Carta sobre la tolerancia-Locke

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    Estudios Pblicos, 28

    DOCUMENTO

    JOHN LOCKE. Clebre filsofo ingls (1637-1704) cuyas obras principales son ElEnsayo Acerca del Entendimiento Humano y los Dos Tratados Acerca del Gobiernopublicados en 1690. En la primera de ellas, Locke ofreci los fundamentos para unafilosofa de inspiracin empiricista. Gracias a la segunda de estas obras, se transformen uno de los padres del liberalismo. Su influencia, tanto en el campo de la filosofa delconocimiento como de la tica y la teora poltica, ha sido capital en la historia delpensamiento de Occidente.

    * La traduccin ha tenido como base la versin publicada en 1977 (segundaedicin undcima tirada) por The Bobbs-Merrill Co. Inc., Indianpolis (Indiana), USA.

    CARTA SOBRE LA TOLERANCIA*

    John Locke

    Este notable alegato en favor de la tolerancia religiosa y de la libertadde conciencia constituye un texto clsico de quien es considerado elgran idelogo e inspirador de la revolucin liberal inglesa consumadaen 1688. Las reflexiones que contiene estn atravesadas por el inci-piente espritu de la democracia, por el espritu ya consolidado de lareforma y, sobre todo, por el espritu de la modernidad, en lo quetiene de rescate de la razn, de las libertades individuales y de crticaa las grandes concentraciones de poder.Aunque el ensayo escrito en 1689 se plantea fundamentalmenteen el horizonte de los violentos conflictos religiosos que se sucedie-ron en Europa tras la ruptura de la unidad del cristianismo y eldesarrollo del espritu de sectas, es notable que a casi 300 aos de supublicacin conserve intactas su vehemencia y su tensin intelectual

    en temas sobre los cuales, a pesar del tiempo transcurrido, an distamucho de haberse dicho la ltima palabra. Entre esos temas figuranel de las relaciones entre Iglesia y Estado, el de las fronteras entre losasuntos de Dios y los asuntos del Csar, el de la libertad de asocia-cin y varios ms.

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    Carta Sobre la Tolerancia

    Al Lector

    La siguiente carta referente a la tolerancia, que fue (en 1689) primeroimpresa en latn, y este mismo ao en Holanda, ha sido ya traducida alholands y al francs. Una aceptacin tan rpida y general podra presagiaruna favorable acogida en Inglaterra. Creo, en realidad, que no existe nacinbajo el cielo en la cual se haya dicho ms sobre ese tema que en la nuestra.Pero, sin embargo, no existe tampoco pueblo que tenga, como nosotros,

    mayor necesidad de que se diga y que se haga algo ms acerca de este punto.Nuestro gobierno no slo ha sido parcial en materias de religin,

    sino que incluso quienes ms han sufrido por esta parcialidad, y ms se hanesforzado a travs de sus escritos por justificar sus propios derechos ylibertades, en su mayora lo han hecho basndose en principio estrechos,apropiados slo a los intereses de sus propias sectas.

    Esta estrechez de espritu que han demostrado todos ha sido indu-dablemente la causa principal de nuestras miserias y confusiones. Pero cua-

    lesquiera que hayan sido estos motivos, ya es hora de buscar una curatotal. Necesitamos remedios ms efectivos que los que hemos usado hastaahora en nuestra enfermedad. No son las declaraciones de indulgencia ocomprensin, como las que han sido predicadas o proyectadas entre noso-tros hasta el momento, las que puedan cumplir esta labor. Las primeras slopaliarn nuestro mal y las segundas slo lo empeorarn.

    La libertad absoluta, la libertad justa y verdadera, igual e imparcial,es aquello que necesitamos en efecto. Ahora bien, aun cuando esto ha sido

    muy discutido, dudo que haya sido bien comprendido. Estoy seguro de queno ha sido practicado ni por nuestros gobernantes frente al pueblo en gene-ral ni por los grupos disidentes del pueblo entre s.

    No puedo, por lo tanto, sino esperar que esta disertacin, que abor-da este tema en forma breve, pero ms precisa de lo que hemos visto hastaahora, al demostrar tanto la equidad como la viabilidad de esto, sea conside-rada altamente oportuna por todos los hombres que posean un espritu losuficientemente amplio como para preferir el verdadero inters pblico al de

    un grupo particular.Para el uso de los que ya estn en este espritu, o para inspirar ste aquienes an no se encuentran en l, es que lo he traducido a nuestra len-gua. Pero la materia en s misma es tan corta que no necesita un prefacioms largo. La dejo, por lo tanto, a la consideracin de mis conciudadanos; yespero sinceramente que ellos lo utilicen con el fin con que fue concebido.

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    Carta Sobre la Tolerancia

    Honorable Seor:

    En vista de que os place indagar cules son mis pensamientos acer-ca de la tolerancia mutua entre los cristianos de diferentes profesiones reli-giosas, debo necesariamente responderos, con toda libertad, que estimoque la tolerancia es el distintivo y la caracterstica principal de la verdaderaiglesia. Porque todo lo cual algunos se jactan sobre la antigedad de loslugares y nombres, o sobre la pompa de su culto externo, y otros sobre la

    forma de su doctrina; y todos sobre la ortodoxia de su fe puesto que todosse consideran ortodoxos ante s mismo, estas cosas, y todas las dems deigual naturaleza, son ms bien caractersticas de la lucha de los hombres porel poder y por el dominio sobre los dems, que distintivos de la iglesia deCristo. Aun cuando todos sostengan su derecho sobre estas cosas, si care-cen de caridad, mansedumbre y buena voluntad hacia la humanidad, y aunhacia aquellos que no son cristianos, ciertamente estarn muy lejos de serverdaderos cristianos. Los reyes de los Gentiles ejercen su seoro sobre

    ellos, dijo nuestro Salvador a sus discpulos, pero vosotros no seris as.(Lucas XXII 25, 26.) La funcin de la verdadera religin es completamentediferente. No ha sido creada para producir una pompa externa, ni para obte-ner un dominio eclesistico ni tampoco para el ejercicio de la fuerza compul-siva; sino que para la regulacin de la vida de los hombres en conformidada las reglas de la virtud y de la piedad. Quienquiera que se aliste bajo elestandarte de Cristo, deber, en primer lugar y por sobre todo, combatircontra sus propias avideces y vicios. En vano pretenden algunos usurpar el

    nombre de cristianos sin poseer la santidad de vida, la fortaleza de costum-bres y la benignidad y mansedumbre de espritu. Aprtese de la inquietudtodo aquel que pronuncie el nombre del Seor. (2 Timoteo II, 19.) Y t,cuando te arrepientas, fortalece a tus hermanos, dijo Nuestro Seor a Pe-dro. (Lucas XXII, 32.) Sera muy difcil en realidad que alguien que seaindiferente respecto de su propia salvacin, me persuadiese que estabaextremadamente preocupado por la ma. Porque es imposible que quienes nohan abrazado la religin cristiana en su corazn se consagren sincera y

    entusiastamente a convertir a otra gente en cristianos. Si damos crdito alEvangelio y a los apstoles, nadie podr ser cristiano si carece de caridad yde aquella fe que no acta mediante la fuerza, sino a travs del amor. Apeloahora a la conciencia de quienes persiguen, atormentan, arruinan y matan aotros hombres, por pretextos de religin, para que digan si lo hacen o nopor amistad y afecto hacia ellos, y slo podr creer, entonces y no antes,

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    que estos soberbios fanticos lo hacen en verdad por tales motivos, cuan-do los vea corregir del mismo modo a sus amigos y familiares que pequen

    manifiestamente contra los preceptos evanglicos y los vea, asimismo, per-seguir a hierro y fuego a los miembros de su propia comunin, contamina-dos por enormes vicios que los exponen a su perdicin eterna si no seenmiendan, y cuando vea que expresan su amor y anhelo por la salvacinde sus almas infligindoles toda suerte de crueldades y tormentos. Puestoque si, como ellos lo proclaman, actan as slo por principios de caridad yamor hacia las almas de los hombres, al privarlos de sus bienes, al mutilarsus cuerpos con castigos corporales y hacerlos finalmente perecer de ham-

    bre y de tormentos en apestosas prisiones, me pregunto que si todo esto sehace para convertirlos en cristianos y procurar as su salvacin, por qu,entonces, toleran que la prostitucin, el fraude y la malicia y otros tantoshorrores, que segn el apstol (Romanos 1) tanto saben a corrupcin pa-gana, lleguen a predominar sin contrapeso entre su grey y su pueblo? Estascosas, y otras similares, son ciertamente ms contrarias a la gloria de Dios, ala pureza de la Iglesia y a la salvacin de las almas que ninguna otra disen-sin consciente acerca de las prescripciones eclesisticas, o que la indife-

    rencia ante el culto pblico siempre que est acompaada de una inocenciade vida. Por qu entonces este ardiente celo de Dios, de la Iglesia y de lasalvacin de las almas ardiente, digo literalmente, con fuego y hoguerapasan por alto aquellos vicios morales y la maldad sin castigarlos, siendoque todos los reconocen como diametralmente opuestos a la manifestacindel cristianismo; y desvan sus fuerzas, ya sea para introducir ceremonias opara establecer opiniones, que en su mayora constituyen materias difcilese intrincadas que sobrepasan la capacidad de la comprensin comn? Cul

    de los grupos que disputan sobre estas cosas est en la razn? Cul esculpable de cisma o herejas? Acaso aquellos que dominan o aquellos quesoportan, y cul se har manifiesto cuando se juzgue la causa de su separa-cin? Ciertamente, quien sigue a Cristo, abraza su doctrina y soporta suyugo, aunque abandone a sus padres y se aleje de las reuniones pblicas yceremonias de su pas o abjure de cualquier cosa, no deber entonces serjuzgado como hereje.

    Ahora bien, aunque las divisiones entre las sectas sern permitidas,

    nunca tales divisiones debieran obstruir permanentemente la salvacin delas almas; sin embargo, e adulterio, la fornicacin, la impureza, la lascivia, laidolatra y dems cosas similares, no pueden dejar de considerarse comoobras de la carne; el apstol dijo explcitamente que aquellos que las con-sientan, no heredarn el reino de Dios (Galatas 5, 21.) Quienquiera queanhelo el reino de Dios y crea su tarea engrandecerlo entre los hombres,

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    deber dedicarse con no menos cuidado y diligencia a extirpar estas inmora-lidades antes que a la destruccin de las sectas. Pero si alguno acta dife-

    rentemente, y al mismo tiempo que es cruel e implacable con aquellos quedisienten de su opinin, es a la vez indulgente frente a tales iniquidades einmoralidades, que son impropias del mismo nombre de cristianos por mu-cho que hable de su Iglesia, demuestra plenamente a travs de sus accio-nes, que es otro el reino que persigue y no el progreso del reino de Dios.

