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CASSANDRA CLARE DARK GUARDIANS

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CASSANDRA CLARE DARK GUARDIANS

CASSANDRA CLARE DARK GUARDIANS

Princesa Mecánica

CASSANDRA CLARE

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Tessa Gray debería estar feliz... porque todas las novias son felices, ¿no? Sin embargo, mientras se prepara para su boda, una red de sombras comienza a estrecharse alrededor de los Cazadores de Sombras del Instituto de Londres.

Aparece un nuevo demonio, uno que está vinculado por sangre y secreto a Mortmain, el hombre que planea usar su despiadado ejército de autómatas, los Dispositivos Infernales, para destruir a los Cazadores de Sombras. Mortmain solo necesita un último detalle para completar su plan: necesita a Tessa; pero Jem y Will, los chicos que reclaman por igual el corazón de Tessa, harán lo que sea por salvarla.

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Para la familia Lewis:

Melanie, Jonathan y Helen

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Sé la verdad, como el que canta Junto a un arpa clara en tonos diversos,

Esos hombres pueden alzarse en un sendero de piedras De sus seres muertos a seres superiores.

―In Memoriam A.H.H., Lord Alfred Tennyson

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Traducido por Clyo

York, 1847

―Tengo miedo ―dijo la niña, sentándose en la cama―. Abuelo, ¿puede quedarse conmigo?

Aloysius Starkweather hizo un sonido impaciente con la garganta mientras acercaba una silla a la cama para sentarse. El sonido impaciente solo era real en parte.

Le agradaba que su nieta confiara tanto en él, y que a menudo, él fuera el único que pudiera calmarla. Su comportamiento brusco nunca la había molestado, a pesar de su delicada naturaleza.

―No hay nada que temer, Adele ―dijo―. Ya verás. Ella lo miró con grandes ojos. Normalmente la ceremonia de la primera runa habría

tenido lugar en uno de los espacios más grandiosos del Instituto de York, pero a causa de los nervios frágiles de Adele y su salud, se había acordado que podría ocurrir en la seguridad de su dormitorio. Ella estaba sentada en el borde de la cama, con la espalda muy recta. Su vestido ceremonial era rojo, con una cinta del mismo color en el cabello rubio y fino. Sus ojos eran enormes en la cara delgada, y sus brazos, estrechos. Todo en ella era tan frágil como una taza de porcelana.

―Los Hermanos Silenciosos ―comenzó―. ¿Qué van a hacer conmigo? ―Dame tu brazo ―le pidió, y ella le tendió el brazo derecho con confianza. Le dio

la vuelta, para ver el pálido rastro azul de las venas bajo la piel―. Van a usar sus estelas, ya sabes lo que es una estela, y van a dibujar en ti una marca. Por lo general, comienzan con la runa Visión, que conocerás por tus estudios; pero en tu caso, se iniciará con la de Fuerza.

―Porque no soy muy fuerte. ―Para fortalecer tu constitución. ―Como un caldo de carne. ―Adele arrugó la nariz. Él se echó a reír. ―Esperemos que no así de desagradable. Sentirás un pequeño

pinchazo, por lo que debes ser valiente y no gritar, porque los Cazadores de Sombras no gritan de dolor. Después, el pinchazo se habrá ido, y te sentirás mucho más fuerte y mejor. Y ese será el final de la ceremonia, y vamos a ir abajo y habrá tortas heladas para celebrar.

Adele pataleó con los talones.

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―¡Y una fiesta! ―Sí, una fiesta, y presentes. ―Se tocó el bolsillo, donde tenía una pequeña caja

escondida: era una pequeña caja envuelta en papel azul fino, que mantenía un anillo de la familia aún más pequeño―.Tengo uno para ti aquí. Lo tendrás tan pronto como la ceremonia haya terminado.

―Nunca antes he tenido una fiesta solo para mí. ―Es porque te estás convirtiendo en una Cazadora de Sombras ―explicó

Aloysius―. ¿Sabes por qué eso es importante, no? Tus primeras marcas significan que eres una Nefilim, como yo, como tu madre y tu padre. Significan que eres parte de la Clave. Parte de nuestra familia de guerreros. Algo diferente y mejor que cualquier otro.

―Mejor que cualquier otra ―repitió ella lentamente, justo cuando la puerta del dormitorio se abrió y entraron dos Hermanos Silenciosos. Aloysius vio el destello de miedo en los ojos de Adele. Ella retiró el brazo de sus manos. Frunció el ceño, pues no le gustaba ver miedo en sus descendientes, aunque no podía negar que los hermanos eran espeluznantes en su andar silencioso y deslizante tan peculiar. Se movieron hacia el lado de la cama de Adele, cuando la puerta se abrió de nuevo y la madre y el padre de Adele entraron; su padre, el hijo de Aloysius, en su vestido con su equipo escarlata, y su mujer con un vestido rojo que se ajustaba con un cabo en la cintura, y un collar de oro del que colgaba una runa Enkeli. Le sonrieron a su hija, quien les devolvió una sonrisa temblorosa mientras los Hermanos Silenciosos la rodeaban.

Adele Lucinda Starkweather. Era la voz del primer hermano Silencioso, el hermano Cimon. Ahora es mayor de edad. Es hora de que la primera Marca del Ángel le sea otorgada. ¿Es usted consciente del honor que se le hace, y hará todo en su poder para ser digna de ella?

Adele asintió obedientemente. ―Sí. ¿Y acepta estas marcas del Ángel, que estarán sobre su cuerpo para siempre, un recordatorio

de todo lo que le debe al Ángel, y de su deber sagrado para con el mundo? Ella volvió a asentir obedientemente. El corazón de Aloysius se hinchó de orgullo. ―Sí, las acepto ―dijo. Entonces comenzamos. Una estela resplandeció, sostenida por la mano larga y blanca

del Hermano de Silencioso. Tomó el brazo tembloroso de Adele, ajustó la punta de la estela en su piel, y comenzó a dibujar.

Las líneas negras se arremolinaron fuera de la punta de la estela, y Adele miró con asombro al ver que el símbolo de la Fuerza tomaba forma en la pálida piel del interior de su brazo, un delicado diseño de líneas entrecruzadas que atravesaban sus venas,

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envolviendo su brazo. Su cuerpo estaba tenso, sus pequeños dientes hundidos en su labio superior. Sus ojos brillaron al mirar a Aloysius, y él contempló lo que se reflejaba en ellos.

Dolor. Era normal sentir algo de dolor en el otorgamiento de una marca, pero lo que vio en los ojos de Adele era... agonía.

Aloysius se enderezó, enviando la silla en la que había estaba sentado con fuerza lejos detrás de él.

―¡Alto! ―gritó, pero ya era demasiado tarde. La runa estaba completa. El Hermano Silencioso retrocedió, mirando. Había sangre en la estela. Adele gemía, teniendo en cuenta la advertencia de su abuelo de no gritar, pero luego la piel lacerada y sangrienta comenzó a pelarse hasta los huesos, ennegreciéndose y ardiendo bajo la runa como si se tratara de fuego, y ella no pudo evitar lanzar la cabeza hacia atrás y gritar, y gritar...

Londres, 1873.

―¿Will? ―Charlotte Fairchild abrió de par en par la puerta del salón de entrenamiento del Instituto―. ¿Will, estás ahí?

Un gruñido sordo fue la única respuesta. La puerta se abrió completamente, revelando el salón ancho y de techo alto al otro lado. La misma Charlotte se había criado entrenando en ese lugar, y conocía cada urdimbre de las tablas del suelo, el blanco antiguo pintado en la pared norte y las ventanas cuadradas divididas, tan antiguas que eran más gruesas en la base que en la parte superior. En el centro de la habitación estaba parado Will Herondale, con un cuchillo en la mano derecha.

Giró la cabeza para mirar a Charlotte, y ella volvió a pensar en lo extraño que era el chico, aunque a los doce años apenas y era un niño. Era un muchacho muy lindo, con cabello grueso y oscuro que se rizaba ligeramente donde tocaba su cuello, húmedo de sudor ahora, y pegado a la frente. Su piel había estado curtida por el aire del campo y el sol cuando llegó por primera vez al Instituto, aunque seis meses de vivir en la ciudad habían desteñido su color, haciendo que el rubor rojo de sus pómulos destacara. Sus ojos eran de un azul inusualmente luminoso. Sería un hombre guapo un día, si podía hacer algo con el ceño perpetuamente fruncido que retorcía sus facciones.

―¿Qué pasa, Charlotte? ―espetó. Todavía hablaba con un ligero acento galés; enrollaba las vocales de una manera

que hubiese sido encantadora si su tono no hubiera sido tan amargo. Se pasó la manga por la frente mientras ella recorría medio camino al cruzar la puerta, luego se detuvo.

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―He estado buscándote durante horas ―dijo con cierta aspereza, aunque la aspereza tenía poco efecto en Will. No había mucho que hiciera efecto sobre Will cuando se encontraba de mal humor, y casi siempre estaba de mal humor―. ¿No recuerdas lo que te dije ayer? ¿Qué hoy íbamos a darle la bienvenida a un recién llegado al Instituto?

—Oh, lo recuerdo. —Will tiró el cuchillo. Se clavó justo fuera del círculo del blanco, profundizando su ceño fruncido—. Simplemente no me importa.

El niño detrás de Charlotte hizo un sonido ahogado. Una risa, ella habría pensado, pero ciertamente no podía estar riendo. Le habían advertido que el niño que venía al Instituto de Shanghái no estaba bien, pero aun así, se había sorprendido cuando él había salido del coche, pálido y meciéndose como una caña al viento, con el oscuro cabello rizado veteado de plata como si fuera un hombre de ochenta años, no un niño de doce. Sus ojos negros mezclados con plata estaban muy abiertos y eran extrañamente bellos, aunque inquietantes en un rostro tan delicado.

―Will, debes comportarte ―le instó ahora, y sacó al chico detrás de ella, mostrándolo en la habitación―. No te preocupes por Will, solo está de mal humor. Will Herondale, te presento a James Carstairs, del Instituto de Shanghái.

―Jem ―la corrigió el muchacho―. Todo el mundo me llama Jem. ―Dio un paso más en la habitación, con la mirada fija en Will con una curiosidad amistosa. Habló sin rastro de acento, para sorpresa de Charlotte, pero era obvio, ya que su padre era, o más bien había sido, británico―. Tú también puedes hacerlo.

―Bueno, si todo el mundo lo llama de esa manera, difícilmente será un favor especial para mí, ¿verdad? ―El tono de Will era ácido; para alguien tan joven, era sorprendentemente capaz de ser desagradable―. Yo creo que se dará cuenta, James Carstairs, de que si sigue su camino y me deja solo, será el mejor resultado para ambos.

Charlotte suspiró para sus adentros. Tenía tanta esperanza de que este muchacho, de la misma edad que Will, resultara una herramienta para desarmar la voluntad de su ira y su crueldad, pero parecía claro que Will había estado hablando de verdad cuando le había dicho que no le importaba si otro muchacho Cazador de Sombras se acercaba al Instituto. No quería amigos, ni quería serlo para nadie. Miró a Jem, esperando verlo parpadear por la sorpresa o el dolor, pero solo sonreía un poco, como si Will fuera un gatito que lo había intentado morder.

―No he entrenado desde que dejé Shanghái ―comentó―. Me vendría bien un socio, alguien con quien entrenar.

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―Yo podría serlo ―admitió Will―. Pero necesito de alguien que pueda seguirme el ritmo, no una criatura enferma que parece senil o con un pie ya en la tumba. Aunque supongo que podría serme útil para practicar tiro al blanco.

Charlotte, sabiendo lo que sabía sobre James Carstairs, un hecho que no había compartido con Will, sintió que un horror enfermizo se apoderaba de ella. «O con un pie ya en la tumba, oh querido Señor». ¿Qué fue lo que su padre había dicho? Que Jem dependía de una droga para vivir, algún tipo de medicamento que extendería su vida, pero no que la salvaría. Oh, Will.

Ella hizo ademán de moverse entre los dos chicos, como si pudiera proteger a Jem de la crueldad de Will, más terriblemente precisa en este caso de lo que él sabía, pero luego se detuvo.

Jem ni siquiera había cambiado de expresión. ―Si por «un pie en la tumba» te refieres a morir, entonces lo tengo ―dijo―. Tengo

un par de años más para vivir, tres si tengo suerte, o eso me han dicho. Ni siquiera Will pudo ocultar su sorpresa; sus mejillas se sonrojaron. ―Yo... Pero Jem ya se había puesto en marcha hacia el blanco pintado en la pared, y

cuando llegó a él, sacó el cuchillo de la madera. Luego se volvió y se dirigió directamente a Will.

Tan delicado como era, también era de la misma altura que Will, y a solo unos centímetros el uno del otro, sus ojos se encontraron y se sostuvieron.

―Puedes usarme para practicar tu tiro al blanco si lo deseas ―dijo Jem, con tanta naturalidad como si estuviera hablando del tiempo―. Me parece que tengo poco que temer de tal ejercicio, ya que no tienes muy buena puntería. ―Se giró, apuntó, y dejó volar el cuchillo, que se clavó directamente en el centro del blanco, temblando ligeramente―. O ―continuó Jem, volviéndose de nuevo a Will― podrías permitirme enseñarte, porque yo sí tengo muy buena puntería.

Charlotte lo miró fijamente. Durante medio año, había visto a Will alejar a todos los que habían tratado de acercarse a él: tutores, su padre, su prometido, Henry, y ambos hermanos Lightwood, con una combinación de odio y crueldad de precisión exacta. Si no fuera porque ella misma era la única persona que lo había visto llorar alguna vez, imaginaría que también ella habría perdido la esperanza, hace mucho tiempo, de que él sería bueno para alguien. Y, sin embargo, allí estaba, mirando a Jem Carstairs, un chico de aspecto tan frágil que parecía estar hecho de vidrio, mientras la dureza de su expresión se disolvía lentamente en una incertidumbre tentativa.

―¿De verdad estás muriendo? ―le pregunto, con el tono más extraño en la voz.

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Jem asintió. ―Eso me han dicho. ―Lo siento ―dijo Will. ―No ―dijo Jem en voz baja. Dejó la chaqueta a un lado y tomó un cuchillo de la

correa en su cintura―. No seas así de corriente, no digas que lo sientes. Di que entrenarás conmigo.

Le tendió el cuchillo a Will, con la empuñadura hacia fuera. Charlotte contuvo la respiración, con miedo a moverse. Sentía como si estuviera viendo suceder algo muy importante, aunque no habría podido decir el qué.

Will extendió la mano y tomó el cuchillo, con los ojos en el rostro de Jem. Sus dedos rozaron al otro chico mientras tomaba el arma. Era la primera vez, pensó Charlotte, que ella lo había visto tocar a alguna otra persona de buena gana.

―Voy a entrenar contigo ―dijo.

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Traducido por Cazadores de Sombras/Ciudades Mecánicas Corregido por Pamee

Cásate en lunes por fortaleza, En martes por opulencia,

El miércoles el más aconsejable, En jueves por aflicción,

En viernes por decepción y El sábado el más miserable.

―Rima popular.

―Diciembre es un momento venturoso para un matrimonio ―comentó la costurera, hablando por entre la boca llena de alfileres, con la facilidad de años de práctica―. Como dicen, «Cuando la nieve de diciembre cae con premura, cásate, y el amor verdadero será de los que perdura». Puso un último alfiler en el vestido, y dio un paso atrás―. Está listo. ¿Qué opina? Está diseñado en base a uno de los diseños propios de Worth.

Tessa miró su reflejo en el espejo de pie en su habitación. El vestido era de seda de un dorado profundo, como era costumbre para los Cazadores de Sombras, que creían que el blanco era el color del luto, por lo que no se casaban de ese color, a pesar de que la Reina Victoria había instituido la moda al hacer justamente eso. El encaje duquesa bordeaba el apretado talle del corpiño y caía desde las mangas.

―¡Es encantador! ―Charlotte juntó las manos y se inclinó hacia adelante.― Sus ojos marrones brillaban con gusto―. Tessa, el color luce tan bien en ti.

Tessa se giró y se retorció frente al espejo. El dorado ponía un color muy necesario en sus mejillas. El corsé de reloj de arena le daba forma y curvas en todas las partes donde se suponía, y el ángel mecánico alrededor de su garganta la consolaba con su tic tac. Debajo de este, colgaba el pendiente de jade que Jem le había dado. Ella le había puesto una cadena más larga de modo que pudiera usar ambos al mismo tiempo, no dispuesta a dejar ninguno.

―¿No piensas que quizá el encaje es demasiado adorno?

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―¡Para nada! ―Charlotte se sentó de nuevo, poniendo inconsciente una mano protectora sobre su vientre. Ella siempre había sido demasiado delgada ―enjuta, en verdad― para necesitar corsé, y ahora que iba a tener un hijo, había comenzado a usar vestidos de té, con los que parecía un pajarito―. Es el día de tu boda, Tessa. Si hay alguna excusa para ponerse adornos excesivos, es esa. Solo imagínalo.

Tessa había pasado muchas noches haciendo justamente eso. No estaba segura todavía de si ella y Jem se casarían, ya que el Consejo aún estaba deliberando su situación, pero cuando se imaginaba la boda, siempre era en una iglesia, y ella marchando por el pasillo central, quizá del brazo de Henry, sin mirar ni a izquierda ni derecha, sino directo al frente hacia su prometido, como debía hacerlo una novia digna. Jem estaría usando ropa de combate, pero no del tipo con la que peleaba, sino una especialmente diseñada para la ocasión, al estilo del uniforme militar: negro con bandas doradas en las muñecas, y runas doradas bordadas alrededor del cuello y la solapa.

Él se vería tan joven. Los dos eran tan jóvenes. Tessa sabía que era inusual casarse a los diecisiete y dieciocho, pero estaban corriendo contra reloj.

El reloj de la vida de Jem, antes de que se detuviera. Se llevó la mano a la garganta, y sintió la vibración familiar de su ángel mecánico y

sus alas le rasparon la palma. La costurera la miró con ansiedad. Ella era una mundana, no una Nefilim, pero tenía la Visión, así como todos los que servían a los Cazadores de Sombras.

―¿Le gustaría que le quitara el encaje, señorita? Antes de que Tessa pudiera responder, hubo un golpe en la puerta, y una voz

familiar. ―Soy Jem. Tessa, ¿estás ahí? Charlotte se enderezó de un salto. ―¡Oh! ¡No debe verte con el vestido! Tessa se quedó ahí atontada. ―¿Por qué no? ―Es una costumbre de Cazadores de Sombras; ¡trae mala suerte! ―Charlotte se

puso de pie―. ¡Rápido! ¡Escóndete detrás del ropero! ―¿El ropero? Pero… ―Tessa se interrumpió con un quejido cuando Charlotte la

cogió de la cintura y la llevó marchando a zancadas detrás del ropero, como un policía con un criminal particularmente resistente.

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Liberada, Tessa se sacudió el vestido, le hizo una cara a Charlotte, y ambas se asomaron por el borde del mueble, mientras la costurera, después de una mirada de sorpresa, abría la puerta.

El cabello plateado de Jem apareció en la entrada. Se veía un poco desarreglado, con la chaqueta torcida. Miró alrededor confundido, antes de que su mirada se posara sobre Charlotte y Tessa, medio escondidas detrás del ropero.

―Gracias al cielo ―dijo―. No tenía idea de dónde se habían metido. Gabriel Lightwood está abajo, y está armando un escándalo de lo más terrible.

―Escríbeles, Will ―pidió Cecily Herondale―. Por favor. Solo una carta. Will se echó hacia atrás el cabello oscuro, empapado de sudor, y la miró molesto. ―Pon tus pies en posición ―fue todo lo que dijo. Señaló con la punta de su daga―.

Ahí, y ahí. Cecily suspiró, y movió los pies. Había sabido que no estaba en la posición correcta;

lo había estado haciendo intencionalmente, para aguijonear a Will. Era fácil aguijonear a su hermano, eso lo recordaba de cuando tenía doce años. Incluso entonces, retarlo a hacer algo como escalar el techo inclinado de su casa solariega, había resultado en la misma cosa: una furiosa llama azul en sus ojos, una mandíbula tensa, y a veces, Will con una pierna o un brazo roto al final de todo.

Por supuesto, este hermano, el Will casi adulto, no era el hermano que ella recordaba de la infancia. Se había vuelto más explosivo y más alejado. Tenía toda la belleza de su madre, y toda la obstinación de su padre… y temía que la inclinación de su padre a los vicios, aunque solo asumía eso por los susurros entre los ocupantes del Instituto.

―Levanta tu daga ―instó Will. Su voz era tan fría y profesional como la de su institutriz.

Cecily la levantó. Le había tomado algún tiempo el acostumbrarse a la sensación de la ropa de combate contra la piel: la túnica suelta y los pantalones, el cinturón alrededor de su cintura. Ahora se movía con ella tan cómodamente como se había movido con el camisón más suelto.

―No entiendo por qué no consideras escribir una carta. Una sola carta.

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―Yo no entiendo cómo es que no consideras irte a casa ―dijo Will―. Si solo accedieras a regresar a Yorkshire, podrías dejar de preocuparte sobre nuestros padres, y yo podría arreglar…

Cecily lo interrumpió, habiendo ya escuchado ese discurso mil veces. ―¿Podrías considerar una apuesta, Will? Cecily se sintió satisfecha y a la vez un poco decepcionada de ver que los ojos de

Will brillaron igual que los de su padre, cuando se sugería una apuesta entre caballeros. Los hombres eran tan predecibles.

―¿Qué clase de apuesta? ―Will dio un paso al frente. Estaba usando ropa de combate; Cecily podía ver las Marcas que se entrelazaban en sus muñecas, la runa mnemosyne en su garganta. Le había tomado tiempo el ver las Marcas como otra cosa que deformadoras, pero ahora estaba acostumbrada a ellas. Así como se había acostumbrado a usar el uniforme, a los grandes salones con eco del Instituto, y a sus peculiares habitantes.

Apuntó al muro frente a ellos. Habían pintado una diana antigua en el muro, de color negro: un ojo de buey dentro de un círculo más grande.

―Si le atino al centro tres veces, tienes que escribirle una carta a papá y mamá y decirles cómo estás. Debes contarles de la maldición y por qué te fuiste.

El rostro de Will se cerró como una puerta, como cada vez que ella le hacía esa petición, pero dijo:

―Nunca vas a atinar tres veces sin fallar, Cecy. ―Bueno, entonces no deberías preocuparte por hacer la apuesta, William. ―Usó su

nombre completo a propósito. Sabía que le molestaba, viniendo de ella, aunque cuando lo hacía su mejor amigo Jem (no, su parabatai; desde que llegó al Instituto había aprendido que esas cosas eran bastante distintas), Will parecía tomarlo como un término de cariño. Posiblemente era porque aún tenía recuerdos de ella gateando detrás de él sobre piernas regordetas, gritando Will, Will, tras él, en un galés sin aliento. Nunca lo había llamado «William», siempre «Will» o su nombre en galés, Gwilym.

Entrecerró los ojos, esos ojos azul oscuro del mismo color que los de ella. Cuando su madre había dicho cariñosamente que Will sería un rompecorazones cuando creciera, Cecily la había mirado con dudas. Will era todo brazos y piernas entonces, flacucho y desaliñado y siempre sucio. Aunque podía verlo ahora, lo había visto cuando entró en el comedor del Instituto y él se puso de pie por la sorpresa, y había pensado: «Ese no puede ser Will».

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Él había vuelto esos ojos hacia ella, los ojos de su madre, y ella había visto enojo en ellos. No estuvo contento de verla, para nada. Y en donde en sus recuerdos había estado un muchacho flacucho con el cabello negro salvaje, enmarañado como el de un gitano, y hojas en sus ropas, ahora estaba este hombre alto y aterrador en su lugar. Las palabras que quería decirle se disolvieron en su lengua, y había igualado su mirada feroz con otra. Y así había sido desde entonces: Will apenas soportaba su presencia, como si ella fuera una piedra en su zapato, una molestia constante pero menor.

Cecily respiró profundamente y levantó la barbilla, preparándose para tirar el primer cuchillo. Will nunca sabría las horas que había pasado en su habitación, a solas, practicando, aprendiendo cómo balancear el peso del cuchillo en la mano, descubriendo que un buen lanzamiento de cuchillo comenzaba desde atrás del cuerpo. Mantuvo los dos brazos abajo, rectos, luego echó el derecho por detrás de la cabeza, antes de lanzar el brazo y el peso de su cuerpo hacia adelante. La punta del cuchillo estaba en línea con el objetivo. Lo soltó y echó la mano hacia atrás, con un jadeo.

El cuchillo se clavó con la punta en la pared, exactamente en el centro de la diana. ―Uno ―contó Cecily, dándole a Will una sonrisa de superioridad. El la miró glacial, arrancó el cuchillo de la pared y se lo devolvió. Cecily lo lanzó. El

segundo tiro, como el primero voló directamente hacia su objetivo se clavó ahí, vibrando como un dedo burlón.

―Dos ―contó Cecily, en un tono sepulcral. Will apretó la mandíbula, mientras tomaba el cuchillo de nuevo y se lo presentaba.

Ella lo tomó con una sonrisa. La confianza fluía a través de sus venas como sangre nueva. Sabía que podía hacer esto; siempre había sido capaz de escalar tan alto como Will, correr tan rápido como él, sostener la respiración tanto tiempo…

Lanzó el cuchillo. Se clavó en su objetivo, y ella saltó en el aire, aplaudiendo, olvidándose por un momento en la emoción de la victoria.

Su cabello se salió de los pasadores y se derramó sobre su cara; se lo quitó de un empujón y le sonrió a Will.

―¡Tendrás que escribir esa carta. ¡Accediste a la apuesta! Para su sorpresa, él le sonrió. ―Oh, la escribiré ―le dijo―. La escribiré, y entonces la lanzaré al fuego. ―Sostuvo

una mano en alto contra su arranque de indignación―. Dije que la escribiría. Nunca dije que iba a enviarla.

El aliento de Cecily salió en un jadeo. ―¡Cómo te atreves a engañarme de esa manera!

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―Te dije que no tenías madera de Cazadora de Sombras, de otro modo, no te hubiera engañado tan fácilmente. No voy a escribir la carta, Cecily; es contra la Ley, y punto.

―¡Como si a ti te importara la Ley! ―Cecily dio un pisotón y de inmediato se sintió más molesta que nunca; detestaba a las chicas que daban pisotones.

Los ojos de Will se estrecharon. ―Y a ti no te importa ser una Cazadora de Sombras. ¿Qué te parece esto? Escribiré

una carta y te la daré, si prometes entregarla en casa tú misma… y no regresar. Cecily se echó atrás. Tenía muchos recuerdos de competencias a gritos con Will, de

las muñecas de porcelana que tenía y que él había roto lanzándolas por la ventana del ático; pero también había amabilidad en sus recuerdos: el hermano que había le vendado una rodilla herida, o que había vuelto a atar sus listones del cabello cuando se habían soltado. Esa amabilidad estaba ausente del Will que estaba de pie frente a ella ahora. Mamá lloró el primer año o dos después de que Will se fuera; había dicho, sosteniendo a Cecily contra ella, que los Cazadores de Sombras, le quitarían «todo el amor». Eran personas frías, le había dicho a Cecily, gente que había prohibido el matrimonio con su esposo. ¿Que podría querer con ellos, su Will, su pequeño?

―No iré ―afirmó Cecily, mirando a su hermano hacia abajo―. Y si insistes en que tengo que hacerlo, entonces yo-yo…

La puerta del ático se abrió y la silueta de Jem se quedó de pie en la entrada. ―Ah ―exclamó―. Se amenazan el uno al otro, ya veo. ¿Lleva toda la tarde o

acaban de comenzar? ―Él comenzó ―dijo Cecily, apuntando a Will con la barbilla, aunque sabía que no

tenía sentido. Jem, el parabatai de Will, la trataba con la dulce amabilidad distante reservada para las hermanas pequeñas de los amigos, pero él siempre se ponía del lado de Will. Amable, pero firmemente, ponía a Will por encima de cualquier otra cosa en el mundo.

Bueno, casi todo. Había estado más que sorprendida por Jem cuando había llegado al Instituto por

primera vez. Él tenía una belleza inusual, fuera de este mundo, con su cabello y ojos plateados y la delicadeza extranjera de sus rasgos. Parecía un príncipe en de cuentos de hadas, y podría haberse fijado en él, si no hubiera sido tan absolutamente claro que él estaba completamente enamorado de Tessa Gray. Sus ojos la seguían a donde fuera, y su voz cambiaba cuando le hablaba. Cecily una vez escuchó a su madre decir con diversión, que uno de los muchachos del vecino miraba a una chica como si fuera «la única estrella en el cielo», y ese era el modo en que Jem miraba a Tessa.

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Cecily no lo resentía: Tessa era agradable y amable con ella, si acaso un poco tímida, con el rostro siempre escondido en un libro, como Will. Si esa era la clase de chica que Jem quería, ella y él nunca hubieran encajado; y entre más tiempo permanecía en el Instituto, más se daba cuenta que tan incómodas hubieran sido las cosas con Will. Él era ferozmente protector con Jem, y hubiera estado siempre vigilándola en caso de que alguna vez angustiara o lastimara a Jem de algún modo. No, estaba mucho mejor si se quedaba fuera de toda esa situación.

―Solo estaba pensando en atar a Cecily y dársela de comer a los patos de Hyde Park ―dijo Will, haciendo a un lado su cabello húmedo y favoreciendo a Jem con una rara sonrisa―. Podría usar tu ayuda.

―Desafortunadamente, puede que tengas que retrasar tus planes fratricidas un poco más. Gabriel Lightwood está abajo, y tengo dos palabras para ti. Dos de tus palabras favoritas, al menos cuando las pones juntas.

―¿«Necio absoluto»? ―inquirió Will―. ¿«Arribista indigno»? Jem sonrió. ―Viruela demoníaca ―dijo.

Sophie balanceó la bandeja en una mano con facilidad, producto de mucha práctica,

mientras golpeaba la puerta de Gideon Lightwood con la otra. Escuchó el sonido de un movimiento apresurado y la puerta se abrió. Gideon apareció ante ella con pantalones, tirantes, y una camisa blanca enrollada hasta los codos. Sus manos estaban húmedas, como si se acabara de pasar los dedos rápido por el cabello, que también estaba mojado. Su corazón dio un salto dentro de su pecho, antes de asentarse. Se forzó a fruncirle el ceño.

―Señor Lightwood ―dijo ella―. He traído los panecillos que solicitó y Bridget le hizo un plato de sándwiches también.

Gideon dio un paso hacia atrás y la dejó entrar en su habitación. Era como todos los otros dormitorios en el Instituto: muebles pesados y oscuros, una gran cama de cuatro postes, una amplia chimenea, y ventanas que en este caso daban hacia el patio más abajo. Sophie pudo sentir su mirada sobre ella mientras se movía a través de la habitación, para ubicar la bandeja en la mesa frente al fuego. Se enderezó y se dio la vuelta hacia él, con las manos dobladas frente a su delantal.

―Sophie… ―comenzó él.

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―Señor Lightwood ―interrumpió―. ¿Hay alguna otra cosa que necesite? El la miró medio rebelde, medio triste. ―Desearía que me llamaras Gideon. ―Se lo he dicho, no puedo llamarle por su nombre de pila. ―Soy un cazador de Sombras, siempre usamos los nombres de pila. Sophie, por

favor. ―Dio un paso hacia ella―. Antes de que tomara residencia en el Instituto, pensé que estábamos en buen camino hacia una amistad. Y aun así, desde el día que llegué, has sido fría conmigo.

Las manos de Sophie se fueron involuntariamente hacia su cara. Recordó al amo Teddy, el hijo de su antiguo empleador, y la manera horrible en que la atrapaba en las esquinas oscuras y la apretaba contra la pared, con las manos trepando por su corpiño, murmurándole en el oído de que más le valía ser amigable con él, si sabía lo que era bueno para ella. El pensamiento la llenaba de náuseas, incluso ahora.

―Sophie. ―Los ojos de Gideon se arrugaron con preocupación en las esquinas―. ―¿Qué pasa? Si hay algo malo que te haya hecho, algún desliz, por favor, dime qué hice para que pueda remediarlo…

―No hay ningún error, ningún desliz. Es un caballero, y yo una sirvienta; algo más sería demasiada confianza. Por favor, no me haga sentir incómoda, señor Lightwood.

Gideon, quien había medio levantado la mano, la dejó caer a su costado. Se veía tan desconsolado que el corazón de Sophie se suavizó.

«Yo tengo todo que perder, y él no tiene nada que perder», se recordó a sí misma. Es lo que se decía de noche, descansando en su angosta cama, con el recuerdo de un par de ojos color tormenta, acosándola en la cabeza.

―Había pensado que éramos amigos ―dijo él. ―No puedo ser su amiga. Él dio un paso adelante. ―¿Y qué si fuera a pedirte que…? ―¡Gideon! ―Era Henry, en la puerta abierta, sin aliento, usando uno de sus

terribles chalecos a rayas verde con naranja―. Tu hermano está aquí. Abajo… Los ojos de Gideon se ampliaron. ―¿Gabriel está aquí? ―Sí. Está gritando algo sobre tu padre, pero no nos dirá más a menos que tú estés

ahí. Lo jura. Ven conmigo. Gideon dudó, sus ojos se movieron de Henry a Sophie, quien trató de ser invisible. ―Yo... ―Ven ahora, Gideon. ―Henry rara vez hablaba con dureza, y cuando lo hacía, el

efecto era sorpresivo―. Está cubierto en sangre.

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Gideon palideció, y alcanzó la espada que colgaba de un set de clavijas dobles en su puerta.

―Ya voy.

Gabriel Lightwood se inclinó contra la pared dentro de las puertas del Instituto. No llevaba chaqueta, su camisa y pantalones estaban empapados en escarlata. Afuera, a través de las puertas abiertas, Tessa podía ver el carruaje de los Lightwood, con su blasón flamante, detenido al pie de los escalones. Gabriel debió conducirlo él mismo.

―Gabriel ―dijo Charlotte conciliadora, como si tratara de apaciguar a un caballo salvaje―. Gabriel, dinos que pasó, por favor.

Gabriel, alto y delgado y con el cabello castaño pegajoso de sangre, se frotó la cara,

con ojos salvajes. Sus manos estaban ensangrentadas, también. ―¿Dónde está mi hermano? Tengo que hablar con mi hermano. ―Está bajando. Envié a Henry a buscarle, y Cyril para que prepare el carruaje del

Instituto. Gabriel ¿estás herido? ¿Necesitas una iratze? ―Charlotte sonaba muy maternal como si este muchacho jamás la hubiera enfrentado desde detrás de la silla de Benedict Lightwood, como si nunca hubiera conspirado con su padre para quitarle el Instituto.

―Es un montón de sangre ―dijo Tessa, presionándolo―. Gabriel, no toda es tuya, ¿o sí? ―Gabriel la miró. Era la primera vez, pensó Tessa, que ella lo había visto comportarse sin ninguna pose. Solo había un miedo aturdido en sus ojos; miedo… y confusión.

―No... Es de ellos… ―¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? ―Era Gideon, bajando con prisa las escaleras, con una

espada en la mano derecha. Junto con él venía Henry y Jem, y detrás de ellos, Will y Cecily. Jem se detuvo en los escalones con sorpresa, y Tessa se dio cuenta de que la había visto con su vestido de novia. Sus ojos se ampliaron pero los otros ya se estaban abriendo paso y lo arrastraron por las escaleras como una hoja en una corriente de aire.

―¿Padre está herido? ―prosiguió Gideon, deteniéndose frente a su hermano―. ¿Lo estás tú? ―Levantó la mano, tomó la cara de su hermano, acunó su barbilla, y la volvió hacia él. Aunque Gabriel era más alto, la mirada de hermano menor estaba clara en su rostro: un alivio de que su hermano estuviera ahí, y un brillo de resentimiento hacia su tono autoritario.

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―Padre... ―comenzó Gabriel―. Padre es un gusano. Will soltó una corta risotada. Estaba vestido con ropa de combate como si acabara

de llegar de la sala de práctica, y su cabello se enredaba húmedo contra sus sienes. No estaba mirando a Tessa, pero ella ya se había acostumbrado a eso. Will difícilmente la miraba a menos que tuviera que hacerlo.

―Es bueno ver que has cambiado tu visión de las cosas, Gabriel, pero es una forma inusual de anunciarlo.

Gideon le lanzó a Will una mirada de reproche antes de volverse a su hermano de nuevo.

―¿A qué te refieres Gabriel? ¿Qué hizo Padre? Gabriel sacudió la cabeza. ―Es un gusano ―dijo de nuevo, sin entonación. ―Lo sé. Ha traído la vergüenza al nombre Lightwood, y nos mintió a los dos.

Avergonzó y destruyó a nuestra madre, pero no necesitamos ser así con él. Gabriel se alejó del agarre de su hermano y de repente mostró los dientes, con una

mueca de enojo ―No estás escuchándome ―dijo―. Es un gusano. Un gusano. Una maldita cosa

enorme con forma de serpiente. Desde que Mortmain dejó de enviar la medicina, ha estado peor. Ha estado cambiando. Esas llagas en sus brazos comenzaron a cubrirle las manos, el cuello, l-la cara... ―Los ojos verdes de Gabriel buscaron los de Will―. Era la viruela, ¿no es así? Tu sabes todo sobre eso, ¿cierto? ¿No eres algo así como un experto?

―Bueno, no hay necesidad de actuar como si yo la hubiera inventado, solo porque creyera en su existencia ―dijo Will―. Hay recuentos de ello, historias antiguas en la biblioteca…

―¿Viruela demoníaca? ―preguntó Cecily, con una mueca de confusión―. Will, ¿de qué está hablando?

Will abrió la boca, y sus mejillas se ruborizaron un poco. Tessa escondió una sonrisa. Habían pasado semanas desde que Cecily llegó al Instituto, y aun así, su presencia molestaba y enojaba a Will, quien no parecía saber cómo comportarse alrededor de su hermana pequeña, que ya no era la niña que él recordaba, y cuya presencia él insistía no era bienvenida.

Y aun así, Tessa lo había visto seguir a Cecily por la habitación con los ojos, con el mismo amor protector en su mirada que a veces le prodigaba a Jem. Sin duda, la existencia de la viruela demoníaca y cómo se transmitía, era la última cosa que él querría explicarle a Cecily.

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―Nada que necesites saber ―murmuró. Los ojos de Gabriel se fueron hacia Cecily, y sus labios se abrieron por la sorpresa.

Tessa notó cómo abarcaba a Cecily. Los dos padres de Will debían ser muy hermosos, pensó Tessa, porque Cecily era tan bonita, como Will era guapo, y con el mismo cabello negro brillante y sorprendentes ojos azules. Cecily le devolvió la mirada con atrevimiento y expresión curiosa; debía estarse preguntándose quién era este muchacho a quien parecía disgustarle tanto su hermano.

―¿Padre está muerto? ―demandó Gideon, levantando la voz―. ¿Lo mató la viruela demoníaca?

―No está muerto ―afirmó Gabriel―. Está cambiado. Lo ha transformado. Hace unas semanas nos trasladó hacia nuestra casa en Chiswick, y no dijo por qué. Entonces, hace unos días, se encerró en el estudio. No salía, ni siquiera comía. Esta mañana fui al estudio a tratar de levantarlo. La puerta había sido arrancada de sus goznes. Había un... un rastro de algo baboso que se dirigía hacia el salón. Lo seguí escaleras abajo y hacia los jardines. ―Miró al rededor a la ahora entrada silenciosa―. Se convirtió en un gusano. Es lo que estoy diciéndote.

―¿Supongo que no sería posible ―dijo Henry en el silencio―, eh, pisarlo? Gabriel lo miró con disgusto. ―Busqué en los jardines. Encontré algo de los sirvientes. Y cuando digo «encontré»

algo de ellos, digo exactamente lo que estoy diciendo. Estaban… destrozados. ―Tragó se miró las ropas ensangrentadas―. Escuché un sonido, como un chillido o aullido. Me volví y lo vi venir hacia mí. Un enorme gusano ciego, como un dragón salido de una leyenda. Su boca estaba completamente abierta, llena de dientes afilados. Me di la vuelta y corrí hacia los establos. Vino arrastrándose detrás de mí, pero salté en el carruaje y lo conduje por las puertas. La criatura, Padre, no me siguió. Creo que tiene miedo de que lo vea la población en general.

―Ah ―exclamó Henry―. Es demasiado grande para pisarlo, entonces. ―No debería haber corrido ―dijo Gabriel, mirando a su hermano―. Debería

haberme quedado y luchado contra la criatura. Quizá razonar con él. Quizá Padre esté ahí en alguna parte.

―Y quizá te hubiera partido a la mitad de una mordida ―sugirió Will―. Lo que estás describiendo es la transformación en demonio, es la última etapa de la viruela.

―¡Will! ―Charlotte levantó las manos―. ¿Por qué no dijiste eso? ―Los libros sobre viruela demoníaca están en la biblioteca, lo sabes, ¿no? ―dijo

Will, con tono herido―. No estaba evitando a alguien los leyera.

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―Sí, pero si Benedict iba a convertirse en una enorme serpiente, se pensaría que al menos podrías haberlo mencionado ―dijo Charlotte―. Como un asunto de interés general.

―Primero ―señaló Will―, no sabía que iba a convertirse en un gusano gigantesco. La etapa final de la viruela demoníaca es convertirse en un demonio. Podría haber sido uno de cualquier tipo. Segundo, el proceso de transformación ocurre en semanas. Hubiera pensado que incluso un idiota certificado como Gabriel se hubiese dado cuenta y hubiera notificado a alguien.

―¿Notificarle a quién? ―preguntó Jem, no sin razón. Se había movido más cerca de Tessa a medida que la conversación continuaba. Mientras estaban lado a lado, los dorsos de sus manos se rozaban.

―La Clave, al cartero, a nosotros. A cualquiera ―contestó Will, lanzando una mirada irritada a Gabriel que estaba comenzando a tomar color de nuevo, y se veía furioso.

―No soy un idiota certificado… ―La falta de certificación difícilmente prueba inteligencia ―murmuró Will. ―Como les dije, Padre se encerró en el estudio durante la semana pasada… ―¿Y no pensaste poner atención especial a eso? ―preguntó Will. ―Tú no conoces a nuestro padre ―dijo Gideon, con el tono de voz plano que usaba

a veces cuando las conversaciones sobre su familia eran inevitables. Se volvió de nuevo a su hermano y puso las manos en los hombros de Gabriel, hablando serenamente con un tono mesurado que ninguno de ellos podía escuchar.

Jem junto a Tessa, enganchó su dedo meñique con el de ella. Era un gesto de cariño habitual al que Tessa se había acostumbrado durante los meses pasados, lo suficiente como para que a veces ella extendiera la mano, sin pensarlo, cuando él estaba junto a ella.

―¿Ese es tu vestido de bodas? ―preguntó él en voz baja. Tessa se salvó de responder por la aparición de Bridget, que traía ropas de combate,

y Gideon de pronto se volvió a todos ellos y diciendo: ―Chiswick. Debemos ir. Gabriel y yo, si nadie más. ―¿Irán solos? ―preguntó Tessa, lo bastante sorprendida como para hablar fuera de

turno―. Pero ¿por qué no llaman a otros para que vayan con ustedes…? ―La Clave ―dijo Will, con ojos azules perspicaces―. Él no quiere que la Clave

sepa sobre su padre. ―¿Tu querrías? ―inquirió Gabriel, acalorado―. ¿Si fuera tu familia? ―Sus labios

se curvaron―. No importa. No es como si tú supieras el significado de la lealtad…

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―Gabriel. ―La voz de Gideon era de reproche―. No le hables a Will de ese modo. Gabriel parecía sorprendido, y Tessa difícilmente podía culparle. Gideon sabía de la

maldición de Will, como todos en el Instituto; de la creencia que había causado su hostilidad y sus modales abruptos, pero la historia era privada para ellos, y no se le había dicho a nadie de fuera.

―Iremos con ustedes. Desde luego que iremos con ustedes ―dijo Jem, dejando la mano de Tessa y dando un paso al frente―. Gideon nos hizo un servicio. No lo hemos olvidado, ¿verdad Charlotte?

―Por supuesto que no ―dijo Charlotte, dándose la vuelta―. Bridget, la ropa de combate…

―Convenientemente, ya estoy con ropa de combate ―comentó Will, mientras Henry se quitaba el abrigo y lo intercambiaba por la chaqueta de combate y el cinturón de armas; Jem hizo lo mismo, y de pronto el vestíbulo estaba lleno de movimiento: Charlotte le hablaba tranquilamente a Henry, con la mano posándose justo sobre su vientre. Tessa alejó la mirada de ese momento privado, y vio una cabeza oscura inclinándose junto a una clara. Jem estaba junto Will con su estela en mano, trazando una runa a un costado de la garganta de Will. Cecily miró a su hermano y frunció el ceño.

―Convenientemente, yo también estoy con ropa de combate ―anunció. Will levantó de golpe la cabeza, causando que Jem hiciera un sonido molesto de

protesta. ―Cecily, absolutamente no. ―No tienes derecho a decirme que sí o que no. ―Sus ojos relampaguearon―. Voy a

ir. Will volteó la cabeza hacia Henry, quien se encogió de hombros a manera de

disculpa. ―Tiene derecho. Ha estado entrenando por casi dos meses… ―¡Es una niñita! ―Tú estabas haciendo lo mismo a los quince ―señaló Jem tranquilamente, y Will se

giró de regreso hacia él. Por un momento, todos parecieron contener el aliento, incluso Gabriel. La mirada de Jem sostuvo la de Will, con firmeza, y no por primera vez Tessa, tuvo la impresión de que intercambiaban palabras sin pronunciarlas.

Will suspiró y medio cerró los ojos. ―Luego querrá venir Tessa. ―Por supuesto que voy ―dijo Tessa―. Puede que no sea una Cazadora de

Sombras, pero también he sido entrenada. Jem no va a ir sin mí.

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―Estás usando tu vestido de bodas ―protestó Will. ―Bueno, ya que todos lo han visto, no puedo usarlo para casarme con él ―dijo

Tessa―. Ya saben, trae mala suerte. Will gruñó algo en galés, algo incomprensible, pero claramente con tono de un

hombre derrotado. A través de la habitación, Jem le dirigió a Tessa una ligera sonrisa de preocupación. La puerta del Instituto se abrió entonces, dejando entrar un rayo de luz otoñal en el vestíbulo. Cyril estaba de pie en el umbral, sin aliento.

―El segundo carruaje ya está listo ―anunció―. Entonces, ¿quiénes vendrán?

Para: Cónsul Josiah Wayland De: El Consejo Estimado señor: Como usted sin duda sabe, su mandato como Cónsul, después de diez años, está llegando a

su fin. Ha llegado el momento de nombrar un sucesor. En cuanto a nosotros, estamos considerando seriamente el nombramiento de Charlotte

Branwell, nacida Fairchild. Ella ha hecho un buen trabajo como líder del Instituto de Londres y creemos que tendrá su sello de aprobación, ya que fue nombrada por usted después de la muerte de su padre.

Ya que su opinión y estima son para nosotros del valor más alto, agradeceremos cualquier idea que pueda tener al respecto.

Suyo con la más alta consideración, Victor Whitelaw, Inquisidor, a nombre del Consejo.

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Traducido por Pamee Y mucha locura y aún más pecado, Y el horror el alma del argumento.

―El Gusano Conquistador, Edgar Allan Poe

Mientras el carruaje del Instituto pasaba a través de las puertas de la residencia Lightwood en Chiswick, Tessa fue capaz de apreciar el lugar como no lo había hecho la primera vez que había estado ahí, en la oscuridad de la noche. Un largo camino de grava, flanqueado por árboles, conducía a la inmensa casa blanca con entrada circular en frente. La casa tenía un gran parecido a los bocetos que había visto de los templos clásicos de Grecia y Roma, con sus líneas simétricas y fuertes y sus columnas limpias.

Había un carruaje frente a los escalones, y los caminos de gravilla se extendían por una red de jardines. Y qué adorables eran los jardines. Incluso en octubre eran una profusión de flores: rosas rojas de floración tardía y crisantemos de un anaranjado broncíneo, amarillo, y caminos ordenados, bordeados de dorado oscuro que pasaban entre los árboles.

Cuando Henry detuvo el carruaje, Tessa bajó, ayudada por Jem, y oyó el sonido del agua: un arroyo, sospechó, desviado para fluir a través de los jardines. Era un lugar tan adorable, que apenas podía asociarlo en su mente con el mismo lugar donde Benedict había celebrado su baile demoníaco, aunque podía ver el camino al costado de la casa que había tomado esa noche. Conducía a un ala de la casa que parecía recientemente añadida…

El carruaje Lightwood llegó detrás del suyo, conducido por Gideon. Gabriel, Will y Cecily se bajaron. Los hermanos Herondale seguían discutiendo mientras Gideon se bajaba; Will ilustraba sus puntos moviendo enérgico los brazos. Cecily le estaba frunciendo el ceño; la expresión furiosa en su cara la hacían ver tan parecida a su hermano, que habría sido gracioso en otra situación.

Gideon, incluso más pálido que antes, se volvió en círculo, con su espada desenvainada en la mano.

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―El carruaje de Tatiana ―dijo, conciso, cuando Tessa y Jem lo alcanzaron. Señaló hacia el vehículo detenido junto a los escalones. Ambas puertas estaban abiertas―. Debe haber decidido hacer una visita.

―Entre todas las ocasiones… ―Gabriel sonaba furioso, pero sus ojos verdes estaban llenos de miedo.

Tatiana era su hermana, recientemente casada. El escudo de armas en el carruaje, una corona de espinas, debía haber sido el símbolo de la familia de su esposo, pensó Tessa.

El grupo se quedó ahí, congelado, observando mientras Gabriel se acercaba al carruaje, y sacaba un largo sable de su cinturón. Se apoyó en la puerta, y maldijo en voz alta. Se echó hacia atrás y sus ojos encontraron a los de Gideon.

―Hay sangre en los asientos ―informó―. Y… esta cosa. ―Pinchó una rueda con la punta del sable; cuando la alejó, de ella colgaba un largo hilo de baba maloliente.

Will sacó un cuchillo serafín de su abrigo y gritó «¡Eremiel!» Cuando este comenzó a brillar como una pálida estrella blanca a la luz otoñal, él señaló primero al norte, y luego al sur.

―Los jardines rodean toda la casa, y llegan al río ―dijo―. Lo sé porque… perseguí al demonio Marbas por ahí una noche. Donde quiera que esté Benedict, dudo que deje estos terrenos. Sería muy probable que lo vieran.

―Tomaremos el lado oeste de la casa. Ustedes tomen el este ―indicó Gabriel―. Griten si ven algo y nos reuniremos.

Gabriel limpió su sable en la grava de la entrada, y siguió a su hermano alrededor de la casa. Will se dirigió en la otra dirección, seguido por Jem, con Cecily y Tessa justo tras ellos. Will se detuvo en la esquina de la casa, revisó los jardines con la mirada, alerta a cualquier sonido o visión inusual. Un momento después, les hizo señas a los otros para que lo siguieran.

Mientras avanzaban, el tacón del zapato de Tessa se enganchó en uno de los trozos sueltos de grava bajo los setos. Tropezó, e inmediatamente se enderezó, pero Will miró hacia atrás y frunció el ceño.

―Tessa ―la llamó. Hubo un tiempo en que él la llamaba Tess, pero ya no lo hacía―. No deberías estar con nosotros, no estás preparada. Al menos espera en el carruaje.

―No lo haré ―contestó Tessa con rebeldía. Will se volvió hacia Jem, que parecía estar escondiendo una sonrisa. ―Tessa es tu prometida. Hazla entrar en razón. Jem, sosteniendo su bastón-espada en una mano, avanzó por la grava hacia ella.

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―Tessa, hazlo como un favor hacia mí, ¿podrías? ―No crees que pueda luchar ―dijo Tessa, echándose hacia atrás e igualando su

mirada plateada con la suya―. Porque soy una chica. ―No creo que puedas luchar porque estás usando un vestido de novia ―contradijo

Jem―. Por si vale de algo, tampoco creo que Will pudiera luchar con ese vestido. ―Tal vez no ―dijo Will, que tenía oídos tan finos como los de un murciélago―.

Pero sería una novia radiante. Cecily levantó la mano para señalar a la distancia. ―¿Qué es eso? Los cuatro giraron para ver una figura corriendo hacia ellos. La luz del sol caía

sobre ellos directamente, y por un momento, mientras los ojos de Tessa se ajustaban, todo lo que vio fue un borrón. El borrón rápidamente cobró la forma de una chica corriendo. Se le había caído el sombrero y su cabello castaño claro volaba al viento. Era alta y huesuda, iba vestida con un vestido fucsia que probablemente antes había sido elegante, pero ahora estaba desgarrado y manchado de sangre. Seguía chillando mientras corría hacia ellos y se lanzaba a los brazos de Will.

Él tropezó hacia atrás, y casi deja caer a Eremiel. ―Tatiana… Tessa no estaba segura si Will la alejó o si ella retrocedió sola, pero de cualquier

forma, Tatiana se alejó unos dos centímetros de Will, y Tessa pudo ver su rostro por primera vez. Era una muchacha estrecha y angular. Su cabello era arenoso como el de Gideon, sus ojos verdes eran como los de Gabriel, y habría sido bonita si su rostro no llevara las líneas de cansada desaprobación. Aunque estaba manchada de lágrimas y jadeaba, era algo teatral, como si estuviera consciente de que todas las miradas estaban en ella… especialmente la de Will.

―Un gran monstruo ―lloró―. Una criatura… ¡cogió al querido Rupert del carruaje y se largó con él!

Will la alejó un poco más. ―¿Qué quieres decir con «se largó con él»? Ella señaló. ―Ahí ―sollozó―. Lo arrastró a los jardines italianos. Al principio,

Rupert se las arregló para eludir sus fauces, pero la cosa lo persiguió por los caminos. No importó cuánto yo gritara, ¡la cosa no lo b-bajaba! ―Y explotó en una nueva ola de lágrimas.

―Gritaste ―dijo Will―. ¿Es todo lo que hiciste? ―Grité bastante. ―Tatiana sonaba herida. Se alejó completamente de Will y lo miró

fijamente―. Veo que sigue siendo tan mezquino como siempre. ―Sus ojos se movieron hacia Tessa, Cecily y Jem―. Señor Carstairs ―saludó con rigidez, como si

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estuvieran en una fiesta de jardín. Estrechó los ojos cuando cayeron sobre Cecily―. Y usted…

―Ah, ¡en el nombre del Ángel! ―Will se alejó de ella; Jem, con una sonrisa hacia Tessa, lo siguió.

―Usted no puede ser otra que la hermana de Will ―le dijo Tatiana a Cecily, cuando los muchachos se desvanecieron en la distancia. A Tessa la ignoró mordazmente.

Cecily la miró con incredulidad. ―Lo soy, aunque no puedo imaginar por qué importa. Tessa… ¿vienes? ―Claro ―contestó Tessa, y se unió a ella. Lo quisiera Will o no (o Jem), no podía

observar cómo los dos caminaban al peligro y no querer estar donde estaban. Después de un momento, oyó los pasos reluctantes de Tatiana en la grava tras ella.

Se estaban alejando de la casa, hacia los jardines de ceremonias medio escondidos detrás de los setos. En la distancia, la luz del sol destelló sobre un invernadero de madera y vidrio con una cúpula en el techo. Era un bello día de otoño: había brisa, y el olor de las hojas estaba en el aire.

Tessa oyó un susurro y miró hacia la casa detrás de ella, a su fachada alta y suave, de color blanco rosáceo, que solo estaba interrumpida por los arcos de los balcones.

«―Will ―susurró ella cuando él se estiró y quitó las manos de su cuello. Le sacó los guantes, y se unieron a la máscara y los broches de Jessie en el piso de piedra del balcón. Él se sacó la máscara entonces y la tiró a un lado, pasó las manos a través de su cabello húmedo, sacándolo de su frente. El borde bajo de la máscara dejó marcas en sus pómulos altos, como pálidas cicatrices; pero cuando ella estiró la mano para tocarlas, tomó sus manos gentilmente y las bajó.

―No ―dijo―. Déjame tocarte primero. He querido…» Tras sonrojarse furiosamente, Tessa alejó su mirada de la casa y los recuerdos que

contenía. El grupo había llegado a un hueco en los setos a su derecha. Dentro del círculo, el jardín estaba alineado con filas de estatuas que representaban a héroes clásicos y figuras de mito.

Venus vertía agua de una urna a una fuente central, mientras estatuas de grandes historiadores y hombres de estado como César, Herodoto y Tucídides, se miraban con ojos en blancos a través de las pasarelas que irradiaban desde el punto central. También había poetas y dramaturgos.

Tessa se apresuró y pasó a Aristóteles, Ovidio, Homero ―sus ojos vendados con una máscara de piedra indicaban su ceguera― Virgilio y Sófocles, antes de que un grito ensordecedor rasgara el aire.

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Se giró. A varios metros atrás, Tatiana estaba de pie, congelada como una roca, con los ojos casi saliéndose de sus órbitas. Tessa corrió hacia ella, con los otros a su estela. Alcanzó primero a la muchacha, y Tatiana la miró ciegamente, como si hubiera olvidado por un momento quién era Tessa.

―Rupert ―gimió Tatiana, mirando hacia delante, y Tessa, al seguir su mirada, vio la bota de un hombre sobresaliendo detrás de un seto. Por un momento, pensó que él debía estar yaciendo aturdido en el suelo, y que el resto de su cuerpo lo ocultaba el follaje, pero cuando se inclinó más cerca, se dio cuenta de que la bota, y varios centímetros de carne roída y sanguinolenta que sobresalían de la bota, era todo lo que había para ver.

―¿Un gusano de doce metros? ―le murmuró Will a Jem mientras avanzaban por el

jardín italiano. Sus botas, gracias a un par de runas Silenciosas, no hacían ruido en la grava―. Imagina el tamaño del pez que podríamos atrapar.

Jem torció los labios. ―No es gracioso, lo sabes. ―Solo un poco. ―No puedes reducir la situación a bromas de gusanos, Will. Es sobre el padre de

Gideon y Gabriel que estamos discutiendo. ―No estamos discutiendo sobre él, lo estamos persiguiendo a través de un jardín

de esculturas ornamentales porque se convirtió en un gusano. ―Un gusano demoníaco ―dijo Jem, deteniéndose para mirar con precaución los

setos―. Una gran serpiente. ¿Ayudaría eso a tu humor inapropiado? ―Hubo un tiempo en que mi humor inapropiado te causaba un poco de diversión

―suspiró Will―. Cómo ha cambiado el gusano. ―Will… A Jem lo interrumpió un grito ensordecedor. Ambos muchachos giraron a tiempo

para ver a Tatiana Blackthorn tambaleándose en los brazos de Tessa. Tessa atrapó a la otra chica y la sostuvo, mientras Cecily se movía hacia un hueco en los setos, sacando un cuchillo serafín de su cinturón con la facilidad de un Cazador de Sombras con práctica. Will no la escuchó hablar, pero el cuchillo se estiró en su mano, iluminó su cara e hizo que Will sintiera que un temor ardiente se alzaba en su estómago.

Comenzó a correr, con Jem a los talones. Tatiana estaba hundiéndose sin fuerza en los brazos de Tessa, su rostro se torció con crudeza por su lamento.

―¡Rupert! ¡Rupert!

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Tessa estaba luchando con el peso de la otra muchacha, y Will quiso detenerse para ayudarla, pero Jem ya lo había hecho: puso su mano en el brazo de Tessa, lo que era razonable. Era su lugar, como su prometido.

Will devolvió su atención a su hermana, que se estaba moviendo entre los setos, con su cuchillo en alto mientras bordeaba los espeluznantes restos de Rupert Blackthorn.

―¡Cecily! ―gritó Will, exasperado. Ella comenzó a girarse… Y el mundo explotó. Una fuente estalló como un géiser hacia el cielo y roció tierra y

lodo frente a ellos. Terrones de tierra y lodo cayeron traqueteando sobre ellos como granizo. En el centro del géiser había una enorme serpiente ciega, de un pálido color blanco grisáceo. El color de la carne muerta, pensó Will. El gusano emitía un hedor parecido al de una tumba.

Tatiana lanzó un lamento y cayó desmayada, haciendo que Tessa cayera al suelo con ella.

El gusano comenzó a moverse de aquí para allá, intentando liberarse de la tierra. Abrió la boca, aunque no era una boca, sino más bien un enorme tajo que dividía su cabeza, con dientes como los de un tiburón. De su garganta brotó un gran sonido quejumbroso.

―¡Detente! ―gritó Cecily. Sostenía su brillante cuchillo serafín frente a ella; parecía no tener miedo en absoluto―. ¡Retrocede, criatura maldita!

El gusano se lanzó hacia ella, pero ella se mantuvo firme, con el cuchillo en la mano, mientras las enormes fauces descendían… y Will saltó hacia ella, apartándola del camino. Ambos rodaron hasta un seto mientras la cabeza del gusano golpeaba el lugar donde ella había estado de pie, dejando un hueco considerable.

―¡Will! ―Cecily se alejó de él, pero no a tiempo. Su cuchillo serafín lo cortó en el antebrazo, dejando una quemadura roja atrás. Los ojos de ella eran un fuego azul―. ¡Eso era innecesario!

―¡No estás entrenada! ―gritó Will, medio enloquecido por la furia y el terror―. ¡Harás que te maten! ¡Quédate donde estás! ―Intentó coger su cuchillo, pero ella se giró y se puso de pie. Un momento después, el gusano descendía otra vez, con la boca abierta.

Will había dejado caer su propio cuchillo al saltar hacia su hermana y ahora estaba a varios metros. Saltó a un lado, evitando las fauces de la criatura por centímetros, y Jem estaba ahí, con su bastón-espada en mano. Alzó la espada y la enterró con fuerza en el costado del gusano. De su garganta estalló un grito infernal, y se echó hacia atrás, rociando sangre negra. Desapareció con un siseo detrás de un seto.

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Will se dio la vuelta. Apenas podía ver a Cecily; Jem se había lanzado entre ella y Benedict, y estaba salpicado de sangre negra y lodo. Tras Jem, Tessa había arrastrado a Tatiana a su regazo; sus faldas estaban acampanadas, y el vestido rosa chillón de Tatiana se mezclaba con el dorado del arruinado vestido de novia de Tessa. Tessa se había inclinado sobre ella como para protegerla de la vista de su padre, y gran parte de la sangre del demonio había salpicado el cabello y las ropas de Tessa. Alzó la mirada, con el rostro pálido, y sus ojos encontraron los de Will.

Por un momento, el jardín, el ruido y el hedor a demonio y sangre se desvanecieron, y él estaba a solas en un lugar silencioso con Tessa. Quería correr hacia ella, envolverla en sus brazos, protegerla.

Pero Jem estaba en posición de hacer esas cosas, no él. No él. El momento pasó, y Tessa se puso de pie, poniendo de pie a Tatiana a pura fuerza.

Lanzó el brazo de la otra muchacha sobre sus hombros, aunque Tatiana colgaba contra ella, medio consciente.

―Debes alejarla de aquí. La matará ―dijo Will, moviendo la mirada por el jardín―. No tiene entrenamiento.

La boca de Tessa comenzó a formar su familiar línea terca. ―No quiero dejarlos. Cecily parecía horrorizada. ―¿No crees… que la criatura se detendrá? Ella es su hija. Si a esa cosa… si a él… le

queda algún sentimiento familiar… ―Consumió a su yerno, Cecy ―espetó Will―. Tessa, ve con Tatiana si quieres

salvarle la vida y quédate con ella junto a la casa. Sería un desastre si ella volviera corriendo aquí.

―Gracias, Will ―murmuró Jem, cuando Tessa alejó a rastras a la chica tambaleante tan rápido como podía. Will sintió las palabras como dos pinchazos en el corazón. Cada vez que Will hacía algo para proteger a Tessa, Jem pensaba que era por él, no por Will. Cada vez que lo hacía, Will deseaba que tuviera razón. Cada pinchazo tenía un nombre: culpa, vergüenza. Amor.

Cecily gritó. Una sombra emborronó el sol, y el seto frente a Will reventó, y se encontró mirando a la garganta roja oscura del enorme gusano. Entre sus dientes desmesurados colgaban hilos de saliva. Will intentó sacar la espada de su cinturón, pero el gusano ya estaba retrocediendo, con una daga sobresaliendo del costado de su cuello. Will la reconoció sin darse la vuelta: era de Jem. Escuchó a su parabatai gritar una advertencia, y luego nuevamente el gusano descendía a toda velocidad hacia Will, que alzó de golpe su espada y atravesó el envés de su mandíbula. La sangre brotó a

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través de sus dientes, salpicando las ropas de Will con un sonido silbante. Algo golpeó la parte trasera de sus rodillas y, al no estar preparado, cayó con fuerza, golpeando el césped con los hombros.

Se atragantó cuando se quedó sin aliento. La cola delgada y anillada del gusano estaba envuelta alrededor de sus rodillas. Se puso a dar patadas, viendo las estrellas, la cara ansiosa de Jem, el cielo azul sobre él…

Shuck. Una flecha se incrustó en la cola del gusano, justo debajo de la rodilla de Will. El agarre de Benedict se aflojó, y Will se alejó rodando a través de la tierra y luchó para ponerse de rodillas, justo a tiempo para ver Gideon y Gabriel Lightwood marchando hacia ellos a través del camino de tierra. Gabriel sostenía un arco, apuntaba mientras corría y Will se dio cuenta con una sorpresa distante que Gabriel Lightwood acababa de dispararle a su padre para salvarle la vida.

El gusano se tambaleó hacia atrás, y aparecieron manos bajo los brazos de Will que lo ayudaron a ponerse de pie. Jem. Soltó a Will, que se volvió para ver que su parabatai, con su bastón-espada en mano, estaba mirando hacia delante. El demonio gusano parecía estar retorciéndose de agonía, se ondulaba mientras movía su gran cabeza ciega de lado a lado, arrancando arbustos con sus golpes. Las hojas llenaron el aire, y el pequeño grupo de Cazadores de Sombras se atragantó con el polvo. Will oyó a Cecily tosiendo y anhelaba decirle que corriera de vuelta a la casa, pero sabía que ella no lo haría.

De alguna forma, el gusano al golpear sus fauces se había liberado de la espada; el arma cayó traqueteando al suelo entre los rosales, manchada de icor negro. El gusano comenzó a deslizarse hacia atrás, dejando un rastro de sangre y baba.

Gideon hizo una mueca y se adelantó para coger la espada caída con una mano enguantada.

De repente, Benedict se alzó como una cobra, con las fauces abiertas y goteantes. Gideon alzó su espada, viéndose imposiblemente pequeño contra el grueso de la criatura.

―¡Gideon! ―gritó Gabriel, con el rostro pálido mientras levantaba el arco; Will se hizo a un lado cuando una flecha pasó junto a él y se enterró en el cuerpo del gusano. El gusano chilló y giró, alejando su cuerpo de ellos con una velocidad increíble.

Al alejarse, un movimiento de su cola alcanzó el borde de una estatua y la apretó con fuerza: la estatua explotó hecha polvo, rociando la piscina ornamental seca.

―Por el Ángel, acaba de aplastar a Sófocles ―notó Will, mientras el gusano se desvanecía tras de una gran estructura con la forma de un templo griego―. ¿Ya nadie siente respeto por los clásicos estos días?

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Gabriel, respirando con fuerza, bajó el arco. ―Tú, necio ―le dijo salvajemente a su hermano―. ¿En qué estabas pensando al

correr hacia él así? Gideon giró, apuntando con su espada ensangrentada a Gabriel. ―No a «él». A eso. Esa cosa ya no es nuestro padre, Gabriel. Si no puedes tolerar ese

hecho… ―¡Le disparé una flecha! ―gritó Gabriel―. ¿Qué más quieres de mí, Gideon? Gideon sacudió la cabeza como si estuviera disgustado con su hermano. Incluso

Will, a quien no le agradaba Gabriel, sintió una punzada de simpatía por él, porque sí le había disparado a la bestia.

―Debemos perseguirlo ―dijo Gideon―. Se fue detrás de la glorieta… ―¿La qué? ―preguntó Will. ―Una glorieta, Will ―contestó Jem―. Es una estructura decorativa. Asumo que no

tiene un interior de verdad. Gideon sacudió la cabeza. ―Solo es yeso. Si nosotros fuéramos por un lado, y tú y James por el otro… ―Cecily, ¿qué estás haciendo? ―demandó Will, interrumpiendo a Gideon. Sabía

que sonaba como un padre distraído, pero no le importaba. Cecily había deslizado su cuchillo en su cinturón y parecía estar intentando escalar uno de los pequeños árboles de tejo dentro de la primera fila de setos―. ¡No es momento para escalar árboles!

Ella lo miró con furia, su cabello negro volaba sobre su cara. Abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiera hablar, hubo un sonido como el de un terremoto, y la glorieta explotó en fragmentos de yeso.

El gusano se precipitó hacia delante, yendo directamente hacia ellos con la terrible velocidad de un tren fuera de control.

Para el momento en que alcanzaron el patio de la residencia Lightwood, a Tessa le

dolían el cuello y la espalda. Su corsé estaba muy apretado bajo el pesado vestido de novia, y el peso de la sollozante Tatiana aplastaba su hombro derecho dolorosamente.

Se sintió aliviada de ver aparecer a los carruajes; aliviada y también sorprendida. La escena en la entrada era muy pacífica: los carruajes estaban donde los habían dejado, los caballos pastaban, la fachada de la casa estaba imperturbable.

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Después de medio llevar y medio arrastrar a Tatiana al primer carruaje, Tessa abrió la puerta a la fuerza y la ayudó a subir, haciendo una mueca cuando las uñas afiladas de la otra muchacha se enterraron en sus hombros al entrar ella y su falda al espacio interior.

―Oh, Dios ―gimió Tatiana―. Qué vergonzoso, qué terriblemente vergonzoso el que la Clave tenga que saber lo que le sobrevino a mi padre. Por el Ángel, ¿acaso no pudo pensar en mí? ¿Al menos por un momento?

Tessa parpadeó. ―No creo que esa cosa fuera capaz de pensar en alguien, señora Blackthorn ―dijo.

Tatiana la miró mareada, y por un momento, Tessa estuvo avergonzaba del resentimiento que había sentido hacia la otra chica. No le había gustado que la enviaran lejos de los jardines, donde quizá hubiera podido ayudar, pero Tatiana acababa de ver cómo su propio padre despedazaba a su esposo. Merecía más compasión de la que Tessa había estado sintiendo.

Tessa hizo que su voz sonara más gentil. ―Sé que ha tenido una gran conmoción. Si se recostara… ―Usted es muy alta ―comentó Tatiana―. ¿Los caballeros se quejan de ello?

―Tessa la miró―. Y está vestida de novia ―prosiguió Tatiana―. ¿No es muy extraño? ¿No cree que la ropa de Cazadora de Sombras hubiera servido mejor para la misión? Comprendo que no es favorecedor, y las necesidades apremian cuando el diablo dirige, pero…

Hubo un fuerte ruido repentino. Tessa se separó del carruaje y miró alrededor: el sonido había sido en el interior de la casa.

«Henry» pensó Tessa. Henry había entrado solo a la casa. Por supuesto, la criatura estaba afuera en los jardines, pero no importaba: era la casa de Benedict. Pensó en el salón de baile, lleno de demonios la última vez que Tessa había estado ahí, y tomó sus faldas con las dos manos.

―Permanezca aquí, señora Blackthorn ―indicó―. Debo descubrir la causa de ese sonido.

―¡No! ―Tatiana se sentó de golpe―. ¡No me deje! ―Lo siento. ―Tessa retrocedió, sacudiendo la cabeza―. Debo hacerlo. ¡Por favor,

permanezca en el carruaje! Tatiana gritó algo, pero Tessa ya se había girado para subir los escalones. Entró por

las puertas frontales y emergió en una gran entrada con piso de cuadros alternados de mármol color blanco y negro, como un tablero de ajedrez. Una enorme lámpara de araña colgaba del techo, aunque no había ningún cirio encendido; la única luz

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provenía de la luz solar que entraba por las altas ventanas. Una escalera curva de gran esplendor serpenteaba hacia arriba.

―¡Henry! ―gritó Tessa―. Henry, ¿dónde estás? Desde el piso de arriba llegó un grito en respuesta y otro golpe. Tessa subió las

escaleras, tropezando cuando su pie se enredó en el dobladillo del vestido y abría una costura. Movió la falda fuera del camino con impaciencia y siguió corriendo por un corredor largo, cuyas paredes estaban pintadas de azul pálido y de las cuales colgaban docenas de marcos dorados con grabados; cruzó un par de puertas, y luego entró a otra habitación.

Definitivamente era una habitación de hombre, una biblioteca o una oficia, pues las cortinas eran de una tela pesada y oscura, y de las paredes colgaban pinturas al óleo de grandes barcos de guerra. Un papel tapiz de un rico verde cubría las paredes, aunque parecía estar moteado de extrañas manchas oscuras. Había un olor extraño en el lugar, un olor como el de las orillas del Támesis, donde cosas extrañas se pudrían a la débil luz del sol. Y por encima de eso, el olor cobrizo de la sangre.

Un librero se había volcado, era un mar de vidrios y madera rota. Y sobre la alfombra persa a su lado, estaba Henry, encerrado en un combate de lucha libre con una cosa de piel gris y un desconcertante número de brazos. Henry estaba gritando y pateando con sus largas piernas, y la cosa ―un demonio, sin duda― estaba destrozando sus ropas con las garras y su hocico lobuno le golpeaba el rostro.

Tessa miró alrededor desesperada, tomó el atizador que estaba junto a la chimenea inactiva y arremetió. Intentó mantener su entrenamiento en mente, todas esas horas de la cuidadosa charla de Gideon sobre la calibración entre la velocidad y el agarre, pero al final pareció que el puro instinto dirigió la larga varilla de acero dentro del torso de la criatura, donde hubiera habido una caja torácica si hubiera sido un animal mundano de verdad.

Oyó que algo crujió cuando entró el arma. El demonio dio un aullido como el de un perro al ladrar, rodó fuera de Henry y el atizador traqueteó en el suelo. Un rocío de icor llenó la habitación con el hedor del humo y putrefacción.

Tessa se tambaleó hacia atrás, y su tacón se enchanchó en el borde destrozado de su vestido. Cayó al suelo justo cuando Henry se levantaba, y con una maldición murmurada, rebanaba la garganta del demonio con un cuchillo tipo daga que brillaba con runas.

El demonio dio un grito gorgoteante y se dobló como un papel. Henry se puso de pie dando tumbos, su cabello rojizo estaba enmarañado con sangre e icor. Su equipo estaba destrozado en el hombro, y un fluido escarlata mañana de una herida.

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―Tessa ―exclamó, y luego estaba junto a ella, ayudándola a ponerse de pie―. Por el Ángel, somos una pareja ―dijo a su manera triste, mirándola preocupado―. No estás herida, ¿verdad?

Ella se miró y vio lo que él quería decir: su vestido estaba empapado con salpicaduras de icor, y había un corte muy feo en su antebrazo, donde se había caído en vidrios rotos. No le dolía mucho, todavía, pero había sangre.

―Estoy bastante bien ―contestó―. Henry, ¿qué pasó? ¿Qué era esa cosa y por qué estaba aquí?

―Un demonio guardián. Yo estaba buscando en el escritorio de Benedict, y debo haber movido o tocado algo que lo despertó. Un humo negro se coló desde la gaveta, y se transformó en eso. Se lanzó hacia mí…

―Y te desgarró ―dijo Tessa, preocupada―. Estás sangrando… ―No, me hice eso yo mismo. Me caí sobre mi daga ―dijo Henry con timidez,

sacando una estela de su cinturón―. No le digas a Charlotte. Tessa casi sonrió; luego, tras recordar, se lanzó a través de la habitación y abrió las

cortinas de una de las altas ventanas, por la cual se podían ver los jardines, pero frustrantemente, no el jardín italiano; estaban en el lado equivocado de la casa para eso. Frente a ella se extendían verdes setos cuadrados y hierba plana, que comenzaban a volverse marrones con el invierno.

―Debo irme ―dijo―. Will, Jem y Cecily están batallando a la criatura, que dio muerte al esposo de Tatiana Blackthorn. Tuve que llevarla de vuelta al carruaje ya que estaba casi inconsciente.

Hubo silencio. Luego: ―Tessa ―la llamó Henry con una voz extraña, y ella se volvió para verlo, detenido en el acto de aplicarse una iratze en el interior del brazo. Estaba mirando la pared frente a él, la pared que Tessa había pensado con anterioridad que estaba extrañamente moteada y salpicada de manchas. Vio que no era un lío accidental; eran letras de treinta centímetros de alto, cada una extendida en el papel tapiz, escritas con lo que parecía sangre negra seca.

LOS DISPOSITIVOS INFERNALES NO TIENEN COMPASIÓN.

LOS DISPOSITIVOS INFERNALES NO TIENEN REMORDIMIENTO. LOS DISPOSITIVOS INFERNALES SON INNUMERABLES.

LOS DISPOSITIVOS INFERNALES NUNCA SE DETENDRÁN.

Y ahí, bajo los garabatos, una última oración, apenas legible, como si quien fuera que la hubiera escrito hubiera perdido el uso de sus manos. Se imaginó a Benedict

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Lightwood encerrado en esta habitación, perdiendo lentamente la cabeza mientras se transformaba, mientras manchaba las palabras en la pared con su propia sangre icorosa.

QUE DIOS SE APIADE DE NUESTRAS ALMAS.

El gusano se lanzó al ataque, y Will saltó para luego rodar, evitando por poco sus

fauces. Se agachó, luego se puso de pie y corrió la longitud de la criatura hasta que alcanzó su cola. Dio la vuelta y vio a la criatura amenazante como una cobra sobre Gabriel y Gideon, aunque, para su sorpresa, parecía haberse congelado, ya que siseaba pero no atacaba. ¿Reconocía a sus hijos? ¿Sentía algo por ellos? Era imposible saberlo.

Cecily estaba a medio camino del tejo, afirmándose de una rama. Con la esperanza de que recobrara el sentido y se quedara ahí, Will giró hacia Jem y alzó una mano para que su parabatai pudiera verlo. Hace tiempo habían desarrollado una serie de gestos que usaban para comunicarse lo que necesitaban en medio de una batalla, en caso de no pudieran oír la voz del otro. Los ojos de Jem se iluminaron con el entendimiento, y le lanzó su bastón a Will, en un tiro perfecto giró una y otra vez hasta que Will lo atrapó con una mano y apretó la empuñadura. La espada salió disparada, y Will la bajó con fuerza y rapidez, y la hundió en la gruesa piel de la criatura. El gusano se echó hacia atrás y aulló cuando Will atacó de nuevo, separando la cola de su cuerpo. Benedict azotó los dos lados, y el icor salió a borbotones en una ráfaga pegajosa, cubriendo a Will. Él se agachó con un grito, la piel le ardía.

―¡Will! ―Jem se lanzó hacia él. Gideon y Gabriel estaban cortando la cabeza del gusano, haciendo su mejor esfuerzo para mantenerlo enfocado en ellos. Mientras Will se limpiaba el icor ardiente de los ojos con la mano libre, Cecily se dejó caer del tejo y aterrizó directamente en la espada del gusano.

Will dejó caer el bastón-espada conmocionado. Nunca antes había hecho eso, nunca había dejado caer un arma en medio de la batalla, pero ahí estaba su hermana pequeña, agarrándose con sombría determinación a la espalda del enorme demonio gusano, como una pulguita agarrándose al pelaje de un perro.

Mientras él observaba horrorizado, Cecily sacó la daga de su cinturón y la enterró violentamente en la carne del demonio.

«¿Qué cree que está haciendo? ¡Como si con esa daga pequeña pudiera matar a una cosa de ese tamaño!»

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―Will, Will ―estaba diciendo Jem en su oído, con voz urgente, y Will se dio cuenta de que había hablado en voz alta y, por el Ángel, la cabeza del gusano estaba girando hacia Cecily, con la enorme boca abierta y llena de dientes…

Cecily soltó la empuñadura de la daga y rodó hacia un lado, dejando el cuerpo del gusano. Sus fauces por poco la cogen, pero mordió con crueldad su propio cuerpo.

El icor salió a chorros y el gusano echó la cabeza hacia atrás, y de su garganta brotó un aullido como el lamento de una banshee. Se abrió una herida enorme en el costado, y de sus fauces colgaban bocados de su propia carne.

Mientras Will observaba, Gabriel levantó su arco y dejó que volara una flecha. Alcanzó su objetico y se enterró en uno de los ojos negros sin párpados del gusano.

La criatura se echó hacia atrás, luego su cabeza se inclinó hacia delante, se arrugó y se dobló, para luego desaparecer como lo hacían los demonios cuando la vida los abandonaba.

El arco de Gabriel cayó al suelo con un traqueteo que Will apenas oyó. El suelo pisoteado estaba empapado de sangre del lacerado cuerpo del gusano. En medio de todo eso, Cecy se estaba poniendo de pie con lentitud y una mueca de dolor: su muñeca estaba torcida en un ángulo extraño.

Will ni siquiera sintió que comenzaba a correr hacia ella, solo se dio cuenta cuando se detuvo de repente por la mano de Jem que lo retuvo. Se volvió hacia su parabatai como un salvaje.

―Mi hermana… ―Tu cara ―replicó Jem, con una calma destacable, considerando la situación―.

Estás cubierto de sangre de demonio, William, y te está quemando. Debo hacerte una iratze antes de que no se pueda deshacer el daño.

―Déjame ir ―insistió Will, e intentó alejarse, pero la mano fría de Jem estaba sosteniéndolo de la nuca, y luego sintió la quemadura de una estela en su muñeca; en seguida, el dolor que ni siquiera sabía que estaba sintiendo, comenzó a menguar. Jem lo dejó ir con un pequeño silbido de dolor; le había caído un poco de icor en los dedos. Will se detuvo, indeciso, pero Jem lo espantó con un gesto, ya usando su propia estela en su mano.

Solo fue un momento de retraso, pero para el momento en que Will llegó al lado de su hermana, Gabriel ya estaba ahí y tenía su mano bajo la barbilla de ella, y sus ojos verdes examinaban su cara. Ella alzaba la mirada hacia él con asombro cuando Will llegó y la tomó del hombro.

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―Aléjate de mi hermana ―le ordenó a Gabriel, y él retrocedió, con la boca en una línea firme. Gideon le pisaba los talones, y pulularon alrededor de Cecily mientras Will la sostenía con una mano y sacaba su estela con la otra.

Ella lo miró con centelleantes ojos azules mientras le dibujaba una iratze negra a un lado de la garganta, y una mendelin en el otro. Su cabello negro se había escapado de su trenza, y parecía la muchacha salvaje que él recordaba, feroz y temeraria ante todo.

―¿Estás herida, cariad1? ―La palabra se le escapó antes de que pudiera detenerse; un apodo afectuoso de la infancia que casi había olvidado.

―¿Cariad? ―repitió ella, con los ojos parpadeando de incredulidad―. Estoy ilesa. ―No tanto ―dijo Will, indicando su muñeca herida y los cortes en su rostro y

manos, los que había comenzado a cerrarse mientras la iratze hacía su trabajo. La furia se arremolinó en su interior, tanto que no oyó que Jem comenzaba a toser tras él, un sonido que por lo general lo hubiera arrojado a la acción, con la rapidez de una chispa que enciende una yesca seca―. Cecily, que creías que estabas…

―Esa es una de las cosas más valientes que he visto hacer a un Cazador de Sombras ―interrumpió Gabriel.

No estaba mirando a Will, sino a Cecily, con una mezcla de sorpresa y algo más en su expresión. Tenía lodo y sangre en el cabello, igual que todos los demás, pero sus ojos verdes brillaban.

Cecily se sonrojó. ―Yo solo… ―Se interrumpió, y abrió mucho los ojos cuando miró más allá de Will.

Jem tosió otra vez, y esta vez, Will lo oyó. Se volvió justo a tiempo para ver a su parabatai caer de rodillas al suelo.

1 Cariño, en galés.

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Traducido por Valen JV

No, inmundo consuelo, no desesperaré, no me cebaré en ti. No desharé, por débiles que sean, estos últimos lazos del hombre.

En mí o, más cansadamente, no puedo ya llorar. Puedo Puedo hacer algo, esperar, desear que venga el día, no escoger no ser.

―Los Vampiros de la Mente, Gerard Manley Hopkins

Jem estaba recostado a un lado del carruaje del Instituto, con los ojos cerrados y el rostro tan pálido como una hoja de papel. Will se encontraba junto a él y agarraba con fuerza el hombro de Jem. Tessa supo, mientras corría hacia ellos, que no era solo un gesto fraternal: su agarre era el que mantenía de pie a Jem.

Henry y ella habían escuchado el grito de muerte del gusano. Gabriel los había encontrado, después de lo que parecieron meses, cuando bajaban rápidamente los escalones de la entrada. Les había informado, respirando con dificultad, sobre la muerte de la criatura, y de lo que le había sucedido a Jem. Tessa se había puesto blanca, como si le hubiesen golpeado fuerte y repentinamente en la cara.

Eran palabras que no había oído en mucho tiempo, pero que casi siempre esperaba oír, y con las cuales tenía pesadillas que la despertaban repentinamente, luchando por respirar: «Jem» «colapso» «respiración» «sangre» «Will» «Will está con él» «Will…»

Por supuesto que Will estaba con él. Los otros estaban pululando por ahí, los hermanos Lightwood con su hermana, e

incluso Tatiana estaba callada, o tal vez Tessa simplemente no podía escuchar sus ataques de nervios. Tessa también fue consciente de la cercanía de Cecily, y de Henry incómodo a su lado, como si quisiera reconfortarla pero no supiera cómo empezar.

La mirada de Will se encontró con la de Tessa mientras ella se acercaba y casi tropieza de nuevo con su vestido rasgado. Por un momento, se encontraron en perfecto entendimiento: Jem era la única razón por la que se podían mirar directamente a los ojos. En el tema de Jem, ambos eran feroces e inflexibles. Tessa observó que el agarre de Will se apretó en la manga de Jem.

―Ya está aquí ―le dijo.

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Jem abrió los ojos lentamente. Tessa luchó por ocultar la sorpresa en su rostro. Sus pupilas estaban dilatadas, y sus irises eran un delgado anillo plateado alrededor del negro.

―¿Ni shou shang le ma, quin ai de? ―susurró. Jem le había estado enseñando mandarín a Tessa, por su insistencia. Entendió «quin

ai de», al menos, pero no el resto. Querida, cariño. Tomó su mano y la apretó. ―Jem… ―¿Estás herida, mi amor? ―dijo Will. Su voz fue tan tranquila como sus ojos, y por

un momento, la sangre subió a las mejillas de Tessa, que bajó la vista donde su mano agarraba la de Jem; sus dedos eran más pálidos que los de ella, como la mano de una muñeca de porcelana. ¿Cómo pudo no notar lo enfermo que estaba?

―Gracias por la traducción, Will ―respondió ella, sin apartar la vista de su prometido. Jem y Will estaban salpicados de icor negro, pero la barbilla y la garganta de Jem también estaban manchadas de sangre roja. Su propia sangre.

―No estoy herida ―susurró Tessa, y entonces pensó: «No, esto no funcionará, en absoluto. Sé fuerte por él». Enderezó los hombros, sin soltar la mano de Jem―. ¿Dónde está su medicina? ―le preguntó a Will―. ¿No la tomó antes de dejar el Instituto?

―No hables sobre mí como si no estuviera aquí ―le pidió Jem, pero no estaba enojado. Volteó la cabeza a un lado y le susurró algo a Will, suavemente, quien asintió y soltó su hombro. Tessa podía notar la tensión en la postura de Will; estaba preparado, como un gato, para atrapar de nuevo a Jem si el otro chico se deslizaba o caía, pero Jem permaneció de pie―. Soy más fuerte cuando Tessa está aquí, ya ves. Te lo dije ―dijo Jem con la misma voz suave.

Ante eso, Will agachó la cabeza para que Tessa no pudiera ver sus ojos. ―Ya lo veo ―dijo―. Tessa, no hay nada de medicina aquí. Creo que abandonó el

Instituto sin tomar suficiente, aunque se rehúsa a admitirlo. Vuelve al Instituto con él en el carruaje, y cuídalo; alguien debe hacerlo.

Jem respiró entrecortadamente. ―Los demás… ―Yo conduciré. No será problema; Balios y Xanthos conocen el camino. Henry

puede conducir a los Lightwood. ―Will fue rápido y eficiente, demasiado rápido y eficiente como para agradecérselo; no parecía quererlo. Ayudó a Tessa a entrar a Jem al carruaje, con cuidado de no rozar su hombro o tocar su mano mientras lo hacía, y luego se fue para decirle al resto lo que estaba pasando. Escuchó a Henry explicando que necesitaba sacar de la casa los libros de registro de Benedict, antes de cerrar la puerta del carruaje, y encerrarse con Jem en un bienvenido silencio.

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―¿Qué había dentro de la casa? ―preguntó Jem, mientras el carruaje se tambaleaba por la entrada que bordeaba la propiedad de los Lightwood. Aún lucía pálido, tenía la cabeza apoyada en los cojines del carruaje, los ojos medio abiertos, y las mejillas con un brillo febril―. Oí hablar a Henry sobre el estudio de Benedict…

―Se había vuelto loco ahí dentro ―contestó ella, frotando las manos de él entre las suyas―. En los días previos a su transformación, cuando Gabriel dijo que no abandonaba su habitación, debió perder la cordura. Había garabateado en la pared oraciones sobre los Dispositivos Infernales, con lo que parecía sangre: que no tenían misericordia, que nunca se detendrían…

―Debía referirse al ejército autómata. ―Seguro. ―Tessa se estremeció ligeramente, y se acercó a Jem―. Supongo que fue

una tontería de mi parte, pero todo ha estado tan tranquilo estos últimos dos meses… ―¿Habías olvidado a Mortmain? ―No. Nunca lo olvidé. ―Observó la ventana, aunque no podía ver hacia afuera;

había corrido las cortinas cuando la luz pareció lastimar los ojos de Jem―. Tal vez esperaba que hubiera concentrado su atención en otra cosa.

―No sabemos si lo ha hecho o no. ―Los dedos de Jem se entrelazaron con los suyos―. Puede que la muerte de Benedict haya sido una tragedia, pero su destino estaba marcado hace tiempo. Esto no tiene nada que ver contigo.

―Había otros objetos en la biblioteca: notas y libros de Benedict, diarios. Henry los va a traer al Instituto para estudiarlos. Mi nombre estaba en ellos. ―Tessa se detuvo, ¿cómo podía involucrar a Jem en estas cosas cuando se encontraba tan mal?

Como si Jem le leyera la mente, su dedo se movió por su muñeca hasta descansar ligero contra su pulso.

―Tessa, es solo un ataque pasajero. No durará. Preferiría que me dijeras la verdad, toda la verdad, ya sea amarga o aterradora, para poder compartirla contigo. Nunca permitiría que te hicieran daño, ni nadie del Instituto. ―Él sonrió―. Tu pulso se acelera.

«La verdad, toda la verdad, ya sea amarga o aterradora.» ―Te amo ―dijo ella. La observó con una luz en su delgado rostro que lo hizo incluso más hermoso. ―Wo xi Wang ni ming tian ke yi jia gei wo. ―Tú… ―Frunció el ceño―. ¿Te quieres casar? Pero ya estamos comprometidos. No

creo que alguien pueda comprometerse dos veces. Jem soltó una carcajada que se convirtió en tos; todo el cuerpo de Tessa se tensó,

pero la tos fue ligera, y no había sangre.

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―Te dije que me casaría contigo mañana si pudiera. Tessa fingió sacudir la cabeza. ―Mañana no me resulta conveniente, señor. ―Pero ya está vestida para ello ―dijo él con una sonrisa. Tessa miró el dorado arruinado de su vestido de novia. ―Si me fuese a casar en un matadero ―admitió―. Oh, bueno; este no me gustaba

mucho. Demasiado llamativo. ―Creo que te veías hermosa. ―Su voz era suave. Tessa recostó la cabeza en su hombro. ―Habrá otro momento ―dijo ella―. Otro día, otro vestido. Un momento en el que

estés bien y todo sea perfecto. La voz de él aún era gentil, pero contenía un terrible cansancio. ―No existe tal cosa como la perfección, Tessa.

Sophie estaba de pie junto a la ventana de su pequeña habitación, con las cortinas

descorridas y su mirada fija en el patio. Habían pasado horas desde que los carruajes se habían alejado tambaleantes. Se suponía que debía estar quitándole el hollín al hogar, pero el cepillo y el balde se encontraban inmóviles a sus pies.

Oía la voz de Bridget flotando con suavidad desde la cocina:

El conde Richard tenía una hija; Una doncella muy atractiva.

Le entregó su amor al dulce William, Aunque él no era de buena familia.

Algunas veces, cuando Bridget estaba de un humor particularmente melodioso,

Sophie consideraba bajar las escaleras y empujarla dentro del horno como la bruja de Hansel y Gretel. Pero Charlotte ciertamente no lo aprobaría. Incluso si Bridget estaba cantando sobre el amor prohibido entre clases sociales, justo en el mismo instante en que Sophie se estaba maldiciendo por apretar con fuerza la tela de la cortina, viendo ojos gris verdosos en su mente mientras se preocupaba y se preguntaba: ¿Gideon estaría bien? ¿Estaba herido? ¿Podría luchar contra su padre? Y qué terrible si tuviera que hacerlo…

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Se abrieron las puertas del Instituto, y un carruaje entró tambaleante; Will conducía. Sophie lo reconoció, sin sombrero, con el cabello salvaje ondeando al viento. Saltó

del asiento de conductor y dio la vuelta para ayudar a Tessa a salir del carruaje (incluso a esa distancia, Sophie pudo ver que su vestido dorado se había convertido en un desastre) y luego a Jem, que se apoyó con todo su peso en el hombro de su parabatai.

Sophie se quedó sin aliento. Aunque ya no estaba enamorada de Jem, aún le importaba mucho. Era difícil que no le importara, considerando lo afectuoso, dulce y amable que era. Nunca había dejado de ser exquisitamente amable con ella. Se había sentido aliviada en los últimos meses de que él no hubiese tenido una de sus «malas rachas», como les decía Charlotte; aunque la felicidad no lo había curado, había parecido más fuerte, mejor…

El trío había desaparecido dentro del Instituto. Cyril había venido de las caballerizas y se estaba encargando de los relinchos de Balios y Xanthos. Sophie respiró profundamente y dejó que la cortina cayera de su mano. Charlotte podría necesitarla, quererla, para atender a Jem. Si había algo que pudiese hacer… Se apartó de la ventana, salió corriendo por el pasillo, y bajó las estrechas escaleras de servicio.

En el vestíbulo se encontró a Tessa pálida y con aspecto de cansada, vacilando a las afueras de la habitación de Jem. A través de la puerta medio abierta, Sophie vio a Charlotte inclinada sobre Jem, quien estaba sentado sobre la cama; Will estaba apoyado contra la chimenea, de brazos cruzados, con la tensión clara en cada parte de su cuerpo. Tessa levantó la cabeza al ver a Sophie, y un poco de color regresó a su rostro.

―Sophie ―gimió suavemente―. Sophie, Jem no se encuentra bien. Tuvo otro… otro ataque.

―Todo irá bien, señorita Tessa. Lo he visto muy enfermo en otras ocasiones, y siempre se recupera, como nuevo.

Tessa cerró los ojos. Las sombras bajo ellos eran grises. No tenía que decir lo que ambas estaban pensando, que un día existiría un momento en el que tendría un ataque y no se recuperaría.

―Debería ir a buscar agua caliente ―añadió Sophie― y ropa… ―Yo soy la que debería conseguir esas cosas ―dijo Tessa―. Y lo haría, pero

Charlotte dice que debo cambiarme el vestido, que la sangre de demonio puede ser peligrosa si la piel se expone mucho a ella. Envió a Bridget a buscar ropa y cataplasmas, y el Hermano Enoch llegará en cualquier momento. Y Jem no quiere oírlo, pero…

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―Es suficiente ―dijo Sophie con firmeza―. No le hará ningún favor si usted también se deja enfermar. Le ayudaré con su vestido. Venga, vamos a manejarlo, y rápidamente.

Tessa abrió los ojos. ―Querida y sensata Sophie. Claro que tienes razón. ―Comenzó a caminar por el

corredor, hacia su habitación. Ante la puerta, hizo una pausa y se volvió hacia Sophie. Sus enormes ojos grises buscaron el rostro de la otra chica, y pareció asentir hacia sí, como si le hubiera dado la razón en una suposición―. Él está bien, ¿sabes? No resultó herido.

―¿El amo Jem? Tessa negó con la cabeza. ―Gideon Lightwood. Sophie se sonrojó.

Gabriel no estaba muy seguro de por qué estaba en el salón del Instituto, excepto

que su hermano le había dicho que fuera y esperara, e incluso después de todo lo que había pasado, aún estaba acostumbrado a hacer lo que Gideon decía. Le sorprendió lo simple que era la sala, nada parecida al recibidor de la casa de los Lightwood en Pimlico o la de Chiswick. Las paredes estaban empapeladas con un desvencijado estampado de rosas, la superficie de la mesa estaba manchada de tinta, tenía rayones de plumas y abrecartas, y el hogar estaba cubierto de hollín. Sobre la chimenea colgaba un espejo cubierto de manchas de agua, con un marco dorado.

Gabriel observó su propio reflejo. Su traje estaba rasgado en el cuello, y tenía una marca roja en la mandíbula por un raspón grande en proceso de curación. Había sangre en toda su ropa de combate. «¿Tu propia sangre, o la sangre de tu padre?»

Apartó rápidamente ese pensamiento. Pensó que era extraño que él se pareciera a su madre, Barbara. Ella había sido alta y más bien esbelta, con cabello rizado castaño y ojos que él recordaba como el verde más puro, como la hierba que descendía hasta el río detrás de su casa. Gideon lucía como su padre: ancho y robusto, con ojos más grises que verdes. Lo que era irónico, porque Gabriel era el que había heredado el temperamento de su padre: testarudo y de genio rápido, pero lento en perdonar.

Gideon y Barbara eran más pacíficos, tranquilos y estables, fieles a sus creencias. Los dos eran mucho más parecidos…

Charlotte Branwell entró por la puerta abierta del salón; usaba un vestido suelto y sus ojos eran tan brillantes como los de un pajarito. Siempre que Gabriel la veía, se

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sorprendía por lo pequeña que era, por la forma en que se alzaba sobre ella. ¿Qué había estado pensando el cónsul Wayland al darle a esta criatura poder sobre el Instituto y todos los Cazadores de Sombras de Londres?

―Gabriel. ―Ella lo saludó con una inclinación de cabeza―. Tu hermano dice que no fuiste herido.

―Estoy bastante bien ―dijo con brevedad, y de inmediato supo que había sonado grosero. No había querido sonar así, precisamente. Su padre le había metido en la cabeza por años lo tonta, lo inútil y lo fácilmente influenciable que era Charlotte, y aunque sabía que su hermano no estaba de acuerdo con esto (disentía lo suficiente como para venir a vivir a este lugar y dejar a su familia atrás) era una lección difícil de olvidar―. Creí que estaría con Carstairs.

―El Hermano Enoch ya ha llegado, junto con otro Hermano Silencioso. Nos han prohibido que entremos a la habitación de Jem. Will está caminando de un lado al otro en el pasillo, como un león enjaulado. Pobre chico. ―Charlotte miró a Gabriel brevemente antes de acercarse a la chimenea. En su mirada había una expresión de aguda inteligencia, pero la enmascaró rápidamente al bajar sus pestañas―. Pero ya es suficiente de eso. Entiendo que ya llevaron a tu hermana a la residencia de los Blackthorn en Kensington ―prosiguió―. ¿Hay alguien a quien pueda enviarle un mensaje de tu parte?

―¿Un… mensaje? Charlotte hizo una pausa ante la chimenea, y juntó las manos a su espalda. ―Debes ir a algún lugar, Gabriel, a menos que quieras que te saque por las puertas

solo con la llave de las calles2 a tu nombre. «¿Sacarme por las puertas?» ¿De verdad esa mujer terrible lo estaba echando del

Instituto? Pensó en lo que su padre siempre le había dicho: «A los Fairchild no les importa

nadie más que ellos mismo y la Ley.» ―Yo… la casa en Pimlico… ―Al Cónsul pronto se le informará sobre lo ocurrido en la residencia Lightwood

―dijo Charlotte―. Ambas residencias de tu familia en Londres serán confiscadas en el nombre de la Clave, al menos hasta que se pueda investigarlas y determinar que tu padre no dejó nada detrás que le pueda proporcionar pistas al Consejo.

―¿Pistas de qué?

2 Se refiere a los vagabundos que lo saben todo sobre la vida en las calles.

CASSANDRA CLARE DARK GUARDIANS

―De los planes de tu padre ―contestó ella, sin inmutarse―. De su conexión con Mortmain, su conocimiento sobre los planes de Mortmain. De los Dispositivos Infernales.

―Ni siquiera he oído algo sobre los malditos Dispositivos Infernales ―protestó Gabriel, y entonces se sonrojó. Había maldecido, frente a una dama. No es como si Charlotte fuese como cualquier otra mujer.

―Te creo ―dijo ella―. No sé si el cónsul Wayland te creerá, pero eso depende de ti. Si me das una dirección…

―No tengo ninguna ―dijo Gabriel, desesperado―. ¿A dónde crees que podría ir? Ella se limitó a observarlo, arqueando una ceja. ―Quiero quedarme con mi hermano ―reconoció finalmente, consciente de que

sonaba petulante y enojado, pero no muy seguro de qué hacer al respecto. ―Pero tu hermano vive aquí ―dijo ella―. Y has dejado en claro tus sentimientos

hacia el Instituto y hacia mi mando. Jem me contó lo que crees, que mi padre provocó que tu tío se suicidara. No es verdad, ¿sabes?, pero no espero que me creas. Sin embargo, me causa curiosidad el por qué querrías permanecer aquí.

―El Instituto es un refugio. ―¿Tu padre planeaba manejarlo como un refugio? ―¡No lo sé! ¡No conozco cuáles son sus planes… cuáles eran! ―Entonces ¿por qué los seguiste? ―Su voz era suave pero implacable. ―¡Porque era mi padre! ―gritó Gabriel. Le dio la espalda a Charlotte, con la

respiración entrecortada. Apenas consciente de lo que hacía, se rodeó con los brazos, y se abrazó con fuerza, como si de esa manera pudiese evitar deshacerse.

Recuerdos de las últimas semanas, recuerdos que Gabriel estaba haciendo todo lo posible por mantener en las profundidades de su mente, amenazaron con salir a la luz: semanas en la casa después de que hubieran despedido a los sirvientes, sonidos provenientes de las habitaciones de arriba, gritos a media noche, sangre en las escaleras por la mañana, padre gritando sandeces al otro lado de la puerta cerrada de la biblioteca, como si ya no pudiese pronunciar palabras en inglés…

―Si me vas a echar a la calle ―dijo Gabriel, con terrible desesperación ―, entonces hazlo ahora. No quiero creer que tengo un hogar cuando no es cierto. No quiero creer que veré a mi hermano una vez más cuando no es cierto.

―¿Crees que no te perseguiría? ¿Que no te encontraría adonde fuera que vayas? ―Creo que ha demostrado quién le importa más ―contestó Gabriel―, y no soy yo.

―Se enderezó Lentamente, dejando caer las manos―. Expúlsame o deja que me quede. No te rogaré.

CASSANDRA CLARE DARK GUARDIANS

Charlotte suspiró. ―No tendrás que rogarme ―dijo ella―. Nunca antes he expulsado a alguien que

me haya dicho que no tiene otro lugar adónde ir, y no comenzaré ahora. Solo te voy a pedir una cosa: al permitir que alguien viva en el Instituto, en el corazón mismo del Enclave, pongo mi confianza en sus buenas intenciones. No hagas que me arrepienta de haber confiado en ti, Gabriel Lightwood.

Las sombras se habían alargado en la biblioteca. Tessa estaba sentada dentro de un

círculo de luz cerca de una de las ventanas, junto a una lámpara de azul sombreado. Había tenido un libro abierto sobre el regazo durante horas, pero no había sido capaz de concentrarse. Sus ojos se deslizaban por las palabras sin absorberlas, y a menudo hacía una pausa para intentar recordar qué personaje era, o por qué hacían lo que hacían.

Estaba a punto de comenzar el quinto capítulo una vez más cuando el crujido de una tabla suelta la alertó, y levantó la vista para encontrar a Will de pie ante ella, con el cabello húmedo, y guantes en mano.

―Will. ―Tessa dejó el libro sobre el alféizar de la ventana a su lado―. Me asustaste.

―No quise interrumpir ―se disculpó él en voz baja―. Si estás leyendo… ―Comenzó a darse la vuelta.

―No estoy leyendo ―le aclaró, y él hizo una pausa, mirándola por sobre el hombro―. No puedo perderme en las palabras en este momento. No puedo calmar la distracción de mi mente.

―Yo tampoco ―dijo él, ahora volteándose completamente. Ya no estaba salpicado de sangre. Su ropa estaba limpia, y su piel mayormente sanada, aunque veía líneas de color blanco rosáceo pertenecientes a heridas en su cuello, que desaparecían bajo su camisa, curándose mientras los iratzes hacían su trabajo.

―¿Hay noticias de mi… hay noticias de Jem? ―No ha habido ningún cambio ―contestó, aunque ella ya lo había adivinado. Si

hubiese habido un cambio, Will no estaría ahí―. Los Hermanos no dejan que nadie entre al cuarto, ni siquiera Charlotte. ¿Y por qué estás aquí? ―continuó él―. ¿Sentada en la oscuridad?

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―Benedict escribió en las paredes de su oficina ―dijo ella en voz baja―. Antes de convertirse en esa criatura, supongo, o mientras sucedía. No lo sé. «Los dispositivos infernales no tienen compasión. Los dispositivos infernales no tienen remordimiento. Los dispositivos infernales son innumerables. Los dispositivos infernales nunca se detendrán».

―¿Los dispositivos infernales? Supongo que se refiere a las criaturas mecánicas de Mortmain. No es que hayamos visto alguna en los últimos meses.

―Eso no significa que no volverán ―dijo Tessa. Miró la mesa de la biblioteca, su superficie rayada. Con qué frecuencia Will y Jem debieron de haberse sentado ahí juntos, estudiando, tallando sus iniciales en la superficie de la mesa, aburridos como cualquier estudiante ―. Aquí soy un peligro para ustedes.

―Tessa, ya hemos hablado de esto. Tú no eres el peligro. Mortmain quiere tenerte, sí, pero si no te tuviéramos protegida aquí, él te capturaría con facilidad, y ¿en qué amenaza convertiría tus poderes? No lo sabemos; solo sabemos que te quiere para algo, y mantenerte alejada de él es una ventaja para nosotros, no es generosidad. Nosotros, los Cazadores de Sombras, no somos generosos.

Ella levantó la vista al oír eso. ―Yo creo que son generosos. ―Al oírlo hacer un ruido en desacuerdo, dijo―: Sin

duda, ustedes deben pensar que lo que hacen es ejemplar. La Clave es indiferente, es cierto. «Somos polvo y sombra». Pero ustedes son como los héroes antiguos, como Aquiles y Jasón.

―Aquiles fue asesinado con una flecha envenenada, y Jasón murió solo, asesinado por su propio barco podrido. Ése es el destino de los héroes; solo el Ángel sabe por qué alguien querría ser uno.

Tessa lo observó. Había sombras bajo sus ojos azules, notó, y sus dedos jugueteaban con el material de sus mangas, sin pensar, como si no estuviese consciente de hacerlo. Meses, pensó ella. Meses desde que habían estado solos durante más que un momento. Solo habían tenido encuentros accidentales en los pasillos, en el patio, intercambiando bromas con torpeza. Ella había extrañado sus chistes, los libros que solía prestarle, los destellos de risa en su mirada. Atrapada en el recuerdo del Will más fácil de épocas anteriores, habló sin pensar:

―No puedo dejar de recordar algo que me dijiste una vez ―dijo ella. Él la miró con sorpresa. ―¿Sí? ¿Y qué es? ―Que algunas veces, cuando no puedes decidir qué hacer, finges ser el personaje

de un libro, porque es más fácil decidir qué harían ellos.

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―Tal vez no soy el indicado para dar consejos, si estás buscando la felicidad ―dijo Will.

―No felicidad, no exactamente. Quiero ayudar, hacer el bien… ―Hizo una pausa y suspiró―. Y he recurrido a muchos libros, pero si hay una orientación en ellos, no la he encontrado. Dijiste que eras Sydney Carton… ―Will hizo un sonido, y se dejó caer en la silla frente a ella en la mesa. Bajó las pestañas, ocultando los ojos―. Y supongo que sé en qué nos convierte eso al resto de nosotros ―continuó ella―. Pero no quiero ser Lucie Manette, porque ella no hizo nada para salvar a Charles; dejó que Sydney lo hiciera todo. Y era cruel con él.

―¿Con Charles? ―preguntó Will. ―Con Sydney ―aclaró Tessa―. Él quería ser un hombre mejor, pero ella nunca lo

ayudó. ―No podía hacerlo, estaba comprometida con Charles Darney. ―Aun así, no era buena ―dijo Tessa. Will se paró de la silla tan rápido como se había sentado en ella. Se inclinó, con las

manos sobre la mesa. Sus ojos eran muy azules bajo la luz azul de la lámpara. ―Algunas veces hay que elegir entre ser amable y honorable ―dijo―. Algunas

veces no se puede ser ambos. ―¿Cuál es mejor? ―susurró Tessa. La boca de Will se torció con humor amargo. ―Supongo que depende del libro. Tessa estiró la cabeza para mirarlo. ―¿Conoces la sensación?―preguntó―. De cuando estás leyendo un libro, y sabes

que va a resultar en tragedia; sientes el frío y la oscuridad acercándose, ves esa red cerrándose alrededor de los personajes que viven y respiran en las páginas. Pero estás ligado a la historia como si te estuvieran arrastrando tras un carruaje, pero no puedes dejarlo ir, ni cambiar su curso. ―Sus ojos azules se oscurecieron con la comprensión (por supuesto que Will entendería), por lo que se apresuró a continuar―. Ahora siento que está pasando lo mismo, solo que no a personajes de una página, sino que a mis amigos y compañeros amados. No quiero sentarme a un lado mientras se acerca la tragedia. La haré a un lado, solo que aún me esfuerzo por descubrir cómo hacerlo.

―Temes por Jem ―dijo Will. ―Sí ―reconoció―. Y también temo por ti. ―No ―dijo Will con voz ronca―. No pierdas tu tiempo en mí, Tess. Antes de que pudiera responder, se abrió la puerta de la biblioteca: era Charlotte;

parecía agotada. Will se volvió hacia ella rápidamente.

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―¿Cómo está Jem? ―preguntó. ―Está despierto y hablando ―respondió Charlotte―. Tomó un poco de yin fen.

Gracias a los Hermanos Silenciosos está estable, y pudieron detener la hemorragia interna.

Ante la mención de hemorragia interna, Will lució a punto de vomitar. Tessa imaginaba que se veía igual.

―Puede recibir un visitante ―continuó Charlotte―. De hecho, lo ha solicitado. Will y Tessa intercambiaron rápidamente una mirada. Tessa sabía lo que ambos

estaban pensando: ¿Quién de ellos debía ser el visitante? Tessa era la prometida de Jem, pero Will era su parabatai, lo que en sí era muy sagrado. Will había comenzado a retroceder, cuando Charlotte habló de nuevo, sonando cansada hasta los huesos:

―Te ha llamado a ti, Will. Will pareció sorprendido. Le lanzó una mirada a Tessa. ―Yo… Tessa no pudo negar el estallido de sorpresa y casi celos que sintió en su caja

torácica al oír las palabras de Charlotte, pero las apartó sin piedad. Amaba lo suficiente a Jem como para querer lo que él quería para sí, y siempre tenía sus razones.

―Ve tú ―dijo ella con gentileza―. Por supuesto que quiere verte. Will comenzó a caminar hacia la puerta para unirse con Charlotte. A mitad de

camino se dio la vuelta y cruzó la habitación hasta alcanzar a Tessa. ―Tessa ―la llamó―, mientras estoy con Jem, ¿podrías hacerme un favor? Tessa levantó la vista y tragó saliva. Estaba cerca, demasiado cerca; todas las líneas,

formas, ángulos de Will ocuparon su campo de visión mientras el sonido de su voz llenaba sus oídos.

―Claro, por supuesto ―respondió―. ¿Qué quieres que haga?

Para: Edmund y Linette Herondale Mansión Ravenscar Yorkshire Oeste Queridos papá y mamá: Sé que fue cobarde de mi parte escaparme como lo hice, por la mañana antes de que se

despertaran, dejando atrás solo una nota para explicar mi ausencia. No podía soportar la idea de enfrentarlos, sabiendo lo que había decidido hacer, y que era la peor de las hijas desobedientes.

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¿Cómo podía explicar la decisión que había tomado, el cómo había llegado a ella? Me parece, incluso ahora, una locura.

Cada día, de hecho, es más loco que el anterior. No mentiste, papá, al decirme que la vida de un Cazador de Sombras era como un sueño febril…

Cecily pasó la punta de su pluma con saña sobre las líneas que había escrito, luego

arrugó el capel con una mano y descansó la cabeza sobre el escritorio. Había comenzado a escribir esta carta tantas veces, y aún no había alcanzado una

versión satisfactoria. Tal vez no debía estar intentándolo ahora, pensó, no cuando trataba de calmar sus nervios desde que habían regresado al Instituto. Todo el mundo había rodeado a Jem y a Will, y después de buscarle heridas en el jardín a ella, apenas le volvieron a dirigir la palabra. Henry había ido a buscar a Charlotte, Gideon se había llevado a Gabriel a un lado, y Cecily se había encontrado subiendo sola las escaleras del Instituto.

Se había metido en su habitación, sin molestarse en despojarse de su ropa de combate, y se había acurrucado en la suave cama con dosel. Mientras estaba entre las sombras, escuchando los débiles sonidos de un día en Londres, su corazón se había apretado con nostalgia repentina y dolorosa. Había pensado en las verdes colinas de Gales, en su madre y en su padre, y se había levantado de un salto de la cama como si la hubieran empujado; tropezando hasta llegar a la mesa, tomó pluma y papel y se manchó los dedos con tinta por la prisa. Y aun así, las palabras correctas no venían. Sentía que sangraba su pesar y soledad por los poros, y sin embargo, no le podía dar forma a esas emociones en un sentimiento que sus padres podrían soportar leer.

En ese momento, alguien tocó la puerta. Cecily alcanzó un libro que había dejado descansando en el escritorio, lo abrió como si hubiese estado leyendo, y gritó:

―Adelante. La puerta se abrió: era Tessa, de pie vacilante en el umbral. Ya no usaba su

destruido vestido de novia, sino un traje simple de muselina azul con sus dos collares brillando en su garganta: el ángel mecánico y el colgante de jade que había sido el regalo nupcial de parte de Jem. Cecily observó a Tessa con curiosidad. Aunque las dos chicas eran amistosas, no eran cercanas. Tessa sentía cierto recelo a su alrededor, cuyo origen Cecily sospechaba sin ser capaz de demostrarlo; y además de eso, había algo irreal y extraño en ella. Cecily sabía que podía cambiar de forma, que podía transformarse en cualquier persona, y no podía olvidar el hecho de que no era natural. ¿Cómo puedes conocer el verdadero rostro de alguien si puede cambiarlo tan fácilmente como cambia de vestido?

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―¿Sí? ―dijo Cecily―. ¿Señorita Gray? ―Por favor, llámeme Tessa ―dijo la otra chica, cerrando la puerta. No era la

primera vez que le pedía a Cecily que la llamara por su nombre de pila, pero la costumbre y perversidad de Cecily le impedían hacerlo―. Vine a ver si se encontraba bien y si necesitaba de algo.

―Ah. ―Cecily sintió una leve punzada de decepción―. Estoy bien. Tessa se movió un poco hacia adelante. ―¿Ese es Grandes Esperanzas? ―Sí. ―Cecily no dijo que había visto a Will leyéndolo, y lo había recogido para

tratar de entender en qué estaba pensando. Hasta ahora, se encontraba lamentablemente perdida. Pip era morboso, y Estella tan terrible que Cecily quería sacudirla.

―«Estella» ―entonó Tessa suavemente―. «No tiene usted más remedio que seguir siendo parte de mí mismo, parte del bien que exista en mí, así como también del mal que en mí se albergue».

―Entonces, ¿memoriza pasajes de libros igual que Will? ¿O este es un favorito? ―No tengo la buena memoria de Will ―dijo Tessa, acercándose un poco―. Ni su

runa mnemosyne. Pero sí, me encanta ese libro. ―Sus ojos oscuros buscaron el rostro de Cecily―. ¿Por qué sigue con la ropa de combate?

―Estaba pensando en subir a la sala de entrenamiento ―reconoció Cecily―. Resulta que ahí puedo pensar bien, y no es como si a alguien le importara lo que haga.

―¿Más entrenamiento? ¡Cecily, acaba de estar en una batalla! ―protestó Tessa―. Sé que algunas veces se necesita más que una runa para curar por completo, debería llamar a alguien: Charlotte, o…

―¿O Will? ―espetó Cecily―. Si le importara a alguno de ellos, ya habrían venido. Tessa se detuvo junto a la cama. ―No puede pensar que no le importa a Will. ―Él no está aquí, ¿o sí? ―Me envió ―dijo Tessa―, porque está con Jem, ―añadió, como si eso explicara

todo. Cecily suponía que de alguna manera sí lo explicaba. Sabía que Will y Jem eran

amigos cercanos, pero también que eran mucho más que eso. Había leído sobre los parabatai en el Codex, y sabía que el vínculo era algo que no existía entre mundanos, algo más cercano que los hermanos y mejor que la sangre―. Jem es su parabatai. Will prometió estar ahí en momentos como este.

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―Estaría ahí, promesa o no. Él estaría allí para cualquiera de ustedes. Pero no ha venido siquiera a ver si necesitaba otra iratze.

―Cecy… ―comenzó Tessa―. La maldición de Will… ―¡No era una verdadera maldición! ―Sabes ―dijo Tessa pensativamente―, a su manera, sí lo era. Él creía que nadie

podía amarlo, y que si se los permitía, resultaría en sus muertes. Es por eso que los abandonó. La dejó para mantenerla a salvo, y aquí está usted, la definición misma, para él, de no a salvo. No puede soportar venir a verle las heridas, porque para él es como si la hubiera herido él mismo.

