CARMELO DE TERESA: Teresa de Jesús, la sabiduría de una mujer.

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Teresa de Jesús, la sabiduría d e una mujer

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revista de pensamiento cristiano - núm. 94 - II trimestre de 2015revista de pensamiento cristiano - núm. 94 - II trimestre de 2015revista de pensamiento cristiano - núm. 94 - II trimestre de 2015

Teresa de Jesús,la sabiduría de una mujer

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Sumario3 Pórtico

4 Entrevista a... Rómulo CuartasSanta Teresa: reto, denuncia y propuesta.Xabier Segura

9 Pensamiento Teresa de Jesús, la sabiduría de una mujer. Xabier Segura

20 Perfil de EvangelioSu presencia. Vicenç M. Farré

21 Mirada de mujerLa belleza más grande. Carta abierta alPapa Francisco. Lourdes Campi

24 Maná Sensatos. Francesc Casanovas

25 Experiencias de vidaUn jardín de flores. Imma Borrós

29 Mater et magistraUn pueblo en medio del mundo y para el mundoXavier Estopá

34 Pensamiento brevePersonalidad. Francesc Casanovas

35 Arte y vidaEl Éxtasis de Santa Teresa. Carles Rivas

Núm. 94 / II trimestre de 20154 €

Edita y distribuye:

Seminario del Pueblo de Dios C. Calabria,

BarcelonaTel.

[email protected]

Dirección: Xavier EstopáRedactores: Joan Perera, Francesc Boqueras

Corrector: Xabier SeguraSecretaría y maquetación:

Carme Fainé

Impresión: Impremta Barnola (Guissona)ISSN: -

Depósito Legal: B--

SPDEdic ions

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Pórtico

3II trimestre de 2015cambio de mentalidad

E n el año la Iglesia celebra el quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús con un año jubilar teresiano. De esta manera se nos brinda la oportunidad de contemplar la vivencia humana y

espiritual de esta hermana mayor en la fe.Los cristianos somos por naturaleza personas de refl exión; nuestra fe nos

lleva a rememorar las hazañas que el Señor ha obrado en su Iglesia en las diferentes etapas de la historia. Por eso hoy nos fi jamos en Teresa de Jesús, para que, contemplando una mujer de su época y situándola en el marco de sus circunstancias históricas concretas, nos infunda su espíritu emprendedor y su fi rme confi anza en la acción del Señor a través de su enseñanza y acción eclesial.

A veces la admiración por los santos produce cierta sensación de inaccesibilidad o distancia, y puede parecer que su peculiar experiencia de Dios nos sobrepasa y desborda. Ciertamente les profesamos respeto y veneración; pero, al mismo tiempo, la Iglesia nos los propone como modelos y ejemplos a seguir. Los santos, precisamente porque son auténticos cristianos, son muy humanos. Son personas como nosotros, con defectos y virtudes; desde su profunda indigencia han sentido la mirada misericordiosa del Señor y han escuchado una llamada particular a seguirle, subrayando algún aspecto concreto del Evangelio. Pero el Concilio Vaticano II nos dice que todos los cristianos sin exclusión estamos llamados a la santidad (cf. Lumen Gentium, ). Por ello merece la pena conocer los testimonios de esos hermanos nuestros, tomando conciencia de que el don de Dios que ellos acogieron en sus vidas no es de ninguna manera incompatible con sus limitaciones y defectos.

El presente número de Cambio de Mentalidad es, fundamentalmente, una invitación a acercarnos a la santa doctora de Ávila, una mujer verdaderamen-te apasionada por la humanidad divina de Jesús. Para quienes trataron personalmente con ella les supuso una interpelación. Os invitamos a saborear el testimonio cristiano de una mujer que también hoy puede ser para nosotros un motivo de renovación de la propia fe.

En la entrevista conversamos con Rómulo Cuartas, carmelita y estudioso de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz. En el artículo de pensamiento, Xabier Segura nos introduce en la vida y el pensamiento de la Santa. Y en la sección «Arte y Vida» Carlos Rivas nos presenta la obra escultórica de Bernini: «El Éxtasis de Santa Teresa».

Os deseamos una lectura muy provechosa. l

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Entrevista a...

Santa Teresa,reto, denuncia y propuesta

Xabier Segura

Durante este año se está ce-lebrando un año teresiano, con el V centenario del nacimiento de Teresa de Jesús. Teresa es una mujer del siglo XVI. ¿Cuál es su mensaje para una sociedad mo-derna y globalizada en el siglo XXI?

En su lenguaje narrativo des-complicado y seductor, santa Te-resa es un reto, una denuncia y una propuesta. Nos reta a un co-nocimiento real de nosotros mis-mos y del valor personal de cada ser humano. Hasta llega a afi r-mar que es «gran bestialidad» no saber bien quiénes somos, de

dón de venimos y a dónde vamos. Por eso denuncia la identidad ar-tifi cial que nos ha impuesto la so ciedad de consumo que nos in-duce a pensar que valemos más por el cumplimiento de estereo-tipos y esquemas mentales idea-dos para hacernos pensar que va-lemos por lo que consumimos, por lo que poseemos o por nues-tra capacidad de dominar a los demás. Se nos induce a anular lo mejor de nosotros mismos, que es la dimensión trascendente de nuestro ser, para generarnos la an gustia de estar siempre consu-miendo, lo que no tiene ninguna

capacidad para saciar nuestra ver dadera naturaleza e identi-dad. Mientras la sociedad de consumo concretada en el llama-do «estado del bienestar» nos con vence de que somos lo que consumimos, Teresa nos dice con toda su fuerza: «Eres lo que es tu relación con Dios.» Por eso la pro puesta o anuncio teresiano apun ta a lo esencial, a lo más hondo de lo humano: no somos una realidad oscura y sombría sino que nuestro interior es una rea lidad luminosa donde «hay una mo rada para Dios», que ha-bita en todo ser humano.

Rómulo Cuartas Londoño

Religioso y presbítero de la Orden de Carmelitas Descalzos. Doctor en teología y especialista en mística cristiana, con especial énfasis en los místicos españoles del siglo XVI: Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Desde hace algunos años trabaja como vice-rector y profesor del

Centro Internacional Teresiano-Sanjuanista de Ávila (CITES). Es además autor de numerosos artículos y libros relacionados con la mística y la espiritualidad

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Dios inhabitante en todos no ha-ce distinción alguna por razones de género. Te resa nos pone en plano de igual dad ante Dios y desde ahí denuncia toda discri-minación, ex clusión y someti-miento no sólo de la mujer sino de cualquier ser humano. Por eso más que de un feminismo en el sentido en que lo entendemos hoy, en Teresa podemos hablar de un humanismo en el cual se incluye la peculiar riqueza de la identidad del género femenino, pero sin perder de vista que la meta que ella propone para to-dos, hombres y mujeres, es la identifi cación o confi guración con Cristo, en el cual se superan estas discriminaciones nacidas del afán de dominio y de la arro-gancia, ajenas a Cristo y a su mensaje.

El Papa Francisco ha dicho que es necesario elaborar una teo logía de la mujer en la Iglesia, descubrir el papel de la mujer. ¿Nos aporta Teresa de Jesús ele-mentos signifi cativos para esta refl exión? ¿Cuál sería el papel de la mujer en la Iglesia, según el pensamiento de Teresa de Je-sús?

Ciertamente hace falta una pro funda y amplia refl exión teo-lógica sobre la mujer que supere una teología sesgada y medida sólo desde la vertiente patriarcal, en sí misma excluyente, y que ha-ga gala de la igualdad fundamen-tal de todo ser humano. No se trata de una teología reivindica-

nuevas relaciones entre las per-sonas, encontrar el verdadero fundamento para la solidaridad, la justicia, el respeto por la natu-raleza, un nuevo orden econó-mico. Según santa Teresa todo puede ser nuevo si surge de la experiencia de Dios y apunta a Dios como máximo bien: «Sólo Dios basta… quien a Dios tiene nada le falta».

¿Se podría valorar a Teresa de Jesús como una defensora de la mujer, en la sociedad y en la Iglesia? ¿Es Teresa de Jesús fe-minista?

Por su profunda identidad con Cristo en el contexto lace-rantemente machista de su siglo, no superado todavía hoy, santa Teresa es una profunda defenso-ra de la mujer en cuanto con su vida, en su praxis y en su pro-puesta apunta a superar toda dis-tinción o exclusión por razones de género. Reclama con fuerza el papel de la mujer en la Iglesia

y en la sociedad con base en un fundamento muy sólido. Tan to el varón como la mujer son imagen y se mejanza del mismo Dios; es el mismo Dios el que vive en el interior de las mu jeres como en el de los hom bres, y ese Ü

¿Cuál sería su aportación fun damental a la espiritualidad y a la vida de la Iglesia?

La espiritualidad teresiana es simple, consistente y responde a nuestra naturaleza. No se distrae con métodos o prácticas compli-cadas. Apunta al campo relacio-nal. Esta espiritualidad relacio-nal nos lleva a estar en per manente contacto con nuestra propia in-terioridad, en cuyo fondo habita quien sabemos nos ama, quien siempre nos escucha, y donde en-contramos criterios y valores de vida para disfrutar de una vida auténtica sin dependencias ni es-clavitudes. De ahí que la Iglesia, inspirada y enseñada por Teresa tienda a vitalizarse y hacerse más creíble por la vía de la experien-cia de Dios. Ya la Iglesia tiene bien claro, que más que de un proceso de adoctrinamiento se tra ta de comunicar la experiencia del encuentro con el Dios vivo y verdadero en el interior de cada persona y así establecer unas

Ý Teresa nos dice con toda su fuerza: «Eres lo que es tu relación con Dios»

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tiva de género, pues creo que la mujer no busca desplazar o des conocer al varón, sino ser reconocida en su dignidad, en su iden tidad y en sus capacidades con igualdad de oportu-nidades. Se trata de una teología que de-sarrolle, con todas sus consecuencias prác ticas aquello de san Pablo: en Cristo Jesús ya no hay esclavo ni libre ni hombre ni mu jer ya que todos somos uno en Cristo (Ga ,-).

En este sentido, santa Teresa, que sufrió profundamente ese an-ticristianismo, marcado por el machismo, es una voz profética limpia y llena de luz: «…ni abo-rrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, a las mujeres, antes las favorecis-teis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres… por-que veo los tiempos de manera que nos es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres» (CE ,). La San ta habla siempre desde su experien-cia de comunión con Cris to. Y en el trato que recibe de Él ve que no sólo no la excluye sino que la identifi ca con Él mismo hasta lle-gar a decirle: «Ya sabes el despo-sorio que hay entre tú y yo, y ha-biendo esto, lo que yo tengo es tuyo y así te doy todos los tra ba-jos y dolores que pa sé y con es to puedes pedir a mi Pa dre co mo

cosa propia» (CC ). De tal ma-nera que, según la experiencia de santa Teresa, ninguna fun ción, ministerio o misión está vetada a la mujer, como tampoco a nin-gún hombre se excluye de la ex-periencia de unión con Cris to que ella expresa bajo el símbolo del matrimonio espiritual. Si to-dos somos uno en Cristo Jesús, asumimos como propia la misión de Cristo, según la medida del don de Dios, para el bien común. En esta proyección el Papa Fran-cis co y Teresa coinciden en volver a lo más genuino del Evan ge lio para vivirlo en lo más co tidiano de nuestro existir.

Teresa de Jesús era conside-rada por algunos como ilumi-nada y heterodoxa, y su doc-trina fue analizada por la In quisición. Hoy es doctora de la Iglesia, aunque tuvo que su-frir mucho. ¿Cuál fue la relación de Teresa de Jesús con la jerar-

quía eclesial? ¿De qué manera es ella obediente y fi el a la Igle-sia?

