Castaneda, Carlos - Las Enseñanzas de Don Juan

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LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (Una forma Yaqui de conocimiento) Carlos Castaneda

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El primero de los libros de Carlos Castaneda narra la primera etapa del aprendizaje que lo convertir en "hombre de conocimiento" bajo la guía de un brujo yaqui. Por diversos medios, don Juan sumerge a su discípulo en una realidad no ordinaria, inexplicable Para nuestros esquemas de pensamiento pero no para la sabiduría antigua que trasmite el maestro.

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  • LAS ENSEANZAS DE DON JUAN

    (Una forma Yaqui de conocimiento)

    Carlos Castaneda

  • INTRODUCCIN

    DURANTE el verano de 1960, siendo estudiante de antropologa en la Universidad de California, los ngeles, hice varios viajes al suroeste para recabar informacin sobre las plantas medicinales usadas por los indios de la zona. Los hechos que aqu describo empezaron durante uno de mis viajes. Esperaba yo un autobs Greyhound en un pueblo fronterizo, platicando con un amigo que haba sido mi gua y ayudante en la investigacin. De pronto se inclin hacia m y dijo que el hombre sentado junto a la ventana, un indio viejo de cabello blanco, saba mucho de plantas, del peyote sobre todo. Peda mi amigo presentarme a ese hombre.

    Mi amigo lo salud, luego se acerc a darle la mano. Despus de que ambos hablaron un rato, mi amigo me hizo sea de unrmeles, pero inmediatamente me dej solo con el viejo, sin molestarse siquiera en presentarnos. El no se sinti incomodado en lo ms mnimo. Le dije mi nombre y l respondi que se llamaba Juan y que estaba a mis rdenes. Me hablaba de "usted". Nos dimos la mano por iniciativa ma y luego permanecimos un tiempo callados. No era un silencio tenso, sino una quietud natural y relajada por ambas partes. Aunque las arrugas de su rostro moreno y de su cuello revelaban su edad, me fij en que su cuerpo era gil y musculoso.

    Le dije que me interesaba obtener informes sobre plantas medicinales. Aunque de hecho mi ignorancia con respecto al peyote era casi total, me descubr fingiendo saber mucho, e incluso insinuando que tal vez le conviniera platicar conmigo. Mientras yo parloteaba as, l asenta despacio y me miraba, pero sin decir nada. Esquiv sus ojos y terminamos por quedar los dos en silencio absoluto. Finalmente, tras lo que pareci un tiempo muy largo, don Juan se levant y mir por la ventana. Su autobs haba llegado. Dijo adis y sali de la terminal.

    Me molestaba haberle dicho tonteras, y que esos ojos notables hubieran visto mi juego. Al volver, mi amigo trat de consolarme por no haber logrado algo de don Juan. Explic que el viejo era a menudo callado o evasivo; pero el efecto inquietante de ese primer encuentro no se disip con facilidad.

    Me propuse averiguar dnde viva don Juan, y ms tarde lo visit varias veces. En cada visita intent llevarlo a hablar del peyote, pero sin xito. No obstante, nos hicimos muy buenos amigos, y mi investigacin cientfica fue relegada, o al menos reencaminada por cauces que se hallaban mundos aparte de mi intencin original.

    El amigo que me present a don Juan explic ms tarde que el viejo no era originario de Arizona, donde nos conocimos, sino un indio yaqui de Sonora.

    Al principio vi a don Juan simplemente, como un hombre algo peculiar que saba mucho sobre el peyote y que hablaba el espaol notablemente bien. Pero la gente con quien viva lo consideraba dueo de algn "saber secreto", lo crea "brujo". Como se sabe, la palabra denota esencialmente a una persona que, posee poderes extraordinarios, por lo general malignos.

    Despus de todo un ao de conocernos, don Juan fue franco conmigo. Un da me explic que posea ciertos conocimientos recibidos de un maestro, un "benefactor como l lo llamaba, que lo haba dirigido en una especie de aprendizaje. Don Juan, a su vez, me haba escogido como aprendiz, pero me advirti que yo debera comprometerme a fondo, y que el proceso era largo y arduo.

    Al describir a su maestro, don Juan us la palabra "diablero". Ms tarde supe que se es un trmino usado slo por los indios de Sonora. Denota a una persona malvada que practica la magia negra y puede transformarse en animal: en pjaro, perro, coyote o cualquier otra criatura. En una de mis visitas a Sonora tuve una experiencia peculiar que ilustraba el sentir de los indios hacia los diableros. Iba yo conduciendo un auto de noche, en compaa de dos amigos indios, cuando vi a un animal, al parecer un perro, cruzar la carretera. Uno de mis compaeros dijo que

  • no era un perro, sino un coyote enorme. Disminu la velocidad, y me acerqu a la cuneta para verlo bien. Permaneci unos cuantos segundos ms al alcance de los faros y luego corri a adentrarse en el chaparral. Era sin duda un coyote, pero del doble del tamao ordinario. Hablando excitadamente, mis amigos convinieron en que era un animal muy fuera de lo comn, y uno de ellos indic que poda tratarse de un diablero. Decid relatar aquella experiencia para interrogar a los indios de aquella zona sobre sus creencias en cuanto a la existencia de los diableros. Habl con muchas personas, contando la ancdota y haciendo preguntas. Las tres conversaciones siguientes indican sus creencias al respecto.

    -Crees que era un coyote, Choy? -pregunt a un joven despus de que oy la historia.-Quin sabe. Un perro, de seguro. Demasiado grande para coyote.-Crees que pudo ser un diablero?-Esos son puros cuentos. Esas cosas no existen.-Por qu dices eso, Choy?-La gente se imagina cosas. Te apuesto a que si hubieran cogido al animal habran visto que

    era un perro. Una vez tena yo que hacer un trabajo en otro pueblo, y me levant antes del amanecer y ensill un caballo. De ida, me encontr en el camino con una sombra oscura que pareca un animal enorme. Mi caballo se encabrit y me tir de la silla. Yo tambin casi me muero del susto, pero result que la sombra era una mujer que iba caminando al pueblo.

    -O sea, Choy, que no crees que existan los diableros?-Diableros! Qu es un diablero? Dime qu es un diablero!-No s, Choy. Manuel iba conmigo esa noche y dijo que el coyote podra haber sido un

    diablero. T no puedes decirme qu es un diablero?-Dizque un diablero es un brujo que cambia de forma y toma la que quiere. Pero todo el

    mundo sabe que eso es puro cuento. Los viejos de aqu estn llenos de historias sobre diableros. No las vas a hallar entre nosotros los ms jvenes.

    -Qu clase de animal piensa usted que fue, doa Luz? -pregunt a una mujer de edad madura.-Eso slo Dios lo sabe, pero creo que no era un coyote. Hay cosas que parecen coyotes, pero

    no son. Iba corriendo el coyote, o estaba comiendo?-Estuvo inmvil casi todo el tiempo, pero creo que cuando lo vi al principio estaba comiendo

    algo.-Est usted seguro de que no llevaba nada en el hocico?-A lo mejor s. Pero dgame, tendra eso algo que ver?-S, si tendra. Si llevaba algo en el hocico, no era un coyote.-Qu era entonces?-Era un hombre o una mujer.-Cmo se llaman esas personas, doa Luz?No respondi. La interrogu un rato ms, pero sin xito. Finalmente dijo no saber. Le pregunt

    si aquellas personas se llamaban diableros, y respondi que "diablero" era uno de los nombres que se les daban.

    -Conoce usted a algn diablero? -pregunt.-Conoc a una mujer -dijo-. La mataron. Eso pas cuando yo era nia. Dizque la mujer se

    converta en perra. Y cierta noche una perra entr en la casa de un blanco a robar queso. El blanco la mat con una escopeta, y en el mismo instante en que la perra muri en la casa del blanco, la mujer muri en su choza. Sus parientes se juntaron y fueron al blanco a exigirle pago. El blanco les pag buen dinero por haber matado a la mujer.

    -Cmo pudieron exigirle pago si slo mat un perro?

  • -Dijeron que el blanco saba que no era perro, porque haba otros hombres con l y todos vieron que el animal se par en dos patas, como gente, para alcanzar el queso, que estaba en una bandeja colgada del techo. Los hombres estaban esperando al ladrn porque todas las noches le robaban queso al blanco. As que el blanco mat al ladrn sabiendo que no era perro.

    -Hay muchos diableros en estos das, doa Luz?-Esas cosas son muy secretas. Dicen que ya no hay diableros, pero yo lo dudo, porque alguien

    de la familia del diablero tiene que aprender lo que el diablero sabe. Los diableros tienen sus propias leyes, y una de ellas es que un diablero debe ensear sus secretos a algn pariente suyo.

    -Qu cree que era el animal, don Genaro? -pregunt a un hombre muy anciano.-Un perro de algn rancho de por ah. Qu otra cosa?-Podra haber sido un diablero!-Un diablero? Est loco! No hay diableros.-Quiere usted decir que ya no hay, o que nunca hubo?-En un tiempo s hubo. Es cosa sabida de todos, Pero la gente les tena mucho miedo y los

    mat.-Quin los mat, don Genaro?-Toda la gente de la tribu. El ltimo diablero que yo conoc fue S . . . Mat docenas, quiz

    hasta cientos de personas con su brujera. No podamos tolerar eso y la gente se junt y una noche le cayeron por sorpresa y lo quemaron vivo.

    -Cundo fue eso, don Genaro?-En mil novecientos cuarenta y dos.-Lo vio usted?-No, pero la gente todava lo comenta. Dicen que no quedaron cenizas, aunque la estaca era de

    madera verde. Todo lo que qued al final fue un gran charco de grasa.

    Aunque don Juan tildaba de diablero a su benefactor, nunca mencion el sitio donde haba adquirido su saber ni identific a su maestro. De hecho, don Juan revelaba muy poco de su vida personal. Slo deca que naci en el suroeste en 1891; que haba pasado casi toda su vida en Mxico; que en 1900 su familia fue exiliada por el gobierno a la parte central del pas, junto con miles de otros indios sonorenses, y que l vivi en el centro y el sur de Mxico hasta 1940, As, como don Juan haba viajado mucho, su conocimiento poda ser producto de mltiples influencias. Y aunque se consideraba indio de Sonora, yo no poda tener certeza para catalogar totalmente su saber en la cultura de los indios sonorenses. Pero no es mi intencin determinar aqu su medio cultural preciso.

    En junio de 1961 inici mi aprendizaje con don Juan. Anteriormente lo haba visto en diversas ocasiones, pero siempre en calidad de observador antropolgico. Durante esas primeras conversaciones, yo tomaba notas en forma encubierta. Luego, confiando en mi memoria, reconstrua toda la conversacin. Pero cuando empec a participar como aprendiz, tal mtodo de tomar notas se dificult mucho, pues nuestras conversaciones se referan a muchos temas di-ferentes. Entonces don Juan me permiti -aunque tras de vigorosa protesta- anotar abiertamente cuanto se dijera. Tambin me habra gustado tomar fotos y hacer grabaciones, pero no quiso permitrmelo.

    Serv como aprendiz primero en Arizona y despus en Sonora, porque don Juan se mud a Mxico durante el curso de mi preparacin. El procedimiento que segu fue verlo durante unos cuantos das cada determinado tiempo. Mis visitas se hicieron ms frecuentes y ms largas durante los meses de verano de 1961, 1962, 1963 y 1964. En retrospectiva, pienso que este mtodo de conducir el aprendizaje impidi que la enseanza fuera completa, porque retras la venida del compromiso pleno indispensable para convertirme en brujo. Sin embargo, el mtodo

  • fue benfico desde mi punto de vista personal, porque me dio un poco de distancia, y eso foment a su vez un sentido de examen crtico que habra sido imposible de lograr si yo hubiera participado continuamente, sin interrupcin. En septiembre de 1965 interrump voluntariamente el aprendizaje.

