Carmen Posadas

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CARMEN POSADAS Bendita rutina En mi vasta incultura, jamás había oído hablar de Konrad Lorenz. Y, sin embargo, este caballero premio Nobel de Medicina está considerado el padre de una muy interesante rama de la ciencia, la etología, que se encarga de estudiar el comportamiento de los animales y todo lo que este revela sobre nosotros, los humanos. En su libro Sobre la agresión, el pretendido mal, Lorenz elabora una brillante teoría que ayuda a entender por qué a veces llegamos a ser tan crueles. Conocer las razones ocultas para actuar de una u otra manera no solo permite comprender mejor a los demás, sino, mucho más importante aún, desvela claves sobre actuaciones propias que a veces nos sorprenden y otras nos alarman. Más adelante les hablaré de la agresión y sus claves porque vale la pena, pero hoy me gustaría comentar otra parte del libro más amable, más doméstica y a la vez reveladora de cómo son nuestros secretos mecanismos de comportamiento y del papel que juega en nuestras vidas la rutina, la costumbre. En estos tiempos infantiloides y simples que vivimos, la rutina está considerada casi una mala palabra. La gente lo que quiere es huir de ella, vivir a mil, centrifugarse a tope. Y eso está muy bien siempre que a uno no se le centrifugue también la sesera; cosa que, mirando en derredor, parece que es lo que ocurre, porque van todos de aquí para allá como pollo sin cabeza. Según Lorenz, en cambio, la rutina no solo no es aburrida, cansina o de pringaos, sino muy necesaria, sobre todo en tiempos inciertos como los que vivimos. Más aún, a veces se convierte en el único refugio y en un modo de mantener la cordura. Uno de los experimentos que relata Lorenz en su libro es muy revelador. Había adiestrado a un ganso salvaje para que no tuviera miedo de entrar en casa, e incluso subir la escalera interior, algo por lo visto nada fácil para un ánsar. Konrad veía que al ganso le costaba mucho la decisión de subir la escalera y que, antes de hacerlo, indefectiblemente se detenía frente a la ventana y permanecía ahí unos instantes, permitiendo que los rayos del sol lo

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CARMEN POSADAS

Bendita rutinaEn mi vasta incultura, jamás había oído hablar de Konrad Lorenz. Y, sin embargo, este caballero

premio Nobel de Medicina está considerado el padre de una muy interesante rama de la ciencia, la

etología, que se encarga de estudiar el comportamiento de los animales y todo lo que este revela

sobre nosotros, los humanos. En su libro Sobre la agresión, el pretendido mal, Lorenz elabora una

brillante teoría que ayuda a entender por qué a veces llegamos a ser tan crueles.

Conocer las razones ocultas para actuar de una u otra manera no solo permite comprender mejor a

los demás, sino, mucho más importante aún, desvela claves sobre actuaciones propias que a veces

nos sorprenden y otras nos alarman. Más adelante les hablaré de la agresión y sus claves porque vale

la pena, pero hoy me gustaría comentar otra parte del libro más amable, más doméstica y a la vez

reveladora de cómo son nuestros secretos mecanismos de comportamiento y del papel que juega en

nuestras vidas la rutina, la costumbre. En estos tiempos infantiloides y simples que vivimos, la rutina

está considerada casi una mala palabra.

La gente lo que quiere es huir de ella, vivir a mil, centrifugarse a tope. Y eso está muy bien siempre

que a uno no se le centrifugue también la sesera; cosa que, mirando en derredor, parece que es lo que

ocurre, porque van todos de aquí para allá como pollo sin cabeza. Según Lorenz, en cambio, la rutina

no solo no es aburrida, cansina o de pringaos, sino muy necesaria, sobre todo en tiempos inciertos

como los que vivimos. Más aún, a veces se convierte en el único refugio y en un modo de mantener

la cordura.

Uno de los experimentos que relata Lorenz en su libro es muy revelador. Había adiestrado a un

ganso salvaje para que no tuviera miedo de entrar en casa, e incluso subir la escalera interior, algo

por lo visto nada fácil para un ánsar. Konrad veía que al ganso le costaba mucho la decisión de subir

la escalera y que, antes de hacerlo, indefectiblemente se detenía frente a la ventana y permanecía ahí

unos instantes, permitiendo que los rayos del sol lo bañaran de arriba abajo. Siempre era la misma

rutina. Entraba, se detenía ante la parte soleada y solo entonces acometía la difícil tarea de subir la

escalera. Cada vez lo hacía mejor y con mayor confianza, hasta que un día se detuvo paralizado de

terror y, por más que Lorenz lo animaba e incluso azuzaba, fue incapaz de acometer la escalada.

