CARTA PASTORAL A LOS HERMANOS -...

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CARTA PASTORAL A LOS HERMANOS

SER HERMANOS EN COMUNIDAD:NUESTRA PRIMERA ASOCIACIÓN

"Prometo unirme y permanecer en sociedadcon los Hermanos de las Escuelas Cristianas"

Hermano Álvaro Rodríguez Echeverría, FSCSuperior General

25 de diciembre de 2001

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25 de diciembre de 2001Natividad del Señor

Queridos Hermanos:

“Revístanse, pues, como elegidos de Dios, santos yamados, de entrañas de misericordia, de bondad,humildad, mansedumbre, paciencia soportándoseunos a otros y perdonándose mutuamente si algunotiene queja contra otro. Como el Señor los perdonó,perdónense también ustedes. Y por encima de todoesto revístanse del amor, que es el vínculo de la per-fección. Y que la paz de Cristo presida sus corazo-nes, pues a ella han sido llamados formando un soloCuerpo” (Colosenses 3, 12-15).

Con estos sentimientos de Pablo inicio esta carta pas-toral a los Hermanos pidiendo al Señor, Verbo encarna-do, que en esta Navidad y a lo largo del Año que vamosa iniciar nos permita descubrir una vez más “¡qué belloy qué tierno es ver a esos hermanos vivir juntos!” (Ps.133,1). Precisamente éste será el tema de la presenteCarta: reflexionar sobre nuestro ser Hermano en co-munidad como nuestra primera asociación.

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El año que termina

Al mirar al año que termina dos sentimientos embar-gan mi espíritu. En primer lugar no puedo ocultar undesasosiego por el rumbo de los acontecimientos delmundo a partir de la tragedia del 11 de septiembre, in-crementado por la guerra y sus secuelas, reforzadopor la incertidumbre que hoy vivimos y que vivenparticularmente los jóvenes ante su futuro y los po-bres ante la exclusión de los bienes más elementales.

Sin embargo, como dice San Pablo, donde abundó elpecado sobreabundó la gracia (Rom 5, 20). La es-peranza cristiana nos anima a descrubrir los signosde vida que hay en el mundo y por eso el segundosentimiento es de confianza en un Dios que quiereque todos se salven (1 Tim. 2,4), como nos lo recor-daba el Fundador, y con la certeza de que este Diosde la vida hecho carne en Jesucristo tendrá la últimapalabra sobre los ídolos de la muerte que hoy nosamenazan.

Algunas de las situaciones concretas que hoy más mepreocupan a nivel del Instituto son las siguientes.

En primer lugar el clima de inseguridad que en todaspartes estamos viviendo, particularmente en losEstados Unidos. Me siento muy unido a Hermanos ymiembros de la familia lasaliana que experimentande cerca esta realidad o han tenido que lamentar víc-

timas en los actos terroristas de hace unos meses.Creo que todos tenemos la impresión que la vida apartir de estos acontecimientos será distinta. Ojalásea ocasión de encontrar caminos de paz y de con-cordia, de solidaridad y de justicia para todos.

El escenario de la guerra sigue afectando a nuestrasobras de Tierra Santa. Ya el año pasado hablaba conpreocupación de la situación de las mismas, particu-larmente de nuestra Universidad de Belén. Por des-gracia las noticias no son mejores este año y la vio-lencia ha llegado hasta las puertas de la Basílica de laNatividad. Como fue publicado en nuestra páginaweb nuestra Universidad fue objeto de dos intermi-nables noches de intensos bombardeos israelíes du-rante la toma de Belén por el ejercito israelí. Todoslos edificios del campus, a excepción de la Bibliotecafueron afectados por los disparos. Hay pruebas de, almenos, cuarenta y cinco proyectiles de tanque y seencontraron cientos de balas. Sesenta y seis ventanasquedaron destrozadas, incluidas cuarenta del nuevoEdificio Académico, que ya veía próxima su inaugu-ración. La residencia de los Hermanos, habitada porocho americanos, tres británicos y un palestino, reci-bió por lo menos, ciento diez impactos en los dos úl-timos días, algunos de ellos en las habitaciones de losHermanos o cerca de ellas. Gracias a Dios no hemostenido que lamentar ningún muerto o herido. Pormedio de estas líneas quiero agradecer el valorosotestimonio de nuestros Hermanos y colaboradores,

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así como las muestras de interés manifestadas por laConferencia de Obispos de Estados Unidos en la per-sona de su Presidente Monseñor Fiorenza, y por va-rias dependencias vaticanas a las que pude informardurante el Sínodo.

La guerra en Afganistán, con sus consecuencias, estátocando más de cerca a nuestros Hermanos y lasallis-tas de Pakistán. Pienso también en nuestros Hermanosy familia lasallista de Colombia, de Sri Lanka y de laRepública Democrática del Congo y otros sectoresafricanos en donde la violencia se incrementa y no lo-gran llegar a feliz culminación los acuerdos de paz.Son situaciones de las que debemos sentirnos solida-rios y debemos pedir al Señor de la historia que nosayude a experimentar en carne propia los sufrimientosde los demás haciéndonos artesanos de paz.

Los 350 años del nacimiento del Fundador.

El año que termina nos ha permitido, también, cele-brar a nivel congregacional los 350 años del naci-miento de nuestro Fundador. Augurábamos que fueraun canto a la vida recibida por mediación de nuestroFundador y se concretizara en acciones en favor de lavida amenazada en todas sus formas particularmentela de los más pobres. Hermanos, no puedo imaginarun mejor tributo a nuestro Fundador, que aquel queresulta de un proyecto o programa en favor de lospobres. Espero que hayamos podido celebrar el 350º

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cumpleaños del Fundador con los jóvenes que esta-ban más cercanos a su corazón.

En torno a los “350” se han realizado con creatividadacciones de solidaridad y servicio. Es una lástima noconocerlas todas pero vale la pena señalar, comoejemplos, la realizada por Saint Mary's Press con laayuda de un Fondo Educativo Lasallista y una dona-ción privada de la comunidad de Winona, que repartió350 Biblias Católicas a jóvenes detenidos en centrosde recuperación de los Estados Unidos o la delColegio Guadiana La Salle de Durango, México Norteque creó un programa académico a nivel técnico para350 jóvenes necesitados y que al final soprepasó esenúmero adelantándose a nuevos aniversarios.

El distrito de Francia, cuna del Fundador, me invitó a par-ticipar en tres actividades que fueron programadas pararecordar este aniversario. En primer lugar el Encuentroen Reims de Equipos Lasalianos en donde pude compro-bar, una vez más, con admiración el compromiso a niveltanto espiritual como educativo de un buen número denuestros colaboradores seglares, muchos de los cualesviven ya verdaderos procesos de asociación.

