Carta Pastoral N° 3: “La Eucaristía: presencia, sacrificio ...sacerdote y de su Cuerpo, la...

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Carta Pastoral N° 3: “La Eucaristía: presencia, sacrificio y comunión” (XI Congreso Eucarístico) l. INTRODUCCION l. Desde la fiesta de Pentecostés, nuestra Iglesia se encuentra en estado de Congreso Eucarístico. En estos meses hemos experimentado la acción del Espíritu Santo. Como en la hora de la Anunciación, cuando El cubrió con su sombra el seno virginal de María para que el Verbo se hiciera carne, así El ha estado prolongando la encarnación entre nosotros. Del mismo modo, cuando el sacerdote invoca al Espíritu de Dios antes de la Consagración en la Eucaristía, para que con su fuerza transforme el pan y el vino, así El ha estado descendiendo con su poder transformador para hacer presente a Jesús entre nosotros. 2. El ha sido verdaderamente el Espíritu de Cristo para nuestra Iglesia. 3. Una forma que El escogió para hacer crecer a Cristo en nuestro pueblo ha sido el andar del Cristo Peregrino por nuestros hogares, talleres, escuelas, oficinas, cárceles, universidades, hospitales, cuarteles, barrios, campos y cordilleras. Este caminar ha incluido a muchos chilenos que viven fuera de su patria, llevándoles consuelo y esperanza, lo que para nosotros constituye un nuevo motivo de gratitud al Señor. 4. Pocas veces un gesto tan elocuente ha estrechado con la sinceridad de la fe a los habitantes de esta tierra chilena. 5. El Cristo Peregrino ha sido una hora de gracia, de conversión y fraternidad. Tenemos que buscar el modo de aquilatar estas bendiciones para que sus semillas den frutos que perduren. Precisamente para que los efectos de esa peregrinación de Cristo sean estables, es que hemos entregado nuestra palabra magisterial en la Carta "Jesucristo ayer, hoy y mañana" y hemos puesto a disposición del Pueblo de Dios un abundante material catequético y de oración. 6. El paso de Cristo no ha sido en vano. Hemos visto acercarse a numerosos hijos de la Iglesia a recibir el Sacramento de la Reconciliación. Se vuelve así a manifestar que todo encuentro con Cristo es salvador, suscita a la conversión, sana heridas, despierta esperanza y mueve a un cambio de vida. El Espíritu Santo nos hizo vivir así el tiempo de conversión, marcado en el calendario de nuestro Congreso Eucarístico. 7. Quisimos cooperar pastoralmente con esa acción divina por medio de celebraciones penitenciales, meditaciones y fichas catequéticas. 8. Consideramos, eso sí, que entre nosotros debe madurar mucho más el aprecio por el Sacramento de la Penitencia, gracia ésta que también esperamos de nuestro Congreso porque "no es solamente la Penitencia la que conduce a la Eucaristía, sino que también la Eucaristía lleva a la Penitencia" (1). 9. Queridos hermanos: nuestro Congreso, por su naturaleza misma, exige que la Iglesia se aboque a una reflexión creyente acerca del Misterio Eucarístico, para así volver a gustado en su perenne novedad. Les traemos aquí nuestras palabras como una

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Carta Pastoral N° 3: “La Eucaristía: presencia, sacrificio y comunión” (XI Congreso Eucarístico) l. INTRODUCCION l. Desde la fiesta de Pentecostés, nuestra Iglesia se encuentra en estado de Congreso Eucarístico. En estos meses hemos experimentado la acción del Espíritu Santo. Como en la hora de la Anunciación, cuando El cubrió con su sombra el seno virginal de María para que el Verbo se hiciera carne, así El ha estado prolongando la encarnación entre nosotros. Del mismo modo, cuando el sacerdote invoca al Espíritu de Dios antes de la Consagración en la Eucaristía, para que con su fuerza transforme el pan y el vino, así El ha estado descendiendo con su poder transformador para hacer presente a Jesús entre nosotros. 2. El ha sido verdaderamente el Espíritu de Cristo para nuestra Iglesia. 3. Una forma que El escogió para hacer crecer a Cristo en nuestro pueblo ha sido el andar del Cristo Peregrino por nuestros hogares, talleres, escuelas, oficinas, cárceles, universidades, hospitales, cuarteles, barrios, campos y cordilleras. Este caminar ha incluido a muchos chilenos que viven fuera de su patria, llevándoles consuelo y esperanza, lo que para nosotros constituye un nuevo motivo de gratitud al Señor. 4. Pocas veces un gesto tan elocuente ha estrechado con la sinceridad de la fe a los habitantes de esta tierra chilena. 5. El Cristo Peregrino ha sido una hora de gracia, de conversión y fraternidad. Tenemos que buscar el modo de aquilatar estas bendiciones para que sus semillas den frutos que perduren. Precisamente para que los efectos de esa peregrinación de Cristo sean estables, es que hemos entregado nuestra palabra magisterial en la Carta "Jesucristo ayer, hoy y mañana" y hemos puesto a disposición del Pueblo de Dios un abundante material catequético y de oración. 6. El paso de Cristo no ha sido en vano. Hemos visto acercarse a numerosos hijos de la Iglesia a recibir el Sacramento de la Reconciliación. Se vuelve así a manifestar que todo encuentro con Cristo es salvador, suscita a la conversión, sana heridas, despierta esperanza y mueve a un cambio de vida. El Espíritu Santo nos hizo vivir así el tiempo de conversión, marcado en el calendario de nuestro Congreso Eucarístico. 7. Quisimos cooperar pastoralmente con esa acción divina por medio de celebraciones penitenciales, meditaciones y fichas catequéticas. 8. Consideramos, eso sí, que entre nosotros debe madurar mucho más el aprecio por el Sacramento de la Penitencia, gracia ésta que también esperamos de nuestro Congreso porque "no es solamente la Penitencia la que conduce a la Eucaristía, sino que también la Eucaristía lleva a la Penitencia" (1). 9. Queridos hermanos: nuestro Congreso, por su naturaleza misma, exige que la Iglesia se aboque a una reflexión creyente acerca del Misterio Eucarístico, para así volver a gustado en su perenne novedad. Les traemos aquí nuestras palabras como una

orientación que permita vitalizar el amor eucarístico de nuestras comunidades. Nos inspiramos muy de cerca en los textos que, sobre estas verdades, nos ha proporcionado el magisterio de Juan Pablo n. Así la vieja fe de la Iglesia resplandece con su honda actualidad. Nuestra Iglesia chilena a través de esta carta pastoral hace profesión de fe ante su Señor y ante todos los hombres, a ese don inconmensurable que es la Eucaristía. 10. En 1626 el Sínodo de Santiago declaró hermosamente lo que la Iglesia de Cristo aguarda como fruto de la Eucaristía. Los cristianos "que coman de este divino manjar, se hagan robustos en la fe y vayan abriendo más los ojos del alma para conocer al Señor que tantas mercedes les hace". Para que todos hoy, en 1980, "seamos más robustos en la fe", les decimos las palabras que siguen. 2. FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA CRISTIANA 11. Los judíos le preguntaron un día a Jesucristo: "¿qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?" - "La obra de Dios -responde Jesús es que Uds. crean en el Enviado de Dios". 12. Los judíos insisten: "¿pero qué obra vas a hacer?". Y Jesús contesta: "Yo les daré un pan del cielo, que es mi carne, para vida del mundo" (2). 13. Jesús contesta con la Eucaristía. La Eucaristía es la obra de Dios por excelencia. 14. La Eucaristía es la fuente y la cumbre de la Liturgia de la Iglesia: obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, la Iglesia. Acción sagrada por ex¬¿celencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no puede ser igualada por ninguna otra acción de la Iglesia (3). 15. En la Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia: Cristo mismo, nuestra pascua, pan vivo por su carne, para vida del mundo. Todos los otros sacramentos, todos los misterios eclesiásticos, todas las obras de apostolado están en íntima trabazón con la Eucaristía y se ordenan a ella. Ninguna comunidad de Iglesia se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la Eucaristía: de ella brota toda educación en el espíritu de comunidad (4). 16. Sólo en la Eucaristía puede saciarse nuestra hambre de Dios y de vida eterna: "Señor: danos siempre de ese pan". "El que venga a Mí no tendrá hambre... El que come de este pan vivirá para siempre... Es el alimento que permanece para la vida eterna" (5). 17. Sólo en la Eucaristía permanece viva nuestra nostalgia de Cristo y nuestra esperanza en su segunda venida: "cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas" (aclamación después de la consagración). "Al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa..." (6). 18. Pero la Eucaristía revela además y hace patente el hambre y nostalgia de Cristo por nosotros: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con ustedes" (7). Somos, como sus apóstoles, "los amigos del Señor" (8), "los miembros de su Cuerpo" (9). Si El se va es sólo para prepararnos un lugar (10) y en seguida volver por nosotros: quiere que