―Yo escogí esto, ser Cazadora de Sombras. Y no solo porque quería estar con Will. ―Lo sé ―la tranquilizó Tessa―. Pero también me senté con Will mientras deliraba

por la exposición a sangre de vampiro, ahogándose con agua bendita, y sé qué nombre murmuró. Fue el suyo.

Cecily levantó la vista de la sorpresa. ―¿Will dijo mi nombre? ―Oh, sí. ―Una pequeña sonrisa tocó la comisura de los labios de Tessa―. Por

supuesto, cuando se lo pregunté no quiso decirme quién era, y casi me volvió loca…― Hizo una pausa, y apartó la vista.

―¿Por qué? ―Curiosidad ―contestó Tessa encogiéndose de hombros, aunque sus mejillas

estaban sonrojadas―. Es mi pecado capital. En cualquier caso, él la quiere. Sé que con Will todo está al revés y patas arriba, pero el hecho de que no esté aquí es otra prueba para mí de lo valiosa que es para él. Está acostumbrado a alejar a todo el que ame, y mientras más la ame, más tratará de no demostrarlo.

―Pero no existe la maldición… ―Las costumbres de años no se pueden ignorar fácilmente ―dijo Tessa, y con ojos

tristes―. No cometa el error de creer que no la quiere porque finge no importarle, Cecily. Enfréntelo si es necesario y exija la verdad, pero no cometa el error de darle la espalda porque es una causa perdida. No lo aleje de su corazón. Porque si lo hace, se arrepentirá.

Para: Miembros del Consejo. De: Cónsul Josiah Wayland.

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Perdonen el retraso de mi respuesta, caballeros. Quería estar seguro de no darles mi opinión de una manera demasiado apresurada, sino que mis palabras fueran el resultado sano y bien razonado del pensamiento paciente.

Temo informarles que no secundo su recomendación de Charlotte Branwell como mi sucesora. A pesar de poseer un buen corazón, es demasiado frívola, emocional, apasionada, y desobediente como para llegar a ser cónsul. Como es obvio, el sexo débil tiene debilidades que los hombres no heredan, y lamentablemente, ella los posee todos. No, no puedo recomendarla. Les insto a considerar otra opción: mi propio sobrino, George Penhallow, quien cumplirá veinticinco años este noviembre, es un buen Cazador de Sombras y un joven ejemplar. Creo que tiene la certeza moral y la fuerza de carácter para liderar a los Cazadores de Sombras en una nueva era.

En el nombre de Raziel, Cónsul Josiah Wayland.

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Traducido por CairAndross

Ser sabio y amar Supera las fuerzas del hombre

―Troilus y Cressida, Shakespeare

―Pensé que al menos harías una canción ―comentó Jem. Will miró a su parabatai con curiosidad. Jem, a pesar de que había solicitado su

presencia, no parecía estar de un humor llevadero. Estaba sentado tranquilamente en el borde de su cama, con una camisa limpia y pantalones ajustados, aunque la camisa suelta le hacía ver más delgado que nunca. Aún tenía rastros de sangre seca alrededor de la clavícula, como un collar brutal.

―¿Hacer una canción de qué? Jem curvó la boca. ―¿De la derrota del gusano en contra nuestra? ―dijo―. Después de todas las

bromas que has hecho… ―No he estado de humor para hacer bromas recientemente ―explicó Will; sus ojos

fueron desde las vendas ensangrentadas que cubrían la mesa de noche junto a la cama, al cuenco medio lleno de líquido rosáceo.

―No hagas alboroto, Will ―le pidió Jem―. Todo el mundo ha estado armando alboroto por mí y no puedo soportarlo; pedí que vinieras tú porque… porque sabía que tú no lo harías; por el contrario, me haces reír.

Will alzó los brazos. ―Oh, de acuerdo ―exclamó―. ¿Qué tal esto?

En verdad, ya no trabajaré en vano, Para probar que la viruela demoníaca al cerebro hace daño.

Así que aunque es una lástima, no fue innecesario Que el gusano virulento fuera asesinado.

Por creer en mí, todos deben sentirse honrados. Jem se echó a reír.

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―Bueno, eso fue horrible. ―¡Fue una improvisación! ―Will, existe algo llamado escansión… ―De un momento a otro la risa de Jem se

convirtió en un ataque de tos. Will se lanzó hacia delante cuando Jem se dobló por la mitad, mientras sus delgados hombros subían y bajaban. La sangre salpicó la colcha blanca de la cama.

―Jem… Con una mano, Jem señaló la caja sobre la mesita de noche. Will la tomó; el delicado

dibujo en la tapa de una mujer vertiendo agua desde una jarra, le era íntimamente familiar. Odiaba verla.

La caja se abrió con un chasquido… y él se quedó helado. Lo que parecía una fina capa de polvo de azúcar plateado, apenas cubría el fondo de madera. Quizás había una mayor cantidad antes de que los Hermanos Silenciosos trataran a Jem; Will no lo sabía. Lo que sí sabía es que tendría que haberle durado mucho, mucho más.

―Jem ―dijo, con voz ahogada―. ¿Cómo es que esto es todo lo que hay? Jem había dejado de toser. Tenía sangre en los labios y, mientras Will observaba

demasiado conmocionado para moverse, alzó el brazo y se enjugó la sangre del rostro con la manga. El lino se tornó escarlata de forma instantánea. Jem parecía febril, su piel pálida brillaba intensamente, a pesar de no mostrar otro signo externo de agitación.

―Will ―dijo, en voz baja. ―Hace dos meses… ―empezó Will, se dio cuenta que elevaba la voz, y se obligó a

bajarla con un esfuerzo―. Hace dos meses, compré suficiente yin fen como para que alcanzara para un año.

Había una mezcla de desafío y tristeza en la mirada de Jem. ―He aumentado el ritmo de las dosis. ―¿Aumentado? ¿Cuánto? Ahora, Jem no enfrentaba su mirada. ―He estado tomando dos veces, quizás tres, como mucho. ―Pero la velocidad con la que tomas la droga está ligada al deterioro de tu salud

―adujo Will, y cuando Jem no respondió, elevó la voz y espetó una sola palabra―. ¿Por qué?

―No quiero vivir media vida… ―¡A este ritmo, ni siquiera vivirás un quinto de vida! ―gritó Will y contuvo el

aliento. La expresión de Jem había cambiado. Tuvo que azotar la caja que tenía en la mano contra la mesita de noche, para contenerse de dar un puñetazo a la pared.

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Jem se irguió, con la espalda recta y los ojos llameantes. ―Hay más en vivir que no morir ―sentenció―. Mira la forma en que tú vives, Will.

Ardes, tan brillante como una estrella. Yo tomaba la droga suficiente como para mantenerme vivo, pero no lo bastante como para mantenerme sano. Un poquito más de droga antes de las batallas, tal vez, para darme energía, pero por lo demás, era solo media vida, un crepúsculo gris…

―¿Pero ahora has cambiado la dosis? ¿Ha sido desde el compromiso? ―exigió saber Will―. ¿Es por Tessa?

―No puedes culparla por esto. Fue mi decisión. Ella no tiene sabe de esto. ―Ella querría que tú vivas, James… ―¡Pero no voy a vivir! ―Y de repente, Jem estaba de pie, con las mejillas

arreboladas; estaba más enfadado de lo que nunca lo había visto, pensó Will―. No voy a vivir, y puedo elegir estar tanto como pueda para ella, arder tan brillantemente para ella como lo desee por un tiempo más corto, que cargarla con alguien que solo está vivo a medias, por un tiempo más largo. Es mi elección, William, y tú no puedes hacerla por mí.

―Quizás sí pueda. Siempre he sido yo quien compra el yin fen para ti… El color desapareció del rostro de Jem. ―Si te niegas a hacerlo, lo comparé por mi cuenta. Siempre he estado dispuesto.

Fuiste tú quien dijo que quería ser el comprador. Y en cuanto a eso… ―Se quitó el anillo de la familia Carstairs del dedo y se lo ofreció a Will―. Toma.

Will dejó que sus ojos bajaran hacia la joya, y luego los alzó hacia el rostro de Jem. Una docena de cosas horribles que podía decir, o hacer, cruzaron su mente. Había descubierto que uno no puede desprenderse de un personaje con tanta rapidez. Fingió ser cruel durante tantos años, que su primer instinto seguía siendo fingir, como un hombre distraído que conduce su carruaje hacia la casa donde vivió toda su vida, a pesar de haberse mudado recientemente.

―¿Ahora quieres casarte conmigo? ―dijo, al fin. ―Vende el anillo ―explicó Jem―. Para el dinero. Te lo dije, no deberías pagar por

mis drogas. Yo pagué por ti una vez, lo sabes, y recuerdo la sensación. Fue desagradable.

Will hizo una mueca, luego bajó la mirada hacia el símbolo de la familia Carstairs, que destellaba en la mano de Jem, pálida y llena de cicatrices. Extendió la mano y tomó suavemente la de su amigo, cerrándole los dedos sobre el anillo.

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―¿Cuándo te convertiste tú en el imprudente y yo en el cauteloso? ¿Desde cuándo tengo que protegerte de ti mismo? Siempre has sido tú quien me protege a mí. ―Sus ojos buscaron el rostro de Jem―. Ayúdame a comprenderte.

Jem se quedó muy quieto. Luego, dijo: ―En un principio, cuando me di cuenta de que amaba a Tessa, pensé que, tal vez, el

amor me estaba haciendo bien. No tuve un ataque en mucho tiempo. Y cuando le pedí que se casara conmigo, le dije eso: que el amor me había sanado. Así que la primera vez que yo… la primera vez que volvió a suceder, después de eso, no pude soportar la idea de decírselo, menos aún que Tessa pensara que aquello podía disminuir mi amor por ella. Tomé más droga para evitar una recaída. Pronto, estaba tomando más droga solo para mantenerme firme, lo que solía usar para desempeñarme durante toda una semana. No tengo años, Will. Podría ni siquiera tener meses. Y no quiero que Tessa lo sepa. Por favor, no se lo digas. No solo por su bienestar, sino también por el mío.

Contra su voluntad, Will comprendió. Pensó que él habría hecho cualquier cosa, dicho cualquier mentira, tomado cualquier riesgo, para hacer que Tessa lo amara. Hubiera hecho…

Casi todo. No hubiera traicionado a Jem por ello. Eso era lo único que no haría. Y allí estaba Jem, de pie, con una mano en la de él, buscando su empatía con los ojos, su comprensión. ¿Y cómo no podría comprender Will? Se recordó a sí mismo en la sala de Magnus, rogando que lo enviara a los dominios de los demonios antes que vivir otra hora, otro momento de una vida que ya no podía soportar.

―Así que estás muriendo por amor ―dijo Will al fin, su voz sonaba constreñida a sus propios oídos.

―Me estoy muriendo un poco más rápido por amor. Y hay formas peores de morir. Will soltó la mano de Jem, quien paseó la mirada desde el anillo hasta él, con ojos

inquisitivos. ―Will… ―Iré a Whitechapel ―anunció―. Esta noche. Te conseguiré todo el yin fen que

haya, todo el que podrías necesitar. Jem sacudió la cabeza. ―No voy a pedirte que hagas algo que va contra tu conciencia. ―Mi conciencia ―susurró Will―. Tú eres mi conciencia. Siempre lo has sido, James

Carstairs. Haré esto por ti, pero voy a sacarte una promesa primero. ―¿Qué tipo de promesa?

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―Hace años, tú me pediste que deje de buscar una cura para ti ―respondió Will―. Quiero que me liberes de esa promesa. Libérame para echar un vistazo por allí, al menos. Libérame para buscar.

Jem lo miró, con cierto asombro. ―Justo cuando creí que te conocía a la perfección, vuelves a sorprenderme. Sí, te

libero. Haz lo que debas hacer. No puedo coartar tus mejores intenciones; eso sería cruel. Y yo haría lo mismo por ti de estar en tu lugar. Lo sabes, ¿no es así?

―Lo sé. ―Will se adelantó un paso. Puso sus manos sobre los hombros de Jem, sintiendo lo agudos que eran bajo su agarre, los huesos finos como las alas de un pájaro―. Esto no es algún tipo de promesa vacía, James. Créeme, no hay nadie que sepa más que yo el dolor de las falsas esperanzas. Buscaré. Si hay algo que encontrar, lo encontraré. Pero hasta entonces…tu vida es tuya, para que la vivas como escojas hacerlo.

Increíblemente, Jem sonrió. ―Lo sé ―dijo―, pero es amable de tu parte el recordármelo. ―Soy todo amabilidad ―dijo Will. Sus ojos recorrieron el rostro de Jem, ese rostro

tan familiar como el suyo propio―. Y determinación. Tú no vas a abandonarme. No, mientras yo viva.

Los ojos de Jem se dilataron, pero no dijo nada. No había nada más que decir. Will dejó caer las manos de los hombros de su parabatai y se giró hacia la puerta.

Cecily estaba de pie en el mismo lugar donde había estado más temprano ese día,

con el cuchillo en la mano derecha. Entrecerró los ojos siguiendo su línea de visión, alzó el cuchillo y lo lanzó volando. Se clavó en la pared, justo en el exterior del círculo dibujado.

Su conversación con Tessa no calmó sus nervios, solo los empeoró. Había un aire de tristeza atrapada y resignada en Tessa, que la había hecho sentirse irritable y ansiosa. Furiosa como estaba con Will, no podía evitar sentir que Tessa tenía un poco de miedo por él, algún temor en su corazón del que no quería hablar, y Cecily anhelaba saber qué era. ¿Cómo podría proteger a su hermano, si ni siquiera sabía de qué necesitaba ser protegido?

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Después de recuperar el cuchillo, lo volvió a alzar a nivel de sus hombros y lo hizo volar. Esta vez, se clavó aún más lejos del círculo, provocándole una exhalación de furia.

―¡Uffern nef!3 ―murmuró en galés. Su madre se habría horrorizado, pero claro, su madre no estaba allí.

―Cinco ―dijo una voz arrastrada, desde el pasillo exterior. Cecily se volvió. Había una sombra en la puerta, una sombra que, cuando avanzó,

se convirtió en Gabriel Lightwood, con el cabello castaño revuelto y los ojos verdes, tan nítidos como el cristal. Eran tan alto como Will, quizás más, pero más desgarbado que su hermano.

―No entiendo de qué está hablando, señor Lightwood. ―Su tiro ―respondió él, con un elegante movimiento del brazo―. Yo lo calificaría

con cinco puntos. Su habilidad y técnica, tal vez, requieran trabajo, pero el talento innato está allí, ciertamente. Lo que usted necesita es práctica.

―Will ha estado entrenándome ―explicó, mientras él se acercaba. Gabriel dejó caer ligeramente las comisuras de su boca. ―Como ya he dicho. ―Supongo que usted podría hacerlo mejor. Él se detuvo y extrajo el cuchillo de la pared. Alardeó un poco, haciéndolo girar

entre sus dedos. ―Así es ―afirmó―. Fui entrenado por los mejores y había estado entrenando a la

señorita Collins y a la señorita Gray… ―Eso he oído. Hasta que se aburrió. Ése no es el compromiso que podría buscar en

un tutor. ―Cecily mantuvo su tono de voz sereno; recordaba el tacto de Gabriel cuando él la puso de pie en la residencia Lightwood, pero sabía que a Will le desagradaba, y la petulancia distante de su voz la molestaba.

Gabriel tocó la punta de su dedo con el extremo del cuchillo. La sangre brotó como una perla roja. Tenía dedos callosos, con una lluvia de pecas en el dorso de las manos.

―Ha cambiado de atuendo. ―Estaba cubierto de sangre e icor. ―Ella lo miró, recorriéndolo de arriba abajo―.

Veo que usted no. Por un momento, una mirada extraña cruzó el rostro del joven. Luego desapareció,

pero ella había visto a su hermano ocultar sus emociones las veces suficientes como para reconocer los signos.

3 La traducción más aproximada es: ¡Maldito infierno!, que no parecerá muy grosero, pero hay que tener en cuenta que, para la época victoriana y en boca de una jovencita, sería una de las peores blasfemias.

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―Ninguna de mis ropas están aquí ―le explicó― y no sé dónde voy a vivir. Podría regresar a una de las residencias de mi familia, pero…

―¿Está considerado permanecer en el Instituto? ―preguntó Cecily sorprendida, al leerlo en su rostro―. ¿Qué dijo Charlotte?

―Ella lo permitiría. ―El rostro de Gabriel cambió brevemente, una repentina vulnerabilidad, donde antes solo mostraba dureza―. Mi hermano está aquí.

―Sí ―dijo Cecily―. Al igual que el mío. Gabriel hizo una pausa momentánea, casi como si esa idea no se le hubiera

ocurrido. ―Will ―dijo―. Usted se parece mucho a él. Es… desconcertante. ―Sacudió la

cabeza entonces, como si estuviera limpiándosela de telarañas―. Acabo de ver a su hermano ―explicó―. Bajaba a zancadas los escalones de la entrada del Instituto, como si los Cuatro Jinetes del Apocalipsis lo persiguieran. Supongo que usted no sabrá de qué se trata.

Propósito. El corazón de Cecily dio un vuelco. Cogió el cuchillo de la mano de Gabriel, haciendo caso omiso de su exclamación de sorpresa.

―No del todo ―contestó ella― pero tengo la intención de averiguarlo.

Mientras la City de Londres parecía apagarse mientras la jornada laboral terminaba,

el East End irrumpía a la vida. Will se movía por las calles llenas de puestos de ropas y zapatos de segunda mano. Traperos y afiladores de cuchillos empujaban sus carros por las sendas, pregonando su mercadería con voces roncas. Las carnicerías tenían las puertas abiertas, con los mostradores salpicados de sangre y las reses colgando de las ventanas. Las mujeres lavaban la ropa, gritándose a través de la calle, sus voces estaban tan teñidas con el acento de todos los nacidos bajo el sonido de Bow Bells4, que podrían haber estado hablando en ruso por lo que Will podía entenderles.

Había empezado a caer una fina llovizna que humedeció el cabello de Will mientras cruzaba frente a la tienda de un tabacalero, cerrada para entonces, y doblaba una esquina hacia una calle estrecha. Veía la torre de la iglesia Whitechapel a la distancia. Las sombras se reunían allí, la niebla era espesa y suave, olía a hierro y basura. Un canal angosto corría por mitad de la calzada, lleno de agua pestilente. Más adelante

4 Habitantes del bajo fondo del East End londinese. Tienen un acento característico, conocido como cockney.

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había una puerta, una lámpara de gas colgaba a cada lado. Mientras fingía pasar de largo, Will se metió dentro súbitamente y extendió la mano.

Se oyó un grito y entonces reapareció Will, tirando hacia él una figura delgada vestida de negro: Cecily, con una capa de terciopelo arrojada apresuradamente sobre el vestido. El cabello oscuro se derramaba de los bordes de la capucha y esos ojos azules, tan parecidos a los suyos, le devolvieron la mirada.

―¡Suéltame! ―le espetó con furia. ―¿Qué haces al seguirme por los callejones de Londres, pequeña idiota? ―Will le

dio un ligero sacudón. Ella estrechó los ojos. ―Esta mañana era cariad, ¿ahora soy idiota? ―Estas calles son peligrosas ―adujo Will―. Y tú no sabes nada de ellas. Ni siquiera

estás usando una runa de glamour. Una cosa es declarar que no tienes miedo de nada cuando vives en el campo, pero esto es Londres.

―No le temo a Londres ―anunció Cecily, desafiante. Will se acercó, casi siseándole al oído. ―Fyddai’n wneud unrhyw dda yn ddweud wrthych i fynd adref? Ella se echó a reír. ―No, no harías ningún bien en decirme que me vaya a casa. Rwyt ti fy mrawd acrwy

eisiau mynd efo chi. Will parpadeó ante sus palabras. «Eres mi hermano y quiero ir contigo.» Era el tipo

que cosas que acostumbraba oír de Jem, y aunque Cecily era diferente a Jem en cada forma concebible, compartían una cualidad: terquedad absoluta. Cuando Cecily decía que quería algo, no expresaba un deseo ocioso, sino una determinación férrea.

―¿Te interesa siquiera dónde voy? ―preguntó―. ¿Y si voy al Infierno? ―Siempre quise ver el Infierno ―respondió Cecily con calma―. ¿Acaso no lo

quiere todo el mundo? ―La mayor parte de nosotros pasamos nuestra vida luchando para mantenernos al

margen de éste ―dijo Will―. Voy a una guarida de ifrit, si quieres saberlo, a comprarle drogas a réprobos violentos y disolutos. Podrían posar los ojos en ti y decidir comprarte.

―¿No los detendrías? ―Supongo que dependerá de cuánto dinero me ofrezcan. Ella sacudió la cabeza.

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―Jem es tu parabatai ―dijo―. Él es tu hermano, otorgado a ti por la Clave. Pero yo soy tu hermana por sangre. ¿Por qué haces cualquier cosa por él, pero lo único que quieres es que yo me vaya a casa?

―¿Cómo sabes que las drogas son para Jem? ―No soy tonta, Will. ―No, es una lástima ―murmuró Will―. Jem… Jem es la mejor parte de mí. No

espero que lo entiendas. Le debo esto. ―Entonces, ¿qué soy yo? ―preguntó Cecily. Will soltó el aire, demasiado exasperado para contenerse. ―Tú eres mi debilidad. ―Y Tessa es tu corazón ―sentenció ella, pero no con enojo, sino pensativa―. Te lo

dije, no soy tonta ―añadió, ante su expresión de sorpresa―. Sé que estás enamorado de ella.

Will se llevó las manos a la cabeza, como si sus palabras le hubiesen causado un dolor desgarrador allí.

―¿Se lo has contado a alguien? No debes hacerlo, Cecily. Nadie lo sabe y debe permanecer así.

―No se lo diría a nadie. ―No, supongo que no, ¿verdad? ―Su voz se había vuelto dura―. Debes estar

avergonzada de tu hermano… que alberga sentimientos ilícitos hacia la prometida de su parabatai…

―No me avergüenzo de ti, Will. Lo que sea que sientas, no lo has elegido, y supongo que todos queremos cosas que no podemos tener.

―¿Oh? ―dijo Will―. ¿Y qué es lo que quieres y que no puedes tener? ―Que regreses a casa. ―Un mechón de cabello oscuro se le había pegado a la

mejilla por la humedad, haciendo parecer que había estado llorando, a pesar de que Will sabía que no era así.

―El Instituto es mi hogar. ―Will suspiró y apoyó la cabeza contra la arcada de piedra―. No puedo estar aquí, discutiendo contigo toda la noche, Cecy. Si estás decidida a seguirme al Infierno, no puedo detenerte.

―Por fin has entrado en razón. Sabía que lo harías; estás emparentado conmigo, después de todo.

Will luchó contra la urgencia de sacudirla… otra vez. ―¿Estás lista? Ella asintió, y Will levantó la mano para golpear la puerta.

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La puerta se abrió de golpe y Gideon se quedó de pie, en el umbral de su

dormitorio, parpadeando como si hubiera estado en algún lugar oscuro y acabara de salir a la luz. Sus pantalones y camisa estaban arrugados y uno de los tirantes se había deslizado hasta mitad del brazo.

―¿Señor Lightwood? ―preguntó Sophie, titubeando en el umbral. Llevaba una bandeja en las manos cargada de bollos y té, solo lo suficientemente pesada como para resultar incómoda―. Bridget me dijo que deseaba una bandeja…

―Sí. Por supuesto que sí. Entre. ―Como si hubiera entrado a una vigilia plena, Gideon se enderezó y la condujo a través del umbral. Se había quitado las botas, y se veía que las había pateado a una esquina. A toda la habitación le faltaba su habitual pulcritud. Las ropas de combate estaban desparramadas sobre una silla de respaldo alto. Sophie se estremeció por dentro, al pensar lo que sucedería con el tapizado. Sobre la mesa de luz había una manzana a medio comer y, desparramado a mitad de la cama, estaba Gabriel Lightwood, profundamente dormido.

Era evidente que este último llevaba las ropas de su hermano, porque le quedaban demasiado cortas en las muñecas y tobillos. Dormido, parecía más joven, la tensión habitual estaba suavizada en su expresión. Una de sus manos aferraba una almohada, como un seguro.

―No pude despertarlo ―dijo Gideon, abrazándose de forma inconsciente―. Tendría que haberlo llevado de regreso a su habitación, pero… ―suspiró―. No me atreví.

―¿Se quedará? ―preguntó Sophie, depositando la bandeja en la mesita de noche―. En el Instituto, quiero decir.

―No… no lo sé. Eso creo. Charlotte le dijo que era bienvenido a hacerlo. Creo que ella lo aterroriza. ―La boca de Gideon se curvó ligeramente.

―¿La señora Branwell? ―Sophie se erizó, como cada vez que pensaba que criticaban a su ama―. ¡Pero si es la más gentil de las personas!

―Sí… pienso que ésa es la razón por la que lo aterroriza. Ella lo abrazó y le dijo que, si se quedaba aquí, el incidente con mi padre iba a quedar en el pasado. No estoy seguro de a cuál de los incidentes con mi padre se refería ―añadió Gideon, con sequedad―. Lo más probable es que sea aquel donde Gabriel apoyó su candidatura para hacerse cargo del Instituto.

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―¿No cree que se refería al más reciente? ―Sophie apartó un mechó de cabello, que se le había escapado de la cofia―. Con el…

―¿Gusano enorme? No, es extraño, pero no lo sé. Sin embargo, no está en la naturaleza de mi hermano esperar que lo perdonen. Por nada. Él solo comprende la disciplina más estricta. Puede estar pensando que Charlotte está tratando de jugarle alguna broma pesada, o que está loca. Ella le mostró la habitación que podría ser para él, pero creo que todo el asunto lo estaba asustando. Vino a hablar conmigo al respecto y se durmió. ―Gideon suspiró y miró a su hermano con una mezcla de ternura, exasperación y tristeza, que hizo que el corazón de Sophie latiera con simpatía.

―Su hermana… ―Oh, Tatiana ni siquiera consideraría por un momento el alojarse aquí ―dijo

Gideon―. Tiene a los Blackthorn, sus parientes políticos y de buena posición. No es estúpida (de hecho, ella considera que su inteligencia es bastante superior), pero sí egocéntrica y vanidosa, y no hay cariño entre ella y mi hermano. Él había estado despierto por días, imagínese, esperando en esa casa malditamente grande, sin poder entrar a la biblioteca, dando puñetazos a la puerta cuando no hubo respuesta de mi padre…

―Se siente protector con él ―observó Sophie. ―Por supuesto; es mi hermano menor. ―Se trasladó a la cama y pasó una mano

por el desordenado cabello castaño de Gabriel; el otro muchacho se movió y emitió un sonido bajo, pero no se despertó.

―Pensé que él no lo perdonaría por ir en contra de su padre ―dijo Sophie―. Usted había dicho… que temía eso. Que él considerara sus acciones como una traición al nombre de los Lightwood.

―Creo que ha empezado a cuestionar el nombre de los Lightwood, como lo hice yo en Madrid. ―Gideon se apartó de la cama.

Sophie inclinó la cabeza. ―Lo lamento ―dijo―. Lamento lo de su padre. Más allá de cualquier cosa que

hayan dicho sobre él, o cualquier cosa que él haya hecho, era su padre. Él se volvió hacia ella. ―Pero, Sophie… Ella no lo corrigió por haber usado su nombre de pila. ―Sé que él hizo cosas deplorables ―dijo―. No obstante, debe permitirse llorar su

muerte. Nadie puede quitarle esa pena, pues le pertenece a usted, y solo a usted. Él le tocó la mejilla suavemente, con la punta de sus dedos. ―¿Sabes que tu nombre significa «sabiduría»? Está muy bien otorgado.

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Sophie tragó con fuerza. ―Señor Lightwood… Pero sus dedos se habían estirado para cubrirle la mejilla y él se inclinaba para

besarla. ―Sophie ―suspiró y entonces, sus labios se encontraron el uno al otro, un ligero

toque para dar lugar a una presión mayor, mientras él la inclinaba hacia atrás. Ligera y delicadamente, ella curvó las manos alrededor de los hombros de Gideon. «Manos demasiado ásperas, arruinadas por el lavado y el acarreo, por el rasqueteado de las parrillas, por quitar el polvo y pulir» pensó ella, pero a él no parecía importarle o siquiera notarlas.

Entonces, ella se acercó más, el tacón de su zapato quedó atrapado en la alfombra y se vio cayendo al suelo. Gideon la atrapó. Cayeron juntos. El rostro de Sophie ardía de vergüenza. Dios mío, él iba a pensar que ella lo había derribado a propósito, que era algún tipo de mala mujer, de intensiones lascivas. Se le había caído la cofia y sus rizos oscuros caían sobre su rostro. La alfombra se sentía suave bajo ella y, por encima, Gideon susurraba su nombre con preocupación. Sophie giró la cabeza a un lado, con las mejillas todavía ardiendo, y se encontró mirando debajo de la cama con dosel.

―Señor Lightwood ―dijo, incorporándose sobre los codos―. Ésos bajo su cama ¿son bollos?

Gideon se quedó inmóvil, parpadeando como un conejo acorralado por sabuesos. ―¿Qué? ―Allí. ―Señaló el montículo de formas oscuras apiladas bajo el dosel―. Hay una

verdadera montaña de bollos bajo su cama. ¿Qué diablos es eso? Gideon se sentó y se pasó las manos por el cabello revuelto, mientras Sophie

retrocedía para salir bajo él, haciendo crujir las faldas a su alrededor. ―Yo… ―Pedía esos bollos casi todos los días. Los exigía, señor Lightwood. ¿Por qué hizo

eso si no los quería? A él se le oscurecieron las mejillas. ―Fue la única manera que se me ocurrió de poder verte. No me hablabas, no me

escuchabas cuando intentaba hablar contigo… ―¿Así que mintió? ―Aferrando su cofia caída, Sophie se puso de pie―. ¿Tiene idea

de la cantidad de trabajo que tengo que hacer, señor Lightwood? Transportar carbón y agua caliente, quitar el polvo, pulir, limpiar lo que ensucian usted y los demás… y no es que me importe o me queje, pero ¿cómo se atreve a hacerme trabajar extra, hacerme

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acarrear bandejas pesadas al subir y bajar las escaleras, solo para traerle algo que ni siquiera quería?

Gideon se puso de pie, con sus ropas aún más arrugadas. ―Perdóname ―le pidió―. No pensé en eso. ―No. ―Sophie, furiosa, se acomodó el cabello bajo la cofia―. Nunca ha pensado

mucho, ¿no es así? Y con eso, salió a zancadas de la habitación, dejando a Gideon con la mirada

perdida. ―Bien hecho, hermano ―lo felicitó Gabriel desde la cama, parpadeando soñoliento.

Gideon le arrojó un bollo.

―Henry. ―Charlotte cruzó el suelo de la cripta. Las antorchas de luz mágica ardían

con tal intensidad, que parecía que era de día, aunque ella sabía que estaban más cerca de la medianoche. Henry estaba inclinado sobre la mayor de las mesas de madera esparcidas en el centro de la habitación. Alguna cosa odiosa ardía en un vaso de precipitado sobre otra mesa, emitiendo grandes bocanadas de humo color lavanda. Una enorme pieza de papel, del tipo que usaban los carniceros para envolver sus productos, estaba extendida sobre la mesa de Henry, y él la estaba cubriendo con toda clase de misteriosas cifras y cálculos, murmurando para sí en voz baja, mientras escribía―. Henry, cariño, ¿no estás exhausto? Has estado aquí abajo por horas.

Henry se sobresaltó y levantó la mirada, luego se puso las gafas que usaba para trabajar sobre el cabello rojizo.

―¡Charlotte! ―Parecía asombrado, incluso emocionado, al verla; solo Henry se sorprendía al ver a su propia esposa en su propia casa, pensó Charlotte―. Mi ángel. ¿Qué estás haciendo aquí? Hace un frío que hiela. Eso no puede ser bueno para el bebé.

Charlotte se echó a reír, pero no opuso resistencia cuando Henry corrió hacia ella y le dio un suave abrazo. Desde que se había enterado que iban a tener un hijo, la trataba como si fuera porcelana china. Él le dio un beso en lo alto de la cabeza y se echó hacia atrás para estudiarle el rostro.

―De hecho, luces un poco cansada. Quizás deberías pedirle a Sophie que te llevara algún té fortalecedor a tu habitación en lugar de cenar. Iré a…

―Henry. Decidimos no cenar hace horas… todo el mundo se llevó unos sándwiches a sus habitaciones. Jem está demasiado enfermo aún para comer, y los

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chicos Lightwood demasiado conmocionados. Y sabes cómo se pone Will cuando Jem no está bien. Y Tessa también, por supuesto. En realidad, toda la casa se está cayendo a pedazos.

―¿Sándwiches? ―preguntó Henry, quien parecía haber tomado eso como parte sustancial del discurso de Charlotte y la estaba mirando nostálgico.

―Hay algunos para ti escaleras arriba, Henry, si puedes salir de este lugar. Supongo que no debo regañarte… he estado hojeando los diarios de Benedict y son muy fascinantes… pero, ¿en qué estás trabando?

―En un portal ―respondió Henry con impaciencia―. Un medio de transporte. Algo que, posiblemente, podría trasladar a un Cazador de Sombras de un punto del planeta a otro, en cuestión de segundos. Fue el anillo de Mortmain el que me dio la idea.

Los ojos de Charlotte estaban muy abiertos. ―Pero los anillos de Mortmain son, seguramente, magia oscura… ―Pero este no. Oh, y hay algo más. Ven. Esto es para Buford. Charlotte permitió que su esposo la tomara por la muñeca y la arrastrara por la

habitación. ―Te lo he dicho un centenar de veces, Henry: ningún hijo mío se llamará Buford…

Por el Ángel, ¿eso es una cuna? Henry sonrió. ―¡Es mejor que una cuna! ―exclamó, agitando el brazo para indicar una cama de

bebé de madera de aspecto robusto, que pendía entre dos postes, de modo que pudiera oscilar de lado a lado. Charlotte admitió para sí misma que era una pieza de mobiliario de aspecto agradable―. ¡Es una cuna auto-mecedora!

―¿Una qué? ―preguntó Charlotte con voz débil. ―Observa. ―Henry se adelantó un paso con orgullo y presionó algún tipo de

botón invisible. La cuna comenzó a mecerse suavemente, de un lado a otro. Charlotte soltó el aliento. ―Es adorable, cariño. ―¿Te gusta? ―sonrió Henry―. Así, ahora se mecerá un poco más rápido. ―Y así

fue, con leves sacudidas al moverse, que a Charlotte le dieron la sensación de haber sido arrojada a la deriva en un mar agitado.

―Hm ―vaciló ella―. Henry, hay algo que deseo comentar contigo. Algo importante.

―¿Más importante que el que nuestro hijo sea mecido suavemente para que duerma cada noche?

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―La Clave ha decidido liberar a Jessamine ―cortó Charlotte―. Regresará al Instituto. Llega en dos días.

Henry se volvió hacia ella con expresión incrédula. Tras él, la cuna se mecía cada vez más rápido, como un carruaje desbocado a toda velocidad.

―¿Va a regresar aquí? ―Henry, no tiene otro lugar donde ir. Henry abrió la boca para replicar pero, antes que surgiera una palabra, hubo un

terrible sonido de algo que se rompía, y la cuna se soltó de sus amarres, para cruzar volando la habitación y estrellarse contra la pared más lejana, donde explotó en pedazos.

Charlotte soltó un pequeño jadeo y alzó las manos para cubrirse la boca. Henry frunció el ceño.

―Quizás, con algunos ajustes al diseño… ―No, Henry ―dijo Charlotte, con firmeza. ―Pero… ―Bajo ninguna circunstancia. ―Había puñales en la voz de su mujer. Henry suspiró. ―Muy bien, querida.

«Los Dispositivos Infernales no tienen compasión. Los Dispositivos Infernales no

tienen remordimiento. Los Dispositivos Infernales son innumerables. Los Dispositivos Infernales nunca se detendrán.»

Las palabras escritas en la pared del estudio de Benedict hacían eco en la cabeza de Tessa, cuando se sentó junto a la cama de Jem a observarlo mientras dormía. No estaba segura qué hora era con exactitud; desde luego, era «a altas horas», como hubiese dicho Bridget. Indudablemente, había pasado medianoche. Jem estaba despierto cuando ella entró, justo después que Will se marchara; despierto, sentado y lo suficientemente bien como para tomar algo de té y tostadas, aunque estaba más pálido y agitado de lo que a ella le gustaría.

Sophie había entrado más tarde, a retirar la comida, y le había sonreído a Tessa. ―Espónjele las almohadas ―sugirió en un susurro y Tessa lo había hecho, aunque

Jem pareció divertido ante su esponjado. Tessa nunca había tenido experiencia en atender enfermos. Cuidar de su hermano cuando estaba borrado era lo más cerca que estuvo de jugar a la enfermera. Ahora no le importaba que fuera Jem, no le importaba

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estar sosteniendo su mano mientras él respiraba suavemente, con los ojos medio cerrados y las pestañas aleteando contra los pómulos.

―No fue muy heroico ―dijo él de pronto, sin abrir los ojos, aunque su voz era firme.

Tessa se sobresaltó y se inclinó hacia delante. Antes, había deslizado sus dedos entre los de él y sus manos entrelazadas descansaban sobre la cama, junto a Jem. Los dedos se sentían fríos en los suyos, el pulso lento.

―¿A qué te refieres? ―Hoy ―respondió él en voz baja, y tosió―. Al desplomarme y toser sangre por

toda la residencia Lightwood… ―Eso solo mejoró el aspecto del lugar ―indicó Tessa. ―Ahora suenas como Will ―Jem sonrió, somnoliento―. Y estás cambiando de

tema, igual que haría él. ―Por supuesto que lo hago. Como si fuera a pensar menos de ti por estar enfermo;

sabes que no es así. Y hoy fuiste muy heroico. Aunque, antes Will estaba diciendo que todos los héroes terminan mal y que él no podía imaginar por qué alguien querría ser uno de ellos ―añadió.

―Ah. ―La mano de Jem apretó la suya brevemente y luego la soltó―. Bueno, Will lo está considerando desde el punto de vista del héroe, ¿no es así? Pero, en cuanto al resto de nosotros, es una respuesta fácil.

―¿Lo es? ―Por supuesto. Los héroes existen porque los necesitamos. No para su propio bien. ―Hablas de ellos como si creyeras que no eres uno. ―Se inclinó para apartarle el

cabello de la frente. Él se inclinó hacia su contacto y cerró los ojos―. Jem… alguna vez… ―vaciló―. ¿Alguna vez has pensado en modos de prologar tu vida, que no sean una cura para la droga?

Y fue allí que sus párpados se abrieron al completo. ―¿Qué quieres decir? Ella pensó en Will, sobre el suelo del ático, ahogándose en agua bendita. ―Convertirte en un vampiro. Vivirías para siempre… Jem se enderezó bruscamente contra las almohadas. ―Tessa, no. No… no puedes pensar de esa manera. Ella apartó los ojos de él. ―¿La idea de convertirte en un Submundo es tan horrible para ti? ―Tessa… ―resopló Jem―. Soy un Cazador de Sombras. Un Nefilim. Como lo

fueron mis padres antes que yo. Es la herencia que reclamarán de mí, como yo reclamé

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la herencia de mi madre como parte de lo que soy. Eso no significa que odie a mi padre. Pero honro los legados que ellos me dieron, la sangre del Ángel, la confianza depositada en mí, los votos que he tomado. Además, creo que no sería un buen vampiro. Los vampiros, por lo general, nos desprecian bastante. A veces, Convierten a un Nefilim como broma, pero ese vampiro es relegado por los demás. Nosotros llevamos el día y el fuego de los ángeles en nuestras venas, todo lo que ellos odian. Los vampiros me repudiarían, y los Nefilim me repudiarían. Ya nunca más sería el parabatai de Will, nunca más sería bienvenido en el Instituto. No, Tessa. Prefiero morir, renacer y ver el sol de nuevo, antes que vivir hasta el fin del mundo, sin la luz del día.

―En un Hermano Silencioso, entonces ―insistió ella―. El Codex dice que las runas con las que se marcan, son lo suficientemente poderosas como para detener su mortalidad.

―Los Hermanos Silenciosos no pueden casarse, Tessa. ―Había alzado la barbilla. Tessa sabía desde hacía largo tiempo, que debajo de la gentileza de Jem, había una obstinación tan fuerte como la de Will. Ella podía verla en ese momento, acero bajo la seda.

―Sabes que preferiría tenerte con vida y no casado conmigo, que… ―Su garganta se cerró ante la palabra.

Los ojos de Jem se suavizaron. ―El camino de la Hermandad Silenciosa no está abierto para mí. Con el yin fen

contaminando mi sangre, no podría sobrevivir a las runas que se marcan ellos. Tendría que cesar de tomar la droga hasta sacarla de mi sistema, y lo más probable, es que eso me mate. ―Debió ver algo en la expresión de ella, pues endulzó la voz―. Y no es mucha vida la que tienen. Los Hermanos Silenciosos son sombras y oscuridad, silencio y… nada de música. ―Tragó saliva―. Además, no deseo vivir para siempre.

―Yo podría vivir para siempre ―dijo Tessa. La enormidad de todo ello era algo que aún no podía comprender al completo. Era tan difícil de entender que tu vida no terminaría nunca, como entender lo que eso significaba.

―Lo sé ―asintió Jem―. Y lo lamento por eso, porque creo que es una carga que nadie debería soportar. Sabes que creo que volvemos a vivir, Tessa. Yo regresaré, aunque no en este cuerpo. Las almas de aquellos que se han amado el uno al otro, se atraen en vidas siguientes. Veré a Will, a mis padres, mis tíos, Charlotte y Henry…

―Pero no me verás a mí. ―No era la primera vez que lo pensaba, aunque a menudo aplastaba la idea en cuanto surgía. «Si soy inmortal, entonces solo tengo esta, esta única vida. No regresaré y cambiaré como tú lo haces, James. No te veré en el Hielo, en las orillas del gran río, o en donde sea que exista la vida más allá de ésta.»

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―Te veo ahora ―Jem extendió una mano y la apoyó en su mejilla, sus ojos claros de color gris plateado buscaron los de ella.

―Y yo te veo a ti ―susurró Tessa. Él sonrió con cansancio y cerró los ojos. Ella apoyó una mano sobre la de él, con la mejilla descansando en el hueco de la palma. Se quedó sentada en silencio, sintiendo los dedos fríos contra su piel, hasta que la respiración de Jem se hizo más lenta y los dedos quedaron laxos entre los suyos; se había quedado dormido. Con una sonrisa triste, depositó la mano suavemente, para que descansara sobre la colcha.

La puerta de la habitación se abrió; Tessa se giró en la silla y vio a Will, de pie en el marco, aún con abrigo y guantes. Una mirada a su rostro duro, perturbado, la hizo ponerse de pie y seguirlo hacia el pasillo.

Will ya avanzaba a zancadas por el pasillo, con la prisa de un hombre que lleva al diablo pisándole los talones. Tessa cerró la puerta de la habitación con cuidado, y corrió en pos de él.

―¿Qué pasa, Will? ¿Qué ha sucedido? ―Acabo de regresar de East End ―respondió. Había dolor en su voz, un dolor que

ella no había percibido tan fuerte desde aquel día, en el salón de invitados, cuando le confesó que estaba comprometida con Jem―. Había ido a buscar más yin fen. Pero ya no hay.

Tessa estuvo a punto de tropezar cuando alcanzaron las escaleras. ―¿Qué quieres decir con que ya no queda? Jem tiene una reserva, ¿no? Will giró el rostro para enfrentarla, caminando hacia atrás por las escaleras. ―Se ha terminado ―dijo, secamente―. Él no quiere que tú lo sepas, pero no hay

manera de ocultarlo. Se ha terminado y no puedo encontrar más. Siempre he sido yo el que la compraba. Tenía proveedores… pero, o bien han desaparecido o bien llegan con las manos vacías. Fui primero a ese lugar… ese lugar al que fueron y me encontraron, tú y Jem, juntos. No tienen yin fen.

―Pues busca en otro lugar… ―He ido a todas partes ―dijo Will, girando en redondo. Salieron al corredor en el

segundo piso del Instituto; la biblioteca y el salón estaban allí. Ambas puertas estaban abiertas, derramando luz amarilla al pasillo―. A todas partes. En el último lugar donde fui, alguien me dijo que habían estado comprando todo, deliberadamente, durante las últimas semanas. No queda nada.

―Pero Jem ―dijo Tessa, el estupor la atravesaba crepitando como fuego―. Sin el yin fen…

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―Morirá. ―Will se detuvo un momento frente a la puerta de la biblioteca; sus ojos encontraron los de ella―. Precisamente esta tarde, él me dio permiso para localizar una cura. Para buscarla. Y ahora va a morir, porque no puedo mantenerlo con vida el tiempo suficiente como para encontrarla.

―No ―negó Tessa―. No va a morir; no se lo permitiremos. Will entró a la biblioteca, con Tessa tras él y su mirada vagó por la familiar

habitación, las mesas iluminadas y los estantes de volúmenes antiguos. ―Había libros ―dijo, como si ella no hubiera hablado―. Libros que consulté,

volúmenes sobre venenos raros. ―Se apartó hacia un estante cercano, las manos enguantadas recorrían febrilmente los tomos que descansaban sobre éstas―. Fue hace años, antes que Jem me prohibiera seguir investigando. He olvidado…

Tessa avanzó para unírsele, con las faldas susurrando alrededor de sus tobillos. ―Will, detente. ―Pero tengo que recordar. ―Él se movió hasta otro estante, y luego otro, su cuerpo

alto y esbelto proyectaba una sombra angulosa sobre el suelo―. Tengo que encontrar…

―Will, no podrás leer cada libro de la biblioteca a tiempo. Detente. Ella lo había seguido, a la distancia suficiente como para distinguir el cuello de su chaqueta húmedo por la lluvia―. Eso no ayudará a Jem.

―Entonces, ¿qué? ¿Qué lo hará? ―Will extrajo otro libro, le echó un vistazo y lo arrojó al suelo; Tessa dio un brinco.

―Detente ―le pidió ella de nuevo y lo cogió de la manga, obligándolo a girarse para enfrentarla. Él estaba ruborizado, sin aliento, con el brazo tenso como el hierro bajo sus dedos―. Cuando buscabas la cura antes, no sabías lo que sabes ahora. No tenías los aliados que tienes ahora. Iremos y le preguntaremos a Magnus Bane. Él tiene ojos y oídos en el Submundo; conoce todo tipo de magia. Te ayudó con tu maldición; puede ayudarnos con esto también.

―No había ninguna maldición ―dijo Will, como si estuviera recitando las líneas de una obra de teatro; sus ojos estaban vidriosos.

―Will… escúchame. Por favor. Acudamos a Magnus. Él puede ayudarnos. Él cerró los ojos y respiró profundo. Tessa lo miró atentamente. No podía dejar de

contemplarlo, cuando sabía que él no podía verla: las finas telarañas de las oscuras pestañas contra los pómulos, el ligero tinte azul de sus párpados.

―Sí ―asintió Will, al fin―. Sí. Por supuesto. Tessa… gracias. No pensaba. ―Estabas afligido ―dijo ella, súbitamente consciente de que aún sostenía su brazo

y que estaba tan cerca que podría darle un beso en la mejilla, o rodearle el cuello con

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los brazos para consolarlo. Dio un paso atrás y lo liberó. Él abrió los ojos―. Y pensabas que él siempre te prohibiría buscar una cura. Sabes que yo nunca estuve de acuerdo con ello. Ya había pensado en Magnus.

Los ojos de él buscaron su rostro. ―Pero, ¿nunca le has preguntado? Tessa negó con la cabeza. ―Jem no quería. Pero ahora… Ahora todo ha cambiado. ―Sí. ―Él también se apartó, aunque sus ojos se demoraron en el rostro de Tessa―.

Voy a bajar y le pediré a Cyril que apreste el carruaje. Nos veremos en el patio trasero.

Para: Cónsul Josiah Wayland. De: Miembros del Consejo. Estimado señor: No podemos más que expresar nuestra gran angustia al recibir su carta. Es nuestra

impresión que Charlotte Branwell fue una elección que usted aceptó de todo corazón, y que ella ha demostrado, por sí misma, ser una líder cabal en el Instituto de Londres. Nuestro propio Inquisidor Whitelaw habla muy bien de ella y de la manera en que enfrentó el desafío lanzado por Benedict Lightwood contra su autoridad.

Es nuestra opinión, en conjunto, que George Penhallow no es un sucesor apropiado para el puesto de Cónsul. A diferencia de la señora Branwell, él no se ha probado como un líder ante otros. Es verdad que la señora Branwell es joven y apasionada, pero el rol de Cónsul requiere pasión. Le instamos a dejar de lado la propuesta del señor Penhallow, que es demasiado joven e inmaduro para esa posición, y tomarse un tiempo para considerar, una vez más, la posibilidad de la señora Branwell.

Suyos, en el nombre de Raziel. Miembros del Consejo.

CASSANDRA CLARE DARK GUARDIANS

Traducido por Verittooo

Sí, aunque Dios busque con suficiente cautela, No hallará nada sensato,

Aunque revise todas mis venas, al revisar Él no hallará nada más, excepto amor.

―Laus Veneris, Algernon Charles Swinburne Para: Miembros del Consejo De: Cónsul Josiah Wayland Es con un corazón ponderado que tomo mi pluma para escribirles, caballeros. Muchos de

ustedes me han conocido por un buen número de años, y por muchos de ellos, los he dirigido en la posición de cónsul. Creo que los he liderado bien, y le he servido al Ángel lo mejor que he podido. Sin embargo, errar es humano, y creo que he hecho tal cosa al nombrar a Charlotte Branwell jefa del Instituto de Londres.

Cuando le otorgué el cargo, creía que iba a seguir los pasos de su padre y probar ser una líder leal, obediente a la regla de la Clave. También creía que su marido frenaría sus naturales tendencias femeninas hacia la impulsividad y la irreflexión. Desafortunadamente, éste no ha probado ser el caso. Henry Branwell carece de fuerza de carácter para refrenar a su esposa, y, libre de obligación femenina, ha dejado las virtudes de la obediencia muy detrás. El otro día descubrí que Charlotte había dado órdenes de que la espía Jessamine Lovelace volviera al Instituto tras su salida de la Ciudad Silenciosa, a pesar de mis expresos deseos de que sea enviada a Idris. También sospecho que presta oído a aquellos que no son amigables con la causa de los Nefilim y, de hecho, podría incluso estar en liga con Mortmain, al igual que el hombre lobo, Woolsey Scott.

El Consejo no le sirve al Cónsul; siempre ha sido todo lo contrario. Yo soy un símbolo del poder del Consejo y de la Clave. Cuando mi autoridad es socavada por la desobediencia, socava la autoridad de todos nosotros. Mejor un chico obediente como mi sobrino, cuyo valor no ha sido probado, que uno cuyo valor ha sido probado y hallado falto.

En nombre del Ángel, Cónsul Josiah Wayland

CASSANDRA CLARE DARK GUARDIANS

Will recordó. Otro día, meses atrás, en la habitación de Jem. La lluvia golpeaba contra las

ventanas del Instituto, marcando el vidrio con líneas claras. ―¿Y eso es todo? ―había preguntado Jem―. ¿Eso es todo? ¿La verdad? ―Había

estado sentado en su escritorio, con una de sus piernas doblada sobre la silla bajo él; se veía muy joven. Su violín estaba apoyado contra el lado de la silla. Lo había estado tocando cuando Will entró y, sin preámbulos, anunció que era el final de la simulación, tenía una confesión que hacer, y pretendía hacerla ahora.

Eso puso fin a Bach. Jem apartó el violín, sus ojos en el rostro de Will todo el tiempo, ansiedad aflorando detrás de sus ojos plateados mientras Will se paseaba y hablaba, se paseaba y hablaba, hasta que se quedó sin palabras.

―Eso es todo ―había dicho Will finalmente cuando terminó―. Y no te culpo si me odias. Puedo entenderlo.

Había habido una larga pausa. La mirada de Jem había estado constante en su rostro, constante y plateada en la titubeante luz del fuego.

―Nunca podría odiarte, William. El estómago de Will se contrajo ahora al ver otro rostro, un par de estables ojos

color gris azulado mirándolo. ―Intenté odiarte, Will, pero nunca lo logré ―había dicho ella. En ese momento,

Will había estado dolorosamente consciente de que a Jem no le había contado «todo». Había más verdad. Estaba su amor por Tessa. Pero era su carga a soportar, no la de Jem. Era algo que debía ser ocultado por la felicidad de Jem.

―Merezco tu odio ―le había dicho Will a Jem, con la voz quebrada―. Te puse en peligro. Creí que estaba maldito y que todo el que se preocupara por mí moriría; me permití preocuparme por ti, y te dejé ser un hermano para mí, te puse en peligro…

―No había ningún peligro. ―Pero yo creía que sí. Si te hubiera puesto un revolver contra la cabeza, James, y

hubiera tirado del gatillo, ¿hubiera importado si no hubiera sabido que no había balas en las cámaras?

Los ojos de Jem se habían agrandado, y después había emitido una risa suave. ―¿Crees que no sabía que tenías un secreto? ―le preguntó―. ¿Crees que comencé

mi amistad contigo con los ojos cerrados? No conocía la naturaleza de la carga que llevabas, pero sabía que había una carga. ―Se puesto de pie―. Sabía que te

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considerabas un veneno para todos a tu alrededor ―añadió―. Sabía que pensabas que existía una fuerza corrupta en ti que me rompería. Mi intención era demostrarte que no me rompería, que el amor no era tan frágil. ¿Lo logré?

Will se había encogido de hombros una vez, sin poder hacer nada. Casi había deseado que Jem estuviera enojado con él. Hubiera sido más fácil. Nunca se había sentido tan pequeño en su interior como lo hacía cuando enfrentaba la extensa bondad de Jem. Pensó en el Satán de Milton. «Avergonzado el diablo se puso de pie / Y sintió cuán horrible es la bondad.»

―Me salvaste la vida ―había dicho Will. Una sonrisa se había extendido por el rostro de Jem, tan brillante con el amanecer

avanzando sobre el Támesis. ―Eso es todo lo que quería. ―¿Will? ―Una voz suave interrumpió su ensoñación. Era Tessa, sentada frente a él

dentro el carruaje; sus ojos grises se veían del color de la lluvia a la luz tenue―. ¿En qué estás pensando?

Con esfuerzo se apartó del recuerdo, y fijó los ojos en su rostro, el rostro de Tessa. Ella no llevaba sombrero, y la capucha de su manto brocado había caído hacia atrás. Su rostro estaba pálido; era más ancho en los pómulos, ligeramente puntiagudo en la barbilla. Pensó que nunca había visto un rostro que tuviera tanto poder de expresión: cada sonrisa suya dividía su corazón, también cada mirada de tristeza, como un rayo podía partir un árbol ennegrecido. En ese momento, ella lo estaba mirando con una preocupación melancólica que encogió su corazón.

―Jem ―contestó él, con completa honestidad―. Estaba pensando en su reacción cuando le conté de la maldición de Marbas.

―Solo sintió pesar por ti ―dijo ella inmediatamente―. Sé que fue así porque él me lo contó.

―Pesar, mas no lástima ―respondió Will―. Jem siempre me ha dado exactamente lo que necesito en la forma en que lo necesito, incluso cuando yo mismo no sabía lo que requería. Todo parabatai es devoto. Debemos serlo, dar tanto de nosotros al otro, incluso si ganamos en fuerza al hacerlo. Pero con Jem es diferente. Por muchos años necesité que viviera, y él me mantuvo vivo. Pensé que él no sabía lo que estaba haciendo, pero quizás así sabía.

―Tal vez ―dijo Tessa―. Él nunca hubiera contado un momento de tal esfuerzo como perdido.

―¿Nunca te ha dicho nada de esto?

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Ella negó con la cabeza. Sus manos pequeñas cubiertas con guantes blancos, estaban hechas puños en su regazo.

―Él solo habla de ti con el mayor orgullo, Will ―dijo ella―. Te admira más de lo que podrías imaginar. Cuando se enteró de la maldición, se le rompió el corazón por ti, pero también hubo, casi, una especie de…

―¿Reivindicación? Ella asintió. ―Él siempre ha creído que eras bueno ―le explicó ella―. Y luego se comprobó. ―Oh, no lo sé ―dijo él con amargura―. Ser bueno y estar maldito, no es la misma

cosa. Ella se inclinó hacia delante y tomó su mano, para luego presionarla entre las de

ellas. El toque fue como fuego blanco a través de sus venas. No podía sentir su piel, solo la tela de los guantes, y aun así, no importó. «Encendisteis en mí algunas chispas, a pesar de no ser yo más que ceniza, chispas que se convirtieron en fuego.» Se había preguntado una vez por qué el amor siempre era expresado en términos de fuego. La conflagración en sus propias venas, ahora, le daba la respuesta.

―Eres bueno, Will ―dijo ella―. No hay nadie mejor situado que yo, que pueda ser capaz de decir con perfecta confianza cuán bueno eres en realidad.

―Sabes ―dijo lentamente, no queriendo que ella alejara sus manos―, cuando teníamos quince años, asesinaron al demonio que mató a los padres de Jem, Yanluo. El tío de Jem decidió trasladarse de China a Idris, e invitó a Jem a ir a vivir con él allí. Jem se negó, por mí. Él dijo, «nunca abandonas tu parabatai.» Eso es parte de las palabras del juramento. «Tu pueblo será mi pueblo.» Me pregunto, si yo hubiera tenido la oportunidad de regresar con mi familia, ¿habría hecho lo mismo que él?

―Lo estás haciendo ―dijo Tessa―. No pienses que no sé que Cecily quiere que vuelvas a casa con ella. Y no pienses que no sé que te quedas por el bien de Jem.

―Y el tuyo ―dijo antes de poner detenerse. Ella alejó las manos de las suyas, y él se maldijo silenciosa y salvajemente: «¿Cómo has podido ser tan tonto? ¿Cómo has podido, después de dos meses? Tienes que tener cuidado. Tu amor por ella es solo una carga que soporta por cortesía. Recuerda eso.»

Pero Tessa solo estaba corriendo las cortinas mientras el carruaje se detenía. Rodaban por un pasadizo, de cuya entrada colgaba un cartel que decía: todos los conductores de vehículos tienen instrucciones de andar a sus caballos mientras pasan bajo este arco.

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―Estamos aquí ―anunció ella, como si él no hubiera dicho una palabra. Tal vez no lo había hecho, pensó Will. Tal vez no había hablado en voz alta. Tal vez estaba volviéndose loco. Ciertamente, no era inimaginable, debido a las circunstancias.

Cuando se abrió la puerta del carruaje, atrajo una ráfaga de aire frío de Chelsea. Observó a Tessa levantar la cabeza cuando Cyril la ayudó a bajar, luego se unió a ella en los adoquines. El lugar olía al Támesis. Antes de que se construyera el terraplén, el río se acercaba mucho más a estas hileras de casas, sus bordes quedaban suavizados por las lámparas de gas en la oscuridad. Ahora el río estaba separado por una mayor distancia, pero todavía se podía oler el sabor a salado, sucio y a hierro del agua.

La parte delantera del No. 16 era georgiana, hecha de ladrillo rojo liso, con un ventanal que sobresalía por encima de la puerta principal. Había un pequeño patio pavimentado y un jardín tras una cerca de gran cantidad de hierro de diseño curvo delicadamente forjado. La verja ya estaba abierta. Tessa la empujó y marchó hacia la escalinata para golpear la puerta; Will la seguía a unos pasos.

Woolsey Scott abrió la puerta, vistiendo una bata de seda bordada color amarillo canario sobre pantalones y una camisa. Tenía un monóculo de oro encaramado en la órbita de un ojo, y los observó a ambos a través de éste con cierto desagrado.

―Qué fastidio ―dijo él―. Hubiera hecho que el criado atendiera y los echara, pero pensé que era alguien más.

―¿Quién? ―inquirió Tessa, cosa que no le pareció a Will ser pertinente al tema, pero así era Tessa, siempre hacía preguntas; déjala sola en un cuarto, y le comenzará a hacer preguntas a los muebles y a las plantas.

―Alguien con absenta. ―Traga lo suficiente de esa cosa y pensarás que tú eres otra persona ―dijo Will―.

Estamos buscando a Magnus Bane; si no está aquí, solo dilo y no te quitaremos más tiempo.

Woolsey suspiró como si estuviera convencido. ―Magnus ―llamó―. Es tu chico de ojos azules. Hubo pasos en el corredor detrás de Woolsey, y Magnus apareció vestido con un

traje de noche, como si acabara de llegar de un baile: pechera almidonada y puños blancos, frac negro, y pelo como una franja irregular de seda oscura. Sus ojos se movieron de Will a Tessa.

―¿Y a qué le debo el honor, a una hora tan tardía? ―A un favor ―respondió Will, se enmendó cuando las cejas de Magnus se

alzaron―. Una pregunta. Woolsey suspiró y se alejó de la puerta.

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―Muy bien. Pasen a la sala. Nadie se ofreció a tomar sus sombreros o abrigos. Una vez que alcanzaron la sala,

Tessa se quitó los guantes y se paró con las manos cerca del fuego, temblando ligeramente. Su cabello era una masa húmeda de rizos en su nuca; Will apartó la mirada de ella antes de que pudiera recordar cómo se sentía pasar sus manos por ese cabello y sentir los mechones entre sus dedos. Era más fácil en el Instituto, con Jem y los otros para distraerlo y recordarle que Tessa no era suya como para evocarla de esa forma. Aquí era casi imposible, con la sensación de estar enfrentando al mundo con ella a su lado, de que ella estaba aquí por él en vez de estarlo por la salud de su prometido, con bastante razón.

Woolsey se lanzó a un sillón con estampado floral. Se había quitado del monóculo del ojo y lo giraba en sus dedos por su larga cadena de oro.

―Simplemente no puedo esperar para escuchar de qué se trata esto. Magnus se movió hacia la chimenea y se recostó contra la repisa, la viva imagen de

un joven ocioso. El cuarto estaba pintado de azul pálido, y decorado con pinturas que ilustraban extensos campos de granito, brillantes océanos azules, y hombres y mujeres de ropajes clásicos. Will pensó reconocer una reproducción de un Alma-Tadema… o debía ser una reproducción, ¿verdad?

―No mires boquiabierto a las paredes, Will ―dijo Magnus―. Has estado completamente ausente durante meses. ¿Qué te trae aquí ahora?

―No quiero molestarte ―murmuró Will. Solo era cierto a medias. Había evitado a Magnus luego de que probara que la maldición que Will creía tener era falsa, no porque estuviera enojado con el brujo, o porque ya no lo necesitara, sino porque el ver a Magnus le causaba dolor. Él le había escrito una carta breve, contándole lo que había pasado y que su secreto ya no era un secreto. Había hablado del compromiso de Jem y Tessa. Le había pedido a Magnus que no respondiera―. Pero esto… esto es una crisis.

Los ojos de gato de Magnus se ampliaron. ―¿Qué tipo de crisis? ―Es sobre el yin fen ―respondió Will. ―Gracioso ―dijo Woolsey―. ¿No me digas que mi manada está tomando la cosa

otra vez? ―No ―contestó Will―. No queda nada para tomar. ―Vio que la comprensión

llegaba al rostro de Magnus y continuó explicando la situación, lo mejor que pudo. Magnus no cambió de expresión mientras Will hablaba, como Iglesia cuando alguien hablaba con él. Magnus solamente lo observó con ojos dorados hasta que Will terminó.

―¿Y sin el yin fen? ―preguntó Magnus al final.

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―Morirá ―dijo Tessa, dándole la espalda a la chimenea. Sus mejillas estaban sonrojadas de un rosa clavel, si era por el calor del fuego o por el estrés de la situación, Will no habría sabido decirlo―. No inmediatamente, puede que en una semana. Su cuerpo no puede mantenerse sin el polvo.

―¿Cómo lo toma? ―inquirió Woolsey. ―Lo disuelve en agua, o lo inhala. ¿Eso que tiene que ver con todo? ―demandó

Will. ―Nada ―dijo Woolsey―. Solo me lo preguntaba. Las drogas demoníacas son una

cosa curiosa. ―Para nosotros, que lo amamos, es algo más que curioso ―dijo Tessa. Su barbilla

estaba alzada, y Will recordó lo que le había dicho a ella una vez, que era como Boudica. Ella era valiente, y él la adoraba por eso, incluso cuando empleaba esa valentía para defender su amor por alguien más.

―¿Por qué han venido a mí con esto? ―La voz de Magnus era baja. ―Nos has ayudado antes ―respondió Tessa―. Pensamos que tal vez podrías

ayudarnos nuevamente. Ayudaste con De Quincey, y a Will, con su maldición… ―No estoy a su entera disposición ―señaló Magnus―. Ayudé con De Quincey

porque Camille me lo pidió, y a Will, una vez, porque me ofreció un favor a cambio. Soy un brujo, y no les sirvo gratuitamente a los Cazadores de Sombras.

―Y yo no soy una Cazadora de Sombras ―remarcó Tessa. Hubo un silencio. Entonces: ―Hmm ―dijo Magnus, y se alejó del fuego―. ¿Tengo entendido, Tessa, que tengo

que felicitarte? ―Yo… ―Por tu compromiso con James Carstairs. ―Oh. ―Se sonrojó y se llevó la mano a la garganta, donde siempre usaba el

colgante de la madre de Jem, su regalo para ella―. Sí. Gracias. Will sintió en vez de ver los ojos de Woolsey deslizándose sobre los tres: Magnus,

Tessa, y él mismo. La mente detrás de los ojos examinaba, deducía, disfrutaba. Los hombros de Will se tensaron. ―Sería feliz de ofrecerte lo que sea ―dijo―. Esta vez. Otro favor, o lo que sea que

quieras, por el yin fen. Si es un pago, podría arreglar… eso es, podría intentar… ―Puedo haberte ayudado antes ―dijo Magnus―. Pero esto ―suspiró―. Piensen,

ustedes dos. Si alguien está comprando todo el yin fen del país, entonces es alguien que tiene una razón. Y ¿quién tiene una razón para hacer esto?

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―Mortmain ―susurró Tessa antes de que Will pudiera decirlo. Él todavía podía recordar su propia voz:

«―Los secuaces de Mortmain han estado comprando todas las existencias de yin fen en el East End. Lo confirmé. Si se te agota y él fuera el único que tuviera una provisión…

―Estaríamos en su poder ―concluyó Jem―. A menos que estuvieran dispuesto a dejarme morir, por supuesto, lo cual sería el curso de acción más sensato.»

Pero con la cantidad suficiente de yin fen para doce meses, Will había pensado que no había peligro. Había pensado que Mortmain encontraría otra forma de acosar y torturarlos, porque seguramente vería que este plan no podía funcionar. Will no había esperado que la cantidad de droga para un año se acabara en ocho semanas.

―No quieres ayudarnos ―dijo Will―. No quieres ser enemigo de Mortmain. ―Bueno, ¿puedes culparlo? ―Woolsey se levantó en un remolino de seda

amarilla―. ¿Qué pueden llegar a tener ustedes para ofrecer que valga la pena como para que él corra el riesgo?

―Te daré lo que sea ―dijo Tessa en una voz baja que Will sintió en los huesos―. Lo que sea, si puedes ayudarnos a ayudar a Jem.

Magnus se tiró del cabello negro. ―Dios, ustedes dos. Puedo hacer preguntas, seguir algunas de las rutas de compra

más inusuales. La vieja Molly… ―Ya fui a ella ―interrumpió Will―. Algo la tiene tan asustada que ni siquiera se

arrastró fuera de su tumba. Woolsey resopló. ―¿Y eso no te dice nada, pequeño Cazador de Sombras? ¿Realmente vale la pena

todo esto, solo para alargar la vida de tu amigo otro par de meses, otro año? Él morirá de todas maneras. Y cuanto antes se muera, más pronto podrás tener a su prometida, de la que estás enamorado. ―Dirigió su mirada entretenida hacia Tessa―. De verdad debes estar contando con gran entusiasmo los días hasta que se termine.

Will no supo qué pasó después de eso; de repente, todo se puso blanco, y el monóculo de Woolsey estaba volando a través de la habitación. La cabeza de Will golpeó algo dolorosamente, luego hombre lobo estaba bajo él, pateando y maldiciendo, después rodaban por la alfombra y sintió un dolor agudo en la muñeca donde Woolsey le clavó las garras. El dolor le aclaró la cabeza, y fue consciente de que Woolsey estaba inmovilizándolo en el suelo, sus ojos estaban de color amarillo y había descubierto los dientes, tan afilados como dagas, listos para morder.

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―Basta. ¡Basta! ―Tessa, junto a la chimenea, había tomado un atizador. Will se atragantó y puso su mano contra la cara de Woolsey, para alejarlo de él. Woolsey gritó, y de repente, el peso ya no estaba en el pecho de Will; Magnus le había quitado al hombre lobo de encima. Luego, Magnus tomó a Will de la espalda de la chaqueta, con las manos en puños, para sacarlo a rastras del cuarto. Woolsey los miró fijamente, con una mano en su rostro donde el anillo de plata de Will le había quemado la mejilla.

―Suéltame. ¡Suéltame! ―Will luchó, pero el agarre de Magnus era de acero. Llevó a Will por el corredor, hacia una biblioteca medio iluminada. Will se liberó justo cuando Magnus lo soltó, lo que dio como resultado un tambaleo poco elegante que lo llevó contra el respaldo de un sofá de terciopelo rojo―. No puedo dejar a Tessa sola con Woolsey…

―Su virtud difícilmente está en peligro con él ―dijo Magnus secamente―. Woolsey se comportará, que es más de lo que puedo decir de ti.

Will se volteó lentamente, limpiándose la sangre del rostro. ―Me estás mirando fijamente ―le dijo a Magnus―. Te pareces a Iglesia antes de

morder a alguien. ―Empezaste una pelea con el líder del Praetor Lupus ―dijo Magnus con

amargura―. Sabes lo que te haría su manada si tuviera una excusa. Te quieres morir, ¿no es así?

―No ―respondió Will, incluso sorprendiéndose a sí mismo un poco. ―No sé por qué te ayudé alguna vez. ―Te gustan las cosas rotas. Magnus avanzó dos pasos en la habitación y tomó el rostro de Will con sus largos

dedos, forzándolo a levantar la barbilla. ―Tú no eres Sydney Carton ―dijo―. ¿Qué bien te hará morir por James Carstairs,

cuando él se está muriendo de todas formas? ―Porque si lo salvo, entonces vale la pena… ―¡Dios! ―Magnus entrecerró los ojos―. ¿Qué lo vale? ¿Qué podría valer la pena? ―¡Todo lo que he perdido! ―gritó Will―. ¡Tessa! Magnus soltó el rostro de Will, retrocedió varios pasos y respiró lentamente, como

si estuviera contando hasta diez mentalmente. ―Lo siento ―dijo finalmente―. Siento lo que dijo Woolsey. ―Si Jem muere, no puedo estar con Tessa ―dijo Will―. Porque sería como si

estuviera esperando a que muriera, o me alegrara de alguna forma por su muerte, si me dejara tenerla. Y no seré esa persona. No voy a sacar provecho de su muerte. Así

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que debe vivir. ―Bajó su brazo, tenía la manga ensangrentada―. Es la única forma de que algo de esto tenga algún significado. De otro modo solo es…

―¿Dolor y sufrimiento sin sentido e innecesario? No creo que ayude si te digo que así es la vida. Los buenos sufren, el mal florece, y todo lo que es mortal muere.

―Quiero más que eso ―dijo Will―. Tú me hiciste querer más que eso. Me mostraste que solo estuve maldito porque yo había elegido creerlo. Me dijiste que había posibilidades, sentido. Y ahora le darás la espalda a lo que creaste.

Magnus soltó una risa breve. ―Eres incorregible. ―He escuchado eso. ―Will se alejó del sofá, haciendo una mueca―. ¿Vas a

ayudarme, entonces? ―Te ayudaré. ―Magnus alcanzó la pechera de su camisa y sacó algo que colgaba

de una cadena, algo que brilló con una suave luz roja. Una piedra cuadrada y roja―. Toma esto.

Lo dejó en la mano de Will, quien lo miró con confusión. ―Esto era de Camille. ―Yo se lo di como un regalo ―dijo Magnus, con una mueca amarga en los

labios―. Ella me devolvió todos mis regalos el mes pasado. Será mejor que lo tomes. Te advierte cuando hay demonios cerca. Podría funcionar con esas creaciones mecánicas de Mortmain.

―«El amor verdadero no puede morir» ―dijo Will, traduciendo la inscripción en la parte de atrás con la luz del corredor―. No puedo usar esto, Magnus. Es muy bonito para un hombre.

―Como tú. Ve a casa y límpiate. Te llamaré en cuanto tenga información. ―Miró a Will intensamente―. Mientras tanto, haz todo lo posible para ser digno de mi colaboración.

―Si se me acerca, lo voy a golpear en la cabeza con este atizador ―amenazó Tessa,

blandiendo el instrumento de chimenea entre ella y Woolsey Scott, como si fuera una espada.

―No dudo que lo haga ―dijo él, mirándola con una especie de respeto a regañadientes, mientras se limpiaba la sangre de la barbilla con un pañuelo de iniciales grabadas. Will también había estado ensangrentado, con su propia sangre y la de Woolsey; sin duda estaba en otra habitación con Magnus en este momento,

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derramando más sangre por todos lados. Will nunca se preocupó demasiado por su pulcritud, e incluso menos cuando estaba tan exaltado―. He visto que ha empezado a ser como ellos, los Cazadores de Sombras que parece adorar tanto. ¿Qué la ha poseído para comprometerse con uno de ellos? Y con uno moribundo.

La rabia estalló dentro de Tessa, que consideró golpear a Woolsey con el atizador ya fuera si se acercaba a ella o no. Aunque él se había movido horriblemente rápido cuando peleaba con Will, y a ella le parecía que las probabilidades estaban en su contra.

―No conoce a James Carstairs. No hable sobre él. ―Lo ama, ¿no es así? ―Woolsey se las arregló para hacerlo sonar desagradable―.

Pero también ama a Will. Tessa se congeló en su interior. Sabía que Magnus estaba enterado del afecto de

Will hacia ella, pero la idea de que lo que ella sentía por él estuviera escrito en su cara, era demasiado aterrorizante como para contemplarla.

―Eso no es verdad. ―Mentirosa ―se burló Woolsey―. En serio, ¿cuál es la diferencia si uno de ellos

muere? Siempre tiene una buena opción secundaria. Tessa pensó en Jem, en la forma de su rostro, sus ojos cerrados mientras tocaba

concentrado el violín, la curva de su boca cuando sonría, sus dedos acariciando los de ella, cada línea de su inexpresable cariño por ella.

―Si tuviera dos hijos ―planteó ella―, ¿diría que estaría bien si uno de ellos muere, porque seguiría teniendo al otro?

―Se puede amar a dos hijos, pero solo se puede entregar el corazón por amor romántico a una sola persona ―dijo Woolsey―. Esa es la naturaleza de Eros, ¿no es así? Eso nos dicen las novelas, aunque yo no tengo experiencia de eso.

―He llegado a aprender algo sobre las novelas ―dijo Tessa. ―¿Y qué es? ―Que no son reales. Woolsey arqueó una ceja. ―Es algo graciosa ―comentó él―. Diría que puedo ver lo que esos dos chicos ven

en usted, pero… ―Se encogió de hombros. Su bata amarilla tenía un corte largo y sangriento ahora―. Las mujeres son algo que nunca entendí.

―¿Qué le encuentra de misteriosas, señor? ―Su objetivo, mayormente. ―Bueno, debe tener una madre ―dijo Tessa.

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―Alguien me parió, sí ―contestó Woolsey, sin mucho entusiasmo―. La recuerdo poco.

―Tal vez, pero no existiría sin una mujer, ¿verdad? Aunque nos encuentre de poco uso, somos más inteligentes, más decididas y más pacientes que los hombres. Los hombres pueden ser más fuertes, pero son las mujeres quienes resisten.

―¿Eso es lo que está haciendo? ¿Resistir? Seguramente una mujer comprometida debería ser más feliz. ―Sus ojos claros la inspeccionaron―. Como dicen, un corazón divido no puede perdurar. Los ama a ambos, y la destroza.

―Casa ―dijo Tessa. Él alzó una ceja. ―¿Qué dice? ―Una casa divida no puede perdurar, no un corazón. Tal vez no debería intentar

hacer citas si no las sabe correctamente. ―Y tal vez usted debería dejar te sentir lástima por sí misma ―replicó él―. La

mayoría de las personas puede considerarse afortunada si encuentra un gran amor en la vida, y usted ha tenido la suerte de haber encontrado dos.

―Lo dice el hombre que no tiene ninguno. ―¡Oh! ―Woolsey se tambaleó hacia atrás con la mano en el corazón, fingiendo

desfallecerse―. La paloma tiene dientes. Muy bien, si no desea discutir asuntos personales, entonces ¿tal vez algo más general? ¿Su propia naturaleza? Magnus parece convencido de que es una bruja, pero yo no estoy tan seguro. Creo que puede tener algo de sangre de hadas, porque, ¿qué es la magia de cambiar de forma si no es la magia de la ilusión? Y ¿quiénes son las maestras de la magia y la ilusión, sino las hadas?

Tessa pensó en el hada de pelo azul en la fiesta de Benedict que había afirmado conocer a su madre, y el aliento se le atoró en la garganta. Sin embargo, antes de que pudiera decirle otra palabra a Woolsey, Magnus y Will volvieron a atravesar la puerta. Will, como predijo, estaba tan ensangrentado como antes, y fruncía el ceño. Miró de Tessa a Woolsey y soltó una risa corta.

―Supongo que tenías razón, Magnus ―dijo―. Tessa no corre peligro con él. No se podría decir lo mismo a la inversa.

―Tessa, querida, baja el atizador ―le pidió Magnus, estirando la mano―. Woolsey puede ser aterrador, pero hay mejores formas de manejas sus cambios de humor.

Con una última mirada fría hacia Woolsey, Tessa le entregó el atizador a Magnus, luego fue a recuperar sus guantes, Will su abrigo, hubo un borrón de movimiento y voces, y escuchó la risa de Woolsey. Ella apenas prestaba atención; estaba demasiado

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enfocada en Will. Ya podía decir por la mirada en su rostro que lo que fuera que él y Magnus se hubieran dicho en privado, no había resuelto el problema de las drogas de Jem. Parecía torturado, y un poco mortífero. La sangre salpicada sobre sus pómulos solo hacía más llamativo el azul de sus ojos.

Magnus los guio por la sala y hacia la puerta principal, donde el aire frío golpeó a Tessa como una ola. Se puso los guantes y se despidió de Magnus con un asentimiento de cabeza, él cerró la puerta, dejándolos a ambos fuera en la noche.

El Támesis brillaba más allá de los árboles, el camino, el terraplén, y las lámparas de gas en el Puente de Battersea brillaban en el agua, una escena nocturna en azul y dorado. La sombra del carruaje era visible bajo los árboles cerca de la verja. Encima de ellos la luna aparecía y desaparecía entre bancos móviles de nubes grises.

Will estaba completamente quieto. ―Tessa ―dijo. Su voz sonaba peculiar, extraña y ahogada. Tessa se acercó rápidamente para

pararse a su lado, mirando su rostro. La cara de Will era tan cambiante como la luz de la luna; ella nunca le había visto una expresión tan quieta.

―¿Dijo si ayudará? ―susurró ella―. ¿Magnus? ―Lo intentará, pero… la forma en que me miró… sentía lástima por mí, Tess. Eso

significa que no hay esperanza, ¿verdad? Si hasta Magnus piensa que el esfuerzo está condenado, no hay nada más que pueda hacer, ¿o sí?

Ella le puso la mano en el brazo. Él no se movió. Era tan peculiar, estar así de cerca de él, la sensación y la presencia familiar de él, cuando durante meses se habían evitado mutuamente, apenas habían hablado. Él ni siquiera quería mirarla a los ojos. Ahora aquí estaba, oliendo a jabón, a lluvia, a sangre y a Will…

―Has hecho tanto ―susurró ella―. Magnus intentará ayudar, y nosotros seguiremos buscando, y puede que algo salga a la luz. No puedes perder la esperanza.

―Lo sé. Lo sé. Y aun así, siento tanto terror en mi corazón, como si fueran las últimas horas de mi vida. He sentido desesperanza antes, Tess, pero nunca tanto miedo. Y sin embargo, he sabido, siempre he sabido…

«Que Jem moriría.» Ella no lo dijo. Estaba entre ellos, tácito. ―¿Quién soy? ―susurró él―. Por años he fingido que era alguien más, y luego me

vanaglorié porque podría volver a ser mi yo verdadero, solo para encontrar que no había nada a qué volver. Era un niño ordinario, y después no fui un muy buen hombre, y ahora ya no sé cómo ser alguna de esas dos cosas. No sé lo que soy, y cuando Jem ya no esté, no habrá nadie que me lo muestre.

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―Yo sé quién eres. Eres Will Herondale ―fue todo lo que dijo, y de repente, sus brazos estaban alrededor de ella, con la cabeza en su hombro. Ella se congeló al principio, por puro asombro, y luego, cuidadosamente, le devolvió el abrazo, sosteniéndolo mientras temblaba. Él no lloraba, era algo más, una especie de paroxismo, como si se estuviera ahogando. Ella sabía que no debería tocarlo, y aun así, no se podía imaginar que Jem quisiera que alejara a Will en un momento como éste. No podía ser Jem para él, pensó, no podía ser la brújula que siempre apunta al norte, pero si nada más, podía aligerar la carga que soportaba.

―¿Te gustaría esta horrible tabaquera que me dieron? Es de plata, así que no puedo

tocarla ―dijo Woolsey. Magnus, de pie junto a la ventana de la bahía en la sala, con la cortina a un lado

solo lo suficiente para poder ver a Will y a Tessa en su entrada, aferrándose el uno al otro como si sus vidas dependieran de eso, tarareó evasivamente en respuesta.

Woolsey rodó los ojos. ―Siguen afuera, ¿no? ―Absolutamente. ―Desastroso, todo eso del amor romántico ―comentó Woolsey―. Mucho mejor

seguir adelante como nosotros. Solo lo físico importa. ―Así es. ―Will y Tessa por fin se separaron, aunque sus manos seguían unidas.

Tessa parecía estar engatusando a Will para que bajara los escalones―. ¿Crees que te hubieras casado, si no hubieras tenido a un sobrino que continuara el nombre de la familia?

―Supongo que hubiera tenido que hacerlo. ¡Gracias a Dios por Inglaterra, Harry, San George, y por el Praetor Lupus! ―se rio Woolsey; se había servido una copa de vino tinto de la jarra del aparador, y lo arremolinaba, mientras miraba fijamente sus profundidades cambiantes―. Le diste a Will el colgante de Camille ―observó.

―¿Cómo lo supiste? ―Una parte de la mente de Magnus estaba en la conversación; la otra mitad estaba mirando a Will y a Tessa caminar hacia su carruaje. De alguna manera, a pesar de las diferencias en sus alturas y estructuras, ella parecía ser la que estaba al mando.

―Lo usabas cuando dejaste la habitación con él, pero no cuando regresaron. ¿Supongo que no le dijiste para qué sirve? ¿Que está usando un rubí que cuesta más que el Instituto?

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―No quería el colgante ―dijo Magnus. ―¿Trágico recordatorio de un amor perdido? ―No venía con mi cutis. ―Will y Tessa estaban en el carruaje ahora, y su conductor

estaba haciendo chasquear las riendas―. ¿Crees que hay una posibilidad para él? ―¿Una posibilidad para quién? ―Will Herondale. Para ser feliz. Woolsey soltó un suspiro y bajó su copa. ―¿Hay una posibilidad de que tú seas feliz si él no lo es? Magnus no dijo nada. ―¿Estás enamorado de él? ―preguntó Woolsey, pura curiosidad, no celos. Magnus

se preguntó cómo era tener un corazón como ése, o no tener corazón en absoluto. ―No ―dijo Magnus―. Me lo he preguntado, pero no. Es algo más. Siento que se lo

debo. He escuchado decir que cuando salvas una vida, eres responsable de esa vida. Siento que soy responsable de ese chico. Si nunca encuentra la felicidad, sentiré que le fallé. Si no puede tener a esa chica que ama, sentiré que le fallé. Si no puedo mantener a su parabatai a su lado, sentiré que le fallé.

―Entonces le fallarás ―dijo Woolsey―. Entre tanto, mientras estás abatido y buscando yin fen, creo que me iré de viaje. Veré el campo. La ciudad me deprime en invierno.

―Haz como gustes. ―Magnus dejó caer la cortina, bloqueando la vista del carruaje de Will y Tessa mientras pasaba fuera de la vista.

Para: Cónsul Josiah Wayland De: Inquisidor, Victor Whitelaw Josiah: Me preocupé profundamente al enterarme de su carta al Consejo sobre el tema de Charlotte

Branwell. Como viejos conocidos, tenía la esperanza de que quizá pudiera hablar más libremente conmigo de lo que puede con ellos. ¿Hay algún problema con respecto a ella que le preocupe? Su padre era un querido amigo de ambos, y no he sabido que ella hiciera nada deshonesto.

Espera su respuesta, preocupado, Victor Whitelaw

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Traducido por Flor_18

Deja que el Amor abrace al Dolor, no sea que ambos se ahoguen, Deja que la oscuridad se quede con su brillo negro:

Ah, es más dulce estar borracho de derrotas, Bailar con la muerte, caer rendido al suelo.

―In Memoriam A.H.H., Lord Alfred Tennyson Para: Inquisidor Victor Whitelaw De: Cónsul Josiah Wayland Es con cierta turbación que le escribo esta carta, Victor, ya que nos conocemos hace ya

algunos años. Me siento como la profetiza Cassandra, condenada a saber la verdad sin tener a alguien que le creyera. Quizá es mi orgullo pecaminoso el que puso a Charlotte Branwell en el lugar que ahora ocupa y desde el cual me importuna.

Sus intentos de minar mi autoridad son constantes, la inestabilidad que temo causará en la Clave, severa. Lo que debería haber sido un desastre para ella (la revelación de que daba cobijo a espías bajo su propio techo, la complicidad de la chica Lovelace en los tratos del Maestro) se ha transformado en un triunfo. El Enclave proclama a los habitantes del Instituto como aquellos que encubrieron al Maestro y lo hicieron huir de Londres. El que no se haya visto u oído de él en los últimos meses se ha atribuido al buen juicio de Charlotte y no es visto como una retirada estratégica del Maestro para reorganizarse, como yo sospecho. A pesar de que soy el Cónsul y líder de la Clave, a mi parecer esto se hundirá junto con Charlotte Branwell, y mi legado se perderá…

Para: Inquisidor Victor Whitelaw De: Cónsul Josiah Wayland Victor: Si bien aprecio tu preocupación, no tengo ninguna inquietud con respecto a Charlotte

Branwell que no que explicara en mi carta al Consejo. Espero que en estos tiempos difíciles encuentres consuelo en la fuerza del Ángel, Josiah Wayland.

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El desayuno fue tranquilo en un principio. Gideon y Gabriel bajaron juntos, ambos

abatidos. Gabriel apenas dijo una palabra, además de pedirle a Henry que le tendiera la mantequilla. Cecily se había sentado en el extremo más alejado de la mesa y leía un libro mientras comía; Tessa ansiaba ver el título, pero Cecily había ubicado el libro en tal ángulo, que no resultaba visible. Will, al otro lado de Tessa, mostraba las oscuras sombras de la falta de sueño debajo de sus ojos, un recuerdo de su ocupada noche; Tessa revolvía en silencio y sin entusiasmo su kedgeree5, hasta que la puerta se abrió y entró Jem.

Levantó la vista con sorpresa y una sacudida de deleite. Ya no se veía tan enfermo, solo cansado y pálido. Se deslizó con gracia en el asiento junto al de ella.

―Buenos días. ―Te ves mucho mejor, Jemmy ―observó Charlotte con deleite. ¿Jemmy? Tessa miró a Jem divertida; él se encogió de hombros y le dedicó una

sonrisa modesta. Ella miró al otro lado de la mesa y encontró a Will observándolos. Su mirada rozó la

de él, solo por un momento, con una pregunta en sus ojos. ¿Había alguna posibilidad de que Will hubiera encontrado algún reemplazo para el yin fen en el tiempo transcurrido desde su regreso a casa y esta mañana? Pero no, él parecía tan sorprendido como ella se sentía.

―Así es, bastante ―dijo Jem―. Los Hermanos Silenciosos fueron de gran ayuda―. Se estiró para servirse una taza de té, y Tessa observó cómo se movían los huesos y los tendones penosamente visibles en su delgada muñeca. Cuando dejó la tetera, tomó su mano debajo de la mesa, y él se la apretó. Sus dedos delgados se aferraron a los de ella, tranquilizadores.

La voz de Bridget flotó desde la cocina.

El viento es frío esta noche, cariño, Frías son las gotas de lluvia;

Mi primer amor En Greenwood murió.

Haré todo por él

5 Plato popular de la cocina inglesa. Se compone principalmente de pescado, arroz hervido, huevo y mantequilla. Ocasionalmente cortado en pedacitos o acompañado de salmón.

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Como toda mujer haría; Me sentaré y lloraré junto a su tumba

Doce meses y un día.

―Por el Ángel, es deprimente ―se quejó Henry, dejando el periódico directamente sobre su plato, por lo que el borde se impregnó de yema de huevo. Charlotte abrió la boca como para protestar, y la cerró nuevamente―. Solo canta sobre corazones rotos, muerte y amor no correspondido.

―Bueno, sobre eso son la mayoría de las canciones ―comentó Will―. El amor correspondido es ideal, pero no sirve para hacer una balada.

Jem levantó la vista, pero antes de que pudiera decir algo, se escuchó una reverberación en el Instituto. Tessa estaba lo suficientemente familiarizada con su hogar en Londres como para reconocer el timbre de la puerta. Todos giraron la cabeza al mismo tiempo hacia Charlotte, como si sus cabezas estuvieran montadas en resortes.

Charlotte, pareciendo sorprendida, dejó su tenedor. ―Oh, Dios ―dijo―. Hay algo que quería decirles a todos, pero… ―¿Señora? ―Era Sophie, que entró a la habitación con una bandeja en una mano.

Tessa no pudo evitar notar que aunque Gideon la miraba fijamente, ella parecía estar evitando sus ojos de forma deliberada; sus mejillas se tiñeron de un leve sonrojo―. El Cónsul Wayland se encuentra abajo, y pide hablar con usted.

Charlotte tomó el papel doblado en la bandeja, lo miró, suspiró y dijo: ―Muy bien. Déjalo pasar. Sophie desapareció en un remolino de faldas. ―¿Charlotte? ―Henry parecía confundido―. ¿Qué está pasando? ―Lo mismo me pregunto. ―Will dejó que sus cubiertos repiquetearan en el

plato―. ¿El Cónsul, interrumpiendo a la hora del desayuno? ¿Qué sigue? ¿El Inquisidor a la hora del té? ¿Picnic con los Hermanos Silenciosos?

―Tartas de pato en el parque ―dijo Jem susurrando, y él y Will se sonrieron el uno al otro, solo un segundo, antes de que la puerta se abriera y el Cónsul entrara.

El Cónsul Wayland era un hombre grande, de pecho ancho y brazos gruesos, y las ropas de su cargo siempre parecían colgar de forma incómoda de sus hombros anchos. Tenía la barba rubia como un vikingo, y en ese momento, su expresión era de pura furia.

―Charlotte ―dijo sin más preámbulo―. Estoy aquí para hablarle de Benedict Lightwood.

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Apenas si hubo movimiento; los dedos de Gabriel se agarraron al mantel. Gideon puso una mano sobre la muñeca de su hermano con suavidad para detenerlo, pero el Cónsul ya los estaba mirando.

―Gabriel ―lo saludó―. Me había imaginado que irías a casa de los Blackthorn, con tu hermana.

Los dedos de Gabriel se tensaron en el asa de su tacita de té. ―Están muy abrumados por la pérdida de Rupert ―explicó―. No creí que este

fuera un buen momento para interrumpir. ―Bueno, están lamentando la pérdida de su padre, ¿no es así? ―preguntó el

Cónsul―. Dicen que cuando se comparte el dolor, se aligera la carga. ―Cónsul… ―Gideon comenzó, lanzándole una mirada preocupada a su hermano. ―Aunque quizás hubiera sido bastante incómodo el permanecer con tu hermana,

considerando que puso una denuncia contra ti por asesinato. Gabriel hizo un sonido como si alguien le hubiera derramado agua caliente encima.

Gideon arrojó su servilleta y se puso de pie. ―¿Tatiana hizo qué? ―exigió. ―Me escuchaste ―contestó el Cónsul. ―No fue asesinato ―dijo Jem. ―Como digan ―dijo el Cónsul―. Se me informó que sí lo fue. ―¿También se le informó que Benedict se había convertido en un gusano gigante?

―preguntó Will, y Gabriel lo miró sorprendido, como si no hubiera esperado que Will lo defendiera.

―Will, por favor ―le pidió Charlotte―. Cónsul, ayer le notifiqué que descubrimos que Benedict Lightwood estaba en las últimas etapas de la astriola…

―Me dijo que hubo una batalla y que había muerto ―replicó el Cónsul―. Pero el informe que recibí es que él estaba enfermo de viruela, y como resultado, lo cazaron y asesinaron a pesar de no haber ofrecido resistencia.

Will, con los ojos sospechosamente brillantes, abrió la boca. Jem levantó una mano y se la tapó.

―No entiendo ―dijo Jem, hablando por encima de las apagadas protestas de Will―. ¿Cómo puede saber que Benedict Lightwood está muerto, pero no cómo ocurrió? Si no había un cuerpo que encontrar, fue porque él ya era más demonio que humano, y se desvaneció al morir, como hacen los demonios. Pero los sirvientes desaparecidos… la muerte del propio esposo de Tatiana…

El Cónsul parecía implacable.

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―Tatiana Blackthorn dice que un grupo de Cazadores de sombras del Instituto asesinó a su padre y que Rupert resultó muerto en la confusión.

―¿Mencionó que su padre se comió a su marido? ―preguntó Henry, levantando por fin la mirada de su periódico―. Oh, sí. Se lo comió. Dejó su bota ensangrentada en el jardín para que la encontráramos. Había marcas de dientes. Me encantaría saber cómo pudo haber sido un accidente.

―Pensaría que eso cuenta como ofrecer resistencia ―dijo Will―. Me refiero a comerse a su yerno. Aunque imagino que todos tienen su problemas familiares.

―De verdad no está sugiriendo debíamos contener y apresar al gusano… a Benedict, ¿no es así, Josiah? ―preguntó Charlotte―. ¡Estaba en las últimas etapas de la viruela! ¡Se había vuelto loco y se había convertido en gusano!

―Pudo haberse convertido en gusano y luego haberse vuelto loco ―acotó Will diplomáticamente―. No podemos estar del todo seguros.

―Tatiana está muy disgustada ―dijo el Cónsul―. Está considerando pedir compensaciones…

―Entonces lo pagaré ―interrumpió Gabriel, después de empujar su silla de la mesa y haberse puesto de pie―. Le daré a mi ridícula hermana mi sueldo por el resto de mi vida si eso desea, pero no admitiré haber obrado mal… no yo, ni ninguno de nosotros. Sí, le atravesé un ojo con una flecha; uno de los ojos de esa cosa. Y lo haría de nuevo. Lo que fuera esa cosa, ya no era mi padre.

Se hizo el silencio. Incluso el Cónsul parecía no tener palabras para responder a aquello. Cecily había dejado su libro a un lado y miraba intensamente de Gabriel al Cónsul y a Gabriel de nuevo.

―Le rugo me perdone, Cónsul, pero a pesar de lo que le haya dicho Tatiana, ella no conoce la verdad de la situación ―dijo Gabriel―. Yo estaba solo en la casa con mi padre mientras enfermaba. Estaba solo con él cuando se volvió loco en las últimas noches. Finalmente vine aquí y le rogué ayuda a mi hermano. Charlotte amablemente me otorgó la ayuda de sus Cazadores de Sombras. Para cuando llegamos a la casa, la cosa que había sido mi padre había destrozado al marido de mi hermana. Le aseguro, Cónsul, que no había forma de haber salvado a mi padre. Luchamos por nuestras vidas.

―Entonces, ¿por qué Tatiana…? ―Porque se siente humillada ―lo cortó Tessa. Eran las primeras palabras que decía

desde que el Cónsul entrara en la habitación―. Así me lo confió. Ella creía que si se conocía del asunto de la viruela sería una mancha en el nombre de la familia; asumo

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que está tratando de presentar una narración de los hechos alternativa con la esperanza de que se la repita al consejo, pero no está diciendo la verdad.

―En verdad, Cónsul ―dijo Gideon―. ¿Qué tiene más sentido? ¿Qué todos nos hayamos vuelto locos y asesináramos a mi padre, y sus hijos lo estuvieran encubriendo todo, o que Tatiana esté mintiendo? Ella nunca piensa bien las cosas; usted lo sabe.

Gabriel puso las manos en el respaldo de la silla de su hermano. ―Si usted cree que yo hubiera cometido parricidio así sin más, siéntase libre de

llevarme a la Ciudad Silenciosa para interrogatorio. ―Es probable que ese sea el curso de acción más razonable ―contestó el Cónsul. Cecily dejó su taza de té con un golpe agudo que hizo saltar a todos en la mesa. ―Eso no es justo ―dijo―. Está diciendo la verdad. Todos estamos diciendo la

verdad. Debe saberlo. El Cónsul le dedicó una mirada larga y evaluadora, luego se giró hacia Charlotte. ―¿Esperas mi confianza? ―inquirió―. Y aun así me escondes tus acciones. Las

acciones tienen consecuencias, Charlotte. ―Josiah, le informé de lo que pasó en la residencia Lightwood en el momento en

que estuve segura de que todo estaba bien… ―Deberías habérmelo dicho antes ―dijo el Cónsul llanamente―. En el momento en

que Gabriel llegó aquí. Esta no fue una misión de rutina. Como están las cosas, te has puesto en una posición en la cual debo defenderte, a pesar del hecho de que desobedeciste el protocolo y seguiste adelante con esta misión sin la aprobación del Consejo.

―No había tiempo… ―Suficiente ―dijo el Cónsul, en una voz que implicaba que era cualquier cosa

menos suficiente―. Gideon y Gabriel, vendrán conmigo a la Ciudad Silenciosa para ser interrogados. ―Charlotte comenzó a protestar, pero el Cónsul levantó una mano―. Es indispensable que los Hermanos Silenciosos exoneren a Gabriel y Gideon; evitará cualquier complicación y me permitirá rechazar fácilmente la solicitud de Tatiana por compensaciones. Ustedes dos. ―El Cónsul Wayland se giró hacia los hermanos Lightwood―. Bajen hasta mi carruaje y espérenme allí. Los tres partiremos a la Ciudad Silenciosa; cuando los Hermanos terminen con ustedes, si no han hallado nada de interés, los traeremos de vuelta aquí.

―Si no encuentran nada ―repitió Gideon con tono de repugnancia. Tomó a su hermano por los hombros y lo guio fuera de la habitación. Mientras Gideon cerraba a

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puerta, Tessa notó que algo brillaba en su mano: llevaba el anillo de los Lightwood de nuevo.

―Muy bien ―dijo el Cónsul, rondando a Charlotte―. ¿Por qué no me lo dijiste en el mismo momento en que tus Cazadores de Sombras volvieron y te dijeron que Benedict estaba muerto?

Charlotte clavó sus ojos en el té. Su boca estaba cerrada con firmeza. ―Quería proteger a los chicos ―admitió―. Quería que tuvieran algunos momentos

de paz y tranquilidad. Un respiro, después de ver a su padre morir frente a sus ojos, ¡antes de que empezaras a hacer preguntas, Josiah!

―Dudo que eso sea todo ―continuó el Cónsul, ignorando su expresión―. Los libros y papeles de Benedict. Tatiana nos habló de ellos. Registramos su casa, pero sus diarios no están, su escritorio está vacío. Esta no es tu investigación, Charlotte; esos papeles le pertenecen a la Clave.

―¿Qué están buscando en ellos? ―preguntó Henry, sacando el periódico de su plato. Sonaba engañosamente desinteresado en la respuesta, pero había un brillo en sus ojos que delataba su aparente desinterés

―Información sobre su conexión con Mortmain. Información sobre otros miembros de la Clave que pudieran tener conexión con Mortmain. Pistas del paradero de Mortmain…

―¿Y sobre sus dispositivos? ―inquirió Henry. El Cónsul se detuvo a mitad de frase. ―¿Sus dispositivos? ―Los dispositivos infernales. Su ejército de autómatas. Es un ejército creado con el

propósito de destruir a los Cazadores de Sombras, y él pretende ponerlo en nuestra contra ―aclaró Charlotte, ya visiblemente recuperada, mientras dejaba su servilleta―. De hecho, si se toman como ciertas las notas cada vez más incomprensibles de Benedict, ese momento llegará más temprano que tarde.

―Conque sí tomaste sus notas y diarios. El Inquisidor estaba convencido de ello. ―El Cónsul se pasó una mano por sus ojos.

―Por supuesto que los tomé, y por supuesto que se los entregaré. Siempre planeé que así fuera.

Con compostura distinguida, Charlotte levantó la pequeña campana plateada junto a su plato y la hizo sonar; cuando Sophie apareció, ella le susurró algo a la chica por un momento, y Sophie, con una cortesía al Cónsul, se deslizó fuera de la habitación.

―Deberías haber dejado los papeles donde estaban, Charlotte. Es el procedimiento ―le recordó el Cónsul.

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―No había razón para que no los mirara… ―Debes confiar en mi juicio, y en la Ley. El proteger a los chicos Lightwood no es

una prioridad más alta que descubrir el paradero de Mortmain, Charlotte. Tú no diriges la Clave. Eres parte del Enclave, y te reportarás antes mí. ¿Está claro?

―Sí, Cónsul ―respondió Charlotte mientras Sophie volvía a entrar en la habitación con un paquete de papeles, que entregó silenciosamente al Cónsul―. La próxima vez que uno de nuestros estimados miembros se convierta en un gusano y se coma a otro de nuestros estimados miembros, le informaremos de inmediato.

La mandíbula del Cónsul se tensó. ―Tu padre era mi amigo ―dijo―. Confié en él, y por eso he confiado en ti. No me

hagas lamentar haberte nombrado, o apoyado en contra de Benedict Lightwood cuando desafió tu posición.

―¡Le seguiste el juego a Benedict! ―gritó Charlotte―. ¡Cuando él sugirió que se me diera una quincena para cumplir una tarea imposible, estuviste de acuerdo! ¡No dijiste una palabra en mi defensa! Si no fuera una mujer, no te hubieras comportado de esa manera.

―Si no fueras una mujer ―dijo el Cónsul―. No hubiera sido necesario. Y con eso, se fue, en un torbellino de oscuras ropas y runas de brillo apagado. Tan

pronto la puerta se cerró, Will siseó: ―¿Cómo pudiste darle esos papeles? Necesitamos esos… Charlotte, que se había recostado contra su silla con los ojos medios cerrados, dijo: ―Will, ya estuve levantada toda la noche copiando las partes relevantes. Mucho de

eso eran… ―¿Tonterías? ―sugirió Jem. ―¿Pornografía? ―dijo Will al mismo tiempo―. Pueden ser las dos ―razonó

Will―. ¿No has escuchado de las tonterías pornográficas? Jem sonrió, y Charlotte se sujetó la cara con las manos. ―Eran más de lo primero que de lo segundo, si deben saber ―aclaró―. Copié todo

lo que pude, con la invaluable asistencia de Sophie. ―Levantó la vista entonces―. Will… tienes que recordar que esta ya no es nuestra tarea. Mortmain es el problema de la Clave, o al menos, así es como lo ven. Hubo un tiempo en que éramos particularmente responsables de Mortmain, pero…

―¡Somos responsables de proteger a Tessa! ―exclamó Will, con una brusquedad que sorprendió incluso a Tessa. Will palideció ligeramente cuando se dio cuenta de que todos lo miraban con sorpresa, pero siguió de todas formas―: Mortmain todavía quiere a Tessa. No podemos imaginar que se haya rendido. Tal vez venga con

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autómatas, tal vez venga con brujería, tal vez venga con fuego y traición, pero va a venir.

―Por supuesto que la protegeremos ―dijo Charlotte. ―No necesitamos que nos lo recuerdes, Will. Es una de nosotros. Y hablando de nosotros… ―Miró hacia su plato―. Jessamine regresa mañana.

―¿Qué? ―Will tiró su taza, empapando el mantel con las sobras. Hubo murmullos alrededor de la mesa, aunque Cecily solo miraba confusa, y Tessa, después de tomar aire bruscamente, se quedó en silencio. Estaba recordando la última vez que había visto a Jessamine, en la Ciudad Silenciosa, pálida y con los ojos rojos, llorando y aterrorizada…―. Ella trató de traicionarnos, Charlotte. ¿Y le permitirás volver?

―No tiene más familia, la Clave confiscó sus bienes, y además, no está en condiciones de vivir sola. Dos meses de interrogatorios en la Ciudad de Huesos la han dejado casi demente. No creo que represente un peligro para ninguno de nosotros.

―Antes tampoco creímos que representaría un peligro ―dijo Jem, en una voz más dura de la que Tessa hubiera esperado de su parte―, y aun así, el curso de acción que ella tomó casi puso a Tessa en las manos de Mortmain, y al resto de nosotros en desgracia.

Charlotte negó con la cabeza. ―Debemos ser misericordiosos y compasivos. Jessamine no es lo que una vez fue…

como cualquiera de ustedes sabría si la hubieran visitado en la Ciudad Silenciosa. ―No tengo intención de visitar traidores ―dijo Will con frialdad―. ¿Todavía

estaba diciendo tonterías de que Mortmain vivía en Idris? ―Sí, por eso los Hermanos Silenciosos finalmente se rindieron; no lograron que

dijera algo razonable. No tiene ningún secreto, nada de lo que sabe es útil. Y ella lo entiende. Ella se siente inútil. Si se pudieran poner en su lugar…

―Oh, no dudo que esté montado un espectáculo por ti, Charlotte. Que llore y destroce sus vestidos…

―Bueno, si está destrozando sus vestidos… ―comentó Jem, con una sonrisa rápida a su parabatai―. Ya sabes lo mucho que le gustan a Jessamine sus vestidos.

La sonrisa de Will fue de mala gana, pero real. Charlotte vio su oportunidad y tomó ventaja.

―Ni siquiera la reconocerán cuando la vean, se los prometo ―dijo―. Denle una semana, solo una semana, y si ninguno puede soportar tenerla aquí, haré los arreglos para su traslado a Idris. ―Alejó su plato―. Y ahora a revisar mis copias. ¿Quién me ayudará?

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Para: Cónsul Josiah Wayland De: El Consejo Estimado señor: Hasta la llegada de su última carta, habíamos creído que nuestra diferencia de opiniones en

cuanto al tema de Charlotte Branwell se debía solo a eso, opiniones. Aunque usted no haya otorgado permiso por escrito para el traslado de Jessamine Lovelace al Instituto, la Hermandad, que está a cargo de tales asuntos, sí otorgó la aprobación. Nos parece que el permitirle a la chica regresar al único hogar que ha conocido, a pesar de su comportamiento equivocado, es la acción de un corazón generoso. En cuanto a Woolsey Scott, él lidera el Praetor Lupus, una organización que desde hace mucho consideramos nuestra aliada.

Su sugerencia de que la señora Branwell puede haberle prestado oído a aquellos que no tienen en mente los mejores intereses de la Clave, es profundamente inquietante. Sin embargo, sin evidencia alguna, somos reacios a seguir adelante con esto como información fiable.

En el nombre de Raziel, Los miembros del Consejo Nefilim.

Un par de impecables sementales grises arrastraba el carruaje del Cónsul, un

brillante landó rojo de cinco ventanas con las cuatro Ces de la Clave en el costado. Era un día húmedo y lloviznaba ligeramente; su conductor estaba sentado desplomado en el asiento delantero, casi completamente escondido por un sombrero impermeable y una capa. Con el ceño fruncido, el Cónsul, que no había dicho una palabra desde que habían dejado el comedor del Instituto, apresuró a Gideon y a Gabriel para que entraran al carruaje, luego subió, y cerró de un golpe la puerta.

Cuando el carruaje comenzó a avanzar con una sacudida, alejándose de la iglesia, Gabriel se dio la vuelta para mirar por la ventana.

Sentía una presión ardiente tras los ojos y en el estómago. Iba y venía desde el día anterior, algo que rodaba en su interior con tanta fuerza que llegó a creer que iba a vomitar.

«Un gusano gigante… en las últimas etapas de la viruela… viruela demoníaca.» Cuando Charlotte y los demás habían hecho sus primeras acusaciones contra su

padre, no había querido creerlas. La deserción de Gideon había parecido una locura, una traición tan monstruosa que solo podía explicarse si era producto de la demencia.

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Su padre le había prometido que Gideon iba a repensar sus acciones, que regresaría a ayudar con el funcionamiento de la casa y los asuntos de ser un Lightwood. Pero no había vuelto, y mientras los días se hacían más cortos y oscuros, y Gabriel había visto menos y menos de su padre, había comenzado a preguntarse y luego había comenzado a sentir miedo.

«A Benedict lo cazaron y asesinaron.» Cazaron y asesinaron. Gabriel le dio vueltas a las palabras en su mente, pero no

tenían sentido. Había matado a un monstruo, para lo que lo habían entrenado, pero ese monstruo

no había sido su padre. Su padre todavía estaba vivo en algún lado, y en cualquier momento, Gabriel miraría por una de las ventanas de la casa y lo vería dando grandes zancadas por los caminos, con su largo saco gris ondeando al viento y las líneas definidas de su rostro perfiladas contra el cielo.

―Gabriel ―escuchó que le decía la voz de su hermano, disolviendo la niebla de los recuerdos y los ensueños―. Gabriel, el Cónsul te hizo una pregunta.

Gabriel levantó la vista. El Cónsul lo estaba mirando con ojos oscuros y expectantes. El carruaje estaba rodando por la Calle Fleet, periodistas y abogados y vendedores ambulantes todos iban y venían en el tráfico, apresurados.

―Te pregunté ―repitió el Cónsul― si estabas disfrutando la hospitalidad del Instituto.

Gabriel parpadeó. Poco recordaba de entre la niebla de los últimos días: Charlotte, envolviéndolo en sus brazos. Gideon, lavando la sangre de sus manos. El rostro de Cecily, como una flor brillante y furiosa.

―Está todo bien, supongo ―contestó con voz oxidada―. No es mi casa. ―Bueno, la residencia Lightwood es magnífica ―admitió el Cónsul―. Construida

con sangre y caprichos, por supuesto. Gabriel lo miró fijo, sin comprender. Gideon estaba mirando por la ventana, su

expresión vagamente enferma. ―Creí que deseaba hablarnos de Tatiana ―le dijo al Cónsul. ―Conozco a Tatiana ―dijo el Cónsul―. Nada del buen sentido de su padre y nada

de la amabilidad de su madre. Me temo que obtuvo una muy mala combinación. Su petición por compensaciones será rechazada, por supuesto.

Gideon se giró en su asiento y miró al Cónsul con incredulidad. ―Si confía tan poco en su juicio, ¿por qué estamos aquí? ―Para que pudiera hablar con ustedes a solas por supuesto ―contestó el Cónsul―.

Comprenderán que cuando le entregué el Instituto a Charlotte, tenía la idea de que el

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toque de mujer le haría bien a ese lugar. Granville Fairchild era una de los hombres más estrictos que he conocido, y conducía el Instituto de acuerdo con la Ley, era un lugar frío para nada acogedor. Aquí, en Londres, la ciudad más grande del mundo, y un Cazador de Sombras no podía sentirse como en casa. ―Se encogió de hombros con fluidez―. Creí que darle la administración del lugar a Charlotte podría ayudar.

―Charlotte y Henry ―lo corrigió Gideon. ―Henry era solo una figura ―dijo el Cónsul―. Todos sabemos, como dice el dicho,

que en ese matrimonio la yegua gris es el mejor caballo. Nunca se esperó que Henry interfiriera y, en efecto, así es. Pero tampoco se lo esperó de Charlotte. Se suponía que debía ser dócil y obedecer mis deseos. En eso, ella me ha decepcionado profundamente.

―La apoyó contra nuestro padre ―le espetó Gabriel, y de inmediato se arrepintió de haberlo hecho.

Gideon le lanzó una mirada apaciguadora. Gabriel cruzó las manos enguantadas sobre el regazo, cerrando los labios.

El Cónsul alzó las cejas. ―¿Su padre hubiera sido dócil? ―inquirió―. Había dos malas alternativas y elegí

el menor de los males. Todavía tengo la esperanza de poder controlarla. Pero ahora… ―Señor ―interrumpió Gideon, con su voz más educada―. ¿Por qué nos está

diciendo esto? ―Ah ―exclamó el Cónsul, mirando por la ventana mojada por la lluvia―. Ya

llegamos. ―Golpeteó la ventana del carruaje―. ¡Richard! Detén el carruaje en los Salones Argent.

Gabriel miró a su hermano, quien se encogió de hombros desconcertado. Los Salones Argent eran una reconocida sala de conciertos y un club de caballeros, ubicados en Piccadilly Circus. Mujeres de moral relajada frecuentaban el lugar. Se rumoreaba que los dueños eran Submundos, y que algunas noches los «espectáculos de magia», eran magia de verdad.

―Solía venir aquí con su padre ―comentó el Cónsul, una vez que los tres estuvieron de pie en la acera. Gideon y Gabriel miraban a través de la lluvia la fachada del teatro de estilo italiano de bastante mal gusto. Era claro que lo habían añadido sobre los edificios más modestos que antes se alzaban allí. Tenía una triple galería y una pintura azul muy fuerte―. Una vez la policía revocó la licencia del Alhambra porque la gerencia permitió que se bailara el cancán en su edificio. Pero claro, el Alhambra es dirigido por mundanos. Esto es mucho más satisfactorio. ¿Entramos?

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Su tono no dejaba lugar a negativas. Gabriel siguió al Cónsul por el vestíbulo, donde el dinero cambió de manos y se les entregó una entrada a cada uno. Gabriel miró su entrada con algo de confusión. Era una forma de propaganda que prometía ¡el mejor entretenimiento en Londres!

―«Proezas con fuerza» ―leyó a Gideon a medida que avanzaban por un largo corredor―. «Animales amaestrados, mujeres fuertes, acróbatas, actos de circo y cantantes cómicos».

Gideon murmuraba en voz inaudible. ―Y contorsionistas ―añadió Gabriel radiante―. Parece que hay una mujer aquí

que puede subir el pie por encima de su… ―Por el Ángel, este lugar es apenas mejor que un espectáculo ambulante6 ―dijo

Gideon―. Gabriel, no mires nada a menos que te diga que está bien. Gabriel puso los ojos en blanco cuando su hermano lo tomó firmemente del codo y

lo arrastró hasta lo que claramente era el gran salón: una habitación enorme cuyo techo estaba pintado con reproducciones de los Grandes Maestros del arte italiano, incluyendo el Nacimiento de Venus de Botticelli, ahora bastante machado de humo de cigarrillo, aunque lo peor era el desgaste. Candelabros a gas, que llenaban la habitación con una luz amarillenta, colgaban de montículos de yeso dorado.

Alineados junto a las paredes había sillones de terciopelo en donde se acurrucaban figuras oscuras: caballeros rodeados de damas cuyos vestidos eran demasiado brillantes y cuyas voces eran demasiado altas. La música llegaba desde el escenario al frente del salón. El Cónsul se dirigía hacia allí, sonriendo. Una mujer con sombrero de copa y frac se deslizaba por el escenario, cantando una canción llamada Es Atrevido, Pero Es Bueno. Cuando volteó, sus ojos brillaron de color verde bajo la luz del candelabro.

«Licántropo», pensó Gabriel. ―Espérenme aquí un momento, chicos ―les pidió el Cónsul, y desapareció entre la

multitud. ―Adorable ―murmuró Gideon, y acercó más Gabriel cuando una mujer con un

vestido de satén pegado al cuerpo se tambaleó junto a ellos. Olía a ginebra y algo más, algo oscuro y dulce, parecido a la esencia a azúcar quemada de James Carstairs.

6 Medio de entretenimiento popular para las clases bajas en Inglaterra, en el siglo XIX. Eran espectáculos teatrales que se montaban donde lo permitía el espacio, y por lo general solo consistía en un escenario y un piano.

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―¿Quién pensaría en el Cónsul como un amante del espectáculo? ―comentó Gabriel―. ¿Acaso no podía esperar hasta después de que fuéramos a la Ciudad Silenciosa?

―No nos llevará a la Ciudad Silenciosa. ―La boca de Gideon estaba tensa. ―¿No? ―No seas iluso, Gabriel. Por supuesto que no. Quiere algo más de nosotros, aunque

todavía no sé qué. Nos trajo aquí para perturbarnos, y no lo habría hecho si no estuviera bastante seguro de que puede amenazarnos con algo que evite que le contemos a Charlotte, o algún otro, sobre dónde hemos estado.

―Tal vez sí solía venir aquí con Padre. ―Tal vez, pero ese no es el por qué estamos aquí ahora ―dijo Gideon con fatalidad.

Apretó más su agarre en el brazo de su hermano cuando el Cónsul reapareció, trayendo consigo una pequeña botella de lo que parecía agua con gas, pero Gabriel adivinó que seguramente contenía al menos unos dos peniques de alcohol.

―¿Qué, nada para nosotros? ―preguntó Gabriel, y obtuvo su respuesta con una mirada enojada de su hermano y una sonrisa agria del Cónsul. Gabriel se dio cuenta de que no tenía ni idea de si el Cónsul tenía familia o hijos. Solo el Cónsul.

―¿Tienen alguna idea, chicos, del peligro que corren? ―les preguntó. ―¿Peligro? ¿De quién, Charlotte? ―Gideon sonaba incrédulo. ―No de Charlotte. ―El Cónsul regresó su mirada hacia ellos―. Su padre no solo

rompió la Ley; la blasfemó. No solo tuvo tratos con demonios; yació entre ellos. Ustedes son los Lightwood, son todo lo que queda de los Lightwood. No tienen primos, ni tías ni tíos. Podría sacar a toda su familia de los registros de los Nefilim y ponerlos a ustedes y a su hermana de patitas en la calle para que se mueran de hambre o rueguen para vivir entre los mundanos, y tengo el derecho por la Clave y el Consejo de hacerlo. Y, ¿quién creen ustedes que va a defenderlos? ¿Quién hablará en su defensa?

Gideon se había puesto muy pálido, y sus nudillos, donde agarraban el brazo de Gabriel, estaban blancos.