    Me parecera muy extrao, y creo que a otros tambin, que un hom-bre creyera justo hacer que alguien, cuya salvacin desea sinceramente,expirase en medio de tormentos, y aun ms, sin conversin. Seguramente

    nadie creera que tal actitud pudiese tener su origen en la caridad, el amor ola buena voluntad. Si alguien sostiene que los hombres deben ser obligadosa fuero y espada a profesar determinadas doctrinas, y a acatar uno u otroculto externo, sin respeto alguno por sus principios morales; si alguien seesfuerza por convertir a aquellos que yerran en la fe, forzndolos a profesarcosas en que no creen, y permitindoles practicar otras que no son permiti-das por el Evangelio, no puede dudarse entonces, en realidad, de que talpersona slo desea reunir una asamblea numerosa que profese lo mismo

    que l; pero sera increble que pretendiese intentar por tales medios laconstitucin de una verdadera Iglesia cristiana. Dara mucho que pensar siaquellos que luchan realmente por el progreso de la verdadera religin,hicieran uso de armas que no pertenecen a la contienda cristiana. Si, asemejanza del Capitn de nuestra salvacin, desearan sinceramente el biende las almas, caminaran por el recto sendero y seguiran el ejemplo perfectode ese Prncipe de la Paz, quien envi a sus soldados a someter a las nacio-nes y reunirlas dentro de su iglesia, no armados con la espada u otros

    instrumentos de fuerza, sino que preparados con el Evangelio de la paz ycon la santidad ejemplar de sus argumentos. Este fue su mtodo. Aunquelos infieles fuesen convertidos por la fuerza y aquellos que estaban ciegosu obstinados fueran sacados de su error por medio de soldados armados,sabemos muy bien que sera mucho ms fcil para El lograrlo con los ejrci-tos de las legiones celestiales, que para cualquier hijo de la Iglesia, por muypotente que fuera, conseguirlo con todos sus regimientos de dragones.

    La tolerancia hacia aquellos que difieren de otros en materias de

    religin es tan conforme al Evangelio de Jesucristo y a la razn genuina dela humanidad, que parece monstruoso que los hombres sean tan ciegoscomo para no percibir claramente la necesidad y ventaja de ello. No censu-rar aqu la soberbia y la ambicin de algunos ni el apasionamiento y pococaritativo celo de otros. Estos son defectos de los cuales difcilmente po-drn liberarse los asuntos humanos; son de tal naturaleza que nadie querr

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    aceptar que les sean imputados, sin adornarlos de ostentosos colores ybuscar as alabanzas, mientras, pretendiendo condenarlos, se dejan arrastrar

    por desordenadas pasiones. Pero aun cuando algunos disfracen su espritude persecucin y crueldad poco cristiana con el pretexto del bienestar pbli-co y de la observancia de las leyes, y otros pretendan que con la excusa dela religin queden impunes su libertinaje y licencias, estimo que nadie debeengaarse a s mismo ni a los otros con razones de lealtad y obediencia alprncipe o de ternura y sinceridad hacia el culto de Dios; y considero que esnecesario, por sobre todo, distinguir la esfera del gobierno civil de la esferade la religin y establecer los lmites exactos entre una y otra. Si no se hace

    esto, jams tendrn fin las controversias que surgen permanentemente entrelos que tienen, o por lo menos pretenden tener, de una parte, una preocupa-cin por los intereses de las almas de los hombres y, de otra, una preocupa-cin por la comunidad.

    La repblica es una sociedad de hombres construida slo para pro-curar, preservar y hacer progresar sus propios intereses civiles.

    Llamo intereses civiles a la vida, la libertad, la salud, la quietud delcuerpo y la posesin de cosas externas tales como el dinero, las tierras, las

    casas, los muebles y otras similares.Es deber de todo gobernante, mediante la ejecucin imparcial de las

    mismas leyes, garantizar a todos en general, y a cada uno de sus sbditosen particular, la posesin justa de las cosas que pertenecen a esta vida. Sialguno pretende violar las leyes de la justicia pblica y de la equidad queestn establecidas para la preservacin de estas cosas, su pretensin debe-r ser frenada bajo la amenaza de castigos que consistan en la privacin odisminucin de aquellos intereses civiles o bienes de los cuales podra go-

    zar en caso contrario. Pero al ver que ninguno querr sufrir voluntariamenteel castigo de ser privado o reducido en parte de sus bienes, y mucho menosen su libertad o existencia, ser entonces el magistrado, con el poder y alfuerza de todos sus sbditos, quien castigar a quienes vulneren los dere-chos de otra persona.

    Ahora bien, me parece que las siguientes consideraciones demues-tran plenamente que toda jurisdiccin del gobernante alcanza slo a aque-llos aspectos civiles, y que todo poder, derecho o dominio civil est vincu-

    lado y limitado a la sola preocupacin de promover estas cosas; y que nopuede ni debe ser extendido en modo alguno a la salvacin de las almas.Primero: Porque el cuidado de las almas no est asignado al gobernan-

    te, como tampoco lo est a otros hombres. No le ha sido atribuido por Dios al, porque no hay evidencia de que Dios haya dado jams tal autoridad a unhombre para obligar a nadie a abrazar su propia religin. Tampoco puede

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    investrsele de tal poder por acuerdo del pueblo, puesto que ningn hombrepuede abandonar tan ciegamente el cuidado de su propia salvacin como para

    dejar a la eleccin de cualquier otro, ya sea prncipe o sbdito, el prescribircul fe o culto debe abrazar, porque ningn hombre puede ni podr conformarsu fe a los dictados de otro. Toda la existencia y el poder de la verdaderareligin consiste en la persuasin interior y completa del espritu; y la fe no estal sin la creencia. Aunque hagamos cualquier profesin, o nos sometamos acualquier culto externo, si no estamos plenamente convencidos de que aqu-lla es la verdad y ste agradable a Dios, tal profesin y tal culto, en lugar deconstituir un progreso, sern de hecho grandes obstculos para nuestra

    salvacin. En esta forma, en vez de expiar otros pecados mediante el ejerciciode la religin, al ofrecer al Dios todopoderoso un culto que consideramosingrato para El, agregamos al nmero de nuestros dems pecados el de lahipocresa y el del desacato a su Divina Majestad.

    En segundo lugar: El cuidado de las almas no puede pertenecer almagistrado civil, ya que su poder consiste slo en su fuerza externa, pero lareligin verdadera y redentora consiste en la persuasin interior, sin la cualnada puede ser aceptable para Dios. Y la naturaleza del entendimiento es tal

    que no puede ser obligado a creer en algo por medio de la fuerza externa. Laconfiscacin de la propiedad, la prisin, los tormentos ni ninguna cosa detal naturaleza pueden tener tanto poder como para que los hombres cambienel juicio interno que se han formado sobre las cosas.

    Puede, de hecho, afirmarse que el magistrado podra utilizar argu-mentos y de este modo conducir a los heterodoxos al camino de la verdad,procurando as su salvacin. Esto lo acepto, ya que le es comn con losdems hombres. Al ensear, instruir y enmendar mediante la razn a los que

    estn en el error, puede hacer ciertamente lo que es propio de cualquierhombre virtuoso. La magistratura no lo obliga a prescindir ni de la humani-dad ni del cristianismo. Sin embargo, una cosa es persuadir y otra es orde-nar, una cosa es presionar con argumentos y otra es hacerlo con castigos.Slo el poder civil tiene derecho a hacer esto; al poder eclesistico, la bene-volencia le es suficiente autoridad. Todo hombre tiene la misin de advertir,de exhortar y convencer a otro de su error y llevarlo a la verdad con razona-mientos, pero legislar, ser acatado e imponer mediante la espada, slo perte-

    nece al gobernador. Es sobre esta base que afirm que el poder del magis-trado no es extensivo al establecimiento de ningn artculo de fe, o formasde culto, por la sola fuerza de sus leyes. Puesto que las leyes carecen detoda fuerza si no se acompaan con sanciones, y stas no son en absolutopertinentes en este caso, porque no sirven para convencer al intelecto. Ni laprofesin de un artculo de fe ni tampoco la conformidad a una forma exter-

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    na de culto, como ya lo hemos dicho, pueden ser til para la salvacin delas almas, salvo que la verdad de una y la aceptabilidad de la otra ante Dios

    sean ntegramente credas por aquellos que las profesan y practican. Perolos castigos no son el camino que pueda crear tal conviccin. Slo la luz yla evidencia pueden producir un cambio en las opiniones de los hombres; yesa luz no puede provenir en manera alguna de los sufrimientos corporaleso cualquier otra forma externa de sanciones.

    En tercer lugar: el cuidado de la salvacin de las almas de los hom-bres no puede pertenecer al magistrado; porque aunque el rigor de las leyesy la fuerza de los castigos sean capaces de convencer y de cambiar la mente

    de los hombres, ello no ayudara en nada a la salvacin de sus almas.Porque, existiendo slo una verdad, un camino hacia el cielo, qu esperan-za tendramos, entonces, de que muchos hombres fueran guiados a sta, alno tener otra regla que seguir que la religin de la corte, al encontrarse en lanecesidad de abandonar la luz de su propia razn, de contradecir los dicta-dos de su conciencia y de resignarse ciegamente a la voluntad de susgobernantes, y a la religin que la ignorancia, la ambicin o la supersticinhubieran establecido fortuitamente en sus pases natales? En la variedad y

    contradiccin de las opiniones acerca de la religin, en la que tantos prnci-pes de este mundo estn tan divididos como en sus intereses seculares, lasenda estrecha se angostara an ms; un solo pas estara en la razn y elresto del mundo, sometido a la obligacin de seguir a sus prncipes en loscaminos que llevan a la destruccin; y lo que realza el absurdo y se com-padece mal con la nocin de una divinidad los hombres deberan su eternafelicidad o miseria al lugar de su nacimiento.

    Estas consideraciones, para omitir muchas otras que podran ser

    aducidas con este mismo propsito, me parecen suficientes para concluirque todo el poder del gobierno est slo relacionado a los intereses civilesde los hombres; est limitado al cuidado de las cosas de este mundo y nadatiene que ver con el mundo que ha de venir.

    Veamos ahora lo que es una iglesia. Considero que sta es una so-ciedad voluntaria de hombres que se renen de mutuo acuerdo para rendirculto pblico a Dios en la forma que ellos juzguen que le es aceptable yeficiente para la salvacin de sus almas.

