Carta del maestro Kike

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Perú, 01 de octubre de 2012 Sr. Teniente Coronel E.P. Ollanta Humala Tasso Presidente de la República: Dirigirle la palabra en circunstancias en que la educación peruana soporta el peor atentado a sus estructuras, no es para nada satisfactorio. Sin embargo, considero justo y necesario bajo los postulados de la democracia que usted supuestamente defiende- expresar mi indignación por el maltrato al Magisterio Nacional. Agravio a un Magisterio al cual le debe lo que es como persona y ciudadano. Porque, valgan verdades, usted, es producto de la innegable labor de docentes que de una u otra manera incidieron en su formación e instrucción. Usted es producto del trabajo de maestros y maestras. Negarlo, señor Presidente, sería reconocer sus falencias como individuo y por lo tanto como Mandatario de nuestro país. Negarlo, en última instancia, sería negar incluso- la ascendencia de sus progenitores que por razones obvias fueron sus maestros. Pero antes de seguir dirigiéndome a su honorable título de Primer Mandatario, permítame blindarme, concédame el favor de utilizar uno de los últimos derechos irrestrictos que la Constitución Política del Perú aún consagra. Utilizó un derecho inherente al ser humano, un derecho que la clase cavernaria odia porque forma parte de la esencia del ciudadano verdaderamente libre: La libertad de expresión. A través de estas líneas le manifiesto mi irascible indignación y, para ello, no necesito, señor Presidente, pertenecer al SUTEP, al CONARE o al MOVADEF. No, señor. No necesito ser terrorista para ir a huelga y salir por las calles con mis miserias, mi puño en alto, mi voz y mi dignidad a cuestas. Solo necesito ser un ciudadano consciente, de una sociedad supuestamente democrática, para dejar sentir mi indignación por la humillación al docente peruano, por el peor bullying que el Estado y la historia peruana hayan cometido a sus profesores.

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Carta del Maestro al Presidente del Perú

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Perú, 01 de octubre de 2012

Sr. Teniente Coronel E.P. Ollanta Humala Tasso Presidente de la República: Dirigirle la palabra en circunstancias en que la educación peruana soporta el peor atentado a sus estructuras, no es para nada satisfactorio. Sin embargo, considero justo y necesario –bajo los postulados de la democracia que usted supuestamente defiende- expresar mi indignación por el maltrato al Magisterio Nacional. Agravio a un Magisterio al cual le debe lo que es como persona y ciudadano. Porque, valgan verdades, usted, es producto de la innegable labor de docentes que de una u otra manera incidieron en su formación e instrucción. Usted es producto del trabajo de maestros y maestras. Negarlo, señor Presidente, sería reconocer sus falencias como individuo y por lo tanto como Mandatario de nuestro país. Negarlo, en última instancia, sería negar –incluso- la ascendencia de sus progenitores que por razones obvias fueron sus maestros. Pero antes de seguir dirigiéndome a su honorable título de Primer Mandatario, permítame “blindarme”, concédame el favor de utilizar uno de los últimos derechos irrestrictos que la Constitución Política del Perú aún consagra. Utilizó un derecho inherente al ser humano, un derecho que la clase cavernaria odia porque forma parte de la esencia del ciudadano verdaderamente libre: La libertad de expresión. A través de estas líneas le manifiesto mi irascible indignación y, para ello, no necesito, señor Presidente, pertenecer al SUTEP, al CONARE o al MOVADEF. No, señor. No necesito ser terrorista para ir a huelga y salir por las calles con mis miserias, mi puño en alto, mi voz y mi dignidad a cuestas. Solo necesito ser un ciudadano consciente, de una sociedad supuestamente democrática, para dejar sentir mi indignación por la humillación al docente peruano, por el peor bullying que el Estado y la historia peruana hayan cometido a sus profesores.

