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Las pandillas proliferan en todo el mundo. Su forma de habitar la localidad, a través del ejercicio de una cruda transgresión violenta, las ha puesto en el centro de la preocupación sobre la seguridad en la ciudad. La pandilla acude a la criminalidad y administra la violencia, no cabe duda. No obstante, la mirada y la tramitación del conflicto urbano no pueden desconocer a los otros actores partícipes de las guerras de pavimento: los vecinos organizados en defensas urbanas, las operaciones de limpieza, los actores armados, la delincuencia y hasta la policía. Esta otra cara, donde queda comprometido el fundamento mismo de la institucionalidad, suele ser olvidada. Mediante la mirada a tres ciudades co- lombianas, el artículo aborda entonces el papel y las formas de operación de dos de estos otros ac- tores de la conflictividad urbana: los vecinos y las operaciones de limpieza. Gangs have been proliferating all over the world.Their way of inhabiting the locality, by exercising crude violence, has placed them at the core of concern about safety in cities.There is no doubt that gangs take to criminality and commit acts of violence. However, the ways of seeing and dealing with urban conflict cannot disregard the other actors participating in the sidewalk war: neighbors organi- zed in urban defense; crackdown operations, armed actors, criminals and even the police.This other side, where the very foundations of institutionality are involved, is often forgotten. By looking at three Colombian cities, this article seeks to understand the role and means of operation of two of the ac- tors of conflictiveness in the city: neighbors and crackdown operations. Pandillas y conflicto urbano en Colombia Carlos Mario Perea Restrepo : Universidad Nacional de Colombia. Desacatos, núm. , primavera-verano , pp. -. p. :“Alguien que no me conoce y mira un tatuaje dice: ¡Ése es ladrón!, aunque vaya yo bien vestido.” p. :“Uno de los momentos más duros fue estando yo en prisión y que mi papá se haya muerto. Nadie estuvo conmigo.” / Fotos: Ricardo Ramírez Arriola

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Las pandillas proliferan en todo el mundo. Su forma de habitar la localidad, a través del ejercicio deuna cruda transgresión violenta, las ha puesto en el centro de la preocupación sobre la seguridad enla ciudad. La pandilla acude a la criminalidad y administra la violencia, no cabe duda. No obstante, lamirada y la tramitación del conflicto urbano no pueden desconocer a los otros actores partícipes delas guerras de pavimento: los vecinos organizados en defensas urbanas, las operaciones de limpieza,los actores armados, la delincuencia y hasta la policía. Esta otra cara, donde queda comprometido elfundamento mismo de la institucionalidad, suele ser olvidada. Mediante la mirada a tres ciudades co-lombianas, el artículo aborda entonces el papel y las formas de operación de dos de estos otros ac-tores de la conflictividad urbana: los vecinos y las operaciones de limpieza.

Gangs have been proliferating all over the world. Their way of inhabiting the locality, by exercisingcrude violence, has placed them at the core of concern about safety in cities.There is no doubt thatgangs take to criminality and commit acts of violence. However, the ways of seeing and dealing withurban conflict cannot disregard the other actors participating in the sidewalk war: neighbors organi-zed in urban defense; crackdown operations, armed actors, criminals and even the police.This otherside, where the very foundations of institutionality are involved, is often forgotten. By looking at threeColombian cities, this article seeks to understand the role and means of operation of two of the ac-tors of conflictiveness in the city: neighbors and crackdown operations.

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Pandillas y conflicto urbano en Colombia

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C omo sucede con varias expresiones de identi-dad, en particular entre los jóvenes, la pandillase desparrama por el planeta. La adoptan mul-

tiplicidad de muchachos en países centrales y periféri-cos, ricos y pobres, grandes y pequeños. Salta por encimade la riqueza y la penuria, del bienestar económico y elatraso industrial implantándose en la barriada de Lati-noamérica y África, pero igual prolifera hacia el norte enla metrópoli industrializada.

Su núcleo duro la acompaña, brinca del rincón de aquíal de allá lejos; mas su fisonomía particular se cincela enfunción del conflicto nacional y urbano donde nace y cre-ce.1 En las naciones industrializadas la pandilla se caracte-riza por el antagonismo entre la abundancia y la injusticiamundial, vestido de racismo y xenofobia. En Europa yEstados Unidos, las pandillas suelen arroparse con el sig-no étnico, unas conformadas por inmigrantes; otras, por“blancos” dispuestos a hacer valer su pretendida supre-macía racial.2 En Sudáfrica se revisten de su pasado recien-te, la renovada emergencia de la criminalidad después dela caída del apartheid y el inicio de un gobierno autóno-mo.3 En Latinoamérica, por su parte, se riegan ligadas alincremento de la exclusión y la miseria. En Centroamé-rica abundan con prominente fuerza en El Salvador,4

mientras otro tanto sucede en México5 y en algunos países

de Sudamérica.6 En Colombia, nuestro país de interés, sedifunden en ciudades grandes y pequeñas, disparadas porla creciente pobreza y el inclemente conflicto interno.

Pretendemos acercarnos a la realidad pandillera de tresciudades colombianas: Barranquilla, Neiva y Bogotá. Nei-va es una ciudad pequeña, apenas si llega a los

habitantes. Su importancia estratégica es notable, no só-lo por su condición de centro cultural y económico de laregión suroriental sino por su ubicación respecto a la zo-na de los llanos y la selva, enclave donde se libra unadecisiva batalla del conflicto armado. Con razón la gentele llama “la puerta del sur”. Con personas, Ba-rranquilla posee el título de cuarta ciudad nacional y pri-mera de la costa del Caribe. Pese a su postrada economíano abandona aún su papel de polo de atracción para lasmigraciones internas del área costera. Por último Bogotá,capital y centro de la actividad nacional, poblada con al-go más de seis millones de almas, continúa en la espiralde concentración de los recursos nacionales dando al tras-te con el singular crecimiento de varias ciudades que ca-racterizó al país.7

En las tres ciudades las pandillas proliferan. Así suce-de en Barranquilla. En una zona del suroccidente de laciudad se estableció la existencia de bandas activas.8

Tal cantidad, al lado de otras inactivas en el momentode la contabilización, pone bien en claro la fuerza de la pre-sencia pandillera en la capital del Caribe. Sólo un barrio

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1 El núcleo duro de la pandilla hace referencia a la mezcla de juventud,tiempo paralelo y territorio dominado: la pandilla es una experienciajuvenil que rompe los ritmos de la vida corriente —se la pasan de díaentero en la esquina, ajenos a cualquier actividad socialmente produc-tiva—, sobre la base de dominar un territorio. Tal núcleo duro se en-cuentra regado por el mundo, más la forma e intensidad de su presen-cia y dominio se modelan en función del país y la ciudad donde viven.2 En Alemania asume formas neonazis, Funke (). En Francia, lapelícula El odio retrata los inmigrantes norafricanos. Para una miradaanterior de las pandillas francesas, véase el clásico libro de Monod() y una reciente en Roché (). Respecto a Estados Unidos, enlo que se refiere a las pandillas de la ciudad de Los Ángeles, véase Bour-gois () y de Boston, Kennedy, Braga y Piehl (). Un clásico delos estudios de la escuela de Chicago, en Whyte (1971).3 Chabedi ().4 Sobre Centroamérica hay una rica producción cuyo mejor texto esEquipo de Reflexión y colaboradores (), donde se contemplan ElSalvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Además, sobre El Salvadorvéase Homies Unidos y colaboradores () y Santacruz y Concha(); sobre Nicaragua, Rodgers ( y ) y Liebel ().5 Hacia comienzos del siglo XXI la situación de México y sus pandillas seha transformado de manera notable. Los chavos bandas, como se les lla-ma, dejaron de ser un fenómeno masivo regado en los barrios populares;

ahora se da una compleja conexión entre los jóvenes, la criminalidadorganizada y los organismos de seguridad del Estado. Literatura sobrelos primeros chavos banda puede verse en León (), Gomezjara etal. (), Subdelegación de Desarrollo Social (), Castillo, Zerme-ño y Ziccardi (); una investigación más reciente es la de Urteaga().Asimismo, está el trabajo sobre comunicación de Reguillo ()y el de los pachuchos de Valenzuela ().6 Sobre Ecuador véase Andrade (). Un texto que trata el fenómenoen varios países es el de Briceño-León (), donde se relatan expe-riencias pandilleras de Brasil, Ecuador, Venezuela, El Salvador y Co-lombia.7 Colombia es el país latinoamericano que gozó de un desarrollo pa-ralelo de cuatro ciudades, en contraste con el agigantado crecimientode una sola, como es el caso extremo de la ciudad de México. Que latendencia se viene revirtiendo desde los años , lo muestra la cri-sis en Medellín, Cali y Barranquilla. Una rica discusión al respecto pue-de verse en Gouëset ().8 En las tres ciudades se seleccionó una zona popular con elevados ni-veles de conflicto.

