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CASOS DE “DESNACIONALIZACIÓN” 1 - EL SEXENIO DEMOCRÁTICO EN ESPAÑA, 1868-1874 En el caso de España resultan interesantes los tiempos del Sexenio Democrático, unos años que, para importantes sectores del movimiento obrero y las clases populares, significaron un rayo de esperanza y progreso. Gobierno Provisional tras el golpe de septiembre de 1868. Esa ilusión inicial fue perdiendo fuelle, ya que para amplios estratos que defendieron la revolución, ésta les acabó olvidando o traicionando. De ese descontento revolucionario se puede explicar que, entre la primera generación de anarquistas, surgida tras la fundación de la Federación Regional Española de la AIT en 1870, la inmensa mayoría de ellos hubiesen sido, tiempo atrás, fervientes defensores de la revolución de septiembre y el republicanismo, especialmente el federal, el cual llevaba años con corrientes internas abiertamente socializantes.

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CASOS DE “DESNACIONALIZACIÓN”1 - EL SEXENIO DEMOCRÁTICO EN ESPAÑA, 1868-1874

En el caso de España resultan interesantes los tiempos del Sexenio Democrático, unos años que, para importantes sectores del movimiento obrero y las clases populares, significaron un rayo de esperanza y progreso.

Gobierno Provisional tras el golpe de septiembre de 1868.

Esa ilusión inicial fue perdiendo fuelle, ya que para amplios estratos que defendieron la revolución, ésta les acabó olvidando o traicionando. De ese descontento revolucionario se puede explicar que, entre la primera generación de anarquistas, surgida tras la fundación de la Federación Regional Española de la AIT en 1870, la inmensa mayoría de ellos hubiesen sido, tiempo atrás, fervientes defensores de la revolución de septiembre y el republicanismo, especialmente el federal, el cual llevaba años con corrientes internas abiertamente socializantes.

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Esquema del Sexenio Democrático. Fuente: Atlas Histórico

Tomemos unos ejemplos en este sentido para entender qué visión tuvieron muchos internacionalistas de aquellos años de democracia en España, especialmente tras la proclamación de la I República y la consiguiente represión del movimiento cantonalista para, finalmente, acabar en la clandestinidad.

Francisco Tomás, uno de los colectivistas más influyentes entonces en España y reconocido por sus formas templadas y sindicalistas, fue el redactor de la Circular número 38 de la FRE-AIT del 12 de enero de 1874, un duro escrito que nos hace entender el desengaño que les provocó la breve I República:

desde la proclamación de la república hasta la fecha, nuestra Asociación ha sido perseguida en detalle: saqueando los Centros locales, prendiendo á nuestros compañeros y asesinando á obreros indefensos. Ahora la compañía de aventureros políticos que con el apoyo de los asesinos asalariados disolvió las Córtes burguesas, creen dar un golpe mortal á nuestra Asociación, decretando que sean disueltas todas las federaciones locales. Si Pi Margall, Castelar y Salmerón no lograron mas que convertir las organizaciones públicas, en secretas; tenemos la seguridad de que Serrano, Sagasta, García Ruiz y comparsa, no lograrán mas que sus antecesores, es decir: que la organización pública sea secreta; y que aumente el número de las nuevas Federaciones.1

Antes de la clandestinidad, sin embargo, otros sucesos habían hecho crecer el descontento de antiguos republicanos y militantes obreros. Para muchos, la elección al inicio del periodo revolucionario de un nuevo monarca, así como el ahogo de diferentes movimientos republicanos insurreccionales en 1869, significó algo así como una traición de los líderes por sus posicionamientos templados.

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Sucesos destacados durante el Sexenio. Fuente: Atlas Histórico

La fe en la república que todo lo solucionaría siguió siendo una idea popular, pero de manera incipiente también se empezó a desconfiar en las viejas promesas de repúblicas modelos. De hecho, de igual modo que ocurrió con el nuevo régimen, el referente republicano francés, tras la represión de las diferentes comunas internacionalistas y populares que se prodigaron en el contexto de la guerra franco-prusiana, empezó a caer bajo la sospecha por parte de antiguos admiradores, más aún cuando ciudades como Barcelona se llenaron de exiliados políticos, muchos de ellos vinculados con la sección francesa de la AIT y muy críticos con las ideas republicanas.