estemos donde El esté (11), estar con nosotros hasta la consumación del mundo (12), ser, en una palabra, el Dios-con-nosotros: Emmanuel (13). 19. La primera Eucaristía culmina, por eso, con esta oración sacerdotal: "Padre, yo quiero que donde yo esté, estén también ellos conmigo" (14). La cabeza no puede y no quiere estar separada del resto del cuerpo. Y es en la Eucaristía donde se prefigura y prepara y se inaugura ya realmente el reencuentro definitivo, Cabeza y miembros, el Cristo total: la Iglesia. 20. Con razón afirma el Papa Juan Pablo II, en su carta para el último Jueves Santo: "Sacerdocio e Iglesia son por y para la Eucaristía. La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía construye la Iglesia. La Eucaristía es fuente y cumbre de toda la vida cristiana, alimento del que se nutre toda actividad pastoral, centro y fin de toda la vida sacramental" (15). 21. No todos los miembros de la .Iglesia la ven y la viven así. Pese a importantes avances debidos, en buena medida, a las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II, sigue siendo muy bajo el porcentaje de católicos que cumplen con su deber de participar en la Eucaristía del Domingo, día del Señor. 22. Algunos la reducen a una simple expresión ritual o ceremonial, desconectada de toda exigencia concreta en la vida personal y social. Otros tienden a instrumentalizar la Eucaristía y convertida en medio de concientización, acto de protesta o de pronunciamiento político. Otros la celebran inventando sus propios ritos, cambiando a voluntad los textos y las formas, experimentando, adaptando y permitiéndose licencias que la haría supuestamente más accesible o más encarnada. Hay quienes tienden a considerada más como mera expresión festiva de la amistad y fraternidad humana que como acción y presencia sagrada de Cristo, signo y causa última de la unidad. Otros, finalmente, no profesan con la deseada claridad su fe en la presencia real de Cristo en el sacrificio eucarístico y en el tabernáculo donde se reservan las hostias consagradas. 23. Nada de eso corresponde a la voluntad de Cristo y de la Iglesia, ni puede conseguir el fruto que el Señor ha prometido a quienes permanecen ''unidos a El como los sarmientos a la vid" (16). La Eucaristía es un bien de Cristo y de su Iglesia. Al igual que el Evangelio, nadie puede disponer arbitraria o caprichosamente de ella, sin hacerse culpable de faltar al respeto debido a tan santo Sacramento y de traicionar la unidad que precisamente en él encuentra su máxima expresión. 24. Nuestro Congreso Eucarístico quiere, por eso, anunciar la fe eucarística de la Iglesia en toda su pureza y vigor, y estimular a todo el pueblo de Dios a celebrar el misterio eucarístico en estricta fidelidad a las normas de la Iglesia. 3. LA EUCARISTIA ES PRESENCIA 25. La Eucaristía es, en primer lugar, sacramento de la Presencia del Señor. 26. Si es verdad que los que se aman quieren estar siempre juntos, se puede comprender el anhelo de Cristo de mantenerse íntimamente presente y unido a los suyos. "Habiendo

amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (17). Buscó para ellos un signo simple, expedito, universal: pan, vino, una mesa, una cena familiar. 27. Con esos elementos celebró la primera Eucaristía. Tomando el pan y el vino, afirmó claramente: "esto es mi Cuerpo, éste es el cáliz de mi Sangre. Mi Cuerpo se entrega por ustedes. Mi sangre se derrama por ustedes y por todos, para el perdón de los pecados". En seguida encomienda solemnemente a sus apóstoles: "hagan esto en conmemoración mía" (18). 28. La fe de la Iglesia ha entendido, desde el comienzo y siempre, que en estas palabras y gestos del Señor se contenía una afirmación explícita de su presencia real, Cuerpo y Sangre, ofrendados en sacrificio y ofrecidos en comida-comunión, bajo las especies de pan y de vino. Tras las apariencias, o accidentes de forma, color, sabor y demás propiedades del pan y del vino, la fe católica reconoce sin vacilar, una vez que el sacerdote ha pronunciado las palabras de la consagración, la presencia verdadera, substancial, del Cuerpo y de la Sangre, alma y divinidad de Cristo el Señor: hostia viva que se inmola al Padre por todos los hombres, como lo hiciera en la Cruz del Calvario. Dogma de nuestra fe católica, conocido con el nombre de transubstanciación. 29. En él deben considerarse atentamente tres dimensiones o momentos, complementarios unos de otros, y que corresponden a lo que afirmáramos dentro del marco del Congreso Eucarístico en nuestra Carta Pastoral anterior: "Jesucristo ayer, hoy y mañana". 3.1. La Iglesia recuerda 30. La Eucaristía, en efecto, es en primer lugar memoria. "Al celebrar este memorial de la pasión gloriosa... El memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo... El memorial de la pasión salvadora de tu- Hijo... El memorial de nuestra redención": en todas las Plegarias Eucarísticas del Misal Romano se contiene esta afirmación de la Eucaristía como un recuerdo. Ella siempre es celebrada, como lo quiso Cristo, "en conmemoración mía". 31. ¿Qué se recuerda en cada Eucaristía? Tiene que ser un acontecimiento de la más alta importancia, de lo contrario Dios no se habría preocupado de ordenar que fuera siempre recordado, hasta el regreso de Cristo. 32. Es el sacrificio de Jesús en el Calvario. Es una muerte de amor. "Me amó y se entregó por mí" (19), dirá San Pablo. "Es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes; es mi Sangre, que se derrama por ustedes y por todos" (20), había dicho el Señor. En el mundo no ha ocurrido ni volverá a ocurrir nada tan importante: para Dios y para nosotros. 33. Para Dios: porque el sacrificio de la Cruz, recordado en cada Eucaristía, manifiesta ante el mundo "que Jesús ama al Padre" (21), y que para El, el Hijo, no existe nada más valioso que la voluntad del Padre, "aunque sea el cáliz de la agonía" (22). 34. Para nosotros: porque el sacrificio del Calvario, que se conmemora en cada Eucaristía, recuerda el valor asombroso que cada hombre tiene a los ojos de Dios. "Por amor a ellos me sacrifico" (23), anuncia Cristo entre la Cena y la Cruz. "Nadie tiene

más amor que éste: dar la vida por sus amigos" (24). "Yo he venido para que tengan vida, y abundante vida" (25). Para que el hombre pudiera ser rescatado de la muerte y puesto en posesión de la vida divina, el Hijo de Dios paga en la cruz el precio más alto: su propia sangre. 35. La Cruz representa y condensa en sí el acto de amor más puro, más intenso, más sublime de la historia. Nunca el Padre había recibido, de una naturaleza creada, una respuesta de amor tan absoluta, nunca había brotado desde la tierra un gesto de adoración y expiación tan total. Nunca tampoco, se había profesado con tal elocuencia la dignidad y nobleza del hombre, de cada hombre: "este estupor ante la dignidad y nobleza del ser hombre se llama Evangelio, se llama cristianismo", dirá Juan Pablo II en Redemptor Hominis (26). 36. En el mundo no ha ocurrido ni volverá a ocurrir nada más importante que eso. Por eso Dios ha dispuesto que ese gesto, o acontecimiento, sea recordado todos los días de la historia, hasta que Cristo vuelva. 3.2. La Iglesia celebra hoy su presencia 37. No se trata, sin embargo, de sólo un recuerdo: es presencia real, actual. Como los demás sacramentos, la Eucaristía recuerda significando, y pone en presente lo que significa y recuerda. 38. "Te ofrecemos en esta acción de gracias el sacrificio vivo y santo... Reconoce en esta ofrenda la Víctima, por cuya inmolación quisiste devolvemos tu amistad... Mientras esperamos la venida gloriosa de Cristo te ofrecemos su Cuerpo y Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo... Te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación" (27). La fe de la Iglesia no vacila, no duda: es el mismo sacrificio del Calvario, la misma víctima, el mismo oferente. Allí están, reales, presentes, hoy, el mismo amor del Hijo, la misma, infinita complacencia del Padre, la misma gracia que fluye inagotable, como brotara del Corazón de Cristo traspasado en la Cruz. De nuevo es Cristo quien ofrece: El habla en su sacerdote, es el Cuerpo de Cristo el que pasa a ocupar la sustancia que se esconde bajo las apariencias del pan. Es, de nuevo, Cristo quien se ofrece: la consagración separada del pan y del vino viene a significar, como separación del Cuerpo y la Sangre, el sacrificio y muerte del Señor. Lo mismo que ocurrió cruentamente en el Calvario vuelve a ocurrir, sólo que ahora incruentamente, en el altar del sacrificio eucarístico. "Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, y proclamamos tu resurrección" (28). 39. Porque es una presencia real del sacrificio es, también, una real presencia de los mismos frutos del sacrificio del Calvario. La creatura se restituye, se devuelve a su Creador. La humanidad adora, en y con Cristo, a la Santa Trinidad. Cristo expía en su carne por el pecado del mundo y suplica al Padre por todos los hombres. Desde el altar brota también, sobreabundante, la acción de gracias -justa, necesaria, salvadora- por todos los dones y maravillas que el Señor continúa obrando en medio de su pueblo. 40. También es real la presencia de Cristo como alimento, como comida y como bebida: "Tomad y comed, esto es mi Cuerpo... Tomad y bebed, éste es el cáliz de mi Sangre"