No menos importante fue el encuentro con JóvenesHermanos europeos en Thillois, que con el tema: Ser Her-mano joven en el nuevo contexto del Instituto, compartie-ron sueños e ideales con una insistencia particular en labúsqueda de proyectos significativos para responder a las

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nuevas necesidades en el servicio de la educación de lospobres, y en la búsqueda también de una vida comunita-ria de calidad. Finalmente el Congreso de EducaciónLasallista de Lyon que en torno a la obra de San JuanBautista de La Salle en su tiempo ha hecho una profundareflexión en temas muy actuales del quehacer educativo.

La carta del Papa

Me parece que vale la pena señalarla aparte, aunqueestá en relación como todos sabemos, con los 350años del nacimiento del Fundador. El Papa en ungesto de paternal afecto ha querido asociarse a la ac-ción de gracias, de Hermanos y de todos los que com-parten nuestro ideal, por el ejemplo de San JuanBautista de La Salle, que fundó nuestro Instituto “pa-ra dar cristiana educación a los pobres y fortalecer ala juventud en el camino de la verdad” y, en relaciónal tema de la presente Carta, el Papa nos invita a hacervisible el don de la fraternidad hecho por Cristo a laIglesia. “Entonces la comunidad ejerce una fascina-ción natural y nace en ella una alegría de vivir que seconvierte en testimonio, aún en medio de las adversi-dades, y da a la vida religiosa una gran fuerza deatracción que es fuente de vocaciones” (nº 4).

El Sínodo de los Obispos

La invitación a participar como auditor me permitióvivir esta rica y ambivalente experiencia. Por un lado

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la posibilidad de conocer la increíble variedad culturalen la que el cristianismo se ha encarnado, las múltiplesiniciativas de amor cristiano y solidaridad, los sufri-mientos experimentados en tantos lugares, los idealesde hacer realidad el Reino de Dios. Por otra la limita-ción del mismo tema del Sínodo centrado en el Obispoque hizo que gran parte de las reflexiones giraran entorno a problemas internos. Personalmente eché demenos una palabra más fuerte de esperanza en elSeñor Jesús a un mundo sumido hoy en tantas dificul-tades y necesitado más que nunca de esperanza.

La intervención personal que tuve en el Sínodo fuesobre el Obispo y la diversidad carismática, refirién-dome particularmente a la vida religiosa laical dehombres y mujeres que constituye el 82.2 % de lavida consagrada, pero que como muy bien sabemos,no siempre es valorada y comprendida por los otrosmiembros del pueblo de Dios o es considerada comoincompleta o de segundo orden. Por eso expresé quees importante que los obispos conozcan la realidad dela vida consagrada laical, aprecien y favorezcan estavocación original que enriquece la variedad de donesde la Iglesia, que se reconozca su “ministerio ecle-sial” y que sus miembros puedan participar abier-tamente en los diversos organismos y consejos en quese estudian y deciden tanto los planes de pastoralcomo la naturaleza y propuestas de la vida religiosa,a nivel universal como local.

También expresé que ciertamente no faltan a nuestrascongregaciones laicales los desafíos, particularmenteen un momento histórico, en el que algunos se pre-guntan si el ciclo vital de la vida religiosa ha termi-nado. Asimismo les manifesté que tengo la impresiónde que a menudo al hablar hoy de la vida religiosa nosfijamos en estadísticas y retrocesos y no tanto en res-puestas urgentes a las necesidades de hoy. Me pareceque debemos partir de una vida religiosa que no secentre en ella misma sino que se abra a las necesida-des del mundo. Aquí es en donde necesitamos elapoyo y la guía de nuestros obispos para que nuestravida religiosa pueda ser no sólo memoria del pasado,sino sobre todo profecía del futuro (NMI 3).

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SER HERMANOS EN COMUNIDAD:NUESTRA PRIMERA ASOCIACIÓN

“Prometo unirme y permanecer en sociedad conlos Hermanos de las Escuelas Cristianas”

“El Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cris-tianas es la primera forma de asociación querida porJuan Bautista de La Salle. El voto de los orígenes queasocia al Fundador con doce Hermanos en 1694, parael servicio educativo de los pobres, es la fuente de lasasociaciones lasalianas entre seglares y religiosos quequieren juntarse para trabajar en la misión lasaliana.Éste es el origen de las nuevas respuestas asociativaspara la misión” (Circular 447, págs. 3 y 4).

Si hay un tema que llevo profundamente enraizadoen mi corazón es el de nuestra fraternidad. Segu-ramente todos recuerdan mis primeras palabras des-pués de la elección que hoy vuelvo a reafirmar:“Nuestro tesoro, nuestro secreto, nuestra mayor ri-queza es ser Hermanos”. Creo que el texto de nues-tro último Capítulo General con el que inicio estasreflexiones nos da la clave de tal importancia que vamás allá de lo meramente emotivo. La comunidadfue para el Fundador y los primeros Hermanos la pri-mera forma de asociación, y no solamente esta pri-mera vivencia comunitaria sino la concretizada encada una de nuestras comunidades debe ser motiva-ción y origen de nuevas respuestas asociativas para

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la misión. Abrirnos a la asociación con los seglaresno disminuye la importancia de la comunidad de losHermanos, al contrario la potencia y le da nueva vi-talidad y empuje.

En el 42º Capítulo General de 1993 me llamaron laatención dos calificativos dados a nuestra fraternidadque me parecen originales y comprometedores. El pri-mer calificativo es del Padre claretiano Cristo ReyGarcía Paredes: “Propio de ustedes es exagerar lafraternidad cristiana. Por eso se denominan Herma-nos” (Boletín 239, pág. 33); el segundo lo encontra-mos en el Mensaje del 42º Capítulo General: “Her-manos que viven una fraternidad contagiosa entreellos, en favor de sus alumnos y con todos los quequieren asociarse a su trabajo” (Circular 435, pág. 8).

Estamos llamados a ser testigos de la fraternidad. Nosé si hemos sabido explotar nuestra fraternidad,nuestro ser Hermanos, como uno de los elementosproféticos de nuestra vocación, como uno de los ele-mentos más importantes de nuestra misión.Tendríamos que preguntarnos hasta qué punto hoynuestra fraternidad es exagerada y contagiosa. Y estoes particularmente importante ya que el mundo y lavida religiosa en particular están redescubriendo elvalor y la necesidad de la comunidad.

Por otra parte la vida comunitaria cobra, en el mo-mento histórico que vivimos, una connotación del

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todo especial. En el mundo globalizado de hoy y conla caída de las grandes ideologías estamos viviendoun momento apasionante en el que la búsqueda decomunión se está convirtiendo en algo fundamental.Hoy más que cruzados que defienden una idea nossentimos buscadores de una verdad que se enriquececon la participación de todos. La cosmología y la so-ciología actuales han dejado de lado la competiciónentre los seres en la que insistía Darwin, o la lucha declases que caracterizó al marxismo.