―Eso no es justo ―le dijo―. No sabíamos. Mi hermano confió en mi padre, no lo pueden considerar responsable…

―¿Confió en él? Lo hirió de muerte, ¿no? ―le preguntó el Cónsul―. Oh, todos contribuyeron, pero suyo fue el golpe de gracia que terminó con su padre; lo que más bien indica que él sabía exactamente lo que era su padre.

Gabriel era consciente de que Gideon lo miraba con preocupación. El aire en los Salones Argent era caliente y viciado, robándole el aliento. La mujer en el escenario

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ahora cantaba una canción llamada Para Cortejar a una Dama, y caminaba de aquí para allá, golpeando el escenario una y otra vez con el extremo de un bastón, que hacía vibrar el piso.

―El pecado de los padres, niños. Pueden y serán castigados por sus crímenes si lo deseo. ¿Qué harás, Gideon, mientras les quitan las runas a tu hermano y a Tatiana? ¿Te quedarás allí mirando?

Gideon crispó la mano derecha; estaba seguro de que la habría estirado y habría atrapado al Cónsul por la garganta, si Gideon no le hubiera sujetado la muñeca.

―¿Qué quiere de nosotros? ―preguntó Gideon, con la voz bajo control―. No nos trajo aquí solo para amenazarnos, no a menos que quiera algo a cambio. Y si fuera algo que pudiera pedir de forma legal o fácil, lo hubiera hecho en la Ciudad Silenciosa.

―Chico inteligente ―lo alabó el Cónsul―. Quiero que hagan algo por mí. Háganlo, y me encargaré de que, aunque puede que confisquen la residencia Lightwood, mantengan su honor y su buen nombre, sus tierras en Idris, y su lugar como Cazadores de Sombras.

―¿Qué quiere que hagamos? ―Quiero que observen a Charlotte. Más específicamente, su correspondencia.

Díganme qué cartas recibe y envía, especialmente de y hacia Idris. ―Quiere que la espiemos. ―La voz de Gideon era plana. ―No quiero más sorpresas como la de su padre ―les advirtió el Cónsul―.

Charlotte nunca debió mantener en secreto su enfermedad. ―Tuvo que hacerlo ―dijo Gideon―. Era una condición del acuerdo que hicieron… La boca del Cónsul se tensó. ―Charlotte Branwell no tiene derecho alguno a hacer acuerdos de ese ámbito sin

consultarme. Soy su superior. No debe, y no puede, pasarme por encima de esa forma. Ella y ese grupo en el Instituto se comportan como si fueran un país que existe bajo sus propias leyes. Miren lo que pasó con Jessamine Lovelace. Ella nos traicionó a todos, casi hasta nuestra destrucción. James Carstairs es un drogadicto moribundo. Esa chica Gray es una cambia formas, o una bruja, y no tiene lugar en un Instituto, que le den a ese ridículo compromiso. Y Will Herondale… Will Herondale es un mentiroso y un mocoso malcriado que crecerá para ser un criminal, si es que crece. ―El Cónsul hizo una pausa, respirando con esfuerzo―. Charlotte tal vez dirija ese lugar como un feudo, pero no lo es. Es un Instituto y se reporta ante el Cónsul. Así como ustedes lo harán.

―Charlotte no ha hecho nada para merecer semejante traición de mi parte ―le espetó Gideon.

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El Cónsul le alzó un dedo. ―Eso es exactamente de lo que hablo. Tu lealtad no es hacia ella; no puede ser hacia

ella. Es a mí. Debe ser hacia mí. ¿Entienden eso? ―¿Y si digo que no? ―Entonces lo pierden todo. Casa, tierras, nombre, linaje, propósito. ―Lo haremos ―aceptó Gabriel, antes de que Gideon pudiera hablar de nuevo―.

La vigilaremos por usted. ―Gabriel… ―comenzó Gideon. Gabriel se dio la vuelta hacia su hermano. ―No ―lo interrumpió―. Es demasiado. No quieres ser un mentiroso, lo entiendo,

pero nuestra lealtad es con la familia. Los Blackthorn echarían a Tatiana a la calle, y no duraría ni un segundo allí; ella y su hijo…

Gideon se puso blanco. ―¿Tatiana va a tener un hijo? A pesar del horror de la situación, Gabriel sintió un golpe de satisfacción al saber

algo que su hermano no sabía. ―Sí ―contestó―. Lo sabrías, si todavía formaras parte de nuestra familia. Gideon miró hacia todos lados en la habitación, como buscando una cara familiar,

luego miró desamparado a su hermano y al Cónsul. ―Yo… El Cónsul Wayland sonrió fríamente a Gabriel, y luego a su hermano. ―¿Tenemos un acuerdo, caballeros? Después de un largo momento, Gideon asintió. ―Lo haremos. Gabriel no olvidaría la mirada que cubrió la cara del Cónsul ante eso: satisfacción,

pero no mucha sorpresa. Era claro que no había estado esperando otra cosa, o algo mejor, de los chicos Lightwood.

―¿Bollos? ―preguntó Tessa, incrédula. La boca de Sophie se torció en una sonrisa. Estaba de rodillas frente a la chimenea

con un trapo y un balde de agua jabonosa. ―Podría haberme dejado noqueada, así de sorprendida estaba ―confirmó―.

Docenas de bollos. Debajo de su cama, todos duros como piedras.

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―Mi Dios ―exclamó Tessa, se deslizó al borde de la cama y se apoyó sobre las manos.

Cuando Sophie estaba limpiando en su habitación, Tessa siempre tenía que resistir el impulso de apresurarse a ayudar a la otra chica con la caja de yescas o a quitar el polvo. Lo había intentado en algunas ocasiones, pero después de que Sophie sentara a Tessa suave, pero con firmeza por cuarta vez, se había rendido.

―¿Y estabas enojada? ―inquirió Tessa. ―¡Por supuesto que lo estaba! Todo ese trabajo extra para mí, subiendo y bajando

los bollos por las escaleras, y luego los escondía así… No debería sorprenderme si terminamos el otoño con ratones.

Tessa asintió, reconociendo con gravedad la potencial plaga de roedores. ―Pero ¿no es un poco halagador que llegara tan lejos solo para verte? Sophie se enderezó. ―No es halagador, porque él no está pensando. Es un Cazador de Sombras, y yo

soy una mundana. No puedo esperar nada de él. En la mejor de todas las realidades posibles, tal vez me ofrezca ser su amante mientras se casa con una chica Cazadora de Sombras.

La garganta de Tessa se tensó, recordando a Will en el techo, ofreciéndole justo eso, ofreciéndole la vergüenza y desgracia, y lo pequeña que se había sentido, despreciable.

Había sido una mentira, pero el recuerdo aún dolía. ―No ―repitió Sophie, mirándose las manos rojas y endurecidas por el trabajo―. Es

mejor que nunca albergue la esperanza. De esa manera no habrá decepciones. ―Creo que los Lightwood son hombres mejores que eso ―le ofreció Tessa. Sophie se quitó el cabello de la cara y sus dedos tocaron ligeramente la cicatriz que

dividía su mejilla. ―A veces creo que no hay hombres mejores que eso.

Ni Gideon ni Gabriel hablaron mientras el carruaje traqueteaba por las calles del

West End al Instituto. Llovía a cántaros; la lluvia golpeaba el carruaje haciendo tanto ruido, que Gabriel dudaba que alguien lo hubiera oído si hubiera hablado.

Gideon estudiaba sus zapatos, y no levantó la vista mientras volvían al Instituto. Cuando éste fue visible bajo la lluvia, el Cónsul se estiró por encima de Gabriel para abrirles la puerta.

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―Confío en ustedes chicos ―les dijo―. Ahora vayan y hagan que Charlotte confíe en ustedes también. Y no le digan a nadie de nuestra discusión. En cuanto a esta tarde, la pasaron con los Hermanos.

Gideon bajó del carruaje sin otra palabra, y Gabriel lo siguió. El landó dio la vuelta y traqueteó bajo la gris tarde de Londres. El cielo estaba negro y amarillo, la lluvia caía tan pesada como bolas de plomo y la niebla era tan espesa que Gabriel apenas veía las puertas del Instituto cuando se cerraron tras el carruaje. Ciertamente no vio a su hermano cuando lo tomó del cuello de la chaqueta y lo arrastró a un costado del Instituto.

Casi se cayó cuando Gideon lo empujó contra la pared de piedra de la vieja iglesia. Estaban cerca de los establos, medio escondidos por los contrafuertes, pero no protegidos de la lluvia. Unas gotas frías cayeron sobre la cabeza y el cuello de Gabriel y luego se deslizaron por su camisa.

―Gideon… ―protestó, resbalándose en las baldosas embarradas. ―Haz silencio. ―Los ojos de Gideon se veían enormes y grises en la débil luz,

apenas teñidos de verde. ―Tienes razón. ―Gabriel bajó la voz―. Deberíamos organizar nuestra historia.

Cuando nos pregunten qué hicimos esta tarde, debemos estar perfectamente de acuerdo en nuestra respuesta, o no será creíble…

―Dije, haz silencio. ―Gideon volvió a empujar los hombros de su hermano contra la pared, con la fuerza suficiente como para que Gabriel jadeara del dolor―. No vamos a contarle a Charlotte de nuestra conversación con el Cónsul. Pero tampoco vamos a espiarla. Gabriel, eres mi hermano, y te quiero; haría lo que fuera por protegerte, pero no venderé tu alma, ni la mía.

Gabriel observó a su hermano. La lluvia empapaba el cabello de Gideon y caían en el cuello de su abrigo.

―Podríamos morir en la calle si nos negamos a hacer lo que dice el Cónsul. ―No voy a mentirle a Charlotte ―afirmó Gideon. ―Gideon… ―¿Viste la mirada en la cara del Cónsul? ―lo interrumpió Gideon―. ¿Cuando

accedimos a espiar para él, traicionar la generosidad de la casa que nos da cobijo? No estaba sorprendido ni en lo más mínimo. No dudó ni un segundo de nosotros. No esperaba otra cosa que traición de parte de los Lightwood. Esa es nuestra herencia. ―Sus manos se tensaron sobre los brazos de Gabriel―. Hay más en la vida que sobrevivir ―le dijo―. Tenemos honor, somos Nefilim. Si él nos quita eso, en verdad no tenemos nada.

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―¿Por qué? ―preguntó Gabriel―. ¿Por qué estás tan seguro de que el lado de Charlotte es el lado correcto?

―Porque el de nuestro padre no lo era ―contestó Gideon―. Porque conozco a Charlotte, porque he vivido entre estas personas por meses y son buena gente, porque Charlotte Branwell no ha sido más que amable conmigo. Y Sophie la ama.

―Y amas a Sophie. La boca de Gideon se tensó. ―Ella es una mundana y una sirvienta ―razonó Gabriel―. No sé qué esperas de

esto, Gideon. ―Nada ―dijo Gideon con brusquedad―. No espero nada. Pero el hecho de que

creas que debería, muestra que nuestro padre nos crio para creer que debemos hacer lo correcto solo si obtenemos alguna recompensa a cambio. No traicionaré la palabra que le di a Charlotte; esa es la situación, Gabriel. Si no quieres ser parte de esto, te enviaré a Blackthorn a vivir con Tatiana. Estoy seguro de que te recibirán. Pero no le mentiré a Charlotte.

―Sí, lo harás ―le rebatió Gabriel―. Los dos le vamos a mentir a Charlotte. Pero le vamos a mentir al Cónsul también.

Gideon entrecerró los ojos. La lluvia caía de sus pestañas. ―¿Qué quieres decir? ―Haremos lo que el Cónsul dijo y leeremos la correspondencia de Charlotte. Luego

se lo reportaremos, pero los reportes serán falsos. ―Si le vamos a dar reportes falsos de todas formas, ¿por qué leer su

correspondencia? ―Para saber qué no decir ―explicó Gabriel, saboreando la humedad en su boca.

Sabía amargo y sucio, como si hubiera goteado del techo del Instituto―. Para evitar decirle la verdad por accidente.

―Si nos descubren, podríamos enfrentar consecuencias de la más grave severidad. Gabriel escupió agua de lluvia. ―Entonces dime: ¿Te arriesgarías a severas consecuencias por los habitantes del

Instituto, o no? Porque yo… yo estoy haciendo esto por ti, y porque… ―¿Porque? ―Porque cometí un error. Estaba equivocado en cuanto a nuestro padre. Creí en él,

y no debería haberlo hecho. ―Gabriel tomó aire―. Estaba equivocado y busco compensarlo, y si hay un precio a pagar, entonces lo pagaré.

Gideon lo observó por largo tiempo.

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―¿Este era tu plan desde el principio? ¿Al acceder a las demandas del Cónsul, en los Salones Argent, este era tu plan?

Gabriel desvió la mirada de su hermano, hacia el camino mojado. En su mente podía verse a los dos, mucho más jóvenes, de pie donde el Támesis pasaba por el límite de la propiedad de la casa. Gideon le mostraba los caminos seguros a través del terreno empantanado. Su hermano siempre había sido el que le mostraba los caminos seguros. Había habido un tiempo en los que habían confiado en el otro sin lugar a dudas, y no sabía cuándo había terminado, pero su corazón sufría por recuperar esos tiempos, más que por la pérdida de su padre.

―¿Me creerías si te dijera que sí? ―preguntó con amargura―. Porque es la verdad. Gideon estuvo inmóvil por un tiempo, luego Gabriel se sintió impulsado hacia

delante; su cara chocó contra el sobretodo de lana empapado de Gideon. Su hermano lo sostuvo con fuerza y lo meció bajo la lluvia mientras murmuraba:

―Muy bien, hermanito. Todo va a estar bien.

Para: Miembros del Consejo De: Cónsul Josiah Wayland Muy bien, caballeros. En ese caso solo les pido paciencia y que no actúen a las prisas. Si es

evidencia lo que desean, les proporcionaré evidencia. Escribiré de nuevo sobre este asunto, y pronto. En el nombre de Raziel y en defensa de su honor, Cónsul Josiah Wayland.

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Traducido por Milyepes

Si el año pasado me fuera me ofrecieran de nuevo, Y la elección del bien y del mal estuviera ante mí

¿Aceptaría el placer con el dolor O me atrevería a desear que nunca habernos conocido?

―Si el año pasado me fuera ofrecido de nuevo, Augusta, Lady Gregory

Para: Cónsul Wayland De: Gabriel y Gideon Lightwood Estimado señor: Estamos muy agradecidos de que nos haya asignado la tarea de vigilar el comportamiento de

la señora Branwell. Las mujeres, como sabemos, necesitan ser vigiladas de cerca para que no se desvíen por el

mal camino. Sentimos anunciar que tenemos noticias impactantes que informar. El deber más importante de una mujer es llevar su hogar, y una de las virtudes femeninas

más importantes, es la frugalidad. Sin embargo, la señora Branwell parece adicta a gastar en cosas que no son más que vulgares exhibicionismos.

A pesar de que se viste con sencillez cuando usted la visita, nos entristece informar que en sus horas de ocio se engalana con las sedas más finas y las joyas más costosas que pueda imaginar. Usted nos solicitó que invadiéramos la privacidad de una dama, y aunque en un principio estábamos poco dispuestos, lo hicimos. Nos gustaría informarle los detalles exactos de la carta a su modista, pero tememos que pueda quedar abrumado. Es suficiente decir que el dinero que gasta en sombreros rivaliza con los ingresos anuales de una finca de gran tamaño o de un país pequeño. No sabemos por qué una mujer tan pequeña puede tener tantos sombreros. Es poco probable que oculte cabezas adicionales en su persona.

Seríamos poco caballerosos al comentar el atuendo de una dama, si no fuera por el delirante efecto que tiene sobre nuestras obligaciones. La señora Branwell escatima en el gasto de las

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necesidades domésticas de forma horrible. Cada noche nos sentamos a cenar gruel7 mientras ella se sienta a la mesa ataviada con piedras preciosas y fruslerías. Esto es, como puede imaginar, terriblemente injusto con sus valientes Cazadores de Sombras. Estamos tan débiles que el martes pasado casi nos venció un demonio Behemoth, criaturas que como usted sabe, están principalmente compuestas por una sustancia viscosa. En nuestro mejor momento, y bien alimentados, cualquiera de nosotros sería capaz de pisar a una docena de demonios Behemoth a la vez.

Tenemos muchas esperanzas en que usted sea capaz de prestarnos asistencia en esta materia, y solicitamos que los gastos de la señora Branwell en sombreros y otros artículos de vestir femeninos, los cuales por delicadeza preferimos no nombrar, sean revisados.

Atentamente, Gideon y Gabriel Lightwood. ―¿Qué son fruslerías? ―preguntó Gabriel, parpadeando como un búho por la

epístola que él acababa de ayudar a redactar. En realidad, Gideon había dictado su mayor parte, Gabriel no había hecho más que mover la pluma sobre el papel. Estaba empezando a sospechar que detrás de la fachada adusta de su hermano yacía olvidado un genio de la comedia.

Gideon hizo un ademán desdeñoso. ―No tiene importancia. Sella el sobre y dáselo a Cyril para que pueda salir con el

correo de la mañana.

Habían pasado varios días desde la batalla contra el gusano gigante, y Cecily estaba de regreso en la sala de entrenamiento. Empezaba a preguntarse si podría simplemente mover su cama y su mobiliario al lugar, ya que parecía pasar la mayor parte de su tiempo allí. El dormitorio que Charlotte le había dado estaba casi vacío de decoración o cualquier otra cosa que pudiera recordarle a casa. Apenas había traído cosas personales desde Gales, ya que no esperaba quedarse por mucho tiempo.

Por lo menos, en la sala de armas se sentía segura, tal vez porque no había nada parecido en el lugar donde se había criado; era un lugar para Cazadores de Sombras, no había nada que le diera nostalgia. Las paredes estaban cubiertas con docenas de armas. Su primera lección con Will, cuando él todavía ardía de rabia porque ella

7 Receta consistente en algún tipo de cereal (harina de avena, trigo o centeno, o también arroz) cocido en agua o leche. Es una versión más clara de las gachas, que a menudo se bebe más que se come e incluso puede no necesitar cocción.

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estuviera ahí, había involucrado memorizar todos los nombres de las armas y lo que hacían: katanas japonesas, mandobles, misericordias, luceros del alba, mazas, espadas turcas curvas, ballestas, hondas, y tubos diminutos que lanzaban agujas envenenadas al soplarlos. Lo recordó escupiendo sus nombres como si fueran veneno, y haber pensado:

«Puedes estar tan enojado como quieras, hermano mayor. Puedo fingir que ahora deseo ser Cazadora de Sombras, porque no te da otra opción que mantenerme aquí. Pero te voy a mostrar que estas personas no son de tu familia. Voy a llevarte a casa.»

Levantó una espada de la pared y la equilibró con cuidado entre sus manos. Will le había explicado que debía sostener un mandoble justo debajo de la caja torácica, apuntando hacia afuera. Debía equilibrar el peso de forma equitativa sobre las piernas, y debía girar la espada desde los hombros, no desde los brazos, para poder descargar la máxima fuerza en un golpe mortal.

«Un golpe mortal.» Durante muchos años había estado enojada con su hermano por abandonarlos y unirse a los Cazadores de Sombras en Londres, por entregarse a lo que su madre había llamado una vida de asesinato sin sentido, de armas, sangre y muerte. ¿Qué tenían de malo las verdes montañas de Gales? ¿Qué le faltaba a su familia? ¿Por qué dar la espalda al más azul de los mares azules por algo tan vacío como todo eso?

Sin embargo, allí estaba ella, eligiendo pasar su tiempo a solas en la sala de entrenamiento, con la silenciosa colección de armas. El peso de la espada en su mano era reconfortante, casi como si sirviera como una barrera entre ella y sus sentimientos.

Ella y Will habían vagado por toda la ciudad un par de noches atrás, desde los fumaderos de opio y antros de juego hasta las guaridas ifrit. Una mancha de colores, aromas y luces. No había sido exactamente amable, pero ella sabía que, para Will, permitir que ella lo acompañara en tal misión había sido un gran gesto. Había disfrutado de su compañía esa noche. Había sido como tener a su hermano de regreso.

Pero a medida que la noche iba avanzando, Will se había vuelto cada vez más silencioso y cuando habían regresado al Instituto, la había alejado, sin duda deseando estar solo, y había dejado a Cecily sin nada que hacer más que volver a su habitación y quedarse despierta mirando al techo hasta el amanecer.

Cuando planeaba venir aquí, de alguna manera había pensado que los lazos que lo retenían no podían ser tan fuertes, que su apego a estas personas no podía ser como su apego a la familia. Pero a medida que la noche avanzaba y veía su esperanza y luego su decepción, en cada nuevo establecimiento en que preguntaban por yin fen sin encontrar nada, había entendido que los lazos que lo ataban aquí eran tan fuertes

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como cualquier lazo de sangre. Claro, se le habían dicho antes, lo había sabido antes, pero eso no era lo mismo que comprender.

En ese momento estaba cansada, y a pesar de que empuñaba la espada como Will le había enseñado con la mano derecha justo bajo la guarda y la izquierda en la empuñadura, se le escapó de las manos, se inclinó hacia adelante y se clavó en el suelo.

―Oh, querida ―dijo una voz desde la puerta―. Me temo que solo podría calificar ese esfuerzo con un tres. Cuatro tal vez, si me inclino a darle un punto extra por practicar esgrima con vestido de tarde.

Cecily, quien de hecho no se había molestado en cambiarse, echó la cabeza hacia atrás y vio a Gabriel Lightwood, que había aparecido en la puerta como una especie de demonio perverso.

―Tal vez no estoy interesada en su opinión, señor. ―Tal vez. ―Dio un paso y entró a la habitación―. El Ángel sabe que su hermano

nunca lo ha estado. ―En eso estamos de acuerdo ―comentó Cecily, liberando la espada del suelo. ―Pero no en mucho más. ―Gabriel se movió hasta pararse tras ella. Los dos se

reflejaban en uno de los espejos de entrenamiento; Gabriel era más alto que ella por una cabeza, por lo que podía observar su rostro con claridad por encima del hombro. Tenía uno de esos extraños rostros de huesos afilados: apuesto desde algunos ángulos, y particularmente interesante desde otros. Tenía una pequeña cicatriz blanca en la barbilla, como si lo hubieran herido con una hoja delgada―. ¿Quiere que le muestre cómo sostener correctamente la espada?

―Si tiene que hacerlo. Él no respondió, sino que se acercó para luego acomodar su agarre sobre la

empuñadura. ―No debe sostener nunca la espada apuntando hacia abajo ―instruyó―.

Sosténgala de este modo, de manera que si sus oponentes vienen hacia usted, se claven la hoja.

Cecily ajustó su agarre en consecuencia. Su mente estaba corriendo. Por un largo tiempo, había pensado en los Cazadores de Sombras como monstruos que habían secuestrado a su hermano, y en sí misma como la heroína que iba a rescatarlo, aunque él no se diera cuenta de que necesitaba que lo rescataran. El darse cuenta de lo humanos que eran había sido extraño y gradual. Podía sentir el calor creciente del cuerpo de Gabriel, su respiración que agitaba su pelo. Era tan extraño ser consciente de tantas cosas sobre otra persona: la forma en que sentía el roce de su piel, la forma en que olía…

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―Vi cómo luchó en la residencia Lightwood ―murmuró Gabriel Lightwood. Su mano callosa acarició sus dedos, y Cecily contuvo un pequeño escalofrío.

―¿Mal? ―preguntó, intentando decirlo tono burlón. ―Con pasión. Los hay quienes pelean porque es su deber y los que pelean porque

les encanta. A usted le encanta. ―No es… ―comenzó a decir Cecily, pero se vio interrumpida cuando la puerta de

la sala de entrenamiento se abrió con gran estruendo. Era Will, llenando el marco de la puerta con su silueta larga, delgada y de hombros

anchos. Sus ojos azules eran amenazadores. ―¿Qué estás haciendo aquí? ―exigió saber. Hasta aquí llegaba la breve paz que habían logrado la noche anterior. ―Estoy practicando ―contestó Cecily―. Me dijiste que no mejoraría sin práctica. ―No tú. Le digo a Gabriel Lightworm8. ―Will hizo un gesto con la barbilla hacia el

otro chico―. Lo siento, Lightwood. Lentamente Gabriel dejó de rodear a Cecily con los brazos. ―Quienquiera que le haya enseñado esgrima a tu hermana le ha impartido muchos

malos hábitos. Solo estaba tratando de ayudar. ―Le dije que podía hacerlo ―añadió Cecily. No tenía idea de por qué estaba

defendiendo a Gabriel, salvo que sospechaba que eso podría molestar a Will. Y así fue. Will entrecerró los ojos. ―¿Y te contó que ha estado buscando durante años una manera de vengarse de mí

por lo que él percibe como un insulto hacia su hermana? Y ¿qué mejor manera de hacerlo que a través de ti?

Cecily giró la cabeza para mirar a Gabriel, que tenía una expresión de fastidio mezclado con desafío.

―¿Es eso cierto? No le respondió, solo se dirigió a Will. ―Si vamos a vivir en la misma casa, Herondale, entonces vamos a tener que

aprender a tratar a los demás con cordialidad, ¿no te parece? ―Mientras todavía pueda romper tu brazo con tanta facilidad como para mirarte,

no me parecerá tal cosa. ―Will extendió la mano y cogió una espada de la pared―. Ahora, sal de aquí Gabriel, y deja a mi hermana en paz.

Con una sola mirada desdeñosa, Gabriel se abrió camino junto a Will y salió de la habitación.

8 Juego de palabras. Worm significa gusano.

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―¿Era absolutamente necesario, Will? ―preguntó Cecily tan pronto la puerta se cerró.

―Conozco a Gabriel Lightwood y tú no. Te sugiero que aceptes que me dejes a mí el juzgar su carácter. Quiere servirse de ti para hacerme daño…

―¿En serio no puedes imaginar que tenga una motivación que no seas tú? ―Lo conozco ―repitió Will―. Ha demostrado ser un mentiroso y un traidor… ―La gente cambia. ―No mucho. ―Tú lo has hecho ―señaló Cecily, avanzando a grandes zancadas por la habitación

para luego dejar caer la espada con estrépito sobre un banco. ―Tú también ―dijo Will, sorprendiéndola. Se volvió hacia él. ―¿He cambiado? ¿Cómo he cambiado? ―Cuando llegaste aquí intentaste convencerme una y otra vez para que volviera a

casa contigo―contestó él―. No te gustaba entrenar, aunque fingías que sí, lo sé. Entonces dejó de ser «Will, tienes que venir a casa», y se convirtió en «escribe una carta, Will». Y luego empezaste a disfrutar de tu entrenamiento. Gabriel Lightwood es un sinvergüenza, pero tiene razón en una cosa: disfrutaste luchar contra el gusano gigante en la residencia Lightwood. La sangre de Cazador de Sombras es como pólvora en tus venas, Cecy. Una vez que se enciende, no se extingue tan fácilmente. Si permaneces mucho más tiempo aquí, es muy probable que te pase como a mí… estarás demasiado involucrada como para irte.

Cecily miró a su hermano. Su camisa estaba abierta en el cuello, mostrando algo escarlata en el hueco de su garganta.

―¿Estás usando un collar de la mujer, Will? Will se llevó una mano al cuello con una mirada de asombro, pero antes de que

pudiera responder, la puerta de la sala de entrenamiento se abrió una vez más y Sophie entró, con expresión ansiosa en su rostro cubierto de cicatrices.

―Amo Will, señorita Herondale. He estado buscándolos ―les dijo―. Charlotte ha pedido que todo el mundo vaya a la sala de inmediato; es un asunto de cierta urgencia.

Cecily siempre había sido algo así como una niña solitaria. Era difícil no serlo cuando sus hermanos mayores habían muerto o desaparecido y no había jóvenes de edad similar a quienes sus padres consideraran compañeros adecuados. Había aprendido a entretenerse con sus propias observaciones de la gente. No las compartía con otros, sino que las mantenía cerca para poder sacarlas más adelante y examinarlas en soledad.

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Los hábitos de toda una vida no se perdían rápidamente, y aunque Cecily ya no estaba sola, ya que había llegado al Instituto hace ocho semanas, había hecho de sus habitantes un tema de estudio detallado. Eran Cazadores de Sombras, después de todo, habían sido primero el enemigo, y luego, mientras cambiaba su punto de vista, simplemente se volvieron el objeto de su fascinación.

Los evaluó mientras entraba al salón junto a Will. Primero estaba Charlotte, sentada detrás de su escritorio. Cecily no conocía a Charlotte hace mucho tiempo; sin embargo, sabía que Charlotte era del tipo de mujer que mantenía la calma incluso bajo presión. Era pequeña pero fuerte, se parecía un poco a la madre de Cecily, aunque con una menor tendencia a murmurar en galés.

Luego estaba Henry. Podría haber sido el primero en convencer a Cecily de que aunque los Cazadores de Sombras eran diferentes, no eran unos extraños peligrosos. Henry, nervudo y de piernas larguiruchas, no tenía nada de aterrador apoyado contra el escritorio de Charlotte.

Sus ojos se deslizaron luego sobre Gideon Lightwood, no tan alto y más fornido que su hermano. Gideon, cuyos ojos verde grisáceos normalmente seguían a Sophie por todo el Instituto como un cachorrito esperanzado. Se preguntó si los otros en el Instituto habrían notado sus sentimientos por la sirvienta, y lo que Sophie pensaba de ello.

Y luego estaba Gabriel. Los pensamientos de Cecily, en todo lo que a él concernía, eran un revoltijo confuso. A Gabriel le brillaban los ojos y su cuerpo, apoyado contra el brazo de la silla de su hermano, estaba tenso como un alambre. En el sofá de terciopelo oscuro, justo frente a los Lightwood, estaba sentado Jem, con Tessa a su lado. Él había levantado la vista cuando se abrió la puerta y, como siempre pasaba, pareció iluminarse un poco más cuando vio a Will. Era una cualidad peculiar en ambos, y Cecily se preguntó si era así para todos los parabatai, o si se trataba de un caso único. De cualquier modo, debía ser terrible estar tan entrelazado con otra persona, especialmente cuando uno de ellos era tan frágil como Jem.

Mientras los miraba, Tessa puso su mano sobre la de Jem y le dijo algo en voz baja que le hizo sonreír. Tessa miró rápidamente a Will, pero él solo cruzó la habitación como hacía siempre para apoyarse en la repisa de la chimenea. Cecily nunca había sido capaz de decidir si lo hacía porque siempre tenía frío o porque pensaba que parecía elegante de pie frente a las llamas.

«Debes estar avergonzada de tu hermano… que alberga sentimientos ilícitos hacia la prometida de su parabatai» le había dicho Will. Si hubiera sido cualquier otra persona, ella le habría contestado que no tenía sentido guardar secretos, que la verdad

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saldría a la luz en algún momento. Pero en el caso de Will, no estaba segura. Tenía la experiencia de su lado al haberse escondido y fingido durante años; era un actor experimentado. Si no fuera porque ella era su hermana, si no fuera porque había visto su rostro en los momentos en que Jem no lo estaba mirando, no creía haber podido deducirlo.

Y luego estaba la horrible verdad de que él no tendría que ocultar su secreto para siempre, solo tenía que ocultarlo mientras Jem viviera. Si James Carstairs no fuera siempre tan amable y bien intencionado, pensó Cecily, podría haberlo odiado en nombre de su hermano. No solo iba a casarse con la chica que Will amaba, sino que cuando Jem muriera, temía que Will nunca se recuperaría. Will nunca lo superaría. No puedes culpar a alguien por morir; quizá sí por dejarte a propósito, como su hermano la había abandonado a ella y a sus parientes, pero no por morir. Sin lugar a dudas, ese poder estaba más allá del alcance de cualquier ser humano mortal.

―Me alegra que todos estemos aquí ―comenzó Charlotte con una voz tensa que sacó a Cecily de su ensimismamiento. Charlotte miraba seriamente una bandeja pulida sobre su escritorio, en la que había una carta abierta y un pequeño paquete envuelto en papel encerado―. Recibí una carta perturbadora en la correspondencia. De parte del Maestro.

―¿De Mortmain? ―Tessa se inclinó hacia delante, y el ángel mecánico que siempre llevaba al cuello osciló libremente, brillando a la luz del fuego―. ¿Él te escribió?

―No para preguntar por tu estado de tu salud, supongo ―dijo Will―. ¿Qué es lo que quiere?

Charlotte tomó una respiración profunda. ―Les voy a leer la carta.

Mi querida señora Branwell: Perdón por molestarla en lo que debe ser un momento estresante para su familia. Me sentí

dolido, aunque debo confesar no conmocionado, al escuchar la grave indisposición del señor Carstairs.

Creo que usted es consciente de que soy el feliz poseedor de una gran, y también muy exclusiva, porción de la medicina que el señor Carstairs requiere para su continuo bienestar. Por lo que nos encontramos en una situación muy interesante, la cual estoy ansioso por resolver a satisfacción de ambos.

Estaría muy contento de hacer un intercambio: si usted está dispuesta a confiar a la señorita Gray a mi cuidado, voy a poner una gran parte de yin fen al suyo.

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Envío una muestra de mi buena voluntad. Permítame saber su decisión por escrito. Si le dicta a mi autómata la secuencia correcta de los números impresos en la parte inferior de esta carta, estoy seguro de que recibiré su respuesta.

Le saluda atentamente, Axel Mortmain. ―Eso es todo ―dijo Charlotte, doblando la carta por la mitad, para luego

depositarla nuevamente en la bandeja―. Hay instrucciones sobre la manera de convocar al autómata al que debemos dar nuestra respuesta, y está el número del que habla, pero no da ninguna pista respecto a su ubicación.

Hubo un atónito silencio. Cecily, quien se había sentado en un pequeño sillón floreado, miró a Will y lo vio apartar la mirada rápidamente para ocultar su expresión. Jem palideció, su rostro se tornó de color ceniza, y Tessa… Tessa se quedó muy quieta mientras la luz del fuego trazaba sombras sobre su rostro.

―Mortmain me quiere a mí ―dijo ella finalmente, rompiendo el silencio―. A cambio del yin fen de Jem.

―Es ridículo ―exclamó Jem―. Insostenible. Debemos entregar la carta a la Clave para ver si se puede dilucidar algo sobre su ubicación, pero eso es todo.

―No van a ser capaces de discernir nada sobre su ubicación ―dijo Will en voz baja―. El Maestro ha demostrado una y otra vez ser demasiado inteligente para eso.

―Esto no es ser inteligente ―refutó Jem―. Esta es la forma más cruda de chantaje…

―No estoy en desacuerdo ―lo calmó Will―. Propongo que tomemos el paquete como una bendición, un puñado más de yin fen que te ayudará, e ignoremos el resto.

―Mortmain escribió la carta sobre mí ―dijo Tessa, interrumpiéndolos a ambos―. La decisión debe ser mía. ―Giró su cuerpo hacia Charlotte―. Voy a ir.

Hubo otro silencio mortal. Charlotte lucía cenicienta; Cecily podía sentir sus manos resbaladizas por el sudor, mientras las retorcía sobre su regazo. Los hermanos Lightwood parecían desesperadamente incómodos. Gabriel parecía desear estar en cualquier otro lugar menos ése.

Cecily no podía culparlos. La tensión entre Will, Jem, y Tessa se sentía como un barril de pólvora que solo necesitaba un fósforo para volar al otro mundo.

―No ―dijo Jem finalmente, poniéndose de pie―. Tessa, no puedes. Ella siguió su movimiento y se irguió también. ―Sí puedo. Eres mi prometido. No puedo permitir que mueras cuando yo podría

ayudarte, y Mortmain no quiere dañarme físicamente.

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―¡No sabemos lo que quiere! ¡No se puede confiar en él! ―exclamó Will de repente, y entonces bajó la cabeza y agarró el mantel con tanta fuerza que sus dedos estaban blancos. Cecily sabía que estaba obligándose a guardar silencio.

―Si fueras lo que desea Mortmain, Will, irías ―le dijo Tessa, mirando al hermano de Cecily con una intención en sus ojos que no admitían contradicción. Will se estremeció ante sus palabras.

―No ―dijo Jem―. Se lo prohibiría también. Tessa se volvió hacia Jem, Cecily vio en su rostro la primera expresión de ira hacia

él. ―No puedes prohibírmelo, no más de lo que puedes prohibirle a Will… ―Sí puedo ―la contradijo Jem―. Por una razón muy simple. Esa medicina no es

una cura, Tessa. Solo extiende mi vida. No permitiré que arrojes tu propia vida para salvar un remanente de la mía. Si vas a Mortmain, será en vano. Aun así no tomaría la droga.

Will levantó la cabeza. ―James... Pero Tessa y Jem estaban mirándose el uno al otro, con las miradas trabadas. ―No lo harías ―exhaló Tessa―. No me insultarías así al lanzarme a la cara un

sacrificio que hice por ti. Jem cruzó la habitación y tomó el paquete y la carta del escritorio de Charlotte. ―Prefiero insultarte que perderte ―dijo, y antes de que cualquiera de ellos pudiera

moverse para detenerlo, echó ambos elementos al fuego. La sala estalló en gritos. Henry se lanzó hacia adelante, pero Will ya había caído de

rodillas ante la rejilla y tenía ambas manos en las llamas. Cecily salió disparada de su silla. ―¡Will! ―gritó y corrió hacia su hermano. Lo tomó por las hombreras de su

chaqueta y lo arrastró lejos del fuego. Cayó hacia atrás, el paquete todavía ardía en sus manos. Gideon llegó un momento más tarde y pisoteó el paquete, acabando con las pequeñas llamas a sus pies. Dejó un lío de papel quemado y polvo de plata en la alfombra.

Cecily miró la parrilla. La carta con las instrucciones que indicaban cómo convocar al autómata Mortmain había desaparecido, estaba hecha cenizas.

―Will ―dijo Jem. Lucía enfermo. Cayó de rodillas junto a Cecily, que todavía sostenía los hombros de su hermano, y sacó una estela de su chaqueta. Las manos de Will estaban escarlatas y ya le estaban saliendo unas ampollas blancas en la piel manchada de hollín. Su respiración era áspera al oído de Cecily, eran jadeos de dolor

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como los que emitió cuando se había caído del techo de casa cuando tenía nueve años y se había roto los huesos de su brazo izquierdo.

―Byddwch yn iawn, Will ―le dijo mientras Jem ponía una estela sobre el antebrazo de su hermano y dibujaba rápidamente―. Vas a estar bien.

―Will ―repitió Jem en voz baja―. Will, lo siento, lo siento mucho. Will... Las respiraciones de Will se hicieron más lentas a medida que la iratze hacía efecto,

su piel palideció y regresó a su color normal. ―Todavía hay un poco de yin fen que podemos guardar ―señaló Will recostándose

contra Cecily. Olía a humo y a hierro. Sentía su corazón latiendo por su espalda―. Es mejor que lo recojamos antes de que cualquier otra cosa…

―Yo lo hago ―se ofreció Tessa arrodillándose. Cecily era apenas consciente de que todos los demás estaban de pie. Charlotte, conmocionada, tenía una mano sobre la boca. Tessa tenía un pañuelo en la mano derecha, en el que había un puñado de yin fen, todo lo que Will había podido salvar del fuego―. Toma esto ―le dijo a Jem y se la puso en la mano libre, la mano que no sostenía la estela. Jem parecía a punto decirle algo, pero Tessa ya se había enderezado.

Jem, totalmente destrozado, la miró mientras ella salía de la habitación.

―Oh, Will. ¿Qué vamos a hacer contigo? Will estaba sentado en el sillón floreado del salón sintiéndose bastante

incongruente. Charlotte estaba encaramada en un taburete ante él frotándole bálsamo en las manos. Ya no le dolían mucho, después de tres iratzes, sus manos habían vuelto a su color normal, pero Charlotte insistía en tratarlas de todos modos.

Los demás se habían ido, excepto Charlotte, Cecily y Jem. Cecily estaba sentada junto a él sobre el brazo de su silla, y Jem estaba de rodillas sobre la alfombra quemada con la estela todavía en sus manos, sin tocar a Will, pero cerca. Se habían negado a salir, incluso después de que los otros se hubieran ido. Charlotte había enviado a Henry de regreso al sótano a trabajar. No había nada más que hacer, después de todo. Las instrucciones sobre cómo ponerse en contacto con Mortmain se habían hecho cenizas, y no había ninguna decisión más que tomar.

Charlotte había insistido en que Will se quedara para tratar sus manos y Cecily y Jem se habían negado a dejarlo. Will tuvo que admitir que le gustaba, le gustaba tener a su hermana allí en el brazo de su sillón, le gustaba la fiera mirada protectora que

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disparaba a cualquiera que se le acercara, incluso a Charlotte, dulce e inofensiva con su bálsamo y su cloqueo maternal. Y Jem, a sus pies, inclinándose un poco contra su silla, como lo había hecho tantas veces cuando a Will lo vendaban o le dibujaban iratzes debido a las heridas que se había hecho durante las batallas.

―¿Te acuerdas de la vez que Melindre trató de tirarte los dientes de un golpe por llamarlo holgazán de orejas puntiagudas? ―preguntó Jem. Había tomado algo del yin fen que Mortmain había enviado, por lo que sus mejillas tenían un poco de color.

Will sonrió a pesar de todo, no pudo evitarlo. El tener a alguien en su vida que le conocía y que sabía lo que pensaba incluso antes de que lo dijera en voz alta, había sido lo único en los últimos años que lo había hecho sentirse afortunado.

―Le habría tirado los dientes a cambio ―dijo―, pero cuando fui a buscarlo, él había emigrado a los Estados Unidos. Para evitar mi ira, sin duda.

―Hmm ―murmuró Charlotte, como hacía siempre que pensaba que Will estaba alardeando―. A mi entender, él tenía muchos enemigos en Londres.

―Dydw I ddim yn gwybod pwy yw unrhyw un o’r bobl yr ydych yn siarad amdano ―dijo Cecily lastimeramente.

―Puedes no saber de quién estamos hablando, pero nadie sabe lo que estás diciendo ―la reprendió Will, aunque su tono no tenía ningún reproche real. Podía oír el agotamiento en su voz. La falta de sueño de la noche anterior le estaba pasando factura―. Habla en inglés, Cecy.

Charlotte se levantó, regresó a su escritorio, y depositó la jarra del ungüento. Cecily jugó con el pelo de Will.

―Déjame ver tus manos. Él las levantó. Recordó el fuego, su agonía al rojo vivo y sobre todo la cara

sorprendida de Tessa. Sabía que ella entendería lo qué había hecho y por qué lo había hecho, por qué no había pensado dos veces al hacerlo, pero la mirada en sus ojos… como si se le partiera el corazón por él.

Solo deseaba que ella todavía estuviera aquí. Era bueno estar con Jem, Cecily y Charlotte, y sentirse rodeado por su afecto, pero sin ella siempre faltaba algo, una parte de su corazón que nunca recuperaría, cincelada con la forma de Tessa.

Cecily le tocó los dedos, los cuales parecían bastante normales ahora, aparte del hollín bajo sus uñas.

―Es bastante asombroso ―reconoció, y le dio unas palmaditas suaves en las manos, con cuidado de no tocar el ungüento―. Will siempre ha sido propenso a herirse ―añadió con ternura en su voz―. No puedo contar el número de miembros que se rompió cuando éramos niños, ni los arañazos, ni cicatrices.

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Jem se inclinó más contra la silla, mirando el fuego con fijeza. ―Sería mejor si fueran mis manos ―dijo. Will sacudió la cabeza. El agotamiento amortiguaba todos los sonidos, y

difuminaba el empapelado de las paredes, convirtiéndolo en una masa de color oscuro.

―No. No tus manos. Necesitas tus manos para tocar el violín. ¿Para qué necesito yo las mías?

―Debería haber sabido lo que ibas a hacer ―continuó Jem en voz baja―. Siempre sé lo que vas a hacer. Debería haber sabido que meterías las manos al fuego.

―Y yo debería haber sabido que tirarías ese paquete ―dijo Will, sin rencor―. Fue... fue algo locamente noble. Entiendo por qué lo hiciste.

―Estaba pensando en Tessa. ―Jem levantó las rodillas y descansó su barbilla sobre ellas, luego se rió en voz baja―. Locamente noble. ¿No es esa tu área de especialización? ¿De repente soy yo el que hace las cosas ridículas y tú me dices que pare?

―Dios ―exclamó Will―. ¿Cuándo cambiamos roles? El fuego jugaba sobre el rostro y pelo de Jem, mientras sacudía su cabeza. ―Estar enamorado es algo muy extraño ―comentó―. Te cambia. Will miró a Jem, y lo que sintió, más que celos, más que cualquier otra cosa, fue un

anhelante deseo de buscar consuelo con su mejor amigo, de hablar de los sentimientos que albergaba en su corazón. ¿No tendrían los mismos sentimientos? ¿Acaso no amaban de la misma manera y a la misma persona? Pero todo lo que dijo fue:

―Me gustaría que no corrieras riesgos. Jem se levantó. ―Siempre he deseado eso de ti. Will levantó los ojos. Estaba tan somnoliento y cansado como consecuencia de las

runas curativas, que solo podía ver a Jem como una figura con un aura de luz. ―¿Te vas? ―Sí, a dormir. ―Jem rozó con sus dedos sus manos heridas―. Permítete descansar,

Will. Los ojos de Will ya estaban cerrados, aun antes de que Jem se volviera para irse.

Apenas oyó cerrarse la puerta. En algún lugar del corredor, Bridget estaba cantando, levantando su voz por encima del crepitar del fuego. Will no lo encontró tan molesto como de costumbre, sino más bien parecida a una canción de cuna que su madre algunas veces le había cantado, para inducirlo a dormir.

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Oh, ¿qué es más brillante que la luz? ¿Qué es más oscuro que la noche? ¿Qué es más afilado que un hacha?

¿Qué es más suave que la cera derretida? La verdad es más brillante que la luz,

La falsedad es más oscura que la noche. La venganza es más afilada que un hacha,

Y el amor es más suave que la cera derretida.

―Una canción de acertijo ―comentó Cecily, con voz soñolienta y medio despierta―. Siempre me han gustado esas. ¿Recuerdas cuando mamá solía cantarnos?

―Un poco ―admitió Will. Si no estuviera tan cansado, no lo habría admitido en absoluto. Su madre siempre había estado cantando, la música llenaba las esquinas de la casa solariega; siempre cantaba mientras caminaba junto a las aguas en el estuario de Mawddach, o entre los narcisos de los jardines. Llawn yw’r coed o ddail a blode, llawn o goriad merch wyf inne.

―¿Recuerdas el mar? ―le preguntó él. El agotamiento le volvía la voz más grave―. ¿El lago en Tal-y-Llyn? No hay nada tan azul aquí en Londres.

Oyó a Cecily inhalar con fuerza. ―Por supuesto que lo recuerdo. Pensé que tú no. Los sueños comenzaron a pintar imágenes en el interior de los párpados de Will, el

sueño lo tomaba como una corriente que lo arrastraba desde la orilla iluminada. ―No creo que pueda levantarme de esta silla, Cecy ―murmuró―. Voy a descansar

aquí esta noche. Ella levantó la mano, buscó la de él y la rodeó con un agarre flojo. ―Entonces me quedaré contigo ―le dijo, y su voz se convirtió en parte de la

corriente de sueños que lo atrapó finalmente, llevándolo hacia abajo, arriba y abajo.

Para: Gabriel y Gideon Lightwood De: Cónsul Josiash Wayland Estuve muy sorprendido de recibir su misiva. No logro comprender cómo podría haber sido

más claro. Deseo que transmitan los detalles de la correspondencia de la señora Branwell con sus familiares y simpatizantes en Idris. No solicité noticias sobre la modista de la mujer. Tampoco me preocupa su forma de vestir ni su menú diario.

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Les solicito me respondan una carta conteniendo información pertinente. Espero devotamente que dicha carta sea más concerniente a los Cazadores de Sombras, y menos a los lunáticos.

En el nombre de Raziel, Cónsul Wayland.

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Traducido por Azhreik

Tú llamas esperanza a ese fuego del fuego, pero solo es agonía del deseo.

―Tamerlán, Edgar Allan Poe Tessa, sentada ante su tocador, se cepillaba metódicamente el cabello. El aire

exterior era frío pero húmedo y parecía captar el agua del Támesis, con aroma a hierro y suciedad de la ciudad; era la clase de clima que hacía que su cabello, normalmente ondulado y abundante, se enredara en las puntas. No era que su mente estuviera en su cabello; el cepillado era simplemente un movimiento repetitivo que le permitía mantener una especie de calma forzada.

En su mente veía una y otra vez la conmoción de Jem mientras Charlotte leía en voz alta la carta de Mortmain, y las manos quemadas de Will y la mínima pizca de yin fen que ella había conseguido reunir del piso. Vio los brazos de Cecily sobre Will y la angustia de Jem cuando se disculpaba con Will, «lo siento mucho, lo siento mucho.»

No había sido capaz de soportarlo. Los dos habían estado en agonía, y ella los amaba a los dos. Su dolor había sido debido a ella, ella era lo que Mortmain quería; ella era la causa de que el yin fen de Jem se hubiera acabado y de la miseria de Will. Cuando se había girado y salido corriendo de la habitación había sido porque no pudo soportarlo más. ¿Cómo podían tres personas que se preocupaban tanto las unas por las otras causarse tanto dolor?

Bajó el cepillo y se miró al espejo. Lucía cansada, con los ojos ensombrecidos. Will había lucido así todo el día mientras estaba con ella en la biblioteca y ayudaba a Charlotte con los papeles de Benedict, traduciendo algunos de los pasajes que estaban en griego o latín o purgático9; su pluma se movía ágilmente sobre el papel, mientras inclinaba su cabeza oscura. Era extraño mirar a Will a la luz del sol y recordar al muchacho que la había sujetado en los escalones de la casa de Woolsey como si fuera un bote salvavidas en una tormenta. El rostro de Will a la luz del día no era despreocupado, pero tampoco expresaba o revelaba nada; no había sido antipático o 9 Lengua demoníaca.

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frío, pero tampoco había levantado la mirada ni le había sonreído sobre la mesa de la biblioteca, ni había reconocido en forma alguna los eventos de la noche anterior.

Había querido jalarlo a un lado y preguntarle si había oído de Magnus, para decirle: «Nadie más que yo entiende lo que sientes, y nadie más que tú entiende lo que yo siento, así que ¿no podemos compartir esto?» Pero si Magnus lo había contactado, Will le habría contado, era así de honorable. Todos eran honorables; si no lo fueran, pensó bajando la vista hacia sus manos, tal vez no todo sería tan horrible.

Había sido tonto ofrecerse a ir con Mortmain, ahora lo sabía, pero la idea se había aferrado a ella con tanta ferocidad como un arrebato de pasión. No podía ser la causa de toda esa infelicidad y no hacer nada para aliviarla. Si se entregaba a Mortmain, Jem viviría más y Jem y Will se tendrían el uno al otro, y sería como si ella nunca hubiera llegado al Instituto.

Pero ahora, en las horas frías de la tarde, sabía que nada que ella pudiera hacer regresaría el reloj, o desharía los sentimientos que existían entre todos ellos. Se sentía vacía por dentro, como si le faltara una pieza, y aun así estaba paralizada. Parte de ella deseaba correr hacia Will para ver si sus manos estaban curadas y para decirle que entendía; el resto de ella deseaba cruzar el vestíbulo a toda velocidad hacia la habitación de Jem y rogarle que la perdonara. Nunca antes habían estado enojados y no sabía cómo manejar un Jem furioso. ¿Querría él terminar su compromiso? ¿Estaría decepcionado de ella? De alguna forma, el pensar que Jem podría estar decepcionado de ella era muy difícil de soportar.

Scrach. Levantó la vista y examinó la habitación… un ruido débil, ¿tal vez se lo había imaginado? Estaba cansada; tal vez era momento de llamar a Sophie para que la ayudara con su vestido y luego retirarse a su cama con un libro. Estaba a mitad de El Castillo de Otranto y le parecía una distracción excelente.

Se había levantado de su silla para tocar la campana de los sirvientes cuando volvió a escucharse el ruido, más determinado. Un scrach, scrach, contra la puerta de su dormitorio. Con una leve agitación cruzó la habitación y abrió de par en par la puerta.

Iglesia estaba agazapado del otro lado, con su pelo azul grisáceo alborotado y una expresión furiosa. Tenía atado un lazo plateado alrededor del cuello y unido al nudo había un pequeño pedazo de papel liado, como un rollo diminuto. Tessa se puso de rodillas, tomó el lazo y lo desató; el lazo cayó y el gato salió huyendo inmediatamente hacia el salón.

El papel se soltó del lazo, Tessa lo recogió y desenrolló. Una familiar escritura redondeada cruzaba la página:

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Encuéntrame en la sala de música. ―J

―No hay nada ahí ―dijo Gabriel. Él y Gideon estaban en el salón, que estaba bastante oscura con las cortinas

corridas. Si no hubieran tenido sus luces mágicas, hubiera estado oscuro como boca de lobo. Gabriel estaba revisando apresuradamente, por segunda vez, la correspondencia en el escritorio de Charlotte.

―¿Qué quieres decir con nada? ―preguntó Gideon, de pie junto a la puerta―. Veo una pila de cartas allí, seguramente una de ellas debe ser…

―Nada escandaloso ―contestó Gabriel, cerrando con fuerza un cajón del escritorio―, o siquiera interesante. Mantiene correspondencia con un tío en Idris que parece tener gota.

―Fascinante ―murmuró Gideon. ―No puedes evitar preguntarte en qué cree el Cónsul que Charlotte está

involucrada exactamente. ¿Alguna clase de traición al Consejo? ―Gabriel levantó un manojo de cartas e hizo una mueca―. Podríamos asegurarle su inocencia si solo supiéramos que es eso lo que sospecha.

―Y si creyera que él desea que le aseguren su inocencia ―dijo Gideon―. Parece que está esperando atraparla en el acto. ―Estiró una mano―. Dame esa carta.

―¿La dirigida a su tío? ―Gabriel estaba dubitativo, pero hizo lo que le indicó. Sostuvo en alto su luz mágica haciendo brillar sus rayos sobre el escritorio mientras Gideon se inclinaba hacia delante y, habiéndose apropiado de uno de las plumas de Charlotte, empezaba a redactar una misiva al Cónsul.

Gideon estaba soplando la tinta para secarla cuando la puerta del salón se abrió de par en par. Gideon dio un respingo. Un brillo amarillo se derramó en la habitación, mucho más brillante que la tenue luz mágica; Gabriel levantó una mano para cubrirse los ojos, y parpadeó. Debió haber puesto una runa de visión nocturna, pensó, pero les tomaba tiempo desvanecerse, y le había preocupado que originara preguntas. En los momentos que le tomó a su visión ajustarse, escuchó a su hermano exclamar, horrorizado:

―¿Sophie? ―Le he dicho que no me llame así, señor Lightwood. ―Su tono era frío. La visión

de Gabriel se recompuso y vio a la sirvienta parada en el umbral, con una lámpara

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encendida en una mano. Estaba entornando los ojos, que se estrecharon más cuando alumbró a Gabriel, con las cartas de Charlotte aún en su mano―. ¿Está… esa es la correspondencia de la señora Branwell?

Gabriel dejó caer las cartas precipitadamente sobre el escritorio. ―Yo… nosotros… ―¿Han estado leyendo sus cartas? ―Sophie lucía furiosa, como una especie de ángel

vengador, lámpara en mano. Gabriel le echó una rápida mirada a su hermano, pero Gideon aparentaba estar anonadado.

En toda su vida, Gabriel no podía recordar a su hermano dándole una segunda mirada ni siquiera a la Cazadora de Sombra más bonita; y aun así miraba a esta sirvienta mundana con cicatrices como si fuera el sol naciente. Era inexplicable, pero también era innegable. Podía ver el horror en el rostro de su hermano mientras la buena opinión de Sophie sobre él se hacía pedazos frente a sus ojos.

―Sí ―contestó Gabriel―. Sí, en efecto estamos revisando su correspondencia. Sophie dio un paso atrás. ―Debo traer a la señora Branwell de inmediato… ―No… ―Gabriel extendió una mano―. No es lo que piensa, espere.

―Rápidamente explicó lo que había sucedido: las amenazas del Cónsul, su petición de espiar a Charlotte y su solución al problema―. Nunca tuvimos la intención de revelar ni una palabra que ella hubiera escrito realmente ―terminó―. Nuestra intención era protegerla.

La expresión suspicaz de Sophie no cambió. ―¿Y por qué debería creer una sola palabra de eso, señor Lightwood? Gideon habló finalmente. ―Señorita Collins. Por favor, sé que desde el… desafortunado asunto con los bollos

no me tiene en estima, pero por favor, crea que yo no traicionaría la confianza que Charlotte ha puesto en mí, ni recompensaría con traición su amabilidad hacia mí.

Sophie dudo por un momento y luego bajó la mirada. ―Lo siento, señor Lightwood. Deseo creerle, pero es con la señora Branwell con

quien debe recaer mi principal lealtad. Gabriel cogió del escritorio la carta que su hermano acababa de escribir. ―Señorita Collins ―la llamó―. Por favor, lea esta misiva, es lo que teníamos

intención de enviar al Cónsul. Si, después de leerla, aún está decidida de corazón a ir a buscar a la señora Branwell, entonces no intentaremos detenerla.

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Sophie miró de él a Gideon. Entonces, con una rápida inclinación de cabeza, caminó al frente y posó la lámpara sobre el escritorio. Tomó la carta de Gideon, la sacó del sobre y la leyó en voz alta:

Para: Cónsul Josiah Wayland De: Gideon y Gabriel Lightwood Estimado señor: Ha mostrado su usual sabiduría al pedirnos que leyéramos las misivas de la señora Branwell

a Idris. Echamos un vistazo en privado a dicha correspondencia y observamos que se comunica prácticamente a diario con su tío abuelo Roderick Fairchild.

El contenido de esas cartas, señor, lo sorprenderían y decepcionarían. Nos han arrebatado mucha de nuestra confianza en el sexo débil.

La señora Branwell muestra una actitud mayormente insensible, inhumana y poco femenina hacia sus graves enfermedades; recomienda la aplicación de menos licor para curar su gota, muestra signos inequívocos de estar divertida por su terrible mal de hidropesía10, e ignora por completo su mención de una sustancia sospechosa que le sale de los oídos y otros orificios.

¡No hay ningún signo de una delicada preocupación femenina que uno esperaría de una mujer a sus parientes masculinos, y el respeto que cualquier mujer relativamente joven tiene el deber de proporcionarles a sus mayores! Tememos que la señora Branwell ha enloquecido de poder. Debe ser detenida antes que sea demasiado tarde y muchos valientes Cazadores de Sombras caigan en el camino por la falta de cuidado femenino.

Suyos fielmente, Gideon y Gabriel Lightwood. Hubo silencio cuando terminó, Sophie se quedó parada por lo que pareció una

eternidad, mirando el papel con los ojos muy abiertos. Al fin preguntó: ―¿Quién de ustedes escribió esto? Gideon se aclaró la garganta. ―Yo. Levantó la vista, había apretado los labios pero le temblaban. Durante un terrible

momento, Gabriel pensó que estuviera a punto de llorar. ―Oh, dios mío ―exclamó―. ¿Y está es la primera? ―No, ha habido otra ―admitió Gabriel―. Fue sobre los sombreros de Charlotte.

10 Hidropesía: Retención de líquidos en los tejidos, principalmente en el vientre.

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―¿Sus sombreros? ―Una risotada escapó de los labios de Sophie, y Gideon la miró como si nunca hubiera visto nada más maravilloso. Gabriel tenía que admitir que lucía bastante bonita cuando se reía, con cicatriz o sin ella―. ¿Y el Cónsul se enfureció?

―Tremendamente ―dijo Gideon. ―¿Va a decirle a la señora Branwell? ―inquirió Gabriel, que no podía soportar el

suspenso otro momento. Sophie había dejado de reír. ―No lo haré ―dijo―, porque no deseo comprometerlos a los ojos del Cónsul y

también porque creo que esas noticias la lastimarían y no tendrían un buen final. Espiarla de esta forma. ¡Ese hombre horrible! ―Su mirada centelleó―. Si quieren ayuda en su plan para frustrar las argucias del Cónsul, estaré feliz de brindarla. Permítanme quedarme la carta y me aseguraré de enviarla mañana.

La sala de música no estaba tan polvorienta como Tessa recordaba, parecía que le habían dado una buena limpieza hace poco; la delicada madera del alfeizar y el piso brillaba, igual que el gran piano en el rincón. Un fuego chisporroteaba en la chimenea, y delineaba a Jem con fuego mientras se daba la vuelta, la vio y le dedicaba una sonrisa nerviosa.

Todo en la habitación parecía suave, tan tenue como acuarela; la luz del fuego les daba apariencia de fantasmas a los instrumentos cubiertos con sábanas blancas, el resplandor oscuro del piano, las llamas que se reflejaban como oro en los cristales. También podía verlos a ella y a Jem, frente a frente: una chica con un vestido de noche azul oscuro y un chico delgado de greñas plateadas, con una chaqueta negra ligeramente grande sobre su figura delgada.

Su rostro en las sombras estaba lleno de vulnerabilidad; la ansiedad curvaba su boca.

―No estaba seguro de que vendrías. Ante eso ella dio un paso al frente, deseando rodearlo con los brazos, pero se

detuvo. Tenía que hablar primero. ―Por supuesto que vine ―le dijo―. Jem, lo siento mucho, lo siento muchísimo. No

puedo explicar… fue una locura, no pude soportar la idea de que te hirieran por mi culpa, porque de alguna forma esté conectada a Mortmain y él a mí.

―Eso no es tu culpa, nunca fue tu elección…

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―No veía con claridad. Will tenía razón, no se puede confiar en Mortmain. Aunque vaya con él no hay garantía de que honrará su parte del trato, y estaría poniendo un arma en manos de su enemigo. No sé para qué quiere usarme, pero no es por el bien de los Cazadores de Sombras, de eso podemos estar seguros. Incluso puede que sea yo lo que los lastime a todos. ―Las lágrimas le aguijonearon los ojos, pero las contuvo a la fuerza―. Perdóname, Jem. No podemos desperdiciar en ira el tiempo que tenemos, entiendo por qué hiciste lo que hiciste… yo lo habría hecho por ti.

Sus ojos se volvieron suaves y plateados mientras ella hablaba. ―Zhe shi jie shang, wo shi zui ai ne de ―susurró. Ella lo entendió. «Eres lo que más amo en todo el mundo.» ―Jem… ―Lo sabes, debes saber que nunca podría dejar que te apartes de mí, no hacia el

peligro, no mientras me quede aliento. ―Levantó la mano antes que ella pudiera dar un paso hacia él―. Espera. ―Se inclinó y cuando se enderezó sostenía el estuche cuadrado de su violín y el arco―. Yo… hay algo que deseaba darte, un regalo de bodas para cuando estuviéramos casados; pero me gustaría dártelo ahora, si me lo permites.

―¿Un regalo? ―repitió, perpleja―. Después de que… ¡Pero peleamos! Sonrió a sus palabras, la sonrisa adorable que iluminaba su rostro y la hacía olvidar

lo delgado y demacrado que lucía. ―Me han informado de que es una parte integral de la vida de casados. Habrá sido

buena práctica. ―Pero… ―Tessa ¿imaginaste que existe alguna pelea, grande o pequeña, que podría

hacerme dejar de amarte? ―Sonaba sorprendido y ella pensó repentinamente en Will, los años que Will había probado la lealtad de Jem, volviéndolo loco con mentiras y evasión y autolesiones, y mientras tanto el amor de Jem por su hermano de sangre nunca había flaqueado, y mucho menos se había resquebrajado.

―Estaba asustada ―reconoció con suavidad―. Y yo… no tengo un regalo para ti. ―Sí, lo tienes ―le rebatió tranquilo, pero firme―. Siéntate Tessa, por favor.

¿Recuerdas cómo nos conocimos? Tessa se sentó en una silla baja con brazos dorados y sus faldas se arrugaron a su

alrededor. ―Irrumpí en tu habitación a mitad de la noche como una loca. Jem sonrió.

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―Te deslizaste con gracia en mi habitación y me encontraste tocando el violín. ―Estaba apretando el tornillo del arco, terminó, lo bajó y sacó amorosamente su violín del estuche―. ¿Te importaría si ahora toco para ti?

―Sabes que me encanta oírte tocar. ―Era verdad, incluso le encantaba escucharlo hablar sobre el violín, aunque entendía poco. Podía escucharlo, sin aburrirse, parlotear apasionadamente durante horas sobre colofonía, clavijas, volutas, técnicas del arco, posición de los dedos y la tendencia de las cuerdas A a romperse.

―Wo wei ni xie de ―dijo mientras levantaba el violín sobre su hombro izquierdo y se lo acomodaba bajo la barbilla. Le había contado que muchos violinistas utilizaban una hombrera, pero él no. Donde el violín descansaba había una ligera marca a un lado de su garganta, como un moretón permanente.

―¿Hi-hiciste algo para mí? ―Escribí algo para ti ―la corrigió con una sonrisa y empezó a tocar. Lo miró con asombro; empezó con sencillez, suavemente, sujetaba el arco con

ligereza, produciendo un sonido suave y armónico. La melodía la cubrió, fresca y dulce como el agua, esperanzadora y adorable como el amanecer. Miró sus dedos con fascinación mientras se movían y una nota exquisita salía del violín. El sonido se profundizaba conforme el arco se movía más rápido, el antebrazo de Jem se movía hacia delante y hacia atrás, y su cuerpo delgado parecía desenfocar el movimiento desde el hombro. Sus dedos se deslizaban arriba y abajo con ligereza, y el tono de la música se profundizó, como nubes de tormenta reuniéndose sobre un horizonte brillante, un río que se había convertido en un torrente. Las notas se estrellaron a sus pies y se elevaron rodeándola. El cuerpo entero de Jem parecía moverse en sintonía con los sonidos que exprimía del instrumento, aunque ella sabía que sus pies estaban firmemente plantados en el suelo.

Su corazón se aceleró para mantener el ritmo de la música; los ojos de Jem estaban cerrados y tenía las comisuras de la boca caídas, como por dolor. Parte de ella deseaba ponerse inmediatamente de pie y rodearlo con los brazos; la otra parte deseaba no hacer nada para detener la música y su adorable sonido. Era como si hubiera tomado su arco y lo usara como un pincel, creando un lienzo sobre el que su alma estaba claramente expuesta. Cuando las últimas notas remontaron y remontaron, escalando hacia el cielo, Tessa fue consciente de que su rostro estaba húmedo, pero solo cuando el final de la música se hubo desvanecido y él hubo bajado el violín, se dio cuenta de que había estado llorando.

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Jem regresó lentamente el violín a su estuche y dejó el arco a un lado; se enderezó y volteó hacia ella. Su expresión era tímida, aunque su camisa blanca estaba empapada de sudor y la vena en su cuello palpitaba.

Tessa no tenía palabras. ―¿Te gustó? ―le preguntó―. Pude haberte dado… joyería, pero quería que fuera

algo completamente tuyo, algo que nadie más podría escuchar o poseer, y no soy bueno con las palabras así que escribí en música lo que siento por ti. ―Hizo una pausa―. ¿Te gustó? ―repitió y el ligero decaimiento en su voz al final de la pregunta le indicó que esperaba recibir una respuesta negativa.

Tessa alzó el rostro para que él pudiera ver sus lágrimas. ―Jem. Él cayó de rodillas ante ella, su rostro estaba lleno contrición. ―Ni jue de tong man, ¿quin ai de? ―No… no ―le dijo, medio llorando y medio riendo―. No estoy herida, ni infeliz,

para nada. Una sonrisa se abrió paso en el rostro de él, una que iluminó sus ojos con deleite. ―Entonces sí te gustó. ―Es como si hubiera visto tu alma en las notas de la música y fue hermoso. ―Se

inclinó hacia delante y tocó su rostro con delicadeza, la suavidad de la piel en su pómulo firme, su cabello como plumas contra el dorso de su mano―. Vi ríos, botes como flores y todos los colores del cielo nocturno.

Jem exhaló y se hundió en el suelo junto a su silla, como si la fuerza lo hubiera abandonado.

―Esa es una magia rara ―comentó. Apoyó la cabeza contra ella, con la sien contra su rodilla y ella continuó acariciando su cabello, pasando los dedos por su suavidad―. Mis padres amaban la música ―dijo abruptamente―. Mi padre tocaba el violín y mi madre el qin. Yo escogí el violín, aunque pude haber aprendido cualquiera de los dos. A veces lo lamento, por esas melodías de China que no puedo tocar en el violín, las que mi madre le hubiera gustado que supiera. Solía contarme la historia de Yu Boya, que fue un gran músico del qin. Él tenía un mejor amigo, un leñador llamado Zhong Ziqi y tocaba para él; dicen que cuando Yu Boya tocaba una canción de agua, su amigo sabía inmediatamente que estaba describiendo la corriente de los ríos y cuando tocaba de las montañas, Ziqui podía ver los picos. Y Yu Boya decía: «Es porque entiendes mi música» ―Jem miró su propia mano, curvada holgadamente en su rodilla―. La gente aún utiliza la expresión «zhi yin» para decir «amigos cercanos» o «almas gemelas»,

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pero lo que realmente significa es «entender la música». ―Se estiró y tomó su mano―. Cuando yo, toco tú ves lo que yo veo, tú entiendes mi música.

―No sé nada sobre música, Jem. No puedo distinguir una sonata de una partita… ―No. ―Se giró, se puso de rodillas y se sujetó a los brazos de la silla. Ahora

estaban lo suficientemente cerca para que ella pudiera ver que su cabello estaba empapado de sudor en las sienes y la nuca, oler su aroma a resina y azúcar quemada. ―Esa no es la clase de música a la que me refiero, me refiero… ―Hizo un sonido de frustración, cogió la mano de ella, se la llevó al pecho y la presionó contra su corazón. El latido regular golpeteó contra su palma. ―Cada corazón tiene su propia melodía ―dijo―. Tú conoces la mía.

―¿Qué les pasó a ellos? ―susurró Tessa―. ¿Al leñador y al músico? La sonrisa de Jem fue triste. ―Zhong Ziqi murió y Yu Boya tocó su última canción sobre la tumba de su amigo,

luego rompió su qin y nunca volvió a tocar. Tessa sintió la presión caliente de las lágrimas que intentaban abrirse paso bajo sus

pestañas. ―Qué historia tan terrible. ―¿Sí? ―El corazón de Jem saltó y trastabilló bajo sus dedos―. Mientras él vivió y

fueron amigos, Yu Boya escribió algunas de las melodías más grandiosas que conocemos. ¿Habría sido capaz de hacerlo solo? Nuestros corazones necesitan un espejo, Tessa. Vemos lo mejor de nosotros en los ojos de aquellos que nos aman. Y hay en eso una belleza que solamente la fugacidad aporta. ―Bajó la mirada y luego la elevó hacia ella―. Te daría todo de mí. Te daría más en dos semanas de lo que la mayoría de los hombres podrían darte en toda una vida.

―No hay nada que no me hayas dado, no hay nada con lo que esté insatisfecha… ―Yo sí ―contestó―. Quiero casarme contigo, te esperaría eternamente, pero… «Pero no tenemos la eternidad.» ―No tengo familia ―dijo Tessa lentamente, con los ojos en los de él―. Ni guardián,

nadie que pudiera… ofenderse… por un matrimonio más inmediato. Los ojos de Jem se ampliaron un poco. ―Yo… ¿Lo dices en serio? No querría que no tuvieras todo el tiempo que requieres

para prepararte. ―¿Qué clase de preparación te imaginas que requiero? ―preguntó Tessa, y solo

durante ese momento sus pensamientos imaginaron de nuevo a Will, la forma en que había metido las manos al fuego para salvar la medicina de Jem, y al observarlo, no pudo evitar recordar ese día en el salón cuando le dijo que la amaba y que cuando se

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hubo ido, ella apretó un atizador cuyo dolor abrasador contra su piel pudo mitigar, aunque fuera durante un momento, el dolor en su corazón.

Will. Ella le había mentido entonces, no con palabras, pero sí por implicación, porque le había dejado pensar que no lo amaba; el pensamiento aún le traía dolor, pero no lo lamentaba. No había otra forma. Conocía a Will lo suficiente para saber que incluso si ella terminaba todo con Jem, él no habría estado con ella; no habría tolerado un amor comprado al precio de la felicidad de su parabatai. Y si había alguna parte de su corazón que pertenecía a Will y solamente a Will y siempre lo haría, entonces a nadie le serviría que lo revelara. También amaba a Jem, lo amaba ahora incluso más de lo que lo amaba cuando había aceptado casarse con él.

«Algunas veces hay que elegir entre ser amable y honorable. Algunas veces se puede ser ambos» le había dicho Will.

Tal vez sí dependía del libro, pensó. Pero en éste, el libro de su vida, el camino del deshonor era solo falta de amabilidad. Aunque había herido a Will en el salón, cuando pasara el tiempo y sus sentimientos por ella se desvanecieran, algún día le agradecería por dejarlo libre. Creía en eso, no podía amarla por siempre.

Había elegido ese camino hace mucho tiempo; si tenía la intención de cruzarlo el mes siguiente, entonces podría cruzarlo el día siguiente. Sabía que amaba a Jem, y aunque había una parte de ella que también amaba a Will, era el mejor regalo que podía darle a los dos: que ni Will ni Jem lo supieran nunca.

―No lo sé ―contestó Jem, mirándola desde el piso, su expresión era una mezcla de esperanza e incredulidad―. El Consejo aún no ha aprobado nuestra petición… y tú no tienes vestido…

―No me importa el Consejo, y si a ti no te importa lo que vista, a mí tampoco. Si lo dices en serio, Jem, me casaré contigo cuando quieras.

―Tessa ―exhaló. La sujetó como si se estuviera ahogando, y ella agachó la cabeza para rozar sus labios con los de él. Jem se enderezó de rodillas y su boca rozó la de ella, una, dos veces hasta que sus labios se abrieron y pudo saborear su dulzura a azúcar quemada―. Estás demasiado lejos ―susurró y entonces sus brazos estaban rodeándola y no había espacio entre ellos; la sacó de la silla y luego estaban de rodillas el piso, rodeándose con los brazos el uno a la otra.

La atrajo hacia él y las manos de ella trazaron la forma de su rostro, sus pómulos firmes. «Tan afilados, demasiado afilados los huesos de su rostro, el pulso de su sangre demasiado cerca a la superficie de su piel, su clavícula tan dura como un collar metálico.»

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Las manos de él se deslizaron de su cintura a sus hombros; sus labios pasaron rozando su clavícula, el hueco de su garganta, mientras los dedos de ella retorcían su camisa, y la levantaban para que sus palmas estuvieran contra su piel desnuda. Era tan delgado, y su espalda era angulosa bajo su toque. Contra la luz del fuego lo vio pintado en sombra y fuego, y la ondulante ruta dorada de las llamas convertía su cabello blanco en dorado.

«Te amo ―había dicho―. Eres lo que más amo en todo el mundo.» Sintió la presión caliente de la boca de él contra el hueco de su garganta y luego

más abajo. Sus besos terminaban donde su vestido comenzaba. Sentía su corazón latiendo bajo su boca, como intentando alcanzarlo, intentando latir por él. Sintió su mano tímida deslizándose por su cuerpo, a donde los lazos cerraban su vestido…

La puerta se abrió con un crujido y ambos se apartaron de un salto; jadeaban como si hubieran estado corriendo. Tessa escuchaba su propia sangre retumbar estruendosamente en sus oídos mientras miraba fijamente el umbral desierto. A su lado, el jadeo de Jem se convirtió en un amago de risa.

―¿Qué…? ―empezó ella. ―Iglesia ―le explicó y Tessa dejó caer la mirada para ver al gato cruzando con

calma el suelo de la sala de música, después de haber empujado la puerta. Parecía muy complacido consigo mismo.

―Nunca había visto a un gato que luciera tan satisfecho consigo mismo ―comentó mientras Iglesia, que la estaba ignorando como siempre, se acomodaba sobre Jem y lo empujaba con la cabeza demandando su atención.

―Cuando dije que podríamos necesitar un chaperón, no era esto lo que tenía en mente ―comentó Jem, pero aun así acarició la cabeza del gato y le sonrió por la comisura de la boca―. Tessa, ¿lo decías en serio? ¿Te casarías conmigo mañana?

Tessa levantó la barbilla y lo miró directamente a los ojos; no podía soportar la idea de esperar y desperdiciar otro instante de su vida. De repente, deseó ferozmente estar atada a él (en la enfermedad y en la salud, en las buenas y en las malas), atada a él con una promesa y ser capaz de darle su palabra y su amor sin contenerse. ―Lo decía en serio ―contestó.

El comedor no estaba completamente lleno; aún no llegaban todos a desayunar

cuando Jem hizo su anuncio.

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―Tessa y yo vamos a casarnos ―dijo, muy calmado, desplegando la servilleta sobre su regazo.

―¿Se supone que sea una sorpresa? ―preguntó Gabriel, que estaba vestido con ropa de entrenamiento, como si tuviera la intención de entrenar después del desayuno. Ya había cogido todo el tocino del plato y Henry lo miraba acongojado―. ¿No están ya comprometidos?

―La fecha de la boda estaba fijada para diciembre ―explicó Jem, estirándose bajo la mesa para darle un apretón tranquilizador a la mano de Tessa―. Pero hemos cambiado de idea, tenemos la intención de casarnos mañana.

El efecto fue apoteósico. Henry se ahogó con el té y Charlotte, que parecía haberse quedado sin palabras, tuvo que golpearlo en la espalda. Gideon dejó caer la taza sobre el platillo con estrépito e incluso Gabriel detuvo el tenedor a medio camino a su boca. Sophie, que acababa de salir de la cocina y cargaba una bandeja con pan tostado, lanzó un jadeo.

―¡Pero no pueden! ―exclamó―. ¡El vestido de la señorita Gray se arruinó y el nuevo ni siquiera se ha comenzado!

―Puede utilizar cualquier vestido ―replicó Jem―. No tiene que llevar el dorado de los Cazadores de Sombras, porque no es una Cazadora de Sombras. Tiene varios atuendos bonitos y puede elegir su favorito. ―Inclinó la cabeza tímidamente hacia Tessa―. Eso, claro, si es que a ti te parece bien.

Tessa no respondió, porque en ese momento, Will y Cecily habían atravesado el umbral.

―Tengo un calambre tremendo en el cuello ―estaba diciendo Cecily con una sonrisa―. Apenas me puedo creer que lograra dormir en semejante posición…

Se calló cuando ambos parecieron percibir el humor en la habitación y se detuvieron, mirando alrededor. Will parecía más descansado que el día anterior y complacido de tener a Cecily a su lado, aunque su precario buen humor claramente se estaba evaporando al mirar las expresiones de los demás en la habitación.

―¿Qué sucede? ―preguntó―. ¿Ha pasado algo? ―Tessa y yo hemos decidido adelantar nuestra ceremonia de boda ―contestó

Jem―. Será en los próximos días. Will no dijo nada y su expresión no cambió, pero se puso muy blanco y no miró a

Tessa. ―Jem, la Clave ―le rogó Charlotte. Dejó de palmear la espalda de Henry y se

levantó con una expresión de agitación en el rostro―. Aún no han aprobado su matrimonio, no pueden ir contra ellos…

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―Tampoco podemos esperar por ellos ―expresó Jem―. Podrían ser meses, un año… sabes que prefieren retrasarse que dar una respuesta que temen no te gustará.

―Y no es como si pudieran enfocarse en nuestro matrimonio en este momento ―comentó Tessa―. Los papeles de Benedict Lightwood, la búsqueda de Mortmain… todo debe tener prioridad; pero esto es un asunto personal.

―No hay asuntos personales para la Clave ―expuso Will. Su voz sonaba hueca y extraña, como si estuviera a gran distancia, el pulso le palpitaba en la garganta. Tessa pensó en la delicada compenetración que habían empezado a construir en los días anteriores y se preguntó si esto la destruiría, convirtiéndola en pedazos como un navío frágil contra las rocas―. Mi madre y padre…

―Hay leyes sobre el matrimonio con mundanos, no hay leyes sobre el matrimonio entre un Nefilim y lo que es Tessa. Y si tengo que hacer como tu padre, renunciaré a ser un Cazador de Sombras por esto.

―James… ―Habría creído que tú, entre todas las personas, lo entenderías ―dijo Jem, la

mirada que posó sobre Will era tanto perpleja como dolida. ―No estoy diciendo que no lo entienda, solo te estoy urgiendo a que pienses… ―Lo he pensado. ―Jem se echó hacia atrás―. Tengo una licencia de matrimonio

mundana, obtenida y firmada legalmente. Podríamos ir a cualquier iglesia y casarnos hoy, preferiría que todos ustedes estuvieran allí, pero si no puede ser, lo haremos de todas formas.

―Casarse con una chica solo para hacerla viuda… ―comentó Gabriel Lightwood―. Muchos dirían que eso no es una gentileza.

Jem se puso rígido junto a Tessa, su mano se puso tiesa en la de ella. Will comenzó a dar un paso adelante, pero Tessa ya estaba de pie, fulminando con la mirada a Gabriel Lightwood.

―No se atreva a hablar sobre ello como si Jem tuviera todas las opciones y yo ninguna ―le dijo, sin apartar los ojos de su rostro―. No me forzaron a este compromiso, ni tengo ilusiones sobre la salud de Jem. Elijo estar con él por los días o minutos que nos sean concedidos y me considero bendecida por tenerlos.

Los ojos de Gabriel eran tan fríos como el océano de la costa de Terranova. ―Solo estaba preocupado por su bienestar, señorita Gray. ―Mejor preocúpese por el suyo ―espetó Tessa. Y ahora los ojos verdes se estrecharon. ―¿Qué significa?

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―Creo que lo que la dama quiere decir ―pronunció Will, arrastrando las palabras―, es que ella no es la que mató a su padre, o ¿te has recuperado tan rápido de ello que no necesitamos preocuparnos por tu susceptibilidad, Gabriel?

Cecily jadeó, Gabriel se puso de pie y en su expresión Tessa volvió a ver al chico que había retado a Will a combate singular la primera vez que lo había conocido, todo arrogancia, rigidez y odio.

―Si alguna vez te atreves… ―empezó. ―Deténganse ―exclamó Charlotte… y entonces guardó silencio cuando por las

ventanas llegó el sonido de las rejas oxidadas del Instituto abriéndose con un chirrido, y de los golpes de cascos de caballos en el pavimento―. Oh, por el Ángel. Jessamine. ―Charlotte se levantó súbitamente, dejando su servilleta sobre el plato―. Vamos… debemos bajar a saludarla.

Eso probó, aunque fuera una llegada inoportuna en otros aspectos, ser al menos una excelente distracción. Hubo un ligero alboroto y una impresión de perplejidad de parte de Gabriel y Cecily; ninguno de ellos entendía exactamente quién era Jessamine o el rol que había jugado en la vida del Instituto. Atravesaron el corredor de manera desordenada, con Tessa ligeramente rezagada; se sentía sin aliento, como si le hubieran amarrado el corsé demasiado apretado. Pensó en la noche anterior, cuando sujetaba a Jem en la sala de música mientras se besaban y se susurraban el uno al otro durante horas sobre la boda que tendrían, el matrimonio que seguiría… como si tuvieran todo el tiempo del mundo, como si casarse le garantizara a él la inmortalidad, aunque ella sabía que no.

Cuando empezó a bajar las escaleras hacia la entrada, trastabilló distraída y una mano en su brazo la estabilizó. Levantó la vista y vio a Will.

Se quedaron ahí parados durante un momento, paralizados como estatuas. Los otros ya estaban bajando las escaleras y sus voces se elevaban como humo. La mano de Will era gentil sobre el brazo de Tessa, aunque su rostro era casi inexpresivo, parecía esculpido en granito.

―No estás de acuerdo con los demás, ¿verdad? ―preguntó, con una inflexión más afilada de lo que pretendía―. De que no debería casarme con Jem hoy mismo. Me preguntaste si lo amaba lo suficiente para casarme con él y hacerlo feliz, y te dije que sí. No sé si puedo hacerlo completamente feliz, pero puedo intentarlo.

―Si alguien puede hacerlo, esa eres tú ―dijo, y sus ojos se entrelazaron con los suyos.

―Los otros piensan que tengo ilusiones sobre su salud. ―La esperanza no es una ilusión.

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Su tono era alentador, pero había algo en su voz, algo muerto que la aterró. ―Will. ―Le cogió la muñeca―. No me abandonarías ahora… no me dejarías como

la única buscando una cura, ¿verdad? No puedo hacerlo sin ti. Él respiró hondo, medio cerrando sus ensombrecidos ojos azules. ―Por supuesto que no, no renunciaré a él, ni a ti. Ayudaré, continuaré, es solo… Se interrumpió y volteó el rostro. La luz que atravesaba la ventana desde lo alto

iluminaba su mejilla y su barbilla y la curva de su mandíbula. ―¿Solo qué? ―¿Recuerdas qué más te dije ese día en el salón? ―preguntó―. Quiero que seas

feliz, y que él sea feliz, y aun así, cuando camines por ese pasillo para llegar a él y se unan por siempre, también caminarás por un sendero invisible de los trozos de mi corazón, Tessa. Habría dado mi propia vida por cualquiera de ustedes, habría dado mi propia vida por su felicidad. Cuando me dijiste que no me amabas, creí que tal vez mis sentimientos menguarían y se atrofiarían; pero no ha sido así, han aumentado cada día. Ahora, en este momento, te amo más desesperadamente de lo que nunca antes te había amado y en una hora te amaré más que eso. Es injusto que te diga esto, lo sé, cuando no puedes hacer nada al respecto. ―Inhaló temblorosamente―. Cómo debes despreciarme.

Tessa sintió como si el piso se hubiera desplomado bajo ella. Recordó lo que se había dicho la noche anterior: que seguramente los sentimientos de Will por ella se habían desvanecido, que al cabo de los años su dolor sería menor al de ella. Lo había creído, pero ahora…

―No te desprecio, Will. No has sido nada más que honorable, más honorable de lo que alguna vez podría haberte pedido que fueras…

―No ―dijo cortante―. Creo que no esperabas nada de mí. ―He esperado todo de ti, Will ―susurró―. Más de lo que tú esperaste siempre de ti

mismo, pero me has dado incluso más que eso. ―Su voz flaqueó―. Dicen que no se puede dividir el corazón, y aun así…

―¡Will! ¡Tessa! ―Era la voz de Charlotte, llamándolos desde la entrada―. ¡Dejen de perder el tiempo! Y ¿puede uno de ustedes traer a Cyril? Podríamos necesitar ayuda con el carruaje si los Hermanos Silenciosos tienen la intención de quedarse.

Tessa miró con impotencia a Will, pero el momento entre ellos se había evaporado; su expresión se había vuelto hermética y la desesperación que lo había impulsado un momento antes se había ido. Estaba aislado como si mil puertas cerradas se interpusieran entre ellos.

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―Tú baja, estaré ahí en un momento ―dijo sin inflexión, se dio la vuelta y subió rápidamente los escalones.

Tessa puso una mano contra la pared mientras bajaba aturdida las escaleras. ¿Qué había estado a punto de hacer? ¿Qué había estado a punto de decirle a Will?

«Y aun así te amo.» Pero por Dios en los cielos, ¿qué bien haría eso? ¿Qué beneficio traería para

cualquiera si dijera esas palabras? Solo le impondría una carga horrorosa, porque él sabría lo que ella sentía, pero no sería capaz de actuar en consecuencia y lo ataría a ella, no lo dejaría libre para buscar a alguien más a quien amar… alguien que no estuviera comprometida a su mejor amigo.

«Alguien más a quien amar. » Salió a las escaleras frontales del Instituto, sintiendo que el viento atravesaba como

cuchillos su vestido. Los otros estaban allí, reunidos en los escalones de forma un poco incómoda, especialmente Gabriel y Cecily, que parecían preguntarse qué diantres estaban haciendo allí. Tessa apenas los notó; se sentía enferma del corazón y sabía que no era el frío, era la idea de Will enamorado de alguien más.

Pero eso era puro egoísmo. Si Will encontraba a alguien más a quien amar, ella lo soportaría, se mordería los labios en silencio, como él había sufrido su compromiso con Jem. Le debía eso, pensó, al tiempo que un carruaje oscuro conducido por un hombre con las túnicas de color pergamino de los Hermanos Silenciosos atravesaba traqueteando las rejas abiertas. Le debía a Will un comportamiento tan honorable como el suyo.

El carruaje retumbó al pie de las escaleras y se detuvo. Tessa sintió a Charlotte moverse incómoda tras ella.

―¿Otro carruaje? ―exclamó y Tessa siguió su mirada para ver que en efecto había un segundo carruaje completamente negro, sin el escudo de armas, que entraba silenciosamente tras primero.

―Una escolta ―dijo Gabriel―. Tal vez los Hermanos Silenciosos estaban preocupados de que intentara escapar.

―No ―dijo Charlotte, con el desconcierto oscureciendo su voz―. Ella no lo haría… El Hermano Silencioso que conducía el primer carruaje apartó las riendas y

desmontó, luego se dirigió a la puerta del carruaje. En ese momento, el segundo carruaje frenó detrás y él se dio la vuelta. Tessa no podía ver su expresión, ya que su rostro estaba oculto por su capucha, pero algo en la postura del cuerpo indicaba sorpresa. Ella entrecerró los ojos; había algo extraño en los caballos que conducían el

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segundo carruaje: sus cuerpos brillaban no como pieles de animal, sino como metal, y sus movimientos eran extrañamente ágiles.

El conductor del segundo carruaje bajó de un salto de su asiento y aterrizó con un sonido chirriante; y Tessa vio el resplandor del metal cuando su mano fue al cuello de su túnica color pergamino y se la arrancó.

Debajo había un resplandeciente cuerpo de metal con una cabeza ovoide, sin ojos; unos remaches de cobre unían las articulaciones de los codos, rodillas y hombros. Su brazo derecho, si se podía llamar de esa forma, terminaba en una ballesta de bronce crudo. En ese momento levantó ese brazo, lo flexionó y una flecha de acero rematada en metal negro voló a través del aire e impactó en el pecho del primer Hermano Silencioso, lo elevó en el aire y lo envió volando varios metros por el patio. Antes de que golpeara la tierra, la sangre empapaba el pecho de la túnica conocida.

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Traducido por K_ri^^

Con solo derramar el líquido en unos moldes Que tenía ya preparados, forjó primero sus propias herramientas,

Y luego las que podían servir para liquidar O labrar los metales mismos.

―El Paraíso Perdido, John Milton

Los Hermanos Silenciosos también tenían sangre roja como cualquier otro mortal, pensó Tessa, congelada por la conmoción.

Oyó a Charlotte gritando órdenes, y entonces Henry echó a correr por las escaleras, dirigiéndose al primer carruaje. Abrió de un tirón la puerta, y Jessamine se desplomó en sus brazos. Su cuerpo estaba flácido, y tenía los ojos medio cerrados. Usaba el rasgado vestido blanco que Tessa le había visto cuando la visitó en la Ciudad Silenciosa, y su precioso cabello rubio se le adhería al cráneo como el de un enfermo de fiebre.

―Henry ―sollozó audiblemente, mientras se aferraba a sus solapas―. Ayúdame, Henry. Llévame al interior del Instituto, por favor…

Henry se levantó y se giró con Jessamine en sus brazos, justo en el momento en que las puertas del segundo carruaje se abrieron derramando autómatas, para unirse al primero. Parecían armarse conforme salían, como muñecos de papel: uno, dos, tres, y entonces Tessa perdió la cuenta cuando los Cazadores de Sombras alrededor de ella sacaron armas de sus cinturones. Vio el destello del metal que salía desde la punta del bastón espada de Jem, oyó los murmullos en latín cuando los cuchillos serafín comenzaron a arder a su alrededor como en un círculo de fuego sagrado.

Y los autómatas atacaron. Uno de ellos corrió hacia Henry y Jessamine, mientras los otros se precipitaban por las escaleras. Oyó a Jem llamarla por su nombre, y se dio cuenta de que no tenía arma, pues hoy no tenía previsto entrenar. Miró a su alrededor salvajemente, en busca de cualquier cosa, una piedra pesada, o incluso un palo. Tras la puerta de entrada había armas colgadas en la pared, aunque eran adornos, un arma

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era un arma. Corrió hacia ellas y tomó una espada atada a una clavija en la pared, antes de girar y salir corriendo de regreso al exterior.

La escena que encontró era un caos. Jessamine estaba en el suelo, recostada sobre la rueda del carruaje, con los brazos cubriéndole la cara. Henry estaba delante de ella, pasándose el cuchillo serafín de una mano a la otra mientras se defendía del autómata que trataba de pasar sobre él, sus manos filosas intentaban alcanzar a Jessamine. El resto de las criaturas mecánicas se había extendido por toda la escalera y se enzarzaban en combates individuales con los Cazadores de Sombras.

Al levantar la espada en sus manos, los ojos de Tessa recorrieron el patio. Estos autómatas eran diferentes a los que había visto antes. Se movían más rápido, con menos tirones a su paso, sus mecanismos de cobre se plegaban y desplegaban sin problemas.

En el escalón más bajo, Gideon y Gabriel luchaban furiosamente contra un monstruo mecánico de tres metros, que los atacaba con sus manos como mazas. A Gabriel le manaba sangre de un corte profundo que le surcaba el hombro, pero él y su hermano continuaban hostigando a la criatura, uno de frente y uno detrás. Jem, que estaba de cuclillas, se levantó para enterrar su bastón espada en la cabeza de otro autómata. Sus brazos se convulsionaron e intentó echarse atrás, pero la espada atravesaba su cráneo de metal. Jem liberó de un tirón su espada, y cuando el autómata se acercó otra vez, le cortó una de las piernas a la criatura, que se tambaleó hacia un lado para finalmente caer sobre los adoquines.

A un costado de Tessa, el látigo de Charlotte onduló en el aire como un relámpago, cortando el brazo ballesta del primer autómata. Ni siquiera eso detuvo a la criatura, que se abalanzó para atraparla con su segundo brazo, plano y con garras. Tessa corrió entre ellos e hizo girar su espada del modo en que Gideon le había enseñado: con todo su cuerpo para dirigir la fuerza, golpeó desde arriba para añadir el poder de la gravedad a su ataque.

La espada bajó y cortó el segundo brazo de la criatura. Esta vez un fluido negruzco borboteó desde la herida. El autómata mantuvo el curso, doblándose por la mitad para intentar golpear a Charlotte con la corona de su cabeza de la que sobresalía una hoja corta y afilada. Le dio en lo alto del brazo y Charlotte gritó, pero luego azotó el látigo y el sinuoso electrum dorado y plateado se enroscó en la garganta de la criatura. Charlotte echó la muñeca hacia atrás y la cabeza se separó del cuerpo y cayó hacia un lado. Por último la criatura cayó, un líquido oscuro salía lentamente de las heridas en su chasis de metal.

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Tessa se quedó sin aliento y echó atrás la cabeza, el sudor le pegaba el pelo a la frente y a las sienes, pero necesitaba ambas manos para sostener la pesada espada y no podía acomodárselo. A través del escozor en sus ojos, vio que Gabriel y Gideon tenían a su autómata contra el suelo y lo atacaban; tras ellos Henry se agachó justo a tiempo para esquivar un embiste de la criatura que lo había arrinconado contra el carruaje. Su mano en forma de garrote atravesó la ventanilla, y una lluvia de cristales cayeron sobre Jessamine, que gritó y se cubrió la cabeza. Henry alzó su cuchillo serafín y lo clavó en el torso del autómata. Tessa estaba acostumbrada a ver que los cuchillos serafín quemaran a los demonios mientras los atravesaban, reduciéndolos a nada, pero el autómata solo se tambaleó hacia atrás y luego se enderezó otra vez; la hoja enterrada en su pecho ardía como una antorcha.

Con un grito, Charlotte corrió por las escaleras hacia su marido. Tessa miró a su alrededor, pero no pudo ver a Jem. El corazón le dio un vuelco. Dio un paso adelante…

Y una figura oscura se alzó ante ella, vestida completamente de negro: guantes negros cubrían sus manos, botas negras sus pies. Tessa no podía ver nada más que un rostro blanco como la nieve rodeado por los pliegues de un capuchón negro, tan familiar y horrible como una pesadilla recurrente.

―Hola, señorita Gray ―la saludó la señora Black.

A pesar de asomar la cabeza en cada habitación que se le ocurrió, Will no había sido

capaz de encontrar a Cyril. Estaba furioso por eso, y su encuentro con Tessa en las escaleras no había ayudado a su estado de ánimo. Después de dos meses de ser tan cuidadoso en torno a ella, casi como si caminara por el filo de un cuchillo, le había vertido en sus palabras lo que sentía, tal y como la sangre brota de una herida abierta, y solamente la llamada de Charlotte había impedido que su necedad se convirtiera en desastre.

Con todo, su respuesta era lo que más le molestaba mientras se dirigía por el pasillo y entraba a la cocina. «Dicen que no se puede dividir el corazón, y aun así…»

Y aun así, ¿qué? ¿Qué había estado a punto de decir? La voz de Bridget trinó desde el comedor, donde ella y Sophie estaban haciendo la

limpieza.

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Oh, madre, madre, haz mi cama Que quede suave y estirada.

Mi William murió por amarme, Y yo moriré por anhelarle.

La enterraron en el viejo cementerio. Con la tumba del dulce William a un suspiro

Y de su tumba creció una rosa roja, roja Y de la tumba de él un brezo.

Crecieron y crecieron hasta la torre de la iglesia vieja Hasta que no pudieron llegar más alto

Y allí enlazados, en un nudo de amor verdadero, La rosa roja, roja y el brezo.

Will se preguntaba ociosamente cómo era que Sophie se abstenía de golpear a

Bridget en la cabeza con un plato, cuando un presentimiento lo atravesó como si hubiera recibido un golpe en el pecho. Con un grito ahogado se tambaleó contra la pared, y se llevó la mano a la garganta. Sentía que algo latía allí, como un segundo corazón contra el suyo. La cadena del colgante que Magnus le había dado estaba fría al tacto, la sacó precipitadamente de su camisa y observó como el pendiente se tornaba de un color rojo intenso y palpitaba con luz escarlata como el centro de una llama.

Vagamente se dio cuenta de que Bridget había dejado de cantar, y que ambas chicas se habían reunido en la puerta del comedor, mirándolo con el asombro de un búho. Soltó el colgante, dejándolo caer sobre su pecho.

―¿Qué pasa, amo Will? ―preguntó Sophie. Había dejado de llamarlo señor Herondale desde que se había descubierto la verdad de su maldición, aunque a veces se preguntaba si le agradaba mucho más―. ¿Está bien?

―No soy yo ―contestó―. Debemos ir abajo, rápido. Algo va terriblemente mal.

―Pero está muerta ―exclamó Tessa, retrocediendo un paso―. La vi morir… Se interrumpió con un grito cuando desde atrás unos largos brazos metálicos

serpentearon a su alrededor, levantándola en el aire. Su espada cayó al suelo cuando el autómata apretó su agarre a su alrededor. La señora Black mostró su sonrisa fría y terrible.

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―Vaya, vaya, señorita Gray. ¿Acaso no se alegra aunque sea un poco de verme? Después de todo, yo fui la primera en darle la bienvenida a Inglaterra. Aunque parece que ya se siente como en casa, si me permite decirlo.

―¡Déjeme ir! ―Tessa pataleó con fuerza, pero el autómata solo le dio un cabezazo, lo que provocó que se mordiera con fuerza el labio. Se atragantó y escupió: saliva y sangre salpicaron la cara blanca de la señora Black―. Prefiero morir antes que ir con usted…

La Hermana Oscura se limpió el líquido con el guante y una mueca de disgusto. ―Desafortunadamente, eso no se puede negociar. Mortmain la quiere viva.

―Chasqueó los dedos hacia el autómata―. Llévala al carruaje. El autómata dio un paso adelante, con Tessa en sus brazos, pero se derrumbó

inmediatamente. Tessa apenas tuvo tiempo para amortiguar con sus brazos la caída al dar contra el suelo, con la criatura mecánica encima de ella. Sintió un dolor agudo en la muñeca derecha, pero la utilizó para empujarse de todas formas. Dejó escapar un grito que le rasgó la garganta cuando se lanzó hacia un lado para liberarse de la criatura y se deslizó varios escalones abajo; el grito de frustración de la señora Black hizo eco en sus oídos.

Rápidamente levantó la vista. La señora Black había desaparecido. Una parte del autómata que había estado reteniendo a Tessa se encontraba de lado en los escalones, la otra parte de su cuerpo de metal se veía a la distancia. Tessa echó una rápida mirada a lo que había dentro y vio engranajes y mecanismos que bombeaban un líquido salobre en los tubos. Jem se encontraba unos escalones por encima de ella, respirando con dificultad, salpicado de la sangre negra y aceitosa del autómata. Su cara estaba blanca y seria. La miró rápidamente, evaluando si se encontraba bien, luego se lanzó escaleras abajo y cortó de nuevo al autómata, arrancando una de las piernas de su torso. La criatura se convulsionó como una serpiente moribunda, su brazo restante salió disparado, sujetó a Jem por el tobillo y tiró de él con fuerza.

Los pies de Jem dejaron el suelo y cayó, rodando una y otra vez por las escaleras, enzarzado en un horrible abrazo con el monstruo de metal. El ruido de metal contra piedra que producía el autómata mientras se deslizaba hacia abajo era horrible. Al chocar ambos contra el suelo, la fuerza de la caída los separó. Tessa miró con horror como Jem se ponía de pie tambaleante, su sangre roja se mezclaba con el líquido negro que manchaba su ropa. Su bastón espada había desaparecido, lo había soltado mientras caía, y ahora se encontraba en uno de los escalones de piedra.

―Jem ―susurró Tessa, y se puso de rodillas. Trató de avanzar arrastrándose, pero la muñeca cedió, por lo que se arrastró con los codos e intentó tomar el bastón…

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Justo en ese momento unos brazos la rodearon, obligándola a erguirse, y oyó la voz de la señora Black siseando en su oído:

―No se resista, señorita Gray, o será muy malo para usted, muy malo. ―Tessa intentó liberarse, pero algo suave le tapó la boca y la nariz. Notó un olor dulzón, luego la oscuridad descendió sobre su visión y perdió la conciencia.

Cuchillo serafín en mano, Will salió corriendo por la puerta abierta del Instituto

para adentrarse en una escena caótica. Automáticamente, buscó primero a Tessa, pero gracias a Dios no estaba a la vista.

Debió haber tenido la sensatez de esconderse. Un carruaje negro se encontraba al pie de la escalera. Desplomada contra una de las ruedas, en medio de un montón de cristales rotos, estaba Jessamine. Frente a ella estaban Henry y Charlotte: Henry con su espada y Charlotte con su látigo, defendiéndose de tres autómatas de largas patas de metal con brazos como palas y cabezas totalmente lisas. El bastón espada de Jem descansaba en los escalones, que estaban resbaladizos por un líquido negro aceitoso. Cerca de las puertas Gabriel y Gideon Lightwood peleaban con otros dos autómatas con la habilidad de dos guerreros que han entrenado juntos durante años. Cecily estaba de rodillas junto al cuerpo de un Hermano Silencioso, cuyas ropas estaban manchadas de sangre escarlata.

Las puertas del Instituto estaban abiertas, y a través de ellas se divisaba un segundo carruaje negro alejándose a toda velocidad del Instituto, pero Will apenas le prestó atención, porque al pie de las escaleras estaba Jem, tan pálido como el papel, pero firme, mientras se alejaba de otro autómata que avanzaba hacia él. El autómata se tambaleaba, casi como si estuviera borracho, le faltaban la mitad de la cara y un brazo, pero Jem estaba desarmado.

La fría nitidez de la batalla se apoderó de Will, y todo pareció ralentizarse a su alrededor. Era consciente de que Sophie y Bridget, ambas armadas, se habían desplegado a sus costados; de que Sophie se había quedado al lado de Cecily, y que Bridget, en un remolino de pelo rojo y espadas filosas, estaba ocupada reduciendo a nada a un autómata de metal sorprendentemente enorme con una ferocidad que en otras circunstancias lo habrían asombrado. Pero su mundo se había reducido, reducido a los autómatas y a Jem, quien al levantar la vista lo vio y le tendió una mano.

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Will bajó cuatro escalones de un salto y derrapó, tomó el bastón espada de Jem y lo lanzó. Jem lo atrapó en el aire justo cuando el autómata se abalanzaba sobre él, y lo cortó limpiamente por la mitad. La parte superior cayó, pero las piernas y la parte inferior del torso, que comenzaron a derramar unos asquerosos líquidos negros y verdosos, continuaron tambaleándose hacia él. Jem giró hacia un lado y blandió su espada, cortando a la cosa por las rodillas. Cuando cayó por fin, sus piezas aún se movían.

Jem giró la cabeza y miró a Will. Sus ojos se encontraron por un momento, y Will le ofreció una sonrisa… pero Jem no se la devolvió; estaba tan blanco como la cal, y Will no pudo leer sus ojos. ¿Estaba herido? Estaba cubierto de tanto aceite y líquido que Will no podía detectar si estaba sangrando. Con la ansiedad atravesándolo, Will empezó a descender por las escaleras en dirección a Jem, pero antes de que pudiera avanzar más de unos pocos pasos, Jem se dio la vuelta y se dirigió a las puertas. Para cuando Will se dio cuenta, Jem ya las había atravesado y había desaparecido en las calles de Londres.

Will echó a correr… y se detuvo en seco al pie de los escalones cuando un autómata se interpuso en su camino, moviéndose con la rapidez y con la gracia del agua. Sus brazos terminaban en unas largas tijeras. Will se agachó cuando las dirigió a su cara, e introdujo su cuchillo serafín en el pecho del autómata.

Se oyó el ruido del metal derritiéndose, pero la criatura solamente se tambaleó hacia atrás un paso y de nuevo se abalanzó hacia él. Will se agachó a tiempo para esquivar sus brazos, tomando otro cuchillo de su cinturón. Se dio la vuelta para atacarlo con el cuchillo… solo para ver que el autómata se separaba en tiras ante él y caía en grandes rebanadas de metal como al pelar una naranja. Un líquido negro le salpicó la cara mientras caía a pedazos.

Will se quedó mirándolo fijamente. Bridget lo miraba serenamente a través del cuerpo arruinado. Su cabello era una maraña de rizos rojos alrededor de su cabeza, y su delantal blanco estaba cubierto de sangre negra, pero ella seguía sin tener expresión.

―Debería tener más cuidado ―le sugirió―. ¿No le parece? Will se quedó sin habla, por suerte, Bridget no parecía estar esperando una

respuesta. Se echó el pelo hacia atrás y se alejó hacia Henry, que estaba luchando contra un autómata de un aspecto particularmente temible, de por lo menos cuatro metros de altura. Henry lo había privado de uno de sus brazos, pero el otro, una monstruosidad larga y multi-articulada que terminaba en una hoja curva como de kindjal, seguía tratando de apuñalarlo. Bridget se acercó por detrás con calma y lo

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travesó con su espada en la unión del torso. Saltaron chispas, y la criatura comenzó a tambalearse hacia adelante. Jessamine, todavía agazapada contra la rueda del coche, dio un grito y empezó a arrastrarse fuera de su camino, en dirección a Will.

Por un instante, Will miró con aturdida sorpresa cómo se ensangrentaba las manos y las rodillas debido a los fragmentos de cristal de la ventanilla rota, pero seguía arrastrándose. Luego, entró en acción de golpe; se adelantó de un impulso, rodeó a Bridget hasta llegar a Jessie, deslizó los brazos por debajo de ella y levantó su peso muerto de la tierra. Ella dio un grito ahogado, su nombre, pensó, y luego se relajó contra él, solo sus manos se aferraron a sus solapas.

Él la alejó del carruaje, sus ojos registraban lo que sucedía en el patio. Charlotte había despachado a su autómata, Bridget y Henry estaban en el proceso de cortar a otro en pedazos. Sophie, Gideon, Gabriel y Cecily tenían a dos autómatas en el suelo, y los rebanaban como a un asado de Navidad. Jem no había regresado.

―Will ―dijo Jessie, con un débil hilo de voz―. Will, por favor, bájame. ―Necesito llevarte adentro, Jessamine. ―No. ―Tosió, y Will vio con horror que la sangre le corría por las comisuras de la

boca―. No voy a sobrevivir tanto tiempo. Will… si en algo te importo, aunque sea un poco, me vas a bajar.

Will se dejó caer al pie de la escalera con Jessie en sus brazos, haciendo todo lo posible por acunar su cabeza contra su hombro. La sangre corría libremente por su garganta y la parte delantera de su vestido blanco, pegando el material a su cuerpo. Estaba terriblemente delgada, su clavícula sobresalía como las alas de un pájaro, sus mejillas estaban hundidas. Se parecía más a un paciente tambaleante de un manicomio que a la niña bonita que había dejado de ver hacía solo ocho semanas.

―Jess ―dijo en voz baja―. Jessie. ¿Dónde te duele? Ella le dedicó una sonrisa horrible con los dientes bordeados de rojo. ―Una de las garras de la criatura pasó por mi espalda ―susurró, y de hecho,

cuando Will miró hacia abajo, vio que la parte de atrás de su vestido estaba empapada de sangre. La sangre manchaba sus manos, sus pantalones, su camisa y llenaba su garganta con su asfixiante olor a cobre―. Me atravesó el corazón. Puedo sentirlo.

―Una iratze… ―Will empezó a hurgar en su cinturón en busca de su estela. ―Una iratze no me ayudará ahora. ―Su voz sonaba segura. ―Entonces los Hermanos Silenciosos… ―Incluso su poder no puede salvarme. Además, no podría soportar que me tocaran

de nuevo. Prefiero morir. Estoy muriendo, y me alegro por ello.

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Will la miró, sorprendido. Podía recordar cuando Jessie había llegado al Instituto, a los catorce años, tan malvada como un gato con las garras afuera. Nunca había sido amable con ella, ni ella con él, nunca había sido amable con nadie salvo Jem, pero Jessie le había ahorrado la molestia de lamentarlo. Aun así, la había admirado de un modo extraño, admiraba la fuerza de su odio y su fuerza de voluntad.

―Jessie. ―Le puso una mano en la mejilla con torpeza, manchándola de sangre. ―No es necesario. ―Tosió de nuevo―. Que seas bueno conmigo, no es necesario.

Sé que me odias. ―Yo no te odio. ―Nunca me visitaste en la Ciudad Silenciosa. Los otros vinieron. Tessa y Jem,

Henry y Charlotte. Pero no tú. No eres de los que perdonan, Will. ―No. ―Lo dijo porque era verdad, y en parte debido a que la razón por la que

nunca le había gustado Jessamine, era porque de alguna manera le recordaba a sí mismo―. Jem es el que perdona.

―Y, sin embargo, tú siempre me gustaste más. ―Clavó sus ojos en su rostro, pensativa―. Oh, no, no de esa forma. No creas eso. Pero la forma en que te odiabas… entendía eso. Jem siempre quiso darme una oportunidad, Charlotte también. Pero no quiero los regalos de los corazones generosos, quiero que me vean tal como soy. Y como sé que no te causo lástima, sé que si te pido que hagas algo, lo harás.

Dio un suspiro sin aliento. La sangre le había formado burbujas alrededor de la boca. Will sabía lo que eso significaba: sus pulmones estaban perforados o desechos, y se estaba ahogando en su propia sangre.

―¿Qué es? ―le preguntó Will con urgencia―. ¿Qué es lo que quieres que haga? ―Cuida de ellos ―susurró―. De la bebé Jessie y los demás. Le tomó un momento a Will darse cuenta de que se refería a sus muñecas. Buen

Dios. ―No voy a dejar que destruyan ninguna de tus cosas, Jessamine. Ella le dio el fantasma de una sonrisa. ―Pensé que… tal vez no querrían nada que les hiciera recordarme. ―No te odiamos, Jessamine. Sea cual sea el mundo más allá de éste, no vayas a él

pensando eso. ―Ah, ¿no? ―Sus ojos revolotearon y se cerraron―. Aunque seguramente todos

ustedes me habrían querido un poco más si les hubiera dicho dónde se encuentra Mortmain. Podría no haber perdido su cariño entonces

―Dímelo ahora ―instó a Will―. Dímelo, si es que puedes, y recupera ese cariño… ―Idris ―susurró.

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―Jessamine, sabemos que eso no es verdad… Los ojos de Jessamine se abrieron de golpe. Lo blanco estaba teñido ahora de

escarlata, como sangre en agua. ―Tú ―le dijo―. Tú más que nadie debería haber comprendido. ―De repente, sus

dedos se tensaron espasmódicamente en su solapa―. Eres un galés terrible ―le dijo con voz ronca, luego tomo aire, y no volvió a hacerlo de nuevo. Estaba muerta.

Tenía los ojos abiertos, fijos en su rostro. Will la tocó gentilmente, y le bajó los párpados, dejando las huellas sangrientas de su dedo pulgar e índice en ellos.

―Ave atque vale, Jessamine Lovelace. ―¡No! ―gritó Charlotte. Will miró hacia arriba a través de la niebla que le provocó

la conmoción, y vio a los demás reunidos a su alrededor. Charlotte estaba desplomada en los brazos de Henry, Cecily con ojos de asombro; y Bridget, sosteniendo dos espadas manchadas de aceite, estaba inexpresiva. Detrás de ellos Gideon estaba sentado en los escalones del Instituto con su hermano y Sophie a cada lado. Estaba inclinado hacia atrás, muy pálido, sin chaqueta, con una tira de tela desgarrada atada en una sus piernas. Gabriel estaba aplicándose algo que probablemente era una runa de curación en el brazo.

Henry ocultó la cara en el cuello de Charlotte y le murmuró palabras de ánimo, mientras las lágrimas corrían por el rostro de su esposa. Will los miró, y luego a su hermana.

―Jem ―pronunció el nombre como pregunta. ―Se fue tras Tessa ―le informó Cecily. Estaba mirando hacia Jessamine, su

expresión era una mezcla de lástima y horror. Una luz blanca pareció brillar en los ojos de Will. ―¿Se fue tras Tessa? ¿Qué quieres decir? ―Uno… uno de los autómatas se apoderó de ella y la metió a un carruaje. ―Cecily

vaciló ante la fiereza de su tono―. Ninguno de nosotros pudo seguirla. Las criaturas nos bloqueaban. Entonces Jem atravesó las puertas. Supuse…

Will descubrió que sin darse cuenta sus manos habían apretado los brazos de Jessamine y le había dejado marcas lívidas en la piel.

―Alguien sostenga a Jessamine por mí ―pidió entrecortadamente―. Tengo que ir tras ellos.

―Will, no… ―empezó Charlotte. ―Charlotte. ―La palabra se atoró en su garganta―. Tengo que ir… Hubo un sonido metálico, como el sonido de las puertas del Instituto cerrándose de

golpe. Will alzó la cabeza y vio a Jem.

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Las puertas se acababan de cerrar y él caminaba hacia ellos. Se movía lentamente, como si estuviera borracho o herido, y al acercarse, Will vio que estaba cubierto de sangre. Era la sangre negro-carbón de los autómatas, pero también había una gran cantidad de sangre roja: en la camisa, en la cara y las manos, también en el pelo.

Se acercó a ellos, y se paró en seco. Lucía tal y como lo había hecho Thomas cuando Will le había encontrado en las escaleras del Instituto, sangrando y casi muerto.

―¿James? ―preguntó Will. Había un mundo de preguntas en esa única palabra. ―Se ha ido ―dijo Jem con voz plana, sin inflexiones―. Corrí detrás del carruaje,

pero fue ganando velocidad y no pude correr lo suficientemente rápido. Los perdí cerca de Temple Bar. ―Sus ojos se movieron hacia Jessamine, pero ni siquiera pareció ver su cuerpo, o a Will sosteniéndola, o algo en absoluto―. Si hubiera podido correr más rápido… ―dijo, y luego se dobló como si lo hubieran golpeado al atravesarlo la tos. Cayó al suelo de rodillas y sobre los codos, la sangre salpicó el suelo a sus pies. Sus dedos se clavaron en la piedra. Luego cayó de espaldas y se quedó inmóvil.

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Traducido por AOMontero

Me admiraba de que los demás mortales viviesen, pues había muerto aquél a quien yo amaba como si no hubiera de morir, y más me maravillaba de que habiendo muerto él, viviera yo, que era otro él. Bien dijo uno de sus amigos “que era la mitad de su alma”, porque yo creí que la mía y la suya habían sido una sola alma en dos cuerpos. Y por eso me causaba horror la vida,

porque no quería vivir a medias y como dividido, y por eso quizá temería el morirme, porque no muriese de todo punto aquel a quien había amado tanto.

―Confesiones, Libro lV, San Agustín

Cecily abrió la puerta del dormitorio de Jem con la punta de los dedos y miró en el interior.

La habitación estaba en silencio, pero agitada por el movimiento. Dos Hermanos Silenciosos estaban situados a un lado de la cama de Jem, con Charlotte entre ellos. El rostro grave de Will estaba manchado por las lágrimas; estaba de rodillas a un lado de la cama, con la ropa todavía manchada de sangre por la lucha del patio. Tenía la cabeza caída sobre los brazos cruzados; parecía que estuviera rezando. Lucía joven, vulnerable y desesperado, y a pesar de sus sentimientos encontrados, una parte de Cecily deseaba entrar a la habitación y consolarlo. La otra parte vio la figura inmóvil y pálida que yacía en la cama, y se acobardó. Había estado aquí tan poco tiempo, solo sentía que se entrometía entre los habitantes del instituto, en su dolor y su tristeza.

Pero debía hablar con Will. Tenía que hacerlo. Avanzó… Y entonces sintió una mano sobre el hombro que la alejaba de allí. Su espalda chocó

contra la pared del corredor e inmediatamente Gabriel Lightwood la soltó. Lo miró con sorpresa. Lucía agotado, tenía los ojos verdes oscurecidos y manchas

de sangre en el cabello y en los puños de la camisa. El cuello de su chaqueta estaba mojado. Claramente, venía del cuarto de su hermano. A Gideon lo habían herido gravemente en la pierna la espada de un autómata, y aunque las iratzes habían ayudado, parecía haber un límite a lo que podían curar. Tanto Sophie como Gabriel lo

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habían ayudado a ir hacia su habitación, a pesar de que Gideon había protestado todo el camino diciendo que toda la atención disponible debía ser para Jem.

―No entres ahí ―le dijo Gabriel en voz baja―. Están tratando de salvar a Jem. Tu hermano necesita estar ahí para él.

―¿Estar ahí para él? ¿Qué puede hacer él? Will no es doctor. ―Incluso inconsciente, James puede tomar fuerzas de su parabatai. ―Necesito hablar con Will solo un momento. Gabriel se pasó las manos por el cabello despeinado. ―No has estado mucho tiempo entre los Cazadores de Sombras ―comentó―.