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La mezquina tildación de senderista ofende no solo la inteligencia del pueblo, sino la suya, pues son adjetivos trillados utilizados por una dictadura -que usted supuestamente enfrentó- que ante la orfandad de argumentos humanos y sólidos se proveyó de categorías cobardes, sin fundamentos, pero efectistas. ¿Qué desea señor, Presidente? ¿Qué las mayorías, a las cuales desvalijan sus derechos esenciales, sigan creyendo en la llegada del mesías? ¿O, sigan poniendo la otra mejilla? A estas alturas de su “Gran Transformación” la gente se está quedando sin mejillas, sin rostro, sin trabajo, sin dignidad. Pues si de esto se tratase, si cada peruano dejase en evidencia su malestar, usted, tendría que construir un mega presidio para más de 20 millones de supuestos “senderistas” cansados de mentiras y de injusticias de un Estado insensible que baila al ritmo del FMI. Para expresar mi malestar o lograr un objetivo económico, señor Presidente, no necesito pertenecer a un grupo político coyuntural como usted sí lo hizo. Para levantar mi voz de protesta simplemente necesito memoria, sensatez y cierta dosis de osadía. Y digo osadía porque en este país del silenciamiento sistemático y de raptos anónimos todo puede suceder. Ustedes, nos han acostumbrado a la mordaza, a la represión, al autoritarismo y a la forja del silencio y del miedo como sustantivos y formas de vida que nunca mis humildes maestros y padres me enseñaron. Parece, señor Presidente, que su gobierno ha heredado la estrategia de un sátrapa dictador que endilgaba carácter “subversivo” a todo aquel que osaba reclamar sus derechos. Parece que nos hemos inoculado la doctrina Opus Dei que a la letra dice: “Los derechos humanos son una cojudez”. En resumen, cuanto más callados nosotros; ustedes más felices. Para expresar mis ideas me bastan 20 años de servicio sacrificado al lado de muchas promociones de niños y jóvenes. Para reclamarle mis derechos solo me basta haber cumplido mi deber a más de 3,000 metros sobre el nivel del mar, laborado en un pueblito donde brillaban por su ausencia el médico, la enfermera, el policía y el cura, a los cuales tuve el honor de remplazarlos uno a uno, palmo a palmo, porque el Estado, su Estado, nunca tuvo la decencia de asumir su verdadero papel. Por último, para indignarme con cierto orgullo, me basta haber enfrentado a la verdadera subversión, esa que engordó y se hizo fuerte por la apatía de un estado negligente y con la pobreza y las necesidades de un pueblo abandonado por sus gobiernos sucesivos.

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En consecuencia, no me venga a dar clases de Historia, de Geografía, de Realidad Nacional, de Tolerancia o de amor a la patria. No me subestime, no me ofenda, señor Presidente. Yo también serví y sirvo a mi nación, yo también caminé largas horas con mi mochila y mis libros al hombro, yo también pasé rancho, a veces hambre, a veces frío. Serví a mi patria pero con la diferencia que lo hice mejor que usted o cualquiera de los peruanos que están sentados en el Congreso o en el MINEDU. Yo le di y le doy esperanza y fe a mis alumnos; mientras usted, como militar, se la quitaba con la represión. Yo le enseñaba y le enseño a pensar; usted, a acatar ciegamente. Yo enseño a ser solidario; usted, a ser egoísta y servil. Yo enseño a ser peruano; usted, a pertenecer al poder económico. Yo apuntalo anhelos, despierto conciencia, trazo caminos nuevos y justos; propicio el vuelo del águila que parece no tener alas ni aliento. Yo no sé lo que es el lujo ni el exceso de dinero y poder; no conozco la situación burguesa donde la gratitud y la solidaridad han muerto. No, señor. Yo simplemente soy un maestro de escuela. Yo nací para esto, para crear conciencia y estar de lado de las mayorías. Soy así, es mi esencia, está en mi alma, en mi forma de ser. Sabemos que el cliché de “terrorista” asusta, amedrenta y mata ánimos, pero da nauseas y es efectivo para la represión, porque detrás de ella están los intereses de una élite a la cual usted se subordina y saluda con la mano a la altura de la sien. Pero déjeme hacerle otras preguntas: ¿Quién es más terrorista? ¿El magisterio qué reclama sus derechos? ¿O el Estado que promueve el miedo con su “democrática” Reforma Magisterial? Por ello, deje de utilizar esta trillada estratagema contra los maestros que se oponen a su servil política educativa. Política que supuestamente debería tener connotaciones nacionalistas –su línea- como usted nos hizo creer en el momento que iba de pueblo en pueblo invocando nuestros votos. Permítame, Presidente, solicitarle que en lugar de su famosa y comprensiva Ley del Negacionismo, debería reglamentarse el derecho a la insurgencia, a la rebelión ante casos de abuso y de injusticias que la Constitución Política del 79 defendía y por la cual usted hizo “teatro” en el Congreso al momento de su ascenso.