En muchos casos todas aque-llas sospechas nacían del miedo a los nuevos movimientos tanto teológicos como espirituales. Más que temer a los posibles erro res temían a su propia ig no-ran cia, a su inmovilismo in te lec-tual y a su carencia de experien-cia espiritual.

Por eso les resultaba más fácil sospechar, perseguir y condenar que cambiar y abrirse a la fuerza del Evangelio. Por eso la Santa lamenta tanto la postura de le-trados y teólogos más predis-puestos a decir: «¡¡Demonio, de-monio!!» donde podían decir: «¡¡Dios, Dios!! (V ,).

Como decíamos antes, Teresa no sólo fue reconocida en vida como santa sino que muy pron-to, después de su muerte, se la reconocía como doctora en las co sas de espíritu. De tal manera

Ý Nos reta a un conocimiento real de nosotros mismosy del valor personal de cada ser humano

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que, como afi rmó el Papa Pablo VI en , la Iglesia más que pro clamar a Teresa de Jesús doc-tora de la Iglesia lo que hizo fue reconocerle un doctorado que ya ostentaba desde mucho tiempo atrás, aunque fuera un doctorado forjado en la criba de la sospecha y la incomprensión, especialmen-te en la que la santa llamaba «con tradicción de buenos», entre quienes hubo obispos, frailes de su misma Orden, teólogos, con-fesores, miembros del clero, reli-giosos y hasta religiosas.

Pero, en general las relaciones de Teresa con la jerarquía fueron cordiales, obsequiosas y de res-petuoso acatamiento, aunque mu chas veces lamenta los incom-prensibles obstáculos que encon-tró en algunos.

Porque su fi delidad a la Iglesia tiene un fun damento más fuerte que la fra gilidad humana y ve en la Iglesia y en sus ministros a Cristo mismo a quien conoce y con quien se relaciona cada día en intensa comunión. Por eso no se deja distraer por sus fallos. Su reacción ante sus incomprensio-nes y resistencias es que Cristo tiene po der para sacar adelante su obra y que se sirve de con es-tos obstáculos para hacerla más consistente. Por eso la fi delidad de Teresa a la Iglesia es fi delidad a Cristo cuyo cuerpo es la Iglesia. De ahí que su postrera exclama-ción: «Muero hija de la Iglesia» se pueda interpretar como un can to a la fi delidad de Cristo y una acción de gracias por haber-la mantenido fi el en esta media-ción humana de la Iglesia que no

carece de fallos pero que la sos-tiene en la fi delidad del Señor.

Son famosas las palabras del nuncio del Papa, Felipe Sega, que defi nen a la santa como «an-dariega, desobediente y contu-maz». ¿Cómo era la personali-dad humana de Teresa de Jesús?

Dentro de los esquemas men-tales del momento, especialmen-te en lo tocante a la mujer, tanto en la sociedad como en la Iglesia, las palabras del Nuncio segura-mente fueron aplaudidas por mu chos. El estancamiento inte-lectual, la estrechez de miras y la poca experiencia para captar algo que superaba su horizonte inte-lectual y espiritual no daban pa-ra más. Más que censurar a Te-re sa el Nuncio y los que le seguían estaban expresando su temor, su miopía y su habilidad para abu-sar del poder descalifi cando a quien tenía la cabeza unos me-tros por encima de las suyas.

Porque la Santa, cuando em-pieza su «vida pública» como fun dadora, ya tiene experiencia de muchas cosas, se ha leído mu-chos libros, conoce y ha tratado con los más sobresalientes teólo-gos y biblistas del momento, lle-va años de profunda experiencia de comunión con Cristo y tiene fundada su esperanza y su segu-ridad en Dios. Por eso desde esa atalaya desde donde se ven todas las verdades tiene una libertad avasalladora y desconcertante. Una libertad que la hace seduc-tora e irresistible para algunos y temible para otros. Anda en la verdad que la hace libre delante

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Santa Teresa: reto, denuncia y propuesta

de todos, y su sola presencia des-enmascara y hace dudar especial-mente a los mediocres que ponen su seguridad en autoridades pos-tizas. Esa personalidad tan pro-fundamente humana la hace sim pática, buena conversadora, cla ra en sus planteamientos, nun ca susceptible de ser intimi-dada ni con amenazas ni con cen suras ni con descalifi cacio-nes. Por eso goza de una alegría profunda que nadie le puede qui-tar y hace gala de buen humor.

Tiene una li ber tad avasalladora y des con cer tante. Una libertad que la hace se duc-tora e irresistible para al gunos y temible para otros Þ

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Ü Así consigue que ni a ella ni a sus monjas puedan quitarle «esa or-dinaria alegría que siempre traen consigo.»

Teresa es conocida especial-mente por sus experiencias mís-ticas extraordinarias (levita-ción, transverberación, etc.) que han quedado refl ejadas en obras de arte como el Éxtasis de Santa Teresa de Bernini. ¿Qué impor-tancia tienen estas experiencias dentro de su doctrina? ¿Qué es la mística, dentro de la doctrina teresiana?

Ciertamente Teresa disfrutó y sufrió singularísimas experien-cias místicas que presenta con tal fuerza narrativa que muchas ve-ces han tenido más acogida las fi guras y comparaciones con que las narra que la experiencia que nos quiere comunicar. Pero ella misma no se cansa de advertir que ese es el camino peculiar por donde ha querido llevarla el Se-ñor a ella; que a cada persona la

lleva por el camino que le es más conveniente; y que lo que impor-ta no son los fenómenos extraor-dinarios sino «los dejos que de-jan», es decir, los efectos que pro ducen en la vida creyente, que siempre en Teresa se reducen a dos: crecimiento en el amor de Dios y crecimiento en el amor al prójimo. Si no dejan estos efectos ninguna oración y tampoco nin-guna experiencia extraordinaria puede considerarse verdadera. Es la aplicación en radicalidad de la máxima evangélica: «por sus fru-tos los conoceréis» (Mt ,)

La Santa no descarta las ex-periencias místicas extraordina-rias en nadie. Pero no fundamen-ta en ellas ni sus enseñanzas ni sus propuestas. Lo que realmen-te es fundamento para ella es la comunión con la voluntad de Dios y cumplirla. De ahí que po-damos decir que para la Santa la experiencia mística es recibir con tanta humildad la voluntad de Dios que no tengamos otro em-peño que ponerla por obra en la entrega a los demás. Así, cuanto más servimos y nos entregamos al prójimo, más unidos estamos con Dios y esa será la experiencia mística más profunda, así no se dé ni un asomo de fenómenos ex traordinarios.

Ante el reto eclesial de la Nue va Evangelización, ¿qué nos aporta Teresa de Jesús?

En consonancia con lo que he mos dicho anteriormente, el

en cuentro de Teresa y el Papa Fran cisco se da en la sugestiva propuesta de volver a la simpli-cidad del Evangelio con el mis-mo ardor con que lo vivieron las primitivas comunidades cristia-nas que interpelaban a todo el que las veía vivir, y de quienes arrancaban esa admiración con-tenida en la expresión: «¡Mirad cómo se aman!».

Lo que realmente interpela con efi cacia y mueve a un cam-bio radical de vida es el testimo-nio sencillamente vivido y hu-mildemente comunicado. Decir Teresa de Jesús es decir experien-cia, fi delidad, entrega: Expe rien-cia del Dios vivo y verdadero sin glosas, manipulaciones o tergi-versaciones. Es la experiencia de recibir a quien me busca; escu-char a quien me habla; mirar a quien me mira; caminar con quien siempre está conmigo por-que vive en lo más íntimo de mi ser. Fidelidad a quien siempre ha sido fi el y no puede dejar de ser-lo porque sería negarse a sí mis-mo. Una fi delidad que es entrega permanente y siempre me está im pulsando a querer darle con-tento en aquellos en quienes más y mejor se manifi esta, que son los pobres, los excluidos, los mi-grantes, los sin techo, los sin es-peranza. Para Teresa los grandes dones de Dios y Dios mismo no se me dan para que me encierre en la indiferencia a gozar de lo que me da. Lo pierdo todo si no lo entrego. l

Û La Iglesia, inspirada por Teresa, tienda a vitalizarsey hacerse más creíble por la vía de la experiencia de Dios

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Teresa de Jesús,la sabiduría de una mujer

La vida de Teresa de Jesús coincide con el rei-nado de Felipe II, que regentó un «imperio donde no se ponía el sol». En la época pos-

terior al cisma protestante y anglicano, Felipe fue un rey profundamente religioso que puso todo su esfuerzo en defender la fe católica. La política y la religión iban unidas y el imperio usaba todo su po der también para detener las herejías y castigar

El autor nos introduce en la historia de amor de la Santa de Ávila y su encuentro esponsal con Jesús, mostrando las circunstancias concretas y las dificultades que rodearon su itinerario vital, y subrayando la novedad que representó para la historia de la espiritualidad eclesial

Pensamiento

Xabier Segura

a sus promotores, fortaleciendo así la unidad po-lítica. En aquella época la Inquisición asumió un papel judicial junto al poder secular, persiguiendo herejes y exigiendo conversiones.

Mientras Europa se desangraba en guerras de poder de connotaciones también religiosas, Teresa de Jesús iniciaba una aventura interior que generó una pequeña reforma descalza y una gigantesca Ü

cambio de mentalidad

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hazaña espiritual. Así fue como unas pobres mujeres «de ruin condición» mostraron, quizá mejor que nadie, los caminos del Espíritu en el seno de la Iglesia.

De hecho, fueron las guerras religiosas con el protestantismo, unidas al entusiasmo por la evangelización de América, que impulsaron la Reforma teresiana: «En este tiempo vinie-ron a mi noticia los daños de Francia y el es-trago que habían hecho estos luteranos y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta. Dime gran fatiga, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le su-plicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían; y como me vi mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del Señor, y toda mi ansia era, y aún es, que pues tiene tantos ene migos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos, determiné a hacer eso poqui-to que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pu-diese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confi ada en la gran bondad de Dios, que nunca falta de ayudar a quien por él se determina a dejarlo todo; y podría yo contentar en algo al Señor, y que todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia y predicadores y le-trados que la defi enden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen a los que ha hecho tanto bien...» (Camino de Perfección ,).

En una época en que aparentemente todo el mundo era religioso, Teresa consideraba que, en realidad, Dios tiene pocos amigos, constatando el escaso agradecimiento que los cristianos solemos mostrarle.

La respuesta de Teresa a los males de su época consiste en ofrecer su «determinada determina-ción», para ser ella misma amiga verdadera de Dios, entregándose a Él del todo y enseñando a sus monjas a hacer lo mismo. De esta manera, la comunidad orante intercedía por todos y se soste-

nía la vida activa de la Iglesia con la oración de las primeras descalzas.

Buscando la plenitudEl Libro de la Vida nos relata el itinerario hu-

mano y espiritual de una mujer singular, que sor-prende por su valentía y su fuerza. Durante mu-

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Ý La respuesta de Teresa a los malesde su época consiste en ofrecer su «determinada determinación», para serella misma amiga verdadera de Dios

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chos años, ella vivió una insatisfacción interior que, en realidad, escondía una búsqueda apasionada de la verdad.