    Varios meses despus de mi retirada, medit por primera vez en la idea de ordenar sistemticamente mis notas de campo. Como los datos que haba reunido eran bastante voluminosos e incluan mucha informacin miscelnea, empec por tratar de establecer un sistema de clasificacin. Divid los datos en grupos de conceptos y procedimientos interrelacionados y dispuse tales grupos en orden jerrquico de importancia subjetiva, es decir, de acuerdo con el efecto que cada uno haba tenido sobre m. En esa forma llegu a la siguiente clasificacin: usos de plantas alucingenas; procedimientos y frmulas empleados en la brujera; adquisicin y manipulacin de objetos de poder; usos de plantas medicinales; canciones y leyendas.

    Reflexionando sobre los fenmenos experimentados, advert que mi intento de clasificacin no haba producido sino un inventario de categoras; cualquier intento de refinar mi plan no dara, por tanto, sino un inventario ms complejo. Eso no era lo que yo deseaba. Durante los meses siguientes a mi abandono del aprendizaje, necesit comprender lo que haba experimentado, y lo que haba experimentado era la enseanza de un sistema coherente de creencias por medio de un mtodo pragmtico y experimental. Desde la primera sesin en que particip, se me haba hecho manifiesto que las enseanzas de don Juan posean cohesin interna. Una vez decidido definitivamente a comunicarme su saber, procedi a hacer sus explicaciones por pasos ordenados. Descubrir ese orden y comprenderlo result para m una tarea en extremo difcil.

    Mi incapacidad de lograr una comprensin parece haber nacido del hecho de que, tras cuatro aos como aprendiz, segua siendo un principiante. Resultaba claro que el conocimiento de don Juan y su mtodo de trasmitirlo eran los de su benefactor; as, mis dificultades para comprender sus enseanzas debieron de ser anlogas a las que l mismo experiment. Don Juan aluda a nuestra similitud como principiantes en comentarios incidentales sobre la incapacidad de comprender a su maestro durante su propio aprendizaje. Tales observaciones me llevaron a creer que para cualquier principiante, indio o no, el conocimiento de la brujera se haca incomprensible por las caractersticas extranjeras de los fenmenos que el aprendiz experimentaba. Personalmente, como occidental, dichas caractersticas me resultaron tan ajenas que me fue prcticamente imposible explicarlas segn mi propia vida cotidiana, y me vi forzado a concluir que sera intil cualquier intento de clasificar mis datos de campo en mis propios trminos.

    As se hizo obvio que el saber de don Juan deba ser examinado como l mismo lo comprenda; slo en esos trminos podra manifestarse en forma convincente. Sin embargo, al tratar de reconciliar mis puntos de vista con los de don Juan advert que, cuando trataba de explicarme su saber, usaba siempre conceptos que lo hicieran "inteligible". Como esos conceptos eran ajenos a m, tratar de comprender los conocimientos de don Juan como l los comprenda me colocaba en otra posicin insostenible. Por tanto, mi primera tarea era determinar el orden de conceptualizacin empleado por don Juan. Trabajando en ese sentido, vi que l mismo haba hecho hincapi particular en cierto terreno de sus enseanzas: especficamente, los usos de plantas alucingenas. Sobre la base de este descubrimiento, revis mi propio esquema de categoras.

    Don Juan us, por separado y en distintas ocasiones, tres plantas alucingenas: peyote (Lophophora williamsii), toloache (Datura inoxia syn. D. meteloicles) y un hongo (posiblemente Psilocybe mexicana). Desde antes de su contacto con europeos, los indios

  • americanos conocan las propiedades alucingenas de estas tres plantas. A causa de sus propiedades, han sido muy usadas por placer, para curar, en la brujera, y para alcanzar un estado de xtasis. En el contexto especfico de sus enseanzas, don Juan relacionaba el uso de la Datura inoxia y la Psilocybe mexicana con la adquisicin de poder, un poder que l llamaba un "aliado". Relacionaba el uso de la Lophophora williamsii con la adquisicin de sabidura, o conocimiento de la buena manera de vivir.

    La importancia de las plantas consista, para don Juan, en su capacidad de producir etapas de percepcin peculiar en un ser humano. As, me gui al experimentar una serie de tales etapas con el propsito de exponer y validar su conocimiento. Las he llamado "estados de realidad no ordinaria", en el sentido de realidad inusitada contrapuesta a la realidad ordinaria de la vida cotidiana. La distincin se basa en el significado inherente a los estados de realidad no ordinaria. En el contexto del saber de don Juan se consideraban reales, aunque su realidad se diferenciaba de la realidad ordinaria.

    Don Juan consideraba los estados de realidad no ordinaria como nica forma de aprendizaje pragmtico y nico medio de adquirir el poder. Daba la impresin de que otras partes de sus enseanzas eran incidentales a la adquisicin de poder. Este punto de vista permeaba la actitud de don Juan hacia todo lo que no estaba conectado directamente con los estados de realidad no ordinaria. A travs de mis notas de campo hay referencias dispersas al sentir de don Juan. Por ejemplo, en una conversacin insinu que algunos objetos poseen en s mismos cierta cantidad de poder. Aunque l en lo particular no tena ninguna respeto por los objetos de poder, deca que los brujos menores a menudo se valan de ellos. Le pregunt frecuentemente sobre esos objetos, pero pareci no tener inters en discutirlos. Sin embargo, cuando el tema se trajo a colacin. en otra oportunidad, consinti, con renuencia en hablar de ellos.

    -Hay ciertos objetos empapados de poder -dijo-. Hay cantidades de objetos as cultivados por hombres poderosos con ayuda de espritus amigos. Estos objetos son herramientas; no son herramientas comunes, sino herramientas de muerte. Pero no son ms que objetos; no tienen poder de ensear. Hablando con propiedad, estn en el terreno de los objetos de guerra; estn hechos para la lucha; estn hechos para matar, cuando se los arroja.

    -Qu clase de objetos son, don Juan?-No son en realidad objetos; ms bien son modos de poder.-Cmo puede uno obtener esos modos de poder, don Juan?-Depende de la clase de objeto que quieras.-Cuntas clases de objetos hay?-Ya te dije, docenas. Cualquier cosa puede ser un objeto de poder.-Bueno, entonces, cules son los ms poderosos?-El poder de un objeto depende de su dueo, de la clase de hombre que sea. Un objeto de

    poder cultivado por uno de esos brujos de mala muerte es una idiotez; en cambio, un brujo fuerte y poderoso da su fuerza a sus herramientas.

    -Cules son entonces los objetos de poder ms comunes? Cules prefieren la mayora de los brujos?

    -No hay preferencias. Todos son objetos de poder, todos son lo mismo,-Usted tiene alguno, don Juan?No respondi; slo me mir y se ech a rer. Permaneci callado largo rato, y pens que mis

    preguntas lo molestaban.-Hay limites para esos modos de poder -prosigui-. Pero de esto yo tengo la seguridad que no

    entiendes ni una palabra. A mi me ha llevado casi una vida entender que, por s solo, un aliado puede revelar todos los secretos de esos poderes menores y volverlos cosa de nios. Yo tuve herramientas as en un tiempo, cuando era muy joven.

  • -Qu objetos de poder tena usted?-Maz pinto, cristales y plumas.-Qu es el maz pinto, don Juan?-Un grano de maz que tiene una raya de color rojo en la mitad.-Es un solo grano?-No. Un brujo tiene cuarenta y ocho.-Qu hacen esos granos de maz, don, Juan?-Cada uno puede matar a un hombre entrando en su cuerpo.-Y cmo entra en el cuerpo?-Es un objeto de poder y su poder consiste, entre otras cosas, en entrar en el cuerpo.-Y qu hace cuando entra?-Se hunde; se acomoda en el pecho o en los intestinos. El hombre se enferma y, a menos que

    el brujo que lo atienda sea ms fuerte que el que le hizo la brujera, muere tres meses despus del momento en que el grano de maz le entr en el cuerpo.

    -Hay alguna manera de curarlo?-El nico modo es sacndole el maicito, pero muy pocos brujos se atreven a hacerlo. Puede

    que un brujo logre chuparlo, pero si no es lo bastante fuerte para rechazarlo, el maz se le mete en el propio cuerpo y lo mata en lugar del otro.

    -Pero cmo logra un grano de maz entrar en el cuerpo de alguien?-Para explicar eso debo hablarte de la brujera del maz pinto, que es una de las brujeras ms

    poderosas que conozco. La brujera se hace con dos maicitos. A uno se lo esconde en el botn fresco de una flor amarilla. Luego, a la flor se la deja en algn lugar donde pueda quedar en contacto con la vctima: en el camino por donde l pase a diario, o en cualquier parte donde acostumbre llegar. Apenas la vctima pisa la flor, o la toca de cualquier manera, la brujera est hecha. El maicito pinto se hunde en su cuerpo.

    -Qu pasa con el grano de maz despus de que el hombre lo toca?-Todo su poder entra en el hombre, y el grano queda libre. Se convierte en un maz cualquiera.

    Puede dejarse en el sitio de la brujera, o puede barrerse; no importa. Es mejor barrerlo y echarlo al matorral para que algn pjaro se lo coma.

    -Puede comrselo un pjaro antes de que el hombre lo toque?-No. Ningn pjaro es tan estpido, te lo aseguro. Los pjaros no se le acercan.Don Juan describi entonces un procedimiento muy complejo por medio del cual pueden

    obtenerse tales maces de poder,-Debes tener en cuenta que el maz pinto es un simple instrumento, no un aliado -dijo-.

    Cuando hayas hecho esa distincin no tendrs problema. Pero si consideras que esas herramientas son supremas, sers un tonto.

    -Son los objetos de poder tan poderosos como un aliado? -pregunt.Don Juan ri desdeoso antes de contestar. Pareca estar esforzndose por tenerme paciencia.-El maz pinto, los cristales y las plumas son simples juguetes en comparacin con un aliado

    -dijo-. Un hombre necesita objetos de poder slo cuando no tiene un aliado. Buscarlos es perder el tiempo, sobre todo para ti. T deberas tratar de ganarte un aliado; cuando lo logres comprenders lo que te estoy diciendo ahora. Los objetos de poder son como juego de nios.

    -No me entienda mal, don Juan -protest-. Por supuesto que quiero tener un aliado, pero tambin quiero saber todo lo que pueda acerca de los objetos de poder. Usted mismo ha dicho que saber es poder,

    -No! -dijo categrico-. El poder depende de la clase de saber que se tenga. De qu sirve saber cosas que no valen la pena?

    En el sistema de creencias de don Juan, la adquisicin de un aliado significaba exclusivamente la explotacin de los estados de realidad no ordinaria que produjo en m usando plantas

  • alucingenas. Crea que enfocando dichos estados y omitiendo otros aspectos del saber que l imparta, yo llegara a una visin coherente de los fenmenos experimentados.

    Por tanto, he dividido este libro en dos partes. En la primera, presento selecciones de mis notas de campo, relativas a los estados de realidad no ordinaria que atraves durante el aprendizaje. Como he ordenado mis notas de acuerdo con la continuidad del relato, no siempre tienen una secuencia cronolgica exacta. Nunca describ por escrito un estado de realidad no ordinaria hasta varios das despus de haberlo experimentado, cuando ya poda tratarlo con calma y objetividad. En cambio, mis conversaciones con don Juan fueron anotadas conforme ocurran, inmediatamente despus de cada estado de realidad no ordinaria. Por ello, mis informes de estas conversaciones tienen a veces fecha anterior a la descripcin completa de una experiencia.

