocurrido de haber seguido lascosas igual. Pero entonces lleg Hitler, y su brutal represin del particula-rismo alsaciano, con ms de medio milln de deportados y la leva de msde cien mil soldados, aparte del descrdito de muchos nacionalistas por lacolaboracin con el ocupante, hicieron que esta vez, al reves de lo sucedi-do en 1918, la reincorporacin a Francia fuese saludada como una autnti-ca liberacin.Con Hitler se hizo verdad la frase de que el fascismo fue el peor amigo yel peor enemigo de los movimientos regionalistas o nacionalistas. Pues sicomo enemigo los aplast sin contemplaciones en Espaa, Alemania e Italia,como amigo los arrastr al colaboracionismo, estigma del que tardaron tiem-po en liberarse. Bretones, alsacianos y flamencos buscan y encuentran el inte-resado apoyo de los alemanes, mientras que la geografa impidi a otros irms all de declaraciones filofascistas y racistas, como sucedi en el caso delos nacionalistas escoceses. En los territorios no ocupados, la ideologa delretour la terre del rgimen de Vichy no dej de seducir a vascos francesesy a occitanos. Como es lgico, los nacionalismos peninsulares estaban libresde esta hipoteca al final de la segunda guerra mundial. Pero, contra lo queesperaban muchos, esto de poco les sirvi; los nacionalistas, como el resto delos espaoles, tuvieron que asumir una hipoteca mucho mayor, la que repre-sent la largusima dictadura franquista. Si ya eran distintos antes, lo sernmucho ms despus, una vez recuperada la democracia.Al revs de lo sucedido en la primera posguerra, los aos siguientes alfinal de la segunda guerra mundial contemplaron un reflujo en Europaoccidental de unos movimientos nacionalistas ya de por s minoritarios. Noslo se trataba del descrdito que haban sufrido los ms significativos deellos por su conducta durante la ocupacin alemana, se trataba adems dela prioridad que entonces todos reconocan a las tareas de reconstruccinde la economa y a la estabilidad poltica. Slo mediada la dcada de los cin-cuenta se produjo un tmido despertar en Bretaa, con la fundacin derevistas que se reclamaban de la tradicin de la vieja Breiz Atao o con laaparicin del moderado Mouvement pour lOrganisation de la Bretagne,o en Provenza con la aparicin de un Parti Nationaliste Occitan.La situacin comenz a cambiar a partir de los aos sesenta. Por unlado, las regiones perifricas de la Europa occidental se sentan postergadasen el proceso de reconstruccin econmica llevado a cabo por su propioestado; por otro, desconfiaban del iniciado proceso de integracin euro-pea, juzgando que terminara por beneficiar sobre todo a las regionesindustrialmente hegemnicas. Consecuencia de esta doble percepcin es,tal como muestra el ejemplo francs, la regionalizacin de los movimientoshuelgsticos, campesinos (en el Midi y Bretaa) y en la industria minero-metalrgica (Decazeville). De la misma manera que algunos partidos pol-De la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 19

  • ticos, especialmente los comunistas, intentaron aprovechar la territorializa-cin de la protesta social por el atraso econmico relativo en beneficio deuna poltica de clase, los nacionalistas, cuando existan, hicieron lo mismopara impulsar lo que comenz a llamarse revolucin regionalista30.Ante la ausencia de identidad tnica reclamable en la mayora de loscasos, el concepto de regin resultaba de gran utilidad, pues poda com-prender tanto a una Bretaa, nacionalidad de la que mucho se esperaba,incluido su movimiento terrorista, como a una Aquitania, de la que sedudaba mucho pudiese algn da recuperar su perdida identidad, e inclu-so poda servir la regionalizacin para introducir algo de orden en los ca-ticos intentos de resucitar un estado que nunca existi: la Occitana31.A la reanimacin de los minoritarios movimientos nacionalistas tambincontribuy el parentesco que muchos crean ver entre ellos y los movi-mientos de liberacin de los pueblos del Tercer Mundo, especialmente tra-tndose de la guerra de Argelia, y aqu topamos con un concepto clave deaquellos aos, el de colonialismo interior32. A partir del ao 1962, en elque termina la guerra de Argelia, y hasta los ltimos setenta, se impone enFrancia y en toda Europa la expresin de colonialismo interior, un hechoque no dej de inquietar a los gobiernos, ya que sirvi para aglutinar a unaserie de movimientos de oposicin, tanto al centralismo estatal como al pro-pio sistema capitalista33. En esta situacin, los movimientos nacionalistascreyeron llegado su momento, sumndose sistemticamente a todas lashuelgas o acciones en defensa de las industrias locales o del medio ambien-te. Sin embargo, el nacionalismo segua siendo en general incapaz de tra-ducir en votos su capacidad de movilizacin ocasional y el entusiasmo de suescasa militancia. A la situacin tampoco pusieron remedio los intentos decolaboracin con las izquierdas estatales, que se registraron, por ejemplo,en Bretaa con la Unin Democrtique Bretonne o el Strollad ar Vro. Fueen esta regin donde a partir de 1966, como aos despus en Crcega, elJuan Jos Carreras20 30 W. SAFRAN, El Estado francs y las culturas tnicas minoritarias, por lo que hace a las huel-gas, en Poltica etnoterritorial... cit., p. 132-177, y R. LAFONT, La revolution regionaliste, Pars,1967.31 Todos estos esfuerzos en la o. cit. de LAFONT y en la del mismo autor, La Nation, lEtat,les Regions, Pars, 1993.32 Cest pour rendre compte de la grve de Decazeville que la formule scandaleuse ducolonialisme intrieure a t trouve: sans la decolonistarion, sans la guerra dAlgrie, sansla grve, elle naurait jamais t formule et, si elle lavait t par hasard, elle aurait pass pourune buve ou un jeu de mots, tal es el testimonio de un nacionalista occitano, en Y. BOURDER,Eloge du patois ou litinraire dun Occitan, 1977, citado en S. y C. GRAS, o.c., p. 172.33 Que sepamos, la expresin originaria fue la de Revolt des coloniss de lInterieur,ttulo de un artculo de Serge MALLET en France-Observateur del 11 de enero de 1962, des-pus vendr el Decoloniser en France, de R. LAFONT, Pars, 1970, y en el rea anglosajona el tra-bajo ms importante de M. HECHTER, Internal Colonialism, Londres, 1974, sobre la celtic frin-ge en el desarrollo econmico britnico de 1536 a 1966.