De pequeña, la muerte de su madre le provocó un vacío, que buscará llenar con una mirada inte-rior hacia la Virgen, a quien adoptó, a partir de en-tonces mismo, como sustituta de la madre ausente. La proximidad de la muerte le hizo refl e xio nar, y de ahí nacerá su deseo de vida «para siem pre». Sien-do muy pequeña animó a su hermano Ro drigo a ir a tierra de musulmanes para sufrir el martirio y así poder conseguir, «tan fácil», la vida eterna y la visión de Dios. Un tío suyo los recogió fuera de la ciudad y los devolvió a su casa. Más adelante de-cidió hacerse monja, pensando que era el camino «más seguro» para salvarse, y con veintiún años entró en el convento de la Encarnación de Ávila.

Teresa pasó muchos años de vida religiosa en una sorda lucha en busca de una plenitud que no acababa de llegar. Estaba frecuentemente enferma, y llegó al umbral de la muerte. Dañada y debili-tada inició un camino nuevo, guiado por la ora-ción interior que aprendió en lecturas espirituales: «Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba repre-sentar a Cristo dentro de mí, y hallábame mejor –a mi parecer– de las partes adonde le veía más solo. Parecíame a mí que, estando solo y afl igido, como persona necesitada me había de admitir a mí [...] En especial me hallaba muy bien en la ora-ción del Huerto. Allí era mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y afl icción que allí había tenido, si podía deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor [...] Muchos años, las más noches antes que me durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde que no era mon-ja, porque me dijeron se ganaban muchos perdo-nes. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mu-cho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguar-me para dormir» (Libro de la Vida ,).

La santa aprendió a vivir la oración como una experiencia de interioridad, alejándose de las dis-

tracciones y concentrándose en la fi gura de Jesús, a q uien sentía más cercano en momentos de sufri-miento y soledad, como en el huerto de los Olivos. Iba perseverando en la actitud orante de ponerse en su presencia, de estar con Él.

Finalmente, después de dieciocho años de vida religiosa, cuando ella tenía treinta y nueve, vivió una importante experiencia de conversión que mar có desde entonces su vida: «Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fi esta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrójeme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle […] Esta postrera vez de esta imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfi ada de mí y ponía toda mi con-fi anza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, por-que fui mejorando mucho desde entonces» (Libro de la Vida ,.). El cambio radical de Teresa nació al contemplar la humanidad sufriente de Cristo, entregado por amor a nosotros, el cual le suscitó el deseo de responder generosamente. También encontramos una actitud radical de abandono en manos de Dios, en pugna con Él: «Que no me ha-bía de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba.» Es la lucha de la fe, como la de Israel con Dios (cf. Gn ,-), de la que nace una he-rida de amor que acompañará a Teresa a lo largo de toda su vida.

Un itinerario de amistad y amorPara Teresa la vida cristiana es un camino de

ora ción. Es famosa su defi nición: «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amis-tad, estando muchas veces a solas con quien sabe-mos nos ama» (Libro de la Vida ,). Ve mos aquí

Teresa de Jesús, la sabiduría de una mujer

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la esencia de la oración como una experiencia de reciprocidad: de nosotros a él (tratar de amistad), y de él a nosotros (con quien sa-bemos que nos ama). Una expe-riencia que exige repetición y per-severancia, intimidad personal.

En el proceso de la oración te-resiana se descubre una evolu-ción. Primero es ella la que, si-guiendo la doctrina de algunos textos de espiritualidad de su época, dirige su mente hacia las imágenes de Cristo o hacia esce-nas imaginadas del Evangelio. Pos te rior mente estos libros fue-ron prohibidos, y ella se ve em-pujada a encontrar la luz en la voz interior de Jesús: «Cuando se qui-taron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no podía ya, por dejarlos en latín; me dijo el Señor: No tengas pena, que Yo te daré libro vivo… Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades» (Libro de la Vida ,). El Jesús imaginado pasa a ser una presencia interior.

En el camino espiritual Teresa busca a Jesús en su humanidad, como amigo, y va descubrien-do con sorpresa un itinerario que va de la amistad al desposorio, a la unión plena y transformada en el Amado. En sus primeras etapas Teresa era un poco reticente a asumir el símbolo esponsal como clave iluminadora del camino espiritual. Las mon-jas eran denominadas comúnmente «esposas de Cris to», pero ella era consciente del papel de la mujer ca sada en su tiempo, más bien sometida a una sociedad de matriz patriarcal, sin capacidad de decisión y dominada, sin posibilidad de estu-diar ni de enseñar. En cierto sentido, con su pro-yecto fundacional, Teresa crea nuevos espacios de libertad y crecimiento humano y espiritual para las mujeres.

Con el paso del tiempo, el mismo Jesús se pre-senta a Teresa como esposo, y ella descubre que se

trata de un esposo diferente, que conoce a la mu-jer y se preocupa de ella, la quiere verdaderamen-te y cuida de su bienestar. Y Jesús mismo le pro-pone el desposorio: «De aquí adelante, no sólo co mo Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía» (Relaciones ). Ser espo-sa de Cristo conduce, al fi nal del camino, a com-partirlo todo con Él, en plena reciprocidad. No se trata de ser esclava del marido, utilizada por él, sino de dar y recibir amor, servicio, diálogo... Por eso, al fi nal de Las Moradas, Teresa asume ya ple-namente la simbología esponsal: el verdadero es-poso es Cristo, que ama apasionadamente la Iglesia y a cada persona concreta, ofreciéndole espacios de vida y recreación; en esta unión el alma ofrece su debilidad humana y recibe la grandeza de los dones divinos.

La obra escrita de TeresaTodas las obras de Teresa transmiten su propia

experiencia vital y de oración, y comunican su pe-dagogía. El Libro de la Vida es una refl exión sobre su propia historia, contemplada desde la miseri-

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Ý El cambio radical de Teresa nació al contemplar la huma-nidad sufriente de Cristo, entregado por amor a nosotros,

el cual le suscitó el deseo de responder generosamente

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Teresa de Jesús, la sabiduría de una mujer

cordia del Señor, que vino a buscarla. Camino de perfección se escribió como un manual de oración pensado para las primeras carmelitas. El libro de Fundaciones es una crónica de la dimensión activa que va ligada a la vida mística de su autora. El li-bro de las Relaciones, también llamado Cuentas de Conciencia, es la agrupación de varios textos tere-sianos donde explica el contenido de sus diálogos con Jesús en la oración. Las Exclamaciones son tex-tos de plegaria personal.

Pero la obra culminante de la santa es Las Mo-ra das o Castillo Interior, que diseña la perspectiva de un bello y sorprendente camino espiritual. Se trata de una de las mayores obras de espiritualidad de todos los tiempos, escrita en dos meses, en me-dio de viajes y tribulaciones. Redactado según el más puro estilo teresiano, sin mirar atrás, sin co-rrecciones. Teresa no se lo piensa mucho, y su plu-ma escribe sobre lo que llena su corazón. El estilo resulta a veces un poco confuso. Diseña un re-corrido con siete estancias que no están claramente defi nidas, con elementos que se repiten de mo-dos diversos.

La obra de Las Mo ra das tiene muchas lecturas, todas válidas, que se adaptan a la circunstan-cia y realidad de quien se acerca a ella. Los principios que ema-nan están llenos de luz, en un camino de mistagogia cristiana que nos hace penetrar el miste-rio de la vida, caminando con Jesús a nuestro lado. La tradi-ción carmelitana salvaguarda y comunica este tesoro, que es para toda la Iglesia.

Teresa había iniciado su camino espiritual experi men- tando su propia miseria y pe-cado. Pero la presencia viva de Dios va modifi cando pro-gresivamente el concepto de sí misma. Fijémonos en las palabras que

Jesús le dirige en Relaciones : «Y como estaba es-pantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí: “No es baja, hija, pues está hecha a mi imagen”.» Ella descubre que no debe mirar tanto su pequeñez, miseria y pecado, sino la belleza que Dios ha puesto en ella, la ima-gen de Dios impresa en su interior: «No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente ape-nas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues Él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza» (Las Moradas ,).

Sus obras, escritas por obedienciaa sus confesores o a Jesús mismo,

manifiestan la apasionada voluntad de ofrecer su mensaje a todo el mundo Þ

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De ahí nace la idea fundamental del libro: en nuestro interior hay un gran castillo de diamante, transparente, profundamente hermoso, con mu-chas estancias, y en lo más profundo del castillo está la presencia de Dios.

El camino teresiano es un penetrar en nuestro interior, pero no para buscarse uno mismo, no para recrear los traumas y complejos del inconsciente, si no para salir en busca del Otro, la fuente del Ser. De esta manera la fe nos sustrae de la esclavitud de contemplarnos a nosotros mismos, y nos conduce misteriosamente por un camino de alteridad y tras-cendencia, que no contradice sino que realiza la propia identidad personal. Nos realizamos en el Otro, para el que estamos diseñados, creados a su imagen, y será Él quien dará forma a todas las re-laciones con los demás. Esta idea motriz se encuen-tra en el trasfondo de todo el camino espiritual, y explica cómo al fi nal del camino se unifi ca la ex-periencia de amor y de unidad con Dios con el amor concreto y servicial a los hermanos.

En este camino de perfeccionamiento, Teresa ha diseñado siete experiencias. Conviene señalar que no se trata de siete escalones en un camino de perfección espiritual de ascenso hacia Dios, sino de siete experiencias humanas en que la persona recorre al mismo tiempo un camino hacia Dios y hacia uno mismo, y donde el amor al prójimo es la garantía de autenticidad. Las siete moradas del Castillo son experiencias que se pueden superpo-ner, o donde unas pueden preparar las otras, pero por encima de todo está siempre la misteriosa vo-luntad e iniciativa de Dios que trabaja a cada uno según le place.

La primera Morada consiste en entrar en el Castillo, en la propia interioridad, para conocerse por la fe, abandonando el egocentrismo para bus-car a Dios. Ponerse en gracia, reconocer los peca-dos, hacer penitencia. La segunda es meditar la propia vida y acercarse a Jesús, centrarse en Él y en su humanidad, leer libros devotos, desapegarse de posesiones egoístas. La tercera conlleva una de-

cisión personal: actos interiores y exteriores de virtudes que fortale-cen la fe, perseverancia en las difi cultades, y se ofrece a Jesús las pro-pias miserias, la propia humildad.

Como hemos visto, en las tres primeras Moradas predomina la ascética y la iniciativa personal, con oración de meditación. En cambio, la cuarta Mo-ra da, la del medio, es una morada de transi-ción, como el gusano de seda que se va a ce-rrar en el capullo para

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El camino teresiano es un penetrar en nuestro interior, Ýpero no para recrear los traumas y complejos del inconsciente,sino para salir en busca del Otro, fuente del Ser

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Teresa de Jesús, la sabiduría de una mujer

una transformación defi nitiva. En la experiencia de recogimiento y de intimidad con el Se ñor, se vive de la fe, en la gratuidad y en actitud de servi-cio.

Las tres últimas Moradas tienden a la mística, con oración de contemplación, dando paso a la iniciativa divina. La quinta representa la muerte del gusano convertido en mariposa, el dinamismo bautismal (muerte-resurrección), donde la nueva criatura brota de la fe y vive sólo para agradar a Dios. La sexta es un espacio de unión y aprendi-

zaje en el amor, donde la fe se muestra como una herida de amor, como un anhelo de júbilo lleno. La séptima es la unión ple-na y consumada de amor: confi -guración con Cristo en un total olvido de uno mismo, sin miedo a las adversidades ni de la muerte.

Al fi nal del camino espiritual la persona se caracteriza por estar siempre en la presencia de Dios, con la conciencia de que Dios vive en ella y ella vive en Dios. El re-sultado es una vida llena de amor a los demás concretado en obras («obras quiere el Señor»: cf. Las Moradas ,,), servicio y entrega. El hombre nuevo es una persona libre, generosa, sin temores, en-tregada, siempre disponible, hu-milde, totalmente confi ada en la misericordia del Señor.