(29). La Iglesia cree firmemente que ''fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre" de Cristo, y "llenos de su Espíritu Santo", formamos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu, y somos transformados en ofrenda permanente, víctimas vivas para alabanza del Padre (30). 41. Cristo quiere que su sacrificio y presencia de amor invadan toda la historia; que nada quede sin redimir, sin lavar con su Sangre; que nadie quede sin la posibilidad de alimentarse con ese Pan vivo y substancial que es su Cuerpo. En cada Eucaristía hay un pedazo del tiempo, un lugar del universo, un sufrimiento y una esperanza del hombre que son invitados a entrar y son asumidos en el sacrificio redentor de Cristo que en su carne da muerte al odio y abraza toda la Creación para ofrendarla al Padre. Es esto lo que hemos implorado al Señor cada vez en la oración del Congreso Eucarístico: "manifiesta a cada uno su pecado... ven a sufrir, a morir y a resucitar con tu Iglesia... sólo Tú puedes curar nuestras heridas... toma nuestros brazos para construir aquí tu Reino de justicia y verdad, amor y libertad... si te dejamos entrar cambiará nuestra historia". 3.3. La Iglesia adelanta el mañana 42. La Eucaristía no se contenta con abarcar el ayer y el hoy: es también profecía y prenda del mañana. "El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y le resucitaré el último día. El que me coma vivirá por mí: vivirá para siempre" (31). La intimidad con Cristo que se realiza sacramentalmente en la Eucaristía preanuncia y comienza ya esa intimidad definitiva que se consumará en el cielo, "donde le veremos sin velos, cara a cara" (32). Sobre esta intimidad con Cristo se funda también la unidad de la Iglesia y, en ella, de la humanidad: la Cena eucarística, fiesta de la familia que por el mismo alimento se llena de un mismo espíritu, es ya un presagio e inauguración, una prenda también de la vida futura, en la Casa y Mesa del Padre. 43. La fe de la Iglesia en la presencia real de Cristo, sacrificio y comida, bajo el velo de las especies eucarísticas, conduce al pueblo de Dios a descubrir otros modos de presencia de Cristo. De ellos hablamos largamente en nuestra Carta Pastoral "Jesucristo ayer, hoy y mañana" (33). 44. Para descubrir todas esas presencias es indispensable cultivar la intimidad con el Cristo de la Eucaristía. Una intimidad frecuente, como la del amigo con su amigo; respetuosa, adorante: como corresponde ante el Señor. Quisiéramos que, como fruto de este Congreso Eucarístico, nuestro pueblo de Dios se acercara más a este Pan de vida, se alimentara con mayor frecuencia y fruición de este alimento que da vida eterna, y concurriera más asiduamente a compartir, con El, minutos, tal vez horas de coloquio silencioso, a los pies de un tabernáculo. La visita al Santísimo Sacramento, la adoración al Santísimo, las procesiones con el Santísimo conservan su pleno vigor en la Iglesia y deseamos que cobren cada vez mayor amplitud y eficacia en la vida cotidiana de nuestras parroquias y comunidades cristianas. "Un rato de verdadera adoración - ha dicho el Santo Padre- vale más y tiene más fruto espiritual que la más intensa actividad apostólica" (34). Debemos reaprender el arte y secreto de los santos: permanecer largo tiempo junto al Señor, dejando que nuestro corazón se acompase al suyo, llenándonos allí de su pensamiento y sus sentimientos. Anticipando ya lo que será nuestro cielo:

estar con Cristo. Pero sacando de este coloquio de amor la sabiduría y la fuerza para ser sus testigos. 45. Cada vez que comemos algo, lo transformamos en nuestra propia sustancia: porque somos más fuertes que aquello que comemos. Cuando comemos la Eucaristía, Cristo nos transforma en su propia sustancia: porque El es más fuerte que nosotros. 46. Así, de Eucaristía en Eucaristía, vamos siendo transformados en Cristo. Su presencia se hace patente en nosotros. Podemos decir, como El: "no he venido a ser servido, sino a servir" (35). La Conferencia de Puebla lo afirma cuando dice: "La Iglesia es... un pueblo de servidores. Su modo propio de servir es evangelizar; es un servicio que sólo ella puede prestar. Determina su identidad y la originalidad de su aporte. Dicho servicio evangelizador de la Iglesia se dirige a todos los hombres, sin distinción. Pero debe reflejarse siempre en él la especial predilección de Jesús por los más pobres y los que sufren" (36). Así, podemos invitar, como El: "vengan a mí los que andan agobiados por trabajos y cargas" (37). Podemos afirmar, como El: "este pan es mi carne para la vida del mundo" (38). Por esta admirable comunión, operada por la Eucaristía, podemos en algún grado y medida llamarnos, como El, Emmanuel: Dios-con-nosotros. 4. LA EUCARISTIA ES SACRIFICIO 47. La Eucaristía es, en segundo lugar, verdadero sacrificio. Es por encima de todo un sacrificio: el mismo que un día ofreció el Verbo encarnado. El pan y el vino se convierten, por la consagración, verdadera, real y sustancialmente en el Cuerpo entregado y en la Sangre derramada de Cristo y representan así, de modo sacramental e incruento, el Sacrificio cruento que El ofreció en la Cruz al Padre para la salvación del mundo. 4.1. Nos restituye a Dios 48. El sacrificio, como acto de culto, es toda obra realizada para unirnos a Dios en santa sociedad (39). Generalmente, asume la forma de un banquete sagrado, en que el hombre entra en comunión con Dios, ofreciéndole algo que de algún modo representa su vida y sirve a la vida, y participando luego -por la comida- en la amistad e intimidad divina reconquistadas por la ofrenda. 49. Todo sacrificio tiende esencialmente, por eso, a que el hombre y el mundo sean restituidos a Dios. Por el sacrificio, el hombre reconoce que todo cuanto él tiene y es, se lo debe a Dios. El sacrificio remueve, también, los obstáculos que impiden o estorban la plena comunión del hombre con Dios, particularmente el pecado. Rescatando al hombre del pecado, el sacrificio lo restituye a Dios y lo reconcilia con El, reintegrándolo a la plena comunión con la vida y amistad divina. 50. Esta restitución del hombre y del mundo a Dios -enseña el Papa en su Carta del Jueves Santo- no puede faltar en el sacrificio eucarístico: "es el fundamento de la alianza nueva y eterna" (40). La Eucaristía, verdadero sacrificio, obra esa restitución a Dios. El ministro del sacrificio es el auténtico sacerdote, quien, en virtud del poder específico de la sagrada ordenación, lleva a cabo el verdadero acto sacrificial que conduce de nuevo los seres a Dios.

51. Los demás participantes en la Eucaristía, los que detentan el sacerdocio común de los fieles, no sacrifican como el celebrante sacerdote, pero ofrecen con él sus propios sacrificios espirituales, representados por el pan y el vino que se presentan al altar. Ese pan y vino simbolizan todo lo que la asamblea eucarística ofrenda a Dios en espíritu. 52. El Papa pide que ese sentido sacrificial, común a todos los que participan de la Eucaristía, se exprese convenientemente en la procesión de ofrendas, con los cánticos debidos, y se mantenga durante toda la Misa, particularmente en el momento de la consagración. La Plegaria Eucarística In manifiesta muy claramente cómo la Eucaristía es verdadero sacrificio de Cristo y cómo ha de unirse, a su ofrecimiento, también el de nuestras personas: "Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvemos tu amistad; para que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Que El nos transforme en ofrenda permanente...". Por eso el sacerdote pide, después de la presentación de los dones, que los fieles oren para que "este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso". La Iglesia desea que los fieles no sólo ofrezcan la Hostia Inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse ellos mismos como hostias vivas, santas, agradables a Dios (41). 4.2 El dolor que hace vivir 53. No hay duda de que ese ofrecimiento comporta, después del pecado original y de tantos pecados personales, una medida importante de dolor. De hecho, el lenguaje común ha identificado la palabra "sacrificio" con sufrimiento, despojo doloroso. Y el sacrificio que históricamente ofreció Jesucristo en la cruz tuvo un carácter dramáticamente doloroso. 54. A esta luz se aprecia mejor la originalidad e insustituible novedad de la fe cristiana, y dentro de ella, el sacramento de la Eucaristía. 55. Para nadie es un misterio, en efecto, que la civilización contemporánea no prepara al hombre para la experiencia del sufrimiento. Mucho menos lo capacita para convertir el dolor en fuente de energía y vida. Por todas partes tiende a imponerse el pragmatismo, que erige el éxito social en criterio supremo de valor; y el hedonismo, que sólo predispone al consumo y al goce del placer. Entonces toda experiencia de fracaso o sufrimiento aparece como estigma de maldición y triunfo del absurdo. 56. La fe cristiana no canoniza el dolor. Ella es ante todo religión de alegría y esperanza. Pero sabe que el dolor, asumido y aceptado y convertido en ofrenda, llega a ser fuente de fuerza, camino de alegría, arma para conquistar la vida. 57. No fue Dios quien inventó el dolor (42). "No fue Dios quién creó la muerte" (42), máxima expresión del dolor. El dolor comparece en la historia como fruto del pecado. Pecado que no sólo desgarra interiormente al hombre, haciéndole perder la alegría y la paz, sino que destruye la convivencia fraterna, lo que se aprecia dramáticamente en nuestras sociedades, en los "rostros sufrientes" que nos señala la Conferencia Episcopal de Puebla (43). El pecado es también signo del castigo de Dios contra un mundo rebelde, pecador. Pero es también el gran instrumento pedagógico del que se vale Dios para educar a su hijo. Y es también la ocasión providencial para que el justo pruebe su fidelidad y expíe, por los pecados propios y ajenos.

