Carreras Secretas

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C a rr e r a s s ecr e t a s La t e oría se g ún la cu a l t o do s l o s o b jeto s d e l uni ve r so se in u ye n m u t u a me n t e , a u n m á s allá d e la causalidad y e l sil o gi sm o , h a si d o so ste n i d a p o r m u ch a s ci v ili z a c i o n e s . Se sab e q ue la visióndeun m et e orito ase g ura el cum plimi en t o d e u n anh e l o . L a i n co m p et e n ci a d e l o s e m p e r a d o re s ch i no s p r o d u ce t e rre m oto s. E l f u t u ro i m p ri m e a d ve rt e n ci a s en l a s e n t r a ñ a s d e l a s a ves . La ad ecu ad a pr on unci aci ón de una pa l ab ra pu ed e de struir el m un do . Y o , d e sd e ch i co , h e p a rtici p a d o -sin a d m itir l o- d e e st a s co n vi cc i o nes. C on t o d a fr e cue nc ia, m e im p o nía sencill a s m a niobr a s y p r eve ía unas m ó di ca s sa n cio ne s p a r a e l ca so d e s u i n cu m p li m ie n t o . A n t e s d e a co st a rme, cerra b a l a s p uer t a s d e los ro p e r o s, sabie n do q u e si n o lo h a a d e b ería so p or t a r p e sa dill a s. B a j a ba d e la cam a con e l pie der e ch o . E vi t a b a pisar b ald o sa s c e l e st e s. A l in t erru m p ir la l e ct u ra, cu ida b a d e h a cerlo e n u n a p a l a b ra t e rmi n a d a e n e se . Lo s ca st i go s queimagi na b a eranal princi p io leves. Per o de sp u é s empecé a  j u g ar f uerte. S i me corta b a l a s uñas p or l a s noc h e s , mi ma d re morir í a; si ha bl ab a conun j ap on és, qu ed ar í a m ud o; si no al can zab a a tocar l as r am as de a l g u n o s á r b o l e s, d e j ar í a d e ca m inar p a ra si e m p r e . E ste r e p e rt o rio l e g i sl a t i vo f u e cr e ci e ndo con e l t i e m p o y a l ll e g ar m i ad o le sce nci a , mi vi d a t r a n scu rría e n me d io d e u na intri n ca da r e d d e o b ligacio n e s y p ro h ibicio n e s, a m e n u do co n tr a dict o rias. To d o se h i zo m ás si m p le -más dr am á t i co - cu an d o d e scubrí las carrer a s secretas. D e scr i b iré sus r e g l a s. Se trat a d e e l e gir e n la calle a u n a p e rso n a d e camin a r ágil y p r o p o n e rseal ca nzarla a n t e s de ll e g a r a u n p u n to e st a bl e ci do. E stá ri g u r o sa m e n t e p r o h i b i d o correr. A n t e s de l com i en zo d e ca da j ust a , se d e ci de n l as rec om p en sa s y pe na l i da de s: si l l e g o a l a e sq u ina an t e s q u e e l p e l a d o , a p r o b a r é e l e xa men d e l in g ü í st i ca . D ur a n t e lar g os a ñ o s, co m p et í sin p e rd e r j a m á s. Me a si stí a u n a ve n t a j a d e ci siva: mi s a d ver sa rios no e st a b a n e n t e r a d o s d e su p artici p ación y p o r lo ta n t o , ca si n o o p o n í a n re si st e n ci a . O bt u ve p r e m io s f a bul o sos. En C o n stit u ció n , m e a se g uré vi vir m á s de n oven t a a ñ o s. En la ca lle S olí s, g a ran t i la p ro sp e ri d a d d e m is famili a r e s y a m ig o s. E n el su b t err á n e o d e P aler m o , p o r e sca so m a rge n , l o gr é q ue D io s e xistiera. Ta n t a s vi ct ori a s me vo l vier o n i m p ru d e n t e. C a d a ve z e l e g í a riva l e s m á s d i f í ci l e s de al ca n zar . C a da vez l o s casti g o s qu e m e p romet í a e r a n m ás h o rror o so s. Un a t a r d e , al b a j a r d e l tr e n en Retir o , p u se mi s o j o s en u n m ari n e ro q u e m arch ab a un o s ve inte p asos del an te demí. Me hice el pr o si t o d e al can za rlo an t e s d e la p u e rta d e l a n d é n .

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8/18/2019 Carreras Secretas

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Carreras secretas

La teoría según la cual todos los objetos del universo se influyen mutuamente,

aun más allá de la causalidad y el silogismo, ha sido sostenida por muchas

civilizaciones.

Se sabe que la visión de un meteorito asegura el cumplimiento de un anhelo.

La incompetencia de los emperadores chinos produce terremotos. El futuro

imprime advertencias en las entrañas de las aves.

La adecuada pronunciación de una palabra puede destruir el mundo.