    Repito, es una sociedad libre y voluntaria. Nadie nace miembro deninguna iglesia. Si esto sucediera, la religin de los padres se transmitira alos hijos por el mismo derecho de sucesin que el de sus bienes temporales,y todos detentaran su fe por los mismos ttulos que sus bienes, no pudien-do concebirse nada ms absurdo que esto. Es as, por lo tanto, como se nospresenta esta materia. Ningn hombre est por naturaleza ligado a ninguna

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    iglesia o secta en particular, sino que cada cual se une voluntariamente a lasociedad en que cree que ha encontrado aquella profesin y culto que es

    verdaderamente aceptable a Dios. Las esperanzas de salvacin, al ser la solacausa de su ingreso a esa comunin, deben ser tambin la nica razn de supermanencia en ella. Puesto que si descubre despus que hay algo errneoen la doctrina o incongruente en el culto de dicha sociedad a la cual se uni,por qu no podra tener la misma libertad para abandonarla como la quetuvo para entrar en ella? Ningn miembro de una asociacin religiosa puedeestar atado por otros lazos que no sean los que proceden de la esperanzacierta de la vida eterna. Una iglesia es, entonces, una sociedad de miembros

    que se unen voluntariamente para esta finalidad.De esto se colige ahora que debemos considerar cul es el poder de

    esta iglesia, y a qu leyes est sujeta.Puesto que ninguna sociedad, por muy libre que sea o por nimio que

    fuera su propsito institucional ya sea el de filsofos para aprender, el demercaderes para comerciar o el de hombres para el aprender, el de mercade-res para comerciar o el de hombres para el placer de dialogar y discutir ninguna iglesia o compaa, digo, puede al menos subsistir o mantenerse

    unida si no est reglamentada por algunas leyes y sus miembros estn deacuerdo en observar algn orden. El lugar y tiempo de sus reuniones debenser acordados por todos; deben establecerse reglas de admisin y exclusinde sus miembros, los rangos de sus dignatarios y no puede omitirse laubicacin de estas cosas y otras similares en su curso regular. Pero como lareunin de varios miembros en esta sociedad eclesistica es absolutamentelibre y espontnea, se concluye necesariamente de esto que la potestad deelaborar sus leyes slo puede pertenecer a la sociedad misma, o a aquellos a

    quienes la sociedad de comn acuerdo ha autorizado para establecerlas.Algunos podrn quizs objetar que ninguna sociedad tal puede serconsiderada como una iglesia legtima, si carece de un obispo o presbterocon autoridad predominante emanada de los apstoles mismos y continua-da hasta el presente por medio de una sucesin ininterrumpida.

    A stos responder: en primer lugar, que deben mostrarme el edictomediante el cual Cristo impuso esa ley a su iglesia. Y que nadie me conside-re impertinente si, en un asunto tan trascendente, exijo que los trminos de

    tal edicto sean muy explcitos y positivos. Porque la promesa que l noshizo de que doquiera se renan dos o tres bajo la advocacin de su nom-bre, l estar en medio de ellos (Mateo XVIII. 20) parece implica lo contra-rio. Os ruego reflexionar si una tal asamblea carece de algo necesario paraser una verdadera iglesia. Estoy seguro de que all no faltar nada que nosea suficiente para la salvacin de las almas.

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    En seguida, os ruego observar cun grandes han sido las divisionesaun entre aquellos que ponen tanto nfasis en la divina institucin y en la

    sucesin continuada de un cierto orden de gobernantes de la iglesia. Por-que su misma disensin nos coloca inevitablemente en la necesidad dedeliberar y, en consecuencia, nos permite una libertad para elegir aquelloque preferimos sobre la base de nuestra reflexin.

    Y en ltimo lugar, admito que estos hombres tengan un jefe de suiglesia, establecido por una serie de sucesin tan larga como lo estimennecesario, siempre que yo tenga, al mismo tiempo, la libertad para unirme aesa sociedad en la cual est persuadido que se encontrarn los elementos

    que son necesarios para la salvacin de mi alma. En esta forma se preserva-r la libertad eclesistica en todas partes y ningn hombre tendr un legisla-dor que le sea impuesto, sino aquel que l mismo elija.

    Pero ya que los hombres estn tan ansiosos del respeto a la verda-dera iglesia, yo slo les preguntara: no sera ms conforme a la iglesia deCristo, hacer que las condiciones de su comunin consistieran en cosastales, y slo en cosas tales como las que el Espritu Santo proclam necesa-rias, con palabras explcitas en las Sagradas Escrituras, para la salvacin?

    Me pregunto ahora es ms compatible con la iglesia de Cristo, que loshombres impongan sus propias invenciones e interpretaciones a otros,como si provinieran de la autoridad divina; y establezcan, mediante leyeseclesisticas, qu cosas son absolutamente necesarias para la profesin delcristianismo fuera de las que las Sagradas Escrituras mencionan o por lomenos ordenan expresamente? Quienquiera que precise cosas en funcinde la comunin eclesistica que no hayan sido prescritas por Cristo para lavida eterna, podr quiz formar una sociedad que se acomode a su propio

    criterio y provecho; mas no comprendo cmo podr sta ser llamada iglesiade Cristo, si est basada en leyes que no son las suyas y que excluyen de lacomunin a personas que Cristo recibir un da en el reino de los cielos.Pero no siendo ste el lugar para indagar cules son los signos distintivosde la verdadera iglesia, slo me preocupar de aquellas personas que lu-chan tan sinceramente por los mandatos de su propia comunin y gritancontinuamente: la Iglesia! la Iglesia!, con tanto ruido y quiz basndose enlos mismos principios con que los plateros efesios exaltaban su Diana. De-

    seo recordarles que el Evangelio proclama frecuentemente que los verdade-ros discpulos de Cristo deben sufrir la persecucin, ms nunca encontr enninguno de los libros del Nuevo Testamento que la iglesia de Cristo deberaperseguir a otros a fuego y espada para que abrazaran su fe y doctrina.

    El fin de una sociedad religiosa, como ya se ha dicho, es la adoracinpblica de Dios y, mediante ella, la obtencin de la vida eterna. Toda ense-

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    anza deber tender, por ende, a tal finalidad, y todas las leyes eclesisticasdebern limitarse a esto. En esa sociedad no debera tratarse cosa alguna

    relativa a la posesin de los bienes mundanos y civiles. No deber usarse lafuerza en ninguna ocasin, ya que sta pertenece enteramente al magistradocivil, y la posesin de los bienes externos est sujeta a su jurisdiccin.

    Nos cabe, empero, preguntarnos por cul medio podrn establecer-se estas leyes eclesisticas si carecen de todo poder coercitivo? A estorespondo que deben ser establecidas por procedimientos adecuados a lanaturaleza de tales cosas, por lo cual la profesin y observancia externa, sino proceden de una total conviccin y aprobacin de la mente, son tan

    intiles como carentes de provecho. Las armas para hacer cumplir sus debe-res a los miembros de esta sociedad son, por lo tanto, la exhortacin, laadmonicin y el consejo. Si a travs de ellas no se redime a los pecadores nise convierte a los que estn en el error, ya no hay nada ms que puedahacerse, salvo expulsar y separar de esa sociedad a aquellos individuoscontumaces y obstinados que no ofrezcan esperanza alguna de reformarse.Esta es la ltima y ms extrema fuerza de la autoridad eclesistica. No existeotro castigo que pueda infligrseles que no sea el de hacer cesar toda rela-

    cin entre la comunidad y el miembro de la cual ha sido excluido. As, lapersona que ha recibido este castigo deja de pertenecer a esa iglesia.

    Habindose establecido estas cosas, preguntmonos en seguidahasta dnde se extiende el deber de la tolerancia y qu se exige de cada unoacerca de esto.

    En primer lugar, sostengo que ninguna iglesia, por el solo deber de latolerancia, est obligada a mantener en su seno a alguien que, despus dehaber sido amonestado, siga ofendiendo obstinadamente las leyes de esa

    comunidad. Porque, siendo sta la condicin esencial de esa fe, y el lazoque lo une a ella, si fuera permitido infringirla sin censura alguna, estacomunidad se disolvera de inmediato por tal causa. Pero, sin embargo, debeprocurarse que esta excomunin y su ulterior ejecucin no se lleven a caboen manera tan brusca, ya sea en lo verbal o en la accin misma, que llegue aprovocar que la persona expulsada reciba algn dao en s misma o en susbienes. Y esto es as, porque toda la fuerza, como se ha dicho reiteradamen-te, pertenece solamente al magistrado, y ningn individuo particular puede

    en caso alguno usar la coercin si no es por razones de defensa propiafrente a la violencia injusta. La excomunin no debe privar a quien la harecibido de ninguno de los bienes que posea anteriormente. Todas estasmaterias slo son propias del gobierno civil y estn bajo la proteccin delmagistrado. La nica fuerza de la excomunin consiste solamente en quecuando se haya proclamado la resolucin de la asamblea, la unin que

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    exista anteriormente entre aquella iglesia y ese miembro se disolver deinmediato y que, al cesar tal relacin, se extinguir tambin toda participa-

    cin en ciertas cosas que ese cuerpo eclesistico hubiera transmitido a susmiembros y que no les correspondiese en razn de sus derechos civiles.Porque no existe ningn dao en lo civil para un excomulgado, por serlerehusado el pan y el vino en la celebracin de convite eucarstico, que nohan sido adquiridos con su propio dinero, sino con el de todos los dems.

    En segundo lugar: Ningn individuo particular tiene derecho a perju-dicar a otra persona en sus derechos civiles por el hecho de abrazar otraiglesia o religin. Todos aquellos derechos o franquicias que le pertenecen

    como hombre o residente, deben serle preservados en forma inviolable. Noson materia de religin. No debe causrsele violencia ni dao alguno por sercristiano o pagano. An ms, no debemos conformarnos con las estrictasmedidas de la mera justicia: stas deben complementarse con la caridad, lamagnificencia y la liberalidad. Esto es lo que prescribe el Evangelio y lo queseala la razn, y es tambin lo que la confraternidad en que nacimos re-quiere de nosotros. Si alguno se desva del camino justo, ser para supropio infortunio y no un dao para ti. Tampoco debers castigarlo por

    asuntos terrenales, suponiendo que ser desdichado en el mundo que ha desobrevenir.

    Lo que digo con respecto a la tolerancia mutua entre individuos quedifieren en religin, lo estimo igualmente en referencia a las iglesias particula-res, que tienen entre s la misma relacin que existe entre los individuossingulares, los cuales tampoco pueden pretender ninguna especie de jurisdic-cin sobre los otros, ni siquiera si el magistrado civil, como es habitual, llegaa pertenecer a sta u otra doctrina. Porque no corresponde, por lo tanto, al

    gobierno civil dar ningn nuevo derecho a la iglesia ni a sta otorgrselotampoco al gobierno civil. De manera que si un gobernante ingresa a unacomunin o se separa de ella, la iglesia sigue siendo siempre lo que era antes,es decir, una comunidad libre y voluntaria. No adquiere el poder de la espadaporque un magistrado ingresa a ella, ni pierde su potestad de adoctrinarlo nide excomulgarlo si ste la abandona. El derecho fundamental e inmutable detoda militancia voluntaria es el de alejar a cualquiera de sus miembros quetransgreda sus reglas, pero no podr jams, por la incorporacin de nuevos

    miembros, adquirir derecho alguno sobre los que no la integran. Y, por lotanto, deben observarse mutuamente entre las iglesias particulares, tal comoentre los individuos, la paz, la equidad y la amistad, sin ninguna pretensin desuperioridad o jurisdiccin de una sobre otra.