58. La imagen típica de la fe cristiana no es, por eso, la de un triunfador, brillante, poderoso, inmune al sufrimiento (44). Es la imagen del Siervo doliente, humillado, castigado por los hombres, irreconocible en sus llagas, su rostro ensombrecido por los ultrajes y las lágrimas, sus ojos fmalmente cerrados por el imperio de la muerte (45). Es un crucificado. Un hombre que, según las medidas humanas, está derrotado, víctima del dolor y de la muerte. Un sacrificado inútil. 59. Difícil de entender. Escándalo para los judíos, locura para los gentiles: también hoy. ¡Cómo vacila nuestra fe, cómo cunde la rebeldía, el resentimiento contra Dios ante la experiencia del dolor y del fracaso! Una del las tareas más importantes de la Iglesia es educar en la fe y la esperanza para asumir creadoramente la experiencia del dolor, del sacrificio y del fracaso. Además, Jesús tiene claro que no sólo se trata de liberar a los hombres del pecado y sus dolorosas consecuencias. El sabe bien que se debe liberar el dolor por el dolor, esto es, asumiendo la Cruz y convirtiéndola en fuente de vida pascual (46). 60. Y eso lo hace la Iglesia básicamente en la Eucaristía. "Te ofrecemos, Señor, este pan, este vino: fruto de la tierra y del trabajo del hombre". Con él ofrecemos nuestra privación y nuestra pena, nuestra limitación y fracaso, nuestra enfermedad y angustia. Ofrecemos todo eso tan pobre que somos, más carencias que valencias, más no poder que poder. Ofrecemos todo eso que a los ojos del mundo es escoria y basura, inútil y oprobiosa, maldición y lastre: sufrimiento, enfermedad, morir cada día un poco. 61. ¿Y qué ocurre? Al ofrecerle a Dios lo que realmente somos y tenemos, Dios responde, complacido, devolviéndonos lo que El es y tiene realmente: su Hijo. Su vida y su amor de un Dios, manifestados en Jesucristo. Al ofertorio somos nosotros, entregamos lo nuestro. A la consagración y comunión es Dios, El entrega lo suyo. ¡Admirable intercambio! Nosotros llevamos la mejor parte en tan desigual contrato. En pocos minutos, nuestro penar y sufrir se ha convertido en Cuerpo y Sangre de Dios. Entregamos pan y nos devuelven a Cristo. Entregamos limitación, angustia humana, y nos devuelven plenitud y fortaleza divina. Admirable intercambio, contrato desigual. 62. Aprender a vivir de la Eucaristía quiere decir, según esto, convertir la vida entera en una sola ofrenda, un sacrificio vivo y permanente. Como corresponde a toda creatura: devolverse, ofrendarse entera a su Creador. Como corresponde a un miembro de Cristo: hágase, Padre, lo que Tú quieras en mí. Aunque tu voluntad sea un cáliz amargo, una muerte de cruz. Tu voluntad, Padre, es mi paz. 63. Con razón la Plegaria Eucarística I recuerda, tras la consagración, "el sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe", proponiéndolo como modelo de nuestro propio sacrificio. Abraham estuvo dispuesto a sacrificar lo más precioso, el hijo en quien estaba cifrada la promesa divina de una posteridad, numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo. Por estar dispuesto y pronto a devolverle a Dios lo que es suyo, Abraham mereció una bendición de fecundidad inagotable (47). Así, nuestro padre en la fe nos estimula a convertir, por la Eucaristía, la vida entera, nuestra propia persona, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestra Iglesia y toda nuestra Patria, en ofrenda viva y permanente.

64. Experimentaremos entonces cómo, lo que a los ojos del mundo es basura y escoria, ignominia y carencia, se convierte en manantial de pasmosa fecundidad. Es la Eucaristía vivida la que hace de la Cruz la fuente de la luz. 5. LA EUCARISTIA ES COMUNION 65. En tercer lugar, es la Eucaristía sacramento de Comunión. Comunión del hombre con Cristo y, fundada esencialmente en ésta, comunión de los hombres entre sí. La Eucaristía construye la Iglesia -nos dice el Papa- porque la Iglesia ha sido fundada, en cuanto comunidad nueva del Pueblo de Dios, sobre la comunidad apostólica de los Doce que, en la Ultima Cena, han participado del Cuerpo y de la Sangre del Señor... Desde aquel momento hasta el fin de los siglos, la Iglesia se construye mediante la misma comunión con el Hijo de Dios, prenda de la Pascua eterna (48). 66. Esta dimensión de la Eucaristía, como encuentro sacramental y de intimidad con Cristo, constituye "la sustancia misma del culto eucarístico", nos advierte el Santo Padre. La Eucaristía es mucho más que una experiencia de fraternidad humana con ocasión de una comida en común. El acercamiento espiritual, la unión entre los hombres que participan en la Eucaristía se realiza cuando celebramos, fraternamente unidos, el sacrificio de la cruz de Cristo, cuando anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva, y cuando nos acercamos comunitariamente a la mesa del Señor, para alimentarnos sacramentalmente con los frutos del Santo Sacrificio. En la Comunión Eucarística recibimos, pues, a Cristo mismo; y nuestra unión con El, que es don y gracia para cada uno, hace que nos asociemos en El a la unidad de su Cuerpo, que es la Iglesia (49). Entonces la Eucaristía llega a ser, como enseña San Pablo, signo de unidad y vínculo de caridad. 5.1. La unión como designio divino 67. La unidad en la caridad es la suprema intención y el gran designio desde la creación del mundo (50). Se podría decir que todo lo que Dios ha hecho y hace en la historia humana, es llamar a la unidad y trabajar por su consolidación en la caridad. 68. El precepto bíblico: "Creced y multiplicaos" (51) denota una inequívoca preferencia de Dios por la vida que se suma y multiplica. El ha concebido la vida como un banquete al que todos están invitados y en el que el número de comensales debe aumentar y no disminuir. A la inversa, el diablo, el enemigo de Dios y del hombre, trabaja siempre en la mira de restar y dividir. Ya en la alborada de la historia la acción del demonio lleva el sello característico de la desunión: separa al hombre de Dios, divide a la primera pareja humana, induce por la envidia al hombre a matar a su hermano (52). 69. La historia de la humanidad transcurre desde entonces como un enfrentamiento de fuerzas: el Reino de Dios y sus instrumentos trabajan siempre en la línea de la unidad y caridad; el Reino de las tinieblas y sus instrumentos conspiran siempre en la línea de la dispersión y del odio. 70. El mundo contemporáneo ofrece numerosos ejemplos de estos intentos de restar y dividir, en lugar de sumar y multiplicar voluntades y vidas humanas. La legalización del

aborto, las campañas antinatalistas, muchas veces impuestas por sociedades opulentas para impedir a los pobres nacer; la marginación masiva de categorías enteras de personas: ancianos, enfermos, lisiados; las discriminaciones por motivos de raza, religión o ideología, que restan a millones de personas de su pleno ejercicio y goce del derecho de vivir como tales. Todo esto es ciertamente contrario a la voluntad del Creador y ofende la dignidad humana. 71. Con mayor razón contrarían el plan de Dios los numerosos esfuerzos que se emprenden por dividir a los hombres. Hay una permanente siembra de cizaña, que tiene lugar en la noche (53). Actividad perversa, de inequívoco origen, destinada a dividir por la desconfianza, el miedo o el odio. Sucede en las comunidades más pequeñas y sucede a escala de grandes colectividades y naciones. Al comienzo de nuestro Congreso Eucarístico nos referimos a nuestra convivencia nacional en los siguientes términos: "En la actualidad, aunque se constatan esfuerzos y avances, perduran graves escollos para instaurar relaciones más justas y fraternas entre hermanos pertenecientes a un mismo pueblo" (54). Siempre hay quien difunda interesadamente el rumor, la palabra, la insinuación que lastima una sensibilidad, ofende una convicción o un afecto, estimula el recelo y la réplica. Por los frutos es relativamente fácil reconocer de quién se trata: enemistad, dispersión, nuevas odiosidades, agresión del hombre contra el hombre. 72. Hasta se ha pretendido que la división y con ella el conflicto revisten el carácter de una necesidad. El mundo y la historia estarían hechos de magnitudes contrarias, de cuya inevitable lucha surgiría la vida. La oposición dialéctica entre buenos y malos, separados por claras fronteras divisorias, haría necesario y aun saludable el conflicto. La afirmación de unos exigiría, como precio, la destrucción de los otros. 73. Es toda una concepción del hombre, de su origen, naturaleza y destino, la que se pone aquí en juego. De ser ella efectiva, tendríamos que aceptar que el hombre nace programado para odiar, y que su elevación y grandeza -personal o grupal- sólo puede gestarse en lucha sin cuartel contra otras personas o grupos. 74. Una simple observación de la naturaleza humana nos sugiere que no es ni puede ser así. Aunque no supiéramos, por la fe, que el odio es un pecado capital, tendríamos que reconocerlo como una enfermedad del alma. En la estructura del hombre -ser racional-, todo lo inclina y prepara para conocer y amar. Y cuando el hombre no puede hacer la experiencia de amar y ser amado, su alma y hasta su cuerpo se enferman. En la raíz de tantas anormalidades y dolencias síquicas, complejos, fobias, manías, agresividades sin freno, se esconde casi siempre una gran falencia de amor. El hombre necesita un nido, el calor de la amistad, el nudo vital de la comunidad. La experiencia de ser acogido y acoger, ser invitado e invitar a una empresa, a una mesa común, el sentirse miembro de una familia humana, con todos sus derechos y responsabilidades de tal, el poder confiar en los demás y construir con ellos y no contra ellos, son otras tantas señales y exigencias de una humanidad sana. El hombre está hecho para crecer y multiplicar la vida, no para restarla o dividirla. Por esto creemos que siempre será posible aspirar a una sociedad más participativa donde cada cual pueda ejercer todos sus derechos y realizar todos sus deberes. Sólo así se hará realidad el "Chile, país de hermanos".