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estratégico por su antigüedad y tamaño, habitado por personas, registró pandillas. Los reportes ofi-ciales confirman la situación, % de los hogares ba-rranquilleros experimenta el acoso pandillero como unproblema cercano a su sitio de vivienda.9 En Neiva suce-de otro tanto. En el suroriente se contabilizó un total de parches. Por su parte, en Bogotá el cuadro es similar;en el área delimitada en el suroriente se identificaron

pandillas. Los registros oficiales también lo corroboran,% de los hogares bogotanos reconoce en las pandillasun problema vivido en carne propia.10

No sólo por su cantidad sino también por su manerade habitar el barrio, el pandillero no pasa inadvertido.Todo lo contrario, impone su ley tornándose notorio, re-marcando a cada instante su determinación violenta. Eneste empeño construye un poder socialmente eficaz, ejer-ce un dominio sobre la esfera pública local desatando unconflicto con diversos actores. Los muchachos neivanoslo dirán: “Los enemigos del parche son la ley, el vecinosapo, los paracos y algunos parches.”11 El espectro es

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“Aquí estás viendo que habemos de la MS y de la . Juntar miembros de las dos pandillas es algo que casi no se logra. Hasta ahora no era normal.”

Las fotos de Ricardo Ramírez Arriola fueron hechas en abril de , durante el segundo taller para promotores juveniles organizado por laProcuraduría de Derechos Humanos de Guatemala, apoyado por USAID y Creative Associates International. El proyecto busca prepararlos parasu trabajo como promotores y ha reunido —hecho inusual— a jóvenes que provienen tanto de la Mara Salvatrucha, de la y de la calle.

9 DANE ().10 DANE ().

11 Caballo, Neiva, p. . Los nombres de los parceros han sido cambiadospor razones de seguridad. Las frases entrecomilladas corresponden atextos literales extraídos de sus historias de vida. Estas historias no es-tán publicadas pero se encuentran archivadas en la biblioteca del Institu-to de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad

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extenso, va de la policía a los grupos armados pasandopor los vecinos y otras pandillas.

Dicho en breve, la transgresión pandillera cobra vidadentro de las guerras de pavimento, enfrentamientos vio-lentos escenificados en el asfalto de las calles de la ciu-dad. La visagra de tales hostilidades se arma de múltiplesarticulaciones, en parte ligadas a los conflictos naciona-les, en parte remitidas a las gramáticas de la vida diaria enel vecindario. El sostenido uso de la transgresión violen-ta por parte de la pandilla aviva a sus contradictores. Losvecinos reclaman la restitución de la convivencia, mien-tras que las operaciones de limpieza intentan imponer unorden mediante el asesinato descarnado; otras pandillasse trastocan en enemigos irreconciliables, tantas veceshasta el exterminio; la policía se convierte en portadoradel rechazo visceral producido por el afuera pandillero,

al tanto que guerrillas y paramilitares se entrecruzan conlos parceros en caminos paradójicos, unas veces como par-tícipes del intento de imponer una “legalidad”; otras, her-manados con la rebelión pandillera. Las fuerzas van yvienen, absorbidas en una espiral donde el pandillero ope-ra como un centro de reciclamiento del conflicto urbano.

En estas páginas nos ocuparemos de este conflicto. Lospandilleros se convirtieron en centro de la inseguridad,se los estigmatiza y persigue bajo el pretexto de su prota-gonismo violento. No cabe duda, la pandilla es capaz desevicias sin cuento; mas el intento de depositar en ella lacreciente criminalidad no es sino un estigma encamina-do a aliviar el miedo que se ha apoderado de la concienciaciudadana en la ciudad. Así es; en Colombia, nación de lailegalidad y la violencia, la pandilla nace y se alimenta deuna trama sostenida por un abigarrado elenco de actores.Los pandilleros delinquen, pero lo hacen mediante prácti-cas que están lejos de agotar el crimen, y violentan, perocon idéntica intensidad a la de sus adultos inmediatos.12

Nos ocuparemos entonces del otro lado del conflicto,el que siempre aparece soslayado y encubierto:13 el de losadversarios de la pandilla, en particular los vecinos, consus variadas formas de defensa, y las operaciones de lim-pieza con sus estrategias siniestras. Seguiremos un recorri-do en tres pasos. En un primer momento se considerarála naturaleza local de la pandilla, origen del enfrentamien-to; después se mirarán las reacciones de los vecinos; luego,las acciones de las operaciones de limpieza. La pandilla esun actor del conflicto urbano contemporáneo.Para enten-derla, no obstante, no se puede hacer al margen de lospersonajes que se le oponen, personajes investidos con lacomplicidad del Estado y sus organismos de seguridad.

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Nacional de Colombia. Parche es la palabra con la que los mismos pan-dillos designan la pandilla y parcero es el compañero; sapo es un so-plón, un “madrina”; paracos es paramilitares, un ejército de enormefuerza en Colombia.

“A los siete años, una vez que estaba lloviendo me dieron a probar pe-gamento. Me quitó el frío.”

12 Su robo es básicamente el atraco callejero, el saqueo de casas y elasalto a comercios menores; sus relaciones con el crimen organizadoson esporádicas y no tienen vínculo con muchas otras formas, como lacriminalidad de cuello blanco. De igual modo entre los años de y en Barranquilla, Neiva y Bogotá —las tres ciudades de nuestrointerés—, los jóvenes de a años cometieron % de los homici-dios mientras que los adultos de entre y años cargaron con %.Medicina Legal y Ciencias Forenses.13 Este artículo forma parte de un libro en marcha. No pretende daruna visión panorámica de las pandillas colombianas sino tocar un pun-to en particular: los enemigos de las pandillas y sus acciones. La im-portancia política de ello está fuera de toda duda.

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LOCALIDAD Y PODER

La pandilla es local, es una estructura afectiva construidaen el intercambio diario. Asumiendo el poder como el do-minio ejercido por un actor sobre la circulación de bienesestratégicos para la vida de un colectivo —sean bienes ma-teriales o simbólicos—, el mando pandillero arranca desu condición territorial. Su identidad se afirma desde unespacio geográficamente circunscrito. Una gran cantidadde agrupaciones barriales portan consigo el marbete co-munitario, lo cual significa la pretensión de incidir sobrela vida local a partir de la consideración de un espacio,sea la cuadra, el barrio o la zona. El pandillero participade este signo pero desde el horizonte opuesto. Su norte noes alguna imagen de la vida buena —como sucede entrelos grupos comunitarios—, sino un territorio delimitadopor la materialidad de estas y aquellas cuadras: el grupomanda de esta calle a la de más allá.

Dentro de tal territorio se establece un orden al impo-ner potestad sobre bienes allí existentes, siguiendo unadoble ruta. De un lado, hacia fuera, se impide la circula-ción de cualquier “extraño”, en particular los miembrosde otras pandillas, en general los vecinos impedidos pa-ra caminar la calle después de determinada hora. Quienrecorre el área lo hace con la anuencia del parche, so penade soportar el castigo que trae la violación de una reglapor todos conocida. Del otro, hacia dentro, la pandillacontrola intercambios estratégicos. Interfiere la libre cir-culación de los comercios: entorpecen la compra en losnegocios de quienes tienen alguna desavenencia con elparche, los camiones repartidores se abstienen de entraren zonas reputadas como peligrosas, las tiendas suelenconvertirse en blanco de asaltos esporádicos. La interfe-rencia no es sólo comercial, se extiende hacia la intimi-dad de la elección amorosa: las mujeres del territorio seasumen como “propiedad” indiscutida, impedidas paratrabar vínculo con hombres de pandillas enemigas y enel peor de los casos con “desconocidos”. Las fiestas y laocupación de calles y espacios comunales caen bajo el jui-cio de su mirada vigilante. Las instituciones operan enfunción de sus prácticas, incluso los organismos de se-guridad median su presencia en función de la peligrosi-dad de la pandilla.

El territorio se acota, tanto el vecindario como los ene-migos conocen sus límites precisos. Aníbal, un pandille-ro barranquillero, lo cuenta: “Cuando iba llegando a micasa los negros estaban ahí, uno me llamó diciéndome‘estoy en tu territorio, si me pisas aquí te mato’.” Las ma-neras como se establecen los límites no siguen una pau-ta fija. Cada grupo busca su rincón,“los de allí tienen suplazoleta, los de esa calle en la esquina, los de acá en el bi-llar”. Desde el parche, el lugar de encuentro y reunión, elseñorío se extiende sobre un puñado de cuadras. Hace untiempo se poseían espacios extensos, en ocasiones hastabarrios enteros. La creciente fragmentación de las pandi-llas, en particular en las ciudades grandes, se tradujo en suproliferación y por lo tanto en la reducción de las áreassusceptibles de control. “El territorio mío era como decinco cuadras”, dice Aníbal, haciendo eco a la afirmaciónescuchada de manera corriente. En efecto, por lo general,el territorio no sobrepasa unas cuantas cuadras pues deeste lado está otra pandilla y más allá la siguiente.14

Casi siempre la colonización del espacio se hace a partirde la agregación de muchachos que viven en las cuadrasobjeto de dominio; pero no es el único caso, en oportuni-dades se juntan jóvenes de cuadras inconexas. Sin embar-go, la pertenencia barrial es clave; finalmente el territorioes arraigo, lugar donde se nace, se crece y se arma la ex-periencia. En medio de enormes tensiones, incluso losvecinos reconocen dicha condición: “Cada uno tiene suterritorio, si ellos vienen a parcharse aquí la gente no losdeja porque les echa la policía.” Allí se ancla la “legitimi-dad” de la ley pandillera, en el yo soy de ahí invocado confrecuencia. La pertenencia a ese pequeño rincón del mun-do permite que el pandillo se abrogue el derecho de impo-ner su minúsculo proyecto de orden. En palabras de uno,“los Nazi, los que viven dos cuadras más adelante, no pue-den pasar a estos lados ni nosotros a aquéllos porque seforma la berraca”. La ley es inquebrantable, adquiere el es-tatuto de canon inviolable pues “nunca nos dejamos sa-botear el territorio porque pa’ nosotros era sagrado”.15

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14 Aníbal, Barranquilla, p. ; Oso, Neiva, p. .15 Oso, Neiva, p. ; Mechete, Barranquilla, p. ; Aníbal, Barranquilla,p. . La berraca es una pelea fuerte.