  • nacionalismo pas al uso de la violencia con el Front de Liberation de laBretagne que, inspirado por el modelo del Ulster y relacionado con la ETA,se har notar con la intermitencia de sus acciones terroristas hasta comien-zos de los aos ochenta, pero sin lograr en ningn momento apoyo socialsignificativo. Ms xito obtuvo a la postre la va violenta en el reducidombito insular de Crcega, ya que despus de que los atentados del Frontde Liberation National de Corse se sumasen a la presin poltica ejercidapor los movimientos agrupados por los hermanos Simeoni, el Gobiernofrancs termin otorgando en 1982 a la isla un estatuto especial, con unaAsamblea general y la garanta de sus derechos lingsticos, concesin que,sin embargo, no sirvi para aplacar la efervescencia separatista de unosmovimientos cada vez ms confundidos con las mafias locales.Mediados los setenta, esta dispersa ola de movimientos y agitacionesnacionalistas, que pareca acompaar como una sombra a todos los con-flictos locales o regionales provocados por el proceso de integracin de laseconomas capitalistas europeas iniciado en las dcadas anteriores, fueinterpretado por los ms optimistas como el comienzo de una nueva era, laera de los nuevos nacionalismos. As se explica que, por ejemplo, el mar-xista escocs Tom Nairn, en una obra titulada muy significativamente TheBreak-up of Britain, proclamase que el Reino Unido y Europa se parece-ran cada vez ms a Irlanda, tal como lo mostraban las explosiones y los dis-turbios convertidos en lugar comn de regiones enteras de Crcega, Fran-cia y Espaa, para afirmar a continuacin que estos nuevos nacionalismos,aunque productos tambin de la naturaleza grotescamente desigual deldesarrollo capitalista, no tenan nada que ver con los del Tercer Mundo.Respondan, segn este autor, a las contradicciones engendradas por unafase superior del desarrollo, pues era el impacto de la industria petrolera enEscocia, como el de las multinacionales en el Midi francs, el que provoca-ra el nuevo separatismo escocs u occitano, unos nuevos nacionalismosque nada tenan que ver ni con el nacionalismo clsico ni con los coetne-os del Tercer Mundo. El porvenir, conclua, contemplaba un estado escocsnaciente con sus aliados naturales, una Catalua, una Euskadi o una Gales,tambin constituidos como estados34.Pero el futuro fue muy distinto a como tantos lo imaginaron en aquellosaos. Hasta dnde ha llegado el repliegue iniciado en los siguientes signi-fica hasta la desaparicin en muchos casos de los nacionalismos, e inclusode los regionalismos en la medida que se presentan como regionalismospolticos, se refleja muy grficamente en el resultado de las eleccionesregionales y cantonales francesas de marzo de este ao: porcentajes mni-mos para los candidatos regionalistas y tambin para los aislados candida-tos nacionalistas bretones o los vascos del Abertzaleen Batasuna. Incluso enDe la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 2134 T. NAIRN, Los nuevos nacionalismos europeos (1977), Barcelona, 1979, pp. 114 y ss.

  • Crcega, super con justeza la barrera del 5% de las regionales la Cuncol-ta Naziunalista, brazo legal de Canal Histrico del Frente de LiberacionalNacional, nica organizacin nacionalista francesa que todava sigue sumi-nistrando titulares a la prensa. Las apelaciones identitarias, cuando lashubo, se produjeron dentro del juego poltico de los partidos estatales35.Para encontrar elegidos nacionalistas en las elecciones francesas hay queir hasta los Departamentos de ultramar: Guadalupe, Martinica o la Guaya-na... Y casi tan lejos tienen que ir nuestros nacionalistas cuando buscanalguna compaa, dado el panorama que ofrece altualmente nuestro inme-diato entorno europeo: son conocidas las alusiones de Jordi Pujol a Litua-nia o Quebec, a las que hay que sumar las recientes y ms exticas de Car-los Garaikoetxea a kosovares y kurdos. Claro est que recientemente se haproducido la divina sorpresa de Escocia, aunque est por ver si constituye,como se dijo en su momento, un episodio de resurreccin (nacional) sinigual desde la poca de Lzaro o de algo distinto36.En los orgenes de la resurreccin del nacionalismo escocs no habaestado la recuperacin de una identidad tnica o cultural, que siempre fuemuy dbil, sino que estuvo, como en muchas regiones de Europa en la po-ca, la poltica de planificacin para paliar la crisis econmica desarrolladapor los gobiernos conservadores y laboristas desde 1960. Fue el relativo fra-caso de esta poltica lo que dio argumentos a los nacionalistas. El SNP, diceBreuilly, lanz su llamamiento a un nivel correcto. Fuera cual fuese su pre-ocupacin histrica por la identidad y la independencia escocesa, el men-saje que plante al electorado abord temas relacionados con el pan y lamantequilla37. Aunque no se libr de descalabros, como sucedi en laselecciones de 1970 al obtener un solo escao en las islas Hbridas, sus argu-mentos cobraron ms valor con el descubrimiento de petrleo en el Mardel Norte, cuya explotacin por los escoceses, deca, les proporcionara unesplndido futuro. El electorado comenz a responder al slogan de Scot-tland first, no tanto porque le interesase la poltica especfica nacionalista,sino porque este slogan iba acompaado de otro, Rich scots or poor Bri-tons. De esta manera, en las segundas elecciones generales convocadas enel ao 1974 por el laborista Wilson el SNP alcanza el mayor xito electoralde su historia con once escaos y hasta los galeses obtienen tres. Pero casiinmediatamente se produjeron dos catstrofes. Los laboristas, con vistas aasegurar su reserva de votos escoceses y galeses, deciden someter a refe-rndum en febrero de 1979 la Devolution, es decir, la concesin a EscociaJuan Jos Carreras22 35 Antes de las elecciones, Lionel JOSPIN, por ejemplo, se proclam en Midi-Pyrnesoccitan et rpublicain frente al candidato de derechas, y despus de celebradas Jean-PierreSoisson declar ser un fier bourguignon para justificar frente a las directivas de Pars sualianza con LE PEN (Le Monde de 13 y de 22-23 de marzo).36 La comparacin con el milagro de los Evangelios en T. NAIRN, o. cit., p. 114.37 John BREUILLY, Nacionalismo y Estado (1985), Barcelona, 1990, p. 297.

