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    LA ISLA Y LOS DEMONIOS

    Carmen Laforet

    No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin a un sistema informtico, ni su transmisinen cualquier forma o por cualquier medio, sea ste electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacin u otros mtodos sinel permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Carmen Laforet, 1952 Ediciones Destino, S.A.Consell de Cent, 425. 08009 BarcelonaPrimera edicin: febrero 1952Segunda edicin: mayo 1952Tercera edicin: octubre 1954Cuarta edicin: marzo 1964

    Quinta edicin: mayo 1970Sexta edicin: octubre 1991ISBN: 84-233-0423-XDepsito legal: B. 36.084-1991Impreso por Limpergraf, S.A.Carrer del Riu, 17. Ripollet del Valles (Barcelona)Impreso en Espaa - Printed in Spain

    Digitalizacin y correccin por Antiguo.

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    A Carmen Castro de Zubiri, que con su admirable y abnegado sentido de la amistad hacontribuido, en gran parte, a que este libro pueda ver la luz.

    Con admiracin y cario.

    A mi padre, arquitecto de las Palmas. A todos los parientes y amigos que tengo en la isla,donde pas los mejores aos de mi vida... Sin demonios.

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    PRIMERA PARTE

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    Este relato comienza un da de noviembre de 1938. Marta Camino lleg hasta el borde del

    agua, en el muelle en que deba atracar el correo de la Pennsula. Su figurilla de adolescente serecort un momento a contraluz, con la falda oscura y el jersey claro, de mangas cortas. Elaliento del mar, muy ligero aquel da, le empuj los cabellos, que brillaban cortos, pajizos. Se

    puso la mano sobre los ojos, y toda su cara pareca anhelante y emocionada. El barco, en aquelmomento, estaba dando la vuelta al espign grande y entraba en el Puerto de la Luz.La baha espejeaba. Una niebla de luz difuminaba los contornos de los buques anclados y dealgunos veleros con las intiles velas lacias. La ciudad de Las Palmas, tendida al lado del mar,apareca temblorosa, blanca, con sus jardines y sus palmeras.

    El gran puerto haba conocido das de ms movimiento que aquellos de la guerra civil. Detodas maneras, cajas de pltanos y tomates se apilaban en los muelles dispuestas al embarque.

    Ola a paja, a brea, a polvo y yodo marino.Las sirenas del barco empezaron a orse cortando aquel aire luminoso, asustando a lasgaviotas. El buque se acerc lentamente en el medioda. Vena, entre la Ciudad Jardn y elespign grande, hacia la muchacha. Ella sinti que le lata con fuerza el corazn. El marestaba tan calmado que, en algunos trozos, pareca sonrosarse como si all abajo sedesangrase alguien. Una barca de motor cruz a lo lejos y su estela formaba una espumalvida, una raya blanca en aquella calma.

    De repente, cuando se empezaban a distinguir con claridad las atestadas cubiertas del barco yhasta surgan algunos pauelos, Marta se dio cuenta de que haba mucha gente junto a ella,detrs de ella, a su lado, aglomerndose para saludar aquella llegada. En aquellos tiempos el

    correo de la Pennsula vena siempre lleno de soldados con permiso desde el frente.Jos Camino, un hombre alto, flaco y rubio, cogi del brazo a su hermana y la apart de aquel

    borde del agua.

    Ests loca? Pino se est poniendo nerviosa; dice que te vas a caer.

    La hizo retroceder unos pasos, y ahora qued la muchacha entre su hermano y su cuada.Entre los dos pareca insignificante e infantil.

    En realidad, Marta tena la misma estatura que Pino, que era una mujer bien plantada, joven,morena, de caderas amplias y cintura muy breve, vestida con lujo rebuscado algo impropio deaquella ocasin y aquella hora. Pino llevaba unos tacones altsimos y Marta sandalias bajas;

    esto la haca parecer ms pequea junto a la otra mujer.Jos resultaba un hombre serio, importante. Era ms rubio y ms blanco que su hermana; su

    piel pareca la de un nrdico, porque no se tostaba. Se enrojeca a cada instante, por lainfluencia del aire o del sol, o simplemente de sus emociones. En nada ms que en el cabelloclaro se parecan Marta y l, afortunadamente para la muchacha. Jos tena algo extrao ycomo muerto en las facciones. Su nariz era enorme, cada. Sus ojos, saltones y de undesagradable color azul desteido. Siempre vesta de negro y siempre sus trajes eran

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    impecables.

    El buque se acerc tanto que Marta se not envuelta en un doble gritero. La gente del muellese volva frentica al distinguir los rostros de los pasajeros, y stos desbordaban suentusiasmo. Marta slo vea all, en las cubiertas, soldados, hombres de la guerra con susmantas. Haba muchos barbudos. Casi senta su olor... Miraba ansiosamente entre ellos y sobre

    ellos, y, al fin, en la cubierta ms alta, vio unas figuras civiles. Haba seoras, y pens queentre aqullos deban estar sus parientes. Consult con la cara de Jos, quien en aquelmomento sacaba su pauelo del bolsillo y empezaba a agitarlo: en efecto, hacia all miraba.Despus de haberlos esperado tanto, de haber soado durante dos meses con su llegada, Martase sinti repentinamente tmida.

    Los que llegaban se haban sentido deprimidos poco antes, cuando el barco pas delante deunos acantilados secos, heridos por el sol.

    En aquella cubierta alta, apoyados en la barandilla, estaban dos mujeres y dos hombres quepor primera vez llegaban a la isla. Tres de ellos, las dos mujeres y un caballero maduro decabello rojizo, pertenecan a la familia Camino; el cuarto era un hombre joven, un amigo aquien la guerra civil haba desarraigado de su familia y que tuvo la ocurrencia de marchar a lasCanarias cuando supo que los otros tres se venan a las islas. El aspecto de este hombre no eramuy elegante ni cuidado; sin embargo, en aquella poca difcil, tena la extraa suerte de

    poseer suficiente dinero para permitirse vivir donde quisiera, aunque sin grandes lujos. Suocupacin tambin lo permita: era pintor, pero, en verdad, haca mucho tiempo que no vendaun solo cuadro.

    Apoyado en la barandilla, junto a la exuberante y madura seorita que era Honesta Camino,Pablo, el pintor, resultaba muy joven. An lo era ms de lo que pareca, porque su caramorena, de rasgos sensuales y simpticos, estaba marcada por azares de una vida en la que nosiempre haba salido bien parado. En realidad, Pablo estaba an en la edad militar, pero

    padeca desde la infancia una cojera que le libraba de las obligaciones de la guerra.Los otros tres, Honesta, Daniel Camino y la mujer de ste, Matilde, venan en calidad derefugiados a la isla. Buscaban en aquellos tiempos agitados el amparo de unos sobrinos queestaban en buena posicin. Su vida, desde el principio de la guerra civil, haba sido muy

    penosa. Los sucesos les sorprendieron en Madrid, donde vivan siempre. De all pasaron aFrancia hasta recibir la invitacin hospitalaria de Jos Camino. Ahora se arrimaban unos aotros al ver la nueva tierra desconocida. El aire de aquella tierra les caldeaba sus rostros de

    personas ya maduras que expresaban un cierto estupor en los dos hermanos Camino y fatigaen la flaca cara de Matilde.

    Honesta se haba estremecido cuando el barco pas por delante de aquella costa llena deacantilados tristes y estriles.

    Yo crea que venamos a un paraso!

    Matilde, una mujer alta y plida, que a pesar del da primaveral se arrebujaba en un granabrigo, y que haba sufrido horribles mareos durante el viaje, la mir con irona.

    Nada de parasos. Estas islas son terribles.

    Matilde era licenciada en Historia. Se supona que sus juicios eran inapelables.

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    Pablo, con los ojos sonrientes debajo de sus cejas negras, intervino dicindole que no fuese tanpesimista.

    Daniel Camino, que, en contraste con su mujer, era bajito, gordinfln y muy pecoso, semanifestaba inquieto.

    Debemos estar dando la vuelta a la isleta volvi a decir Matilde.Del bolsillo de su abrigo sac un mapa del archipilago, que desde que haban decididoemprender el viaje tena siempre a mano. All aparecan las siete islas con sus nombres:Tenerife, Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote, Gomera, Hierro y La Palma... Todosestaban acostumbrados a ver a Matilde durante el viaje con aquel mapa del archipilago en lamano, y solan sonrerse; pero en aquel momento se inclinaron sobre l vivamente. HastaPablo se asom por encima del hombro de Honesta para mirar aquel papel que el airelevantaba y doblaba a cada instante por sus bordes.

    La Gran Canaria era la isla a la que iban, la antigua Tamarn de los guanches. Estaba casi enel centro del archipilago. En el mapa apareca redondeada en forma de cabeza de gato que

    slo tuviera una oreja, en el noroeste. Esta oreja es la isleta; el istmo que la une al resto de laisla da lugar, al este, a la gran rada origen del Puerto de la Luz; al oeste, a la hermosa playanatural de Las Canteras, que no es la nica de la ciudad de Las Palmas.

    La ciudad se extiende desde las estribaciones de la isleta formando el barrio del puerto, portodo istmo, en una barriada jardn frente al puerto, y sigue luego a lo largo de la costa hastaalcanzar los barrios de Triana y Vegueta, que son su verdadero corazn. A espaldas de estos

    barrios se alzan riscos que forman calles populares, escalonadas, de casitas terreras, encaladaso pintadas de colores.

    Todo esto lo ignoraban los forasteros. Matilde seal solamente en el mapa el lugaraproximado donde deban encontrarse en aquel momento: dando la vuelta a la isleta, para

    entrar en el Puerto de la Luz.Se oy su voz precisa, de profesora consciente:

    Gran Canaria... Estamos en el centro del archipilago. Entre los 27 44' y los 28 12' delatitud Norte, y los 9 8' 30" y 9 37' 30" de longitud Oeste.

    Cerr el mapa y coment de nuevo:

    Unamuno no se explicaba por qu llamaban a este archipilago el de Las Afortunadas, yPaul Morand dijo que Las Palmas, precisamente Las Palmas, era el rincn ms feo del mundo.

    Pablo sonri. Matilde le haca gracia, sobre todo vindola junto a su marido. Ella le miraba

    aguda, con sus ojos grandes, redondos y feos.Matilde, qu cosas dices! Si aqu hay un clima estupendo! Muchas montaas de granaltura y, segn mis noticias, toda clase de cultivos, desde las plantas tropicales junto al marhasta los rboles de tierras fras... Mira ahora. No parece que esto sea el rincn ms feo delmundo.

    Estaban entrando en el puerto. La ciudad pareca bella, envuelta en aquella luz de oro.

    Los soldados, apiados en las cubiertas, se conmovan, lanzaban vivas. Todo el viaje lo haban

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    pasado en continuas juergas, acompandose con guitarras o con simples canciones de latierra: isas y folas.

    Siempre me parecieron terribles las islas... Y las islas volcnicas, ms. No puedoremediarlo: me pone nerviosa pensar que de pronto pueda haber una erupcin.

    Hones se volvi a Pablo mientras un suspiro hinchaba su pecho. Sonri muy aniada.Si eso le pasa a Matilde, que es valiente, figrate a m, Pablito... Pero prefiero imaginarmebosques de cocoteros y ukeleles y todo lo dems, aunque s que no existen... Y soy como unania!

    Daniel dijo, con una voz tenue, que no iba a conocer a su sobrino.