Yo, desde chico, he participado -sin admitirlo- de estas convicciones. Con toda

frecuencia, me imponía sencillas maniobras y preveía unas módicas sanciones

para el caso de su incumplimiento. Antes de acostarme, cerraba las puertas de

los roperos, sabiendo que si no lo hacía debería soportar pesadillas. Bajaba dela cama con el pie derecho. Evitaba pisar baldosas celestes. Al interrumpir la

lectura, cuidaba de hacerlo en una palabra terminada en ese.

Los castigos que imaginaba eran al principio leves. Pero después empecé a

 jugar fuerte. Si me cortaba las uñas por las noches, mi madre moriría; si

hablaba con un japonés, quedaría mudo; si no alcanzaba a tocar las ramas de

algunos árboles, dejaría de caminar para siempre.

Este repertorio legislativo fue creciendo con el tiempo y al llegar mi

adolescencia, mi vida transcurría en medio de una intrincada red de

obligaciones y prohibiciones, a menudo contradictorias.Todo se hizo más simple -más dramático- cuando descubrí las carreras

secretas.

Describiré sus reglas. Se trata de elegir en la calle a una persona de caminar

ágil y proponerse alcanzarla antes de llegar a un punto establecido. Está

rigurosamente prohibido correr.

Antes del comienzo de cada justa, se deciden las recompensas y penalidades:

si llego a la esquina antes que el pelado, aprobaré el examen de lingüística.

Durante largos años, competí sin perder jamás. Me asistía una ventaja

decisiva: mis adversarios no estaban enterados de su participación y por lo

tanto, casi no oponían resistencia. Obtuve premios fabulosos. En Constitución,

me aseguré vivir más de noventa años. En la calle Solís, garanticé la

prosperidad de mis familiares y amigos. En el subterráneo de Palermo, por

escaso margen, logré que Dios existiera.

Tantas victorias me volvieron imprudente. Cada vez elegía rivales más difíciles

de alcanzar. Cada vez los castigos que me prometía eran más horrorosos.

Una tarde, al bajar del tren en Retiro, puse mis ojos en un marinero que

marchaba unos veinte pasos delante de mí. Me hice el propósito de alcanzarloantes de la puerta del andén.

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Con el coraje y la generosidad que suelen ser hijos del aburrimiento, resolví

 jugármelo todo. Una vida feliz, si ganaba. Una existencia mezquina, si perdía. Y

como una compadreada final, me vacié los bolsillos: aposté el amor de la mujer

deseada.

Apuré la marcha. Poco a poco fui acortando las ventajas que el joven mellevaba. Las dificultades comenzaron pronto: un familión me cerró el camino y

perdí segundos preciosos. Al borde del ridículo, ensayé el más veloz de los

pasos gimnásticos. El infierno me envió unos changadores en sentido contrario.

Después tuve que eludir a unas colegialas que se divertían empujándose. La

carrera estaba difícil, tuve miedo.

Ya cerca de la meta, conseguí ponerme a la par del marinero.

Lo miré y descubrí algo escalofriante: él también competía. Y no estaba

dispuesto a dejarse vencer. Había en sus ojos un desafío y una determinación

que me llenaron de espanto.

En los últimos metros, perdimos toda compostura. Pedíamos permiso a los

gritos y sin el menor pudor, empujábamos a cualquiera. Pensé en la mujer que

amaba y estuve al borde del sollozo. En el último instante, cuando ya parecía

perdido, una reserva misteriosa de fortaleza y valor me permitió cruzar la

puerta con lo que yo creí una ínfima ventaja.

Sentí alivio y felicidad. Pensé que aquella misma noche mis sueños amorosos

empezarían a cumplirse. No pude reprimir un ademán de victoria. Alcé los

brazos y miré al cielo. Después, como en un gesto de cortesía, busqué almarinero. Lo que vi me llenó de perplejidad. También él festejaba con unos

saltitos ridículos. Por un instante nos miramos y hubo entre nosotros un no

expresado litigio.

Era evidente que aquel hombre creía haberme ganado. Sin embargo, yo estaba

seguro de haberle sacado, al menos, una baldosa.

Entonces dudé. ¿Había calculado bien? ¿Cuál sería el precedimiento legal en

esos casos? Desde luego, no me atreví a consultarlo con el marinero. Me alejé

confundido y pensé que pronto conocería el veredicto. Una vida dichosa, un

amor correspondido, darían fe de mi triunfo. La suerte aciaga, el rechazo terco,

me harían comprender la derrota.

Pasaron los años y nunca supe si en verdad gané aquella carrera. Muchas

veces fui afortunado, muchas otras conocí la desdicha.

La mujer de mis sueños me aceptó y rechazó sucesivamente.

Todas las noches pienso en buscar a aquel marinero y preguntarle cómo lo

trata la suerte. Solamente él tiene la respuesta acerca de la exacta naturaleza

de mi destino. Quizá, en alguna parte, también él me esté buscando.

Me niego a considerar una posibilidad que algunos amigos me han señalado: la

inoperancia de los triunfos o derrotas obtenidos en carreras secretas.