    Mis notas de campo revelan la versin subjetiva de lo que yo perciba al atravesar la experiencia. Esa versin se presenta aqu tal como la narraba a don Juan, quien exiga una reminiscencia completa y fiel de cada detalle y un recuento en pleno de cada experiencia. Al anotar dichas experiencias, aad detalles incidentales, en un intento por recuperar el mbito total de cada estado de realidad no ordinaria. Quera describir en la forma ms completa posible el efecto emotivo que haba experimentado.

    Mis notas de campo manifiestan asimismo el contenido del sistema de creencias de don Juan. He condensado largas pginas de preguntas y respuestas entre don Juan y yo, con el fin de no reproducir la repetitividad propia de toda conversacin. Pero como tambin quiero reflejar con exactitud el tono general de nuestras conversaciones, he quitado nicamente el dilogo que no aport nada a mi comprensin de los conocimientos que don Juan me imparta. La informacin que l me daba era siempre espordica, y por cada arranque de parte suya haba horas de sondeo por la ma. Sin embargo, en muchas ocasiones expuso libremente sus conocimientos.

    En la segunda parte de este libro, presento un anlisis estructural sacado exclusivamente de los datos ofrecidos en la primera parte. A travs de mi anlisis intento cimentar los siguientes argumentos: 1) don Juan presentaba sus enseanzas como un sistema de pensamiento lgico; 2) el sistema slo tena sentido examinado a la luz de sus propias unidades estructurales, y 3) el sistema estaba planeado para guiar al aprendiz a un nivel de conceptualizacin que explicaba el orden de los fenmenos que haba experimentado el mismo aprendiz.

  • PRIMERA PARTELAS ENSEANZAS

    I

    LAS NOTAS sobre mi primera sesin con don Juan estn fechadas el 23 de junio de 1961, En esa ocasin principiaron las enseanzas. Yo haba visto a don Juan varias veces antes, nicamente en calidad de observador. En cada oportunidad le haba pedido instruirme sobre el peyote. Siempre hacia caso omiso de mi peticin, pero jams rechazaba de plano el tema y yo interpretaba sus titubeos como una posibilidad de que, rogndole ms, podra inclinarse a hablar de sus conocimientos.

    En esta sesin inicial me dio a entender claramente que podra tener en cuenta mi peticin siempre y cuando yo poseyera claridad de mente y propsito -con respecto a lo que le haba preguntado. Me era imposible cumplir tal condicin, pues yo slo le haba pedido enseanza sobre el peyote como medio de establecer con l un lazo de comunicacin. Pens que su familiaridad con el tema poda predisponerlo a estar ms abierto y ms dispuesto a hablar, permitindome as el ingreso en su conocimiento de las propiedades de las plantas. Sin embargo, l haba tomado mi peticin en sentido literal, y le preocupaba mi propsito de desear aprender sobre el peyote.

    Viernes, 23 de junio, 1961-Me va usted a ensear, don Juan?-Por qu quieres emprender un aprendizaje as?-Quiero, de veras que me ensee usted lo que se hace con el peyote. No es buena razn nada

    ms que querer saber?-No! Debes buscar en tu corazn y descubrir por qu un joven como t quiere emprender

    tamaa tarea de aprendizaje.-Por qu aprendi usted, don Juan?-Por qu preguntas eso?-Quiz los dos tenemos las mismas razones,-Lo dudo. Yo soy indio. No andamos por los mismos caminos.-Mi nica razn es que quiero aprender, slo por saber. Pero le aseguro, don Juan, que mis

    intenciones no son malas.-Te creo. Te he fumado.-Cmo dice?-No importa ya. Conozco tus intenciones.-Quiere usted decir que vio a travs de m?-Puedes decirlo as.-Entonces me ensear?-No!-Porque no soy indio?-No. Porque no conoces tu corazn. Lo importante es que sepas exactamente por qu quieres

    comprometerte. Aprender los asuntos del "Mescalito" es un acto de lo ms serio. Si fueras indio, tu solo deseo seria suficiente. Muy pocos indios tienen ese deseo.

    Domingo, 25 de junio, 1961Me qued con don Juan toda la tarde del viernes. Iba a marcharme a eso de las 7 p.m.

    Estbamos sentados en el zagun de su casa y yo resolv preguntarle una vez ms acerca de la

  • enseanza. Era casi una pregunta de rutina y esperaba que l volviese a negarse. Le pregunt si haba alguna forma de aceptar mi solo deseo de saber, como si yo fuera indio. Tard un rato largo en responder. Me sent obligado a quedarme, porque don Juan pareca estar tratando de decidir algo.

    Finalmente me dijo que haba una forma, y procedi a delinear un problema. Seal que yo estaba muy cansado sentado en el suelo, y que lo adecuado era hallar un "sitio" en el suelo donde pudiera sentarme sin fatiga. Yo tena las rodillas contra el pecho y los brazos enlazados en torno a las pantorrillas. Cuando don Juan dijo que yo estaba cansado, advert que me dola la espalda y me hallaba casi exhausto.

    Esper su explicacin con respecto a lo de un "sitio", pero don Juan no hizo ningn intento abierto de aclarar el punto. Pens que acaso quera indicarme cambiar de posicin, de modo que me levant y fui a sentarme ms cerca de l. Don Juan protest por mi movimiento y recalc claramente que un sitio significaba un lugar donde uno poda sentirse feliz y fuerte de manera natural. Palme el lugar donde se hallaba sentado y dijo que se era su sitio, aadiendo que me haba puesto una adivinanza: yo deba resolverla solo y sin ms deliberacin.

    Lo que l haba planteado como un problema que ha de ser resuelto era ciertamente una adivinanza. Yo no tena idea de cmo empezar, ni idea de lo que l tena en mente. Varias veces ped una pista, o al menos un indicio, sobre cmo proceder a la localizacin de un punto donde me sintiera feliz y fuerte. Insist y argument que no tena la menor idea de qu quera decir l en realidad, porque no me era posible concebir el problema. El me sugiri caminar por el zagun, hasta hallar el sitio.

    Me levant y empec a recorrer el suelo. Me sent ridculo y fui a sentarme frente a don Juan.El se enoj mucho conmigo y me acus de no escuchar, diciendo que acaso no quisiera

    aprender. Tras un rato se calm y me explic que no cualquier lugar era bueno para sentarse o para estar en l, y que dentro de los confines del zagun haba un nico sitio donde yo poda estar en las mejores condiciones. Mi tarea consista en distinguirlo entre todos los dems lugares. La norma general era "sentir" todos los sitios posibles a mi alcance hasta determinar sin lugar a dudas cul era el sitio correspondiente.

    .Arg que, si bien el zagun no era demasiado grande (3.5 X 2.5 metros), el nmero de sitios posibles era avasallador, que requerira un tiempo muy largo para probarlos todos y que como l no especificaba el tamao del sitio, las posibilidades podan ser infinitas. Mis argumentos resultaron ftiles. Don Juan se puso en pie y, con mucha severidad, me advirti que resolver el problema tal vez requiriera das, pero de no resolverlo daba igual que me marchara, porque l no tendra nada que decirme. Recalc que l saba dnde era mi sitio, y que por tanto yo no podra mentirle; dijo que slo en esta forma le sera posible aceptar como razn vlida mi deseo de aprender los asuntos del Mescalito. Aadi que nada en este mundo era un regalo: todo cuanto hubiera que aprender deba aprenderse por el camino difcil.

    Dio vuelta a la casa para ir a orinar en el chaparral. De regreso entr directamente en su casa por la parte trasera.

    Pens que la misin de hallar el supuesto sitio de felicidad era su propio modo de deshacerse de m, pero me levant y empec a pasear de un lado a otro. El cielo estaba claro. Poda ver cuanto haba en el zagun y sus inmediaciones. Deb de caminar una hora o ms, pero no ocurri nada que revelase la ubicacin del sitio. Me cans de andar y tom asiento; tras unos cuantos minutos me sent en otro lugar, y luego en otro, hasta cubrir todo el piso en forma semisistemtica. Deliberadamente procuraba "sentir" diferencias entre lugares, pero careca de criterio para la diferenciacin. Sent que estaba perdiendo el tiempo, pero me qued. Mi racionalizacin fue que haba venido de lejos slo para ver a don Juan, y en realidad no tena otra cosa que hacer.

  • Me acost de espaldas y puse las manos bajo la cabeza a manera de almohada. Luego rod y permanec un rato sobre mi estmago. Repet este proceso rodando por todo el piso. Por primera vez me pareci haber tropezado con un vago criterio. Senta ms calor acostado de espaldas.

    Rod nuevamente, ahora en direccin contraria, y otra vez cubr el largo del piso, yaciendo boca abajo en los sitios donde estuve boca arriba en mi primera gira rodante. Experiment las mismas sensaciones de tibieza y fro segn la postura, pero no diferencia entre los sitios.

    Entonces se me ocurri una idea que cre brillante: el sitio de don Juan! Me sent all y luego me acost, boca abajo al principio y despus de espaldas, pero el lugar era igual a los otros. Me levant. Estaba harto. Quera despedirme de don Juan, pero no me atreva a despertarlo. Mir mi reloj. Eran las 2 de la maana! Haba estado rodando durante seis horas.

    En ese momento don Juan sali y rode la casa para ir al chaparral. Regres y se detuvo junto a la puerta. Me senta completamente abatido, y quise decirle algo desagradable y marcharme. Pero me di cuenta de que no era culpa suya; yo mismo haba querido prestarme a todas esas tonteras. Le declar mi fracaso: llevaba toda la noche rodando en el suelo, como un idiota y an no poda hallar pies ni cabeza a la adivinanza.

    Don Juan ri y dijo que eso no lo sorprenda, porque yo no haba procedido, correctamente. No haba usado los ojos. Eso era cierto, pero yo estaba muy seguro de que l me haba indicado sentir la diferencia. Seal esto, y l arguy que es posible sentir con los ojos, cuando no estn mirando de lleno las cosas. En mi propio caso, dijo, no tena yo otro medio de resolver el problema que usar cuanto tenia: mis ojos.

    Entr en la casa. Tuve la certeza de que me haba observado. No tena, pens, otra forma de saber que yo no haba estado usando los ojos.

    Empec a rodar de nuevo, porque se era el procedimiento ms cmodo. Esta vez, sin embargo, apoy la barbilla en las manos y mir cada detalle.

    Tras un intervalo cambi la oscuridad en torno mo. Mientras enfocaba el punto directamente frente a m, toda la zona perifrica de mi campo de visin adquiri una coloracin brillante, un amarillo verdoso homogneo. El efecto fue pasmoso. Mantuve los ojos fijos en el punto frente a m y empec a reptar de lado, boca abajo, trecho por trecho.

    De pronto, en un punto cercano a la mitad del piso, advert otro cambio de color. En un sitio, a mi derecha, an en la periferia de mi campo de visin, el amarillo verdoso se haca intensamente prpura. Concentr all la atencin. El prpura se desvaneci en un color plido, pero brillante todava, que permaneci estable mientras detuve en l mi atencin.

    Marqu el sitio con mi chaqueta y llam a don Juan. Sali al zagun. Yo estaba realmente excitado; haba visto claramente el cambio de matices. Don Juan no pareci impresionarse, pero me indic sentarme en el sitio e informarle de qu clase de sensacin era aqulla.

    Tom asiento y luego me tend de espaldas. En pie junto a m, don Juan pregunt repetidamente cmo me senta, pero yo no experiment nada diferente. Durante unos quince minutos trat de sentir o ver una diferencia, mientras don Juan aguardaba paciente junto a m. Me sent fastidiado. Tena un sabor metlico en la boca. De un momento a otro me dola la cabeza. Estaba a punto de vomitar. La idea de mis esfuerzos absurdos me irritaba hasta la furia. Me levant.