75. Cuando Jesús sabe cercana su muerte, siente por ello la necesidad de condensar la esencia de su mensaje, aquello que resume lo que El y su Padre llevan más en el corazón. Lo hace en la Cena, junto con el lavado de los pies a sus discípulos. Lo cifra, tras este gesto de suyo elocuente, en una palabra: "ámense" (55). Los discípulos deben amarse entre sí tal como el Maestro los amó y sigue amando. Esa será la señal distintiva de que realmente son sus discípulos. 76. Y en seguida la Plegaria, con razón llamada Sacerdotal: "Padre: que sean uno. Como Tú, Padre, estás y eres en Mí, y yo estoy y soy en Ti, haz que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (56). 5.2. Construye la unidad de la Iglesia 77. La Cena eucarística transcurre así toda entera en el clima de la unidad por la caridad. Cristo es el centro, la raíz de esa unidad. Comer su Cuerpo y beber su Sangre es llenarse de su Espíritu, de su pensamiento, de sus sentimientos, y disponerse a amar y servir como Ello ha hecho. Con el corazón de Cristo no se puede ya pensar sino en la unidad, rogar por ella, trabajar por ella, sacrificar la vida por ella: "Jesús iba a morir para reunir en uno a los hijos de Dios que andaban dispersos" (57). 78. Sin esa unidad, forjada en la caridad (la misma caridad de Cristo), el anuncio del Evangelio pierde en credibilidad. También aquí vale: "por sus frutos los conoceréis" (58). "La credibilidad de la Iglesia se juega básicamente en su capacidad de construir la unidad" (59). Sí: la suerte de la evangelización está ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado por la Iglesia... Si el Evangelio que proclamamos aparece desgarrado por querellas doctrinales, por polarizaciones ideológicas o por condenas recíprocas entre cristianos, al antojo de sus diferentes teorías sobre Cristo y sobre la Iglesia e incluso a causa de sus distintas concepciones de la sociedad y de las instituciones humanas, ¿cómo pretender que aquellos a los que se dirige nuestra predicación no se muestren perturbados, desorientados, si no escandalizados? El testamento espiritual del Señor nos dice que la unidad entre sus seguidores no es solamente la prueba de que somos suyos, sino también la prueba de que El es el enviado del Padre, prueba de credibilidad de los cristianos y del mismo Cristo" (60). El día de Pentecostés, la Iglesia se manifiesta públicamente al mundo como lugar y centro de unificación de los que andaban dispersos: la división de Babel encuentra su contrapartida en la Iglesia, donde cada cual se siente "interpelado en su propio idioma" (61). Responde así a su propio nombre: Iglesia = convocación. 79. Con razón, el Concilio Vaticano II ha definido a la Iglesia diciendo que ella es "en Cristo, como un sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (62). El servicio a la unidad, cimentada en Cristo, es elemento constitutivo y central de la definición de la Iglesia. 80. Y es en la Eucaristía donde se construye la Iglesia, sacramento de la unidad. Allí se hace presente Cristo, piedra fundamental de nuestra unidad. Allí se representa el sacrificio de la cruz, por el cual Jesucristo dio muerte, en su carne, alodio. Allí está el que es nuestra Paz: el que derribó el muro que separaba a los pueblos y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo por medio de la Cruz (63).

81. Como los millones y millones de granos de espiga y de uva andaban dispersos y confluyen finalmente en el mismo pan y un mismo vino, así los que comparten el mismo Cuerpo y Sangre del Señor se hacen un solo cuerpo y un solo espíritu. En la Eucaristía se expresa, se construye, se consolida la unidad de la Iglesia. A ella vuelve la Iglesia para realimentarla incesantemente cada vez que la siente amenazada o debilitada. Ella es, en palabras del Papa, "centro focal y constitutivo de la unidad de la Iglesia" (64). Allí se pone de relieve que el hombre, imagen y semejanza de Dios, no está hecho para odiar, restar o dividir, sino para amar. Si Dios es amor y el hombre es su imagen, también el hombre es amor. "Queridos: si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amamos unos a otros" (65). "Su divino poder nos ha concedido... hacemos partícipes de la naturaleza divina" (66). 5.3. Nos da conciencia de la dignidad humana 82. De todas estas consideraciones brota todo aquello que el Papa denomina "el estilo sacramental de vida del cristiano" (67), con un particular énfasis en la unidad de la caridad. 83. Celebramos la Eucaristía para construir la unidad, para expresar y consolidar la caridad. Vamos a la Eucaristía como a la "escuela de amor activo al prójimo" (68). La vida cristiana se manifiesta en el cumplimiento del mandato de amar, a Dios y al prójimo; y este amor encuentra su fuente precisamente en el Santísimo Sacramento, Sacramento del amor. La Eucaristía significa esta caridad, y al significada la recuerda, la hace presente y la realiza. Por ella se nos revela y se nos da el gratuito amor que el Padre nos manifestó en su Hijo Jesucristo; y por ella nace en nosotros una viva respuesta de amor. No sólo conocemos el amor, sino que nosotros mismos comenzamos a amar. En la Eucaristía se perfecciona en nosotros esa imagen de Dios que llevamos y somos, por la que podemos amar tal como ama Dios (69). La Eucaristía nos muestra el valor que todo hombre tiene a los ojos de Dios: por cada hermano y hermana se ofrece Cristo, por cada uno derrama su Sangre, a cada uno se da en comida y bebida. La autenticidad de nuestro culto eucarístico se palpa en que hace crecer en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre y la convierte en el motivo más profundo de nuestra relación con el prójimo. "Asimismo debemos hacemos particularmente sensibles a todo sufrimiento y miseria humana, a toda injusticia y ofensa, buscando el modo de reparado de manera eficaz" (70). 5.4. Nos exige reconciliación fraterna 84. Dice el Señor: "Si al presentar tu ofrenda ante el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda". Por eso Cristo nos exige al celebrar la Eucaristía, sacramento de comunión, remover los obstáculos a la unidad: en particular las rupturas fraternas. En esta perspectiva debemos comprender que "el contraste notorio e hiriente de los que nada poseen y los que ostentan opulencia es un obstáculo insuperable para establecer el reinado de la paz" (71)."Esto nos pide una oración más asidua, meditación más profunda de la Escritura, despojo íntimo y efectivo según el Evangelio de nuestros privilegios, modos de pensar, ideologías, relaciones preferenciales y bienes materiales (cfr. E. N. 76); una mayor sencillez de vida; el compromiso en la realización de hechos significativos como el cumplimiento cabal de la "hipoteca social" de la propiedad; la comunicación cristiana

de bienes materiales y espirituales; la colaboración en acciones comunitarias de promoción humana y una amplia gama de obras de caridad, cuyo mínimo exigible es la justicia, junto con la mayor libertad ante criterios y poderes pervertidos" (72). San Pablo manifestaba expresamente su desaprobación al hecho de que al reunirse en comunidad los cristianos de Corinto para comer la Cena del Señor, celebraban previamente comidas que eran expresión de desigualdad: "mientras uno pasa hambre, otro se embriaga" (73). Las divisiones de la comunidad así puestas de manifiesto le parecían al Apóstol un desprecio a la Iglesia de Dios y una actitud indigna del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Exige, por ello, "discernir el Cuerpo", esto es, tomar conciencia de que al comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el comulgante se une en caridad a todo el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La vida del comulgante debe adecuarse al gesto de la Comunión: "la participación del Cuerpo y la Sangre de Cristo no hace sino transformarnos en lo que recibimos" (74). 85. La Eucaristía quiere así transformar nuestra vida entera en comunión eucarística. Por eso quien sienta gravada su conciencia con una falta deliberada y grave contra la caridad fraterna, debe, conforme al mandato evangélico y apostólico, discernir el Cuerpo del Señor, reconciliarse primero con su hermano -particularmente por el Sacramento de la Penitencia, o Reconciliación- y luego manifestar y consolidar su comunión con todo el Cuerpo Místico en la comunión eucarística. En la misma dirección se orienta la práctica del saludo de paz que intercambian los fieles, momentos antes de comulgar. 5.5. El carácter sagrado de la Eucaristía 86. Esta acción santa y sagrada que es la Eucaristía, en la que está continuamente presente y actuante Cristo, "el Santo de Dios", "ungido por el Espíritu Santo", debe ser siempre respetada en ese carácter sacro y sacramental, y por tanto jamás instrumentalizada para otros fines. Si al misterio eucarístico se lo despoja de su naturaleza propia, sacrificial y sacramental, deja simplemente de ser tal. No admite tampoco imitaciones "profanas" que, muy fácilmente, se convertirán en profanación. En una sociedad que tiende a borrar la distinción entre sagrado y profano, la Iglesia tiene como deber particular el de asegurar y corroborar el carácter sacro de la Eucaristía (75). 87. La Carta para el Jueves Santo que redactó el Santo Padre fue seguida por una Instrucción, emanada de la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, y aprobada por él, que tiene por fin asegurar ese carácter sagrado de la Eucaristía y con ello la unidad que la Eucaristía significa y produce (76). 88. Los fieles -señala esa Instrucción- tienen derecho a una liturgia verdadera, y ella no es otra que la deseada y establecida por la Iglesia. Incurriría en falsedad el que, de parte de la Iglesia, ofreciera a Dios un culto contrario a la forma que, con autoridad divina, la Iglesia misma ha instituido y continúa observando. 89. La Instrucción enumera varios ejemplos de cosas que distorsionan y dañan este derecho del pueblo de Dios a una liturgia verdadera. Confusión de funciones entre sacerdotes y seglares; no uso de los ornamentos prescritos u oficiar misas fuera de las iglesias sin verdadera necesidad; plegarias eucarísticas no aprobadas. En estos casos -