    Oh, Daniel! No creo que aquel nio pueda haber cambiado tanto. Ya era muy alto cuandolo dejamos de ver...

    Esto lo deca Hones. Matilde no conoca a Jos.

    Mi pobre hermano Luis explic Daniel para Pablo se empe en venirse a estas islas

    porque tena la mujer tuberculosa y le dijeron que el clima sera bueno. Se vino aqu con ella ycon el hijo; pero a los pocos meses su esposa muri. Ms tarde contrajo nuevas nupcias y deellas qued un beb, una nena, a la que no conocemos.

    Matilde interrumpi, mientras oteaba con sus ojos saltones a aquel horizonte del puerto y losmuelles que se les acercaban por minutos:

    Algo ms que un beb ser, si tu hermano muri ya hace diez aos.

    S, muri en un accidente de automvil. Su segunda mujer est delicada, segn nosescriben, y el nene..., quiero decir mi sobrino Jos, a quien siempre llamamos as, es ya unseor casado y todo... Creo incluso que tiene ms edad que t, Pablo.

    Hones levant la cabeza, que llevaba envuelta en una gasa verde, bajo la que brillaba elcabello oxigenado. Le molestaba or hablar de edades.

    Qu hermoso da, Pablito...! Ya llegamos.

    Ah est! dijo Daniel, excitado. Es inconfundible.

    Honesta mir. Vio en el puerto la flaca figura oscura, rematada por una cabeza albina, y vioque aquel hombre les saludaba con un pauelo. En la mano centelleaba algo, una sortija.

    Ella tambin agit el pauelo y lo llev luego a los ojos, conmovida.

    La familia, Pablito... Es conmovedor! La voz de la sangre! Comprendo que soy tonta...

    Pablo se rea sencillamente, enseando unos dientes blancos. Muy interesado, al mismotiempo que escuchaba a Hones, por el espectculo del puerto. La familia Camino siempre lediverta muchsimo.

    l dilat la nariz al olor de la tierra, que despus de varios das de navegacin dejaba sentir superfume. Se sinti cautivado por el espectculo de los muelles y achic los ojosinconscientemente para recoger mejor las gradaciones de la luz. Despus de unos aos muyangustiosos tuvo una sensacin grata, como si en verdad hubiera llegado a un refugio. Tuvo la

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    donde aquel da hermoso haba algunos baistas. Todo esto a Marta le pareca lleno de color yde vida. Pero los ojos de Daniel, que ella consultaba, no expresaban la menor admiracin. lvea casas pequeas, gentes despaciosas, aplastadas por el da lnguido, pesado, sooliento.Algo pesado y sooliento haba tambin en la cara de aquel hombre.

    El coche sali de la ciudad por la carretera del Centro.

    Vivimos en el campo a causa de mi madrastra explic Jos a Daniel.

    Oh...! S...! Nos escribiste que estaba delicada la pobre dama. Nervios o algo as...?

    Marta se puso inquieta. El automvil dejaba atrs el valle plantado de platanares, a la salida dela ciudad. Se vea la cumbre central sirviendo de fondo al paisaje.La carretera enseaba suscurvas violentas, subiendo la montaa spera, calcrea. Marta haba credo, hasta aquelmomento, que los peninsulares saban ya todo lo referente a su madre.

    Pues s... Nervios.

    Jos frunci ligeramente el ceo, cambi la marcha del automvil.

    De los asientos de atrs lleg, muy desagradable, una risita de Pino.Nervios! Qu dices, nio...? Tampoco se puede decir que Teresa est loca? No esningn secreto!

    Oh! exclam, all atrs, Honesta.

    Marta vio que Daniel parpadeaba rpidamente, impresionado. Los ojos de Daniel tenan elmismo color desteido que los de su sobrino, pero eran ms pequeos, menos salientes. Marta

    pens qu era lo que Jos haca sin hablar. Bien claro se notaba que todos querantranquilizarse. Por un momento medit que quiz le fuera posible vencer su salvaje timidez yexplicar las cosas ella misma. Pero Jos ya estaba hablando.

    No se puede decir que Teresa est loca... Ella iba en el automvil con mi padre, el da delaccidente, cuando l muri. Mi madrastra tuvo una conmocin... Sin embargo, los mdicosopinan que lo que Teresa tiene poda haberle ocurrido lo mismo sin el accidente... Hablan deun cogulo en el cerebro. En fin, nadie sabe exactamente lo que pasa. Ella ha perdido susfacultades mentales; no habla nunca y no da muestras de conocer a nadie. Su locura, en casode que se pueda llamar as, es pacfica. Est siempre en sus habitaciones. Ustedes no notarnsu presencia.

    El coche, al remontar la montaa, entr en parajes risueos. Valles verdes, con escalonadasplantaciones de pltanos. Casitas floridas. Algunas palmeras.

    El aire se hizo mucho ms vivo y fino que en la ciudad, aunque en remontar las alturas elautomvil slo haba tardado un cuarto de hora. Marta volvi a su abstraccin:

    "Si yo no conociese esa alta palmera que en una vuelta da tanta gracia al paisaje, si yo noconociese estos jardines floridos de bugambillas, si yo no conociese la carretera alquitranada,sombreada de eucaliptos, centenarios, ni el teln alto, azulado, de la Cumbre, qu pasara?Qu sentira en este momento?"

    Jos introdujo el automvil por una carretera lateral entre fincas y viedos. Marta, orgullosa,

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    como recordando algo, volvi la cabeza para anunciar:

    Nosotros vivimos en las faldas de un volcn antiguo.

    Vio que Matilde la miraba como asustada. Todos callaron. Pino, que iba sentada entre los dospeninsulares, tena una sonrisita sarcstica muy suya. Su cara, entre la afilada Matilde, con su

    nariz de caballete, y la rubicunda Hones, resultaba extica, algo negroide de rasgos, aunquetena la piel plida y blanca. Hablaba dulcsimamente, con tono algo quejumbroso.

    Es horrible vivir aqu, teniendo en Las Palmas una casa cerrada... Ustedes no saben lo quees mi vida!

    Oh, pero esto est muy cerca de la ciudad.

    Matilde dijo esta frase porque el coche se meta en aquel momento por un portn de hierro ybajaba una avenida de eucaliptos entre colinas plantadas de vias. Las vides crecan enterradasen innumerables hoyos, entre lava deshecha, negra y spera. Este mismo picn produca uncurioso chirrido al ser aplastado por las ruedas del automvil.

    La avenida desembocaba en un jardn antiguo, encantador, como una plataforma, en la colina.Haba rboles aosos y parterres cargados de flores. La casa no pareca muy grande, pero ssimptica en su falta de pretensiones, con muchas enredaderas adornndola.

    Jos detuvo el coche en una plazoleta delante de la puerta principal. Haba all una fuente.Hizo sonar la bocina, y apareci un jardinero muy joven, pero de talla alta, casi gigantesca,rubio y colorado como un autntico guanche, con su blanca sonrisa infantil. Iba en mangas decamisa.

    Cuando todos se apearon, Chano, el jardinero, se meti dentro del coche y sigui con l poruna corta avenida en declive que llevaba al garaje.

    Honesta junt las manos con admiracin. Entrecerr los ojos.

    Qu casita para unos recin casados! Qu dicha!

    Pino la miraba de reojo.

    S?... Les gusta? Yo no s lo que dara por perderla de vista.

    Marta pens que Hones era afectadsima. Hubo un silencio antes de que aquellas personas en-traran en la casa. En el silencio se oy el zumbar de los moscardones, pareci hacerse msintenso el perfume de los macizos de rosas. Destacaron claramente en la fila de limoneros quelimitaba por all el jardn con la finca los limones amarillos.

    Esta paz es un poco agobiante dijo Matilde. Parece mentira que haya guerra, que

    Espaa est en plena guerra civil.La puerta de la casa, muy sencilla, se abri dejando paso a un seor enorme, de aspectotristn y bondadoso, con una gran panza cruzada, al estilo antiguo, por la cadena de un reloj.

    Bienvenidos, seores...

    Pino se sinti ceremoniosa. Se notaba su falta de naturalidad.

    Tengo el gusto de presentarles a mi padrino. Ha venido a comer hoy con nosotros yconocerles a ustedes.

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    Tambin es padrino mo dijo Marta, intilmente, porque nadie la escuchaba.

    Jos aadi, mientras el caballero grande y tripudo estrechaba las manos de todos:

    Don Juan es el mdico de casa. Era el mejor amigo desde la infancia del abuelo de Marta...Hoy da es como nuestro pariente ms cercano.

    Pasen, mis hijos dijo familiarmente don Juan, como si, en efecto, fuera el dueo de lacasa. Pasen y tomen posesin...

    Todos fueron entrando; Marta qued detrs, sin decidirse a seguirles. Se fij por primera vezen la casa donde haba nacido. La mir crticamente como pudiera hacerlo una desconocida.En el jardn crecan ya los crisantemos y seguan floreciendo las dalias. Por las paredes deledificio trepaban los heliotropos, madreselvas, bugambillas. Todos estaban en flor. Sus oloresse mezclaban ardorosamente.

    Marta se sinti satisfecha de aquella belleza, de aquel lujoso desbordamiento.

    "En otros pases, ya en esta poca del ao hace fro. Se caen las hojas de todos los rboles,

    nieva quiz..."Trat de imaginarse que ella vena de un pas muy fro, lleno de tinieblas, y llegaba a estacasa... Se sent en el escaln de la entrada y puso la palma de su mano en el clido picn que

    jams haba recibido la caricia de la nieve.

    El sol le daba en los ojos y tuvo que guiarlos. Enfrente de ella las montaas ponan su oleajede colores; la alta y lejana cumbre central luca en azul plido, pareca navegar hacia la nia,como horas antes haba navegado el gran buque en la maana.

    Marta pens en las tres personas que acababan de desembarcar. Por el ventanal abierto oa susvoces.

    A lo lejos se oa un rastrillo araando el picn de los paseos. La voz potente del jardinerilloChano se dej or en una cancin de notas largas, profundas. Se detuvo un momento, y en elsilencio se oy el grito de una criada llamndolo a la cocina para el almuerzo.

    Todo esto era suficientemente plcido y encantador, como ella quera que lo fuese para losrefugiados de guerra que haban llegado. Pero Marta no estaba tranquila. Dentro de los murosde la casa esta placidez y tranquilidad desaparecan. All dentro no haba felicidad, nicomprensin, ni dulzura.

    Marta frunci el ceo.

    Por el ventanal llegaba la voz de su cuada contestando a una insinuacin de Hones:

    No, qu va!... La nia no es ninguna compaa para m. Est siempre con sus estudios. Yadems... si viera cmo es! Quieren creer que esta maana la encontraron durmiendo en elcomedor con una botella de vino en la mano?

    El corazn de Marta lati desagradablemente, porque lo que deca Pino era verdad. No habamedio de defenderse de ello. La noche anterior Pino y ella, que haban vivido indiferentes launa a la otra durante algunos meses, se haban encontrado frente a frente. Marta estabaresentida an, y ms que por nada, porque haba sido muy cobarde y muy tonta. La voz de

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    Pino la hera. Pero algn da estas gentes recin llegadas sabran que ella, Marta, haba sufridoentre los recelos y la vulgaridad que escondan aquellos muros, y este pensamiento laconsolaba infantilmente.

    "He sufrido."