Teresa, una mujer, nos ha mostrado esta criatura nueva, este tesoro de espiritualidad: la gesta-ción de la vida divina en el seno de cada uno de los creyentes.

La gran aportación teresianaNo subrayaremos nunca sufi cientemente, sin

embargo, que la mayor aportación de Teresa en la teología y en la espiritualidad es el volver a recu-perar la centralidad de la humanidad de Cristo.

En su época, este tema fue revolucionario, ya que, aparte de algunos espirituales y miembros de nuevos grupos –como los jesuitas–, se pensaba que para acceder a lo superior y divino había que ale-jarse de lo humano. Teresa de Jesús, siguiendo los consejos de algunos directores espirituales, había intentado una oración abstracta sobre Dios, pero no conseguía avanzar en ella. Será su propia expe-riencia de oración la que le guiará por un camino lleno de difi cultades, y con el apoyo de varias fi -guras, como Pedro de Alcántara o Francisco de

Ý Teresa defenderá la condiciónfemenina y apelará al mismo Jesús,que, «cuando andaba por el mundo…halló entre las mujeres tanto amor, y más fe, que en los hombres»

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Borja, encontrará el impulso necesario para man-tener una opinión, hoy universalmente aceptada: todos los dones y gracias que Dios quiere dar al hombre pasan por la humanidad de Cristo, que no se debe abandonar nunca.

La gran santa castellana desarrolló una sabidu-ría profundamente humana, un conocimiento de la interioridad personal y una pedagogía espiritual personalizada conectada con la vida real. Ella es, sin duda, una de las mujeres que más ha infl uido en la historia de la espiritualidad.

Encontramos en Teresa una gran riqueza y com plejidad. Una gran «maestra de espirituales» y, al mismo tiempo, una mujer práctica y concre-ta, que pasó mucho tiempo emprendiendo nego-cios, compras, fundaciones de conventos, buscan-do dinero y organizando personas.

La gran mís tica es también una gran líder, para hombres y mujeres, ocupada en los detalles más concretos de la vida diaria, tal como se puede com-probar en sus cartas. Sabe dar sabios consejos para el progreso espiritual, pero también advertencias prácticas para moverse en el mundo real y secular. Su sabiduría práctica queda bien refl ejada en sa-bias sentencias diseminadas por sus obras: «entre los pucheros también anda Dios»; «de devociones a bobas nos libre Dios»; «la paciencia todo lo al-canza», etc.

La intuición de la humanidad de Cristo impul-sa una espiritualidad humanista, que acoge los ele-mentos culturales de su época y los conduce pe-dagógicamente a la Buena Noticia del mensaje cris-tiano. Teresa canta y baila con sus monjas, escribe poesías y comparte con ellas su intimidad y con-fi dencias, promueve espacios lúdicos de recreación, procura el bienestar de todos, rechaza exageracio-nes ascéticas o devociones pietistas, es muy exi-gente, pero, al mismo tiempo, comprensiva y mi-sericordiosa. Encontramos en ella una pedagogía realista y práctica, un discernimiento humano y eclesial. Une lo humano con lo divino en una vida de radicalidad cristiana, también muy familiar y fraterna.

Fue precisamente la humanidad de Cristo, la relación personal con É l, que le dio el equilibrio

humano y espiritual que anhelaba. En el encuen-tro personal y humano con Jesús quedaron sacia-dos sus deseos de amor infi nito.

Desvelando el genio femeninoEl historiador García Cárcel considera que del

al hubo en España unos . juicios de la Inquisición, con unas . víctimas morta-les. Teresa coincide con una de las épocas más du-ras y, por ejemplo, funda un convento en Toledo cuando precisamente su arzobispo, Bartolomé de Carranza, está todavía en prisión acusado de ilu-minismo. En otro momento, en Valladolid, fue sentenciada Ana Enríquez, acusada de participar en los círculos protestantes del doctor Cazalla. Años más tarde sería amiga de Teresa de Jesús y co laboradora en las fundaciones teresianas.

En aquellos tiempos duros, Teresa enseña doc-trinas de oración de interioridad a un grupo de hombres y mujeres. Sus obras, escritas por obe-diencia a sus confesores o a Jesús mismo, manifi es-tan también la apasionada voluntad de ofrecer su men saje a todo el mundo, impulsada por aquella hu manidad de Jesús que le había impactado.

Es sorprendente el caso de una de sus obras, que se ha denominado Conceptos del Amor de Dios, un comentario al Cantar de los Cantares. Mientras Fray Luis de León había sido encarcelado por tra-ducir al castellano este libro bíblico, Teresa, que no había estudiado teología ni tenía acceso direc-to a la Biblia, se atrevió a escribir un comentario, que su confesor hizo quemar, aunque se ha con-servado una versión incompleta. Allí explica la ra-zón de su atrevimiento: «No hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor» (Conceptos del Amor de Dios ,).

Y es que, si miramos con atención el contexto de su época, se agiganta la fi gura de Teresa de Jesús como mujer, ya que la condición femenina se en-contraba socialmente marginada: «Basta ser mujer para caérseme las alas, cuanto más mujer y ruin» (Libro de la Vida ,). A las mujeres del siglo XVI no se las consideraba capaces de tener oración si-lenciosa. Y Teresa recoge estas difi cultades: «Mu-

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chas veces acaece con decirnos… no es para muje-res, que les podrán venir ilusiones, mejor será que hilen» (Camino de Perfección ,). Sin embargo, Teresa defi ende no sólo el derecho de la mujer a la oración, sino incluso el de enseñar en la Iglesia. No fueron pocos los sufrimientos que esta postu-ra le ocasionó ante las incomprensiones de su épo-ca. En la primera versión del libro Camino de Per-fec ción, Teresa había escrito una queja, que ella mismo había borrado siguiendo el consejo de al-gún confesor, y que hoy se ha podido recuperar: «¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorra-

ladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público –ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto–, no nos habéis de oír petición tan justa?... No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois Justo juez –y no como los jueces de este mundo, que, como son hijos de Adán y, en fi n, todos varones–, no hay virtud de mujer que no tengan por sospe-chosa.» Hoy todo el mundo reconoce la sabiduría espiritual de esta gran mujer; pero ella pasó en vida

una difícil situación que la acompañó hasta el fi -nal de sus días, ya que no llegó a ver su Libro de la Vida fuera de la Inquisición, donde estaba sien-do examinado. Con este dolor murió en Alba de Tormes, pero contenta de morir «hija de la Iglesia».

Una mujer singular, que no pudo ser entendida por el máximo representante del Papa en España, el nuncio Felipe Sega: «Es una fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz, que a título de oración inventaba malas doctrinas, andando fuera de clausura contra la orden del Concilio de Trento, enseñando como maestra, contra lo que

san Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen.»

Teresa encuentra la respuesta en la oración. En la Relación ella misma comenta: «Estando, po-cos días después de esto que digo, pensando si te-nían razón los que les parecía mal que yo saliese a fundar, y que esta ría yo mejor empleándome siem-pre en oración, entendí: “Mientras se vive, no está la ganancia en procurar gozarme más, sino en ha-cer mi voluntad.” Parecíame a mí, pues san Pablo

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Ý Para Teresa la vida cristiana es un camino de oración

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dice del encerramiento de las mujeres –que me han dicho poco ha y aun antes lo había oído–, que ésta sería la voluntad de Dios. Díjome: “Diles que no se sigan por sola una parte de la Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos.”»

La relación personal con Jesús reafi rma y reva-loriza la condición femenina de Teresa y le anima a llevar un mensaje de vida en el seno de la Iglesia. Para defender la condición femenina, ella apelará al mismo Jesús, que, «cuando andaba por el mun-do... halló entre las mujeres tanto amor, y más fe, que en los hombres». Aunque, para poder confi r-mar su opinión, debe buscar algún apoyo mascu-lino: «Hay muchas más que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo Fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba de ello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas en favor de las mujeres» (Libro de la Vida ,).

La mujer, maestra y pedagoga en la fe

Y,¿ cómo ve Teresa la mujer en la Iglesia? Teresa presenta varios modelos de mujer como ejemplo de vida cristiana: la Virgen, María Magdalena o

la Samaritana, de la que recuerda siempre un cua-dro de casa de su padre: «¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Sa ma-ri tana!, y así soy muy afi cionada a aquel Evangelio; y es así, cierto, que sin entender como ahora este bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas

veces al Señor me diese aquel agua, y la tenía di-bujada adonde estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo. Do mi ne, da mihi aquam» (Libro de la Vida ,).

Particularmente signifi cativa es la fi gura de Ma-ría Magdalena, que hace aparecer en el Libro de la Vida, justo después del relato de su propia conver-sión: «Era yo muy devota de la gloriosa Mag da lena y muchas veces pensaba en su conversión, en es-pecial cuando comulgaba, que co mo sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágri-mas. Y no sabía lo que decía, que harto hacía quien por sí me las consentía derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento. Y encomendá-bame a aquesta gloriosa Santa para que me alcan-zase perdón» (Li bro de la Vida ,).

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Ý El mundo de hoy reclama una vivencia que sea capaz de unificar lo humano y lo divino, regalo precioso de la humanidad de Cristo

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Teresa de Jesús, la sabiduría de una mujer

Siguiendo la mentalidad de la época, Teresa de Jesús une, bajo el nombre de María Magdalena, tres mujeres que aparecen en el Nuevo Testamento y que hoy la exégesis actual separa: María de Mag-da la, a la que Jesús liberó de siete demonios, María de Betania, hermana de Marta y Lázaro, y la pe-cadora que unge a Jesús con perfumes. Los datos sobre ella se ampliaban con la leyenda popular ex-puesta en el libro de vidas de santos Flos Sanctorum, que contaba cómo después de la Ascensión de Je-sús, María fue al desierto donde vivió treinta años con grandes penitencias. Teresa recoge esta idea y la aplica a las carmelitas: «Imite a la Mag da lena, que de que esté fuerte, Dios la llevará al de sierto» (Libro de la Vida ,).

Teresa ve en Ma ría Mag da lena un prototipo de la vida cristiana: por su conversión, por su paso del estado de pecado al del amor a Cristo (la pe-cadora en casa de Simón), co mo mo de lo de con-templación (María ha escogido la me jor parte), como ejemplo de amor humilde y servicio (lava los pies a Jesús), y como testigo de la resurrección ante los apóstoles.

Es signifi cativo un texto de un certamen litera-rio ideado por Teresa de Jesús, llamado el Vejamen. Teresa había escuchado de Dios unas palabras in-teriores («Búscate en mí») y hace un concurso li-terario con varias personas para ver quién descubre el signifi cado de las palabras divinas. No conoce-mos las respuestas de los autores, pero sí el comen-tario que les devuelve Teresa. Lla ma la atención la respuesta que da al Padre Juan de la Cruz, llena de sentido del humor: «Har to buena doctrina dice en su respuesta, para quien quisiere hacer los ejer-cicios que hacen en la Compañía de Jesús, mas no para nuestro propósito. Caro costaría, si no pudié-semos buscar a Dios sino cuando estuviésemos muertos al mundo. No lo estaba la Magdalena, ni la Sa ma ri tana, ni la Cananea, cuando le hallaron […] Dios me libre de gente tan espiritual, que todo lo quiere hacer contemplación perfecta, dé do die-re. Con todo, los agradecemos el habernos tan bien dado a entender lo que no preguntamos. Por eso, es bien hablar siempre de Dios, que de donde no pensamos nos viene el provecho.»