Sumemos también que en aquellos años la estrategia estatal en los asuntos obreros fue la aplicación de la represión, o que al abrigo de los sucesos revolucionarios en Francia, en el Congreso de los Diputados de España, se instase a la ilegalización de la sección española de la Internacional. Todo un Sagasta no dudaba en afirmar que la Internacional era algo así como la piedra filosofal del crimen, otros políticos, como el conservador Plácido de Jové y Hevia, se posicionaron directamente por la expulsión de “lo nacional” a estos refractarios, ya que como afirmó en la sesión del Congreso del 16 de octubre de 1871, la AIT era una organización criminal, atea, contraria a la familia, la tradición y la patria, asimilándola a una permanente conspiración para

“la absorción de todas las fuerzas sociales, en el beneficio exclusivo de una clase (…) no me extraña que de tarde en tarde broten del seno de la sociedad ciertas enfermedades; todos los siglos han tenido a sus bárbaros (…). Esta asociación no es más que el principio del mal, que viene desde el orígen del mundo en la lucha con el principio del bien: representa á todos los tiranos; á los Cosmos de Creta, á los Eforos de Esparta, á los groseros carpocracianos, á

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los fanátios anabaptistas, á los terroristas de Babeuf, a los incendiarios de París, al mal en la lucha perpetua con el bien”.2

Si bien fue cierto que personalidades como Pi y Margall, el mismo internacionalista y republicano José Rubau Donadeu, e incluso todo un presidente del consejo de ministros como Manuel Ruiz Zorrilla, defendieron la legalidad de la asociación en el Congreso, el clima creado de criminalización, provocó entre internacionalistas reacciones que reafirmaban la necesidad de ir más allá del estatismo y sus propuestas identitarias, para resolver así los problemas que asolaban a las clases asalariadas y populares en España.

Cánovas del Castillo, padre de la futura Restauración, antes que Jové y Hevia ya había anatemizado a los internacionalistas hispanos, asegurando que eran algo así como la Anti-España, personas fuera de la propia nación o, paras ser más concretos, personas que en el fondo no tenían derechos y habían de ser tuteladas, puesto que eran pobres :

siempre habrá una última grada en la escala social, un proletariado que será preciso contener por dos medios: con el de la caridad, la ilustración, los recursos morales, y, cuando éste no baste, con el de la fuerza. (…) las desigualdades proceden de Dios, que son propias de la naturaleza, y creo, supuesta esta diferencia en la actividad, en la inteligencia y hasta en la moralidad, que las minorías inteligentes gobernarán siempre el mundo.3

Ante este tipo de declaraciones, las cuales se sumaban a los diferentes conflictos que la Internacional tenía abiertos como sindicato, la conciencia y radicalización de clase se acrecentó, al tiempo que el desprecio por la patria española aumentaba, tal y como se puede entender de una respuesta de la FRE-AIT a ese tipo de afirmaciones, fechada a 17 de octubre de 1871:

en las Cortes españolas se está formando un proceso a la Asociación Internacional, y, según declaraciones del Gobierno hechas por boca del ministro de Gobernación, se nos declarará fuera de la ley y dentro del Código penal, se nos perseguirá hasta el exterminio, (…) Se nos dice que somos enemigos de la moral, de la religión, de la propiedad, de la patria y de la familia (…) ¡Qué somos enemigos de la patria! Sí; queremos sustituir el mezquino sentimiento de la patria con el inmenso amor a la humanidad, las estrechas y artificiales fronteras por la gran patria del trabajo, por el mundo. No hay otro medio de evitar guerras como la de Francia y Prusia.4

A modo de conclusión de estos años del Sexenio, podemos afirmar que el desencanto hacia viejas ilusiones por parte de importantes sectores de la población fue inmenso, de igual modo que fue la mayor adquisición de una conciencia de clase revolucionaria, en este caso internacionalista y de corte anarquista. Como sabemos la I República Española acabó muriendo entre Pavía, Martínez Campos, Cánovas del Castillo y las complicidades republicanas de hombres como Castelar, instaurándose así la vuelta de la dinastía borbónica.