  • de un parlamento con capacidad legislativa y de una institucin anlogapero puramente ejecutiva para Gales, pero el referndum se pierde tantoen Escocia como en Gales. Tres meses despus, Margaret Thatcher ponafin a cinco aos de gobierno laborista y a los sueos de los nacionalistasescoceses, cuya representacin parlamentaria queda reducida, como la delos galeses, a dos diputados...38.Si detrs de la primera resurreccin del nacionalismo escocs est lailusin del petrleo, detrs de la segunda est el temor ante la hegemonaconservadora, que pareca eternizarse en Londres con unos planes dereconversin industrial especialmente duros para Escocia. En estas circuns-tancias los laboristas escoceses tambin habran deseado disfrutar de laautonoma que no haba podido lograrse en el referndum de 1979. Estovino a significar que las inquietudes econmicas y nacionalistas se fundie-ron, y que ambos partidos, laboristas y SNP, compiten ahora en el mismoterreno39. Por eso, el triunfo de los partidarios de un Parlamento escocs enel referndum sobre la Devolution de septiembre del ao pasado no debeprecipitar el juicio sobre lo que vaya a pasar a partir de ahora. Est por versi en el futuro Parlamento escocs la representacin nacionalista ser losuficientemente poderosa como para patrocinar un proyecto de construc-cin nacional a lo vasco o a la catalana, o si, por el contrario, el manteni-miento de las pautas de voto tradicionales en las elecciones generales redu-ce a los nacionalistas a la condicin de fuerza de apoyo de la seccinescocesa de un partido laborista britnico. Por eso, no es seguro que la soledad de los nacionalismos peninsularesvaya a ser aliviada de fronteras para afuera con la presencia de un naciona-lismo escocs con un poder poltico anlogo al suyo. Pero podra suponr-seles bien acompaados en la Europa de las regiones; de lo que significaesta compaa en el contexto que nos ocupa vamos a tratar en lo que sigue.La confluencia en los aos setenta de movimientos regionalistas ynacionalistas ha causado cierta confusin sobre la naturaleza de los prime-ros. Nadie duda que por aquel entonces los regionalistas haban terminadoprimero invocando, de manera anloga a como hacan los nacionalistas, alas comunidades tnicas que se suponan en estado de latencia desde elAntiguo Rgimen, y suscribiendo despus las tesis del colonialismo interior.Pero esto no ha sido el punto de partida del regionalismo de la posguerra,sino el de llegada: quien intente estudiar la gnesis del regionalismo nopodr evitarse referirse de manera especial a los tecncratas y planificado-res del moderno estado intervencionista. Conceptos como regin y regio-nalismo no fueron invencin de autonomistas o separatistas revoltosos, sinoDe la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 2338 R. J. THOMPSON, Referndum y movimientos etnoterritoriales, en Poltica etnoterrito-rial..., cit., 204-248, sobre los referndums escocs y gals, pp. 214 y ss.39 Michael KEATING, Naciones contra el Estado. El nacionalismo de Catalua, Quebec y Escocia(1996), Barcelona, 1996, p. 213.

  • en origen categoras de una tecnocracia empeada en lograr un mximodesde la eficiencia a la planificacin, una tecnocracia que en los aos deposguerra ocup en la mayora de los estados occidentales las posicionesdirigentes en los sistemas nacionales de administracin y management eco-nmicos40.Ahora bien, desde finales de los aos setenta en casi todos los estados deEuropa occidental esta poltica de desarrollo y distribucin de recursos secompletaron con reformas institucionales que concedan en grados diversoscierta representacin a las regiones, proceso acompaado a veces de recono-cimiento de sus diferencias culturales y lingsticas. Consecuencia de todo ellofue la neutralizacin de las confluencias polticas que pudiesen haberse dadoentre nacionalismos y regionalismos, propiciando en muchos casos la integra-cin de estos ltimos como corrientes en los partidos estatales41. De esta mane-ra, la emergencia de las regiones en la escena europea a partir de aquellosaos est desprovista de connotaciones nacionalistas y antiestatalistas propiasde la poca anterior, la poca de las revoluciones regionalistas, tal como secomprueba repasando la naturaleza y los objetivos de las diversas asociacionesinterregionales que de repente comienzan a constituirse entonces42.La comunidad europea, al revs que el Consejo de Europa y algunos esta-dos, especialmente Alemania, prestaron atencin a este movimiento de regio-nalizacin slo en la medida en que corresponda a los parmetros tecncra-tas de sus Unidades Territoriales Estadsticas, prescindiendo de cualquierconsideracin cultural, histrica o jurdica43. La reaccin de las regiones fren-te a esta situacin fue la constitucin, por su cuenta y al margen de los esta-dos, de un grupo de presin con la fundacin en 1986 de una Asamblea delas Regiones de Europa. A sus apremios y solicitaciones se debe la incorpora-cin institucional de la poltica regional a la poltica comunitaria, especial-mente la inclusin en el organigrama de la Unin Europa aprobado en Maas-tricht en 1992 de un denominado Comit de Regiones. Sin embargo, lologrado hasta ahora no permite asegurar que el futuro de la Unin desembo-Juan Jos Carreras24 40 F. V. KROSIG, captulo 6 de R. KRECKEL y otros autores, Regionalistische Bewegungen in Wes-teuropa, Opladen, 1986, pp. 388 y ss.41 J. R. RUDOLPH y R. J. THOMPSON, eds. Poltica etnoterritorial..., cit., y R. Morgan, ed.Regionalism in European Politics, Londres, 1986. Las reformas fueron precedidas o acom-paadas de homenajes a la diferencia; en 1974, por ejemplo, Mitterrand, sin renegar del cen-tralismo jacobino o napolenico, necesario en su tiempo, juzgaba que haba llegado la horade reconocer le droit a la difference, condenando tanto los intentos de sofocar las lenguasregionales como el colonialismo econmico, expresiones de una dominacin centralista, enF. Mitterrand, lhomme, les ides, le programme, Pars, 1981, p. 114.42 Tales como Comunidad de Trabajo de los Alpes Centrales, Comunidad de Trabajo delas Regiones Europeas de Tradicin Industrial y otras por el estilo, vid. JOS LUIS DE CASTRORUANO, La emergente participacin poltica de las regiones en proceso de construccin europea, Oati,1994, pp. 156 y ss.43 Vid. la irritada crtica desde un punto de vista nacionalista de esta miopa estadsticaen Gurutz JUREGUI, o. cit., pp. 172 y ss.

