CARTA DE DULCINEA A DON QUIJOTE

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1 CARTA DE DULCINEA A DON QUIJOTE Mi bienamado don Alonso: Hace solo unas horas que nos hemos separado y ya os estoy añorando de nuevo. Para mí, y espero que para vos también, este poco tiempo que hemos estado juntos ha sido el más feliz de toda mi vida. Y es que no es para menos, pues despues de estar luengos años esperando para que os decidieseis pasar por el Toboso a visitarme, al fin he visto mi sueño realizado. Aún a riesgo de pareceros atrevida y poco acorde con el natural recato con que una dama debe conducirse, debo deciros que estoy favorablemente sorprendida por vuestra audacia en nuestro primer encuentro, y la fogosidad que habéis desplegado en el tálamo, que no concuerda con la imagen que a primera vista dais por vuestras más que

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UNA SUPUESTO QUE SE PODRÍA DAR

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CARTA DE DULCINEA A DON

QUIJOTE

Mi bienamado don Alonso:

Hace solo unas horas que nos hemos separado y ya os

estoy añorando de nuevo. Para mí, y espero que para vos

también, este poco tiempo que hemos estado juntos ha sido

el más feliz de toda mi vida. Y es que no es para menos,

pues despues de estar luengos años esperando para que os

decidieseis pasar por el Toboso a visitarme, al fin he visto

mi sueño realizado.

Aún a riesgo de pareceros atrevida y poco acorde con el

natural recato con que una dama debe conducirse, debo

deciros que estoy favorablemente sorprendida por vuestra

audacia en nuestro primer encuentro, y la fogosidad que

habéis desplegado en el tálamo, que no concuerda con la

imagen que a primera vista dais por vuestras más que

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enjutas carnes y extrema delgadez, y vuestro aspecto

general, como de hombre descuidado y por demás

desaseado.

En tocante a esto, y sin querer ofenderos, os rogaría que

para nuestra siguiente cita os bañéis al menos el día antes de

vernos, pues los hombres aseados gustan más a las damas, y

eso no va de ninguna manera en menoscabo de vuestra

hombría, os lo puedo asegurar. No creo que os resulte difícil

encontrar un sitio para daros un baño, habida cuenta de los

parajes por los que transitáis, ya que mismamente las

famosas lagunas de Ruidera son un sitio ideal para ello.

Este descuido general del aseo de vuestra persona, lo

achaco más bien a las largas temporadas que permanecéis en

mitad del campo, sin más compañía que vuestro escudero

Sancho, el cual, aunque no me parece mala persona, es

hombre por demás zafio y primitivo, tanto por su vestimenta

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como por la rudeza con que se comporta en su relación con

las damas.

Esto último viene a colación porque cuando vino a

traerme el mensaje que me escribisteis, en el cual me

solicitabais una cita, ¡nuestra primera cita!, me disgustó

profundamente la manera que tuvo de dirigirse a mí. Sin

saludos previos ni cosa parecida, una vez se hubo asegurado

que era yo la destinataria de la misiva, me espetó un seco:

“tomad esta carta de mi señor don Alonso. Leedla y

apresuraos a darme la contestación, que tengo priesa”.

Además, tenéis que decirle que mire lo que come, pues

al mismo tiempo que me decía las anteriores palabras, me

llegó un fuerte tufo a ajo crudo que por poco me tumba de

espaldas. Y aunque yo sé que comer ajo es bueno para la

salud, no lo es tanto para la relación con la gente, pues el

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fuerte olor que despide ofende la nariz de cualquier persona

medianamente sensible.

Pero basta ya de mentar a vuestro escudero. Como os

decía antes, estoy maravillada por el ardor con que me

habéis acometido la pasada noche, que puede ser debido en

parte, al mucho tiempo que llevabais ayunando de mujeres,

que no parecía sino que fuera yo la primera que gozabais en

vuestra vida.

En esto, algunas de mis amigas tendrán que tragarse sus

palabras, pues no paraban de decirme que vos erais persona

dada al romanticismo y al amor platónico, a contemplar a la

mujer amada como a un ser superior e inalcanzable, y que

llegado el momento del amor carnal no daríais la talla.

¡Cuán equivocadas estaban!

Quisiera pediros que no os demoréis tanto para la

segunda vez, antes al contrario, mi gusto sería que vuestras

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visitas fueran más numerosas. Ya sé que a veces no podréis

venir con la frecuencia con la que a mí y a vos os gustaría,

debido a vuestro singular oficio de desfacedor de entuertos,

liberador de doncellas cautivas y otros muchos trabajos a

que estáis obligado, por profesar el honroso oficio de la

andante caballería.

Para remediar esto he pensado que podríais establecer

vuestro campo de acción cerca del Toboso, pues por estas

tierras también hay menesterosos a los que socorrer, y de

este modo podríamos vernos cuantas veces quisiéramos. No

hace falta que mandéis a vuestro escudero para avisarme de

vuestra llegada: unos discretos golpes en mi ventana, de

madrugada, me pondrán al tanto de que sois vos quien ha

llegado.

Quiero poner fin a esta misiva con una recomendación

que espero no la toméis a mal, pues es en beneficio de

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nuestros amorosos encuentros, y es que procuréis comer más

de lo que ahora lo hacéis, a fin de que engordéis un poco y

de esta manera no me clavéis vuestros huesos en los muslos

y en las otras partes de mi persona, como en nuestro anterior

encuentro, que me dejasteis el cuerpo lleno de cardenales.

Y no es que me queje, no. Solo que si estáis algo más

rollizo nuestras batallas amorosas serán si cabe más

placenteras, pues se amortiguarían un tanto vuestros

ardorosos embates.

Yo espero haberos causado tan buena impresión como

vos a mí, y hacer honor al apelativo de “Dulcinea” con el

que me soléis nombrar.

Esta carta os la mando con el padre de una buena

amiga, el cual tiene que pasar por las cercanías de la cueva

de Montesinos, lugar en el que, tal como acordamos, estaréis

vos esperando mis noticias.

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Recibid fuertes abrazos de ésta, que vive suspirando

por vuestra próxima visita:

Aldonza Lorenzo, Dulcinea del Toboso.

FIN