dice la Instrucción- "nos hallaríamos ante una verdadera falsificación de la liturgia católica". 90. Cuando estos abusos se dan, las consecuencias son perniciosas. La unidad de fe y de culto en la Iglesia se resquebraja. Se produce inseguridad doctrinal. Los experimentos, los cambios, la creatividad indebida desorientan a los fieles. Es la fe de la Iglesia la que se expresa en la plegaria y culto oficiales de la Iglesia. Con razón advierte el Concilio: "que nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en materia de liturgia". 91. Como sacramento de su unidad, la Eucaristía es un bien común de toda la Iglesia. Ella, la Iglesia, tiene el riguroso deber de precisar todo lo que concierne a la participación y celebración de la Eucaristía. Un legítimo espacio de "pluralismo" en el culto eucarístico no debe ser obstáculo a que se manifieste la unidad, significada y causada por la Eucaristía. 92. Es particularmente grave el que se introduzca la división justo allí donde el amor de Cristo nos congrega en la unidad: la liturgia y el sacrificio eucarístico. La Eucaristía no puede ser ocasión para dividir a los católicos y amenazar la unidad de la Iglesia. Repetimos aquí las palabras del Papa: "en nombre de Cristo crucificado y de su Madre, os ruego y suplico que, dejando toda oposición y división, nos unamos todos en esta grande y salvífica misión, que es precio y a la vez fruto de nuestra redención... Evite cada uno, en su modo de actuar, 'entristecer al Espíritu Santo'." (77). 93. La unidad es el tesoro más preciado: fruto y condición de la paz. La unidad de nuestra patria, la unidad internacional, la unidad de nuestras familias descansa en esa unidad nuestra con Cristo, expresada y consolidada en cada Eucaristía. La Eucaristía nos lleva a rezar y vivir esa plegaria sacerdotal de Cristo: "Padre, que sean Uno" (78). Y al participar del Cuerpo y la Sangre del Señor, ofrecidos en sacrificio, nos estimula también a ofrendamos como hostias vivas "para reunir en uno a los hijos de Dios que andan dispersos" (79). 6. PAN PARTIDO PARA LA VIDA DEL MUNDO 94. La Eucaristía es, finalmente, Pan partido y compartido para la vida del mundo (80). "Yo soy el pan de la vida... Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo le voy a dar es mi carne, para la vida del mundo" (81). 95. Como fuente de caridad, la Eucaristía ha ocupado y debe ocupar siempre el centro de la vida de los discípulos de Cristo. Tiene el aspecto de pan y de vino, es decir, de comida y bebida; por lo mismo es tan familiar al hombre, y está tan estrechamente vinculada a su vida, como lo están efectivamente la comida y la bebida. Por la Eucaristía el mismo Dios-Amor llena, en forma similar a la comida y a la bebida, nuestro ser espiritual y le asegura, como aquéllas, la vida. Sacramento del pan y del vino, de la comida y bebida, en la Eucaristía todo lo humano experimenta una singular transformación y elevación (82). 96. No podría ser de otra manera, si es que la Eucaristía es sacramento de la presencia real de Cristo y de la comunión con El. ¿Por qué esa presencia suya, real, diferente sólo

por el modo sacramental de presencia, no habría de obrar los mismos efectos y frutos que cuando se encontraba físicamente presente y operante en este mundo? 6.1. Cuando le abrían las puertas 97. Cada vez que Jesús era recibido con el corazón abierto, cada vez que se le abrían de par en par las puertas, sin temor, sólo con fe, esperanza y amor, los hombres experimentaban una prodigiosa transformación y elevación. 98. Ocurrió con el pequeño Zaqueo, publicano de mala vida y peor fama, que abrió de par en par las puertas de su casa a Cristo para alojado como su huésped. Con Cristo llegó a esa casa la misericordia y la alegría; también la conversión y elevación. "Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces el valor" (83). 99. Ocurrió con el oficial romano que tenía un asistente enfermo y, siendo pagano, creyó sin vacilar en el poder absoluto de Jesús sobre la enfermedad y la muerte. No necesitó abrirle las puertas de su casa: su fe, más grande que toda la encontrada hasta entonces por Jesús en Israel, era apertura y don total de sí al Señor. Con sólo una palabra de Cristo, su asistente quedó sano (84). 100. Ocurrió con Jairo, Jefe de una sinagoga, que le abrió a Jesús las puertas de su corazón y de su casa, acogiéndolo como al Señor de la vida: "¡ven, impón tus manos sobre mi hija, para que sane y viva!" Y entró Jesús a la casa, donde la niña ya estaba muerta. Y Jesús la llamó de nuevo a la vida (85). 101. Ocurrió en Betania, en la casa donde Lázaro, Marta y María recibieron tantas veces y con tanto cariño a Jesús. Muerto Lázaro, Jesús volvió a aquel lugar y a instancias de las hermanas del difunto lo llamó de nuevo a la vida (86). 102. Ocurrió en Caná, donde invitado Jesús a una boda operó, a instancias y por intercesión de su Madre, un prodigio de transformación del agua en vino; de un motivo de tristeza, en ocasión de alegría; de fe incipiente, en fe consolidad (87) 103. Siempre que Jesús era acogido con fe, sin temor, su presencia, la comunión con El operaba una transformación y elevación prodigiosa; frutos de alegría, salud, fe renovada, conversión, vida. Hasta los muertos resucitaban a la vida. Así también ha sido notorio el paso salvador de Cristo Peregrino por nuestra tierra chilena durante este año. Jesús dijo: "donde dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos" (88). Por esto afirmamos, y el pueblo de Dios así lo siente, que Cristo mismo nos ha visitado. 104. ¿Por qué si Jesús, presente en la historia de entonces, quería y podía obrar tales transformaciones, su presencia hoy, sacramental, en la Iglesia no sería capaz de obrar prodigios semejantes, y aún mayores? "El que crea en mí hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún..." (89). 6.2. Pan, alimento de los pobres y sencillos

105. Al escoger como signo de su presencia el del pan, quiere Jesús sugerirnos que los efectos de nuestra comunión con El por la Eucaristía son semejantes a los que el pan produce en quien lo come. 106. El pan es, desde luego, alimento. Quizás el alimento más común. Normalmente al alcance de todos. Sano y nutritivo, alimento predilecto y en algunos casos casi único, de los pobres. Alimento y elemento dúctil, apto para tan diversos usos, siempre aprovechable, siempre digno de respeto: no se bota, no se menosprecia. 107. Jesús, Pan de Vida para la vida del mundo, quiere ser ese alimento de los pobres y sencillos. Quiere estar al alcance y acceso de todos. Quiere nutrir, robustecer, sanar. Quiere ser portador de alegría y de sustento. Quiere restaurar energías perdidas o escasas. Quiere ser vida. 108. Por eso, porque El es la vida y porque el signo que lo identifica es el pan de vida, instituye la Eucaristía con estas palabras, referidas a un trozo de pan: "tomad y comed todos de él: porque esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros". 109. Tomad y comed. Su Cuerpo es pan para tomarlo y comerlo. En toda su vida terrena El era siempre pan que se dejaba tomar y comer. No fue el personaje remoto, inaccesible, reservado sólo para un grupo escogido. Su lugar estaba en medio de las gentes y en particular de los hambrientos. Era pan. Alimento de los pobres. El Evangelio lo muestra continuamente así: asediado, agobiado, extenuado. La gente lo quiere tocar, una fuerza salía de El que sanaba a todos (90). La gente lo quiere oír, lo quiere ver, le quiere pedir algo, una palabra, salud, esperanza, perdón, más fe, paz... y El se lo da. Les da todo lo que le piden. Les da todo su tiempo, su energía, su atención, su cariño. No lo dejan descansar, comer, retirarse, dormir. Un día se va a la región de Tiro y entra en una casa dando instrucciones de que nadie lo supiera. Pero inútil. Una mujer sirofenicia, pagana, insiste con pertinacia en ser atendida y acogida por El en su petición: sanar a su hija. Jesús se rehúsa, alegando que no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos. Pero ella le responde: "Señor: si también los perritos comen bajo la mesa las migajas de los niños". Jesús entonces cede: opera el prodigio solicitado. Pero al mismo tiempo vuelve a poner de manifiesta su condición de pan vivo: hasta la última migaja de su ser le pertenece a la gente, de cualquier condición, en cualquier circunstancia (91). 6.3. Para la vida del mundo 110. Quien, por la Eucaristía, entra en comunión con Jesús abriéndole de par en par las puertas de su corazón, empieza a convertirse, él mismo, en pan que se deja tomar y comer, para vida del mundo. La Eucaristía fundamenta así toda sólida vocación apostólica. El discípulo de Cristo se deja enviar por El en medio del mundo y de sus urgencias. No elude a la gente, no se encastilla en círculos privilegiados: sabe que se pertenece a los hombres y quiere ser para ellos pan de vida y esperanza. 111. Toda auténtica devoción eucarística, lejos de aislar y retirar del mundo, proyecta al comulgante hacia el corazón del mundo, con toda la urgencia del amor de Cristo. Renunciando a la tranquilidad de una cima inaccesible, desciende con Cristo al valle y a la ciudad, se deja tomar y comer. Sólo alberga una preocupación, una cautela: dejarse comer, sí, pero para transformar a los otros en Cristo. Una elemental prudencia y