Puede que no entiendas. Perder tu parabatai… no es poca cosa. Es tan serio como perder un esposo o esposa, o un hermano o hermana. Es como si estuvieras tú en esa cama.

―A Will no le importaría mucho si yo estuviera en esa cama. Gabriel suspiró. ―Su hermano no se habría tomado tantas molestias en advertirme sobre usted si no

le importara, señorita Herondale. ―No, a él no le agrada mucho. ¿Por qué? ¿Y por qué me da consejos sobre él ahora?

A usted tampoco le agrada. ―No ―dijo Gabriel―. No exactamente. No me agrada Will Herondale. Nos hemos

desagradado por años. De hecho, una vez me rompió el brazo. ―¿En serio? ―Las cejas de Cecily se alzaron a su pesar. ―Y aun así comienzo a ver que muchas cosas que siempre creí ciertas, no lo son.

Will es una de esas cosas. Siempre creí que era un canalla, pero Gideon me ha contado más sobre él, y he comenzado a entender que tiene un peculiar sentido del honor.

―Y usted respeta eso. ―Quisiera respetarlo, quisiera entenderlo. Y James Carstairs es uno de los mejores

entre nosotros; incluso si odio a Will, me gustaría evitárselo, por el bien de Jem. ―Lo que le tengo que decir a mi hermano ―comenzó Cecily―. A Jem le gustaría

que se lo contara. Es muy importante y solo tomará un momento. Gabriel se frotó la piel de las sienes. Era tan alto que parecía elevarse por sobre

Cecily, y además era muy delgado. Tenía un rostro de facciones agudas, no muy apuesto, pero sí elegante, y su labio inferior tenía la forma casi exacta de un arco.

―Está bien ―dijo―. Entraré y lo haré salir. ―¿Por qué usted y no yo?

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―Si está enojado, si está desconsolado, es mejor que yo lo vea y que esté furioso conmigo y no con usted ―contestó con toda naturalidad―. Confió en usted sobre la importancia del asunto, señorita Herondale. Espero no me decepcione.

Cecily no dijo nada, solo vio cómo Gabriel abría la puerta de la enfermería y entraba. Se apoyó contra la pared, con el corazón desbocado, oyendo el murmullo de voces que llegaban desde adentro. Escuchó a Charlotte diciendo algo sobre las runas de reemplazo de sangre, las que aparentemente eran peligrosas… y entonces la puerta se abrió y apareció Gabriel.

Ella se enderezó. ―¿Will está…? Gabriel le dirigió una mirada, y un momento después apareció Will, a la estela de

Gabriel. Cerró la puerta con firmeza, Gabriel le dio un asentimiento a Cecily y comenzó a caminar por el pasillo, dejándola a solas con su hermano.

Cecily siempre se había preguntado cómo se podía sola cuando estabas con alguien más. Si estabas con ellos, ¿acaso no estabas sola por definición? Pero ahora se sentía completamente sola, porque Will parecía estar en otra parte. Ni siquiera parecía estar enojado. Estaba apoyado contra la pared junto a la puerta, a su lado, pero aun así parecía tan insustancial como un fantasma.

―Will ―lo llamó. Pareció no oírla. Estaba temblando, sus manos temblaban de esfuerzo y tensión. ―Gwilym Owain ―lo llamó nuevamente, con más suavidad. Él giro la cabeza para mirarla al menos, aunque sus ojos eran tan azules y fríos

como el agua del Lago Mwyngil al abrigo de la montaña. ―Llegué aquí cuando tenía doce años ―dijo. ―Lo sé ―dijo Cecily, desconcertada. ¿Pensaba que podía haberlo olvidarlo? Perder

a Ella, y luego a su Will, su querido hermano mayor, ¿solo en cuestión de días? Pero Will ni siquiera parecía escucharla.

―Fue, para ser preciso, el diez de noviembre de aquel año. Y todos los años que siguieron, en el aniversario de aquel día, me sumía en un humor negro de desesperación. Ese era el día, ése y mi cumpleaños, cuando más me acordaba de mamá y papá, y de ti. Sabía que estaban con vida, que estaban ahí afuera, que me querían de regreso, y yo no podía ir, ni podía siquiera enviarles una carta. Escribí docenas, por supuesto, pero las quemé. Debieron odiarme y culparme por la muerte de Ella.

―Nunca te culpamos… ―Después del primer año, a pesar de que seguía temiendo que se acercara aquel

día, comencé a descubrir que había algo que Jem simplemente tenía que hacer cada

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diez de noviembre, alguna clase de entrenamiento o alguna búsqueda que nos llevaría hasta el otro extremo de la ciudad en el frío y húmedo invierno. Y lo resentía con amargura por ello. Algunas veces el frío húmedo lo hacía enfermar, o se olvidaba de sus drogas y se enfermaba en el día, tosía sangre y quedaba confinado a la cama, y eso también era una distracción. Y solo después de que hubiera pasado ya tres veces (porque soy bastante estúpido, Cecy, y pienso solo en mí mismo) me di cuenta que desde luego estaba haciendo aquello por mí. Había notado la fecha y estaba haciendo todo lo que podía para alejarme de la melancolía.

Cecily se quedó inmóvil, mirándolo fijamente. A pesar de las palabras que golpeaban su cabeza urgiéndola a ser pronunciadas, no pudo decir nada, porque era como si el velo de los años se hubiera caído y viera a su hermano por fin, como había sido cuando niño y la acariciaba con torpeza cuando se hería, se quedaba dormido en la alfombra frente a la chimenea con un libro abierto sobre el pecho, salía del lago riendo y sacudiéndose el agua del cabello negro. Will, sin ningún muro entre él y el mundo exterior.

Se rodeó con los brazos, como si tuviera frío. ―No sé quién ser sin él ―le confesó―. Tessa se ha ido, y cada momento en que ella

no está es como un cuchillo que me rasga desde el interior. Se ha ido, no pueden rastrearla, y no tengo idea sobre hacia dónde ir o qué hacer, y la única persona a la que puedo imaginar contándole mi agonía, es la única persona que no puede saberlo. Incluso si no estuviera muriendo.

―Will. Will. ―Cecily le puso una mano en el brazo―. Por favor, escúchame. Es sobre encontrar a Tessa. Creo saber dónde está Mortmain.

Sus ojos se abrieron de golpe al escucharla. ―¿Cómo puedes saberlo? ―Estaba lo suficientemente cerca de ti para escuchar lo que dijo Jessamine cuando

agonizaba ―respondió Cecily, sintiendo el latido de la sangre de Will bajo la piel. Su corazón estaba desbocado―. Dijo que eras un galés terrible.

―¿Jessamine? ―Sonaba desconcertado, pero Cecily se fijó en que estrechaba los ojos ligeramente. Tal vez, inconscientemente, estaba comenzando a seguir la misma línea de pensamiento que ella.

―Ella decía una y otra vez que Mortmain estaba en Idris, pero la Clave sabía que no ―continuó Cecily rápidamente―. No conociste a Mortmain cuando él vivía en Gales, pero yo sí. Él la conoce bien, y una vez tú también. Crecimos a la sombra de la montaña, Will. Piensa.

Él la miró fijamente.

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―¿No creerás… Cadair Idris? ―Él conoce esas montañas, Will ―le dijo―. Y lo encontraría gracioso, una gran

broma para ti y todos los Nefilim. Llevó a Tessa al lugar del que huiste. La llevó a nuestra casa.

―¿Un posset11? ―preguntó Gideon, tomando la humeante taza que le ofrecía

Sophie―. Me siento como un niño otra vez. ―Tiene vino y especias. Le hará bien, le ayudará a recuperar sangre ―le explicó

Sophie con agitación, sin mirar directamente a Gideon mientras dejaba la bandeja que llevaba sobre la mesa de noche junto a la cama. Él estaba sentado, tenía una de las piernas del pantalón cortada por debajo de la rodilla y la pierna en envuelta en vendas. Su cabello aún estaba desordenado por la lucha, y aunque se había puesto ropa limpia, todavía olía ligeramente a sangre y sudor.

―Estas me ayudan a recuperar sangre ―le dijo, extendiendo un brazo en el que tenía dos sangliers, runas de reemplazo-sanguíneo.

―¿Se supone que eso significa que tampoco le gustan los posset? ―inquirió ella, con las manos en las caderas. Todavía recordaba lo molesta que había estado con él por lo de los bollos, pero lo había perdonado por completo la noche anterior, mientras leía su carta al Cónsul (la que se encontraba en el bolsillo de su delantal manchado de sangre ya que aún no había tenido la oportunidad de enviarla). Y hoy, cuando el autómata le había cortado la pierna en la escalera del instituto y él había caído, sangrando por la herida abierta, su corazón se había apoderado de un terror tal que le había sorprendido.

―A nadie le gustan los possets ―contestó él con una sonrisa débil, pero encantadora.

―¿Debo quedarme y asegurarme de que se la bebe? ¿O la va a tirar debajo de la cama? Porque si es así, entonces vamos a tener ratones.

Él tuvo la decencia de parecer avergonzado; Sophie deseó fuertemente haber estado ahí cuando Bridget había barrido su habitación y había anunciado que estaba allí para limpiar los bollos de debajo de la cama.

―Sophie ―dijo él, y cuando ella lo miró severa, él rápidamente tomo un trago del brebaje―. Señorita Collins, aún no he tenido oportunidad de disculparme

11 Bebida cuyo principal ingrediente era la leche; se servía caliente. Se consideraba un remedio casero contra las enfermedades menores, como los resfriados.

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debidamente con usted, así que déjeme hacerlo ahora. Por favor, perdóneme por la broma que le he jugado con los bollos. No tenía intención de mostrar falta de respeto. Espero que no imagine que pienso menos de usted por su posición en el hogar, porque usted es una de las mujeres más admirables y valientes que he tenido el placer de conocer.

Sophie se quitó las manos de la cadera. ―Bueno ―dijo. No había muchos caballeros que pidieran disculpas a un

sirviente―. Esa fue una disculpa muy bonita. ―Y estoy seguro de que esos bollos eran muy buenos ―agregó él

precipitadamente. ―Es solo que no me gustan, nunca me han gustado los bollos. No es que sean sus bollos.

―Por favor, deje de decir la palabra bollos, señor Lightwood. ―Está bien. ―Y no son mis bollos; Bridget los preparó. ―Está bien. ―Y beba su posset. El abrió la boca, luego la cerró a toda prisa y levantó la taza. Cuando él la miraba

por el borde de la taza, Sophie tuvo que ceder y sonrió. Los ojos de Gideon ojos se iluminaron.

―Muy buen ―recapituló―. No le gustan los bollos. ¿Cómo se siente acerca del bizcochuelo?

Era media tarde y el sol iluminaba débilmente en lo alto del cielo.

Aproximadamente una docena de Cazadores de Sombras del Enclave, y varios Hermanos Silenciosos estaban diseminados por toda la propiedad del instituto. Se habían llevado con anterioridad a Jessamine, y el cuerpo del Hermano Silencioso que había muerto, cuyo nombre Cecily desconocía. Oía voces en el patio y el sonido del metal, mientras el Enclave examinaba los vestigios del ataque autómata.

Sin embargo, en el salón el ruido más fuerte era el tic tac del reloj de pedestal en la esquina. Las cortinas estaban abiertas, y el Cónsul permanecía a la pálida luz del sol con el ceño fruncido, con los brazos cruzados sobre el pecho.

―Esto es una locura, Charlotte ―exclamó―. Una completa locura, y basa en la en la fantasía de una niña.

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―No soy una niña ―espetó Cecily. Estaba sentada en una silla a un lado de la chimenea, la misma en la que Will se había quedado dormido la noche anterior… ¿había sido hace tan poco tiempo? Will estaba a su lado, con el ceño fruncido. No se había cambiado de ropa. Henry estaba en la habitación de Jem con los Hermanos Silenciosos; Jem todavía no recobraba la conciencia, y solo la llegada del Cónsul había arrancado a Charlotte y a Will de su lado―. Y mis padres conocían a Mortmain, como usted bien sabe. Se hizo amigo de mi familia, de mi padre. Él nos dio la mansión Ravenscar cuando mi padre… cuando perdimos nuestra casa cerca de Dolgellau.

―Eso es cierto ―corroboró Charlotte, de pie tras su escritorio; había papeles extendidos ante ella en la superficie―. Hablé con usted sobre esto en el verano, de lo que Ragnor Fell me había informado acerca de los Herondale.

Will sacó los puños de los bolsillos de su pantalón y se enfrentó al Cónsul con furia. ―¡Fue una broma para Mortmain el darle esa casa a mi familia! Jugó con nosotros.

¿Por qué no habría de extender la broma de esta manera? ―Mira, Josiah ―dijo Charlotte, indicando un papel extendido sobre el escritorio

frente a ella: un mapa de Gales―. Hay un lago Lyn en Idris; y aquí, el lago Tal-y-Llyn a los pies de Cadair Idris…

―Llyn significa lago ―explicó Cecily con tono exasperado―. Y lo llamamos Llyn Mwyngil, aunque algunos lo llaman Tal-y-Llyn…

―Y probablemente hay otros lugares en el mundo con el nombre Idris ―espetó el Cónsul, antes de darse cuenta que estaba discutiendo con una niña de quince años.

―Pero esto quiere decir algo ―dijo Will―. Dicen que los lagos alrededor de la montaña no tienen fondo, que la montaña es hueca, y dentro duermen los Cwn Annwn, los Sabuesos del Inframundo.

―El Cazador Salvaje ―dijo Charlotte. ―Sí. ―Will se echó el cabello hacia atrás―. Somos Nefilim; creemos en legendas,

en mitos. Todas las historias son ciertas. ¿Qué mejor que una montaña hueca ya asociada a la magia negra y presagios de muerte para esconderse él y a sus artilugios? Nadie encontraría raro si salieran ruidos extraños de la montaña, y no habría gente que quisiera investigar. ¿Por qué sino iba a estar aún en el área? Siempre me pregunté por qué tomó un interés particular en mi familia. Quizá fue simplemente la proximidad, la oportunidad de fastidiar a una familia Nefilim. Habría sido incapaz de resistirse.

El Cónsul estaba apoyado en el escritorio, con la vista fija en el mapa bajo las manos de Charlotte.

―No es suficiente. ―¿No es suficiente? ¿No es suficiente para qué? ―gritó Cecily.

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―Para convencer a la Clave. ―El Cónsul se enderezó―. Charlotte, entenderás. Para lanzar un ataque contra Mortmain en el supuesto de que esté en Gales, tendremos que convocar una reunión del Consejo. No podemos llevar Cazadores de Sombras y arriesgarnos a que nos superen en número, especialmente con esas criaturas. ¿Cuántos los atacaron esta mañana?

―Seis o siete, sin contar la criatura que se llevó de Tessa ―replicó Charlotte―. Creemos que se pueden doblar y que por lo mismo eran capaces de venir todos en una berlina.

―Y creo que Mortmain no supo que Gabriel y Gideon Lightwood estarían con ustedes, y por eso subestimó el número que necesitaría. De otra forma, sospecho que todos estarían muertos.

―Al diablo los Lightwood ―murmuró Will―. Creo que subestimó a Bridget. Cortó a esas criaturas como un pavo de Navidad.

El Cónsul alzó las manos. ―Leímos los documentos de Benedict Lightwood. En ellos afirma que el bastión de

Mortmain está justo a las afueras de Londres, y que pretende enviar un ataque contra el Enclave de la ciudad…

―Benedict Lightwood se estaba volviendo loco cuando escribió eso ―lo interrumpió Charlotte―. ¿Acaso parece que Mortmain habría compartido con él sus verdaderos planes?

―¿Qué sigue? ―La voz del Cónsul sonaba irritada, pero también mortalmente fría―. Benedict no tenía razón alguna para mentir en su propio diario, Charlotte, el que tú no deberías haber leído. Si no estabas tan convencida de que debías saber más que el Consejo, entonces lo habrías entregado inmediatamente. Tales muestras de desobediencia me inclinan a no confiar en ti. Si es necesario, puedes presentar este asunto de Gales ante el Consejo cuando nos reunamos en dos semanas…

―¿Dos semanas? ―La voz de Will se elevó; estaba pálido, con manchones rojos sobresaliendo en sus mejillas―. A Tessa se la llevaron hoy, no tiene dos semanas.

―El Maestro la quería ilesa. Lo sabes, Will ―lo tranquilizó Charlotte con voz suave. ―¡También quiere casarse con ella! ¿No crees que odiaría más convertirse en su

juguete que lo que odiaría la muerte? Podría estar casada para mañana… ―¡Y al demonio si lo está! ―gritó el Cónsul―. ¡Una muchacha que no es Nefilim,

no es, ni debe ser, nuestra prioridad! ―¡Ella es mi prioridad! ―gritó Will.

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Se produjo el silencio. Cecily oía el sonido de la madera húmeda al quemarse en la chimenea. La bruma que enturbiaba las ventanas era de un amarillo oscuro, y el rostro del Cónsul quedaba sumergido en la sombra. Finalmente dijo:

―Pensaba que era la prometida de tu parabatai, no la tuya. Will levantó la barbilla. ―Si ella es la prometida de Jem, entonces yo tengo el deber de cuidar de ella como

si fuera mía. Eso es lo que significa ser parabatai. ―Oh, sí. ―La voz del Cónsul estaba llena de sarcasmo―. Tal lealtad es encomiable.

―Sacudió la cabeza―. Los Herondale, tercos como una roca. Recuerdo cuando tu padre quería casarse con tu madre. Nada lo pudo disuadir, aunque ella no era candidata a la Ascensión. Habría esperado más docilidad de sus hijos.

―Nos perdonará a mí y mi hermana por no estar de acuerdo ―dijo Will―, considerando que si mi padre hubiera sido más dócil, como usted dice, no existiríamos.

El Cónsul negó con la cabeza. ―Esto es guerra ―dijo―. No un rescate. ―Y ella no es solo una muchacha ―dijo Charlotte―. Es un arma en las manos del

enemigo. Se lo estoy diciendo, Mortmain intentará usarla en nuestra contra. ―Suficiente. ―El Cónsul cogió su abrigo del respaldo de una silla y se lo puso―.

Es una conversación inútil. Charlotte, mira a tus Cazadores de Sombras. ―Su mirada recorrió a Will y a Cecily―. Parecen… exaltados.

―Veo que no podemos forzarlo a cooperar, Cónsul. ―El rostro de Charlotte era amenazante como un trueno―. Pero recuerde que dejaré constancia de que le advertimos de esta situación. Si al final teníamos razón y se produce un desastre por este retraso, todos los resultados estarán en su conciencia.

Cecily esperaba que el Cónsul pareciera enojado, pero él solo se subió la capucha y escondió el rostro.

―Eso es lo que significa ser Cónsul, Charlotte.

Sangre. Sangre en las baldosas del patio. Sangre manchando las escaleras de la casa. Sangre

en las hojas del jardín. Los restos de lo que había sido una vez el cuñado de Gabriel tirados en lagunas espesas de sangre seca, chorros de sangre caliente salpicando la ropa de combate de Gabriel mientras la flecha que había lanzado atravesaba el ojo de su padre…

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―¿Lamentando la decisión de permanecer en el instituto, Gabriel? ―La voz fría y familiar interrumpió los febriles pensamientos de Gabriel, y él levantó la vista con un jadeo.

El Cónsul estaba frente a él, enmarcado por la débil luz del sol. Llevaba un abrigo grueso, guantes y expresión de diversión, como si Gabriel hubiera hecho algo para causarle gracia.

―Yo… ―Gabriel contuvo el aliento, forzando las palabras a salir de manera uniforme―. No. Por supuesto que no.

El Cónsul arqueo una ceja. ―Debe ser por eso que estas aquí en cuclillas a un lado de la iglesia, con la ropa

manchada de sangre y al parecer aterrorizado de que alguien pueda encontrarte. Gabriel se puso de pie, agradecido por la pared de piedra dura tras él en la que se

apoyó. Miró al Cónsul. ―¿Está sugiriendo que no luché, que escapé? ―No estoy sugiriendo nada ―dijo el Cónsul con suavidad―. Sé que quedaste, sé

que tu hermano fue herido… Gabriel tomó aire con un sonido parecido a un estertor, y el Cónsul entrecerró los

ojos. ―Ah ―dijo―. Entonces es eso, ¿o no? ¿Viste morir a tu padre, y pensaste que ibas a

ver a tu hermano morir también? Gabriel quería escarbar en la pared a su espalda. Quería golpear al Cónsul en el

rostro zalamero, falsamente compasivo. Quería salir corriendo escaleras arriba y tirarse junto a la cama de su hermano y negarse a dejarlo, como Will había rehusado dejar a Jem hasta que Gabriel lo había obligado. Will era un mejor hermano para Jem que él mismo era para Gideon, había pensado amargamente, y no tenían lazos de sangre. Fue eso en parte lo que lo había impulsado a salir del instituto a este espacio escondido detrás de los establos. Se había dicho que, sin duda, nadie lo buscaría allí.

Había estado equivocado, pero se había equivocado tan a menudo que, ¿qué era una vez más?

―Viste sangrar a tu hermano ―le dijo el Cónsul, todavía con la misma voz suave―. Y recordaste…

―Yo maté a mi padre ―dijo Gabriel―. Le atravesé un ojo con una flecha y derrame su sangre. ¿Cree que no sé lo que eso significa? Su sangre me llamará mí desde lo profundo, como la sangre de Abel llamó a Caín. Todos dicen que ya no era mi padre, pero seguía siendo lo único que quedaba de él. Él fue un Lightwood una vez. Y Gideon pudo haber sido asesinado hoy. Perderlo a él también…

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―Ves lo que te digo ―continuó el Cónsul―. Cuando hablé de Charlotte y su negativa a obedecer la ley. El costo de vida que genera. Podría haber sido la vida de tu hermano sacrificada por su orgullo desmesurado.

―No parece orgullosa. ―¿Es por eso que escribiste esto? ―El Cónsul sacó de su bolsillo la primera carta

que Gabriel y Gideon le habían enviado. La miró con desprecio y le dejo revolotear hasta el suelo―. Esta misiva ridícula, ¿la planearon para molestarme?

―¿Funcionó? Por un momento, Gabriel pensó que el Cónsul iba a golpearlo. Pero la mirada de ira

dejó rápidamente los ojos del anciano, y cuando habló de nuevo, fue con calma. ―Supongo que no debí esperar que un Lightwood reaccionara bien al chantaje. Tu

padre no lo hubiera hecho. Confieso que te pensé material más débil. ―Si va a intentar otra vía para persuadirme, no se moleste ―dijo Gabriel―. No

tiene sentido. ―¿De verdad? ¿Eres así de leal con Charlotte Branwell, después de lo que su

familia le hizo a la tuya? Quizá me podría haber esperado esto de Gideon, que se parece a su madre, demasiada confianza en la naturaleza; pero no de ti, Gabriel. De ti esperaba más orgullo en tu sangre.

Gabriel dejó caer la cabeza contra la pared. ―No había nada ―confesó―. ¿Entiende? No había nada en la correspondencia de

Charlotte que le interesara a usted, que le interesara a alguien. Nos dijo que nos destruiría por completo si no le informábamos sus actividades, pero no había nada que informar. No nos dio ninguna opción.

―Pudieron haberme dicho la verdad. ―Usted no quería oírla ―dijo Gabriel―. No soy estúpido y tampoco lo es mi

hermano. Quiere que quiten a Charlotte del puesto de líder del instituto, pero no quiere que sea muy claro que fue su mano la que la sacó. Desea poder descubrirla involucrada en alguna especie de trato ilegal, pero la verdad es que no hay nada que descubrir.

―La verdad es maleable. La verdad se puede descubrir, es cierto, pero también se puede crear.

La mirada de Gabriel se dirigió bruscamente hacia la cara del Cónsul. ―¿Preferiría que le mintiera? ―Oh, no ―contestó el Cónsul―. No a mí. ―Puso una mano sobre el hombro de

Gabriel―. Los Lightwood siempre han tenido honor. Tu padre cometió errores, tú no deberías pagar por ellos. Déjame devolverte lo que has perdido, déjame devolverte la

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residencia Lightwood, el buen nombre de tu familia. Podrías vivir en la casa con tu hermano y hermana. Ya no necesitarías depender de la caridad del Enclave.

Caridad, la palabra era amarga. Gabriel pensó en la sangre de su hermano en las losas del instituto. Si Charlotte no hubiera sido tan necia, tan decidida a llevar a la chica cambia-formas al seno del instituto en contra de las objeciones de la Clave y del Cónsul, el Maestro no habría enviado sus fuerzas contra el Instituto. La sangre de Gideon no habría sido derramada.

«De hecho ―susurró una vocecita al fondo de su mente― si no hubiera sido por Charlotte, el secreto de mi padre hubiera permanecido secreto.»

Benedict no se habría visto obligado a traicionar al Maestro, no habría perdido la fuente de la droga que mantenía a raya a la astriola, no se habría transformado y probablemente sus hijos nunca habrían sabido de sus pecados. Los Lightwood podrían haber continuado en una feliz ignorancia.

―Gabriel ―dijo el Cónsul―, esta oferta es solo para ti. Se lo debes ocultar a tu hermano. Él es como tu madre, muy leal: leal a Charlotte. Su equivocada lealtad puede que le dé crédito, pero no será de ayuda aquí. Dile que me cansé de sus payasadas; dile que ya no deseo ninguna acción de su parte. Eres un buen mentiroso ―Gabriel sonrió con amargura― y estoy seguro de que le puedes convencer. ¿Qué dices?

Gabriel apretó la mandíbula. ―¿Qué quiere que haga?

Will se removió en el sillón junto a la cama de Jem. Había estado allí por horas, y su

espalda estaba cada vez más rígida, pero se rehusaba a salir. Siempre estaba la posibilidad que Jem se despertara, y esperase que estuviera ahí.

Por lo menos no hacía frío: Bridget había prendido el fuego en la chimenea; la madera húmeda crujía y estallaba, provocando el resplandor ocasional de las chispas. Por las ventanas se veía un cielo oscuro, sin una pisca de azul o de nubes, solo un negro mate, como si lo hubieran pintado en el cristal.

El violín de Jem estaba apoyado a los pies de su cama, y su bastón, todavía empapado con la sangre de la pelea en el patio, yacía junto a él. Jem mismo permanecía inmóvil, apoyado en las almohadas, no había color alguno en su pálido rostro. Will sentía como si lo estuviera viendo por primera vez después de una larga ausencia, ese breve momento cuando eres capaz de notar los cambios en las caras conocidas antes de que se conviertan en parte del paisaje de tu vida otra vez. Jem se

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veía tan delgado, ¿cómo no lo notó Will? Ya no tenía carne en las mejillas, mandíbula y frente, solo huesos, así que era todo huecos y ángulos. Había un tenue brillo azulado en sus párpados cerrados y en su boca. Sus clavículas se veían curvas como la proa de un barco.

Will se reprochó a sí mismo. ¿Cómo no se dio cuenta todos estos meses de que Jem estaba muriendo tan rápido, tan pronto? ¿Cómo no había visto la hoz y la sombra?

―Will. ―Fue un susurro en la puerta. Levantó la vista y vio la cabeza de Charlotte asomada por la puerta―. Hay… alguien aquí para verte.

Will parpadeó cuando Charlotte se apartó del camino y Magnus Bane pasó a su lado para luego entró a la habitación. Por un momento, Will no pudo pensar en algo que decir.

―Dice que lo has convocado ―explicó Charlotte, sonando algo dudosa. Magnus se quedó de pie, en apariencia indiferente, vestido con un traje gris marengo. Se estaba quitando los pequeños guantes gris oscuro de las manos morenas y delgadas.

―Sí lo convoqué ―confirmó Will, con la sensación de estar despertando―. Gracias, Charlotte.

Charlotte le dio una mirada que mezclaba simpatía con el mensaje implícito «Cosa tuya, Will Herondale» y salió de la habitación, haciendo notar que cerraba la puerta.

―Viniste ―dijo Will, consciente de que sonaba estúpido. Nunca le gustó cuando la gente señalaba lo obvio en voz alta, y aquí estaba, haciendo justamente eso. No podía sacarse la sensación de aturdimiento. Ver a Magnus aquí, en medio de la habitación de Jem, era como ver a un caballero hada sentado entre los abogados de pelucas blancas del Old Bailey.

Magnus dejó caer los guantes encima de una mesa y se acercó a la cama. Extendió una de las manos para apoyarse en un poste mientras miraba hacia Jem, tan quieto y blanco como si estuviera tallado en la tapa de una tumba.

―James Carstairs ―murmuró las palabras en voz baja, como si tuvieran un poder de encantamiento.

―Está agonizando ―dijo Will. ―Eso es evidente. ―Podría haber sonado frío, pero había mundos de tristeza en la

voz de Magnus, una tristeza que Will sintió con una sacudida de familiaridad―. Pensé que creían que tenía unos días, una semana tal vez.

―No es solo la falta de la droga. ―La voz de Will sonaba roñosa; se aclaró la garganta―. De hecho, tenemos un poco de eso, y se lo hemos administrado. Pero hubo una pelea esta tarde, y perdió sangre y se debilitó. Tememos que no es lo suficientemente fuerte para recuperarse.

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Magnus se acercó y con gran delicadeza levantó la mano de Jem. Tenía moretones en sus dedos pálidos y las venas azules parecían un mapa de ríos bajo la piel de su muñeca.

―¿Está sufriendo? ―No lo sé. ―Tal vez sería mejor que lo dejaran morir. ―Magnus miró a Will, con sus oscuros

ojos verde dorados―. Toda vida es finita, Will. Y sabías, cuando lo elegiste, que moriría antes que tú.

Will se quedó mirándolo. Sentía como si fuera a toda velocidad en un túnel oscuro, uno sin fin, sin lugares a los que aferrarse para frenar la caída.

―Si piensas que es lo mejor para él. ―Will. ―La voz de Magnus era amable, pero urgente―. ¿Me trajiste aquí porque

esperabas que pudiera ayudarlo? Will alzó la vista ciegamente. ―No sé por qué te he llamado ―admitió―. No creo que fuera porque creyera que

hubiera algo que pudieras hacer. Creo más bien que pensé que eras el único que puede entender.

Magnus pareció sorprendido. ―¿El único que puede entender? ―Has vivido tanto tiempo ―dijo Will―. Debes haber visto tantas muertes, tantos a

los que amaste. Y aun así, sobrevives y continuas adelante. Magnus siguió mirándolo con asombro. ―Me hiciste venir aquí, un brujo, al Instituto, justo después de una batalla en la que

por poco todos ustedes mueren… ¿para hablar? ―Creo que es fácil hablar contigo ―dijo Will―. No puedo decir el por qué. Magnus sacudió la cabeza lentamente, y se apoyó contra el poste de la cama. ―Eres tan joven ―murmuró―. Pero claro, no creo que un Cazador de Sombras me

haya llamado alguna vez simplemente para pasar las vigilias nocturnas con él. ―No sé qué hacer ―le confió Will―. Mortmain tienen a Tessa, y creo saber dónde

la puede tener. Hay una parte de mí que no quiere más que ir a por ella. Pero no puedo dejar a Jem, hice un juramento. ¿Qué pasa si se despierta en la noche y se da cuenta de que no estoy aquí? ―Parecía tan perdido como un niño―. Va a pensar que lo dejé voluntariamente, sin importar que estuviera muriendo. No sabría. Y aun así, si pudiera hablar ¿acaso no me diría que fuera tras de Tessa? ¿No es lo que él querría? ―dejó caer el rostro entre las manos―. No lo puedo decir, y me está desgarrando por la mitad.

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Magnus lo quedó mirando en silencio por un largo rato. ―¿Sabe que estás enamorado de Tessa? ―No. ―Will levantó el rostro, sorprendido―. No. Nunca he dicho una palabra. No

era su carga a soportar. Magnus respiró hondo y habló con suavidad. ―Will, me preguntaste por mi experiencia, como una persona que ha vivido

muchas vidas y enterrado muchos amores. Te puedo decir que el fin de una vida es la suma del amor que se vivió en ella, que cualquier cosa que pienses que has jurado, estar aquí al final de la vida de Jem no es lo que importa, fue estar aquí en cualquier otro momento. Desde que lo conociste, nunca lo has abandonado y nunca lo has dejado de amar. Eso es lo que importa.

―En serio piensas eso ―dijo Will asombrado, y luego preguntó―: ¿por qué eres tan amable conmigo? Aún te debo un favor, ¿no es así? Lo recuerdo, sabes, aunque nunca lo has cobrado.

―¿No lo he hecho? ―preguntó Magnus, y luego le sonrió―. Will, me tratas como a un ser humano, una persona igual a ti; son raros los Cazadores de Sombras que tratan a un brujo de esa forma. No soy tan cruel como para cobrarle un favor a un chico con el corazón roto. Uno que creo, por cierto, será un muy buen hombre algún día. Así que te diré esto: me quedaré aquí cuando te vayas, y cuidaré de Jem por ti, y si despierta, le contaré dónde fuiste, y que fuiste por él. Y haré lo que pueda para preservar su vida: no tengo yin fen, pero sí tengo magia, y quizá haya algo en algún antiguo libro de hechizos que pueda encontrar y que le pueda ser de ayuda.

―Lo contaría como un gran favor ―dijo Will. Magnus se quedó mirando a Jem. Había tristeza en su rostro, ese rostro que solía

ser tan alegre o sarcástico o indiferente, una tristeza que sorprendió a Will. ―«Porque ¿de dónde provino que con tanta facilidad y tan íntimamente penetrase

aquel dolor mi corazón, sino porque yo había derramado mi alma inútilmente en la arena, amando a aquel hombre, que había de morir, como si fuera inmortal?» ―entonó Magnus.

Will levanto la vista hacia él. ―¿Qué fue eso? ―Confesiones de San Agustín ―contestó Magnus―. Me preguntaste cómo yo,

siendo inmortal, he sobrevivido a tantas muertes. No hay un gran secreto: soportas lo insoportable y aguantas. Eso es todo. ―Se apartó de la cama―. Te daré un momento a solas con él, para que te despidas como es necesario. Puedes encontrarme en la biblioteca.

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Will asintió con la cabeza, sin decir nada, mientras Magnus iba a recoger sus guantes, y luego se volvía y dejaba la habitación. La mente de Will daba vueltas.

Volvió a mirar a Jem, inmóvil en la cama. «Debo aceptar que este es el final ―pensó, e incluso sus pensamientos se sentían

vacíos y distantes―. Debo aceptar que Jem no me volverá a ver, nunca volverá a hablar conmigo. Soportas lo insoportable y aguantas. Eso es todo.»

Y aun así, todavía no parecía ser real para él, como si fuera un sueño. Se puso de pie y se inclinó sobre Jem. Tocó ligeramente la mejilla de su parabatai.

Estaba fría. ―Atque in pepetuum, frater, ave atque vale ―susurró. Las palabras de un poema

nunca habían parecido tan apropiadas: Por siempre y para siempre, mi hermano, saludo y despedida.

Will comenzó a enderezarse, a apartarse de la cama. Y mientras lo hacía, sintió algo que envolvía con fuerza su muñeca. Miró hacia abajo y vio la mano de Jem sosteniendo la suya. Por un momento, se sintió demasiado conmocionado como para hacer algo más que mirar.

―Aún no estoy muerto, Will ―dijo Jem en voz baja, fina pero fuerte, como un alambre―. ¿A qué se refería Magnus cuando te preguntó si yo sabía que estabas enamorado de Tessa?

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Traducido por Niyara

Aunque mi alma permanezca en la oscuridad, se elevará en la luz perfecta; He amado demasiado a las estrellas para temer a la noche.

― El Viejo Astrónomo, Sarah Williams

―¿Will? Después de tanto tiempo de silencio y solo escuchar la respiración entrecortada de

Jem, por un momento, Will pensó que estaba imaginando la voz de su amigo hablándole en la penumbra. Cuando Jem soltó la muñeca de Will, este se hundió en el sillón cercano a la cama. El corazón le latía con fuerza, por un lado por el alivio, por otro por un temor enfermizo.

Jem giró la cabeza hacia él en la almohada. Su ojos eran oscuros, lo plateado estaba velado por el negro. Por un momento, ambos jóvenes se miraron fijamente. Era como la calma al entrar en batalla, pensó Will, como cuando se alejan los pensamientos y se impone lo inevitable.

―Will ―repitió Jem; tosió y se llevó la mano a la boca. Al retirarla, había sangre en sus dedos―. ¿He… he estado soñando?

Will se irguió. Jem se había oído tan claro, tan seguro «¿Qué quiso decir Magnus cuando te preguntó si yo sabía que estabas enamorado de Tessa?» pero era como si esa descarga de fuerza le hubiera abandonado por completo, y ahora parecía mareado y aturdido.

¿Jem había oído de verdad lo que Magnus le dijo? Y si lo hubiera hecho, ¿habría alguna posibilidad de que creyera que fue un sueño, una alucinación febril? Ese pensamiento le produjo a Will una mezcla de alivio y decepción.

―¿Soñar qué? Jem miró su mano ensangrentada y lentamente la cerró en un puño. ―La lucha en el patio, la muerte de Jessamine. Se la llevaron, ¿no? ¿A Tessa? ―Sí ―susurró Will, y repitió las palabras que le hubiera dicho Charlotte. No le

habían dado consuelo, pero tal vez se lo darían a Jem―. Sí, pero no creo que vayan a hacerle daño. Recuerda que Mortmain la quería ilesa.

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―Tenemos que encontrarla. Ya lo sabes, Will. Debemos… ―Se enderezó hasta quedar sentado y comenzó a toser de inmediato. La sangre salpicó la colcha blanca. Will agarró los hombros frágiles y agitados de Jem hasta que la tos dejó de torturar su cuerpo, luego tomó uno de los paños húmedos de la mesilla de noche y comenzó a limpiar las manos de Jem. Cuando intentó limpiar la sangre de la cara de su parabatai, Jem le quitó el paño suavemente y lo miró con seriedad―. No soy un niño, Will.

―Lo sé. ―Will retiró las manos. No se las había limpiado desde la pelea en el patio y en sus dedos se mezclaba la sangre seca de Jessamine con la sangre fresca de Jem.

Jem respiró profundamente y ambos, tanto Will como Jem, esperaron que sufriera otro espasmo de tos, pero al no ocurrir, Jem habló.

―Magnus dijo que estabas enamorado de Tessa, ¿es cierto? ―Sí ―admitió Will, con la sensación de caer a un abismo―. Sí, es verdad. Los ojos de Jem estaban muy abiertos y brillantes en la oscuridad. ―¿Ella te ama? ―No. ―La voz de Will se quebró―. Le dije que la amaba y ella nunca se apartó de

tu lado. Es a ti a quien ama. Jem relajó un poco las manos con las que agarraba con fuerza el paño. ―Se lo dijiste ―agregó―, que estabas enamorado de ella. ―Jem… ―¿Cuándo fue eso, y que exceso de desesperación te condujo a hacerlo? ―Fue antes de saber que ustedes estaban comprometidos, fue el día en que

descubrí que no estaba maldito. ―Will hablaba entrecortadamente―. Fui y le dije a Tessa que la amaba. Ella fue todo lo amable que pudo al decirme que no me amaba a mí, sino a ti, y que estaban comprometidos. ―Will bajó la mirada―. No sé si esto podrá suponer alguna diferencia para ti, James, pero de verdad no tenía ni idea de que estuvieras interesado en ella. Estaba totalmente obsesionado con mis propias emociones.

Jem se mordió el labio inferior, dándole color a su rostro pálido. ―Y… perdona por preguntarte esto. ¿No es un capricho pasajero, un interés

fugaz…? ―Se interrumpió al mirar el rostro de Will―. No ―murmuró―. Ya veo que no.

―La amo lo suficiente como para que, cuando me aseguró que sería feliz contigo, me jurara a mí mismo que jamás volvería a hablar de mis deseos de nuevo, que nunca daría indicios de mi interés con una palabra o gesto, con un acto o una conversación que quebrantaran su felicidad. Mis sentimientos no han cambiado y, sin embargo, los dos me importan tanto que no diré una palabra que suponga una amenaza a lo que

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han encontrado. ―Las palabras se derramaron de los labios de Will; no había razón para esconderlas.

Si Jem iba a odiarle, debería hacerlo por la verdad y no por una mentira. Jem parecía dolido.

―Lo siento, Will. Lo siento mucho. Ojalá lo hubiera sabido… Will se dejó caer en la silla. ―¿Y qué habrías podido hacer? ―Podría haber cancelado el compromiso… ―¿Y romperse los corazones? ¿En qué me habría beneficiado eso? Te adoro Jem,

como una parte de mi alma. No podría ser feliz mientras eres desdichado. Y Tessa… ella te ama. ¿Qué clase de monstruo horrible sería si me deleitara a costa de la agonía de las dos personas que más quiero en el mundo y simplemente pensara que si Tessa no era mía, no podría ser de nadie?

―Pero eres mi parabatai. Si tú sufres, deseo atenuarlo… ―Esto ―dijo Will― es en lo único en que no puedes reconfortarme. Jem sacudió la cabeza. ―Pero, ¿cómo no me di cuenta? Te lo dije, vi que las paredes de tu corazón se

estaban desmoronando. Pensé… creía saber por qué; te dije que siempre pensé que llevabas una gran carga, y sabía que fuiste a ver a Magnus. Creí que habías hecho algún uso de la magia para librarte de alguna culpa imaginaria. Si hubiera sabido que todo eso era por Tessa… debes saberlo, Will, nunca le habría dicho lo que siento.

―¿Cómo podrías haberlo adivinado? ―A pesar de ser miserable, Will se sentía como si se hubiera librado de un gran peso―. Hice todo lo que pude por ocultarlo y negarlo. Tú… tú nunca ocultas tus sentimientos. Al volver la vista atrás, era claro y sencillo y, sin embargo, nunca lo vi. Me sorprendí cuando Tessa me dijo que estaban comprometidos. En mi vida, siempre has sido la fuente de cosas buenas, James. Nunca pensé que podrías ser el origen del dolor y así, erróneamente, nunca pensé del todo en tus sentimientos. Y por eso es por lo que estaba tan ciego.

Jem cerró los ojos. Sus párpados eran sombras azules, apergaminados. ―Me entristece tu dolor ―dijo―. Pero me alegra que la ames. ―¿Te alegra? ―Esto hace más fácil ―explicó Jem―. Te pido que hagas lo que deseo: déjame y ve

tras Tessa. ―¿Ahora? ¿Así? Jem, increíblemente, sonrió. ―¿No era eso lo que ibas a hacer cuando te tomé de la mano?

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―Pero… creí que no ibas a recuperar el conocimiento. Esto es diferente. No puedo dejarte así, no para enfrentarte solo a lo que tienes que afrontar…

Jem levantó la mano, y por un momento, Will pensó que iba a tomar su mano, pero en vez de eso, sujetó con los dedos la camisa de su amigo.

―Eres mi parabatai ―dijo―. Me aseguraste que podría pedirte cualquier cosa. ―Pero juré que me quedaría contigo. «Si nada salvo la muerte nos separa a ti y a

mí…» ―La muerte nos separará. ―Sabes que las palabras del juramento provienen de un pasaje más largo ―dijo

Will―. «No me ruegues que te deje, ni que me aparte de ti: a donde quiera que tú vayas, iré yo.»

Jem gritó con todas las fuerzas que le quedaban: ―¡No puedes ir a donde yo voy! ¡No lo querría para ti! ―¡Tampoco puedo alejarme y dejar que mueras! Ahí estaba, Will lo había dicho, dijo la palabra, admitió la posibilidad. Morir. ―No puedo confiar en nadie más. ―Los ojos de Jem estaban brillantes, febriles, casi

salvajes―. ¿Crees que no sé que si tú no vas tras ella nadie lo hará? ¿Crees que no me mata pensar que no puedo ir, o al menos ir contigo? ―Se inclinó hacia Will. Su piel era tan pálida como el cristal opaco de la pantalla de una lámpara, y como una lámpara, la luz parecía brillar en él desde una fuente interior. Deslizó sus manos a través de la colcha―. Toma mis manos, Will.

Aturdido, Will cerró sus manos alrededor de las de Jem. Se imaginó que podía sentir un destello de dolor en la runa parabatai de su pecho, como si la runa supiera lo que no hizo y como si le advirtiera de que iba a sentir dolor, un dolor tan grande que no podría imaginar cómo soportarlo y seguir viviendo. «Jem es mi mayor pecado» le había dicho a Magnus, y éste, ahora, era el castigo por ello. Había pensado que perder a Tessa era su penitencia; pero no había pensado como sería si los perdiera a ambos.

―Will ―dijo Jem―, durante todos estos años, he tratado de darte lo que tú mismo no podías darte.

Will apretó las manos de Jem, que eran tan delgadas como ramas. ―¿Y qué es? ―Fe ―respondió Jem―, en que eras mejor de lo que creías ser. Perdón, porque no

tenías que castigarte a ti mismo. Siempre te quise, Will, no importaba lo que hicieras. Y ahora necesito que hagas por mí lo que no puedo hacer por mí mismo. Que seas mis ojos cuando no los tenga, que seas mis manos cuando no pueda usar las mías, que seas mi corazón cuando el mío deje de latir.

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―No ―dijo Will salvajemente―. No, no, no. No voy a ser todas esas cosas. Tus ojos verán, tus manos sentirán y tu corazón seguirá latiendo.

―Pero, si no, Will… ―Si pudiera partirme por la mitad, lo haría… una de ellas se quedaría contigo y la

otra iría tras de Tessa… ―La mitad de ti puede que no sea suficiente para cada uno de nosotros ―repuso

Jem―. No hay otro en quien pueda confiar para ir tras ella, nadie que pudiera dar su propia vida, como yo lo haría, para salvarla a ella. Te habría pedido que realizaras esta misión incluso si no supiera nada de tus sentimientos, pero al ser cierto que la amas tanto como yo… Will, confío en ti por encima de todo, creo en ti más que en nada, y sobre todo ahora al saber que tu corazón está entrelazado con el mío en este asunto. Wo men shi jie bai xiong di… somos mucho más que hermanos, Will. Lleva a cabo esta travesía, sabiendo que no es solo por ti, sino por los dos.

―No puedo dejar que te enfrentes solo a la muerte ―susurró Will, pero sabía que lo había vencido; su voluntad había perdido fuerza.

Jem tocó la runa parabatai de su hombro, sobre la tela fina de su pijama. ―No estoy solo ―dijo―. Dondequiera que estemos, somos como uno. Will se puso de pie lentamente. No podía creer lo que estaba haciendo, pero estaba

claro que era así, tan claro como el círculo plateado alrededor de los ojos negros de Jem.

―Si hay una vida después de esta ―dijo―, déjame encontrarte en ella, James Carstairs.

―Habrá otras vidas. ―Jem le tendió la mano, y por un momento, se las estrecharon como habían hecho durante el ritual parabatai, con anillos gemelos de fuego que entrelazaban los dedos del uno con los del otro―. El mundo es una rueda ―dijo―, cuando nos levantamos o caemos, lo hacemos juntos.

Will apretó la mano de Jem. ―Bien, entonces ―dijo, con un nudo en la garganta―, ya que dices que habrá otra

vida para mí, recemos para que no haga un desastre colosal con ella como he hecho con ésta.

Jem le sonrió, con esa sonrisa que siempre había aliviado la mente de Will, incluso en sus días más oscuros.

―Creo que aún hay esperanza para ti, Will Herondale. ―Intentaré aprender cómo tenerla, sin que tú me lo muestres.

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―Tessa ―dijo Jem―, ella conoce la desesperación tan bien como la esperanza. Ambos pueden aprender del otro. Encuéntrala, Will, y dile que siempre la amaré. Les doy mi bendición a ambos, por todo lo que vale la pena.

Se miraron fijamente. Will no se atrevía a decirle adiós, o a decir cualquier otra cosa, solo tomó la mano de Jem por última vez y la soltó, para luego volverse y salir por la puerta.

Los caballos estaban estabulados detrás del Instituto, territorio de Cyril durante el día, donde el resto apenas se aventuraba. El establo había sido una casa parroquial y el suelo de piedra irregular estaba escrupulosamente limpio. Había cuadras alineadas contra las paredes, aunque solo dos de ellas estaban ocupadas: una por Balios y la otra por Xanthos, ambos movían la cola con suavidad mientras dormían de la forma en que duermen los equinos. Sus pesebres estaban llenos de heno fresco y arreos en las paredes, pulidos a la perfección. Will decidió que si volvía con vida de su misión, le diría a Charlotte que Cyril estaba haciendo un gran trabajo, luego despertó a Balios con un murmullo suave y lo sacó de su cuadra. Había aprendido a ensillar a un caballo y ponerle la brida cuando era un niño, antes de ir al Instituto, y dejó que su mente vagara al poner los estribos, comprobar ambos lados de la montura y luego pasar la cincha con cuidado por debajo de Balios.

No había dejado ninguna nota, ningún mensaje para nadie del Instituto. Jem les diría a donde había ido, y Will se dio cuenta de que ahora, en ese momento en que más necesitaba las palabras que normalmente hallaba con facilidad, no podía encontrarlas. No podía concebir haberle dicho adiós, por eso prefirió recontar lo que tenía guardado en la alforja: ropa, una camisa limpia y un alzacuello (¿quién sabe cuando tendría que parecer un caballero?), dos estelas, todas las armas que pudo encontrar, pan, queso, fruta seca y dinero mundano.

Mientras Will sujetaba la cincha, Balios levantó la cabeza y relinchó. Will giró la cabeza. Una figura femenina permanecía en la puerta del establo. Mientras Will miraba, ella levantó la mano derecha, y la luz mágica se encendió, iluminando su rostro.

Era Cecily, envuelta en una capa azul de terciopelo, con el cabello oscuro suelto y revuelto alrededor de la cara. Estaba descalza y se le veían los pies bajo el dobladillo de la capa. Él se enderezó.

―¿Qué haces aquí? Ella dio un paso hacia adelante y se detuvo en el umbral, mirándose los pies

descalzos. ―Podría preguntarte lo mismo.

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―Me gusta hablar con los caballos por la noche. Son una buena compañía. Y tú no deberías estar fuera y mucho menos en camisón. Hay Lightwood vagando por los pasillos.

―Muy gracioso. ¿A dónde vas, Will? Si vas a buscar más yin fen, llévame contigo. ―No voy a por más yin fen. La comprensión se dejó ver en los ojos azules de ella. ―Vas tras Tessa. Vas a Cadair Idris. Will asintió. ―Llévame ―dijo―. Llévame contigo, Will. Will no podía mirarla; fue a buscar el cabestro y la rienda, aunque sus manos

temblaron cuando los alcanzó, y se volvió hacia Balios. ―No puedo llevarte conmigo. No puedes montar a Xanthos… no tienes la

formación… y un caballo corriente solo nos retrasaría la marcha. ―Los caballos de tiro son autómatas. No puedes esperar alcanzarles… ―No lo esperaba. Balios puede ser el caballo más veloz de Inglaterra, pero debe

descansar y dormir. Estoy resignado: no alcanzaré a Tessa en el camino. Solo espero llegar a Cadair Idris antes de que sea demasiado tarde.

―Entonces déjame cabalgar tras de ti, sin importarte si me aventajas… ―¡Sé razonable, Cecy! ―¿Razonable? ―estalló―. Todo lo que veo es cómo mi hermano se aleja de mí otra

vez. ¡Han pasado años, Will! ¡Años, y vine a Londres para encontrarte y ahora que estamos juntos de nuevo, te vas!

Balios se agitó mientras Will le introducía el bocado y deslizaba la rienda por la cabeza; a Balios no le gustaban los gritos. Will lo tranquilizó con una mano en el cuello.

―Will ―Cecily sonaba peligrosa―, mírame o iré a despertar a todos para que me ayuden a detenerte, te juró que lo haré.

Will apoyó la cabeza contra el cuello del caballo y cerró los ojos. Percibía el olor a heno y a caballo, a tela, a sudor y un dulce aroma a humo que aún se aferraba a sus ropas, del fuego de la habitación de Jem.

―Cecily ―dijo―, necesito saber que estarás aquí, tan segura como puedas estar, o si no, no podré marcharme. No puedo temer por Tessa delante de mi camino y por ti tras él, o el miedo me destrozará. Muchos de los que amo están en peligro.

Hubo un largo silencio. Will oía el latido del corazón de Balios, pero nada más. Se preguntó si Cecily se había ido, si se había marchado mientras hablaba para despertar a los demás. Levantó la cabeza.

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Pero no, Cecily seguía en el mismo sitio, con la luz mágica brillando en su mano. ―Tessa dijo que preguntaste por mí una vez ―comentó―. Cuando estuviste

enfermo. ¿Por qué por mí, Will? ―Cecily ―La palabra fue una exhalación suave―, desde hace años fuiste mi… mi

talismán. Pensé que yo había matado a Ella. Dejé Gales para mantenerte a salvo. Mientras pudiera imaginarte progresando, feliz y bien, el dolor de perderlos a ti, a padre y a madre merecería la pena.

―Nunca entendí por qué te fuiste ―dijo Cecily―, y pensé que los Cazadores de Sombras eran monstruos. No podía entender por qué te viniste aquí y pensé… siempre pensé… que cuando fuera lo suficiente mayor, vendría y fingiría que quería ser una Cazadora de Sombras, hasta que pudiera convencerte de que volvieras a casa. Cuando me enteré de la maldición, no supe qué pensar. Comprendí por qué habías venido, pero no por qué te quedaste.

―Jem… ―Pero, incluso si él muriera ―continuó, y él se encogió―, no volverás a casa con

mamá y papá, ¿verdad? Eres un Cazador de Sombras hasta la médula, como nunca lo fue papá. Es por lo que has sido tan reacio a escribirles. No sabes cómo pedirles perdón ni cómo decirles que no volverás a casa.

―No puedo volver a casa, Cecily, al menos, nunca más será mi casa. Soy un Cazador de Sombras. Está en mi sangre.

―Sabes que soy tu hermana, ¿no? ―dijo―. También está en mi sangre. ―Dijiste que estabas fingiendo. ―Buscó su cara por un momento y dijo con

severidad―. Pero no es así, ¿verdad? Te he visto entrenando, luchando. Lo sientes igual que yo. Como si el Instituto fuera el lugar al que siempre has pertenecido. Eres una Cazadora de Sombras.

Cecily no dijo nada. Will esbozó una sonrisa ladeada. ―Me alegro ―dijo―, me alegro porque habrá una Herondale en el Instituto,

incluso si yo… ―¿Incluso si no regresas? Will déjame ir contigo, déjame ayudarte… ―No, Cecily. ¿No es suficiente con que acepte que has elegido esta vida, una vida

de lucha y peligro, a pesar de que siempre he querido la mayor seguridad para ti? No, no te dejaré venir conmigo, ni aunque me odies por ello.

Cecily suspiró. ―No seas tan dramático, Will. ¿Siempre tienes que insistir en que la gente te odia,

cuando en realidad nadie lo hace?

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―Soy dramático ―dijo Will―. Si no hubiera sido un Cazador de Sombras, habría tenido éxito sobre un escenario. No dudo de que me hubieran recibido con aplausos.

Cecily no parecía encontrarlo divertido. Will suponía que no debía culparla. ―No estoy interesada en tu versión de Hamlet ―dijo―. Si no me dejas ir contigo,

dame tu palabra de que si te vas ahora… ¿me prometes que volverás? ―No puedo prometértelo —dijo Will―. Pero si puedo volver contigo, lo haré. Y si

regreso, le escribiré a papá y a mamá. Eso sí puedo prometértelo. ―No ―dijo Cecily―. Nada de cartas. Prométeme que vendrás conmigo con papá y

mamá y les dirás por qué te fuiste, que no los culpas y que aún los quieres. No te pido que vayas a casa para quedarte. Ni tú ni yo podemos volver a casa para quedarnos, pero para reconfortarlos es mejor preguntar. Y no me digas que va contra las reglas, Will, porque sé muy bien que te encanta romperlas.

―¿Ves? ―preguntó Will―. Conoces un poco a tu hermano después de todo. Te doy mi palabra de que si todas esas condiciones se cumplen, haré lo que me pides.

Los hombros y el rostro de ella se relajaron. Parecía pequeña e indefensa al liberarse de la ira, aunque él sabía que no lo era.

―Y Cecy ―añadió suavemente―, antes de marcharme quiero darte una cosa. Introdujo la mano en su camisa y sacó por la cabeza el collar que Magnus le había

dado. El brillante rubí rojo relució a la tenue luz de los establos. ―¿Tu collar de dama? ―preguntó Cecily―. Bueno, confieso que no te sienta

demasiado bien. Él avanzó hacia Cecily y le deslizó el collar por la cabeza oscura. El rubí descansó

junto a su garganta, como si hubiera estado hecho para ella. Lo miró por encima, con ojos serios.

―Llévalo siempre. Te advertirá de que vienen los demonios ―dijo Will―. Te ayudará a mantenerte a salvo, que es lo que yo quiero, y te ayudará a ser una guerrera, que es lo que tú quieres.

Ella le puso una mano en la mejilla. ―Da bo ti, Gwilym. Byddaf yn dy golli di. ―Y yo a ti —dijo. Sin mirarla de nuevo, se volvió hacia Balios y se subió a la

montura. Ella dio un paso atrás cuando él guio al caballo hacia las puertas del establo, e, inclinando la cabeza contra el viento, galopó hasta adentrarse en la noche.

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Tessa despertó con un sobresalto y un grito ahogado, entre sueños de sangre y monstruos de metal.

Yacía agazapada como una niña en el banco de un carruaje grande, cuyas ventanas estaban totalmente cubiertas por gruesas cortinas de terciopelo. El asiento era duro e incómodo, con muelles que trataban de traspasar la tela de su vestido, que a su vez estaba desgarrado y manchado. Tenía el cabello suelto y lacio alrededor de la cara. Frente a ella, acurrucada en la esquina opuesta del carruaje, había sentada una figura inmóvil, totalmente cubierta por una capa de viaje gruesa, de piel negra, con la capucha bajada. No había nadie más en el carruaje.

Tessa se incorporó, luchando contra un ataque de vértigo y contra las náuseas. Se puso las manos sobre el estómago y trató de respirar profundamente, aunque el aire fétido en el interior del carruaje hacía poco para calmar su estómago. Se puso las manos en el pecho, sintiendo como caían las gotas de sudor sobre el corpiño de su vestido.

―No vas a vomitar, ¿verdad? ―dijo una voz ronca―. A veces el cloroformo tiene ese efecto secundario.

El rostro encapuchado se giró hacia ella y Tessa pudo ver la cara de la señora Black. Había estado demasiado conmocionada en las escaleras del Instituto como para haber estudiado realmente el rostro de su antigua captora, pero ahora que lo veía de cerca, se estremeció. La piel tenía un tinte verdoso, los ojos tenían vetas negras y los labios entreabiertos mostraban una lengua gris.

―¿A dónde me lleva? ―demandó Tessa. Era lo que las heroínas de las novelas góticas siempre preguntaban cuando las secuestraban, y siempre le había molestado, pero se dio cuenta en ese momento de que realmente tenía sentido. En este tipo de situación, lo primero que querías saber era a dónde ibas.

―Con Mortmain ―respondió la señora Black―. Y esa es toda la información que voy a darte, chica. Me han dado instrucciones precisas.

No era nada que Tessa no hubiera esperado, pero eso le oprimió el pecho y le acortó la respiración. Por impulso, se alejó de la señora Black y apartó la cortina de la ventana.

Fuera estaba oscuro, con una luna medio oculta. El paisaje era montañoso y angular, sin puntos de luz que dedujeran que la zona estaba habitada. Montones de piedras negras salpicaban el suelo. Tessa estiró una mano hacia la puerta todo lo sutilmente que pudo e intentó abrirla; estaba cerrada.

―No te preocupes ―dijo la Hermana Oscura―. No puedes abrir la puerta, y si fueras a huir, te atraparía. Ahora soy mucho más rápida de lo que recuerdas.

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―¿Así es como desapareció en las escaleras? ―exigió Tessa―. ¿En el Instituto? La señora Black esbozó una sonrisa de superioridad. ―Desaparecí ante tus ojos. Solo me moví rápidamente y regresé de nuevo.

Mortmain me ha dado ese don. ―¿Por eso está haciendo esto? ―espetó Tessa―. ¿Por la gratitud de Mortmain? No

creía mucho en usted; envió a Jem y a Will a matarla cuando pensó que se interpondría en su camino.

En el momento en que dijo los nombres de Jem y de Will, palideció al recordarlos. Se la habían llevado mientras los Cazadores de Sombras habían luchado dando su vida en las escaleras del Instituto. ¿Habrían resistido a los autómatas? ¿Alguno de ellos había resultado herido o, Dios no lo quiera, muerto? Pero, ¿estaba segura de que podría saberlo, podría sentirlo, si algo de eso le hubiera ocurrido a Jem o a Will? Era muy consciente de ambos, como si fueran trozos de su propio corazón.

―No ―dijo la señora Black―. Respondo a la pregunta que se lee en sus ojos, no sabrá si alguno de ellos ha muerto, esos guapos Cazadores de Sombras que tanto le gustan. La gente siempre se lo imagina, pero a no ser que exista un lazo mágico como el vínculo parabatai, no es más que una fantasía. Cuando me fui, estaban luchando por su vida. ―Sonrió y sus dientes brillaron metálicos en la penumbra―. Si Mortmain no me hubiera ordenado que la llevara ilesa, la habría dejado allí para que la hicieran pedazos.

―¿Por qué quería que me llevara sana y salva? ―Usted y sus preguntas. Casi había olvidado lo molesta que era. Hay una

información que él quiere y que solo usted puedes darle. Y aún quiere casarse con usted. Qué necio. Deja que mande al diablo toda su vida por todo lo que sé; solo quiero lo que quiero de él y luego me iré.

―¡No hay nada que yo sepa que le interese a Mortmain! La señora Black soltó un bufido. ―Es demasiado joven y estúpida. No es humana, señorita Gray, y sabe muy poco

sobre lo que es capaz de hacer. Debimos haberle enseñado más, pero era obstinada. Se dará cuenta de que Mortmain es un instructor menos indulgente.

―¿Indulgente? ―espetó Tessa―. Me golpearon hasta sangrar. ―Hay cosas peores que el dolor físico, señorita Gray. Mortmain tiene poca

misericordia. ―Exactamente. ―Tessa se inclinó hacia adelante, con su ángel mecánico latiendo al

compás de su corazón bajo al corpiño de su vestido―. ¿Por qué hace lo que le pide? Sabes que no puede confiar en él, sabe que estaría encantado de destruirla…

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―Necesito lo que puede darme ―respondió la señora Black―. Y haré lo que sea para obtenerlo.

―¿Y qué es? ―exigió Tessa. Oyó reír a la señora Black y después, la Hermana Oscura se quitó la capucha y

desabrochó el cuello de la capa. Tessa había leído en los libros de historia acerca de las cabezas en estacas sobre el

Puente de Londres, pero no imaginaba lo horrible que podría llegar a ser verlo en la actualidad. Obviamente, cualquiera que fuera la decadencia que había sufrido la señora Black después de que su cabeza hubiera sido cercenada no se había invertido, de modo que la piel gris irregular colgaba alrededor de la estaca de metal que atravesaba su cráneo. No tenía cuerpo, solo una columna de metal de la que salían brazos articulados. Los guantes de seda gris que cubrían cualquier tipo de manos sobresalían de los extremos de los brazos, añadiéndole un toque macabro.

Tessa gritó.

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Traducido por Carmen_lima Corregido por Pamee

¡Oh, por siempre hermosa, por siempre amigable! Dime, ¿Es, en el Cielo, el amar demasiado un crimen?

¿Ser demasiado sensible, o tener un corazón demasiado firme, Interpretar a un amante o a un romano? ¿Existe una brillante inversión en el cielo,

Para los que piensan en grande, o con valentía perecen? –―Elegía a la Memoria de una Doncella Desafortunada, Alexander Pope

Will se encontraba en la cima de una pequeña colina contemplando impaciente el

apacible campo de Bedfordshire, con las manos en los bolsillos. Había cabalgado lo más rápido posible desde la Torre de Londres hasta el gran

camino del Norte. Salir tan próximo al amanecer había significado que las calles habían estado más o menos desiertas mientras pasaba por Islington, Holloway, y Highgate; había pasado algunas carretas de vendedores ambulantes y a uno o dos peatones, pero por lo demás, no hubo mucho que lo retrasara, y como además Balios no se cansaba tan rápidamente como un caballo ordinario, Will pronto había estado fuera de Barnet galopando por Sur Mimms y London Colney.

A Will le encantaba galopar apoyado sobre el lomo del caballo, con el viento despeinándole el cabello, y las pezuñas de Balios devorando el camino. Ahora que había salido de Londres, sentía un dolor desgarrador y a la vez una libertad extraña. Era extraño sentir ambas al mismo tiempo, pero no podía evitarlo.

Cerca de Colney había estanques; se había detenido a abrevar a Balios allí antes de continuar su peregrinaje. Ahora, casi cincuenta kilómetros al norte de Londres, no podía recordar viajar por ese camino al Instituto años atrás. Había montado una parte del camino en uno de los caballos de su padre, desde Gales, pero lo había vendido en Staffordshire cuando se había percatado de que no contaba con el dinero para los peajes en los caminos. Ahora sabía que lo había vendido a un precio muy bajo. Le había costado decirle adiós a Hengroen, el caballo en el que había montado mientras

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crecía, y había sido aún más difícil recorrer a pie los kilómetros faltantes hasta Londres. Para cuando llegó al Instituto, le sangraban los pies y las manos que se había raspado al caer.

Se miró las manos y las comparó con las manos de su recuerdo, manos delgadas de dedos larguiruchos; todos los Herondale tenían esas manos. Jem siempre había dicho que era una lástima no tuviera una pizca de talento musical, ya que sus manos estaban hechas el piano. Pensar en Jem fue como una puñalada; Will apartó su recuerdo y volvió a enfocarse en Balios. No solo se había detenido aquí para dar de beber a su caballo, sino también para alimentarlo con un puñado de avena (que era buena para la velocidad y la resistencia) y dejarle descansar. A menudo había oído que la caballería cabalgaba sin descansar hasta que los caballos morían, pero desesperado como estaba por llegar a Tessa, no podía imaginarse haciendo algo tan cruel.

Había tráfico: carretas en el camino, caballos arreando vagones de cerveza, carros transportando leche; hasta una extraña calesa tirada por caballos. ¿De verdad toda esta gente tenía que reanudar sus actividades normales en mitad de un miércoles y atestar las vías? Al menos no había asaltantes en los caminos; los ferrocarriles, los peajes y la policía habían acabado con los asaltantes unas décadas atrás. Will habría despreciado tener que perder el tiempo matando a alguien.

Había bordeado St Albans sin molestarse en detenerse para almorzar, en su prisa por llegar a Watling Street: la antigua vía romana que ahora se bifurcaba en Wroxeter; una mitad cruzaba hasta Escocia y la otra pasaba por Inglaterra hacia el puerto de Holyhead, en Gales.

Había fantasmas en el camino: Will oyó en los vientos susurros en anglosajón antiguo que llamaban Woecelinga Stroet al camino y hablaban del último puesto de las tropas de Boudica, a quien derrotaron los romanos a en este camino hacía tantos años.

Eran las tres y el cielo comenzaba a oscurecerse, lo cual indicaba que pronto tendría que considerar la caída de la noche, y buscar una posada para pernoctar, para que descansara su caballo, y dormir. Will, con las manos en los bolsillos y la mirada fija sobre el campo, no pudo evitar recordar cuando le había dicho a Tessa que Boudica había demostrado que las mujeres también podían ser guerreras. No le había dicho entonces que había leído sus cartas, que ya amaba su alma guerrera, escondida detrás de esos tranquilos ojos grises.

Recordó un sueño que había tenido, con el cielo azul y Tessa sentada a su lado en una colina verde. «Siempre serás el primero en mi corazón». Una rabia feroz floreció en su alma. ¿Cómo se atrevía a tocarla Mortmain? Tessa era una de ellos. No le pertenecía a Will (era demasiado dueña de sí misma como para pertenecerle a alguien

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más, incluso a Jem), pero su lugar estaba junto a ellos, y silenciosamente maldijo al Cónsul por no verlo.

Él la encontraría, la encontraría y la llevaría de regreso a casa, e incluso si ella nunca le amara, no importaría, porque lo habría hecho por ella, por sí mismo. Volvió con Balios, que lo miró con tristeza. Will se subió a la silla de montar.

―Vamos muchacho ―le dijo―. El sol desciende y debemos llegar a Hockliffe al anochecer, pues parece que va a llover.

Enterró los talones en los flancos del caballo, y Balios, como si hubiera comprendido las palabras de su pasajero, salió como una bala.

―¿Se marchó solo a Gales? ―exclamó Charlotte―. ¿Cómo pudo dejarlo hacer algo

así… tan estúpido? Magnus se encogió de hombros. ―No es mi responsabilidad ahora, ni la será, hacerme cargo de Cazadores de

Sombras caprichosos. De hecho, no estoy seguro de por qué soy culpable. Pasé la noche en la biblioteca esperando a que Will viniera y hablase conmigo, lo que nunca hizo. Con el tiempo me quedé dormido en la sección de Rabia y Licantropía. Woolsey muerde en ocasiones, y estoy preocupado.

Nadie respondió a esa información, aunque Charlotte parecía más alterada que nunca. Había sido un desayuno tranquilo al haber tantos ausentes de la mesa. La ausencia de Will no había sido una sorpresa, simplemente asumieron que Will estaba junto a su parabatai. Por lo tanto, no se habían alarmado hasta que Cyril había irrumpido, sin aliento y agitado, para informar de que Balios no estaba en su cuadra.

Una búsqueda por el Instituto dio como resultado a Magnus Bane dormido en una esquina de la biblioteca. Charlotte lo había sacudido hasta despertarlo. Cuando le habían preguntado dónde creía que estaba Will, Magnus había contestado con franqueza que asumía que Will ya había partido con destino a Gales, con el objeto de descubrir la localización de Tessa y traerla de vuelta al Instituto, ya fuera con sigilo o por la fuerza. Sorprendentemente, dicha información hizo entrar en pánico a Charlotte, por lo que convocó una reunión en la biblioteca a la cual se les ordenó asistir a todos los Cazadores de Sombras del Instituto, salvo a Jem; incluso Gideon debió asistir, y llegó cojeando y mientras se apoyaba con pesadez en un bastón.

―¿Alguien sabe cuándo se marchó Will? ―demandó Charlotte, de pie a la

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cabecera de una larga mesa a la cual estaban sentados los demás. Cecily, con las manos dobladas recatadamente, de repente se mostró muy

interesada en el diseño de la alfombra. ―Es una gema muy fina la que usas hoy, Cecily ―notó Charlotte, entrecerrando los

ojos hacia el rubí que descansaba en la garganta de la muchacha―. No recuerdo que llevaras ese collar ayer. De hecho, recuerdo que Will lo usaba. ¿Cuándo te lo dio?

Cecily se cruzó de brazos. ―No diré nada. Las decisiones de Will son suyas, y ya tratamos de explicarle al

Cónsul lo que se tenía que hacer. Ya que la Clave no ayudará, Will tomó el asunto en sus propias manos. No sé por qué esperabas algo diferente.

―No pensé que abandonaría a Jem ―exclamó Charlotte, y entonces pareció impresionada de lo que había dicho―. Yo… ni siquiera puedo imaginar qué le diremos cuando se despierte.

―Jem lo sabe… ―empezó a decir Cecily con indignación, pero para su sorpresa, Gabriel la interrumpió.

―Por supuesto que lo sabe… ―replicó él―. Will solo cumple con su deber como parabatai. Está haciendo lo que haría Jem si pudiera; ha ido en lugar de Jem. Simplemente es lo que debería hacer un parabatai.

―¿Tú defiendes a Will? ―se extrañó Gideon―. ¿Después de la forma en que lo has tratado siempre? ¿Después de decirle a Jem docenas de veces que tuvo un pésimo gusto en parabatai?

―Will puede ser una persona reprochable, pero al menos esto demuestra que no es un Cazador de Sombras reprochable ―indicó Gabriel, y entonces, percibiendo la mirada de Cecily, añadió―. Puede que tampoco sea una persona tan reprochable. En el fondo.

―Una declaración muy magnánima, Gideon ―interrumpió Magnus. ―Soy Gabriel. Magnus agitó una mano. ―Todos los Lightwood son iguales para mí… ―Ejem ―interrumpió Gideon, antes de que Gabriel pudiese tomar algo y lanzárselo

a Magnus―. A pesar de las virtudes personales de Will y las fallas o la incapacidad de alguien para diferenciar a un Lightwood de otro, la pregunta sigue en pie: ¿Vamos tras Will?

―Si Will hubiese querido ayuda, no habría cabalgado en mitad de la noche sin decírselo a nadie ―indicó Cecily.

―Sí ―dijo Gideon―, porque Will es bien conocido por su cuidadosa y prudente

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toma de decisiones. ―Aunque sí se llevó nuestro caballo más rápido ―señaló Henry―. Eso da indicios

de cierta premeditación. ―No podemos dejar que Will cabalgue para luchar solo contra Mortmain. Lo

masacrarán ―opinó Gideon―. Si en realidad se ausentó en medio de la noche, aún podríamos alcanzarlo en el camino…

―El caballo más rápido ―les recordó Henry, y Magnus resopló por lo bajo. ―En realidad, no es una matanza inevitable ―explicó Gabriel―. Ciertamente todos

podríamos cabalgar tras Will, pero el hecho es que esa fuerza contra Mortmain sería más notable que un muchacho a caballo. La mejor esperanza de Will es que no lo descubran. Después de todo, Will no va cabalgando a la guerra, va a salvar a Tessa. El sigilo y el secretismo serían más convenientes en esa misión…

Charlotte estampó la mano en la mesa con tal fuerza, que el sonido reverberó a través del cuarto.

―Todos ustedes, guarden silencio ―explotó, en un tono tan dominante que incluso Magnus pareció alarmado―. Gabriel, Gideon, ambos tienen razón. Es mejor para Will si no lo seguimos, y no podemos permitir que perezca uno de los nuestros. También es cierto que el Maestro trasciende nuestro alcance; el Consejo se reunirá para decidir sobre este asunto, no hay nada que podamos hacer sobre ello ahora. Por lo mismo, debemos enfocar todas nuestras energías en salvar a Jem. Está agonizando, pero no está muerto aún. Parte de la fuerza de Will reside en él, y él es uno de los nuestros. Por fin ha dado su consentimiento para que busquemos una cura, por lo tanto, debemos hacerlo.

―Pero… ―comenzó Gabriel. ―Silencio ―ordenó Charlotte―. Soy la directora del Instituto; recuerda quién te

salvó de tu padre y muestra un poco de respeto. ―Eso es poner a Gideon en su lugar, muy bien ―añadió Magnus con satisfacción. Charlotte se volvió hacia él con los ojos llameantes. ―Y usted también, brujo; Will le pudo haber traído aquí, pero está bajo mi

indulgencia. Tengo entendido que, como me informó esta mañana, le prometió a Will que haría todo lo que pudiera para ayudar a encontrar una cura para Jem mientras Will estuviera ausente. Le dirá a Gabriel y a Cecily dónde está la tienda en la cual pueden hallar los ingredientes que necesita. Gideon, ya que estás herido, te quedarás en la biblioteca y buscarás cualquier libro que Magnus requiera. Si necesitan ayuda, yo misma o Sophie se la proporcionaremos. Henry, quizá Magnus pueda usar tu cripta como laboratorio, ¿a menos que haya un proyecto que lo impida? ―Miró a Henry con

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las cejas arqueadas. ―Lo hay ―admitió Henry un poco vacilante―, pero también se podría utilizar

para ayudar a Jem, y le daría la bienvenida a la ayuda del señor Bane. A cambio, él puede hacer uso de cualquiera de mis implementos científicos.

Magnus lo miró con curiosidad. ―¿En qué está trabajando exactamente? ―Bueno, usted sabe que no realizamos magia, señor Bane ―explicó Henry, muy

contento de que alguien se interesase por sus experimentos―, pero trabajo en un dispositivo que sería la versión científica de su hechizo de transportación. Abriría un portal en a cualquier parte que quisieran…

―¿Incluyendo, quizá, un cuarto de almacenaje lleno de yin fen en China? ―preguntó Magnus, con ojos brillantes―. Eso suena muy interesante, muy interesante.

―No, no en realidad ―masculló Gabriel. Charlotte le dio una mirada afilada como una daga. ―Señor Lightwood, suficiente. Creo que a todos se les han asignado tareas. Vayan y

realícenlas. No deseo escuchar más de cualquiera de ustedes hasta que me traigan un informe sobre algún progreso. Estaré con Jem. ―Y dicho aquello, salió de la habitación.

―Qué respuesta tan satisfactoria ―alabó la señora Black. Tessa la fulminó con la mirada. Estaba agachada en su esquina del carruaje, lo más

lejos posible de la horrible criatura que una vez había sido la señora Black. Había gritado al verla por primera vez, y aunque se había tapado la boca con rapidez, había sido muy tarde: la señora Black había estado sumamente encantada de su aterrada reacción.

―La decapitaron ―exclamó Tessa―. ¿Cómo es que vive? ¿Así? ―Magia ―respondió la señora Black―. Fue su hermano quien le sugirió a

Mortmain que en mi forma actual podría ser de utilidad para él, fue su hermano quien derramó la sangre que hizo que la continuidad de mi existencia fuera posible. Vidas por mi vida.

Ella sonrió horriblemente, y Tessa pensó en su hermano, al morir en sus brazos. «No sabes todo lo que hice, Tessie». Se tragó la bilis que sintió en la garganta. Después de que su hermano había muerto, había intentado cambiar a él, obtener cualquier

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información de Mortmain de sus recuerdos, pero solo había sido un remolino gris de cólera, amargura y ambición; no había encontrado nada sólido en su interior. En su interior brotó una oleada fresca de odio por Mortmain, quien había encontrado las debilidades de su hermano y las había explotado. Mortmain, que tenía el yin fen de Jem en un cruel intento de hacer bailar a los Cazadores de Sombras al son de su melodía. Incluso la señora Black, en cierto modo, era una prisionera de sus manipulaciones.

―Está cumpliendo las órdenes de Mortmain porque piensa que le dará un cuerpo humano ―razonó Tessa―. No esa… esa cosa que tiene, sino alguna especie de cuerpo humano real.

―Humano ―replicó la señora Black con un bufido―. Espero algo mejor que humano, pero también algo mejor que esto, algo que me permita pasar desapercibida entre los mundanos y practicar mi oficio otra vez. Por lo que respecta al Maestro, sé que tendrá el poder de hacerlo, debido a usted. Pronto será omnipotente, y usted le ayudará a lograrlo.

―Es una tonta por confiar en que él la recompensará. Los labios grises de la señora Black temblaron de regocijo. ―Oh, pero lo hará. Lo juró, y he hecho todo lo que prometí. ¡Aquí le entrego a su

perfecta prometida, la que yo adiestré! Por Azazel, recuerdo cuando descendió del barco desde Estados Unidos. Parecía tan puramente mortal, tan completamente inútil, perdí la esperanza de entrenarla para que fuera de algún uso, pero se puede moldear cualquier cosa con suficiente brutalidad. Ahora será de mucha utilidad.

―No todo lo mortal es inútil. La señora Black dio un bufido. ―Dice eso por su asociación con los Nefilim. Ha estado con ellos en vez de estar

con los de su propia clase por demasiado tiempo. ―¿Qué clase? No tengo clase. Jessamine dijo que mi madre era Cazadora de

Sombras… ―Era Cazadora de Sombras ―confirmó la señora Black―, pero su padre no. El corazón de Tessa se saltó un latido. ―¿Era un demonio? ―No era un ángel. ―La señora Black sonrió burlonamente―. El Maestro le

explicará todo, con el tiempo: lo que es, por qué vive, y para qué fue creada. ―La Hermana Oscura se echó hacia atrás con un chirrido de articulaciones autómatas―. Tengo que decir que casi quedé impresionada cuando por poco escapó con ese muchacho Cazador de Sombras. Demostró que tenía espíritu. De hecho, resultó

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beneficioso para el Maestro que pasara tanto tiempo con los Nefilim. Ya conoce el Submundo, y está a su nivel. Se ha visto forzada a utilizar su don en circunstancias difíciles. Las pruebas que yo podría haber creado no habrían sido tan desafiantes y no habrían producido el mismo aprendizaje y la misma confianza. Puedo ver la diferencia que hay en usted; será una excelente prometida para el Maestro.

Tessa hizo sonido de incredulidad. ―¿Por qué? Me obligan a casarme con él, ¿qué importa si tengo el espíritu o el

aprendizaje? ¿Por qué le va a importar a él? ―Oh, debe ser más que su novia, señorita Gray, debe ser la ruina de los Nefilim;

para eso fue creada. Y cuanto más conocimiento tenga de ellos, mientras más allegada sea a ellos, será un arma mucho más eficaz para eliminarlos de la faz de la Tierra.

Tessa sintió como si la hubieran dejado sin aire de un golpe. ―No me importa lo que haga Mortmain, no ayudaré a dañar a los Cazadores de

Sombras. Preferiría que me mataran o torturaran. ―No tiene importancia lo que quiera; encontrará que no podrá resistirse a su

voluntad de ninguna forma. Además, no tiene que hacer nada para destruir a los Nefilim, solo ser lo que es, y casarse con Mortmain, lo cual no requiere ninguna acción de su parte.

―Estoy comprometida con alguien más ―espetó Tessa―. James Carstairs. ―Oh, cariño ―gorjeó la señora Black―. Me temo que la propuesta del Maestro

reemplaza a la suya. Además, James Carstairs estará muerto antes del martes. Mortmain compró todo el yin fen en Inglaterra y bloqueó los nuevos embarques. Quizá debió haber pensado en este tipo de cosas antes de enamorarse de un adicto, aunque yo creí que sería del de los ojos azules ―murmuró ella―. ¿No se supone que lo usual es que las muchachas se enamoren de sus salvadores?

Tessa sintió que comenzaba a descender el manto de lo surreal. No podía creer que estuviese aquí, atrapada en este carruaje con la señora Black, y que la bruja pareciera contenta de discutir sus tribulaciones románticas. Se volvió hacia la ventana: la luna estaba en lo alto, lo que le permitía ver que cabalgaban por un camino estrecho. Las sombras rodeaban el carruaje, y bajo ellos se extendía una profunda quebrada rocosa que desaparecía en la oscuridad.

―Hay todo tipo de formas de ser salvada. ―Bueno ―dijo señora Black, con un destello de dientes al sonreír―. Puedo

asegurarle que nadie vendrá a rescatarla ahora. «Será la ruina de los Nefilim.» ―Entonces tendré que salvarme a mí misma ―murmuró Tessa. La señora Black

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alzó las cejas con perplejidad al girar la cabeza hacia Tessa con un zumbido y un clic, pero Tessa ya estaba haciendo acopio de fuerza y, concentrando toda su energía en las piernas y en el cuerpo de la forma en que le habían enseñado, se lanzó hacia la puerta del carruaje con toda la fuerza que poseía.

Oyó que se quebraba el cerrojo de la puerta y que la señora Black gritaba, un agudo quejido de furia. Un brazo de metal se arrastró por la espalda de Tessa y la sujetó del cuello del vestido. El cuello se rasgó y Tessa cayó y azotó contra las rocas a la orilla del camino, para luego caer deslizándose y girando por la profunda quebrada mientras el carruaje continuaba su camino y la señora Black le gritaba al conductor que se detuviera. El viento zumbaba en los oídos de Tessa mientras caía agitando los brazos salvajemente en el espacio vacío a su alrededor. Cualquier esperanza de que la quebrada fuese poco profunda o de que sobreviviese a la caída, desapareció. Mientras caía, vislumbró un arroyo estrecho que destellaba y serpenteaba entre las rocas escarpadas muy por debajo de ella, y supo que al estrellarse contra el suelo, se quebraría como porcelana frágil.

Cerró los ojos y rogó que el final fuera rápido.

Will estaba de pie en la cima de una elevada colina verde mirando hacia el mar. El cielo y el

mar eran tan intensamente azules que parecían fundirse el uno en el otro, por lo que no había punto fijo en el horizonte. Las gaviotas y las golondrinas de mar giraban y gritaban sobre él, y el viento salado le despeinaba el cabello. Hacía tanto calor como en verano; Will estaba en mangas de camisa y suspensores, su chaqueta descansaba sobre la hierba y tenía las manos bronceadas por el sol.

―¡Will! Giró hacia la voz familiar y vio a Tessa subiendo la colina hacia él. Había un pequeño

sendero que iba por el costado de la colina, rodeado de flores blancas desconocidas; Tessa parecía una flor, con un vestido blanco como el que había llevado al baile la noche que la había besado en el balcón de Benedict Lightwood. Su largo pelo castaño se agitaba al viento. Se había quitado el sombrero y lo llevaba en la mano, lo saludaba con él y sonreía como si estuviera contenta de verlo; más que contenta, como si verlo fuera toda la alegría de su corazón.

El corazón de Will dio un salto al verla. ―Tess ―la llamó, y extendió una mano como para acercarla a él, pero ella todavía estaba

muy lejos; repentinamente, parecía muy cercana y muy lejana al mismo tiempo. Will veía cada

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detalle de su lindo rostro alzado al sol, pero no podía tocarla, así que permaneció allí, esperando y deseando, con el corazón latiendo como si tuviera alas en el pecho.

Al final se acercó lo suficiente como para que él pudiera ver dónde aplastaba la hierba y las flores bajo sus zapatos. Él extendió la mano y ella también, hasta que sus manos se unieron, y por un momento, estuvieron de pie sonriendo con los dedos de ella cálidos entre los suyos.

―Te he estado esperando ―dijo Will, y ella lo contempló con una sonrisa que se desvaneció de su rostro cuando los pies le resbalaron por el borde del barranco. Las manos de Tessa se separaron de las de Will, y de repente, él solo sujetaba el aire mientras ella se alejaba de él cayendo silenciosamente como un borrón blanco contra el horizonte azul.

Will se enderezó con un sobresalto en la cama, con el corazón golpeteándole contra las costillas. Su cuarto en el Caballo Blanco estaba medio iluminado por la luz de la luna, que perfilaba con claridad las siluetas poco familiares del mobiliario: el palanganero, la mesa auxiliar con su copia sin leer de Sermones para Mujeres Jóvenes de Fordyce y el sillón junto a la chimenea, donde las brasas se habían consumido hasta las cenizas. Las sábanas de su cama estaban frías, pero él sudaba; bajó las piernas y caminó hacia la ventana.

Había un ramillete de flores secas en un florero sobre el alféizar, lo apartó a un lado y abrió la ventana con dedos adoloridos; todo el cuerpo le dolía, nunca antes había cabalgado tan lejos o tan rápido en su vida, y se encontraba cansado y adolorido por la silla de montar. Necesitaría unas iratzes antes de emprender el camino otra vez por la mañana.

La ventana se abrió hacia el exterior, y el aire frío le azotó la cara y el cabello, lo que enfrío su piel. Había un dolor en su interior, bajo las costillas, que no tenía nada que ver con la cabalgada. Si era la separación de Jem o su ansiedad por Tessa, no podía saberlo. Seguía viéndola desaparecer tras soltarse de su agarre. Él nunca había sido de los que creían en el significado profético de los sueños, y aun así, el nudo apretado y frío en su estómago no desaparecía, ni calmaba su agitada respiración.

Vio su rostro reflejado en el vidrio oscuro de la ventana, lo tocó ligeramente y las huellas de sus dedos quedaron impresas en el vidrio. Se preguntó qué le diría a Tessa cuando la encontrara, cómo le explicaría la razón de que él fuera el que la había ido a buscar y no Jem. Si hubiese gracia en el mundo, quizá al menos podrían lamentarse juntos. Si ella nunca creyera que él de verdad la amaba, si nunca correspondiera a su afecto, al menos la piedad podría concederles ser capaces de compartir sus tristezas.

Casi incapaz de soportar la idea de cuánto necesitaba su fuerza silenciosa, cerró los ojos y apoyó la frente contra el vidrio frío.

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Mientras se abrían paso con dificultad por las callejuelas sinuosas del East End

desde la Estación Limehouse hacia Gill Street, Gabriel no podía evitar notar la presencia de Cecily a su lado. Iban bajo un glamour, lo que era útil, ya que de otra manera su aspecto en esta zona más pobre de Londres sin duda habría provocado excitados comentarios, y quizá hubiera dado como resultado que los arrastraran contra su voluntad a la tienda de algún corredor para mirar los bienes ofertados. Como Cecily era sumamente curiosa, se detenía a menudo a mirar fijamente los escaparates y no solo los de modistos y fabricantes de sombreros, sino también los de tiendas que vendían de todo, desde abrillantador para botas, hasta libros, juguetes y soldaditos de plomo.

Gabriel tuvo que recordarse que ella provenía del campo y probablemente nunca había visto una próspera ciudad comercial, y mucho menos nada parecido a Londres. Lamentó no poder llevarla a un lugar propio de una dama de su posición, como las tiendas de Burlington Arcade o a Piccadilly, en vez de estas calles estrechas y oscuras.

No sabía que había esperado de la hermana de Will Herondale, ¿que fuera igual de desagradable que Will? ¿Que no se pareciera de una forma tan desconcertante a él, pero que al mismo tiempo fuera extraordinariamente bonita? Raras veces había mirado el rostro de Will sin querer golpearlo, pero el rostro de Cecily era infinitamente fascinante. Se sorprendió queriendo escribir poesía sobre sus ojos azules como el cielo y su cabello negro como el ala de un cuervo, porque «cielo» y «cuervo» rimaban, pero tuvo el presentimiento de que el poema no saldría tan bien, y de todas formas, Tatiana le había quitado el gusto por la poesía. Además, había cosas que no se podían escribir en un poema, como el hecho de que cuando cierta muchacha curvaba los labios, a uno le daban muchas ganas de inclinarse y…

―Señor Lightwood ―lo llamó Cecily con tono impaciente, lo que decía que esa no era la primera vez que intentaba captar su atención―. Creo que ya pasamos la tienda.

Gabriel maldijo por lo bajo y se giró. Ciertamente, habían pasado el número que Magnus les había dado; retrocedieron hasta encontrase delante de una tienda fea y oscura, con las ventanas empañadas. A través del vidrio empañado vislumbró estantes con una variada colección de artículos peculiares: frascos en los que flotaban serpientes muertas, con los ojos blancos y abiertos; muñecas que en lugar de cabezas tenían unas jaulitas doradas, y montones de pulseras hechas con dientes humanos.

―Oh, Dios ―exclamó Cecily―. Qué lugar tan desagradable.

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―¿No tiene deseo de entrar? ―le preguntó Gabriel―. Podría ir en su lugar… ―¿Y dejarme esperando en el pavimento frío? Qué poco caballeroso. Claro que no.

―Cecily abrió la puerta e hizo tintinear una campanita en algún lugar de la tienda―. Después de mí, por favor, señor Lightwood.

Gabriel entró tras ella parpadeando para que sus ojos se ajustaran a la tenue luz de la tienda. El interior no era más acogedor que el exterior: largas filas de estantes polvorientos conducían a un oscuro mostrador, las ventanas parecían manchadas de algún ungüento oscuro que bloqueaba la mayor parte de la luz del sol. Los mismos estantes eran una masa desordenada: campanas de latón de agarraderas con forma de huesos, velas gruesas cuya cera estaba rellena de flores e insectos, una preciosa corona de oro de una forma y diámetro peculiar, que nunca cabría en una cabeza humana. Había estantes de cuchillos, y tazones de cobre y de piedra, cuyas palanganas mostraban unas distintivas manchas parduzcas; había un montón de guantes de todos los tamaños, algunos con más de cinco dedos en cada mano; un esqueleto humano colgaba de un gancho hacia el frente de la tienda, meciéndose en el aire, aunque no había brisa.

Gabriel miró a Cecily con rapidez para ver si ella se había acobardado, pero no era así; parecía más irritada que otra cosa.

―Alguien debería limpiar el polvo ―indicó ella, y avanzó hacia la parte trasera de la tienda, con las florcitas de su sombrero balanceándose.

Gabriel negó con la cabeza y la alcanzó justo cuando hacía sonar de forma impaciente la campana de cobre sobre el mostrador.

―¿Hola? ¿Hay alguien aquí? ―preguntó ella. ―Justo frente a usted, señorita ―dijo una voz irritable, abajo y hacia la izquierda.

Tanto Cecily como Gabriel se inclinaron sobre el mostrador. Justo bajo el borde se veía la coronilla de un hombre pequeño; no, no era un hombre en realidad, pensó Gabriel cuando desapareció el glamour: era un sátiro, vestido con chaleco y pantalones, pero sin camisa, y con las pezuñas hendidas y los cuernos pulcramente rizados de una cabra. También tenía mandíbula puntiaguda, barba recortada, y los irises amarillentos de una cabra, medio escondidos tras unas gafas.

―Qué cortés ―exclamó Cecily―. Usted debe ser el señor Sallows. ―Nefilim ―observó el dueño de tienda con pesimismo―. Detesto a los Nefilim. ―Pfff ―bufó Cecily―. Encantada, estoy segura. Gabriel sintió que era momento de intervenir. ―¿Cómo supo que somos Cazadores de Sombras? ―preguntó. Sallows levantó las cejas.

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―Sus marcas, señor, son claramente visibles en sus manos y en su garganta ―contestó, como si estuviera hablando con un niño―. Y por lo que respecta a la muchacha, se parece a su hermano.

―¿Cómo podría conocer a mi hermano? ―exigió Cecily, alzando la voz. ―No entran muchos de los de su clase aquí ―respondió Sallows―, es notable

cuando sucede. Su hermano Will nos visitó con frecuencia hace aproximadamente dos meses; le hacía mandados a ese brujo Magnus Bane. También iba al Cross Bone a molestar a la vieja Mol. Will Herondale es bien conocido en el Submundo, aunque usualmente no se mete en problemas.

―Esa es una asombrosa noticia ―dijo Gabriel. Cecily le dirigió a Gabriel una mirada tenebrosa. ―Estamos aquí bajo la autoridad de Charlotte Branwell ―anunció―. La directora

del Instituto de Londres. El sátiro agitó una mano. ―No me importan sus jerarquías de Cazadores de Sombras, ya lo saben; a ningún

hada le importan. Simplemente díganme lo que quieren, y les pediré un precio justo por ello.

Gabriel desenrolló el papel que le había dado Magnus. ―Vinagre de ladrones, raíz de cabeza de murciélago, belladona, angélica, hoja de

damiana, escamas de sirena en polvo, y seis clavos del ataúd de una virgen. ―Bueno ―dijo Sallows―. No nos piden muchas de esas cosas. Tendré que mirar en

la bodega. ―Pues bien, si no le piden muchas de estas cosas, entonces ¿qué le piden?

―preguntó Gabriel, perdiendo la paciencia―. Este lugar difícilmente es una florería. ―Señor Lightwood ―lo regañó Cecily en voz baja, pero no muy baja, pues Sallows

la oyó, y sus gafas saltaron sobre su nariz cuando preguntó: ―¿Señor Lightwood? ¿Hijo de Benedict Lightwood? Gabriel sintió que la sangre le calentaba las mejillas, pues no había hablado sobre su

padre prácticamente con nadie desde su fallecimiento, si se podía contar como su padre la cosa que había muerto en el jardín italiano. Una vez había sido él y su familia contra del mundo, los Lightwood por encima de todo, pero ahora… ahora había tanta vergüenza en el nombre Lightwood como una vez había habido orgullo, y Gabriel no sabía cómo hablar de ello.

―Sí ―contestó finalmente―. Soy hijo de Benedict Lightwood. ―Maravilloso, tengo algunas órdenes de su padre aquí, comenzaba a preguntarme

si vendría a buscarlas alguna vez. ―El sátiro se apresuró en ir a la parte trasera, y

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Gideon se entretuvo estudiando la pared. Había colgados bosquejos de paisajes y mapas, pero cuando los miró más de cerca, notó que ni los bosquejos ni los mapas eran de algún lugar que él conociera. Había uno de Idris, obviamente, con el Bosque Brocelind y Alicante en sus colinas, pero otro mapa mostraba continentes que él nunca antes había visto, y ¿qué era el Mar de Plata? ¿Las Montañas Espina? ¿Qué país tenía un cielo púrpura?

―Gabriel ―lo llamó Cecily a su lado, en voz baja. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre; comenzó a girarse hacia ella justo en el instante que Sallows salía de la trastienda. En una mano llevaba un paquete atado lleno de bultos, el cual le entregó a Gabriel (claramente, eran las botellas con los ingredientes de Magnus) y en la otra mano, Sallows sujetaba firmemente un montón de papeles, los que dejó sobre el mostrador.

―Las órdenes de su padre ―anunció con una gran sonrisa. Gabriel bajó la vista hacia los papeles… y abrió la boca, horrorizado. ―Vaya ―exclamó Cecily―. ¿Sin duda, eso no es posible? El sátiro se estiró para ver lo que estaban mirando. ―Bueno, no con una persona, pero con un demonio Vetis y una cabra, es más

probable. ―Miró a Gabriel―. Entonces, ¿cuenta con el dinero suficiente para esto o no? Su padre está atrasado en los pagos, y no puede comprar a crédito por siempre. ¿Qué va a ser, Lightwood?

―¿Alguna vez Charlotte le ha preguntado si quiere ser Cazadora de Sombras? ―le

preguntó Gideon. Sophie se congeló a mitad de la escalera, con un libro en la mano. Gideon estaba

sentado a una de las largas mesas de la biblioteca, cerca de un ventanal que daba al patio. Había libros y papeles extendidos ante él; Sophie y Gideon habían pasado varias horas agradables buscando entre esos libros y papeles listas e historias de hechizos, detalles sobre el yin fen y referencias específicas sobre la tradición herbaria.

Aunque la pierna de Gideon se curaba con rapidez, la descansaba sobre dos sillas frente él; Sophie se había ofrecido alegre a subir y bajar constantemente por las escaleras de mano para alcanzar los libros más altos. En ese momento sostenía uno llamado Pseudomonarchia Daemonum, el cual debido a su cubierta de sensación algo viscosa estaba deseosa de soltar, aunque la pregunta de Gideon le había sobresaltado

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lo suficiente como para detenerse en medio descenso. ―¿Qué quiere decir? ―le preguntó, reanudando su descenso por la escalera de

mano―. ¿Por qué Charlotte me preguntaría algo así? Gideon se veía pálido, o tal vez era simplemente el reflejo de la mágica luz en su

rostro. ―Señorita Collins ―respondió―, usted es una de las mejores luchadoras que haya

entrenado alguna vez, incluyendo a los Nefilim, por eso es que le pregunto. Me parece una vergüenza desperdiciar tal talento. ¿Aunque quizás sea algo que usted no querría?

Sophie dejó el libro sobre la mesa y se sentó frente a Gideon. Sabía que debería vacilar, y fingir que meditaba la pregunta, pero la respuesta abandonó sus labios antes de que pudiera detenerla.

―Ser una Cazadora de Sombras es todo lo que siempre he querido. Él se inclinó hacia adelante y la luz mágica brilló en sus ojos y los decoloró. ―¿No está preocupada por el peligro? Mientras mayor sea al producirse la

Ascensión, más riesgoso es el proceso. Los he oído hablar de disminuir la edad para la Ascensión a los catorce o doce años.

Sophie negó con la cabeza. ―Nunca he temido el riesgo, lo tomaría gustosamente. Es solo que temo… temo

que si lo solicito, la señora Branwell pensaría que soy desagradecida por todo lo que ha hecho por mí. Me salvó la vida y me acogió, me dio seguridad y una casa, no le pagaría todo eso abandonando su servicio.

―No. ―Gideon negó con la cabeza―. Sophie… señorita Collins, usted es una sirviente libre en una casa de Cazadores de Sombras. Tiene la Visión, sabe todo lo que hay que saber sobre el Submundo y los Nefilim; es la candidata perfecta para la Ascensión. ―Puso la mano sobre el libro de demonología―. Soy una voz en el Consejo, podría hablar por usted.

―No puedo ―respondió Sophie con un suave hilo de voz. ¿No comprendía lo que le ofrecía, la tentación?―. Y por supuesto, no ahora.

―No, no ahora, por supuesto, con James tan enfermo ―replicó Gideon apresuradamente―. ¿Pero en un futuro, quizá? ―Sus ojos buscaron su rostro, y ella sintió que un sonrojo comenzaba a trepar lentamente por su cuello.

La manera más obvia y común para que un mundano Ascendiera al estatus de Cazador de Sombras, era casarse con un Cazador de Sombras. Sophie se preguntó que significaría que él pareciera tan decidido a no mencionarlo.

―Cuando le pregunté habló con tanta determinación, me dijo que ser una Cazadora de Sombras es todo lo que siempre ha querido, ¿por qué? Puede ser una

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vida brutal. ―Toda vida puede ser brutal ―contestó Sophie―. Mi vida antes de que viniese al

Instituto difícilmente se podía considerar dulce. Supongo que, en parte, deseo ser Cazadora de Sombras de tal forma que si otro hombre alguna vez se abalanza sobre mí con un cuchillo en la mano como hizo mi anterior empleador, lo pueda matar en un abrir y cerrar de ojos.

Se tocó la mejilla mientras hablaba, un gesto inconsciente que no podía evitar, y sintió el surco del tejido cicatrizado bajo las yemas de los dedos. Vio la expresión de Gideon (conmoción mezclada con incomodidad) y dejó caer la mano.

―No sabía que así fue que había sufrido la cicatriz ―le comentó él. Ella apartó la mirada. ―Ahora me dirá que no es tan fea, que ni siquiera la ve, o algo por el estilo. ―La veo ―respondió Gideon en voz baja―. No soy ciego, y somos gente de

muchas cicatrices. La veo, pero no es fea. Simplemente es otra parte hermosa de la chica más hermosa que haya visto alguna vez.

En ese momento Sophie sí se sonrojó y sintió el ardor del rubor en las mejillas. Cuando Gideon se inclinó sobre la mesa con una intensa mirada de un verde tormentoso, ella tomó aliento con resolución. Él no era como su anterior empleador, era Gideon. Sophie no lo apartaría esa vez.

La puerta de la biblioteca se abrió intempestivamente. Charlotte se encontraba en el umbral de la puerta, con apariencia exhausta; tenía manchas húmedas en su vestido azul, y los ojos ensombrecidos. Sophie se levantó de un salto.

―¿Señora Branwell? ―Oh, Sophie ―suspiró Charlotte―. Esperaba que pudieras sentarte con Jem un

momento. No se ha despertado aún, pero Bridget tiene que hacer la cena, y creo que sus espantosas canciones le provocan pesadillas.

―Por supuesto. ―Sophie se dirigió con premura hacia la puerta, sin mirar a Gideon al hacerlo, aunque cuando la puerta se cerró tras ella, estuvo bastante segura de que le oyó maldecir en voz baja y con gran frustración en español.

―Sabe ―comentó Cecily―, en verdad no tenía por qué lanzar a ese hombre por la

ventana. ―No es un hombre ―replicó Gideon con el ceño fruncido y un montón de objetos

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en los brazos. Había tomado el paquete con los ingredientes de Magnus que Sallows les había hecho, y además algunos objetos que en apariencia útiles de los estantes. Había dejado intencionadamente todos los papeles que su padre había ordenado sobre el mostrador, donde Sallows los había puesto… después de que Gabriel hubiera lanzado al sátiro por una de las sucias ventanas. Había sido muy satisfactorio, con vidrio destrozado por todos lados. La fuerza del tiro incluso había descolgado al esqueleto, que había caído desarmado en un estrépito de huesos desordenados―. Es un hada de la Corte Oscura. Uno de los sucios.

―¿Es por eso que lo persiguió calle abajo? ―No tenía por qué mostrarle esas imágenes a una dama ―masculló Gabriel,

aunque tuvo que admitir que la dama en cuestión apenas se había escandalizado, y parecía más molesta con Gabriel por su reacción, que impresionada por su código de galantería.

―Y yo pienso que fue excesivo arrojarlo al canal. ―Flotará. A Cecily le temblaron las comisuras de los labios. ―Eso estuvo muy mal. ―Se está riendo ―exclamó Gabriel sorprendido. ―No es así. ―Cecily levantó la barbilla y alzó el rostro, pero no antes de que él

viese la gran sonrisa que se extendió por su rostro. Se sintió desconcertado. Después del desdén que había demostrado hacia él, su descaro y sus réplicas insolentes, Gabriel había estado muy seguro de que este último arrebato la incitaría a chismear con Charlotte tan pronto como regresasen al Instituto, pero en realidad, parecía divertida.

Negó con la cabeza cuando dieron vuelta en Garnet Street. Nunca comprendería a los Herondale.

―¿Puede pasarme el vial que está en el estante, señor Bane? ―pidió Henry. Magnus lo hizo. Estaba de pie en el centro del laboratorio de Henry, mirando las

formas destellantes en las mesas a su alrededor. ―¿Qué son todos estos aparatos, si me permite preguntar? Henry, quien llevaba dos pares de anteojos al mismo tiempo (uno en la cabeza y el

otro sobre los ojos) pareció a la vez contento y nervioso de que le preguntara. Magnus asumió que los dos pares de gafas eran por un descuido, pero en caso de que fuera con objetivo de imponer una moda, optó por no preguntar. Henry recogió un objeto

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cuadrado de latón con muchos botones. ―Bueno, éste de aquí es un sensor. Detecta cuando hay demonios cerca. ―Se

acercó a Magnus, y el sensor soltó un ruido fuerte, como un gemido. ―¡Impresionante! ―exclamó Magnus, contento. Levantó una construcción de tela

con un gran pájaro muerto sujeto encima de esto―. ¿Y qué es esto? ―El Sombrero Letal ―declaró Henry. ―Ah ―dijo Magnus―. En tiempos de necesidad una dama puede sacar armas de

este sombrero con las que matar violentamente a sus enemigos. ―Bueno, no ―admitió Henry―. Esa parece una idea bastante mejor. De verdad

lamento que no estuviera a mi lado cuando tuve la ocurrencia. Por desgracia, este sombrero se envuelve en la cabeza de su enemigo y lo asfixia, siempre y cuando lo lleve en ese momento.

―Me imagino que no será fácil persuadir a Mortmain de que use un sombrero ―observó Magnus―. Aunque el color le sentaría bien.

Henry se echó a reír. ―Muy cómico, señor Bane. ―Por favor, llámeme a Magnus. ―¡Lo haré! ―Henry lanzó el sombrero sobre el hombro y recogió un cristal

redondo de una sustancia brillante―. Éste es un polvo que cuando se esparce en el aire, los fantasmas se vuelven visibles ―dijo Henry.

Magnus inclinó el frasco de granos brillantes hacia la lámpara y lo admiró, cuando Henry sonrió de manera alentadora, Magnus quitó el corcho.

―A mí me parece muy bueno ―dijo, y por capricho, se vertió un poco en la mano. Recubrió su piel morena y enguantó una de sus manos con una brillante luminiscencia―. Y además de sus usos prácticos, parece que funciona con fines cosméticos. Este polvo haría que mi piel brillara con una luz tenue por la eternidad.

Henry frunció el ceño. ―No por la eternidad ―replicó, pero entonces se puso de buen humor―. ¡Pero le

podría preparar otra hornada cada vez que quiera! ―¡Podría brillar a voluntad! ―Magnus le sonrió a Henry―. Son artículos

fascinantes, señor Branwell. Piensa de forma diferente sobre el mundo que cualquier otro Nefilim que haya conocido alguna vez. Confieso que pensé que su gente era algo carente de imaginación, aunque abundante en drama personal, ¡pero usted me ha dado una opinión completamente diferente! Sin duda, la comunidad Cazadora de Sombras lo debe honrar y considerar en alta estima, como un caballero que verdaderamente ha avanzado en su carrera.

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―No ―expresó Henry con tristeza―. Por lo general, expresan sus deseos de que deje de sugerir nuevas invenciones y deje de prenderle fuego a las cosas.

―¡Pero toda invención viene con un riesgo! ―se quejó Magnus―. He visto la transformación que provocó en el mundo la invención de la máquina de vapor, y la proliferación de materiales impresos, las fábricas y los molinos que han cambiado el rostro de Inglaterra. Los mundanos han tomado el mundo en sus manos y han hecho de él una cosa maravillosa. Los brujos, a lo largo de los siglos, han ideado y perfeccionado hechizos diferentes para crearse un mundo diferente.

»¿Los Cazadores de Sombras serán los únicos que permanecerán estancados e inmutables, y por consiguiente, condenados? ¿Cómo pueden arrugar la nariz a la genialidad que usted ha exhibido? Es como girarse hacia las sombras y alejarse de la luz.

Henry se sonrojó de un color escarlata. Era claro que nunca nadie le había elogiado por sus inventos, excepto quizá Charlotte.

―Me abochorna, señor Bane. ―Magnus ―le recordó el brujo―. Ahora, ¿puedo ver su trabajo en ese portal que

me estaba describiendo? ¿La invención que transporta a un ser vivo de un lugar a otro?

―Por supuesto. ―Henry extrajo una pesada pila de papeles de una esquina de su desordenada mesa, y la empujó hacia Magnus. El brujo la tomó y examinó las páginas con interés. Cada página estaba cubierta de una letra indescifrable, de trazos alargados, y docenas y docenas de ecuaciones, que mezclaban matemáticas y runas en una armonía sorprendente. Magnus sintió que su corazón latía cada vez más rápido mientras hojeaba las páginas; era una genialidad, una verdadera genialidad. Solo había un problema.

―Veo lo que está tratando de hacer ―le dijo―. Y es casi perfecto, pero… ―Sí, casi. ―Henry se pasó las manos por el pelo rojizo y se torció las gafas―. El

portal se puede abrir, pero no hay forma de dirigirlo, no hay forma de saber si pasará por el portal hasta el destino que se tenía intención en este mundo o si pasará a otro mundo completamente diferente, o incluso al Infierno. Es demasiado arriesgado, y por consiguiente, inútil.

―No puede hacerlo con estas runas ―explicó Magnus―. Necesita runas diferentes a las que está usando.

Henry negó con la cabeza. ―Solo podemos usar las runas del Libro Gris. Cualquier otra cosa es magia, la

magia no es el método de los Nefilim; es algo que no podemos hacer.

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Magnus miró pensativo a Henry por un largo momento. ―Es algo que yo puedo hacer ―declaró, y acercó la pila de papeles hacia él.

A las hadas de la Corte Oscura no les gustaba mucho la luz. Lo primero que había

hecho Sallows (ese no era su nombre) al regresar a su tienda, había sido poner papel encerado sobre la ventana que el muchacho Nefilim había quebrado intencionalmente. Sus gafas habían desaparecido también entre las aguas del Limehouse Cut, y parecía que nadie iba a pagarle por los costosos los papeles que había ordenado para Benedict Lightwood. En general, había sido un día muy malo.

Levantó la vista malhumorado cuando tintineó la campana de la tienda al abrirse la puerta, y frunció el ceño; pensó que la había cerrado.

―¿De regreso otra vez, Nefilim? ―espetó―. ¿Decidiste lanzarme al río no una, sino dos veces? Tienes que saber que tengo amigos poderosos…

―No dudo que los tengas, embaucador. ―La alta figura encapuchada atravesó la entrada y cerró la puerta―. Estoy muy interesado en aprender más sobre ellos. ―Una fría daga de hierro destelló en la penumbra, y el sátiro amplió los ojos de miedo―. Tengo algunas preguntas que hacerte ―dijo el hombre en el portal―. En tu lugar no intentaría correr, no si quieres conservar los dedos unidos al cuerpo…

CASSANDRA CLARE DARK GUARDIANS

Traducido por Milyepes

¡Oh, la mente, la mente tiene montañas, caídas de acantilados! Amenazante, pura, insondable. Sostengan sin esfuerzo

A aquéllos que puede que nunca cuelguen allí. Tampoco dura nuestra pequeña Condena con esa pendiente y profundidad. ¡Aquí! arrástrate,

Miserable, bajo una comodidad que sirve a un torbellino: Toda Vida muere y cada día muere con sueño.

―No hay peor, no lo hay, Gerard Manley Hopkins

Tessa nunca podría recordar después si había gritado mientras caía. Solo recordaba una caída larga y silenciosa, el río y las rocas mientras se precipitaban hacia ella, con el cielo a los pies. El viento azotaba su rostro y su pelo mientras se retorcía en el aire, cuando de repente, sintió un fuerte tirón en el cuello.

Sus manos volaron hacia arriba. Su colgante de ángel se estaba alzando por sobre su cabeza, como si una enorme mano hubiera bajado del cielo para arrancárselo. Un borrón metálico la rodeaba, un par de alas enormes se abrieron como puertas, y algo la atrapó, deteniendo así su caída. Abrió los ojos sorprendida. Era imposible, inimaginable, pero su ángel, su ángel mecánico, de alguna manera había crecido hasta el tamaño de un ser humano vivo y se movía sobre ella, batiendo las enormes alas mecánicas contra el viento. Tessa miró su rostro pálido y hermoso, el rostro de una estatua hecha de metal, tan inexpresivo como siempre… pero el ángel tenía las manos tan articuladas como las suyas, y la sostenían, la sostenían mientras las alas batían, batían y batían, y sintió que descendían, con suavidad, como la pelusa de un diente de león flotando al viento.

«Tal vez estoy muriendo ―pensó Tessa―. Esto no puede ser». Pero mientras el ángel la sostenía, y bajaban juntos a la deriva, el suelo se volvió cada vez más nítido. Ahora podía cada roca esparcida a un lado del arroyo, las corrientes que iban río abajo y el reflejo del sol sobre el agua. Las alas proyectaron una sombra contra la tierra, que se hizo más y más grande, hasta que Tessa comenzó a caer dentro de la sombra y ella y

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el ángel se acercaron al suelo y aterrizaron sobre tierra blanda, entre las rocas dispersas a un lado del riachuelo.

Tessa jadeó cuando aterrizaron, más por la sorpresa que por el impacto, y extendió la mano, como si pudiera amortiguar la caída del ángel con su propio cuerpo, pero él ya empezaba a encogerse, se hacía más y más pequeño, las alas, comenzaron a plegarse hasta que cuando cayó al suelo, era nuevamente del tamaño de un juguete. Tessa alargó una mano temblorosa y lo tomó. Estaba tumbada sobre rocas irregulares, medio dentro y medio fuera del agua fría; sus faldas ya estaban empapadas. Cogió el colgante, subió a rastras por un lado del arroyo utilizando el resto de sus fuerzas y colapsó finalmente sobre tierra seca con el ángel aprisionado contra su pecho, con el familiar tic tac contra su corazón.

Sophie estaba sentada en el sillón junto a la cama de Jem, el que siempre había sido el lugar de Will, mientras observada dormir a Jem.

Hubo un tiempo, pensó, cuando se hubiera estado agradecida por esta oportunidad, la oportunidad de estar tan cerca de él, de poner paños fríos en su frente cuando él se agitaba y murmuraba ardiendo por la fiebre. Y aunque ya no lo amaba como antes (y ahora veía que lo amaba como se ama a alguien que no se conoce en absoluto, con admiración y distancia), su corazón todavía se retorcía al verlo así.

Una de las chicas de la ciudad en la que se había criado Sophie había muerto de tuberculosis, y Sophie aún recordaba que todos habían comentado que la enfermedad la había hecho más bella antes de matarla, la había dejado más pálida y delgada, y le había iluminado el rostro con un brillo sonrosado. Jem tenía esa fiebre en las mejillas mientras se agitaba contra las almohadas, su pelo plateado era como escarcha y sus dedos se retorcían contra la cobija. De vez en cuando hablaba, pero sus palabras eran en mandarín, y ella no las entendía. Llamaba a Tessa. Wo ai ni, Tessa. Bu lu run, he qing kuang fa sheng, wo men dou hui zai yi qi. También llamaba a Will, sheng si zhi jiao, de una manera que hacía que a Sophie le entraran deseos de tomarle la mano y sostenerla, aunque cuando lo hizo, él ardía de fiebre y la alejó con un gemido.

Sophie se recostó en la silla, preguntándose si debía llamar a Charlotte, pues de seguro le gustaría saber si el estado de Jem había empeorado. Estaba a punto de ponerse de pie cuando de repente, Jem jadeó y abrió los ojos. Sophie volvió a sentarse y lo miró fijamente. Sus irises eran de un color plata tan claro, que casi parecían blancos.

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―¿Will? ―preguntó―. Will, ¿eres tú? ―No ―contestó ella, casi con miedo de moverse―. Soy Sophie. Él exhaló suavemente y giró la cabeza hacia ella contra la almohada. Lo vio

centrarse en su rostro con esfuerzo y luego, increíblemente, le sonrió, con esa sonrisa de gran dulzura que le había ganado el corazón en un principio.

―Por supuesto ―dijo―. Sophie. Will no está… le pedí que se fuera. ―Fue tras Tessa ―explicó Sophie ―Bien. ―Las largas manos de Jem retorcieron la manta, las contrajo en puños… y

luego las relajó―. Me… alegro. ―Lo extraña ―observó Sophie. Jem asintió con lentitud. ―Puedo sentirla… su distancia, es como una cuerda muy, muy tensa en mi interior.

No lo esperaba. No hemos estado separados desde que nos convertimos en parabatai. ―Cecily dijo que usted le pidió que buscara a Tessa. ―Sí ―confirmó Jem―. Fue difícil persuadirlo. Creo que si no hubiera sido porque

está enamorado de ella, no habría sido capaz de lograr que se marchara. Sophie abrió la boca. ―¿Lo sabía? ―No desde hace mucho tiempo ―contestó Jem―. No, no habría sido tan cruel. Si

lo hubiera sabido, nunca le hubiera propuesto matrimonio a Tessa, me hubiera mantenido alejado. No lo sabía; sin embargo, ahora, mientras todo se aleja de mí, todas las cosas destacan de tal forma que creo que lo habría sabido, aunque él no me lo hubiera dicho. Al final, me habría enterado. ―Sonrió un poco al ver la expresión afectada de Sophie―. Me alegra no tener que esperar hasta el final.

―¿No está molesto? ―Estoy contento ―dijo―. Van a poder cuidarse el uno al otro cuando yo me haya

ido, o al menos, tengo esperanzas sobre ello. Él dice que ella no lo ama, pero, seguro lo amará con el tiempo. Will es fácil de amar, y él le ha dado todo su corazón, lo puedo ver. Espero que ella no se lo rompa.