    Murmur esto y sinti que se le llenaban de lgrimas los ojos. Entonces supo que alguien laestaba mirando.

    Volvi la cabeza y vio, separada de ella por varios macizos de flores, la figura de una mujer,vestida con un traje de faldas largas, como las campesinas viejas. Llevaba un pauelo negro ala cabeza y sobre l se haba colocado un gran sombrero de paja, como siempre que salaalgn momento al jardn o al huerto. Era Vicenta, la cocinera de la casa. Comnmente lallamaban all la majorera, porque majoreros y majoreras se les llama a los habitantes deFuerteventura, y ella era oriunda de esta isla.

    Marta no saba que Vicenta haba estado acechando en el comedor a los recin llegados, queen la reunin familiar la haba echado de menos a ella y que sali al jardn con la intencin de

    averiguar dnde estaba.No le dijo nada. Marta a ella tampoco. Pero se levant poseda de una gran vergenza de quela criada la hubiera cogido en un momento de debilidad. Sinti que enrojeca lentamente alimpulso de sus pensamientos. Abri con cuidado la puerta de la casa, con cierta torpezasalvaje y conmovedora, y desapareci all dentro.

    La mujer, que estaba en la esquina de la casa, se march tambin. El jardn qued solitario,lleno de luz de medioda.

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    II

    La noche anterior haba comenzado, como siempre, por una aburrida cena familiar. Amedioda las comidas eran menos pesadas. Jos tena la poco amable costumbre de aislarse

    detrs del peridico, y Pino y Marta casi no hablaban la una con la otra. Terminaba elalmuerzo rpidamente. Jos miraba el reloj y Marta corra a arreglarse para ir con l a LasPalmas. Jos iba a la oficina y, de paso, dejaba a Marta en el Instituto.

    Por las noches, Jos y Pino solan discutir cosas de la casa o del dinero, y Marta se aislaba enuna especie de neblina detrs de sus propias imaginaciones. A veces sonrea, y esto irritabaenormemente a Pino. Jos se fijaba menos en ella.

    ltimamente, desde que lleg la noticia de la venida de aquellos parientes, Marta prestabaatencin. En aquella vida montona la llegada de estas gentes adquira una importanciaenorme. Pino estaba excitada porque Jos contaba que eran personas acostumbradas a vivir ensociedad, muy amigos de estar en todas partes, muy relacionados.

    Mandaste a limpiar los cubiertos de plata?Claro que s... Tanto coraje como les tienes a esa gente y tanta lata que me das para prepararla casa.

    Porque Jos, al hablar de sus parientes, empleaba siempre un tono burln y un poco rencoroso.Deca que eran unos desordenados y unos bohemios. Vistos por Jos, Marta no saba ya sieran personas acostumbradas a todos los lujos o unos medio mendigos que se asombraranante un pollo asado por Vicenta.

    Marta tena su composicin de lugar sobre ellos. "Bohemios", "vagabundos", estas dospalabras detrs de aqulla: "artistas", para la chiquilla tenan sugestiones extraordinarias. Su

    propio padre haba sido as, un bohemio, un vagabundo, o por lo menos as lo haba odocalificar ella; slo que Luis Camino no haba sido artista, y por lo tanto no estaba justificado nienaltecido por estos ttulos que Jos aplicaba con desprecio.

    Pues si te parecen tan idiotas, no s por qu te has molestado en traerlos, mi nio; mejor mehubieses dado a m ese dinero, para trajes.

    Eso lo dijo Pino esta noche. Jos se impacient.

    Los hice venir porque me dio la gana, entiendes? Me alegro de que vengan aqu y veancmo vivo yo, y lo que tengo. Siempre decan que yo no llegara a nada, que sera undesgraciado toda mi vida. Ahora los desgraciados son ellos... Adems, los ha invitado Teresa.

    Ella lo hubiera hecho de haber podido. sta es su casa, y aqu se hacen las cosas como Teresahubiera querido hacerlas.

    Demasiado lo s Pino empez a chillar-. Estoy hasta aqu de saberlo, entiendes?Hasta aqu...! Hasta aqu de Teresa me tienes t.

    Pino se llev las manos a la garganta, excitada. En aquellos momentos se notaba el ligeroestrabismo de uno de sus ojos grandes y negros.

    Marta mir instintivamente la larga mesa, uno de cuyos extremos vaco se perda en la

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    penumbra. Siempre adornaba aquella mesa un jarro de cristal verde con rosas amarillas, y staera una de las manas de Jos, porque a Teresa le gustaba este adorno. En la finca habamuchos rosales con rosas amarillas. Se daban en toda poca del ao.

    El comedor, que era una habitacin espaciosa a la que convergan tres puertas (una de ellas laentrada principal de la casa), conservaba intacta la distribucin de los muebles tal como lo

    haba dispuesto Teresa, y, en general, toda la casa, que haba sido reformada cuando la bodade los padres de Marta. Una de las paredes del comedor, la que aquella noche quedaba un

    poco en penumbra, estaba adornada por una gran escalera de madera oscura, encerada, quellevaba al piso alto. Hacia esta escalera mir tambin Marta. En el hueco de ella haba un

    banco de madera y paja y un reloj de pie. "Pronto pens la muchacha mirando su esferaser hora de acostarse." No tena sueo, sino ganas de acostarse sola en su cuarto sin ordiscusiones.

    En los ventanales se oa un ruido como de lluvia; el viento empujaba las ramas tiernas de lasenredaderas contra los cristales.

    Si ests harta de Teresa, te aguantas dijo Jos.

    As termin la discusin aquella noche.

    Un rato ms tarde, los tres subieron la escalera en fila india. Marta se encontr sola, comoquera, en su gran alcoba, donde los muebles parecan nadar en el suelo encerado. Tena unaventana muy bonita a la parte ms tranquila y clida del jardn. La ventana estaba abierta y elcampo lleno de paz. De pronto se oy, muy debilitado por la distancia, el largo gemido de lasirena de un barco que entraba o sala del puerto. Marta se sobresalt.

    Siempre le pareca un milagro aquel fenmeno acstico que llevaba el sonido de las sirenas delos barcos, a travs de los barrancos, hasta su cuarto. Siempre le emocionaba escucharlas, le

    producan una nostalgia enorme, como si alguien muy querido y lejano la llamase en la noche.

    "Yo tambin soy una vagabunda."

    Sonri al decirse esto, recordando a su abuelo, el padre de Teresa. Era un caballero muybondadoso y cultivado. Teresa haba sido su nica hija y Marta su nica nieta. Haba vividocon l, en su casa de Las Palmas, muchos aos; desde la muerte de Luis Camino, laenfermedad de Teresa hasta que l muri tambin. El abuelo era quien le haba dicho un da,contestando a las preguntas de la nia:

    No debes hacer caso cuando te digan que tu padre fue un mal hombre y un gandul... Era unpoco desgraciado, sabes? Haba anclado aqu en la isla, y l no estaba hecho para eso. Era untipo algo bohemio y vagabundo... Por eso seguramente se enfad con su familia de Madrid. A

    veces un hombre sale as, y entonces es una desgracia: no puede parar en ningn sitio. Siem-pre tiene ganas de marcharse.

    Y una mujer?

    El abuelo se ech a rer y le acarici la cabeza.

    No, una mujer no... Nunca o eso. Ira contra la naturaleza.

    Sin embargo, Marta se estaba convenciendo de que, a pesar de todo, algo de vagabunda tena

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    ella. Siempre soaba con ver pases lejanos. Las sirenas de los barcos le araaban el coraznde una manera muy extraa.

    Cuando su abuelo muri, Jos, que era su tutor, le permiti seguir sus cursos de Bachillerato;pero durante dos aos no lo hizo oficialmente, sino en un internado de monjas. Le hubieragustado estar all, porque se acomodaba con facilidad a todas las circunstancias, si no hubiese

    sido por aquella opresin de saberse encerrada en un edificio. Ms tarde, Jos, que nunca dejde vivir en la finca, se cas con una enfermera de Teresa. Esto haba sucedido la primaveraanterior, y Marta volvi a la casa con el matrimonio, y a sus estudios oficiales.

    Marta, mientras se desnudaba, vea los cajones de su escritorio descuidadamente abiertos,vacos por completo. Aquella misma tarde haba trasladado los libros y los papeles a unescritorio de la salita de msica, un cuarto en la planta baja de la casa donde ella pensabadormir cuando llegaran los parientes. Iba a ceder su alcoba a la ta Honesta. En la casa slohaba un cuarto de huspedes, que debera ser ocupado por Daniel y su mujer. Apag la luz yqued con los ojos abiertos, pensando mil cosas insensatas. Vea brillar las estrellas en elrecuadro de la ventana. Lleg un ligero rayo de luz desde la lejana del jardn; Marta saba que

    Chano, el jardinero, se estaba acostando en su camareta sobre el garaje. Aquella luz se apagen seguida.

    Marta no poda suponer que el grandulln jardinerillo era miedoso y estaba pasando el peorrato de la jornada. Atrancaba con cuidado las maderas y se quedaba escuchando los negrosgolpes del viento en los muros del aislado garaje. Las paredes de su cuarto, llenas defotografas de artistas de cine que el muchacho recortaba de revistas, le parecan en aquelmomento hostiles. Miraba cuidadosamente debajo de la cama antes de meterse en ella, y alapagar la luz se tapaba la cabeza con la sbana. Nadie supo nunca estos terrores del muchacho.

    Al poco rato, tanto l como Marta, como seguramente todos los de la casa, dorman aquellanoche.

    Se abri una puerta del jardn y los perros ladraron furiosamente. Chano se encogi entresueos. Los perros dejaron la ladrar en seguida, y el muchacho dormido se tranquiliz.

    En aquel momento fue cuando se despert Marta. Nunca le suceda esto, y hubiera jurado queni siquiera haba dormido, tan espabilada, viva y trmula se senta. Era como si hubiera odode nuevo las sirenas de los barcos, o como si la hubieran llamado por su nombreangustiosamente.

    Se haba dormido pensando en sus cuadernos, en sus papeles. No los haba trasladado todos alcuarto de msica. Haca mucho que parte de ellos los esconda entre unos libros viejosolvidados en una caja de embalaje en el desvn. Haca eso desde que supo que Pino sola

    registrar sus cajones. Adems, aquella habitacin, el desvn, tuvo siempre un particularatractivo para la nia. La descubri en la poca en que an viva con su abuelo. Todos losdomingos, durante aquellos aos, el viejo y la nia, acompaados por el mdico, suban alMonte a ver a la enferma, y pasaban el da all. Marta encontr aquel cajn de embalaje conlos libros que haban pertenecido a su padre, y sinti un gran placer de irlos leyendo uno a unoen secreto. Ni a su abuelo, que fiscalizaba cuidadosamente sus lecturas, se atrevi a decirlenada de esto. Ms tarde, cuando ella empez a escribir fantasas, le gustaba escribirlas all.

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    Aquella noche pens en sus "leyendas". Desde que supo la llegada de los forasteros, estasleyendas haban tomado cuerpo en ella. Inventaba cosas de la isla mezclando en los relatos asu propia persona con los demonios y los dioses guanches, y esto lo haca como una especiede ofrenda a los que iban a llegar, para los que Gran Canaria era un pas desconocido y sindescubrir. ltimamente estas cosas que ella escriba se convirtieron en una gran ilusin para

    Marta. Le gustaban. Pensaba que por hacerlas quiz fuera digna de aquellos artistas, deaquellos creadores de belleza que eran sus tos.