Para los internacionalistas, los años previos de aperturismo democrático, como los de la reciente vuelta a un gobierno borbónico, les habían servido para extraer conclusiones certeras, alejándolos de cualquier proyecto nacionalista hispano, fomentando el rechazo, por ejemplo, de una de las bases de cualquier estado-nación liberal y democrático, como es la existencia de diferentes partidos que aspiren al gobierno:

las lecciones no se reciben impunemente, y tanta y tanta experiencia debían demostrarnos al cabo, que moderados, carlistas, unionistas, progresistas y republicanos de todos los matices, no son sino una muchedumbre de bandidos

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holgazanes, que desean comer y gozar sin trabajar ni producir, explotan continuamente la triste situación del trabajador, su miseria y su falta de ilustración para hacerle necio instrumento de sus bastardos planes, y finalmente, que todos ellos tienen intereses opuestos á los nuestros, y que la lucha de aquí en adelante, más que de monárquicos y republicanos, de progresistas y de revolucionarios, de conservadores y avanzados es, y ha de ser, de RICOS y POBRES, es decir, de TRABAJADORES y HOLGAZANES.5

Para esos sectores obreros y revolucionarios, la identidad de clase bajo la influencia de las ideas libertarias, era mucho más fuerte que la misma lealtad a la patria, a la cual definían como mezquina. La política y sus partidos, más que fuente de ilusión, se interpretaban con desconfianza. De hecho, la misma acción desde el estado, en forma de discursos políticos, o directamente mediante políticas punitivas, también alimentaban los deseos de venganza de clase entre los desheredados.

En ese contexto, no es descabellado afirmar que parte del proyecto nacional español fue, en muchos sentidos y durante décadas, excluyente hacia las clases trabajadoras o, cuanto menos, muy ineficaz, mostrándose normalmente ante la cuestión obrera insensible y reduciéndola a un simple problema de orden público, o, en el mejor de los casos, fomentando políticas paternalistas y escasamente interesadas en actuar con firmeza ante las desigualdades, ejemplificado a partir de 1883 por el impulso en España de la llamada Comisión de Reformas Sociales, que si bien es un hito histórico, porque es la metáfora del inicio del reformismo social institucional en territorio español, no dejó de ser un mero brindis al sol.

En esos años la respuesta del estado más común a la cuestión obrera se fundamentó en la represión, un aspecto que venía de largo: la primera Huelga General en la historia de España, acontecida en julio de 1855, vino precedida por el asesinato legal en Barcelona de Josep Barceló, quien había sido un destacado líder del conflicto de las selfactinas de 1854, cuando el movimiento obrero barcelonés consiguió su prohibición. Tras un juicio-farsa fue condenado a muerte por un delito común. Su muerte fue uno de los argumentos para realizar la huelga en 1855, en un contexto de miseria económica de la incipiente clase obrera hispana, agravada, como en la revuelta barcelonesa de 1835, por la introducción de nueva maquinaria industrial.

Imagen de La Tramontana relativa a la revuelta de 1835.

Tras la huelga, la represión contra el movimiento obrero fue brutal y, desde su tribuna en el Congreso como ministro de la Guerra, Leopoldo O’Donnell, afirmó, tal y como se recogió en la sesiones del Congreso de los Diputados de España del 10 de noviembre de 1855, que:

el Principado de Cataluña (…) ha pasado por crisis gravísimas, moviéndose por medio del socialismo y del carlismo coligados. Esas masas de obreros extraviados en mucha parte, pero dirigidos por agentes hábiles, proclamaban las ideas más absurdas de libertad, al mismo tiempo que estaban en connivencia con el partido carlista.

En resumen, una teoría conspirativa y con escaso tacto hacia los obreros que lucharon en esas jornadas, como es conocido, bajo el estandarte de “Espartero, pan y trabajo“.