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Ciertamente el territorio [es] sagrado. Puesto que ahíparchan, el vecindario es el teatro donde se pasa el tiem-po, trastocado en epicentro de poder. Si allí se despliegala ley pandillera, ahí mismo surgen algunos de sus másacérrimos contrincantes, las otras pandillas y los vecinos.Pero no faltarán otros actores conectados a los vecinos ylas instituciones, como las operaciones de limpieza. Nosocuparemos, uno a uno, de estos dos archienemigos dela pandilla.

VECINOS Y DEFENSAS URBANAS

El vínculo del pandillo con la comunidad es problemá-tico. Con frecuencia se le escucha decir que “no robamosen el barrio, vamos por allá a otro lado”. En ocasiones lamáxima de cuidado con los vecinos se cumple, se abstie-nen de asaltar a la gente que circula por las calles próximas.En tales casos la pandilla deriva en agente protector, enespecial cuando hace de custodio frente a las correrías delas pandillas de otros lados.“Nosotros mismos somos au-todefensas porque defendemos el barrio cuando vienena joderlo otros”, dice un currambero. El papel de gendar-me comunitario, no obstante, no suprime las tensiones.Por definición la pandilla es un parche, un agregado incó-modo cuya presencia se verifica a fuerza de la notorie-dad de su exceso: la palabra con la que se autoreconoce,el parche, no es gratuita. Ya su sola permanencia sosteni-da en la esquina, frente a la casa o la tienda, echa por tie-rra cualquier pretensión de intimidad de las gentes de lavecindad. Su escenario natural es la calle, de frente al otro,lugar donde discurre una vida sazonada con más de unaeuforia. Un día cualquiera las fiestas con gran algarabíapueden prolongarse hasta altas horas de la noche, en es-pecial cuando se corona un buen trabajo: “Cuando lo pe-gamos firme nos hacemos el fiesto en el barrio, porqueno nos vamos a ir pa’ otro barrio. Se forman los proble-mas porque hay harto agite.”16

El conflicto con el vecindario es inevitable, forma partede la gramática pandillera. Mas la situación se pone a otro

precio cuando cunde el desmadre. Los asaltos, sean de lospandilleros del barrio o de zonas aledañas, cortan el ac-ceso a servicios claves como el transporte público o el su-ministro de bienes de consumo básico como la leche, lasgaseosas, la cerveza:“Estamos desesperados porque los co-lectivos no suben hasta acá debido a la delincuencia,cada noche atracan cuatro o cinco”, denuncia una edil deNeiva. Los excesos pueden llegar a extremos intolerables:“Se emborrachaban y empezaban a hacer tiros, todos consu revólver lo explotaban a la hora que fuera.”Las anécdo-tas de golpizas y asesinatos, de violaciones y acosos apa-recen de continuo en las narraciones de la gente, junto alos temores de los padres que ven en la pandilla la perdi-ción de sus hijos, niños y jóvenes que por su corta edadson presas fáciles del juego de luces desplegado por el po-der parcero.17

La pandilla provoca el desgarramiento de la pertenen-cia comunitaria y su potente imaginería popular de la con-vivencia. Un líder comunal de Barranquilla lo dirá:“Unacosa es que venga un desconocido a hacer daño aquí yotra que al tipo que todo el mundo conoce hay que ce-rrarle la puerta porque llegó.”18 La disyuntiva es termi-nante, el tipo que todo el mundo conoce porque formaparte de la comunidad se vuelve un dolor de cabeza inso-portable: la tensión sube hasta generar diversas iniciativasencaminadas a emplazar la desazón. Algunas, ciertamen-te las menos, pasan por una acción individual. Otras, lagran mayoría, congregan las energías colectivas bajo la for-ma de prácticas donde se combina una variopinta gamade estrategias legales e ilegales.

Unos vecinos, fastidiados con la vocinglería, intentansoluciones particulares. Algunos deciden quebrar el có-digo espacial sobre el que se asienta el parche: “Se parcha-ban en la esquina hasta que el cucho los desterró. A unandén le echaba aceite y el otro lo tumbó, donde nos par-chábamos a jugar dominó. Era mucha risa y recocha, elcucho decía que ya no podía ni ver un noticiero.” Aun-que es poco frecuente, se llega a escuchar la historia demoradores que se llenan de arrestos, toman un arma y

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16 La primera y tercera frases son de Gomelo, Neiva, p. ; la segundade Mechete, Barranquilla, p. . Lo pegamos firme es un buen robo.

17 Olimpa, Neiva, p. ; Mundano, Neiva, p. . Lo explotaban es dispa-rar el revólver.18 Yepes, Barranquilla, p. .

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salen a liquidar a cuanto pelao se encuentre en las esqui-nas:“Había un cucho que salía sólo con su fierro y al queencontrara metiendo bareta lo tumbaba, un cucho de

años”, cuenta uno.“Aquí en el barrio hay persecución devecinos. Uno estaba ahí y le daban plomo, hay muchagente armada. Se da el caso de que pelados se den plomocon un señor del barrio”, agrega otro.19 Algunos pescanen el río revuelto de un sórdido mercado de la muerte,vecinos ardidos que, impedidos para emprender una ven-ganza por su propia mano, contratan un sicario que sa-ne la pérdida de un ser querido, la violación o embarazode una hija o cualquier otra afrenta. Sea cual sea la moda-lidad, tales estrategias individuales son poco corrientes.Hay que refrescarlo, la pandilla administra un terror quepocos pueden desafiar de manera personal y directa.

Las prácticas colectivas son las más comunes, las adop-tan vecinos de una y otra ciudad. Las hay de dos tipos.En un polo están aquellas que pasan por los canales ins-tituidos de tramitación del conflicto: van de la denunciajudicial y la presión sobre las autoridades a fin de que to-me cartas decididas en el asunto, a la constitución de des-tacamentos de vigilancia en connivencia con los cuerposde seguridad del Estado. Mientras tanto, en el otro polocaen las prácticas situadas al margen del procedimientosancionado, aunque en su gran mayoría avaladas por lacomplicidad del Estado y sus agentes: desde cuerpos deautodefensa con acciones punitivas sobre los pandillos,que pueden ser de los mismos vecinos o de agentes exter-nos contratados para el efecto, hasta las infaustas opera-ciones de limpieza.

De continuo, las autoridades de la ciudad y la policíareciben quejas de los vecinos. Adoptan la forma de me-moriales firmados por los habitantes de un sector, gene-ralmente movilizados por los moradores inmediatos al

4 “La segunda vez ya no, ya era una ansiedad como droga que te pide más. Quería ver más.”

19 Mundano, Neiva, p. ; Richard, Bogotá, p. ; Bernardo, Bogotá, p. .Cucho es adulto; recocha es molestar y hacer ruido; fierro es arma defuego; bareta es marihuana, mota.

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parche: “El pueblo no lo quería, tenía muchas denunciasy firmas del barrio”, se cuenta de un grupo en dificul-tades con los habitantes de la calle donde se paraba. Elintento de contención de la pandilla suele comenzar conalguna medida dentro del mismo barrio, como ha sidoel caso de la instalación de alarmas en las casas a fin dealertar sobre cualquier anomalía: “En el barrio hay alar-mas comunitarias. Eso no sirve, cada rato se la escuchay nunca cogen a nadie. Al principio uno le comía, creíaque todo el mundo lo va a linchar pero no, puro azare.”Medidas como éstas resultan ineficaces —el pandillo lodice—, estrelladas contra la realidad de muchachos queconocen el barrio y sus intimidades. Entonces se acudea las gestiones ante el Estado, muchas veces con las perso-nas encargadas de la seguridad ciudadana: “Al inicio deaño tuvimos varias reuniones con la secretaria de gobier-

no y con el comandante de la policía comunitaria. Lesdijimos que no teníamos nada más que hacer.”20

Ante la prolongación de la situación —el ciclo se repro-duce una y otra vez, de una ciudad a otra—, los vecinosimpotentes optan por una medida radical, la realizaciónde un paro cívico contra la inseguridad y sus principalesauspiciadores locales, las pandillas. Fue el caso de Neiva,donde los vecinos de la comuna tomaron las calles pro-testando contra la indolencia de las autoridades ante elgrave problema de la convivencia local. Como acontececasi siempre ante tales reclamos, reconocidos políticos dela ciudad se desplazaron presurosos a firmar un acuerdocon el compromiso de contener la zozobra. Pasado uncorto tiempo los habitantes del barrio ven el fracaso desu protesta, la policía no emprendió ninguna acción másallá de un periodo de sostenido asedio a las pandillas. Laintranquilidad sigue y se vuelve a plantear el tema de unnuevo paro cívico: “Estamos preocupados porque se hi-zo un paro cívico, tocará volver a hacerlo. La policía sabedonde están ellos pero les falta estrategia.” El nuevo parono se efectuó, pese a que se le comenta con insistencia, enparte porque los líderes comunales presionaron al Con-cejo de la ciudad para que los recibiera con el fin de dis-cutir la situación de la zona, con especial énfasis en lainseguridad y las pandillas.21