Sin embargo no faltan, y esto se ha manifestado confuerza en los últimos meses, señales preocupantes designo opuesto. Un terrorismo irracional que sacrificavíctimas inocentes, un fundamentalismo religioso queen nombre de Dios justifica la violencia, la prolonga-ción y endurecimiento de conflictos entre pueblos queno llegan a encontrar solución, una aparente oposi-ción, manejada a veces con fines políticos, entre Islamy Cristianismo, la guerra con su secuela de destruc-ción, la extensión del desempleo, la emigración cre-ciente, la falta de porvenir para muchos niños y jóve-nes abandonados en la calle, la fabricación y venta dearmas y la globalización misma que deja afuera y ex-cluidas a grandes mayorías empobrecidas…

De cara el nuevo milenio que acabamos de empezarJuan Pablo II ha invitado a la Iglesia a ser la casa y laescuela de la comunión y nos invita a todos a promo-ver una espiritualidad de la comunión: “proponién-

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dola como principio educativo en todos los lugaresen donde se forma al hombre y al cristiano… signifi-ca ante todo una mirada del corazón sobre todohacia el misterio de la Trinidad que habita en nos-otros, y cuya luz ha de ser reconocida también en elrostro de los hermanos que están a nuestro lado…Espiritualidad de la comunión es también la capaci-dad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro,para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: “Undon para mí”, además de ser un don para el herma-no que lo ha recibido directamente” (NMI 43).

El documento Vita Consecrata, a su vez afirma: “Lavida consagrada posee ciertamente el mérito dehaber contribuido eficazmente a mantener viva en laIglesia la exigencia de la fraternidad como confesiónde la Trinidad. Con la constante promoción del amorfraterno en la forma de vida común, la vida consa-grada pone de manifiesto que la participación en lacomunión trinitaria puede transformar las relacio-nes humanas” (V.C.41).

Desde los acontecimientos que hemos vivido a partirdel 11 de septiembre pasado y que directa o indirec-tamente nos han afectado a todos, la unidad de la fa-milia humana está en juego y nuestro testimonio co-munitario cobra nuevo sentido y fuerza. Ante la in-certidumbre planetaria, ante el terrorismo, ante laguerra, ante la pobreza creciente… debemos sentir-nos, en primer lugar, solidarios con todos los que su-

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fren y buscan respuestas a un futuro nada claro y ensegundo lugar manifestar con nuestra propia vidaque es posible un modelo alternativo de sociedadcentrado en los valores evangélicos y hecho visiblecon nuestra vida comunitaria.

El tema de esta carta espero pueda inspirar nuestraoración, motivar nuestra reflexión e impulsar nuestraacción para llevar así a la práctica en cada distrito lapropuesta 18 de nuestro 43º Capítulo General: “ElCapítulo General pide que cada Distrito, Subdistritoy Delegación promueva un año de renovación denuestra vida comunitaria, apoyándose en el descu-brimiento de los elementos fundamentales de la espi-ritualidad de San Juan Bautista de La Salle”(Circular 447, pág. 43).

Una mirada a nuestros orígenes

El Fundador en términos proyectivos y de futuro noshabla de “espíritu de comunidad”: “Se manifestaráy se conservará siempre en este Instituto verdadero es-píritu de comunidad” (R.1718, C.3, 1). Se trata de unespíritu que supone una unión tan estrecha, tan íntimay estable, que sea reflejo y anticipo de la que existe enla Trinidad “no en todo, puesto que las tres tienen unasola esencia; mas sí por participación, y de tal mane-ra que la unión de espíritu y de corazón que Jesucristoansía entre los Apóstoles produzca el mismo efectoque la unión esencial existente entre el Padre, el Hijo

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y el Espíritu Santo” (Meditación 39,3).

Sabemos cómo el Juntos y por Asociación fue para elFundador y los primeros Hermanos una mística, unideal, la característica esencial. Se trataba de vivir alestilo de la primera comunidad cristiana. De no sersólo maestros para los jóvenes, sino también, herma-nos, amigos, servidores; de colaborar en la obra deDios construyendo un mundo fraternal a imagen dela Trinidad.

La Regla nos presenta en uno de los textos que per-sonalmente más valoro los elementos constitutivosde la comunidad de nuestros orígenes y que, aunqueya había citado en mi primera Carta Pastoral, me pa-rece importante volver a recordar: “Juan Bautista deLa Salle se sintió movido a fundar una comunidadde hombres, que iluminados por Dios y en sintoníacon su designio salvador, se asociaron para darrespuesta a las necesidades de una juventud pobrey alejada de la salvación. Hoy como ayer, toda co-munidad de Hermanos descubre en dicho aconteci-miento sus motivaciones fundamentales” (R.47).

Este texto nos presenta los tres elementos fundamen-tales de toda comunidad, la de ayer y la de hoy. Enprimer lugar, el Fundador y los primeros Hermanosviven una experiencia de Dios, experimentan una pa-sión por Dios, tanto que el “procurar su gloria” seconvierte en objetivo existencial; experimentan un

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vaciarse de sí mismos para contemplar el mundo y lahistoria de los hombres, con los ojos de Dios. DelDios de Jesucristo que asume la historia del hombre.La Regla lo expresa claramente cuando nos dice que“San Juan Bautista de La Salle, atento por inspira-ción de Dios...” (R. 1), “Juan Bautista de La Salledescubrió a la luz de la fe...” (R. 11). Podíamos ha-blar de un momento místico.

En segundo lugar, hay una mirada al mundo, en elque se descubren formas concretas de negación delReino. Es un acercamiento gratuito, misericordioso,transformador. Es la pasión por el mundo. Es la mi-sión, el momento político, en el que se descubre quela mayor gloria de Dios es que el hombre viva. En losmismos textos de la Regla aparece este segundo mo-vimiento. “Atento al desamparo humano y espiritualde los hijos de los artesanos y de los pobres...” (R.1), “Impresionado por la situación de abandono delos hijos de los artesanos y los pobres...” (R. 11).

En tercer lugar, se da una respuesta comunitaria, naceun cuerpo que se organiza históricamente para dina-mizar el mundo en la dirección del proyecto de Dios.“Reunió a esos maestros en comunidad y fundó luegocon ellos el Instituto de los Hermanos de las EscuelasCristianas” (R 1). Es el momento organizativo quedebe brotar de una mística y de una política común.

Hoy, la fidelidad dinámica a nuestros orígenes nos

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debe llevar a reactualizar este triple movimiento: es-piritual, analítico y operativo. Nuestra vida comu-nitaria debe estar alimentada, sostenida y motivadapor esta triple experiencia común. De lo contrario lavida comunitaria sólo sería una experiencia “institu-cionalizada” que se reduciría a aceptar normas ex-trínsecas, a conformarse con reglas, reglamentos ycomportamientos o, como reacción contraria, a ence-rrarse en un individualismo egoísta.