observación de la vida muestra que no pocos generosos operarios apostólicos se dieron a los demás, a su ambiente, de tal modo, que en lugar de atraerlos a sí y con ello a Cristo, terminaron perdiendo su propia identidad y sustancia y transformándose, ellos, en un engranaje más del ambiente que debían transformar y convertir en Cristo. 112. En la Eucaristía, Cristo nos transforma en su propia sustancia, porque El es más fuerte que nosotros. Si hemos de transformar el mundo en Cristo, nuestra vida entera ha de estar arraigada y cimentada en el Cristo de la Eucaristía. "El verdadero testimonio de los cristianos es, por tanto, la manifestación de las obras que Dios realiza en los hombres. El hombre da testimonio, no basado en sus propias fuerzas, sino en la confianza que tiene en el poder de Dios que lo transforma y en la misión que le confiere" (92). 113. Quien hace la experiencia de vivir de la Eucaristía y hacerse en Cristo pan vivo para la vida del mundo, asistirá muy pronto a la reedición de un prodigio: la multiplicación del pan. 114. Cuando Cristo multiplicó el pan en el desierto quiso no sólo solucionar un problema urgente y real: quiso también dejamos la más sugerente imagen de lo que ocurre con el hombre que, al igual que Cristo, se convierte en pan vivo para la vida del mundo: se multiplica. 115. De esta suerte la Eucaristía inaugura una nueva manera de existir: partir el pan para compartir. Y al compartir, multiplicar. 116. Los bienes materiales son esencialmente limitados y limitantes: al consumirse se agotan. No pueden compartirse indefinidamente ni son siempre renovables. Por eso la posesión de bienes materiales lleva siempre la tendencia a cerrarse y encerrarse en ellos, dado que su existencia está perpetuamente amenazada. 117. En cambio, mientras más espiritual es un bien, tanto más fácil resulta compartido. Contemplar una hermosa puesta de solo un atractivo programa de T. V., escuchar una selecta melodía, es un bien que se aprecia igualo incluso mejor, habiendo cien mil o un millón de personas que lo disfrutan con nosotros. Esos bienes no se agotan, no se dividen entre quienes los disfrutan: se disfrutan mejor compartiéndolos. 118. Por eso la mayor parte de los celos, disputas, guerras y divisiones surgen en sociedades o personas y en tomo a bienes fuertemente materializados. La materia es siempre limitada, y su posesión, limitante. 119. Aquí comparece, una vez más, la novedad de la fe cristiana y de la Eucaristía: espiritualizar la vida. La Eucaristía transforma el pan y el vino, el trabajo y el esfuerzo, el dolor y la fatiga del hombre en el Cuerpo y la Sangre de Dios. Nos transforma a nosotros mismos en otros Cristos: Pan vivo para vida del mundo. Nos hace damos, partirnos, compartirnos sin agotamos, antes bien, multiplicamos. Yeso nos lleva a usar también los bienes materiales de acuerdo a las leyes del espíritu: compartiendo. Juan Pablo II desde el Brasil ha dicho a quienes viven en la abundancia, aun a quienes gozan de un relativo bienestar, especialmente a los que viven en el lujo y ostentan el poder: "¡Compartid lo vuestro con los pobres, con los que viven en la miseria crónica, con los que sufren hambre! ¡Compartidlo de modo programático y sistemático! ... Si

tienes mucho, si tienes tanto, recuérdate que debes dar mucho, que hay tanto que dar... Haced todo a fin de que desaparezca, al menos gradualmente, ese abismo que separa a los 'excesivamente ricos', poco numerosos, de las grandes multitudes de los pobres, de los que viven en la miseria. Haced todo para que este abismo no aumente, sino que disminuya, para que se tienda a la igualdad social..." (93). Disfrutando tanto más cuanto mayor es el número de los que disfrutan con y por nosotros. 6.4. Comunión y compartir 120. Consta que ése era un rasgo característico de los primeros cristianos. Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. Y como fruto de esta intensa comunión espiritual, "todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno... La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común... Entre ellos no había ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según sus necesidades" (94). 121. No se trata, por cierto, de un régimen de propiedad socialista o comunista. No es una estructura jurídico-política: es un espíritu. Una plenitud de espíritu que invita a poseer compartiendo. Todos los hijos de Dios tienen igual derecho a sentarse a la mesa del Padre y saciarse de los bienes que el Creador dispuso para todos. Quien vive en el espíritu comprende esta "hipoteca social" (95), que grava los bienes de la tierra, y se empeña por multiplicar los suyos compartiéndolos. Sabe, por su fe eucarística, que los pobres de este mundo son presencia de Cristo, y que compartir con ellos los bienes a los que de por sí solos no tienen acceso es producir frutos de vida eterna. 122. Así los bienes materiales, lejos de ser una trampa mortal, motivo de celos y discordias, se convierten en signo de la providencia paterna de Dios y fuente de fraternidad humana en Cristo. Una sólida, auténtica devoción eucarística pone los fundamentos y exigencias de un nuevo orden social. En la escuela de la Eucaristía, el lobo solitario cambia su corazón y se transforma en hermano, servidor, solidario. 123. Allí, en la fracción del pan, los ojos cegados se abren y reconocen a Cristo, presente en el peregrino que camina a nuestro lado (96). 124. Mientras el hombre carnal considera que el sentido de su vida es consumir, el hombre eucarístico hace de toda su vida un compartir. Como Cristo, no descansa mientras no esté todo consumado: es decir, todo lo suyo entregado y compartido. 125. Abrigamos la certeza de que este Congreso Eucarístico, y la profunda devoción y práctica eucarística que de él se seguirán, significará un decisivo impulso de promoción, en Chile, de un nuevo espíritu, y con él, un nuevo orden social. "La alianza nueva que Cristo pactó con su Padre se interioriza por el Espíritu Santo que nos da la ley de gracia y de libertad que él mismo ha escrito en nuestros corazones. Por eso la renovación de los hombres y consiguientemente de la sociedad dependerá, en primer lugar, de la acción del Espíritu Santo. Las leyes y estructuras deberán ser animadas por el Espíritu que vivifica a los hombres y hace que el Evangelio se encarne en la historia" (97). Así,

el "Chile, país de hermanos" será un fruto del Espíritu de Cristo, que brota de la cruz y de la Eucaristía, para renovar la faz de la tierra. 7. MARIA Y EL MISTERIO EUCARISTICO 126. Nos encontramos en el mes de María, un tiempo de gracias en el cual todos volvemos a experimentar que María es "la Madre de la Iglesia", "la pedagoga del Evangelio", "el modelo perfecto del cristiano", "la cooperadora activa del Señor" (98). Al inicio del Congreso le pedimos a Ella que en este año nos enseñara "a no temer, a abrir nuestras puertas a Cristo y a celebrar con Él el Sacrificio Eucarístico, como una gran fiesta de adoración, fraternidad y envío misionero" (99). Durante estos meses ocurrió al interior de cada uno, en el conjunto de nuestra Iglesia. Ahora, cuando nos preparamos para las celebraciones culminantes, nos volvemos hacia la Madre de Cristo, confesando que creemos firmemente que el Verbo tomó de Ella la carne y la sangre que nos entrega como alimento y bebida en el Sacramento Eucarístico. 127. Santo Tomás de Aquino nos ha entregado algunos de los textos litúrgicos más hermosos, con los cuales cantamos la gratitud que debemos al Señor que se nos dona en la Eucaristía. En uno de sus himnos siente la necesidad de proclamar, junto con la fe en ese Jesús que entrega su cuerpo y su sangre en el pan y el vino, que El "se entregó a nosotros, se nos dio naciendo de una casta virgen" (100). 128. La fe eucarística se enhebra con la fe en la encarnación. Es por eso que León XII afirma que la Eucaristía es la prolongación de la encarnación. Queremos pedirle a María que nos eduque, que ella sea "educadora de la fe". Así nosotros nos acercaremos a la celebración de los Sagrados Misterios con un corazón abierto, hambriento de Cristo, hambriento del Pan de Vida. 129. Ella sea la que, así como preparó a Cristo entregándole el cuerpo y la sangre para que fuese la víctima y el sacerdote, nos prepare a nosotros ahora para gozar de los frutos de su ofrecimiento por nuestra redención. Le imploramos a Ella, también como "pedagoga del Evangelio" que busca en la palabra de Cristo, nos transforme, "que ese Evangelio nos penetre y conforme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad" (101). Que todos los frutos, que todos los efectos de este Congreso Eucarístico y de todo este despertar que ha traído el Cristo Peregrino, maduren en profundidad para que nuestra Iglesia chilena esté pertrechada para enfrentar los desafíos que la historia está exigiendo de nosotros al terminar el segundo milenio desde que el Verbo se hizo carne en Ella. En este espíritu, con estos deseos convocamos a todo el pueblo de Dios para celebrar las grandes fiestas de este XI Congreso Eucarístico Nacional.

INVITACION DE LOS OBISPOS DE CHILE Queridos hermanos: 1. Estamos al inicio del Mes de María, en el año del XI Congreso Eucarístico Nacional. Hoy les traemos una invitación a todos los hijos de la Iglesia que, estamos ciertos, será un motivo de alegría para ustedes. El Congreso ha conmovido a todo Chile

2. Desde su inicio, nuestro Congreso fue una movilización simultánea de la vida de nuestras diócesis. Por eso que, en cada una de ellas, se han ejecutado actos culminantes, donde la celebración de la Eucaristía ha tenido el carácter de una verdadera fiesta de la fe. 3. Como sedes nacionales designamos La Serena, Chillán y Maipú. Queríamos, en esta forma, manifestar que el Congreso no ha sido un acontecimiento circunscrito a un lugar de nuestra geografía y que, al contrario, sus símbolos y su irradiación han conmovido a todos los chilenos. Esa amplitud va ahora a concentrarse y anudarse en las grandes celebraciones de 1b1 triduo que nos traerá la memoria de Semana Santa. 4. Convocamos a todos los hijos de la Iglesia Chilena para que vivamos espiritualmente unidos esas tres Eucaristías que presidirá el Enviado Extraordinario de Su Santidad Juan Pablo II, el Cardenal Raúl Francisco Primatesta. Con un especial afecto extendemos también esta invitación a nuestros hermanos chilenos que se encuentran distantes de la patria. La Serena, Chillán, Santuario de Maipú 5. Los invitamos a celebrar en La Serena la memoria del Jueves Santo. Allí, el jueves 20 de noviembre, recordaremos la Ultima Cena del Señor con sus Apóstoles cuando El "nos amó hasta el extremo" (102). Esa noche en que El se hizo sirviente para lavar los pies a los Doce e instituyó el Sacramento de la Eucaristía y lo hizo perdurable en la Iglesia por el Sacramento del Sacerdocio. 6. Los invitamos a celebrar en Chillán el recuerdo del Viernes Santo. En esa ciudad, el viernes 21 de noviembre, viviremos la Eucaristía como la renovación del sacrificio de Cristo en el altar del Calvario. Volveremos a mirar a la cruz, ya no como el madero de los esclavos, sino como el único árbol de la vida, cuyos frutos se hacen alimento en el Pan y Vino consagrados. 7. Los convocamos para que, el domingo 23 de noviembre, en la Fiesta de Cristo Rey, revivamos ese domingo del cual brota toda nuestra luz: el Domingo Santo de la Resurrección. Hasta Maipú, el Santuario de Nuestra Señora del Carmen, siguiendo al Cristo Peregrino que nos conduce hasta el templo del cielo, acudirá nuestra Iglesia como un pueblo caminante. Haremos un alto en nuestra peregrinación constante, celebraremos la Acción de Gracias de la Eucaristía y en ello viviremos la hora de la Gran Fiesta de hermanos y dará al mundo razón de nuestra esperanza. Todo Chile un altar 8. Queridos hermanos: en una rueda de cantores campesinos, un poeta popular improvisó una décima que tiene para nosotros la exigencia de un programa y expresa bien el sentido de nuestra invitación: "Jesucristo Peregrino que recorres los caminos de Chile sin descansar: Chile entero es un altar del mar a la cordillera..."