Corrige aquí Teresa una tendencia, según ella, un poco «espiritualista», y presenta tres mujeres paganas o pecadoras que se encuentran con Jesús y le siguen. La Magdalena, la Samaritana y la Ca-na nea dan testimonio de que Jesús viene cuando Él quiere, y que lo importante es responder con pron titud y amor, no esperando una cierta «con-templación perfecta» que podría condicionar su llamada gratuita.

El día de septiembre de Pablo VI reco-noció a santa Teresa de Jesús el título de Doc to ra de la Iglesia, la primera mujer entre doctores.

Teresa, hoyQuinientos años después de su nacimiento, la

Santa es muy actual entre nosotros. Y es que tam-bién hoy, que vivimos en un mundo de grandes cambios, es necesario el testimonio de personas que comuniquen una experiencia de Dios, una ex-periencia vivida en comunidad.

El mundo de hoy reclama una vivencia que sea capaz de unifi car lo humano y lo divino, regalo precioso de la humanidad de Cristo. Re co ge mos unas palabras de Mons. Demetrio Fer nán dez Gon-zá lez, obispo de Córdoba, en la carta pastoral de comienzo del curso -: «La época de santa Teresa fue un tiempo de cambios, de apertura a un nuevo mundo, de renacimiento. Fue un verda-dero cambio de época. Una constelación de santos dio un fuerte impulso a la Iglesia, a la evangeliza-ción, a la verdadera reforma. Así sucede en nues-tros días, en la que no sólo hay cambios, sino que somos también ante un cambio de época. Y por eso son necesarios los santos que vivan el Evangelio “sin glosa”, en pobreza y humildad, que abran ca-minos al Evangelio, que arriesguen su vida por Jesucristo, que salgan al encuentro del hombre con-temporáneo para mostrarle la belleza de la vida cristiana. Un tiempo en el que, ante tantas mise-rias, viejas y nuevas, el hombre se encuentre con la misericordia, para tener esperanza.»

«En tiempos recios» (Libro de la Vida ,), «son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los fl acos» (Ídem ,). l

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Perfil de Evangelio

Su presenciaVicenç M. Farré

Jesús, cuando ascendió al cielo, no nos dejó solos. Él nos aseguró su presencia entre nosotros para siempre. Dijo a sus discípulos:

«Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fi n del mundo» (Mt ,b).

Esta presencia del Resucitado acompaña a los discípulos, que van por todo el mundo a enseñar y a realizar todo lo que el Maestro nos ha ordenado.

No es una presencia física. Es una presencia que se hace patente con la acción invisible del Espíritu Santo. Él es el Defensor que permanece para siempre con nosotros (cf. Jn ,).

El Dios hecho hombre no deja de intervenir en la historia del Pueblo de Dios, porque es el Emmanuel, el Dios con nosotros. El hombre, en su libertad, recibiendo el bautismo, ha sido insertado en el misterio trinitario, y es la Trinidad la que se hace presente en la humanidad hasta el fi n de los tiempos. Es la presencia de Dios Padre en Jesucristo y actuando en unidad por el Es píritu Santo.

Por ello, Dios en Jesucristo, su amor hecho humanidad, puede enseñar a guardar todo lo que su Palabra ha manifestado, durante toda la

historia hasta el fi n de los tiempos. Y ha grabado dentro del corazón de cada uno todo lo que Él quiere que observemos para ser felices.

La Iglesia, como comunidad de discípulos de Cristo, ha recibido el don del Espíritu Santo, y su presencia ha hecho posible conservar el

depósito de la fe contenido en la Sagrada Escritura, se ha nutrido con los sacramentos, lo ha explicado ejerciendo su magisterio y lo ha in culturizado en cada época, aplicando las iniciativas pastorales en cada cultura, según las costumbres arraigadas en cada país.

También la presencia del Espíritu de Jesús en sus seguidores les ha fortalecido en las persecuciones, en medio del martirio, y en toda circunstancia negativa, iluminando con la verdad cualquier posible error o trampa que pueda oscurecer la autenticidad de la vida cristiana.

La presencia del Resucitado en la comunidad

eclesial ha sido siempre fuente de luz, de verdad y de vida que anima a caminar hacia el Reino eterno. l

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Mirada de mujer

La belleza más grande Carta abierta al Papa FranciscoLourdes Campi

Estimado Papa Francisco:¡Cuántas veces los hombres y las mujeres, qui-

zá por nuestra poca fe, vivimos angustiados, nos sentimos pequeños y sufrimos la impotencia de no poder hacer cosas grandes! ¡Cuántas veces ex-perimentamos las fuerzas del mal dentro de noso-tros y en el mundo entero! A menudo nos inquie-ta la perenne pregunta: «Dios mío, ¿dónde estás?» Nos vemos solos, frustrados en los grandes ideales; las malas noticias nos atenazan en el presente, el futuro es incierto y el miedo paraliza aquel paso que en otros momentos era decidido y caminaba hacia la utopía de un mundo mejor.

En cambio, cuando le escuchamos, día tras día, recibimos de usted palabras de valentía, coraje, novedad, alegría. Gracias, Santo Padre, por su vi-talidad a favor de la Iglesia universal y de la hu-manidad entera, que nos trae luz, serenidad, espe-ranza y, sobre todo, un gran optimismo cristiano y humano.

Usted es un hombre enamorado del bien, de la paz y de la libertad, enamorado de Cristo y de la Iglesia. Un hombre que cree en el Amor. Un hom-bre que, a buen seguro, no se avergüenza de llorar en silencio por tanto sufrimiento en el mundo, por la injusticia, por las heridas de todo tipo que pa-dece la humanidad.

Creo que es por todo ello que se ha dedicado un año jubilar a la misericordia, consciente de sus benefi cios para la humanidad. ¡Cuán grande y pro-fundo el contenido de esta palabra! Disfrutar de la misericordia de Dios y de la misericordia de los hermanos.

Todos llevamos dentro el fuerte impulso de la fraternidad universal, queremos la paz, la solida-

Ý Como un estallido de luz, el donde la misericordia y del perdón hacen

posible empezar de nuevo, volvera las verdes praderas del Reino

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ridad, la igualdad, la dignidad de los hombres y mujeres de este mundo. Sin embargo, este deseo lo experimentamos frágil, y vemos cómo fá cil mente rom-pemos nuestras relaciones de amor y de amistad, y dejamos paso –a veces sin ni darnos cuenta– a la división, al odio, a las desavenencias. Como un estallido de luz, el don de la misericordia y del perdón hacen posible empezar de nue-vo, volver a las verdes praderas del Reino donde Jesús espera acogernos con su amor.

Pero hay que tener presente que la virtud que precede a la misericordia es la fe. Fe en Dios y fe en los hermanos. Creer que Dios es amor y que me quie-re a pesar de mi pecado. Esta es la verdadera paz y el verdadero descanso. ¡Cuántos sufrimientos y escrúpulos, cuánto mie do e incluso desesperación, por no confi ar en el amor del Padre! ¡Cuántos es-fuerzos para lograr una perfección y escalar virtu-des o para ganarse una buena estancia en el cielo! Y en el otro extremo, ¡qué peligroso caer en el re-lativismo pensando que todo es igual y que Dios ya hará lo que yo no he querido hacer!

Entonces, ¿cuál es el camino justo? Santa Teresa del Niño Jesús nos puede ayudar con frases como «en el corazón de la Iglesia quiero ser el Amor»; «el ascensor que debe llevarme al cielo son tus brazos, ¡oh Jesús!» De ella aprendemos la responsabilidad humana de amar, y a la vez la confi anza de que en Dios todo es gracia. Ella deseaba vivir la experien-cia más grande, tener todas las vocaciones y vivir todos los carismas, y en el amor encontró la res-puesta a sus anhelos de santidad. Sabía, sin embar-go, que sin Jesús no podía hacer nada, y ella solo podía ofrecerle sus manos vacías. Equilibrio per-fecto, de humanidad y divinidad. Fijémonos en ella para vivir la infancia espiritual y penetrar así en el gran misterio de la misericordia.

Pero hay que tener fe en los hermanos, en los hombres y mujeres que nos rodean cada día. Santa Teresa de Ávila dice que no hay belleza más gran-de que el alma de una persona, que es como un

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gran castillo de diamantes o un paraíso que hace disfrutar a nuestro Señor. ¿Sabemos ver esta belle-za? La Santa del Carmelo puede decir esto porque es un alma contemplativa. Contemplar es más que mirar. Contemplar es dejarse sorprender por lo que ves, aunque sea a través del velo de la fe. Contemplar es permanecer en quietud, vacíos de nosotros mis-mos, dejándonos modelar por el don de la caridad. La fe en la humanidad viene de encontrar esta be-lleza en el interior del ser humano, que es imagen y semejanza del Creador. Desde este atractivo y la fascinación por la persona, vivir la misericordia será una necesidad y no la práctica de una virtud pesada.

Yo veo en usted, Santo Padre, esta fascinación para todos. Su rostro expresa alegría ante las per-sonas, sobre todo con las más necesitadas de per-dón y de consuelo. Usted quiere ir a las periferias de nuestro corazón donde está el desamor, la frial-dad y la indiferencia, para llevar –como usted di-ce– el bálsamo de la misericordia. ¡Oh bálsamo divino que suaviza nuestras heridas y nos devuel-ve a los brazos del Padre Eterno donde reposamos felices y tranquilos!

Ý Contemplar es dejarse sorprenderpor lo que ves, aunque sea a travésdel velo de la fe

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23cambio de mentalidadII trimestre de 2015

La belleza más grande

Y nos propone una peregrinación simbólica ha-cia la Puerta Santa de Roma. Atravesado el umbral de esta puerta, nos espera la caricia del Señor, el abrazo eterno, la mirada de amor, la acogida de nuestra indigencia y la palabra de perdón.

En este Año Jubilar, también yo me propongo hacer esta peregrinación a Roma, a ser posible, co-mo un momento extraordinario de gracia. Pero a la vez me propongo otro peregrinaje más ordina-rio, del día a día, de lo cotidiano. Peregrinar hacia los hermanos y prójimos que me rodean y ofrecer-les lo que soy. Por mí misma soy pequeña, reves-tida de mis signos pobres, pero con Cristo soy todo y lo puedo todo. Identifi cada en esta humanidad del Señor, quiero poner mi persona al servicio del Amor. Peregrinar hacia los hombres y mujeres con mis sentidos iluminados por la fe.

Mirar a los demás y a mí misma con compa-sión, no desde arriba como juez, sino fi jamente, de tú a tú, sabiendo que todos estamos hechos del

mismo barro. Escuchar a todos, con el deseo del conocimiento, con el fi n de sentir el latido de cada corazón y encontrar el tesoro escondido en cada interior. Y mirar con discernimiento para distin-guir lo que es auténtico y dejar lo que no lo es. A menudo, más allá de la primera impresión, se es-conde el manantial de agua viva que el Espíritu ha derramado en nuestros corazones. Degustar el ambiente de amor, de paz, de armonía y de cielo que todos, como buenos artistas guiados por el Evangelio de Cristo, somos capaces de engendrar en nuestras familias, comunidades, parroquias y grupos de trabajo. Tocar con ternura las heridas que todos llevamos en el corazón. Muchas veces, mejor que con mil palabras, lo haremos acarician-do, cogiendo la mano, dando un beso: ¡un gesto corporal lleno de afecto! Así queremos transmitir al otro la proximidad, el compañerismo, la delica-deza. Es la manera humana que tenemos para vi-vir la misericordia que usted nos propone, Papa Fran cis co.