La primitiva comunidad lasaliana tiene concienciaque no es simplemente un conjunto de individuosque se encuentran reunidos por accidente o casuali-dad. Es una asociación de personas que tejen entre sílazos fraternales, a partir de una idéntica experiencia:la de haber sido “atrapados” por Dios para el servi-cio de los jóvenes pobres.

Blain comprendió que aquí se encontraba una de lasgrandes intuiciones lasallistas, y lo expresó en térmi-nos que esta vez son muy apropiados: “El nombre deHERMANO era el que convenía y el que se tomó…Este nombre les enseña que la caridad que dio ori-gen a su Instituto debe ser el alma y la vida delmismo; que la caridad debe presidir todas sus deli-beraciones e informar todos sus designios; que esella la que los debe poner en marcha y la que deberegular todos sus procesos y animar todas sus pala-bras y todos sus trabajos. Les dice que, Hermanosentre ellos, deben ofrecerse testimonios recíprocos

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de una amistad tierna aunque espiritual. Y que, te-niendo que considerarse los hermanos mayores deaquellos que vienen a recibir sus enseñanzas, debenejercer este ministerio de caridad con un corazón ca-ritativo” (C.L. 1 7, págs. 240-241).

Para el Fundador la comunidad concreta es el lugarde la educación evangélica de sus miembros: “En lascomunidades, principalmente, es donde el buenejemplo brilla con más lustre, y donde adquieremayor eficacia. Cuantos viven en ellas se animan deconsuno a practicar lo más santo y más perfecto quecontienen las máximas evangélicas” (Meditación180,1). Es por eso que el modelo de la primitiva co-munidad cristiana presentado por los Hechos espunto de referencia permanente: “¿Son una solacosa con sus hermanos? ¿Les hablan y les tratan conamor? ¿No hacen caso de repugnancias o antipatí-as? Convénzanse de que han de revivir en las comu-nidades los sentimientos de los primitivos cristianosquienes no tenían más que un corazón y un alma”(M. 113,2.)

Finalmente para el Fundador el futuro del Institutodepende de la calidad de nuestra vida comunitaria.Veíamos que en la Regla de 1718 en una mirada pro-yectiva, nos invita a conservar el espíritu de comuni-dad. Y en una de las Meditaciones que nos proponepara evaluar el año que termina nos lo dice con todaclaridad: “Piedra preciosa es la unión en una comu-

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nidad; por eso la recomendó reiteradamenteJesucristo a sus Apóstoles antes de morir. Perdidaella todo se pierde. Consérvenla, por tanto cuidado-samente, si quieren que permanezca su comunidad”(Meditación 91,2).

Jesús nuestro hermano

Nuestra comunidad es cristocéntrica y no egocéntri-ca. La comunidad tiene como piedra fundamental aJesucristo: “Ustedes son la casa... cuya piedra an-gular es Cristo Jesús. En él toda la construcción seajusta y se alza para ser un templo santo en elSeñor” (Efesios 2,20-21). La centralidad del misteriode Cristo es una constante lasaliana. Para elFundador, Jesucristo está en medio de nosotros en lacomunidad y por eso el primero de los frutos quebrota de esta presencia es “que todas nuestras accio-nes se refieran a Cristo, y tiendan a Él como a sucentro, y saquen toda su virtud de Él, como los sar-mientos sacan su savia de la cepa; de modo que hayaun movimiento continuo de nuestras acciones aCristo y de Cristo a nosotros, puesto que Él es quienles da el espíritu de vida” (EMO 34)

En un recorrido evangélico, ciertamente incompletopodemos descubrir qué significa para Jesús ser her-mano. La parábola por excelencia, la del hijo pródi-go, que bien podíamos llamar también la de los doshermanos, nos da una pista iluminadora al respecto.

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El hermano mayor de la parábola con relación al her-mano que regresa se expresa despectivamente di-ciendo al padre: ese hijo tuyo. Y el padre responde:ese hermano tuyo. Jesús nos hace ver que ser y sen-tirnos hermanos es la mejor manera de valorizar a laspersonas (cf. Lc.15, 30-32).

De ahí la invitación que nos hace a no buscar ningúnotro calificativo. “Vosotros, en cambio, no os dejéisllamar rabí, porque uno solo es vuestro Maestro; yvosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadiePadre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vues-tro Padre: el del cielo” (Mt.23, 8-9).

Después de su resurrección Jesús no encuentra mejortítulo para sus discípulos que el de mis hermanos:“Dícele Jesús: Deja de tocarme, que todavía no hesubido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles:Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vues-tro Dios” (Juan 20,17).

El ser hermano que comparte nuestra sangre y carne,que se asemeja a sus hermanos, que es solidario consus sufrimientos, fue lo que hizo a Cristo sacerdotemisericordioso y fiel, iniciador de nuestra salvación.“Por tanto, como los hijos comparten la sangre y lacarne, así también compartió él las mismas, para re-ducir a la impotencia mediante su muerte al quetenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo,y liberar a los que, por temor a la muerte, estaban de

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por vida sometidos a esclavitud. Porque, ciertamen-te, no es a los ángeles a quienes tiende una mano,sino a la descendencia de Abraham. Por eso tuvoque asemejarse en todo a sus hermanos, para ser unsumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que toca aDios, y expiar los pecados del pueblo. Pues, habien-do pasado él la prueba del sufrimiento, puede ayu-dar a los que la están pasando” ( Hb. 2,14-18).

Estamos llamados a reproducir la imagen del Hijo,porque Él es el primogénito. Como en una familia loshermanos menores sienten la necesidad de imitar asus hermanos mayores, así también nosotros estamosllamados a reproducir la imagen de Jesús nuestrohermano mayor. “Pues a los que de antemano cono-ció, también los predestinó a reproducir la imagende su Hijo, para que fuera él el primogénito entremuchos hermanos” (Rm. 8,29).

Pero hay algo más. Como lo expresa VitaConsecrata, la comunidad es sobre todo un espacioteologal que nos permite actualizar el misterio deJesús resucitado, como ya lo había intuido elFundador al proponernos como uno de los modos deponernos en la Presencia de Dios, la presencia vivade Jesús en medio de los que están reunidos en sunombre. “En la vida de comunidad, además, debehacerse tangible de algún modo que la comuniónfraterna, antes de ser instrumento para una determi-nada misión, es espacio teologal en el que se puede

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experimentar la presencia mística del Señor resuci-tado” (V.C.42).

Comunidad fraterna

Quisiera partir de un texto de un Misionero delSagrado Corazón, amigo personal en Guatemala, pu-blicado hace algunos años en el boletín de laConferencia de Religiosos de ese país: “La comuni-dad religiosa se expresa y realiza no basándose enestructuras sino de “amigos”, como dijo Jesús, quequieren participar más radicalmente en su vida y mi-sión para testimoniar la fraternidad y filiación a laque todos los hombres están llamados. Por eso, ha deser lugar para confirmarse en la fe y dejarse confir-mar. Y el primer criterio de la vida comunitaria es serverdaderamente cristiana. Para eso, tenemos quepreguntarnos si, de hecho existe respeto, serviciali-dad, libertad, participación, colaboración, responsa-bilidad, alegría, sensibilidad, comprensión etc. Y estova más allá de toda norma y estructura. Para conse-guirlo se hace indispensable el diálogo y el discerni-miento comunitario y crear espacios para que sea po-sible” (Ángel García, Carta Confregua, agosto 93).