    Don Juan debi notar mi profunda amargura. No ri: dijo con mucha seriedad que, si quera yo aprender, deba ser inflexible conmigo mismo. Slo una opcin me estaba abierta, dijo: renunciar y marcharme, caso en el cual jams aprendera, o resolver la adivinanza.

    Entr de nuevo. Yo quera irme en el acto, pero me hallaba demasiado cansado para conducir; adems, el percibir los colores haba sido tan asombroso que yo no vacilaba en considerar aquello como un criterio de algn tipo, y acaso pudieran percibirse otros cambios.

  • De cualquier modo, era demasiado tarde para irme. Me sent, estir las piernas hacia atrs y volva comenzar desde el principio.

    Durante esta ronda atraves rpidamente cada lugar, pasando por el sitio de don Juan, hasta el final del piso, y luego vir para cubrir el lado exterior. Al llegar al centro advert que otro cambio de coloracin estaba ocurriendo de nuevo en el borde de mi campo de visin. El color verdoso plido percibido en toda el rea se converta, en cierto sitio a mi derecha, en un verdigrs ntido. Permaneci un momento y luego se metamorfose sbitamente en otro matiz fijo, distinto del que yo haba percibido antes. Me quit un zapato para marcar el punto, y segu rodando hasta cubrir el suelo en todas las direcciones posibles. No hubo ningn otro cambio de coloracin.

    Volv al punto indicado por mi zapato y lo examin. Quedaba a metro y medio o poco ms del sitio indicado por mi chaqueta, aproximadamente en direccin sureste. Haba una piedra grande junto a l. Estuve tendido all un buen rato, tratando de descubrir pistas, observando cada detalle, pero no sent nada diferente.

    Decid probar el otro sitio. Rpidamente gir sobre mis rodillas, y estaba a punto de acostarme en la chaqueta cuando sent una aprensin inslita. Era ms bien como la sensacin fsica de que algo empujaba mi estmago. Me levant de un salto, retrocediendo con el mismo impulso. El cabello de mi nuca se eriz. Mis piernas se haban arqueado ligeramente, mi tronco estaba echado hacia adelante y mis brazos se proyectaban rgidamente frente a m, con los dedos contrados como garras. Advert la extraa postura, y mi sobresalto aument.

    Retrocediendo involuntariamente, tom asiento en la piedra junto a mi zapato. De all me dej resbalar al suelo. Intent aclarar qu cosa haba podido ocurrir para producirme tal susto. Pens que deba haber sido mi fatiga. Ya casi era de da, Me sent ridculo y confuso. Sin embargo, no tena modo de explicar qu cosa me asust, ni haba descubierto lo que deseaba don Juan.

    Resolv hacer un ltimo intento. Me levant, me acerqu despacio al lugar marcado por mi chaqueta, y de nuevo sent la misma aprensin. Esta vez hice un vigoroso esfuerzo por dominarme. Tom asiento y luego me arrodill para tenderme boca abajo, pero no pude acostarme pese a mi voluntad. Puse las manos en el suelo. Mi aliento se aceler; se me revolvi el estmago. Tuve una clara sensacin de pnico y luch por no salir corriendo, Pens que tal vez don Juan me vigilaba. Lentamente rept de regreso al otro sitio y apoy la espalda contra la piedra. Quera descansar un rato para poner en orden mis ideas, pero me qued dormido.

    O a don Juan hablar y rer por encima de mi cabeza. Despert.-Hallaste el sitio -dijo.Al principio no entend, pero l me asegur de nuevo que el lugar donde me haba quedado

    dormido era el sitio en cuestin. Una vez ms pregunt qu senta all tendido. Le dije que en realidad no adverta ninguna diferencia.

    Me pidi comparar mis sensaciones en aquel momento con lo que haba sentido al yacer en el otro sitio. Por vez primera se me ocurri conscientemente que me era imposible explicar mi aprensin de la noche anterior, Don Juan me inst, con una especie de actitud de reto, a sentarme en el otro sitio.

    Por algn motivo inexplicable, yo tena miedo a ese lugar, y no me sent en l. Don Juan asever que slo un tonto poda dejar de ver la diferencia.

    Le pregunt si cada uno de los dos lugares tena un nombre especial. Dijo que el bueno se llamaba el sitio y el malo el enemigo; dijo que estos dos lugares eran la clave del bienestar deun hombre, especialmente si buscaba conocimiento. El mero acto de sentarse en el sitio propio creaba fuerza superior; en cambio, el enemigo debilitaba e incluso poda causar la muerte. Dijo que yo haba repuesto mi energa, dispendiada la noche anterior, echando una siesta en mi sitio.

    Tambin dijo que los colores percibidos por m en asociacin con cada sitio especfico tenan el mismo efecto general de dar fuerza o de reducirla.

  • Le pregunt si existan para m otros sitios como los dos que haba hallado y cmo debera hacer para localizarlos. Dijo que muchos lugares en el mundo seran comparables a esos dos, y que la mejor manera de hallarlos era determinar sus colores respectivos.

    Yo no saba a ciencia cierta si haba resuelto el problema o no; de hecho, ni siquiera me hallaba convencido de que hubiese habido algn problema; no poda dejar de sentir que la experiencia era totalmente forzada y arbitraria. Estaba seguro de que don Juan me haba observado toda la noche para luego seguirme la corriente diciendo que el sitio donde me quedara dormido era el buscado. Sin embargo, no vea yo motivo lgico de tal accin, y cuando me ret a sentarme en el otro sitio no pude hacerlo. Haba una extraa separacin entre mi experiencia pragmtica de temer al "otro sitio" y mis consideraciones racionales sobre todo el episodio.

    Don Juan, en cambio, se hallaba muy seguro de que yo haba triunfado y, actuando en concordancia con mi xito, me hizo saber que iba a instruirme con respecto al peyote.

    -Me pediste que te enseara los asuntos del Mescalito -dijo-. Yo quera ver si tenas espinazo como para conocerlo cara a cara. Mescalito no es chiste. Debes ser dueo de tus recursos. Ahora s que puedo aceptar tu solo deseo como una buena razn para aprender.

    -De veras va usted a ensearme los asuntos del peyote?-Prefiero llamarlo Mescalito. Haz t lo mismo.-Cundo va usted a empezar?-No es tan sencillo. Primero debes estar listo,-Creo que estoy listo.-Esto no es un chiste. Debes esperar hasta que no haya duda, y entonces lo conocers.-Tengo qu prepararme?-No. Nada ms tienes que esperar. A lo mejor te olvidas de todo el asunto despus de un

    tiempo. Te cansas rpidamente. Anoche estabas a punto de irte a tu casa apenas se te puso difcil. Mescalito pide una intencin muy seria.

  • II

    Lunes, 7 de agosto, 1961Llegu a la casa de don Juan en Arizona la noche del viernes, a eso de las siete. Otros cinco

    indios estaban sentados con l en el zagun de su casa. Lo salud y tom asiento esperando que alguien dijera algo. Tras un silencio formal, uno de los hombres se levant, vino a m y dijo: "Buenas noches." Me levant y respond: "Buenas noches". Entonces todos los otros se pusieron de pie y se acercaron y todos murmuramos "buenas noches" y nos dimos la mano, tocando apenas las puntas de los dedos del otro o bien sosteniendo la mano un instante y luego dejndola caer con brusquedad.

    Todos nos sentamos de nuevo. Parecan algo tmidos: sin saber qu decir, aunque todos hablaban espaol.

    Como a las siete y media, todos se levantaron de repente y fueron hacia la parte trasera de la casa. Nadie haba pronunciado palabra en largo rato. Don Juan me hizo sea de seguirlos y todos subimos en una camioneta de carga estacionada all. Yo iba en la parte trasera, con don Juan y dos hombres ms jvenes. No haba cojines ni bancas y el piso de metal result dolorosamente duro, sobre todo cuando dejamos la carretera y nos metimos por un camino de tierra. Don Juan susurr que bamos a la casa de un amigo suyo, quien tena siete mescalitos para m.

    -Usted no tiene, don Juan? -le pregunt.-s, pero no te los puedo ofrecer. Vers: otra gente tiene que hacerlo.-Puede usted decirme por qu?-A lo mejor "l" no te ve con agrado y no le caes bien, y entonces nunca podrs conocerlo con

    afecto, como debe ser, y nuestra amistad quedar rota.-Por qu no iba yo a caerle bien? Nunca le he hecho nada.-No tienes que hacer nada para caer bien o mal. O te acepta o te tira de lado.-Pero si no me acepta, hay algo que pueda yo hacer para caerle bien?Los otros dos hombres parecieron haber odo mi pregunta y rieron.-No! No se me ocurre nada que pueda uno hacer -dijo don Juan.Volvi la cara a un lado y ya no pude hablarle.Debimos haber viajado al menos una hora antes de detenernos frente a una casa pequea.

    Estaba bastante oscuro, y una vez que el conductor hubo apagado los faros, yo apenas discerna el contorno vago del edificio.

    Un mujer joven, mexicana a juzgar por la inflexin de su voz, le gritaba a un perro para hacerlo cesar sus ladridos. Bajamos de la camioneta y entramos en la casa. Los hombres murmuraban "buenas noches" al pasar junto a la mujer. Ella responda y continuaba gritndole al perro.

    La habitacin era amplia y contena pilas de objetos diversos. La luz opaca de un foco elctrico muy pequeo hacia la escena bastante lbrega. Reclinadas contra la pared haba varias sillas con patas rotas y asientos hundidos. Tres de los hombres se instalaron en un sof, el mueble ms grande del aposento. Era muy viejo y se haba vencido hasta el piso; a la luz indistinta, pareca rojo y sucio. Los dems ocupamos sillas. Estuvimos largo rato sentados en silencio.

    De pronto, uno de los hombres se levant y fue a otro cuarto. Tendra cincuenta y tantos aos; era moreno, alto y fornido. Regres al momento con un frasco de caf. Quit la tapa y me lo dio; dentro haba siete cosas de aspecto raro. Variaban en tamao y consistencia. Algunas eran casi redondas, otras alargadas. Se sentan al tacto como la pulpa de la castaa o la superficie del corcho. Su color pardusco las hacia semejar cscaras de nuez duras y secas. Las manipul, frotndolas durante un buen rato.

  • -Esto se masca -dijo don Juan en un susurro.Slo cuando habl me di cuenta de que se haba sentado junto a m. Mir a los otros hombres,

    pero ninguno me miraba; estaban hablando entre s en voz muy baja. Fue un momento de indecisin y temor agudos. Me sent casi incapaz de dominarme,

    -Tengo que ir al retrete -le dije-. Voy afuera a dar una vuelta.Don Juan me entreg el frasco de caf y yo puse dentro los botones de peyote. Iba a salir de la

    habitacin cuando el hombre que me haba dado el frasco se levant, se me acerc y dijo que tena un excusado en el otro cuarto.

    El excusado estaba casi contra la puerta. Junto a sta, casi tocndolo, haba una cama grande que llenaba ms de la mitad del aposento. La mujer estaba durmiendo all. Permanec un rato inmvil junto a la puerta; luego regres a la habitacin donde estaban los otros hombres.

    El dueo de la casa me habl en ingls:-Don Juan dice que usted es de Sudamrica. Hay mescal all?Le dije que nunca haba odo siquiera hablar de l.Parecan interesados en Sudamrica y hablamos de los indios durante un rato. Luego, uno de

    los hombres me pregunt por qu quera comer peyote. Le dije que quera saber cmo era. Todos rieron con timidez.