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Como conclusión, la cuestión obrera se venía tratando en España como un asunto de orden público y la represión fue, básicamente, la herramienta más utilizada por el estado para resolver conflictos. De igual modo, una parte del discurso nacionalizador español apostó por “expulsar” del proyecto nacional a quienes lideraban la causa obrera. Estos factores favorecieron la adopción de ideas internacionalistas y cosmopolitas, las cuales al abrigo del obrerismo y la solidaridad de clase existente, fueron ampliamente aceptadas por sectores avanzados del obrerismo.

El fracaso democrático del Sexenio, que acabó reprimiendo a internacionalistas y republicanos intransigentes, o el mismo contexto contrario al internacionalismo en estados como la Francia de Thiers, también ayudaron a la extensión de dichos planteamientos.

2 - LOUISE MICHEL Y LA COMUNA DE PARÍSSu entierro

El 22 de enero de 1905 más de 1500 personas abarrotaban las Sala Rivay de Levallois-Perret, doblando el aforo oficial del recinto. El espectro de la libertad estaba presente en el ambiente en boca de personalidades como Sébastien Faure, Charles Malato o Pierre Monatte, quienes, entre otras figuras anarquistas, rendían homenaje al gran mito de La Comuna de París de 1871: Louise Michel (para consultar una breve biografía sobre ella, así como acceso a documentos digitalizados, es recomendable el espacio web del  IISG de Amsterdam dedicado a su figura).

Louise Michel

Entre quienes parlamentaron, como entre los asistentes, se debió de recordar su muerte acontecida en Marsella 13 días antes. Del mismo modo, se debió de sentir orgullo al pensar que más de 100.000 personas habían acudido al entierro del gran mito femenino del anarquismo.

Coche fúnebre con los restos de Louise Michel, 22 de enero de 1905.Fuente: Estel Negre. “Enterrament de Louise Michel“

Fue una mujer recordada por sus múltiples facetas: maestra de niños y niñas, una persona culta y sensible en artes como la poesía y la música, pero igualmente, capaz de incendiar medio París, vivir en varios continentes y ser una luchadora por la libertad en todos ellos, una mujer altiva y atea hasta la médula, capaz de mofarse del patriarcado y ser contraria al paternalismo social, una internacionalista que soñaba con la hermandad de la humanidad, pero que reconocía que antes de esa meta, el enfrentamiento contra los poderosos era inevitable.

Entierro de Louise MichelVisto en perspectiva, no nos debería de extrañar que su entierro, como en otros casos en la historia del anarquismo, se convirtiese en una manifestación política.

Bajo las banderas rojas del socialismo y la sangre derramada de los pueblos, y pese a las prohibiciones derivadas de las leyes

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antianarquistas francesas, en su cortejo también ondearon las banderas negras, uno de los símbolos más antiguos ligados al anarquismo y en gran medida popularizado por la misma Louise Michel. Cabe mencionar que este enarbolamiento de banderas provocó enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas policiales.

La Comuna de París y Louise Michel, 1871

Como en otros casos, como podría ser el del mítico gaditano Fermín Salvochea, Michel fue un mito social antes de ser anarquista. Alcanzó fama y notoriedad durante la Comuna, y pese a conocer la existencia de las ideas internacionalistas, vinculadas a la sección francesa de la AIT y personalidades como Varlin, y en consecuencia con el anarquismo de raíz bakuninista y otras corrientes socialistas, por entonces aún era una republicana radicalizada, que conocía a personalidades de ambientes diversos y que, más allá de las ideas, valoraba en las personas su honestidad y palabra.

Todo esto es fácil de reconocer si leemos, por ejemplo, el excelente libro de Louise Michel editado hace unos pocos años por La Malatesta y Tierra de Fuego: La Comuna de París.

No entraré demasiado en los sucesos en sí de la Comuna de París de 1871 (el autor remite al video de una excelente charla de Dolors Marín sobre dichos sucesos, para ver pincha aquí), así pues, me gustaría plantear ciertos aspectos que nos indicarían que si bien, durante los sucesos revolucionarios comprendidos entre el 18 de marzo y el 29 de mayo de 1871, en donde París lideró la más importante Comuna autónoma formada en Francia en el contexto de la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871, Michel era una republicana, pero su experiencia vivida, le hará decantarse hacia el anarquismo, y en este sentido, si nos centramos en la conciencia nacionalista de Michel, podemos encontrar ciertos aspectos que nos pueden hacer entender como, una persona con espíritu patriótico francés, abrazará postulados internacionalistas y superadores de la idea de patria.