Sophie no podía pensar en nada que decir, no sabía lo que diría cualquiera al enfrentarse a un amor como éste, tan paciente, tan resistente y tan esperanzador. Había habido muchas ocasiones en los últimos meses en los cuales se había lamentado por haber pensado mal sobre Will Herondale, cuando había visto que daba un paso atrás y permitía que Tessa y Jem fueran felices juntos. Ella sabía la agonía que había soportado Tessa junto a la felicidad, sabiendo que estaba lastimando a Will. Solo Sophie sabía que Tessa llamaba a Will a veces mientras dormía, solo ella sabía que la

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cicatriz en la palma de la mano de Tessa no era por un accidente con un atizador de la chimenea, sino una herida intencional, que se había infligido a sí misma, para que de alguna manera igualar el dolor emocional que había sentido al rechazar a Will. Sophie había sostenido a Tessa mientras lloraba y se arrancaba las flores del cabello, las que eran del color de los ojos de Will, y Sophie había cubierto con maquillaje la evidencia de sus lágrimas y noches sin dormir.

¿Debería decirle?, se preguntó Sophie. ¿Sería bondadoso contarle? Sí, Tessa lo ama también; ha intentado no hacerlo, pero ¿lo ha logrado? ¿Podría algún hombre honesto querer escuchar eso de la chica con la que se va a casar? "

―La señorita Gray tiene un gran respeto por el señor Herondale, y creo que ella no rompería ningún corazón a la ligera ―dijo Sophie―. Pero me gustaría que no hablara como si su muerte fuera inevitable, señor Carstairs. Incluso ahora la señora Branwell y los demás tienen la esperanza de hallar una cura. Creo que va a vivir hasta la vejez con la señorita Gray y los dos van a ser muy felices.

Él sonrió como si supiera algo que ella no. ―Eso es amable de tu parte, Sophie. Sé que soy un Cazador de Sombras, y no nos

vamos fácilmente de esta vida, peleamos hasta el final. Venimos del reino de los ángeles, y sin embargo, le tememos. No obstante, creo que uno puede enfrentar el final y no sentir miedo. No es necesario haber tenido que inclinarse a la muerte. La muerte nunca me dominará.

Sophie lo miró un poco preocupada, porque a su parecer sonaba un poco delirante. ―¿Señor Carstairs? ¿Debería ir a buscar a Charlotte? ―En un momento. Pero Sophie, en tu expresión, justo ahí, cuando hablé. ―Él se

inclinó hacia delante―. Entonces, ¿es verdad? ―¿Qué es verdad? ―preguntó Sophie en voz baja, pero sabía lo que preguntaba y

no podía mentirle a Jem.

Will estaba de muy mal humor. El día había amanecido brumoso, húmedo y espantoso. Se había despertado con un malestar en el estómago, y apenas había podido tragar los huevos de goma y el tocino frío que la esposa del posadero había servido en la sala mal ventilada. Cada parte de su cuerpo había zumbado por volver al camino y continuar el viaje.

La lluvia lo había atacado varias veces y lo había dejado temblando, a pesar del generoso uso de las runas para calentarse. A Balios le disgustaba el barro que se

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pegaba a sus cascos mientras trataban de mantener una buena velocidad a lo largo del camino y Will, gruñón, reflexionaba sobre cómo era posible que la niebla en realidad se le pudiera condensar dentro de la ropa. Al menos había llegado a Northamptonshire, lo que era algo bueno, pero apenas había cubierto un poco más de treinta kilómetros y se negaba a detenerse, aunque cuando pasaron por Towcester, Balios lo miró como si suplicara por un lugar caliente dentro de un establo y un poco de avena; Will casi estuvo inclinado a dárselo. Un sentimiento de desesperanza había invadido sus huesos, frío e ineludible como la lluvia. ¿Qué pensaba que estaba haciendo? ¿De verdad creía que podía encontrar a Tessa de esta manera? ¿Era un tonto?

Ahora pasaban por un campo desagradable, donde el barro volvía traicionero el camino rocoso. La gran pared de un barranco se alzaba a un lado del camino y bloqueaba el cielo. Al otro lado, el camino descendía dramáticamente a una quebrada llena de rocas afiladas. El agua lejana de un arroyo fangosa brillaba débilmente al fondo de la quebrada. Mantuvo la cabeza de Balios muy tensa, previniendo que se resbalara, pero el caballo parecía asustadizo y tímido durante la bajada. Will llevaba la cabeza escondida en el cuello de la chaqueta para evitar la lluvia fría, y fue solo de casualidad que al mirar a un lado, alcanzara a ver un destello de un verde brillante y dorado en medio de las rocas del borde del camino.

Detuvo a Balios en un instante y desmontó, tan rápido que casi resbala en el barro. La lluvia caía más fuerte cuando se acercó y arrodilló para examinar la cadena de oro que había quedado atrapada en las rocas afiladas. Lo cogió con cuidado: era un colgante de jade, circular, con caracteres estampados en la parte posterior. Él sabía muy bien lo que significaban: «Cuando dos personas son uno en lo más profundo de sus corazones, rompen incluso la dureza del hierro o del bronce.» El regalo nupcial de Jem para Tessa; Will lo apretó en su mano al ponerse de pie. La recordó enfrentándolo en la escalera, con el colgante de jade colgando sobre la garganta como un recordatorio cruel de Jem, mientras decía: «Dicen que no se puede dividir el corazón, y aun así...»

―¡Tessa! ―gritó súbitamente, su voz resonó en las rocas―. ¡Tessa! Se detuvo un momento al lado del camino, temblando. No sabía qué había

esperado, ¿una respuesta? No era como si ella estuviera aquí, escondida detrás de las rocas espaciadas. Solo había silencio y el sonido del viento y la lluvia. Aun así, sabía sin sombra de duda que se trataba del collar de Tessa. Tal vez ella se lo había arrancado de la garganta y lo había dejado caer por la ventana del carruaje para señalarle el camino, del mismo modo que Hansel y Gretel habían dejado un rastro de migas de pan. Era lo que haría una heroína de libros de cuentos, y por lo tanto. lo que

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su Tessa haría. Tal vez habría más pistas, si seguía el camino. Por primera vez la esperanza fluyó en sus venas.

Con una nueva determinación regresó a Balios y montó sobre la silla. No habría ninguna demora, llegaría a Staffordshire por la noche. Mientras giraba la cabeza del caballo hacia el camino, se guardó el colgante en el bolsillo, donde las palabras grabadas de amor y compromiso parecían quemarlo.

Charlotte nunca se había sentido tan cansada. El niño que esperaba la había agotado más de lo que había pensado en un primer momento; había estado despierta toda la noche y luego había pasado ajetreada todo el día. Tenía manchas en el vestido, manchas de la cripta de Henry, y le dolían tobillos por subir y bajar las escaleras de la biblioteca. Sin embargo, cuando abrió la puerta del dormitorio de Jem y lo vio no solo despierto, sino sentado y hablando con Sophie, se olvidó de su cansancio y sintió que en su rostro se formaba una sonrisa de alivio.

―James ―exclamó―. Me había preguntado… es decir, me alegro que estés despierto.

Sophie, que lucía extrañamente sonrojada, se puso en pie. ―¿Debo irme, señora Branwell? ―Oh, sí, por favor, Sophie. Bridget está en uno de sus típicos estados de ánimo.

Dice que no puede encontrar el Bang Mary, y no tengo la más mínima idea de lo que está hablando.

Sophie casi sonrió, lo habría hecho, si su corazón no estuviera martillando porque estuvo a punto de hacer algo terrible.

―El bain-marie ―la corrigió―. Se lo llevaré. ―Sophie se movió hacia la puerta, se detuvo y lanzó una mirada extraña sobre el hombro hacia Jem, quien descansaba contra las almohadas, muy pálido, pero sereno. Antes de que Charlotte pudiera decir algo, Sophie se fue, y Jem con una sonrisa cansada, le hizo señas a Charlotte para que entrara.

―Charlotte, si no te importa mucho, ¿me podrías traer mi violín? ―Por supuesto. ―Charlotte se acercó a la mesa junto a la ventana donde estaba

guardado el violín dentro de una caja cuadrada de palo de rosa, junto con su arco y una pequeña caja redonda de resina. Levantó el violín y lo llevó hasta la cama, donde Jem lo tomó cuidadosamente entre sus brazos. Charlotte se dejó caer agradecida sobre

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la silla a su lado―. Oh ―exclamó un momento después―. Lo siento, me olvidé del arco. ¿Quieres tocar?

―Está bien así. ―Tiró suavemente de las cuerdas con los dedos, lo que produjo un ruido suave y vibrante―. Esto es pizzicato, lo primero que mi padre me enseñó a hacer cuando me mostró el violín. Me recuerda a mi niñez.

«Todavía eres un niño» quiso decirle Charlotte, pero no lo hizo. Después de todo, le faltaban solo unas semanas para cumplir dieciocho, la edad en que los Cazadores de Sombras se hacían adultos. Aunque cuando lo miraba ella seguía viendo al niño de pelo oscuro que había llegado de Shanghái sujetando su violín, con ojos enormes en su pálido rostro; pero eso no quería decir que no había crecido.

Cogió la caja de yin fen sobre su mesita de noche. Solo había una mancha pálida en la parte inferior izquierda, apenas una cucharadita. Tragó saliva y sintió que se le cerraba la garganta, echó el polvo a un vaso, luego vertió agua de la jarra y dejó que el yin fen se disolviera como el azúcar. Cuando se lo dio a Jem, él dejó el violín a un lado y recibió el vaso. Él la miró con sus claros ojos pensativos.

―¿Esto es lo último? ―le preguntó. ―Magnus está trabajando en una cura ―dijo Charlotte―. Todos lo estamos.

Gabriel y Cecily están afuera comprando los ingredientes necesarios para una medicina que te mantenga fuerte. Sophie, Gideon y yo hemos estado investigando. Estamos haciendo todo lo posible, todo.

Jem la miró un poco sorprendido. ―No lo sabía. ―Pero por supuesto ―dijo Charlotte―. Somos tu familia, haríamos cualquier cosa

por ti. Por favor, no pierdas la esperanza, Jem. Necesito que mantengas tu fuerza. ―La fuerza que tengo es tuya ―dijo crípticamente. Se tomó la solución yin fen, y le

devolvió la copa vacía―. ¿Charlotte? ―¿Sí? ―¿Ya ganaste la pelea sobre cómo llamar al niño? Charlotte se rió sorprendida. Parecía extraño pensar ahora en su hijo, pero ¿por qué

no? «En la muerte, estamos en la vida.» Era algo en que pensar que no fuera enfermedad, o la desaparición de Tessa o la peligrosa misión de Will.

―Todavía no ―contestó―. Henry sigue insistiendo en Buford. ―Ganarás ―predijo Jem―. Siempre lo haces. Podrías ser una excelente Cónsul,

Charlotte. Charlotte frunció la nariz.

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―¿Una mujer Cónsul? ¡Después de todos los problemas que he tenido simplemente por dirigir el Instituto!

―Siempre debe haber una primera vez ―dijo Jem―. No es fácil ser el primero y no siempre es gratificante, pero es importante. ―Agachó la cabeza―. Cargas con uno de mis pocos pesares.

Charlotte lo miró, perpleja. ―Me hubiera gustado conocer al bebé. Dijo algo muy simple y triste, pero se alojó en el corazón de Charlotte como una

astilla de vidrio. Comenzó a llorar, las lágrimas se deslizaban silenciosas por sus mejillas.

―Charlotte ―dijo Jem, buscando consolarla―. Siempre has cuidado de mí. Cuidarás increíblemente a este bebé, vas a ser una madre maravillosa.

―No puedes darte por vencido, Jem ―dijo ella con voz ahogada―. Cuando te trajeron a mí, me dijeron que solo vivirías un año o dos. Has vivido casi seis años. Por favor, solo vive unos pocos días más, unos días más, por mí.

Jem le dio una mirada controlada. ―Viví por ti ―dijo―. Y viví por Will, y luego viví por Tessa… y por mí, porque

quería estar con ella. Pero no puedo vivir por otras personas para siempre. Nadie podría decir que la muerte encontró en mí un compañero dispuesto, o que me fui con facilidad. Si dices que me necesitas, me quedaré todo el tiempo que pueda por ti. Viviré por ti y los tuyos, y me iré peleando a la muerte hasta que me haya desgastado a huesos y astillas. Pero no sería mi elección.

―Entonces... ―Charlotte lo miró vacilante―. ¿Cuál sería tu elección? Tragó saliva, y bajó la mano para tocar el violín a su lado. ―Tomé una decisión ―anunció―. Lo hice cuando le dije a Will que se fuera. ―Bajó

la cabeza, y luego la miró, sus ojos pálidos con sombras azules se fijaron en el rostro de Charlotte, deseando que entendiera―. Quiero que se detenga ―continuó―. Sophie me dijo que todo el mundo sigue buscando una cura para mí. Sé que le di a Will mi permiso, pero quiero que todos dejen de buscar ahora, Charlotte. Se terminó.

Se estaba haciendo de noche cuando Cecily y Gabriel volvieron al Instituto. Salir y recorrer la ciudad con alguien, además de Charlotte o su hermano, había sido una experiencia única para Cecily, y se sentía sorprendida porque Gabriel Lightwood había sido buena compañía. La había hecho reír, aunque ella había hecho todo lo

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posible para ocultarlo; había llevado todos los paquetes muy amablemente, a pesar de que ella habría esperado que él protestara porque lo había tratado como a un lacayo.

Era cierto que probablemente no debería haber arrojado a esa hada a por el escaparate, o dentro del canal Limehouse después, pero no podía culparlo. Sabía perfectamente que no era el hecho de que el sátiro le hubiera mostrado imágenes impropias lo que había roto la calma, sino el recuerdo de su padre.

Era extraño, pensó mientras subía los escalones del Instituto, qué tan diferente era de su hermano. A ella le había agradado Gideon cuando había llegado a Londres, pero lo encontraba tranquilo y contenido, pues no hablaba mucho, y aunque a veces ayudaba a Will con su entrenamiento, era distante y pensativo, con todo el mundo excepto Sophie; con ella era posible ver destellos de humor. Podía tener un sentido del humor seco cuando quería, y tenía una naturaleza observadora oscura, junto a su alma tranquila.

Con fragmentos recogidos de Tessa, Will y Charlotte, Cecily había reconstruido la historia de los Lightwood y había empezado a comprender por qué Gideon era tan silencioso. En cierto modo, al igual que Will y ella misma, había dado la espalda a su familia deliberadamente y llevaba las cicatrices de esa pérdida. La elección de Gabriel había sido una diferente. Se había quedado junto a su padre y había observado su lento deterioro, físico y mental. ¿Qué había pensado mientras sucedía? ¿En qué momento se había dado cuenta de que su elección era equivocada?

Gabriel abrió la puerta del Instituto y Cecily entró; los recibió la voz de Bridget flotando por las escaleras.

O ¿ven o no el camino estrecho?, ¿Tan espeso plagado de espinas y cardos?

Ese es el camino de la justicia, Aunque pocos preguntan más allá. ¿Y no ven el ancho, ancho camino,

Que descansa al otro lado del campo de lirios? Ese es el camino de la maldad,

Aunque algunos lo llaman el camino al Cielo.

―Está cantando ―señaló Cecily, empezando a subir las escaleras―. Otra vez. Gabriel hizo un ruido mientras balanceaba los paquetes. ―Estoy muy hambriento. Me pregunto si ella me servirá un poco de pollo frío y

pan en la cocina, si le digo que no me importan sus canciones.

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―A todo el mundo le importan sus canciones. ―Cecily lo miró de reojo; tenía un perfil increíble. Gideon era guapo también, pero las facciones de Gabriel eran de ángulos agudos, mentón y pómulos sobresalientes, que para ella eran un conjunto más elegante―. No es su culpa, lo sabe ―dijo bruscamente.

―¿Qué no es mi culpa? ―Giraron desde las escaleras hacia el corredor del segundo piso.

A Cecily le parecía oscuro, pues las luces mágicas alumbraban con baja intensidad. Todavía oía a Bridget cantando:

Era una noche oscura, muy oscura, no había luz de estrellas,

Y caminaron con la sangre roja hasta la rodilla; Porque toda la sangre derramada sobre la tierra

Corre por las aguas de ese país.

―Su padre ―aclaró Cecily. El rostro de Gabriel se tensó. Por un momento, Cecily pensó que le iba a replicar

molesto, pero en cambio, solo se limitó a decir: ―Puede o no ser mi culpa, pero yo elegí cerrar los ojos ante sus crímenes. Creía en

él cuando era equivocado hacerlo, y él ha deshonrado el nombre Lightwood. Cecily se quedó en silencio por un momento. ―Vine aquí porque creía que los Cazadores de Sombras eran los monstruos que se

habían llevado a mi hermano; lo creía porque mis padres lo creían, pero se equivocaron. No somos nuestros padres, Gabriel. No tenemos que cargar con el peso de sus decisiones o sus pecados. Puede hacer brillar el nombre Lightwood nuevamente.

―Esa es la diferencia entre nosotros ―replicó él con no poca de amargura―. ―Eligió venir aquí, a mí me echaron de casa; me persiguió el monstruo que alguna vez fue mi padre.

―Bueno ―dijo Cecily con amabilidad―, no lo persiguió hasta aquí, solo hasta Chiswick, creo.

―¿Qué…? Ella le sonrió. ―Soy la hermana de Will Herondale. No se puede esperar que sea seria todo el

tiempo. Su expresión era tan cómica que ella se rió, y seguía riéndose cuando traspasaron la

puerta de la biblioteca… y ambos se detuvieron de golpe.

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Charlotte, Henry, y Gideon estaban sentados alrededor de una de las largas mesas. Magnus estaba a cierta distancia, junto a la ventana, con las manos entrelazadas a su espalda rígida. Henry parecía pálido y cansado, Charlotte lloraba, el rostro de Gideon era una máscara.

La risa murió en los labios de Cecily. ―¿Qué sucede? ¿Se ha sabido algo? ¿Will está…? ―No se trata de Will ―respondió Charlotte―. Es Jem. Cecily se mordió el labio, mientras su ritmo cardíaco se desaceleraba con un alivio

culpable. Había pensado primero en su hermano, pero obviamente era su parabatai quien estaba en peligro más inminente.

―¿Jem? ―suspiró. ―Sigue vivo ―informó Henry, en respuesta a su pregunta no formulada. ―Muy bien, entonces, lo tenemos todo ―dijo Gabriel, poniendo los paquetes sobre

la mesa―. Todo lo que pidió Magnus, la damiana, la raíz de cabeza de murciélago… ―Gracias. ―Magnus habló desde la ventana, sin volverse. ―Sí, gracias ―se hizo eco Charlotte―. Hicieron todo lo que pedí y estoy

agradecida, pero me temo que su misión fue en vano. ―Miró el paquete, y luego volvió a alzar la mirada. Estaba claro que le estaba tomando un gran esfuerzo hablar―. Jem ha tomado una decisión ―anunció―. Quiere que dejemos de buscar una cura. Tomó lo último que quedaba de yin fen; no hay más, y es una cuestión de horas. He convocado a los Hermanos Silenciosos. Es hora de decir adiós.

La sala de entrenamiento estaba oscura, las sombras se alargaban sobre el suelo y la luz de luna entraba por las ventanas de arco alto. Cecily estaba sentada en uno de los bancos desgastados mirando los patrones que la luz de la luna dibujaba sobre el piso de madera astillada.

Su mano derecha descansaba sobre el colgante rojo alrededor de su garganta. No podía evitar pensar en su hermano, una parte de su mente estaba en el Instituto, pero el resto estaba con Will: sobre un caballo, inclinada contra el viento, montando veloz por los caminos que separaban Londres de Dolgellau. Se preguntaba si Will tenía miedo, se preguntaba si volvería a verlo.

Tan concentrada estaba en sus pensamientos que se sobresaltó al oír el chirrido de la puerta. Se proyectó una sombra larga sobre el suelo y ella levantó la mirada para ver a Gabriel Lightwood parpadeando sorprendido.

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―Se oculta aquí, ¿verdad? ―preguntó―. Eso es… incómodo. ―¿Por qué? ―Cecily se sorprendió por lo ordinaria que sonaba su propia voz,

incluso tranquila. ―Porque yo también tenía la intención de esconderme aquí. Cecily se quedó en silencio por un momento. Gabriel en realidad parecía un poco

inseguro, algo extraño, ya que siempre solía ser muy confiado, aunque su confianza era más frágil que la de su hermano. Estaba demasiado oscuro para que pudiera ver el color de sus ojos o de su pelo. Por primera vez, Cecily pudo ver el parecido entre Gideon y él: tenían la misma barbilla decidida, los mismos ojos separados y una postura cuidadosa.

―Puede esconderse aquí conmigo ―propuso―, si lo desea. Él asintió con la cabeza y cruzó la habitación hasta donde ella estaba sentada, pero

en lugar de unírsele, se acercó a la ventana y miró hacia afuera. ―El carruaje de los Hermanos Silenciosos está aquí ―indicó. ―Sí ―dijo Cecily. Sabía, por leer el Códice, que los Hermanos Silenciosos además de

ser los médicos eran los sacerdotes del mundo de los Cazadores de Sombras. Era esperable encontrarse con ellos en lechos de muerte, lechos de enfermos y partos por igual―. Pensé que debía ver a Jem, por Will, pero no pude, no me atreví. Soy una cobarde ―añadió en el último momento. Nunca había pensado así de sí misma.

―Entonces yo también lo soy ―contestó él. La luz de la luna caía sobre un lado de su rostro, lo que producía la ilusión de que llevaba una máscara―. Vine aquí para estar solo y francamente, para estar lejos de los Hermanos, porque me dan escalofríos. Pensé que podría jugar al solitario. Si lo desea, podríamos jugar un partido de mendigo mi vecino.

―Como Pip y Estella en Grandes Esperanzas ―recordó Cecily, con una chispa de diversión―. Pero no, no sé cómo jugar a las cartas. Mi madre trató de mantener las cartas fuera de casa, dado que mi padre... tenía cierta debilidad por ellas. ―Miró a Gabriel―. Sabe, en algunas cosas somos iguales. Nuestros hermanos se fueron y nos quedamos solos, sin hermano o hermana, con un padre que se deterioraba. El mío estuvo un poco loco durante un tiempo después de que Will se fuera y Ella muriera. Le tomó años recuperarse, y mientras tanto, perdimos nuestra casa. Como usted perdió Chiswick.

―Chiswick nos fue arrebatado ―la corrigió Gabriel con un poco de amargura―. Y para ser honesto, lo lamento y a la vez no. Mis recuerdos del lugar… ―Se estremeció―. Mi padre se encerró en su estudio dos semanas antes de que viniera en busca de ayuda. Debería haber venido antes, pero era demasiado orgulloso, no quería

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admitir que estaba equivocado sobre Padre. Durante esas dos semanas apenas dormí, golpeaba la puerta de su estudio y le rogaba a mi padre que saliera, que hablara conmigo, pero solo oía ruidos inhumanos. Cerraba mi puerta con llave de noche y por la mañana encontraba sangre en las escaleras. Me dije a mí mismo que los sirvientes habían huido, pero sabía que no. Así que no, no somos iguales, Cecily, porque tú te fuiste; fuiste muy valiente. Yo me quedé hasta que no me quedó más remedio que marcharme, me quedé a pesar de que sabía que era incorrecto.

―Eres un Lightwood ―dijo Cecily―. Te quedaste porque eres leal a tu apellido. No es cobardía.

―¿No lo es? ¿La lealtad sigue siendo una cualidad noble cuando está mal dirigida? Cecily abrió la boca y volvió a cerrarla. Gabriel la miraba, sus ojos brillaban a la luz

de la luna. Parecía realmente desesperado por oír su respuesta. Se preguntó si tenía a alguien con quien hablar, se imaginaba que debía ser aterrador explicarle sus escrúpulos morales a Gideon, que parecía tan firme, como si nunca se hubiera cuestionado en la vida y no entendiera a los que sí lo hacían.

―Creo ―dijo, escogiendo sus palabras con cuidado―, que cualquier buena intención se puede volver algo malo. Mira el Maestro, él hace lo que hace porque odia a los Cazadores de Sombras, por lealtad a sus padres, que se preocupaban por él y que fueron asesinados, no es difícil comprenderlo. Y, sin embargo, nada lo excusa del resultado. Creo que cuando tomamos decisiones, porque cada elección es individual de las elecciones que se realizaron antes, tenemos que examinar no solo nuestras razones para llevarla a cabo, sino también preguntarnos qué resultado tendremos, y si se verán afectadas buenas personas por ello.

Hubo una pausa, y entonces él dijo: ―Eres muy sabia, Cecily Herondale. ―No lamentes mucho las decisiones que has tomado en el pasado, Gabriel ―le dijo

ella, consciente de que se estaban tratando de tú, pero no pudo evitarlo―. Solo toma las correctas en el futuro. Siempre somos capaces de cambiar e incluso mejorar.

―Eso ―señaló Gabriel― no es lo que mi padre habría querido para mí. A pesar de todo, me siento reacio a rechazar la esperanza de su aprobación.

Cecily suspiró. ―Podemos hacer nuestro mejor esfuerzo, Gabriel. Traté de ser la hija que mis

padres querían, la dama que deseaban que fuera. Vine para llevarme a Will y regresarlo junto a ellos, porque pensé que era lo mejor que podía hacer. Sabía que ellos estaban apenados porque él había escogido una senda diferente, pero es correcta para él, aunque es un camino extraño; es su camino. No escojas el camino que tu padre

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habría elegido para ti o la senda que tu hermano escogería. Sé el Cazador de Sombras que quieres ser.

Parecía muy joven cuando contestó: ―¿Cómo sabes que tomaré la decisión correcta? Fuera, los cascos de los caballos traquetearon contra el adoquinado del patio. Los

Hermanos Silenciosos se iban. «Jem» pensó Cecily, con un dolor en el corazón. Su hermano siempre lo había mirado como a una especie de Estrella del Norte, una brújula que siempre le apuntaría hacia la decisión correcta. Ella nunca había pensado que su hermano fuera afortunado, y ciertamente, no habría esperado hacerlo hoy. Sin embargo... sin embargo, en alguna manera sí había sido afortunado al tener siempre a quién recurrir de esa manera, y no tener que preocuparse constantemente de mirar las estrellas equivocadas.

Intentó que su voz sonara tan firme y fuerte como fuera posible, por ella tanto como por el chico junto a la ventana.

―Tal vez tengo fe en ti, Gabriel Lightwood.

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Traducido por Pamee

¡Paz, paz! Él no está muerto, no duerme, Ha despertado del sueño de la vida;

Somos nosotros quienes, perdidos en visiones tormentosas, continuamos Con fantasmas de una contienda inútil,

Y en un trance demente, atacamos con el cuchillo de nuestro espíritu Nadas invulnerables. Nos pudrimos

Como cadáveres en un osario; miedo y dolor Nos agitan y consumen día a día,

Y esperanzas frías se arremolinan como gusanos en nuestro lodo viviente. ―Adonais: Elegía a la muerte de John Keats, Percy Bysshe Shelley

El patio de la Posada del Hombre Verde era un lío de lodo para cuando Will frenó

su caballo agotado y se deslizó de la amplia espalda de Balios. Estaba cansado, rígido y adolorido por la silla de montar, y debido a la mala condición de los caminos y su agotamiento y el de su caballo, se había tardado demasiado. Ya estaba bastante oscuro, pero se sintió aliviado de ver a un mozo de cuadra corriendo hacia él, con las botas salpicadas de lodo hasta la rodilla y portando un farol que irradiaba un cálido brillo amarillo.

―¡Buenas! Es una tarde húmeda, señor ―dijo el chico con alegría, mientras se acercaba. Parecía un humano normal, pero tenía algo travieso que parecía de hada. A veces, la sangre de hada transmitida de generación en generación se notaba en humanos e incluso en Cazadores de Sombras, por la curva de un ojo o por el brillo de una pupila. Sin duda, el chico tenía la Visión. El Hombre Verde era bien conocido por ser estación de paso para Submundos. Will había esperado llegar allí al anochecer. Estaba cansado de fingir en frente de mundanos, cansado de usar glamour, cansado de esconderse.

―¿Húmedo? ¿Tú crees? ―murmuró Will, mientras el agua le corría del cabello hasta las pestañas. Tenía la vista sobre la puerta de la taberna, por la que se derramaba una acogedora luz amarilla.

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La luz casi se había desvanecido del cielo. Unas nubes negras y pesadas se vislumbraban en lo alto; pesadas con la promesa de más lluvia.

El chico tomó a Balios por la brida. ―Tiene uno de esos caballos mágicos ―exclamó. ―Sí. ―Will palmeó el costado agitado del caballo―. Necesita un masaje, y cuidado

especial. El chico asintió. ―Entonces, ¿usted es un Cazador de Sombras? No vemos muchos por estos lados.

Vimos a uno hace no mucho tiempo, pero era viejo y desagradable… ―Dime ―dijo Will―. ¿Hay habitaciones disponibles? ―No estoy seguro de si quedan de las privadas, señor. ―Bueno, quiero una privada, así que más vale que haya una. Y un establo para el

caballo, por la noche, y un baño y una comida. Corre y pon al caballo en su sitio, y yo veré lo que dice tu patrón.

El posadero era absolutamente complaciente, y a diferencia del chico, no hizo comentarios por las marcas que Will tenía en las manos o en la garganta, solo hizo las preguntas típicas:

«¿Quiere comer en un salón privado o en el comedor, señor?» Y «¿Quiere darse el baño antes o después de la cena?»

Will, que se sentía recubierto de lodo, optó por darse el baño primero, aunque accedió a cenar en el comedor. Había traído una gran cantidad de dinero mundano, pero el salón privado para la cena era un gasto innecesario, especialmente si no le importaba qué comía; la comida era combustible para el viaje, y eso era todo.

Aunque el posadero no había prestado atención al hecho de que Will fuera un Nefilim, hubo otros en el comedor de la posada que sí lo hicieron. Cuando Will se inclinó contra el mostrador, un grupo de hombres lobo jóvenes junto a la chimenea, que habían estado bebiendo la mayor parte del día, murmuraron algo entre ellos. Will intentó no notarlos mientras ordenaba botellas de agua caliente para él y afrecho para su caballo, como uno de esos caballeros jóvenes y prepotentes, pero los ojos de los hombres lobo se fijaban ávidos en él, y abarcaban cada detalle, desde su cabello húmedo y sus botas lodosas, hasta su pesado abrigo que no mostraba signo de si llevaba el acostumbrado cinturón de armas de los Nefilim debajo.

―Tranquilos, chicos ―dijo el más alto del grupo. Estaba sentado de espaldas al fuego, lo que dejaba su rostro en las sombras, aunque al mismo tiempo perfilaba sus dedos mientras sacaba una fina caja de cigarrillos mayólica y golpeaba pensativo la cerradura―. Lo conozco.

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―¿Lo conoces?―preguntó uno de los lobos más jóvenes, incrédulo―. ¿A ese Nefilim? ¿Un amigo tuyo, Scott?

―Oh, no es mi amigo. No exactamente. ―Woolsey Scott encendió la punta de su cigarrillo con una cerilla y observó al muchacho por sobre la pequeña llama, con una sonrisa insinuándose en los labios―. Pero es muy interesante que esté aquí. Muy interesante, sí.

―¡Tessa! ―La voz hizo eco en su oído, un grito desgarrador. Se sentó de golpe a la

orilla del río, temblando. ―¿Will? ―Se puso de pie y miró alrededor. La luna había pasado tras una nube y

el cielo era como mármol gris oscuro, atravesado por venas negras. El río fluía ante ella, de gris oscuro a la luz débil. Tras mirar alrededor, solo vio árboles nudosos, el empinado acantilado por el que había caído y un campo amplio que se extendía en la otra dirección: prados y cercas de piedra, y el ocasional punto distante de una granja o morada. No vio nada que pareciera una ciudad o un pueblo, ni siquiera un grupo de luces que pudiera indicar una aldea pequeña.

―Will ―susurró de nuevo, rodeándose con los brazos. Estaba segura de que había sido su voz la que había oído gritando su nombre; su voz era única. Pero era ridículo, él no estaba ahí, no podía estarlo. Tal vez, como Jane Eyre, quien había escuchado la voz de Rochester llamándola en los páramos, estaba medio soñando. Al menos era un sueño que la había hecho recuperar la consciencia.

El viento era como un cuchillo frío, que cortaba sus ropas y llegaba hasta su piel, ya que solo usaba un vestido delgado, hecho para estar en el interior, y no llevaba abrigo ni sombrero. Sus faldas seguían húmedas por el agua del río; su vestido y sus medias estaban desgarrados y manchados de sangre. Al parecer, el ángel le había salvado la vida, pero no había evitado que resultara herida. Lo tocó entonces, con la esperanza de orientación, pero estaba tan inmóvil y silencioso como siempre. Sin embargo, cuando alejó la mano de su garganta, escuchó la voz de Will en su cabeza:

«A veces, cuando tengo que hacer algo que no quiero, finjo que soy un personaje de un libro. Es más fácil saber lo que ellos harían.»

Un personaje de un libro, pensó Tessa, una que fuera buena y sensible, seguiría el arroyo. Un personaje de un libro sabría que los pueblos y moradas humanas a menudo se construyen junto al agua, y buscaría ayuda, en lugar de ir dando tumbos por el bosque.

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Se rodeó con los brazos con decisión y comenzó a caminar río abajo.

Para el momento en que Will volvió al comedor para la cena ―bañado, afeitado y

vestido con un saco y camisa limpia― la habitación estaba llena de personas. Bueno, no personas, exactamente. Cuando le mostraron su mesa, pasó una donde había trolls sentados encorvados sobre pintas de cerveza, con la apariencia de viejos nudosos, salvo por los colmillos que sobresalían de su mandíbula inferior. Un brujo delgado con una mata de cabello castaño greñudo y un tercer ojo en el centro de la frente estaba cortando una chuleta de ternera. Un grupo se sentaba acurrucado en una mesa junto al fuego. Hombres lobo, percibió Will, debido a que se comportaban como manada.

La habitación olía a humedad, a brasas y a comida, y su estómago rugió; no se había dado cuenta de lo hambriento que estaba.

Will estudió un mapa de Gales mientras bebía su vino (agrio, vinagre) y comía lo que le habían traído (un trozo duro de venado y papas) e hizo su mejor esfuerzo para ignorar las miradas de los otros clientes. Supuso que el mozo de cuadra había estado en lo correcto: no recibían muchos Nefilim por aquí. Sentía que sus marcas brillaban al rojo vivo.

Cuando terminó de comer y se llevaron sus platos, sacó un trozo de papel y compuso una carta:

Charlotte: Lo siento por dejar el Instituto sin tu permiso. Te pido perdón; sentía que no tenía otra

alternativa. Sin embargo, esa no es la única razón por la que te envío esta carta. Al costado del camino

encontré evidencia del paso de Tessa. De alguna forma, se las arregló para lanzar su collar de jade desde la ventana del carruaje, creo que para que pudiéramos rastrearla. Lo tengo conmigo ahora, es una prueba innegable de que nuestra suposición sobre el paradero de Mortmain era acertada; debe estar en Cadair Idris. Debes escribirle al Cónsul y exigirle que envíe un equipo completo a la montaña.

Will Herondale. Tras sellar la carta, Will llamó al posadero y confirmó que por media corona, el

muchacho la llevaría al carruaje nocturno para que la entregaran. Luego de pagar, Will volvió a sentarse, considerando si debería beber otra copa de vino para asegurarse de

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poder dormir, cuando sintió un dolor agudo y punzante en el pecho, como si le hubieran disparado una flecha. Will se echó hacia atrás, y su copa de vino cayó al suelo y se hizo añicos. Se puso de pie, apoyando ambas manos en la mesa. Era vagamente consciente de las miradas, y de la voz ansiosa del posadero en su oído, pero el dolor era demasiado grande como para pensar, casi demasiado grande para poder respirar.

La tirantez en su pecho, esa que creía era el final de un cordón que lo unía a Jem, se había estirado tanto que estaba estrangulando su corazón. Se alejó tambaleante de su mesa, pasó entre un grupo de clientes cerca de la barra, y se dirigió a las puertas de la posada. En lo único que podía pensar era en aire, en ingresar aire a sus pulmones para respirar.

Abrió las puertas y salió medio tambaleante a la noche. Por un momento, el dolor en su pecho se alivió, y cayó contra la pared de la posada. La lluvia caía, empapando su cabello y su ropa. Jadeó, y su corazón dio un vuelco con una mezcla de terror y desesperación. ¿Era simplemente estar alejado de Jem lo que lo afectaba? Nunca se había sentido así, ni siquiera cuando Jem había estado muy mal, ni siquiera cuando había estado herido y Will había sentido un dolor reflejo.

El cordón se rompió. Por un momento, todo se fue a blanco, y el patio se blanqueó como si fuera ácido.

Will se quedó de rodillas, y vomitó su cena en el lodo. Cuando pasaron los espasmos, se puso de pie tambaleante y se alejó a ciegas de la posada, como si intentara dejar atrás su propio dolor.

Se apoyó contra la pared de los establos, junto al abrevadero. Se dejó caer de rodillas, metió las manos al agua congelada… y vio su reflejo. Ahí estaba su rostro, tan pálido como la muerte, su camisa y una mancha de rojo que se extendía en el frente. Con manos húmedas, tomó las solapas y se abrió la camisa.

A la luz tenue que se derramaba de la posada, pudo ver que la runa parabatai, justo sobre su corazón, estaba sangrando.

Sus manos estaban cubiertas de sangre, sangre mezclada con lluvia, la misma lluvia que lavaba la sangre de su pecho y que mostraba que el color de la runa comenzaba a desteñirse de negro a plateado, haciendo que todo lo que había tenido sentido en la vida de Will, ahora fuera un sin sentido.

Jem estaba muerto.

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Tessa había estado caminando por horas, y sus finos zapatos tenían cortes por las rocas dentadas junto al lecho del río. Había comenzado casi corriendo, pero el agotamiento y el frío la habían superado, y ahora seguía el río cojeando con lentitud, aunque con determinación. La tela empapada de sus faldas la tiraban hacia abajo, como un ancla que la hundía hasta el fondo de un mar terrible.

No había visto señales de viviendas humanas en kilómetros, y estaba comenzando a perder las esperanzas en su plan, cuando apareció un claro a la vista. Había comenzado a caer una lluvia ligera, pero incluso a través de la llovizna vio el contorno de una construcción de piedra. Al acercarse, vio que lo que parecía ser una casa pequeña, con techo de paja y un sendero descuidado que llevaba hasta la puerta.

Aceleró el paso, pensando en una pareja bondadosa de granjeros, como una salida de un libro, que recibiría a una muchacha y la ayudaría a contactar a su familia; como habían hecho los Rivers por Jane en Jane Eyre. Sin embargo, cuando se acercó, notó la suciedad, las ventanas rotas y la hierba que crecía en el techo de paja. Su corazón se desmoronó: la casa estaba desierta.

La puerta ya estaba medio abierta, y la madera estaba inflada por la lluvia. Había algo atemorizante en la vacuidad de la casa, pero Tessa necesitaba un refugio con desesperación, tanto de la lluvia como de quién fuera que hubiera enviado Mortmain tras ella. Se aferró a la esperanza de que la señora Black pensara que había muerto por la caída, pero dudaba de que fuera tan fácil despistar a Mortmain. Después de todo, si había alguien que sabía lo que podía hacer su ángel mecánico, era él.

La hierba crecía entre las losas del suelo dentro de la casa también, y el centro estaba sucio, donde una olla ennegrecida colgaba todavía sobre los restos de un fuego; las paredes blancas estaban sucias por el hollín y el paso del tiempo. Cerca de la puerta, había un enredo de los que parecían implementos para cultivo; uno parecía un tubo largo de metal de punta curva, parecida a la de un tenedor, con dientes aún afilados. Tessa lo recogió, porque sabía que necesitaría algún tipo de defensa, luego pasó de la entrada hasta la otra habitación que tenía la casa: un dormitorio pequeño. Se sintió encantada al encontrar una manta mohosa sobre la cama.

Miró su vestido empapado sin esperanza. Le tomaría años quitárselo sin la ayuda de Sophie, y además, estaba desesperada por un poco de calidez. Se envolvió con la manta, ropas empapadas y todo, y se acurrucó en el colchón espinoso relleno de heno. Olía a moho y probablemente era el hogar de algunos ratones, pero en ese momento, parecía la cama más lujosa en la que Tessa se había estirado alguna vez.

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Sabía que era más prudente permanecer despierta, pero a pesar de todo, no pudo resistir las exigencias de su cuerpo agotado y maltratado. Tras apretar su arma contra el pecho, cayó en un sueño profundo.

―Entonces, ¿es él? ¿El Nefilim? Will no sabía cuánto tiempo había estado sentado hundido contra la pared del

establo, mojándose aún más con la lluvia, cuando salió el gruñido de la oscuridad. Levantó la cabeza, demasiado tarde para protegerse de la mano que se extendía hacia él. Un momento después, la manó lo tomó del cuello y lo puso de pie.

Will miró con ojos enturbiados por la lluvia y la agonía a un grupo de hombres lobo de pie frente a él en semicírculo. Tal vez eran cinco, incluyendo al que lo había golpeado contra la pared del establo y sostenía en un puño su camisa ensangrentada.

Todos estaban vestidos de forma similar, con trajes negros tan empapados por la lluvia, que brillaban como hule. Usaban el cabello largo, como todos los hombres lobo, y ninguno llevaba sombrero, por lo que el cabello se les pegaba a la cabeza.

―Quítenme las manos de encima ―dijo Will―. Los Acuerdos prohíben tocar a un Nefilim sin provocación…

―¿Sin provocación? ―El hombre lobo frente a él lo tiró hacia delante y luego lo lanzó contra la pared, otra vez. En circunstancias normales, lo más probable es que le hubiera dolido, pero estas no eran circunstancias normales. El dolor físico de la runa parabatai de Will había desaparecido, pero sentía el cuerpo entero seco y vacío. El sentido había abandonado su corazón―. Yo diría que es con provocación. Si no fuera por ti, Nefilim, el Maestro nunca habría venido tras nuestra manada con sus drogas sucias y sus mentiras inmundas…

Will miró a los hombres lobo con una emoción que bordeaba la hilaridad. ¿De verdad creían que podían herirlo, después de todo lo que había perdido? Durante cinco años había sido su verdad absoluta: Jem y Will. Will y Jem. Will Herondale vive, por lo tanto, James Carstairs vive también.

Quod erat demonstrandum12. Pensó que perder un brazo o una pierna sería doloroso, pero perder la verdad fundamental de tu vida se sentía… fatal.

―Drogas sucias y mentiras inmundas ―dijo Will, arrastrando las palabras―. Eso sí que suena antihigiénico. Aunque, dígname, ¿es verdad que en lugar de bañarse, los

12 Lo que se quería demostrar.

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hombres lobo solo se lamen una vez al año? ¿O se lamen el uno al otro? Porque eso es lo que he oído.

La mano en su camisa se tensó. ―Quieres ser un poco más respetuoso, Cazador de Sombras. ―No ―contestó Will―. En realidad, no. ―Lo hemos oído todo sobre ti, Will Herondale ―dijo uno de los hombres lobo―.

Siempre te arrastras frente a los Submundos por ayuda. Nos gustaría verte arrastrándote ahora.

―Van a tener que cortarme las rodillas, entonces. ―Eso ―dijo el hombre lobo que sostenía a Will―, se puede arreglar. Will entró en acción. Golpeó con la cabeza la cabeza del hombre lobo frente a él.

Ambos escucharon y sintieron el crujido horrible de la nariz del hombre lobo al quebrarse; la sangre cálida brotó a borbotones y manchó la cara del hombre, luego retrocedió tambaleante por el patio y cayó de rodillas sobre los adoquines. Se presionó la cara con las manos, intentando detener el flujo de sangre.

Una mano tomó el hombro de Will, y las garras atravesaron la tela de su camisa. Giró para enfrentar a los lobos y vio el destello plateado de la luz de la luna en el filo del cuchillo que el segundo hombre lobo tenía en la mano. Los ojos de su agresor brillaban a través de la lluvia, verde dorados y amenazantes.

«No vinieron para insultarme o herirme ―pensó Will―- están aquí para matarme». Durante un momento negro, Will se sintió tentado de permitirles que lo mataran.

La idea parecía ofrecer un alivio enorme: que se fuera todo el dolor, toda la responsabilidad, una simple sumersión en la muerte y el olvido. Se quedó inmóvil mientras el cuchillo avanzaba hacia él. Todo parecía estar pasando muy lentamente: el borde de hierro del cuchillo se movía hacia él, la cara de desprecio del hombre lobo estaba borrosa por la lluvia.

Lo que había soñado la noche anterior relampagueó ante sus ojos: Tessa, corriendo por un sendero verde hacia él. Tessa. Levantó la mano automáticamente y cogió la muñeca del hombre lobo en una mano y esquivó el golpe, balanceándolo por debajo del brazo. Bajó el brazo con fuerza y le quebró el hueso. El licántropo gritó, y a Will lo recorrió un rayo oscuro de alegría. La daga cayó a los adoquines cuando Will derribó a su oponente tras patearle las piernas, luego lo golpeó en la sien con el codo. El lobo se derrumbó y no se movió otra vez.

Will tomó la saga y giró para enfrentar a los otros. Solo quedaban tres de pie, y definitivamente, parecían menos seguros de sí mismos que antes. Sonrió, terrible y frío, y probó el sabor metálico de la lluvia y la sangre.

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―Vengan y mátenme ―los desafió―. Vengan y mátenme, si creen que pueden hacerlo. ―Pateó al hombre lobo inconsciente que estaba a sus pies―. Tendrán que hacerlo mejor que sus amigos.

Sacaron las garras y se lanzaron hacia él, pero Will se lanzó con fuerza contra los adoquines, y se golpeó la cabeza con la piedra. Unas garras arañaron su hombro; rodó hacia un lado bajo una ráfaga de golpes y levantó raudo su daga. Se escuchó un fuerte grito de dolor que terminó con un gimoteo, y el peso encima de Will, que se había estado moviendo y luchando, se quedó laxo. Will rodó hacia un lado y se puso de pie, luego giró.

El lobo que había apuñalado yacía con los ojos abiertos, muerto en un charco de sangre y lluvia. Los dos hombres lobo restantes estaban luchando por ponerse de pie, cubiertos de lodo y empapados de agua. Will sangraba de un hombro donde uno le había dejado una herida profunda con sus garras; el dolor era glorioso. Se rió a pesar de la sangre y el lodo, mientras la lluvia limpiaba la sangre de la hoja de su daga.

―Otra vez ―dijo, y apenas reconoció su voz, temblorosa, quebradiza y letal―. Otra vez.

Uno de los hombres lobo giró y se retiró. Will se rió otra vez y se volvió hacia el último de ellos, que estaba de pie congelado, con manos y garras extendidas; Will no estaba seguro de si era por valentía o terror, y no le importaba. Sentía la daga como una extensión de su muñeca, parte de su brazo. Con un buen golpe adelante y arriba, destrozaría huesos y cartílago, y lo apuñalaría en el corazón…

―¡Deténganse! ―La voz era dura, dominante y conocida. Will desvió los ojos hacia un lado. De pie en el patio, con los hombros encorvados contra la lluvia y expresión furiosa, estaba Woolsey Scott―. ¡Les ordeno, a los dos, que se detengan en este instante!

El hombre lobo bajó las manos a los costados instantáneamente, y sus garras desaparecieron. Inclinó la cabeza en el clásico gesto de sumisión.

―Amo… Una marea hirviente de furia se estrelló contra Will, borrando racionalidad,

sentido… todo excepto la furia. Se estiró y tiró al hombre lobo hacia él, y luego envolvió el brazo en el cuello del hombre, con la daga contra su garganta. Woolsey, solo a unos metros, se detuvo de golpe, y lo fulminó con la mirada.

―Acércate más ―dijo Will―, y le cortaré la garganta a tu lobito. ―Les dije que se detuvieran ―repitió Woolsey con tono moderado. Como siempre,

usaba un traje hermosamente cortado, con un abrigo de montar brocado encima, pero

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todo estaba empapado por el agua. Su cabello, aplastado contra su rostro y cuello, estaba descolorido por lluvia―. A los dos.

―¡Pero yo no tengo que escucharte! ―gritó Will―. ¡Estaba ganando! ¡Ganando! ―Miró alrededor del patio a los tres cuerpos dispersos de los lobos que había derribado: dos inconscientes, uno muerto―. Tu manada me atacó sin provocación. Rompieron los Acuerdos. Me estaba defendiendo. ¡Rompieron la Ley! ―Elevó la voz, que sonaba áspera e irreconocible―. Me deben su sangre, ¡y la tendré!

―Sí, sí, cubos de sangre ―dijo Woolsey―. ¿Y qué harías con ella si la tuvieras? No te importa este hombre lobo. Déjalo ir.

―No. ―Al menos libéralo para que pueda luchar contigo ―propuso Woolsey. Will dudó, luego soltó su agarre sobre el hombre lobo que sostenía, que enfrentó a

su líder de manada, en apariencia aterrorizado. Woolsey chasqueó los dedos en dirección al hombre lobo.

―Corre, Conrad ―lo instó―. Rápido. Y ahora. El hombre lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces: se dio la vuelta y salió

corriendo, para luego desaparecer tras los establos. Will se giró hacia Woolsey con cara de burla. ―Entonces, en tu manada son todos cobardes ―comentó―. ¿Cinco contra un

Cazador de Sombras? ¿Así funciona? ―No les dije que te siguieran aquí. Son jóvenes, estúpidos e impetuosos. Además,

Mortmain asesinó a la mitad de su manada. Culpan a los de tu tipo. ―Woolsey dio un paso más cerca; recorrió a Will con su mirada, tan fría como el hielo verde―. Asumo que tu parabatai está muerto, entonces ―añadió con un desenfado chocante.

Will no estaba listo para oír esas palabras, nunca estaría listo. La batalla le había aclarado la cabeza del dolor por un momento. Ahora amenazaba con regresar, del tipo que abarcaba todo, aterrador. Jadeó como si Woolsey lo hubiera golpeado, y dio un paso involuntario hacia atrás.

―¿Y vas a intentar que te maten por ello, Nefilim? ¿Eso es lo que pasa? Will se quitó el cabello húmedo del rostro y miró a Woolsey con odio. ―Tal vez sí. ―¿Es así como respetas su memoria? ―¿Qué importa? ―preguntó Will―. Está muerto. Nunca sabrá lo que hago o lo que

no hago. ―Mi hermano está muerto ―le contó Woolsey―. Todavía lucho por cumplir sus

deseos, por continuar el Praetor Lupus en su memoria, y vivir como él hubiera

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querido que viviera. ¿Crees que soy del tipo de persona que alguna vez preferiría encontrarse en un lugar así, consumiendo bazofia de cerdo y bebiendo vinagre, enterrado en lodo hasta la rodilla, observando a un mocoso Cazador de Sombras destruir aún más a mi ya disminuida manada, si no fuera por el hecho de que sirvo a un propósito mayor que mis propios deseos y pesares? Y tú también, Cazador de Sombras, tú también.

―Oh, Dios. ―La daga cayó de la mano de Will y aterrizó en el lodo a sus pies―. ¿Qué hago ahora? ―susurró.

No tenía idea de por qué le preguntaba a Woolsey, excepto que no había nadie más en el mundo a quién preguntarle. Ni siquiera cuando había pensado que estaba maldito se había sentido tan solo.

Woolsey lo miró con frialdad. ―Haz lo que tu hermano hubiera querido que hicieras ―le dijo, y luego se giró y

volvió con paso majestuoso hacia la posada.

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Traducido por K_ri^^

Estrellas, oculten sus fuegos; No dejen a la luz ver mis deseos negros y profundos.

―Macbeth, Shakespeare

Cónsul Wayland: Me dirijo a usted con un asunto de la mayor gravedad. Uno de los Cazadores de Sombras de

mi Instituto, William Herondale, se dirige a Cadair Idris mientras le escribo. Ha descubierto en su camino una pista inequívoca del paradero de la señorita Gray. Le adjunto su carta porque al leerla, estoy segura de que terminará convenciéndose del lugar donde se encuentra establecido Mortmain y de que debemos reunir a toda prisa las fuerzas de las que disponemos, para marchar inmediatamente hacia Cadair Idris. Mortmain ya ha demostrado en el pasado una notable capacidad para salir de las redes que le hemos lanzado. Debemos aprovechar este momento y golpear con toda la rapidez y fuerza posibles. Espero su pronta respuesta.

Charlotte Branwell.

La habitación estaba fría. El fuego se había consumido hacía mucho tiempo en la chimenea;

fuera, el viento aullaba mientras rodeaba el Instituto, haciendo vibrar los cristales de las ventanas. La lámpara de la mesilla de noche alumbraba con poca intensidad; Tessa se estremeció en el sillón junto a la cama, a pesar de que un mantón le envolvía los hombros.

En la cama Jem estaba dormido, con la cabeza apoyada en la mano. Respiraba apenas lo necesario como para mover un poco las mantas, su rostro estaba tan pálido como las almohadas.

Tessa se levantó y dejó caer el chal de sus hombros. Vestía un camisón, como la primera vez que vio a Jem, tras haber irrumpido en su habitación mientras él tocaba el violín junto a la ventana. ¿Will? él le había dicho. Will, ¿eres tú?

Jem se movió y murmuró algo mientras ella se arrastraba a la cama con él, y ponía las mantas sobre los dos. Puso las manos entre las de él, para que permanecieran entrelazadas;

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enredó sus pies con los de él y lo besó en la fría mejilla, calentándole la piel con su aliento. Poco a poco sintió que presionaba contra ella, como si su presencia le estuviera trayendo a la vida.

Abrió los ojos y la miró. Y eran azules, dolorosamente azules, el azul del cielo cuando se encuentra con el mar.

―¿Tessa? ―preguntó Will, y se dio cuenta de que era Will al que tenía entre sus brazos, un Will que moría, un Will que exhalaba su último aliento. Había sangre en su camisa, justo sobre su corazón, una mancha roja extendiéndose…

Tessa se sentó de golpe, jadeando. Por un momento, se quedó mirando a su alrededor, desorientada. La pequeña habitación oscura, la manta húmeda que la envolvía, sus propias ropas húmedas, incluso su cuerpo magullado, le parecían ajenos. Los recuerdos le regresaron como una inundación y con ellos una oleada de náuseas.

Extrañaba profundamente el Instituto, incluso de una manera que nunca había extrañado su casa en Nueva York. Echaba de menos la voz mandona pero cariñosa de Charlotte, la comprensión de Sophie, el ingenio de Henry, y por supuesto (no podía evitarlo) extrañaba a Jem y a Will. Estaba aterrorizada por Jem, por su salud, pero temía por Will también. La batalla en el patio había sido sangrienta y cruel. Cualquiera de ellos podría haber sido herido o asesinado. ¿Era ése el significado de su sueño, cuando Jem se convirtió en Will? ¿Cuándo Jem estaba débil, la vida de Will corría peligro? «Por favor, que ninguno de ellos muera ―oró en silencio―. Por favor, permítame morir antes de que alguno de los dos sufra daño alguno.»

Un ruido la sacó de su ensimismamiento, un chirrido seco y repentino que hizo que un brutal escalofrío le recorriera la espalda. Se quedó helada. Sin duda, era solo el rasgueo de una rama contra la ventana. Pero, no, ahí estaba otra vez: un chirrido, el ruido de algo arrastrándose.

Tessa se puso de pie en un momento, con la manta aún envuelta a su alrededor. El terror era como algo vivo en su interior. Todos los cuentos en los que había oído hablar de monstruos en la oscuridad del bosque parecían estar luchando por un espacio en su mente. Cerró los ojos, respirando profundamente, y vio los delgados autómatas en los escalones de la entrada del Instituto; sus sombras eran largas y grotescas, como de seres humanos convirtiéndose en sombras.

Apretó con más fuerza la manta a su alrededor, sus dedos se cerraron espasmódicamente sobre la tela. Los autómatas habían venido por ella a las escaleras del Instituto. Pero no eran muy inteligentes, solo eran capaces de seguir órdenes simples, de reconocer determinados seres humanos. Aun así, no podían pensar por sí mismos. Eran máquinas, y a las máquinas se las puede engañar.

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La manta estaba hecha de retazos, del tipo que habría cosido una mujer, una mujer que habría vivido en esta casa. Tessa contuvo el aliento y buscó con la mano en la manta un atisbo de la propietaria, de la firma o espíritu de cualquiera que la haya creado o poseído. Era como sumergir la mano en el agua oscura y buscar a tientas un objeto. Después de lo que pareció una eternidad, lo percibió: un destello en la oscuridad, la solidez de un alma.

Se concentró en ella, y se la envolvió a su alrededor tal como se aferraba a la manta. El cambio fue más fácil, menos doloroso. Vio cómo sus dedos cambiaban y se deformaban, convirtiéndose en las manos deformes de una anciana artrítica. Le aparecieron manchas en la piel, su espalda se encorvó y el vestido le comenzó a colgar del cuerpo, ya que la anciana era más pequeña. Cuando el pelo le cayó sobre los ojos, era blanco.

El sonido chirriante volvió. Una voz resonó en la mente de Tessa, la voz de mujer vieja y quejumbrosa exigiendo saber quién estaba en su casa. Tessa se tambaleó hacia la puerta, respirando entrecortadamente y con el corazón saliéndosele del pecho; se dirigió a la sala principal.

Por un momento no vio nada. Tenía los ojos lagañosos, como si trajera un velo; las formas se veían borrosas y lejanas. Entonces, algo pasó enfrente del fuego, y Tessa ahogó un grito.

Era un autómata, aunque lo habían construido para que pareciera casi humano. Tenía un cuerpo grueso, y vestía un traje gris oscuro, pero los brazos que sobresalían de las mangas eran largos y delgados, y terminaban en manos que parecían espátulas; la cabeza que se alzaba por encima del cuello era lisa y con forma de huevo. Tenía dos ojos saltones en la cabeza, pero la máquina no tenía otras facciones.

―¿Quién es usted? ―inquirió Tessa con la voz de la anciana, blandiendo la cosa afilada que había tomado un poco antes―. ¿Qué está haciendo en mi casa, criatura?

Lo criatura hizo un ruido como un chasquido, obviamente confundido. Un momento después, la puerta principal se abrió y entró la señora Black. Estaba envuelta en su capa negra, su rostro blanco resplandecía bajo la capucha.

―¿Qué está pasando aquí? ―exigió―. ¿Encontraste…? ―se interrumpió, mirando a Tessa.

―¿Qué está pasando? ―preguntó Tessa, la voz de la anciana salió en un gemido―. Debo preguntar qué hacen al irrumpir en la casa de personas perfectamente decentes… ―Parpadeó, como si quisiera dejar claro que no podía ver muy bien―. "¡Fuera de aquí, y llévese a su amigo con usted! ―La señaló con el objeto que sostenía

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(«Cuchilla legra ―dijo la voz de la anciana en su mente―, se usa para limpiar los cascos de los caballos, niña tonta»)―. No encontrará aquí nada que robar.

Por un momento pensó que había funcionado. El rostro de la señora Black estaba inexpresivo. Dio un paso hacia adelante.

―No ha visto a una joven por estos lugares, ¿verdad? ―preguntó―. Muy bien vestida, cabello castaño, ojos grises. La buscamos porque está perdida. Su familia la está buscando y ofrecen una buena recompensa.

―Una historia probable, estar en busca de una chica perdida ―dijo Tessa sonando tan hosca como pudo, cosa que no fue difícil. Tenía la sensación de que la anciana cuyo rostro llevaba había sido de una naturaleza especialmente hosca―. ¡Fuera he dicho!

El autómata zumbó. La señora Black apretó los labios, como si estuviera conteniendo la risa.

―Ya veo ―dijo―. ¿Puedo decir que es un collar muy fino el que llevas puesto, vieja?

La mano de Tessa voló a su pecho, pero ya era demasiado tarde. El ángel mecánico estaba allí, claramente visible, latiendo suavemente.

―Sujétala ―ordenó la señora Black con voz aburrida, y el autómata se tambaleó hacia delante, tratando de alcanzar Tessa, que dejó caer la manta y se echó hacia atrás, blandiendo la cuchilla. Se las arregló para dejar una larga herida en el pecho del autómata cuando éste se acercó y la tomó del brazo. La cuchilla cayó al suelo, y Tessa gritó de dolor mientras la puerta principal se abría de golpe y una marejada de autómatas llenaba la habitación, con los brazos extendidos hacia ella y las manos mecánicas enterrándose en su carne. Al saber que estaba sometida, al saber que no podría hacer nada bueno, por fin dejó de gritar.

Will despertó con el sol en la cara, parpadeó y abrió los ojos lentamente. Cielo azul. Se dio la vuelta y se estiró para quitarse la rigidez, mientras se sentaba. Estaba en la

ladera de una colina verde, fuera de la vista del camino Shrewsbury a Welshpool. No podía ver nada a su alrededor, pero había caseríos dispersos a la distancia, solo había pasado aldeas pequeñas en su frenética carrera de media noche desde el Hombre Verde; había cabalgado hasta que literalmente cayó al suelo del lomo de Balios por el

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agotamiento. Medio caminando y medio arrastrándose, había dejado al exhausto caballo con la nariz pegada al suelo a un lado del camino, donde él se había acurrucado y dormido, haciendo caso omiso de la fría lluvia que seguía cayendo.

En algún momento entre entonces y ahora el sol había salido, y le había secado la ropa y el cabello, aunque todavía estaba sucio, con la camisa hecha un desastre de barro y sangre apelmazados. Se puso de pie, el cuerpo le dolía. No se había molestado en usar ningún tipo de runa curativa la noche anterior. Había entrado a la posada (dejando un rastro de lluvia y barro tras él) solo para recuperar sus cosas, antes de regresar a los establos y liberar a Balios para precipitarse hacia la noche. Las heridas que había sufrido en su batalla contra la manada de Woolsey todavía le dolían, al igual que las magulladuras por haberse caído del caballo. Cojeaba mientras se dirigía hacia Balios que pastaba cerca a la sombra de roble. Tras hurgar en las alforjas consiguió una estela y un puñado de frutos secos. Usó la primera para trazar runas para el dolor y la curación, mientras masticaba.

Los acontecimientos de la noche anterior parecían estar a miles de kilómetros de distancia. Recordó la lucha contra los lobos, sus huesos al romperse y el sabor de su propia sangre, el barro y la lluvia. Recordó el dolor de su separación de Jem, a pesar de que ya no podía sentirlo. En lugar de dolor sentía el vacío, como si una gran mano hubiera tomado y cortado todo lo que lo convertía en humano de sus adentros, dejándole con solo el caparazón.

Cuando terminó con su desayuno, regresó la estela a su alforja, se quitó la camisa en ruinas, y la cambió por una limpia. Mientras lo hacía, no podía dejar de mirar hacia la runa parabatai en su pecho.

Ya no era negra, sino plateada, como una cicatriz antigua. Aún podía oír la voz de Jem en su cabeza, constante, seria y familiar: “Y sucedió… que el alma de Jonathan fue unida a el alma de David, y Jonathan lo amó como a su propia alma... Entonces Jonathan y David hicieron un pacto, porque él le amó como a su propia alma.” Fueron dos guerreros, y sus almas fueron unidas por el Cielo, y de eso Jonathan Cazador de Sombras tomó la idea de los parabatai, y codificó la ceremonia en la Ley.

Por años esa marca y la presencia de Jem habían sido todo lo que Will había tenido en su vida para asegurarle de que alguien lo amaba, todo lo que había tenido para saber que él era real y que existía. Pasó los dedos sobre los bordes de su desvanecida runa parabatai. Había pensado que la odiaría, que odiaría verla a la luz del sol, pero se encontró con la sorpresa de que no era así. Se alegró de que la runa parabatai no hubiera desaparecido de su piel. Una marca que hablara de una pérdida era todavía una marca, un recuerdo. No puedes perder algo que nunca has tenido.

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De la alforja tomó el cuchillo que Jem le había dado: una hoja estrecha con un intrincado mango de plata. A la sombra del roble, se cortó la palma de la mano y miró cómo la sangre corría por el suelo, empapando la tierra. Luego se arrodilló y hundió la hoja en el suelo ensangrentado. Arrodillado, balbuceó con una mano en la empuñadura:

―James Carstairs ―proclamó, y tragó saliva. Siempre había sido así, cuando más necesitaba decir algo, no podía encontrar cómo decirlo. Las palabras bíblicas del juramento parabatai le vinieron a la cabeza: «No me ruegues que te deje, porque volveré para seguirte; a donde sea que vayas, yo iré, y donde tú vivas, yo viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras, yo moriré, y allí seré sepultado. El Ángel será mi testigo y aún más, hasta que la muerte nos separe a ti y a mí.»

Pero no, eso es lo que se dice cuando se hace la unión, no cuando se rompe. A David y Jonathan también los había separado la muerte. Separados, mas no divididos.

―Te dije antes, Jem, que no me dejarías ―dijo Will, con la mano ensangrentada en la empuñadura de la daga―. Así que todavía estás conmigo. Cuando respire, estaré pensando en ti, porque sin ti habría muerto hace años. Cuando me despierte y cuando me acueste, cuando levante mis manos para defenderme o cuando me acueste para morir, estarás conmigo. Tú dijiste que nacemos y nacemos una y otra vez. Yo digo que hay un río que divide a los muertos y a los vivos. Lo que sí sé es que si nacemos de nuevo, te encontraré en otra vida, y que si hay un río, tu esperarás en sus orillas hasta que yo me una a ti, para que podamos cruzarlo juntos. ―Respirando profundamente soltó el cuchillo y retiró la mano. El corte en la palma de su mano ya estaba curándose, el resultado de la media docena de iratzes en su piel―. ¿Escuchaste eso, James Carstairs? Estamos unidos, tú y yo, por encima de la muerte que nos separa, a través de las generaciones que estén por venir. Para siempre.

Se puso de pie y miró el cuchillo. El cuchillo era de Jem, la sangre era suya. Este pedazo de tierra, si alguna vez lo encontraba de nuevo, si vivía para intentarlo, sería de ellos.

Se volvió a caminando hacia Balios, hacia Gales y Tessa, sin mirar atrás.

Para: Charlotte Branwell De: Cónsul Josiah Wayland Entregado por lacayo Mi querida señora Branwell:

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No estoy seguro de entender perfectamente su misiva. Parece increíble que una mujer sensata como usted deposite su confianza en la simple palabra de un niño notoriamente temerario y poco fiable como William Herondale una y otra vez ha demostrado ser. Desde luego, yo no lo haría. El señor Herondale salió, como lo demuestra su propia carta, sin su conocimiento a una persecución salvaje. Es totalmente capaz de inventar algo así con el fin de ayudar a su causa. No voy a movilizar a una gran parte de mis Cazadores de Sombras por el capricho y la palabra de un niño descarriado.

Ruego para que cesen sus perentorios gritos sobre Cadair Idris. Tenga en mente que el Cónsul soy yo, yo comando los ejércitos de Cazadores de Sombras, señora, no usted. En cambio, enfóquese en encontrar un mejor modo de mantener a sus Cazadores de Sombras bajo control.

Atentamente, Cónsul Josiah Wayland. ―Señora Branwell, hay un hombre que quiere verla. Charlotte levantó la vista para ver a Sophie esperando en la puerta. Lucía cansada,

como todos los demás y tenía las huellas inconfundibles del llanto bajo los ojos. Charlotte reconocía los signos: los había visto en sí misma en su espejo por la mañana.

Sentada detrás del escritorio en el salón, miraba la carta en su mano. No había esperado que el Cónsul Wayland estuviera contento por la noticia, pero tampoco había esperado este desprecio y rechazo. «Yo comando los ejércitos de Cazadores de Sombras, señora, no usted. En cambio, enfóquese en encontrar un mejor modo de mantener a sus Cazadores de Sombras bajo control.»

«Mantener bajo control.» Echaba chispas. Como si todos ellos fueran niños y ella nada más que su institutriz o niñera, haciéndolos desfilar frente al Cónsul solo cuando estuvieran lavados y vestidos, y ocultándolos en la sala de juego el resto del tiempo para que no le molesten. Eran Cazadores de Sombras, como lo era ella, y si él no creía que Will era confiable, entonces era un tonto. Él sabía de la maldición, se lo había dicho ella misma. La locura de Will siempre había sido como la de Hamlet, mitad actuada, mitad salvaje, y todo conducía a un fin determinado.

El fuego crepitaba en la chimenea, en el exterior, la lluvia caía coloreando los cristales de las ventanas con líneas plateadas. Esa mañana había pasado por el dormitorio de Jem, la puerta estaba abierta, la cama había sido despojada de sus sábanas y las posesiones habían sido retiradas; podría haber sido la habitación de cualquiera. Toda evidencia de sus años con ellos se había ido con el movimiento de una mano. Se apoyó contra la pared del pasillo, el sudor perlaba su frente, sus ojos ardían. «Raziel, ¿hice lo correcto?»

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Se pasó la mano por los ojos. ―¿Ahora, de entre todos los tiempos? No es el Cónsul Wayland, ¿verdad? ―No, señora. ―Sophie negó con la cabeza―. Es Aloysius Starkweather. Dice que

es un asunto de la mayor urgencia. ―¿Aloysius Starkweather? ―suspiró Charlotte. Algunos días simplemente

acumulaban horror tras horror―. Bueno, déjalo entrar, entonces. Dobló la carta que había escrito como respuesta al Cónsul, y acababa de sellarla

cuando Sophie volvió y anunció la entrada de Aloysius Starkweather a la habitación, antes de excusarse. Charlotte no se levantó de su escritorio. Starkweather se veía tal y como lo había hecho la última vez que lo había visto. Parecía haberse endurecido, como si a pesar de no rejuvenecer, tampoco envejeciera. Su cara era un mapa de líneas arrugadas, enmarcado con barba y pelo blancos. Sus ropas estaban secas, Sophie tuvo que haber colgado su abrigo abajo. El traje que llevaba era pasado de moda, y olía un poco a naftalina.

―Por favor, siéntese, señor Starkweather ―le pidió Charlotte tan cortés como pudo a alguien que sabía que no la aprobaba, y que había odiado a su padre. Pero él no se sentó. Sus manos estaban entrelazadas a su espalda, y cuando se volvió, examinando la habitación a su alrededor, Charlotte vio con un destello de alarma de que una de las mangas de su chaqueta estaba salpicada de sangre.

―Señor Starkweather ―dijo ella, levantándose―. ¿Está herido? ¿Debo llamar a los Hermanos?

―¿Herido? ―le ladró―. ¿Por qué habría de estarlo? ―Su manga ―señaló. Extendió el brazo y lo miró antes de soltar una carcajada. ―No es mi sangre ―dijo―. He estado en una pelea. Él se opuso... ―¿Se opuso a qué? ―A que le cortara todos los dedos y luego le rebanara la garganta ―contestó

Starkweather, mirándola a los ojos. Sus ojos eran de color gris oscuro, el color de la piedra.

―Aloysius. ―Charlotte se olvidó de ser cortés―. Los Acuerdos prohíben los ataques injustificados a los Submundos.

―¿Injustificado? Yo diría que esto fue provocado. Su gente asesinó a mi nieta. Mi hija casi muere de pena. La casa Starkweather destruida…

―Aloysius. ―Charlotte ahora estaba seriamente alarmada―. Su casa no ha sido destruida, todavía quedan Starkweather en Idris. No digo esto para minimizar su dolor, porque algunas pérdidas están con nosotros siempre. ―«Jem» pensó sin querer,

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y el dolor del recuerdo la empujó hacia su silla. Apoyó los codos en la mesa, con la cara entre las manos―. No sé por qué ha venido a decirme esto ahora ―murmuró―. ¿No ha visto las runas en la puerta del Instituto? Este es un momento de gran dolor para nosotros.

―¡He venido a decírtelo porque es importante! ―estalló Aloysius―. Es acerca de Mortmain, y Tessa Gray.

Charlotte bajó las manos. ―¿Qué sabe usted de Tessa Gray? Aloysius se giró. Se puso de pie frente al fuego, su larga sombra se proyectaba por

la alfombra persa en el suelo. ―No soy un hombre que piensa mucho en los Acuerdos ―comenzó―. Tú lo sabes,

has estado en los Consejos conmigo. Fui educado con la creencia de que todo lo tocado por los demonios era asqueroso y corrupto. Era el derecho de sangre de un Cazador de Sombras matar a estas criaturas y tomar lo que tenían como botín y tesoro. La habitación del botín del Instituto en York se quedó a mi cargo, y la seguí llenando hasta el día en que se aprobaron las nuevas leyes. ―Él frunció el ceño.

―Déjeme adivinar ―dijo Charlotte―. No se detuvo allí. ―Por supuesto que no ―replicó el anciano―. ¿Qué son las leyes del hombre ante

las del Ángel? Sé que es la forma correcta de hacer las cosas. Me mantuve en un perfil bajo, pero no he cesado de tomar botín, o en la destrucción de los Submundos que se cruzan en mi camino. Uno de ellos fue John Shade.

―El padre de Mortmain. ―Los brujos no pueden tener hijos ―gruñó Starkweather―. Era solo un chico

humano que encontraron y entrenaron. Shade le enseñó sus impías habilidades. Ganó su confianza.

―Es poco probable que los Shade robaran a Mortmain de sus padres ―comentó Charlotte―. Probablemente era un niño que habría muerto en algún orfanato de otra manera.

―Era antinatural. Los brujos no deben criar hijos humanos. ―Aloysius miraba fijamente las brasas―. Es por eso que allanamos la casa de Shade y lo matamos a él ya su esposa. El muchacho escapó. El príncipe mecánico de Shade. ―Resopló―. Tomamos varios de sus artículos y los llevamos al Instituto, pero ninguno de nosotros veía ni pies ni cabeza en ellos. Eso era todo lo que había sido, una redada de rutina. Todo iba de acuerdo a lo planeado. Así había sido, hasta que mi nieta nació: Adele.

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―Sé que murió en la ceremonia de su primer runa ―dijo Charlotte, llevándose la mano inconscientemente a su propio vientre―. Lo siento. Es una gran pena tener un niño enfermizo…

―¡Ella no nació enfermiza! ―ladró―. Era una niña sana, hermosa, con los ojos de mi hijo. Todo el mundo la adoraba, hasta que una mañana mi nuera nos despertó con un grito. Insistía en que la niña en la cuna no era su hija, a pesar de que se veía exactamente igual. Ella juró que conocía a su propia hija, y que eso no lo era; pensamos que se había vuelto loca. Aun cuando los ojos del bebé cambiaron de azules a grises, bueno, eso sucede a menudo con los niños. No fue hasta que tratamos de aplicarle las primeras marcas que empecé a darme cuenta de que mi nuera tenía razón. Adele… el dolor fue insoportable para ella, gritaba y gritaba y se retorcía, su piel ardía allí donde la estela la había tocado. Los Hermanos Silenciosos hicieron todo lo que pudieron, pero a la mañana siguiente estaba muerta.

Aloysius hizo una pausa y se quedó en silencio por un largo tiempo, mirando, como fascinado, el fuego.

―Mi nuera casi se volvió loca. No podía soportar permanecer en el Instituto. Yo me quedé. Sabía que ella estaba en lo cierto; Adele no era mi nieta. Había oído rumores de hadas y otros submundos que presumían que se habían vengado de los Starkweather, que habían tomado a uno de sus hijos y que lo habían reemplazado con una persona enferma. Ninguna de mis investigaciones produjo nada concreto, pero yo estaba decidido a averiguar dónde había ido a parar mi nieta. ―Se apoyó en la repisa de la chimenea―. Me había dado casi por vencido cuando Tessa Gray vino a mi Instituto en compañía de sus dos Cazadores de Sombras. Podría haber sido el fantasma de mi nuera, de lo parecida que era. Pero ella no parecía tener nada de sangre de Cazador de Sombras. Era un misterio, eso me dio el impulso para seguir.

»El hada que interrogué hoy me dio los últimos restos del rompecabezas. En su infancia, mi nieta fue sustituida por un niña humana que habían secuestrado, una criatura enfermiza que murió cuando se le hicieron las marcas, porque no era Nefilim. ―Había una grieta profunda en su voz, una fisura en la piedra―. A mi nieta la dejaron con una familia mundana para que la criaran, su enfermiza Elizabeth, fue elegida debido a su superficial parecido con Adele para sustituir a nuestra niña sana. Esa fue la venganza de la Corte contra mí. Ellos creían que yo había matado a uno de los suyos, por lo que ellos matarían a uno de los míos. ―Sus ojos eran fríos, y se fijaron en Charlotte―. Adele… Elizabeth se crio como una mujer normal con la familia mundana, sin saber lo que era. Y luego se casó con un hombre mundano. Su nombre era Richard, Richard Gray.

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―Su nieta ―dijo Charlotte lentamente―, ¿era la madre de Tessa? ¿Elizabeth Gray? ¿La madre de Tessa era una Cazadora de Sombras?

―Sí. ―Eso es un crimen, Aloysius. Hay que ir al Consejo con esto… ―A ellos no les importa Tessa Gray ―dijo Starkweather brutalmente―. Pero a

usted sí. Escuchará mi historia por eso, y puede ayudarme por la misma razón. ―Podría ―reconoció Charlotte―, y porque es lo correcto que hacer. Aunque

todavía no entiendo cómo entra Mortmain en esta historia. Aloysius se movía inquieto. ―Mortmain se enteró de lo que había pasado y decidió que haría uso de Elizabeth

Gray, una Cazadora de Sombras que no sabía que era una Cazadora de Sombras. Creo que Mortmain tomó a Richard Gray como un empleado con el fin de tener acceso a Elizabeth, creo que hizo que un demonio Eidolon fuera hasta ella, mi nieta, con la forma de su marido, y que lo hizo con el fin de dejarla embarazada de Tessa. Tessa fue siempre su objetivo. El hijo de un Cazador de Sombras y un demonio.

―Pero los hijos de los demonios y los Cazadores de Sombras nacen muertos ―contradijo Charlotte automáticamente.

―¿Incluso si el Cazador de Sombras no sabe que es un Cazador de Sombras? ―preguntó Starkweather―. ¿Incluso si no llevan runas?

―Yo… ―Charlotte cerró la boca. No tenía idea de cuál era la respuesta, pues por lo que sabía, la situación nunca se había producido. A los Cazadores de Sombras los marcaban desde niños, hombres y mujeres, todos ellos.

Pero Elizabeth Gray no lo había sido. ―Sé que la chica es una cambia-formas ―continuó Starkweather―, pero no creo

que sea por eso por lo que la quiere. Hay algo más que quiera que haga, algo que solo ella puede hacer. Ella es la llave.

―¿La llave para qué? ―Fueron las últimas palabras del hada con la que hablé esta tarde. ―Starkweather

miró la sangre en su manga―. Me dijo: «Ella será nuestra venganza por sus excesivas matanzas. Ella traerá la ruina a los Nefilim, y Londres arderá, y cuando el Maestro gobierne sobre todo, ustedes no serán para él nada más que ganado en un corral.» Incluso si el Cónsul no quiere ir en busca de Tessa por su bien, debería ir en su búsqueda al menos para evitar lo que me dijo el hada.

―Si es que ellos lo creen ―dijo Charlotte. ―Viniendo de tus labios, deberían ―dijo Starkweather―. Si viniera de mí, se

reirían y me tildarían de viejo loco, como lo han hecho durante años.

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―Oh, Aloysius. Ahora usted sobreestima la confianza que el Cónsul tiene en mí. Él dirá que soy una mujer tonta, crédula. Dirá que el hada le mintió… bueno, ellos no pueden mentir, pero sí torcer la verdad o contar lo que creen que es verdad.

El anciano miró hacia otro lado, moviendo la boca. ―Tessa Gray es la llave del plan de Mortmain ―dijo―. No sé cómo, pero lo es. He

venido a ti porque no confío en el Consejo con respecto a Tessa. Ella es en parte demonio. Recuerdo lo que yo he hecho en el pasado con cosas que eran parte demonio o sobrenaturales.

―Tessa no es una cosa ―dijo Charlotte―. Es una muchacha, y ha sido secuestrada y probablemente está aterrorizada. ¿No cree que si hubiera encontrado una manera de salvarla, no lo habría hecho ya?

―He hecho cosas malas ―reconoció Aloysius―. Quiero hacer esto bien. Mi sangre corre por las venas de esa chica, incluso si la sangre de un demonio también. Es mi bisnieta. ―Levantó la barbilla con los ojos llorosos, bordeados de rojo pálido―. Solo te pido una cosa, Charlotte. Cuando encuentres a Tessa Gray, la encontrarás, dile que es bienvenida a usar el apellido Starkweather.

«No hagas que me arrepienta de haber confiado en ti, Gabriel Lightwood.» Gabriel estaba sentado a la mesa de su habitación, con una hoja enfrente y una

pluma en la mano. Las luces de la habitación no estaban encendidas, y las sombras se extendían por las esquinas, y a largo a del piso.

Para: Cónsul Josiah Wayland De: Gabriel Lightwood Muy Honorable Cónsul: Me dirijo a usted hoy por fin con la noticia que me ha solicitado. Había esperado que

proviniera de Idris, pero el azar quiso que su fuente estuviera mucho más cerca de casa. Hoy, Aloysius Starkweather, director del Instituto de York, llegó a buscando a la señora Branwell.

Dejó la pluma y tomó una respiración profunda. Había oído el repiqueteo de la

campana del Instituto hacía unos momentos, había visto desde la escalera que Sophie dejaba entrar a Starkweather a la casa y lo conducía al salón. Después había sido

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bastante fácil detenerse ante la puerta y escuchar todo lo que pasaba dentro de la habitación.

Charlotte, después de todo, no esperaba que la espiaran. Él es un viejo enloquecido por el dolor, y como tal se ha inventado un elaborado conjunto de

mentiras con las que se explica a sí mismo su gran pérdida. Sin duda, es un ser digno de lástima, pero no es digno de que lo tomen en serio, además, la política del Consejo no debería creer en las palabras de los hombres poco confiables y locos.

Las tablas del suelo crujieron y Gabriel alzó la cabeza. El corazón le latía con fuerza. Si se trataba de Gideon… Gideon se horrorizaría al descubrir lo que estaba haciendo. Todos ellos lo harían. Pensó en la mirada de traición que florecería en el pequeño rostro de Charlotte si lo supiera y la desconcertada ira de Henry, pero más que nada, pensó en un par de ojos azules en un rostro con forma de corazón que lo mirarían con decepción. «Tal vez tengo fe en ti, Gabriel Lightwood.»

Cuando se puso la pluma de nuevo en la carta, lo hizo con tal ferocidad que la pluma casi atravesó el papel.

Lamento informar de esto, pero hablaban tanto del Consejo como del Cónsul con gran falta de respeto. Está claro que la señora Branwell está resentida por lo que ella ve como interferencia innecesaria en sus planes. Aceptó las afirmaciones descabelladas del señor Starkweather, acerca de que Mortmain ha provocado que demonios y Cazadores de Sombras engendren, lo cual es imposible y totalmente increíble. Parece que usted tenía razón, y que ella es demasiado testaruda y fácilmente influenciables para dirigir un Instituto correctamente.

Gabriel se mordió el labio y se obligó a no pensar en Cecily, sino a pensar en la Casa Lightwood, en su derecho de nacimiento, y en restaurar el buen nombre de los Lightwood, la seguridad de su hermano y su hermana. No estaba dañando a Charlotte en realidad, era solamente una cuestión de su posición, no de su seguridad. El Cónsul no tenía planes oscuros para ella. Seguramente sería más feliz en Idris, o en alguna casa de campo, mirando a sus hijos correr sobre césped verde y sin preocuparse constantemente por el destino de todos los Cazadores de Sombras.

Aunque la señora Branwell le exhorta a que envíe una fuerza de Cazadores de Sombras hacia Cadair Idris, quien haga de las opiniones de los locos y los histéricos la piedra angular de su política, no es absolutamente de fiar.

Si es necesario, juraré por la Espada Mortal que todo esto es verdad. Suyo en nombre de Raziel, Gabriel Lightwood.

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Traducido por CairAndross

¡Oh, Amor! quién peor se lamenta por La fragilidad de todas las cosas aquí

¿Por qué eliges las más frágiles, Para tu cuna, tu casa, y tu féretro?

―Líneas: Cuando la Lámpara se Rompe, Percy Bysshe Shelley Para: Cónsul Josiah Wayland. De: Charlotte Branwell. Estimado Cónsul Wayland: Hace solo momentos, he recibido noticias de la más grave importancia, las que me apresuro a

comunicarle. Un informante, cuyo nombre no puedo revelar en este momento, pero por quien garantizo es confiable, me ha transmitido detalles que me sugieren que la señorita Gray no es una fantasía pasajera de Mortmain, sino la clave para su principal objetivo: a saber, la destrucción completa de todos nosotros.

El Maestro planea construir dispositivos con un poder mayor al de cualquiera que hayamos visto antes, y tengo el profundo temor que las habilidades únicas de la señorita Gray le ayudarán en esta tarea. Ella nunca tendría la intención de hacernos daño, pero no sabemos qué amenazas o humillaciones le dispensará Mortmain. Es imperativo que sea rescatada, tanto para salvarnos a todos, como para ayudarla.

A la luz de esta nueva información, le imploro, una vez más, que reúna todas las fuerzas que pueda y marche a Cadair Idris.

Le saluda atentamente, y con angustia sincera. Charlotte Branwell.

Tessa se despertó con lentitud, como si la conciencia se encontrara al final de un

pasillo largo y oscuro, y ella estuviera caminando hacia allí a paso de tortuga, con la mano extendida. Finalmente la alcanzó y cruzó la puerta abierta, para revelar…

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Una luz cegadora. Era una luz dorada, no la pálida luz mágica. Se sentó y miró a su alrededor.

Estaba en una simple cama de bronce, con un grueso edredón de plumas sobre un segundo colchón y una pesada colcha por encima. La habitación lucía como si hubiera sido tallada en una cueva. Había un vestidor alto y un palanganero con una jarra azul encima; también había un armario, con la puerta entreabierta lo suficiente para que Tessa pudiera ver las prendas colgadas en su interior. No había ventanas, aunque sí una chimenea en la que ardía una alegre fogata. A cada lado de la chimenea, pendían retratos.

Salió de la cama y tembló cuando sus pies descalzos encontraron la piedra fría. No estaba tan dolorida como esperaba, pero su estado era bastante maltrecho. Bajó la mirada y se llevó dos sobresaltos, uno tras otro: el primero, debido a que lo único que llevaba era una enorme bata de seda negra. El segundo, debido a que sus cortes y contusiones parecían haber desaparecido por completo. Todavía se sentía ligeramente adolorida, pero su piel, pálida contra la seda negra, estaba inmaculada. Al tocar su cabello, se percató de que estaba limpio y suelto sobre sus hombros, ya sin rastros de lodo y sangre.

Eso le dejaba la cuestión de quién la había limpiado, curado y metido en la cama. Tessa no recordaba nada, más allá de estar luchando contra los autómatas en la pequeña granja, mientras la señora Black reía. Eventualmente, uno de ellos la había estrangulado hasta hacerle perder la conciencia, y una misericordiosa oscuridad había llegado. Aun así, la idea de la señora Black desvistiéndola y bañándola era horrible, aunque quizás no tan horrible como la idea de que lo hubiese hecho Mortmain.

La mayoría de los muebles de la habitación estaban amontonados a un lado de la cueva. La otra mitad estaba desnuda en gran parte, aunque podía ver el rectángulo negro de una puerta recortado contra la pared del fondo. Después de un breve vistazo a su alrededor, se dirigió hacia allí…

Solo para de bruces a mitad de la habitación. Se tambaleó para enderezarse, ciñéndose la bata con más fuerza, con la frente escocida allí donde se había golpeado contra algo. Con cautela extendió la mano buscando en el aire frente a ella y encontró una dureza sólida, como si una pared de cristal perfectamente claro se interpusiera entre ella y el otro lado de la habitación. Apoyó las manos contra eso. Podría ser invisible, pero era duro como el diamante. Levantó las manos, preguntándose cuán alto podría llegar…

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―Yo no me molestaría ―dijo una voz fría y familiar desde la puerta―. La configuración se extiende por todo la cueva, de pared a pared, del suelo al techo. Está completamente encerrada tras ella.

Tessa se había estirado; ante eso, se dejó caer sobre sus pies y retrocedió un paso. Mortmain. Era exactamente como lo recordaba. Un hombre enjuto, no muy alto, con un rostro

curtido y una barba pulcramente recortada. Extraordinariamente normal, salvo por los ojos, tan fríos y grises como una tormenta de nieve invernal. Llevaba un traje color gris paloma, no demasiado formal; el tipo de ropa que un caballero usaría una tarde en el club. Sus zapatos estaban lustrados hasta destellar.

Tessa no dijo nada, solo se ajustó más la bata negra. Ésta era voluminosa, y ocultaba completamente su cuerpo, pero sin la contención de la camisa y el corsé, las medias y la combinación, se sentía desnuda y expuesta.

―No se preocupe ―continuó Mortmain―. No puede tocarme a través de la pared, pero yo tampoco puedo tener contacto con usted. No sin disolver el hechizo mismo, y eso tomaría tiempo. ―Hizo una pausa―. Deseo que se sienta a salvo.

―Si deseaba que me sintiera a salvo, debió dejarme en el Instituto. ―El tono de Tessa era tan frío, que podría congelarlo hasta los huesos.

Mortmain no respondió a eso, solo ladeó la cabeza y entrecerró los ojos, como un marinero escudriñando el horizonte.

―Mis condolencias por la muerte de su hermano. Nunca quise que eso sucediera. Tessa sintió que su boca se torcía en una forma terrible. Habían pasado dos meses

desde que Nate murió en sus brazos, pero ella no había olvidado ni perdonado. ―No quiero su compasión, o sus buenos deseos. Usted lo convirtió en una de sus

herramientas, y luego él murió. Fue culpa suya, tan cierto como si usted le hubiera disparado en la calle.

―Supongo que sería de poco provecho el señalar que fue él quien me buscó. ―Era solo un niño ―contraatacó Tessa. Quería dejarse caer de rodillas, quería

golpear la barrera invisible con los puños, pero se mantuvo erguida y fría―. Ni siquiera tenía veinte años.

Mortmain deslizó sus manos dentro de sus bolsillos. ―¿Sabe lo que fue mi vida, cuando era un niño? ―preguntó, en un tono tan sereno

como si hubiera estado sentado a su lado en una cena y se viera obligado a entablar conversación.

Tessa pensó en las imágenes que había visto en la mente de Aloysius Starkweather.

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El hombre era alto, de hombros anchos… y de piel color verde, como un lagarto. Su cabello era negro. El niño que llevaba de la mano, por contraste, parecía tan normal como podría serlo un niño… pequeño, con las mejillas regordetas, la piel rosada.

Tessa conocía el nombre del hombre, porque Starkweather lo conocía. John Shade. Shade alzó al niño sobre sus hombros, mientras brotaba un puñado de criaturas metálicas de

extraño aspecto por la puerta de la casa, eran como las muñecas articuladas de una niña, pero de tamaño humano y con la piel hecha de metal brillante. Las criaturas no tenían rasgos. Aunque, curiosamente, llevaban ropas: algunos, toscos monos de trabajo de los granjeros de Yorkshire y los demás, vestidos de muselina lisa. Los autómatas se cogieron de la mano y comenzaron a balancearse, como si estuvieran en un baile campestre. El niño rió y batió palmas.

―Míralos bien, hijo mío ―dijo el hombre de piel verde―, porque algún día, voy a gobernar un reino mecánico de tales seres, y tú serás su príncipe.

―Sé que sus padres adoptivos eran brujos ―dijo ella―. Sé que se preocupaban por usted, sé que su padre inventó las criaturas mecánicas de las que está tan enamorado.

―Y sabe lo que les sucedió. …una habitación desgarrada, engranajes, levas, trajes y metal rasgado por todas partes, un

fluido que goteaba, negro como la sangre, y el hombre de piel verde y una mujer de cabello azul yaciendo muertos entre las ruinas…

Tessa apartó la mirada. ―Déjeme hablarle de mi infancia ―dijo Mortmain―. Usted los llama padres

adoptivos, pero ellos fueron mis padres, más de lo que podría haberlo hecho cualquier cantidad de sangre que compartiéramos. Me criaron con cuidado y amor, al igual que los suyos hicieron con usted. ―Hizo un gesto hacia la chimenea y Tessa se dio cuenta, con un sobresalto agudo, que los retratos que pendían a cada lado eran los de sus propios padres: su madre de cabello rubio, y su padre, de aspecto pensativo, con el cabello castaño y la corbata desarreglada―. Y luego, ellos fueron asesinados por Cazadores de Sombras. Mi padre quería crear estos autómatas hermosos, estas criaturas mecánicas, como usted las llama. Soñaba que fueran las máquinas más grandes que se hubieran inventado, y que protegerían a los Submundos contra los Cazadores de Sombras, que los asesinaban y robaban en forma rutinaria. Ha visto las ruinas en el Instituto de Starkweather. ―Escupió las últimas palabras―. Ha visto los pedazos de mis padres. Él conservó la sangre de mi madre en una jarra.

Y los restos de brujos. Manos con garras momificadas, como las de la señora Black. Un cráneo desollado, completamente descarnado, de aspecto humano, exceptuando que tenía colmillos en lugar de dientes; viales llenos de sangre de aspecto lodoso.

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Tessa tragó saliva. «La sangre de mi madre en una jarra.» No podía decir que no comprendiera la rabia del hombre. Y aun así… pensó en Jem, en sus padres que murieron frente a él, en su vida destrozada; y aun así, él nunca buscó venganza.

―Sí, eso fue horrible ―admitió Tessa―. Pero no justifica las cosas que ha hecho. Algo muy profundo destelló en los ojos de Mortmain: ira, rápidamente sofocada. ―Déjeme contarle qué es lo que he hecho ―prosiguió―. He creado un ejército. Un

ejército que, una vez que la pieza final del rompecabezas esté en su sitio, será invencible.

―Y la pieza final del rompecabezas… ―Es usted. ―Dice eso una y otra vez, y sin embargo, se niega a explicarlo ―adujo Tessa―.

Exige mi cooperación y, aun así, no me dice nada. Me tiene prisionera aquí, señor, pero no puede obligarme a conversar con usted, o prestarme de buena voluntad, si escojo no hacerlo…

―Usted es mitad Cazador de Sombras, mitad demonio ―reveló Mortmain―. Eso es lo primero que debe saber.

Tessa, ya a medio girar para apartarse, se paralizó. ―Eso no es posible. La progenie de Cazadores de Sombras y demonios nace sin

vida. ―Sí, son inviables ―asintió él―. Lo son. La sangre de un Cazador de Sombras, las

runas en el cuerpo de un Cazador de Sombras, son la muerte para el niño brujo en el útero. Pero su madre no tenía las Marcas.

―¡Mi madre no era una Cazadora de Sombras! ―Tessa miró enloquecida el retrato de Elizabeth Gray junto a la chimenea―. O ¿está insinuando que ella le mintió a mi padre, que le mintió a todo el mundo durante toda su vida…?

―Ella no lo sabía ―le explicó Mortmain―. Los Cazadores de Sombras no lo sabían, no hubo nadie que se lo dijera. Mi padre construyó su ángel mecánico, ya lo sabe. Se suponía que iba a ser un regalo para mi madre. Contiene en su interior un poco del espíritu de un ángel, una cosa rara, algo que él había llevado consigo desde las Cruzadas. El mecanismo en sí estaba destinado a estar en sintonía con la vida de ella, de modo que, cada vez que su vida estuviera en peligro, el ángel intervendría para protegerla. En cualquier caso, mi padre nunca tuvo la oportunidad de terminarlo. Fue asesinado primero. ―Mortmain comenzó a pasear, de lado a lado―. Mis padres no estaban acusados de asesinato, por supuesto. Starkweather y los de su tipo se deleitaban en masacrar Submundos, se hicieron ricos con los botines y aprovechaban la más mínima excusa para ejercer la violencia contra ellos. Por eso era odiado por la

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comunidad de los Submundos. Fueron las hadas del campo quienes me ayudaron a escapar cuando mis padres fueron asesinados, y quienes me ocultaron hasta que los Cazadores de Sombras dejaron de buscarme. ―Dio un suspiro tembloroso―. Años más tarde, cuando decidieron vengarse, les ayudé. Los Institutos están protegidos contra la entrada de Submundos, pero no contra mundanos, y por supuesto, no contra autómatas.

Él esbozó una sonrisa terrible. ―Fui yo, con la ayuda de una de las invenciones de mi padre, quien se deslizó en el

Instituto de York y cambió el bebé que estaba en la cuna por un descendiente de mundano. La nieta de Starkweather, Adele.

―Adele ―susurró Tessa―. Vi un retrato de ella. ―Una chica muy joven, con largo cabello rubio, llevaba un anticuado vestido infantil, con un gran listón coronando su pequeña cabeza. Tenía el rostro delgado, pálido y enfermizo, pero sus ojos eran brillantes.

―Ella murió cuando le marcaron con las primeras runas ―dijo Mortmain, regodeándose―. Murió gritando, como tantos Submundos lo habían hecho antes, a manos de los Cazadores de Sombras. Ahora, ellos habían matado a uno que llegaron a amar. Una compensación apropiada.

Tessa lo miraba horrorizada. ¿Cómo podía pensar alguien que morir en agonía era una compensación adecuada para un niño inocente? Volvió a pensar en Jem, sus manos suaves sobre el violín.

―Elizabeth, su madre, creció sin saber que era una Cazadora de Sombras. No la marcaron con runas; seguí su crecimiento, por supuesto, y cuando se casó con Richard Gray, me aseguré de darle empleo. Yo creía que la falta de runas en su madre significaba que ella podría concebir un niño que fuera mitad demonio, mitad Cazador de Sombras y, para probar esa teoría, le envié un demonio con la forma de su padre. Ella nunca supo la diferencia.

Solo el vacío en el estómago de Tessa le impidió vomitar. ―¿Usted… le hizo qué cosa… a mi madre? ¿Un demonio? ¿Soy mitad demonio? ―Era un Demonio Mayor, si eso la consuela. La mayoría fueron ángeles una vez.

En su aspecto verdadero, él era bastante agradable a la vista. ―Mortmain sonrió con ironía―. Antes de que su madre quedara embarazada, yo había estado trabajando durante años para terminar el ángel mecánico de mi padre. Lo terminé y, después de que usted fue concebida, lo ajusté a su vida. Mi invento más grande.

―Pero, ¿por qué mi madre consintió en usarlo? ―Para salvarla ―respondió Mortmain―. Su madre se dio cuenta de que algo

andaba mal cuando quedó embarazada. Llevar un niño brujo no es como llevar un

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niño humano. Acudí a ella y le di el ángel mecánico. Le dije que, si lo llevaba, salvaría la vida de su hijo. Ella me creyó, pues yo no mentía. Usted es inmortal, niña, pero no invulnerable, puede ser asesinada. El ángel está en sintonía con su vida; está diseñado para salvarla si está en peligro de muerte. Quizás le ha salvado un centenar de veces, antes de que naciera siquiera, y la ha salvado desde entonces. Piense en todas las veces que has estado cerca de la muerte, piense en la forma en que éste ha intervenido.

Tessa recordó el modo en que su ángel había volado hacia el autómata que la estrangulaba, cómo la había defendido de los cuchillos de la criatura que la había atacado cerca de la mansión Ravenscar, cómo había evitado que quedara hecha pedazos por las rocas del barranco.

―Pero no me salvó de la tortura, ni de las heridas. ―No, porque ésas son parte de la condición humana. ―Al igual que la muerte ―señaló Tessa―. Yo no soy humana y usted permitió que

las Hermanas Oscuras me torturaran. Nunca podría perdonarlo por eso, incluso si me convence de que la muerte de mi hermano fue por culpa de él, que la muerte de Thomas estaba justificada y que su odio es razonable, yo nunca podría perdonarle por eso.

Mortmain levantó una caja que estaba a sus pies y la volcó. Se produjo un sonido traqueteante cuando unas piezas cayeron de ésta: dientes y levas y engranajes, pedazos de metal rasgado y manchado de un fluido negro, y por último, rebotando sobre el resto de la basura como la pelota de goma roja de un niño, una cabeza cortada.

La de la señora Black. ―La he destruido ―dijo él―. Por usted. Deseo mostrarle que soy sincero, señorita

Gray. ―¿Sincero en qué? ―exigió saber Tessa―. ¿Por qué está haciendo todo esto? ¿Por

qué me ha creado? Los labios de Mortmain se curvaron ligeramente; no era una sonrisa, no en realidad. ―Con dos fines. El primero, es que usted puede tener hijos. ―Pero los brujos no pueden… ―No ―coincidió Mortmain―. Pero usted no es una bruja ordinaria. En usted, la

sangre de demonios y la sangre de ángeles han luchado su propia guerra en el Cielo, y los ángeles han resultado victoriosos. Usted no es una Cazadora de Sombras, pero tampoco es una bruja; es algo nuevo, algo completamente diferente. Cazadores de Sombras ―espetó―. Todo híbrido de Cazador de Sombras y demonio muere, y los Nefilim están orgullosos de eso, felices de que su sangre nunca será mezclada o su linaje manchado por la magia. Pero usted, usted puede hacer magia y puede tener

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hijos, como cualquier otra mujer. No durante unos años, pero sí cuando alcance la plena madurez, el mayor de los brujos vivos me lo ha asegurado. Juntos empezaremos una nueva raza, con la belleza de los Cazadores de Sombras y ninguna marca de brujo. Será una raza que destrozará la arrogancia de los Cazadores de Sombras al reemplazarlos sobre esta tierra.

Las piernas de Tessa dejaron de funcionar y se dejó caer al suelo; su bata se desparramó a su alrededor como agua negra.

―¿Usted… quiere utilizarme para concebir a sus hijos? Ahora, él sonrió. ―No soy un hombre sin honor ―anunció―. Le ofrezco matrimonio. Siempre lo

planeé así. ―Hizo un gesto hacia el lamentable montón de carne y metal desgarrado que había sido la señora Black. ―Si puedo contar con su participación voluntaria, lo preferiría así y puedo prometerle que acabaré con todos sus enemigos.

Mis enemigos. Pensó en Nate, en cómo apretaba sus manos mientras moría ensangrentado sobre su regazo; pensó una vez más en Jem, en que él nunca se rebeló contra su destino, sino que lo enfrentó con valentía; pensó en Charlotte, quien lloró por la muerte de Jessamine, a pesar de que Jessie la había traicionado; y pensó en Will, que había enterrado su corazón para que ella y Jem pudieran seguir adelante, porque los amaba a ellos más de lo que se amaba a sí mismo.

Había bondad humana en el mundo, pensó… todos estaban atrapados por deseos y sueños, pesares y amarguras, resentimientos y poderes, pero ahí estaba, y Mortmain nunca lo vería.

―Nunca entenderá ―dijo Tessa―. Dice que construye, que inventa, pero conozco un verdadero inventor, Henry Branwell, y usted no se le parece en nada. Él da vida a las cosas; usted solo las destruye. Y ahora, me trae otro demonio muerto, como si fueran flores en lugar de más muerte. Usted no tiene sentimientos, señor Mortmain, no tiene empatía con nadie. Aún si yo no lo hubiera sabido antes, lo ha dejado muy claro cuando intentó utilizar la enfermedad de James Carstairs para obligarme a venir aquí. A pesar que él está muriendo por su culpa, nunca me permitió venir… nunca tomó el yin fen que usted envió. Así es como actúan las buenas personas.

Ella vio la expresión en el rostro del hombre: decepción. Estuvo allí solo por un momento, hasta que la reemplazó una mirada astuta.

―¿No le permitió venir? ―inquirió―. Eso quiere decir que no la he juzgado mal; lo hubiera hecho, hubiera venido a mí, aquí, por amor.

―No por amor a usted.

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―No ―dijo él pensativo― no por mí. ―Y extrajo de su bolsillo un objeto que Tessa reconoció de inmediato.

Miró el reloj que él le tendía, colgando de su cadena de oro completamente desenrollada. Hacía tiempo que las manecillas habían dejado de girar, la hora parecía congelada a medianoche. Las iniciales J.T.S estaban grabadas en la parte posterior, en grafía elegante.

―Dije que había dos razones para crearla ―le recordó él―. Ésta es la segunda: hay cambia-formas en el mundo; demonios y magos que pueden asumir la apariencia de otros, pero solo usted puede convertirse, realmente, en alguien más. Este reloj era de mi padre, John Thaddeus Shade. Le ruego que tome este reloj y cambie a mi padre, para que pueda hablar con él una vez más. Si lo hace, le enviaré todo el yin fen que tengo en mi poder (y es una cantidad considerable) a James Carstairs.

―Él no lo aceptará ―dijo Tessa, de inmediato. ―¿Por qué no? ―Su tono era razonable―. Usted ya no es una condición para la

droga. Esto es un regalo, dado libremente. Sería absurdo desecharlo, y de nada servirá. Mientras que hacer esto es muy poca cosa para mí, usted podría salvar su vida. ¿Qué dice a eso, Tessa Gray?

Will. Will, despierta. Era la voz de Tessa, sin lugar a dudas, e hizo que Will se enderezara en la silla de

montar. Se aferró a la crin de Balios para mantenerse estable y miró a su alrededor con cansancio.

Verde, gris, azul. La vista de la campiña galesa se extendía ante él. Había pasado Welshpool y la frontera Gales-Inglaterra en algún momento cercano al amanecer. Recordaba poco de su viaje, solo una progresión de lugares continua y tortuosa: Norton, Atcham, Emstrey, Weepin Cross; se desvió con su caballo alrededor de Shrewsbury, y finalmente, finalmente la frontera y las colinas de Gales a lo lejos. Habían parecido fantasmales a la luz de la mañana, completamente envueltas en la niebla que se iba desvaneciendo suavemente, a medida que el sol se alzaba sobre ellas.

Suponía que estaba en algún lugar cerca de Llangadfan. Era un camino bastante bueno, construido sobre una antigua calzada romana, pero casi vacío de habitantes, excepto por alguna granja ocasional; parecía interminablemente largo, más largo que el cielo gris que se extendía sobre él. Se había obligado a detenerse en el Cann Office Hotel y comer algo, pero solo por un rato. El viaje era todo lo que le importaba.

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Ahora que estaba en Gales, sentía la atracción en su sangre hacia el lugar donde había nacido. A pesar de todas las palabras de Cecily, no había sentido la conexión en su interior hasta ahora, al respirar el aire galés y ver los colores galeses: el verde de las colinas, el gris de las piedras y el cielo, la palidez de las casas de piedra encaladas, los puntos marfileños de las ovejas contra la hierba. Más alto, los pinos y robles eran de un color esmeralda oscuro, pero más cerca del camino, la vegetación crecía de un verde grisáceo y ocre.

Mientras se adentraba más lejos en el corazón del país, las suaves colinas verdes se hacían más marcadas, el camino más empinado y el sol comenzó a hundirse en el borde de las montañas distantes. Ahora sabía dónde estaba, lo supo cuando entró al Valle de Dyft y las montañas, frente a él, se alzaron rígidas y escarpadas. El pico de Car Afron estaba a su izquierda, una caída color gris pizarra y teja, como una gran telaraña rota ubicada sobre su ladera. El camino era empinado y largo, y mientras Will instaba a Balios a subir, se dejó caer en la silla y, contra su voluntad, derivó hacia la inconsciencia. Soñó con Cecily y Ella, subiendo y bajando a la carrera de unas colinas no muy diferentes a ésas, gritando tras él: ¡Will! ¡Ven y corre con nosotras, Will! Y soñó con Tessa, sus manos extendidas hacia él, y supo que no podía detenerse, que no podría detenerse hasta alcanzarla. Incluso si ella nunca lo miraba de ese modo en la vida más allá de los sueños, incluso si esa suavidad en sus ojos era para alguien más. Y a veces, como ahora, su mano se deslizaba dentro de su bolsillo y se cerraba alrededor del colgante de jade.

Algo lo golpeó con fuerza desde un lado; él soltó el colgante mientras caía y chocó contra la hierba llena de rocas a un costado del camino. El dolor corrió por su brazo, mientras rodaba a un lado, justo a tiempo para evitar a Balios, que se desplomó en la tierra junto a él. Le tomó un instante el darse cuenta, jadeando, que no habían sido atacados. Su caballo, demasiado exhausto para dar otro paso, había colapsado bajo él.

Will se puso de rodillas y se arrastró hacia Balios. El caballo negro yacía cubierto de espuma, con los ojos en blanco alzados lastimosamente hacia Will, mientras él se acercaba y le rodeaba el cuello con un brazo. Para su gran alivio, el pulso del caballo era firme y constante.

―Balios, Balios ―susurró, acariciando las crines del animal―. Lo siento. No debí haberte cabalgado de esa forma.

Recordó cuando Henry había comprado los caballos y estaba tratando de decidir qué nombres ponerles. Will fue quien sugirió esos nombres: Balios y Xanthos, por los

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inmortales caballos de Aquiles. «Nosotros podemos correr tan veloces como el soplo del Céfiro, que es tenido por el más rápido de todos los vientos13.»

Pero aquellos caballos habían sido inmortales y Balios no lo era; era más fuerte que un caballo ordinario, y más rápido también, pero cada criatura tiene sus límites. Will se recostó (su propia cabeza daba vueltas), y se quedó mirando al cielo… como una sábana gris estirada, tocada aquí y allá con trazas de nubes negras.

Había pensado, una vez, por el más breve de los instantes, entre el levantamiento de la «maldición» y el saber que Jem y Tessa estaban comprometidos, en llevar a Tessa allí, a Gales, para mostrarle los lugares donde había sido un niño. Había pensado en llevarla a Pembrokeshire, caminar alrededor de Saint David’s Head y ver las colinas cubiertas de flores de ese lugar, ver el mar azul desde Tenby y buscar caracolas en las líneas de marea. Ahora todas esas parecían las lejanas fantasías de un niño. Solo existía el camino a seguir, más pasos y más agotamiento, y la probable muerte al final.

Con otra palmada tranquilizadora sobre el cuello de su caballo, Will se enderezó de rodillas y luego se puso de pie. Luchando contra el mareo, cojeó hasta la cima de la colina y miró hacia abajo.

Allí yacía un pequeño valle, y en su interior, había acunada una diminuta villa de piedra, poco más grande que una aldea. Sacó la estela de su cinturón y se marcó, con cansancio, una runa visión en la muñeca izquierda. Ésta le prestó el poder suficiente como para ver que el pueblo tenía una plaza, y una iglesia pequeña. Era casi seguro que tenía algún tipo de posada donde podría descansar por la noche.

Todo en su corazón le gritaba que siguiera adelante, que terminara con esto, pues no podía estar a más de treinta kilómetro de su objetivo, pero continuar sería matar a su caballo y, sabía, que si llegaba a Cadair Idris por sí mismo, no estaría en condiciones de luchar con nadie. Se volvió hacia Balios y con una mesurada mezcla de persuasión y puñados de avena, logró que el caballo se pusiera de pie. Sujetó las riendas en una mano y, con los ojos entrecerrados hacia el atardecer, comenzó a conducir a Balios colina abajo, hacia el pueblo.

La silla donde estaba sentada Tessa tenía un respaldo alto, tallado en madera y

sujeto con grandes clavos, cuyos extremos embotados se le clavaban en la espalda. Frente a ella había un amplio escritorio, caído por el peso de los libros en uno de los

13 Cita de La Ilíada de Homero. Balios y Xanthos eran caballos inmortales, hijos de dios-viento Céfiro. Fueron el regalo que Poseidón entregó a los padres de Aquiles, en la boda de éstos.

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lados. Sobre el escritorio, una libreta de papel en blanco, un frasco de tinta y una pluma. Junto al papel, yacía el reloj de bolsillo de John Shade.

A ambos costados de Tessa permanecían de pie dos enormes autómatas. Se había hecho poco esfuerzo en hacerles parecer humanos. Cada uno era casi triangular, con gruesos brazos que sobresalían a cada lado del cuerpo y cada brazo terminaba en una afilada cuchilla. Eran bastante aterradores, pero Tessa no podía dejar de pensar que, si Will estuviera allí, habría comentado que parecían nabos y, tal vez, hecho una canción sobre eso.

―Tome el reloj ―ordenó Mortmain―. Y cambie. Él estaba sentado frente a ella, en una silla muy parecida, con el mismo respaldo

alto curvado. Estaban en otra habitación de la cueva, a la cual había sido conducida por autómatas; la única luz en el cuarto provenía de una enorme chimenea, lo suficientemente grande como para asar una vaca completa. El rostro de Mortmain estaba pintado de sombras, con los dedos entrelazados bajo la barbilla.

Tessa levantó el reloj. Se sentía pesado y frío en sus manos. Cerró los ojos. Solo tenía la palabra de Mortmain de que enviaría el yin fen, y aun así, le creyó. Él

no tenía ninguna razón para no hacerlo, después de todo. ¿Qué diferencia le representaba si Jem Carstairs vivía un poco más? Eso solo había sido una herramienta de negociación para lograr tenerla en sus manos, y allí estaba ella, yin fen o no.

Tessa oyó la respiración de Mortmain siseando entre dientes y apretó los dedos sobre el reloj. Éste pareció latir de repente en su mano, de la forma que solía hacerlo el ángel mecánico, como si tuviera vida propia en su interior. Sintió que su mano se estremecía y, de repente, el cambio estaba sobre ella, sin que tuviera que provocarlo o alcanzarlo, como era habitual. Dio un grito ahogado mientras sentía que el cambio la capturaba como un viento áspero que la empujaba hacia abajo y por debajo. De repente, John Shade estaba a su alrededor, su presencia la envolvía por completo. El dolor se extendió por su brazo y ella dejó caer el reloj; éste golpeó contra el escritorio, pero el cambio era imparable. Sus hombros se ensancharon bajo la bata, sus dedos se tornaron verdes y el color se extendió por su cuerpo, como cardenillo sobre cobre.

Su cabeza se irguió. Se sentía pesada, como si una enorme masa presionara sobre ella. Bajó la mirada y vio que tenía los fuertes brazos de un hombre, la piel de un color verde oscuro y rugoso, las manos largas y curvadas. Una sensación de pánico creció en su interior, pero era muy pequeña, una pequeña chispa dentro de un inmenso abismo de oscuridad. Nunca se había perdido tanto en un cambio.

Mortmain se sentó erguido. La estaba mirando con fijeza, con los labios apretados y los ojos brillando con una dura luz oscura.

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―Padre ―dijo. Tessa no respondió, no habría podido responder, pues la voz que se alzaba en su

interior no era la suya; era la de Shade. ―Mi príncipe mecánico ―dijo Shade. La luz creció en los ojos de Mortmain. Se inclinó hacia delante y empujó

entusiasmado los papeles a través de la mesa, hacia Tessa. ―Padre ―repitió―. Necesito su ayuda y rápido. Tengo un Pyxis, tengo los medios

para abrirla, tengo los cuerpos autómatas. Solo necesito el hechizo que creó, el hechizo vinculante. Escríbalo por mí, y tendré la última pieza del rompecabezas.

La pequeña llama de pánico en el interior de Tessa crecía y se extendía. Esto no era una tierna reunión entre padre e hijo, esto era algo que Mortmain quería, necesitaba, del brujo John Shade. Comenzó a forcejear para tratar de liberarse del cambio, pero éste la retenía como un puño de hierro. Desde que las Hermanas Oscuras la habían entrenado, no había sido incapaz de extraerse de un cambio, pero aunque John Shade estaba muerto, aún podía sentir su voluntad sobre ella, que la mantenía prisionera en su cuerpo y obligaba que ese cuerpo se moviera. Horrorizada, vio que su propia mano se estiraba para alcanzar la pluma, sumergía la punta en tinta y comenzaba a escribir.

La pluma garabateó en el papel. Mortmain se inclinó hacia delante, estaba respirando con fuerza, como si hubiera estado corriendo. Tras él, en la chimenea, el fuego crepitaba alto y de color anaranjado.

―Eso es ―dijo, pasándose la lengua por el labio inferior―. Puedo ver cómo funcionará eso, sí. Al fin. Eso es, exactamente.

Tessa clavó la mirada. Lo que salía de su pluma le parecía un torrente de galimatías: números, signos y símbolos que no podía comprender. Una vez más trató de luchar, y lo único que consiguió fue emborronar el papel. Luego la pluma comenzó a moverse otra vez: tinta, papel, más garabatos. La mano que sujetaba la pluma temblaba violentamente, pero los símbolos continuaban fluyendo. Tessa comenzó a morderse el labio con fuerza, más fuerza. Probó la sangre en su boca. Algo de esa sangre goteó sobre la pánica. Sin embargo, la pluma continuaba escribiendo, manchando la página con el fluido escarlata.

―Eso es ―alabó Mortmain―. Padre… La punta de la pluma se quebró, tan audible como un disparo y produjo un eco en

los muros de la cueva. La pluma cayó, rota, de la mano de Tessa, y ella se dejó caer contra la silla, exhausta. El verde estaba desapareciendo de su piel, su cuerpo se estaba reduciendo, su propio cabello castaño caía suelto sobre sus hombros. Aún podía saborear la sangre en su boca.

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―No ―jadeó, y extendió la mano para tomar los papeles―. No… Pero sus movimientos eran lentos debido al dolor y al cambio, y Mortmain fue más

rápido. Riendo, le arrebató los papeles de debajo de la mano y se puso de pie. ―Muy bien ―dijo―. Gracias, mi pequeña niña bruja, me ha dado todo lo que

necesito. Autómatas, escolten a la señorita Gray de regreso a su habitación. Una mano metálica se cerró sobre la espalda de la bata de Tessa y la puso de pie. El

mundo parecía girar vertiginosamente frente a ella. Vio a Mortmain inclinarse y levantar el reloj de oro que había caído sobre la mesa.

Él esbozó una sonrisa salvaje y cruel. ―Voy a hacer que se sienta orgulloso, padre ―dijo―. Nunca dude de ello. Tessa, incapaz de soportar la visión, cerró los ojos. «¿Qué he hecho? ―pensó mientras el autómata comenzaba a empujarla fuera de la

habitación―. Dios mío, ¿qué he hecho?»

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Traducido por Azhreik

Sea como fuere, me parece a mí, Solo es nobleza ser bueno.

Los corazones gentiles son más que coronas, Y la simple fe más que sangre normanda.

―Lady Clara Vere de Vere, Lord Alfred Tennyson La cabeza oscura de Charlotte estaba inclinada sobre una carta cuando Gabriel

entró en el salón. La habitación estaba fría y el fuego muerto en la chimenea. Gabriel se preguntó por qué Sophie no lo había avivado, quizá pasaba mucho tiempo entrenando. Su padre no habría tenido paciencia con eso, le gustaban los sirvientes que estaban entrenados para pelear, pero prefería que adquirieran ese conocimiento antes de entrar a su servicio.

Charlotte levantó la vista. ―Gabriel ―dijo. ―¿Deseabas verme? ―Gabriel hizo su mayor esfuerzo por mantener la voz estable,

no podía evitar la sensación de que los ojos oscuros de Charlotte podían ver a través de él, como si estuviera hecho de cristal. Sus ojos revolotearon hacia el papel en el escritorio―. ¿Qué es eso?