    Esclarezcamos ms an esto mediante un ejemplo: supongamos quehaya dos iglesias en Constantinopla, una armenia y la otra calvinista. Po-

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    dra alguien afirmar que una tiene el derecho de despojar de sus propieda-des o libertad a los miembros de la otra (como se practica en algunas partes)

    por el hecho de diferenciarse en ciertas doctrinas o ceremonias, mientras losturcos observen en silencio con qu inhumana crueldad y furia se enfrentanalgunos cristianos con otros? Pero si una de estas iglesias tuviera el poderde maltratar a la otra, me pregunto a cul de ellas pertenecera tal potestady con qu derecho? Se me respondera que indudablemente ser la iglesiaortodoxa la que tendra derechos de austeridad sobre la hertica, lo cual, enverdad, son palabras que no significan nada. Porque toda iglesia es orto-doxa frente a s misma, pero a la vez es hertica frente a las otras. Todo lo

    que profesa una iglesia es para ella lo verdadero y todo lo contrario a su fees lo errneo. De modo que la controversia entre estas dos iglesias acercade la verdad de sus doctrinas y la pureza de sus cultos, es equivalente enambas, y no hay juez ni en Constantinopla ni en ningn lugar del mundoque pueda emitir una sentencia al respecto, ya que la decisin de esto slopertenece al Juez Supremo de todos los hombres y slo a El toca castigar loerrneo. Mientras no se pronuncie este juicio, aquellos hombres debernmeditar cun infamemente pecan cuando, al agregar la injusticia, si no a su

    error, ciertamente a su soberbia, maltratan insolente y arrogantemente a losque obedecen a otro seor, quienes no son responsables en forma algunaante ellos.

    An ms: suponiendo que fuera evidente que una de estas dos igle-sias disidentes estuviera en la razn, esa superioridad no dara derechoalguno a la ortodoxa para destruir a la otra, ya que las iglesias no tienen nijurisdiccin sobre los asuntos de este mundo ni el fuego y la espada sontampoco los instrumentos adecuados para cambiar la conciencia de los

    hombres con el pretexto de conducirlos a la verdad. Supongamos, no obs-tante, que el magistrado civil se incline a favorecer a una de ellas, entregn-dole su espada, para que con su consentimiento castigue, segn le plazca, alos disidentes. Quin podra decir que una iglesia cristiana pudiera derivarel derecho que le otorga un emperador turco para usarlo en contra de sugrey? Un infiel, que no tiene autoridad legtima frente a los dogmas de su fe,no podra conferir a los cristianos tal potestad, ni darles tampoco un poderdel cual l carece. Este ejemplo de Constantinopla debe aplicarse igualmente

    en cualquier reino cristiano. El poder civil es el mismo en todo lugar, y esepoder, en manos de un prncipe cristiano, no confiere una mayor autoridad ala iglesia, que la que le confiere en manos de un prncipe pagano; es decir,exactamente ninguna.

    Sin embargo, es digno de considerar y deplorar que los defensoresms violentos de la verdad y enemigos del error, que tanto vociferan contra

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    el cisma, raramente den curso a este ardiente celo por Dios que tanto losinflama, a menos que el magistrado est de su parte. Mas apenas han obte-

    nido el favor del gobernante y llegan a considerarse ms poderosos que susenemigos, prescinden de la paz y de la caridad, las que en circunstanciasadversas observan religiosamente. Cuando no se les otorga el poder paraperseguir y dominar, y transformarse en amos, entonces deciden vivir entrminos justos y predicar la tolerancia. Si carecen del respaldo del podercivil, entonces soportan paciente e inamoviblemente el contagio de la idola-tra, la supersticin y la hereja a su alrededor; de lo cual, en otras ocasio-nes, el inters de la religin los hara extremadamente aprensivos. No se

    esfuerzan por atacar los errores que estn en boga en la corte, o que cuen-ten con la proteccin del gobernante. En estas ocasiones, no esgrimen losrazonamientos, que son el nico medio efectivo para propagar la verdad, laque slo puede prevalecer cuando los argumentos slidos y las buenasrazones se unen a la afabilidad de la benevolencia y del buen trato.

    No hay, por lo tanto, ni individuos ni iglesias ni Estados que tenganjustificacin para invadir los derechos civiles y los bienes terrenales de cadacual bajo pretexto de religin. Quienes no concuerdan con esto, haran bien en

    meditar sobre los perniciosos grmenes de discordia y de guerra, en cunpoderosa provocacin para interminables odios, rapias y asesinatos propor-cionan a la humanidad. No habr paz ni seguridad ni amistad entre loshombres mientras prevalezca la opinin en orden a que el seoro est basadoen la gracia y que la religin debe ser propagada por la fuerza de las armas.

    En tercer lugar, veamos qu es lo que exige el deber de la toleranciade quienes se distinguen del resto de la humanidad (de los laicos, comoellos nos denominan) en virtud de su carcter y oficio eclesistico, ya sea

    de obispos, sacerdotes, presbteros, pastores u otros ttulos. No me incum-be indagar sobre la fuente del poder o dignidad del clero. Solamente deseosealar que cualquiera sea el origen de su autoridad, al ser eclesistica,debera estar limitada a la esfera de la Iglesia, y no extenderse a los asuntosciviles, puesto que la iglesia es, en s misma, algo completamente aparte ydiferenciado del Estado. Los lmites de ambas partes son fijos e inamovi-bles. Confunde lo celestial con lo terrestre, que son tan opuestos y remotos,quien mezcla estas sociedades, tan peculiares en su origen, finalidad e inte-

    reses, y tan infinitamente diversas entre s. Por esta razn ningn hombre,cualquiera sea su rango eclesistico, puede despojar de su libertad, o departe de sus bienes a otro hombre que no pertenezca a su iglesia y doctrina,amparndose en la diferencia de religin que los separa, dando que aquelloque no es legtimo para la Iglesia en su totalidad, no puede ser impuesto aninguno de sus miembros bajo el pretexto de un derecho eclesistico.

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    Pero esto no es todo, puesto que no basta que los eclesisticos seabstengan de la violencia y de la rapia y de toda otra forma de persecu-

    cin. Quien pretenda ser sucesor de los apstoles y asuma la tarea deadoctrinar, estar obligado tambin a exhortar a sus oyentes acerca de losdeberes de la paz y benevolencia hacia todos los hombres, sean stos her-ticos u ortodoxos; a los que difieren de ellos en religin y culto, comoasimismo a aquellos que los compartan; y es asimismo su deber exhortardiligentemente a todos los hombres, sean stos individuos comunes o go-bernantes, si es que los hay en su iglesia, al ejercicio de la caridad, lamansedumbre, la tolerancia, y esforzarse acuciosamente en aquietar y tem-

    plar toda esa ira y aversin que, el ardiente celo por su iglesia o los artificiosde otros, han encendido en su corazn contra los disidentes. No quieropresumir cunto se beneficiaran la Iglesia y el Estado, si en todos los plpi-tos resonara esta doctrina de paz y tolerancia, para que no se crea que juzgocon excesiva severidad a hombres cuya dignidad no deseara ver menosca-bada por ninguno, ni menos por ellos mismos. Pienso y reitero que asdebera actuar, y si alguno que se proclame como portavoz de la palabra deDios y predicador del Evangelio de la paz ensease lo contrario, significara

    que no ha entendido o ha descuidado la tarea que haba prometido cumpliry de la cual algn da tendr que dar cuenta al Prncipe de la Paz. Si seexhorta a los cristianos a que se abstengan de toda forma de venganza,incluso despus de haber recibido reiteradas provocaciones y mltiples in-jurias, cunto ms deberan aquellos que no han sufrido ni han recibidodao alguno, soportar la violencia y abstenerse de todo maltrato haciaaquellos que nunca se los ocasionaron! Tales son el cuidado y buena dis-posicin que deberan manifestar hacia los que prescinden de lo que pien-

    san los dems y slo se preocupan de sus propios asuntos y emplean todasu diligencia para adorar a Dios en la forma que creen que le es grata y en lacual han cifrado todas sus ms firmes esperanzas de salvacin eterna. Enlos asuntos domsticos particulares, en la administracin de sus bienes, enla preservacin de su salud corporal, todo hombre debe tener en considera-cin lo que le sea conveniente y seguir el curso que considere mejor. Nadiese lamenta del mal manejo de los negocios de su vecino, ni se enfada porlos errores que ste cometi al sembrar su terreno o al casar a su hija, ni

    tampoco sanciona a quien despilfarra su fortuna en las tabernas. Se puedepermitir que el hombre derrumbe, construya o incurra en los gastos quedesee, ya que nadie lo critica ni controla. El es dueo de su libertad. Mas siste no frecuenta la iglesia y no cumple con exactitud las ceremonias usua-les, o no trae a sus hijos para ser iniciados en los sagrados misterios de stau otra congregacin, de inmediato surge un murmullo general y la vecindad

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    se llena de rumores y de gran clamor. Todos se aprestan a castigar uncrimen tan grave, y los fanticos difcilmente podrn refrenarse de la impa-

    ciencia de ejercer violencia y rapia y de esperar que se juzgue la causa yese pobre hombre sea condenado a la prdida de su libertad, sus bienes oaun de su vida. Oh, si nuestros predicadores eclesisticos de todas lassectas aplicaran la plenitud de sus razonamientos solamente para disipar loserrores humanos! Pero siempre debern, sin embargo, respetar la seguridadde sus personas y no sustituir su falta de razones por los instrumentos de lafuerza, que pertenecen a otra jurisdiccin y que tan mal se avienen conmanos eclesisticas; no debern ampararse jams en la autoridad que les

    delega el magistrado para apoyar su elocuencia o su sabidura, puesto quemientras protestan solamente un amor por la verdad, su celo intransigenteque nace tan slo del fuego y la espada, traicionar sin duda su ambicin ydemostrar que slo aspiran al dominio temporal. Sera muy difcil persuadira los hombres sensatos que aquel que, con los ojos enjutos y satisfaccinde espritu, pueda entregar a su hermano al verdugo para ser quemado vivo,albergue, a la vez, en su corazn el deseo permanente de salvarlo de lasllamas del infierno en el mundo que ha de venir.

    En ltimo lugar, consideremos ahora cul es el deber del gobernanteen materia de tolerancia, que reconocemos ciertamente de gran importancia.