¿Qué había pasado? Simplemente que ese día no había sol, y el ganso no pudo bañarse durante unos

segundos en sus rayos, lo que le impidió continuar con la actividad que otros días no presentaba

dificultad alguna para él.

Esto me recuerda a alguien a quien admiraba mucho y que, como tantos, de un día para otro se vio

prejubilado y sin horizonte. En sus tiempos de bonanza era un hombre ordenado y rutinario. Con

puntualidad de reloj suizo salía a las siete y cuarto de su casa, corría por el parque media hora,

pasaba por la panadería a las ocho menos cuarto en punto, llegaba a casa, se duchaba y salía hacia su

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trabajo hecho un brazo de mar a las ocho y veinticinco. Me sorprendió observar que, cuando la vida

lo dejó en la cuneta, él continuó exactamente con la misma rutina, gimnasia, panadería, ducha e

incluso salía de casa a la hora de siempre vestido del mismo modo que cuando iba a la oficina.

¿Adónde iba? Sospecho que a sentarse en un café o en un banco del parque con un libro.

Un día, me atreví a preguntarle por qué lo hacía y esto es lo que me contestó: «Porque si no tienes

una rutina, un día dirás que para qué hacer gimnasia y otro que para qué ducharte o lavarte la cara;

más tarde pensarás que no hay motivo para levantarte de la cama y entonces la vida te habrá vencido

del todo». Han pasado los años y sigo viéndolo sentado en el café. Su traje es ahora más humilde y

ha perdido algo de pelo, pero en sus ojos hay el mismo brillo de siempre. Quizá porque la rutina

tiene un efecto benéfico y redentor, como dice Lorenz. O tal vez porque, como apuntaba Albert

Camus, no hay destino, por adverso que sea, que no pueda conjurarse con la más total indiferencia.

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1.Resumen y tema del texto

Resumen: Carmen Posadas comienza este texto introduciendo el estudio del autor Konrad Lorenz

sobre el comportamiento de los animales y la aplicación de este a los seres humanos. A

continuación, aclara que el tema que va a tratar es la rutina. Carmen Posadas argumenta que la

rutina, tan poco valorada actualmente, es también una medida de cordura y estabilidad. Para ello,

expone el caso del ganso del señor Lorenz, que antes de subir unas escaleras necesitaba mirar al

sol, imposibilitándole, por tanto, la ausencia de sol la realización de dicha acción. A continuación,

la autora equipara el caso del ganso al de un conocido que, aún estando jubilado, mantiene los

hábitos y las rutinas de tiempos anteriores, ya que si no, algún día se pregunte por qué debería

levantarse.

Tema: “La rutina y su importante función en la vida del ser humano”

2.Tipología textual, ámbito de uso y género textual

En cuanto a la tipología textual, nos encontramos ante un texto expositivo-argumentativo, ya que

la autora informa de la obra de Konrad Lorenz y opina sobre ella de manera subjetiva. Respecto a

la exposición, este texto sigue un esquema sintetizante, ya que la tesis aparece en el último párrafo

del texto (en este caso, la defensa de la rutina como algo positivo). Las funciones lingüísticas

predominantes en la exposición son la representativa (que puede apreciarse cuando se expone la

obra del Señor Lorenz) y la metalingüística (cuando la autora define etología). Respecto a la

argumentación, Carmen Posadas utiliza argumentos de autoridad para reforzar su tesis citando a

Konrad Lorenz o a Albert Camus. También utiliza argumentos ejemplificativos (como los casos

del ganso del señor Lorenz o el del anciano jubilado, que son argumentos ejemplificativos en sí) y

argumentos racionales basados en procesos lógicos. Las principales funciones del lenguaje de la

argumentación, a su vez, son la expresiva (en la que la autora busca expresar sus opiniones y

sentimientos) y la conativa (que busca incidir el la conducta o el pensamiento del receptor).