    El deseo de escribir se le hizo tan fuerte que la envolvi en una ola clida de entusiasmo. Selanz de la cama, descalza y en camisn, como un pequeo fantasma. Sin encender las lucesse encontr en el corredor de las alcobas. Dos ventanas dejaban pasar la tenue claridad delcielo. Al final de aquel corredor, una escalerilla de caracol, muy oscura, suba hasta el desvn.A cada paso aquellos escalones crujan. En la negrura, Marta sinti un ligero vrtigo y seagarr a la barandilla para no caer, pero el deseo que la llenaba era muy grande. Siguisubiendo, y suspir de alivio al encontrar la puerta y la gran llave puesta en ella. La puertachirri al abrirse, y en el silencio de la noche aquel ruido resultaba estremecedor. Un aire fro

    y negro le dio en la cara. Busc el interruptor de la luz con cierto nerviosismo.Muchos aos atrs, aquella habitacin, que era una especie de torrecilla en la casa, con cuatroventanas, le haba gustado a Luis Camino, y pens instalar en ella su biblioteca. El proyectoqued abandonado, como tantos otros, en la abulia que presidi la ltima poca de aquelhombre. Sus libros quedaron en el cajn de embalaje, entre muebles y maletas viejos.

    Marta fue hacia aquel cajn y levant hbilmente dos tablas. All estaba el cuaderno con sudiario y el otro de las leyendas. El corazn le golpeaba. All tena siempre un lpiz preparado.Lo mordi y luego empez a escribir con cierto arrebato:

    "Gran Canaria...

    "La luz de la maana, verde, tiene una frescura salobre, marina, como si la isla saliese de lasaguas cada amanecer.

    "Marta, despus de una noche inquieta, llena de proyectos, se duerme al fin. El pequeo marde sus sbanas crece hasta cubrirla y es el ocano infinito y brillante del da en que Alcorah, elviejo dios canario, sac de su fondo azul las siete islas afortunadas. Una oleada clida yhmeda viene de las tierras recin creadas. El corazn palpita brutalmente, ciego, entre la bru-ma pegajosa del mar. Hay imgenes y sombras de islas que danzan.

    "La voz de Alcorah llena de oro los barrancos, crea nombres y deshace nieblas. Las palmeras,los picachos, los volcanes, surgen en una luminosa, imponente soledad... Marta se llama Martaen un campo de vias calientes de Tamarn, la isla redonda.

    "Leyendas de gigantes y de montaas suben a su alrededor como el vaho de la calina amedioda.

    "As, Bandama, la montaa negra, la que Marta tiene delante de sus ojos, aparece con suhistoria antigua. Bandama es el gigante que instal en los das del caos de la isla la grancaldera, donde hizo hervir el fuego infernal los primeros componentes de la vida de losdiablos. Hervor y locura que no resistieron a la sonrisa de Alcorah. La gran caldera hirvientese convirti, con este conjuro, en un inmenso nido de pjaros.

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    "As pasar con tu corazn, dice Alcorah a Marta en esta noche de sueos.

    "Sombras de nubes cruzan sobre el viejo volcn apagado y la voz del dios de las islas se vapor los barrancos dejando ecos imprecisos y angustia. Marta se ha visto al pie de la Caldera,cerca de su casa, que an no existe, sola, entre el dolor de las vias y de las higueras.

    "Puede llegar a ser una caldera hirviente, un gran nido de pjaros, el corazn de una niaperdida en una isla de los ocanos?".

    Al terminar este trozo, lo ley dos o tres veces, acalorada. Luego se fue enfriando. Por muchocario que tuviera a sus cosas, estaba lo suficientemente cultivada para saber cuntos defectostenan sus poemas, qu balbucientes eran an. Pero los parientes comprenderan, al leerlos,que ella era apenas una chiquilla muy joven y aislada.

    Guard sus cuadernos, y por primera vez sinti fro en el cuerpo, que debajo del camisnestaba desnudo. Una de las ventanas tena un cristal roto, y la corriente de aire haca golpear lalona que cubra una antigua cuna desarmada, con un plop plop insistente y fro. La bombilla,

    pendiente de un hilo, se balanceaba levantando extraas sombras de los rincones.Sin saber por qu, Marta se acerc a una de las ventanas. Limpi el polvo de los cristales consus manos y acerc la nariz a ellos. Saba que desde all, entre dos colinas, se vea un trozo demar lejano. Si hubiese apagado la luz lo habra visto brillar bajo las estrellas. Pero no apagabala luz porque, de pronto, la noche, el silencio y lo inslito de estar en aquella habitacin a taleshoras le estaban empezando a dar miedo.

    Los cristales le devolvieron su propia imagen, su cara de nia, con los pmulos redondeados ysus ojos un poco oblicuos como dos inclinadas rayas de agua verde. En aquella cara haba algotmido y espantado que le dio an ms miedo. Le pareci que detrs de ella los mueblescrujan con una misteriosa vida. Tuvo la sensacin de sus pies descalzos, indefensos contra

    posibles cucarachas; tuvo tambin la sensacin de un jadeo y de una mirada humana clavadaen su nuca, y qued como hipnotizada mirando aquel cristal, sintiendo que sus manos seenfriaban y que su corazn no se atreva a latir.

    La puerta del desvn, quiz empujada por el viento, se abri a sus espaldas; ella cerr los ojos,encogida, esperando intilmente el golpe de aire que de nuevo la hara cerrarse. De prontotodo le pareci tan absurdo que hizo un esfuerzo y se volvi bruscamente.

    Crey que se le paralizaba el corazn, porque, en efecto, una larga figura humana, con unavela encendida, estaba en la puerta. Por el terror que le produjo, tard unos instantes enreconocer a su cuada Pino, y luego el alivio fue tan grande que se encontr con las rodillas

    flojas y hasta con ganas de rer.Pino era la realidad. Algo muy slido que barra el miedo a la noche y a los insectos deldesvn. Algo muy familiar y un poco cmico, con aquel cabello espeso de rizado negroide,con el quimono abierto que el aire empujaba hacia detrs de ella, y el camisn pegndosele alcuerpo. Una vela, recin sacada sin duda del tocador de su cuarto, temblaba en su manoinsegura. Los ojos de Pino, como siempre que estaban inquietos, acentuaban su estrabismo.Era muy extrao que no dijese nada. Tan extrao, que fue Marta la que empez a hablar:

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    Qu pasa, Pino?

    Pino respiraba fuerte, como si se preparara a hablar y no le salieran las palabras. Como Martahaba avanzado hacia ella, la empuj apartndola y fue a asomarse a la misma ventana dondela muchacha haba estado con la cara pegada a los cristales. El temblor de su mano era tangrande que la vela le estorbaba. La apag, estampando la llama contra la pared, y la tir al

    suelo. Marta se asombr mucho porque saba cunto estimaba Pino cualquier objeto de los quepertenecieran a su alcoba, aun los ms insignificantes.

    Pino, claro est, no vea nada notable en la negrura de fuera, aunque abri los cristales yasom por el hueco de la ventana la cabeza, despeinndose con el aire de la noche.

    Marta la miraba boquiabierta. Toda la impresin de familiaridad que le haba trado supresencia desapareci. Era como si la viese por primera vez en la vida. Se frot los ojos.

    Pino cerr de un golpe los cristales. Uno de ellos estaba ya rajado, y se sinti un crujido comosi fuese a saltar. Ella se volvi a Marta, siempre en silencio, mirndola con aquellos ojosextraviados. De pronto se dio una palmada en la frente y empez a pasear por el pequeo

    espacio libre de muebles que quedaba en la habitacin. Marta fue hacia ella y otra vez larechaz, con tal rudeza que la hizo tropezar con el cajn de los libros y quedar sentada all, enactitud algo cmica.

    Pino paseaba. Se daba golpes con los muebles. Empezaba a mascullar frases cada vez msaudibles, y entre frase y frase soltaba palabrotas. Marta ya conoca este lenguaje de su cuada,

    porque lo empleaba siempre al enfadarse con el servicio. La primera vez que la oy estaba ellarecin llegada de las dulzuras del convento, y hasta le haba hecho gracia. Ms tarde, todos losgestos de Pino, con todas sus expresiones, le haban llegado a parecer muy vulgares. Peroahora estaba asustada, casi tena la boca abierta de asombro, porque jams haba visto a nadieen este estado demencial. Nunca su madre, aunque decan que estaba loca, haba tenido un

    ataque parecido.Pino empez a rerse y hablar a borbotones.

    ...todo muy bien pensado. Pino, la idiota, duerme. Los hermanitos se ponen de acuerdo.Cmo lo va a sospechar ella...? Pero yo tengo el sueo ligero... Yo oigo muy bien los pasosen la escalera del desvn... Jos no est en la cama. No es la primera vez que me hace esto;dicen que padece insomnio... Insomnio! Toda la familia con insomnio...! Cochinos...!Dnde est?

    La ltima pregunta se la dirigi directamente a Marta. Acab agarrndola por los hombros.

    Marta ahora entendi. Al parecer, su hermano Jos haba tenido la misma idea que ella,

    levantndose de noche. Si Pino no hubiese estado tan agitada, ella se hubiese redo. Pens casisin querer en cunto haba cambiado Pino desde que la conoci, recin casada, la primaveraanterior. ltimamente todo la excitaba. A Marta le sali una voz muy tranquila.

    Yo no s dnde est Jos, Pino. Por qu te imaginas que yo lo s? Hice una tonterasubiendo al desvn... Vmonos.

    Pino se calm apenas, con el tono de aquella voz.

    No sabes...? Y en la ventana? Qu estabas viendo por ah? T sabes algo, vaya si lo

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    sabes...! La vieja te lo cuenta a ti.

    Pero, por Dios!, qu vieja...? No te entiendo.

    Pino la mir de arriba abajo.

    Ah, s... El angelito... Te crees que me chupo el dedo...? T lo sabes todo y ahora mismo,

    entiendes?, ahora mismo me lo vas a decir.No grites!

    S grito. Cmo que no? Como si no estuviera en mi casa!

    Marta se encogi de hombros.

    Bueno, ya est bien... Yo me voy a mi cama.

    Pino qued desconcertada, mientras Marta, en efecto, le dio la espalda dirigindose a laescalera. Empez a gritarle que volviera con tales voces que la chica se detuvo espantada. Laverdad era que Marta no estaba muy segura de s misma. Tena un sentimiento de culpabilidad

    por haber sido cogida all, en la noche, sin poder justificarse. Aquella palabra que a ella legustaba emplear, "la inspiracin", qu ridcula resultara dicindosela a Pino en un momentocomo aquel!

    Pino jadeaba. De pronto pareci derrumbarse y se apoy en la pared, tapndose la cara con lasmanos como si fuera a llorar. Respiraba fuerte y temblaba.

    Marta se enfri. Se encontr repentinamente pequea y preocupada escuchando por si alguienvena, aunque saba que era muy improbable.

    Pino dijo, t ests enferma, ests mala.

    Pino, de pronto, corri a la ventana como haba hecho antes. Intent abrirla de nuevo y no

    acert. Deca que se estaba ahogando. Como si la ropa la oprimiera se tiraba del camisn hastaromperlo. Por fin empez a llorar, con el cuerpo flojo, y Marta pens que se caera. Se acercy la cogi por los hombros hacindola sentar sobre el cajn donde ella haba estado antes.Mientras le hablaba pens que estaba destinada siempre a ocuparse de personas que no leimportaban lo ms mnimo. En el internado era ella la encargada de calmar siempre a unamuchacha histrica. Record sus mtodos.