Ante este incesante ir y venir, con resultados tan pre-carios, el vecindario decide convertirse en agente activodel problema. En una de sus formas se arma un dispo-sitivo de vigilancia en vínculo directo con la policía.Aprovechando la proximidad con algún miembro de loscuerpos de seguridad un grupo hace rondas por las ca-lles dotados de un radio conectado a la estación más cer-cana: “Constituimos un comité de vigilancia privada,ellos tenían armas de fuego y nosotros nada. Un sargen-to del Bosque nos facilitó unos radios, cuando empezába-mos a notar algo llamábamos y venía la patrulla.” Juntoa la modalidad de un organismo privado han comenza-do a proliferar las policías comunitarias, también llama-das cívicas. En las tres ciudades multitud de experiencias

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“Poder echarle la mano a alguien cuando lo necesita es algo que tellena, te hace sentir útil. Es algo que en la sociedad que se cree normalno se da.”

20 Caballo, Neiva, p. ; Olimpa, Neiva, p. .21 Los informes locales ante el Concejo en Comuna (s.f.).

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aparecen en uno y otro barrio, promovidas y respalda-das por las respectivas oficinas municipales de policíacomunitaria. Los vecinos toman la iniciativa —o los pro-motores institucionales los animan—, después de lo cualviene el proceso de entrenamiento, organización y dota-ción de los instrumentos para actuar como apéndicesinformativos del cuerpo policial.

La policía comunitaria forma parte de la gran cantidadde esfuerzos descargados sobre los sectores popularesante la imposibilidad de resolver desafíos primordialesde la vida colectiva. El Estado, impedido para encarar-los, traslada parte de la carga sobre los hombros de laparticipación popular. La lista es interminable, pasa porsoluciones de vivienda; arreglo de bienes de consumo co-lectivo como calles, alumbrado y parques; construcciónde puestos de salud y escuelas; creación de centros de aten-ción a los menores; desarrollo de actividades culturalesy, naturalmente ahora, esquemas contra los atentados ala convivencia. En cada caso, con proporciones variablesde uno a otro, la comunidad pone una parte y el Estadootra. La policía cívica se apoltrona en esta vieja tradiciónde intercambio entre el Estado y las barriadas, agenciadasobre la promesa de una tranquilidad asegurada por lavigilancia vecinal, de un lado, y la pronta y eficaz presen-cia policial del otro.

En medio de este cuadro de intercambios entre el Es-tado y los sectores populares las policías comunitariasson, no obstante, un caso especial. En otros tantos pro-gramas aflora el conflicto, sea por la presencia de aspira-ciones encontradas, sea por el intento de apropiación derecursos o cualquier otro motivo que trabe en contradic-ción intereses antagónicos. De manera distinta la partici-pación en la vigilancia, por definición, pone en juego unpotencial de elevada conflictividad: opera sobre aconteci-mientos en extremo delicados, los delitos contra el patri-monio y su sentido de la propiedad privada, los delitoscontra la vida y su sentimiento de vulnerabilidad de laintegridad. En tales condiciones, desde una de sus aris-tas, la policía comunitaria compromete el imaginario co-munal en aras del bien común, un vivo sentir ligado a unaancestral tradición popular: “Nos toca tomar concienciapara formar un movimiento cívico que acoja todos los gru-pos comunitarios. Solos no vamos a ser capaces de nada”,

dice una de las iniciadoras de la vigilancia local. Empe-ro, desde otro ángulo, el imaginario se ve jalado por la fi-delidad hacia las personas del núcleo comunal y familiar,otro sentir de gran valía. Como dice un pandillero: “Haygente que dice que nos dejen tranquilos, que antes noso-tros cuidamos esos callejones oscuros.” La contradicciónse va al extremo cuando entran en pugna sentimientosfamiliares: “Hay gente que desafortunadamente su hijoes drogadicto. Vienen los problemas porque si mi hijoestá haciendo daño a la sociedad y no lo divulgo estoysiendo cómplice. Esa es la debilidad, eso acabó con la po-licía cívica.” En efecto, el traspaso de funciones policialesal interior del barrio enfrenta a los vecinos ante la com-pleja tramitación de hechos violentos. Más aún, la trans-gresión pandillera arrincona al vecindario. Amenaza aquienes forman parte de las policías barriales, “a uno delos compañeros quisieron atacarlo”, evidenciando la difi-cultad de combatir a unos muchachos conocedores delbarrio y sus secretos: “Tenían claves como un silbido parainformarse que venía la policía. Se esfumaban, como es-tos patios estaban sin cercar se metían por un lado y sa-lían a la otra calle.” Y para el pandillo, por su parte, losgrupos de vigilancia no hacen sino exacerbar su ansia depoder: “Armaron una vez la policía cívica pero no sirviópa’ nada. No se metían con nosotros porque saben quetienen hermanos, familiares, hijos.”22

El trámite violento está a la mano: “Los daños que es-taban produciendo herían mucho a las familias hasta quehubo gente que dijo ‘esto no puede ser más, que los ma-ten’. Y a todos los han matado, la inseguridad se acabó”,cuenta un líder comunal barranquillero.23 Si el trámitelegal ante el Estado resulta infructuoso queda abierto elcamino a la organización de destacamentos de defensa.El calificativo posee en Colombia un largo y atormentadohistorial. Las autodefensas se remontan a la violenciade mediados del siglo XX, cuando los campesinos se or-ganizaron en grupos armados dispuestos a defender a sugente y sus haberes del hostigamiento militar de diversos

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22 La primera y la tercera cita son de Olimpa, Neiva, p. y ; la segun-da y la quinta de Gomelo, Neiva, p. y ; la cuarta de Yepes, Barran-quilla, p. .23 Yepes, Barranquilla, p. .

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adversarios.24 Incluso el más remoto origen de la guerrillade las FARC se entrelaza con tales movilizaciones.25 Añosdespués vuelven a tener remarcada presencia, esta vezcomo abanderadas de la protección frente a los desma-nes guerrilleros; no en vano el paramilitarismo toma elnombre de autodefensas unidas de Colombia.26 Frente aesta sinuosa trayectoria el Estado se comporta de maneraambivalente. Hasta la década de les dio carta de ciu-dadanía mediante un reconocimiento legal que sirvió deparaguas al crecimiento paramilitar; pero una vez queéste creció y adquirió una impensada autonomía, se mo-dificó la ley que las amparaba convirtiéndolas en orga-nizaciones ilegales.27 El término de autodefensa es puesproblemático y no es empleado en las ciudades. Allí sonvariados los nombres que describen la misma experien-cia de autoprotección. El más reconocido es, sin duda, elproyecto antioqueño de las milicias populares, una orga-nización que llegó a pactos con el gobierno y la posteriorconstitución de empresas legales de vigilancia y controllocal.28 En las ciudades de nuestro interés adopta nomi-nativos como encapuchados, cuchos, comités de vigilan-cia. En estas condiciones el término de defensa urbanaresulta conveniente: apuntala la acción de unos vecinosque se arman dispuestos a proteger lo que consideransuyo. Se diferencian de las policías comunitarias en quecortan su dependencia con los cuerpos formales de se-guridad —aunque entre sus filas militen agentes del Es-tado, activos o retirados—, medida necesaria porque suánimo es aplicar justicia por cuenta propia.

La defensa urbana es, entonces, un destacamento ya node simple vigilancia sino, además, de impartición de jus-ticia. Se arman y se organizan de manera independiente ysalen a patrullar el barrio. Los hay de dos clases, uno for-mado por los mismos vecinos y otro armado con agentes

externos. En el primero, los vecinos pueden participarcomo ejecutores directos de los ajusticiamientos:“Hay ve-ces que hacen autolimpiezas los mismos del barrio, loscuchos salen con sus máscaras a tumbar hasta los delfrente de la casa.” No obstante, su forma más extendidaes el hostigamiento a los parches mediante la golpiza se-vera. Sus armas usuales son objetos contundentes comopalos o tubos, aunque algunos portan pistolas para pro-tegerse en un medio donde las armas letales circulan confacilidad. Aparecen de manera esporádica, en las coyuntu-ras de expoliación pandillera. A veces, las menos frecuen-tes, la justicia vecinal deriva en organizaciones establesempeñadas en “sanear” el barrio. La más memorable deBogotá, los encapuchados, se convirtió en un grupo de vi-gilancia y castigo dedicada a propinar duras muendas alos jóvenes sorprendidos en caminadas nocturnas.29 Susrondas se cumplieron hasta que su violencia indiscrimi-nada les quitó el apoyo de la gente, forzando su disolución:“Entre los encapuchados habían unos policías ademásde la gente del barrio. Esos caían hasta los sanos, apenaspor ir fumando o borrachos.”30 Caminaban el vecinda-rio de las diez de la noche en adelante. Constituidos poralgo así como sesenta miembros se repartían en gruposasignados a distintos puntos del barrio. Conocedores delvecindario y sus intrincados recovecos arrinconaron alos parceros, hasta que el embelezo de la justicia los llevóa cometer toda clase de abusos.