Esta es mi mirada de madre, de esposa, de her-mana, pero sobre todo de mujer. La mujer, como usted dice, vive la realidad de la vida humana y cristiana de una manera diferente, incluso –usted lo ha dicho–, de manera más rica y más profunda. Déjeme expresar una vez más mi convencimiento personal, y lo hago con palabras de san Pablo: «Para el Señor no hay mujer sin hombre ni hombre sin mujer» (Co ,). Quizás sea en es ta relación en-tre el hombre y la mujer donde hace más falta la misericordia, para encontrar la perla del encuentro y superar el dolor de la separa ción. En la relación de amor de ambos encontramos la luz justa y ne-cesaria para encarar la grande, bonita y apasiona-da aventura humana y cristiana de nuestro pere-grinar.

Deseo ser testigo de la misericordia de Dios, y hacer posible, así, sus intenciones. Gracias por su mirada de amor. l

Û Usted quiere ir a las periferiasde nuestro corazón donde estáel desamor, la frialdad y la indiferencia, y llevarle el bálsamo de la misericordia

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Escrito del 5 de mayode 2000, de la seriede catequesis mensuales dirigidas al Seminariodel Pueblo de Diospor su fundador.Redactor: Manel Serradell

Maná

Francesc Casanovas

La mentalidad evangélica no viene de los hombres. «El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra» (Jn 3,31). Si obedecemos a Dios, él nos da su Espíritu Santo (cf. Hechos 5,32) y nos convertimos en testigos de su pensamiento. El Espíritu Santo es el encargado de iluminar nuestro entendimien-

to con una penetrante intuición de las cosas reveladas en la Palabra.Ser sensatos es poner en el cuerpo el movimiento que procede de los dones del Espíritu. No hay nadie capaz de actuar

según la mentalidad divina. Cuando con humildad aprendemos a amar según el corazón de Jesús y de María, entonces los movimientos del cuerpo, empujados por la gracia, se armonizan y disfrutamos de la caridad divina por los méritos de Jesucristo.

Ser sensatos es propio de personas que han madurado en el seno de una comunidad que vive unida en la mutua y continua caridad. Gracias a la penetración profunda e intuitiva de la Revelación, nos convertimos en contemplativos en la intuición sencilla de la verdad: «Simplex intuitus veritatis» (Tomás de Aquino, Summa Theologica II-II q. 180 a. 3 ad 1). La mentalidad nueva del Evangelio es esa penetración profunda de las verdades de fe. Sin prejuicios de ningún tipo aplica-mos a los casos concretos y singulares de la vida lo que vemos con fe desnuda. El don del Espíritu Santo nos hace probar gus tosamente y sabrosamente las delicias de la luz en la humanidad divina de Jesús.

El proceso de reflexión de la Palabra de Dios se convierte en cuerpo en el pensamiento iluminado por la fe, ayudando a captar el sentido profundo de las Escrituras. Paso a paso se manifiesta el significado misterioso, las realidades espiritua-les que, a través de los efectos, nos llevan a las causas. Debemos aprender a preguntarnos a menudo: «¿Por qué he hecho tal cosa? ¿Qué razón doy de mi manera de actuar?». Esto es propio del don del entendimiento sobrenatural.

Nosotros tenemos el sentir de Cristo (cf. 1Co 2,16) cuando vivimos de la fe y rechazamos los sentimientos del propio yo. La ceguera espiritual y el embotamiento de los sentidos se oponen radicalmente a la sublime forma de pensar que nos da el Señor. Lo que no podemos hacer es actuar de una manera burda por falta de sensibilidad ante la belleza en sí misma.

Deberíamos empeñarnos en vivir la bienaventuranza que corresponde a los limpios de corazón, porque estos ven a Dios. El Espíritu Santo es amigo del recogimiento y de la soledad. «No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios» (Ef 4,30).

Sin Él, no sabríamos nada del misterio trinitario del Dios único; ni de la mirada misericordiosa del Padre ni de la expe-riencia sabrosa que nos viene del Verbo hecho hombre: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que con templamos y palparon nuestras manos» (1Jn 1,1).

El entendimiento obtuso, los movimientos remolones, el saco pesado de los sentimentalismos que arrastramos con nuestra inercia y con nuestra inseguridad, nos hacen vivir sometidos e instalados en los instintos carnales. La agilidad del Espíritu Santo es contraria al andar pesado de los que razonan como los hombres y no como Dios: «¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!» (Mt 16,23).

El misterio del amor de Dios sólo se deja entrever en la mirada virginal de quienes aman con la caridad enamorada del Señor. l

Sensatos

24 II trimestre de 2015cambio de mentalidad

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25II trimestre de 2015cambio de mentalidad

Experiencias de vida

Un jardín de fl oresImma Borrós

Nací en Manresa (Barcelona) y hace unos diez años que resido en el País Vasco, viviendo en común con María Luisa. Mi trabajo forma parte de mi misión

eclesial, en una de las parroquias céntricas de Bilbao.Me considero privilegiada al poder compartir la vivencia

cristiana con las personas que, por motivos diversos, se acer-can a la parroquia. Todos estos años de servicio parroquial me han hecho comprender y, sobre todo experimentar, que la Igle-sia es un jardín de fl ores, donde cada una es única y distinta; y, así, aportando su peculiar belleza y aroma, hacen posible el jardín entero. Es bien cierto que disfruto mucho conociendo tantas y tantas fl ores de este inmenso y precioso jardín.

Mi trabajo es bastante variado, porque tanto puedo estar haciendo tareas en el despacho parroquial, como realizando algunos trabajos de mantenimiento de los locales o colaboran-do en la liturgia. Procuro hacerlo todo con el deseo de servir, a fi n de ir construyendo juntos los espacios del Reino. Cada día aprendo cosas nuevas, y, cuando me doy cuenta de algún desacierto, procuro corregirme y tener buen trato con las per-sonas.

¿Qué destacaría de mi trabajo? Sin duda alguna, lo que considero más importante y enriquecedor es la relación perso-nal. Cada persona es un mundo con una inmensidad de regis- Ü

Ý Cuando les abro la puerta procuro que se encuentren acogidos y que se sientan en la parroquia como en su casa

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tros distintos, y esto me hace dar cuenta que cada uno es ama-do por Dios con un amor único y personal; Él hace de sus hijos una preciosa obra de arte, esa fl or de belleza única de la que anteriormente hablábamos.

Disfruto mucho acogiendo a las personas y recibiendo su acogida, amando y dejándome querer. Y todo eso me hace des-

cubrir que el deseo de comunión constituye la co-munidad parroquial y la proyecta verdaderamente hacia la misión. Lle va remos adelante tareas y ser-vicios muy diversos y complementarios, pero siem-pre en el espíritu de la comunión que nos enseña Jesús en el Evan gelio; con el sello inequívoco de en gendrar vida de familia y comunicación fraterna.

Por ejemplo, por mi situación actual, no parti-cipo directamente en ningún grupo pastoral con-creto. Pero cuando puedo colaborar en alguna ta-rea o servir en alguna pequeña cosa disfruto como si fuera un miembro activo. Así, por ejemplo, me gusta ver a los niños que participan de la cateque-sis, saludar a las personas mayores del grupo de Vida Ascendente, que se reúnen semanalmente, relacionarme con los que visitan a los enfermos o con los que rezan el Rosario, conversar con los jó-venes de confi rmación, etc. Cuan do les veo o les abro la puerta, procuro que se encuentren acogidos y que se sientan en la parroquia –la Iglesia– como en su casa. En la parroquia debemos encontrarnos bien, porque es nuestra familia de fe.

Procuro, entonces, vivir atenta a las personas con las que me encuentro cada día, tratando de aprender de cada una de ellas. Ciertamente, no es cosa fácil, porque a menudo me pueden dominar los impulsos de la propia psicología o no estoy su-fi cientemente abierta a la sorpresa del otro, acep-tándolo tal y como se presenta. En cambio, si pro-curo conocer el fondo de cada uno y le abro el corazón con deseo de escucha y acogida, disfruto

mucho de la amistad y fraternidad con los hermanos.Un día, la fe y la perseverancia de una buena mujer me dejó

muy admirada. Ella, que proviene de otro país, manifestaba una gran devoción a una imagen de la Virgen que tenemos en el templo. A mí, particularmente, esa imagen no me inspiraba mucha devoción, porque me parecía que refl ejaba un rostro muy dolorido, que evocaba un cierto sentimiento de tristeza o desánimo.

Ü

Imma con Mª Luisa, miembro Externodel SPD, y dos mujeres de la parroquia

Ý El deseo de comunión constituye la comunidad parroquial y la proyecta

verdaderamente hacia la misión

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La mujer en cuestión me contaba que había rogado muchas veces ante esta imagen de la Virgen, para pedirle que su hija, que vivía todavía en su país de origen, pudiera reunirse pron-to con ella en nuestro país. Con gran alegría, ya que la cosa no era fácil, fi nalmente se pudo conseguir, y la hija se reunió de nuevo con su madre. Aquella mujer venía todos los días a dar gracias a la Virgen. Más adelante, sin embargo, me expli-có que, lamentablemente, su hija había perdido la vida, y la mujer, naturalmente afl igida y afectada, venía a pedir una misa por ella.

Pero lo que más me llamó la atención de esta historia triste y chocante fue que ella continuaba arrodillándose ante la mis-ma imagen de la Virgen, rezando cada día por su hija, enco-mendándola a Dios y deseando que María fuera ahora la ma-dre que le diera protección y consuelo. Me impresionó mucho la experiencia de esta madre, una mujer sencilla que, lejos de rebelarse, seguía confi ando y orando a Dios. Ver cómo la fe mueve a las personas fue para mí motivo de admiración pro-funda y de renovación de aquella oración que solemos hacer: «Jesús, aumenta mi fe.» La experiencia de esta madre me hizo cambiar la mirada hacia aquella imagen de María. Comprendí que la Madre nos acoge siempre y en cualquier circunstancia, y que precisamente esa cara de sufrimiento era probablemente la adecuada para las personas que cada día se le acercan, con-fi ándole sus dolores y problemas.

Otro momento fuerte y privilegiado de la vida parroquial se refi ere a las personas que han perdido algún familiar o ami-go. Se trata, ciertamente, de una ocasión única y muy huma-na de hacernos presentes y cercanos. A mí, de entrada siempre me produce un gran respeto acoger a los familiares de un di-funto, sobre todo porque algunas veces lo viven de una ma-nera dramática, y no sabes cómo hacerles llegar el consuelo. Sin embargo, cuando es así, procuro, más que decirles muchas palabras, hacer mío su dolor con gestos de acogida y de escu-cha, a fi n de ofrecer serenidad, proximidad y esperanza cris-tiana.

Por otra parte, hay familias que viven estos momentos con fe y serenidad, siendo un verdadero testimonio de fe y resu-rrección. Yo misma lo he experimentado recientemente con la defunción de mi madre, una mujer de mucha fe, que hasta el último momento vivió confi ada en manos de Dios. Cuando nos dejó, a todas las hermanas nos surgía espontáneamente hacer una oración y agradecer a Dios su larga y fecunda vida. Y es como si su fe fuera también la nuestra, ya que, a pesar del dolor, se respiraba un ambiente de serenidad y confi anza. Todas

Un jardín de fl ores

Ü

Aquella cara de sufrimiento era probablemente la adecuadapara las personas que cada día se le acercan, confiándolesus dolores y problemas Þ

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28 II trimestre de 2015cambio de mentalidad

estas experiencias nos ayudan a dar razón de la esperanza y a agradecer a Dios el consuelo que nos ofrece cuando confi amos plenamente en su amor.