  • que en una Europa de las regiones, es decir, en palabras de Schmitter, quelas unidades componentes de una eventual federacin europea se van a con-vertir de hecho en regiones subnacionales que sustituyen a los actuales esta-dos nacionales44. Estados que se supone habran sido previamente desprovis-tos de contenido por el progresivo vaciamiento de su soberana en beneficiode los entes territoriales o de las instancias supranacionales45. Ahora bien, lacuestin tiene distinto significado para los regionalistas como lo son los miem-bros ms importantes y numerosos de la ARE, que para un nacionalista vascoo cataln. Para los primeros el que esto no ocurra puede ser motivo de insa-tisfaccin, pero no una cuestin de principio, ya que nunca se han planteadola posibilidad de una secesin o se creen con el derecho a hacerlo; para elsegundo tal cosa le obligara a revisar el argumento ms frecuentemente adu-cido para justificar la renuncia a un estado propio, al que todo nacionalista seconsidera con derecho, es decir, la calificacin del estado como una merasuperestructura poltica o un artefacto obsoleto en una Europa de las regio-nes y la supranacionalidad. Por eso, si los nacionalistas peninsulares hanencontrado compaa en las regiones europeas, como tales nacionalistassiguen en soledad con sus propios problemas.Si el papel de las regiones como sujetos polticos en la Unin Europeaes precario, el de las nacionalidades minoritarias como tal es inexistente enla medida que no se distinguen de las primeras. Por su parte, la ARE, en suDeclaracin de Basilea de diciembre de 1996, autntica carta de mximosde las regiones, al esforzarse en enumerar los variopintos orgenes de lasms de doscientas regiones que la constituyen, si bien se refiere a aquellasDe la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 2544 PH. SCHMITTER, La Comunidad europea como forma emergente de dominacin pol-tica, en J. BENEDICTO y F. REINARES, eds., Nuevas formas de la poltica, Madrid, 1992, 158-198, p. 173.45 Los esfuerzos imaginativos de los politlogos, como el citado de Schmitter, no hanlogrado disipar la incertidumbre sobre el papel que vayan a desempear los actuales estadosen el futuro. Estados cuya desaparicin se canta, complacindose en contraponer la artificia-lidad de sus fronteras a los lmites regionales, postulados como naturales y autnticos. Entodo caso, a la altura de los aos noventa los estados siguen siendo los actores polticos prin-cipales y su voluntad es decisiva para el proceso de integracin. Por otro lado, el Comit deRegiones es un ente ambiguo que representa intereses dispares y tiene slo funcin consulti-va, las esperadas reformas del Consejo Europeo de Amsterdam en junio de 1997 no han mejo-rado de forma sustancial su posicin institucional. Vid. Francesc MORATA, La Unin Europea.Procesos, actores y polticas, Barcelona, 1998, pp. 261 y ss. Las organizaciones ms representativasde las regiones, como puedan ser el Consejo de Municipios y Regiones de Europa y la Asam-blea de Regiones de Europa, han sido concebidas como macrolobbies a nivel europeo, peroescasamente operativas, cosa fcil de comprender dado el nmero de heterogeneidad de susmiembros, ms de 30.000 entes locales y regionales en la primera, y cerca de 300 regiones dela segunda.46 ... las regiones tienen orgenes y funciones diferentes, en el sentido de que algunas alber-gan desde hace mucho tiempo comunidades, etnias e, incluso, naciones diferenciadas, mientrasque otras han sido creadas como distritos administrativos..., pargrafo 4 del Prembulo.