Ella dudó. ―Una carta del Cónsul. ―Torció la boca en una mueca infeliz; volvió a mirar hacia

abajo y suspiró―. Todo lo que siempre deseé fue manejar este Instituto como mi padre había hecho, nunca pensé que sería tan duro. Debería escribirle de nuevo, pero… ―Se calló entonces, con una sonrisa rígida y falsa―. Pero no te convoqué para hablar sobre mí ―dijo―. Gabriel, has lucido cansado y tenso estos últimos días. Sé que todos estamos estresados, y temó que en ese estrés tu… situación, puede haberse olvidado.

―¿Mi situación? ―Tu padre ―aclaró, se levantó de la silla y se aproximó a él―. Debes estar de

duelo.

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―¿Qué hay de Gideon? ―dijo―. También era su padre. ―Gideon tuvo su duelo por tu padre hace algún tiempo ―dijo y para su sorpresa

se detuvo a su lado―. Para ti esto debe ser nuevo y crudo, no quiero que pienses que lo he olvidado.

―Después de todo lo que ha sucedido ―contestó y su garganta empezó a cerrarse por el desconcierto y algo más, algo que no deseaba identificar muy de cerca―, después de lo de Jem y Will y Jessamine y Tessa, después de que tu hogar casi fue cortado a la mitad, ¿no quieres que crea que te has olvidado de mí?

Charlotte posó una mano en su brazo. ―Esas pérdidas no hacen a tu pérdida menos… ―Eso no puede ser ―la cortó―. No puedes querer consolarme, me pediste que

descubriera si mi lealtad está aún con mi padre o con el Instituto… ―Gabriel, no. Nada parecido. ―No puedo darte la respuesta que quieres ―confesó Gabriel―. No puedo olvidar

que él se quedó conmigo; mi madre murió, y Gideon se fue, y Tatiana es una tonta inútil; y nunca hubo nadie más, nunca hubo nadie más que me criara y no tenía nada, solo a mi padre, solo nosotros dos. Y ahora tú, tú y Gideon esperan que lo desprecie, pero no puedo. Él era mi padre, y yo… ―Su voz se quebró.

―Lo amabas ―dijo suavemente―. ¿Sabes? Recuerdo cuando solo eras un niño pequeño y recuerdo a tu madre, y recuerdo a tu hermano, siempre estando a tu lado; y la mano de tu padre en tu hombro. Si tiene importancia, creo que él también te amaba.

―No tiene importancia, porque yo maté a mi padre ―dijo Gabriel con voz temblorosa―. Le clavé una flecha en el ojo… yo derramé su sangre. Parricidio…

―No fue parricidio, ya no era tu padre. ―Si ese no era mi padre, si no acabé con la vida de mi padre, entonces, ¿dónde está?

― susurró Gabriel―. ¿Dónde está mi padre? ―Y sintió que Charlotte se estiraba para jalarlo hacia abajo, para abrazarlo como una madre haría, y lo sostuvo mientras él se ahogaba contra su hombro, probando las lágrimas en su garganta pero incapaz de derramarlas―. ¿Dónde está mi padre? ―repitió y cuando ella lo apretó, él sintió el hierro en su agarre, la fuerza de ella al sostenerlo, y se preguntó cómo había pensado alguna vez que esta mujer pequeña era débil.

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Para: Charlotte Branwell De: Cónsul Josiah Wayland Mi querida señora Branwell: ¿Un informante, cuyo nombre no puedo revelar en este momento? Aventuraré que no hay

informante y que todo eso es su propia invención, una estratagema para convencerme de su entereza.

Ruego que cese su imitación de una guacamaya atarantada que repite «Marche a Cadair Idris de una vez» a todas horas del día y mejor me muestre que está cumpliendo sus deberes como directora del Instituto de Londres; de otra forma me temo que deberé suponer que es incompetente para hacerlo y me veré forzado a liberarla de ellos de una vez por todas.

Como muestra de su obediencia, debo pedirle que cese por completo de hablar de este asunto, y de implorarle a no miembros del Enclave que se unan a su infructuosa cruzada. Si escucho que ha traído este asunto frente a otro Nefilim, lo consideraré como la más severa desobediencia y actuaré en consecuencia.

Josiah Wayland. Cónsul de la Clave. Sophie le había traído la carta a Charlotte en la mesa del desayuno. Charlotte hizo

palanca para abrirla con su cuchillo de mantequilla, traspasó el sello Wayland (una herradura con la C del Cónsul debajo), y la desgarró completamente en su ansia por leerla.

El resto de ellos la observaron, Henry con preocupación en su rostro brillante y expresivo, mientras dos puntos rojo oscuro florecían lentamente en los pómulos de Charlotte conforme sus ojos escudriñaban las líneas. Los otros se quedaron quietos, paralizados sobre su comida, y Cecily no pudo evitar pensar que de alguna forma era extraño ver a un grupo de hombres pendientes de la reacción de una mujer.

Aunque era un grupo de hombres menor de lo que debía haber sido; la ausencia de Will y Jem se sentía como una herida reciente, un corte blanco que aún no se llenaba de sangre, el shock casi demasiado fresco para sentir dolor.

―¿Qué es? ―preguntó Henry ansioso―. Charlotte, querida… Charlotte leyó las palabras del mensaje con los latidos impávidos de un

metrónomo; cuando hubo terminado apartó la carta, pero siguió mirándola. ―Simplemente no puedo… ―empezó―. No lo entiendo. Henry se había sonrojado bajo las pecas. ―¿Cómo se atreve a escribirte de esta forma? ―exclamó, con una inesperada

ferocidad―. ¿Cómo se atreve a dirigirse a ti en esa manera, descartar tus preocupaciones…?

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―Tal vez tiene razón, tal vez está loco, tal vez todos lo estamos ―expresó Charlotte.

―¡No lo estamos! ―exclamó Cecily y vio a Gabriel mirarla de reojo. Su expresión era difícil de descifrar; había estado pálido desde que había entrado en el comedor y apenas había hablado o comido, más bien miraba el mantel como si éste contuviera todas las respuestas a todas las preguntas del universo―. El Maestro está en Cadair Idris, estoy segura de ello.

Gideon estaba frunciendo el ceño. ―Le creo ―dijo―. Todos le creemos, pero sin la escucha del Cónsul, el asunto no

puede ser presentado ante el Consejo y sin un Consejo no puede haber apoyo para nosotros.

―El portal casi está listo para utilizarse ―señaló Henry―. Cuando funcione tendríamos que poder transportar a Cadair Idris tantos Cazadores de Sombras como sean necesarios en cuestión de momentos.

―Pero no habrá Cazadores de Sombras que transportar ―contestó Charlotte―. Mira, aquí, el Cónsul me prohíbe hablar de este asunto al Enclave. Su autoridad supera la mía, desobedecer sus órdenes de esa manera… podríamos perder el Instituto.

―¿Y? ―reclamó Cecily acaloradamente―. ¿Te importa más tu posición que tu preocupación por Will y Tessa?

―Señorita Herondale ―empezó Henry, pero Charlotte lo silenció con un gesto. Lucía muy cansada.

―No, Cecily, no es eso, pero el Instituto nos proporciona protección, sin él nuestra habilidad para ayudar a Will y Tessa está severamente comprometida. Como directora del Instituto puedo proporcionarles asistencia que un simple Cazador de Sombras no podría…

―No ―interrumpió Gabriel. Había alejado su plato y sus dedos esbeltos estaban tensos y blancos cuando gesticulaba―. No puedes.

―¿Gabriel? ―dijo Gideon en tono interrogatorio. ―No me quedaré en silencio ―indicó Gabriel y se puso de pie. Cecily no estaba

segura de si tenía la intención de dar un discurso o alejarse corriendo de la mesa. Giró su mirada atormentada a Charlotte―. El día que el Cónsul vino aquí, cuando nos llevó aparte a mí y a mi hermano para interrogarnos, nos amenazó hasta que le prometimos que te espiaríamos por él.

Charlotte palideció, Henry empezó a levantarse de la mesa y Gideon levantó una mano de forma suplicante.

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―Charlotte ―imploró―. Nunca lo hicimos, no le dijimos ni una palabra, bueno, nada que fuera cierto ―corrigió, mirando alrededor mientras el resto de los ocupantes de la habitación lo miraban fijamente―. Algunas mentiras, evasivas. Dejó de preguntar después de solo dos cartas, sabía que era inútil.

―Es verdad, señora ―llegó una vocecita desde un rincón de la habitación: Sophie. Cecily casi no la había notado allí, pálida bajo su sombrero blanco.

―¡Sophie! ―Henry sonaba absolutamente conmocionado―. ¿Sabías sobre esto? ―Sí, pero… ―La voz de Sophie tembló―. Él amenazó a Gideon y Gabriel de forma

horrible, señor Branwell. Les dijo que borraría a los Lightwood de los registros de los Cazadores de Sombras, que echaría a la calle a Tatiana. Y aun así no le dijeron nada, cuando dejó de preguntar pensé que se había dado cuenta que no había nada que descubrir y se rindió. Lo siento muchísimo, yo solo…

―Ella no quería herirla ―dijo Gideon desesperadamente―. Por favor, señora Branwell, no culpe a Sophie por esto.

―No lo hago ―contestó Charlotte, sus ojos oscuros y rápidos se movían de Gabriel a Gideon a Sophie y de vuelta―. Pero me imagino que hay más en esta historia, ¿no es así?

―Eso es todo, de verdad… ―empezó Gideon. ―No ―lo interrumpió Gabriel―. No es así, cuando vine contigo, Gideon, y te dije

que el Cónsul ya no quería que le informáramos sobre Charlotte, eso fue una mentira. ―¿Qué? ―Gideon lucía horrorizado. ―Me llevó aparte a mí solo, el día del ataque en el Instituto ―contó Gabriel―. Me

dijo que si lo ayudaba a descubrir algún comportamiento inadecuado de parte de Charlotte, nos regresaría la herencia Lightwood, restauraría el honor de nuestro nombre, encubriría lo que hizo nuestro padre… ―Respiró hondo―. Y le dije que lo haría.

―Gabriel ―gruñó Gideon y enterró el rostro en las manos. Gabriel lucía como si estuviera a punto de vomitar, medio temblando. Cecily estaba dividida entre la lástima y el horror; recordó esa noche en la sala de entrenamiento, en cómo le había dicho que tenía fe en él, en que tomaría las decisiones correctas.

―Es por eso que lucías tan asustado cuando te llamé para que hablaras conmigo hoy temprano ―razonó Charlotte, con la mirada fija en Gabriel―. Creíste que te había descubierto.

Henry empezó a ponerse de pie, y su rostro afable y expresivo estaba oscurecido con la primera furia real que Cecily creía haberle visto nunca.

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―Gabriel Lightwood ―dijo―. Mi esposa no te ha mostrado más que amabilidad y ¿esta es tu forma de pagárselo?

Charlotte puso una mano en el brazo de su esposo para contenerlo. ―Henry, espera ―le pidió―. Gabriel, ¿qué hiciste? ―Escuché tu conversación con Aloysius Starkweather ―contestó Gabriel con voz

vacía―. Después le escribí una carta al Cónsul, diciéndole que estabas basando tus peticiones de que marchara a Gales en las palabras de un loco, que eras crédula, demasiado intransigente…

Los ojos de Charlotte parecían clavársele como uñas a Gabriel; Cecily pensó que nunca desearía esa mirada sobre ella, en toda su vida.

―Lo escribiste ―dijo―. ¿Lo enviaste? Gabriel inhaló largo y jadeante. ―No ―contestó y rebuscó en su manga. Sacó un papel doblado y lo lanzó sobre la

mesa. Cecily lo miró fijamente; estaba emborronado con huellas de tinta y estaba blando en las orillas, como si lo hubieran doblado y desdoblado muchas veces―. No pude hacerlo, no le dije nada en absoluto.

Cecily dejó escapar el aire que no se había dado cuenta estaba conteniendo. Sophie hizo un sonido bajito; echó a andar hacia Gideon, que lucía como si se

estuviera recobrando de ser golpeado en el estómago. Charlotte permaneció tan calmada como había estado durante toda la situación; se estiró, recogió la carta, le echó un vistazo y volvió a ponerla en la mesa.

―¿Por qué no la enviaste? ―preguntó. Él la miró, intercambiaron una mirada rara y dijo: ―Tuve mis razones para reconsiderarlo. ―¿Por qué no viniste conmigo? ―intervino Gideon―. Gabriel, eres mi hermano… ―No puedes tomar todas las decisiones por mí, Gideon. A veces tengo que tomar

las mías. Como Cazadores de Sombras se supone que seamos desinteresados, que muramos por mundanos, por el Ángel y más que nada por los otros. Esos son nuestros principios; Charlotte vive por ellos; Padre nunca lo hizo. Me di cuenta de que antes había estado equivocado al poner mi lealtad a mi sangre por sobre mis principios, por sobre todo. Y me di cuenta de que el Cónsul estaba equivocado sobre Charlotte. ―Gabriel se detuvo abruptamente; su boca era una línea delgada y blanca―. Él estaba equivocado. ―Volteó hacia Charlotte―. No puedo deshacer lo que hice en el pasado, o lo que consideré hacer. No conozco forma de compensarte mis dudas sobre tu autoridad, o mi ingratitud por tu amabilidad. Todo lo que puedo hacer es decirte lo que sé: que no puedes esperar una aprobación del Cónsul Wayland que nunca vendrá.

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Nunca marchará a Cadair Idris por ti, Charlotte. No quiere aceptar ningún plan que tenga tu sello de autoridad. Te desea fuera del Instituto, que te reemplacen.

―Pero fue él quien me puso aquí ―contestó Charlotte―. Él me apoyó… ―Porque pensó que serías débil ―le explicó Gabriel―. Porque cree que las mujeres

son débiles y fácilmente manipulables, pero has probado no serlo y eso ha arruinado todos sus planes. No solo desea que te desacrediten; lo necesita. Fue lo suficientemente claro conmigo sobre que incluso si no te descubría involucrada en algún crimen verdadero, me concedía la libertad de inventar una mentira que te condenara, mientras fuera una convincente.

Charlotte apretó los labios. ―Entonces él nunca ha tenido fe en mí ―susurró―. Nunca. Henry estrechó el agarre en su brazo. ―Pero debió hacerlo ―dijo―. Te subestimó, y esa no es una tragedia. Que hayas

probado ser mejor, más astuta y fuerte de lo que nadie hubiera esperado, Charlotte… es un triunfo.

Charlotte tragó, y Cecily se preguntó, solo durante un momento, cómo sería tener a alguien que la mirara como Henry miraba a Charlotte: como si fuera una maravilla sobre la tierra.

―¿Qué hago? —Lo que creas que es mejor, querida Charlotte ―respondió Henry. ―Tú eres la líder del Enclave y del Instituto ―acotó Gabriel―. Tenemos fe en ti,

aunque el Cónsul no la tenga. ―Inclinó la cabeza―. Tienes mi lealtad de este día en adelante, para lo que te valga.

―Vale mucho ―dijo Charlotte y había algo en su voz, una silenciosa autoridad que hizo desear a Cecily levantarse y proclamar su propia lealtad, simplemente para ganar el bálsamo de la aprobación de Charlotte. Cecily se dio cuenta de que no se podía imaginar sintiéndose de esa forma sobre el Cónsul. «Y es por eso que el Cónsul la odia ―pensó―, porque es una mujer y aun así sabe que puede reclamar lealtad de una forma que él no puede».― Procederemos como si el Cónsul no existiera ―continuó Charlotte―. Si está decidido a sustraerme de mi lugar aquí, entonces no tengo nada de qué salvaguardarme, es simplemente cuestión de hacer lo que debemos antes de que tenga oportunidad de detenernos. Henry, ¿cuánto falta para que tu invento esté listo?

―Mañana ―contestó Henry de inmediato―. Deberé trabajar toda la noche… ―Será la primera vez que se utilice ―comentó Gideon―. ¿No parece un poco

riesgoso?

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―No tenemos otra forma de llegar a Gales a tiempo ―contestó Charlotte―. Una vez que envíe mi mensaje, tendremos poco tiempo antes que el Cónsul venga a deponerme de mi puesto.

―¿Qué mensaje? ―preguntó Cecily desconcertada. ―Voy a enviar un mensaje a todos los miembros de la Clave ―anunció

Charlotte―. Directamente, no al Enclave, a la Clave. ―Pero solo el Cónsul tiene permitido… ―empezó Henry y luego cerró la boca

herméticamente―. Ah. ―Les diré la situación tal y como está y les pediré su apoyo ―dijo Charlotte―. No

estoy segura con qué respuesta podemos contar, pero seguramente algunos nos brindarán su apoyo.

―Yo te apoyo ―dijo Cecily. ―Y yo, por supuesto ―dijo Gabriel; su expresión era resignada, nerviosa,

evaluadora, decidida. A Cecily nunca le había gustado más. ―Y yo ―dijo Gideon―. Aunque… ―Y cuando su mirada se posó en su hermano,

era de preocupación―…solo seis de nosotros, una apenas entrenada, contra cualquiera sea la fuerza que Mortmain ha congregado… ―Cecily estaba dividida entre el placer de que la hubiera contado como una de ellos y la molestia de que hubiera dicho que estaba apenas entrenada―. Podría ser una misión suicida.

La voz suave de Sophie habló de nuevo. ―Pueden tener solo seis Cazadores de Sombras de su lado, pero tienen al menos

nueve luchadores. Yo también estoy entrenada y me gustaría pelear a su lado, igual que a Bridget y Cyril.

Charlotte lucía medio complacida, medio sorprendida. ―Pero, Sophie, acaban de empezar a entrenarte… ―Me han entrenado más tiempo que a la señorita Herondale ―señaló Sophie. ―Cecily es una Cazadora de Sombras… ―La señorita Collins tiene un talento natural ―dijo Gideon. Habló lentamente, con

el conflicto claro en su rostro. No quería a Sophie en la pelea, en peligro, y aun así, no podía mentir sobre sus habilidades―. Se le debería permitir Ascender y convertirse en una Cazadora de Sombras.

―Gideon… ―empezó Sophie, alarmada, pero Charlotte ya la estaba mirando con una aguda mirada oscura.

―¿Eso es lo que deseas, Sophie, querida? ¿Ascender? Sophie tartamudeó.

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―Yo… eso es lo que siempre he deseado, señora Branwell, pero no si significaba tener que dejar su servicio, ha sido tan amable conmigo, que no desearía pagárselo abandonándola…

―Tonterías ―respondió Charlotte―. Puedo encontrar a otra doncella; no puedo encontrar a otra Sophie. Si ser una Cazadora de Sombras es lo que deseas, mi niña, desearía que hubieras hablado. Podría haber ido con el Cónsul antes de que entráramos en conflicto. Sin embargo, cuando regresemos… ―Se quedó callada y Cecily escuchó las palabras debajo aquéllas: si regresamos―. Cuando regresemos te postularé para la Ascensión ―terminó Charlotte.

―Yo también hablaré a su favor ―dijo Gideon―. Después de todo, tengo el lugar de mi padre en el Consejo, sus amigos me escucharán; aún le deben lealtad a nuestra familia, y además ¿de qué otra forma podríamos casarnos?

―¿Qué? ―exclamó Gabriel con un salvaje gesto de mano que accidentalmente lanzó el plato más cercano al piso, donde se destrozó.

―¿Casarse? ―preguntó Henry―. ¿Vas a casarte con uno de los amigos de tu padre en el Consejo? ¿Con quién?

Gideon se había puesto de un extraño color verdoso; claramente no había tenido la intención de que se le escaparan esas palabras, y no sabía qué hacer ahora que se le escaparon. Miraba fijamente a Sophie con horror, pero no parecía probable que ella tampoco fuera de mucha ayuda. Lucía tan conmocionada como un pescado que inesperadamente había quedado varado en tierra.

Cecily se levantó y dejó caer la servilleta sobre el plato. ―Muy bien ―dijo, haciendo su mayor esfuerzo para imitar los tonos de orden que

su madre utilizaba cuando necesitaba que hicieran algo de la casa―. Todos fuera de la habitación.

Charlotte, Henry y Gideon empezaron a ponerse de pie. Cecily levantó rápidamente las manos.

―Tú no, Gideon Lightwood ―aclaró―. ¡Francamente! Pero tú ―Señaló a Gabriel― deja de mirar y ven. ―Lo tomó de la parte trasera de la chaqueta y medio lo arrastró fuera de la habitación, Henry y Charlotte les pisaban los talones.

En el momento que hubieron dejado el comedor, Charlotte se dirigió a zancadas al salón con el anunciado propósito de redactar un mensaje para la Clave, Henry iba a su lado. (Se detuvo en la vuelta del corredor para mirar hacia atrás a Gabriel con la diversión curvándole la boca, pero Cecily sospechaba que él no vio eso.) Sin embargo, Cecily lo desterró de su mente rápidamente; estaba demasiado ocupada presionando la oreja contra la puerta del comedor, intentando escuchar lo que ocurría en el interior.

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Gabriel, después de una pausa momentánea, se recargó contra la pared junto a la puerta. Estaba igualmente pálido y ruborizado, con las pupilas dilatadas por el shock.

―No debería hacer eso ―dijo finalmente―. Espiar es un comportamiento de lo más incorrecto, señorita Herondale.

―Es su hermano ―susurró Cecily, con la oreja contra la madera; podía escuchar murmullos dentro, pero nada definido―. Yo diría que querría saber.

Él se pasó ambas manos por el cabello y exhaló como alguien que ha corrido una larga distancia, entonces se giró hacia ella y sacó una estela del bolsillo de su chaleco. Rápidamente trazó una runa en su muñeca y luego puso la mano contra la puerta.

―Sobre eso, sí, quiero. La mirada de Cecily se disparó de su mano a la expresión pensativa de su rostro. ―¿Puede oírlos? ―reclamó―. ¡Eso no es nada justo! ―Todo es muy romántico ―informó Gabriel y entonces frunció el ceño―. O lo

sería, si mi hermano pudiera pronunciar una palabra sin sonar como una rana estrangulada. Me temo que no pasará a la historia como uno de los mayores seductores de mujeres del mundo.

Cecily cruzó los brazos con exasperación. ―No comprendo por qué está siendo tan difícil ―expresó―. ¿O le molesta que su

hermano desee casarse con una chica de la servidumbre? La expresión que Gabriel le dirigió era fiera, y Cecily repentinamente lamentó

pincharlo después de lo que había atravesado recientemente. ―No puedo pensar en nada que hiciera que pudiera ser peor que lo que mi padre

hizo, al menos sus gustos están destinados a mujeres humanas. Y aun así, era tan difícil no pincharlo. Era tan irritante. ―Difícilmente eso es una gran acogida para una mujer tan excelsa como Sophie. Gabriel lucía como si estuviera a punto de soltar una réplica cortante, pero entonces

lo pensó mejor. ―No quise decir eso, es una chica excelsa y será una excelsa Cazadora de Sombras

cuando Ascienda. Traerá honor a nuestra familia y el Ángel sabe que lo necesitamos. ―Creo que usted también traerá honor a su familia ―dijo Cecily tranquilamente―.

Lo que acaba de hacer, lo que le confesó a Charlotte… eso requirió valentía. Gabriel se quedó quieto durante un momento y luego estiró la mano hacia ella. ―Tome mi mano ―dijo―. A través de mí podrá escuchar lo que sucede en el

comedor, si así lo desea. Después de un momento de vacilación, Cecily tomó la mano de Gabriel; era cálida y

áspera contra la de ella y pudo sentir el tamborileo de su sangre a través de su piel. Era

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extrañamente reconfortante, y de verdad, a través de él, como si tuviera su propio oído presionado a la puerta, podía escuchar el bajo ruido sordo de las palabras habladas: la suave voz vacilante de Gideon y la delicada de Sophie. Cerró los ojos y escuchó.

―Oh ―dijo Sophie débilmente y se sentó en una de las sillas―. Oh, vaya. No podía hacer más que sentarse; sus piernas se sentían tambaleantes e inestables.

Gideon, mientras tanto, estaba parado junto al aparador, y lucía sobrecogido de pánico. Su cabello rubio castaño estaba salvajemente desordenado, como si se hubiera estado pasando las manos.

―Mi querida señorita Collins… ―empezó. ―Esto es ―empezó Sophie e hizo una pausa―. Yo no… esto es bastante

inesperado. ―¿Lo es? ―Gideon se alejó del aparador y se inclinó sobre la mesa; las mangas de

su camisa estaban ligeramente enrolladas hacia arriba y Sophie se descubrió mirando sus muñecas, cubiertas de un pálido vello rubio y marcadas con los recuerdos blancos de las marcas ―. Ciertamente debe haber podido ver el respeto y estima que tenía por usted. La admiración.

―Bueno ―dijo Sophie―. Admiración. ―Se las arregló para hacer que sonara como una palabra realmente insulsa.

Gideon se ruborizó. ―Mi querida señorita Collins ―empezó de nuevo―. Es cierto que mis sentimientos

por usted van más allá de la admiración, los describiría como el afecto más ferviente. Su amabilidad, su belleza y su corazón generoso me han desbordado, y es solamente a eso a lo que puedo atribuir mi comportamiento de esta mañana. No sé qué me poseyó para decir en voz alta los deseos más anhelados de mi corazón. Por favor, no se sienta obligada a aceptar mi propuesta simplemente porque fue pública, cualquier azoramiento sobre el asunto debe y será mío.

Sophie levantó la vista hacia él. El color iba y venía de sus mejillas, lo que hacía clara su agitación.

―Pero no se me ha propuesto, Gideon lucía alarmado. ―Yo… ¿Qué?

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―No se me ha propuesto ―repitió Sophie con ecuanimidad―. Anunció a toda la mesa del desayuno que tenía la intención de casarse conmigo, pero eso no es una proposición, es solo una declaración. Una propuesta es cuando me pregunta a mí.

―Ahora eso es poner a mi hermano en su lugar ―dijo Gabriel, que lucía

entusiasmado como todos los hermanos menores cuando sus hermanos o hermanas son indiscutiblemente reprendidos.

―Oh, ¡Shhh! ―susurró Cecily, apretando fuerte su mano―. ¡Quiero oír lo que dice el Señor Lightwood!

―Muy bien, entonces ―dijo Gideon, en la decidida (aunque ligeramente aterrada)

manera de San George de salir a luchar contra el dragón―. Una propuesta será. Los ojos de Sophie lo siguieron cuando cruzó la habitación hacia ella y se arrodilló a

sus pies. La vida era una cosa incierta, y existen algunos momentos que uno desearía recordar, imprimir en la mente para poder sacarlos después, como una flor comprimida entre las páginas de un libro, admirada y rememorada de nuevo.

Sabía que no desearía olvidar la forma en que Gideon tomó su mano con la suya que temblaba, o la forma en que se mordió el labio antes de hablar.

―Mi querida señorita Collins ―comenzó―. Por favor, perdóneme por mi inadecuado arrebato, es simplemente que siento tal… tal fuerte estima; no, no estima, adoración por usted, que siento como si eso tuviera que resplandecer cada momento del día. Incluso desde que llegué a esta casa, cada día me ha golpeado con mayor fuerza su belleza, su valentía y su nobleza. Es un honor que nunca podría merecer, pero que aspiro con la mayor seriedad a que pudiera ser solamente mía; eso claro, si consiente en ser mi esposa.

―Vaya ―exclamó Sophie, liberada de toda compostura―. ¿Ha estado practicando eso?

Gideon parpadeó. ―Le aseguro que fue completamente improvisado. ―Bueno, fue adorable. ―Sophie le apretó las manos―. Y sí. Sí, lo amo, y sí, me

casaré con usted, Gideon. Una sonrisa brillante se extendió por su rostro y los sorprendió a ambos al acercarse

a ella y besarla ruidosamente en la boca. Ella le sujetó el rostro con las manos mientras

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se besaban; sabía un poco a hojas de té, y sus labios eran suaves y el beso absolutamente dulce. Sophie flotó en él, en el prisma del momento, sintiéndose a salvo del resto del mundo.

Hasta que la voz de Bridget, que venía lúgubremente a la deriva desde la cocina, irrumpió en su felicidad.

En un martes se casaron

Y para el viernes estaban muertos. Y los enterraron juntos en el camposanto,

Oh, mi amor, Y los enterraron juntos en el camposanto.

Apartándose de Gideon con algo de reluctancia, Sophie se puso de pie y se sacudió

el vestido. ―Por favor discúlpeme, mi querido señor Lightwood… quiero decir, Gideon, pero

debo ir y asesinar a la cocinera. Regresaré enseguida.

―Ohhh ―exhaló Cecily―. ¡Eso fue tan romántico! Gabriel apartó su mano de la puerta y le sonrió. Su rostro cambiaba bastante

cuando sonreía: todas las líneas pronunciadas se suavizaban y sus ojos pasaban del color del hielo al verde de las hojas a la luz del sol de primavera.

―¿Está llorando, señorita Herondale? Cecily agitó sus pestañas empapadas, repentinamente consciente de que su mano

aún estaba en la de él; aún podía sentir el suave pulso golpeteando en su muñeca contra la suya. Se inclinó hacia ella y ella captó su esencia por la mañana: té y jabón de rasurar…

Se hizo hacia atrás rápidamente, liberando su mano. ―Gracias por permitirme escuchar ―dijo―. Debo… necesito ir a la biblioteca. Hay

algo que debo hacer antes de mañana. Gabriel arrugó el rostro por la confusión. ―Cecily… Pero ella ya estaba huyendo por el corredor, sin mirar atrás.

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A: Edmund y Linette Herondale Mansión Ravenscar Riding del Oeste, Yorkshire Queridos mamá y papá: He empezado esta carta para ustedes muchísimas veces y nunca la envío. Al principio fue

culpa, pues sabía que había sido una chica voluntariosa y desobediente al dejarlos, y no podía enfrentarme a la evidencia de mi ofensa en escuetas letras negras sobre una página.

Después de eso fue nostalgia, los extrañaba muchísimo a ambos. Extrañaba las colinas de un abundante verde que se extienden desde la mansión, y el brezo completamente morado en verano, y a mamá cantando en el jardín. Aquí hace frío, todo es negro, marrón y gris, con niebla espesa como sopa de arvejas y aire asfixiante. Creí que podría morir de soledad, pero ¿cómo podría decirles eso? Después de todo, esto era lo que yo había elegido.

Y después fue dolor. Había planeado venir aquí y llevar de vuelta a Will conmigo, hacerlo ver dónde recaía su deber y llevarlo a nuestro hogar. Pero Will tiene sus propias ideas sobre el deber, honor y las promesas que ha hecho, y llegué a ver que no podía llevar a alguien al hogar cuando ellos ya están en él, y no sabía cómo decirles eso.

Y entonces fue felicidad. Puede parecerles muy extraño, como me lo pareció a mí, que no fuera capaz de regresar a casa porque había encontrado alegría. Conforme entrenaba para convertirme en Cazadora de Sombras, sentía la agitación en mi sangre, la misma agitación que mamá siempre decía que sentía cada vez que llegábamos de Welshpool y veíamos el Valle Dyfi. Con un cuchillo serafín en mi mano, soy más que solo Cecily Herondale, la menor de tres, hija de buenos padres, que algún día conseguiría un matrimonio ventajoso y le daría niños al mundo. Soy Cecily Herondale, Cazadora de Sombras y la mía es una posición alta y gloriosa.

Gloria. Qué extraña palabra, algo que las mujeres no se supone deseen, pero ¿no es victoriosa nuestra reina? ¿La reina Bess no fue llamada Gloriana?

Pero, ¿cómo podía decirles que había elegido la gloria sobre la paz? ¿La paz duramente comprada al dejar la Clave para proporcionármela? ¿Cómo podía decir que era feliz como una Cazadora de Sombras sin causarles la más severa infelicidad? Esta es la vida a la que le dieron la espalda, la vida de cuyos peligros deseaban resguardarnos a Will, a Ella y a mí. ¿Qué podía decirles que no rompiera sus corazones?

Ahora… ahora es entendimiento. Me he dado cuenta lo que significa amar a alguien más de lo que te amas a ti mismo, me di cuenta ahora de que todo lo que ustedes alguna vez desearon no era que fuera como ustedes, sino que fuera feliz, y me dieron; nos dieron; una elección. Veo a aquellos que han crecido en la Clave, y que nunca han tenido elección sobre lo que deseaban ser, y estoy agradecida por lo que hicieron. Haber escogido esta vida es algo muy diferente a haber nacido en ella, la vida de Jessamine Lovelace me ha enseñado eso.

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Y en cuanto a Will, y llevarlo a casa: lo sé, mamá, temías que los Cazadores de Sombras le quitaran todo el amor a tu niño amable, pero él es amado y ama. No ha cambiado, y él te ama, igual que yo. Recuérdenme, porque yo siempre los recordaré.

Su hija que los ama, Cecily

Para: Miembros de la Clave de los Nefilim De: Charlotte Branwell Mis queridos hermanos y hermanas en armas: Es mi triste deber relatarles a todos ustedes que a pesar del hecho de haber presentado al

Cónsul Wayland (con irrefutables pruebas proporcionadas por uno de mis Cazadores de Sombras) que Mortmain, la mayor amenaza que los Nefilim han enfrentado en nuestros tiempos, reside en Cadair Idris en Gales, nuestro estimado Cónsul ha decido misteriosamente ignorar esta información. Yo misma considero el conocimiento de la localización de nuestro enemigo y la oportunidad de acabar con sus planes para nuestra destrucción como de la más profunda importancia.

Por medios proporcionados por mi esposo, el renombrado inventor Henry Branwell, los Cazadores de Sombras a mi disposición en el Instituto de Londres procederán con la máxima prontitud a Cadair Idris, para dar nuestras vidas en un intento de detener a Mortmain. Lamento profundamente dejar el Instituto indefenso, pero si el Cónsul Wayland puede ser incitado a alguna acción, es más que bienvenido a enviar guardias para defender un edificio desierto. Nuestro número no es mayor a nueve, tres de ellos no son siquiera Cazadores de Sombras, sino valientes mundanos entrenados por nosotros en el Instituto, que se han ofrecido voluntarios para pelear a nuestro lado. No puedo decir que nuestras esperanzas en este momento sean altas, pero creo que se debe hacer el intento.

Obviamente no puedo obligar a ninguno de ustedes, pues tal como el Cónsul Wayland me ha recordado, no estoy en posición de liderar las fuerzas de los Cazadores de Sombras, pero estaría muy agradecida si cualquiera de ustedes que concuerda conmigo sobre que Mortmain debe ser combatido y combatido ahora, viene mañana al Instituto de Londres al medio día y nos brinda su apoyo.

Suya fielmente, Charlotte Branwell, directora del Instituto de Londres.

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Traducido por Verittooo

Solo por esto la Muerte me provoca La ira que se asienta en mi corazón:

Distancia de tal modo nuestras vidas Que no nos podemos oír.

―In Memoriam A.H.H., Lord Alfred Tennyson Tessa estaba de pie al borde de un precipicio en un país que no conocía. Las colinas a su

alrededor eran verdes y decaían en afilados acantilados que se desviaban hacia el océano azul. Las aves marinas volaban y graznaban sobre ella. Había un camino gris enrollado como una serpiente a lo largo del borde de la cima del acantilado. Justo frente a ella, en el camino, estaba Will.

Él llevaba un traje negro, y por encima, un abrigo negro de montar salpicado de lodo en el dobladillo, como si hubiera recorrido a pie todo el camino. No usaba ni sombrero ni guantes, y su cabello oscuro estaba revuelto por el viento del océano. El viento también levantó el pelo de Tessa, trayendo el olor a sal, salmuera y de las cosas húmedas que crecen al borde del océano, un olor que le recordó su viaje en el Main.

―¡Will! ―lo llamó. Había algo tan solitario en su figura, como Tristan cuando buscaba en el océano irlandés el barco que volvería a traerle a Isolde. Will no se volteó al sonido de su voz, simplemente alzó los brazos, su abrigo se alzó con el viento y se abrió tras él como un par de alas.

El miedo se alzó en su corazón. Isolde había vuelto por Tristan, pero había sido demasiado tarde, pues él había muerto de angustia.

―¡Will! ―volvió a gritar. Él dio un paso hacia delante en el acantilado. Ella corrió hacia el borde y miró hacia abajo,

pero no había nada ahí, solo agua gris azulada y espuma blanca. La corriente parecía llevar su voz hacia ella con cada oleada de agua: ―Despierta, Tessa. Despierta.

―Despierte, señorita Gray. ¡Señorita Gray!

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Tessa se sentó de golpe. Se había quedado dormida en la silla junto a la chimenea en su pequeña prisión; tenía una gruesa manta azul encima, aunque no recordaba haberla tomado. La habitación estaba iluminada con antorchas y las brasas del fuego ardían suaves. Era imposible decir si era de día o de noche.

Mortmain estaba de pie frente a ella, y a su lado había un autómata. Era uno de los más humanoides que Tessa había visto. Incluso estaba vestido, como no muchos de ellos, esta vez con una túnica militar y pantalones. Las ropas hacían que la cabeza que se alzaba sobre el duro cuello se viera incluso más extraña, con sus facciones demasiado refinadas y su calva metálica. Y sus ojos… ella sabía que eran vidrio y cristal, los irises se veían rojos a la luz del fuego, pero la forma en que parecían fijarse en ella…

―Tiene frío ―dijo Mortmain. Tessa exhaló, y su aliento salió condensado. ―La calidez de su hospitalidad deja algo que desear. Él sonrió con los labios apretados. ―Muy gracioso. ―Él mismo llevaba un pesado abrigo de astracán sobre un traje

gris, siempre el hombre de negocios―. Señorita Gray, no la desperté por nada. Vine porque quiero que vea lo que su amable asistencia con los recuerdos de mi padre me ha permitido llevar a cabo. ―Le hizo un gesto orgulloso al autómata a su lado.

―¿Otro autómata? ―preguntó Tessa sin interés. ―Qué maleducado de mi parte. ―Los ojos de Mortmain se movieron hacia la

criatura―. Preséntate. La boca de la criatura se abrió y Tessa captó un destello cobre. La cosa habló. ―Soy Armaros ―dijo―. Por un billón de años monté los vientos en los grandes

abismos entre los mundos. Luché contra Jonathan Cazador de Sombras en las llanuras de Brocelind. Por otros mil años estuve atrapado dentro de la Pyxis. Ahora mi amo me ha liberado y le sirvo.

Tessa se levantó y la manta se deslizó a sus pies, inservible. El autómata la estaba mirando. Sus ojos, esos ojos estaban llenos de una oscura inteligencia, una consciencia que nunca poseyó ningún autómata que ella hubiera visto antes.

―¿Qué es esto? ―preguntó ella en un susurro. ―Un cuerpo autómata animado por un espíritu demoníaco. Los Submundos ya

tenían sus formas de capturar y usar energías demoníacas, yo mismo las usé para energizar los autómatas que ha visto antes, pero Armaros y sus hermanos son diferentes: son demonios con los caparazones de los autómatas. Pueden pensar y razonar, no son fáciles de engañar y son muy difíciles de matar.

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Armaros estiró un brazo (Tessa no pudo evitar notar que se movió de forma suave y fluida, sin las sacudidas de los autómatas que había visto antes; se movía como una persona), sacó la espada que colgaba a su lado y se la entregó a Mortmain. La hoja estaba cubierta de las runas con las que Tessa se había familiarizado tanto en los últimos meses, las runas que decoraban las hojas de las armas de los Cazadores de Sombras, las runas que las hacían armas de Cazadores de Sombras, las runas que eran mortales para los demonios. Armaros apenas debería ser capaz de mirar la espada, mucho menos sostenerla.

Su estómago se contrajo. El demonio le dio la espada a Mortmain, quien la manejó con la precisión de un oficial naval experimentado. Hizo girar la hoja, la lanzó hacia delante, y la dirigió al pecho del demonio.

Hubo un sonido de metal desgarrándose. Tessa estaba acostumbrada a ver a los autómatas desmoronarse al ser atacados, o desparramar líquido negro, o tambalearse. Pero el demonio se mantuvo firme, sin parpadear y sin moverse, como un lagarto al sol. Mortmain retorció el mango salvajemente, luego liberó el arma.

La hoja se hizo cenizas, como un tronco consumido por el fuego. ―Ya ve ―dijo Mortmain―, son un ejército diseñado para destruir a los Cazadores

de Sombras. Armaros era el único autómata que Tessa había visto sonreír; ni siquiera sabía que

sus rostros fueron construidos para cumplir tal propósito. El demonio dijo: ―Ellos han destruido a muchos de mi especie, será un placer matarlos a todos. Tessa tragó con fuerza pero intentó que el Maestro no lo viera. Su mirada se movía

de un lado a otro entre ella y el demonio autómata, y le fue difícil decir quién le atraía más. Tessa quería gritar, tirársele encima y arañarle cara, pero la pared invisible se interponía entre ellos, temblando ligeramente, y ella sabía que no la podía penetrar.

«Oh, debe de ser más que su novia, señorita Gray ―había dicho la señora Black―. Debe ser la ruina de los Nefilim; para eso fue creada.»

―Los Cazadores de Sombras no serán tan fáciles de destruir ―les advirtió―. Los he visto cortar a sus autómatas. Tal vez no los puedan derribar con sus armas rúnicas, pero cualquier espada puede cortar metal y cables.

Mortmain se encogió de hombros. ―Los Cazadores de Sombras no están acostumbrados a batallar contra quienes son

inmunes a sus armas rúnicas, los hará más lentos. Y hay una incontable cantidad de estos autómatas. Será como tratar de luchar contra la corriente. ―Ladeó la cabeza―. ¿Ve ahora la genialidad de lo que he inventado? Pero debo agradecerle, señorita Gray,

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por esa última pieza del rompecabezas. Pensé que quizás incluso podría estar… admirando… lo que hemos creado juntos.

¿Admirando? Ella lo miró a los ojos buscando burla, pero había algo sincero en la pregunta, curiosidad mezclada con frialdad. Pensó en cuánto tiempo debía haber pasado desde la última vez que recibió el elogio de otro ser humano, y respiró hondo.

―Obviamente es un gran inventor ―dijo ella. Mortmain sonrió, complacido. Tessa era consciente de la mirada del demonio mecánico sobre ella, su tensión y su

disposición, pero era más consciente de Mortmain. El corazón le latía con fuerza dentro del pecho; se sentía en equilibrio al borde de un precipicio, como en el sueño. Hablar con Mortmain de esta forma era arriesgado, y podría caer o volar, pero debía aprovechar la oportunidad.

―Veo por qué me ha traído aquí ―dijo―. Y no es solo por los secretos de su padre. Había furia en los ojos de él, pero también un cierto grado de confusión, pues Tessa

no se estaba comportando como lo había esperado. ―¿Qué quiere decir? ―Está solo ―continuó ella―. Se ha rodeado de criaturas que no son reales, que no

viven. Vemos nuestra alma en los ojos del resto; ¿cuánto tiempo ha pasado desde que vio que tiene alma?

Los ojos de Mortmain se estrecharon. ―Tenía alma, se quemó por la búsqueda a la que he dedicado mi vida: la búsqueda

de la justicia y la recompensa. No busque venganza y llámela justicia. El demonio soltó una risa baja, aunque no había desprecio en ella, como si estuviera

observando las payasadas de un gatito. ―¿La dejará hablarle así, Amo? ―inquirió―. Le puedo cortar la lengua por usted,

callarla para siempre. ―No serviría de nada mutilarla, tiene poderes que no conoces ―dijo Mortmain,

con los ojos todavía sobre Tessa―. Hay un viejo dicho en China, quizás su amado prometido lo conozca, declara: «Un hombre no puede vivir bajo el mismo Cielo que el asesino de su padre» Debo desterrar a los Cazadores de Sombras de este lugar bajo el Cielo; no vivirán mucho tiempo en la tierra. No busque apelar a mi naturaleza buena, Tessa, porque no tengo una.

Tessa no pudo evitarlo, pensó en Historia de Dos Ciudades, en que Lucie Manette siempre apelaba a la naturaleza buena de Sydney Carton. Siempre había pensado en Will como Sydney, consumido por el pecado y la desesperación contra el conocimiento

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de que merecía algo mejor, incluso contra su propio deseo. Pero Will era un buen hombre, uno mucho mejor que Carton, y Mortmain apenas se podía considerar un hombre. No era su naturaleza buena a lo que apelaba, sino a su vanidad: sin duda, todos los hombres se creían buenos al final, ninguno creía ser el villano.

Respiró hondo. ―Por supuesto eso no es así, sin duda podría volver a ser digno y bueno. Ha hecho

lo que se propuso hacer: les ha dado vida e inteligencia a estos… estos Dispositivos Infernales suyos. Ha creado algo que podría destruir a los Cazadores de Sombras. Toda su vida ha perseguido la justicia porque creía que los Cazadores de Sombras eran corruptos y viciosos. Ahora, si detiene su plan, ganará la mayor victoria. Demuestra que es mejor que ellos.

Buscó el rostro de Mortmain con los ojos. Sin duda, había algo de duda allí ¿seguro que los labios apretados temblaban ligeramente, seguro ahí estaba la tensión de la duda en sus hombros?

Su boca se torció en una sonrisa. ―¿Piensa, entonces, que puedo ser un mejor hombre? Y si fuera a ser lo que usted

dice, detener mi plan, ¿me hará creer que se quedará conmigo por admiración, que no regresará con los Cazadores de Sombras?

―Bueno, sí, señor Mortmain. Lo juro. ―Tragó la amargura en la garganta. Si tenía que permanecer con Mortmain para salvar a Will y a Jem, para salvar a Charlotte, Henry y Sophie, lo haría―. Creo que puede ser mejor, creo que todos podemos.

Sus labios apretados se alzaron en las esquinas. ―Ya es de tarde, señorita Gray ―dijo―. No deseaba despertarla antes. Venga

conmigo ahora, al exterior de la montaña. Venga a ver el trabajo de este día, pues hay algo que quiero mostrarle.

Un dedo de hielo tocó su espina. Ella se enderezó. ―¿Y qué es eso? Su sonrisa se extendió por todo el rostro. ―Lo que he estado esperando.

Para: Cónsul Josiah Wayland De: Inquisidor Victor Whitelaw Josiah: Perdona mi informalidad, pues escribo en un apuro. Estoy seguro de que ésta no será la

única carta que recibas sobre este tema; de hecho, es probable que no sea la primera. Yo mismo

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he recibido varias. Todas tratan la misma pregunta que quema en mi mente: ¿es correcta la información de Charlotte Branwell? Si es así, me parece que hay una posibilidad más que probable de que el Maestro esté en Gales. Sé de tus dudas sobre la veracidad de William Herondale, pero ambos conocíamos a su padre. Un alma apresurada, y demasiado guiada por sus pasiones, pero no podrías encontrar a un hombre más honesto. No creo que el joven Herondale sea un mentiroso.

Sin embargo, como resultado del mensaje de Charlotte, la Clave es un caos. Insisto en que llevemos a cabo una reunión específica con el Consejo inmediatamente. Si no lo hacemos, la confianza de los Cazadores de Sombras en su Consejo y su Inquisidor será irrevocablemente erosionada. Dejo el anuncio de la reunión en tus manos, pero esto no es una petición. Envía la convocatoria para el Consejo, o renunciaré a mi posición y que se sepa por qué.

Victor Whitelaw.

A Will lo despertaron gritos. Años de entrenamiento se dieron a conocer instantáneamente: estuvo de cuclillas en

el suelo antes de estar despierto. Al mirar a su alrededor observó que la pequeña habitación de la posada estaba vacía salvo a excepción de él, y los muebles (una cama estrecha y una mesa de pino clara, apenas visible en las sombras) permanecían en sus lugares.

Los gritos volvieron, más fuertes. Emanaban de fuera de la ventana. Will se puso de pie, cruzó el cuarto silenciosamente, y apartó una de las cortinas para mirar afuera.

Apenas recordaba caminar al pueblo, guiando a Balios que caminaba tras él con lentitud, exhausto. Era un pueblito galés, como otros pueblitos galeses, poco destacables por algo en particular. Había encontrado la posada local fácilmente y había entregado Balios a las atenciones del peón, ordenándole que cepillara y alimentara al caballo con una mezcla de afrecho caliente para revivirlo. El hecho de que hablara galés pareció tranquilizar al hostelero, y rápidamente le habían mostrado un cuarto privado, donde había colapsado casi inmediatamente, completamente vestido, sobre la cama y durmió sin sueños.

La luna era brillante en lo alto, su posición indicaba que todavía no era muy tarde en la noche, la niebla parecía colgar sobre el pueblo. Por un momento Will pensó que era niebla. Luego, tras inhalar, se dio cuenta de que era humo. Parches de color rojo brillante brotaban de las casas en el pueblo. Entrecerró los ojos. Había figuras moviéndose de un lado a otro en las sombras. Más gritos, un destello que solo pudo ser de espadas…

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Salió por la puerta con las botas medio atadas apenas un momento después, cuchillo serafín en mano. Bajó corriendo los escalones y entró a la habitación principal de la posada. Estaba oscura y fría pues no había fuego, y varias ventanas habían sido destrozadas, dejando entrar el frío aire de la noche. Había cristal desparramado por el suelo como trozos de hielo. La puerta estaba abierta, y mientras Will la atravesaba, observó que las bisagras superiores estaban casi arrancadas de sus amarres, como si alguien hubiera intentado arrancar la puerta…

Salió por dicha puerta y rodeó la posada por el costado donde estaban los establos. El olor a humo era más denso aquí, comenzó a correr… y casi tropieza con una figura encorvada en el suelo. Se dejó caer de rodillas. Era el peón, con la garganta cortada, el piso bajo él era un desastre de tierra empapada en sangre. Sus ojos estaban abiertos, mirando sin ver, su piel ya fría. Will tragó bilis y se enderezó.

Se movió hacia el establo mecánicamente, su mente analizaba todas las posibilidades. ¿Un ataque demoníaco? ¿O se había tropezado con algo no-sobrenatural, alguna pelea entre ciudadanos, o solo Dios sabe qué? Nadie parecía estar buscándolo en particular, eso era claro.

Podía oír los relinches ansiosos de Balios mientras entraba al establo. Parecía no haber sido perturbado, desde el techo de yeso hasta el suelo empedrado surcado por zanjas de drenaje. No había otros caballos estabulados allí esa noche, que era una suerte, desde el momento en que abrió la puerta del establo, Balios se lanzó hacia delante, casi noqueando a Will. Que apenas fue capaz de hacerse un lado cuando el caballo se precipitó junto a él y fuera de la puerta.

—¡Balios! —Will maldijo y salió corriendo detrás del caballo, pasando alrededor del costado de la posada y al camino principal del pueblo.

Se detuvo en seco. La calle era un caos. Cuerpos yacían desplomados, descartados al costado del camino como basura. Las casas estaban con sus puertas destrozadas, ventanas rotas. La gente estaba corriendo dentro y fuera de las sombras desordenadamente, gritando y llamándose los unos a los otros. Muchas de las casas se estaban quemando. Mientras Will miraba horrorizado, vio a una familia salir de la puerta de una casa en llamas, el padre en una camisa de dormir, tosiendo y ahogándose, una mujer detrás de él sosteniendo la mano de una niña pequeña.

Apenas se habían tambaleado hacia la calle cuando formas salieron de las sombras. La luz de la luna brillando sobre metal.

Autómatas. Se movían fluidamente, sin sacudidas y sin titubear. Usaban ropas, un variado

surtido de uniformes militares, algunos reconocibles para Will y otros no, pero sus

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rostros eran de metal desnudo, como sus manos, que sostenían espadas de largas hojas. Había tres de ellos; uno, que llevaba una túnica militar desgarrada, se adelantó y se rió (¿se rió?) cuando el padre de la familia intentó empujar su esposa e hija tras él, y tropezó con los adoquines ensangrentados de la calle.

Todo había terminado en unos momentos, demasiado rápido incluso para que Will se moviera. Destellaron las espadas, y tres cuerpos más se unieron a los montones en las calles.

―Eso es todo ―dijo el autómata en la túnica harapienta―. Quemen sus casas y que el humo los haga salir como ratas. Mátenlos cuando corran.

La cosa levantó la cabeza, y pareció ver a Will. Incluso a través del espacio que los separaba, Will sintió la fuerza de esa mirada.

Will alzó su cuchillo serafín. ―Nakir. El cuchillo resplandeció e iluminó la calle, un haz de luz blanca en medio del rojo

de las llamas. A través de la sangre y el fuego, Will vio al autómata de la túnica roja caminar hacia él. Llevaba una espada larga en su mano izquierda, la mano era de metal, articulada; se curvaba alrededor el mango de la espada como una mano humana.

―Nefilim ―dijo la criatura, deteniéndose a unos meros treinta centímetros de Will―. No esperábamos a los de tu clase aquí.

―Claramente ―respondió Will; dio un paso hacia delante e impactó el cuchillo serafín en el pecho del autómata.

Hubo un leve chisporroteo, como tocino friéndose en una sartén. Mientras el autómata miraba hacia abajo con desconcierto, Nakir se convirtió en cenizas y dejó la mano de Will apretada alrededor de un mango que desaparecía.

El autómata se echó a reír y alzó la mirada hacia Will. Sus ojos crepitaban con vida e inteligencia, y Will supo con certeza, en el corazón, que estaba mirando algo que nunca había visto antes; no solo una criatura que podía volver un cuchillo serafín en cenizas, sino a clase de máquina que tenía voluntad, astucia y la estrategia suficiente para quemar una aldea hasta los cimientos con el fin de asesinar a los habitantes mientras huían.

―Y ahora ves ―dijo el demonio, porque eso era lo que había de pie frente a él―. Nefilim, todos estos años, nos han sacado de este mundo con sus espadas rúnicas. Ahora tenemos cuerpos en los que sus armas no funcionan, y este mundo será nuestro.

Will respiró hondo cuando el demonio levantó la larga espada. Dio un paso atrás. La espada giró de arriba hacia abajo. Él la esquivó, y justo entonces algo pasó raudo

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por su lado en la calle, algo negro y enorme que se que irguió en dos patas, pateó y tiró al autómata a un costado.

Balios. Will estiró la mano y buscó a ciegas la crin del caballo. El demonio se levantó del

barro y saltó hacia él, con la espada centelleando, justo cuando Balios comenzaba a correr y Will subía a la espalda del caballo. Descendieron juntos rápidamente por la calle empedrada y Will se mantuvo pegado a la espalda Balios, mientras el viento despeinaba su cabello y secaba la humedad de su rostro; si era sangre o lágrimas, no lo sabía.

Tessa estaba sentada en el suelo de su habitación en la fortaleza de Mortmain,

observando entumecida al fuego. Las llamas trazaban dibujos sobre sus manos, el vestido azul que llevaba. Ambos

estaban manchados de sangre, aunque no sabía cómo había sucedido; la piel de su muñeca estaba rasgada, y tenía algunos recuerdos de un autómata que la había sujetado por ahí, desgarrándole la piel con los afilados dedos metálicos mientras trataba de escapar.

No podía alejar de su mente las imágenes que la dominaban: los recuerdos de la destrucción en la aldea en el valle. La habían llevado allí con los ojos vendados, cargada por autómatas, antes de que la arrojaran bruscamente sobre un afloramiento de roca gris con una vista directamente hacia al pueblo que había abajo.

―Observe ―había dicho Mortmain, sin mirarla, solo regodeándose―. Observe, señorita Gray, y luego hábleme de redención.

Tessa había estado prisionera, un autómata la sostenía por detrás, con una mano sobre la boca, mientras Mortmain murmuraba suavemente las cosas que le haría si se atrevía a alejar la mirada de la aldea, así que vio, sin poder hacer nada, cómo los autómatas marchaban hacia el pueblo y asesinaban hombres y mujeres inocentes en las calles. La luna había salido teñida de rojo mientras el ejército mecánico incendiaba metódicamente casa tras casa, masacrando las familias que emanaban confundidas y aterradas.

Y Mortmain se había reído. ―Lo ve ahora ―había dicho él―. Estas criaturas, estas creaciones, son capaces de

pensar, razonar y de armar estrategias. Como los humanos. Y aun así, son indestructibles. Mire, allí, al tonto con el rifle.

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Tessa no había querido mirar, pero no había tenido elección, por lo que había observado, con los ojos secos y sombría, a la figura distante que había levantado un rifle para defenderse. Los balazos habían golpeado a algunos autómatas, pero no los había deshabilitado. Habían seguido avanzando hacia él, le habían quitado el rifle de la mano, lo habían lanzado al suelo…

Y luego lo habían destrozado. ―Demonios ―había murmurado Mortmain―. Son salvajes y les encanta destruir. ―Por favor ―había dicho Tessa ahogadamente―. Por favor, no más, no más. Haré

lo que sea que desee, pero por favor, perdone a la aldea. Mortmain se había reído sin diversión. ―Las criaturas mecánicas no tienen corazón, señorita Gray ―había explicado―. No

tienen misericordia, son como el fuego o el agua. Es lo mismo que suplicarle a una inundación o a un incendio forestal que pare su destrucción.

―No les estoy rogando a ellos ―había insistido ella. Por el rabillo del ojo, pensó haber visto un caballo negro corriendo por las calles de la aldea, con el jinete apegado a su espalda. «Que sea alguien escapando de la masacre» había orado―. Se lo estoy pidiendo a usted.

Él había vuelto sus ojos fríos hacia ella, y habían estado tan vacíos como un cielo sin nubes.

―Tampoco hay misericordia en mi corazón. Ya apeló, incansablemente, a mí yo mejor. La traje aquí para mostrarle la inutilidad de tal acción. No tengo un mejor ser al que apelar; fue quemado hace años.

―Pero he hecho lo que me pidió ―había dicho ella desesperadamente―. No hay necesidad de esto, de que yo…

―No es por usted ―había interrumpido él, apartando la mirada―. Los autómatas deben probarse antes de ser enviados a batalla; esto es ciencia simple. Ahora tienen inteligencia, estrategia, nada se puede anteponer a ellos.

―Se van a volver en su contra, entonces. ―No lo harán. Sus vidas están vinculadas a la mía. Si yo muero, también ellos serán

destruidos. Deben protegerme para sobrevivir. ―Su mirada había sido fría y distante―. Suficiente. La traje aquí para mostrarle que soy lo que soy, y lo aceptará. Su ángel mecánico protege su vida, pero las vidas de otros inocentes están en mis manos, en sus manos. No me ponga a prueba, y no habrá una segunda aldea como ésta. No quiero oír más protestas tediosas.

«Su ángel mecánico protege su vida.» Al recordarlo, tomó el ángel en sus manos, sintiendo el familiar tic tac bajo sus dedos. Cerró los ojos, pero esas terribles imágenes

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vivían tras sus párpados. Vio en su mente a los Nefilim indefensos ante los autómatas, como los aldeanos. Jem desgarrado por los monstruos mecánicos, Will apuñalado con espadas metálicas, Henry y Charlotte quemándose…

Apretó salvajemente el ángel, y se lo arrancó de la garganta, para luego lanzarlo al suelo de roca desigual, justo cuando un tronco cayó al fuego, levantando una columna de chispas rojas. En su iluminación vio la palma de su mano izquierda, vio la leve cicatriz de la quemadura que se había hecho el día que le había dicho a Will que estaba comprometida con Jem.

Como en ese entonces, su mano fue por el atizador de la chimenea, lo levantó, sintiendo el peso en la mano. El fuego se había más alto. Vio el mundo a través de la bruma dorada cuando alzó el atizador y lo dejó caer sobre el ángel mecánico.

Aunque el atizador era de hierro, explotó en polvo metálico, una nube de filamentos brillantes que se cernió sobre el suelo, espolvoreando la superficie del ángel mecánico, que yacía, intacto y en buen estado, en el piso ante sus rodillas.

Y entonces el ángel comenzó a moverse y a cambiar. Sus alas temblaron, y los párpados cerrados se abrieron en pedazos de cuarzo blanquecino. De ellos salieron finos rayos de luz blanquecina; como en las pinturas de la estrella de Belén, la luz se alzó y alzó, radiando picos de luz. Lentamente, comenzaron a unirse en una forma: la forma de un ángel.

Era una mancha resplandeciente de luz, tan brillante, que era difícil mirarla directamente, aunque Tessa pudo ver a través de la luz, la débil silueta de algo parecido a un hombre. Podía ver ojos que no tenían irises o pupilas, sino que eran inserciones de trozos de cristal que brillaban a la luz del fuego. Las alas del ángel eran amplias, y se extendían desde sus hombros, cada pluma con punta de metal reluciente. Sus manos estaban cruzadas sobre el mango de una espada elegante.

Sus brillantes ojos en blanco se posaron sobre ella. ¿Por qué intentaste destruirme? ―Su voz era dulce, resonaba en su mente como

música―. Yo te protejo. Pensó en Jem de repente, apoyado en su cama de almohadas, su rostro pálido y

brillante. «Hay más en la vida que vivir.» ―No es a usted a quien busco destruir, sino a mí misma. Pero ¿por qué harías eso? La vida es un regalo. ―Busco hacer el bien ―contestó―. Al mantenerme con vida está permitiendo que

un gran mal exista. Mal. ―La voz musical era pensativa―. He estado tanto tiempo en mi prisión mecánica

que he olvidado el bien y el mal.

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―¿Prisión mecánica? ―susurró Tessa―. Pero ¿cómo puede un ángel ser aprisionado?

Fue John Thaddeus Shade quien me encarceló. Captó mi alma dentro de un hechizo y la atrapó dentro de este cuerpo mecánico.

―Como la Pyxis ―reflexionó Tessa―. Solo que atrapando a un ángel en lugar de un demonio.

Soy un ángel de lo divino ―dijo el ángel, flotando ante ella―. Soy hermano de los Sijil, Kurabi, y de los Zurah, Fravishis y Dakinis.

―Y, ¿ésta es su forma verdadera? ¿Así es? Aquí solo ves una fracción de lo que soy. En mi forma verdadera soy gloria mortal. La mía

era la libertad del Cielo, antes de que me atraparan y me ataran a ti. ―Lo siento ―susurró ella. No eres la culpable, tú no me encarcelaste. Nuestros espíritus están unidos, es la verdad,

pero incluso cuando te protegía en el vientre, sabía que eras inocente. ―Mi ángel de la guardia. Pocos pueden reclamar a un solo ángel que los proteja, pero tú puedes. ―No quiero reclamarle ―dijo Tessa―. Quiero morir en mis propios términos, no

ser forzada a vivir en los de Mortmain. No puedo dejarte morir. ―La voz del ángel estaba llena de tristeza. A Tessa le recordó

al violín de Jem, tocando la música de su corazón―. Es lo que me han ordenado. Tessa levantó la cabeza. La luz del fuego atravesaba al ángel como luz de sol a un

cristal, proyectando un resplandor de colores contra las paredes de la cueva. Este no era un artefacto vil; era bondad, retorcida y doblegada a la voluntad de Mortmain, pero en su naturaleza divina.

―Cuando era un ángel ―dijo―, ¿cuál era su nombre? Mi nombre ―contestó el ángel― era Ithuriel. ―Ithuriel ―susurró Tessa, y le tendió la mano al ángel, como si pudiera alcanzarlo,

y confortarlo de alguna forma, pero sus dedos solo encontraron aire vacío. El ángel brilló y desapareció, dejando detrás solo un resplandor, un destello de luz contra el interior de sus párpados.

Una ola de frío golpeó a Tessa, y se enderezó, abriendo los ojos de golpe. Estaba medio recostada en el frío suelo de piedra frente al fuego casi extinto. El cuarto estaba a oscuras, pues las brasas rojizas en la chimenea apenas lo iluminaban. El atizador estaba donde había estado antes. Su mano voló a su garganta, y encontró allí al ángel mecánico.

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«Un sueño». El corazón de Tessa decayó. Todo había sido un sueño. No había ningún ángel que la bañara en su luz, solo estaba este cuarto frío, la invasora oscuridad, y el ángel mecánico constantemente marcando los minutos para el final de todo en el mundo.

Will se alzaba sobre Cadair, Idris, con las riendas de su caballo en la mano. Mientras cabalgaba hacia Dolgellau, había visto la enorme pared de Cadair Idris,

elevándose sobre el estuario Mawddach, y se había quedado sin aliento: había llegado. Había escalado esta montaña con anterioridad, de niño, con su padre, y esos recuerdos habían vuelto a él mientras dejaba la carretera Dinas Mawddwy y cabalgaba hacia la montaña a la espalda de Balios, que todavía parecía estar huyendo de las llamas de la aldea que habían dejado detrás. Habían seguido por el lago de montaña lleno de malas hierbas (el océano plateado se podía ver en una dirección, y el pico de Snowdon en la otra), hasta el valle Nant Cadair. La aldea de Dolgellau debajo brillaba ocasionalmente; hacían un cuadro bonito, pero Will no estaba admirando la vista. La runa de visión nocturna que se había dibujado le permitía seguir las huellas de las criaturas mecánicas. Había suficientes como para que el suelo estuviera roto donde habían caminado para bajar la montaña, y él había seguido con el corazón palpitante el camino arruinado hacia la cima de la montaña.

Sus huellas conducían un manto de rocas enorme llamado morrena, según recordaba Will, que formaba una pared parcial que protegía Cwm Cau, un pequeño valle en lo alto de la montaña en cuyo corazón descansaba Llyn Cau, un lago glaciar claro. Las huellas del ejército mecánico llegaban al borde del lago…

Y desaparecían. Will se puso de pie, mirando hacia abajo las aguas frías y claras. A la luz del día,

recordó, esta vista era magnifica: Llyn Cau de un azul puro, rodeado de hierbas verdes, con el sol rozando los bordes afilados de Mynydd Pencoed, los acantilados que rodeaban el lago. Se sintió a un millón de kilómetros de Londres.

El reflejo de la luna lo iluminaba desde el agua. Suspiró. El agua lamía gentilmente el borde del lago, pero no podía borrar las marcas de las huellas de los autómatas. Era claro de dónde habían venido. Extendió una mano hacia atrás y palmeó el cuello de Balios.

―Espérame aquí ―le dijo―. Y si no regreso, vuelve al Instituto. Estarán contentos de verte otra vez, viejo.

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El caballo relinchó suavemente y mordió su manga, pero Will solo contuvo el aliento y se metió al Llyn Cau. El líquido frío le subió por las botas, llegó a sus pantalones, y le mojó la piel con agua congelada. Jadeó por el shock.

―Empapado otra vez ―masculló taciturno, y se lanzó a las aguas heladas del lago, que parecían tirar de él, como arenas movedizas, apenas tuvo tiempo de tomar un respiro antes de que el agua congelada lo arrastrara hacia la oscuridad.

Para: Charlotte Branwell De: Cónsul Wayland Señora Branwell: Queda relevada de su cargo como directora del Instituto. Podría hablar de la decepción que

me provoca o de que ahora ya no hay fe entre nosotros, pero las palabras, frente a una traición de la magnitud de la que usted me ha brindado, son inútiles. A mi llegada a Londres mañana, esperaré que usted y su esposo ya hayan salido del Instituto y hayan retirado sus pertenencias. El incumplimiento de esta solicitud ocasionará las sanciones más duras previstas por la ley.

Josiah Wayland, Cónsul de la Clave.

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Traducido por anusca06

Ahora te quemaré otra vez, yo te quemaré, Aunque esté maldito por ello, ambos yaceremos

Y arderemos ―En el Cementerio Nunhead, Charlotte Mew

Estuvo oscuro solo por unos instantes, porque en un momento las gélidas aguas

succionaban a Will, y al siguiente caía. Se llevó las piernas al pecho antes de chocar contra el suelo, pero de todas formas el golpe le quitó el aliento.

Se atragantó y rodó sobre el estómago, luego se puso de rodillas chorreando agua del pelo y la ropa. Pensó en encender su luz mágica, pero decidió que no quería iluminar nada si ello suponía atraer la atención; la runa de visión nocturna tendría que servir. Y así fue, ya que le mostró que estaba en una caverna rocosa. Si miraba hacia arriba podía ver las turbulentas aguas del lago, como si fueran un cristal suspendido, y la luz de la luna un poco borrosa. Había túneles que llevaban fuera de la caverna pero sin marcas que dijeran hacia dónde conducían. Will se puso de pie, eligió a ciegas el túnel que estaba más a la izquierda, y entró cuidadosamente a la sombría oscuridad.

Los túneles eran amplios, con suelos lisos que no mostraban ninguna marca por donde las criaturas mecánicas pudieran haber pasado y los lados eran de una áspera roca volcánica. Recordó haber escalado Cadair Idris con su padre hace años y haber escuchado muchas leyendas sobre la montaña, como una que decía que había sido la silla de un gigante en la que se sentaba para miraba las estrellas, u otra en la que el Rey Arturo y sus caballeros dormían bajo la colina, esperando a despertar en el momento en que Gran Bretaña los necesitase otra vez, o que cualquiera que pasase la noche en la ladera de la montaña se despertaría siendo un poeta o un loco.

Si solo se supiera lo extraña que era en realidad, pensaba Will, mientras giraba a través de la cuerva de un túnel y emergía a una cueva más grande.

La cueva era amplia y se abría a un espacio aún mayor en el otro extremo de la sala, donde brillaba una luz tenue. De vez en cuando, Will captaba un destello plateado que

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creyó era agua que corría por las paredes negras, pero examinándolo más detenidamente, resultaron ser vetas de cuarzo cristalino.

Will se acercó a la luz tenue y al descubrir que conforme lo hacía su corazón latía más rápido dentro de su pecho, trató de respirar de manera constante para apaciguarlo. Sabía lo que hacía que su pulso fuera a toda velocidad: Tessa. Si Mortmain la tenía, entonces ella estaba cerca y en algún lugar de este laberinto de túneles podría encontrarla.

Escuchó la voz de Jem en su cabeza, como si su parabatai estuviera a su lado, aconsejándole. Siempre había dicho que Will se precipitaba hacia el final de una misión en vez de proceder de forma mesurada, y que uno debe mirar el siguiente paso en el camino que tiene enfrente y no la montaña que hay en la distancia, o nunca alcanzaría su meta. Will cerró los ojos por un momento. Sabía que lo que Jem decía era cierto, pero era difícil recordarlo cuando la meta que buscaba era la chica a la que amaba.

Abrió los ojos y se acercó a la luz al fondo de la caverna. El suelo bajo sus pies era suave, sin piedras o guijarros, y venoso como el mármol. La luz destelló y Will llegó a un punto muerto, solo sus años de formación como Cazador de Sombras le impidieron precipitarse hacia su muerte… porque el suelo rocoso terminaba en un precipicio. Estaba de pie en un saliente, mirando a un anfiteatro lleno de autómatas silenciosos e inmóviles, como si fueran juguetes mecánicos estropeados. Iban vestidos como aquéllos en el pueblo, con retales de uniformes militares, alineados uno tras otro, como soldados de plomo de tamaño natural.

En el centro de la habitación había una plataforma elevada de piedra y sobre ella otro autómata, tendido como un cadáver sobre una mesa de autopsias. Su cabeza era de metal desnudo, pero el resto de su cuerpo estaba cubierto con una pálida piel humana que tenía runas tatuadas.

Con forme las miraba, Will las reconocía una tras otra: memoria, agilidad, velocidad, visión nocturna. Seguro que nunca funcionarían, no en un artefacto hecho de metal y piel humana. Se podía engañar a los Cazadores de Sombras desde la distancia, pero…

Pero, ¿y si utilizaban la piel de un Cazador de Sombras? Susurró una voz en la mente de Will. ¿Qué podrían crear entonces? ¿Hasta dónde pensaba llegar con su locura? El pensamiento, y la visión de las Runas del Cielo inscritas en una criatura tan monstruosa, le revolvieron el estómago a Will. Se alejó tambaleante del saliente y fue dar con la espalda contra una pared de roca fría.

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Vio el pueblo otra vez en su mente, los cadáveres en las calles, y oyó el siseo mecánico del demonio mecánico a la vez que le hablaba:

«Todos estos años, nos han sacado de este mundo con sus espadas rúnicas. Ahora tenemos cuerpos en los que sus armas no funcionan, y este mundo será nuestro.»

La rabia recorrió las venas de Will como si de fuego se tratase. Se apartó de la pared, dirigiéndose directo a un estrecho túnel que salía de la habitación de la caverna. A medida que se marchaba, creyó oír un zumbido tras él, como si el mecanismo de un reloj gigante hubiese empezado, pero cuando se volvió no vio nada, solo las lisas paredes de la cueva y las sombras inmóviles.

El túnel que seguía se iba estrechando mientras caminaba y sabía que si seguía ocurriendo lo mismo más adelante, tendría que dar la vuelta y volver a la caverna. El solo pensar que eso sucediera le hizo avanzar con renovada energía, hasta que finalmente llegó a un afloramiento rocoso repleto de cuarzo. Se deslizó hacia delante y casi se cae cuando el pasaje de repente se abrió a un corredor más amplio.

Era casi como el vestíbulo del Instituto, solo que hecho de piedra lisa y con antorchas dentro de soportes metálicos a intervalos. Al lado de cada antorcha había una puerta arqueada, también de piedra. Las dos primeras se abrían a habitaciones oscuras y vacías.

Al otro lado de la tercera estaba Tessa. En un principio no la vio. Al entrar en la habitación la puerta se cerró tras él, pero se

dio cuenta de que no estaba en la oscuridad, pues había una luz parpadeante: las tenues llamas de un fuego en un hogar de piedra al final de la habitación. Para su asombro, estaba decorada como una habitación en una posada, con una cama y un lavabo, alfombras en el suelo e incluso cortinas en las paredes que se cernían sobre la piedra desnuda.

En frente del fuego había una sombra delgada, acuclillada en el suelo. La mano de Will fue automáticamente a la empuñadura de la daga que llevaba a la cintura, entonces la sombra se volvió haciendo que su pelo se deslizara por encima del hombro y viera su rostro.

Tessa. Su mano se apartó de la daga al tiempo que el corazón, con una fuerza dolorosa, le

daba un vuelco en el pecho. Vio su expresión cambiar de curiosidad, a asombro y luego incredulidad.

Ella se puso de pie, con la falda cayendo a su alrededor al tiempo que se enderezaba, y la vio extender la mano hacia él.

―¿Will? ―dijo ella.

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Fue como si una llave girara la cerradura de una puerta, liberándolo y permitiéndole adelantarse. No había habido nunca una distancia mayor que la que lo separaba en ese momento de Tessa. Era una habitación grande y en ese mismo instante, la distancia entre Londres y Cadair Idris le parecía ínfima comparada con la de ese cuarto. Mientras cruzaba la habitación sintió un escalofrío, como algún tipo de resistencia. Vio a Tessa extendiendo la mano y moviendo la boca, y luego ella estaba entre sus brazos, casi sin aliento después de la colisión entre sus cuerpos.

Ella estaba de puntillas, con los brazos alrededor de sus hombros, susurrando su nombre.

―Will, Will, Will… Él enterró su cara contra el cabello espeso y rizado en su cuello, olía a humo y

violetas. La agarró con más fuerza aún cuando sus dedos se cerraron contra la parte posterior de su cuello, aferrándose entre sí. En ese preciso momento, el dolor que le había estado molestando desde la muerte de Jem pareció relajarse y permitirle respirar.

Pensó en el infierno por el que había pasado desde que salió de Londres, los días a caballo sin detenerse, las noches sin dormir. La sangre, la pérdida, el dolor y la lucha; todo para traerlo aquí.

A Tessa. ―Will ―dijo de nuevo, y él miró su rostro surcado de lágrimas. Tenía una

contusión en el pómulo. Al darse cuenta de que alguien le había golpeado su corazón se llenó de rabia. Descubriría quién había sido y lo mataría. Si se trataba de Mortmain, lo mataría solo después de haber quemado su monstruoso laboratorio hasta los cimientos para que viera la ruina de todo su trabajo―. Will ―repitió Tessa otra vez, interrumpiendo sus pensamientos. Sonaba casi sin aliento―. Will, idiota.

Sus intenciones se vieron interrumpidas como un coche de caballos de alquiler en el tráfico de Fleet Street.

―Yo… ¿Qué? ―Oh, Will ―dijo ella. Sus labios temblaban, parecía como si no pudiera decidir si

reír o llorar―. ¿Recuerdas cuando me contaste que el apuesto y joven caballero que venía en tu rescate nunca se equivocaba, ni siquiera si él decía que el cielo era púrpura y estaba hecho de erizos?

―La primera vez que te vi. Sí. ―Oh, mi Will. ―Se alejó suavemente de sus brazos, y se alisó un mechón enredado

de cabello detrás de la oreja. Sus ojos estaban fijos en él―. No puedo imaginarme cómo me encontraste, ni lo difícil que ha debido ser. Pero, ¿no creerás que Mortmain

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me dejaría sin vigilancia en una habitación con la puerta abierta? ―Ella se dio la vuelta y se movió unos metros hacia delante, luego se detuvo abruptamente―. Aquí ―anunció, levantó una mano y extendió los dedos a lo ancho―. El aire es tan sólido como una pared aquí. Esto es una cárcel, Will, y ahora tú también estás atrapado en ella.

Él se movió a su lado aunque ya sabía lo que iba a encontrar. Recordó la resistencia que había sentido mientras cruzaba la habitación. El aire se onduló ligeramente cuando lo tocó con el dedo, pero era más duro que un lago helado.

―Conozco esta configuración ―dijo―. The Clave utiliza una versión de ella a veces. ―Su mano se cerró en un puño y lo estrelló contra el aire sólido, lo bastante fuerte como para herirse los huesos de la mano―. Uffern gwaedlyd ―juró en galés―. He atravesado todo el maldito país para llegar hasta ti y ahora ni siquiera puedo hacer esto bien. En el momento en que te vi, en lo único que pude pensar fue en correr hacia ti. Por el Ángel, Tessa…

―¡Will! ―Lo agarró del brazo―. No te atrevas a disculparte. ¿Entiendes lo que significa para mí que estés aquí? Es como un milagro porque había estado orando para ver los rostros de aquellos que me importan otra vez antes de morir. ―Hablaba con sencillez y franqueza. Era una de las cosas que amaba de Tessa, que no ocultaba o disimulaba las cosas, sino que decía lo que pensaba sin adornos―. Cuando estaba en la Casa Oscura no había nadie que se preocupara lo suficiente por mí como para ir a buscarme. Cuando me encontraste, fue un accidente. Pero ahora…

―Ahora nos he condenado a ambos ―dijo en voz baja. Sacó la daga de su cintura y la llevó contra la pared invisible ante él. La hoja de plata con runas quedó destrozada, y Will maldijo otra vez en voz baja, arrojando a un lado la empuñadura rota.

Tessa le puso una mano en el hombro. ―No estamos condenados ―dijo―. Sin duda no viniste solo, Will, y Henry o Jem

nos encontrarán. Por otro lado nos podrán liberar. He visto cómo Mortmain lo hace, y…

Su expresión debía haber cambiado ante la mención de Jem, porque vio que el color desaparecía de la cara de ella y apretaba su agarre sobre su brazo.

―Tessa ―dijo él―. Estoy solo. La voz se le rompió con la palabra solo, como si pudiera saborear la amargura de la

pérdida en su lengua. Se esforzó por hablar normalmente. ―¿Jem? ―preguntó, aunque era más que una pregunta. Will no dijo nada, su voz

parecía haberse ido. Había pensado contarle lo de Jem después de haberse marchado de ese lugar, se había imaginado diciéndoselo en un lugar seguro, uno en el que

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hubiera espacio y tiempo para consolarla. Ahora sabía que había sido un tonto por pensar, por imaginar que no tendría escrito en toda la cara lo que había perdido. El color restante desapareció de su pie, era como ver un fuego que parpadeaba y se apagaba―. No ―susurró.

―Tessa… Ella dio paso un atrás, negando con la cabeza. ―No, no es posible. Tendría que haber sabido…No puede ser posible. Extendió una mano hacia ella. ―Tessa. Ella había empezado a temblar violentamente. ―No ―repitió―. No, no lo digas. Si no lo dices, no será verdad. No puede ser

verdad. No es justo. ―Lo siento ―susurró. Su rostro se arrugó, se derrumbó como un dique bajo demasiada presión. Se dejó

caer de rodillas y se abrazó fuertemente, como si así pudiera evitar romperse. Will sintió una nueva oleada de la agonía que había experimentado en el patio del Hombre Verde. ¿Qué había hecho? Había venido a salvarla, pero en lugar de ello solo había logrado infligirle dolor. Era como si estuviera realmente maldito, capaz solo de traer sufrimiento a aquellos que amaba.

―Lo siento ―dijo de nuevo, con todo su corazón en las palabras―. Lo siento. Hubiera muerto por él si hubiese podido.

Ante eso, levantó la cabeza. Se preparó para la acusación en sus ojos, pero no había nada de eso. En cambio, estiró la mano hacia él en silencio. Con asombro la tomó y dejó que lo atrajera hacia abajo, de rodillas frente a ella.

Tenía el rostro surcado de lágrimas y rodeado por su cabello. ―Me abría gustado tener la oportunidad también ―dijo―. Oh, Will. Todo esto es

mi culpa. Perdió su vida por mí. Si hubiese tomado la medicación con más moderación, si se hubiese permitido descansar y estar en enfermo en lugar de fingir que tenía buena salud por mí…

―¡No! ―Él la tomó por los hombros, volviéndola hacia él―. No es tu culpa. Nadie podía imaginar que eso era…

Ella negó con la cabeza. ―¿Cómo puedes soportar tenerme cerca? ―preguntó con desesperación―. Te

arrebaté a tu parabatai, y ahora vamos a morir los dos aquí. Por mí. ―Tessa ―susurró, sorprendido. No podía recordar la última vez que había estado

en esta posición, la última vez que había tenido que consolar a alguien con corazón

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roto y que se lo hubiera permitido, en lugar de obligarse a dar la vuelta. Se sentía tan torpe como cuando era niño y lanzaba cuchillos antes de que Jem le hubiera enseñado cómo utilizarlos. Se aclaró la garganta―. Tessa, ven aquí. ―La atrajo hacia sí hasta que estuvo en el suelo y con ella apoyada contra él, con la cabeza en su hombro y con los dedos de él enredados en su pelo. Podía sentir su cuerpo temblando contra el suyo, pero ella no se apartó. En cambio, se aferró a él, como si su presencia de verdad le ofreciera consuelo.

Y si pensaba en lo caliente que estaba en sus brazos y la sensación de su aliento sobre su piel, podía fingir que, solo por un momento, era eso lo que ocurría.

Como una tormenta, el dolor de Tessa se pasó lentamente en el trascurso de las horas. Ella lloró, y Will la abrazó sin soltarla, a excepción de una vez, cuando se levantó para encender el fuego y regresó rápidamente a sentarse a su lado otra vez, con la espalda contra la pared invisible.

Tessa tocó su hombro, donde sus lágrimas habían empapado la tela. ―Lo siento ―le dijo. No podía contar el número de veces que en las últimas horas

le había dicho que lo sentía, ya que le había contado todo lo que había sucedido desde que se separaron en el Instituto. Había compartido con ella su adiós a Jem y Cecily, su viaje por el campo y el momento en el que se dio cuenta de que Jem había muerto. A su vez, ella le había dicho lo que Mortmain había exigido de ella, que ella cambiara al cuerpo su padre, y le diera la última pieza del rompecabezas que convertiría a su ejército de autómatas en una fuerza imparable.

―No tienes nada que lamentar, Tessa ―dijo Will ahora. Estaba mirando hacia el fuego, la única luz de la habitación. Las sombras bajo sus ojos eran de color violeta, el ángulo de sus pómulos y clavícula quedaba claramente delineado―. Tú también has sufrido, al igual que yo. Al ver ese pueblo destruido…

―Los dos estábamos allí al mismo tiempo ―dijo ella, asombrada―. Si hubiera sabido que estabas cerca…

―Si hubiera sabido que estábamos tan cerca, habría cabalgado con Balios directamente hacia ti.

―Y hubieses sido asesinado por las criaturas de Mortmain en el proceso. Es mejor que no lo supieras. ―Ella siguió su mirada hacia el fuego―. Me encontraste al final, eso es lo que importa.

―Por supuesto que te encontré. Le prometí a Jem que lo haría ―dijo―. Algunas promesas no se pueden romper.

Respiró profundamente con ella acurrucada contra él. Le temblaban las manos, casi imperceptiblemente, mientras la abrazaba. Vagamente, Tessa se dio cuenta que no

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debía permitir que un chico que no fuera su hermano o su prometido la sostuviera de esa manera, pero ambos estaban muertos y mañana Mortmain vendría a por ellos y les castigaría por lo que ella no podía, en vista de todo esto, preocuparse por el decoro.

―¿Cuál era el sentido de todo ese dolor? ―preguntó―. Lo amaba tanto, y ni siquiera estuve allí cuando murió.

La mano de Will le acarició la espada, suave y rápidamente, como si temiera que ella se alejase.

―Ni yo ―dijo él―. Estaba en el patio de una posada, a mitad de camino de Gales, cuando lo supe. Lo sentí. El vínculo entre nosotros se rompió y era como si un gran par de tijeras hubieran cortado mi corazón por la mitad.

―Will… ―dijo Tessa. Su dolor era tan palpable, que se mezclaba con el suyo propio para crear una aguda tristeza, más ligera al ser compartida, aunque era difícil decir quién estaba reconfortando a quién ahora―. Siempre fuiste la mitad de su corazón.

―Yo fui el que le pidió que fuese mi parabatai ―recordó Will―. Él estaba renuente porque quería que yo entendiera que me estaba atando en lo que se suponía era un lazo de por vida a alguien que no iba a vivir mucho más. Pero yo quería desesperadamente una prueba de que no estaba solo, una manera de mostrarle lo que le debía. Y al final él cedió, como siempre hacía.

―No ―lo contradijo Tessa―. Jem no era un mártir y ser tu parabatai no era un castigo para él. Eras como un hermano, mejor que uno porque tú lo habías elegido. Cuando hablaba de ti, lo hacía con lealtad y amor sin una pizca de duda.

―Me enfrenté a él cuando descubrí que había estado tomando más yin fen de los que debería. Estaba enfadado y le acusé de lanzar su vida por la borda. Me dijo: «Puedo elegir estar tanto como pueda para ella, arder tan brillantemente para ella como lo desee».

Tessa hizo un pequeño sonido con la garganta. ―Fue su elección, Tessa, no algo que le impusieras. Nunca fue tan feliz como

cuando estaba contigo. ―Miraba el fuego, no a ella―. Independientemente de lo que yo les haya dicho alguna vez, no importa qué, me alegro de que pasara ese tiempo contigo. También debe ser así para ti.

―No pareces contento. Will continuó mirando al fuego. Su cabello negro había estado húmedo cuando

entró a la habitación, y se había secado en rizos contra las sienes y la frente. ―Lo decepcioné ―admitió―. Él me confió esto, esta única tarea, seguirte el rastro,

encontrarte y llevarte a casa a salvo. Y yo voy y fallo en este último obstáculo. ―Por

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fin se volvió hacia ella, sus ojos azules miraban sin ver―. Si me lo hubiese pedido me habría quedado con él hasta que muriera, pero él me pidió que fuera tras de ti…

―Entonces solo hiciste lo que te pidió. No lo defraudaste. ―Pero eso también era lo que estaba en mi corazón ―reconoció Will―. Y ahora no

puedo separar el interés personal del altruismo. Cuando soñaba con salvarte, la forma en la me mirarías… ―Su voz se interrumpió bruscamente―. Ahora recibo castigo por esa arrogancia, de todos modos.

―Pero yo recibo mi recompensa. ―Tessa deslizó su mano en la de Will, y sintió los callos eran ásperos contra la palma. Vio que su pecho se alzaba de la sorpresa―. Porque no estoy sola, te tengo conmigo y no deberíamos renunciar a toda esperanza. Puede que todavía tengamos la oportunidad de vencer a Mortmain o de pasar desapercibidos. Si alguien puede encontrar una manera de hacerlo, eres tú.

Volvió su mirada hacia ella. ―Eres una maravilla, Tessa Gray. Por tener tanta fe en mí, aunque no haya hecho

nada para merecerla. ―¿Nada? ―Elevó la voz―. ¿Nada para merecerlo? Will, me salvaste de las

Hermanas Oscuras, me apartaste para salvarme, me has salvado una y otra vez. Eres un buen hombre, uno de los mejores que he conocido.

Will se veía tan atontado como si ella lo hubiera empujado. Se pasó la lengua por los labios resecos.

―Ojalá no hubieras dicho eso ―susurró. Ella se inclinó hacia él. El rostro de Will era sombras, ángulos y planos; quería

tocarlo, tocar la curva de su boca, el arco de sus pestañas. El fuego se reflejaba en sus ojos como puntos de luz.

―Will ―dijo ella―. La primera vez que te vi, pensé que parecías el héroe de un libro de cuentos. Bromeaste con que eras Galahad, ¿lo recuerdas? Y durante mucho tiempo he intentado comprenderte de esa forma, como si fueras el señor Darcy o Lancelot o el pobre y miserable Sydney Carton, y era un desastre. Me ha llevado mucho tiempo comprenderlo, pero lo he hecho… no eres un héroe salido de un libro.

Will se echó a reír sin poder creerlo. ―Es cierto ―concordó―. No soy un héroe. ―No ―dijo Tessa―. Eres una persona, como yo. ―Sus ojos buscaron su cara,

desconcertado, ella le sostuvo la mano y entrelazó sus dedos con los de él―. ¿No te das cuenta, Will? Eres una persona como yo. Eres como yo. Dices lo que yo pienso, pero que nunca digo en voz alta. Lees los mismos libros que yo. Te encanta la misma poesía que a mí. Me haces reír con tus canciones ridículas y con la forma en que ves la verdad

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de las cosas. Siento como si pudieras mirar dentro de mí y ver todos los lugares en los soy rara y diferente y comprenderme, porque tú eres de la misma forma. ―Con la mano que tenía libre, le acarició la mejilla―. Tú y yo, somos iguales.

Los ojos de Will se cerraron y ella sintió sus pestañas contra los dedos. Cuando habló, su voz sonó entrecortada, pero controlada.

―No digas esas, Tessa. No las digas. ―¿Por qué no? —Dijiste que era un hombre bueno ―dijo―. Pero no soy un hombre tan bueno. Y

estoy… estoy catastróficamente enamorado de ti. ―Will… ―Te amo tanto, tanto ―continuó―, que cuando estás cerca de mí, me olvido de

quién eres, de que eres de Jem. Tengo que ser la peor clase de persona por pensar lo que estoy pensando ahora mismo, pero aun así no puedo dejar de hacerlo.

―Amaba a Jem ―dijo ella―. Aún sigo amándolo, y él me amaba a mí, pero no soy de nadie, Will. Mi corazón es mío. No es algo que tú puedas controlar. Ni yo he podido controlarlo.

Los ojos de Will permanecían cerrados mientras su pecho subía y bajaba con rapidez, y ella podía escuchar el fuerte y rápido latido de su corazón bajo la solidez de su caja torácica. Su cuerpo estaba caliente contra el suyo, y vivo, comparado con las frías manos de los autómatas y los ojos aún más fríos de Mortmain. Pensó en lo que sucedería si ella vivía y Mortmain tenía éxito en lo que se había propuesto, estaría encadenada a él, un hombre al que no amaba y despreciaba, durante toda su vida.

Pensó en el tacto de sus frías manos sobre ella, y si esas serían las únicas que la volverían a tocar.

―¿Qué crees que ocurrirá mañana cuando Mortmain venga, Will? ―susurró―. Dime honestamente.

Will movió la mano cuidadosamente, casi sin quererlo, y la deslizó por su cabello hasta se detuvo en la unión de su cuello. Tessa se preguntó si podría sentir los latidos de su corazón en respuesta a los suyos.

―Creo que Mortmain me va a matar. O, para ser más precisos, mandará a esas criaturas a matarme y aunque soy un Cazador de Sombras decente, Tess, a esos autómatas no se les puede detener. Contra ellos las hojas con runas sirven tan poco como las armas ordinarias, y ni qué decir de los cuchillos serafines.

―Pero no pareces asustado.

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―Hay cosas mucho peores que la muerte ―contestó―. La peor, no ser amado o no ser capaz de amar. Además, no hay deshonor en morir peleando como un Cazador de Sombras; es una muerte honorable, lo que siempre he querido.

Un escalofrío atravesó a Tessa. ―Hay dos cosas que quiero ―confesó, y se sorprendió por la firmeza de su voz―.

Si crees que Mortmain intentará matarte mañana, desearía tener un arma. Me quitaré el ángel mecánico y lucharé a tu lado. Si morimos, lo haremos juntos, porque yo también quiero una muerte digna, como Boudica.

―Tess… ―Prefiero morir a ser una herramienta del Maestro. Dame un arma, Will. Sintió su cuerpo temblar contra ella. ―No puedo hacer eso ―dijo al fin―. ¿Y la segunda cosa que querías? ¿Cuál era? Ella tragó saliva. ―Quiero besarte una vez más antes de morir. Sus ojos se agrandaron. Eran azules, azules como el mar y el cielo de su sueño,

azules como las flores que Sophie había puesto en su pelo. ―No… ―Digas eso si no quieres decirlo en realidad ―terminó ella por él―. Lo sé y no lo

estoy haciendo. Lo digo en serio, Will, y sé que está completamente más allá de los límites del decoro. Sé que debo parecer un poco histérica. ―Miró hacia abajo y luego alzó la vista otra vez, tras reunir coraje―. Y si te atreves a decirme que puedes soportar morir mañana sin que nos hayamos besado otra vez, y sin lamentarlo, entonces dímelo, y yo desistiré de pedírtelo, porque sé que no tengo derecho…

Sus palabras se vieron interrumpidas cuando la tomó y la arrastró hacia él, aplastando sus labios contra los de ella. Por un segundo fue casi doloroso, marcado por una desesperación y un hambre voraz controlada; Tessa probó la sal y el calor en su boca y las bocanadas de su aliento. Y luego él suavizó el beso, con una fuerza de contención que podía sentir a través de todo su cuerpo. El roce de labios contra labios y la interacción de la lengua y los dientes, cambiaron del dolor al placer en la fracción de un segundo.

En el balcón de los Lightwood fue tan cuidadoso, pero ahora no. Sus manos se deslizaron alrededor de su espalda; con una mano enredada en su pelo y la otra formando un puño con el tejido sobrante de su vestido, medio la levantó para que sus cuerpos se encontraran; estaba contra ella, la gran longitud de su delgado cuerpo era fuerte y sensible al mismo tiempo. Tessa inclinó la cabeza hacia un lado mientras él separaba los labios con los suyos, y ya no era tanto besar sino devorarse el uno al otro.

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Los dedos de ella se aferraron a su cabello, con tanta fuerza que le debía de haber dolido, y sus dientes le rozaron el labio inferior. Él gimió y la apretó con más fuerza, haciéndola jadear en busca de aire.

―Will… ―susurró, y él se puso de pie, levantándola en sus brazos, sin dejar de besarla. Se agarró con fuerza a su espalda y hombros mientras la llevaba a la cama y la depositaba allí. Ella ya tenía los pies descalzos; él se quitó las botas de un puntapié y su subió a su lado. Parte del entrenamiento de Tessa había consistido en aprender a quitarse la ropa de combate, por lo que sus manos fueron rápidas y ligeras al aflojarle los broches a Will y quitarle la ropa que él echó a un lado con impaciencia, para luego arrodillarse y quitarse el cinturón de armas.

Lo miró y tragó saliva. Si iba a pedirle que se detuviera, ése era el momento preciso. Las manos llenas de cicatrices de Will eran ágiles al deshacer las ataduras, y cuando se volvió para dejar el cinturón a un lado de la cama, su camisa, mojada de sudor y ceñida él, se deslizó hacia arriba revelando su estómago y el arqueado hueso de la cadera. Siempre había pensado que Will era hermoso, los ojos y labios y la cara, pero nunca había pensado de esa manera en particular sobre su cuerpo, pero su figura era encantadora, como los planos y los ángulos del David de Miguel Ángel. Alargó la mano para tocarlo, para pasar sus dedos suavemente por la piel lisa y dura de su estómago.

La respuesta de Will fue inmediata y sorprendente: contuvo el aliento y cerró los ojos, y su cuerpo se quedó inmóvil. Tessa pasó los dedos por la cintura de sus pantalones, con el corazón a mil, sin saber lo que estaba haciendo, aunque un instinto, que no podía identificar o explicar, la conducía. Su mano se curvó alrededor de su cintura, movió el pulgar sobre su cadera, y lo atrajo hacia abajo.

Se tendió sobre ella, poco a poco, con los codos apoyados a ambos lados de sus hombros. Sus ojos se encontraron y se sostuvieron la mirada; se tocaban el uno al otro, pero ninguno de los dos hablaba. A Tessa le dolía la garganta de adoración y desamor en la misma medida.

―Bésame ―le pidió ella. Will acercó la cara lentamente, hasta que sus labios apenas se rozaban. Ella se

arqueó, queriendo tocar su boca con la suya, pero Will se echó hacia atrás, y acarició su mejilla, luego presionó con los labios la comisura de su boca, y a lo largo de su mandíbula y su garganta, enviando sacudidas de placer por su cuerpo. Tessa siempre había pensado en sus brazos, sus manos, su cuello, su cara, como algo independiente, y no que su piel era toda una misma envoltura o que un beso en la garganta se podía sentir hasta en la punta de los pies.

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―Will. ―Sus manos tiraron de su camisa hasta que se abrió, los botones se destrozaron y Will sacó la cabeza de la tela con el pelo oscuro y salvaje, como Heathcliff en los páramos. Sus manos fueron menos confiadas con su vestido, pero al final también desapareció, dejando a Tessa en camisola y corsé. Ella se quedó inmóvil, sorprendida por estar desnuda ante alguien que no fuera Sophie. Will miró fijamente su corsé.

―¿Cómo…? ―comenzó―. ¿Cómo se saca esto? Tessa no pudo evitarlo, a pesar de todo, se rió. ―Se desata ―susurró―. En la espalda. ―Y guio sus manos hasta que sus dedos

llegaron a las cuerdas del corsé y se estremeció, pero no por el frío, sino por la intimidad del gesto y Will la apretó contra él, con suavidad ahora. Le besó la línea de la garganta otra vez, y el hombro, con la respiración suave y caliente contra la piel. Ella besó las cicatrices blancas que las marcas habían dejado en su piel, y se envolvió a su alrededor hasta que eran una maraña de extremidades.

―Tess ―susurró―. Tess, si deseas detener… Ella sacudió la cabeza en silencio. El fuego de la chimenea casi se había consumido

de nuevo y Will era todo ángulos y sombras. ―¿Quieres esto? ―Su voz estaba ronca. ―Sí ―contestó―. ¿Y tú? Will trazó el contorno de su boca con un dedo. ―Por esto habría estado maldito para siempre. Lo habría dejado todo. Tessa sintió que los ojos le ardían por la presión de las lágrimas y parpadeó. ―Will… ―Dw dy garu di i’n Byth ―dijo―. Te amo. Para siempre. ―Y se movió para cubrir

su cuerpo con el suyo. A última hora de la noche, Tessa despertó. El fuego se había consumido por

completo, pero la habitación estaba iluminada por la luz de las antorchas, que se encendían sin ton ni son.

Se echó hacia atrás y se apoyó en un codo. Will dormía a su lado, atrapado en el sueño inmóvil del agotamiento. Parecía en paz, por lo menos, más de lo que alguna vez lo había visto; tenía la respiración regular y sus pestañas se movían ligeramente en sueños.

Se había quedado dormida con la cabeza apoyada en su brazo y el ángel mecánico todavía alrededor de la garganta, apoyado en el hombro de Will, justo a la izquierda de la clavícula. Cuando se alejó el ángel se deslizó y, para su sorpresa, vio que donde

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había estado apoyado contra la piel, había dejado una marca del tamaño de un chelín, en forma de una pálida estrella blanca.

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Traducido por Flor_18

Igual que marionetas tiradas de sus hilos las siluetas de secos esqueletos se deslizaban por la cuadrilla.

Tomados de la mano bailaban su majestuoso desafío;

y el eco de las risas era agudo y crispado. ―La Casa de la Ramera, Oscar Wilde

―Es hermoso ―suspiró Henry. Los Cazadores de Sombras del Instituto de Londres, junto con Magnus Bane, de pie

en un cómodo semicírculo en la cripta, miraban fijamente una de las paredes desnudas de piedra, o, más precisamente, algo que había aparecido en una de las paredes desnudas de piedra.

Era una resplandeciente entrada en forma de arco, de unos tres metros de alto y quizás metro y medio de ancho. No estaba tallada en la piedra, sino que estaba hecha de brillantes runas que se entrelazaban las unas con las otras como las ramas de una enredadera. Las runas no eran del Libro Gris, Gabriel las hubiera reconocido si así fuera, sino que eran runas que no había visto antes. Tenían el aspecto extranjero de otro idioma, pero cada una era distintiva y hermosa y susurraban canciones de viajes y distancias, de espacios oscuros arremolinándose y de distancia entre mundos. Brillaban de color verde en la oscuridad, pálido y ácido. En el espacio creado por las runas la pared no era visible, solo se veía la negrura impenetrable, como la de una gran tumba.

―En verdad es increíble ―dijo Magnus. Todos, excepto el brujo, estaban vestidos con ropas de combate y cargados de

armas; la espada de doble filo favorita de Gabriel colgada de su espalda, y estaba impaciente de tomarla con su mano enguantada. Aunque le gustaban el arco y la flecha, un maestro que podía que podía contar la ascendencia de sus propios maestros

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hasta Lichtenauer14 lo había entrenado en la espada, por lo que Gabriel presumía de la espada su especialidad. Además, el arco y la flecha no tenían mucho uso frente a autómatas, pues necesitaban armas que pudieran cortar las partes que los componían.

―Todo gracias a usted, Magnus ―dijo Henry. Estaba resplandeciente, o quizá podría haber sido el reflejo de las runas que iluminaban su rostro, pensó Gabriel.

―Para nada ―contestó Magnus―. Si no fuera por su genialidad, esto no se habría creado nunca.

―Si bien disfruto del intercambio de elogios ―interrumpió Gabriel al ver que Henry iba a responder―, aún quedan algunas preguntas importantísimas acerca de esta invención.

Henry lo miró desconcertado. ―¿Cómo cuáles? ―Creo, Henry, que él se pregunta si esta…puerta… ―empezó Charlotte. ―La hemos llamado Portal ―informó Henry, y su tono de voz dio a entender

claramente el uso de mayúscula en la palabra. ―Funciona ―Charlotte concluyó―. ¿La han probado? Henry pareció afligido. ―Bueno, no, no ha habido tiempo, pero les aseguro que nuestros cálculos son

exactos. Todos menos Henry y Magnus observaron el Portal con renovada alarma. ―Henry… ―comenzó Charlotte. ―Bueno, opino que Henry y Magnus deberían ir primero ―dijo Gabriel―. Ellos

inventaron la condenada cosa. Todos giraron a mirarlo. ―Es como si hubiera reemplazado a Will ―comentó Gideon, con las cejas

arqueadas―. Dicen las mismas cosas. ―¡No soy como Will! ―saltó Gabriel. ―Al menos eso espero ―dijo Cecily, pero tan bajito que se preguntó si alguien

además de él lo había oído. Se veía especialmente hermosa hoy, pero no tenía ni idea de por qué. Llevaba el mismo sencillo equipo negro de mujer que Charlotte; llevaba el cabello asegurado recatadamente tras la cabeza, y el collar de rubí brillaba contra su piel. Sin embargo, Gabriel se recordó a sí mismo severamente que, dado que lo más probable era que estuviesen dirigiéndose a un peligro mortal, el pensar si Cecily era hermosa no debía ser lo principal en su mente. Se ordenó detenerse de inmediato.

―No soy para nada como Will Herondale ―repitió. 14 Johannes Liechtenauer fue un instructor de esgrima alemana durante el siglo XIV.

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―Estoy perfectamente dispuesto a ir primero ―dijo Magnus, con el aire de eterno sufrimiento de un maestro de escuela en un salón lleno de varones maleducados―. Necesito algunas cosas. Esperamos que Tessa esté allí y tal vez Will; me gustaría llevar ropas de combate y armas extras. Por supuesto, planeo esperarlos del otro lado, pero si hay algún tipo de evento inesperado, siempre es bueno estar preparados.

Charlotte asintió. ―Sí… por supuesto. ―Bajó la vista un momento―. No puedo creer que nadie haya

venido a asistirnos. Pensé que, después de mi carta, al menos algunos… ―Dejó de hablar, tragó con fuerza y levantó la barbilla―. Iré a buscar a Sophie, ella reunirá lo que necesita, Magnus; ella, Cyril y Bridget se nos unirán dentro de poco. ―Desapareció escaleras arriba y Henry la siguió con la mirada cariñosamente, preocupado.

Gabriel no podía culparlo, pues obviamente era un duro golpe para Charlotte que nadie contestara a su llamado y viniera a ayudarlos, aunque él podría haberle dicho que nadie vendría. La gente era egoísta por naturaleza, y muchos odiaban la idea de una mujer al mando del Instituto. No se pondrían en peligro por ella. Hace solo algunas semanas hubiera dicho eso también de sí mismo, pero ahora, conociendo a Charlotte, se dio cuenta con sorpresa de que la idea de arriesgarse por ella parecía un honor, como lo sería para la mayoría de los hombres ingleses el arriesgarse por la reina.

―¿Cómo se pone el Portal en funcionamiento? ―preguntó Cecily, mirando al arco deslumbrante como si fuera un cuadro en una galería, con la cabeza inclinada hacia un lado.

―Te transportará instantáneamente de un lugar a otro ―contestó Henry―. Pero el truco es… bueno, esa parte es magia ―dijo la palabra con un poco de nervios.

―Tienes que imaginar el lugar a donde vas ―explicó Magnus―. No te llevará a un lugar al que nunca fuiste ni puedes imaginar. En este caso, para ir a Cadair Idris, necesitaremos a Cecily. Cecily, ¿qué tan cerca de Cadair Idris crees que puedas llevarnos?

―A la misma cima ―contestó Cecily dijo muy segura―. Hay varios caminos que ascienden la montaña, y yo he recorrido dos de ellos con mi padre. Puedo recordar la cima de la montaña.

―Excelente ―dijo Henry―. Cecily, te pondrás de pie frente al Portal y visualizarás nuestro destino…

―Pero no pasará primero, ¿verdad? ―inquirió Gabriel. En el momento en que las palabras salieron de su boca, se quedó helado. No había querido decirlas. Ah, bueno,

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ya que había empezado lo mejor sería terminar, pensó―. Quiero decir, ella es la menos entrenada de todos nosotros; no sería seguro.

―Puedo ir primero ―rebatió Cecily, al parecer para nada agradecida por el apoyo de Gabriel―. No veo ninguna razón por la…

―¡Henry! ―Era Charlotte, que había reaparecido al pie de los escalones. Detrás de ella estaban los sirvientes del Instituto, todos con ropa de combate: Bridget, que se parecía que acababa de volver de un paseo matutino; Cyril, con aspecto listo y decidido; y Sophie, que llevaba una gran maleta de cuero.

Tras ellos había tres hombres más: altos, con túnicas del color del pergamino, y que se avanzaban con un peculiar movimiento deslizante. Hermanos Silenciosos.

Al contrario de otros Hermanos Silenciosos que Gabriel hubiera visto antes, estos estaban armados.

Llevaban cinturones de armas ceñidos a la cintura sobre las túnicas, y de ellos colgaban largas y curvadas hojas afiladas, con empuñaduras hechas de brillante adamas, el mismo material que se utilizaba para crear estelas y cuchillos serafines.

Henry levantó la mirada, confundido y luego culpable; miró el Portal y luego a los Hermanos. Su cara ligeramente pecosa palideció.

―Hermano Enoch ―dijo―. Yo… Cálmense. La voz del Hermano resonó en todas sus mentes. No hemos venido a

advertirles de una posible trasgresión de la Ley, Henry Branwell. Hemos venido a luchar junto a ustedes.

―¿Luchar junto a nosotros? ―Gideon parecía asombrado―. Pero los Hermanos Silenciosos no… quiero decir, no son guerreros…

Eso en incorrecto. Cazadores de Sombras fuimos y Cazadores de Sombras permanecemos, incluso cuando cambiamos para convertirnos en Hermanos Silenciosos. Fuimos fundados por Jonathan Cazador de Sombras en persona, y aunque vivimos de acuerdo al libro, todavía podemos morir por la espada si eso elegimos.

Charlotte estaba radiante. ―Supieron de mi mensaje y vinieron ―les contó―. Hermano Enoch, Hermano

Micah y Hermano Zachariah. Los dos Hermanos detrás de Enoch inclinaron las cabezas silenciosamente. Gabriel

reprimió un escalofrío; siempre había encontrado inquietantes a los Hermanos Silenciosos, a pesar de saber que eran una parte integral de la vida de los Cazadores de Sombras.

―El Hermano Enoch también me dijo por qué nadie más vino ―continuó Charlotte y la sonrisa desapareció de su cara―. El Cónsul Wayland convocó una reunión del

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Consejo esta mañana, aunque no nos dijo nada al respecto. La presencia de todos los Cazadores de Sombras era obligatoria por Ley.

El aire salió silbando de entre los dientes de Henry. ―Ese hombre mald… malo ―terminó, con una rápida mirada a Cecily, quien puso

los ojos en blanco―. ¿De qué va a tratar la reunión del Consejo? ―Reemplazarnos como directores del Instituto ―contestó Charlotte―. Todavía

cree que el ataque de Mortmain caerá sobre Londres y que se necesita un líder firme para hacerle frente al ejército mecánico.

―¡Señora Branwell! ―exclamó Sophie en el acto de entregarle la maleta que llevaba a Magnus y casi la dejó caer―. ¡No pueden hacer eso!

―Oh, sí que pueden ―la contradijo Charlotte. Miró cada uno de sus rostros, y levantó la barbilla. En ese momento, a pesar de su pequeña estatura, Gabriel pensó que se veía más alta que el Cónsul―. Todos sabíamos que esto sería así ―dijo―. No importa. Somos Cazadores de Sombra, y nuestro deber es hacia cada uno de los otros y lo que creemos que es correcto. Confiamos en Will y creemos en él. La Fe nos ha traído hasta aquí, y nos llevará un poco más lejos. El Ángel nos protege, y triunfaremos.

Todos quedaron en silencio. Gabriel observó las caras de todos y los vio decididos, e incluso Magnus se veía, sino conmovido o emocionado, considerado y respetuoso.

―Señora Branwell ―dijo al final―. Si el Cónsul Wayland no la considera una líder, es un tonto.

Charlotte inclinó la cabeza hacia él. ―Gracias ―le dijo―, pero no deberíamos perder más tiempo, debemos irnos y

rápido, pues este asunto no esperará más por nosotros. Henry observó a su esposa largamente, y después miró a Cecily. ―¿Estás lista? La hermana de Will asintió, y se movió para ubicarse frente al Portal. Su luz

brillante proyectó sombras de runas desconocidas en su rostro pequeño y decidido. ―Visualiza ―indicó Magnus―. Imagina los más fuerte que puedas que estás

viendo la cima de Cadair Idris. Las manos se Cecily se tensaron a los costados. Mientras miraba fijamente, el Portal

comenzó a moverse, las runas se ondularon y cambiaron y la oscuridad que guardaba la entrada se iluminó. De repente, Gabriel ya no estaba mirando sombras, sino que estaba viendo el cuadro de un paisaje que podría haber estado pintado en el Portal: la verde curva de la cima de la montaña, un lago tan azul y profundo como el cielo.

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Cecily dejó salir un jadeo, y entonces, sin prisa, dio un paso adelante y desapareció a través del arco. Era como ver un dibujo al ser borrado. Primero, sus manos desaparecieron dentro del Portal, y luego sus brazos extendidos, y luego su cuerpo.

Y ya no estaba. Charlotte pegó un gritito. ―¡Henry! Gabriel escuchaba un zumbido en los oídos. Podía escuchar a Henry tranquilizando

a Charlotte de que esta era la forma en que el Portal funcionaba, que nada inesperado había pasado, pero era como una canción que apenas se escuchaba desde otra habitación; las palabras, un ritmo sin sentido. Todo lo que sabía era que Cecily, más valiente que todos ellos, había atravesado la desconocida puerta y ya no estaba. Y él no podía dejarla ir sola.

Avanzó. Escuchó a su hermano llamándolo, pero lo ignoró; empujando a Gideon llegó hasta el Portal y lo atravesó.

Por un momento no hubo nada más que oscuridad. Entonces sintió como si una gran mano lo alcanzara en la oscuridad y lo tomara firmemente, y entonces salió lanzado hacia un ondulante remolino entintado.

El gran salón del Consejo estaba lleno de gente gritando. En la elevada plataforma en el centro se encontraba de pie el Cónsul Wayland,

observando a la ruidosa multitud con una mirada de furiosa impaciencia en el rostro. Sus ojos oscuros rastrillaban a los Cazadores de Sombras congregados frente a él: George Penhallow estaba metido en un concurso de gritos con Sora Kaidou del Instituto de Tokio; Vijay Malhotra estaba pinchando con un delgado dedo el pecho de Japheth Pangborn, quien raramente dejaba su mansión en el campo en Idris y que se había puesto rojo como un tomate por la indignación que le causaba todo eso. Dos de los Blackwell habían arrinconado a Amalia Morgenstern, que les gritaba en alemán. Aloysius Starkweather, vestido todo de negro, estaba de pie junto a uno de los bancos de madera, con los brazos delgados, pero musculosos, casi doblados contra los oídos mientras miraba furioso al pódium con firmes ojos avejentados.

El Inquisidor, parado junto al Cónsul Wayland, golpeó su bastón de madera tan fuerte contra el piso que casi partió las tablas del suelo.

―¡Eso es SUFICIENTE! ―rugió―. Todos ustedes guardarán silencio y guardarán silencio ahora. SENTADOS.

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Un murmullo de sorpresa recorrió el salón, y, para sorpresa evidente del Cónsul, todos se sentaron.

No en silencio, pero se sentaron… todos los que tenían dónde sentarse. La cámara estaba llena a reventar; era raro que tantos Cazadores de Sombras se presentaran a una reunión. Había representantes de todos los Institutos: Nueva York, Bangkok, Génova, Bombay, Kioto, Buenos Aires. Solo los Cazadores de Sombras de Londres, Charlotte Branwell y sus seguidores, estaban ausentes.

Solo Aloysius Starkweather permaneció de pie, con la raída capa batiendo a su alrededor como las alas de un cuervo.

―¿Dónde está Charlotte Branwell? ―exigió―. Se entendía en el mensaje que enviaste que ella estaría aquí para explicar el contenido de su mensaje al Consejo.

―Yo explicaré el contenido de su mensaje ―dijo el Cónsul con los dientes apretados.

―Sería preferible escucharlo de ella ―opinó Malhotra, con ojos oscuros y ansiosos mientras miraba del Cónsul al Inquisidor y viceversa. El Inquisidor Whitelaw se veía demacrado, como si recientemente hubiera sufrido noches sin dormir; su boca se tensaba en las comisuras.

―Charlotte Branwell está exagerando ―dijo el Cónsul―. Me hago responsable por haberla puesto a cargo del Instituto de Londres. Fue algo que nunca debí haber hecho y ahora ha sido relevada de su cargo.

―He tenido la oportunidad de conocer y hablar con la señora Branwell ―dijo Starkweather en su ronco acento de Yorkshire―. No me pareció alguien que fuera a exagerar fácilmente.

El Cónsul de pronto pareció haber recordado exactamente porqué había estado tan feliz de que Starkweather dejara de asistir a las reuniones del Consejo, y espetó:

―Ella está en un estado delicado, y creo que se ha vuelto… demasiado confiada. Parloteos y confusión. El Inquisidor miró a Wayland y le dedicó una mirada de

disgusto. El Cónsul le devolvió una mirada feroz. Era claro que los dos hombres habían estado discutiendo: el Cónsul estaba enrojecido por el enojo, la mirada que le devolvió al Inquisidor estaba llena de traición. Era claro que Whitelaw no estaba de acuerdo con las palabras del Cónsul.

Una mujer se puso de pie en los bancos atestados; tenía el cabello blanco acomodado en lo alto de su cabeza al estilo imperial. El Cónsul pareció gruñir por dentro. Era Callida Fairchild, tía de Charlotte Branwell.

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―Si está sugiriendo ―dijo con voz helada―, que mi sobrina está tomando decisiones histéricas e irracionales porque lleva en su vientre a uno de la próxima generación de Cazadores de Sombras, Cónsul, le sugiero que lo vuelva a pensar.

El Cónsul cerró con fuerza los dientes. ―No hay evidencia alguna de que las afirmaciones de Charlotte Branwell de que

Mortmain están en Gales tengan algo de veracidad ―replicó―. Todo se desprende de los informe de Will Herondale, que es solo un niño, y uno reprochablemente irresponsable. Toda evidencia, incluyendo los diarios de Benedict Lightwood, señala un ataque a Londres, y es donde debemos reunir nuestras fuerzas.

Un zumbido recorrió el salón, las palabras «un ataque a Londres» se repitieron una y otra vez.

Amalia Morgenstern se echaba aire con un pañuelo de seda, mientras Lilian Highsmith parecía deleitada mientras acariciaba con los dedos la empuñadura de una daga que asomaba por la muñeca de un guante.

―Evidencia ―saltó Callida―. La palabra de mi sobrina es evidencia… Hubo otro crujido y una joven se puso de pie. Llevaba un vestido verde brillante y

una expresión desafiante. La última vez que el Cónsul la había visto, estaba lloriqueando en esta misma sala, exigiendo justicia.

Tatiana Blackthorn, nacida Lightwood. ―¡El Cónsul está en lo correcto sobre Charlotte Branwell! ―exclamó―. ¡Charlotte

Branwell y William Herondale son la razón de que mi marido esté muerto! ―¿Disculpe? ―preguntó el Inquisidor Whitelaw, su tono desbordaba sarcasmo―.

¿Quién mató a su marido exactamente? ¿Fue Will? Hubo un murmullo de asombro. Tatiana se veía furiosa. ―No fue culpa de mi padre… ―Al contrario ―interrumpió el Inquisidor―. Esto fue ocultado del conocimiento

público, señora Blackthorn, pero ahora me obliga a explicarlo. Abrimos una investigación con respecto a la muerte de su marido, y se determinó que de hecho fue su padre el culpable, culpable de algo muy grave. De no ser por las acciones de sus hermanos (y de William Herondale y Charlotte Branwell, entre otros del Instituto de Londres), el nombre Lightwood sería borrado de los registros de los Cazadores de Sombras y usted viviría el resto de su vida como una mundana sin amigos.

Tatiana se puso roja como la remolacha y apretó los puños. ―William Herondale me ha… me ha insultado, insultos irrepetibles para una

dama…

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―No encuentro que eso sea relevante para el asunto actual ―dijo el Inquisidor―. Uno puede ser maleducado en aspectos personales, pero también estar en lo correcto en asuntos más importantes.