Con el Enviado del Papa 9. Nuestra convocación es para reunimos, como Pueblo de Dios, presididos por el Cardenal Raúl Primatesta que nos hará presente al Padre común de la Iglesia, el Papa Juan Pablo 11. Estaremos allí los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, concelebrando el Misterio, junto con nuestros sacerdotes. Estarán nuestros diáconos, nuestros religiosos y religiosas y todos los bautizados. La Iglesia aclamará a su Rey, cantará su gratitud a su Señor que la visitó en el humilde andar del Cristo Peregrino. Será la gran fiesta de Cristo Rey, en la que El manifestará su señorío sobre nuestras vidas y nos volverá a marcar como a un pueblo de reyes, destinado a dominarse y a dominar el mundo por el trabajo responsable y el servicio generoso. Invitamos a una Fiesta 10. Llamamos a una fiesta porque nuestra fe nos asegura que el Crucificado resucitó y está vivo entre nosotros. Celebraremos, en este alto de nuestra peregrinación, una Eucaristía que brota de la certeza que nos pide la Conferencia Episcopal de Puebla, cuando nos exige una "fe que sea fuente de alegría popular y motivo de fiesta aun en situaciones de sufrimiento" (103). 11. Queremos reiterar una invitación de Juan Pablo II a la alegría cristiana, cuando, en tierra de América Latina, dijo a los obreros de Monterrey: "Nadie se sienta excluido, en particular los más desdichados, pues esta alegría que proviene de Jesucristo no es insultante para ninguna pena. Tiene el sabor y el calor de la amistad que nos ofrece Aquel que sufrió más que nosotros, que murió en la cruz por nosotros, que nos prepara una morada eterna a su lado y que, ya en esta vida, proclama y afirma nuestra dignidad de hombres, de hijos de Dios" (104). Fiesta de fe y fraternidad 12. Estamos ciertos que nuestra Patria, por estas celebraciones eucarísticas, logrará el fruto que siempre la Iglesia recibió de este sacramento. Por estas celebraciones el alma de Chile se hará "más robusta en la fe", según la feliz expresión del Sínodo de Santiago del año 1626. Entonces la meta de "un Chile, país de hermanos" podrá cobrar nueva realidad. 13. Nuestra fraternidad eucarística tendrá dimensiones muy concretas y actuales. Por la sangre de Cristo hemos sido reconciliados con todos los hombres. "Porque El es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad..." (105). Desde que El nos reconcilió, los redimidos no somos para los otros redimidos "ni extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los Santos y familiares de Dios" (106). Y nosotros, con palabras de Juan Pablo 11, reiteramos: "Si nuestro culto eucarístico es auténtico, debe hacer aumentar en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre" (107).

Esto reclama de nosotros las obras de fraternidad y de paz. Las celebraciones eucarísticas de La Serena, Chillán y Maipú son necesariamente un compromiso nuestro por la paz basada en la justicia, en la verdad, en el amor y la libertad. Fraternidad entre Chile y Argentina 14. Junto a las ruinas históricas de Maipú, que un día cimentaron unidos los libertadores Bernardo O'Higgins y José de San Martín, haremos una ferviente plegaria para que María, Nuestra Señora de la Paz, implore del Padre de los cielos el éxito de la mediación papal en el diferendo chileno-argentino. 15. Nuestra oración será tanto más significativa cuanto que ella será presidida por el Enviado Pontificio, el Cardenal Raúl Primatesta, que es el Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Todo Chile un altar para la gran fiesta de hermanos 16. Pedimos a María, Madre de la Iglesia, que nos ayude para que, en forma creciente, en estos días del mes dedicado a El1a, todo Chile sea un altar para la Gran Fiesta de Hermanos. Los Obispos de Chile 8 de noviembre, al inicio del mes de María, 1980 Año del XI Congreso Eucarístico Nacional. NOTAS (1) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 7. (2) Cfr. Juan 6, 28-32. (3) Cfr. Constitución sobre la Liturgia, n. 7. (4) Cfr. Decreto sobre el Ministerio de los Presbíteros, nn. 6 y 7. (5) Cfr. Juan 6, 34-58. (6) Plegaria Eucarística III. (7) Lc. 22, 15. (8) Jn. 15, 14. (9) I Cor. 12, 27. (10) Jn. 14, 2-3. (11) Jn. 17, 24. (12) Cfr. Mt. 28, 20. (13) Cfr. Mt. 1, 23. (14) Jn. 17,24. (15) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, nn. 4, 5 y 7. (16) Cfr. Jn. 15,5. (17) Jn. 3,1. (18) I Cor. 11, 23-25; Le. 22, 19-20. (19) Gál. 2, 20. (20) Cfr. I Cor. 11, 23-25. (21) Jn. 14,31. (22) Cfr. Lc. 22, 42. (23) Cfr. Jn. 17, 19.

(24) Jn. 15, 13. (25) Jn. 10, 10. (26) N° 10. (27) Plegarias Eucarísticas l-IV. (28) Cfr. Aclamaciones de la Asamblea después de la Consagración. (29) Cfr. Mc. 14, 22-25. (30) Cfr. Plegarias Eucarísticas III-IV. (31) Jn. 6, 54.57 y 58. (32) I Cor. 13, 12; 1 Jn. 3, 2. (33) Ver nn. 55 y 108 Carta Pastoral N° 2. (34) Juan Pablo II, "Alocución a Superiores Mayores de Ordenes y Congregaciones Religiosas", 24.2.80. (35) Mt. 20,28. (36) D. P. 270. (37) Mt. 11,28. (38) Jn. 6,51. (39) Cfr. "Ciudad de Dios", Libro 10, 11. (40) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 9. (41) Cfr. Rom. 12, 1. (42) D. P. 185-186. (42’) Sab. 1,13. (43) D. P. 31-39. (44) D. P. 192. (45) Cfr. Is. 52,14-15; 53,2-12. (46) D. P. 278. (47) Cfr. Gén. 22, 16-18. (48) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 4. (49) lb. (50) Cfr. 1 Cor. 10, 17. (51) Gén. 1,28. (52) Cfr. Gén. 2-4. (53) Cfr. Mt. 13,24-30. (54) Pastoral N° 1. Convocatoria N° 6. 1980. (55) Cfr. Jn. 13, 14. (56) Jn. 17, 21. (57) Jn. 11, 52. (58) Mt. 7,20. (59) D. P. 272. (60) Evangelii Nuntiandi, 77. (61) Cfr. Hech. 2, 11. (62) Lumen Gentium, n. 1. (63) Ef. 2, 14-18. (64) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 13. (65) 1 Jn. 4,11. (66) II Pe. 1,3-4. (67) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 7. (68) lb., n. 6. (69) Cfr. Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 6. (70) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 6. (71) D. P. 138. (72) D. P. 975. (73) I Cor. 11,17ss. (74) Cfr. Lumen Gentium, n. 26. (75) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 8. (76) Instrucción "Inaestimabile Donum ", 23.5.80. (77) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 13.

(78) Jn. 17,21-23. (79) Cfr. Jn. 11,52. (80) Lema del próximo Congreso Eucarístico Internacional, año 1981 en Lourdes. (81) Jn. 6, 48-51. (82) Cfr. Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 7. (83) Lc. 19,1-10. (84) Lc. 7,1-10. (85) Mc. 5, 22-43. (86) Jn. 11, 1-44. (87) Jn. 2, 1-11. (88) Mt. 18, 20. (89) Jn. 14, 12. (90) Cfr. Mc. 5, 28-30; Le. 6, 19. (91) Cfr. Mc. 7,24-28. (92) D. P. 970. (93) Juan Pablo II. En la Favela, Brasil 1980. (94) Hech. 3,42-44 y 4,32-35. (95) Juan Pablo II, Discurso Inaugural en Puebla, n. III, 4. (96) Lc. 24,31-35. (97) D. P. 199. (98) Cfr. D. P. 185; 293. (99) Carta Pastoral N° 1, Convocatoria, 1980. N° 9. (100) Himno litúrgico Pange Lingua, estrofa n. 2. (101) D. P. 290. (102) Jn.13, 1. (103) D.P. 466; cfr.D.P. 448. (104) Discurso del 31 de enero, n. 8. (105) Ef. 2,14. (106) Ef. 2,19. (107) Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980, n. 6.