  • que albergan naciones diferenciadas46, no deduce sin embargo de estehecho ninguna consecuencia diferenciadora, limitndose a sealar msadelante que los diferentes estatus dentro de un mismo estado estn enconsonancia con sus particularidades histricas, culturales o polticas47. Sinembargo, lo propio de los nacionalistas es extraer una importante conse-cuencia de su origen histrico, lo que les diferencia de los regionalistas.Pues no se trata de una diferencia de intensidad del sentimiento de perte-nencia a una colectividad, ni del contraste entre una lgica de la eficacia yuna lgica de la diferencia, aunque haya mucho de esto48. De lo que se tra-ta, sobre todo, es de cmo conciben los nacionalistas su relacin con elEstado, una relacin que podra calificarse enfticamente como una rela-cin de hospedaje, fruto de un pacto que se negoci en el pasado, que hapodido romperse, que se renegocia hoy y que puede volver a negociarse enel futuro49.Por lo tanto, es grande la soledad de los nacionalismos peninsularescontemplados en el marco de Europa occidental. El Ulster no puede con-siderarse como compaa, sino como premonicin de lo que podra pasaren el peor de los casos de aplicar el principio de autodeterminacin, en elmejor el resultado sera como en Blgica, una autonoma partida en gala dedos. Y nadie busca la dudosa compaa de los corsos, ni se le ocurre men-cionar el ejemplo del nacionalismo de guardarropa que encubre el desca-rado populismo de las Ligas de Bossi.Hace poco tiempo, en Vitoria, Carlos Forcadell daba una buena noti-cia: los historiadores profesionales no son nacionalistas50. Seguramentetiene razn, pero los historiadores profesionales espaoles, tan poconacionalistas como ahora los alemanes o los franceses, estn obligados aprestar mayor atencin que aqullos al nacionalismo de los nacionalistas,pues por algo ser que somos el nico pas de esta parte del continenteque cuenta con unos partidos nacionalistas con posicin hegemnica enJuan Jos Carreras26 47 Artculo 1,3. Por lo dems, la alusin a la regin como elemento indispensable dedemocracia, descentralizacin y autodeterminacin se concibe dentro del orden jurdico delEstado, pargrafo 9 del Prembulo.48 Esas dos son las distinciones que, por ejemplo, establece Gurutz JUREGUI, o. cit., pp.28-29, distinciones que no hacen justicia a la considerable carga sentimental de muchos regio-nalismos, ni al pragmatismo de que hacen gala muchos nacionalismos.49 Hasta los autores que diluyen las dimensiones tnicas o totalizantes de algunosnacionalismos minoritarios, hablando de nacionalismos cvicos, federalistas y no separatistas,como seran el escocs o el cataln, no dejan de sealar que estos nacionalismos regionalis-tas, como los llaman, comparten un rasgo importante con el nacionalismo clsico: la creen-cia en el derecho a la autodeterminacin. En las tres naciones que nos ocupan esto va acom-paado de la creencia compartida en el sentido de que la asociacin con el Estado anfitrines fruto de un pacto que puede renegociarse, KEATING, Naciones contra el Estado..., cit., p. 266.50 Carlos FORCADELL, Los mitos en la historia de Espaa: acuacin y cada, conferen-cia en el encuentro Historia y sistema educativo, Vitoria, Marzo, 1998.

  • sus respectivas regiones. Esto constituye una singularidad, como dice otrode los conferenciantes de Vitoria, de un pas normal, pero no tanto,entre otras cosas precisamente por el hecho nacional de los nacionalistas,un fenmeno sin parangn en la Europa actual51. Y precisamente porqueno somos nacionalistas debemos esforzarnos en comprender este fenme-no, en su soledad europea, como resultado de todo nuestro proceso his-trico y no como consecuencia nicamente de las ideas y actos de losnacionalistas.De la compaa a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares 2751 Los entrecomillados, del artculo de Borja DE RIQUER en El Pas, 17 de marzo de1998, La historia de un pas normal, pero no tanto.

  • VALORES PATRITICOS Y CONOCIMIENTO CIENTFICO:LA CONSTRUCCIN HISTRICA DE ESPAAIGNACIO PEIR MARTNUniversidad de ZaragozaEn la sesin de Cortes celebrada el viernes 25 de enero de 1856, CndidoNocedal, justificaba la concesin de una subvencin de 400.000 escudos a laBiblioteca de Autores Espaoles, al decir, mientras haya en el mundo un resto debuen gusto, mientras haya amor a las letras, mientras haya aficin al estudio,no se borrarn jams nuestros monumentos literarios. All donde no lleganuestra espada, all donde no alcanza nuestra influencia poltica, all llegarel nombre glorioso e inmortal de Cervantes y de Lope, de Caldern y Que-vedo. En vano es que se hayan borrado nuestras conquistas; no por eso hadesaparecido nuestra nacionalidad, porque no estaba en nuestras conquistasni en nuestras influencias: estaba en nuestros monumentos literarios. Conestas palabras, el entonces miembro del partido moderado y posteriormentejefe del neo-catolicismo que, pocos meses antes, haba asumido ante las Cons-tituyentes la defensa de la unidad catlica de Espaa1, haca patente el acuer-do y la ntima raz de los propsitos de unos polticos que esgriman los res-tos del pasado literario (y/o historiogrfico) como arma para la definicindel concepto nacin espaola: Mientras ellos duren, y no pueden menos dedurar, nuestra nacionalidad es imperecedera2. 291 Vid. Begoa URIGEN, Orgenes y evolucin de la derecha espaola: el neocatolicismo, Madrid,C.S.I.C., 1986, pp. 115-123. 2 Texto de la enmienda reproducido en Cayetano ROSELL, Coleccin escogida de Obras nodramticas de Fray Flix de Vega Carpio, B.A.E., t. XXXVIII, Madrid, Imp. de M. Rivadeneyra,1856, pp. V-X. Para una primera aproximacin al centralismo de la era isabelina, las diversascorrientes y su reflejo en la idea de Espaa, vid. Jos Mara JOVER, Centralismo y nacionalis-mo. La idea de Espaa en la poca de los nacionalismos europeos, captulo de su libro La civi-lizacin espaola a mediados del s. XIX, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, pp. 140-192.