El segundo tipo de defensa urbana, en forma distinta,se organiza como un servicio de seguridad privado con-formado por personas extrañas que cobran una paga porsu trabajo. El más famoso es el de los conocidos Mesas enBarranquilla, una forma hoy extendida entre los barriospopulares de la ciudad costeña. El rasgo que los caracte-riza es una desembozada determinación de matar, cum-plida sin el menor miramiento. Armados con pistolas yrevólveres, están siempre firmes en la resolución de ulti-mar a todo aquel sorprendido en la más leve infracción.

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24 Un trabajo sobre diversas facciones armadas durante la violencia demediados de siglo, entre otras, las autodefensas, véase en Ortiz ().25 Pizarro ().26 Sobre la primera formación de las autodefensas actuales en el Mag-dalena Medio véase Medina (). Una historia reciente puede con-sultarse en Romero ().27 Hasta el día de hoy la ley no ha sufrido modificación legal, pero el te-ma de su renovada legitimación ha estado siempre presente, más conel proyecto de ciudadanos informantes.28 Téllez ().

29 En Barranquilla también hubo encapuchados hacia finales de losaños y principios de los . En Neiva, igual, proliferaron du-rante una época.30 Richard, Bogotá, p. ; Efraín, Bogotá, p. . Tumbar es matar; sano esun joven no metido en nada.

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Aplican la misma norma del terror pandillero, de ahí quelos parceros les guardan respeto: “No nos gusta boletear-nos por ahí porque al que vean los Mesa robando le vandando candela de una.” Por supuesto, ante tal decisiónviolenta no faltan enfrentamientos cruzados: “Varias ve-ces nos hemos enfrentado con ellos, uno de nosotros sebajó a uno. Dejaron de meterse por allá.” Nacieron en elbarrio La Chinita, ubicado en un sector popular de otracomuna de la ciudad, en la casa de una familia de apelli-do Mesa decidida a “limpiar” el barrio de maleantes ypandilleros. Su ferocidad resultó proverbial, en el sectordonde operaron amainó de manera considerable la cri-minalidad, permitiendo que la acción inicial se prolon-gara luego en el cobro de un impuesto a los vecinos conla contraprestación de una vigilancia permanente del sec-tor. En la zona de nuestro interés la modalidad de vigilan-tes privados con total determinación de usar sus armasaparece, al comienzo, bajo la forma de acompañantesde los transportes privados como colectivos y camiones deempresas: “Los Mesa escoltan los buses, el carro de la le-che, la coca cola, la postobón, al de la carne, al del pan.”Los atracos a estos vehículos, antes permanentes, casi de-saparecieron. Pasado algún tiempo el servicio de vigi-lancia se extendió a las calles del barrio, al principio sólodurante las noches y luego a lo largo del día. Hoy casi to-dos los barrios del sur cuentan con sus Mesa, personajesque se desplazan todo el día en una moto pasando a reci-bir su pago el día sábado. Un pastor evangélico lo cuenta:“Anteriormente no podía entrar un policía. Los Mesasson un grupo de limpieza que patrullan a toda hora. To-das las tiendas del sur les pagan pesos semanales.Si alguien se quiere afiliar simplemente habla con ellos yda una cuota. En la actualidad es difícil escuchar que atra-caron una tienda.”31

Su función es no sólo preventiva —una imagen legiti-mada a costa de un sinnúmero de muertes—, sino tam-bién investigativa: “Impiden los atracos pero si los haceninvestigan quiénes lo hicieron y si los pillan los matan.”Su justicia arbitraria y sanguinaria les ha creado toda

clase de animadversiones. Como suele suceder en estasjusticias privadas abundan las anécdotas de inocentes caí-dos bajo su ley implacable: “Quien cogen mal puesto lomatan. Con ellos se ha reducido la delincuencia pero hanmatado pelados que no son rateros. Es una injusticia por-que antes de matar se debe practicar un proceso, ellostoman la justicia por las manos.” Al mirar de algunos sonun grupo de mercenarios sin ninguna conciencia de la vi-da local: “Para mí es una cuadrilla de extorsionistas por-que cuidan los tenderos que les pagan pero no la casa dellado, es una especie de paramilitarismo.” Una vez senten-ciado alguien, su persecución no tiene reparos: “Los Mesanunca me lograron agarrar. Me perseguían y me les es-condía. Cuando supieron dónde vivía no salían del peda-zo buscándome, no podía salir de la casa.” El resultado

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“La primera vez fue horrible. Luego como que te acostumbrás a ver-lo, a sentirlo, a hacerlo. Tu esquema se va formando así. Tenía años.”

31 Mechete, Barranquilla, p. y ; Faustino, Barranquilla, p. . Boletear-se es hacerse notorio; dar candela es disparar.

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de un actor con tanta contundencia ha venido a ser el re-pliegue de los pandillos, forzándolos a desplazarse en susactividades: “Ya no nos metemos con nadie, nos vamos aatracar y pelear lejos.” Y gran paradoja, el mercadeo dela muerte ha llevado a que muchos parceros terminen en-listados entre los Mesa atraídos por el salario: “Muchoshan dejado de trabajar pa’ irse con los Mesa porque lespagan más.”32

El conflicto entre los pandilleros y los vecinos adquie-re proporciones dramáticas. Los moradores del barrioreaccionan con una variedad de estrategias, unas indivi-duales y otras colectivas, desperdigadas entre la presióna las autoridades, las vigilancias comunitarias y las de-fensas en abierto pugilato con los parceros. En las tresciudades, una y otra modalidad de respuesta vecinal han

estado presente. Sólo en contadas ocasiones el procesosigue la dirección lineal de la narración anterior. Acon-tece más bien que las distintas respuestas defensivas delvecindario se combinan en el tiempo y la distancia. Mien-tras que en Barranquilla hoy dominan los Mesa, en Bo-gotá se han extendido las policías cívicas, claro, gracias alas campañas de exterminio que le preceden o a la siem-pre acechante posibilidad de nuevos asesinatos. El espec-tro de la muerte está presente, aparece sin titubeos en lasdefensas contratadas como los Mesa, pero su expresiónmás cruda y desgarradora adquiere forma en las opera-ciones de limpieza.

OPERACIONES DE LIMPIEZA

La tramitación sangrienta del conflicto local con la pan-dilla adquiere expresión, en su forma más brutal, en lasoperaciones de limpieza, ese horripilante nombre endo-

3“Yo era como un vagabundo por las calles, cegado por la oscuridad de mi corazón, por la oscuridad de mi hogar donde nunca me dieron luzpor donde empezar a vivir.”

32 Faustino, p. ; Pendenciero, pp. y ; Anónimo por razones de se-guridad; Mechete, p. ; Furtivo, p. . Todos son de Barranquilla.

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sado al sistemático asesinato de cualquier minoría repu-tada de “indeseable”. Los jóvenes de las barriadas popula-res serán un blanco predilecto de la matanza: en nombrede la eliminación de los parches se entronizarán una se-rie de prácticas encaminadas a eliminarlos.

Desde finales de la década de comenzó a circularla noticia de asesinatos múltiples en las calles de las ciu-dades. La práctica de masacres horrendas, en las que sedescuartizaba a grupos de gente, es un viejo y conocidoprocedimiento de “lucha” en Colombia; las matanzas demediados de siglo con su desbordada sevicia lo atesti-guan.33 En tiempos cercanos la modalidad ha halladomás de un confeso seguidor, en particular en el delirio pa-ramilitar cínicamente justificado en el hábito de masa-crar poblaciones completas bajo el argumento de eliminarlas bases sociales de sus enemigos. Así las cosas, las masa-cres iniciadas a finales de la década de se inscribenen una modalidad de probada trayectoria; sus ejecuto-rias, empero, participan de una doble condición que lesproporciona enorme singularidad. Por una parte, tienenasiento en la ciudad, su escenario es la calle y no la vere-da rural; por otra, sus víctimas están investidas de nuevaidentidad, se trata de homosexuales, trabajadoras sexua-les, habitantes de la calle, ladrones. La enseña política serefunde, reemplazada por la consigna puritana de quie-nes se sienten llamados a restituir el orden perdido decre-tando la muerte de aquellos juzgados “indeseables”. Comoacontece siempre con estos agentes privados, reivindica-dos en el papel mesiánico de “ángeles guardianes”, estallaen pedazos la frontera entre sujetos diferentes y seres pe-ligrosos, lo uno reducido y aplastado en lo otro. Una vezcomenzada la práctica en una atribulada capital paisa, ypara desgracia de la maltrecha identidad ética colombiana,el remedo de la crueldad generalizó estas masacres en lasciudades del país.34 Breve tiempo después los pandillerosentraron a formar parte del desfile luctuoso, una vez in-corporados se convirtieron en el objetivo más destacado.