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Y usted preguntará por qué legalizar el derecho a la insurgencia, a la rebeldía. Porque sencilla y llanamente usted –y su hermano- la consagraron, le pusieron una hermosa cerecita roja. Ustedes, los Humala y su etnocacerismo hicieron uso de este derecho cuando se levantaron “supuestamente” contra Fujimori y Toledo. Ustedes con su ideología de la supremacía de la raza cobriza, dieron un golpe de estado. Se levantaron, se rebelaron, fueron insurgentes contra una versión o sistema legal, o sea fueron subversivos (debajo de la ley) y nadie, señor Presidente, nadie le endosó el calificativo de “senderista”. Es más, su hermano, sostiene y argumenta que fue un deber, un acto de heroísmo, un derecho. En consecuencia, ese derecho que usted glorificó, señor Humala, también le es legítimo al magisterio. La diferencia está en que nosotros los maestros del Perú no nos levantamos contra su investidura, no tomamos las armas, no matamos, no utilizamos la fuerza para llegar al poder -al Estado-, para satisfacer ambiciones personales egoístas. Nuestro trabajo, nuestra lucha va más allá de un plato de lentejas, va más allá de simples bonos afrentosos o nimiedades personales. Nosotros, señor electo por nosotros, luchamos por los necesitados, por los desvalidos, por los postrados, por aquellos que usted traicionó. No necesitamos un arma de fuego, nos basta la razón, la inteligencia, la educación, el libro, la conciencia. Por lo tanto, señor Presidente, respete nuestros derechos y ordene a su Premier que no ofenda al magisterio cuando dice que nuestra huelga, no tiene razón ni fundamento. Dígale que todo tiene fundamento y razón, de lo contrario no estaría ahí, en el Congreso, defendiendo intereses del gran capital o anunciando que su presupuesto 2013 es histórico y exuberante, cuando todos sabemos que no es ni la mitad de lo que realmente debería ser. Y dígale a su Ministra (no la nuestra porque no la elegimos) que se acuerde de sus orígenes, de sus bases, de su lactancia. Que asuma su posición, que recuerde que el maestro que no lucha contradice un postulado pedagógico. Dígale que no confunda nuestra humildad con torpeza, que no nos chupamos el caramelito de una gran Ley a favor del “magisterio”, cuando todos sabemos que son artimañas que su Estado (a bene placito del FMI) elabora para desprenderse de su mayor responsabilidad histórica: La educación de un país.

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En este sentido, Señor Presidente, sea coherente con sus hechos, demuestre su interés por la educación peruana, conecte su palabra con la acción. Pues si realmente la educación de niños y jóvenes fuera el centro de su preocupación, hace tiempo hubiese iniciado el trabajo aséptico de los medios de comunicación que día a día -y con el aval de su gobierno- contradicen nuestra labor docente y denigran la condición humana a extremos grotescos que lindan con la muerte. Cabe en estas líneas, por los últimos acontecimientos, hacerle extensiva mi “felicitación” por su inmejorable labor antisindicalista. No ha habido nadie mejor que usted para desarticular a un glorioso sindicato peruano. Un gremio que, en sus loables tiempos, mantuvo a raya la prepotencia de una clase abusiva. Usted le dado la estocada final al glorioso SUTEP, ha trabajado a la perfección las debilidades de nuestros grandes “representantes”, le ha dado en la yema del gusto a nuestras falencias sindicales y, sobre todo, al estilo Montesinos, “trabajó” a la perfección la pragmática frase: “Todos tienen un precio”. Todos sabemos el precio de cierta dirigencia sutepista, pero el problema no radica -por ahora-, en esta dirigencia, sino en quienes la corrompen, en quienes haciendo uso del poder estatal trastocan la línea magisterial. He ahí un delito que su Estado, supuestamente legal, se da el lujo de cometer: corrupción de funcionarios públicos; corrupción, chantaje y compra de docentes peruanos sin identidad. Bien por usted. Excelentes logros educativos de su gobierno, la historia peruana le tiene deparado un espacio singular. Palmas Magisteriales del Ministerio de Educación y el Premio Horacio Zevallos por su eficaz trabajo. Los desvalidos del Perú, aquellos que no conocen un aula, un desayuno, ni mucho menos un libro lo ovacionan hasta las lágrimas. ¡Salve, Ollanta! Por último, señor Presidente, a lo largo de 30 años, nos han ido arrebatando sistemáticamente todo nuestro esfuerzo y sacrificio. Nos han ido mermando derechos y beneficios propios de nuestra labor. Hoy nos quieren imponer una Ley que terminará por suicidar el derecho a una sociedad justa y solidaria. Una ley que evidencia la imposición de un sistema que considera un lastre al sector, pues la tipifica como un simple servicio que se vende y se compra. La educación, señor Presidente, sépalo, es un derecho inherente al ser humano y a una sociedad digna y justa.

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Un gran maestro peruano dijo alguna vez que: “El más alto cargo que un ciudadano puede desempeñar en una democracia es el de maestro de escuela. Cuando la sociedad actual se sacuda del egoísmo y de los perjuicios que anquilosan sus más vitales funciones y cuando el maestro, por su parte, se transforme en un líder social, entonces el magisterio habrá sobrepasado en importancia a cualquier otra actividad humana". Desde esta óptica, señor Presidente, tenga la amabilidad y el deber de respetar al Magisterio, al maestro que le endosó su poder para que usted solucione el calamitoso estado en que se haya nuestra educación. Hágalo, señor Presidente, sea eficiente con el pueblo que lo eligió, pero sin medrar derechos que costaron sangre y sudor. No me diga que no se puede, todo se puede, incluso hasta ser Presidente de la República. Continuará…

AERP.