Castigo s

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Page 1: Castigo s

Cómo castigar a un niño hoy para que te lo

agradezca mañana. Ocho criterios (casi) infalibles

Convivo con cuatro fierecillas a las que trato domar con más o menos acierto.

Como todos los niños, a veces hacen el cafre y su madre y yo les reprendemos.

Ambos nos preguntamos con frecuencia cuál es el castigo más eficaz. La experiencia

me animó a leer sobre el tema y a anotar algunas ideas con la intención de escribir

un artículo como este. Ha caído en mis manos un libro muy interesante que me ha

ayudado a confirmar unos criterios y a descubrir otros que tienen pinta de infalibles

(o casi). Los he resumido en ocho, que comparto con todos los padres y educadores

del mundo; serán bienvenidas sus opiniones, sugerencias, críticas, etc.

1. No existen dos niños iguales. El

castigo que ha sido eficaz con el

mayor no tiene por qué servir al

pequeño. Los niños deben conocer

las reglas, pero la aplicación de

éstas varías según las características

peculiares de cada niño. Un niño

que puntualmente dice una

grosería no debe ser corregido del

mismo modo que otro

habitualmente grosero.

2. Para castigar, padres y maestros debemos tener la cabeza fría. Si tras el castigo

nos invade un sentimiento de culpabilidad, eso suele significar que no hemos

pensado bien antes de aplicar dicho castigo. Por tanto, debemos armarnos de

paciencia, especialmente cuando estamos cansados, enfadados o agotados por

otros motivos.

3. Consecuencia de lo anterior, los castigos físicos son completamente

desaconsejables. Sí, lo confieso: he recibido y propinado algún azote, pero ahora

que tengo la cabeza fría debo de transmitir lo que me han dicho las personas con

más experiencia y conocimiento que yo: no pegues a los niños. No sirve. Es más: sus

efectos a largo plazo pueden resultar contraproducentes.

4. Inmediatez. No permitamos que pase mucho tiempo entre la falta y el castigo,

especialmente en el caso de niños más pequeños, que olvidan rápido. Cuando el

niño está castigado, debemos asegurarnos de que el realmente recuerda por qué lo

está.

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5. Los castigos deben ser una herramienta excepcional, no una

recurrente. Demasiados castigos deben hacernos sospechar que el niño está

llamando la atención por algún problema oculto y por lo general más grave. En ese

caso, debemos corregir y, si es necesario, pedir ayuda externa (maestros, tutores,

psicólogos, etc.)

6. Objetivo primordial: que el niño entienda las relaciones de causa-efecto entre la

falta y el castigo. Si un jovencito llega 45 minutos tarde a casa, tiene más sentido

impedirle ver la mitad de su partido de fútbol favorito que prohibírselo todo entero.

El castigo no solo trata de poner límites, sino de que el niño entienda por qué

existen esos límites. De esa manera, aprenderá a evitar por si solo las conductas que

le acarrearán consecuencias negativas. También es bueno advertir antes de cometer

la falta: si haces esto, te ocurrirá lo otro.

7. Racionalidad. No debemos imponer castigos excesivamente duros ni tan

complicados de cumplir (o para nosotros de supervisar) que al final no pueden

llevarse a cabo. “No sales de casa durante un mes”; “copia esta frase mil veces”…

Ojo con los castigos contraproducentes: a un niño tímido no debemos impedirle

acudir a un cumpleaños, donde puede relacionarse con más facilidad.

8. Resulta mucho más eficaz fortalecer las conductas positivas que erradicar las

negativas. El castigo debe estar equilibrado con caricias y besos. Muchas caricias y

pocos castigos. Felicitar y celebrar los aciertos presentes evita los errores futuros.

Como digo, se trata criterios casi infalibles.

Remarco lo de “casi”. Ni la educación funciona como una

ciencia exacta ni los niños se comportan como autómatas

de respuestas siempre previsibles. Pero precisamente

por eso, porque no hay reglas exactas, conviene conocer

criterios contrastados por la experiencia y avalados por

los expertos. En la inmensa mayoría de los casos,

funcionan. ¡Suerte con tus “fierecillas”!

(Recomiendo la lectura del libro “¡Castigado! ¿Es

necesario?”, de la Psicóloga María Luisa Ferrerós)

Autor: Juan Bosco Martín Algarra