La limpia, así se le conoce coloquialmente en los ba-rrios. Su sólo nombre espeluzna. Declara sin ambages laintención de quien se presume dueño del prurito de se-ñalar lo impuro, de aislarlo y neutralizarlo; un poder pornadie conferido, pero asumido hasta el asesinato sin fór-mula de juicio. La limpieza pone su dedo acusatorio sobreaquel que estima fuera del curso de la vida y, sin más, loarrincona y desaparece. Es la parodia de la cacería urba-na, resonancia de los más brutales exterminios. El “lim-piador” es un criado dócil. Cumple su tarea animado porel sueño inútil de una ciudad liberada de disidencias,cuando en realidad no es sino el lacayo de la extravagan-cia clasista obsesionada con suprimir la pobreza elimi-nando lo “estorboso y feo”. Chata y oscura extravaganciaclasista: la totalidad de sus víctimas son miembros de lossectores populares, jamás se ha emprendido nada pare-cido contra ladrones de cuello blanco, multimillonariosdesfalcadores de las arcas estatales. La gente sabe de quése trata: “Decían que la limpieza era pa’ acabar con la es-coria de la sociedad.”35 La tal “terapéutica” pone bien enclaro el absurdo de la sociedad contemporánea frente asu conflicto: como lo evidencian los pandilleros, los dis-positivos culturales provocan exclusiones frente a las quedesaparece cualquier alternativa distinta a la del asesina-to y la muerte.

Sin duda, la limpieza mueve terrores profundos. Sus for-mas de hostigamiento, que invitan al sepelio de los futu-ros sentenciados mediante carteles colgados en los postesde las calles, así como sus fulminantes formas de ope-ración, le granjearon el lugar de enemigo feroz de laspandillas: “Duró un tiempo que uno veía los avisos queinvitaban al propio entierro, ‘¿cómo así, no me he muertoy están invitando al sepelio mío?’” En Bogotá, su incur-sión es la responsable del cambio operado en las pandillashacia mediados de la década de , barriendo de tajo losantiguos parches con sus ritos y emblemas. Hoy los par-ceros no se pueden dejar identificar con claridad. Aun-que su presencia local pasa por el exceso y la exposiciónpública, los tatuajes, los nombres y símbolos distintivos,las grandes agrupaciones y el amplio poder territorial

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33 Sobre las masacres de mediados del siglo XX véase Uribe (); so-bre las de tiempos recientes, Uribe y Rojas ().34 La ciudad donde primero se escuchó de los escuadrones de la muer-te fue Pereira. Véase Rojas (). 35 Robin, Bogotá, p. .

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de las pandillas anteriores desaparecieron. No hacerlo im-plica caer en la necedad de exponerse a la limpia:“Las pan-dillas de antes las tumbó la sociedad cuando decidieronhacer sus famosas limpiezas sociales, matar jóvenes porestar en un grupo.” Como se cuenta también en Barran-quilla, “conocí un muchacho que se ponía una planchacaliente para borrarse el tatuaje porque lo andaba bus-cando la limpieza.”36

En las tres ciudades las operaciones tienen presencia.Lo acabamos de oír en Barranquilla y Bogotá, igual se daen Neiva. “Me da miedo venirme de madrugada porqueestá dando mucho la Mano Negra, desapareciendo gen-te.” Los datos poco aclaran, se dispone tan sólo de la re-ferencia de % de pandillos asesinados por la limpiezaen Neiva.37 A pesar de sus actuaciones, desde hace algomás de dos décadas, sus acciones permanecen recubier-tas de un halo de misterio y un manto de impunidad. Su“invisibilidad” las convierte en suceso del orden de lo in-nombrable: los textos sobre la inseguridad y las accionespara contenerla ni siquiera las mencionan, haciendo casoomiso de una de sus estrategias preferidas, la masacre.38

En Bogotá, entre y , la policía reportó la exis-tencia de homicidios colectivos con un saldo de

víctimas; en la localidad de San Cristóbal en particular,zona de nuestra indagación en la capital, un estudio es-pecializado menciona nada más tres masacres, mientrasMedicina Legal habla de cinco.39 Los datos resultan pococreíbles, reducidos en comparación con las historias des-perdigadas entre los barrios. Los recuerdos, por cientos,los desmentirían. Es cierto que la memoria, tan frágil e in-teresada, está plagada de trampas; mas las anécdotas pu-lulan con tal fuerza que resultaría necio no otorgarles unaescucha:“Mataron como unos doce manes, otra vez ma-taron como a cinco, quedaron botados a las dos de la

mañana”, se habla en Bogotá. “El año pasado resultaronhartos muertos. Hubo como cinco, los dejaban en la calleo aparecían en el hueco”, se cuenta en Neiva.40 Entretan-to, en Barranquilla venían disminuyendo sin desapare-cer del todo; la sostenida presencia de los Mesa las habíavuelto redundantes.41

Pese a que narraciones de igual tenor se escuchan enlas tres ciudades, en ninguna se conoce rostro alguno desus ejecutores. Se cuenta de la participación de estos yde los otros, en medio de historias desprovistas de pruebascontundentes. Con todo, en medio de la incertidumbre,es posible detectar la participación de tres tipos de acto-res: vecinos del barrio, organismos de seguridad del Es-tado, sicarios contratados para el efecto —de quienes noalcanzamos a ocuparnos en este artículo—. En la prácti-ca, unos y otros se mezclan en el tiempo y las estrategias.

La participación de los vecinos, en primer lugar, se pro-duce de varias maneras. Lo hacen como autores intelec-tuales en complicidad con los escuadrones de seguridaddel Estado. En este caso su misión consiste en apoyar laelaboración de listas mediante la entrega de informaciónsobre los parches y sus miembros: “En la limpieza parti-cipa la gente del barrio, tiene que hacerlo porque si nolos del F cómo van a saber a quiénes hay que tumbar”,señala uno.“La limpieza son la misma comunidad, se or-ganizan en una casa para decidir que acaben éste y éste‘porque nos están dañando la cuadra’”, ratifica otra. Ahíno se agota su papel, funcionan también como autoresintelectuales contratando personas dedicadas al oficio,conectadas en sitios especiales de la ciudad que ofrecenel “servicio”: “La comunidad llama gente. Saben qué per-sonas lo hacen y pagan para que maten”, asevera el prime-ro. “La comunidad va al centro, cogen a un man propioy le dan tanto por tantos muchachos”, declara el segun-do. La pregunta de quiénes son las personas de la comu-nidad no tiene respuestas inequívocas, con mayor razón

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36 Robin, Bogotá, pp. y ; Faustino, Barranquilla, p. .37 No se pudo establecer un dato sistemático en Bogotá y Barranquilla.38 Observatorio de Cultura Urbana (). Lo mismo sucede en la pren-sa, donde las operaciones casi ni aparecen. Al respecto véase Pérez yMejía (: ). La resistencia de la policía de la localidad de Suba anombrar el hecho aparece en García ().39 En los registros de la Policía Nacional los datos sobre masacres apa-recen discriminados apenas desde . El estudio especializado de Ro-jas (: ) habla a partir de una exploración de la prensa. Segovia() transcribe varios artículos periodísticos al respecto.

40 Jaime, Bogotá, p. ; Eleonora, Neiva, p. .41 La afirmación vale para el momento de finalización de nuestro traba-jo de campo, a comienzos de . La formidable incursión del para-militarismo en las ciudades, justo de ese momento en adelante, arrojatodos los indicios de la reaparición y auge de las operaciones de lim-pieza.

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en medio de un conflicto de agigantadas proporciones.Sin embargo, casi siempre se señalan los miembros de lasjuntas de acción comunal. A veces actúan a título propioasumiendo la vocería del vecindario, otras lo hacen enarreglo con vecinos, casi siempre comerciantes con el in-terés de extirpar los parches que ahuyentan sus clientelasy, claro, con el dinero para sufragar el gasto: “El man dela acción comunal es el que más habla, el más sapo comoquien dice”, cuentan en Bogotá. En Neiva se comenta lomismo: “La junta de acción comunal del barrio son unossapos, no son sino gonorreas”, dice uno.“Se rumora queson los mismos del barrio, los presidentes que contratanmatones pa’ que limpien”, certifica otra.42

El segundo protagonista de la limpieza son los organis-mos de seguridad estatales. Su decisivo papel es denun-

ciado sin titubeos, pese a la inexistencia de condenadospor ello:“La limpieza la conforman rayas, fuerzas especia-les, policías especiales, hasta infiltrados en las pandillas.”Resulta imposible establecer los vínculos entre unos des-tacamentos y otros. La policía cumple su misión, sea en lainformación, sea en la ejecución. Se habla de organismosespecializados en la tarea, miembros de distintos cuerposagrupados para el efecto. Se dice en Bogotá:“Hasta dondese tuvo entendido la limpieza era el DAS, los llamados Ga-tos, el F y la misma policía.” También en Barranquilla:“Dicen que la limpieza eran policías disfrazados con otrosde la defensa civil.” Lo mismo en Neiva: “Los que haceneso son la Sijin. Dicen que la Mano Negra viene de Mede-llín, mentiras, son ellos, sino que se cambian, se disfrazany salen tarde la noche a matar.” Los indicios abundan, laspruebas escasean. Las fuentes más fiables provienen tan-to de vecinos pertenecientes a los cuerpos de seguridadcomo de parceros llamados a participar en el trabajito. Losprimeros avisan la proximidad de las limpiezas, “gente

4 “En febrero mataron a Marco Vinicio Rivas, un compañero en este proyecto. Acababa de salir de la cárcel y tenía un montón de ilusiones, comoponer una casa para jóvenes drogadictos.”