―¡Usted nos quitó nuestra casa! ―chilló Tatiana―. Me he visto forzada a depender de la generosidad de la familia de mi esposo como una mendiga muerta de hambre…

Los ojos del Inquisidor brillaban, haciendo juego con las piedras en sus anillos. ―Su casa fue confiscada, señora Blackthorn, no robada. Registramos la casa

familiar de los Lightwood ―continuó, alzando la voz―. Estaba llena de evidencia de las conexiones del señor Lightwood padre con Mortmain, diarios detallando actos viles, sucios e innombrables. El Cónsul señala los diarios del hombre como evidencia de que habrá un ataque en Londres, pero para cuando Benedict Lightwood murió, estaba demente por la viruela demoníaca. Tampoco es probable que Mortmain hubiera compartido sus verdaderos planes con él, incluso estando cuerdo.

El Cónsul Wayland lo interrumpió viéndose casi desesperado. ―El asunto de Benedict Lightwood está cerrado… cerrado y es irrelevante.

¡Estamos aquí para discutir los asuntos de Mortmain y el Instituto! Primero, ya que Charlotte Branwell ha sido relevada de su posición, y la situación a la que nos enfrentamos se centra mayormente en Londres, requerimos de un nuevo líder para el Enclave de Londres. Voy a preguntar abiertamente: ¿alguien quiere presentarse como su reemplazo?

Hubo movimientos y murmullos. George Penhallow había comenzado a ponerse de pie cuando el Inquisidor estalló en furia:

―Esto es ridículo, Josiah. Aún no hay pruebas de que Mortmain no esté donde Charlotte dice que va a estar. Ni siquiera hemos empezado a discutir el enviar refuerzos tras ella…

―¿Tras ella? ¿Qué quieres decir tras ella? El Inquisidor barrió con un brazo la multitud. ―Ella no está aquí. ¿Dónde crees que están los habitantes del Instituto? Han ido a

Cadair Idris, tras del Maestro. Y aun así, en vez de discutir si debemos o no enviar ayuda, ¿nos reunimos para discutir el reemplazo de Charlotte?

El temperamento del Cónsul explotó. ―¡No habrá ayuda! ―rugió―. Nunca habrá ayuda para aquellos que… Pero el Consejo nunca se enteró de quiénes estaban destinados a no recibir ayuda,

ya que en ese momento una cuchilla, mortalmente afilada, cruzó el aire detrás del Cónsul y limpiamente le separó la cabeza del cuerpo.

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El Inquisidor se echó hacia atrás y buscó su bastón cuando la sangre lo cubrió; el cuerpo del Cónsul cayó, se desplomó en el suelo en dos partes separadas: el cuerpo se derrumbó hacia el piso del pódium lleno de sangre, mientras que la cabeza cortada rodaba lejos como una pelota de tenis. Cuando colapsó, reveló tras él a un autómata, tan delgado como un esqueleto humano, vestido con los restos raídos de una túnica militar roja. Sonreía como una calavera mientras retiraba el cuchillo manchado de sangre y miraba a la silenciosa multitud alucinada de Cazadores de Sombras.

El único otro sonido en la habitación provenía de Aloysius Starkweather, que reía suavemente sin parar, al parecer para sí mismo.

―Ella te lo advirtió ―respiró con dificultad―. Ella te advirtió lo que pasaría… Un momento después, el autómata se movió hacia delante, su mano como garra se

estiró y se cerró en el cuello de Aloysius. La sangre brotó de la garganta del viejo cuando la criatura lo levantó del suelo, todavía riendo. Los Cazadores de Sombras empezaron a gritar… y entonces, las puertas se abrieron de golpe y una marea de criaturas mecánicas irrumpió en la habitación.

―Bueno ―dijo una voz muy divertida―. Esto es inesperado. Tessa se sentó de golpe, tirando el pesado cubrecama a su alrededor. A su lado,

Will se removió y se levantó sobre los codos, abriendo las pestañas lentamente. ―¿Qué…? La habitación se llenó de luz brillante. Las antorchas habían revivido con toda la

fuerza, y era como si el lugar estuviera iluminado con la luz del día. Tessa pudo ver el desorden que habían hecho: sus ropas esparcidas por el piso y la cama, la alfombra frente a la chimenea arrugada, la ropa de la cama enrollada a su alrededor. Al otro lado de la pared invisible se encontraba una figura familiar despreocupada con un elegante traje oscuro y el pulgar enganchado en la cintura de los pantalones. Sus ojos como de gato brillaban con alegría.

Magnus Bane. ―Querrán levantarse ―dijo―. Todos estarán aquí muy pronto para rescatarlos, y

tal vez prefieran tener puesta la ropa cuando lleguen. ―Se encogió de hombros―. Eso es lo que yo querría, pero todos saben que soy notablemente tímido.

Will juró en galés. Estaba sentándose, con las sábanas enredadas en la cintura; había hecho lo mejor que pudo para mover su cuerpo de forma tal que protegiera a Tessa de la mirada de Magnus. No llevaba camisa, por supuesto, y en la brillante luz Tessa

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pudo ver que el bronceado de sus manos y rostro palidecía gradualmente hasta llegar a su pecho y hombros. La estrella blanca en su hombro resplandecía como una luz, y vio que los ojos de Magnus se entrecerraban al verla.

―Interesante ―comentó. Will hizo un ruido incoherente en protesta. ―¿Interesante? Por el Ángel, Magnus… Magnus le dedicó una mirada mitad divertida, mitad incómoda. Había algo en ella,

algo que hizo que Tessa sintiera que Magnus sabía algo que ellos no. ―Si fuera una persona diferente, tendría mucho que decirles a ustedes justo ahora

―les dijo. ―Aprecio que te contengas. ―No será así pronto ―replicó Magnus simplemente. Luego levantó la mano como

si estuviera llamando a una puerta, y golpeó la pared invisible entre ellos. Era como ver a alguien meter las manos al agua: unas ondas se extendieron del lugar donde sus dedos habían tocado, y de repente, la pared se deslizó hacia abajo y desapareció, en una lluvia de destellos azules―. Ten ―dijo el brujo, y lanzó un costal de cuero al pie de la cama―. Traje ropa de combate, pensé que quizás necesitarían algo de ropa, pero no me di cuenta de cuán necesaria sería.

Tessa lo miró sobre los hombros de Will. ―¿Cómo nos encontraste? ¿Cómo supiste… con cuál de los otros estás? ¿Están

todos bien? ―Sí. Unos cuantos están recorriendo el lugar, buscándolos. Ahora vístanse ―les

ordenó y les dio la espalda para darles privacidad. Tessa, mortificada, se estiró por el bolso en la cama, rebuscó en él hasta que encontró su ropa, luego se puso de pie con la sábana alrededor del cuerpo y corrió a vestirse detrás del alto biombo chino en la esquina de la habitación. No miró a Will cuando lo hizo; no podía atreverse a hacerlo. ¿Cómo podía mirarlo sin pensar en lo que habían hecho? Sin preguntarse si estaba horrorizado, si él no podía creer que hubieran sido capaces de hacer tal cosa después de que Jem…

Se puso la ropa con saña. Gracias a Dios podía ponerse sin ese equipo recurrir a nadie más, a diferencia de los vestidos.

A través del biombo escuchó a Magnus explicarle a Will que él y Henry se las habían arreglado, combinando la magia y la invención, para crear un Portal que los transportara de Londres a Cadair Idris. Solo podía ver sus siluetas, pero vio que Will asintió aliviado cuando Magnus enumeró aquellos que habían venido con él: Henry,

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Charlotte, los hermanos Lightwood, Cyril, Sophie, Cecily, Bridget, y un grupo de Hermanos Silenciosos.

Ante la mención del nombre de su hermana, Will comenzó a ponerse el equipo con aún más prisa, y para cuando Tessa salió de detrás del biombo, él estaba completamente vestido, con las botas amarradas y terminaba de ajustarse el cinturón de armas. Cuando la vio, su cara formó una cautelosa sonrisa.

―Los otros se separaron por los túneles para encontrarlos ―informó Magnus―. Se supone que nos íbamos a tomar media hora para buscarlos y luego reunirnos en la cámara principal. Les daré un momento para… recomponerse. ―Les dio una sonrisa burlona y señaló la puerta―. Estaré afuera, en el corredor.

Tan pronto la puerta se cerró, Tessa estuvo en los brazos de Will, con las manos entrelazadas detrás de su cuello.

―Oh, por el Ángel ―exclamó Tessa―. Eso fue mortificante. Will deslizó las manos en su cabello y comenzó a besarla; le besó las pestañas, las

mejillas y luego la boca, rápido, pero con fervor y concentración, como si nada pudiera ser más importante.

―Escúchate ―le dijo―. Dijiste «por el Ángel», como una Cazadora de Sombras. ―Le besó la comisura de la boca―. Te amo. Dios, te amo. He esperado tanto para decirlo.

Tessa curvó las manos en su cintura, para mantenerlo en el lugar, el material de la ropa se sentía áspero bajos sus dedos.

―Will ―dijo dudosa―. ¿No estás… arrepentido? ―¿Arrepentido? ―La miró incrédulo―. Nage ddim… estás loca si crees que estoy

arrepentido, Tess. ―Le acarició la mejilla con los nudillos―. Hay más, mucho más que quiero decirte…

―No ―se burló―. ¿Will Herondale, con más que decir? Él la ignoró. ―Pero ahora no es el momento, no con Mortmain probablemente respirándonos en

la nuca, y Magnus al otro lado de la puerta. Ahora es el momento de terminar con esto. Pero cuando termine, Tess, te diré todo lo que siempre quise decirte. Por ahora… ―Le besó la sien, la liberó y observó su rostro―. Necesito saber que me crees cuando te digo que te amo. Eso es todo.

―Creo todo lo que dices ―respondió Tessa con una sonrisa y deslizó las manos de su cintura a su cinturón de armas. Sus dedos se cerraron en la empuñadura de una daga, se la arrancó del cinturón y sonrió cuando bajó la vista sorprendido. Ella lo besó

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en la mejilla y dio un paso atrás―. Después de todo ―dijo―, no mentías sobre ese tatuaje del dragón de Gales, ¿cierto?

La habitación le recordó a Cecily al interior de la cúpula de San Pablo, donde Will la

había llevado a visitar en uno de sus días más accesibles, después de que ella llegara a Londres. Era el edificio más espléndido en el que había entrado alguna vez. Había probado el eco de sus voces en la Galerías de los Susurros y leído la inscripción que dejó Christopher Wren15: Si monumentum requiris, circumspice. «Si buscas su monumento, mira a tu alrededor».

Will le había explicado lo que significaba, que Wren prefería ser recordado por los trabajos que había construido en vez de una placa en una tumba. Toda la catedral era un monumento a su oficio, como si en cierta manera, todo este laberinto bajo la montaña, y esta habitación en especial, fuera un monumento a Mortmain.

Aquí también había un techo abovedado, aunque no había ventanas, solo un agujero arriba en la piedra. Una galería circular recorría la parte superior de la cúpula, donde había una plataforma desde la cual, presumiblemente se podía observar el suelo, el que era de piedra pulida. Había una inscripción en la pared aquí también; cuatro frases, cortadas en la pared en brillante cuarzo.

LOS DISPOSITIVOS INFERNALES NO TIENEN COMPASIÓN

LOS DISPOSITIVOS INFERNALES NO TIENEN REMORDIMIENTO LOS DISPOSITIVOS INFERNALES SON INNUMERABLES

LOS DISPOSITIVOS INFERNALES NUNCA SE DETENDRÁN En el suelo de piedra, alineados en filas, había cientos de autómatas. Vestían una

variedad de uniformes militares y estaban mortalmente quietos, sus ojos metálicos inmóviles. Soldados de hojalata, pensó Cecy, amplificados al tamaño humano. Los Dispositivos Infernales, la gran creación de Mortmain: un ejército hecho para ser imparable, para masacrar Cazadores de Sombras y seguir adelante sin remordimiento.

Sophie había sido la primera en descubrir la habitación; había gritado, y los otros se habían apresurado para ver porqué. Habían encontrado a Sophie de pie, temblando, en medio de la masa inmóvil de criaturas mecánicas. Uno de ellos yacía a sus pies; le

15 La catedral de San Pablo fue construida entre 1676 y 1710 bajo la dirección del arquitecto Christopher Wren, quien fue responsable además de la reconstrucción de casi todos los monumentos de Londres que ardieron durante el Gran Incendio de 1666. Su cripta está en el interior de la catedral, considerada su obra máxima, de allí la cita. Como curiosidad: la Galería de los Susurros es llamada así porque desde allí, se puede oír un murmullo a más de treinta metros de distancia.

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había cortado las piernas con una batida de su espada, y había caído como una marioneta cuyas cuerdas habían sido cortadas.

Los otros no se habían movido ni despertado a pesar del destino de su asociado, lo que le había dado a los Cazadores de Sombras el atrevimiento de seguir adelante entre ellos. Henry estaba de rodillas ahora, junto al caparazón de un de los autómatas aún inmóviles; le había rasgado el uniforme y abierto el pecho de metal para estudiar su interior. Los Hermanos Silenciosos estaban de pie junto a él, como también Charlotte, Sophie y Bridget.

Gideon y Gabriel también habían vuelto, sus exploraciones resultando inútiles. Los únicos que no habían vuelto eran Magnus y Cyril. Cecily no podía luchar contra su creciente inquietud, no por la presencia de los autómatas, sino por la ausencia de su hermano. Nadie lo había encontrado aún. ¿Era posible que no estuviera aquí? Sin embargo, no dijo nada. Se había prometido a sí misma que como Cazadora de Sombras no iba a hacer alboroto o a gritar, pasara lo que pasara.

―Miren esto ―murmuró Henry en voz baja. Dentro del pecho de la criatura mecánica había un lío de cables y lo que a Cecily le pareció una caja de metal, del tipo que podría guardar tabaco. Tallado en el exterior de la caja había un símbolo de una serpiente tragándose la cola―. El ouroboros, el símbolo de contención energías demoníacas.

―Cómo en la Pyxis ―asintió Charlotte. ―La que Mortmain nos robó ―confirmó Henry―. Me había estado preocupando

que esto fuera la intención de Mortmain. ―¿Cuál? ―demandó Gabriel. Estaba agitado, sus ojos verdes brillaban. Bendito

fuera Gabriel, pensó Cecily, por siempre hacer exactamente la pregunta que estaba en su mente.

―Animar a los autómatas ―contestó Henry distraído, yendo a tomar la caja―. Darles conciencia, incluso volun…

Se detuvo cuando sus dedos tocaron la caja y ésta se iluminó de repente; una luz como la de las de las piedras mágicas surgió de la caja, a través del ouroboros.

Henry se hizo atrás con un grito, pero ya era demasiado tarde. La criatura se sentó, rápida como un rayo y lo atrapó. Charlotte chilló y se lanzó hacia delante, pero no fue lo suficientemente rápida. El autómata, con el pecho todavía abierto de forma grotesca, tomó a Henry por debajo de los brazos y quebró su cuerpo como una ramita.

Se escuchó un horrible crujido y Henry quedó flácido. El autómata tiró a Henry a un lado y se dio la vuelta para golpear a Charlotte brutalmente en la cara. Cayó junto al cuerpo de su marido, la criatura mecánica dio un paso adelante y capturó al

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Hermano Micah. El Hermano Silencioso golpeó su espada contra la mano del autómata, pero la criatura no pareció si quiera notarlo. Con un estruendo de maquinaria que sonó como una risa, se estiró y le abrió la garganta al Hermano Silencioso.

La sangre salpicó la habitación, y Cecily hizo exactamente lo que se había prometido no hacer, y gritó.

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Traducido por pamii1992

¡Traedme mi arco de oro ardiente! ¡Traedme mis flechas de deseo!

¡Traedme mi lanza! ¡Oh nubes, abríos! ¡Traedme mi carroza de fuego! ―Jerusalén, William Blake

Durante el entrenamiento de Tessa en el Instituto nadie le había mencionado cuán

difícil era correr con un arma atada al costado. Con cada paso que daba, sentía que la daga se presionaba contra su pierna y le rasguñaba la piel con la punta. Sabía que debía estar envainada, y que en el cinturón de Will probablemente lo estaría, pero pensar en retrospectiva no serviría de nada. Magnus y Will corrían en desbandada por los corredores de piedra dentro de Cadair Idris, y ella daba lo mejor de sí para mantenerse a su altura.

Era Magnus quién lideraba el camino, pues parecía tener una mejor idea de hacia dónde iban. Tessa nunca había ido a ningún sitio dentro de la montaña de sinuosos corredores sin que la llevaran con los ojos vendados, y Will admitió que recordaba muy poco de su solitario viaje de la noche anterior.

Los túneles se estrechaban y se ensanchaban otra vez caprichosamente, mientras los tres seguían su camino a través del laberinto, sin motivo o razón para el patrón. Al final, mientras se movían a un túnel más grande, escucharon algo: el sonido de un distante grito de horror.

El cuerpo de Magnus se tensó completamente y Will alzó la cabeza. ―Cecily ―dijo y luego empezó a correr dos veces más rápido que antes, y tanto

Magnus como Tessa se tuvieron que apresurar para mantenerle el paso. Se precipitaron por extrañas cámaras: una cuyas puertas parecían estar salpicadas

de sangre, otra que Tessa reconoció como la habitación con el escritorio donde Mortmain la había forzado a cambiar y otro donde había un gran enrejado de metal y cobre retorcido por un viento invisible.

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Mientras avanzaban, los sonidos de gritos y batalla se hicieron más fuertes, hasta que finalmente irrumpieron en una enorme cámara circular llena de autómatas. Filas y filas de ellos, tantos como los que habían destruido el pueblo la noche anterior mientras Tessa los había observado impotente. La mayoría estaban inmóviles, pero un grupo de ellos, en el centro de la cámara, se movían… se movían y luchaban en una feroz batalla. Era como estar viendo una y otra vez lo que había sucedido a las afueras del Instituto mientras la alejaban a rastras: los hermanos Lightwood peleando lado a lado, Cecily balanceando un brillante cuchillo serafín, el cuerpo de un Hermano Silencioso tirado en el piso. Tessa registró a la distancia que otros dos Hermanos Silenciosos estaban luchando junto con los Cazadores de Sombras, anónimos por sus túnicas encapuchadas del color del pergamino, pero su atención no estaba sobre ellos, sino sobre Henry, quien yacía inmóvil en el piso. Charlotte estaba arrodillada a su lado, con los brazos alrededor de él como si pudiera protegerlo de la batalla que se producía a su alrededor, pero Tessa adivinó por la blancura del rostro y la quietud del cuerpo de Henry, que era demasiado tarde para protegerlo de algo.

Will se lanzó hacia delante. ―¡No usen los cuchillos serafines! ―gritó―. ¡Combátanlos con otras armas! ¡Los

cuchillos serafines son inútiles contra ellos! Cecily, al escucharlo, se movió hacia atrás a pesar de que su cuchillo serafín ya

había tocado al autómata con el que luchaba; el cuchillo se desmoronó como si fuera escarcha, y su fuego desapareció. Cecily tuvo la suficiente claridad de mente para esquivar a la criatura y agacharse debajo de su brazo oscilante, mientras Cyril y Bridget se lanzaban hacia ella, Cyril sosteniendo un grueso bastón. El autómata cayó tras el golpe de Cyril, mientras Bridget, una amenaza voladora de pelo rojo y cuchillas de metal, pasaba a Cecily haciéndose un camino a cortes hasta llegar al lado de Charlotte, donde se llevó los brazos de dos autómatas con su espada antes de darse la vuelta y darle la espalda a Charlotte, como si pretendiera proteger a la directora del Instituto con su vida.

Las manos de Will de pronto sostenían a Tessa por los antebrazos. Alcanzó a ver su cara blanca y contenida, mientras la empujaba hacia Magnus, siseando:

―¡Quédate con ella! Tessa empezó a protestar, pero Magnus la agarró y la atrajo hacia sí mientras Will

se precipitaba a la batalla, luchando por llegar hasta su hermana. Cecily se defendía de un gran autómata con pecho como de barril y dos brazos en el lado derecho. Habiendo abandonado su cuchillo serafín, Cecily solo tenía una espada corta para defenderse. El cabello se le salió de las ataduras cuando se lanzó hacia adelante y acuchilló el hombro

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de la criatura que rugió como un toro; Tessa se estremeció. Dios, esas criaturas podían hacer toda clase de sonidos; antes de que Mortmain los hubiera cambiado, eran silenciosos, habían sido cosas y ahora eran seres. Seres malévolos y asesinos.

Tessa dio un paso adelante cuando el autómata que peleaba con Cecily se apoderó de la hoja de su espada, tiró de ella y se la quitó de las manos, acercando a Cecily hacia él… oyó que Will pronunciaba el nombre de su hermana…

Y de repente alguien tomó a Cecily y la hizo a un lado: uno de los Hermanos Silenciosos. Giró para encarar a la criatura, con el báculo frente a él, en un remolino de túnicas como el pergamino. Cuando el autómata se abalanzó hacia él, el Hermano movió su báculo con tanta velocidad y fuerza que el autómata cayó hacia atrás, con el pecho abollado hacia adentro. Trató de avanzar otra vez, pero su cuerpo estaba demasiado doblado. Dio un zumbido enojado, y Cecily, quien luchaba por ponerse de pie, gritó para advertirle, pues otro autómata se alzaba junto al primero. Mientras el Hermano Silencioso se volvía, el segundo autómata le quitó el báculo de las mano y capturó al Hermano y lo levantó del piso, rodeándolo con sus brazos de metal desde atrás en una parodia de un abrazo. La capucha del Hermano cayó hacia atrás y su cabello plateado brilló en la oscura cámara como la luz de las estrellas.

Todo el aire abandonó los pulmones de Tessa en un solo instante. El Hermano Silencioso era Jem.

Jem. Fue como si el mundo se hubiera detenido. Todas las figuras estaban inmóviles,

incluso los autómatas, congelados en el tiempo. Tessa miró fijamente a Jem, al otro lado de la cámara, y el la miró a ella. Jem, con la túnica como de pergamino de un Hermano Silencioso. Jem, cuyo cabello plateado, que caía sobre su rostro, estaba intercalado de negro. Jem, cuyas mejillas estaban marcadas con dos cortes iguales, uno sobre cada pómulo. Jem, quien no estaba muerto.

Tessa salió bruscamente de la conmoción en la que se encontraba, escuchó que Magnus le decía algo, lo sintió estirarse para tomar su brazo pero ella se zafó de él y se hundió en la batalla. Magnus gritó tras ella, pero todo lo que podía ver era a Jem: Jem intentaba tomar el brazo del autómata que le envolvía la garganta, pero sus dedos incapaces de encontrar alguna irregularidad en la superficie de metal. El agarre de la criatura se apretó y la cara de Jem empezó a cubrirse de sangre mientras lo estrangulaba. Tessa sacó su daga, y la movió frente a ella para abrirse camino, pero sabía que era imposible, sabía que no iba a poder llegar hasta él a tiempo…

El autómata dio un rugido y cayó hacia adelante. Sus piernas habían sido cercenadas completamente desde atrás, y mientras caía, Tessa vio que se Will

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levantaba con una larga espada en la mano. Se estiró hacia el autómata como si quisiera atraparlo, evitar que cayera, pero ya se había estrellado contra el piso, con la mitad sobre Jem, cuyo báculo había salido volando de sus manos. Jem yacía quieto en el suelo, cubierto por la enorme maquina sobre él. Tessa se movió hacia adelante, esquivando el brazo de una de las criaturas. Escuchó a Magnus gritar algo tras ella, pero lo ignoró. Si podía llegar hasta Jem antes de que estuviera demasiado herido, incluso aplastado… pero mientras corría, una sombra apareció en su campo de visión. Tessa patinó hasta detenerse y miró hacia arriba la cara de mirada maliciosa de un autómata, que se extendió la mano para atraparla con dedos como garras.

La fuerza de la caída y el peso del autómata en la espalda le sacaron el aire de los

pulmones a Jem cuando golpeó el suelo increíblemente fuerte. Por un momento, unas estrellas aparecieron ante sus ojos mientras luchaba por respirar, con espasmos en el pecho.

Antes de que se hubiera convertido en Hermano Silencioso, antes de que le pusieran el primer cuchillo ritual sobre la piel y le hubieran cortado las líneas en el rostro que empezarían el proceso de su transformación, la caída y la herida probablemente lo hubieran matado. Ahora, mientras trataba de recuperar el aire, comenzó a estirarse para alcanzar su báculo, aunque la mano de la criatura estaba cerrada sobre su hombro… y un escalofrío le atravesó el cuerpo al autómata con el sonido del metal contra metal. Jem recuperó el báculo y lo levantó para golpear la cabeza del autómata, pero alguien ya levantaba la mitad superior del cuerpo que lo aprisionaba y la echaba a un lado. Pateo contra el peso que aún sujetaba sus piernas, y un segundo después ya estaba libre. Will estaba de rodillas a su lado, con el rostro tan blanco como la tiza.

―Jem ―le dijo. Había quietud a su alrededor, como una brecha en la batalla, un inquietante silencio

que parecía eterno. La voz de Will estaba impregnada con miles de emociones: incredulidad y asombro, alivio y traición. Jem comenzó a levantarse apoyándose en los codos, al mismo tiempo que la espada de Will, cubierta de aceite y llena de abolladuras, caía al suelo.

―Estás muerto, te sentí morir ―dijo Will poniéndose las manos en el corazón, sobre la camisa manchada de sangre justo donde estaba su runa parabatai―. Aquí.

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Jem rebuscó la mano de Will, la tomó entre las suyas, y se presionó la parte interna de la muñeca con los dedos de su hermano de sangre. Deseaba que su parabatai entendiera. Siente mi pulso, el latido de la sangre bajo mi piel; los Hermanos Silenciosos tienen corazón y late como cualquier otro. Los ojos azules de Will se abrieron con sorpresa.

―No morí, cambié. Si hubiera podido decirte, si hubiese una forma… ―Will lo observó con la respiración agitada. Los autómatas le habían rasguñado el rostro a Will, que sangraba por diversos arañones bastante profundos, pero no parecía darse cuenta. Retiró la mano del agarre de Jem y exhaló suavemente.

―Roeddwn i’n meddwl dyfod wedi mynd am byth ―dijo Will; hablo en galés sin darse cuenta, pero aun así Jem entendió sus palabras. Las runas de los Hermanos Silenciosos significaban que no había un lenguaje desconocido para él.

«Pensé que te habías ido para siempre.» ―Todavía estoy aquí ―dijo Jem; captó un movimiento por el rabillo del ojo y giró

rápidamente hacia un lado. Un hacha de metal pasó silbando por el lugar donde había estado y se clavó en el piso de roca. Los autómatas los habían rodeado, formando un anillo de metal chirriante. Will se puso de pie espada en mano, y pronto estuvieron espalda con espalda.

―Ninguna runa les hace efecto, debemos destruirlos por la fuerza. ―Me di cuenta. ―Jem tomó su báculo, lo giró con fuerza, lanzó a uno de los

autómatas contra la pared más cercana y las chispas volaron de su caparazón metálico. Will luchaba con su espada y cortaba las rodillas articuladas de dos autómatas.

―Me gusta ese palo tuyo ―comentó. ―Es un báculo ―Jem volvió a moverse para noquear a otro autómata―. Las

Hermanas de Hierro los hacen únicamente para los Hermanos Silenciosos. Will se abalanzó y le cortó limpiamente el cuello a otro autómata; la cabeza rodó

por el suelo, y una mezcla de aceite y vapor emanó de la garganta cortada. ―Cualquiera puede afilar un palo. ―Es un báculo ―repitió Jem, y vio la sonrisa juguetona de Will por el rabillo del ojo.

Jem quiso sonreír en respuesta. Hubo un tiempo en que le hubiera devuelto la sonrisa naturalmente, pero había sucedido algo durante el cambio que le daba la sensación de estar a una distancia de muchos años entre él y esos gestos tan simples de los mortales.

La cámara era una masa de cuerpos en movimiento y armas balanceándose de aquí para allá; Jem no podía ver claramente a ninguno de los otros Cazadores de Sombras, aunque era consciente de la presencia de Will a su lado, igualando su paso al de Jem, haciendo coincidir cada golpe. Mientras resonaba el sonido de metal contra metal, una

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parte de Jem, alguna parte que había perdido sin siquiera darse cuenta, sintió el placer de poder luchar junto a Will una última vez.

―Lo que digas, James ―dijo Will―. Lo que digas

Tessa giró, levantó daga y la hundió en el caparazón de metal de la criatura. La hoja

perforó la superficie con un sonido horrible, seguido de una risa ronca y el corazón le dio un vuelco.

―Señorita Gray ―dijo una voz grave y ella alzó el rostro para encontrarse con el liso rostro de Armaros―. Sin duda sabe mejor que nadie que ningún arma tan pequeña puede hacerme daño, ni tampoco tiene la fuerza suficiente.

Tessa abrió la boca lista para gritar, pero el autómata la alcanzó, la levantó en brazos y le puso la mano sobre la boca para acallar su grito. A través de la bruma del movimiento en la cámara, el brillo de las espadas y el metal, vio que Will desgarraba al autómata que había caído sobre Jem y se estiraba para moverlo, mientras Armaros gruñía en su oído.

―Puede que este hecho de metal, pero tengo el corazón de un demonio y mi corazón de demonio clama darse un festín con su carne. ―Amaros empezó a retroceder con Tessa por el campo de batalla, a pesar de que ella lo pateaba con las botas. Él movió la cabeza hacia un lado y le rasguñó la piel de la mejilla con los dedos afilados.

―No puedes matarme ―exclamó ella―. El ángel que llevo conmigo me protege… ―Oh no. Eso es cierto, no puedo matarla pero sí puedo lastimarla, y puedo hacerlo

exquisitamente. No tengo carne para poder sentir placer, así que el único placer que me queda es causar dolor. El ángel en su cuello la protege, al igual que las órdenes del Maestro, así que tengo que controlarme, pero cuando el poder de su ángel falle, si alguna vez falla, la desgarraré con mis fauces de metal. ―Ya estaban fuera del círculo de batalla, el demonio la llevaba hacia un hueco, escondido detrás de un pilar de piedra.

―Hazlo. Preferiría morir en tus manos que casarme con Mortmain. ―No se preocupe ―le dijo, y aunque hablaba sin respirar, sus palabras aún se

sentía como un susurro sobre su piel que la hizo temblar de terror. Sus fríos dedos de metal le rodeaban los brazos como si fueran esposas mientras la arrastraba hacia las sombras―. Me aseguraré de ambas cosas sucedan.

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Cecily vio a su hermano destruir al autómata que atacaba al Hermano Zachariah. El sonido del metal que produjo al colapsar le lastimó los oídos. Empezó a caminar hacia Will mientras sacaba una daga del cinturón, pero tropezó cuando algo se cerró alrededor de su tobillo y la tiró al suelo. Cayó de rodillas y codos y al darse la vuelta, vio que lo que la había sujetado era la mano sin cuerpo de un autómata. La habían cortado a la altura de la muñeca y un líquido negro seguía manando de los cables que sobresalían del metal; los dedos le hurgaban en el traje. Giró y le hizo tajos a la cosa hasta que los dedos la soltaron, se separaron y cayeron al suelo como un cangrejo muerto, moviéndose ligeramente.

Gruñó enojada y se puso de pie, pero no pudo ver ni a Will ni al Hermano Zachariah. La cámara era un caótico borrón de movimientos. Vio a Gabriel, espalda con espalda con su hermano y una pila de autómatas muertos a sus pies. El traje de Gabriel estaba desgarrado a la altura del hombro y sangraba. Cyril yacía en el suelo y Sophie estaba cerca de él, moviendo su espada en círculos, con la cicatriz lívida sobre su pálido rostro. Cecily no veía a Magnus, pero sí veía el rastro de chispas azules en el aire que indicaban su presencia. Y después estaba Bridget, visible en fogonazos entre los cuerpos de las criaturas mecánicas, su arma se veía borrosa y su cabello rojo parecía una bandera en llamas. Y a sus pies…

Cecily empezó a pelear para atravesar el camino y llegar hasta ellos. A mitad del camino, tiró la daga y recogió un hacha de mango largo que uno de los autómatas había soltado. Se sentía sorprendentemente ligera en sus manos y producía un sonido satisfactorio cada vez que la hundía en el pecho de los demonios mecánicos que se cruzaban en su camino, y los lanzaba volando. Cuando llegó tuvo que saltar por encima de una pila de autómatas, la mayoría de ellos reducidos a pedazos con los miembros regados por todo el lugar, sin duda la fuente de la mano que la había agarrado del tobillo. En el otro extremo de la pila estaba Bridget, dando vueltas de un lado a otro mientras vencía uno a uno a los monstruos mecánicos que amenazaban con alcanzar a Charlotte y Henry.

Bridget le dirigió solo una mirada a Cecily mientras se acercaba a ellos y se arrodillaba junto a la directora del Instituto.

―Charlotte ―susurró Cecily. Charlotte miró hacia arriba. Estaba pálida por la conmoción, tenía las pupilas tan dilatadas que parecían haberse tragado el castaño claro de sus ojos. Rodeaba con los brazos a Henry, cuya cabeza descansaba sobre el frágil hombro de Charlotte, quien tenía las manos posadas con fuerza en su pecho. Henry parecía completamente flácido―. Charlotte ―habló Cecily otra vez―. No podemos ganar esta pelea. Debemos retirarnos.

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―¡No puedo mover a Henry! ―Charlotte, ya no podemos ayudarlo… ―No, aun no ―dijo Charlotte salvajemente―. Aún puedo sentir su pulso. Cecily estiró la mano. ―Charlotte… ―¡No estoy loca! ¡Está vivo! ¡Está vivo y no lo voy a dejar! ―Charlotte, el bebé ―le imploró Cecily―. Henry hubiera querido que ustedes dos

se salvaran. ―Algo brilló en los ojos de Charlotte, y apretó su agarre sobre Henry. ―No nos podemos ir sin Henry ―replicó Charlotte―. No podemos hacer un

Portal. Estamos atrapados en esta montaña. Cecily salió soltó un jadeo, no había pensado en eso. El corazón le envió un mensaje

por las venas: «Vamos a morir. Todos vamos a morir». ¿Por qué había escogido esto? Dios mío, ¿qué había hecho? Levantó el rostro y vio un brillo familiar, un flash de azul y negro por el rabillo del ojo. ¿Will? El azul le recordó algo, chispas elevándose por sobre el humo.

―Bridget ―la llamó Cecily―. Trae a Magnus. Bridget negó con la cabeza. ―Si los dejo, estarán muertos en cinco minutos ―contestó, y para ilustrar su punto,

golpeó con la hoja del arma a un autómata que se dirigía hacia ellos, como si estuviera cortando leña. La criatura cayó hacia ambos lados, rebanada justo a la mitad, en dos partes iguales

―No lo entiendes ―insistió Cecily―. Necesitamos a Magnus… ―Aquí estoy. ―Y ahí estaba, había aparecido por encima de Cecily tan de repente y

tan silencioso que ella tuvo que ahogar un grito. Tenía un corte grande en el cuello, era superficial, pero estaba lleno de sangre. Al parecer los brujos sangraban de color rojo como los humanos. Su mirada cayó sobre Henry, y una terrible e impenetrable tristeza cruzó su rostro. Era la mirada de un hombre que había visto morir a cientos, que había sufrido una pérdida tras otra y le estuviera sucediendo otra vez.

―Dios ―exclamó―. Era un buen hombre. ―No ―dijo Charlotte―. Hablo en serio, siento su pulso, no hablen de él como si ya

se hubiera ido… ―Magnus se arrodilló a su lado y estiró la mano para tocar los párpados de Henry. Cecily se preguntó si planeaba decir ave atque vale, la despedida indispensable de los Cazadores de Sombras, pero en vez de eso quitó la mano con rapidez y estrechó los ojos. Un momento después sus dedos estaban sobre la garganta de Henry. Murmuró algo en un lenguaje que Cecily no pudo entender y luego se acercó aún más, con su mano acunando el rostro de Henry.

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―Lento ―dijo, casi para sí mismo―. Lento, pero su corazón sí está latiendo. Charlotte respiró audiblemente. ―Te lo dije. ―Los ojos de Magnus se posaron en ella. ―Así es. Lamento no haberte escuchado. ―Volvió la mirada a Henry―. Ahora,

cállense todos. Levantó la mano que no tenía presionada contra la garganta de Henry y abrió los

dedos. Al instante el aire a su alrededor pareció espesarse y deformarse como un cristal antiguo, luego un domo sólido apareció sobre ellos y atrapó a Henry, Charlotte, Cecily y Magnus en una brillante burbuja de silencio. Aunque Cecily aún podía ver la cámara a su alrededor (los autómatas luchaban mientras Bridget los arrasaba con su espada manchada de negro), dentro del domo todo estaba en silencio. Miró rápidamente hacia Magnus.

―Hiciste una pared protectora. ―Sí. ―Su atención estaba fija en Henry―. Muy bien. ―¿No podrías haber hecho una alrededor de todos y dejarlo así? ¿Mantenernos a

salvo a todos? ―Magnus negó con la cabeza. ―La magia requiere energía, pequeña. Solo soportaría levantar esa protección por

poco tiempo y cuando se rompiera, ellos caerían sobre nosotros. Se inclinó hacia adelante murmurando algo y unas chispas azules saltaron de sus

dedos a la piel de Henry. El fuego azul claro pareció adentrarse y enviar algo como fuego por las venas de Henry, como si Magnus hubiera encendido el final de una línea de pólvora, hileras de fuego cubrieron sus brazos, cuello y rostro. Charlotte, que lo seguía sosteniendo, jadeó cuando el cuerpo de Henry sufrió un espasmo y echó la cabeza hacia adelante.

Henry abrió los ojos, que estaban impregnados del mismo azul del fuego que corría por sus venas.

―Yo… ―Tenía la voz ronca―. ¿Qué pasó? Charlotte rompió a llorar. ―¡Henry! Oh, mi querido Henry. ―Se aferró a él y lo besó frenéticamente, Henry

enredó los dedos en el cabello de Charlotte y la retuvo ahí junto a él, mientras tanto Magnus como Cecily miraban hacia otra parte. Cuando Charlotte al fin dejó a Henry (aunque seguía acariciándole el cabello y murmurándole cosas al oído), él intentó sentarse, pero volvió a caer. Sus ojos se encontraron con los de Magnus, pero él desvió la mirada, y cerró los ojos por el cansancio y algo más… algo que hizo que el corazón de Cecily diera un vuelco.

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―Henry ―dijo Charlotte, un poco asustada―. ¿Te duele mucho? ¿Te puedes poner de pie?

―Me duele un poco ―dijo Henry―, pero no me puedo poner de pie. No siento las piernas.

Magnus seguía mirando el suelo. ―Lo siento ―le dijo―, pero hay cosas que la magia no puede hacer, algunas

heridas que no se pueden curar. ―La mirada en el rostro de Charlotte era terrible de ver.

―Henry… ―Aun puedo hacer un Portal ―los interrumpió Henry. La sangre le goteaba por la

comisura de su boca, y se la limpió con la manga―. Podemos escapar de este lugar. Debemos retirarnos. ―Trató de girar para observar a su alrededor e hizo una mueca, palideciendo― ¿Qué está pasando?

―Nos sobrepasan en número ―informó Cecily―. Todos están luchando por sus vidas…

―¿Por sus vidas, pero no para ganar? ―preguntó Henry. Magnus negó con la cabeza.

―No podemos ganar, no hay esperanza. Son demasiados. ―¿Y Tessa y Will? ―Will la encontró ―respondió Cecily―. Están aquí, en esta misma cámara Henry cerró los ojos, respirando trabajosamente, y luego los volvió a abrir. El matiz

azulado había comenzado a desvanecerse. ―Entonces debemos de hacer un Portal, pero antes debemos tener la atención de

todos, separarlos de los autómatas para que no los llevemos con nosotros al Instituto por el Portal. Lo último que necesitamos es que cualquiera de esos Dispositivos Infernales ande vagando por Londres. ―Miró a Magnus―. Busca en el bolsillo de mi abrigo.

Y cuando Magnus lo hizo, Cecily vio que su mano temblaba ligeramente. Claramente el esfuerzo de mantener la pared protectora a su alrededor estaba empezando a hacerle mella. Magnus retiró la mano del bolsillo de Henry; sostenía una cajita dorada con ninguna abertura visible. Las palabras de Henry salieron con dificultad:

―Cecily, tómala, por favor. Tómala y aviéntala tan fuerte y tan lejos como puedas. Magnus le tendió la caja a Cecily con dedos temblorosos. La cajita sentía cálida

contra su mano, aunque no sabía si era porque dentro tenía alguna fuente de calor, o si

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era por haber estado dentro del bolsillo de Henry. Miró a Magnus, que tenía rostro preocupado.

―Voy a quitar la pared ahora ―le avisó―. Aviéntala, Cecily. Magnus levantó las manos y volaron chispas, la pared brilló y se desvaneció. Cecily

echó el brazo hacia atrás y luego lanzó la caja. Por un momento, no sucedió nada, pero luego se produjo una implosión, como si el sonido se estuviera desvaneciendo hacia dentro, como si un enorme drenaje succionara todo en el lugar.

Los oídos de Cecily parecieron explotar y se hundió en el suelo, cubriéndose la cabeza con las manos. Magnus también estaba de rodillas, y su pequeño grupo estaba acurrucado junto ante lo que parecía ser un enorme viento que soplaba dentro del lugar. El viento rugió y el sonido del metal separándose se unió al sonido del viento, mientras las criaturas mecánicas en el lugar comenzaban a tambalearse y a tropezar.

Cecily vio a Gabriel quitarse del camino cuando un autómata caía a sus pies y empezaba a moverse incontrolablemente, agitando las extremidades como si tuviera un ataque. Cecily movió los ojos a Will y al Hermano Silencioso que luchaba a su lado, cuya capucha se había caído. Aun en medio de todo lo que estaba sucediendo, Cecily sintió la conmoción por todo el cuerpo: el hermano Zachariah era… Jem. Ella sabía, todos sabían, que Jem se había ido a la Ciudad Silenciosa para convertirse en un Hermano Silencioso o morir en el intento, pero que estuviera lo suficientemente bien como para estar ahí ahora, con ellos, luchando junto a Will como solía hacer, que tuviera la fuerza…

Hubo un estrépito cuando uno de los monstruos cayó al suelo entre Will y Jem y los obligó a separarse. Había el mismo olor en el aire como justo antes de una tormenta.

―Henry… ―El cabello de Charlotte le tapaba el rostro. La cara de Henry estaba contraída por el dolor ―Es… algo parecido a una Pyxis, diseñada para separar las almas de los demonios

de sus cuerpo. Antes de morir. No tuve tiempo… para perfeccionarla, pero valía la pena intentarlo.

Magnus se puso de pie. Su voz resonó por encima de todo el ruido proveniente del metal y los gritos de los demonios.

―¡Vengan, todos ustedes! ¡Reúnanse, Cazadores de Sombras! Bridget se quedó dónde estaba, pues seguía luchando con dos autómatas cuyos

movimientos se habían vuelto torpes y desiguales, pero los otros empezaron a correr hacia ellos: Will, Jem, Gabriel…. pero Tessa, ¿dónde estaba Tessa? Cecily vio que Will notaba la ausencia de Tessa al mismo tiempo que ella; se dio la vuelta, con la mano en el brazo de Jem, y sus ojos azules buscaron por todo el lugar. Vio que sus labios se

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movían formando la palabra «Tessa», a pesar de que no podía escuchar nada por sobre el sonido del viento y el metal…

―Alto. Un rayo de luz plateada cayó sobre ellos desde la cima del domo, como un

relámpago ramificado, y explotó por la cámara como las chispas de un fuego artificial. El viento se tranquilizó y luego se detuvo, dejando el lugar lleno de un silencio resonante.

Cecily miró hacia arriba. En la galería, a la mitad del domo, había un hombre vestido con un traje oscuro, un hombre que reconoció al instante.

Era Mortmain.

―Alto. La voz hizo eco por todo el lugar, y lo produjo a Tessa escalofríos. Mortmain. Ella

conocía su forma de hablar, su voz, aun cuando no podía ver nada más allá del pilar de piedra que escondía el lugar al que Armaros la había arrastrado. El demonio la había mantenido apretada contra sí, incluso cuando se había producido una gran explosión y un feroz viento había pasado por fuera de su escondite, dejándolos ilesos.

El silencio había caído y Tessa quería liberarse desesperadamente de esos brazos de metal que la mantenían sujeta, para correr a la cámara y ver si alguno de sus amigos, aquellos a quien amaba, habían resultado heridos o peor aún, asesinados. Pero luchar contra él era como luchar contra una pared. Siguió pateándolo de todas formas, justo cuando la voz de Mortmain llenó el lugar otra vez.

―¿Dónde está la señorita Gray? Tráiganla Armaron hizo un sonido sordo y se puso en marcha; levantó a Tessa en brazos y la

cargó desde el escondite hasta la cámara principal, que era una escena de caos. Los autómatas estaban congelados, mirando hacia su amo. Muchos estaban en el suelo, o hechos pedazos. El suelo estaba resbaloso con una mezcla de sangre y aceite. En el centro del lugar, en un círculo, estaban los Cazadores de Sombras y sus acompañantes.

Cyril estaba arrodillado en el suelo, con un vendaje improvisado lleno de sangre alrededor de la pierna. Cerca de él estaba Henry, mitad sentado, mitad recostado en los brazos de Charlotte. Estaba pálido, demasiado pálido… Los ojos de Tessa se encontraron con los de Will cuando él levanto la cabeza y la vio.

Una mirada de consternación pasó por su rostro, y empezó a avanzar hacia ella. Jem lo sostuvo de la manga. Sus ojos también estaban sobre Tessa, muy abiertos,

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oscuros y llenos de horror. Ella desvió la mirada de ambos, y la dirigió a Mortmain. Estaba en la galería sobre ellos, como un predicador sobre un escenario, y le sonrió.

―Señorita Gray, qué bueno que se una a nosotros. ―Ella bufó y probó la sangre en su boca donde los dedos del autómata la habían raspado. Mortmain elevó una ceja. ―Bájala, pero mantén las manos en sus hombros ―le ordenó a Armaros, y el demonio lo obedeció con una risita.

Tan pronto sus pies tocaron el suelo, se enderezo, elevó la barbilla y miró a Mortmain con rencor.

―Es de mala suerte ver a la novia antes de la boda ―comentó ella. ―Es cierto ―coincidió Mortmain―. Pero, ¿mala suerte para quién? Tessa no miró a su alrededor. La vista de los cientos de autómatas y el variado

grupo de Cazadores de Sombras, que eran los únicos que les hacían frente, era demasiado dolorosa.

―Los Nefilim ya han entrado a su fortaleza ―dijo ella―, y habrá otros detrás de ellos. Destruirán a sus autómatas así que ríndase ahora y quizás lo dejen con vida.

Mortmain echó la cabeza hacia atrás y se rió. ―Qué fiera, madame ―le dijo―. Me enfrenta rodeada de derrota y me exige que

me rinda. ―No nos han derrotado… ―comenzó a decir Will y Mortmain dejó escapar un

siseo audible en todo el lugar. Como uno solo, todos los autómatas en el lugar movieron las cabezas hacia Will, con una terrorífica sincronía.

―No digas ni una palabra más, Nefilim ―ordenó Mortmain―. La próxima vez que uno de ustedes hable será la última vez que respiren.

―Déjelos ir ―le pidió Tessa―. Esto no tiene nada que ver con ellos. Déjelos que se marchen y consérveme a mí.

―Intenta negociar sin nada que ofrecerme ―le respondió Mortmain―. Está equivocada si cree que otros Cazadores de Sombras vienen a ayudarlos. En este mismo instante una significativa parte de mi ejército está reduciendo su Consejo a pedazos. ― Tessa oyó jadear a Charlotte, un corto y acallado sonido―. Muy inteligente de su parte, Nefilim, reunirse en un solo lugar para que así poder eliminarlos a todos de una buena vez.

―Por favor ―dijo Tessa―. Déjelos ir. Sus reclamos contra los Nefilim son justos, pero si los mata a todos, ¿quién aprenderá de su venganza? ¿Quién lo expiará? Si no hay nadie que aprenda del pasado, entonces nadie se llevará una lección. Déjelos vivir. Déjelos cargar con su enseñanza en el futuro. Ellos pueden ser su legado.

El asintió pensativamente, como si estuviera sopesando sus palabras.

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―Los perdonaré… los mantendré aquí, como nuestros prisioneros. Su cautividad la mantendrá complacida y la hará obediente porque los ama. ―Su voz se tornó dura―. Y si trata de escapar, los mataré a todos. ―Hizo una pasa―. ¿Qué dice, señorita Gray? He sido muy generoso y ahora me debe dar las gracias.

El único sonido en el lugar era el crujido de los autómatas y la propia sangre de Tessa palpitando en sus oídos. Se dio cuenta de lo que habían querido decir las palabras que la señora Black le había dicho en el carruaje: «Y cuanto más conocimiento tenga de ellos, mientras más allegada sea a ellos, será un arma mucho más eficaz para eliminarlos de la faz de la Tierra.»

Tessa se había convertido en uno de los Cazadores de Sombras, si es que no era exactamente como ellos, pero se preocupaba por ellos, los quería, y Mortmain usaría esa preocupación y amor para forzarla a hacer lo que quisiera. Al salvar a los pocos que amaba, estaría condenándolos a todos. Y aun así, condenar a Will y a Jem, a Charlotte, a Henry, a Cecily y los otros a la muerte, era impensable.

―Sí. ―Escuchó que Jem, o ¿había sido Will?, hacía un sonido ahogado―. Sí. Aceptaré su oferta. ―Miró hacia arriba, hacia donde se encontraba Mortmain―. Dígale al demonio que me suelte e iré hacia usted. ―Vio que estrechaba los ojos ante sus palabras.

―No ―dijo Mortmain―. Armaros, tráemela. El demonio le apretó los brazos con las manos. Tessa se mordió el labio para

aguantar el dolor, y casi como en simpatía, el ángel mecánico en su garganta tembló. «Pocos pueden reclamar a un solo ángel que los proteja, pero tú puedes». Se llevó la mano a la garganta. El ángel pareció vibrar bajo sus dedos como si

estuviera respirando, como si estuviera tratando de comunicarle algo. Lo apretó en la mano apretó y las puntas de las alas comenzaron a cortarla. Pensó en su sueño.

«¿Ésta es su forma verdadera? ¿Así es? Aquí solo ves una fracción de lo que soy. En mi forma verdadera soy gloria mortal.» Las manos de Armaron se cerraron sobre los brazos de Tessa. «El ángel mecánico contiene en su interior un poco del espíritu de un ángel» le

había dicho Mortmain. Pensó en la marca blanca en forma de estrella que el ángel mecánico había dejado

en el hombro de Will. Pensó en el rostro del ángel suave, hermoso e inmóvil, en las manos frescas que la habían sostenido mientras caía del carruaje de la señora Black hacia el agua. El demonio empezó a levantarla.

Tessa pensó en su sueño y tomó aliento. Ni siquiera sabía si lo que estaba a punto de hacer era posible o si simplemente era una locura. Mientras Armaros la levantaba

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ella cerró los ojos, y extendió la mente buscando dentro de su ángel mecánico. Se tropezó por un momento con un espacio oscuro y luego un limbo gris mientras buscaba esa luz, esa chispa del espíritu, esa vida…

Y ahí estaba, un repentino esplendor, una llamarada, más brillante que cualquier otra chispa que hubiera visto antes. Se estiró hasta ella y la envolvió a su alrededor, espirales de fuego blanco que ardían y le quemaban la piel. Gritó muy fuerte y…

Cambió. Un fuego blanco corría por sus venas. Salió disparada hacia arriba, su traje se

desgarró y cayó, la luz resplandecía a su alrededor. Era fuego. Era como una estrella fugaz. Los brazos de Armaros la soltaron silenciosamente mientras se derretía y se disolvía por el fuego celestial que ardía a través de Tessa.

Volaba, volaba hacia arriba. No, se elevaba, crecía. Sus huesos se estiraron y alargaron, arrancó un enrejado mientras crecía de forma imposible. Su piel se tornó dorada, se estiraba y desgarraba mientras ella seguía elevándose como el tallo de frijol del viejo cuento de hadas, y de donde su piel se desgarraba, emanaba icor dorado de las heridas. De su cabeza brotaron unos rizos como virutas de un caliente metal blanco, que le rodearon el rostro, y de su espalda salieron alas, unas alas enormes, más grandes que las de cualquier ave.

Se suponía que debía estar aterrorizada. Al mirar hacia abajo, vio a los Cazadores de Sombras alzando la mirada hacia ella, con la boca abierta. El lugar entero estaba lleno de una luz cegadora, una luz que emanaba de ella. Se había convertido en Ithuriel. El fuego divino de los ángeles ardía a través de ella, le quemaba los huesos y le abrasaba los ojos, pero lo único que sentía era una calma de acero.

Ahora medía seis metros de altura y estaba cara a cara con Mortmain, que estaba congelado por el terror, aferrándose con las manos al barandal del balcón. El ángel mecánico, después de todo, había sido un regalo que él le había dado a su madre. Nunca debió imaginar que podría tener ese uso.

―No es posible ―dijo con voz ronca―. No es posible… Haz atrapado a un ángel del cielo ―dijo Tessa, aunque no era su voz, sino la de

Ithuriel, que hablaba a través de ella. Su voz hacía eco por todo su cuerpo como el sonido de un gong. Se preguntó distantemente si su corazón estaba latiendo, ¿los ángeles tendían corazones? ¿Hacer eso la mataría? Así era, valía la pena―. Haz intentado crear vida. La vida proviene de los Cielos, y el Cielo no trata amablemente a los usurpadores…

Mortmain se dio la vuelta para correr, pero era lento, todos los humanos lo eran. Tessa extendió la mano, la mano de Ithuriel, la cerró a su alrededor mientras corría y

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lo levantó. Mortmain gritó cuando el agarre del ángel lo abrasó. Se retorcía mientras se quemaba, Tessa reforzó el agarre y aplastó su cuerpo hasta convertirlo en una gelatina de sangre escarlata y huesos blancos.

Abrió los dedos. El cuerpo aplastado de Mortmain cayó y se estrelló contra el suelo entre sus autómatas. Hubo un estremecimiento, un gran crujido de metal como si un edificio estuviera colapsando, y los autómatas empezaron a caer, uno por uno, sin vida debido a la ausencia de su Maestro, que ya no podía animarlos. Eran como un jardín de flores de metal, que se marchitaban y morían una por una, y los Cazadores de sombras yacían en medio de ellas, mirándose los unos a los otros con asombro.

Y entonces Tessa se dio cuenta de que sí tenía corazón, pues había saltado de dicha al verlos vivos y a salvo. Pero cuando extendió las manos doradas para alcanzarlos (una teñida de escarlata ahora por la sangre de Mortmain, mezclada con el icor dorado de Ithuriel), ellos retrocedieron por el resplandor que la rodeaba. «No, no ―quería decirles―. Nunca les haría daño», pero las palabras no salían. No podía hablar, el fuego en su interior era demasiado grande. Luchó para hallar su camino de vuelta a su cuerpo, de regresar a ser Tessa otra vez, pero estaba perdida en el fuego resplandeciente, como si se hubiera caído en el centro del sol. Una agonía de llamas explotó y la atravesó, y sintió que comenzaba a caer, el ángel mecánico un lazo al rojo vivo sobre la garganta.

«Por favor», pensó, pero todo era fuego y llamas, y cayó sin sentido, hacia la luz.

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Traducido por Coral Black Corregido por Pamee

Hasta que truene la trompeta Podrá del cuerpo separarse el alma, pero no nosotros

El uno del otro ―Laus Veneris, Algernon Charles Swinburne

Las criaturas mecánicas arañaban a Tessa al salir de brumas negras. El fuego le

corría por las venas, y cuando bajó la mirada, tenía la piel agrietada y ampollada, y el icor dorado bajaba en capas por sus brazos. Vio los interminables campos del Cielo, vio un cielo constantemente en llamas con un brillo que habría cegado a cualquier humano. Vio nubes de plata con bordes como navajas y sintió el vacío helado que demacraba los corazones de los ángeles.

―Tessa ―era Will, podría haber reconocido su voz en cualquier lugar―. Tessa, despierta, despierta. Tessa, por favor.

Podía oír el dolor en su voz y quería alcanzarlo, pero cuando levantaba los brazos, las llamas se elevaban y le carbonizaban los dedos; sus manos se volvieron ceniza y volaron con el viento caliente.

Tessa se agitó en la cama en un delirio de fiebre y pesadillas. Las sábanas enrolladas a su alrededor estaban empapadas de sudor, y tenía el pelo pegado a sus sienes. Su piel siempre pálida ahora era casi translúcida, mostraba el mapa de venas bajo su piel y la forma de sus huesos. Tenía el ángel mecánico en la garganta; cada cierto tiempo lo cogía, y luego gritaba con una voz perdida, como si el toque le doliese.

―Sufre tanta agonía. ―Charlotte hundió un paño en agua fría y lo presionó contra la frente ardiente de Tessa. La chica hizo un suave sonido de protesta ante el toque, pero no se movió para apartar la mano de Charlotte. A Charlotte le hubiera gustado pensar que era porque los paños fríos estaban ayudando, pero sabía que era más probable que Tessa estuviese simplemente demasiado agotada―. ¿No hay nada más que podamos hacer?

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El fuego del ángel está dejando su cuerpo. El Hermano Enoch, de pie junto a Charlotte, habló en su inquietante susurro omnidireccional. Tomará el tiempo que tome. Estará libre de dolor cuando la haya abandonado.

―Pero, ¿vivirá? Ha sobrevivido hasta ahora. El Hermano Silencioso pareció sombrío. El fuego debería

haberla matado. Habría matado a un humano normal, pero ella es en parte Cazadora de Sombras y en parte demonio, y estaba protegida por el ángel a cuyo fuego se acercó. La protegió incluso en esos últimos momentos en que ardió y quemó su propia forma corpórea.

Charlotte no pudo evitar recordar la sala circular bajo Cadair Idris, a Tessa cuando dio un paso al frente y se transformó de chica a llama que resplandecía como una columna de fuego; hasta su cabello se había convertido en rizos de chispas de una luz cegadora y aterrorizante. Cuando estaba en el suelo junto el cuerpo de Henry, Charlotte se había preguntado cómo podían arder así los ángeles y vivir.

Cuando el ángel había dejado a Tessa, ella había colapsado con la ropa colgando hecha jirones y la piel cubierta de marcas como de quemaduras. Varios Cazadores de Sombras habían corrido a su lado entre los autómatas derrumbados, a pesar de que para Charlotte todo había parecido un borrón, escenas vistas a través de la vacilante lente de su terror por Henry: Will al levantar a Tessa en brazos, la fortaleza del Maestro cerrándose tras ellos, puertas que se cerraban de golpe mientras corrían por los pasillos, el fuego azul de Magnus que iluminaba el camino para escapar, la creación de un segundo Portal.

Más Hermanos Silenciosos los esperaban en el Instituto, con manos y rostros llenos de cicatrices; se encerraron con Henry y Tessa y excluyeron incluso a Charlotte. Will se había vuelto hacia Jem, con expresión afligida, y había extendido la mano hacia su parabatai.

―James ―había dicho―. Puedes averiguar qué están haciendo con ella, si va a vivir…

Pero el Hermano Enoch se había interpuesto entre ellos. Su nombre no es James Carstairs ―había dicho―. Ahora es Zachariah. Charlotte recordaba la mirada de Will, la forma en que había bajado la mano. ―Que hable por sí mismo. Pero Jem únicamente se había girado, se había alejado de todos ellos y había salido

del Instituto. Will se había quedado mirándolo con incredulidad, y Charlotte había recordado la primera vez que se habían encontrado: «¿De verdad te estás muriendo? Lo siento».

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Fue Will, aún aturdido e incrédulo, quien les había explicado de forma vacilante la historia de Tessa: la función del ángel mecánico, la historia de los funestos Starkweather, y la forma poco ortodoxa de la concepción de Tessa. Aloysius había estado en lo cierto, reflexionó Charlotte: Tessa era su bisnieta, una descendiente que él nunca conocería, porque había sido asesinado en la masacre del Consejo.

Charlotte no puedo evitar imaginar cómo debió haber sido cuando se abrió la puerta del Consejo y entraron los autómatas. Los Consejos no exigían que los Cazadores de Sombras estuvieran desarmados, pero no estaban preparados para luchar, además, la mayoría de los allí presentes nunca había tenido que enfrentar a un autómata. Se sentía abrumada por la enorme pérdida para el mundo de los Cazadores de Sombras, aunque habría sido mucho mayor si Tessa no hubiese hecho el sacrificio que hizo. Todos los autómatas habían caído con la muerte de Mortmain, incluso los que estaban en las habitaciones del Consejo, y la mayoría de los Cazadores de Sombras habían sobrevivido, aunque había habido fuertes pérdidas, incluyendo el Cónsul.

―Parte demonio y parte Cazador de Sombras ―murmuró ahora Charlotte, mirando fijamente a Tessa―. ¿Qué la hace esa mezcla?

La sangre Nefilim es dominante, un nuevo tipo de Cazador de Sombras. Lo nuevo no siempre es algo malo, Charlotte.

Fue debido a esa sangre Nefilim que habían ido tan lejos como para intentar dibujarle runas curativas a Tessa, pero las runas simplemente se habían hundido en la piel y desaparecido, como palabras escritas en agua. Charlotte se acercó ahora para tocar la clavícula de Tessa, donde le habían marcado runa. Su piel estaba caliente al tacto.

―Su ángel mecánico ―observó Charlotte―. Detuvo su tic tac. La presencia del ángel lo ha dejado. Ithuriel es libre y Tessa está desprotegida, aunque con el

Maestro muerto, y siendo ella misma una Nefilim, probablemente estará a salvo. Siempre y cuando no intente transformarse en ángel por segunda vez, eso definitivamente la mataría.

―Hay otros peligros. Todos debemos afrontar peligros ―dijo el Hermano Enoch. Era la misma voz mental

fría y serena que había usado cuando le había dicho que a pesar de que Henry iba a vivir, nunca caminaría de nuevo.

En la cama Tessa se movió, lloriqueando con voz seca. Desde la batalla había dicho varios nombres mientras dormía. Había llamado a Nate, a su tía, y a Charlotte.

―Jem ―susurró ahora, agarrando la colcha de forma espasmódica. Charlotte se alejó de Enoch, tomó otro paño frío y lo puso sobre la frente de Tessa.

Sabía que no debería preguntar, y aun así…

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―¿Cómo está? ¿Nuestro Jem? ¿Está… ajustándose a la Hermandad? Ella sintió el reproche de Enoch. Sabe que no puedo decir eso. Él ya no es «su» Jem, ahora

es el Hermano Zachariah. Deberían olvidarlo. ―¿Olvidarlo? No puedo olvidarlo ―dijo Charlotte―. Él no es como sus otros

Hermanos, Enoch; lo sabe. Los rituales que hacen a un Hermano Silencioso son nuestro más profundo secreto. ―No le estoy pidiendo información sobre sus rituales ―dijo Charlotte―. Ya sé que

los Hermanos Silenciosos cortan los lazos con sus vidas mortales antes de entrar en la Hermandad, pero James no podría hacer eso, pues todavía tiene algo que lo ata a este mundo. ―Bajó la vista hacia Tessa, cuyos párpados se agitaban mientras respiraba agitada―. Es una cuerda que los une el uno a la otra, y a menos que se disuelva correctamente, me temo que le puede hacer daño a ambos.

Ella se acerca, mía, mi dulce;

Siempre fue de tan ligeras pisadas, Mi corazón la oiría y latiría,

Como si fuera tierra en una cama terrenal, Mi polvo la oiría y latiría,

Si yaciera muerto por un siglo, Temblaría bajo sus pies,

Y florecería rojo y púrpura.

―Oh, ¡por el amor de Dios! ―exclamó Henry con irritación, subiéndose las mangas manchadas de tinta de su bata―. ¿No puedes leer algo menos deprimente? Algo con una buena batalla.

―Es Tennyson ―contestó Will, bajando los pies de la otomana cerca del fuego. Estaban en el salón, la silla de Henry estaba cerca del fuego, con un cuaderno

abierto en el regazo. Aún estaba pálido, como lo había estado desde la batalla de Cadair Idris, a pesar de que estaba empezando a recuperar el color―. Mejorará tu mente.

Antes de que Henry pudiera responder, la puerta se abrió y entró Charlotte; parecía cansada y tenía las mangas con borde de encaje del vestido, empapadas con agua. Will

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inmediatamente dejó el libro a un lado, y Henry también levantó la vista inquisitivamente de su cuaderno de bocetos.

Charlotte miró de uno a otro y notó el libro en la mesita junto al juego de té de plata.

―¿Has estado leyéndole a Henry, Will? ―Sí, una cosa espantosa, todo lleno de poesía. Henry tenía una pluma en la mano y los papeles dibujados esparcidos por todo el

regazo y la manta que le envolvía las rodillas. Henry había recibido con su fortaleza habitual las noticias de que incluso la

curación de los Hermanos Silenciosos no le permitiría volver a caminar. Estaba convencido de que debía construirse una silla, como una especie de silla Bath16, pero mejor, con ruedas autopropulsoras y todo tipo de accesorios, ya que estaba decidido a ser capaz de subir y bajar las escaleras para poder llegar a sus inventos en la cripta. Había estado garabateando diseños para la silla durante la hora entera que Will había estado leyéndole Maud, pero bueno, la poesía nunca había estado en el área de interés de Henry.

―Bueno, quedas libre de tus deberes, Will, y Henry, tú quedas libre de poesía profunda ―dijo Charlotte―. Si quieres, cariño, puedo ayudarte a recopilar tus notas…

Se acercó por detrás a la silla de su marido y se estiró por sobre sus hombros, para ayudarle a recoger los papeles dispersos y ordenarlos. Él le tomó la muñeca mientras ella se movía y alzó la vista hacia ella con una mirada de tal confianza y adoración, que hizo que Will sintiese como si unos cuchillos diminutos le estuvieran cortando la piel.

No era que envidiara la felicidad de Charlotte y Henry, lejos de eso, sino que no podía evitar pensar en Tessa, en las esperanzas que él había abrigado una vez y reprimido después. Se preguntó si ella lo había mirado así alguna vez, lo dudaba. Había trabajado tan duro para destruir su confianza, y aunque lo único que él quería era una verdadera oportunidad para reconstruirla, no pudo evitar el miedo…

Alejó esos pensamientos oscuros y se puso de pie, a punto de explicar que tenía la intención de ir a ver a Tessa, pero antes de que pudiera hablar sonó un golpe en la puerta, y entró Sophie, luciendo inexplicablemente ansiosa. La ansiedad se explicó un momento después cuando el Inquisidor la siguió al interior de la habitación.

16 Es una silla con tres o cuatro ruedas y capota desmontable, que por lo general utilizaban los inválidos. Recibe su nombre porque fue creada en Bath, una ciudad de Inglaterra, en el siglo XVIII.

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Will, acostumbrado a verlo con sus túnicas ceremoniales en las reuniones del Consejo, casi no reconoció al hombre de aspecto severo con chaqué gris y pantalones oscuros. Tenía una cicatriz roja en la mejilla que antes no había estado allí.

―Inquisidor Whitelaw ―Charlotte se enderezó y su expresión se volvió seria repentinamente ―. ¿A qué debo el honor de su visita?

―Charlotte ―la saludó el Inquisidor, y le tendió la mano. Llevaba una carta con el sello del Consejo―. Le traigo un mensaje.

Charlotte lo miró con desconcierto. ―¿No podía haberla enviado por el correo simplemente? ―Esta carta es de gran importancia, es imperativo que la lea ahora. Charlotte se acercó lentamente y la tomó. Tiró de la solapa, luego frunció el ceño y

cruzó la habitación para tomar un abrecartas de su escritorio. Will aprovechó la oportunidad para mirar al Inquisidor de manera encubierta. El hombre estaba frunciendo el ceño a Charlotte e ignorando por completo a Will, quien no pudo evitar preguntarse si la cicatriz en la mejilla del Inquisidor era una reliquia de la batalla del Consejo con los autómatas de Mortmain.

Will había estado seguro de que todos iban a morir bajo la montaña, juntos, hasta que Tessa había estallado en toda la gloria del ángel y derribó a Mortmain como un rayo que golpeaba un árbol. Había sido una de las cosas más maravillosas que había visto nunca, pero su asombro se había consumido rápidamente cuando Tessa había colapsado después del cambio, sangrando e inconsciente, por muy duro que le hubiesen intentado despertar. Magnus, cerca del agotamiento, apenas había sido capaz de abrir un Portal de vuelta al Instituto con la ayuda de Henry, y Will solo recordaba un borrón después de eso, un borrón de agotamiento, sangre y miedo, más Hermanos Silenciosos que habían acudido para atender a los heridos, y las noticias que llegaban desde el Consejo de todos los que habían muerto en batalla antes de que los autómatas se desintegrasen tras la muerte de Mortmain. Y Tessa… Tessa no hablaba ni despertaba, mientras los Hermanos Silencioso la llevaban a su habitación, y él no había sido capaz de ir con ella. Al no ser su hermano ni tampoco su marido, solo podía quedarse ahí y ver cómo se la llevaban, mientras cerraba y abría las manos manchadas de sangre. Nunca se había sentido más impotente.

Y cuando había dado la vuelta para encontrar a Jem, para compartir sus temores con la única persona en el mundo que amaba a Tessa tanto como él… Jem se había ido, había vuelto a Ciudad Silenciosa por órdenes de los Hermanos. Se fue sin ni siquiera una palabra de despedida.

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Aunque Cecily había tratado de calmarlo, Will había estado enfadado; enfadado con Jem, y con el Consejo y la propia Hermandad por permitir que Jem e convirtiera en Hermano Silencioso, aunque Will sabía que era injusto, que había sido la elección de Jem y la única manera de mantenerlo con vida. Y, sin embargo, desde su llegada al Instituto, Will se había sentido constantemente mareado… era como haber estado en un barco anclado durante años, al que le hubieran cortado las amarras para que flotara sobre las mareas, sin tener idea de qué dirección tomar. Y Tessa…

El sonido de papel rasgado interrumpió sus pensamientos cuando Charlotte abrió la carta y la leyó, y el color desapareció de su cara. Levantó los ojos y miró fijamente al Inquisidor.

―¿Es alguna clase de broma? El ceño del Inquisidor se hizo más profundo. ―No es una broma, se lo aseguro. ¿Tiene una respuesta? ―Lotti ―dijo Henry mirando a su esposa, incluso sus mechones de pelo

anaranjados irradiaban angustia y amor―. Lotti, ¿qué pasa? ¿Qué sucede? Ella lo miró y luego se volvió al Inquisidor. ―No ―contestó―. No tengo una respuesta, todavía no. ―El Consejo no desea… ―empezó a decir el Inquisidor y entonces pareció ver por

primera vez a Will―. Me gustaría hablar con usted en privado, Charlotte. Charlotte enderezó la columna. ―No voy a pedirles que salgan a ninguno de los dos, Will o Henry. Los dos se miraron fijamente, Will sabía que Henry lo miraba con ansiedad. A raíz

del desacuerdo de Charlotte con el Cónsul y la muerte del Cónsul, todos ellos habían esperado casi sin aliento que el Consejo dictara alguna sentencia retributiva. Su poder sobre el Instituto se sentía inestable. Will podía verlo en el pequeño temblor de las manos de Charlotte, y en cómo cerraba los labios.

Will de repente deseó que Jem o Tessa estuvieran aquí, alguien con quien pudiera hablar, alguien a quien poder preguntarle qué debería hacer por Charlotte, a quien le debía tanto.

―Está bien ―dijo, poniéndose de pie. Quería ver a Tessa, aún si ella no abría los ojos y no lo reconociera―. Tenía la intención de ir de todos modos.

―Will ―protestó Charlotte. ―Está bien, Charlotte ―repitió Will, y pasó al Inquisidor camino a la puerta. Una vez en el pasillo se apoyó contra la pared un momento mientras se recuperaba.

No podía dejar de recordar sus propias palabras. Dios, ahora parecía que había sido

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hace un millón de años, y ya no, parecía divertido, en lo más mínimo: «¿El Cónsul interrumpiendo a la hora del desayuno? ¿Qué sigue? ¿El Inquisidor a la hora del té?»

Si a Charlotte le quitaban el Instituto… Si todos ellos perdían su hogar… Si Tessa… No pudo terminar la frase. Tessa viviría, debía vivir. Cuando comenzó a caminar el

pasillo, pensó en los verdes, azules y grises de Gales. Tal vez podría volver allí, con Cecily, si el Instituto estaba perdido, hacerse una vida para ellos en su país de origen. No sería una vida de Cazador de Sombras, pero sin Charlotte, sin Henry, sin Jem o Tessa, sin Sophie o sin siquiera los malditos Lightwood, él no quería ser un Cazador de Sombras. Ellos eran su familia, y eran preciados para él… Otra revelación, pensó, que había ocurrido de una vez, pero que llegaba demasiado tarde.

―Tessa, despierta. Por favor, despierta. Era la voz de Sophie ahora, que cortaba la oscuridad. Tessa luchó y se obligó a abrir

los ojos por una fracción de segundo. Vio su habitación en el Instituto, el mobiliario familiar, las cortinas descorridas, la débil luz que dibujaba cuadros de luz en el suelo; luchó por aferrarse a eso. Siempre era así, breves períodos de lucidez en medio de la fiebre y las pesadillas; nunca suficiente, nunca el tiempo suficiente para poder hablar. «Sophie» intentó susurrar, pero sus labios secos no pronunciaron las palabras. Un rayo tembló en su visión y separando el mundo. Tessa gritó en silencio mientras el Instituto se rompía en pedazos y se precipitaba a la oscuridad.

Fue Cyril quien finalmente le dijo a Gabriel que Cecily estaba en los establos, después de que el hermano Lightwood más joven hubiera pasado gran parte del día buscándola infructuosamente por el Instituto, aunque esperaba que no fuera tan obvio.

El crepúsculo había llegado y el establo estaba lleno de la cálida luz amarilla de un farol y el olor a caballos. Cecily estaba de pie junto al establo de Balios, con la cabeza apoyada contra el cuello del gran caballo negro. El cabello, casi del mismo color de la tinta, le caía suelto sobre los hombros. Cuando se giró para mirarlo, Gabriel vio el parpadeo del rubí rojo alrededor de su garganta.

Una mirada de preocupación cruzó el rostro de Cecy. ―¿Le ha sucedido algo a Will? ―¿Will? ―Se sorprendió Gabriel.

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―Solo pensé… Por cómo lucías… ―Suspiró―. Ha estado tan angustiado estos últimos días. Si no fuera suficiente que Tessa esté enferma y herida, saber lo que sabe sobre Jem… ―Negó con la cabeza―. He tratado de hablar con él sobre eso, pero no dice nada.

―Creo que está hablando con Jem ahora ―dijo Gabriel―. Confieso que no conozco su estado mental. Si lo deseas, podría…

―No ―la voz de Cecily fue tranquila. Sus ojos azules estaban fijos en algo lejano―. Déjelo estar.

Gabriel dio unos pasos hacia delante. El suave resplandor amarillo del farol a los pies de Cecily le daba un tenue brillo dorado a su pie; no llevaba guantes y sus manos destacaban muy blancas contra la piel oscura del caballo.

―Yo… ―empezó él―. Parece que te gusta mucho ese caballo. Se maldijo en silencio. Recordó que su padre dijo una vez que a la mujer, el sexo

débil, le gustaba que la cortejaran con palabras encantadoras y frases expresivas. Gabriel no estaba seguro de qué era una frase expresiva, pero estaba seguro de que «parece que te gusta mucho ese caballo» no lo era.

Aunque a Cecily no pareció importarle. Le dio una palmada ausente al caballo antes de volverse para enfrentarlo.

―Balios salvó la vida de mi hermano. ―¿Vas a marcharte? ―preguntó Gabriel abruptamente. Cecily abrió los ojos. ―¿Qué fue eso, señor Lightwood? ―No. ―Levantó la mano como para detenerla―. No me llames señor Lightwood,

por favor. Somos Cazadores de Sombras. Soy Gabriel para ti. Ella se sonrojó. ―Gabriel, entonces. ¿Por qué me preguntas si me marcharé? ―Viniste aquí para llevar a tu hermano a casa ―contestó Gabriel―. Pero está claro

que no se va a ir, ¿verdad? Está enamorado de Tessa, va a quedarse donde quiera que ella esté.

―Ella podría no quedarse aquí ―señaló Cecily con ojos ilegibles. ―Creo que lo hará, pero incluso si no es así, él la seguirá a dónde vaya. Y Jem…

Jem se convirtió en Hermano Silencioso, sigue siendo Nefilim. Si Will espera volver a verlo, y creo que ambos sabemos que tiene esa esperanza, se quedará. Los años lo han cambiado, Cecily. Su familia está aquí ahora.

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―¿Crees que me dices algo que no he observado por mí misma? El corazón de Will está aquí, no en Yorkshire, en una casa en la que nunca ha vivido, con padres que no ha visto desde hace años.

―Entonces, si él no puede ir a casa… Pensé que tú lo harías. ―Para que mis padres no estén solos, sí. Puedo ver por qué pensarías eso. ―Cecily

vaciló―. Sabes, por supuesto, que en unos pocos años deberé estar casada y dejaré a mis padres de todas formas.

―Pero podrás mantener el contacto. Tus padres están exiliados, Cecily. Si te quedas aquí, no podrás comunicarte con ellos.

―Lo dices como si quisieras convencerme de volver a casa. ―Lo digo porque me temo que lo harás. ―Las palabras dejaron su boca antes de

que pudiera contenerlas; solo la miró mientras un rubor de vergüenza le calentaba el rostro.

Ella dio un paso hacia él, lo miraba con los ojos azules muy abiertos. Gabriel se preguntó cuándo habían dejado de recordarle a los ojos de Will; solo eran los ojos de Cecily, de un tono de azul que solo asociaba con ella.

―Cuando llegué aquí pensé que los Cazadores de Sombras eran monstruos ―confesó Cecily―. Pensé que tenía que rescatar a mi hermano, pensé que íbamos a volver juntos a casa y que mis padres estarían orgullosos de los dos, que seríamos una familia de nuevo. Entonces me di cuenta... Tú me ayudaste a darme cuenta…

―¿Yo te ayudé? ¿Cómo? ―Tu padre no te dio opciones ―le explicó―. Él te exigió que fueras lo que él

quería, y esa exigencia separó a tu familia. Pero en el caso de mi padre, él escogió dejar a los Nefilim y casarse con mi madre. Esa fue su elección, como estar con los Cazadores de Sombras es la de Will. Elegir el amor o la guerra: ambas opciones son valientes, a su manera. Y no creo que mis padres sientan rencor por la elección de Will. Por encima de todo, lo que les importa es que él sea feliz.

―Pero, ¿qué hay de ti? ―preguntó Gabriel. Estaban muy cerca ahora, y casi se tocaban―. Es tu elección ahora, quedarte o regresar.

―Me quedaré ―contestó Cecily―. Elijo la guerra. Gabriel dejó escapar el aliento que no se había dado cuenta que estaba conteniendo. ―¿Renunciarás a tu casa? ―¿Una casa antigua con corrientes de aire en Yorkshire? ―bromeó Cecily―. Esto

es Londres. ―¿Y renunciarás a lo que es conocido? ―Lo conocido es aburrido.

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―¿Y renunciarás a ver a tus padres? Es contra la Ley… Ella sonrió, el atisbo de una sonrisa. ―Todo el mundo rompe la Ley. ―Cecy ―dijo él, y cerró la distancia entre ellos, aunque no era mucha, y la besó.

Apoyó las manos torpemente sobre los hombros de ella al principio, pero se le resbalaban por el rígido tafetán del vestido, hasta que finalmente deslizó los dedos por su nuca y los enredó en su cabello suave y cálido. Ella se tensó por la sorpresa antes de relajarse contra él, y separó las comisuras de los labios para que él probara la dulzura de su boca. Cuando ella se apartó al fin, él se sintió mareado―. ¿Cecy? ―dijo otra vez, con voz ronca.

―Cinco ―dijo ella. Tenía los labios y las mejillas sonrosados, pero su mirada era firme.

―¿Cinco? ―repitió él, sin comprender. ―Mi calificación ―explicó y le sonrió―. Tu habilidad y técnica podrían requerir

trabajo, pero el talento natural sin duda se encuentra ahí. Lo que necesitas es práctica. ―¿Y estás dispuesta a ser mi tutora? ―Me sentiría muy insultada si eliges a otra ―dijo y se inclinó para besarlo de

nuevo.

Cuando Will entró a la habitación de Tessa, Sophie estaba sentada junto a la cama,

murmurando en voz baja y se dio la vuelta cuando Will cerró la puerta; tenía las comisuras de la boca contraídas por la preocupación.

―¿Cómo está? ―preguntó él, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón. Le dolía ver a Tessa así, le dolía como si tuviera una astilla de hielo atascada bajo las

costillas y se le enterrara en el corazón cada vez que respiraba. Sophie había trenzado el pelo largo y castaño de Tessa con cuidado para que no se enredase cuando sacudía la cabeza espasmódicamente sobre las almohadas. Tessa respiraba agitada, su pecho subía y bajaba con rapidez, y movía los ojos visiblemente bajo los pálidos párpados. Will se preguntó qué estaría soñando.

―Igual ―dijo Sophie, levantándose con gracia a sus pies y cediéndole la suya al lado de la cama―. Ha estado hablando de nuevo.

―¿Ha llamado a alguien en particular? ―preguntó Will, y se arrepintió de inmediato de haber preguntado. No había duda de que sus motivos eran ridículamente transparentes.

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Sophie apartó los ojos oscuros color avellana de los suyos con rapidez. ―A su hermano ―contestó―. Si quiere un momento a solas con la señorita Tessa… ―Sí, por favor, Sophie. Ella se detuvo en la puerta. ―Amo William ―lo llamó. Will se acababa de acomodar en el sillón junto a la cama; la miró. ―Siento haber pensado y hablado tan mal de usted por todos estos años ―dijo

Sophie―. Ahora entiendo que solo estaba haciendo lo que todos tratamos de hacer: nuestro mejor esfuerzo.

Will se acercó y puso la mano sobre la izquierda de Tessa, que tiraba febril del cubrecama.

―Gracias ―dijo, incapaz de mirar directamente a Sophie. Un momento después la oyó cerrar la puerta suavemente.

Miró a Tessa; estaba tranquila por el momento, revoloteaban las pestañas al respirar. Los círculos que tenía bajo los ojos eran de una azul oscuro y las venas de las sienes y el interior de las muñecas eran una delicada filigrana. Cuando la recordaba resplandeciendo de gloria, era imposible creer que era frágil, sin embargo, aquí estaba. La mano que sostenía se sentía caliente, y cuando le rozó la mejilla con los nudillos, le piel le ardía.

―Tess ―susurró―. El Infierno es frío. ¿Te acuerdas cuándo me dijiste eso? Estábamos en los sótanos de la Casa Oscura. Cualquier otra persona habría estado en pánico, pero tú estabas tan tranquila como una institutriz mientras me decías que el Infierno estaba cubierto de hielo. Si es el fuego del Cielo el que te aparte de mí, qué cruel ironía sería.

Ella respiraba bruscamente, y por un momento su corazón dio un vuelco. ¿Lo había oído? Pero sus ojos permanecían firmemente cerrados. Su mano se tensó sobre la de ella.

―Vuelve ―le pidió―. Vuelve a mí, Tessa. Henry dijo que tal vez, ya que tocaste el alma de un ángel, ahora sueñas con el Cielo, los campos de ángeles y flores de fuego. Tal vez eres feliz en esos sueños, pero te pido esto por egoísmo puro: vuelve a mí, porque no puedo soportar perder todo mi corazón.

Tessa giró la cabeza lentamente hacia él y separó los labios como si estuviera a punto de hablar. Él se inclinó hacia delante, el corazón le dio un vuelco.

―¿Jem? ―preguntó ella.

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Él se congeló, inmóvil, todavía sujetaba la mano de ella. Tessa abrió los ojos, tan grises como el cielo antes de una tormenta, tan grises como las montañas color pizarra de Gales. Del color de las lágrimas. Ella lo miró sin verlo en absoluto.

―Jem ―repitió―. Jem, lo siento mucho. Todo es mi culpa. Will se inclinó de nuevo hacia ella. No pudo evitarlo. Ella estaba hablando, y

comprensiblemente, por primera vez en días, aun si no era a él. ―No es tu culpa ―le dijo. Ella le devolvió el apretón de la mano con vehemencia, cada uno de sus dedos

parecía arder contra su piel. ―Pero lo es ―lo contradijo―. Es por mi culpa que Mortmain te despojó de tu yin

fen. Es por mí que todos estaban en peligro. Estaba destinada a amarte, y todo lo que hice fue acortar tu vida.

Will respiró entrecortado. La astilla de hielo había regresado a su corazón y le costaba respirar, pero no eran celos, sino un dolor más profundo y hondo que cualquiera que hubiera conocido antes. Pensó en Sydney Carton: «Pensad en que hay un hombre que daría su vida para conservar la de un ser que os fuese querido.» Sí, habría hecho eso por Tessa, habría muerto para mantener a los que necesitaba a su lado, y así como Jem lo habría hecho por él o por Tessa; y así lo haría por Tessa, pensó, lo haría por los dos. Eran un enredo casi incomprensible, los tres, pero había certeza en algo, y eso era que no había escasez de amor entre ellos.

«Soy lo suficientemente fuerte para esto» se dijo, y levantó la mano de Tessa con suavidad.

―La vida no es solo sobrevivir ―le dijo―. También existe la felicidad. Conoces a tu James, Tessa, sabes que él elegiría el amor por sobre sus años.

Pero Tessa solo giró la cabeza inquietamente sobre la almohada. ―¿Dónde estás James? Te busco en la oscuridad, pero no puedo encontrarte. Eres

mi destino, deberíamos estar unidos por lazos irrompibles y, sin embargo, cuando agonizabas, yo no estaba ahí. Nunca te he dicho adiós.

―¿Qué oscuridad? Tessa, ¿dónde estás? ―Will le tomó la mano―. Dame una forma de encontrarte.

Tessa se arqueó en la cama de repente, atenazando la mano a Will. ―¡Lo siento! ―jadeó―. Jem… Lo siento mucho… Te he dañado, te he dañado

horriblemente… ―¡Tessa! ―Will se puso de pie de un salto, pero Tessa ya se había derrumbado

lánguida sobre el colchón, respirando con fuerza.

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Will no pudo evitarlo: gritó llamando Charlotte como un niño que había despertado de una pesadilla. Nunca se había permitido gritar cuando era un niño y despertaba en el entonces desconocido Instituto anhelando comodidad, pues sabía que no debía aceptarla.

Charlotte llegó después de haber atravesado corriendo el Instituto, como él siempre supo que haría si él la llamaba. Llegó jadeante y asustada; le echó un vistazo a Tessa en la cama y a Will sosteniéndole la mano, y el terror en su rostro quedó sustituido por una mirada de tristeza inexpresable.

―Will… Will separó suavemente su mano de la de Tessa y se giró hacia la puerta. ―Charlotte ―le dijo―, nunca antes te he pedido que utilices tu posición como

directora del Instituto para que me ayudes... ―Mi posición no puede curar a Tessa. ―Sí puede. Debes traer a Jem. ―No puedo exigir eso ―dijo Charlotte―. Jem solo acaba de empezar su periodo de

servicio en los Hermanos Silenciosos. Los nuevos iniciados deben salir en el primer año…

―Vino a la batalla. Charlotte hizo a un lado un rizo solitario. A veces le parecía muy joven, como

ahora, aunque antes, frente al Inquisidor en el salón, no había sido el caso. ―Esa fue decisión del Hermano Enoch. La certeza hizo Will se enderezara. Durante muchos años había dudado de los

contenidos de su propio corazón, pero ya no. ―Tessa necesita a Jem ―dijo―. Conozco la Ley, sé que no puede volver a casa,

pero… los Hermanos Silenciosos tienen el propósito de romper todo vínculo que los una al mundo mortal antes de unirse a la Hermandad; esa también es la Ley. El vínculo entre Tessa y Jem no se rompió. ¿Cómo es que ella puede volver al mundo mortal, entonces, si ni siquiera puede ver a Jem una última vez?

Charlotte estuvo en silencio por un momento. Había una sombra en su rostro, una que no pudo definir. Sin duda querría esto por Jem, por Tessa, ¿por ambos?

―Muy bien ―dijo al fin―. Voy a ver qué puedo hacer.

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Iluminaron para tomar un trago Del manantial que corría tan claro,

Y allí vio a la sangre del hermoso corazón de su amado, que corría por el regato.

Y ella exclamó: «Deténgase, deténgase, lord William, Pues me temo que está muerto»;

Esto no es nada más que el tinte de mi ropa de color escarlata Que en el arroyo reluce a la mirada.

―Oh, por el amor de Dios ―murmuró Sophie mientras pasaba por la cocina. ¿En serio Bridget tenía que ser tan morbosa con todas sus canciones y utilizar el

nombre de Will? Como si el pobre chico no hubiese sufrido lo suficiente… Una sombra se materializó desde la oscuridad. ―¿Sophie? Sophie gritó y casi dejó caer el cepillo de alfombra. Luz mágica iluminó el pasillo

oscuro, y vio unos familiares ojos verdes grisáceos. ―¡Gideon! ―Exclamó―. Cielo santo, me diste un susto de muerte. Pareció arrepentido. ―Me disculpo. Solo quería desearte buenas noches, y sonreías mientras caminabas.

Pensé… ―Estaba pensando en el amo Will ―le explicó, y luego sonrió al ver su expresión

consternada―. Solo pensaba en que hace un año, si me hubieras dicho que alguien lo atormentaba, me hubiera encantado; pero ahora solidarizo con él, eso es todo.

Él la miró sobrio. ―Yo también solidarizo con él. Cada día que Tessa no despierta, a Will lo abandona

un poco la vida. ―Si el amo Jem estuviera aquí... ―Sophie suspiró―. Pero no es así. ―Estos días hemos tenido que aprender a vivir sin muchas cosas. Gideon le tocó suavemente la mejilla con los dedos ásperos y callosos, no eran los

dedos suaves de un caballero. Sophie le sonrió. ―No me miraste en la cena ―dijo él, bajando la voz. Era cierto, la cena había sido un asunto rápido de pollo asado frío y patatas. Nadie

parecía tener mucho apetito, salvo Gabriel y Cecily, que habían comido como si hubieran pasado el día entrenando; tal vez así había sido.

―He estado preocupada por la señora Branwell ―confesó Sophie―. Ha estado tan preocupada, por el señor Branwell, y la señorita Tessa, que se está quedando en los

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huesos, y el bebé… ―Se mordió el labio―. Estoy preocupada ―dijo de nuevo, no se atrevía a decir nada más. Era difícil deshacerse de la reticencia de toda una vida de servicio, incluso aunque ahora estuviera comprometida con un Cazador de Sombras.

―El tuyo es un corazón amable ―alabó Gideon, y deslizó los dedos por su mejilla para tocar sus labios, como el más ligero de los besos. Luego se echó hacia atrás―. Vi a Charlotte ir sola al salón, solo hace unos momentos. ¿Tal vez podrías hablar con ella sobre lo que te preocupa?

―No podría… ―Sophie ―dijo Gideon―. No eres solo la doncella de Charlotte, eres su amiga. Si

habla con alguien, será contigo.

El salón estaba frío y oscuro. No había fuego en la chimenea y ninguna de las

lámparas estaba encendida contra el manto de la noche, por lo que la habitación estaba sumida en la penumbra y en la sombra. Le tomó a Sophie un momento darse cuenta de una de las sombras era Charlotte, una pequeña figura silenciosa en la silla detrás del escritorio.

―Señora Branwell ―la llamó, y se sintió incómoda a pesar de las palabras de aliento de Gideon. Hacía dos días que ella y Charlotte habían luchado codo con codo en Cadair Idris, ahora volvía a ser una sirvienta que se encontraba allí para limpiar la chimenea y el polvo de la habitación para usarla al día siguiente, llevaba un cubo de carbón en una mano y yesquero en el bolsillo del delantal―. Lo siento, no quise interrumpir.

―No interrumpes, Sophie. No es nada importante. ―La voz de Charlotte… Sophie nunca antes la había oído así. Tan pequeña, o tan derrotada.

Sophie dejó el carbón junto al fuego, y se acercó a su señora vacilante. Charlotte estaba sentada con los codos sobre el escritorio, y la cara apoyada entre las manos. Una carta descansaba sobre el escritorio, con el sello del Consejo abierto. El corazón de Sophie se aceleró de repente, y recordó la forma en que el Cónsul les había ordenado a todos que abandonaran el Instituto antes de la batalla de Cadair Idris. Pero, ellos habían probado tener razón, ¿no? Ciertamente, la derrota de Mortmain habría anulado el decreto del Cónsul, sobre todo ahora que estaba muerto.

―Es… ¿está todo bien, señora?

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Charlotte hizo un gesto hacia el papel, un movimiento desesperado de la mano. Sophie sintió que las entrañas se le congelaban, pero se acercó al lado de Charlotte y tomó la carta de la mesa.

Señora Branwell: Considerando la naturaleza de la correspondencia que había mantenido con mi difunto

compañero, el Cónsul Wayland, es muy posible que se sorprenda al recibir esta misiva. La Clave, sin embargo, se encuentra en la posición de elegir un nuevo Cónsul, y cuando se puso a votación, la elección principal entre nosotros era usted.

Puedo entender que esté satisfecha con el funcionamiento del Instituto, y que puede no desear la responsabilidad de este puesto, sobre todo teniendo en cuenta las lesiones sufridas por su marido en su valiente batalla contra el Maestro.

Sin embargo, sentí que imperativo ofrecerle esta posición, no solo porque es claramente la opción deseada por el Consejo, sino porque, teniendo en cuenta lo que he visto de usted, creo que sería una de los mejores Cónsules junto a los que haya tenido el privilegio de servir.

Suyo, con la más alta estima, Inquisidor Whitelaw. ―¡Cónsul! ―Sophie se quedó sin aliento y el papel tembló entre sus dedos―.

¿Quieren hacerla Cónsul? ―Eso parece ―la voz de Charlotte estaba sin vida. ―Yo… ―Sophie buscó qué decir. La idea de que Charlotte no dirigiera del Instituto

de Londres era terrible. Sin embargo, el cargo de Cónsul era un honor, el más alto de la Clave, y ver a Charlotte cubierta del honor que había ganado tan sinceramente…―. No hay nadie más merecedor de esto que usted ―dijo al fin.

―Oh, Sophie, no Yo fui quien decidió enviar a todos a Cadair Idris. Es mi culpa que Henry nunca vuelva a caminar, yo hice eso.

―Él no puede culparla, y no la culpa. ―No, no me culpa, pero yo sí. ¿Cómo puedo ser el Cónsul y enviar a Cazadores de

Sombras a la batalla para morir? No quiero esa responsabilidad. Sophie cogió la mano de Charlotte y la apretó. ―Charlotte ―dijo―. No es solo enviar Cazadores de Sombra a la batalla, a veces es

cuestión de refrenarlos. Tiene un corazón compasivo y una mente razonable. Ha liderado el Enclave por años. Obviamente tiene el corazón roto por el señor Branwell, pero ser Cónsul no es un asunto que solo se centre en tomar vidas, sino también de salvarlas. Si no hubiera sido por usted, si ahí solo hubiera estado el Cónsul Wayland,

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¿cuántos Cazadores de Sombras habrían muerto a manos de las criaturas de Mortmain?

Charlotte bajó la mirada a la mano de Sophie, la mano rugosa por trabajo que apretaba la suya.

―Sophie ―dijo―, ¿cuándo te volviste tan sabia? Sophie se ruborizó. ―He aprendido la sabiduría de usted, señora. ―Oh, no ―dijo Charlotte―. Hace un momento me llamaste Charlotte. Como futura

Cazadora de Sombras, Sophie, deberás llamarme Charlotte a partir de ahora. Y traeremos a otra doncella para que tome tu lugar, y puedas tener tiempo libre para prepararte para la Ascensión.

―Gracias ―susurró Sophie―. Entonces, ¿va a aceptar la oferta? ¿Convertirse en Cónsul?

Charlotte liberó su mano gentilmente de la de Sophie y tomó la pluma. ―Lo haré ―dijo―. Con tres condiciones. ―¿Cuáles? ―La primera es que me permitan liderar la Clave aquí, desde el Instituto, y no

tener que trasladarme con mi familia a Idris, al menos durante los primeros años. No quiero dejarlos a todos, deseo estar aquí y poder entrenar a Will para que se haga cargo del Instituto por mí cuando me vaya.

―¿Will? ―preguntó Sophie con asombro―. ¿Hacerse cargo del Instituto? Charlotte sonrió. ―Por supuesto ―dijo―. Esa es la segunda condición. ―¿Y la tercera? La sonrisa de Charlotte se desvaneció y quedó remplazada por una mirada de

determinación. ―Verás el resultado de esa condición mañana, tan pronto como sea posible, si la

aceptan ―dijo, e inclinó la cabeza para comenzar a escribir.

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Traducido por pamii1992 Corregido por Pamee

Ven, vámonos; tus mejillas están pálidas; Pero la mitad de mi vida dejo atrás;

Me parece que mi amigo ya encontró su santuario; Pero yo no puedo aceptar; mi trabajo fallará…

Lo escucho ahora; y una y otra vez Saludos eternos a los muertos, Y dicen: “Salve, salve, salve” “Adiós, adiós,” para siempre.

―In Memoriam A.H.H., Lord Alfred Tennyson Tessa tembló; el agua fría corría a su alrededor en la oscuridad. Pensó que podría

estar recostada en el fondo del universo, donde el río del olvido dividía al mundo en dos, o tal vez aún estaba en el arroyo en el que había colapsado luego de caer del carruaje de la Hermana Oscura, y todo lo que había sucedido no había sido más que un sueño: Cadair Idris, Mortmain, el ejército mecánico, los brazos del Will rodeándola…

La culpa y el dolor la atravesaron como una lanza, y se echó hacia atrás, arañando con las manos la oscuridad. El fuego corría por sus venas, un arroyo de mil corrientes de agonía. Jadeó en busca de aire, y de pronto había algo frío contra sus dientes, y le entreabría los labios, y su boca estuvo llena de una acidez que congelaba. Tragó con fuerza, se ahogó…

Y sintió que el fuego en sus venas desaparecía. El hielo la atravesó y la hizo estremecer. Abrió los ojos de repente, como si el mundo que giraba se hubiera detenido y enderezado. Lo primero que vio fueron unas manos pálidas y delgadas retirando un vial, la razón de la frialdad en su boca y el amargo sabor en su lengua. Luego vio los contornos de su habitación en el Instituto.

―Tessa ―dijo una voz familiar―. Esto te mantendrá lúcida por un tiempo, pero no puedes volver a caer en la oscuridad y en los sueños…

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Tessa se congeló, no se atrevía a mirarlo. ―¿Jem? ―susurró. Oyó el sonido del vial al dejarlo en la mesita de noche. Un suspiro. ―Sí ―respondió el―. Tessa, ¿podrías mirarme? Ella giró, lo miró y contuvo la respiración. Era Jem y al mismo tiempo no lo era. Usaba la túnica como de pergamino de los Hermanos Silenciosos abierta hasta la

altura de la garganta, dejando ver el cuello de una camisa común. No llevaba la capucha alzada, por lo que ella podía verle el rostro y los cambios que había sufrido, los que apenas y había alcanzado a ver entre el ruido y la confusión de la batalla en Cadair Idris: sus delicados pómulos tenían marcas de runas que no había notado antes, una en cada pómulo; unas cicatrices largas que no parecían ser las runas típicas de los Cazadores de Sombras. Su cabello ya no era totalmente plateado, pues algunas hebras habían empezado a oscurecerse de un castaño oscuro, del color con el que había nacido, sin duda. Sus pestañas también se habían oscurecido y ahora eran negras; parecían finas hebras de seda en contraste con su pálida piel, aunque ya no estaba tan pálido como antes.

―¿Cómo es posible que estés aquí? ―susurró ella. ―El Consejo convocó mi presencia a la Ciudad Silenciosa. ―Su voz no era la

misma que antes, tenía un trasfondo frío, algo que no había estado allí antes―. Fue la influencia de Charlotte, por lo que me dieron a entender. Solo tengo permitido estar contigo una hora, no más.

―Una hora ―repitió Tessa, aturdida. Levanto una mano para apartarse el cabello de la cara. Qué espantosa debía lucir con el camisón arrugado, el cabello en trenzas enmarañadas, los labios secos y partidos. Se estiró para tocar el ángel mecánico en su cuello, un gesto familiar que le traía tranquilidad, pero el ángel ya no estaba ahí― Jem, pensé que estabas muerto.

―Sí ―dijo él, y había una lejanía en su voz, una distancia que le recordó a los icebergs que había visto desde del Main, témpanos que flotaban a la deriva en las frías aguas―. Lo siento. Siento no haber podido, de alguna manera… siento no decírtelo.

―Pensé que estabas muerto ―dijo Tessa otra vez―. No puedo creer que seas real. He estado soñando contigo, una y otra vez. Había un corredor oscuro y te alejabas de mí, y sin importar cuánto te llamara, no podías, no te girabas a verme. Tal vez esto es solo otro sueño.

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―No es un sueño. ―Se puso de pie y se ubicó frente a ella, con las pálidas manos entrelazadas al frente, y Tessa recordó que se le había propuesto de esa forma, de pie, mientras ella estaba sentada en la cama, mirándolo incrédula, igual que ahora.

Jem abrió las manos lentamente, y en las palmas, igual que en las mejillas, vio runas negras. No estaba tan familiarizada con el Códice como para reconocerlas, pero supo por instinto que no eran runas de un Cazador de Sombras cualquiera. Aquellas runas hablaban de un poder superior a las comunes.

―Me dijiste que era imposible ―susurró Tessa―, que no podías convertirte en un Hermano Silencioso.

Él le dio la espalda. Sus movimientos tenían algo diferente, algo del suave deslizar de los Hermanos Silenciosos; era tanto encantador como escalofriante. ¿Qué estaba haciendo? ¿No podía tolerar mirarla?

―Te dije lo que creía ―dijo Jem, con el rostro orientado hacia la ventana. De perfil, Tessa notó que algo de la dolorosa delgadez de su rostro se había desvanecido. Sus pómulos ya no eran tan pronunciados, ni tampoco los huecos en sus sienes―. Y era cierto que el yin fen en mi sangre evitaba que me marcaran con las runas de la Hermandad. ―Tessa vio que su pecho subía y bajaba bajo la túnica de pergamino, y casi se sobresaltó, pues la necesidad de respirar parecía demasiado humana―. Cada esfuerzo que había hecho de erradicar el yin fen de mi cuerpo casi me había matado. Cuando dejé de tomarlo porque ya no quedaba más, sentí que mi cuerpo comenzaba a colapsar, desde adentro hacia afuera, y pensé que no tenía nada más que perder. ―La intensidad de Jem le entibió la voz, ¿tenía un trasfondo de humanidad, una grieta en la armadura de la Hermandad?―. Le rogué a Charlotte que llamara a los Hermanos Silenciosos y les pedí que me marcaran con las runas de la Hermandad en el último momento posible, el momento en que la vida estuviera abandonando mi cuerpo. Sabía que las runas podrían hacer que muriera en agonía, pero era la única oportunidad.

―Dijiste que no querías convertirte en un Hermano Silencioso, que no deseabas vivir por siempre…

Él había dado unos pasos por el cuarto y ahora se encontraba junto a su tocador. Extendió la mano y levantó algo metálico y brillante de un joyero; ella se dio cuenta con sorpresa de que era su ángel mecánico.

―Ya no hace tic tac ―comentó él. Tessa no pudo leer su voz, era distante y tan suave y fría como una roca.

―Ya no tiene corazón. Cuando me convertí en el ángel, lo liberé de su prisión mecánica. Ya no vive allí, ya no me protege…

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Jem cerró la mano alrededor del ángel, y las alas se le clavaron con fuerza en las palmas.

―Debo decirte que cuando Charlotte me exigió que viniera aquí, fue en contra de mi voluntad ―dijo Jem.

―¿No querías verme? ―No, no quería que me miraras como me estás mirando ahora. ―Jem. ―Tragó saliva y saboreó la amargura de la tisana que él le había dado. Un

remolino de recuerdos la inundó, la oscuridad bajo Cadair Idris, el pueblo en llamas, los brazos de Will rodeándola… Will. Pero ella creía que Jem estaba muerto. ―Jem ―dijo otra vez―, cuando vi que estabas vivo, bajo Cadair Idris, pensé que era un sueño o una mentira, pensé que habías muerto. Fue el momento más oscuro de mi vida. Créeme, por favor, créeme que mi alma se regocija de verte otra vez cuando pensé que jamás volvería a hacerlo. Es solo que…

El soltó el agarre sobre el ángel de metal, y Tessa vio líneas de sangre en sus manos donde las alas del ángel lo habían cortado; los cortes atravesaban las runas de sus palmas.

―Soy extraño para ti, no soy humano. ―Siempre vas a ser humano para mí ―susurró ella―, pero no puedo ver muy bien

a mi Jem en ti ahora mismo. El cerró los ojos. Tessa estaba acostumbrada a ver sombras oscuras en sus párpados,

pero ya no las tenía. ―No tenía opción. Tú te habías ido y en mi lugar, Will había ido tras de ti. No le

temía a la muerte, pero temía abandonarlos a ambos. Este, entonces, fue mi único recurso. Para vivir, ponerme de pie y luchar.

Un poco de color había cubierto su voz: pasión, bajo el frío distanciamiento de los Hermanos Silenciosos.

―Pero sabía lo que perdería ―prosiguió Jem―. Hubo un tiempo en que entendías mi música, y ahora me ves como si no me conocieras, como si nunca me hubieras amado.

Tessa echó atrás el cobertor y se puso de pie. Fue un error; la cabeza empezó a darle vueltas y le cedieron las rodillas. Estiró la mano para tratar de agarrarse de uno de los postes de la cama, pero en vez de eso, se encontró agarrando una parte de la túnica como de pergamino de Jem, pues había avanzado hacia ella con el caminar silencioso y elegante como el humo de los Hermanos, y ahora la rodeaba con sus brazos, la sostenía.

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Tessa se quedó quieta entre sus brazos. Jem estaba cerca, tan cerca, que debería poder sentir la calidez de su cuerpo, pero no la sentía. Su olor a humo y azúcar quemada había desaparecido, solo tenía una ligera esencia a algo seco y tan frío como la piedra o el papel. Podía sentir el silencioso latido de su corazón y ver el pulso en su garganta. Alzó la mirada para observarlo embelesada, mientras memorizaba las líneas y los ángulos de su rostro, las cicatrices en sus pómulos, la seda negra de sus pestañas, la curvatura de sus labios.

―Tessa. ―Sus palabras salieron en un gruñido, como si ella lo hubiera golpeado. Y entonces ella notó un ligero color en las mejillas de Jem, como sangre bajo la nieve―. Oh, Dios ―exclamó él, hundió el rostro en el cuello de ella, donde empezaba la curva de su hombro, y apoyó la mejilla contra su cabello. Le presionaba la espalda con las manos, acercándola a él. Tessa sintió que Jem temblaba.

Por un momento, se sintió liberada por el alivio embriagador que sentía, la sensación de tener a Jem entre sus manos. Tal vez a veces no se cree en algo hasta que se toca. Y ahí estaba Jem, quien había creído muerto, y la sostenía, respiraba… estaba vivo.

―Te siento igual ―dijo Tessa―. Y aun así, te ves diferente. Eres diferente. Jem se separó de ella al escucharlo, con un esfuerzo tal que lo hizo morderse el labio

y tensar los músculos de la garganta. La guio hasta sentarla en la orilla de la cama sosteniéndola suavemente por los hombros. Cuando la soltó, cerró las manos puños y dio un paso hacia atrás. Tessa lo veía respirar y observaba el latido de su pulso en la garganta.

―Soy diferente ―dijo él en voz baja―. He cambiado, y no en una forma que pueda ser reversible.

―Pero aun no eres completamente uno de ellos ―rebatió ella―. Puedes hablar y ver…

Jem exhaló suavemente; observaba fijamente un poste de la cama como si éste contuviera todos los secretos del universo.

―Hay un proceso. Una serie de rituales y procedimientos. No, aún no soy completamente un Hermano Silencioso, pero lo seré pronto.

―Entonces el yin fen no lo evitó ―Casi. Sentí dolor cuando hice la transición, un dolor tan grande que casi me mata.

Hicieron todo lo que pudieron, pero nunca seré como el resto de los Hermanos Silenciosos. ―Bajó la vista y las pestañas le velaron sus ojos―. Nunca seré igual a ellos. Seré menos poderoso, pues hay runas que aún no puedo soportar

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―Pero, de seguro pueden esperar a que el resto del yin fen deje tu cuerpo por completo, ¿no?

―No se puede. Mi cuerpo se ha quedado en el estado en el que estaba cuando me hicieron estas ―dijo señalando las cicatrices en su rostro―, por eso habrá habilidades que no podré dominar. Y me tomará mucho más tiempo dominar su visión y la habilidad para hablar a través de la mente.

―¿Eso significa que no te van a quitar los ojos… o que no te coserán los labios? ―No lo sé. ―Su voz era suave ahora, casi como la voz del Jem que ella conocía.

Tenía las mejillas sonrojadas y Tessa no pudo evitar pensar en una columna de mármol hueco que se llenaba lentamente con sangre humana―. Me tendrán por un largo tiempo, tal vez para siempre, así que no puedo decir qué pasara. Me he entregado a ellos, mi destino está en sus manos.

―Si pudiéramos liberarte de ellos… ―Entonces el yin fen que aún queda en mi cuerpo empezaría a arder otra vez, y

volvería a ser como era: un adicto agonizante. Esta es mi decisión, Tessa, porque si no, la es muerte lo único que me queda, sabes que así es. No quiero dejarte. Incluso sabiendo que el convertirme en Hermano Silencioso podría asegurar mi supervivencia, luché contra ello como si fuera una sentencia de cárcel. Los Hermanos Silenciosos no pueden casarse, no pueden tener parabatai, solo pueden vivir en la Ciudad Silenciosa, no ríen… no tocan música.

―Oh, Jem ―exclamó Tessa―. Tal vez los Hermanos Silenciosos no puedan tocar música, pero los muertos tampoco pueden. Si esta es la única forma de que puedas vivir, entonces mi alma se llena de dicha por ti, incluso si mi corazón sufre.

―Te conozco lo suficiente como para pensar que te sentirías de otra manera. ―Y yo te conozco lo suficiente para saber que te sientes lleno de culpa. Pero, ¿por

qué? No has hecho nada malo. Jem recargó la frente contra el poste de la cama, con los ojos cerrados. ―Es por esto que no quería venir. ―Pero no estoy enfadada… ―No pensaba que estuvieras enfadada ―dijo Jem de pronto, sin poder contenerse,

era como si el hielo una cascada congelada se estuviera rompiendo, liberando un torrente―. Estábamos comprometidos, Tessa. Una propuesta, una propuesta de matrimonio, es una promesa, una promesa de amar y cuidar por siempre a alguien. No era mi intención romper la promesa que te hice, pero era eso o morir. Quería esperar, casarme contigo y vivir juntos algunos años, pero eso no fue posible. Estaba muriendo muy rápido. Hubiera dado lo que fuese, lo hubiera dado todo, por haber

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estado casado contigo al menos por un día. Pero ese día nunca vendrá. Eres un recordatorio, un recordatorio de todo lo que estoy perdiendo, de la vida que no tendré.

―Renunciar a tu vida por un día de matrimonio no hubiera valido la pena ―dijo Tessa. Su corazón le estaba enviando un mensaje que hablaba de los brazos de Will rodeándola, de sus labios sobre los de ella en la cueva bajo Cadair Idris. No se merecía las dulces confesiones de Jem, su penitencia o su anhelo―. Jem, tengo que decirte algo…

El la miró. Tessa pudo ver lo negro de sus ojos, unas hebras negras junto con las plateadas, hermosas y extrañas.

―Es acerca de Will. De Will y de mí. ―Él te ama ―dijo Jem―. Sé que te ama. Hablamos de eso antes de que partiera a

buscarte. ―A pesar de que la frialdad aún no había regresado a su voz, Jem de repente sonaba casi demasiado calmado. Tessa estaba sorprendida.

―No sabía que hubieran hablado de ello alguna vez. Will no me lo dijo ―Ni tú tampoco me hablaste de sus sentimientos, aun cuando lo supiste por meses.

Todos tenemos nuestros secretos, secretos que callamos por no lastimar a las personas que nos aman. ―¿Había una ligera advertencia en su voz o se la estaba imaginando?

―No quiero tener más secretos contigo ―dijo Tessa―. Pensé que estabas muerto. Ambos lo creímos, Will y yo. En Cadair Idris…

―¿Me amaste? ―la interrumpió Jem. Parecía una pregunta extraña, y aun así, lo preguntaba sin ninguna implicación u hostilidad, y esperaba pacientemente por su respuesta.

Ella lo miró, y las palabras de Woolsey vinieron a su mente, como el susurro de una plegaría. «La mayoría de las personas puede considerarse afortunada si encuentra un gran amor en la vida, y usted ha tenido la suerte de haber encontrado dos». Por un momento, puso a un lado su confesión.

―Sí, te amé, aún te amo. Y también amo a Will. No puedo explicarlo. No lo sabía cuándo acepté casarme contigo. Pero te amé y aún te amo, y nunca te amé menos por mucho que lo ame a él. Suena loco, pero si alguien pudiera entenderlo alguna vez…

―Lo entiendo ―dijo Jem―. No hay necesidad de decirme más sobre Will y tú. No podrían haber hecho nada que me hiciera dejar de amarlos. Will es como yo mismo, mi propia alma, y si no puedo ser yo el poseedor de tu corazón, entonces no hay nadie más que prefiriera que tuviera ese honor. Y cuando yo me vaya, debes ayudar a Will. Esto será… será muy difícil para él.

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Tessa buscó su rostro con la mirada. La sangre había abandonado sus mejillas, estaba pálido, pero tranquilo. Tenía el semblante serio; aquello decía todo lo que Tessa necesitaba para entenderlo: «No me digas más. No quiero saber».

Algunos secretos era mejor decirlos, pensó, pero a veces era mejor guardar otros y no compartir el peso, para que no causaran dolor a alguien más. Era por eso que ella no le había dicho a Will que también lo amaba, cuando no había nada que ninguno de los dos pudiera hacer al respecto. Cerró la boca a lo que había pretendido decir, y en vez de eso le respondió:

―No sé cómo me las arreglaré sin ti. ―Yo me pregunto lo mismo. No quiero dejarte, no puedo dejarte; pero si me quedo,

moriré aquí. ―No, no debes quedarte. No te quedarás, Jem. Prométeme que te irás, que te

convertirás en un Hermano Silencioso y vivirás. Te diría que te odio si supiera que me creerías y eso hiciera que te fueras. Quiero que vivas, incluso si eso significa que nunca he de volver a verte.

―Me verás ―dijo Jem tranquilamente, alzando la cabeza―. De hecho, hay una posibilidad, solo una, pero…

―¿Pero qué? Jem hizo una pausa, dudó y pareció decidir algo. ―Nada. Tonterías. ―Jem. ―Me verás otra vez, pero no será a menudo. Apenas he empezado mi viaje y hay

muchas reglas que gobiernan a la Hermandad. Estaré dejando atrás mi vida pasada. No puedo saber qué habilidades o qué cicatrices tendré, no puedo decirte cuán diferente seré. Me da miedo perderme a mí mismo y a mi música. Me da miedo convertirme en algo más que un simple humano. Sé que no seré tu Jem.

Tessa negó con la cabeza. ―Pero los Hermanos Silenciosos… Visitan y se reúnen con otros Cazadores de

Sombras… ¿No puedes…? ―No durante el tiempo de entrenamiento. E incluso cuando se termine el

entrenamiento, es raro que suceda. Solo nos ven cuando alguien está enfermo o está agonizando, cuando nace un niño, para los rituales de las primeras runas o de parabatai… pero no vamos a las casas de los Cazadores de Sombras sin que nos convoquen.

―Pero Charlotte puede convocarte…

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―Me convoco aquí esta vez, pero no puede hacerlo una y otra vez, Tessa. Un Cazador de Sombras no puede convocar a un Hermano Silencioso sin ninguna razón.

―Pero yo no soy Cazadora de Sombras ―dijo Tessa―. No en realidad. Hubo un largo silencio mientras se veían el uno al otro. Ambos obstinados, ambos

inmóviles. Al final, Jem habló: ―¿Recuerdas cuando paseamos juntos por el Puente Blackfriars? ―le preguntó

suavemente; sus ojos lucían como en esa noche, negros y plateados. ―Por supuesto que me acuerdo. ―Fue el momento en que me di cuenta por primera vez de que te amaba ―confesó

Jem―. Te haré una promesa: cada año, Tessa, un día, me encontraré contigo en ese puente. Vendré de la Ciudad Silenciosa y me reuniré contigo, estaremos juntos, aun si fuera solo por una hora. Pero no debes decirle a nadie.

―Una hora cada año ―susurró Tessa―. No es mucho. ―Se recompuso y respiró profundamente―. Pero vivirás. Vivirás, eso es lo único que importa. No visitaré tu tumba.

―No. No por un largo, largo tiempo ―dijo él, y la distancia volvió a su voz. ―Entonces es un milagro ―dijo Tessa―, y no debemos cuestionar los milagros, ni

quejarnos de que no sean exactamente como se quería. ―Estiró la mano y tocó el pendiente de jade que yacía en su garganta―. ¿Debería regresártelo?

―No ―respondió él―. No me casaré con nadie ahora, y no me puedo llevar el regalo de bodas de mi madre a la Ciudad Silenciosa. ―Estiró la mano y tocó el rostro de Tessa ligeramente, un ligero toque de piel contra piel.

―Cuando esté en la oscuridad, quiero pensar que está en la luz, contigo ―dijo y se puso de pie para caminar hacia la puerta. La túnica de pergamino de los Hermanos Silenciosos se movía a la par que él. Tessa lo observó, paralizada, cada uno de los latidos de su corazón decía las palabras que ella no podría decir: Adiós. Adiós. Adiós.

Jem se detuvo en la puerta. ―Te veré en el Puente Blackfriars, Tessa. Y ya no estaba. Se había ido.