Lo anterior me parece fundamental; la comunidaddebe favorecer el crecimiento de la persona de cadauno de los Hermanos. El principio de individualidady el de pertenencia deben crecer a la vez. Cada per-sona debe tener su nombre propio y su apellido

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común. La comunidad debe integrar unión y diferen-ciación; aspiraciones personales y espíritu de grupo;exigencias psicológicas y bien común; ProyectoPersonal y Proyecto Comunitario.

La solución a estas tensiones necesarias y dinámicassólo se logra con el equilibrio de polaridades, cons-cientes que el individuo no se puede realizar sin lacomunidad y que la personalización no acaba en elsujeto, sino en el ser para los demás, en el olvido desí, en la comunidad y la misión.

Conscientes también que el crecimiento de la perso-na no significa, como a veces se puede entender, in-dividualismo. El individualismo es la negación deldiálogo y de la comunión con Dios y con los hom-bres. Es la pretensión de tener hilo directo con Dios,sin tener en cuenta las mediaciones humanas.

Hay dos maneras de entender el crecimiento en comu-nidad. El primero concibe la comunidad como ámbito:estilo de vida, actos comunitarios, plataforma de traba-jo, techo común, estructuras... El segundo, la concibecomo relación, comunión, intersubjetividad. Si en elpasado pensábamos que para mejorar la comunidad te-níamos que cambiar sobre todo las estructuras, hoycreemos que para mejorar la comunidad debemossobre todo fortificar y enriquecer nuestras relaciones.

Esto nos evitará reducir la vida comunitaria a una

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plataforma para el trabajo o caer en el individualis-mo, disponiéndonos a caminar con otros, a dialogar,confrontar, dejarnos interpelar, consensuar… Estonos ayudará también a descubrir el valor transforma-dor del amor y a experimentar que el Reino de Diosestá en medio de nosotros cuando crecemos juntos,nos cuidamos mutuamente, realizamos proyectos co-munes, oramos unidos, compartimos el sufrimiento.Creo que nadie niega nuestra capacidad de trabajo.Pero el trabajo no garantiza el desarrollo de algunasde las dimensiones fundamentales del ser humano.En el apostolado somos en el mejor de los casosHermanos mayores, pero ¿qué pasa con nuestro niñointerior? Necesitamos espacios gratuitos de encuen-tro. Simplemente estar ahí, conversar, compartir. Delo contrario no sería extraño que buscáramos afueralo que no hemos sido capaces de crear adentro.

Se trata por consiguiente de una relación que no noshaga vivir al lado de, sino con nuestros Hermanos. Eneste sentido podríamos hacer nuestras las palabras deRut. “A donde tú vayas iré yo; donde tú vivas, viviréyo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde túmueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo lamuerte podrá separarnos” ( Rut 1, 16-18).

Me parece que uno de los elementos más importan-tes para vivir una auténtica fraternidad es el sentidode realismo. El realismo significa la reconciliacióncon mis características personales y con mi propia

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historia. El sentido de realismo lo debo aplicar, tam-bién, a la comunidad, recordando con Bonhoefferque quien ama su sueño de la comunidad más que ala comunidad misma, termina por destruirla. El padreRadcliffe en una Carta enviada a los Dominicos en1998 recordaba el caso de aquel Maestro de noviciosque ante la desilusión de uno de sus novicios quehabía descubierto el lado frágil, pecador y ambiguode sus Hermanos, le decía “Me encanta oírte decirque ya no nos admiras. Ahora hay una oportunidadde que puedas llegar a amarnos”

El primer paso si quiero vivir con autenticidad lavida comunitaria es asumir mi realidad como algoque me condiciona y que a la vez me abre un cami-no hacia nuevas posibilidades. “Quien conoce todossus abismos, sus zonas sombrías, sabe que sólopuede vivir en plenitud el que es comprensivo consi-go mismo, el que es capaz de decirse sí, tal como hasido creado. Sólo cuando alguien se ha aceptado a símismo puede aceptar al que busca consejo sin juz-garle. Sólo se puede ser misericordioso con losdemás si se es misericordioso con uno mismo, si noshemos reconciliado con nuestra propia oscuridad.”(Anselmo Grün, Portarse bien consigo mismo).

Desde la fe, la aceptación de sí mismo nace de la ex-periencia personal del amor incondicional y gratuitode Dios, de su perdón incansable, de la certeza de supresencia cercana. Actitudes que estoy invitado a

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vivir, en la lógica evangélica, en la relación con mishermanos.

Nuestra comunidad debe ser lugar de diálogo. ElJuntos y por Asociación del Fundador debe seguir te-niendo vigencia en nuestras comunidades, hoy mástodavía, en un mundo en donde la comunicación y laparticipación se han desarrollado a niveles insospe-chados, pero donde también los odios y las distanciashan aumentado. Vita Consecrata nos pide que el diá-logo interno en la comunidad se abra a un mundo di-vidido e injusto fomentando una espiritualidad de lacomunión “ante todo en su interior y, además, en lacomunidad eclesial misma y más allá aún de susconfines, entablando o restableciendo constantemen-te el diálogo de la caridad, sobre todo allí donde elmundo de hoy está desgarrado por el odio étnico olas locuras homicidas. Situadas en las diversas so-ciedades de nuestro mundo... las comunidades devida consagrada, en las cuales conviven como her-manos y hermanas personas de diferentes edades,lenguas y culturas, se presentan como signo de undiálogo siempre posible y de una comunión capaz deponer en armonía las diversidades" (V.C.51).

Comunidad de oración

Siempre me ha interpelado profundamente el textosiguiente de nuestra Regla: “El carácter que distin-gue a la comunidad de los Hermanos es ser comuni-

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dad de fe en la que se comparte la experiencia deDios” (R.48). En más de una ocasión me he pregun-tado si realmente es éste el carácter que distinguenuestras comunidades de Hermanos. Consciente quela fe es una realidad más amplia y que no es posiblemedirla externamente quisiera concentrar mi aten-ción en un aspecto muy específico pero fundamentalde la misma: nuestra vida de oración comunitaria.