    Pino, dime lo que te pasa. Nos hemos portado como dos locas, pero yo no s por qu...Cmo puedo saber yo dnde est mi hermano?

    Pino, callada, se arrebujaba en el quimono, entrando en una fase de depresin y se tapaba otravez la cara con las manos. Estaba muy fra. Al fin se decidi a hablar con su voz quejumbrosa.

    ...Es que una no sabe qu pensar. Si oigo pasos en la escalera y mi marido no est en lacama... Hace un mes mand que las tres criadas duerman juntas en el mismo cuarto. Vicenta,la vieja, las guarda bien, pero a m ese demonio de mujer no me puede ver. A lo mejor se hacela desentendida y una de ellas sale y viene a buscarlo... Qu s yo! No saba si sera lasinvergenza de Carmela o la otra, la Lolilla, que parece una mosca muerta...Marta tena unosojos muy extraos escuchando estas cosas. Era realmente imposible hacerse a la idea de quesu hermano saliera de noche a encontrarse con las criadas. En verdad era inconcebible. Saba

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    que hay hombres que hacen estas cosas, pero tena la idea de que son seres viciosos y horriblesque no viven en las casas de uno. Jos era un tipo aburrido, era un hombre vulgar, peroresultaba demasiado difcil imaginarlo como un stiro. Era una verdadera monstruosidadimaginar la menor relacin, la menor broma entre l y la gorda Carmela, o Lolilla, que a pesarde los esfuerzos de Pino era tan impresentable, que si alguna vez alguna visita de cumplido

    hubiese llegado a la finca habra habido que esconderla... Jos, que casi poda ser el padre deMarta, besando en la oscuridad a Carmela, respirando su sudor y su risa idiota, subiendo aldesvn para esperarla!

    Marta frunca el ceo, porque una vez admitida esta imagen, aunque no la crea cierta, parecaque dentro le quemase y le hiciese dao. Segua escuchando a Pino.

    Qu es eso de abandonar a una mujer recin casada, sola, acostada en su cama,esperando...! Cuando me decid a subir, mi cabeza no rega bien ya. Abro la puerta y te veo ati descalza, acechando por la ventana... Es para volverse loca.

    Marta senta como un ligero mareo, pero al ver el trastorno de Pino, por contraste, le dabafuerzas para conservar la serenidad en un momento tan extrao.

    Pino se estaba poniendo plida, de un plido verdoso, y tena las manos fras y hmedas.Marta las sinti as al cogerlas entre las suyas. Ahora explic con una voz ahogada que sesenta como sin vida despus de aquel ataque y se vea muy claro que era verdad.

    Marta logr que consintiese apoyarse en ella y en dejarse conducir hacia su alcoba. Si ellamisma, Marta, hubiese podido verse con su cara asustada saliendo de un camisn en forma decampana, se habra redo. Estaba despeinada y cuando bajaba la escalera sinti que empezabaa sudar. Era muy difcil conducir a Pino por aquella escalerilla casi arrastrndola. A cadamomento pareca que se fuesen a caer las dos. "Es como una pesadilla", pensaba la muchacha.

    Haban dejado abierta la puerta del desvn y la luz encendida, pero pronto aquella puerta

    golpe dos o tres veces empujada por el aire y al fin se cerr del todo. La escalera qued negray peligrosa. El temblor de Pino haca temblar a aquellas frgiles barandillas.

    Con gran trabajo llegaron al corredor despus de unos minutos muy largos. Jos no estaba ensu alcoba. Marta ayud a Pino a meterse en la cama y la abrig con los edredones. Pinotemblaba, su frialdad resultaba inquietante. Ella misma indic a Marta que le trajese unamanta elctrica guardada en el cuarto de bao. Le dijo vagamente que no era la primera vezque sufra un ataque as. Luego le pidi que se sentase al lado de ella. A Marta se le ocurrique a las dos les sentara bien un poco de vino despus de tanto jaleo, y lo dijo. Siempre habaodo decir que el vino era bueno para esos casos. Pino neg con la cabeza.

    Tendras que bajar por l al comedor. No quiero que te muevas de aqu hasta que Josvenga.Desde luego imposible desentenderse de ella. Sentada al borde de la cama, Marta se dedic ahablar a su cuada, que la oia con los ojos entrecerrados. Ni ella misma saba lo que le deca

    para tranquilizarla. A veces, Pino haca un movimiento de impaciencia. Estaba sintiendo queel tiempo era una cosa pesada, que transcurra demasiado lentamente. Pas una hora larga yoscura en la vida de Marta. El cuarto aquel de Pino y de Jos, que respiraba frialdad, no se

    pareca lo ms mnimo a las otras habitaciones de la casa. Pino haba escogido sus muebles al

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    casarse y trajo una alcoba de niquel y de cristales parecida a las que se exhiban en laspelculas de aquel ao 1938. Con las gruesas paredes y los techosaltos, aquellos mueblesbajsimos de metal brillante resultaban extraos y sin espritu.

    Pino volva a hablar y la nia, pasada la primera impresin, se estaba aburriendo ya con lasobsesiones de su cuada. Dentro del aburrimiento segua molestndole como una gotera que

    se oye en la noche, implacable, y que llega a obsesionar y a interrumpir el sueo. La voz dePino se arrastraba.

    T crees que hay derecho...? Se casa conmigo. Me encierra aqu con esa mujer loca. Metoma las cuentas como un miserable, no me saca a ningn sitio, y por las noches se va a lacama de mis criadas.

    Esto era demasiado. Ya lo haba repetido mucho.

    Ests segura?

    A Marta otra vez le entraba una especie de escalofro de asco. Quiz fuera una estupidez.Nunca hubiera querido impresionarse tanto al or hablar de su hermano de aquella manera. Nose crea una nia chica. Tena diecisis aos bien cumplidos y haba ledo todo lo habido y porhaber. Sin embargo, tena ganas de vomitar oyendo a Pino. La mir con cierto horror.

    Si yo estuviera segura de una cosa as me separara de mi marido. No se puede saber eso deun hombre y seguir querindole.

    Pino se ech a rer de una manera desagradable.

    T no sabes nada de la vida. Idiota!

    Marta se enfad. Le pareci que deba decir de una vez lo que pensaba.

    S ms que t de la vida... S que existe la amistad, que existen los sentimientos buenos y

    nobles, y t de eso no sabes nada. Y de las cosas bajas que hay, tambin s mucho. T mismate has encargado de contrmelas.

    Y bien que escuchabas...! Bien me perseguas para que te contara... Qu? No es verdad,mosquita muerta?

    Marta se avergonz. Era verdad. Cuando ella lleg del convento, Pino la haba conquistadodurante unos das descubrindole un mundo sucio, hirviente. Marta quera saber y habaescuchado con avidez los secretos de las relaciones corporales entre los hombres y las mu-

    jeres. Y, claro est, a esto Pino le llamaba la vida como si no existiese ms. Luego Pino sehaba desbordado. Sus conversaciones parecan teir a todas las personas que Marta conoca yquera de esta suciedad. Sus propias amigas, con sus inocentes noviazgos y sus familias

    tranquilas haban sido metidas por Pino en estas conversaciones. Marta se encontr de prontoen una especie de fangal de confidencias diarias y de chismorreos con Pino y se horrorizaba des misma. Tuvo un desesperado afn de pureza. Haba huido por completo de su cuada. Lahaba despreciado desde el refugio de sus libros y de sus sueos. Pino, por su parte, la

    persigui con su aborrecimiento.

    S, es verdad. Pero no quiero escucharte ms, entiendes? T crees que mi hermano es unhombre horrible. Pues seprate de l... Ya est. Yo nunca he conocido gentes como ustedes

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    dos.

    Pino le lanz una mirada como un insulto. Se incorpor en la cama.

    No presumas tanto de familia y de educacin. Todo el mundo sabe que los padres de tuabuelo eran unos ladrones sinvergenzas. T misma madre ha sido siempre una cabra loca,

    para que te enteres, y andaba en amores con Jos... Y no te tapes los odos... Por qu se quedtu hermano viviendo aqu solo con ella encerrado aos y aos? Por qu me tiene a m sacri-ficada en la finca?

    Si dices una palabra ms, me voy. La cara de Marta, plida, asustada, rabiosa, asust a Pinotambin cuando se inclin sobre ella. La muchacha, enfurecida, haba terminado por coger deuna mueca a su cuada y la sacuda. La otra grit. Las dos quedaron luego quietas, como

    petrificadas, porque en el corredor se oan ya los pasos de Jos.

    Marta sinti un repentino fro. Se acus interiormente de estpida. Nada de lo que Pino dijeratena importancia. No era posible sentirse tan herida, tan ofendida, por una persona as que novala nada, aunque hubiese dicho aquellas cosas horribles de su madre. Pino s que estaba loca.

    Volvi los ojos hacia la puerta. Jos apareci muy tranquilo. Traa la gabardina un olor aeucaliptos y una humedad del roco de la noche que pareca desmentir todas las ideas queMarta haba llegado a tener sobre l al escuchar a Pino. Se le vea cansado de andar y hastacontento.

    Jos haba visto encendida la luz de su cuarto y esto le caus gran sorpresa. Estaba preparadopara una escena con Pino. Lo que no esperaba y le sorprendi de una manera desagradable fuela presencia de su hermana en la alcoba. Marta tena un gesto impertinente, aunque siempre sesenta un poco asustada delante de Jos.

    Pino se puso mala...

    Jos, sin escuchar la explicacin, le dijo enfadado que se largase.No estaba aqu por gusto.

    Marta vio que Jos enrojeca, como siempre que algo le molestaba. Era muy autoritario ysoberbio.

    Pino, incorporada en la cama, despeinada, empezaba a gritar dirigindose a su marido.

    Qu precioso est eso...! Te parece bien, eh...? Jos empuj a su hermana. Anda,afuera.

    Marta cerr la puerta de la alcoba detrs de ella y al or que el matrimonio empezaba a discutirse encogi de hombros. Al principio de estar en la casa se asustaba de las discusiones de ellos,incluso sola ponerse de parte de Pino contra Jos. Pero ltimamente Pino le pareca tan locaque ya no se preocupaba. An senta el resentimiento que le haban dejado las ltimas palabrasde su cuada sobre su madre. Le parecan un sacrilegio.

    Precisamente frente a la puerta de ellos se abra otra, triste y misteriosa. Era la del cuarto deTeresa. Marta sinti una ligera angustia de pensar que no poda llamar all, entrar, despertarla,contarle que aquellas horas de la noche haban sido muy extraas, muy insoportables para ella.Esto era un imposible que por primera vez le dola. Nunca haba sentido unas ganas tan

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    grandes de echarse a llorar en los brazos de alguien que fuese comprensivo y bueno.

    No le hizo falta encender luces elctricas en un corredor donde la luz del cielo entraba por lasventanas. Se desliz sin hacer ruido hasta la escalera oscura que bajaba al comedor, y tambinall haba claridad. Cuando Marta era una nia pequea acostumbraba a sentarse al final deestos escalones para mirar escondida all, apoyando la cabeza entre los barrotes de madera, lo

    que pasaba abajo. Ahora se detuvo, un poco sonmbula, mirando aquella habitacin.El comedor era la pieza ms bonita de la casa. Era al mismo tiempo el verdadero saln, el sitiode reunin de la familia. Cuando Marta era pequea, y su madre una mujer joven y alegre, enlos tiempos en que su padre viva, en aquella habitacin se haban celebrado cenas y fiestas. Y

    pareca que desde entonces hubieran pasado siglos.