  • Aprobada la ayuda con cargo a los presupuestos del Ministerio deFomento, la coleccin de Manuel Rivadeneyra3, es un excelente ejemplo delos rumbos seguidos por el sinnmero de negocios similares que confor-maron los referentes culturales de las lites decimonnicas, de sus proble-mas financieros, derivados de la debilidad del mercado cultural espaol, yde cmo la proteccin oficial dispensada a este tipo de proyectos, estabadirectamente relacionada con las finalidades patriticas de los mismos. Aesta realidad se acogi el editor de la Biblioteca de Autores Espaoles y de ellavivieron el conjunto de historiadores isabelinos, algunos nobles y los msproletariado de levita4 que, estimulados por la inercia del ideal ilustradode una historia til y patritica, se implicaron en la construccin culturaldel pasado nacional de Espaa. Figuras decimonnicas y todava muy delsiglo XVIII fueron el conde de Toreno con su Historia del levantamiento, gue-rra y revolucin de Espaa5 y los continuadores de la clsica Historiae de rebusHispaniae del Padre Mariana6, el autor de la Historia de la Civilizacin Espa-ola7 y Modesto Lafuente, cuya Historia General de Espaa ocupara el lugarde la historia nacional que corresponde en Francia a Henri Martn, y glori-Ignacio Peir Martn30 3 Biblioteca de Autores Espaoles desde la formacin del lenguaje hasta nuestros das, ordenadae ilustrada por don Buenaventura Carlos Aribau, Madrid, Imp. de M. Rivadeneyra, 1846-1889,71 vols. Un estudio de los preliminares, la descripcin de los volmenes y sus autores en Hip-lito ESCOLAR SOBRINO, El compromiso intelectual de bibliotecarios y editores, Madrid, Pirmide, 1989,pp. 117-136.4 As los denominara Juan Valera a aquellos literatos, nicos representantes, segn l,de la clase media que peleaba por conseguir el reparto y el goce del presupuesto (ModestoLAFUENTE, Historia General de Espaa desde los tiempos primitivos hasta la muerte de Fernando VII, pordon -, continuada desde dicha poca hasta nuestros das por don Juan Valera, de la Real Acade-mia Espaola, con la colaboracin de don Andrs Borrego y don Antonio Pirala, Barcelona,Montaner y Simon, editores, 1882, t. VI, p. 458).5 Jos Mara QUEIPO DE LLANO, conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revo-lucin de Espaa, Madrid, Toms Jordn, 1835-1837, 5 vols.6 Publicada en Toledo en 1592, en el siglo XIX, la Historia General de Espaa, de Mariana,que ms difusin obtuvo fue la que constaba de la continuacin realizada por Miana, com-pletada por el conde de Toreno y Eduardo Chao (Madrid, Gaspar y Roig, 1848-1851, 5 vols.).De la participacin de acadmicos en la continuacin de esta obra, junto al citado conde deToreno, sealaremos la edicin, publicada en Valencia, Est. de Lpez, 1830-1841, 18 vols., en laque adems de la continuacin del padre Miana contena las notas de Pedro Sabau y Larroya.Tambin, a iniciativa de ngel Fernndez de los Ros, se realiz la Historia General de Espaa,publicada en Madrid, en la Imprenta de El Semanario Pintoresco, 1851-1852, en 2 vols, y cuyovolumen II, se inclua la Historia de la decadencia de Espaa, desde el advenimiento al trono de FelipeIII hasta la muerte de Carlos III, escrita por Antonio Cnovas del Castillo; y, finalmente, sealare-mos cmo Cayetano Rosell public, en 1860, una Historia de Espaa que era continuacin de ladel padre Mariana (Cfr. por Paloma CIRUJANO et alii, Historiografa y nacionalismo espaol, (1834-1868), Madrid, C.S.I.C., Centro de Estudios Histricos, 1985, p. 215). Por lo dems, debemosrecordar cmo Francisco Pi y Margall, fue el encargado de la edicin y el estudio introductorioa las Obras del Padre Juan de Mariana que formaban los tomos XXX y XXXI de la Biblioteca deAutores Espaoles (Madrid, M. Rivadeneyra, Editor-Impresor, 1854, 2 vols.).7 Eugenio TAPIA, Historia de la Civilizacin Espaola, Madrid, Imp. de Yenes, 1840, 4 vols.

  • fica la monarqua y la Iglesia8. Y, por supuesto, tambin pertenecieron aeste grupo los nuevos eruditos preocupados por editar Colecciones de docu-mentos inditos de Espaa y sus diferentes reinos, bajo la proteccin par-ticular del gobierno9, porque:semejante empresa escriban los directores de la Coleccin de documentosinditos para la Historia de Espaa en toda la latitud con que la concebi-mos y reclama su importancia slo puede ejecutarse por el Gobiernosupremo del Estado, cuya gloria principal se cifra en conservar pormedio de la prensa el ms honroso patrimonio de una nacin, que sonlos hechos y los escritos de los grandes hombres que la ilustraron10.La pervivencia durante todo el siglo de esta mezcla de vocaciones indi-viduales y mecenazgos semioficiales, intereses crematsticos y voluntadespolticas, nos informa por igual del peculiar proceso de institucionalizacinde la historiografa liberal espaola y del carcter de su nacionalismo.Despus de todo, a diferencia de lo ocurrido en Alemania donde el intersestatal por los usos y la organizacin de la historia nacional qued enmanos de los profesores universitarios11 y sus historiadores ont tous le cul-Valores patriticos y conocimiento cientfico: la construccin histrica de Espaa 318 G. P. GOOCH, Historia e historiadores en el siglo XIX, Mxico, F.C.E., 1977, pp. 442-443.Modesto LAFUENTE, Historia General de Espaa, desde los tiempos ms remotos hasta nuestros das,Madrid, Est. Tip. de Mellado, Imp. del Banco Industrial y Mercantil, a cargo de Bernard-Imp.a cargo de Dioniso Chaulli, 1850-1858, 30 vols. Modesto LAFUENTE, Historia General de Espaa,desde los tiempos primitivos hasta la muerte de Fernando VII, por don -, continuada desde dicha po-ca hasta nuestros das por don Juan Valera, de la Real Academia Espaola, Barcelona, Montanery