    Ya hemos probado que el cuidado de las almas no pertenece al prn-cipe; no es inherente a su funcin, que consiste en prescribir la ley y exigirsu cumplimiento mediante sanciones. Pero no puede negarse a hombre al-guno esa preocupacin caritativa que es el adoctrinamiento, la admoniciny la persuasin. Por consiguiente, el cuidado del alma de todo hombre slole pertenece a l. Pero qu sucedera si ste descuidara toda preocupacin

    por su alma? A esto respondo: qu ocurrira si descuidase su salud o susbienes, cul de estos asuntos incumbira en mayor grado al gobierno: Po-dra acaso el gobernante prescribir por ley expresa que alguien no se enfer-mara o empobreciera? Las leyes disponen, dentro de lo posible, que losbienes y la salud de los sbditos no se perjudiquen por el fraude o laviolencia de los dems, mas no pueden defenderlos de su negligencia o desu mala administracin. Nadie puede ser obligado contra su voluntad a serrico o sano. An ms, ni siquiera Dios puede salvar a los hombres en contra

    de su voluntad. Supongamos, no obstante, que algunos prncipes deseenobligar a sus sbditos a acumular riquezas o a conservar la salud y fortalezade sus cuerpos. Podra acaso establecerse por ley que slo deberan con-sultar a los mdicos de Roma y vivir conforme a sus recetas? Es que acasono podran tomar otras medicinas o infusiones que las preparadas por unabotica del Vaticano o de Ginebra? O a fin de que todos sus sbditos se

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    enriquezcan, se les obligar a ser mercaderes o msicos? O ser necesarioque todos sean proveedores o herreros, puesto que algunos de stos hacen

    fortuna y mantienen en la opulencia a sus familias? Pero se dir que hayinfinitos caminos para lograr la riqueza, mas uno solo para alcanzar el cielo.Esto es lo que dicen, en realidad, aquellos que abogan para forzar a loshombres hacia un camino u otro; dado que si no hubiera diversos caminos,no sera posible ejercer coercin alguna. Mas si yo marcho con todo miesfuerzo por aquella ruta, que segn la geografa sagrada me llevar directa-mente a Jerusaln, por qu debo entonces ser golpeado y maltratado porotros, porque quiz no use borseguies ni lleve mis cabellos cortados apro-

    piadamente ni haya hecho las abluciones prescritas, o porque coma carneen el camino o cualquier otro alimento apropiado para mi estmago, o por-que evite ciertos desvos en la ruta, que creo que me conduciran a zarzaleso precipicios, o porque, entre los diversos senderos del camino, elija el queme parezca ms recto y menos accidentado, o porque evite la compaa delos viajeros que me parecen fastidiosos y, en fin, porque tome como gua aalguno, sin importarme que vista de blanco o est coronado de mitra?

    Ciertamente, si lo consideramos bien, estas cosas son en su mayora

    frivolidad que en nada perjudican a la religin o a la salvacin de las almas,y que cuando no estn unidas a la supersticin o a la hipocresa, bienpodran observarse u omitirse. Reitero que son stas las cosas que engen-dran implacable enemistad en la grey cristiana, que en lo dems concuerdaen aquello que es esencial y verdaderamente fundamental en la religin.

    Pero concedamos a estos fanticos que condenan todo lo que difierede su opinin, el que de todas estas circunstancias surjan diversos caminosque lleven a fines diferentes. Qu debemos entonces concluir de todo

    esto? Entre todas estas cosas slo hay una que constituye el verdaderocamino hacia la eterna felicidad. Sin embargo, en esta diversidad de sende-ros que siguen los hombres, an dudamos cul es el verdadero; mas cierta-mente no ser el cuidado del Estado ni su derecho a promulgar leyes lo quehagan este camino hacia el cielo ms evidente para el magistrado que para elparticular, cuya bsqueda e investigacin lo hacen descubrirlo dentro de smismo. Tengo un cuerpo dbil, abatido por una desfalleciente enfermedad,para la cual supongo, existe un solo remedio que me es desconocido. Tiene

    acaso el gobernante el derecho de prescribirme una medicina, ya que es lanica que existe y me es desconocida? Dado que no tengo otro camino paraevitar la muerte, me sera seguro entonces obedecer todo lo que ordene elgobernante? Todas estas cosas que el hombre debera preguntarse y llegara conocer a travs de la meditacin, del estudio, de la investigacin y desus propios esfuerzos, no deben ser tenidas privativas de una cierta clase

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    rencia existe si es l quien me gua o si me obliga a ser conducido por otros?En ambas maneras depende de su voluntad y es l quien determina ambos

    caminos hacia mi eterno destino. Un israelita que hubiese adorado a Baalpor mandato de su soberano, estara acaso mejor porque se le dijese que elrey nada haba ordenado, por su propio arbitrio, en materias religiosas odispuesto lo que deban hacer sus sbditos en relacin al culto divino, sinolo que haba sido aprobado antes por el concilio sacerdotal y definido comoderecho divino por los doctores de la iglesia? Si la religin de una iglesiallega a proclamarse como verdadera y redentora, porque el jefe de tal secta,sus prelados y sacerdotes y el resto de su tribu la alaban y la estiman,

    usando de todo su poder cul religin podra entonces considerarse falsay nociva? Si dudo de la hetrica doctrina de los socinianos y desconfo delculto luterano o del de los papistas, sera entonces ms importante para mabrazar una u otra de esas religiones por orden del prncipe, ya que steslo ordena en materias de religin lo que depende de la autoridad y elconsejo de los doctores de la iglesia?

    Pero, en realidad, debemos admitir que la iglesia (si por tal entende-mos la reunin de los eclesisticos que dictan cnones) es ms propensa a

    la influencia de la corte que sta a la iglesia. Lo que aconteci cuando laiglesia sufri las vicisitudes de la pugna entre emperadores arrianos y orto-doxos es bien conocido. Si se considera que esas cosas nos remiten apocas muy lejanas, la historia moderna de Inglaterra nos proporciona ejem-plos ms recientes durante los reinados de Enrique VII, Eduardo VI, Mara eIsabel, sobre la manera en que los eclesisticos modificaban sus mandatos,sus artculos de fe, sus formas de culto y todo, de acuerdo a las tendenciasde esos reyes y reinas. Sin embargo, esos reyes y reinas de tan diversas

    religiones prescribieron cosas tan diferentes, que ningn hombre en susano juicio, salvo que fuera ateo, podra admitir que un sincero y rectoadorador de Dios fuese capaz, con tranquilidad de conciencia, de obedecermandatos tan diversos. En conclusin, es lo mismo que un rey que prescri-ba leyes a un fiel de otra creencia, aduzca que lo hace por su propio juicio opor el de la autoridad eclesistica y el consejo de otros. Las decisiones delos eclesisticos, cuyas discrepancias y disputas nos son tan conocidas,jams podrn ser ms seguras ni ms confiables que las de ste, ni tampoco

    la suma de sus votos podr agregar ninguna fuerza al poder civil. Aunqueesto debe tomarse en consideracin, sabemos que los prncipes suelen ha-cer caso omiso de las opiniones y sufragios de aquellos eclesisticos queno apoyan su propia fe o forma de culto.

    Pero, finalmente, el punto ms importante, que define totalmente estacontroversia, es el siguiente: aunque las opiniones religiosas del gobernan-

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    te sean slidas y el camino que seale sea verdaderamente evanglico, si noestoy plenamente convencido de ello en mi fuero interno, no sera prudente

    que lo siguiese. Ningn camino que recorra contra los dictados de mi con-ciencia podra conducirme jams a la morada de los bienaventurados. Puedoenriquecerme en un oficio que no me sea grato, y puedo ser sanado dealgn mal por remedios que no me inspiren confianza; pero jams podrsalvarme mediante una religin que me parece falsa y cuyo culto aborrezco.Es intil que un incrdulo profese externamente un culto ajeno; slo la fe yla sinceridad interior pueden agradar a Dios. El ms acreditado remedio nohara efecto alguno sobre el paciente si su estmago lo rechazase; no se

    puede violentar a un enfermo para tomar una medicina adversa a su consti-tucin, puesto que el remedio se transformara en veneno. Por ms dudasque tengamos sobre algunas religiones, hay algo que s es cierto: ningunareligin que yo crea que no es la autntica, podr serme legtima o prove-chosa. Ser en vano, por lo tanto, que los prncipes obliguen a sus sbditosa seguir la comunin de su iglesia, bajo el pretexto de que as salvan susalmas. Si se convencen, llegarn a ella por su propia voluntad; si lo hacensin conviccin, slo lograrn su propio perjuicio. En fin, por muy grande

    que sea la pretensin de las buenas intenciones, de la caridad y de la pre-ocupacin por la salvacin de las almas, los hombres no pueden ser forza-dos a su salvacin y por ende deben ser dejados a sus propias conciencias.

    Una vez liberados los hombres del mutuo dominio en materias dereligin, veamos lo que les corresponde hacer. Todos saben y reconocenque Dios debe ser adorado en pblico. Por qu otra razn podran obligarunos a otros a concurrir a las reuniones pblicas? Los hombres que hayanalcanzado ese grado de libertad deberan formar sociedades religiosas para

    poder reunirse, no tan slo para su mutua edificacin, sino para manifestaral mundo que reverenciar a Dios y rinden a su Divina Majestad un homena-je que no os avergenza y que, segn su criterio, no les es indigno oinaceptable; y que, finalmente, puedan mediante la fuerza de su doctrina, susantidad de vida y elevada forma de culto, atraer a otros al amor de laverdadera religin, alcanzando as materias tales que no podran lograrseindividualmente.

    A estas sociedades religiosas las denomino iglesias, y afirmo que el

    gobernante debera tolerarlas, ya que el objetivo de estas asambleas delpueblo no es otro que lo que es la legtima incumbencia para cada individuoen particular: es decir, la salvacin de sus almas, y en este caso no existiratampoco ninguna diferencia entre la iglesia nacional y las dems confesio-nes separadas.

    Pero como en toda iglesia, deben considerarse dos cosas, en espe-

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    cial: las formas y ritos externos del culto y las doctrinas y dogmas de fe;estas materias deben llevarse en forma claramente diferenciada a fin de que

    as pueda hacerse ms evidente y comprensible todo este tema de la tole-rancia.

    En lo que respecta al culto externo, digo en primer lugar que el go-bernante carece de poder para imponer por medio de leyes ni en su iglesiani mucho menos en otras la prctica de ningn rito o ceremonia para laadoracin de Dios, y esto no slo porque estas iglesias son sociedadeslibres, sino porque todo lo que se practica en el culto de Dios slo esjustificable en la medida en que aquellos que lo practican estn convenci-

    dos sinceramente de que es aceptable a Dios. Todo lo que no se haga conla certeza de la fe no es recto en s mismo ni puede ser aceptable para Dios.Imponer, por lo tanto, tales como a cualquier pueblo, contrariando su propiojuicio, significa, en efecto, obligarlo a ofender a Dios; si consideramos queel objeto de toda religin es complacerlo y que la libertad es fundamental-mente necesaria para ese fin, resulta en extremo absurdo.