A veces la vida parroquial puede ofrecer signos pobres, pero es el lugar privilegiado a través del cual la Iglesia proyecta la vida del Reino en el mundo de hoy. Esta pobreza nos hace dar cuenta que sólo el Señor es capaz de llevar adelante la tarea mi-sionera que Él mismo nos encomienda. En mi caso, procuro poner toda la dedicación y consagro a ello la vida, sabiendo que en mi actuación y testimonio me apoyo en la fuerza de su Espíritu. Pienso que hacemos un fraude al Evangelio cuando ponemos la confi anza en nuestro prestigio o en nuestras pro-pias fuerzas, o cuando nos creemos algo por nosotros mismos o buscamos un protagonismo que no nos corresponde.

Prefi ero el silencio de los espacios parroquiales, la vida cris-tiana sencilla que cada día surge a través de las vivencias de fe anónimas de tantos cristianos. Disfruto creando vida de fami-lia, para que resuene el mandamiento del amor recíproco que nos dio el Señor. Sueño con una Iglesia renovada, de nuevos horizontes, que sabe ir más allá de ella misma para ir a buscar al pobre y al alejado; siempre, sin embargo, desde esa sencillez de los signos pobres que nos ayudan a dar protagonismo al Señor, a contemplar por encima de todo su acción liberadora en nosotros y a través de nosotros. l

Ü

Todos estos años de servicio parroquial me han hecho

disfrutar mucho conociendo tantas y tantas flores de este

inmenso y precioso jardín,que es la Iglesia Þ

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Con los pies en el sueloEl Papa, consciente de que es-

tá escribiendo una exhortación apos tólica, emplea un lenguaje interpelador que quiere hacer re-accionar a los católicos –y yo di-ría, también a los que no lo son– ante los retos actuales y las

rá pidas transformaciones que la so ciedad nos presenta.

La exhortación, sin embargo, siempre habla en primera perso-na. Es decir, no habla como de al guien que mira los problemas desde fuera, ni meramente como un analista o un estadista, sino que se sumerge en el momento actual; el Papa, como represen-tante de la Iglesia, nos invita a zambullirnos en nuestra realidad actual, ora como corresponsables de la situación, ora como valien-tes atletas de la renovación y del progreso de nuestro mundo. El análisis sociológico y político está bien fundamentado, pero lo que realmente le preocupa es po-der ofrecer un discernimiento

evangélico: «La mirada del dis-cípulo misionero, que se alimen-ta con la luz y la fuerza del Espíritu Santo» (EG ).

En esta mirada a la realidad, el Papa argentino se detiene so-bre todo en el drama de la des-igualdad y de la exclusión social, uno de los temas que caracteri-zan su pontifi cado. El asunto que más le preocupa es la llamada «globalización de la indiferen-cia», fruto de un individualismo exacerbado, y productora de un relativismo que no tiene en cuen-ta las necesidades básicas ni la dignidad del ser humano.

Aquí encontramos una enér-gica invitación a revisar las prio-ridades de nuestra escala de va-

Mater et magistra

Un pueblo en medio delmundo y para el mundoXavier Estopá

El autor comenta los capítulossegundo y tercero de «La alegría

del Evangelio» haciendo ecodel deseo de progreso del

Obispo de Roma para la Iglesia universal. Un progreso que, como subraya el artículo,

únicamente es posibledesde una mirada realista

y esperanzada haciael mundo y la Iglesia

Ü

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30 II trimestre de 2015cambio de mentalidad

lores, poniendo en evidencia las contradicciones de nuestra socie-dad: «La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la cal-ma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas estas vidas trun-cadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectácu-lo que de ninguna manera nos altera» (EG ). Duras palabras que no quieren dejarnos indife-rentes.También hay una fuerte crítica a la instauración de una injusta «ley de la selva», favorecida por los poderes económicos y las cla-ses acomodadas, que deja una gran mayoría de la población en la cuneta de la sociedad. El Papa apunta como causa principal la crisis antropológica, una crisis que tiene como origen el olvido culpable de la ética y de Dios, frente a una nueva reedición de la idolatría del dinero.

Esta manera de vivir requiere también un análisis del aspecto cultural, ya que el hombre res-ponde siempre a la cultura que él mismo genera. Francisco ex-pone la injerencia de una subcul-tura centrada en los aspectos más superfi ciales de la experiencia hu mana y que, a través de los nuevos medios de comunicación, se difunde en todo el planeta. Llega a decir: «La realidad cede el lugar a la apariencia» (EG ). La legítima búsqueda de sentido del hombre navega, entonces, en-tre el racionalismo que inhabili-ta la experiencia trascendente y un conjunto de sesgadas formas de espiritualidad.

En este punto, el Papa hace una autocrítica interesante, ya que nos enfrenta con el défi cit de las parroquias y de las comuni-dades cristianas, que a menudo son poco acogedoras y no tratan con sufi ciente seriedad los pro-blemas de las personas: «La falta de acompañamiento pastoral a los más pobres, la ausencia de una acogida cordial en nuestras instituciones, y nuestra difi cul-tad para recrear la adhesión mís-tica de la fe en un escenario re-ligioso plural» (EG ).

Sin embargo, el obispo de Ro-ma reconoce también la infl uen-cia de la tradición católica en mu chas culturas y nos exhorta a valorarla como fermento de hu-manización y como una auténti-ca manifestación de la presencia del Espíritu.

Los retos de la comunidad cristiana

En la segunda parte de este capítulo, Francisco se ciñe más

al ámbito intracomunitario de nuestras iglesias. El Papa se ex-presa aquí como un pastor pre-ocupado por el rebaño, o, mejor aún, como un padre de familia que, con misericordia, contem-pla todo lo que hay que mejorar en el propio hogar: «Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes de pastoral, lugares don-de regenerar la propia fe en Jesús crucifi cado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupa-ciones cotidianas» (EG ).

Su anhelo está declarado ex-plícitamente, el anhelo de una Iglesia que manifi este el rostro atractivo, resplandeciente y go-zoso de espacios de comunión fraterna, de auténticos oasis de solidaridad y de acompañamien-to recíprocos (EG ). Una Igle-sia así no se construye por arte de magia, sino que pide una seria vida ascética, fundamentada en la práctica de las virtudes, y una purifi cación profunda y sincera

Ü

Ý El Papa, como representante de la Iglesia, nos invitaa zambullirnos en el momento actual, como valientes

atletas de la renovación y del progreso de nuestro mundo

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31II trimestre de 2015cambio de mentalidad

Ü

de ciertas actitudes que impiden vivir el Evangelio a pleno pul-món.El Papa nos advierte contra una vida que sea aparentemente ade-cuada a la moral cristiana, pero que esconda peligros interiores, como centrarse excesivamente en uno mismo, o buscar el éxito per sonal y el prestigio. Este pe-ligro del fuero interno se traspa-sa fácilmente a la vida eclesial, de modo que podemos caer en lu-chas de sectores para ocupar el protagonismo del ágora eclesial, como si hubiéramos olvidado que la esencia del Evangelio apunta al servicio humilde y a la donación libre de uno mismo. Estas actitudes atacarían de raíz la gratuidad, la generosidad, la conciencia del don, fundamen-tales para una auténtica evange-lización, porque no se puede per-der de vista que el mensaje viene únicamente de Jesús.

Quedaríamos en zona de ries-go, también, si nos dejáramos lle-var por la desilusión y el pesimis-mo ante la situación actual. Con gran fe, el Papa nos exhorta a lu-char contra nuestros miedos y, llenos de celo y entusiasmo, nos propone llegar a todo el mundo, con la conciencia de que quere-mos ofrecer un regalo. El antí-doto es alejarnos del individua-lismo y de creer en las propias fuerzas, y buscar la fuerza y la luz de la comunidad cristiana.

El Papa también pide encarar temas pendientes, como revisar el papel social y eclesial de la mu-jer, o buscar una concepción del ministerio ordenado que real-

mente exprese su condición de servicio.

En defi nitiva, Francisco nos pi de regenerarnos a la luz del Evan gelio y ofrecer a todos el men saje de liberación y de aper-tura de Jesús de Nazaret. Con-cluye el capítulo con el entusias-mo de un niño evangélico: «Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, el coraje y la entrega esperanzada. No nos dejemos ro-bar la fuerza misionera» (EG ).

Un pueblo evangelizadorEn el capítulo tercero, el Papa

entra en el tema central de la en-cíclica, el del anuncio del Evan-

gelio. Ante todo quiere dejar cla-ro que se trata de un anuncio sal vífi co, que afecta a la integri-dad de la persona humana. El evangelizador debe tener claro, por lo tanto, que el único que sal va es Dios, y que lo hace mo-vido por su gran misericordia. Es lo que Francisco designa como «el principio de la primacía de la gracia» (EG ); sólo por pura gracia los cristianos somos sus co laboradores, y lo somos como asamblea convocada directamen-te por su amor.

Debemos ser muy conscien-tes, por tanto, de la importancia de la dimensión comunitaria: «Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos

Su anhelo es de una I gle sia que manifiesteel rostro atractivo, resplandeciente y gozoso de espacios

de comunión fraterna, de auténticos oasis de solidaridady de acompañamiento recíprocos Þ

Un pueblo en medio del mundo y para el mundo

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32 II trimestre de 2015cambio de mentalidad

atrae teniendo en cuenta la com-pleja tra ma de relaciones inter-personales que supone la vida en una comunidad humana» (EG ). Y esta característica afecta también al terreno de la evange-lización. No sólo porque cada cristiano tiene el deber y el dere-cho de proclamar las maravillas de Dios, sino también porque es to do el conjunto de la asamblea que posee la fuerza y el atractivo de regalar la vida nueva del Rei-no. Jesús resucitado se ha com-prometido con esta dimensión comunitaria, en aquel «dos o tres reunidos en su nombre» (Mt , ), y lo hace porque el Reino im plica claramente las relaciones interpersonales y sociales.

El aspecto social y comuni-tario da pie al tema de la univer-salidad, una dimensión que siempre tenemos que seguir de-sarrollando y profundizando. La evangelización cristiana, en efec-to, no puede dejar de ser sensible a la inculturación, ni dejar de es-tar atenta a la diversidad de sen-sibilidades y culturas, «diversi-

dad de rostros» (EG ). La evan gelización necesita adaptar-se a toda expresión cultural y en todo contexto social, no como un mal menor, sino como un te-soro de diálogo y de enriqueci-miento mutuo.

En esta acogida de la diversi-dad, que debe confl uir fi nalmen-te en la unidad, conviene consi-derar el papel de los diversos ca rismas al servicio de la evan-gelización. Debe poder integrar armónicamente cada carisma en el conjunto de toda la Iglesia, de modo que todos ofrezcan su es-pecifi cidad como las caras diver-sas de un único y precioso dia-mante.

Ciertamente, la cultura de la unidad posee una fuerza evan-gelizadora impresionante; pro-bablemente está todavía poco pro fundizada y hace que pida-mos, siempre de nuevo y con in-sistencia, el don del Espíritu San to, el gran Armonizador de esta diversidad de pueblos y cul-turas en la unidad del único Pueblo de Dios.

EvangelizadoresEn esta tarea no valen las ex-

cusas. Francisco nos propone una Iglesia donde cada bautizado asuma la responsabilidad de co-municar su propio descubri-miento de la novedad del Evan-ge lio.

Esta decisión interior de pen-de únicamente de la necesidad de transmitir la alegría del kerig-ma, nunca del estatus social o de la formación académica del cre-yente. No podemos eludir nues-tra tarea evangelizadora, porque el anuncio es una realidad coti-diana que se desarrolla en el mano a mano con nuestros con-temporáneos, en el testimonio y en la palabra que abre nuevas perspectivas, de persona a perso-na. La evangelización no es un

Ü Ý «Dios nos atraeteniendo en cuenta la

compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una

comunidad humana»

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33II trimestre de 2015cambio de mentalidad

ejercicio de marketing, sino una comunicación de la salvación vi-vida «en primera persona»: «Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él; entonces esto que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los demás» (EG ).