    El comedor tena una misteriosa belleza, mirado as a la luz de las estrellas que entraba por losgrandes ventanales con las cortinas descorridas. A aquella luz casi poda adivinarse el alegrecolor de estas cortinas y de la tela que forraba los divanes debajo de las ventanas.

    Marta empez a bajar aquella escalera muy despacio. En el momento en que lleg al final de

    los escalones, aquella gran habitacin alargada y la escalera que acababa de dejar y toda lacasa dormida se conmovieron y empezaron a vibrar.

    El viejo reloj de pie era como el corazn del comedor y cuando se preparaba para dar la horatodo a su alrededor pareca animarse de vida. En el gran locero antiguo la cermica coloreada

    bailaba y produca una ligera msica especial. Las dos... Una hora sorprendentementetemprana de la noche, teniendo en cuenta las muchas cosas que haban sucedido en ella.

    Marta mir hacia los ventanales. Faltaba mucho an para el nuevo da. El da en que debanllegar sus parientes, y ella ya no estara sola. Se detuvo un momento, vacilante. El fro le subadesde los pies descalzos hacindola tiritar. Esto acab de decidirla.

    Haba un mueble oscuro y grande en cuya panza se guardaban varias botellas; lo abri y tanteen la oscuridad hasta que encontr una que ya haba sido descorchada, la destap y aspir suaroma. Jams haba hecho una cosa as. Era posible que nunca volviese a hacerlo, pero sentanecesidad de arrimar el gollete de la botella a la boca y dejar entrar en su garganta el calorconcentrado que contena.

    El vino era esplndido, de su propia finca. Un resto del antiguo vino de Canarias, que fueclebre en el mundo y que se venda muy bien all mismo, en la isla. Vino del Monte, mscaro que ninguno de los vinos de la pennsula, oscuro, aromado, uno de los mejores vinos delmundo.

    Sinti el contacto del vidrio en sus labios. Bebi un largo trago cerrando los ojos, como quien

    besa. Inmediatamente sinti su efecto confortante. Volvi a beber una y otra vez.Sonri... Alguien pareca llamar desde los ventanales, fuera de ellos, en la noche, alegremente.Las enredaderas empujadas por el viento lanzaban de cuando en cuando contra los cristalesunos tiernos dedos verdes, unas ramas demasiado crecidas que el jardinero cortara pronto.Detrs de ellas, el rostro del cielo guiaba sus infinitos ojos brillantes. Los hizo girar en unaronda de primavera. Los hizo quemarse ms clidamente que en ninguna noche que Martarecordara.

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    III

    Si he contado las cosas que sucedieron aquella noche en que Marta termin lamentablementemareada es porque ms tarde llegaron a confundirse en ella con los dems sucesos que

    recordara en los das en que sus parientes peninsulares vivieron en la finca del campo.Durante aos no haba pasado nada agitado ni notable en la vida de Marta. Durante diecisisaos, muertes, bodas y das tranquilos, se haban deslizado componiendo su vida en un ritmo

    plcido. Ni la guerra lo haba alterado. Pero aquella llegada de sus parientes fue la primeracosa que realmente conmovi su espritu. Toda la casa pareci alborotarse y ella tuvo lasensacin de que sala de su vida pasada para meterse en un mundo de sensaciones ysentimientos nuevos.

    Ellos la desconcertaban un poco. Haba esperado que fueran totalmente distintos a laspersonas que hasta entonces haba conocido, pero lo eran hasta un punto que a ella ladesorientaba.

    El primer da de aquella llegada pas rpido, como cargado de electricidad. Daniel toc elpiano para todos. Tocaba hbilmente y el cuarto de msica, que a pesar de la puerta-ventanaabierta al jardn era oscuro, para Marta se transform en un extrao lugar de ensueo dondelas figuras en penumbra adquiran calidades fantsticas.

    A Pino le gustaba la msica. Su cara estaba dulcificada y se apoyaba en Jos, aburrido ydistrado. Don Juan, el mdico, demostraba su entusiasmo con el movimiento de su cabeza.

    El cuarto de msica era una de las pocas habitaciones que no fueron reformadas cuando laboda de los padres de Marta. Una sala atestada de mesitas y vitrinas, cargadas de fotografasantiguas en las paredes o en lbumes.

    Haba all dos guitarras y un "timple", y aquel piano que Jos mandaba afinar a menudo,aunque desde la enfermedad de Teresa no lo tocaba nadie y al que ahora el gordinfln deDaniel sacaba su armona. Haba tambin una cama turca llena de cojines con colores vivosque se despegaba del conjunto. La cama donde aquella noche iba a dormir Marta y que erallamada pomposamente el divn.

    En una esquina de aquel divn estaba sentada la chiquilla. Junto a la ventana vea recortarse elamplio busto de Hones como si se dispusiera a cantar. Algunos momentos Marta tuvo miedode que lo hiciera en efecto, y de que una voz potentsima los destrozara a todos.

    Pero no le gustaba tener aquella sensacin de cosa cmica que le haca rondar una involuntariasonrisa en la boca. No le gustaba que sus parientes le pareciesen risibles. A quien ms miraba

    era a Matilde, que estaba triste, apagada y severa.Cuando el concierto termin, Daniel se volvi hacia todos. Se limpi la frente con el paueloy durante un segundo nadie dijo nada. Entonces ocurri algo chusco. En el silencio se oy unruido especial.

    "Cloc, cloc, cloc, cloc..."

    No era exactamente el ruido que hacen las gallinas. Marta no haba visto nunca una cigea,

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    de modo que no supo cmo clasificarla. Pero alguien imitaba a una cigea. La muchacha sesobresalt. Mir a todos. Todos se miraron... En seguida empezaron a hablar y a felicitar aDaniel. Slo Matilde pareca enfadada.

    Durante la cena, cuando ya don Juan se haba marchado, se reprodujo de nuevo aquel extraoruido.

    "Cloc, cloc, cloc, cloc..."

    Pero qu es eso?

    Marta lo pregunt sin poder contenerse. Matilde le lanz una mirada fra, como si ella lahubiera interrumpido en su explicacin a Pino de que Daniel estaba a rgimen, y que slotomaba cosas hervidas y al mismo tiempo mucha mantequilla fresca y de postre su flan.Honesta misma se lo hara al da siguiente.

    No, nia deca Pino un poco fastidiada. Vicenta sabe.

    Entonces yo le explicar cmo tiene que ser dijo Hones. Es un flan especial.

    Jos intervino.Aqu habr que acostumbrarse a lo que haya en la casa. No me imaginaba que en la guerraDaniel se hubiera vuelto tan refinado.

    Oh, el pobrecito Daniel est delicado dijo Hones. Los artistas son tan delicados...

    Jos Mir a Hones con aquella sonrisa fea que pareca tener en exclusiva.

    Querida ta...

    Hones hizo un gesto con las manos como para taparse la cara. Algo as como cuando a unajovencilla pavisosa le coge el rubor.

    Ay, por Dios, no me llames ta...! Si casi tenemos la misma edad.Querida ta. T te acordars muy bien que cuando yo era un chiquillo tuve que ir a comer acasa de ustedes muchas veces. Entonces yo estaba realmente enfermo, pero para m no hubo

    jams un trato especial. Daniel mismo deca que tendra que acostumbrarme... Creo que tenarazn. De modo que ya lo sabes, l tambin se acostumbrar.

    Pino le escuchaba nerviosa y dijo que su marido era el hombre ms agarrado del mundo.

    Qu importar un flan...!

    Jos la escuch con la cara enrojecida sin perder su sonrisa.Como t quieras. "Cloc, cloc,cloc, cloc..."

    Ahora Marta supo que aquel ruido lo haca Daniel con la lengua y la garganta a un tiempo.Pino tambin se volvi a mirarle, sorprendida. Hones explic con naturalidad.

    Es un tic que el pobre tiene desde la guerra... Un tic nervioso.

    La criada, una joven gorda, haba hecho tantos esfuerzos para contener la risa que en aquelmomento empez a llorar silenciosamente, y de pronto corri a la puerta de muelles queseparaba el comedor del servicio. Tropez en ella con la bandeja y tir al suelo la salsera. Pino

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    se enfad gritando dos tres expresiones ordinarias y explosivas. Despus de decirlas se fijen Matilde, que la miraba con su nerviosidad de siempre, y se ech a llorar.

    No haba duda de que todo aquello resultaba muy animado. Marta mir a Daniel y vio que suto pareca abstrado en la contemplacin de las piernas que la criada Carmela enseaba enaquel momento mientras recoga muy azarada los trozos rotos y con una bayeta la salsa

    derramada en el suelo.Hones y Matilde, como si nada sucediese, coman silenciosas, mientras Jos haca tomar aguaa Pino.

    Al cabo de un momento, despus de una grave meditacin, se oy la voz de flauta de Daniel.

    Yo mismo explicar maana a la cocinera la forma de hacer mi flan...

    Jos enrojeci.

    Marta tena ganas de saltar en la silla, excitada. Miraba a Matilde continuamente; pero lapoetisa no pareca fijarse en ella. Al terminar la comida, Matilde propuso:

    Vamos a rezar por los muertos que han cado hoy en el campo de batalla.Jos y Pino se miraron.

    En tu cuarto. Aqu no somos beatos.

    As termin Jos con una voz muy irritada aquella primera cena en familia.

    Marta se despert por la maana oyendo los cantos de Chano el jardinero. Tuvo al abrir losojos una sensacin agridulce al pensar en sus parientes. Le haca ilusin que estuvieran all yal mismo tiempo le pareca que algo, alguna promesa, se haba frustrado con la llegada deellos.

    Sali al jardn y Chano la salud y se acerc a ella tendindole una carta. El muchacho sabaleer, pero su hermano, que estaba en el frente, tena una letra tan mala que no haba manera desacarle jugo a aqulla. Marta le ayudaba. Estuvo descifrando, pues, algo de aquel contenido.Despus de muchos vivas a Franco y a Espaa y a la muerte, porque el hermano de Chano eralegionario, despus de muchos deseos de que todos los familiares estuvieran buenos, en lacarta se deca que la vida del frente era la mejor vida para un hombre, y que el hermano deChano vena con permiso y que pensaba convencer al propio Chano de que deba alistarse"antes de que sea por fuerza", porque as podran estar juntos y siempre sera mejor.

    Te vas a alistar?

    Chano ense sus dientes blancos.

    Yo por m s querra. Pero tengo que engaar a mi madre... Usted sabe? A m me gustaraver algo por ah fuera antes de que se termine la guerra.

    Yo tambin me marchara si fuera un hombre Marta estaba pensativa, y si no hubieraque matar a nadie.

    Eso de matar...! Lo malo es que lo maten a uno, no cree, mi nia? Dice mi hermano que alque es listo no le cogen los tiros.

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    Ni Marta ni el propio Chano saban aquella maana que al fin el jardinerillo marchara alfrente; que alcanzara la guerra en sus ltimos momentos, y que a los tres das de estar en lastrincheras una granada le volara la cabeza.

    Cuando Marta se iba, Chano la llam. No se lo diga a nadie, oye, Martita? No, qu va!