    Pero quiz se pueda deducir de esto que niego todo poder al gober-nante en materias de cosas indiferentes, privndolo as de toda su potestad

    de legislar. Es mi parecer que todas las cosas indiferentes, y tal vez slostas, estn legtimamente sometidas al poder Legislativo. Mas de esto nose colige que el gobernante pueda ordenar lo que le plazca en relacin aasuntos indiferentes. El bienestar pblico es la regla y medida de toda legis-lacin. Si algo no es til para la comunidad, por muy indiferente que sea, nopuede ser establecido por ley.

    Pero an ms: cosas que pueden ser tan indiferentes como se quie-ran en su naturaleza, al ser asignadas a la iglesia y al culto de Dios, salen de

    la jurisdiccin del gobernante, ya que en semejante uso son ajenas a losasuntos civiles. El nico oficio de la iglesia es la salvacin de las almas y noconcierne en manera alguna al Estado ni a ninguno de sus miembros impo-ner el uso de tal o cual ceremonia; tampoco el uso u omisin de cualquierade estas ceremonias en las asambleas pblicas, beneficia o perjudica enabsoluto a la vida, la libertad o los bienes de ningn hombre. Concedamos,por ejemplo, que el rociar a un nio con agua es algo indiferente: admitamosasimismo que el magistrado conciba que tal bao sea beneficioso para la

    cura o prevencin de alguna enfermedad propia de los nios y estime que elasunto tiene el suficiente peso como para que se legisle sobre l; sin duda,en tal caso sera justificado que lo hiciese. Pero sera lcito, entonces, queel gobernante estableciese por ley que todos los nios deban ser bautiza-dos por sacerdotes, en la pila bautismal, para la purificacin de sus almas?Es evidente a primera vista la gran diferencia entre estas dos cosas. Apli-

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    quemos el ltimo caso al hijo de un judo y entonces las cosas se harn msclaras de inmediato, porque, hay algo que impida que un prncipe cristiano

    tenga sbditos judos? Ahora bien, si reconocemos que no puede agraviar-se en tal modo a un judo, contrariando su propia conciencia, forzndolo aque practique en religin algo que en s mismo es indiferente, cmo enton-ces podemos sostener que sea lcito hacer algo similar a un cristiano?

    Reiterando todo esto: las cosas que son por su propia naturalezaindiferente, no pueden por arbitrio de ninguna autoridad humana participaren el culto de Dios, por lo mismo que son indiferentes. Puesto que estasuerte de cosas no puede por s misma rendir culto a Dios, ningn poder

    humano o autoridad puede conferirles tanta dignidad y excelencia comopara permitirles actuar as. En los asuntos corrientes de la vida, es libre ylegtimo el uso de cosas indiferentes no prohibidas por Dios, y por ende, laautoridad humana tiene potestad sobre esas cosas. Pero no es as en mate-rias de religin. Las cosas indiferentes no son legtimas en el culto de Diossino en la medida en que Dios mismo las ha instituido y ha ordenado me-diante un mandamiento positivo que formen parte del culto que l se digna-r aceptar de manos de los pobres hombres pecadores. Tampoco cuando

    una irritada deidad nos pregunte un da: Quin ha requerido estas cosasde vosotros?, bastar responderle que fue el prncipe quien las orden. Sila jurisdiccin civil se extiende hasta ese punto, entonces, decidme, qucosas no podran introducirse legalmente en la religin? Qu mezcolanzade ceremonias, qu invenciones supersticiosas basadas en la autoridad delmagistrado no podran imponerse entonces, atentando contra la concienciade los que adoran a Dios! En su mayor parte, estas ceremonias y supersti-ciones consisten en el uso religioso de cosas que son en s mismas indife-

    rentes, y no son tampoco pecaminosas por otra razn que no sea el queDios no es su autor. El rociar con agua y el uso del pan y del vino son en smismos, y en las situaciones cotidianas, cosas completamente indiferentes.Dir entonces hombre alguno que estas cosas podran haber sido introdu-cidas en la religin y formado parte del culto de Dios, si no fuera por institu-cin divina? Si esto slo dependiera de cualquier autoridad humana o podercivil, por qu no podra haberse impuesto que en la divina comunin secomiese pescado o se bebiese cerveza como parte de culto? Y por qu no

    el derramar la sangre de los animales en las iglesias, o que se hiciesenoblaciones expiatorias con fuego o agua, o muchas cosas ms de esta espe-cie? Pues estas cosas, por muy indiferentes que sean en el uso corriente,cuando se incorporan al culto divino sin su autoridad, llegan a ser tanabominables a Dios como el sacrificio de un perro. Por qu es tan abomina-ble un perro? Qu diferencia existe entre un pero y un cabrito, en lo que

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    respecta a la naturaleza divina tan igual como infinitamente distante detoda afinidad con la materia si no fuese que Dios estableci el uso slo de

    uno y no del otro en su liturgia? Vemos, por consiguiente, que las cosasindiferentes, aun cuando estn bajo la potestad del gobernante, no puedenser introducidas por ste en el mbito de la religin e impuestas en lasasambleas religiosas; puesto que al entrar al culto de Dios, dejan de sercosas indiferentes. Quien reverencia a Dios, lo hace con la intencin deagradarlo y procurarse su favor, pero esto no es posible para quien, obede-ciendo rdenes profanas, ofrece a Dios aquello que sabe que le ser des-agradable, ya que no fue dispuesto por El mismo. Esto no es una manera de

    agradar a Dios o mitigar su ira, sino provocarlo en forma voluntaria y cons-ciente por un manifiesto desprecio, lo que constituye algo absolutamenterepulsivo a la naturaleza y fin del culto.

    Pero ahora preguntaris: Si nada de lo que pertenece al culto divinose deja al criterio humano, cmo es, entonces, que las iglesias se arrogan elpoder de determinar el tiempo y lugar del culto y todo lo semejante? A estocontesto que en el culto divino hay que distinguir entre lo que constituyeparte del culto mismo y lo que es slo circunstancial. Aquello es la porcin

    de culto que creemos fue dictada por Dios y lo complace plenamente, sien-do, por lo tanto, esencial. Lo circunstancial es aquello en que, aun cuandocomnmente no puede ser separado del culto, sus casos particulares o susmodificaciones no estn determinadas y, por lo tanto, son indiferentes. Aeste especie pertenecen el tiempo y lugar del culto, las vestimentas y ade-manes del que oficia. Esas son circunstancias y son totalmente indiferentes,cuando Dios no las ha definido y ordenado expresamente. En lo referente,por ejemplo a los judos, el tiempo y lugar de su liturgia y las vestimentas

    que en ellas usaban no eran meras circunstancias, sino una parte esencia desu culto, en el cual nada poda omitirse ni cambiarse sin que su adoracindejara de ser grata a Dios. Pero para los cristianos, que gozan de la libertaddel Evangelio, todas estas cosas son simples circunstancias del culto quecada iglesia determina para los fines que cree ms tiles para la finalidad delorden, de las buenas costumbres y de la edificacin. No obstante, para loscreyentes del Evangelio que piensan que el primero o sptimo da de lasemana fue determinado por Dios para ser consagrado a su culto, ese da no

    es una mera circunstancia, sino una parte esencial del culto divino que nopuede ser cambiado ni descuidado.Adems y por ltimo: como el gobernante no tiene la facultad de

    imponer legalmente el uso de ningn rito o ceremonia a iglesia alguna, tam-poco tiene la potestad de prohibir el ejercicio de tales ritos y ceremoniasque cada iglesia ha recibido, aprobado y practicado, puesto que, si lo hicie-

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    se, destruira a esa iglesia, cuya nica finalidad es adorar a Dios con liber-tad, segn su propia conviccin.

    Diris que, al seguir esta regla, si algunas congregaciones concibieranel sacrificio de nios, o (como se acusaba injustamente a los primeros cristia-nos) la corrupcin en la promiscuidad y la lujuria, o la prctica de otrosexcesos similares correspondera, entonces, al gobernante tolerarlos, ya quese desarrollan en el mbito de una congregacin religiosa? A esto contesto enforma negativa. Tales cosas no son legtimas en el curso ordinario de la vida nitampoco lo son en la adoracin de Dios ni en ninguna asamblea religiosa.Ms, sin duda, si algunos se renen por razones de religin y quisieran

    sacrificar un becerro, niego que esto pudiera ser prohibido mediante una ley.Melibeo, dueo de un ternero, puede legtimamente matarlo en su hogar yquemar cualquiera de sus partes segn le parezca apropiado, puesto que asno ofende a ninguno, ni causa perjuicio a los bienes de otros. Y por la mismarazn tambin, le es lcito sacrificar un becerro en una ceremonia religiosa. Si elhacerlo agrada o no a Dios, es asunto que slo a ellos compete. La misin delgobernante es slo salvaguardar a la comunidad de todo prejuicio, y de tododao a una persona en particular, ya sea en su vida o en sus bienes; y es as

    como lo que puede ser usado en un festn, tambin lo puede ser en unsacrificio religioso. Pero, si la situacin obligase en beneficio de toda lacomunidad a que se prohibiese temporalmente el sacrificio de animales parapreservar e incrementar el ganado que estaba pereciendo a causa de algunaespecie de peste, quin pudiera pensar que en este caso el magistrado nopodra prohibir a todos sus sbditos la matanza de sus becerros bajo pretextoalguno? Slo debe sealarse que en este caso no se legisla por motivosreligiosos, sino civiles, y no es el sacrificio ceremonial, sino la matanza de

    estos terneros, lo que se prohbe.En esto vemos la diferencia entre la Iglesia y la comunidad poltica.Lo que es legtimo para el Estado, no puede ser prohibido por el gobernantea la Iglesia. Aquello que permite el gobernante a cualquier de sus sbditospara su uso corriente, por qu podra entonces serle negado a cualquiersecta en sus ritos religiosos? Si un hombre puede legtimamente comer pano beber vino en su propia casa, ya sea sentado o de rodillas, la ley nodebera limitar su libertad de hacerlo en su servicio religioso, aunque en la

    iglesia se d al pan y al vino un uso muy diferente al aplicarlos a los miste-rios de la fe y a los ritos de la adoracin divina. Pero aquellas cosas que sonperjudiciales para toda la comunidad en su uso corriente, no deberan serpermitidas a las iglesias en sus ritos sagrados. Sin embargo, el gobernantedebe estar atento a no hacer mal uso de su autoridad y no llegar a oprimir aninguna iglesia bajo el pretexto del bien pblico.

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    Se me dir: Si una iglesia es idlatra, debe ser tambin tolerada porel gobernante? A esto contesto preguntando: Qu poder puede ser otorga-

    do al gobernante para suprimir una iglesia idlatra, que no sea el mismo queen otra ocasin o lugar pueda usar para destruir a una iglesia ortodoxa?Pienso que no debe olvidarse que el poder civil es igual en todas partes yque el prncipe considera que su religin es la ortodoxa. Por lo tanto, si seconfiere tal poder en asuntos espirituales al gobernante, como en Ginebra,por ejemplo, ste podra extirpar con violencia sanguinaria la religin que allse considere idlatra. Haciendo uso de esta misma regla, otro gobernante deun pas vecino puede oprimir a la religin reformada, o en india a la cristiana.