Orar juntos u orar solos, es una realidad que en rela-ción con la oración mental se vive de diferentes mane-ras en el Instituto. De hecho la Regla de 1987 dejaabiertas ambas posibilidades. Por una parte “el hombrede hoy experimenta cierto gusto por la soledad y rei-vindica su derecho a ella” (Louf), por otra, lo caracte-rístico de nuestra época es la dimensión social, quetiene repercusión en nuestra misma oración: “Otro as-pecto de esta oración nueva es la necesidad de com-partir esta experiencia con los otros. Es decir, la nece-sidad de orar juntos, comunicándonos las riquezas delEspíritu” (Cardenal Pironio). Sin duda es importantebuscar un equilibrio, conscientes de que la oraciónmental es ante todo algo personal, pero conscientestambién del apoyo que necesitamos de la comunidad yde la necesidad de compartir nuestra experiencia deDios, que la Regla califica de carácter distintivo.

La Iglesia nos invita hoy a una oración comunitariade la Palabra de Dios. “La meditación comunitariade la Biblia tiene un gran valor. Hecha según las po-

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sibilidades y las circunstancias de la vida de comu-nidad, lleva al gozo de compartir la riqueza descu-bierta en la Palabra de Dios, gracias a la cual loshermanos y las hermanas crecen juntos y se ayudana progresar en la vía espiritual” (V.C.94). Esto nosdebe ser ya familiar porque responde a nuestra espi-ritualidad lasallista que parte siempre de la palabrade Dios como lo podemos ver en nuestro Método deOración.

Salir de nosotros mismos nos ayuda a no endurecer-nos en nuestra manera de ver y de sentir. En este sen-tido la mediación de la comunidad es muy importan-te. Sabemos que Dios nos habla a través de la comu-nidad. Es un principio evangélico al que dio muchafuerza nuestro Fundador: “¡Cuánta dicha la mía, ohDios mío, la de hacer oración con mis amadosHermanos, puesto que, según vuestras palabras, te-nemos la ventaja de teneros en medio de nosotros!Estáis presente, oh Jesús mío, para derramar vues-tro Espíritu sobre nosotros, según lo decís por vues-tro Profeta, como lo derramasteis sobre vuestrosApóstoles... Concededme también, por vuestra pre-sencia en medio de nosotros reunidos para orar, lagracia de tener íntima unión de espíritu y de corazóncon mis Hermanos...” (E.M.O. 10).

Me parece que una forma privilegiada de nuestra ora-ción comunitaria debe ser la oración compartida. ElEspíritu que nos santifica, la unión de la comunidad,

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el celo en el ministerio apostólico se ven reforzadospor esta oración. Si creemos que los que estamos reu-nidos en nombre de Jesús, gozamos de la presenciadel Espíritu, creeremos también que el Espíritu se nospuede manifestar a través de nuestros Hermanos. Laoración compartida nos puede ayudar a salir de nues-tro mundo espiritual, a menudo estrecho y centradoen los mismos contenidos, para abrirnos a nuevos ho-rizontes. Por otra parte esta oración nos permitirátambién descubrir a nuestros hermanos, tal como son,con sus riquezas insospechadas y sus limitaciones ydificultades no siempre exteriorizadas.

Es importante no olvidar que la oración es ante todoescucha de Dios, que se manifiesta también en el si-lencio. Aún en la oración compartida no debemosabusar de la palabra. Debemos dar espacios al silen-cio después de la oración de cada uno para mejordescubrir e interiorizar la palabra que el Señor por sumedio nos comunica.

Hay en el Evangelio un “icono” que revela este es-píritu de compartir fraternalmente en la oración. Esel paralítico que algunos amigos en una camilla lle-van para presentarlo a Jesús y abren un boquete en eltejado y lo descuelgan por ahí. Lo que les interesaba,nos dice Lucas, era ponerlo “delante de Jesús” (Lc.5,18-19) y añade que Jesús “viendo la fe que tenían”(Lc.5, 20) le perdonó sus pecados y luego lo curó.¡Qué fuerza tiene la intercesión fraterna! Más que

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una comunidad que recita oraciones, lo importante eslograr una oración que cree comunidad.

Compartir la oración no significa necesariamente in-vocar juntos, estar físicamente presentes. Es másbien comunión de unos y otros en Dios; hacer que losotros formen parte de mi relación con Dios. “Hemosde llevar a la oración a nuestros semejantes y lograrfinalmente esta unidad en la oración. A menudo notenemos un solo corazón porque estamos muy lejosunos de otros a causa de que nuestras realidadespersonales son muy distintas. ¿Cómo ser una solacosa? Sólo en Dios que nos ha creado y nos mantie-ne en el ser tal como somos cada uno; sólo en Diosque es el fin último de todas las cosas por distintasque sean, y de todos los hombres; sólo en Dios en elque todos vivimos, nos movemos y somos. Sólo en éles posible esta unidad. Pero sólo estamos en Dios sioramos” (Karl Rahner).

Quisiera terminar este punto haciendo alusión al mo-mento cumbre de nuestra oración comunitaria; merefiero a la celebración eucarística, tiempo fuerte dela jornada de una comunidad de consagrados. Porquela Eucaristía en el fondo no es sino compartir: com-partir el cuerpo y la sangre de Jesús, compartir la vo-luntad de salvación y la disposición al sacrificio deeste cuerpo roto y esta sangre derramada. La Regla loexpresa bellamente: “Toda la vida de los Hermanosestá animada por el misterio eucarístico. Cada día

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siempre que sea posible, participan en su celebra-ción. Allí, en la comunión con la muerte y resurrec-ción de Cristo y en la escucha de la Palabra, se rea-liza comunitariamente la unidad de los corazones enel mismo Espíritu y para la misma misión” (R.70).

No debemos tampoco olvidar que es imposible co-mulgar con el Pan sin comulgar con la Palabra y esimposible comulgar con la Palabra sin comulgar conla Historia de aquellos niños y jóvenes que vienen anosotros a media noche como huérfanos pobres ydesvalidos (cf. Meditación 37). Pan, Palabra,Historia es el triángulo en el que debe moverse laComunidad.

Comunidad apostólica

El Fundador y los primeros Hermanos tienen con-ciencia de la importancia de la comunidad como basede la acción apostólica. Por eso, según Blain, elFundador ante el abandono de casi todos los maes-tros y ante el temor de ver perecer la obra, la soluciónque encuentra en 1691 es la renovación de la comu-nidad: “Después de madura reflexión sobre los me-dios convenientes para apuntalar un edificio queamenazaba ruina al mismo tiempo que se lo levanta-ba, le vino la inspiración: 1. De asociarse con losdos Hermanos, a los que consideraba más idóneospara sostener la naciente comunidad y de compro-meterlos con él, mediante vínculo irrevocable, a se-

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guir trabajando por consolidarla. 2. De buscar cercade París una casa apropiada para restablecer lasalud de los Hermanos agotados y enfermos. 3. Dereunir allí, durante las vacaciones a todos sus hijos,ocupándolos en ejercicios espirituales, para devol-verles, con su primer fervor, el espíritu y la gracia desu estado... 4. De establecer un Noviciado para laformación de los sujetos”.