42 Richard, p. ; Gladys, p. ; Hernando, p. ; Efraín, p. ; Caballo, Nei-va, p. ; Eleonora, Neiva, p. .

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dentro del DAS informaban cuando iban a salir a hacerlimpieza, porque acá hay gente que vive en este ambien-te y le duele que les dañen donde ellos viven”. Los pan-dillos enrolados, por su parte, hablan de la identidad desus contratantes: “Trabajaba con la misma policía enlimpieza de otros barrios. Le decían ‘hay un pelado tre-mendo, anda con armas matando’. Venía y con otros dosmuchachos de la banda iban y lo mataban.”43 A pesar dela contundencia de las matanzas y las evidencias de susejecutores la impunidad se impone. Hasta donde se tie-ne noticia no se ha producido ni una sola sanción a losresponsables de las muchas incursiones de estas fuerzas:

con claridad, el silencio cómplice de las autoridades reve-la su participación interesada.

Las operaciones hacen acto de presencia cada determi-nado tiempo, con asaltos irregulares y sorpresivos: “Lalimpieza son por épocas, llega a ratos, se pillan que hayhartos chinos, los bajan y se abren.” Su carácter inespera-do es constante de ciudad a ciudad:“Hay temporadas quese escucha que va a hacer limpieza.” A veces la policía lasanuncia, en parte como forma de prevención de sus po-tenciales víctimas, en parte con la pretensión de aplacarlos parches: “Cuando los policías hacen raqueta dicen ‘es-tén en la juega, no los queremos ver por acá porque vamosa hacer limpieza’.” El ritmo de sus incursiones no sigueun patrón fijo sino que guarda relación con la tempera-tura de los parches, concentrando su acción en periodoscortos pero fulminantes y dirigida a las pandillas más aji-zosas: “El barrio siempre vive cosas pero hay temporadasmás fuertes, en que no se puede llegar después de las ochoporque se siente el ambiente de las pandillas.” Tal pareceser la conexión esencial, aunque las épocas de finales deaño suelen ser el momento preferido:“Eso ya estaba fijo,todos los diciembres la limpieza iba y armaban la masa-cre.”44 Incluso las autolimpiezas, como llamó un mucha-cho las defensas conformadas por vecinos, actúan con lamisma lógica de reacción al ascenso de la violencia pan-dillera, con la excepción de las defensas permanentes de-dicadas a vigilar noche tras noche.

Las listas negras encuentran sus fuentes de informa-ción en vecinos y registros policiales, aunque también semencionan visitas de miembros de organismos especia-lizados vestidos de civil, quienes hacen en el terreno unalabor detectivesca para la ubicación de los parches y susmañas: “La limpieza son tombos de particular que llegany fichan a los pelados.” Se mencionan soplones infiltra-dos en las pandillas. Los anuncios de las limpiezas, presen-tes en las tres ciudades, unas veces contienen nombres—líneas arriba se leyó a un muchacho bogotano aterra-do ante el adelanto en vida de su funeral—, y otras sim-plemente se limitan a la mención de la acción que se

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“Pasé dos años durmiendo en el quiosco de un parque. Allí dormíasólo con un suéter. Amanecía llorando cuando llovía.”

43 Yeison, Bogotá, p. ; Robin, Bogotá, p. , Faustino, Barranquilla, p. ;Parcerito, Neiva, p. ; Pendenciero, Barranquilla, p. . Raya es detectiveestatal; las siglas son cuerpos de seguridad del Estado.

44 Gertrudis, Neiva, pp. y ; Tico, Bogotá, p. ; Humberto, Bogotá,p. ; John, Bogotá, p. .

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aproxima:“En ningún momento dicen usted y usted, di-cen solamente cuídense que van a hacer limpieza”, narraalguna; “han puesto anuncios que van a hacer limpiezapero no nombran a los muchachos”.45

Existen diversas formas de ejecución. En una, la másmortal, caen unos sujetos en un vehículo rociando a losjóvenes parados en la esquina. En Bogotá se le puso elapelativo de gato a los vehículos empleados en esta ruinfaena: “Tarde de noche veíamos carros por ahí, los dicho-sos gatos los veía uno rondando.” En Neiva se emplea elprocedimiento: “Allá ven un carro y arrancan a correrporque pasan en camioneta y disparan.” Igual se em-plean motos, en particular en Neiva, ciudad donde bue-na parte de la población se desplaza en ellas: “Se escucha-ba las motos cuando pasaban y los disparos, pero nadiese asomaba de miedo.” El disparo rápido no discriminaentre culpables e inocentes, como se repite hasta el can-sancio: “Están fichados los que tienen que matar, pero siuno está ahí pasan disparando no importa quién maten.”En todas partes abundan las historias de muchachos sa-nos arrastrados en la desfortuna de estas prácticas: “Lle-garon dos camionetas. Más nos demoramos en verlascuando se bajaron un poco de manes de paño, sacan lostubos y nos enciendan a plomo, a mansalva al que caye-ra.” La rociada no es el único procedimiento, asimismose estila la ejecución selectiva buscando las víctimas, listaen mano, apostados en lugares estratégicos del barrio, in-terrogando a cuanto muchacho se atraviese en el cami-no: “Estaban en la entrada de Guacamayas, preguntan alos chinos cómo se llaman y que muestre los papeles, sies el que buscan lo bajan de una”, es un caso en Bogotá.“Llegó un carro, llamó un parcero, disparó y lo dejó ahí;al otro día otro parcero y así”, es otro en Neiva. Igual su-cede que la identificación selectiva no concluye en el ase-sinato instantáneo, se prolonga en el paseo fatal por lasafueras de la ciudad: “A veces se los llevan y la montande alegría, los chuzan, les pegan, los pelan, les dan pata,los torturan, los matan. Se los llevan para otra parte y losdejan por allá.” Sólo un milagro de la vida hace posible

la posterior narración de lo que acontece en un viaje deaquéllos: “Nos llevaron pa’l botadero de doña Juana. Es-taban encapuchados, sacaron los tubos y dijeron que ibana contar hasta tres. Corrí y empezó una balacera ni la be-rraca hasta que me tiré en un montón de basura. Me bus-caron pero no me encontraron, yo ahí paralizado hastalas seis de la mañana. Nunca había tenido tanto miedo.”Sólo en contadas ocasiones los sentenciados se le fugana la muerte, la mayoría de las veces los cuerpos inertes seconvierten en testimonios elocuentes del terror:“A vecesaparecen los muertos tirados en el paradero de las Co-lumnas”, un paraje de amplia circulación y populosa con-currencia en el corazón de un barrio en Bogotá.46

El rasgo característico de la limpieza es su anonimato.La capucha se encarga de cubrir la identidad, acompa-ñada, entre las autodefensas, de ruana y guantes a fin deencubrir el cuerpo del victimario. Sin embargo, su prin-cipal enmascaramiento funciona con el asalto sorpresi-vo que, entre la velocidad, el pánico y la amenaza, cubrela cara de sus ejecutores. En múltiples oportunidades lalimpieza quiebra la continuidad del parche, “decidí reti-rarme cuando empecé a ver caer compañeros, los mata-ban las limpiezas”. En otros casos lo debilita mediante elemplazamiento de uno de sus momentos predilectos,el de la noche:“Desde ahí no volví a pasármela hasta tardepor ahí. Eso fue lo único que me hizo reflexionar.” Noobstante, en el otro extremo, genera una de las tantas es-pirales violentas que no dejan de sacudir a Colombia:“Los parches se integraron y cuando entraban a hacerlimpieza los atacaban. Esperaban el vehículo por tal la-do, le hacían una emboscada para hacerles sentir lo mis-mo que ellos sentían.”La presencia de un enemigo comúnpuede hacer ceder rivalidades que de otro modo seríaninsuperables: “Si a un parche llegaba la limpieza el otrobuscaba ayudarlos, así no se quisieran como parche, siem-pre la unión porque somos del Suroriente. Cuando lehacían daño a un grupo todos se ponían de acuerdo pa-ra hacer daño también.” De buen grado, las correrías de

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45 Tico, Bogotá, p. ; Gertrudis, Neiva, p. ; Eleonora, Neiva, p. . Tom-bo es policía.

46 Robin, Bogotá, p. ; Mundano, Neiva, p. ; Eleonora, Neiva, p. ; Ni-che, Bogotá, p. ; Tico, Bogotá, p. ; Gertrudis, Neiva, p. ; Caballo,Neiva, p. ; Niche, Bogotá, p. ; John, Bogotá, p. . Tubo es arma defuego.