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Según el ámbito de uso, este texto es claramente un texto periodístico, ya que aparece publicado

en medios de comunicación con cierta periodicidad. Los textos periodísticos pueden ser

informativos (si tratan de informar sobre acontecimientos de manera clara, precisa y objetiva), de

opinión (si más que informar lo que buscan es juzgar u opina sobre un tema, acontecimiento o

noticia determinado), y mixtos. En este caso, podríamos decir que se trata de un texto periodístico

de opinión, ya que Carmen Posadas opina de manera subjetiva acerca de la rutina y de su

funcionalidad beneficiosa para la sociedad.

Por último, respecto al género textual, los textos periodísticos de opinión pueden ser columnas,

editoriales, o artículos de opinión/ensayos en prensa. Como este texto está firmado por un

individual (en este caso, Carmen Posadas), podemos descartar que se trate de un editorial y,

debido a su amplia extensión, también queda descartado que se trate de una columna. Todo ella

nos lleva a afirmar que éste se trata de un artículo de opinión o ensayo en prensa.

3.Nombra al menos un sinónimo de las siguientes palabras:

Redentor: Liberador

Indefectiblemente: Seguro

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4.¿Es la rutina positiva en nuestras vidas?

“La rutina del autómata”

La rutina es, muy a mi pesar, un gran motor de la vida. Es, de hecho, un sustituto a esas cosas que

deberían ser motores de la vida, pero que han dejado de serlo. Una gran herramienta para que,

cada mañana, no tengamos la necesidad de preguntarnos el por qué de que nos estemos

levantando. De hecho, la rutina es tan cómoda, tan asequible, que las personas que la disfrutan,

van dejando que penetre cada vez con mayor intensidad en sus vidas. Que se lo pregunten a los

estudiantes que han llevado uniforme toda su vida. Sería para ellos un infierno tener que

despertarse cada mañana y decidir qué se van a poner, porque llevan levantándose años con el

automático puesto. “Y, sin embargo” pienso “a mi, que nunca he llevado uniforme alguno, no me

cuesta tanto decidir mi ropa”. ¿Será que elegir ropa se ha vuelto mi rutina? ¿O quizás la

motivación de poder elegir como voy a ir vestido ese día supere la supuesta comodidad del

uniforme, de la rutina?

Tengo que admitir que, ya sea una virtud o un defecto, soy una persona muy poco rutinaria. Puede

que se deba a que nunca la he sabido disfrutar, y que el día que lo haga, aprenda a hacer de ella un

buen uso. Pero lo cierto es que, a día de hoy, me parece un mero edulcorante. Para argumentar esta

idea, hablaré de esas personas que hacen de su vida una rutina, y de lo que realmente yo veo en

ellas. Una persona que, por ejemplo, todos los días sale a correr, se da una ducha y se toma un café

sería para la mayor parte de la sociedad, una persona rutinaria. Y lo cierto es que bien podría serlo.

Sin embargo, yo toco hora y media de piano todos los días, y no considero que sea una rutina.

Debo reconocer que no suelo hacerlo a la misma hora, y que esto dota a la actividad de mucha

espontaneidad. Sin embargo, creo que aunque tocara todos los días a la misma hora exacta, aunque

tocara las mismas piezas, no lo llamaría rutina. Y me explico. En mi opinión, la rutina se

contrapone directamente a la motivación. Si existe una motivación, la rutina es inútil, y se

resquebraja. ¿Quién me dice a mi que el señor que se levanta todos los días para correr, ducharse y

tomar su café, no se levanta cada mañana exultante porque está deseando correr, ducharse y tomar

su café? ¿Si supiera lo mucho que le llenan esas acciones, le seguiría llamado rutina?

A modo de conclusión, creo que el quid de la cuestión radica en lo siguiente ¿Implica la rutina una

actitud mecánica, propia de un autómata o un sonámbulo? Si la respuesta es sí, tengo muy claro

que, por mucho que lo intente, jamás seré una persona rutinaria. Sin embargo, si con rutina, la

gente se refiere a repetir una acción día tras día, no rechazo la idea. De hecho, admiro a esas

personas metódicas que son capaces de mantener un horario de esa manera. Sin embargo, quiero

pensar que por muy rutinaria que sea mi vida algún día, mi actitud no lo será en absoluto, y que

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sea ese anciano que se levanta cada mañana teniendo muy claro el por qué de cada zancada, café o

ducha.