Simn, Editores, 1877-1882.9 Tomas MUOZ Y ROMERO, Coleccin de Fueros Municipales y cartas pueblas de los reinos deCastilla, Len, Corona de Aragn y Navarra, Madrid, Imp. de Jos Alonso, editor, 1847, t. I, p. 4.Tambin Prspero Bofarull, en la introduccin de la Coleccin de documentos inditos del Archivogeneral de la Corona de Aragn, seala cmo las reales rdenes de 28 de marzo y 7 de junio 1846,y de 28 de abril de 1847 dadas por la reina ordenan se forme y publique expensas y bajo lainspeccin de su ilustrado gobierno una continuada coleccion de estos documentos (t. I,1847, p. VII, de la Coleccin de documentos inditos del Archivo General de la Corona de Aragn, publi-cada por la Real orden, por don Prspero Bofarull y Mascar y don Manuel Bofarull y Sarto-rio, Barcelona-Monfort, 1847-1910, 42 vols. La segunda poca fue dirigida por F. Udina Mar-torell, Barcelona-Madrid, 1971-1982, 8 vols.)10 Martn FERNNDEZ DE NAVARRETE et alii, Coleccin de documentos inditos para la Historia deEspaa, Madrid, Viuda de Calero, Miguel Ginesta, Rafael Marco Vias, Jos Perales Martnez,1842-1895, 115 vols.11 Para el caso alemn vid. Catherine DEVULDER, Savoir et pouvoir: les professeurs dhis-toire des universits allemandes, 1800-1914, Histoire, Economie et Societ, 4 (1993), pp. 525-536;el francs en Martin SIEGEL, Clio at the Ecole Normale Suprieur: Historical Studies at an Eli-te Institution in France, 1870-1904, Storia della Storiografia, 8 (1985), pp. 35-49, Olivier DUMOU-LIN, Changer lhistoire. March universitaire et innovation intelectuelle a lpoque de MarcBloch H. ATSMA et A. BURGUIERE (comps.), Marc Bloch aujourdhui. Histoire compare & Sciencessociales, Pars, Editions de lEcole des Hautes tudes en Sciences Sociales, pp. 87-104, y PierreNORA, LHistoire de France de Lavisse. Pietas erga patriam, P. NORA, Les lieux de mmoire, II.La nation, Pars, Gallimard, 1986, pp. 316-375.

  • te de la patrie12, en la Espaa del ochocientos la dimensin pblica de staanduvo confiada casi siempre a iniciativas privadas y a un proyecto institu-cional acadmico. Y aunque la fuerza de este fenmeno tambin lo pode-mos rastrear en las historiografas francesa, britnica o italiana13, la largaejecutoria del mismo resulta reveladora de las insuficiencias nacionalistasde nuestra historiografa decimonnica14.Evidentemente, con esto no quiero decir que fuera no nacionalista: loera, porque, desde la dcada de los cuarenta, la percepcin de Espaacomo Estado nacional comenz a vertebrar la interpretacin del pasado15;y lo fue, porque, hasta finales de siglo, el sentimiento nacional fue uno desus componentes ms caractersticos del discurso histrico de la mayora delos historiadores, al margen de concepciones ideolgicas y militancias par-tidistas. No en vano, escribira el joven Joaqun Costa, miembro de aquellaminora pensante partidaria del iberismo16 y de una idea de Nacin espa-ola de Estados unidos por la comn condicin nacional creada por lamisma Pennsula y por su historia17, que Ignacio Peir Martn32 12 FUSTEL DE COULANGES, De la manire dcrire lhistoire en France et en Allemagnedepuis cinquante ans, Revue des Deux Mondes (1er septembre 1872), cfr. Franois HARTOG, Le XIXesicle et lHistoire. Le cas Fustel de Coulanges, Paris, Presses Universitaires de France, 1988, p. 386.13 Para la importancia de las academias y las sociedades de amigos de la historia en los dis-tintos pases europeos, vid. Jean-Pierre CHALINE, Sociabilit et rudition. Les socits savantes enFrance, Paris, Comit des travaux historiques et scientifiques, 1995; Philippa LEVINE, The ama-teur ant the professional. Antiquarians, Historians and Archaeologits in Victorian England, 1838-1886,Cambridge, Cambridge University Press, 1986, y Mauro MORETTI, Storici accademici e inseg-namento superiore della storia nellItalia unita. Dati e questioni preliminari, Quaderni Storici,82 (aprile 1993), pp. 61-98.14 Para el caso de la historia de la literatura espaola, vid. el artculo de Jos Carlos MAI-NER, De historiografa literaria espaola: el fundamento liberal, en Homenaje a Manuel Tunde Lara. Estudios de Historia de Espaa, Madrid, Universidad Internacional Menndez Pelayo,1981, pp. 439-472.15 Sobre la presencia del nacionalismo en la historiografa espaola decimonnica, vid.Manuel MORENO ALONSO, El sentimiento nacionalista en la historiografa espaola del sigloXIX, Nation et nationalits en Espagne XIXe - XXes. Actes du colloque international organis du 28 au31 mars 1984, Paris, par la Fondation Singer-Polignac, Paris, Fondation Singer-Polignac, 1985,pp. 63-122; desde otros presupuestos, los artculos de Pablo FERNNDEZ ALBADALEJO, Les tra-ditions nationales dhistoriographie de ltat: lEspagne; Wim BLOCKMANS et Jean-PhilippeGENET (eds.), Visions sur le dveloppement des tats Europens. Thories et historiographies de Ltatmoderne. Actes du colloque organis par la Fondation europenne de la science et lcole franaise de Rome.Rome,18-31 mars 1990, Rome, cole Franaise de Rome - Palais Farnse, 1993, pp. 219-233, yJos LVAREZ JUNCO, La invencin de la Guerra de la Independencia, Stvdia Historica. Histo-ria Contempornea, 12 (1994), pp. 75-99.16 Sobre el iberismo en los aos de formacin de Costa vid. M. Victoria LPEZ CORDN,El pensamiento poltico-internacional del federalismo espaol (1868-1874), Barcelona, Planeta, 1975,pp. 201-208 y Jos Antonio ROCAMORA, El nacionalismo ibrico, 1792-1936, Valladolid, Secreta-riado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 1994, pp. 83-110. 17 Jos Mara JOVER ZAMORA, Prlogo a La era isabelina y el Sexenio democrtico, t. XXXIV, dela Historia de Espaa fundada por R. Menndez Pidal, Madrid, Espasa-Calpe, 1981, pp. XCIX-C.