    Don Juan me urgi suavemente:-Masca, masca.Mis manos se hallaban hmedas y mi estmago se contraa. El frasco con los botones de

    peyote estaba en el piso junto a la silla. Me agach, tom al azar un botn y lo puse en mi boca. Tena un sabor rancio. Lo part en dos con los dientes y empec a mascar uno de los trozo. Sent un amargor fuerte, acerbo; en un momento toda mi boca qued adormecida. El amargor creca conforme yo mascaba, provocando un increble fluir de saliva. Senta las encas y el interior de la boca como si hubiera comido carne o pescado salados y secos, que parecen forzar a masticar ms. Tras un rato masqu el otro pedazo; mi boca estaba tan entumecida que ya no pude sentir el amargor. El botn de peyote era un haz de hebras, como la parte fibrosa de una naranja o como caa de azcar, y yo no saba si tragarlo o escupirlo. En ese momento, el dueo de la casa se puso en pie e invit a todos a salir al zagun.

    Salimos y nos sentamos en la oscuridad. Afuera se estaba bastante cmodo, y el anfitrin sac una botella de tequila.

    Los hombres se hallaban sentados en fila con la espalda contra la pared. Yo ocupaba el extremo derecho de la lnea. Don Juan, instalado junto a m, puso entre mis piernas el frasco con los botones de peyote. Luego me pas la botella, que circulaba a lo largo de la lnea, y me dijo que tomara algo de tequila para quitarme el sabor amargo.

    Escup las hebras del primer botn y tom un sorbo. Me dijo que no lo tragara, que slo me enjuagara la boca para detener la saliva. No sirvi de gran cosa para la saliva, pero s ayud a disipar un poco el sabor amargo.

    Don Juan me dio un trozo de albaricoque seco, o quiz era un higo seco -no poda verlo en la oscuridad, ni percibir el sabor- y me dijo que lo mascara detenida y lentamente, sin prisas. Tuve dificultad para tragarlo; pareca que no quisiera bajar.

    Tras una pausa corta la botella dio otra vuelta. Don Juan me entreg un pedazo de carne seca, quebradiza. Le dije que no tena ganas de comer.

    -Esto no es comer -dijo con firmeza.El ciclo se repiti seis veces. Recuerdo que haba mascado seis botones de peyote cuando la

    conversacin se puso muy animada; aunque yo no lograba distinguir qu idioma se estaba hablando, el tema de la conversacin, en la que todo mundo participaba, era muy interesante, y procur escuchar con cuidado para poder intervenir. Pero al hacer el intento de hablar me di cuenta de que no poda; las palabras se desplazaban sin objeto en mi mente.

  • Reclinando la espalda contra la pared, escuch lo que decan los hombres. Hablaban en italiano y repetan continuamente una frase sobre la estupidez de los tiburones. El tema me pareci lgico y coherente. Yo haba dicho antes a don Juan que los primeros espaoles llamaron al ro Colorado, en Arizona, "el ro de los tizones", y alguien escribi o ley mal "tizones" y el ro se llam "de los tiburones". Me hallaba seguro de que discutan esa ancdota, pero nunca se me ocurri pensar que ninguno de ellos saba italiano.

    Tena un deseo muy fuerte de vomitar, pero no recuerdo el acto en s. Pregunt si alguien me traera un vaso de agua. Experiment una sed insoportable.

    Don Juan trajo una cacerola grande. La puso en el suelo junto a la pared. Tambin trajo una taza o lata pequea. La llen en la cacerola y me la dio, y dijo que yo no poda beber: slo deba refrescarme la boca.

    El agua pareca extraamente brillante, reluciente, como barniz espeso, Quise preguntarle de ello a don Juan y laboriosamente trat de formular mis pensamientos en ingls, pero entonces tom conciencia de que l no saba ingls. Experiment un momento muy confuso y advert el hecho de que, aun habiendo en mi mente un pensamiento muy claro, no poda hablar. Quera comentar la extraa apariencia del agua, pero lo que sobrevino no fue habla; fue sentir que mis pensamientos no dichos salan de mi boca en una especie de forma lquida. Era la sensacin de vomitar sin esfuerzo, sin contracciones del diafragma. Era un fluir agradable de palabras lquidas.

    Beb. Y la impresin de que estaba vomitando desapareci. Para entonces todos los ruidos se haban desvanecido y hall que me costaba trabajo enfocar las cosas. Busqu a don Juan y al volver la cabeza not que mi campo de visin se haba reducido a una zona circular frente a mis ojos. Esta sensacin no me atemorizaba ni me inquietaba; al contrario, era una novedad: me era posible barrer literalmente el terreno enfocando un sitio y luego moviendo despacio la cabeza en cualquier direccin. Al salir al zagun haba advertido que todo estaba oscuro, excepto el brillo distante de las luces de la ciudad. Pero dentro del rea circular de; ni visin todo era claro. Olvid mi inters en don Juan y los otros hombres, y me entregu por entero a explorar el terreno con un enfoque absolutamente preciso.

    Vi la juntura de la pared y el piso del zagun. Lentamente volv la cabeza a la derecha, siguiendo el muro, y vi a don Juan sentado contra l. Mov la cabeza a la izquierda para enfocar el agua. Hall el fondo de la cacerola; alc ligeramente la cabeza y vi acercarse un perro negro de tamao mediano. Lo vi venir hacia el agua. El perro empez a beber. Alc la mano para apartarlo de mi agua; enfoqu en l mi visin concentrada para llevar a cabo el movimiento de empujarlo, y de pronto lo vi transparentarse. El agua era un lquido reluciente, viscoso. La vi bajar por la garganta del perro al interior de su cuerpo. La vi correr pareja a todo lo largo del animal y luego brotar por cada uno de los pelos. Vi el fluido iridiscente viajar a lo largo de cada pelo individual y proyectarse ms all de la pelambre para formar una melena larga, blanca, sedosa.

    En ese momento tuve la sensacin de unas convulsiones intensas, y en cosa de instantes un tnel. se form a mi alrededor, muy bajo y estrecho, duro y extraamente fro. Pareca al tacto una pared de papel aluminio slido. Me encontr sentado en el piso del tnel. Trat de levantarme, pero me golpe la cabeza en el techo de metal, y el tnel se comprimi hasta empezar a sofocarme. Recuerdo haber tenido que reptar hacia una especie de punto redondo donde terminaba el tnel; cuando por fin llegu, si es que llegu, me haba olvidado por completo del perro, de don Juan y de m mismo. Me hallaba exhausto. Mis ropas estaban empapadas en un lquido fro, pegajoso. Rod en una y en otra direccin tratando de encontrar una postura en la cual descansar, una postura en que mi corazn no golpeara tan fuerte. En una de esas vueltas vi de nuevo al perro.

  • Los recuerdos regresaron en el acto, y de improviso todo estuvo claro en mi mente. Me volv en busca de don Juan, pero no pude distinguir nada ni a nadie. Todo cuanto poda ver era al perro, que se volva iridiscente; una luz intensa irradiaba de su cuerpo. Vi otra vez el flujo del agua atravesarlo, encenderlo como una hoguera. Me llegu al agua, hund el rostro en la cacerola y beb con l. Tena yo las manos en el suelo frente a m, y al beber vea el fluido correr por mis venas produciendo matices de rojo y amarillo y verde. Beb ms y ms. Beb hasta hallarme todo en llamas; resplandeca de pies a cabeza. Beb hasta que el fluido sali de mi cuerpo a travs de cada poro y se proyect al exterior en fibras como de seda, y tambin yo adquir una melena larga, lustrosa, iridiscente. Mir al perro y su melena era como la ma. Una felicidad suprema llen mi cuerpo, y corrimos juntos hacia una especie de tibieza amarilla procedente de algn lugar indefinido. Y all jugamos. Jugamos y forcejeamos hasta que yo supe sus deseos y l supo los mos. Nos turnbamos para manipularnos mutuamente, al estilo de una funcin de marionetas. Torciendo los dedos de los pies, yo poda hacerle mover las patas, y cada vez que l cabeceaba yo senta un impulso irresistible de saltar. Pero su mayor travesura consista en agitar las orejas de un lado a otro para que yo, sentado, me rascara la cabeza con el pie. Aquella accin me pareca total e insoportablemente cmica. Qu toque de irona y de gracia, qu maestra!, pensaba yo. Me posea una euforia indescriptible. Re hasta que casi me fue imposible respirar.

    Tuve la clara sensacin de no poder abrir los ojos; me encontraba mirando a travs de un tanque de agua. Fue un estado largo y muy doloroso, lleno de la angustia de no poder despertar y de a la vez, estar despierto. Luego; lentamente, el inundo se aclar y entr en foco. Mi campo de visin se hizo de nuevo muy redondo y amplio, y con ello sobrevino un acto consciente ordinario, que fue volver la vista en busca de aquel ser maravilloso. En este punto empez la transicin ms difcil. La salida de mi estado normal haba sucedido casi sin que yo me diera cuenta: estaba consciente, mis pensamientos y sentimientos eran un corolario de esa conciencia, y el paso fue suave y claro. Pero este segundo cambio, el despertar a la conciencia seria, sobria, fue genuinamente violento. Haba olvidado que era un hombre! La tristeza de tal situacin irreconciliable fue tan intensa que llor.

    Sbado, 5 de agosto, 1961Ms tarde, aquella maana despus del desayuno, el dueo de la casa, don Juan y yo

    regresamos a donde viva don Juan. Yo estaba muy cansado, pero no pude dormirme en la camioneta. Slo despus de que el hombre se march, me qued dormido, en el zagun de la casa de don Juan.

    Cuando despert era de noche don Juan me haba tapado con una cobija. Lo busqu, pero no estaba en la casa. Regres ms tarde con una olla de frijoles refritos y un -montn de tortillas. Yo tena mucha hambre.

    Despus de comer, mientras descansbamos, me pidi narrarle cuanto me hubiera ocurrido lanoche anterior. Relat mis experiencias en gran detalle y con la mayor exactitud posible. Cuando termin, l asinti y dijo:

    -Creo que andas muy bien. Se me dificulta explicarte ahora cmo y por qu. Pero creo que te fue bien. Vers: a veces l es juguetn como un nio; otras veces es terrible, espantoso. O hace travesuras o es muy serio. No se puede saber de antemano cmo va a ser con otra persona. Pero cuando uno lo conoce bien . . . a veces. T anoche jugaste con l. Eres la nica persona que conozco que ha tenido un encuentro as.

    -En qu forma difiere mi experiencia de la de otros?-T no eres indio; por eso se me dificulta aclarar qu es qu. Pero l o toma a las gentes o las

    rechaza, sin importarle que sean indias o no. Eso lo s. Las he visto por docenas. Tambin s que travesea, hace rer a algunos, pero jams lo he visto con nadie.

  • -Puede usted decirme ahora, don Juan, cmo protege el peyote . . . ?No me dej terminar. Me toc vigorosamente el hombro.-No lo nombres nunca as. Todava no lo has visto lo bastante para conocerlo.-Cmo protege Mescalito a la gente?-Aconseja. Responde cualquier cosa que le preguntes.-Entonces Mescalito es real? Digo, es algo que puede verse?Pareci desconcertado por mi pregunta. Me mir con una especie de expresin vaca.-Lo que quise decir es que Mescalito . . .-O lo que dijiste, Qu no lo viste anoche?Quise decirle que slo haba visto un perro, pero not su mirada de extraeza.-Entonces cree usted que lo que vi anoche era l?Me mir con desprecio. Chasque la lengua, sacudi la cabeza como si no pudiera creerlo, y

    en tono muy belicoso aadi:-A poco crees que era tu . . . mam?Hizo una pausa antes de "mam" porque lo que iba a decir era "tu chingada madre". La

    palabra "mam" result tan incongruente que ambos remos largo tiempo.Luego me di cuenta de que se haba quedado dormido sin responder a mi pregunta.