Si Will cerraba los ojos, podía escuchar todos los sonidos del Instituto al volver a la

vida en la mañana que los rodeada, o al menos podía imaginarlos: Sophie poniendo la mesa del desayuno, Charlotte y Cyril ayudando a Henry con su silla, los hermanos Lightwood discutiendo somnolientos por los corredores y Cecily, sin duda, lo estaría

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buscando en su habitación, como llevaba haciendo varias mañanas seguidas, tratando y fallando en disimular, su obvia preocupación.

Y en el cuarto de Tessa, Jem y Tessa estarían hablando. Sabía que Jem estaba ahí, porque el carruaje de los Hermanos Silenciosos estaba

estacionado en el patio. Lo podía ver desde las ventanas de la sala de entrenamiento. Pero eso no era algo en lo que pudiera pensar. Era lo que quería, lo que le había pedido a Charlotte, pero ahora que estaba pasando, se dio cuenta de que no podía soportar pensar en ello. Así que se había dirigido al lugar donde siempre iba cuando tenía la mente confundida; había estado lanzando cuchillos a la pared desde que el sol había salido, tenía la camisa empapada de sudor y se le pegaba a la espalda.

Shunk. Shunk. Shunk. Los cuchillos golpeaban la pared, uno por uno en el centro de su objetivo. Recordó que cuando tenía doce lanzar el cuchillo a cualquier lugar cerca del centro parecía un sueño imposible. Jem lo había ayudado, le había mostrado cómo sostener el cuchillo, cómo alinear la punta y lanzarlo. De todos los lugares del Instituto, éste era el lugar que más asociaba con Jem, además de su cuarto, que había sido despojado de sus posiciones. Ahora era otro cuarto vacío, esperando a que otro Cazador de Sombras lo ocupara. Incluso Iglesia parecía no querer entrar ahí, se paraba en la puerta en ocasiones y esperaba como los gatos acostumbran hacer, pero ya no dormía en la cama como lo hacía cuando Jem vivía ahí.

Will se estremeció, la sala de entrenamiento estaba fría a esa hora temprana de la grisácea mañana; el fuego en la chimenea se estaba consumiendo, y una sombra roja y dorada que escupía ceniza de colores. Will podía ver a dos niños en su mente, sentados en el suelo frente al fuego en esa misma habitación, uno de cabello negro y otro cuyo cabello era tan claro como la nieve. Le había estado enseñando a Jem a jugar écarté con un mazo de cartas que se había robado del salón.

En cierto punto, malhumorado por estar perdiendo, Will había aventado las cartas al fuego y había observado fascinado cómo se quemaban una por una, mientras el fuego agujereaba el brillante papel. Jem se había reído.

―No puedes ganar así. ―A veces la única forma de ganar es quemarlo todo ―le había dicho Will. Fue a recoger sus cuchillos de la pared, frunciendo el ceño. «Quemarlo todo». Le

dolía todo el cuerpo todavía. Mientras soltaba los cuchillos, vio que tenía unos moretones verduzcos en el brazo a pesar de las iratzes, y unas cicatrices de la batalla en Cadair Idris que llevaría por siempre.

Pensó en luchar junto a Jem en la batalla. Tal vez no lo había apreciado en ese momento. «La última, última vez».

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Como un eco de sus pensamientos, una sombra cayó sobre el umbral de la puerta. Will levantó la mirada, y casi tiró el cuchillo que sostenía.

―¿Jem? ―dijo él―. ¿Eres tú, James? ―¿Quién más? ―respondió la voz de Jem. Cuando avanzó hacia la luz en la

habitación, Will vio que no llevaba alzada la capucha de su túnica de pergamino, y que su mirada estaba al nivel de la de Will. Su rostro, sus ojos, todo le era familiar, pero Will siempre había sido capaz de sentir a Jem, de sentirlo aproximarse y su presencia. El hecho de que esta vez Jem lo hubiera tomado por sorpresa era un afilado recordatorio del cambio en su parabatai.

«Ya no es tu parabatai» le dijo en una vocecita en la parte de atrás de la mente. Jem entró a la habitación con el silencioso caminar de un Hermano Silencioso y

cerró la puerta. Will no se movió de donde estaba, sentía que no podía moverse. Haber visto a Jem en Cadair Idris había sido todo un shock que había pasado por su sistema con una incandescencia terrible e increíble. Jem estaba vivo, pero había cambiado, vivía, pero lo había perdido.

―Pero viniste aquí para ver a Tessa… ―dijo Will. Jem lo miró fijamente. Sus ojos eran entre negros y grises, como gris grafito con

líneas de obsidiana. ―¿Y pensaste que no aprovecharía cualquier oportunidad que tuviera para verte a

ti también? ―No lo sabía. Te fuiste sin despedirte, después de la batalla. Jem dio unos pasos adelante. Will sintió que la espalda se le volvía rígida. Había

algo extraño, algo diferente y profundo en Jem, la forma en que se movía, ya no era la gracia de los Cazadores de Sombras que Will había entrenado por años para poder imitar, sino algo extraño y nuevo.

Jem debió haber visto algo en la expresión de Will, y se detuvo. ―¿Cómo podría despedirme de ti? ―dijo. Will dejó caer el cuchillo que sostenía y se enterró en la madera del suelo. ―¿Cómo los Cazadores de Sombras? Ave atque vale. Y para siempre, hermano, salve

y adiós. ―Pero esas son las palabras de la muerte. Catulo las dijo sobre la tumba de su

hermano, ¿no? Multas per gentes et multa per aequora vectus advenio has miseras, frater, ad inferias…

Will conocía las palabras. «Muchos mares y naciones crucé, hermano mío, para llegar a tu triste tumba, y darle estos últimos regalos a la muerte. Por siempre y para siempre, hermano, te saludo. Por siempre y para siempre, me despido ».

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Se lo quedó viendo, asombrado. ―¿Memorizaste el poema en latín? Pero si siempre fuiste el que memorizaba

música, no palabras… ―Se interrumpió con una risa breve―. No importa. Los rituales de la Hermandad pudieron haber cambiado eso. ―Se dio la vuelta y caminó unos pasos más allá, y luego giró abruptamente para encarar a Jem―. Tu violín está en la sala de música. Pensé que querrías llevártelo, es muy importante para ti.

―No podemos llevarnos nada a la Ciudad Silenciosa, nada más que nuestros cuerpos y mentes ―informó Jem―. Dejé el violín aquí para algún Cazador de Sombras futuro que quisiera tocarlo.

―No para mí, entonces. ―Me sentiría honrado si te lo quedaras y cuidaras de él, pero dejé algo más para ti.

En tu cuarto está mi cajita del yin fen; pensé que tal vez la querrías. ―Ese parece un regalo algo cruel ―comentó Will―, me recordaría… «Lo que te alejó de mí, lo que te hizo sufrir, lo que busqué y no pude encontrar.

Cómo te fallé». ―Will, no ―le pidió Jem, quien, como siempre, entendió sin que Will tuviera que

explicarle―. No siempre fue una caja que contenía drogas. Era de mi madre. Kwan Yin es la diosa que está dibujada en la tapa. Se dice que cuando murió y llegó a las puertas del paraíso, se detuvo y escuchó el llanto de angustia del mundo de los humanos bajo ella y no lo pudo dejar. Se quedó para ayudar a los mortales que no podían ayudarse a sí mismos. Ella es el consuelo de los corazones que sufren.

―Una caja no me dará consuelo. ―El cambio no es una pérdida, Will. No siempre. Will se pasó una mano por el cabello húmedo. ―Oh, sí ―dijo amargamente―. Tal vez en alguna otra vida, más allá de ésta,

cuando hayamos pasado el río, o haya girado la rueda, o cualquier palabra que quieras usar para describir el dejar este mundo, podré hallar a mi amigo otra vez, a mi parabatai. Pero ahora te he perdido. ¡Ahora que te necesito más que nunca!

Jem se había movido por la habitación como el parpadeo de una sombra, la gracia de los Hermanos Silenciosos lo iluminaba, y ahora estaba de pie junto al fuego. La luz de las llamas iluminó su rostro, y Will vio que algo brillaba en Jem: una clase de luz que antes no había estado ahí. Jem siempre había brillado, con una intensa vitalidad y una intensa bondad, pero esto era algo diferente; la luz con la que brillaba ahora era una luz distante y solitaria, como la luz de una estrella.

―No me necesitas, Will.

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Will bajó la vista al cuchillo a sus pies, y recordó el cuchillo que había enterrado en la base del árbol en el camino de Shrewsbury a Welshpool, manchado con su sangre y la de Jem.

―Toda la vida, desde que llegué al Instituto, fuiste el espejo de mi alma. Veía lo bueno de mí en ti. Solo en tus ojos encontré gracia. Cuando te hayas alejado de mí, ¿quién me verá de esa forma?

Se produjo un silencio. Jem estaba inmóvil como una estatua. Con la mirada, Will buscó y encontró la runa de parabatai en el hombro de Jem; como la suya, se había desvanecido a un pálido color blanco. Al final, Jem habló. La tranquila lejanía había dejado su voz. Will inhaló con fuerza y recordó cómo esa voz le había dado forma a los años de su crecimiento; su tranquila amabilidad había sido como un faro en la oscuridad.

―Ten fe en ti mismo. Puedes ser tu propio espejo. ―¿Qué pasa si no puedo? ―susurró Will―. Ni siquiera sé cómo ser un Cazador de

Sombras sin ti. Solo he luchado contigo a mi lado. Jem dio un paso al frente y esta vez Will no se movió para evitarlo. Se acercó lo

suficiente para tocarlo, y Will pensó distraídamente que nunca antes había estado tan cerca de un Hermano Silencioso, y que la túnica como de pergamino estaba tejida por una extraña, dura y pálida tela como la corteza de un árbol, y que el frío parecía emanar de la piel de Jem, igual que una piedra está fría aun en un día caluroso.

Jem puso los dedos bajo la barbilla de Will, y lo obligó a mirarlo directamente; su toque era frío.

Will se mordió el labio. Esta era la última vez que Jem, como Jem, podría tocarlo alguna vez. El intenso recuerdo lo recorrió como si fuera un cuchillo: los años con el gentil toque de Jem en el hombro, o cuando extendía la mano para ayudar a Will después de haberse caído, o cuando Jem contenía a un Will furioso, o las propias manos de Will sobre los delgados hombros de Jem mientras tosía sangre en su camisa.

―Escúchame. Me voy, pero estoy vivo. No me alejaré de ti completamente, Will. Cuando luches a partir de ahora, seguiré estando a tu lado. Cuando camines por el mundo, seré la luz que camine a tu lado, el piso estable bajo tus pies, la fuerza que sostiene la espada en tu mano. Estamos unidos, más allá de nuestro juramento. Las marcas no cambiaron eso, el juramento no lo cambió; solamente le dio palabras a algo que ya existía desde antes.

―Pero, ¿qué hay de ti? ―preguntó Will―. Dime qué puedo hacer por ti, porque eres mi parabatai, y no quiero que vayas solo a las sombras de la Ciudad Silenciosa.

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―No tengo otra opción. Pero si pudiera pedirte una cosa, sería que fueras feliz. Quiero que tengas una familia y envejezcas con aquellos que te aman. Y si quieres casarte con Tessa, entonces no dejes que mi recuerdo, te aparte de ello.

―Ella podría no quererme, sabes ―comentó Will. Jem sonrió fugazmente. ―Bueno, creo que eso ya depende de ti. Will le sonrió también y solo por ese momento, eran Jem y Will otra vez. Will veía a

Jem, pero también a través de él, al pasado. Los recordó a los dos corriendo por las oscuras calles de Londres; saltando de tejado a tejado, con los cuchillos serafín brillando en las manos; horas en la sala de entrenamiento; empujándose el uno al otro a charcos de lodo; lanzándole bolas de nieve a Jessamine detrás de una fortaleza de nieve en el jardín; durmiendo como cachorros en el tapete frente al fuego de la chimenea.

Ave atque vale, pensó Will. Salve y adiós. Antes, nunca había pensado mucho en esas palabras, nunca había pensado por qué eran no solo una despedida, sino también un saludo. Cada encuentro conducía a una separación, y así sería mientras la vida fuera mortal. En cada encuentro había un poco de la tristeza de la separación, pero en cada separación también había un poco de la alegría del encuentro. Y él no olvidaría la alegría.

―Hablamos de cómo decir adiós ―dijo Jem―. Cuando Jonathan se despidió de David, dijo, «Ve en paz, pues ambos hemos jurado, diciendo que el Señor esté entre tú y yo, para siempre». Ellos no se volvieron a ver, pero no se olvidaron. Así será con nosotros. Cuando sea el Hermano Zachariah, cuando ya no vea el mundo con mis ojos humanos, aun seré una parte del Jem que tú conociste y yo te veré con los ojos de mi corazón.

―Wo men shi sheng si ji jiao ―dijo Will, y vio que Jem abría los ojos, sorprendido, y que luego se le llenaban de un chispa de diversión―. Ve en paz, James Carstairs.

Ambos permanecieron mirándose el uno al otro por un largo momento, y luego Jem se subió la capucha, escondiendo su rostro en la sombra, y dio la vuelta.

Will cerró los ojos. No podía escuchar marcharse a Jem, ya no; no quería saber el momento en el que se fuera y Will estuviera solo, no quería saber cuándo empezaría realmente su primer día como Cazador de Sombras sin parabatai. Y cuando el lugar sobre su corazón, donde había estado la runa de parabatai, estalló con un repentino ardor luego de que la puerta se cerrara tras Jem, Will se dijo a sí mismo que era solo una brasa perdida del fuego.

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Se recargó contra la pared, y lentamente se deslizó hacia abajo hasta que quedó sentado en el suelo junto al cuchillo que había estado lanzando. No supo por cuánto tiempo había estado sentado ahí, pero oyó el ruido de los caballos en el patio, el sonido del carruaje de los Hermanos Silenciosos saliendo del Instituto y el sonido de la puerta al cerrarse. «Somos polvo y sombras».

―¿Will? ―Levantó la mirada; no había notado la delgada figura en la puerta de la sala de entrenamiento hasta que habló. Charlotte dio un paso al frente y le sonrió. Había amabilidad en su sonrisa, como siempre, y Will luchó por no cerrar los ojos contra los recuerdos. Charlotte en la puerta de ese mismo cuarto. «¿No recuerdas lo que te dije ayer? ¿Qué hoy íbamos a darle la bienvenida a un recién llegado al Instituto? ... James Carstairs…»

―Will ―dijo ella, otra vez―. Tenías razón Él levantó la cabeza, tenía las manos colgando entre las rodillas. ―¿Tenía razón en qué? ―De Jem y Tessa ―respondió ella―. Su compromiso está roto, y Tessa está

despierta. Está despierta, está bien y está preguntando por ti.

«Cuando esté en la oscuridad, quiero pensar que está en la luz, contigo». Tessa estaba mirando el pendiente de jade en sus manos, sentada contra las

almohadas que Sophie había arreglado cuidadosamente para ella. Las dos chicas se habían abrazado, y Sophie le había cepillado los nudos del cabello a Tessa y dicho «Es una bendición, una bendición» tantas veces, que Tessa había tenido que pedirle que se detuviera antes de que las hiciera llorar a ambas.

Sentía como si estuviera dividida en dos personas diferentes. Una estaba contando todas y cada una de las bendiciones, que Jem estaba vivo, que sobreviviría para ver el sol salir una vez más, que la venenosa droga por la que había sufrido tanto tiempo ya no quemaría la vida en sus venas. La otra…

―¿Tess? ―Una suave voz en la puerta; levantó la mirada y vio a Will ahí, cuya silueta estaba iluminada por la luz del corredor.

Will. Pensó en el chico que había entrado a su cuarto en la casa de las Hermanas Oscuras y la había distraído para que no sintiera miedo, platicando acerca de Tennyson, erizos y de que las personas que iban a rescatar a otras nunca se equivocaban. Había pensado que era guapo en ese momento, pero ahora pensaba de él enteramente diferente. Era Will, en toda su perfecta imperfección; Will, cuyo corazón

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se rompía con tanta facilidad y que a la vez estaba tan cuidadosamente protegido; Will, quien no amaba sabiamente, sino por completo y con todo lo que tenía.

―Tess ―repitió, dudando ante su silencio, y entró, medio cerrando la puerta―. Yo… Charlotte dijo que querías hablar conmigo…

―Will ―dijo Tessa, y sabía que estaba demasiado pálida, y que su piel estaba enrojecida por las lágrimas, aún tenía los ojos rojos, pero no importaba, porque era Will. Le tendió las manos y él se acercó inmediatamente y las tomó, encerrándolas entre sus cálidos dedos llenos de cicatrices.

―¿Cómo te sientes? ―le preguntó, examinándole el rostro―. Debo hablar contigo, pero no quiero molestarte hasta que te sientas completamente bien.

―Estoy bien ―dijo ella, regresando el apretón de sus dedos con los suyos―. Ver a Jem alivió mi mente. ¿Alivió la tuya?

Alejó los ojos de los de ella, aunque el agarre de sus manos no se debilitó. ―Sí ―contestó él―, y al mismo tiempo, no. ―Alivió tu mente ―comprendió Tessa―, mas no tu corazón. ―Sí ―dijo él―. Sí, exactamente así. Me conoces tan bien, Tess. ―Le dio una sonrisa

triste―. Está vivo y estoy agradecido por eso, pero ha escogido un camino de gran soledad. En la Hermandad comen solos, caminan solos, se levantan solos y enfrentan a la noche solos. Se lo ahorraría si pudiera.

―Has hecho todo lo que podías por él ―dijo Tessa, calmada―. Como él hizo contigo y como todos tratamos de hacer por los otros. Pero al final, todos debemos tomar nuestras propias decisiones.

―¿Me estás diciendo que no debo sentir dolor por él? ―No, siéntelo, ambos debemos sentirlo. Vive tu duelo, pero no te culpes, porque no

fue tu responsabilidad. Will miró sus manos unidas. Muy gentilmente, le acarició los nudillos con el pulgar. ―Tal vez no lo fue ―dijo―, pero hay otras cosas por las que sí soy responsable. Tessa dio un corto suspiro. La voz de Will se había hecho más queda, y había una

aspereza que no había escuchado desde… su aliento era cálido y suave contra su piel, hasta que ella misma estaba respirando igual de fuerte; sus manos se movían suavemente de arriba abajo por sus hombros, sus brazos, sus costados…

Parpadeó rápidamente y retiró las manos. Ya no lo miraba a él, sino a la luz del fuego contra la pared de la cueva; escuchaba su voz en el oído. Todo había parecido un sueño esa vez, momentos arrancados de la vida real, como si estuvieran pasando en otro mundo. Incluso ahora apenas y podía creer que había sucedido.

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―¿Tessa? ―Su voz sonó vacilante, tenía las manos aún extendidas. Una parte de ella quería tomarlas entre las suyas, acercarlo a ella besarlo y perderse en Will como lo había hecho antes, porque él era tan efectivo como cualquier droga.

Y luego recordó los ojos nublados de Will en el antro de opio, los sueños de felicidad que se hicieron añicos en el momento en el que los efectos del humo se disiparon. No, algunas cosas solo se podían manejar al hacerles frente. Respiró profundamente y miró a Will.

―Sé lo que vas a decir ―le dijo―. Estas pensando en lo que pasó entre nosotros en Cadair Idris, porque pensamos que Jem estaba muerto, y que nosotros también moriríamos. Eres un hombre honorable, Will, y sabes qué es lo que tienes que hacer ahora. Debes pedirme matrimonio.

Will, que estaba muy rígido, le probó que aun podía sorprenderla y se rió. Fue una risa suave, pero triste.

―No esperaba que fueras tan directa, pero supongo que debería haberlo esperado; conozco a mi Tessa.

―Soy tu Tessa ―confirmó ella―. Pero, Will. No quiero que hables de matrimonio ahora, o de promesas para toda la vida…

Él se sentó a la orilla de la cama. Llevaba ropa de entrenamiento: la camisa holgada arremangada hasta los codos, la garganta expuesta, las cicatrices de la batalla en proceso de curación y el blanco recuerdo de las runas sanadoras a la vista. También vio el inicio del dolor en sus ojos.

―¿Te arrepientes de lo que pasó entre nosotros? ―¿Puede alguien arrepentirse de algo que, a pesar de no haber sido sabio, fue

hermoso? ―le preguntó ella, y el dolor en los ojos de Will dio pasó a la confusión. ―Tessa, di temes que me sienta obligado a… ―No. ―Tessa alzó las manos―. Es solo que siento que tu corazón debe ser un mar

de emociones, de dolor y desesperanza, de alivio y felicidad, de confusión… y no quiero que hagas proposiciones cuando estás tan abrumado. Y no me digas que no lo estás porque puedo verlo en ti, y yo misma lo siento. Ambos lo estamos, Will, y ninguno de los dos está en condiciones de tomar decisiones.

Por un momento, él dudó. Sus dedos flotaron sobre su corazón, donde había estado la runa de parabatai y la tocaron ligeramente (Tessa se preguntó si se daba cuenta de lo que hacía), y luego dijo.

―A veces temo que eres demasiado sabia, Tessa. ―Bueno ―dijo ella… uno de los dos tiene que serlo.

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―¿Hay algo que pueda hacer? ―le preguntó él―. Preferiría no irme de tu lado, a menos que me pidas que lo haga.

Tessa dejó caer la mirada sobre la mesita de noche, donde permanecían apilados los libros que había estado leyendo antes del ataque de los autómatas al Instituto, que parecía haber sucedido hace miles de años.

―Podrías leerme ―le ofreció―, sino te molesta. Will la miró y sonrió. Era una sonrisa extraña, pero era real, como lo era Will. Tessa

le sonrió de vuelta. ―No me molesta ―dijo él―. Para nada.

Así fue como, media hora después, Will leía David Copperfield, sentado en una

silla. Charlotte abrió suavemente la puerta del cuarto de Tessa y se asomó. No podía evitar estar un poco ansiosa, Will parecía tan desesperado, tan solo, sentado en el suelo de la sala de entrenamiento. Y recordó el miedo que siempre había albergado en su interior, de que si Jem algún día los dejaba, se llevaría todo lo mejor de Will cuando se fuera. Y Tessa también, aún estaba tan frágil…

La suave voz de Will llenaba la habitación, junto a la silenciosa luz de la chimenea. Tessa estaba de costado, con el cabello castaño esparcido sobre la almohada, mirando a Will, cuyo rostro estaba inclinado sobre las páginas del libro. Tessa lo miraba con una mirada tierna en los ojos, una ternura que se reflejaba en la suavidad de la voz de Will mientras leía. Era una ternura tan íntima y tan profunda, que Charlotte salió de inmediato, dejando que la puerta se cerrara silenciosamente.

Pero aun así, la voz de Will la siguió por el corredor mientras se alejaba caminando de allí, con el corazón mucho más tranquilo de lo que había estado hace unos momentos.

«…No puedo velar por él, si es que no es una expresión demasiado atrevida, tan de cerca como me gustaría. Pero si emplean con él la mentira o la traición, espero que mi cariño termine por triunfar. Espero que el verdadero afecto de una hija vigilante y abnegada sea más fuerte que todos los males y los peligros del mundo…»

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Traducido por CairAndross

La medida del amor es amar sin medida ―Atribuida a San Agustín

La sala del Consejo estaba llena de luz. Sobre el estrado elevado, en la parte delantera de la habitación se había pintado un enorme círculo doble, y en el espacio entre los círculos había runas: runas vinculantes, runas de conocimiento, runas de habilidad y destreza, y las runas que simbolizaban el nombre de Sophie. Sophie estaba de rodillas en el centro del círculo. Su oscuro cabello le caía suelto hasta la cintura, un remolino de rizos oscuros contra su traje, aún más oscuro. Se veía muy hermosa, a la luz que se filtraba desde el tragaluz del domo, la cicatriz de su mejilla roja como una rosa.

La Cónsul se erguía sobre ella, sosteniendo la Copa Mortal en alto. Charlotte llevaba una sencilla túnica escarlata que ondeaba a su alrededor. Su pequeño rostro era serio y severo.

―Toma la Copa, Sophia Collins ―dijo, y el salón quedó en silencio cuando todos contuvieron el aliento. La cámara del Consejo no estaba llena, pero la hilera en la Tessa estaba sentada en un extremo, sí lo estaba: Gideon y Gabriel, Cecily, Henry, Will y ella, todos se inclinaban hacia delante, entusiasmados, esperando el Ascenso de Sophie. A cada extremo de la tarima había un Hermano Silencioso con la cabeza inclinada; las túnicas de pergamino los hacían parecer estatuas talladas en mármol.

Charlotte bajó la copa y se la tendió a Sophie, quien la tomó con cuidado. ―¿Juras, Sophia Collins, olvidar el mundo mundano y seguir el camino de un

Cazador de Sombras? ¿Aceptarás en ti la sangre del ángel Raziel y honrarás esa sangre? ¿Juras servir a la Clave, seguir la Ley como ha sido establecida por los Acuerdos, y obedecer la palabra del Consejo? ¿Defenderás lo que es humano y mortal, sabiendo que, por tu servicio, no habrá recompensa ni agradecimiento, pero sí honor?

―Lo juro ―dijo Sophie, con voz muy firme.

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―¿Puedes ser un escudo para los débiles, una luz en la oscuridad, una verdad entre falsedades, una torre en el diluvio, un ojo que vea cuando todos los demás estén ciegos?

―Puedo. ―Y cuando hayas muerto, ¿darás tu cuerpo a los Nefilim para que lo quemen y que

tus cenizas sean utilizadas para construir la Ciudad de Huesos? ―Lo haré. ―Entonces, bebe ―indicó Charlotte. Tessa oyó que Gideon contenía el aliento. Ésa

era la parte peligrosa del ritual, la parte que podía matar al no entrenado o al indigno. Sophie se llevó la Copa a los labios y echó la cabeza hacia atrás. Tessa se inclinó

hacia delante, con el pecho apretado por la aprensión. Sintió que la mano de Will se deslizaba entre las suyas, un peso cálido y reconfortante. La garganta de Sophie se movió mientras tragaba.

El círculo que las rodeaba a ella y a Charlotte flameó una vez, con una fría luz blanca azulada, y las oscureció. Cuando se desvaneció, Tessa tuvo que parpadear para acostumbrar la vista mientras la luz disminuía. Parpadeó a toda prisa y vio que Sophie levantaba la Copa, que resplandecía mientras se la devolvía a Charlotte, quien sonrió ampliamente.

―Ahora, eres Nefilim ―dijo ella―. Te nombro, Sophia Cazadora de Sombras, de la sangre de Jonathan Cazador de Sombras, hija de los Nefilim. Levántate, Sophie.

Y Sophie se levantó, en medio de los vítores de la muchedumbre, los vítores de Gideon eran la más fuerte entre muchos. Sophie sonreía, su rostro destellaba a la luz del sol invernal, que brillaba a través de la limpia claraboya. Unas sombras se movieron a través del suelo, tenues y rápida. Tessa levantó la mirada con asombro… una cosa blanca manchaba las ventanas, girando suavemente más allá del cristal.

―Nieve ―le dijo Will, suavemente, en el oído―. Feliz Navidad, Tessa.

Esa noche, era la noche de la acostumbrada Fiesta Navideña anual del Enclave. Era

la primera vez que Tessa veía el gran salón de baile del Instituto abierto y lleno de gente. Las enormes ventanas relumbraban con el reflejo de las luces y arrojaban un resplandor dorado sobre el suelo pulido. Más allá del cristal oscuro, se podía ver la nieve que caía en grandes y suaves copos blancos, pero dentro del Instituto todo era cálido, dorado y seguro.

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La Navidad entre Cazadores de Sombras, no era la Navidad que Tessa había llegado a conocer. No había coronas de muérdago, nadie cantaba villancicos, ni había galletas de Navidad. Sí había un árbol, aunque no estaba decorado del modo tradicional; un enorme abeto se elevaba hasta casi tocar el techo en el otro extremo del salón. (Cuándo Will le preguntó a Charlotte cómo rayos esa cosa había llegado allí, ella solo agitó las manos y dijo algo sobre Magnus). Unas velas se balanceaban sobre cada rama, aunque Tessa no podía ver cómo estaban sujetas, y arrojaban aún más luz dorada sobre el salón.

Atadas a las ramas del árbol (y colgando de las antorchas, los candelabros de la mesa, los pomos de las puertas), había brillantes runas cristalinas, cada una tan clara como el vidrio, aunque refractaban la luz, arrojando tenues arco iris a lo largo de la habitación. Las paredes estaban decoradas con guirnaldas entrelazadas de acebo e hiedra, las bayas rojas contrastaban contra las hojas verdes. Aquí y allá había ramas de muérdago, con sus blancas bayas; incluso había una atada al collar de Iglesia, que estaba agazapado bajo una de las mesas navideñas y parecía furioso.

Tessa no creía haber visto nunca tanta comida. Las mesas estaban cargadas de pollos y pavos rellenos, aves de caza y liebres, jamones y tortas de Navidad, sándwiches delgados, helados, trifles, manjar blanco, pudines de crema, gelatinas de colores, pasteles borrachos y un pudín navideño flambeado con brandy, sorbetes helados, vino caliente con especias y grandes cuencos de plata con ponche navideño. Había un montón de golosinas que se derramaban de cuernos repletos, y bolsas de Papá Noel que contenían un trozo de carbón, un poco de azúcar o un caramelo de limón, para indicarle al receptor si su comportamiento ese año había sido travieso, dulce o ácido. Hubo té y obsequios más temprano, solo para los habitantes del Instituto; el grupo había intercambiado sus regalos antes de que llegaran los invitados. Charlotte, equilibrada sobre el regazo de Henry, que estaba sentado en su silla con rueditas, abría regalo tras regalo para el bebé que debía llegar en abril y cuyo nombre, ya habían sido decidido, sería Charles.

―Charles Fairchild ―había dicho Charlotte orgullosa, levantando la mantita que Sophie había tejido para ella, con un pulcro C. F. en una esquina.

―Charles Buford Fairchild ―había corregido Henry. Charlotte hizo una mueca. Tessa, riendo, preguntó. ―¿Fairchild? ¿No Branwell? Charlotte le dirigió una tímida sonrisa. ―Yo soy la Cónsul. Se ha decidido que, en este caso, el niño tome mi nombre. A

Henry no le importa, ¿no es así?

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―En absoluto ―contestó Henry―. En especial porque Charles Buford Branwell habría sonado bastante tonto, pero Charles Buford Branwell suena muy bien.

―Henry… Tessa sonrió al recordarlo. Estaba de pie cerca del árbol de Navidad, observando a

los miembros del Enclave mientras comían y reían, todos en sus mejores galas, las mujeres con los tonos del invierno más profundo: vestidos de satén rojo, seda color zafiro y tafetán dorado; los hombres con elegantes trajes de noche. Sophie permanecía con Gideon, radiante y relajada, con un elegante vestido de terciopelo verde; allí estaba Cecily, de azul, corriendo de aquí para allá, deleitándose con todo lo que veía, mientras Gabriel la seguía, todo piernas largas, cabellos despeinados y adoración divertida. Un enorme leño de Yule, con los cortes rodeados por guirnaldas de hierba y acebo, ardía en la enorme chimenea de piedra sobre la que colgaban redes con manzanas doradas, nueces, palomitas de maíz coloreadas y caramelos. También tenían música, suave e inquietante, y Charlotte parecía por fin haber encontrado un uso para el canto de Bridget, que se elevaba sobre el sonido de los instrumentos, melodioso y dulce.

Ay mi amor, me hacéis daño

Al desecharme con descortesía Y yo os he amado tanto tiempo

Deleitándome en vuestra compañía

Mangas verdes era toda mi alegría Mangas verdes era mi deleite

Mangas verdes era mi corazón de oro ¿Y quién, sino Lady Mangas Verdes17?

―Ahora que lluevan patatas ―dijo una voz meditabunda―. Que truene al compás

de la canción de Las mangas verdes. Tessa se sobresaltó y se volvió. Will había aparecido a su lado de algún modo, lo

cual era molesto, ya que ella lo había estado buscando desde que entrara al salón y no había visto señal de él. Como siempre, la visión de Will en traje de gala, todo azul,

17 Greensleeves (Las mangas verdes) es una canción y melodía tradicional romanesca del folklore inglés. En la obra de Shakespeare, Las Alegres Comadres de Windsor (1602), que cita Will a continuación, uno de los personajes se refiere a esta como “la canción de Las mangas verdes”.

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negro y blanco, le quitó el aliento, pero ocultó la agitación de su pecho con una sonrisa.

―Shakespeare ―dijo―. Las Alegres Comadres de Windsor. ―No es una de sus mejores obras ―observó Will, entrecerrando los ojos azules

mientras la evaluaba. Esa noche, Tessa había optado por usar seda de color rosa y ninguna joya, excepto una cinta de terciopelo, que rodeaba dos veces su garganta y colgaba a su espalda. Sophie le había arreglado el cabello (como un favor, en esta ocasión, ya no como la doncella de una dama) que llevaba entretejido con pequeñas bayas blancas entre los rizos recogidos. Tessa se sentía muy elegante y llamativa―. Aunque tiene sus momentos.

―Siempre de crítico literario. ―Tessa suspiró y apartó la mirada de él, para cruzarla por el salón hasta donde estaba Charlotte, conversando con un hombre alto y de cabello rubio, que no reconoció.

Will se inclinó hacia ella. Olía ligeramente a algo verde e invernal, abeto, lima o ciprés.

―Ésas son bayas de muérdago en tu cabello ―le dijo, acariciándole la mejilla con la respiración―. Técnicamente, creo que eso significa que cualquier puede besarte, en cualquier momento.

Ella abrió mucho los ojos. ―¿Crees que es probable que lo intenten? Él le tocó ligeramente la mejilla; llevaba guantes blancos gamuzados, pero ella

sintió que era piel contra piel. ―Asesinaré a quienquiera que lo haga. ―Bueno ―dijo Tessa―. No sería la primera vez que haces algo escandaloso en

Navidad. Will hizo una pausa momentánea y luego sonrió, con esa sonrisa poco frecuente

que le iluminaba el rostro y cambiaba la naturaleza misma de sus rasgos. Era una sonrisa que, Tessa temió una vez, se hubiera ido para siempre, que se hubiera ido con Jem a la oscuridad de la Ciudad Silenciosa. Jem no estaba muerto, pero un trozo de Will se había ido con él cuando lo dejó, un trozo del corazón de Will estaba enterrado allí abajo, entre los huesos susurrantes. Durante la primera semana tras la partida de Jem, Tessa había temido que Will nunca se recobraría, que siempre sería una especie de fantasma que vagaba por el Instituto, sin comer, que siempre giraría para hablar con alguien que no estaba allí y que cuando lo recordara, la luz en su rostro se desvanecería y caería en el silencio.

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Pero había sido decidida. También tenía el corazón roto, pero reparar el de Will, estaba segura de que tendría que reparar el suyo de algún modo. Apenas estuvo lo suficientemente fuerte, se encomendó a llevarle té, que él no quería, y libros, que sí quería, y acosarlo para que saliera de la biblioteca, y exigiéndole su ayuda para entrenar. Le dijo a Charlotte que dejara de tratarlo como si estuviera hecho de cristal y se fuera a romper, y que lo enviara a la ciudad a pelear, como solía hacerlo, con Gabriel o Gideon en lugar de Jem. Y Charlotte obedeció, con inquietud, pero Will regresó, ensangrentado y cubierto de moretones, pero con los ojos vivos e iluminados.

―Eso fue inteligente ―le había dicho Cecily más tarde, mientras observaban por la ventana a Will y Gabriel, que hablaban en el patio trasero―. Ser un Nefilim le da un objetivo a mi hermano. Cazar Sombras reparará las grietas en su interior. Cazar Sombras, y tú.

Tessa había dejado caer la cortina, pensativa. Will y ella no habían hablado de lo sucedido en Cadair Idris, de la noche que pasaron juntos. De hecho, eso parecía distante, como un sueño. Era como algo que le hubiera sucedido a otra persona, no a ella, no a Tessa. Y no sabía si Will se sentía igual. Sabía que Jem estaba al corriente, o lo imaginaba, y que los había perdonado a ambos, pero Will no se había vuelto a acercar a ella, no le había dicho que la amaba, no le había preguntado si ella lo amaba desde el día que Jem los dejó.

Parecía que habían pasado siglos y siglos, aunque fueron solo unos quince días, antes de que Will fuera y la encontrara sola en la biblioteca, y le preguntara, con cierta brusquedad, si quería dar un paseo en carruaje con él. Desconcertada, Tessa aceptó, preguntándose si habría alguna otra razón para que él quisiera su compañía. ¿Un misterio que investigar? ¿Una confesión que hacer?

Pero no, fue un simple paseo en carruaje por el parque. El tiempo estaba cada vez más frío y el hielo cubría de escarcha los bordes de los estanques. Las ramas desnudas de los árboles resultaban sombrías y adorables, y Will emprendió una conversación cortés con ella, sobre el clima y los monumentos de la ciudad. Parecía decidido a continuar la educación londinense de Tessa, donde Jem la había dejado. Fueron al Museo Británico y la Galería Nacional, a los Jardines de Kew y la catedral de San Pablo, donde Tessa perdió los estribos, finalmente.

Se encontraban en la famosa Galería de los Suspiros; Tessa estaba apoyada contra la barandilla, mirando hacia la catedral que estaba debajo. Will traducía la inscripción en latín sobre la pared de la cripta donde estaba enterrado Christopher Wren («Si buscas su monumento, mira a tu alrededor») cuando Tessa, distraída, intentó deslizar su mano entre las de él. Inmediatamente, Will se ruborizó y retrocedió.

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Ella lo miró, sorprendida. ―¿Sucede algo? ―No ―dijo él, demasiado rápido―. Solo que… no te traje aquí para toquetearte en

la Galería de los Suspiros. Tessa explotó. ―¡No te estoy pidiendo que me toquetees en la Galería de los Suspiros! Pero, por el

Ángel, Will, ¿podrías dejar de ser tan educado? Él la miró, con estupefacción. ―Pero pensé que tú lo preferirías… ―No lo prefiero. ¡No quiero que seas educado! ¡Quiero que seas Will! ¡No quiero

que me indiques puntos de interés arquitectónico como si fueras una guía Baedeker! ¡Quiero que digas cosas divertidas y terriblemente alocadas y que compongas canciones y que seas…! ―«El Will del cual me enamoré», estuvo a punto de decir―. Y que seas Will ―terminó, en cambio―. O voy a golpearte con mi paraguas.

―Estoy tratando de cortejarte ―indicó Will, exasperado―. Cortejarte apropiadamente. De eso se ha tratado todo esto. Lo sabes, ¿no?

―El señor Rochester nunca cortejó a Jane Eyre ―señaló Tessa. ―No, él se vistió de mujer y aterrizó a la pobre chica hasta enloquecerla. ¿Eso es lo

que quieres que hagas? ―Serías una mujer muy fea. ―No es así, sería impresionante. Tessa rió. ―Allí ―dijo―. Allí está Will. ¿No es mejor? ¿No lo crees? ―No lo sé ―dijo Will, mirándola de reojo―. Tengo miedo de responder a eso. He

oído que, cuando hablo, hago que las mujeres estadounidenses deseen golpearme con paraguas.

Tessa volvió a reír, y entonces, ambos reían y sus risas ahogadas rebotaban en los muros de la Galería de los Susurros. Después de eso, las cosas fueron decididamente más fáciles entre ellos, y la sonrisa de Will, al ayudarla a bajar del carruaje cuando regresaron, era brillante y auténtica.

Esa noche, alguien llamó suavemente a la puerta de Tessa y, cuando acudió a abrir, no encontró a nadie, solo un libro que descansaba en el suelo del corredor. Historia de dos Ciudades. Un regalo extraño, pensó. Había una copia del libro en la biblioteca, la cual podía leer tan a menudo como quisiera, pero éste era nuevo, con un recibo de compras de Hatchards marcando la página del título. Solo cuando se lo llevó a cama, se dio cuenta de que también había una inscripción en dicha página.

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Tess, Tess, Tessa. ¿Hubo alguna vez sonido más hermoso que tu nombre? Decirlo en voz alta hace que mi

corazón resuene como una campana. Es extraño imaginarlo, ¿no?, ¿un corazón como una campana? Pero cuando tú me tocas, así es como parece, como si mi corazón resonara en mi pecho, y el sonido enviara escalofríos por mis venas y astillara mis huesos de alegría.

¿Por qué he escrito estas palabras en este libro? Por ti. Tú me enseñaste a amar este libro, cuando yo lo había despreciado. Cuando lo leí por segunda vez, con la mente y el corazón abiertos, sentí la más completa desesperación y envidia de Sydney Carton… sí, Sydney, porque aún si no tenía esperanza de que la mujer que amaba lo amase, al menos él podía hablarle de su amor. Al menos, él podía hacer algo que le demostrara su pasión, incluso si ese algo era morir.

Yo hubiera escogido la muerte, por tener una oportunidad de decirte la verdad, Tessa, si hubiese podido tener la seguridad de que esa muerte sería la mía. Y por eso es que envidié a Sydney, porque él era libre.

Y ahora, al fin soy libre, y puedo decirte, sin miedo a ponerte en peligro, todo lo que siento en mi corazón.

No eres el último sueño de mi alma. Eres el primer sueño, el único sueño que fui incapaz de evitarme soñar. Eres el primer sueño

de mi alma, y a partir de ese sueño, tengo la esperanza que provengan todos los otros sueños, toda una vida llena de ellos.

Con esperanza, al fin. Will Herondale. Después de eso, se había quedado sentada por largo tiempo sosteniendo el libro sin

leerlo y observando el amanecer mientras cubría a Londres. En la mañana, apenas se tomó el tiempo para vestirse, antes de coger el libro y correr escaleras abajo. Encontró a Will cuando salía de su dormitorio, con el cabello aún húmedo. Se arrojó sobre él, lo aferró de las solapas y lo jaló hacia ella, para esconder el rostro en su pecho. El libro golpeó el suelo cuando él se inclinó a abrazarla; le alisó el cabello sobre la espalda, y le susurró en voz baja.

―Tessa, ¿qué sucede, algo anda mal? ¿No te gustó…? ―Nadie me había escrito nunca algo tan hermoso ―dijo ella, con el rostro apoyado

contra el pecho de él, sintiendo el suave latir del corazón bajo la camisa y la chaqueta―. Nunca.

―Lo escribí justo después de descubrir que la maldición era falsa ―explicó Will―. Tenía la intención de dártelo entonces, pero… ―Apretó la mano en su cabello―. Cuando descubrí que estabas comprometida con Jem, lo guardé. No sabía cuándo

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podría, cuándo debería dártelo. Y luego ayer, cuando querías que fuera yo mismo, recuperé la esperanza lo suficiente como para sacar de nuevo esos viejos sueños, quitarles el polvo y dártelos.

Fueron al parque ese día, aunque hacía tan frío a pesar de que brillara el sol y no

había mucha gente. La Serpentina brillaba bajo el sol invernal y Will le señaló el lugar donde Jem y él habían alimentado a los patos con pasteles de carne. Era la primera vez que lo veía sonreír al hablar de Jem.

Tessa sabía que no podría ser como Jem para Will. Pero poco a poco, los lugares huecos en su corazón se fueron llenando. Tener a Cecily era una alegría para Will; Tessa podía verlo cuando se sentaban juntos ante el fuego, hablaban galés en voz baja y a él le brillaban los ojos; habían llegado a agradarle Gabriel y Gideon, y eran amigos, aunque nadie podría ser un amigo de la talla de Jem. Y por supuesto, el cariño de Charlotte y Henry era tan firme como siempre. La herida nunca se cerraría, Tessa lo sabía, ni para ella ni para Will, pero a medida que el clima se hacía más frío y Will sonreía y comía con más regularidad y la mirada azorada desaparecía de sus ojos, ella comenzó a respirar con más facilidad, sabiendo que esa mirada no era mortal.

―Hmm ―dijo él ahora, meciéndose ligeramente sobre los talones mientras observaba el salón de baile―. Puede que tengas razón. Creo que fue alrededor de Navidad cuando me hice el tatuaje del dragón galés.

Ante eso, Tessa tuvo que esforzarse mucho para no ruborizarse. ―¿Cómo pasó eso? Will hizo un gesto al aire con las manos. ―Estaba borracho… ―Tonterías. Nunca estuviste borracho de verdad. ―Por el contrario… para aprender a fingir estar ebrio, uno debe embriagarse al

menos una vez, como punto de referencia. Nigel Seis Dedos se había puesto con sidra caliente y…

―¿Eso quiere decir que hay un verdadero Nigel Seis Dedos? ―Por supuesto que sí ―empezó Will con una sonrisa que pronto se desvaneció;

miraba por sobre el hombro de Tessa, hacia el salón de baile. Ella se giró para seguir su mirada, y vio al mismo hombre alto y rubio que había estado hablando con Charlotte, abrirse paso entre la multitud hacia ellos.

El hombre era robusto, de unos treinta y tantos años, con una cicatriz que le recorría la mandíbula. Tenía el cabello rubio despeinado, los ojos azules y la piel curtida por el

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sol. Se veía aún más atezado contra su almidonada pechera blanca. Había algo familiar en él, algo que revoloteaba al borde de los recuerdos de Tessa.

Él se detuvo frente a ellos y sus ojos recorrieron a Will; eran de un azul pálido, casi del color de las flores del maíz. La piel alrededor de éstos estaba bronceada y llena de tenues patas de gallo.

―¿Tú eres William Herondale? Will asintió, sin hablar. ―Soy Elias Carstairs ―dijo el hombre― Jem Carstairs era mi sobrino. Will se puso blanco y Tessa se dio cuenta de por qué el hombre le resultaba

familiar… había algo en él, algo en el modo en que se movía y en la forma de sus manos, que le remitía a Jem. Ya que Will parecía incapaz de hablar, Tessa dijo:

―Sí, él es Will Herondale. Y yo soy Theresa Gray. ―La chica cambia-formas ―dijo el hombre… Elias, se recordó Tessa; los Cazadores

de Sombras usaban sus nombres de pila al dirigirse a los demás―. Estabas comprometida con James, antes que él se convirtiera en un Hermano Silencioso.

―Lo estuve ―dijo Tessa, con calma―. Lo amo mucho. Él le dirigió una mirada, no hostil, ni desafiante, solo curiosa. Entonces, volvió su

mirada hacia Will. ―¿Tú eras su parabatai? Will encontró la voz. ―Aún lo soy ―dijo, y apretó la mandíbula con obstinación. —James habló de ti ―dijo Elias―. Después que salí de China, cuando regresé a

Idris, le pregunté si vendría a vivir conmigo. Lo habíamos enviado lejos de Shanghái, considerando que no sería seguro estar allí mientras los esbirros de Yanluo estuvieran libres y siguieran buscando venganza. Pero, cuando le pregunté si quería venir conmigo a Idris dijo que no, que no podía. Le pedí que lo reconsiderada, le dije que yo era su familia, su sangre. Pero él dijo que no podía dejar a su parabatai, que había cosas más importantes que la sangre. ―Los ojos azul claro de Elias eran firmes―. Te he traído un regalo, Will Herondale. Algo que tenía la intención de darle a James cuando cumpliera la mayoría edad, ya que su padre no estaba con vida para hacerlo. Pero ahora no puedo dárselo.

Will estaba completamente tenso, como una cuerda de arco demasiado ajustada. ―No he hecho nada para merecer un regalo ―dijo. ―Yo creo que sí. ―Elias extrajo de la correa de su cinturón una espada corta, con

una intrincada vaina. Se la ofreció a Will que después de un momento, la aceptó. La vaina estaba cubierta con un intrincado diseño de hojas y runas cuidadosamente

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trabajadas que destellaban bajo la luz dorada. Con un gesto decidido, Will liberó la hoja y la sostuvo frente a su rostro.

La empuñadura estaba cubierta con el mismo diseño de runas y hojas, pero la hoja en sí era simple y desnuda, salvo por una línea de palabras que corría por el centro. Tessa se inclinó para leer las letras sobre el metal.

«Yo soy Cortana, del mismo acero y temple que Joyeuse y Durendal». ―Joyeuse era la espada de Carlomagno ―dijo Will con la voz aún tensa, de ese

modo que, según Tessa sabía, indicaba que estaba reprimiendo una emoción―. Durendal era la de Rolando. Esta espada es… nacida de una leyenda.

—Forjada por el primer fabricante de armas de los Cazadores de Sombras: Wayland el Herrero. Tiene una pluma del ala del Ángel en la empuñadura ―señaló Elias―. Ha estado en la familia Carstairs por cientos de años. El padre de Jem me dio instrucciones para que se la entregara al cumplir los dieciocho años, pero los Hermanos Silenciosos no pueden aceptar regalos. ―Miró a Will―. Tú eras su parabatai, deberías tenerla.

Will deslizó la espada de regreso a su vaina. ―No puedo aceptarla. No lo haré. Elias lo miró, atónito. ―Pero, tienes que hacerlo ―exclamó―. Tú eras su parabatai y él te amaba… Will le tendió la espada a Elias Carstairs, con la empuñadura hacia delante.

Después de un momento, Elias la tomó y Will dio media vuelta y se alejó, desapareciendo entre la multitud.

Elias se quedó mirándolo, con asombro. ―No tenía la intención de ofenderlo. ―Usted habló de Jem en tiempo pasado ―le explicó Tessa―. Jem no está con

nosotros, pero no está muerto. Will…no puede soportar que consideren a Jem perdido u olvidado.

―No quise decir que se olviden de él ―dijo Elias―. Simplemente que los Hermanos Silenciosos no tienen emociones como nosotros. Ellos no sienten como nosotros. Si amaran…

―Jem aún ama a Will ―dijo Tessa―. Tanto si es un Hermano Silencioso, como si no. Hay cosas que la magia no puede destruir, porque son magia en sí mismas. Usted nunca los vio juntos, pero yo sí.

―Quiero darle Cortana ―dijo Elias―. No puedo dársela a Jem, así que pensé que su parabatai debía tenerla.

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―Lo que quiere es correcto ―asintió Tessa―. Pero, perdone mi impertinencia, señor Carstairs… ¿eso significa que nunca tendrá hijos propios?

Él abrió los ojos. ―No lo había pensado… Tessa miró la hoja resplandeciente y, luego al hombre que la sostenía. Podía ver un

poco a Jem en él, como si estuviera viendo el reflejo de lo que amaba en agua agitada. Ese amor, recordado y presente, suavizó su voz cuando habló.

―Si no está seguro ―dijo― entonces consérvela. Consérvela para sus propios herederos. Will lo preferirá así, porque él no necesita una espada que le recuerde a Jem, sin importar lo ilustre de su linaje.

Hacía frío en los escalones del Instituto donde estaba Will, sin abrigo ni sombrero,

observando la noche escarchada. El viento le soplaba copitos de nieve contra las mejillas y las manos desnudas, y oyó, como siempre, la voz de Jem en un rincón de su mente, diciéndole que no hiciera el ridículo, que entrara antes de que le diera gripe.

El invierno siempre le había parecido la estación más pura a Will… incluso el humo y la suciedad de Londres quedaban atrapados en la helada, dura y fría. Esa mañana, tuvo que romper una capa de hielo que se había formado en su jarra de agua, antes de salpicarse el rostro y tembló al mirarse en el espejo, con el cabello mojado formando líneas negras sobre sus facciones. «La primera mañana de Navidad sin Jem, en seis años». El frío más puro traía el dolor más puro.

―Will ―la voz era un suspiro, uno muy familiar. Giró la cabeza, con una imagen de la Vieja Molly acechando en su mente… pero los fantasmas rara vez se alejaban del lugar donde habían muerto, o fueron enterrados, y además, ¿qué querría ella con él, en ese momento?

Una mirada se encontró con la suya, firme y oscura. El resto de su cuerpo no era tan transparente, sino más bien perfilado en plata: el cabello rubio, el rostro de muñeca, el vestido blanco que llevaba al morir y la sangre, roja como una flor, sobre el pecho.

―Jessamine ―dijo él. ―Feliz Navidad, Will. Su corazón, que se había detenido por un momento, comenzó a latir de nuevo, la

sangre corría rápida por sus venas. ―Jessamine, por qué… ¿qué estás haciendo aquí? Ella hizo un mohín.

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―Estoy aquí porque fallecí aquí ―dijo, alzando la voz. No era inusual que un fantasma lograra una mayor solidez y poder auditivo al estar cerca de un ser humano, especialmente uno que podía oírlos. Ella indicó el patio a sus pies, donde Will la había sostenido en sus momentos de agonía, con la sangre corriendo sobre las baldosas―. ¿No estás contento de verme, Will?

―¿Debería estarlo? ―adujo él―. Jessie, cuando veo fantasmas, por lo general es porque hay algún asunto pendiente o alguna pena que los retiene en este mundo.

Ella alzó la cabeza y miró la nieve. A pesar de que caía a su alrededor, no la tocaba, era como si estuviera de pie bajo un cristal.

―Y si tuviera alguna pena, ¿me ayudarías a curarla? Nunca te importé mucho cuando estaba viva.

―Sí me importaste ―la contradijo Will―, y de verdad lamento si te di la impresión de que no fue así, o de que te odié, Jessamine. Creo que me recordabas más a mí mismo de lo que deseaba admitir, y por lo tanto, te juzgaba con la misma dureza con la que me hubiera juzgado a mí.

Ante eso, ella lo miró. ―¿Por qué esa honestidad tan directa, Will? ¡Cómo has cambiado! ―Dio un paso

hacia atrás y él vio que sus pasos no dejaban huella en el polvo de nieve bajo sus pies―. Estoy aquí porque, en vida, no deseaba ser una Cazadora de Sombras y proteger a los Nefilim. Ahora, cargo con la protección del Instituto, por tanto tiempo como necesite protección.

―Y ¿no te importa estar aquí, con nosotros, cuando pudiste seguir adelante…? ―se extrañó él.

Ella arrugó la nariz. ―No me interesa seguir adelante. Se me exigió tanto en vida en vida, que el Ángel

sabe lo que sería después de la muerte. No, soy feliz aquí, vigilándolos a todos, tranquila, a la deriva y sin ser vista. ―Su cabello plateado brilló a la luz de la luna, cuando ella inclinó la cabeza hacia él―. Aunque estás a punto de volverme loca.

―¿Yo? ―Así es. Siempre dije que serías un pretendiente terrible, Will, y estás a punto de

demostrarlo. ―¿En verdad? ―dijo Will―. ¿Volviste de la muerte como el fantasma del Viejo

Marley, pero para regañarme sobre mis perspectivas románticas? ―¿Cuáles perspectivas? Has llevado a Tessa a tantos paseos en carruaje que

apuesto a que ella podría dibujar un mapa de Londres de memoria, pero ¿le has

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propuesto matrimonio? No. ¡Una dama no puede proponérselo a sí misma, Will, y ella no puede decirte que te ama, si tú no dejas en claro tus intenciones!

Will sacudió la cabeza. ―Jessamine, eres incorregible. ―Y también tengo razón —señaló ella―. ¿A qué le temes? ―A que si dejo en claro mis intenciones, ella dirá que no me corresponde, no del

modo en que amaba a Jem. ―No te amará como amaba a Jem, te amará como te ama a ti, Will, una persona

totalmente diferente. ¿Desearía que ella no hubiera amado a Jem? ―No, pero tampoco deseo casarme con alguien que no me ama. ―Debes preguntárselo a ella para averiguarlo ―sentenció Jessamine―. La vida está

llena de riesgos. La muerte es mucho más simple. ―¿Por qué no te he visto hasta esta noche, cuando has estado aquí todo este

tiempo? ―preguntó él. ―Todavía no puedo entrar al Instituto y, cuando salías al patio, siempre había

alguien más contigo. He intentado cruzar las puertas, pero una cierta fuerza me lo impide. Va mejorando. Al principio, solo podía dar unos pocos pasos. Ahora, estoy donde me ves. ―Indicó su posición en las escaleras―. Un día, seré capaz de ingresar.

―Y cuando lo hagas, encontrarás tu habitación como siempre estuvo y tus muñecas en su lugar.

Jessamine esbozó una sonrisa que hizo que Will se preguntara si siempre había estado tan triste, o si la muerte la había cambiado más de lo que había creído podían cambiar los fantasmas. Antes de que pudiera hablar de nuevo, una mirada de alarma cruzó el rostro de Jessamine y se desvaneció en un remolino de nieve.

Will se volvió para ver qué era lo que la había asustado. Las puertas del Instituto se habían abierto y Magnus había emergido por ellas. Llevaba un abrigo de astracán y su alto sombrero de copa ya estaba cubierto por copos de nieve.

―Debí saber que te encontraría aquí, haciendo todo lo posible para convertirte en un carámbano ―dijo Magnus y descendió los escalones hasta llegar junto a él y ambos miraron hacia el patio.

Will no tenía ganas de mencionar a Jessamine. De algún modo, pensaba que ella no quería que lo hiciera.

―¿Abandonas la fiesta, o solo me buscabas? ―Ambas cosas ―respondió Magnus, sacando un par de guantes blancos―. De

hecho, abandono Londres. ―¿Abandonas Londres? ―repitió Will, con desaliento―. No puedes decir eso.

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―¿Por qué no? ―Magnus agitó un dedo hacia un copo de nieve errante, que destelló en color azul y luego se desvaneció―. No soy londinense, Will. Me he estado quedando con Woolsey por algún tiempo, pero su hogar no es mi hogar, y Woolsey y yo nos cansamos de la compañía del otro en poco tiempo.

―¿Dónde vas a ir? ―Nueva York. ¡El Nuevo Mundo! Una nueva vida, un nuevo continente. ―Magnus

alzó las manos―. Incluso puedo llevarme a tu gato conmigo. Charlotte dice que ha estado de luto desde que Jem se fue.

―Bueno, muerde a todo el mundo. Eres bienvenido a llevártelo, ¿crees que le gustará Nueva York?

―¿Quién sabe? Lo averiguaremos juntos. Lo inesperado es lo que me impide estancarme.

―Tal vez a aquellos que no vivimos para siempre no nos gusta cambiar tanto, como a ustedes los inmortales. Estoy harto de perder gente ―comentó Will.

―También yo ―admitió Magnus―. Pero, es como yo digo, ¿no? Se aprende a soportarlo.

―He oído que, a veces, los hombres que pierden un brazo o una pierna, siguen sintiendo el dolor en los miembros, aunque ya no los tengan ―reflexionó Will―. Así me pasa, a veces. Puedo sentir a Jem conmigo, aunque él se ha ido, y es como si me faltara una parte de mí mismo.

―Pero no es así ―dijo Magnus―. Él no está muerto, Will. Está vivo, porque lo dejaste ir. Él se hubiera quedado contigo y habría muerto si se lo pedías, pero lo amabas lo suficiente como para preferir que viviera, aun si esa vida lo separaba de la tuya. Y eso, sobre todas las cosas, prueba que tú no eres Sydney Carton, Will, que el tuyo no es el tipo de amor que solo puede ser redimido a través de la destrucción. Eso es lo que vi en ti, lo que siempre he visto en ti, lo que me hizo ayudarte: que no te desesperas, que tienes una capacidad infinita para la alegría. ―Puso una mano enguantada bajo la barbilla de Will y le levantó el rostro. No había muchas personas con las que Will debiera levantar la cabeza para mirarlas a los ojos, pero Magnus era una de ellas―. Estrella brillante ―dijo Magnus, y sus ojos eran pensativos, como si estuviese recordando algo, o alguien―. Ustedes los mortales arden con tanta fiereza, y tú eres más feroz que la mayoría, Will. Nunca te olvidaré.

―Ni yo a ti ―dijo Will―. Te debo mucho. Rompiste mi maldición. ―No estabas maldito. ―Sí, lo estaba ―afirmó Will―. Lo estaba. Gracias, Magnus, por todo lo que has

hecho por mí. Si no te lo dije antes, te lo digo ahora: gracias.

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Magnus dejó caer la mano. ―No creo que un Cazador de Sombras jamás me hubiera dado las gracias antes. Will sonrió, torcidamente. ―Si fuera tú trataría de no acostumbrarme demasiado. No somos del tipo

agradecidos. ―No ―rió Magnus―. No lo haré. ―Sus brillantes ojos de gato se entrecerraron―.

Creo que te dejo en buenas manos, Will Herondale. ―¿Te refieres a Tessa? ―Me refiero a Tessa. ¿O vas a negar que es ella quien posee tu corazón? ―Magnus

había comenzado a bajar las escaleras, pero se detuvo y miró a Will. ―No lo haré ―dijo Will―. Pero a Tessa no le gustará que te hayas ido sin decirle

adiós. ―Oh ―Magnus giró en la parte inferior de la escalera, con una sonrisa curiosa―.

Creo que eso no será necesario. Dile que la veré otra vez. Will asintió. Magnus se dio la vuelta, con las manos en los bolsillos del abrigo y

atravesó las puertas del Instituto. Will se quedó mirando hasta que su figura se desvaneció en la blancura de la nieve que caía.

Tessa había dejado el salón de baile sin que nadie se percatara. Incluso la

normalmente perspicaz Charlotte estaba distraída, sentada a un lado de Henry en su silla de ruedas, con una mano entre las de él y sonriendo ante las payasadas de los músicos.

No le llevó mucho tiempo localizar a Will. Había supuesto dónde estaría y estuvo en lo correcto: se encontraba en los escalones de entrada al Instituto, sin abrigo ni sombrero, mientras la nieve le caía sobre la cabeza y los hombros. Había una capa blanca sobre todo el patio, como azúcar nevada, que cubría la fila de carruajes aparcados, las puertas de hierro negro y las baldosas sobre las que había muerto Jessamine. Will miraba fijamente hacia delante, como tratando de distinguir algo a través de los copos que caían desde el cielo.

―Will ―lo llamó Tessa, y él se volvió para mirarla. Ella había agarrado un chal de seda, pero era muy liviano, y sentía el frío aguijonazo de los copos de nieve contra la piel desnuda del cuello y los hombros.

―Debí ser más educado con Elias Carstairs ―dijo Will, a modo de respuesta. Miraba hacia arriba, hacia el cielo, donde una pálida luna creciente asomaba entre

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gruesos trazos de nubes y neblina. Los copos de nieve blanca se entremezclaban con su negro cabello, tenía las mejillas y los labios enrojecidos por el frío; se veía mucho más apuesto de lo que recordaba verlo jamás―. En lugar de eso, me comporté como lo habría hecho… antes.

Tessa sabía lo que quería decir. Para Will solo había un antes y un después. ―Tienes permitido tener temperamento ―señaló ella―. Te lo he dicho antes, no

quiero que seas perfecto, solo que seas Will. ―Quien nunca fue perfecto. ―Lo perfecto es aburrido ―dijo Tessa, descendiendo el último escalón para pararse

junto a él―. Dentro están jugando a completa la cita poética. Podrías haber hecho una demostración absoluta. No creo que haya nadie allí que pueda desafiar tu conocimiento de literatura

―Excepto tú. ―Sería una competencia difícil. Tal vez podríamos formar un equipo y dividirnos

las ganancias. ―Eso me parece de mala educación. ―Will hablaba distraído, con la cabeza

inclinada hacia atrás. La nieve formaba círculos blanquecinos en torno a ellos, como si estuvieran en el fondo de un remolino―. Hoy, cuando Sophie Ascendió…

―¿Sí? ―¿Es algo que hubieses querido para ti? ―Se giró para mirarla, con copos blancos

entre las pestañas oscuras. ―Sabes que es imposible para mí, Will. Soy una bruja o al menos, eso es lo que se

aproxima más a lo que soy. No puedo ser una Nefilim completa. ―Lo sé. ―Él bajó la mirada a sus manos y abrió los dedos para permitir que los

copos se fundieran sobre su palma―. Pero, en Cadair Idris, dijiste que tenías la esperanza de ser una Cazadora de Sombras… que Mortmain había desvanecido esas esperanzas…

―En ese entonces, me sentía así ―admitió ella―. Pero cuando me convertí en Ithuriel… cuando cambié y destruí a Mortmain… ¿cómo podría odiar algo que me permite proteger a los que más me importan? No es fácil ser diferente y menos aún ser única, pero empiezo a pensar que nunca estuve destinada al camino fácil.

Will rió. ―¿El camino fácil? No, no para ti, mi Tessa. ―¿Soy tu Tessa? ―Se apretó más el chal, fingiendo que su temblor era solo por el

frío―. ¿Estás molesto por lo que soy, Will? ¿Porque no soy como tú?

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Las palabras quedaron flotando entre ellos, tácitas: «No hay futuro para un Cazador de Sombras que pierde el tiempo con brujos».

Will palideció. ―Esas cosas que dije en la azotea, hace tanto tiempo… sabes que no quería decirlas

de ese modo. ―Lo sé… ―No deseo que seas diferente a lo que eres, Tessa. Eres lo que eres y te amo. No

amo solamente las partes de ti que cuentan con la aprobación de la Clave… Ella alzó las cejas. ―¿Estás dispuesto a soportar el resto? Will se pasó una mano por el cabello oscuro, humedecido por la nieve. ―No. Me estoy expresando mal. No hay nada en ti que pueda imaginar no amar.

¿Realmente crees que es tan importante para mí que seas Nefilim? Mi madre no es una Cazadora de Sombras. Y cuando te vi cambiar en el ángel… cuando te vi resplandecer con el fuego del Cielo… fue glorioso, Tess. ―Dio un paso hacia ella―. Lo que eres, lo que puedes hacer, es como un gran milagro de la Tierra, como el fuego, las flores silvestres o la envergadura del mar. Eres única en el mundo, así como eres única en mi corazón, y nunca habrá un momento en que no te ame. Te amaría incluso si no tuvieras parte de Cazador de Sombras.

Ella le dirigió una sonrisa temblorosa. ―Pero estoy contenta de tenerla, incluso si solo es la mitad ―dijo―, porque eso

significa que puedo quedarme contigo, aquí, en el Instituto. Que esta familia que he encontrado aquí, puede convertirse en mi familia. Charlotte dijo que, si quisiera, podría dejar de ser una Gray y tomar el nombre que mi madre debió haber tenido antes de casarse. Podría ser una Starkweather, podría tener un verdadero nombre de Cazador de Sombras.

Oyó que Will exhalaba un suspiro, visible en un remolino de color blanco por el frío. Sus ojos azules, que tenía fijos en el rostro de Tessa, se veían grandes y claros. Tenía la expresión de un hombre que se había endurecido para hacer algo terrible y lo estaba llevando a cabo.

―Por supuesto que puedes tener un verdadero nombre de Cazador de Sombras. Puedes tener el mío ―dijo.

Tessa se quedó mirándolo, todo de negro y blanco, contra la nieve y la piedra blanca y negra.

―¿Tu nombre?

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Will dio un paso hacia ella, hasta que quedaron cara a cara. Luego, alargó la mano para tomar la suya y le quitó el guante, que guardó en un bolsillo. Sostuvo su mano desnuda en la de él, y el toque la hizo estremecerse. Los ojos eran firmes y azules; eran todo lo que Will era: sincero y tierno, fuerte e ingenioso, cariñoso y amable.

―Cásate conmigo ―le pidió―. Cásate conmigo, Tess. Cásate conmigo y sé Tessa Herondale. O sé Tessa Gray, o sé comoquiera que desees llamarte, pero cásate conmigo y quédate conmigo y nunca me dejes, porque no podría soportar que pasara otro día de mi vida en el que no estuvieses allí.

La nieve se arremolinaba a su alrededor, blanca, fría y perfecta. Las nubes, por encima de ellos, se habían separado, y a través de los huecos podían verse las estrellas.

―Jem me contó lo que dijo Ragnor Fell sobre mi padre ―continuó Will―. Que, para mi padre, solo hubo una mujer a la que amó y que, para él, era ella o nadie. Tú eres eso para mí. Te amo y solo te amaré a ti, hasta que muera…

―¡Will! Él se mordió el labio. Tenía el cabello lleno de nieve y las pestañas cubiertas de

copos. ―¿Eso fue demasiado grandilocuente como declaración? ¿Te asusté? Sabes cómo

soy con las palabras… ―Oh, sí. ―Recuerdo lo que me dijiste una vez ―siguió él―. Que las palabras tienen el poder

de cambiarnos. Tus palabras me han cambiado, Tess; me han hecho un mejor hombre de lo que nunca hubiese sido de otro modo. La vida es un libro, y hay un millón de páginas que aún no has leído. Quiero leerlas junto a ti, tantas como pueda, antes de morir…

Tessa le puso una mano sobre el pecho, justo sobre el corazón, y sintió el latir contra su palma, con un ritmo que era completamente suyo.

―Solo me gustaría que no hablaras de morir ―dijo―. Pero incluso para eso, sí, sé cómo eres con tus palabras, y, Will… las amo todas, cada palabra que dices: las tontas, las locas, las hermosas y las que son solo para mí. Las amo y te amo.

Will comenzó a hablar, pero Tessa le cubrió la boca con una mano. ―Amo tus palabras, Will, pero contenlas un momento ―le pidió, y luego sonrió―.

Piensa en todas las palabras que he contenido en mi interior todo este tiempo, mientras no conocía tus intenciones. Cuando viniste a mí en la sala de estar y me dijiste que me amabas, el apartarte fue la cosa más difícil que he hecho. Dijiste que amabas las palabras de mi corazón, la forma de mi alma. Lo recuerdo. Recuerdo cada palabra que dijiste, desde aquel día hasta hoy, nunca las olvidaré. Hay tantas palabras

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que deseo decirte y tantas que deseo oírte decirme. Tengo la esperanza de que tengamos la vida entera para decírnosla, el uno al otro.

―Entonces, ¿te casarás conmigo? ―preguntó Will y parecía aturdido, como si no pudiera creer en su buena fortuna.

―Sí ―contestó ella…la última, la más simple, y la más importante palabra de todas.

Y Will, quien tenía palabras para toda ocasión, abrió la boca y la cerró, y en cambio la tomó y la apretó contra sí. El chal cayó sobre las escaleras, pero los brazos de él eran tibios, y su boca caliente, cuando inclinó la cabeza para besarla. Sabía a copos de nieve y vino, como invierno, Will, y Londres. Su boca era suave contra la de ella, las manos en el cabello de Tessa desperdigaron las bayas blancas sobre los escalones de piedra. Ella se aferró a Will, mientras la nieve giraba en torno a ellos. A través de las ventanas del Instituto, se podía oír el leve sonido de la música que sonaba en el salón de baile: el piano, el violonchelo y, por encima de todo, como chispas que saltaban hacia el cielo, las notas de alborozo del violín.

―No puedo creer que de verdad vayamos a casa ―exclamó Cecily. Tenía las manos

cruzadas frente a ella y saltaba de arriba abajo, con sus botas blancas de cabritilla. Estaba embutida en un abrigo rojo invernal, la cosa más brillante en la oscura cripta, excepto por el Portal grande y planteado que destellaba contra la pared del fondo.

A través de éste Tessa vislumbraba un cielo azul, como una visión en un sueño (el cielo fuera del Instituto era gris londinense), y unas colinas espolvoreadas de nieve. Will estaba de pie junto a ella y sus hombros se rozaban. Estaba pálido y nervioso, por lo que ella deseaba tomarlo de la mano.

―No nos vamos a casa, Cecy ―la corrigió―. No para quedarnos. Vamos de visita. Deseo presentarle nuestros padres a mi prometida… ―Y ante eso, su palidez disminuyó ligeramente y sus labios se curvaron en una sonrisa―… que ellos conozcan a la chica con la que voy a casarme.

―Oh, tonterías ―exclamó Cecily―. ¡Podemos usar el Portal para verlos las veces que queramos! Charlotte es la Cónsul, así que no podemos meternos en problemas.

La aludida gimió. ―Cecily, ésta es una expedición singular. No es un juguete. No puedes usar el

Portal cuando se te antoje, y esta excursión debe mantenerse en secreto. Nadie, excepto

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los que estamos aquí, puede saber que visitaron a sus padres, ¡que les permití romper la Ley!

―¡No se lo diré a nadie! ―protestó Cecily―. Y tampoco lo hará Gabriel. ―Miró al chico, que estaba a su lado―. No lo harás, ¿verdad?

―De nuevo, ¿por qué tenemos que llevarlo a él? ―inquirió Will, al mundo en general, así como a su hermana.

Cecily se apoyó las manos en las caderas. ―¿Por qué llevas a Tessa? ―Porque Tessa y yo vamos a casarnos ―repitió Will y Tessa sonrió; la forma en que

la hermanita de Will lograba erizarle las plumas era algo que aún la divertía. ―Bueno, Gabriel y yo podríamos casarnos ―explicó Cecily―. Algún día. Gabriel hizo un ruido ahogado y se volvió de un alarmante color púrpura. Will alzó las manos. ―¡No puedes casarte, Cecily! ¡Solo tienes quince años! ¡Cuando yo me case tendré

dieciocho! ¡Un adulto! Cecily no parecía impresionada. ―Podemos tener un largo noviazgo ―dijo―. Pero no puedo entender por qué me

aconsejas que me case con un hombre que mis padres no conocen. Will se atragantó. ―¡No te estoy aconsejando que te cases con un hombre que tus padres no conocen! ―Entonces, estamos de acuerdo. Gabriel debe conocer a mamá y papá. ―Cecily se

volvió hacia Henry―. ¿El Portal está listo? Tessa se inclinó, para acercarse a Will. ―Adoro la forma en que te maneja ―susurró―. Es tan entretenido verlo. ―Espera hasta conocer a mi madre ―replicó Will y deslizó su mano en la de ella.

Sus dedos estaban fríos, su corazón debía correr enloquecido. Tessa sabía que estuvo despierto toda la noche; la idea de ver a sus padres después de tanto tiempo era tanto aterradora como jubilosa. Tessa conocía esa mezcla de esperanza y miedo, infinitamente peor que solo uno de sentimientos.

―El Portal está bastante listo ―anunció Henry―. Y recuerden, en una hora voy a volver a abrirlo, para que puedan regresar por él.

―Y comprendan que es solo por esta vez ―dijo Charlotte, con ansiedad―. Incluso si soy la Cónsul, no puedo permitirles que visiten a su familia mundana…

―¿Ni siquiera en Navidad? ―preguntó Cecily, con ojos grandes y trágicos. Charlotte se ablandó visiblemente. ―Bueno, tal vez para Navidad…

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―Y en los cumpleaños ―intervino Tessa―. Los cumpleaños son especiales. Charlotte se puso las manos sobre el rostro. ―Oh, por el Ángel. Henry se echó a reír y señaló con un brazo la puerta. ―Crucen ―les indicó, y Cecily fue la primera en desaparecer por el Portal, como si

hubiera cruzado una cascada. Gabriel la siguió, y luego Will y Tessa, cada uno aferrando con fuerza la mano del otro. Tessa se concentró en el calor de la mano de Will y en el pulso de la sangre bajo la piel, mientras el frío y la oscuridad los envolvían y los hacía girar durante unos instantes intensos y eternos. Unas luces estallaron ante sus ojos y emergieron de la oscuridad de repente, parpadeando y tambaleantes. Will la atrapó antes de que cayera.

Se encontraban en el amplio camino de entrada curvo frente a la mansión Ravenscar. Tessa solo había visto el lugar desde arriba, cuando ella, Jem y Will visitaron juntos Yorkshire, sin darse cuenta que la familia de Will habitaba la casa. Recordaba que la mansión estaba en el fondo de un valle, con colinas a cada lado, cubiertas de aulagas y brezo, ahora cubiertas con una capa de nieve. Los árboles eran verdes entonces; ahora no tenían hojas, y del tejado de pizarra oscura de la mansión, colgaban carámbanos destellantes.

La puerta era de roble oscuro, con una pesada aldaba de bronce en el centro. Will miró a su hermana, quien asintió con simpatía, por lo que él cuadró los hombros y estiró un brazo para levantar y soltar el aro. El sonido resultante pareció hacer eco a través del valle y Will juró por lo bajo.

Tessa le tocó ligeramente la muñeca con la mano. ―Sé valiente ―le dijo―. No es un pato, ¿o sí? Él se giró para sonreírle, con el oscuro cabello cayéndole sobre los ojos, justo cuando

la puerta se abría para revelar a una sirvienta, muy bien vestida, con traje negro y cofia blanca. La mujer echó un vistazo al grupo en la puerta y sus ojos se abrieron como platos.

―Señorita Cecily ―jadeó, luego sus ojos se posaron en Will. Se llevó una mano a la boca, giró sobre los talones y regresó corriendo al interior de la casa.

―Oh, cielos ―exclamó Tessa. ―Tengo ese efecto en las mujeres ―murmuró Will―. Probablemente debí

advertírtelo antes de que aceptaras casarte conmigo. ―Todavía puedo cambiar de opinión ―señaló Tessa, con dulzura. ―No te atrevas… ―empezó él, con una media sonrisa sin aliento, y entonces, de

repente, había gente en la puerta: un hombre alto, de hombros anchos, con una masa

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de cabello rubio veteada de gris y claros ojos azules. Justo detrás de él había una mujer esbelta y sorprendentemente hermosa, con el cabello negro como la tinta de Will y Cecily, y ojos azules tan oscuros como las violetas. Gimió en el momento en que su mirada cayó sobre Will y extendió las manos, que temblaban como pájaros blancos asustados por una ráfaga de viento.

Tessa soltó la mano de Will. Él parecía paralizado, como un zorro cuando los sabuesos estaban a punto de atraparlo.

―Ve ―dijo Tessa suavemente, y él dio un paso hacia delante. Y entonces, su madre lo abrazó, diciendo «Sabía que ibas a regresar. Sabía que lo

harías», seguido por un torrente de palabras en galés de las cuales Tessa solo pudo distinguir el nombre de Will. Su padre, aturdido pero sonriente, alargó los brazos hacia Cecily, quien se lanzó hacia ellos con más entusiasmo del que Tessa nunca le había visto hacer algo.

Por los siguientes minutos, Tessa y Gabriel permanecieron de pie en la puerta, incómodos, sin mirarse del todo el uno a la otra, pero sin saber muy bien hacia dónde más mirar. Después de un largo instante, Will se apartó de su madre, acariciándole suavemente el hombro. Ella se echó a reír, aunque tenía los ojos llenos de lágrimas, y dijo algo en galés que, según Tessa sospechaba, era un comentario sobre el hecho de que Will ahora era más alto que ella.

―Mi madre pequeña ―dijo él, con afecto, confirmando las sospechas de Tessa, y se dio la vuelta en el momento en que la mirada de su madre caía sobre Tessa, luego sobre Gabriel, con los ojos muy abiertos―. Mamá, papá, ésta es Theresa Gray. Estamos comprometidos para casarnos el próximo año.

La madre de Will soltó un jadeo (aunque sonaba más sorprendida que otra cosa, para alivio de Tessa), y el padre de Will miró inmediatamente a Gabriel, luego a Cecily, con los ojos entornados.

―¿Y quién es el caballero? La sonrisa de Will se ensanchó. ―Oh, él ―dijo―. Es un… amigo de Cecily, el señor Gabriel Lightworm. Gabriel, a mitad del acto de estirar la mano para saludar al señor Herondale, se

quedó helado de horror. ―Lightwood ―espetó―. Gabriel Lightwood… ―¡Will! ―exclamó Cecily, apartándose de su padre para fulminar a su hermano

con la mirada.

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Will miró a Tessa, con sus ojos azules brillantes. Ella abrió la boca para recriminarle, para gritarle ¡Will! como acababa de hacer Cecily, pero era demasiado tarde… ya se estaba riendo.

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Traducido por Mussol

Y digo que el sepulcro que se cierra sobre los muertos Abre el vestíbulo del Cielo;

Y que lo que aquí, al final de nuestros días disponemos Es, de todos nuestros pasos, el primero.

―En Villequier, Victor Hugo

Londres, Puente Blackfriars, 2008 El viento era intenso, transportaba arenilla y arrastraba restos de basura (bolsas

vacías de patatas, páginas de periódicos sueltas, recibos viejos) por toda la acera, cuando Tessa, mirando rápidamente a un lado y al otro para controlar el tráfico, atravesó el Puente Blackfriars.

A los ojos de cualquier espectador habría parecido una chica normal y corriente en sus diecitantos o en sus veintipocos: llevaba los vaqueros dentro de las botas, un top azul de cachemira que había conseguido a mitad de precio en las rebajas de enero, el pelo castaño y largo, que se rizaba ligeramente por la humedad, caía caprichosamente por su espalda. Si hubiera habido alguien con un ojo especialmente agudo para la moda, hubiese presupuesto que el pañuelo de cachemira con el estampado Liberty que llevaba no era más que una imitación, no un original con un centenar de años, y que la pulsera que rodeaba su muñeca era vintage, no un regalo que le había hecho su marido el día que celebraron el aniversario de sus treinta años de matrimonio.

Tessa aminoró el ritmo de sus pasos al llegar hasta uno de los recovecos de piedra en el muro del puente. Habían puesto unos bancos de cemento para que la gente pudiera sentarse y contemplar el fluir del agua gris verdosa que salpicaba al golpear contra los pilares del puente, o la catedral de San Pablo en la distancia. La ciudad estaba viva, llena de ruidos con el sonido del tráfico: los bocinazos de los coches, el ruido sordo de los autobuses de dos plantas, el timbre de decenas de teléfonos móviles, la charla de los transeúntes, el sonido débil de la música procedente de los auriculares blancos de los iPod.

Tessa se sentó con las piernas cruzadas sobre un banco. La atmósfera estaba impresionantemente limpia y clara, pues el humo y la polución, que le había conferido al aire un color amarillo negruzco cuando había vivido allí en su juventud, habían

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desaparecido, y ahora el cielo tenía el color de un mármol gris azulado. La monstruosidad que había sido el puente ferroviario Dover y Chatham también había desaparecido; los pilares eran lo único que sobresalía del agua, como un recordatorio extraño de lo que había sido una vez. Ahora había boyas amarillas flotando en el agua, y embarcaciones de turistas con el repetitivo sonido de los motores al pasar, y las voces amplificadas de los guías turísticos surgiendo estrepitosamente de los altavoces. Autobuses, tan rojos como corazones de caramelo, pasaban a toda velocidad sobre el puente, haciendo que a su paso hojas muertas revoloteasen sobre la acera.

Le echó un vistazo al reloj en su muñeca. Faltaban cinco minutos para el mediodía. Había llegado un poco temprano, pero siempre lo hacía en su cita anual. Le daba la posibilidad de pensar, de pensar y recordar, y no había un lugar para hacerlo mejor que allí, sobre el Puente Blackfriars, el primer lugar en el que habían hablado realmente.

Junto al reloj estaba la pulsera de perlas que siempre llevaba puesta, nunca se la había quitado. Will se la había regalado el día en el que habían cumplido treinta años de matrimonio, sonriendo mientras se la abrochaba. Él ya tenía canas en el pelo por aquél entonces, ella lo sabía, aunque nunca las había visto en realidad. Como si su amor le hubiese concedido a él su propia habilidad de cambiar de forma, y sin importar cuánto tiempo hubiese pasado, cuando ella lo miraba siempre veía a aquél muchacho salvaje de pelo negro del que se había enamorado.

A veces aún le parecía increíble que hubiesen conseguido envejecer juntos, ella y Will Herondale, de quien Gabriel Lightwood había dicho una vez que no viviría para cumplir los veinte. También habían sido buenos amigos de los Lightwood durante todos esos años. Claro que Will difícilmente podía no haber sido amigo del hombre que se había casado con su hermana. Ambos, Cecily y Gabriel, habían visto a Will el día que murió, al igual que Sophie, aunque Gideon había muerto muchos años antes.

Tessa recordaba perfectamente aquel día, el día en el que los Hermanos Silenciosos habían dicho que ya no había nada más que ellos pudieran hacer para mantener con vida a Will. Por aquél entonces, él ya no era capaz de levantarse de la cama. Tessa había cuadrado los hombros y había ido a dar las noticias a su familia y amigos, intentando permanecer tan calmada por ellos como pudiera, a pesar de que se sentía como si le estuvieran arrancando el corazón del cuerpo.

Era junio, el brillante y caluroso verano de 1937, y con las cortinas descorridas la luz del sol llenaba la habitación, la luz del sol y los hijos de Will y suyos, sus nietos, sus sobrinas y sobrinos (los chicos de ojos azules de Cecy, altos y guapos y las dos niñas de Gideon y Sophie), y aquellos que les eran tan próximos como su propia familia:

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Charlotte, con el pelo blanco y erguida, y los hijos e hijas Fairchild con su pelo pelirrojo y rizado, como lo fue una vez el de Henry.

Tessa se había sentado todo el día en la cama junto a Will, que se apoyaba en su hombro. A otros podría haberles parecido extraño contemplarlos, una mujer joven acunando amorosamente y entrelazando las manos con un hombre que aparentaba ser lo suficiente mayor como para ser su abuelo, pero para los suyos era algo familiar; solo eran Will y Tessa. Y precisamente porque eran Will y Tessa, los otros estuvieron entrando y saliendo durante todo el día, como hacían los Cazadores de Sombras en los lechos de muerte, contando historias de la vida de Will y todas las cosas que Tessa y él habían hecho a lo largo de sus muchos años juntos.

Los niños habían hablado con cariño sobre la manera en la que él siempre había amado a su madre, devota e intensamente, sobre cómo nunca había tenido ojos para nadie más, y de cómo el amor que se tenían sus padres era el modelo de amor que aspiraban encontrar en sus propias vidas. Hablaron de su estima por los libros, y de cómo les había enseñado a amarlos, a respetar las páginas impresas y a amar las historias que esas páginas contenían. Hablaron de cómo aún maldecía en galés cuando se le caía algo, aunque era inusual que lo utilizase para nada más, y de que pensaban que su prosa era excelente (había escrito numerosas historias sobre los Cazadores de Sombras cuando se había retirado, y habían gozado de gran prestigio) y de que su poesía siempre había sido terrible, aunque eso nunca le impidió seguir recitándola.

Su hijo mayor, James, había hablado, riéndose, sobre el miedo implacable que sentía por los patos y su continua batalla por mantenerlos alejados del estanque de la casa familiar en Yorkshire.

Sus nietos le habían recordado la canción sobre el la viruela demoníaca que él les había enseñado (cuando aún eran demasiado jóvenes, según la opinión de Tessa) y que todos habían memorizado. La cantaron todos juntos, desentonando, y escandalizando a Sophie.

Con lágrimas en las mejillas, Cecily le había recordado el momento de su boda en el que había hecho un hermoso discurso alabando al novio, al final del cuál había proclamado: «Oh, Dios, creía que se estaba casando con Gideon. Lo retiro todo», molestando así no solo a Cecily y a Gabriel, sino también a Sophie; y Will, aunque demasiado cansado para reír, le había sonreído a su hermana y le apretó la mano.

Todos se habían reído sobre su hábito de llevar a Tessa a unas «vacaciones» románticas a lugares de novelas góticas, incluyendo el páramo horroroso en el que alguien había muerto, un castillo destartalado con corrientes de aire que tenía un fantasma, y por supuesto, la plaza de París en la que había decidido que Sydney

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Carton habían guillotinado, y donde Will había horrorizado a los viandantes gritando en francés: «¡Puedo ver la sangre en los adoquines!»

Al final del día, cuando ya había oscurecido, la familia había rodeado la cama de Will, lo habían besado por turnos, y, uno detrás de otro, habían ido dejando la habitación, hasta que Will y Tessa estuvieron a solas. Tessa se había tumbado a su lado y le había pasado un brazo bajo la cabeza, para luego escuchar los latidos de su inquebrantable corazón. Y en la oscuridad se habían susurrado las historias que solo ellos conocían: de la chica que había golpeado en la cabeza con una jarra de agua al chico que había ido a rescatarla, y de cómo él se había enamorado de ella en ese mismo instante. De un salón de baile, un balcón y la luna, como un barco sin amarres, surcando el firmamento. Del aleteo de las alas de un ángel mecánico. De agua bendita y sangre.

Cerca de la medianoche la puerta se había abierto y Jem había entrado. Tessa supuso que debía haber pensado en él como en el Hermano Zachariah por aquél entonces, pero jamás, ni Will ni Tessa, lo habían llamado así. Había llegado como una sombra con su túnica blanca, y Tessa había respirado profundamente al verlo, porque sabía que eso era lo que Will había estado esperando, y que la hora había llegado.

No fue directamente hacia Will, sino que cruzó la habitación dirigiéndose hacia una caja de palo de rosa que se encontraba en la parte superior del armario. Siempre habían cuidado del violín de Jem por él, como Will le había prometido. Lo habían mantenido limpio y en buen estado y las bisagras de la caja no chirriaron cuando Jem la abrió y extrajo el instrumento. Ellos lo observaron mientras untaba con resina el arco con sus familiares dedos delgados, mientras sus pálidas muñecas desaparecían dentro del aún más pálido material del que estaba hecha su apergaminada túnica de Hermano.

Entonces levantó el violín, lo posó sobre su hombro, alzó el arco y tocó. Zhi yin. Jem le había explicado en una ocasión que significaba entender la música y

también una comunión que iba más allá de la mera amistad. Jem tocó y su música habló de los años de la vida de Will como él los había visto; de dos niños en una sala de entrenamiento, el uno enseñándole al otro cómo lanzar los cuchillos, y del ritual de parabatai: el fuego, los votos y las runas ardientes; de dos hombres jóvenes corriendo por las calles de Londres en la oscuridad, deteniéndose para apoyarse contra una pared y reírse juntos. Y del día en la biblioteca, cuando él y Will habían bromeado con Tessa sobre patos, y también sobre el tren a Yorkshire en el que Jem había dicho que los parabatai estaban destinados a quererse tanto como querían a sus propias almas.

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Su música habló de ese amor, y de su amor por Tessa, y del de ella por ellos, y de Will cuando dijo: «En tus ojos siempre he encontrado gracia». Y también tocó sobre las pocas veces que los había visto desde que se unió a la Hermandad: los breves encuentros en el Instituto; la vez en la que a Will le mordió un demonio Shax y estuvo a punto de morir, y Jem había acudido desde la Ciudad Silenciosa y se había sentado con él toda la noche, arriesgándose a que lo descubrieran y lo castigasen. Y tocó sobre el nacimiento de su primer hijo, y sobre la ceremonia de protección que habían realizado para el niño en la Ciudad Silenciosa. Will no había querido que ningún otro Hermano Silencioso la llevase a cabo. Y Jem tocó sobre cómo se había cubierto la cara marcada con las manos y se había girado cuando había descubierto que el nombre del niño era James.

Tocó sobre el amor y la pérdida y los años de silencio, de palabras acalladas y votos mudos, y de todos los espacios entre su corazón y el de ellos; y cuando acabó y hubo guardado el violín de nuevo en su funda, los ojos de Will estaban cerrados, pero los de Tessa estaban llenos de lágrimas. Jem soltó el arco y se aproximó a la cama, mientras se echaba atrás la capucha para que él pudiera ver sus ojos cerrados y su cara marcada. Y se había sentado a su lado en la cama, había tomado la mano de Will, aquella que no estaba sujetando Tessa, y ambos, Will y Tessa, escucharon la voz de Jem en sus mentes.

Tomo tu mano, hermano, para que puedas morir en paz. Will había abierto los ojos azules, que nunca habían perdido su color a pesar de

todos los años transcurridos, había mirado a Jem y luego a Tessa, sonrió, y murió, con la cabeza de Tessa sobre el hombro, y su mano en la de Jem.

Recordar la muerte de Will nunca había dejado de doler; Tessa había huido después de que hubiera sucedido. Sus hijos ya eran adultos y tenían a sus propios hijos; se dijo a sí misma que no la necesitaban y escondió en lo más profundo de su mente el pensamiento que la torturaba: no podría soportar quedarse y verlos envejecer. Una cosa era sobrevivir a la muerte de su marido; sobrevivir a la de sus hijos… no podía sentarse y ver cómo ocurría. Pasaría, debía pasar, pero ella no estaría allí.

Y, además, había algo que Will le había pedido que hiciese. El camino que conducía de Shrewsbury a Welshpool ya no era como había sido

cuando Will lo había recorrido en una loca, imprudente y precipitada carrera para salvarla de Mortmain. Will había dejado instrucciones, detalles, descripciones de pueblos, y de un roble de considerable tamaño. Había recorrido numerosas veces el trayecto con su Morris Minor18 antes de encontrarlo: el árbol, tal y como él lo había 18 Coche de la Morris Motor Company, uno de los principales fabricantes del Reino Unido.

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dibujado en el diario que le había entregado, con su mano ligeramente temblorosa pero con su memoria intacta.

La daga estaba allí, entre las raíces de los árboles, que habían crecido alrededor de la empuñadura. Tuvo que cortar algunas y remover tierra y rocas con una pala antes de poder extraerla. La daga de Jem, ahora oscurecida a causa de las inclemencias del tiempo y el transcurso de los años.

Se la había llevado a Jem ese año, en el puente. Era el año 1937 y el Blitz19 aún no había reducido a cimientos los edificios que rodeaban San Pablo, aún no habían dejado caer sus bombas desde el cielo para quemar los muros de la ciudad que Tessa amaba. Aun así, una sombra se extendía sobre el mundo, la sensación de que algo malo se aproximaba.

―Se matan los unos a los otros, una y otra vez, y no podemos evitarlo ―había dicho Tessa, con manos en la piedra erosionada del parapeto del puente. Estaba pensando en la Primera Guerra Mundial, en la enorme pérdida de vidas. No era una guerra de los Cazadores de Sombras, pero los demonios nacían de la sangre y la guerra, y era responsabilidad de los Nefilim evitar que estos causaran una destrucción aún mayor.

No podemos protegerlos de sí mismos, había replicado Jem. Él llevaba alzada la capucha, pero el viento la echó hacia atrás, mostrándole parcialmente su mejilla marcada.

―Algo va a suceder. Un horror que ni Mortmain podría haber imaginado. Lo siento en mis huesos.

Nadie puede erradicar todo el mal del mundo, Tessa. Y cuando ella extrajo su daga del bolsillo de su abrigo, envuelta en seda, (aunque

aún estaba sucia y manchada con tierra y la sangre de Will) y se la entregó, él inclinó la cabeza y la sostuvo contra su cuerpo, encorvando los hombros hacia delante, como si estuviera protegiendo una herida en su corazón.

―Will quería que la vieras ―dijo―. Sé que no puedes llevártela. Guárdamela. Tal vez pueda algún día. Ella no le preguntó qué quería decir, pero se la guardó. Se la llevó con ella cuando

abandonó Inglaterra, y los acantilados blancos de Dover se alejaban como nubes en la distancia mientras cruzaba el Canal.

En París se encontró con Magnus, que estaba viviendo en una buhardilla y se dedicaba a la pintura, ocupación para la que no tenía la menor aptitud. La dejó dormir

19 El Blitz ('relámpago' en alemán) fue el bombardeo sostenido del Reino Unido por la Alemania nazi entre el 7 de septiembre de 1940 y el 16 de mayo de 1941.1

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sobre un colchón cerca de la ventana, y por la noche, cuando ella se despertó gritando el nombre de Will, acudió y la rodeó con sus brazos, oliendo a trementina.

―La primera siempre es la más dura ―dijo. ―¿La primera? ―La primera vez que muere alguien a quien amas ―le explicó―. Luego se vuelve

más fácil. Cuando la guerra llegó a París, se fueron juntos a Nueva York, y Magnus le mostró

de nuevo la ciudad en la que ella había nacido: una metrópoli concurrida, brillante y llena de vida que apenas reconoció, en la que los automóviles llenaban las calles como si fueran hormigas, y los trenes pasaban zumbando sobre plataformas elevadas. No había visto a Jem aquel año, porque la Luftwaffe20 estaba bombardeando Londres con fuego y él había considerado que era demasiado peligroso que se encontraran, pero en los años siguientes…

―¿Tessa? Su corazón se detuvo. Sintió una oleada de mareo que la dejó tambaleante, y por un momento se preguntó

si se había vuelto loca, si después de tantos años el pasado y el presente se habían mezclado de tal modo en su cabeza, que ya no era capaz de distinguirlos. Porque la voz que había escuchado, no era la voz que oía en su mente, suave y silenciosa del Hermano Zachariah, la voz que había resonado en su cabeza una vez al año durante los últimos ciento treinta años.

Esta era una voz que despertaba recuerdos desgastados tras tantos años de rememorarlos, como papel que hubiese sido desdoblado y vuelto a doblar demasiadas veces. Una voz que le traía, como una ola, el recuerdo de otro tiempo sobre este mismo puente, de una noche tanto tiempo atrás, en la que todo había sido negro y plata y el río corría bajo sus pies…

El corazón le latía con tanta fuerza, que temió que pudiera salírsele del pecho. Se giró con lentitud, apartándose de la balaustrada… Y clavó sus ojos en él.

Permanecía de pie sobre la acera, frente a ella, sonriendo tímidamente, con las manos en los bolsillos de unos pantalones vaqueros muy modernos. Llevaba un jersey azul de algodón, con las mangas arremangadas hasta los codos. Unas tenues cicatrices blancas decoraban sus antebrazos como un tejido de encaje. Podía ver la forma de la runa de quietud, que había sido tan negra e intensa en contraste con su piel, ahora desvaída, convertida en una tenue impresión plateada.

20 La Luftwaffe (literalmente «Arma Aérea» en alemán) era la fuerza aérea de Alemania en la época nazi.

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―¿Jem? ―susurró, entendiendo por qué no le había visto cuando lo había buscado entre la multitud. Buscaba al Hermano Zachariah, cubierto con su apergaminada túnica blanca, moviéndose, invisible, entre la masa de londinenses. Pero este no era el Hermano Zachariah.

Era Jem. No podía apartar la mirada de él. Siempre había pensado que Jem era hermoso; no

le parecía menos hermoso ahora. Una vez tuvo el pelo de un blanco plateado, y ojos como el color de un cielo gris. Este Jem tenía el pelo tan negro como un ala de cuervo, se ondulaba levemente por la humedad, y sus ojos eran marrones con destellos dorados en el iris. Una vez su piel fue pálida; ahora tenía un tono arrebolado.

Allí, donde no había habido ninguna marca antes de convertirse en un Hermano Silencioso, ahora existían dos cicatrices oscuras, las primeras runas de la Hermandad, que se destacaban con claridad en la curva de sus pómulos.

Y allí, donde el cuello de su jersey descendía levemente, pudo ver la forma delicada de la runa parabatai que una vez lo ató a Will. Que tal vez aún los ataba, si se creía que las almas podían permanecer ligadas aún después de que la muerte las separase.

―Jem ―susurró de nuevo. A primera vista parecía tener tal vez diecinueve o veinte años, un poco mayor de lo que lo había sido antes de convertirse en un Hermano Silencioso. Cuando lo miró más detenidamente, vio a un hombre con muchos años de sufrimiento y sabiduría en el fondo de los ojos; incluso la manera que tenía de moverse hablaba de responsabilidad y silencioso sacrificio―. ¿Estás…? ―su voz se elevó con una esperanza salvaje―. ¿Es permanente? ¿Ya no perteneces a los Hermanos Silenciosos?

―No ―contestó. El ritmo de su respiración se aceleró; la miraba como si no tuviera la menor idea de cómo iba a reaccionar a su cambio repentino―. Ya no.

―La cura… ¿la encontraste? ―No la encontré yo ―dijo con lentitud―. Pero… se halló. ―Vi a Magnus hace solo unos meses, en Alicante. Hablamos de ti. En ningún

momento mencionó… ―Él no lo sabía ―dijo Jem―. Ha sido un año muy duro, y muy oscuro, para los

Cazadores de Sombras. Pero además de la sangre y el fuego, la pérdida y la tristeza, ha habido grandes cambios. ―Se sujetaba los brazos con humildad y con cierto asombro en la voz, cuando dijo―: Yo mismo he cambiado.

―¿Cómo…? ―Te contaré la historia, otra historia de Lightwoods y Herondales y Fairchilds.

Pero tardaré más de una hora en explicártela, y debes tener frío. ―Se echó hacia

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delante, como si tuviera la intención de tocar su hombro, entonces pareció recordarse algo, y dejó caer la mano.

―Yo… ―las palabras la habían abandonado. Aún sentía la conmoción de verlo así, de esta manera. Sí, lo había visto cada año, aquí, en este mismo lugar, sobre este puente. No obstante, hasta este momento no había sido consciente de cuán transmutado estaba el Jem al que había estado viendo. Pero esto… esto era como caer en su pasado, como si el último siglo hubiese sido borrado; se sentía mareada, eufórica y aterrorizada―. Pero… ¿y después de hoy? ¿A dónde irás? ¿A Idris?

Durante un momento pareció sinceramente desconcertado… y tan joven, a pesar de la edad que ella sabía que tenía.

―No lo sé ―dijo―. Nunca antes había tenido una vida que planear. ―Entonces… ¿a otro Instituto? ―No te vayas, quería decir Tessa. Quédate. Por favor. ―No creo que vaya a Idris, ni a ningún otro Instituto ―dijo, tras una pausa tan

prolongada que ella sintió que las rodillas le iban a fallar si no hablaba―. No sé cómo vivir como un Cazador de Sombras en un mundo sin Will. Ni siquiera creo que quiera. Aún soy un parabatai, pero mi otra mitad se ha ido. Si fuera a cualquier Instituto y les pidiese que me acogieran, nunca podría olvidarme de eso. Nunca me sentiría completo.

―¿Entonces qué…? ―Eso depende de ti. ―¿De mí? ―Una especie de terror se apoderó de ella. Sabía lo que quería que él

dijese, pero parecía imposible. En todo el tiempo que lo había visto, desde que se había convertido en Hermano Silencioso, le había parecido distante; no poco amable o insensible, sino como si existiera alguna capa de vidrio entre el mundo y él. Recordaba al chico al que había conocido, que entregaba su amor con tanta facilidad como respiraba, pero aquél no era el hombre con el que se había estado encontrando una sola vez al año durante más de un siglo. Sabía cuánto la había cambiado el tiempo transcurrido entre entonces y ahora. ¿Cuánto más lo habría cambiado a él? Tessa no sabía qué deseaba Jem de su nueva vida, o de ella, en ese momento. Quería decirle cualquier cosa que quisiera escuchar, quería acercarse y abrazarlo, tomar sus manos y reconfortarse con su presencia… pero no se atrevía, no sin saber qué quería de ella. Habían pasado tantísimos años, ¿cómo podría asumir que él sentía lo mismo que una vez sintió?

―Yo… ―Él se contempló las esbeltas manos, que se aferraban al hormigón del puente―. Durante ciento treinta años mi vida ha estado programada. A menudo pensé en lo que haría si fuera libre, si en algún momento se hallaba una cura. Pensé

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que saldría volando, como un pájaro al que se ha liberado de una jaula. No imaginaba que me encontraría un mundo tan cambiado, tan desesperado. Subsumido en fuego y sangre. Deseaba sobrevivir, pero solo por un motivo. Deseaba…

―¿Qué deseabas? No respondió. En lugar de eso, estiró la mano para tocar suavemente con los dedos

su pulsera de perlas. ―Es la pulsera de su treinta aniversario ―comentó―. Aún la llevas. Tessa tragó. Sintió un hormigueo en la piel, su pulso se aceleró. Se dio cuenta de

que hacía tantísimos años que no había sentido esta clase de excitación nerviosa, que prácticamente la había olvidado.

―Sí. ―Después de Will, ¿has amado a alguien más? ―¿No sabes ya la respuesta a eso? ―No me refiero al amor que sientes por tus hijos, o la forma en la que quieres a tus

amigos. Tessa, sabes qué te estoy preguntando. ―No, no lo sé ―contradijo ella―. Creo que necesito que me lo digas. ―En una ocasión estuvimos a punto de casarnos ―dijo―. Y te he amado durante

todo este tiempo… un siglo y medio. Y sé que amabas a Will. Los vi juntos a lo largo de los años, y sé que ese amor era tan grande que debe haber hecho que el resto de los amores, incluso aquél que nos tuvimos cuando éramos tan jóvenes, palidecieran en contraste. Tuviste toda una vida de amor con él, Tessa; muchísimos años, niños, recuerdos que no puedo esperar que…―Su voz se quebró repentinamente―. No ―dijo, y le soltó la muñeca―. No puedo hacerlo. He sido un idiota por pensar… perdóname, Tessa ―dijo, se alejó de ella y se mezcló entre el gentío que atravesaba el puente.

Tessa se quedó allí de pie durante un momento, en estado de shock; solo fue un momento, pero el tiempo necesario como para que él desapareciera entre la multitud. Apoyó una mano para mantenerse en pie. La piedra del puente estaba fría bajo sus dedos; fría, como lo había estado aquella noche en la que habían venido por primera vez a este lugar, donde habían hablado por primera vez. Él había sido la primera persona a la que le había hablado de su miedo más profundo: que su poder la convertía en otra cosa, algo que no era humano.

«Eres humana ―le había dicho―. De todas las formas que importan». Lo recordó, recordó al muchacho encantador y moribundo que se había tomado la

molestia de consolar a una chica asustada a la que no conocía, sin pronunciar ni una

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sola palabra sobre su propio miedo. Por supuesto que había dejado huellas sobre su corazón, ¿cómo podía ser de otra manera?

Recordó cuando le había ofrecido el collar de jade de su madre, mientras lo sostenía con manos temblorosas; recordó besos en un carruaje; recordó entrar en su habitación, iluminada por la luz de la luna, y al muchacho plateado que estaba de pie frente a la ventana, extrayendo una música más hermosa que el deseo, del violín que sostenía entre sus manos.

«Will ―había dicho. ¿Eres tú, Will?» Will. Durante un instante su corazón dudó. Recordó la muerte de Will, y la agonía

que le produjo a Tessa, las largas noches de soledad, girarse hacia el otro extremo de la cama cada mañana, durante años, esperando encontrarlo allí, y acostumbrarse lentamente al hecho de que ese lado de la cama siempre permanecería vacío. Los momentos en los que algo le había parecido gracioso y se había girado para compartirlo con él, y se sorprendía nuevamente de que él ya no estuviera allí. Los peores momentos, cuando, desayunando a solas, se había dado cuenta de que había olvidado el exacto tono de azul de sus ojos o la profundidad de su risa, y que, como el sonido del violín de Jem, se habían diluido en la distancia, donde los recuerdos son silenciosos.

Jem ahora era mortal. Envejecería como Will, y como Will, moriría, y ella no sabía si podría soportarlo de nuevo.

Y aun así. «La mayoría de las personas puede considerarse afortunada si encuentra un gran

amor en la vida, y usted ha tenido la suerte de haber encontrado dos». De repente, sus pies empezaron a moverse casi como si tuvieran voluntad propia y

se lanzó entre la multitud. Empujaba a extraños a su paso, y se disculpaba entre jadeos cuando se tropezaba con los pies de los transeúntes o los golpeaba con los codos. No le importaba. Atravesó el puente corriendo a toda velocidad, y derrapó para detenerse al alcanzar su final, donde una serie de estrechos escalones de piedra conducían hasta las aguas del Támesis.

Los bajó de dos en dos y casi resbaló con la piedra húmeda. Al pie de la escalera había un pequeño muelle de cemento, rodeado por una barandilla metálica. El río estaba crecido y al golpear contra el muelle, las salpicaduras del agua se colaban entre los huecos en el metal, llenando el pequeño espacio con olor a cieno y a agua del río. Jem se encontraba de pie junto a la barandilla, mirando el agua. Tenía las manos metidas firmemente en los bolsillos y los hombros encorvados, como si estuviera enfrentándose a un viento fuerte. Miraba hacia delante casi a ciegas, y con tanta

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intensidad y concentración que no pareció escuchar que ella se aproximaba a su espalda.

Lo sujetó de la manga e hizo que se diera la vuelta para quedar cara a cara. ―¿Qué? ―preguntó sin aliento―. ¿Qué era lo que estabas intentando preguntarme,

Jem? Jem abrió mucho los ojos; tenía las mejillas sonrosadas, si por correr o por el aire

frío, no estaba segura. La miraba como si fuera una planta extraña que hubiese brotado repentinamente del suelo, y lo hubiera estupefacto.

―Tessa… ¿me seguiste? ―Por supuesto que te seguí. ¡Saliste corriendo a mitad de frase! ―No era una buena frase. ―Él bajó la vista hacia el suelo, y luego la miró, una

sonrisa, tan familiar como en sus propios recuerdos, tiró de las comisuras de sus labios. Y entonces volvió a ella, un recuerdo perdido pero no olvidado: la sonrisa de Jem siempre había sido como un rayo de sol―. Nunca se me dieron bien las palabras ―dijo―. Si tuviera mi violín, podría tocar para ti lo que quería decir.

―Inténtalo. ―Yo no… no creo que pueda. Tenía preparados seis o siete discursos y creo que los

he usado todos. Tenía las manos metidas profundamente en sus bolsillos. Tessa extendió la mano y

lo sujetó suavemente de las muñecas. ―Bueno, a mí sí se me dan bien las palabras ―dijo―. Así que deja que haga yo las

preguntas. El sacó las manos de los bolsillos y dejó que ella rodease sus muñecas con los dedos.

Permanecieron de pie, Jem la miraba con el pelo oscuro sobre la cara, que le había volado a causa del viento del río. Aún quedaba una mecha plateada en él, deslumbrante en contraste con el negro.

―Me preguntaste si he amado a alguien más aparte de Will ―dijo Tessa―. La respuesta es sí. Te he amado a ti. Siempre lo he hecho, siempre lo haré.

Escuchó como tomaba aire bruscamente, y vio su pulso palpitando en la garganta, visible bajo la pálida piel aún surcada con las difusas líneas blancas de las runas de la Hermandad.

―Dicen que no se puede amar a dos personas por igual al mismo tiempo ―dijo―. Y tal vez para otros sea así. Pero Will y tú… no son dos personas corrientes, dos personas que podrían haber sentido celos el uno del otro, o que hubiesen pensado que mi amor por el uno mermaba de algún modo mi amor por el otro. Unieron sus almas cuando ambos eran unos niños. No podría haber amado tanto a Will si no te hubiera

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amado a ti también, y no podría amarte como lo hago si no hubiera amado a Will como lo hacía.

Los dedos de Tessa rodearon las muñecas de Jem con suavidad, justo bajo los puños de su jersey. Tocarlo de esa manera… era tan extraño, y aun así, hacía que quisiera tocarlo todavía más. Casi había olvidado cuánto echaba de menos tocar a alguien a quien quería.

A pesar de eso, se obligó a soltarlo, y se llevó la mano al cuello de la blusa. Con cuidado, tomó la cadena que le rodeaba el cuello y la extrajo, para mostrarle el colgante de jade que le había dado tanto tiempo atrás. La inscripción en su parte trasera resplandecía como si fuera nueva:

«Cuando dos personas son uno en lo más profundo de sus corazones, rompen incluso la dureza del hierro o del bronce».

―¿Recuerdas que me pediste que me lo quedara? ―le preguntó―. Nunca me lo quité.

Él cerró los ojos. Sus pestañas le tocaron las mejillas, largas y hermosas. ―Todos estos años ―dijo. Su voz era un suave susurro, y aunque no era la voz del

chico al que había amado una vez, seguía siendo una voz que amaba―. ¿Lo usaste todos estos años lo? Nunca lo supe.

―Me pareció que solo habría supuesto una carga para ti, cuando eras un Hermano Silencioso. Temí que pudieras pensar que llevarlo significaba que esperaba algo, unas expectativas que tú no podías satisfacer.

Permaneció en silencio durante mucho tiempo. Tessa podía oír el sonido del río, y del tráfico en la distancia; le daba la impresión de que podía incluso escuchar las nubes moviéndose en el cielo. Hasta el último nervio de su cuerpo gritaba porque él hablase, pero esperó: esperó mientras las expresiones se sucedían sin pausa sobre su rostro, y finalmente, habló:

―Ser un Hermano Silencioso ―comenzó―, es verlo todo y nada a la vez. Podía ver el gran mapa de la vida extendido frente a mí, podía ver las corrientes del mundo. Y la vida humana empezó a parecer algún tipo de obra apasionada, que se interpretaba en la distancia. Cuando me quitaron las runas, cuando removieron el manto de la Hermandad, fue como si despertara de un largo sueño, o como si un escudo de vidrio a mi alrededor se hubiera hecho pedazos. Lo sentí todo, y todo a la vez, precipitándose sobre mí. Toda la humanidad que los hechizos de la Hermandad me habían quitado. Que tanta humanidad volviese a mí… Eso es gracias a ti. Si no te hubiera tenido, Tessa, si no hubiese tenido estos encuentros anuales como mi ancla y mi guía, no sé si podría haber vuelto.

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Ahora había una luz en sus ojos oscuros, y el corazón de Tessa se llenó de esperanza. Solo había amado a dos hombres en toda su vida, y nunca creyó que volvería a ver el rostro de alguno de los dos.

―Pero lo has hecho ―susurró―. Y es un milagro. Y recuerdas lo que te dije en una ocasión sobre los milagros.

Él sonrió de nuevo. ―«No debemos cuestionar los milagros, ni quejarnos de que no sean exactamente

como se quería». Supongo que así es. Desearía haber vuelto antes a tu lado, desearía ser el mismo muchacho que era cuando me amaste, hace tiempo. Temo que estos años me hayan convertido en otra persona.

Tessa estudió su rostro. A lo lejos podía escuchar el sonido del tráfico, pero aquí, junto a la orilla del río, casi podía imaginarse que era aquella chica de nuevo, y que el aire estaba cargado de niebla y humo, y el traqueteo del ferrocarril en la distancia…

―Los años también me han cambiado ―dijo―. He sido madre y abuela, he visto morir a aquellos que amaba, y nacer a otros. Has mencionado las corrientes del mundo; yo también las he visto. Si fuera la misma chica a la que conociste, no habría sido capaz de hablarte con el corazón, con tanta franqueza como acabo de hacerlo. No sería capaz de pedirte lo que voy a pedirte ahora.

Él alzó su mano, y la posó sobre su mejilla. Podía ver la esperanza en su expresión, creciendo lentamente.

―¿Y qué es? ―Ven conmigo ―le pidió―. Quédate conmigo. Permanece a mi lado, veámoslo

todo, juntos. He viajado por todo el mundo y he visto mucho, pero aún queda tanto por ver, y no quisiera verlo con nadie que no fueras tú. Iría a cualquier parte, a todas partes contigo, Jem Carstairs.

Su dedo pulgar recorrió la curva de su pómulo. Ella se estremeció. Hacía tanto tiempo que nadie la miraba así, como si fuera la cosa más maravillosa del universo, y sabía que ella estaba mirándolo de la misma manera.

―Esto parece un sueño ―dijo con la voz ronca―. Te he amado durante tanto tiempo. ¿Cómo puede ser de verdad?

―Es una de las grandes verdades de mi vida ―dijo Tessa―. ¿Vendrás conmigo? Porque estoy impaciente por compartir el mundo contigo, Jem. Hay tanto que ver.

No estaba segura de quién salió al encuentro de quién primero, solo que un instante después ella estaba entre sus brazos y él le susurraba: «Sí, por supuesto que sí» contra el pelo. Él buscó tímidamente su boca, podía sentir su ligera tensión, el peso de los muchos años entre su último beso y este. Ella alzó la mano, le rodeó la nuca y lo atrajo

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hacia abajo, susurrando Bie zhao ji. «No te preocupes, no te preocupes». Tessa le besó las mejillas, la comisura de los labios y finalmente la boca, la presión de sus labios en los suyos era intensa y gloriosa, y Oh, el latido de su corazón, el sabor de su boca, el ritmo de su respiración. Sus sentidos se confundieron con sus recuerdos: cuán delgado había sido entonces, la sensación de sus omoplatos, tan afilados como cuchillos bajo la fina tela de las camisas que solía vestir. Ahora sentía su fuerza, músculo sólido cuando lo abrazaba, el zumbido vibrante de vida que recorría su cuerpo cuando lo presionaba contra el suyo, el suave algodón de su jersey que sujetaba entre sus dedos.

Tessa era consciente de que por encima de su pequeño dique la gente aún seguía caminando sobre el puente Blackfriars, de que los coches aún circulaban, y de que los viandantes probablemente los miraban fijamente, pero no le importaba; después de tantos años aprendías qué tenía importancia y qué no. Y esto era importante: Jem, la velocidad y el arrítmico latido de su corazón, la elegancia de sus gentiles manos que se deslizaban para acunar su rostro, sus labios suaves contra los de ella, mientras trazaban el contorno de su boca con la suya. La sólida y definitiva calidez que confirmaba que existía, que era real. Por primera vez en muchos y largos años, sintió que su corazón se abría, y conoció el amor como algo más que un recuerdo.

No, lo último que le importaba era que alguien pudiese estar mirando al chico y la chica que se besaban junto al río, mientras Londres, sus distritos, torres, iglesias, puentes y calles, los rodeaban como el recuerdo de un sueño. Y si el Támesis que corría a su lado, infalible y plateado a la luz de la tarde, recordaba una noche mucho tiempo atrás, cuando la luna brillaba tan intensamente como un chelín, o si las piedras de Blackfriars reconocieron las huellas de sus pies y pensaron: «Al fin, la rueda ha completado su círculo», guardaron silencio.

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Traducido por Pamee

Como en Ángel Mecánico y Príncipe Mecánico, las ciudades de Londres y Gales de

Princesa Mecánica son, tanto como me fue posible, una mezcla de lo real y lo irreal, lo famoso y lo olvidado. La casa familia de los Lightwood está basada en la Casa Chiswick, la que aún se puede visitar.

En cuanto al No. 16 de Cheyne Walk, donde vive Woolsey Scott, en ese tiempo era rentada tanto por Algernon Charles Swinburne, Dante Gabriel Rossetti y George Meredith; eran miembros del movimiento estético, igual que Woolsey, aunque ninguno de ellos era (se demostró) hombres lobo.

Los Salones Argent están basados en los escandalosos Salones Argyle, o Argyll. En cuanto a la loca cabalgata de Will por el campo de Londres y Gales, le debo las

gracias a Clary Booker, quien me ayudó a trazar un mapa de la ruta, a encontrar posadas en las que Will se hubiera hospedado y a especular sobre el clima. Intenté, tanto como me fue posible, apegarme a los caminos y posadas que sí existieron (el camino de Shrewsbury a Welshpool, ahora es la A458). Yo misma fui a Cadair Idris y la escalé; visité Dolgellau y Tal-y-Llyn, y vi Llyn Cau, aunque nunca entré para ver dónde me llevaría.

El Puente Blackfriars existe y existía, por supuesto, y la descripción en el epílogo es tan cercana a mi experiencia del puente como me fue posible. Los Dispositivos Infernales comenzaron con una fantasía de Tessa y Jem en el Puente Blackfriars, y creo que es adecuado que también termine ahí.

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AGRADECIMIENTOS

Traductora a cargo Pamee

Traductores

Clyo Pamee Valen JV CairAndross Verittooo Flor_18 Milyepes Azherik K_ri ^^ AOMontero Niyara Carmen_lima anusca06 pamii1992 Coral Black Mussol

Revisión general y diseño

Pamee

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