  • si el morador del Oriente se llama valenciano o cataln o aragons y elde Occidente portugus gallego, y el del Centro castellano y andaluz eldel Medioda, todos nos apellidamos iberos, de la Iberia, hispanos, de laHispania18.Sin embargo, en el mbito que nos ocupa, incluso el nacionalismotriunfante (el conservador, catlico y tradicionalista, que consideraba a lanacin espaola un resultado histrico inmutable)19 careca de la dimen-sin reverencial, satisfaccin colectiva y admiracin historicista de otros pa-ses y otras historiografas. Y es que, si bien el Estado liberal espaol tambinse hizo historiador20, desde el primer momento deleg sus funciones enla Real Academia de la Historia, un establecimiento oficialmente reconoci-do pero cuyos miembros lo constituan un heterclito grupo de personajespara quienes el patriotismo, de ellos mismos y de su pblico, los espaolescultos que tenan el saber y el poder, se daba por supuesto21.De hecho, mientras la Universidad desempe un escaso papel en laconstruccin terica e ideolgica de la disciplina y la mayora de sus cate-drticos no pasaron de ser meros epgonos del academicismo22, el procesode institucionalizacin de la historiografa liberal se caracteriz por la hege-mona alcanzada por la Academia de la Historia y su capacidad de articulary homogenizar las propuestas particulares surgidas en el conjunto demicrocosmos culturales sobre los que se construy el edificio de la cultu-ra burguesa. Formado por un amplio conjunto de sociedades arqueolgi-cas, liceos artsticos, asociaciones literarias, ateneos o academias de buenasletras, repartidas por la geografa regional, el diletantismo erudito de laburguesa liberal encontr en estos establecimientos un marco para lacomunicacin de las modas intelectuales y el desarrollo de la opinin deValores patriticos y conocimiento cientfico: la construccin histrica de Espaa 3318 Joaqun COSTA, Oposiciones a la ctedra de Historia de Espaa de la Universidad de Madrid.Programa y Mtodo de enseanza, introduccin y notas de Ignacio Peir, Zaragoza, InstitucinFernando el Catlico, 1996, p. 78. 19 Vid. Borja DE RIQUER I PERMANYER, Aproximacin al nacionalismo espaol contempo-rneo, Stvdia Historica. Historia Contempornea, 12 (1994), p. 15.20 Charles-Olivier CARBONELL, La historiografa, Mxico, F.C.E., 1986, pp. 115-118.21 Un exelente estudio, realizado en claves de poder sobre la prxis electoral durante elsiglo XIX, donde el saber es analizado como un elemento de clase excluyente de la sociedadpoltica espaola, el de Carmelo ROMERO SALVADOR, Estado dbil, oligarquas fuertes, o Laspalabras para el gobernador, los votos para el obispo, en Lorenzo FERNNDEZ PRIETO, Xos M.NUEZ SEIXAS, Aurora ARTIAGA REGO, Xess BALBOA (eds.), Poder local, elites e cambio social naGalicia non urbana (1874-1936), Santiago de Compostela, 1997, pp. 141-159.22 He dejado fuera del texto los temas de las corrientes universitarias y de la historiacomo asignatura, tema sobre el que estoy preparando un libro. Con todo, recientemente sehan publicado dos interesantes aportaciones en los libros de Raimundo CUESTA FERNNDEZ,Sociognesis de una disciplina escolar: la Historia, Barcelona, Ediciones Pomares-Corredor, 1997, yCarolyn P. BOYD, Historia Patria: politics, history and nacional identity in Spain, 1875-1975, New Jer-sey, Princeton University Press, 1997.

  • que la historia y los materiales histricos de las distintas localidades eran labase para la construccin de la historia nacional. Pero no slo eso. Trans-formados en espacios de sociabilidad en los cuales se diriman las inciden-cias de la vida poltica local y nacional, actuaron como vehculos de trans-misin entre el pblico de las clases medias provinciales del discursopatritico generado por las capas dirigentes del academicismo23.Para la mayor parte de los pertenecientes a estos grupos sociales queconceban el gusto por conocer el pasado como una prctica cultural declase, una necesidad para el ciudadano que quiere tener parte en los nego-cios de su patria, o cuando menos juzgar de ellos con acierto24, los acad-micos de la Historia se convirtieron en los privilegiados protagonistas de laactividad intelectual madrilea, los representantes de la nueva aristocraciacultural del Estado y los guardianes de la nica y verdadera historia nacional.Con una visin ontologizada de Espaa, para estos gestores oficiales delpasado nacional que se autodefinan idealmente por una doble tautologa(acadmicos por ser acadmicos y espaoles por ser espaoles)25, el patrio-tismo historiogrfico (definido por tres elementos incuestionales: la reli-gin catlica, el castellano como lengua de cultura y la unidad de la his-toria patria), fue considerado un valor y una condicin poltica, uncomponente, entre otros, de una forma de hacer la historia que, adems,se estimulaba por los criterios cientficos. En este punto, lo que dio a la historiografa acadmica el carcter cien-tfico fue precisamente la asuncin paulatina de las aportaciones de