Por ello, la audacia evangeli-zadora es una experiencia perso-nal, más aliada con el deseo de comunicar que con las cualida-des individuales.

Esta realidad, como decía-mos, tiende a su expresión comu-nitaria y, por tanto, cultural. Cuando el Evangelio arraiga en una cultura, ésta se convierte en una cultura evangelizadora, con el rico abanico de posibilidades que ello supone.

La piedad popular es una cla-ra expresión; co mo lugar teoló-gico, no puede ser despreciada, sino que se debe redescubrir co-mo una manifestación del Es pí-ri tu capaz de producir un testi-monio cierto y veraz.

Y, del mis mo modo que la pie dad popular se convierte en expresión de la vida teologal del pueblo, también lo debe ser el diálogo con el ámbito académi-co. En este sentido el Papa pide explícitamen te: «Convoco a los teólogos a cum plir este servicio como parte de la misión salvífi ca de la Iglesia. Pe ro es necesario que, para este propósito, lleven en el corazón la fi nalidad evan-gelizadora de la Igle sia y también de la teología, y no se contenten con una teología de escritorio» (EG ).

La homilíaUna de las formas importan-

tes de la evangelización es la ho-milía, ya que en ella el sacerdote puede atraer a la asamblea hacia la verdad, la belleza y el bien. Pa-ra lograr este propósito, es im-prescindible el diálogo con Dios, con la Palabra y con el pueblo. Esto implica la experiencia de la oración, el conocimiento profun-do y académico de la Escritura y el conocimiento del pueblo al que el predicador se dirige: «Un pre dicador es un contemplativo de la Palabra y también un con-templativo del pueblo» (EG ).

También se pone de relieve el contexto donde la Palabra es pro-clamada y comentada: la litur-gia. Contexto que ciñe la expo-sición y la orienta, ya que forma parte de un todo, respecto al cual no puede ni desentonar ni caer en un exceso de protagonismo. Alejándose de toda concepción de superfi cialidad, el Obispo de Roma entiende la homilética ple-namente insertada en la dona-ción de vida: «La preocupación por la forma de predicar también es una actitud profundamente es piritual. Es responder al amor de Dios, entregándose con todas nuestras capacidades y nuestra creatividad a la misión que Él nos confía; pero también es un ejercicio exquisito de amor al pró jimo, porque no queremos ofre cer a los demás algo de esca-sa calidad» (EG ).

A fi n de facilitar esta buena calidad de la predicación, se acon seja la proximidad del len-guaje, «hablar con imágenes», y

un tono sugerente y positivo, alen tador.

El kerigma: La Buena Noticia de la misericordia

Finalizando el capítulo, el Pa-pa hace referencia al kerigma: el anuncio de la defi nitiva acción de Dios, en Cristo, en favor de la humanidad.

La misericordia abraza y ple-nifi ca este kerigma como don de Dios –iniciativa de su amor– y reclama la respuesta de cumplir el mandato del Señor: «Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he ama-do» (Jn ,). El anuncio de la misericordia libera e impulsa pa ra dar a conocer el kerigma; el cual es designado como pri-mer anuncio y como eje sobre el que crecemos y maduramos du-rante toda nuestra experiencia cristiana.

Todo esto necesita buscar pa-ra el anuncio lenguajes auténti-camente signifi cativos, empapa-dos de belleza, verdad y bondad, que manifi esten a los hombres el misterio. Coherente con este plan de vida extensivo a todos los bautizados, que son, al mismo tiempo, evangelizadores, el Papa concluye el documento con una exhortación a convivir con la Palabra: «Nosotros no bus camos a tientas ni necesitamos esperar a que Dios nos dirija la palabra, porque realmente Dios ha habla-do; ya no es el gran desconocido, sino que se ha mostrado. Aco ge-mos el sublime tesoro de la Pa-la bra revelada» (EG ). l

Un pueblo en medio del mundo y para el mundo

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34 II trimestre de 2015cambio de mentalidad

Personalidad

Pensamiento breve

La personalidad de cada cualestá enraizadaen la mirada amorosa y gratuitade Jesucristo.Y nosotros, también con gratuidadde amor y amistad, le conocemos como el Hijo de Dios hecho hombre.

Todos, incluso el diablo,podemos ser portavoces de este gran acontecimiento histórico.

Pero tan sólo pueden ser sus testigoslos amigos íntimos de Dios –Misterio trinitario–. Estos amigosconfirman la palabra de Jesúscon la fe y con la fuerza de las obras.

Francesc Casanovas

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35II trimestre de 2015cambio de mentalidad

El genial artista de la Roma barroca, Gian Lorenzo Bernini, después de haber sido el preferido del papa Urbano VIII, con la

muer te de éste () y la llegada del papa Inocencio X, cayó en desgracia víctima de las conspiraciones de la corte papal y de las acusaciones debidas al proyecto fracasado de erigir dos campanarios en la basílica de San Pedro. El cardenal veneciano Federico Cornaro aprovechó que Bernini había sido apartado de los grandes encargos papales para encomendarle la realización de una capilla fune-

El Éxtasis de Santa TeresaCarlos Rivas

El Éxtasis de Santa Teresa (o

Transverberación de Santa Teresa), obra realizada por Gian

Lorenzo Bernini entre 1647 y 1651, es

considerada una de las obras maestras de la escultura barroca. Se

encuentra en una capilla lateral del transepto de la Iglesia de Santa María de la Victoria, en Roma.

raria en la iglesia de Santa María de la Victoria, para su familia Cornaro, y que fuera dedicada a santa Teresa de Jesús, recién canonizada el . La repercusión que tendrá el Éxtasis de Santa Te-re sa, de Bernini, junto con alguna otra obra de ese momento, hará cambiar la suerte del artista, al dar se cuenta Inocencio X de que no podía ignorar un genio como Gian Lorenzo.

A menudo el comentario de esta obra de Bernini se centra en el conjunto escultórico del ángel y la Santa, que ciertamente es la parte central y más

Arte y vida

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36 II trimestre de 2015cambio de mentalidad

Foto

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37II trimestre de 2015cambio de mentalidad

relevante, pero para entenderla bien hay que tener en cuenta que Gian Lorenzo planteó con cuidado todo el espacio de la capilla como un escenario donde expresar el Éxtasis de la Santa.

El concilio de Trento (-) había recomen-dado que mediante el arte religioso «se expongan a los ojos de los fi eles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, para que den gracias a Dios por ellos, y adap-ten su vida y costumbres a los ejemplos de los mis-mos santos; y para que se ejerciten a adorar, amar a Dios y practicar la piedad» (Sesión XXV). Es de esta manera que Gian Lorenzo concibe la obra: nos ofrece la oportunidad de compartir la contem-plación de la experiencia de Dios que experimen-tó santa Teresa. Y nos lo expone como si se trata-ra de una representación teatral a la que estamos invitados.

La familia Cornaro asiste al acto desde las tri-bunas que Bernini coloca a cada lado de la capilla; nosotros asistimos desde la platea, desde la nave de la iglesia. La disposición escenográfi ca es evi-dente.

Bernini desarrolló una concepción artística don de trataba de unir, dentro de la obra de arte, la arquitectura, la pintura y la escultura; lo llamó el bel composto, y la capilla Cornaro de Santa María de la Victoria es un buen ejemplo de ello.

Gian Lorenzo utiliza un texto de la santa como coronamiento de la obra: unos angelitos sostienen la declaración de amor de Cristo a Teresa en sus «bodas místicas»: Nisi coelum creassem, ob té sola creasem (Si no hubiera creado el cielo, para ti sola lo crearía). Por debajo de esta leyenda ocurre todo, ángeles y putti de estuco con cintas de fl ores de azahar decoran el arco de entrada a la capilla. Detrás de ellos más ángeles, ahora pintados con instrumentos y llenos de movimiento, enmarcan un cielo abierto, en fi estas, donde el Espíritu Santo en forma de paloma es el centro. Este cielo irrum-pe en el techo de la capilla, escondiendo las formas arquitectónicas de la bóveda y es iluminado por un ventanal con una vidriera de la Santa con un libro abierto en una mano y una pluma de escriba en la otra, acompañada de un angelito.

Aba jo, entre la profusión de colores y formas de mármoles y alabastros, a cada lado de la capilla se abre un palco donde están esculpidos los miem-bros de la familia Cornaro que contemplan y co-mentan la escena principal, como invitando al es-pectador a hacer lo mismo. El escenario central se encuentra enmarcado por una estructura convexa en forma de retablo con unas columnas y frontis-picios truncados. Den tro de este escenario se de-sarrolla la acción hacia la que converge toda la ca-pilla: la magnífi ca escultura de Bernini donde se encuentra la Santa en éxtasis y un ángel con una fl echa en la mano. Gian Lorenzo construyó una linterna exterior en la fachada para hacer entrar la luz de forma que iluminara la escultura cenital-mente, deslizando la luz por unos rayos dorados que descienden hasta la escena.

La obra representa un célebre fragmento del Libro de la Vida (,), la autobiografía de santa Teresa de Jesús, donde la santa explica una visión: «Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquier-do, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mu cho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que los nom-bres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fi n del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me pare-cía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la sua-vidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espi-ritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa Ü

El Éxtasis de Santa Teresa

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38 II trimestre de 2015cambio de mentalidad

entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.»

Bernini representa la escena central con már-mol de Carrara, trabajado con gran virtuosismo, enmarcada por el escenario y con un fondo de lu-minosos rayos dorados que descienden hacia las fi guras. El ángel se mantiene erguido ante la Santa, abriéndole el vestido por el pecho de donde acaba de extraer la fl echa dorada que mantiene en la ma-no derecha. El ángel mira complacido y sonriente el gesto extasiado de Teresa. Ella suelta su cabeza con los ojos entornados, casi cerrados, y la boca entreabierta por la que parece salir un gemido. Su cuerpo queda abandonado, la mano izquierda cuel ga sin fuerza, así como el pie izquierdo, des-calzo –recordando el nombre de la orden reforma-da por la Santa–. Tan sólo el pie derecho se apoya precariamente en la roca-nube, la mano derecha descansa entre los pliegues del vestido, con los de-dos despegando en un movimiento que recuerda las llamas de un fuego vivo. Gian Lorenzo se re-crea en los pliegues del vestido, llenando la escena de un movimiento y una fuerza que supera el ca-

Ü rácter estático del material utilizado, confi riendo al estático mármol un dinamismo sublime. El con-traste entre la quietud de su cuerpo y el movimien-to de los vestidos transmite maravillosamente el sentir del momento. La Santa se nos presenta llena de un sentimiento de dolor y placer, que «no desea que se quite».

No son extrañas las críticas que pronto recibió la obra, ya que se veía un marcado carácter de éx-tasis sexual. Realmente Bernini representa esplén-didamente una mujer abandonada al placer que ha conquistado todo su cuerpo. Pero quien se que-de con ello hará como el necio que, cuando el sa-bio apunta hacia las estrellas, su mirada limitada sólo ve el dedo que los señala. La experiencia mís-tica de santa Teresa, ella misma la describe como espiritual, pero en la que el cuerpo no deja de par-ticipar. Es evidente que la experiencia va más allá, porque no es frecuente que el éxtasis divino trans-forme y transmita la fuerza para llevar adelante la obra de Dios. Es de agradecer contemplarlo en Teresa de Jesús mediante esta genial obra de Ber-ni ni. l

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