    Domingo, 6 de agosto, 1961Llev a don Juan en mi auto a la casa donde yo haba tomado peyote. En el camino me dijo

    que el hombre que me "ofreci a Mescalito" se llamaba John. Al llegar a la casa encontramos a John sentado en el zagun con dos hombres jvenes. Todos se mostraron en extremo joviales. Rean y charlaban con gran desenvoltura. Los tres hablaban ingls perfectamente. Dije a John que iba a darle las gracias por haberme ayudado:

    Quera saber su opinin sobre mi conducta durante la experiencia alucingena, y les dije que haba estado tratando de pensar en lo que hice aquella noche y no poda recordar. Rieron y se mostraron renuentes a hablar del asunto. Parecan contenerse a causa de don Juan. Todos lo miraban de reojo, como esperando su autorizacin para hablar. Don Juan debi de drsela con alguna sea, aunque yo no advert nada, porque de pronto John empez a decirme qu haba hecho yo aquella noche.

    Dijo haber sabido que yo estaba "prendido" cuando me oy vomitar. Calcul que haba yo vomitado unas treinta veces. Don Juan rectific y dijo que slo diez.

    -Luego todos nos acercamos a ti -continu John-. Estabas tieso y tenlas convulsiones. Durante largo rato, acostado bocabajo, moviste los labios como si hablaras. Luego empezaste a pegar en el suelo con la cabeza, y don Juan te puso un sombrero viejo, y te detuviste. Estuviste horas temblando y gimiendo tirado en el piso. Creo que entonces todos nos dormimos, pero entre sueos yo te oa resoplar y gruir. Luego te o resoplar y gruir. Luego te o gritar, y despert. Te vi saltar por los aires, gritando. Te abalanzaste sobre el agua, tiraste la cacerola y empezaste a nadar en el charco.

    "Don Juan te trajo ms agua. Te quedaste quieto un rato, sentado frente a la cacerola. Luego te levantaste de golpe y te quitaste toda la ropa. Estuviste de rodillas frente al agua, bebiendo a grandes tragos. Luego nada ms te quedaste ah sentado, mirando el aire. Pensamos que ah te ibas a quedar para siempre. Casi todo el mundo estaba dormido, hasta don Juan, cuando de repente te levantaste otra vez, aullando, y te fuiste detrs del perro. El perro se asust, y aull tambin, y corri para atrs de la casa. Entonces, todo el mundo despert.

    "Todos nos levantamos. Regresaste por el otro lado, todava persiguiendo al perro. El perro corra delante de ti ladrando y aullando. Debiste dar como veinte vueltas a la casa, corriendo en crculos, ladrando como perro. Tuve miedo de que a la gente le entrara curiosidad. No hay vecinos cerca, pero tus aullidos eran tan fuertes que podan haberse odo a millas de distancia.

  • -Alcanzaste al perro -agreg uno de los jvenes- y lo trajiste al zagun en brazos.-Entonces te pusiste a jugar con el perro -prosigui John-. Luchabas con l, y el perro y t se

    mordan y jugaban. Eso me hizo gracia. Mi perro no acostumbra jugar.Pero esta vez t y el perro estaban rodando uno encima de otro.-Luego corriste al agua y el perro bebi contigo -dijo el joven-. Corriste cinco o seis veces al

    agua, con el perro.-Cunto dur eso? -pregunt.-Horas -dijo John-. Durante un rato los perdimos de vista a los dos. Creo que corrieron para

    atrs de la casa. Nada ms los oamos ladrar y gruir. T parecas de veras un perro; no podamos distinguirlos.

    -A lo mejor era el perro solo -dije.Rieron, y John dijo:-T estabas ah ladrando, muchacho!-Qu pas despus?Los tres hombres se miraron y parecieron tener dificultades para decidir qu pas despus.

    Finalmente, habl el joven que an no deca nada.-Se atragant -dijo mirando a John.-S, te atragantaste en serio. Comenzaste a llorar muy raro y luego caste al piso. Pensamos

    que te estabas mordiendo la lengua, don Juan te abri las quijadas y te ech agua en la cara. Entonces empezaste otra vez a temblar y a tener convulsiones. Luego estuviste inmvil un rato largo. Don Juan dijo que todo haba terminado. Para entonces ya era de maana, as que te tapamos con una cobija y te dejamos a dormir en el zagun.

    Call en ese punto y mir a los otros hombres, que obviamente trataban de contener la risa. Se volvi a don Juan y le pregunt algo. Don Juan sonri y respondi a la pregunta. John se volvi hacia m y dijo:

    -Te dejamos en el porche porque tenamos miedo de que fueras a orinarte por los cuartos.Todos rieron muy fuerte.-Qu me pasaba? -pregunt-. Hice yo. . . ?-Hiciste t? -remed John-. No bamos a mencionarlo, pero don Juan dice que est bien. Te

    orinaste en mi perro!-Qu cosa?-No pensars que el perro corra porque te tena miedo, verdad? Corra porque lo estabas

    orinando.Hubo risa general en este punto. Trat de interrogar a uno de los jvenes, pero todos rean, y

    no me escuch.-Pero mi perro se desquit -prosigui John-: tambin l se orin en ti!Esta afirmacin era al parecer el colmo de lo cmico, porque todos rieron a carcajadas, incluso

    don Juan. Cuando se calmaron, pregunt con toda sinceridad:-Es cierto de verdad? Pas realmente?-Juro que mi perro te orin de verdad -repuso John, todava riendo.De regreso rumbo a la casa de don Juan, le pregunt:-Pas en realidad todo eso, don Juan?-S -dijo l-, pero ellos no saben lo que viste. No se dan cuenta de que estabas jugando con

    "l". Por eso no te molest.-Pero este asunto del perro y yo orinndonos, es verdad?-No era un perro! Cuntas veces tengo que decrtelo? Esa es la nica manera de entenderlo.

    La nica! Fue "l" quien jug contigo.-Saba usted que todo esto ocurri antes de que yo se lo contara?Vacil un instante antes de responder.

  • -No; despus de que lo contaste, record el aspecto raro que tenas. Nada ms supuse que te estaba yendo muy bien porque no parecas asustado.

    -De veras jug el perro conmigo como dicen?-Carajo! No era un perro!

    Jueves, 17 de agosto, 1961Expuse a don Juan mi sentir con respecto a la experiencia. Desde el punto de vista de mi

    propuesto trabajo, haba sido desastrosa. Dije que no me apeteca otro "encuentro" similar con Mescalito. Acept que cuanto me ocurri haba sido ms que interesante, pero aad que nada de ello poda realmente impulsarme a buscarlo de nuevo. Crea seriamente no estar hecho para ese tipo de empresas. El peyote me haba producido, como reaccin posterior, una extraa clase de incomodidad fsica. Era un miedo o una desdicha indefinidos; una cierta melancola, que yo no poda definir con exactitud. Y tal estado no me pareca noble en modo alguno.

    Don Juan ri y dijo:-Ests empezando a aprender.-Este tipo de aprendizaje no es para m. No estoy hecho para l, don Juan.-T eres muy exagerado.-Esta no es ninguna exageracin.-Lo es. El nico problema es que solamente exageras los malos aspectos.-En lo que a m toca, no hay buenos aspectos. Todo lo que s es que me da miedo.-No hay nada malo en tener miedo. Cuando uno teme, ve las cosas en forma distinta.-Pero a mi no me importa ver las cosas en forma distinta, don Juan. Creo que voy a dejar en

    paz el aprendizaje sobre Mescalito. No puedo con l, don Juan, Esta es en realidad una mala situacin para mi.

    -Claro que es mala . . . hasta para mi. T no eres el nico sorprendido.-Por qu iba a estar sorprendido usted, don Juan?-He estado pensando en lo que vi la otra noche. Mescalito de veras jug contigo. Eso me

    extra, porque fue una seal,-Qu clase de seal, don Juan?-Mescalito te seal.-Para qu?-No lo tena yo claro entonces, pero ahora s. Quera decirme que t eras el escogido.

    Mescalito te seal y con eso me dijo que t eras el escogido.-Quiere usted decir que me escogi entre otros para alguna tarea, o algo as?-No. Quiero decir que Mescalito me dijo que t podas ser el hombre que busco.-Cundo se lo dijo, don Juan?-Al jugar contigo me lo dijo. Eso te hace mi escogido.-Qu significa ser el escogido?-Tengo secretos. Tengo secretos que no podr revelar a nadie si no encuentro a m escogido.

    La otra noche, cuando te vi jugar con Mescalito, se me aclar que eras t. Pero no eres indio. Qu extrao!

    -Pero qu significa para m, don Juan? Qu tengo que hacer?-Me he decidido y voy a ensearte los secretos que corresponden a un hombre de

    conocimiento.-Quiere usted decir sus secretos sobre Mescalito?-S, pero sos no son los nicos secretos que tengo. Hay otros, de distinta clase, que me

    gustara revelar a alguien. Yo mismo tuve un maestro, mi benefactor, y tambin me convert en su escogido al realizar cierta hazaa. El me ense todo lo que s.

  • Le pregunt de nuevo qu requerira de m este nuevo papel; dijo que slo se trataba de aprender, en el sentido de lo que yo haba experimentado en las sesiones con l.

    La manera en que la situacin haba evolucionado era bastante extraa. Yo haba decidido decirle que iba a abandonar la idea de aprender sobre el peyote, pero antes de que pudiera lograrlo realmente l me ofreci ensearme sus "secretos". Ignoraba qu quera decir con eso, pero senta que esta vuelta sbita era muy seria. Argument que no llenaba los requisitos para una tarea as, pues sta requera una rara ciase de valor que yo no posea. Le dije que la inclinacin de mi carcter era hablar de actos que otros realizaban. Yo quera or sus pareceres y opiniones acerca de todo. Le dije que sera feliz de poder estar all sentado, escuchndolo durante das enteros. Para m, eso seria aprender.

    Escuch sin interrumpirme. Habl mucho tiempo. Luego dijo:-Todo eso es muy fcil de entender. El miedo es el primer enemigo natural que un hombre

    debe derrotar en el camino del saber. Adems, t eres curioso. Eso compensa. Y aprenders a pesar tuyo; sa es la regla.

    Protest un rato ms, tratando de disuadirlo. Pero l pareca convencido de que no me quedaba otra alternativa sino aprender.

    -No ests pensando bien -dijo-. Mescalito de veras jug contigo. Eso es lo nico que hay que tener en cuenta. Por qu no te ocupas de eso y no de tu miedo?

    -Fue tan poco comn?-Eres la primera persona que he visto jugar con l. No ests acostumbrado a esta clase de vida;

    por eso las seales se te escapan. As y todo eres una persona seria, pero tu seriedad est ligada a lo que t haces, no a lo que pasa fuera de ti. Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es el problema. Y eso produce una tremenda fatiga.

    -Pero qu otra cosa puede uno hacer, don Juan?-Busca y ve las maravillas que te rodean. Te cansars de mirarte a ti mismo, y el cansancio te

    har sordo y ciego a todo lo dems.-Dice usted bien, don Juan, pero cmo puedo cambiar? -Piensa en la maravilla de que

    Mescalito jugara contigo. No pienses en otra cosa; ,lo dems te llegar por su propia cuenta.

    Domingo, 20 de agosto, 1961La noche pasada, don Juan procedi a introducirme en el terreno de su saber. Estbamos

    sentados frente a su casa, en la oscuridad. De improviso, tras un largo silencio, empez a hablar. Dijo que iba a aconsejarme con las mismas palabras usadas por su propio benefactor el da en que lo tom como aprendiz. Al parecer, don Juan haba memorizado las palabras, pues las repiti varias veces para asegurarse de que no se me fuera ninguna,

    -Un hombre va al saber como a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo cometa vivir para lamentar sus pasos.