    El poder civil, o tiene potestad de cambiarlo todo en materia de religinsegn le plazca, o no tiene poder alguno para modificar nada. Si se le permi-te modificar algo en materias religiosas, mediante leyes y sanciones, nadiepodr ya limitarle, y del mismo modo le ser legtimo cambiarlo todo, deacuerdo a las normas de verdad que l se haya forjado. Nadie puede, por lotanto, ser privado de sus goces terrenales bajo pretextos religiosos. Ni si-quiera los americanos, que estn sometidos a un prncipe cristiano, podrnser castigados ni en sus cuerpos ni en sus bienes porque no aceptan abra-

    zar nuestra fe o nuestro culto. Si creen sinceramente que son gratos a Diosal observar los ritos de su pas y que lograrn su felicidad por tal medio,deben de ser dejados en manos de Dios y de s mismos. Mas, examinemosahora el fondo de esta cuestin, que es el siguiente: supongamos que ungrupo pequeo y dbil de cristianos, desprovistos de todo, llega a un paspagano y suplica a sus habitantes que lo socorra por razn de humanidad;se le provee de lo necesario, se le aloja, y llega a formar un solo pueblo conlos aborgenes. La religin cristiana comienza a echar races all. y se difun-

    de lentamente sin llegar por ello a ser la principal. Mientras las cosas semantengan de tal modo, reinarn entre ellos la paz, la amistad, la confianza yla equidad de justicia. Finalmente, su gobernante se convierte al cristianis-mo y, en esa forma, su grupo llega a ser el ms poderoso. De inmediatorompen todos los pactos y violan los derechos civiles para extirpar la idola-tra, y al menos que estos inocentes paganos, tan observantes de las nor-mas de la equidad, de las reglas naturales y de las leyes de las sociedad,abandonen su antigua religin, abrazando la nueva, sern arrojados de sus

    tierras y posesiones ancestrales pudiendo llegar aun a perder su vida. En-tonces se hace finalmente evidente lo que es capaz de producir el celo por lareligin unido al deseo de podero, y cun fcilmente los pretextos de reli-gin y del cuidado de las almas sirven como disfraz a la codicia, a la rapia ya la ambicin.

    Ahora bien, quienquiera sostenga que la idolatra debe derraigarse de

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    todo lugar por medio de leyes, castigos, fuego y espada, puede aplicarse estoa s mismo, ya que los fundamentos son iguales tanto en Amrica como en

    Europa, y ni los paganos de all ni los disidentes cristianos de aqu pueden serprivados legtimamente de sus bienes terrenales por la faccin que domina laiglesia de la corte, como tampoco los derechos civiles debern ser alterados oviolados, bajo pretexto de religin, en un lugar ms que en otro.

    Pero la idolatra, dicen algunos, es un pecado y, por ende, no debeser tolerada. Si se dijese que debe ser evitada, la conclusin sera justa. Perode ello no se sigue que al ser un pecado, debe, por lo tanto, ser castigadapor el gobernante. Ya que no pertenece al gobernante castigar todas las

    cosas por medio de su espada, a pesar de que l las considere como unpecado en contra de Dios. La codicia, la falta de caridad, la holgazanera yvarias otras cosas son pecados segn todos los hombres, y sin embargoningn hombre ha dicho que han de ser castigadas por el gobernante. Larazn es que stas no son perjudiciales a los derechos de los dems, nirompen la paz pblica de las sociedades. Aun ms, ni siquiera los pecadosde mentira y perjurio son punibles por la ley en parte alguna, salvo que, sinconsiderarse la vileza del acto y la ofensa contra Dios, se tome en cuenta

    slo la ofensa contra los vecinos o el Estado. Pero qu pasara si en otropas un prncipe mahometano o pagano considerase la religin cristianacomo algo falso y ofensivo a Dios? Acaso entonces los cristianos noseran extirpados por la misma razn y en la misma forma?

    Puede afirmarse que, segn la ley de Moiss, los paganos deben sereliminados, pero esa ley no es obligatoria para nosotros los cristianos. Na-die pretende que todo lo que es ordenado por la ley mosaica deba serpracticado por los cristianos. Pero no hay nada ms superficial que la distin-

    cin comn que se hace entre la ley moral, judicial y ritual, tan utilizada porlos hombres; ya que ninguna ley positiva puede obligar a ningn otro pue-blo, salvo al que le fue dada. Oye, Oh Israel!, indica claramente que laobligacin de su ley es slo para el pueblo de Moiss. Y esta sola conside-racin es una respuesta suficiente para aquellos que desean amparar suautoridad en la ley mosaica para infligir la pena de muerte a los idlatras.Pero detengmonos ms detalladamente en este argumento.

    El caso de los idlatras en relacin a la comunidad judaica nos colo-

    ca ante una doble consideracin. La primera es que aquellos que habiendosido iniciados en los ritos mosaicos, y por lo tanto, llegado a ser ciudada-nos de este Estado, renieguen despus del culto del Dios de Israel. A stosse les trataba como traidores y rebeldes, culpables de esa majestad, puestoque la comunidad juda, a diferencia de todas las otras, era una teocraciaabsoluta, no existiendo, por lo tanto, all ninguna diferencia entre dicho

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    Estado y su Iglesia. Las leyes all vigentes acerca de una divinidad nica einvisible, eran a la vez sus leyes civiles y formaban parte de su gobierno

    poltico, del cual Dios mismo era el legislador. Desafo a alguien que puedamostrarme dnde existe actualmente un Estado constituido sobre esas ba-ses. Admito que las leyes eclesisticas se transformaban inevitablemente enleyes civiles y que sus sbditos deban forzosamente ser sometidos a esadoctrina por el poder civil, pero no existe ningn Estado cristiano segn elEvangelio. Hay, sin embargo, muchas ciudades y reinos que han abrazadola fe cristiana, pero han retenido sus antiguas formas de gobierno, con lascuales la ley de Cristo no se ha mezclado para nada. El nos ha enseado

    solamente cmo los hombres pueden alcanzar la vida eterna a travs de la fey de las buenas obras; mas nunca instituy ningn Estado y jams prescri-bi ninguna forma especial de gobierno ni puso la espada en manos delprncipe para que la usara en forzar a los hombres a fin de que abjuraran desu religin anterior y abrazaran la suya.

    En segundo lugar, todos los extranjeros, extraos a la comunidad deIsrael, no estaban obligados a observar los ritos de la ley mosaica, y dondese prescribe que todo israelita que fuese idlatra deba ser ejecutado, se

    dispone tambin que los extranjeros no podan ser vejados ni oprimidos(Exod. XXII. 21). Admito que las siete naciones que ocupaban la TierraPrometida deban ser totalmente exterminadas, mas esto no era por razn desu idolatra solamente, porque si as hubiera sido, por qu se perdon a losmoabitas y a otras naciones que tambin eran idlatras? La razn era sta:siendo Dios en forma especial, el Rey de los Judos, no poda permitir laadoracin de otra deidad, ya que en la tierra de Canaan, que era su reino,esto constitua un crimen de lesa majestad y una subversin tan evidente

    que no poda concordar con el dominio de Jehov, que en esa tierra eraenteramente poltico. Por ende, toda idolatra deba ser desarraigada de sureino, puesto que supona el reconocimiento de otro dios, de otro rey, encontra de todas las leyes del gobierno. Sus habitantes tambin podan serexpulsados para que toda la posesin de la tierra quedara en manos de losisraelitas. Por esta misma razn, los emitas y los horeos fueron expulsadosde sus tierras por los descendientes de Esau y Lot y sus tierras fueronasignadas por Dios a los invasores (Deut. II. 12). Pero aunque toda idolatra

    fue estirpada en el pas de Canaan, sin embargo, no todos los idlatrasfueron ejecutados. La familia de Rahab y toda la nacin de los gibeonitasfueron perdonados por Josu, y los israelitas conservaron muchos esclavosidlatras. David y Salomn subyugaron numerosos pases ms all de laTierra Prometida, extendiendo sus conquistas hasta el Eufrates. Entre todoslos cautivos y todas las naciones sometidas, no encontramos un hombre

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    que hubiese sido forzado a abrazar la religin juda y el culto del verdaderoDios, o castigado por idlatra, aunque muchos de ellos ciertamente lo eran.

    Si alguno deseaba integrarse a la comunidad juda, deba abrazar su religin.Pero esto lo solicitaba por su propia voluntad y no por obligacin. Parademostrar su obediencia se someta voluntariamente, y esto lo peda comoun privilegio. Cuando se le admita, deba acatar las leyes del Estado, segnlas cuales se prohiba toda idolatra dentro de la tierra de Canaan. Mas esaley, como ya lo he dicho, no alcanzaba a ninguna de las regiones situadasfuera de sus lmites, aunque estuviesen sometidas a los judos.

    Hasta aqu lo referente al culto externo; consideremos ahora los art-

    culos de fe.Algunos de estos dogmas religiosos son de orden prctico y otros

    de orden especulativo. Ahora bien, si ambos persiguen el conocimiento dela verdad, los especulativos lindan con el entendimiento y los prcticosinfluyen sobre la voluntad y las costumbres. Las opiniones especulativas,por lo tanto, y los artculos de fe que slo requieren ser credos, no puedenser impuestos a ninguna iglesia mediante la ley civil; porque es absurdo quese prescriban por medio de leyes cosas que no pueden ser cumplidas, pues-

    to que creer que algo es o no es verdadero no depende de nuestra volun-tad. Pero sobre este tema ya hemos hablado suficiente. Me dirn algunosque bastara que los hombres profesasen que creen. Que bella religin serasta, si permite a los hombres ser hipcritas y mentir a Dios y a sus seme-jantes para redimir sus almas! Si el gobernante cree que as podr salvar alos hombres, parece que no comprendiera el camino de la salvacin, y si nolo hace con el propsito de salvarlos, por qu se preocupa tanto de losdogmas hasta llegar a prescribirlos por ley?

    Adems, el gobernante no debe prohibir la prdica o la profesin deopiniones especulativas en el seno de ninguna iglesia, ya que stas noguardan relacin con los derechos civiles de los sbditos. Si un catlicocree que lo que otro llama pan, es en realidad el cuerpo de Cristo, en nadaofende a su prjimo. Si un judo no cree que el Nuevo Testamento es lapalabra de Dios, tampoco atenta contra los derechos civiles de los dems. Siun pagano no cree en ninguno de los dos Testamentos, no corresponderacastigarlo como un ciudadano indeseable. El poder del gobernante y las

    posesiones del pueblo no corrern riesgo alguno si estas cosas son credaspor los hombres o no. Concedo que estas opiniones puedan ser falsas yabsurdas, pero no es materia de ley el proveer a la verdad de las opiniones,sino que a la salvaguardia de la comunidad o al bienestar de las personas. Sislo se permitiese que actuara la verdad, sta lo hara con gran perfeccin,pero ella nunca fue ni ser respaldada por el podero de los hombres influ-

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    yentes, que tan poco saben de ella, y que con tanta frecuencia no la recono-cen. La verdad no se ensea mediante la ley ni precisa de la fuerza para

    penetrar el espritu de los hombres. Los errores prevalecen mediante la ayu-da de los extraos. Pero si la verdad no penetra en el entendimiento envirtud de su propia luz, ser tanto ms dbil si se apoya en el auxilio que laviolencia ajena pueda prestarle. Esto es todo con respecto a las opinionesespeculativas. Pasemos ahora a aqullas de orden prctico.