Creo que hoy algunos Hermanos piensan que lo quedan a la comunidad se lo están quitando a la misióny no se dan cuenta que el testimonio comunitario esya misión y yo diría que una de nuestras principalesmisiones sobre todo si pensamos que la vida religio-sa no solamente debe ofrecer servicios sino sobretodo ayudar a otros a encontrar sentido.No podemosreducir la comunidad a un simple medio para elapostolado.

Que la comunidad sea apostólica significa que no debe-mos quedarnos encerrados en la cultura del intimismoque nos lleva a una vida privada que gira en torno aldesarrollo de la propia individualidad y pone la realiza-ción personal por encima de las necesidades del mundo.Está claro que éste no es el modelo de comunidad evan-gélica intuido por San Juan Bautista de La Salle.

El “somos pobres Hermanos” del Fundador en lameditación de la Navidad es posiblemente la mayorriqueza que podamos dar a un mundo cada día más

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dividido, indiferente al dolor, marcado por las in-justicias y las desigualdades. Es posible ser herma-nos, se puede vivir de otro modo. Vengan y vean,nuestra comunidad lo testifica. De esta manera pro-longamos la intuición que dio origen a la primeracomunidad lasallista “dar respuesta a las necesida-des de una juventud pobre y alejada de la salva-ción” (R. 47).

La comunidad no existe para sí misma sino que estáen función de una misión. Su valor radica en ser me-diación de los valores del Evangelio. Se trata de unacomunidad apostólica. Como dice Juan RamónMoreno, uno de los jesuitas asesinados en ElSalvador: “El elemento unificador de la comunidadno es tanto la convivencia, cuanto el mirar juntoshacia el mundo, el pueblo, las gentes, dejando quesea una realidad concreta, ese pueblo de carne yhueso, el que configure nuestra acción y nuestromodo de vida”.

Si queremos que nuestras comunidades sean una res-puesta a las inquietudes de los jóvenes y del mundo,deben ser, como lo fue la comunidad de nuestros orí-genes, comunidades samaritanas. Después de descri-bir la situación lamentable de los niños pobres de sutiempo el Fundador nos dice: “Dios se ha dignadoponer remedio a tan grave mal estableciendo lasEscuelas Cristianas, donde se enseña gratuitamente,sólo por la gloria de Dios...” (M.T.R. 194,1). Hoy

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también nuestras comunidades deben estar atentas alos jóvenes heridos al borde del camino, por su pre-sencia cercana, su solidaridad activa, su creatividadfecunda.

Comunidad abierta

La asociación, a la que nos ha invitado el últimoCapítulo General, tiene repercusiones en el tipo decomunidad que debemos vivir hoy. No debemos re-ducir nuestra vida comunitaria a las personas conquienes compartimos la misma casa. Vivir hoy la co-munidad significa abrirnos, como en círculos con-céntricos a partir de nuestra comunidad de Hermanosa todas las personas que comparten nuestra misión yse esfuerzan con nosotros porque esta misión se rea-lice.

Una comunidad, sobre todo, es aquella cimentada enpersonas comprometidas en lo esencial. Podemos re-cordar cómo la consagración de 1694 de nuestros ini-cios fue capaz de crear comunidad. Una Comunidadnace de una preocupación y de un gran amor por losotros, que va más allá de todas las normas y de símismo. Me gusta recordar a menudo el texto deNietzsche en el que afirma que cuando tenemos unpor qué para vivir somos capaces de superar cual-quier cómo. Hoy ese por qué lo estamos compartien-do con los seglares con quienes nos asociamos paradar a nuestro carisma una nueva vitalidad. Es natural

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que les abramos las puertas de nuestros corazones yde nuestras comunidades.

Es importante que los Hermanos no olvidemos elpor qué de nuestra asociación comunitaria y el porqué de esta nueva asociación con los seglares. Megusta aplicar a la Asociación lo que St-Exupéry dicede la amistad. “No se trata tanto de vernos los unosa los otros sino mirar juntos en la misma direc-ción” Y esta dirección no puede ser otra que el ser-vicio educativo y evangelizador de los jóvenes po-bres y a partir de ellos, de todos los jóvenes. Es apartir de esa finalidad que deben construirse las es-tructuras que aseguren nuestra asociación y le denconsistencia.

Me parece que debemos ver en la asociación un mo-mento de gracia y renovación. Sé que en el Institutoalgunos Hermanos tienen sus dudas al respecto ytemen que nuestra vocación se diluya. Personalmen-te pienso todo lo contrario. Sabemos que el carismanació como un movimiento y lo hemos hecho unainstitución. Es un proceso inevitable y necesario.Pero es importante reavivar de vez en cuando elfuego que nos hizo nacer y revivir el momento mís-tico de nuestros orígenes. ¿No estaremos viviendo unmomento de nueva frescura carismática con la san-gre nueva y la nueva lectura que hoy están haciendolos seglares? Esta nueva lectura ¿no será una oportu-nidad para renovar nuestra vida comunitaria?

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Estoy convencido que en la nueva asociación a laque hoy se abre el Instituto, la comunidad deHermanos juega un papel específico irreemplazable.Las relaciones gratuitas, igualitarias, serviciales, so-lidarias de los miembros de la comunidad y de éstamisma con otros grupos, son el mejor testimonio enun mundo abocado a las relaciones comerciales, dis-criminatorias, utilitarias, insolidarias. La comunidadde los Hermanos debería ser un laboratorio de convi-vencia justa y fraterna para los otros miembros aso-ciados, para los jóvenes que educamos, para el en-torno en el que se sitúa y para toda la sociedad.

Sin embargo la comunión nunca tiene un sentidoúnico. Los seglares hoy pueden ayudarnos a vivircon mayor autenticidad nuestra propia vocación y aenriquecer nuestra vida comunitaria. Es lo que yaafirmaba Juan Pablo II en Christis Fidelis Laici: “losmismos fieles laicos pueden y deben ayudar a los sa-cerdotes y religiosos en su camino espiritual y pas-toral” (nº 63).

Ser comunidad abierta implica también la posibili-dad de la inserción de alguna de ellas a nivel distritalen un ambiente popular. El último Capítulo Generalnos ha hecho un llamado en este sentido: “Para con-seguir una conversión personal y comunitaria, cadadistrito diseña un proceso que permita a losHermanos y a las comunidades examinarse sobre sucercanía y su presencia entre la gente humilde (nivel

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de vida, estilo de relaciones, acogida en las comuni-dades y en los centros, compromiso en la vida socialy las acciones educativas…)” (Recomendación 6).

Comunidad y Hermanos jóvenes

Una de las mayores preocupaciones que en el ámbitopersonal y de Consejo General experimentamos es lasituación actual de nuestros Hermanos jóvenes. Comolo compartí con los Hermanos jóvenes de Europa en elencuentro de Thillois del mes de julio de este añoestoy convencido que en el Instituto son sobre todoellos los que deben ayudarnos a descubrir los rasgosde nuestras comunidades lasallistas de mañana.