1. El Internacionalismo Obrero

Michel describe los años anteriores a la insurrección de marzo como tiempos oscuros dominados por Napoleón III, el último monarca francés. Los delirios de grandeza del chovinista emperador le llevaron a la guerra contra la militarista Prusia de Bismarck. Michel plasma esos tiempos de decadencia identificándolos con la ineficacia militar de las tropas bonapartistas o la sonada derrota de Sedán de septiembre de 1870, en donde el monarca se rindió y quedó preso, abriéndose así un vacío de poder en Francia.

En ese contexto ella y sectores avanzados socialmente salieron a la calle en defensa de una Francia republicana, que no se rindiese frente al militarismo prusiano y que fuera socialmente justa. Sin embargo, para Michel y muchos republicanos radicales franceses, de manera similar que pasó entre sectores vinculados al republicanismo federal español durante el Sexenio Democrático, la nueva república les resultaba insuficiente, puesto que como señaló Karl Marx,

“en este conflicto entre el deber nacional y el interés de clase, el gobierno de la defensa nacional no vaciló un instante en convertirse en un gobierno de la traición nacional“ (Fuente: ANNCOL).

Ese gobierno, compuesto básicamente por burgueses de orden, como el sanguinario Thiers, fue proclive al armisticio con Prusia por el bien de sus propiedades y prebendas, ante un pueblo que en poblaciones como París, Marsella o Lyon, entre un largo etcétera, proclamaba un liberalismo extremo con influencias (y presencias) socialistas,

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fundamentado en la idea de una república francesa formada por una libre federación de comunas.

En paralelo a la visión negativa del proyecto social, político y nacional bonapartista, Michel describe siempre con buenas palabras a la reciente organización obrera conocida como La Internacional, de la cual afirmará que en una época en que

“la libertad atravesaba el mundo; la Internacional era su voz gritando por encima de las fronteras las reivindicaciones de los desheredados” (p. 25)

al fin de cuentas, ya en 1864, en Londres, se dio nacimiento a la Internacional bajo máximas que nos hacen entender la lógica cosmopolita del obrerismo, cuando proclamaron que

“los polacos sufren: pero hay en el mundo una nación más oprimida; el proletariado” (p. 34).

En ese último tercio del siglo XIX, en el juego de fidelidades identitarias y frente a los proyectos nacionalistas en construcción, la conciencia de clase, gracias a organizaciones como la AIT, o sencillamente porque era un hecho presente entre sectores populares de la población, era mucho más potente que no la pertenencia a tal o cual nación.

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Pese a sus posicionamientos republicanos, Michel, como otras personalidades en su ambiente, tenía curiosidad y atracción por las ideas socialistas que difundía la AIT, aunque en aquel contexto, ella aún creía en la República y la nación francesa. Sin embargo, el interés por los planteamientos internacionalistas fue notable, y en cierta manera, tampoco diferían demasiado a su republicanismo comunalista, puesto que frente al “techo” nacional, el internacionalismo ofrecía el mundo como escenario de hermanamiento, cooperación y libre federación.

2. Una nación filosóficamente inmadura

Francia, una de las cunas del invento de la nación liberal, lo que nos puede hacer pensar en una temprana y fuerte nacionalización de las masas, tenía, en un contexto de expansión colonialista, serias dificultades para crear un fuerte sentimiento de fidelidad. El proyecto nacionalista francés, especialmente el cercano al liberalismo conservador, sufrió una gran derrota tras la rendición humillante de Sedán. Mientras que la nueva República de Versalles, mayoritariamente compuesta por los mismos perros de Napoléon III, pero con diferentes collares, frente al peligro de radicalidad republicana y su proyecto alternativo nacional francés, optó por la vía de la paz con Prusia y el mantenimiento de las jerarquías sociales existentes.