    Le pregunt por qu era as, y dijo que, cuando un hombre ha cumplido estos cuatro requisitos, no hay errores por los que deba rendir cuentas; en tales condiciones sus actos pierden la torpeza de las acciones de un tonto. Si tal hombre fracasa, o sufre una derrota, slo habr per-dido una batalla, y eso no provocar deploraciones lastimosas.

    Declar luego su intencin de ensearme lo que es un "aliado" en la misma forma exacta como su benefactor se lo haba enseado a l. Recalc con fuerza las palabras "misma forma exacta.", repitiendo la frase varias veces.

    Un "aliado", dijo, es un poder que un hombre puede traer a su vida para que lo ayude, lo aconseje y le d la fuerza necesaria para ejecutar acciones, grandes o pequeas, justas o injustas. Este aliado es necesario para engrandecer la vida de un hombre, guiar sus actos y fomentar su conocimiento. De hecho, un aliado es la ayuda indispensable para saber. Don Juan deca esto

  • con gran conviccin y fuerza. Pareca elegir cuidadosamente sus palabras. Repiti cuatro veces la siguiente frase:

    -Un aliado te har ver y entender cosas sobre las que ningn ser humano podra jams iluminarte.

    -Es un aliado algo parecido a un espritu guardin?-No es ni espritu ni guardin. Es una ayuda.-Es Mescalito el aliado de usted?-No! Mescalito es otra clase de poder. Un poder nico! Un protector, un maestro.-En qu se diferencia Mescalito de un aliado?-A Mescalito no se le puede domar y usar como se doma y se usa a un aliado. Mescalito est

    fuera de uno mismo. Escoge mostrarse en muchas formas a quienquiera que tenga enfrente, sin importarle que sea un brujo o un pen.

    Don Juan hablaba con hondo fervor de que Mescalito era el maestro de la buena manera de vivir. Le pregunt cmo enseaba Mescalito a "vivir como se debe", y don Juan repuso que Mescalito muestra cmo vivir.

    -Cmo lo muestra? -pregunt.-Tiene muchos modos de hacerlo. A veces lo ensea en su mano, o en las piedras, o los

    rboles, o noms enfrente de uno.-Es como una imagen enfrente de uno?-No. Es una enseanza enfrente de uno.-Habla Mescalito a la persona?-S. Pero no con palabras.-Entonces cmo habla?-A cada hombre le habla distinto.Sent que mis preguntas lo molestaban. No hice ninguna ms. El sigui explicando que no

    haba pasos exactos para conocer a Mescalito; por tanto, nadie poda instruir sobre l a excepcin de Mescalito mismo, Esta caracterstica lo haca un poder nico; no era el mismo para todos los hombres.

    En cambio, dijo don Juan, la adquisicin de un aliado requera la enseanza ms precisa y el seguir, sin desviacin, una serie de etapas o pasos. Hay muchos de esos poderes aliados en el mundo, dijo, pero l slo conoca bien dos de ellos. E iba a guiarme a ellos y a sus secretos, pero de m dependa escoger uno de los dos, pues slo uno poda tener. El aliado de su benefactor estaba en la yerba del diablo, dijo, pero a l en lo personal no le gustaba, aunque gracias al benefactor saba sus secretos. Su propio aliado estaba en el "humito", dijo, pero no concret la naturaleza del humo.

    Inquir al respecto. Permaneci callado. Tras una larga pausa le pregunt:-Qu clase de poder es un aliado?-Ya te dije: es una ayuda.-Cmo ayuda?-Un aliado es un poder capaz de llevar a un hombre ms all de sus propios lmites. As es

    como un aliado puede revelar cosas que ningn ser humano podra.-Pero Mescalito tambin lo saca a uno de sus propios lmites. No lo convierte eso en un

    aliado?-No. Mescalito te saca de ti mismo para ensearte. Un aliado te saca para darte poder.Le ped explicarme el punto con ms detalle, o describir la diferencia entre ambos efectos. Me

    mir largo rato y ri. Dijo que aprender por medio de la conversacin era no slo un desperdicio sino uno estupidez, porque el aprender era la tarea ms difcil que un hombre poda echarse encima. Me pidi recordar la vez que trat de hallar mi sitio, y cmo quera yo encontrarlo sin trabajo porque esperaba que l me diese toda la informacin. Si lo hubiera

  • hecho, dijo, yo jams habra aprendido. Pero el saber cun difcil era hallar mi sitio, y sobre todo el saber que exista, me daran un peculiar sentido de confianza. Dijo que mientras yo permaneciese enclavado en mi "sitio bueno" nada podra causarme dao corporal, porque yo tena la seguridad de que en ese sitio especfico me hallaba lo mejor posible. Tena el poder de rechazar cuanto pudiera serme daino. Pero si l me hubiese dicho dnde estaba el sitio, yo jams habra tenido la confianza necesaria para considerar esto como verdadero saber. As, saber era ciertamente poder.

    Don Juan dijo entonces que, siempre que un hombre se propone aprender, debe laborar tan arduamente como yo lo hice para encontrar aquel sitio, y los lmites de su aprendizaje estn determinados por su propia naturaleza. As, no vea objeto en hablar del conocimiento. Dijo que ciertas clases de saber eran demasiado poderosas para la fuerza que yo tena: hablar de ellas slo me acarreara dao. Al parecer sinti que no haba nada ms que quisiera decir. Se levant y fue rumbo a su casa. Le dije que la situacin me abrumaba. No era lo que yo haba pensado ni deseado.

    Dijo que los temores son naturales; todos los sentimos y no podemos evitarlo. Pero por otra parte, pese a lo atemorizante que sea el aprender, es ms terrible pensar en un hombre sin aliado o sin conocimientos.

  • III

    Pasaron ms de dos aos entre el tiempo en que don Juan decidi instruirme acerca de los poderes aliados y el tiempo en que me consider listo para aprender sobre ellos en la forma pragmtica y partcipe que l consideraba aprendizaje; en dicho lapso defini gradualmente las caractersticas generales de los dos aliados en cuestin. Me prepar para el corolario indispensable de todas las verbalizaciones y la consolidacin de todas las enseanzas: los estados de realidad no ordinaria.

    Al principio, se refera de un modo muy casual a los poderes aliados. Las primeras menciones, en mis notas, estn intercaladas entre otros temas de conversacin

    Mircoles, 23 de agosto, 1961-La yerba del diablo [toloache] era el aliado de mi benefactor. Podra haber sido tambin el

    mo, pero no me gust.-Por qu no le gust la yerba del diablo, don Juan?-Tiene una desventaja seria.-Es inferior a otros poderes aliados?-No. No me ests entendiendo. La yerba del diablo es tan poderosa como el mejor de los

    aliados, pero tiene algo que a m en lo personal no me gusta.-Me puede decir qu es?-Malogra a los hombres. Los hace probar el poder demasiado pronto, sin fortificar sus

    corazones, y los hace dominantes y caprichosos. Los hace dbiles en medio de gran poder.-No hay alguna manera de evitarlo?-Hay una manera de superar todo esto, pero no de evitarlo. Quien se hace aliado de la yerba

    debe pagar ese precio.-Cmo puede uno superar ese efecto, don Juan?-La yerba del diablo tiene cuatro cabezas: la raz, el tallo y las hojas, las flores, y las semillas.

    Cada una es diferente, y quien se haga su aliado tiene que aprenderlas en ese orden. La cabeza ms importante est en las races. El poder de la yerba del diablo se conquista por las races. El tallo y las hojas son la cabeza que cura enfermedades; bien usada, esta cabeza es un don a la humanidad. La tercera cabeza est en las flores y se usa para volver locos a los hombres, o para hacerlos obedientes, o para matarlos. El hombre que tiene a la yerba de aliado nunca torna las flores, ni tampoco toma el tallo y las hojas, a no ser que est enfermo, pero las races y las semillas se toman siempre, sobre todo las semillas: son la cuarta cabeza de la yerba del diablo, y la ms poderosa de todas.

    "Mi benefactor deca que las semillas son la 'cabeza sobria': la nica parte capaz de fortificar el corazn del hombre. La yerba del diablo es dura con sus protegidos, deca l, porque busca matarlos aprisa, y por lo comn lo logra antes de que puedan llegar a los secretos de la 'cabeza sobria'. Sin embargo, por ah dicen que hubo hombres que averiguaron los secretos de la cabeza sobria. Qu prueba para un hombre de conocimiento!"

    -Averigu su benefactor tales secretos?-No, l no.-Conoce usted a alguien que lo haya hecho?-No. Pero vivieron en un tiempo en que ese saber eraimportante.-Conoce a alguien que sepa de gente as?-No, yo no.-Conoca a alguien su benefactor?

  • -El s,-Por qu no lleg su benefactor a los secretos de la cabeza sobria?-Domar la yerba del diablo para hacerla un aliado es una de las tareas ms difciles que

    conozco. Ella y yo, por ejemplo, jams nos hicimos alianza, quiz porque nunca le tuve cario.-Puede usted usarla todava como aliado, aunque no le tenga cario?-Puedo, slo que prefiero no hacerlo. Tal vez contigo sea diferente.-Por qu se llama yerba del diablo?Don Juan hizo un gesto de indiferencia, alz los hombros y permaneci callado algn tiempo.

    Finalmente dijo que "yerba del diablo" era su nombre de leche. Haba, aadi, otros nombres para la yerba del diablo, pero no deban usarse porque el pronunciar un nombre era asunto serio, sobre todo si uno estaba aprendiendo a domar un poder aliado. Le pregunt por qu el pronunciar un nombre era cosa tan grave. Dijo que los nombres se reservaban para usarse slo al pedir ayuda, en momentos de gran apuro y necesidad, y me asegur que tales momentos ocu-rren tarde o temprano en la vida de quien busca el conocimiento.

    Domingo, 3 de septiembre, 1961Hoy en la tarde don Juan recogi del campo dos plantas Datura.Inesperadamente trajo a colacin el terna de la yerba del diablo, y luego me pidi acompaarlo

    a los cerros a buscar una.Fuimos en coche hasta las montaas cercanas. Saqu de la cajuela una pala y nos adentramos

    por una de las caadas. Caminamos bastante rato, vadeando el chaparral que creca denso en la tierra suave, arenosa. Don Juan se detuvo junto a una planta pequea con hojas de color verde oscuro y flores grandes, blancuzcas, acampanadas.

    -Esta -dijo.Inmediatamente empez a cavar. Trat de ayudarlo, pero l me rechaz con una vigorosa

    sacudida de cabeza y sigui cavando un hoyo circular en torno a la planta: un hoyo de forma cnica, hondo hacia el borde exterior, con un montculo en el centro del crculo. Dejando de cavar, se arrodill cerca del tallo y limpi con los dedos la tierra suave en torno, descubriendo unos diez centmetros de una raz grande, tuberosa, bifurcada, cuyo grosor contrastaba mar-cadamente con el del tallo, que pareca frgil por comparacin.

    Don Juan me mir y dijo que la planta era "macho" porque la raz se bifurcaba desde el punto exacto en que se una al tallo. Luego se levant y ech a andar buscando algo.

    -Qu busca usted, don Juan?-Quiero hallar un palo.Empec a mirar en torno, pero l me detuvo.-T no! T sintate all -seal unas rocas como a seis metros de distancia-. Yo lo encontrar.Volvi tras un rato con una rama larga y seca. Usndola a manera de coa, afloj

    cuidadosamente la tierra a lo largo de los dos ramales divergentes de la raz. Limpi en torno a ellos hasta una profundidad aproximada de medio metro. Cuanto ms ahondaba, ms apretada estaba la tierra, hasta el punto de ser prcticamente impenetrable a la vara.