Para mí la presencia de Hermanos jóvenes en nues-tro último Capítulo General fue iluminadora. Fueronellos sobre todo, los que nos mantuvieron viva la es-peranza. Sus sueños y proyectos, sus oraciones yaportes, fueron realmente estimulantes. Pero lo quepersonalmente más me impresionó fue su determina-ción por sacar adelante una propuesta sobre la pasto-ral vocacional aún fuera de tiempo. Más que la pro-puesta en sí misma, que puede ser más o menos váli-da lo impactante fue cómo a través de este hechomanifestaron su fe y profundo amor al Instituto y sudeseo de futuro y vitalidad para el mismo.

Sin embargo tengo que constatar por los diálogospersonales tenidos y por experiencias vividas que no

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siempre nuestros Hermanos jóvenes encuentran elambiente favorable para su crecimiento personal,cristiano y religioso en nuestras comunidades. Elgrupo de Thillois hablaba de una comunidad signodel Reino de Dios, apostólica y fuerte por dentro, enla que la experiencia de Dios y la experiencia afecti-va encuentran un sostén; una comunidad lugar delencuentro humano y de la solidaridad fraterna.

Creo, como lo he dicho tanto a los HermanosVisitadores de Europa como a los de América Latina,que sin dejar de hacer esfuerzos por la renovacióntotal de todas nuestras comunidades y obras, deberí-amos facilitar, en cada Distrito, la existencia de unao más comunidades que fueran como “islas de crea-tividad” (Joe Holland), experiencias piloto que pue-dan ir abriendo caminos de futuro. En estas comuni-dades la presencia, el empuje y el aporte de los Her-manos jóvenes son indispensables.

Me parece que la propuesta 22 de nuestro últimoCapítulo General va en este sentido cuando nos pideque con el fin de ofrecer a los Hermanos, sobre todoa los más jóvenes, la posibilidad de dar prioridad alservicio educativo de los pobres y de llevar una vidacomunitaria significativa, evaluemos las obras y es-tructuras de funcionamiento del Distrito y cambie-mos lo que convenga cambiar. Creo que esta pro-puesta nos presenta una visión muy clara de lo quedebe ser el Instituto del futuro para seguir teniendo

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sentido y ser fecundo. Dos condiciones son indispen-sables: la prioridad del servicio educativo de los po-bres y una vida comunitaria significativa. Esta es laherencia más importante que debemos dejar a nues-tros Hermanos jóvenes.

CONCLUSIÓN

Hoy estamos descubriendo de nuevo el valor denuestra vida comunitaria. Juan Pablo II llega a afir-mar que toda la fecundidad de la misión apostólicadepende de la calidad de la vida comunitaria y algu-nos teólogos de la vida religiosa dicen que, a partirdel Nuevo Testamento, el profetismo ha pasado delos individuos a las comunidades. La comunidad delos Doce y la de los Hechos de los Apóstoles sonejemplos de lo anterior. A nivel lasaliano podríamospensar también en la comunidad de nuestros oríge-nes. A veces corremos el riesgo de atribuirlo todo alFundador y nos olvidamos de aquellos valerososHermanos que junto a él y en una asociación a vecesheroica hicieron posible el nacimiento de nuestroInstituto. Hoy estamos llamados a hacer nuestra suexperiencia sintiéndonos todos responsables de con-tinuar su misión salvífica.

Como lo compartí recientemente con los nuevosVisitadores reunidos en Roma en el mes de octubrehoy tenemos muchos motivos de preocupación, entreotros la incertidumbre planetaria, de la que hablaba

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anteriormente, y a nivel nuestro la disminución nu-mérica, el envejecimiento, la fragilidad, la perseve-rancia de los Hermanos jóvenes, el sentido de la vidareligiosa... La solución no está en mirar con nostalgiael pasado o con pesimismo el futuro, sino en vivir elpresente poniéndonos con confianza en manos deDios. El Fundador nos da una pista: “Esta comuni-dad puede ser de mucho provecho a la Iglesia; per-suadíos con todo, de que no lo conseguirá sino encuanto se fundamente sobre esos dos pilares, a sa-ber: la piedad y la humildad, que la harán inconmo-vible” (M.161, 3).

Soy consciente que los términos piedad y humildadhoy no nos dicen casi nada. Pero entiendo que parael Fundador la piedad significaba lo que hoy pode-mos llamar una profunda espiritualidad, una fe acti-va en la práctica del amor. Pienso que se trata deuna llamada para ir a lo esencial. A hacer de Dios ydel Evangelio el centro de nuestra vida, de nuestramisión y de nuestros intereses. Una invitación adeshacernos de los ídolos que muchas veces ocupanel puesto de Dios. Un recordar que si somos Herma-nos es ante todo para procurar la gloria de Dios yque debemos ayudarnos mutuamente en comunidadpara lograrlo.

Por otra parte, la clave para una justa comprensión dela humildad lasaliana la encontramos en la Medi-tación de Navidad. “La comunidad de Hermanos ha

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sido fundada a partir de la situación de desamparode una juventud abandonada. Para llegar a estos jó-venes y anunciarles la salvación de Dios, losHermanos entran en la dinámica de la Encarnacióndel Hijo de Dios. Se olvidan de sí mismos, renunciana buscar la riqueza o el poder para desposarse en loposible con la humilde condición de esos niñosabandonados. Como ellos, los Hermanos viven po-bres y desconocidos. Asumiendo esta situación, quelos asocia al misterio del Hijo de Dios hecho hom-bre, es como cumplen las condiciones para que elministerio sea fructífero. Se encuentra una vez másaquí la frase de la Meditación relativa a SanFrancisco Javier: ‘Cuanto más pequeños os hagáis,más moveréis los corazones de los que educáis’”(Med. 79,2) (Sauvage, Campos, C. L 50, Explicacióndel Método de Oración, pág. 306). En estos días na-videños este texto me parece especialmente pertinen-te e iluminador.

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Señor Jesús te pedimos por intercesión de San JuanBautista de La Salle y de los Hermanos de nuestrosorígenes, que inspirados por el ejemplo de los quenos han precedido y que encontraron en la comu-nidad apoyo y aliento para llevar tu salvación alos jóvenes pobres y a partir de ellos a toda la ju-ventud; que animados por el testimonio de tantosHermanos mayores que hoy han hecho de sus co-

Fraternalmente en de La Salle

Hermano Álvaro Rodríguez EcheverríaSuperior General

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munidades remansos de paz en donde casi se tepuede tocar con la mano; que impulsados por elentusiasmo de los Hermanos jóvenes con sus sue-ños y proyectos, nos ayudes a ser constructores deuna comunidad capaz de “dar vida y darla enabundancia” (Juan 10,10) a un mundo que hoymás que nunca necesita de Ti. AMÉN.

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