    Una buena vida, lo que no es materia de poca monta en la religin yla verdadera piedad, atae tambin al gobierno civil y en ella descansa laseguridad de las almas y de la comunidad. Las acciones morales pertenecen,

    por ello, tanto a la jurisdiccin externa como a la interna, vale decir, a laesfera del gobernante civil y a la domstica, lo que significa finalmente a ladel prncipe y a la de la conciencia. El gran riesgo aqu es que una de lasjurisdicciones invada el terreno de la otra y surja la discordia entre el defen-sor de la paz pblica y los que cuidan del bien de las almas. Pero si seconsidera en justicia lo que hemos dicho acerca de estos poderes, todadificultad se resolvera.

    Todo hombre tiene un alma inmortal, capaz de felicidad o miseria, y

    su salvacin depende de que ste crea y practique las cosas terrenalesnecesarias para lograr el favor de Dios, que son las que estn prescritas porEl para tal fin. De esto se sigue que, en primer lugar, la observancia de estosasuntos constituye la ms importante obligacin de la humanidad, y quetodo nuestro cuidado, afn y diligencia deben ejercitarse en la bsqueda yrealizacin de ellas, puesto que no hay nada en este mundo que tenga valoralguno frente a la eternidad. En segundo lugar, que si el hombre no viola elderecho de otros a travs de sus opiniones erradas y su forma indebida de

    culto, su perdicin ser algo ajeno si no causa dao al prjimo; es as comoel cuidado de su propia salvacin pertenece a cada individuo en particular.No quiero que esto se entienda como si yo quisiese condenar todas lasadvertencias caritativas y los esfuerzos bondadosos para apartar a los hom-bres de sus errores. Estos constituyen, sin lugar a duda, el mayor deber detodo cristiano. Todo hombre puede emplear las exhortaciones y argumentosque desee para lograr la salvacin de otro, pero toda fuerza y coercin hande ser prohibidas. Nada debe hacerse en forma imperativa, y ninguno est

    obligado a prestar obediencia a las admoniciones o mandatos de otro, msall de lo que se lo permita su propia conviccin. En ello, todo hombre tieneautoridad suprema y absoluta para juzgar por si mismo, ya que esto noatae ni perjudica a ninguna otra persona..

    Pero adems de sus almas que son inmortales, los hombres tienentambin sus vidas temporales sobre esta tierra, cuya condicin al ser frgil y

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    efmera y de duracin incierta, requieren de muchas facilidades externas parapoder mantenerlas, las cuales solamente se procuran y preservan por medio

    del trabajo y la dedicacin, ya que las cosas que son necesarias para sumantenimiento no nacen espontneamente de la naturaleza ni se nos ofrecenya prontas para su uso. Todo esto acarrea nuevos cuidados y trabajos a loshombres, pero su condicin depravada es ta que prefieren disfrutar del trabajode otros y no esforzarse proveyendo para s mismos. Es as como la necesidadde conservar aquello que han adquirido honestamente, como tambin la desalvaguardar su libertad y pujanza, con los cuales podrn adquirir otrascosas, los obliga a crear vnculos sociales para que mediante la ayuda mutua

    y la unin de las fuerzas, puedan garantizar los bienes de la comunidad, quecontribuyen a su comodidad y felicidad en esta vida, dejando en esta forma acada cual el cuidado de su salvacin eterna, cuya obtencin no se facilita porla diligencia de los dems como tampoco su prdida podr perjudicar a otros,ni menos la esperanza de lograr tal salvacin podr serle impuesta medianteninguna violencia externa. Aun cuando los hombres se unan de esta maneraen sociedades de asistencia mutua para la defensa de sus bienes temporales,pueden, sin embargo, verse privados de ellos, ya sea por la rapia y fraude de

    sus conciudadanos como por la violencia hostil de los extranjeros. El remediopara este ltimo mal consiste en disponer de armas, riquezas y gran nmero deciudadanos; la defensa contra el primero reside en las leyes, y el cuidado detodas las cosas que se refieren a ambas ha sido delegada por la sociedad algobernante. El Poder Legislativo se origin as, y su funcin y lmites hacende l el poder supremo en toda comunidad, en cuanto provee a la seguridad delos bienes privados, a la paz y a las riquezas y bienestar pblico de todos y, encuanto sea posible, a la defensa contra cualquier invasin extranjera.

    Habiendo ya explicado esto, es fcil entender cules son los fines queguan y limitan al Poder Legislativo, el que no puede legislar sino para el bientemporal y la prosperidad material de la sociedad, que son las nicas razonespara que los hombres se unan a ella y el solo propsito que buscan ypersiguen en sta. Asimismo, es evidente que los hombres conservan sulibertad en lo referente a su salvacin eterna, es decir, que todos deben hacerlo que en conciencia estimen que es grato al Todopoderoso, ya que de subuena disposicin y consentimiento depende la salvacin eterna de los

    hombres, puesto que primero se debe obediencia a Dios y despus a las leyes.Algunos preguntarn qu sucedera si un gobernante requiere consu potestad algo que parezca ilegtimo a la conciencia de un individuo enparticular? A esto contesto que es muy difcil que ello suceda si el gobiernoest administrado sabiamente y si sus resoluciones miran al bienestar pbli-co. Si esto llegara a acontecer, empero, tal individuo deber abstenerse de

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    los actos que juzga ilcitos, y deber someterse al castigo que no le es ilcitosufrir, porque el juicio privado de cualquier persona respecto de una ley

    promulgada para el bien pblico en asuntos polticos, no suprime la obliga-toriedad de esa ley ni da lugar a exencin. Pero si la ley se refiere a algofuera del marco de la autoridad del magistrado (como, por ejemplo, que elpueblo o alguna parte de l sea forzado a abrazar una religin extranjera y aasistir al culto y ceremonias de otras iglesias), en tal caso digo: los hombresno estn obligados contra su conciencia por tales leyes, puesto que lasociedad poltica no fue instituida para otro fin que el de asegurar a cadacual la posesin de los bienes de esta vida. El cuidado del alma de cada

    persona y de las materias celestiales, que no pertenecen al Estado ni estnsujetas a l, debe quedar enteramente entregado a ella misma. (De estemodo, la comunidad poltica fue creada para proteger la vida de los hombresy las cosas pertenecientes a esta vida y el gobernante tiene el deber depreservar tales cosas a sus dueos, no pudiendo, por lo tanto, quitrselas aun individuo o grupo y darlas a otro, ni aun bajo pretexto de religin, quenada tiene que ver con el gobernante civil, ni podr tampoco despojarlos desu propiedad ni siquiera por ley, por causas que no se relacionen con los

    fines del gobierno civil, es decir, por su religin, que sea verdadera o falsa,no perjudica los intereses terrenales de sus sbditos, que son los nicosque pertenecen a la tutela del Estado.

    Se me preguntar qu sucedera si el gobernante cree que tal leysera til para el bienestar pblico? A esto os contesto: Dado que el juiciopersonal de cualquier individuo, al ser errneo, no lo exime del cumplimientode la ley, tampoco el juicio personal del prncipe le da derecho alguno paraimponer leyes a sus sbditos que sean ajenas a la Constitucin que les fue

    otorgada, y aun menos si las usa para enriquecerse y favorecer a sus secua-ces mediante el despojo de los dems. Mas qu sucedera si este prncipecreyera que tiene el derecho de prescribir tales leyes y que stas son he-chas para el bienestar pblico, y sus sbditos creyesen lo contrario? Quinser el rbitro entre ambos? A esto respondo, slo lo ser Dios, puesto queno hay juez sobre esta tierra que pueda interponerse entre el Supremo Ma-gistrado y el pueblo. Dios es el nico juez en este caso, que podr recom-pensar en el Juicio Final a cada cual segn sus mritos, es decir, de acuerdo

    a su sinceridad y rectitud para promover la piedad, el bienestar pblico y lapaz de la humanidad. Mas qu podr hacerse en el intertanto? A estocontesto: la preocupacin principal de cada individuo debe ser antes quenada su propia alma y despus la paz pblica, aunque muchos piensan queno pueda existir tal paz cuando ven que todo est devastado.

    Hay dos clases de pugnas entre los hombres: una es regida por la

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    ley y la otra por la fuerza, y son de tal naturaleza que donde una termina seinicia la otra. Mas no me incumbe indagar acerca del poder del magistrado

    en las diversas constituciones de los pueblos. Slo s lo que sucede cuan-do surgen controversias y no hay un juez que pueda resolverlas. Diris,entonces, que siendo ms poderoso el gobernante, siempre primar su vo-luntad y prevalecer su opinin. Sin duda ser as, pero el problema no esten la cuestionabilidad del hecho, sino en el predominio del derecho.

    Veamos ahora los casos particulares. Digo, en primer lugar, que nin-guna opinin que sea contraria a la comunidad humana o a aquellas reglasmorales que son necesarias para la preservacin de la sociedad civil, debe

    ser tolerada por el gobernante. Pero estos ejemplos son escasos en cual-quier iglesia, ya que ninguna secta puede llegar a tal insensatez como para,ensear a la manera de dogma de fe actos que minan los fundamentos de lasociedad, y que son condenados por el juicio de toda la humanidad, porqueal hacerlo peligraran sus propios intereses, su paz y su reputacin.

    Existe aun un mal ms oculto, pero ms peligroso para la comunidad,que se presenta cuando los hombres se arrogan a s mismos y a aquellos desu secta ciertas prerrogativas especiales recubiertas de palabras engaosas,

    pero opuestas a los derechos civiles de la comunidad. Por ejemplo, no noses dado encontrar secta alguna que proclame, expresa y abiertamente, quelos hombres no estn obligados a cumplir sus promesas o que los prncipespuedan ser destronados por aquellos que difieren de ellos en religin, o queel dominio de todas las cosas slo pertenece a ellos. Tales cosas, expuestastan descarnada y enfticamente, acarrearan muy pronto la atencin y lasreacciones del gobernante y despertaran la inquietud de la comunidad con-tra la propagacin de un mal tan peligroso. Sin embargo, encontramos fre-

    cuentemente a algunos que dicen estas mismas cosas en otros trminos.Qu otra cosa quieren expresar acaso aque