    Marta, mientras hablaba con el jardinero, haba visto a Matilde asomada a la ventana de sucuarto. Le pareci a la nia la encarnacin de la energa, con su trenza bien peinada. No pudoimaginar que Matilde estuviera llena de desaliento en aquel momento. El risueo paisaje quela rodeaba se le haca a la poetisa silencioso y oscuro como una crcel. Se senta irritada y casidesesperada. Hones y Daniel se encontraban a sus anchas en aquella casa que, segn decaDaniel, daba olor a dinero. Hones la encontraba muy interesante. La noche antes, cuando ellay Daniel se estaban desnudando, Hones despus de cruzar el corredor llam al cuarto de ellosy les hizo ir a su propia alcoba, que era la que antes haba pertenecido a Marta. Venid,venid.

    Hones estaba agitada, envuelta en su bata, con la cara llena de crema y el cabello de rizadores.Venid; mirad.

    Les llev hasta la ventana y al asomarse, ellos vieron solamente un rincn muy tranquilo deljardn, casi un patio abierto, muy romntico con sus enredaderas grandes y bajo ellas unbanco.

    No!... No veis? Es all enfrente. Casi en ngulo con aquella ventana, y a la misma altura,haba otras dos enrejadas. Hones susurr, trgica y al mismo tiempo encantada: La loca...Tan cerca de m! Daniel la mir pensativo. Matilde tuvo miedo de or otra vez el clocleo de lacigea, de modo que cort, seca:

    Para eso nos has trado aqu? Vamonos a dormir, Daniel!

    No; esperad, veris... Es interesantsimo lo que acabo de descubrir hace un rato.

    Hones fue hacia el escritorio que haba en aquel cuarto. Ella lo haba transformado en tocadorcolocando sobre l muchas cajas de cremas y polvos y un espejo. All encima estaba unafotografa grande en un marco de plata. Hones la llev bajo la luz.

    Quin diris que es?

    Miraron. Apareca la cabeza y el cuello esbelto de una mujer muy joven con el cabellorecortado segn la modo de algunos aos antes. Tena unos ojos hermossimos, claros. Eramuy bella.

    Es la loca? pregunt Matilde.

    Hones se decepcion.Oh!..., t todo lo sabes.

    No lo s, lo supongo.

    Yo cre que era una artista de cine que tena la nia aqu... Cmo me iba a imaginar queesta belleza...! Porque es una belleza, no?... Le pregunt a Marta quin era y me dijo que sumadre. No es extrao? Yo cre que Teresa era muy vieja.

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    Pero este retrato es antiguo, ya no ser as...

    No...; pero qu curiosidad por verla! No te parece, Matilde?

    Yo no tengo ninguna. Vamonos a dormir.

    A Matilde no le divertan aquellas historias de la casa. Hones tambin haba descubierto

    encantada que Jos, apenas se retir a su cuarto aquella noche, volvi a salir dando un portazo,despus de discutir con Pino.

    Matilde suspir en la ventana, un momento, aquella maana hermosa de noviembre. Todoaquello, todas aquellas historias familiares, le producan cansancio y desesperanza. No sabamoverse entre ellas despus del mundo de aventuras en que haba vivido desde la guerra.

    Daniel, en el comedor, haba mandado llamar a la cocinera. Tena delante de l y de su taza dedesayuno un montn de paquetitos llenos de polvos desconocidos de los que luego se hicierontan populares. Pero que Vicenta hasta entonces no haba visto nunca.

    Son sucedneos, buena mujer.S, seor.

    Aquella mujer alta y seca, con su pauelo anudado bajo la barbilla, miraba al suelo y lanzabapor debajo de sus prpados alguna ojeada a Daniel, que estaba sentado a la mesa con una tazade tila delante.

    Son sucedneos... Tendr que irlos sustituyendo poco a poco por huevo para que miestmago no se resienta. Hoy, para hacer el flan mezclar a estos polvos media yema, maanauna entera, luego dos, tres, cuatro, hasta que un da el flan contenga media docena... Al mismotiempo se ir disminuyendo la cantidad del sucedneo. Comprende usted? S, seor.

    Jos bajaba la escalera en aquel momento y se haba detenido a escuchar con una curiosaexpresin.

    Oye: pero es un flan o una tarta lo que te van a hacer?Daniel se sobresalt cuando su sobrino se acercaba a la mesa. Vicenta desaparecisilenciosamente.

    Ya sabes que nosotros, que yo, de otras cosas como poco y...

    Est bien.

    Jos abri el peridico. Los ventanales estaban abiertos. Ola a caf, a tila, al gofio queapareca dispuesto en recipientes de cristal, y tambin a maana primaveral, a flores. Jossolt una exclamacin por algo que haba ledo en el diario.

    Qu te pasa, Jos, hijo mo? No tuvo respuesta. Jos no pareca juzgarle digno de dilogo.

    Daniel, desamparado en la soledad de la mesa, donde el sol haca brillar tazas vacas deporcelana, cucharillas, y un jarro con flores, dud unos segundos porque senta su ticsubindole a la garganta. Infl las mejillas, movi la cabeza. Al fin no pudo remediarlo.

    "Cloc, cloc, cloc, cloc..."

    Jos cerr su peridico.

    No hagas esas idioteces, haz el favor.

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    No puedo remediarlo, estoy enfermo... Bajaban las escaleras Matilde y Honesta, muysonrosada, metida en una batita veraniega. Luego entr Marta desde el jardn y se sentarontodos a la mesa. Jos dobl el peridico.

    A propsito: ahora que estn todos ustedes reunidos me gustara hablar de la cuestineconmica. Prefiero que no est Pino delante, porque mi mujer es demasiado sensible.

    Marta se asust porque Jos era muy desagradable siempre hablando de cuestioneseconmicas, como l deca. l deca que no se poda malgastar un cntimo del dinero deTeresa que le estaba encomendado. Aquel da expuso a sus parientes la situacin: ellostendran que contribuir con algo al gasto de la casa. Marta vio cmo Daniel se sobresaltaba.Honesta abri mucho los ojos. Sin embargo, la cara de Matilde tom una ligera animacin.

    Si t nos ayudas podremos trabajar los tres. Incluso creo que sera conveniente quevivisemos independientes en Las Palmas, hasta que termine la guerra. Jos se pusoencarnado.

    No he dicho tanto, ni hace falta que sea en seguida.

    Daniel y Honesta se unieron a l contra Matilde. Por Dios, qu agresiva eres...! Por Dios!Marta haba querido intervenir de algn modo. Pero no saba cmo. Aquel da qued as lacuestin. Jos se march en seguida a Las Palmas, y ella hubiera querido quedarse conMatilde a solas y hablarle de sus poemas. No se atrevi porque Matilde estuvo con ella muyfra y muy poco propicia a la conversacin. En cambio se vio arrebatada hacia el jardn porHonesta.

    Vamos a ser muy amiguitas, eh...? En medio de todo somos las nicas chicas solteras de lacasa. No te parece...? Eres muy mona, sabes?, pero deberas pintarte un poco y ponertezapatos con tacones. Eso dice Pino.Y dime, dime...: qu tal ests de novios?

    No tengo.

    Ah...!, s, tienes poco atractivo, pero es porque no quieres tenerlo; hay que cuidarse ms...

    Marta se vio andando entre los macizos de rosas, apretada por el abrazo de Honesta,respirando el olor de sus afeites maaneros. Aquella conversacin no se pareca en nada a laque ella haba soado en tener a solas con cualquiera de sus parientes. Honesta le haca

    preguntas, como Pino misma le hubiera hecho sobre la vida que se llevaba all. Si habadiversiones o no en la ciudad...

    Marta contest rpidamente, y luego, casi desesperada, como si por medio de Honesta susnoticias pudieran llegar a Matilde, le explic a su ta que ella escriba poemas y que habasoado la llegada de ellos tres para enserselos.

    Ahora qued Honesta desconcertada, pero se repuso en seguida.

    Oh!, qu interesante. Yo tambin hago versos... Y Matilde es un genio... Pero no le enseesnada a Matilde. Te dir que son cursis tus versitos. A m tambin me lo dice...

    Se vea bien claro que Honesta hablaba por hablar. Marta pens en sus amigos; un grupo deestudiantes intransigentes como la misma juventud, a los que ella les haba hablado de estos

    parientes admirables, y que esperaban casi emocionados sus noticias sobre ellos. Qu

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    pensaran si vieran a Hones? Se reiran un poco.

    Abatida, inclin la cabeza mirando los senderos del jardn por el que paseaban. Le mortificabael pensamiento de que hubiera preferido subir al desvn y leer, que seguir charlando conHonesta.

    Cuando su ta la arrastr hasta un banco con toldo y balancn para seguir hablando de smisma, de enamorados, oposiciones familiares a sus amores, y mil bobadas contadas con muypoca gracia, Marta tuvo ganas de bostezar o de taparle la boca. Sin embargo, unos minutosdespus, sin ninguna transicin, Honesta empez a hablar de aquel amigo que habadesembarcado con ellos, el pintor Pablo, y Marta se interes. Segn Honesta, era un hombremuy desgraciado porque se haba casado por inters con una horrible mujer que fumaba purosy que le dominaba. Afortunadamente la guerra le haba separado de ella. Pablo era muyinteresante. Haba vivido en Pars. Para ir all se haba escapado de su casa siendo an muy

    joven y haba hecho un viaje accidentado huyendo de la Guardia Civil y pasando la frontera apie.

    Porque es muy fuerte, sabes? Su cojera apenas es un residuo de una enfermedad de lainfancia. No te vayas a creer que le falta la pierna ni nada de eso. Est muy bien formado...

    Al decir esto, Honesta se ruboriz. Pero Marta no se daba cuenta de nada. Al mismo tiempoque escuchaba a su ta oa el piano que all cerca, en la salita de msica, tocaba Daniel.

    Se cas por agradecimiento a su mujer, que era una vieja chiflada que le compraba todos loscuadros. Pero ese matrimonio se puede deshacer; es slo civil...

    Marta no saba, claro est, que la mujer de Pablo era mucho ms joven que Honesta, pero snot que su ta en aquella maana incurra en contradicciones al hablar de la boda de Pablo.

    Pero se cas por agradecimiento o por inters? Te lo ha dicho l?

    Nena..., cmo me va a decir esas cosas?No puede ser por amor?

    No...; su mujer es horrible. No le dejaba pintar..., y eso s que me lo ha dicho Pablo. Diceque ahora es cuando empieza a poder pintar de nuevo. Y adems, date cuenta! Fuma puros!,y... baj la voz est de parte de los rojos; eso es seguro. No debe decirse porque

    perjudicara al pobre Pablo, pero ella es una mujer de esas que dan mtines y cosas as.

    T la conociste?

    S; un da en Madrid... Es horrible... Pobre, pobrecito Pablo...

    No dices que es un genio?

    S.

    Pues no le llames pobrecito.

    La voz de Marta era tan irritada que Honesta qued con la boca abierta. Marta se sinticonfusa tambin. No saba cmo se haba atrevido a hablar as a Honesta, ni por qu se sentatan enfadada. No saba tampoco que sentada all junto a esta mujer, por la que empezaba asentir profunda antipata, su boca ancha tena un extrao parecido con la de ella.

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    El banco en que estaban las dos se balanceaba suavemente. Enfrente, una pared llena derosales trepadores produca una extraa sensacin de ardor llena de sol. Sobre los rosales seabra la ventana del cuarto de Pino.