    Dej de cavar y se sent a recobrar el aliento. Me sent junto a l. Pasamos largo rato sin hablar.

    -Por qu no la saca usted con la pala? -pregunt.-Podra cortar y daar a la planta. Tuve que conseguirme un palo de este sitio para que as, en

    caso de pegarle a la raz, el dao no fuera tanto como el que hara una pala o un objeto extrao.-Qu clase de palo trajo usted?-Cualquier rama seca de paloverde es buena. Si no hay ramas secas, tienes que cortar una

    fresca.-Pueden usarse las ramas de cualquier otro rbol?

  • -Ya te dije: slo de paloverde y de ningn otro.-Por qu, don Juan?-Porque la yerba del diablo tiene muy pocos amigos, y el paloverde es el nico rbol de por

    aqu que se lleva bien con ella: lo nico que prende. Si daas la raz con una pala, no crecer cuando la vuelvas a plantar, pero si la lastimas con un palo de sos, lo ms probable es que ni lo sienta.

    -Qu va usted a hacer ahora con la raz?-Voy a cortarla. Debes dejarme. Vete a buscar otra planta y espera que te llame.-No quiere que lo ayude?-Slo puedes ayudarme si te lo pido!Alejndome, empec a buscar otra planta, combatiendo el fuerte deseo de rondar a hurtadillas

    y observar a don Juan. Tras un rato se me uni.-Ahora vamos a buscar la hembra -dijo.-Cmo los distingue usted?-La hembra es ms alta y crece por encima del suelo, as que realmente parece un arbolito. El

    macho es grande y se extiende cerca del suelo y ms parece un matorral espeso. Cuando saquemos a la hembra vers que la raz se hunde por un buen trecho antes de hacerse horcn. El macho, en cambio, tiene el horcn de la raz pegada al tallo.

    Buscamos juntos por el campo de daturas. Luego, sealando una planta, dijo: "Esa es hembra." Y procedi a cavar en torno de ella como haba hecho antes. Apenas descubri la raz pude ver que sta se ajustaba a su prediccin. Lo dej nuevamente cuando se dispona a cortarla.

    Al llegar a su casa, abri el bulto donde haba puesto las daturas. Sac primero la ms grande, el macho, y la lav en una amplia bandeja de metal. Limpi cuidadosamente toda la tierra de la raz, el tallo y las hojas. Despus de esa limpieza minuciosa, separ el tallo de la raz haciendo una incisin superficial en torno a su juntura con un cuchillo corto y serrado, y quebrando la planta por all. Tom el tallo y separ cada una de sus partes haciendo montones individuales con las hojas, las flores y las espinosas vainas de semilla. Tir cuanto estaba seco o comido de gusanos, y conserv slo las partes intactas. Uni ambos ramales de la raz atndolos con dos trozos de cordel, los quebr por la mitad tras hacer un corte superficial en la juntura, y obtuvo dos pedazos de raz de igual tamao,

    Luego tom un trozo de arpillera spera y coloc en l los dos pedazos de raz atados; encima puso las hojas en un montn ordenado, luego las flores, las vainas y el tallo. Dobl la arpillera e hizo un nudo con las puntas.

    Repiti exactamente los mismos pasos con la otra planta, la hembra, slo que al llegar a la raz, en vez de cortarla, dej intacta la horqueta, como una letra Y invertida. Luego puso todos los pedazos en otro bulto de tela. Cuando termin, ya haba oscurecido.

    Mircoles, 6 de septiembre, 1961Hoy, al atardecer, volvimos al tema de la yerba del diablo.-Creo que deberamos empezar otra vez con esa planta -dijo de pronto don Juan.Tras un silencio corts pregunt:-Qu va usted a hacer con las plantas?-Las plantas que saqu y cort son mas -dijo-. Es como si fueran yo mismo; con ellas voy a

    ensearte la manera de domar a la yerba del diablo.-Cmo lo har usted?-La yerba del diablo se divide en partes. Cada parte es distinta; cada una tiene su propsito y

    su servicio nicos.

  • Abri la mano izquierda y midi sobre el piso desde la punta del pulgar hasta la del dedo anular.

    -Esta es mi parte. T medirs la tuya con tu propia mano. Ahora bien, para establecer dominio sobre la yerba del diablo, debes empezar por tomar la primera parte de la raz. Pero como yo te he trado con ella, debes tomar la primera parte de la raz de mi planta. Yo la he medido por ti, de modo que en realidad es mi parte la que debes tomar al principio.

    Entr en la casa y sac uno de los bultos de arpillera. Se sent y lo abri. Advert que era la planta macho. Tambin not que slo haba un pedazo de raz. Don Juan tom el trozo restante de los dos originales y lo sostuvo frente a mi cara,

    -Esta es mi primera parte -dijo-. Yo te la doy. Yo mismo la he cortado para ti. La he medido como ma; ahora te la doy.

    Por un instante, se me ocurri que debera masticar la raz como una zanahoria, pero l la meti en una bolsita blanca de algodn.

    Fue a la parte trasera de la casa. All tom asiento en el piso, cruzando las piernas, y con una "mano" redonda empez a macerar la raz dentro de la bolsa. Trabajaba sobre una piedra lisa que serva de mortero. De vez en vez lavaba las dos piedras, conservando el agua en un pequeo recipiente plano, labrado en un trozo de madera.

    Al golpear cantaba, en forma muy suave y montona, una cantilena ininteligible. Cuando hubo convertido la raz en una pulpa blanda dentro de la bolsa, la coloc en el recipiente de madera. Volvi a meter all el metate y la mano, llen de agua la palangana y despus la llev a una especie de bebedero rectangular para cerdos colocado contra la cerca trasera.

    Dijo que la raz deba remojarse toda la noche y tenia que dejarse afuera de la casa para que recibiera el sereno.

    -Si maana es da de sol y calor, ser muy buena seal.

    Domingo, 1 de septiembre, 1961El jueves 7 de septiembre fue un da muy claro y caluroso. Don Juan pareca muy complacido

    con el buen augurio y repiti varias veces que probablemente yo le haba cado bien a la yerba del diablo. La raz se haba remojado toda la noche, y a eso de las 10 a.m. fuimos detrs de la casa.

    El sac la palangana de la artesa, la puso en el suelo y se sent al lado. Tom la bolsa y la frot contra el fondo. La alz unos centmetros por encima del agua y la exprimi, para luego dejarla caer. Repiti los mismos pasos tres veces ms; luego desech la bolsa, tirndola en la artesa, y dej la palangana bajo el sol ardiente.

    Regresamos dos horas despus. Don Juan sac una tetera de tamao mediano, con agua amarillenta hirviendo. Lade la palangana con mucho tiento y vaci el agua de encima, conservando el sedimento espeso acumulado en el fondo. Vaci el agua hirviendo sobre el sedimento y dej nuevamente la palangana en el sol.

    Esta secuencia se repiti tres veces a intervalos de ms de una hora. Finalmente, vaci casi toda el agua de la palangana, inclin sta a modo de que recibiera el sol del atardecer, y la dej.

    Cuando regresamos horas despus, estaba oscuro. En el fondo de la palangana haba una capa de sustancia gomosa. Pareca almidn a medio cocer, blancuzco o gris claro. Haba quiz toda una cucharada cafetera de esa sustancia. Don Juan llev la palangana a la casa, y mientras l pona agua a hervir, yo quit trozos de tierra que el viento haba echado en el sedimento. Se ri de m.

    -Ese poquito de tierra no le hace dao a nadie.Cuando el agua herva, virti poco ms o menos una taza en la palangana. Era la misma agua

    amarillenta usada antes. Disolvi el sedimento formando una especie de sustancia lechosa.-Qu clase de agua es sa, don Juan?

  • -Agua de flores y frutas de la caada.Vaci el contenido de la palangana en un viejo jarro de barro que pareca florero. Todava

    estaba. muy caliente, de modo que sopl para enfriarlo. Tom un sorbo y me pas el jarro,-Bebe ya! -dijo.Lo tom automticamente, y sin deliberacin beb toda el agua. Era un poco amarga, aunque

    su amargor era apenas perceptible. Lo que resaltaba mucho era el olor acre del agua. Ola a cucarachas.

    Casi inmediatamente empec a sudar. Me dio mucho calor y la sangre se me agolp en las orejas. Vi una mancha roja delante de mis ojos, y los msculos de mi estmago empezaron a contraerse en dolorosos retortijones. Tras un rato, aunque ya no senta dolor, empec a enfriarme; el sudor literalmente me empapaba.

    Don Juan me pregunt si vea negrura o manchas negras frente a mis ojos. Le dije que lo vea todo rojo,

    Mis dientes castaeteaban a causa de un nerviosismo incontrolable que me llegaba en oleadas, como irradiando del centro de mi pecho.

    Luego me pregunt si tena miedo. No encontraba yo sentido a sus preguntas. Le dije que obviamente tena miedo, pero l me pregunt nuevamente si tena miedo de ella. No comprend a qu se refera y dije que s. El ri y dijo que yo no tena miedo en realidad. Me pregunt si segua viendo rojo. Todo lo que yo vea era una enorme mancha roja frente a mis ojos.

    Tras un rato me sent mejor. Gradualmente desaparecieron los espasmos nerviosos, dejando slo un cansancio doliente, agradable, y un intenso deseo de dormir. No poda tener los ojos abiertos, aunque an oa la voz de don Juan. Me dorm. Pero la sensacin de estar sumergido en un rojo profundo persisti toda la noche. Incluso so en rojo.

    Despert el sbado, alrededor de las 3 p.m. Haba dormido casi dos das. Tena una leve jaqueca y el estmago revuelto, y dolores intermitentes, muy agudos, en los intestinos. A excepcin de eso, todo era como un despertar ordinario. Encontr a don Juan dormitando frente a su casa. Me sonri.

    -Todo sali muy bien la otra noche -dijo-. Viste rojo y eso es todo lo que importa.-Qu habra pasado si no hubiera visto rojo?-Habras visto negro, y eso es mala seal.-Por qu es mala?-Cuando un hombre ve negro, quiere decir que no est hecho para la yerba del diablo, y

    vomita las entraas, todas verdes y negras.-Y se muere?-No creo que nadie muera de esto, pero s se puede enfermar por mucho tiempo.-Qu les pasa a quienes ven rojo?-No vomitan, y la raz les produce un efecto de placer, lo cual significa que son fuertes y de

    naturaleza violenta: eso le gusta a la yerba. As es como incita. Lo nico malo es que los hombres terminan siendo esclavos suyos a cambio del poder que les da. Pero sobre esas cosas no tenemos control. El hombre vive slo para aprender. Y si aprende es porque sa es la naturaleza de su suerte, para bien o para mal.

    -Qu debo hacer luego, don Juan?-Luego debes plantar un brote que he cortado de la otra mitad de la primera parte de raz. T la

    otra noche tomaste la mitad, y ahora hay que meter en la tierra la otra mitad. Tiene que crecer y dar semilla antes de que puedas emprender la verdadera tarea de domar a la planta.

    -Cmo la domar?-La yerba del diablo se doma por la raz. Paso a paso, debes aprender los secretos de cada

    parte de la raz. Debes tomarlas para aprender los secretos y conquistar el poder.-Se preparan las distintas partes en la misma forma en que usted prepar la primera?

  • -No, cada parte es distinta.-Cules son los efectos especficos de cada parte?-Ya te dije: cada una ensea una forma distinta de poder. Lo que tomaste la otra noche