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las limpiezas derivan en una apuesta donde se juega laastucia y se activa la anhelada adrenalina que tanto exci-ta la actividad pandillera: “Si uno les da la pata lo tum-ban, siempre y cuando lo encuentren en un lado solopara que lo puedan echar al carro sin que nadie se decuenta, si los ve alguna persona se azaran.”47

Se trata pues de una muerte sin rostro, hundida en elturbio argumento de acabar la escoria de la sociedad. Alo más, los escuadrones de la muerte dejan huellas de suidentidad mediante la colocación de un cartel sobre elcuerpo inerte de la víctima, consignando el nombre de laorganización o la frase síntesis de su “campaña”. Ahí re-side la diferencia entre la operación de limpieza y el es-cuadrón de la muerte, en la circulación pública del actohomicida. Sus procedimientos son los mismos, aniqui-lan sin compasión envueltos en el misterio con el propó-sito de propalar el terror y el miedo; pero mientras laoperación no reivindica identidad ninguna, el escuadrón,a través de las señas con que marca la víctima, declara lapresencia de una voluntad organizada dispuesta a aban-derar una cruzada moral. De alguna manera los escua-drones fueron la forma dominante durante los primerosaños de aparición de la práctica, visibles en resonantesnombres como Kankil, Cali limpia, Fuera basura; añosdespués la operación desprovista de rostredad se vino aconvertir en el procedimiento corriente, aplicada en espe-cial a los parceros.

En efecto, en el ámbito de los jóvenes poco aparecenlos escuadrones de la muerte. En Neiva se menciona ungrupo conocido como Mano Negra,“a veces por ahí an-da la Mano Negra, andan en moto, llegan a matar y unoqueda ahí tirado”, pero no se escuchó nada parecido alcomportamiento característico de cegar la vida dejandoun rastro. En Bogotá sí se escuchan algunas narracionesdonde muchachos aparecían con las manos atadas atrás,vencidos con un tiro de gracia y coronados con una frasereivindicando la labor de exterminio. Se cuenta de gru-pos con trajes distintivos y símbolos especiales, comouna marca en la cara:“Todos vestían de negro y se pinta-

ban una mano en el lado izquierdo de la cara. Sembrabanel terror.”48 En todo caso hoy el escuadrón es poco co-rriente, lo fue tiempo atrás, abriendo paso a la forma tí-pica de la operación de limpieza. El paso del escuadróna la operación en los barrios populares habla de una mu-tación acorde con la creciente degradación de la guerraen Colombia: la muerte se extiende y generaliza, sin queaparezcan autores reconocidos asumiendo su responsa-bilidad. Simplemente se perpetra, gesticula desde la con-tundencia del asesinato y la mutilación, pero carece detoda habla que la conecte a las tensiones de la cultura yla tramitación argumentada del conflicto.

A MODO DE CIERRE

La pandilla es una forma de habitar la ciudad. No desdecualquier lugar, sino desde la ciudad puesta en los lími-tes, entre la pobreza y la marginación. La pandilla brotade la miseria, no lo hace en ninguna otra condición so-cial. Aunque no faltan los grupos calientes entre sectoresmedios y altos. “Hay bandas de chinos gomelitos… Lesgusta tomar al piso y meter perica… sacan los fierros yse van a hacer sus vueltas”, comenta alguno en Neiva.49

En Bogotá también, de vez en cuando, suena la noticiade muchachos de estrato alto comprometidos en la mez-cla de consumos y actividades delictivas. El caso más so-nado fue el de una banda barranquillera conformada pormuchachos adinerados, dedicados al pillaje, hasta quelas autoridades la desmantelaron. De seguro habrán másejemplos de naturaleza similar; con todo, no pasan de serexperiencias aisladas, nada parecido al fenómeno socialque aflora en la miríada de pelados azotando las zonas po-pulares según revelan los datos de su difusión.

Los parceros conectan entonces con la desigualdad y lapobreza, un tema al que es preciso retornar más allá dela visión que le reduce a mero problema técnico, a simpleasunto de inversión y gestión económica. Como nadiemás lo hace, la pandilla denuncia la exclusión y señala

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47 Las dos primeras frases son de Robin, Bogotá, p. ; Parcerito, Neiva,p. .

48 Sonrisa, Neiva, p. ; Bernardo, Bogotá, p. .49 Parcerito, Neiva, p.. Fierro es arma.

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la marginación: su existencia más allá de los arreglos de lavida colectiva, protagonizada por muchachos de cortaedad, ocupados en nada distinto a la esquina, ¿no lanzael más devastador interrogante sobre el proyecto culturalque encierra la ciudad? La denuncia pandillera se hace condesparpajo, como una suerte de alarido desenfadado, des-provista de discurso alguno sobre su subversión extrema.Los parceros carecen de narrativas que den cuenta de sus“fugas”, de los resortes que las impulsan y las implicacio-nes que arrastran, limitados a contar una y otra vez susanécdotas a la manera de una aventura incesante. Sin em-bargo, su actuación está allí, desafiante, patente en los con-tingentes de jóvenes embriagados por su oferta de poder.

No es un héroe urbano, una especie de víctima em-pujada por los desfavorables engranajes en que el torbe-llino de la vida lo paró. Frente al cuadro de la muertecolombiana sería injusto reivindicar cualquier forma deagencia social preñada de violencia, mucho más si ella serealiza con la inconsciencia propia del pequeño poderparticular. Con todo, si resulta ilegítimo el intento de he-roizar la pandilla, también resulta nefasta la pretensiónde achatarla en una empobrecida expresión de la crimi-

nalidad. Los parceros delinquen, mantienen diversas for-mas de hurto y ejercen una violencia tenaz sobre aquelque se interpone en la satisfacción de sus ansias de he-donismo. No obstante, sus abusos económicos están le-jos de los propios de la banda profesional y sus violenciasse igualan en intensidad con las de otros tantos actoresregados aquí y allá.

De manera que ni el héroe ni el criminal. Entre uno yotro, más bien, el pandillo se erige en testimonio elocuen-te del desafío enrostrado por las turbulencias en que naceel siglo XXI: evidencia la mundialización de los esquemasde identidad y sus armaduras de sentido —el núcleo du-ro de la experiencia pandillera se repite igual en ciudadeslatinoamericanas, pero también lo hace en múltiples rin-cones del planeta—; mostrando uno más de los rostrosapabullantes y siniestros de la globalización deja ver laemergencia de renovados actores y su construcción de unlugar en lo público desde la irreductible afirmación de unestilo de vida; marca las transformaciones del conflicto,ahora tantas veces envuelto entre las urgencias de la vidapuramente local y cotidiana; rotula las tensiones de unaera consumida entre la obsesiva búsqueda de sensualismo

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“La experiencia en la cárcel es dura. Tienes que hacerte respetar. Siempre va a haber alguien que te va a querer ganar. Es donde tienes que decir-le no, aquí no te pasás de lanza.”

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y la atribulada fragmentación institucional. En suma, lapandilla se instituye en sujeto donde hablan las texturasde la ciudad contemporánea. Sólo recorriendo este ata-jo se revela su alma, más allá de la horrenda costumbrede resolver el conflicto mediante el procedimiento de lamuerte.

Las pandillas proclaman la precariedad de lo social,denuncian la escisión de las prácticas sociales y las for-mas de constitución de la identidad: por ello, los pandi-llos viven en un afuera, remisos a las exigencias de unavida colectiva concebida bajo la rúbrica del tiempo futuro.Para el pandillero, por el contrario, el tiempo se desconec-ta de cualquier coordenada que esté un paso más allá desus ritmos biológicos y sus afanes sensualistas, lejos de laregularidad social inscrita en las rutinas de estudiar, tra-bajar, hacer familia. No en vano lo sagrado se le agota enla máxima del territorio es sagrado y no gratuitamente suritualidad está en la muerte, en el modo como densificanlos sepelios y codifican la fidelidad a sus muertos.

Empero, la misma pulverización de lo social reveladapor el pandillero desde abajo, desde el barrio de miseria,la patentizan desde arriba las defensas urbanas y las ope-raciones de limpieza. Ya las múltiples formas de movili-zación de los vecinos, desde la queja desesperada hastala avanzada de los encapuchados, ponen al descubierto laprecariedad de la mediación social en la construcción dela más elemental convivencia. Pero será frente a la opera-ción de limpieza que lo instituido estalle en pedazos. An-te sus sanguinarios procederes recubiertos de mutismo—el silencio que arrastran sus ejecutores pero también elsilencio de la autoridad respecto a su actuación—, la cul-tura y el símbolo ceden aniquilados ante la abdicaciónde un andamiaje institucional que ha renunciado a la fi-bra más íntima de su fundamento.

La pandilla y la limpieza son adversarias en las gue-rras de pavimento, pero idénticas y paralelas en sus formasde desciframiento. Ambas se alimentan de una institucio-nalidad de la que, no obstante, permanecen al margen,convertidas en formas parásitas de lo social. Las dos care-cen de algún discurso legitimatorio de su existencia y suaccionar: son el cuerpo social en marcha desprovisto designo alguno que no sea su imposición de máquina de gue-rra. Frente a ellas la cultura se detiene vacilante y muda,

pese a que ambas develan, como nadie más lo hace, el abis-mo sobre el que se erige la vida colectiva en la ciudad.Los unos ensañados con los vecinos, los otros con los jó-venes, arrancan a la convivencia y la justicia su más ele-mental pálpito ético. A cambio de ello las hablas de unosy otros se hunden en la administración del miedo, gozo-sos de su condición de artefactos de provocación del pá-nico urbano.

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