En el parlamento de Versalles algunas excepciones destacaban entre las bancadas, como fue el caso del izquierdista y socialista Jean-Baptiste Millière, quien en el contexto de enfrentamiento entre París y Versalles optó siempre por la vía de la paz. Finalmente fue ejecutado sin juicio por sus complicidades ideológicas con los comuneros, siendo recordado por Michel con unas palabras que nos indicarían este tipo de sentimiento, proclive a superar la misma idea de nación, dentro de las corrientes por entonces republicanas y con influencias socialistas, o cuanto menos, interesadas por la equidad social:

“Millière cayó gritando en las gradas del Panteón: ‘¡Viva la humanidad!’. Este grito fue profético, es el que hoy (tras 25 años de los hechos de La Comuna) nos reúne” (p. 221).

Podemos pensar que el caso de Millière no es significativo, puesto que no dejaba de ser, al fin de cuentas y más allá de diputado, un incipiente socialista y próximo a otros radicales como Henri Rochefort, pero es interesante para reflejar esa idea, de aquellos que defendían la paz nacional, pero comprobaron que la conciencia de clase (burguesa), y no la fraternidad patriótica, era lo que regía la realidad francesa.

Entre los escritos y recuerdos de Michel editados en el libro antes mencionado, hay unas páginas en las que describe un más que interesante suceso que también ejemplifica que, incluso entre patriotas franceses, existía cierta idea de ir más allá de lo nacional. Fue el planteado por un heterogéneo y concurrido grupo de masones, quienes ante el clima de bélico y de asedio de Versalles sobre París, decidieron hacer un acto simbólico.

Ante el escenario parisino de banderas negras y rojas ondeando, símbolos de la lucha hasta la muerte, de la sangre derramada y, en el caso de la última, también de los pujantes socialismos, los masones decidieron congregarse y marchar por París y por algunas zonas de combate portando banderas blancas, símbolo de la paz. Según Michel buscaban una tregua y crear un espacio de diálogo, puesto que se definían como

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“hombres de paz, de concordia, de fraternidad, de estudio, de trabajo, que han luchado siempre contra la tiranía, (…) son también hombres que piensan, reflexionan y actúan por el progreso y la emancipación de la humanidad” (p. 186).

Michel describe la marcha como un espectáculo impactante, con masones portando, junto a las banderas blancas, ramas de olivo en la mano izquierda, símbolos de la paz, y en la derecha “el acero de la vindicación“. Si bien desde el bando comunero la comitiva no fue atacada, e incluso lograron una breve tregua entre los contendientes, el bando versallés acabó rompiéndola, lo que significó que dichos masones, ante la magnitud de lo sucedido, mostrasen signos de cierto desdén ante determinadas actitudes francesas y ciertos toques de sentimientos universalistas:

“Los primeros disparos partieron de Versalles, y la primera víctima fue un francmasón. (…) Hermanos de masonería y hermanos compañeros, no nos queda otra resolución que combatir y cubrir con nuestra sagrada égida el lado del derecho. ¡Salvemos París! ¡Salvemos Francia! ¡Salvemos la humanidad!

Bien os habréis merecido a la patria universal y aseguraréis el bienestar de los pueblos en el futuro.

¡Viva la República! ¡Vivan las Comunas de Francia federadas con la de París!

París, 5 de mayo de 1871” (p.187)

Como se puede apreciar por el lenguaje, se apela a la patria universal, pero se cierra con un viva a la República (francesa). Contradicciones típicas de un proyecto alternativo nacional francés que, ante la realidad de la guerra, empezó a pensar que se tenía que superar a la misma idea de patria regional, favoreciendo un universalismo identitario en su lugar, para poder favorecer así el bienestar social.

En cualquier caso, estas manifestaciones superadoras de la idea nacional, en muchos sentidos, llevaban décadas fermentando y manifestándose dentro del mismo espectro político liberal.

3. La Autocrítica

El impacto de La Comuna de París fue inmenso en el seno del movimiento obrero mundial. Para Marx y Engels, los sucesos acontecidos en París eran una muestra o ejemplo de lo que debía de ser la teorizada “dictadura del proletariado“. Por su parte, Bakunin, quien participó brevemente en La Comuna de Lyon, analizó el caso parisino con bastante benevolencia, considerando que si bien aún era, al igual que pensaba Marx, una tentativa revolucionaria inmadura, sí que representaba el ejemplo práctico del modelo insurreccional revolucionario que defendía, ya que pensaba que la chispa revolucionaria podía surgir a partir del ejemplo de un alzamiento concreto y simbólico de envergadura. Para un hombre tan ilusionado con la espontaneidad revolucionaria, la Comuna era un ejemplo de sus teorías.