    Pino despert tarde, con una pesada melancola. De un tiempo a aquella parte sola sucederleesto. Despus de unos das de arrebato le vena aquella tristeza grandsima. Haca mucho ratoque Jos se haba levantado sin molestarla apenas. Las ventanas del cuarto tenan las maderascuidadosamente cerradas. Slo filtraba una ligersima raya de luz en el techo. La penumbra enque la habitacin estaba envuelta se deba a la claridad que dejaba pasar la puerta del baoabierta por Jos. Pino hizo un movimiento, la estrecha cintura le dola como si fuera a partirsecon el peso de las caderas, y su corazn lati fuerte, desacompasado. Un pnico horrible la

    paraliz un momento y luego la misma fuerza de aquel miedo hizo que los latidos golpearannuevamente con brutalidad el pecho. "Estar enferma de verdad? Me morir?" Aterrada,record la cara de Vicenta, la cocinera, cuando pasaba a su lado mirndola de soslayo. Pino letena miedo. Contra ella la prevena siempre su madre, cuando Pino iba a visitarla y a llorar un

    poco sus penas entre los fuertes brazos. Decan que la majorera conoca de un golpe a quienesllevaban en la cara la seal de la muerte. De Lolilla, la criadita esmirriada, cuyas mejillas, sinembargo, tenan buen color, haba dicho Vicenta, haca poco, que "heda a muerta". Fijndose

    bien Pino haba visto que la muchachilla se detena ahogada, algunas veces, al subir laescalera y que sus labios tenan un extrao color morado... No quiso hacer caso de Vicenta,

    pero haba preguntado a don Juan, el mdico. Don Juan era un bendito, pero nadie mejor queella saba que no resultaba ningn lince. Pareci caer de las nubes, le tom el pulso a Lolilla yle hizo sacar la lengua. Luego le dijo que estaba buena y sana. A Pino, en confianza, le explicque por lo que ella contaba, bien pudiera estar la chica enferma del corazn. Lo mejor eradesembarazarse de ella, no fuera a dar un susto. Pino no la ech, porque era difcil topar conotra menos atractiva. No era tan fcil adems conservar las criadas en la finca, con tantotrabajo, y con una loca en casa que les daba miedo. Si viviera en Las Palmas...

    "Si viviera en Las Palmas, no estara yo as, que me estoy consumiendo viva", pens. Lafamilia tena una casa en Las Palmas, una casa antigua de dos pisos en el barrio de la Vegueta,cerrada desde la muerte de don Rafael, el abuelo de Marta. Era un crimen tener aquellahermosa casa, completamente amueblada, y no habitarla, y en cambio estar metidos en estecampo maldito sin la menor distraccin.

    No saba bien qu es lo que esperaba ella al casarse con un hombre como Jos, estirado, y confama de rico. Pero algo, un bienestar que no tena, s que haba esperado. Aunque a veces al

    pasar por las calles de la ciudad en el gran automvil nuevo senta como un ramalazo de

    orgullo por su matrimonio, la mayora de los das se lamentaba de aquella boda que haba sidocomo una trampa para su juventud.

    Ten paciencia le deca su madre; los hombres cambian. Ya te sacar, ya te llevar a lossitios...Luego, aquella mujer optimista, se impacientaba.

    Pero si ahora, con la guerra, no hay adonde ir... No s qu demonios quieres. Ms de cuatrose mueren de envidia.

    Cuando Pino lloraba, su madre se quedaba pensativa y le daba, al fin, el consejo deseado.

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    Lo que t debas conseguir era que te trajera a Las Palmas. A la loca, que le pongan unaenfermera y que se quede all en el campo con la Vicenta y con la hija...

    Cuando Pino oa esto llegaba a calmarse. Hasta se rea, como si aquella cosa negra, oprimenteque llevaba dentro del pecho, se le aliviase. Su madre era una mujer prctica, y nunca estabaaburrida. Era ama de llaves de don Juan, el mdico de la familia Camino. Era tambin otra

    cosa en aquella casa, segn las malas lenguas, y ltimamente a Pino le haban entrado grandesreconcomios de orgullo, y se enfadaba con aquella mujer porque no apuraba al viejo mdico aque se casase con ella.

    Djame tranquila, caray! Quieres que me case para volverme neurastnica como t...? Esoes para las jvenes. Yo ya no tengo ilusiones.

    Pero tena ilusiones. Le gustaba llevar la casa de don Juan, enterarse de los recados de losenfermos, ir con una amiga al cine, comer bien. Cuando Pino se quejaba demasiado le dabauna palmada en las nalgas, que restallaban.

    Dices que eres desgraciada, con ese culo que ests echando? Pero si se ve que te das buena

    vida... Yo a tus aos trabajaba como una negra para mantenerte, mi hija... Qu ms querrs!Pino volva confortada de esas visitas. Se arrellanaba junto a Jos con una gran tranquilidad enel automvil color rojo. Pero nada ms salir el coche de la tibieza de Las Palmas y enfilar porla carretera del centro hacia Tarifa y Monte Coello, Pino volva a su sombra angustia. Tenala impresin de que la oscura avenida de eucaliptos que descenda entre los campos de viasde la carretera hasta el jardn era una garganta que la tragaba. Un cuarto de hora tardaba el co-che desde la ciudad hasta su casa, y pareca que la llevaba a otro mundo.

    Qu hora sera? Las once de la maana. En cualquier momento llegara la majorera adespertarla, para la inyeccin reconstituyente que se le pona a Teresa. A la majorera le tenasin cuidado que Pino hubiera o no hubiera desayunado, o que estuviese buena o mala. Haba

    que poner la inyeccin. Si Pino se rebelase, la vieja Vicenta hablara en seguida con Jos de lanecesidad de traer otra enfermera, ya que Pinito estaba cansada. Bastante haba gruidoVicenta diciendo que eso de dejar sola a Teresa por las noches, aunque la alcoba de Jos yPino estuviera cerca, no estaba bien. Vicenta quera dormir en la alcoba de Teresa, pero en esoella no cedera nunca... Mientras Jos saliera por las noches, las criadas jvenes deberan estar

    bien guardadas abajo. Por nada del mundo hubiera trado tampoco otra enfermera. Sobrabanmujeres en aquella casa. Ya estaba Jos demasiado consentido entre tantas faldas. Todos estos

    pensamientos la atormentaban. Cada vez que haba insinuado la nica solucin de su vida quese le representaba ya casi obsesivamente y que era irse a vivir a Las Palmas, dejando all aTeresa, Jos se haba puesto hecho una fiera. Pino lloraba.

    No veo por qu tanto enfado... Don Rafael bien viva en Las Palmas con su nieta, y erapadre de Teresa, no como t, que no eres nada de ella, y me sacrificas a m por esa loca.

    Cuando te casaste, sabas o no que ibas a vivir aqu?

    Saba que me casaba contigo.

    Pues casarse conmigo es vivir aqu, entiendes? Aqu. Con Teresa. Cuando mi padre secas con Teresa, ella era una chiquilla, pero como yo estaba delicado del pecho fue ella la quearregl esta finca para vivir siempre aqu. Por m, entiendes? Yo no haba sido feliz nunca en

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    mi vida hasta que vine a esta casa. Aqu me hice un hombre, aqu conoc lo que es un techopropio, una alegra, una tierra de uno. Teresa supo ser una buena madre, entiendes...? Y nipor ti, ni por nadie, la dejo... Mientras ella viva, aqu vivo yo... Bien sabido. Bien sabido. Unamujer joven y sana tiene su vida amarrada a la vida de una loca. Se llev las manos a lassienes. Le latan pesadamente. Por qu estaba destinada a sufrir tanto? Sera posible que

    nadie, ni su propio marido, la quisiera? Oy a lo lejos, separado por los muros de la casa, elsonido de un piano. Entonces record a los peninsulares, y sin saber por qu, su alma se cargde rencor. Ya haban tomado posesin de la casa aquellas gentes... Haba esperado algo deellos, hasta ayer. Una ayuda, una mano tendida... No saba qu. Pero, cmo eran! Eranhorribles. Hones le haba parecido una vieja prostituta, pero con muchas pretensiones, muchosremilgos. La otra, Matilde, peor. Tan fra, tan "superior" y encantada con aquel viejo melin-droso que tena por marido. Gentes finas. Con las narices arrugadas por si acaso algo les dabamal olor. Cmo pudo pensar que iban a traer algn cambio a su vida triste? Venan aolisquear. A estorbar. A Jos su presencia no le impona ningn respeto. Prueba de ello el

    paseo de la noche anterior contra el insomnio... Y eso despus de haber discutido con ellasobre el dinero de la casa. Deca que no le iba a dar ni un cntimo ms, a pesar de la llegada de

    los parientes. Que estaba seguro de que a Pino le sobraba... Ahora no podra ni sisar para suspequeos gastos, y bien saba Dios que la miseria de Jos haca necesaria esta sisa. Debaestar loca esperando un alivio de gente nueva. Ahora le pareca que les odiaba... Todo lo que

    pensaba esta maana estaba como emponzoado. El piano le martilleaba en la cabeza... "Voya llamar a la muchacha y a mandar que quienquiera que sea el maldito que toque, que se calleen seguida..."

    Se levant con las palmas de las manos hmedas. "Esto es debilidad." Un soplo de terror queantes la haba cogido, volvi a atormentarla. Fue a abrir las maderas de la ventana. Pensabasentarse en el tocador, y recoger un poco aquellos cabellos demasiado foscos. Su tocador legustaba, y mirarse all la calmaba un poco. Al pasar vio que a uno de los candelabros de plata

    que lo adornaban le faltaba una vela, y record lo sucedido dos noches antes. Le pareci tenerdelante de los ojos la cara de mosquita muerta de su cuadita. Por un momento, la nia habademostrado lo que era: una soberbia, una rabiosa, con la cara sin sangre debajo de aquellas

    pecas que le sombreaban la nariz, con los ojos verdosos, plidos de ira...

    Pino, arrastrando las zapatillas, fue hasta la ventana. La abri. Detrs de los cristales elesplendor del da hiri sus ojos un poco hinchados. Sin embargo, se detuvo a mirar. En elasiento de toldo se balanceaba alguien. Reconoci las piernas carnosas, bien hechas, deHonesta, y las de Marta tostadas por el sol, con la falda descuidadamente subida hasta larodilla, y las sandalias blancas, que castigaba sin piedad contra el picn. Verlas as, de pronto,era como si chocaran contra ella aquellas dos mujeres.

    Otra vez tuvo la sensacin desagradable de que el corazn le resonaba dentro del pecho comoun tambor. Estaba segura de que hablaban de ella. Marta vertera su veneno en los odos de lostos, y todos seran enemigos de Pino dentro de la casa. Haba sido bien tonta de no pensarloantes. Le pareca or la voz de la nia, con su odiosa precisin.

    "Pino?... No le hagan caso. Es una ordinaria, hija de una criada. Llama padrino a don Juan, elmdico, que no slo no lo es, sino que para colmo, es padrino mo... Lleva las joyas de mimadre siempre que se le antoja. Pero ella no tiene nada. Es una criada que se hizo un poquito

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    ms fina porque la madre tuvo suerte de entrar en casa de don Juan como ama de llaves.Pueden ustedes rerse de ella, que es una boba, y ni lo nota. Ayer, cuando se le derram el t, yMatilde dijo que no tena importancia, y se rea de ella, no lo