Pero también desde el mismo socialismo, desde sus dos ramas más importantes, el anarquismo y el marxismo, se analizó de manera crítica a la Comuna de París. El líder marxista Mao Tsetung, en este sentido y ya en el siglo XX, al parecer afirmó que

“Marx al principio se opuso a la Comuna de París… Cuando la Comuna de París se levantó, Marx la apoyó, aunque suponía que iba a fracasar. Cuando

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se dio cuenta que era la primera dictadura proletaria, pensó que sería una buena cosa incluso aunque durara 3 meses. Si lo valoramos desde un punto de vista económico, no valía la pena”

mientras que el anarquista Piotr Kropotkin, también se mostraba crítico, pensando que los comuneros

“no rompieron con la tradición del estado, de gobierno representativo, y no trataron de lograr dentro de la Comuna esa organización de lo sencillo a lo complejo que había inaugurado al proclamar la independencia y la libre federación de comunas”.

Louise Michel, pese a participar activamente en dichos hechos y resaltar numerosas cualidades positivas de aquellas semanas entre marzo y mayo de 1871, también analizó los sucesos con un profundo sentido crítico. Aspecto que nos demostraría que, pese a ser republicana y participar en una revolución acorde a sus ideales, si de verdad quería satisfacer el deseo de una Francia libre y fraterna, la supervivencia del estado, así como del sistema capitalista, eran inconvenientes para dicha finalidad.Pese a que La Comuna estableció amplias libertades para las mujeres (derecho a separación con subsidio fue de lo más destacado), favoreció que los obreros pudiesen ocupar fábricas vacías o abandonadas por sus dueños, o promocionó sistemas representativos pero fuertemente influenciados por una democracia directa, o que marcase claramente una separación entre la Iglesia y el Estado y estableció sistemas de pensiones, para Michel fue una revolución muerta al nacer, y no por la presión de Versalles, más bien por lo desbordado que se mostró el republicanismo dominante ante los acontecimientos.

Para Michel, se perdió la Comuna principalmente por una cuestión de escrúpulos liberales (y en cierta manera también socialistas), afirmando que:

“La victoria era completa, y hubiera sido duradera si al día siguiente (se refiere al 19 de marzo) todos hubiéramos marchado en masa hacia Versalles, donde el gobierno había huido.

La legalidad, el sufragio universal y todos los escrúpulos de ese género, que echan a perder las revoluciones, se tomaron en cuenta como de costumbre” (p. 126)

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También analizó negativamente que se salvaguardase la propiedad privada, especialmente la relacionada con la poderosa Banca:

“Es espantoso comprobar como el respeto al corazón de ese vampiro capital, que llamamos banca, salvó víctimas humanas; era ese el verdadero rehén (se refiere al hecho de respeto a la banca parisina, la cual aceptó dar crédito a La Comuna).

Los adversarios de La Comuna confiesan hoy que habría triunfado si se hubiera atrevido a servirse para la causa común de esos tesoros que eran de todos”

Los escrúpulos, al fin de cuentas, fue el principio del fin de la tentativa revolucionaria, ya que seguramente, si exceptuamos a determinados sectores republicanos o socialistas,

“desde la primera sesión (de La Comuna), algunos, ahogándose en la sofocante atmósfera de una revolución, no quisieron ir más adelante, y hubo dimisiones inmediatas”.

En síntesis, Michel, en estas y otras afirmaciones, pensó que el respeto a la lógica y las formas de la legalidad estatal, así como el respeto al capital y la correspondiente propiedad, eran, entre otros factores, causas de la derrota revolucionaria. Y sin estado, ni capital, no hay patria liberal que exista.

4. Expulsada del cuerpo nacional.

Michel creó el mito de las petroleras parisinas, el de las mujeres que quemaron medio París para paralizar el avance versallés en las últimas jornadas de mayo de 1871. Dicho mito fue un elemento hostil y contrario al liberalismo conservador que se implantó (tras el armisticio de Versalles con Prusia y la derrota de La Comuna).

La mujer insurrecta y revolucionaria fue descrita y presentada como un agente maléfico, mientras que Louise Michel alojaba el alma de ese arquetipo de mujer para el gobierno de Thiers. Si la mujer normal y corriente era considerada un ser inferior al hombre en cuestión de derechos, la revolucionaria era aún peor, puesto que subvertía el supuesto orden natural que regía el mundo, dirigido por y para hombres, y que excluía a la mujer de un mínimo de seguridad para que pudiese desarrollarse libremente.

A lo largo del libro de Michel encontramos numerosas evocaciones positivas hacia la mujer. Sin duda alguna tenía plena conciencia de la opresión patriarcal, aunque no utilizase ese lenguaje, y también se manifiesta claramente una sororidad femenina en las páginas, describiendo a las mujeres como las primeras en iniciar motines y como algunas de ellas, más allá de los típicos roles bélicos relacionados con el cuidado de la tropa (cocinar o sanar heridos), decidieron luchar de igual modo que los hombres. El libro, para cualquier persona interesada en la mujer en el contexto bélico, encontrará en las palabras de Michel, y de manera permanente, una narración histórica que, a finales del siglo XIX, muestra el importante rol femenino en aquellas jornadas.

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Ser mujer, consciente y revolucionaria en esos años, como le pasó a Michel, era sinónimo de quedar excluida del fenómeno nacional y su proceso de construcción, ya que se relegaba a la feminidad a ser mera espectadora de la res publica.

La represión contra los comuneros, más allá de la cuestión de género, también sirvió para expulsar de lo nacional a millones de franceses. Si sumamos penas de cárcel, destierros como los que sufrió Michel a Nueva Caledonia, o las más de 100.000 víctimas ejecutadas, entenderemos como, en ocasiones, de igual modo que hizo Hitler con la cuestión judía, en un proceso de construcción nacional, cuando no se puede hacerlo al gusto del gobernante de turno, siempre existe la opción de liquidar del cuerpo teórico, a quienes se opongan al proyecto dominante.

El proceso de construcción nacional francés expulsó a los republicanos más radicales y federalistas, a los socialistas y a todos aquellos que tuviesen la mínima sospecha de ser partidarios o simpatizantes del gobierno revolucionario de marzo a mayo de 1871.

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Como anotación final a este artículo, me gustaría recordar unas palabras de Michel que reflejan esa locura represiva, durante y tras el control de París por parte de las tropas de Thiers y la reacción burguesa y que, igualmente, reflejan la opresión que sufrieron las mujeres en esos tiempos:

“Sobre las petroleras circulan las más locas leyendas. No hubo petroleras: las mujeres lucharon como leonas: pero solo me vi a mi misma gritando ¡Fuego! ¡Fuego ante esos monstruos!

Desdichadas madres de familia, que no combatientes, que en los barrios invadidos se creían protegidas por cualquier utensilio. Yendo en busca de alimento para sus pequeños (con un perol de leche, por ejemplo), las miraban como a incendiarias, que llevaban petróleo, ¡y las llevaban al paredón! ¡Sus pequeños las esperaron durante tiempo!

Algunos niños en brazos de su madre, eran fusilados con ellas. Las aceras quedaban jalonadas de cadáveres. (…) Dos arroyos de sangre pronto bajaron del cuartel Lobau hacia el Sena; corrieron rojos durante mucho tiempo”.

Fran Fernández (serhistorico.net, marzo 2017)

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Notas al pie

1 Francisco Tomás, Circular nº 38 de la FRE-AIT, Madrid, FRE-AIT, 12/01/1874, p. 1.2 Plácido Jové y Hevia, “(Intervencion parlamentaria)”, Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, sesión del 16 de octubre de 1871.3 Op. citado en: Francisco Madrid & Claudio Venza (eds.), Antología Documental Del Anarquismo Español, Madrid, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2001, pp. 144-145.4 Ibídem. pp.145-146.5 “Nuestro propósito”, A los obreros, (1875), p. 2.