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CAUDILLOS Y ACAUDILLADOS Simeón Rizo Castellón Esquipulas

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CAUDILLOS Y ACAUDILLADOS

Simeón Rizo Castellón

Esquipulas

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Simeón Rizo Castellón

N324.22R627 Rizo Castellón, Simeón Caudillo y Acaudillados / Simeón Rizo Castellón. -- 2a ed. -- Managua: Esquipulas Zona Editorial, 2012 124 p. ISBN : 978-99964-24-00-7

1. LIDERAZGO 2. PODER POLÍTICO 3. PARTIDOS POLÍTICOS 4. ESTADISTAS NICARAGÜENSES

Caudillos y Acaudillados

© 2012

Simeón Rizo Castelló[email protected]éfono: 2268-2888

Simeón Rizo CastellónPrimera Edición Noviembre 2012

Portada Lester Ortega

Imagen de portadaEl Jardín de las DeliciasHiernymus Bosch (El Bosco)

Impreso en Imprenta Estrella

Managua, Nicaragua

Queda prohibida, salvo permiso previo del autor, cualquier forma de reproducción, distribución o alteración total o parcial de esta obra.

Esquipulas

ÍNDICE

El Poder………...……………………………………. Raíces del Poder..........……………………………….. Las necesidades básicas................……………………. La necesidad del poder..............……………………....El estatus......…………..……....……………………....La Territorialidad..............…………………...………..El Reconocimiento...........…………………………..…La Institución.........………….…………………….….. Tipos de Poder.......……………………………………. El Líder.....……………………………………………. El Líder Carismático.............………………………….El Líder Institucional.............………………….……... Las Asociaciones.........……………………….………. Los Partidos Políticos.............…………………….…..

El Caudillismo………..…………....…………………Antecedentes.........…………….….......…………….....Caudillos..…........................…………………………..Definición....................……………….………………..El carisma en el caudillo..……………………………..Origen del poder del caudillo..…....….………………..El poder caudillesco..........……….…………………...Caudillos y dictadores....................................................

Acaudillados.........……………………………………Definición...................………….……………………...¿Cómo reconocer al acaudillado?..……………….…... Ritos de obediencia................…………………….…...Protocolos de comunicación..………………………....Gestos y conductas................…….………………….... Paradigmas............................……………………….....Manejo de la angustia............………………………....Sentimientos de postergación........................................Características individuales de los acaudillados............

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La conducta humana......................................................Autoestima.....................................................................Mecanismos de defensa.................................................Beneficios del acaudillado.............................................La mujer acaudillada......................................................

El caudillaje en Nicaragua…......…...……………….Antecedentes...............………………………………...Caudillos en Nicaragua..................................................Cleto Ordóñez................................................................Bernabé Somoza............................................................William Walker..............................................................Los Idus del 93..............................................................José Santos Zelaya.........................................................Emiliano Chamorro........................................................Augusto C. Sandino.......................................................Anastasio Somoza García..............................................Miguel Obando y Bravo................................................Daniel Ortega Saavedra.................................................Arnoldo Alemán Lacayo................................................

Epílogo..........................................................................Post Data........................................................................

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El Poder

RAÍCES DEL PODER

En los mamíferos y especialmente en los primates, la jerarquía que rige la organización del grupo está determinada por el poder que sus miembros reconocen sobre ellos a alguno de sus individuos; ese poder en algunas situaciones es independiente del sexo y puede no ser absoluto, en muchos casos es variable, dependiendo de los objetivos o necesidades a satisfacer del grupo.

El por qué, el para qué o el cómo alguien es elegido por el grupo para ejercer el poder sobre ellos es de difícil explicación, pero res-ponde a improntas existentes en el sistema conductual desarrolladas por razones que se hunden en la noche de la evolución de la especie, aunque los actuales descubrimientos sobre el genoma comienzan a clarificar muchas de las incógnitas de la aparición y evolución de la vida.

En los mamíferos y primates este poder es ejercido por alguien que lo ha obtenido algunas veces por edad, fuerza, habilidad, expe-riencia o por la necesidad del grupo de aceptar a alguien que puede ser más eficiente para alcanzar objetivos específicos como cazar, alimentarse, moverse a otros sitios, cuidar o alimentar sus crías; el poder, en estos casos, lo ejerce el individuo que en el momento dado es reconocido como el más eficaz para satisfacer las necesidades impuestas por la naturaleza para lograr los objetivos de la evolución vital o para la sobrevivencia del grupo.

LAS NECESIDADES BÁSICAS

El Homo Sapiens, igual que sus primos hermanos primates, tiene necesidades propias que su naturaleza exige satisfacer; una de ellas, igual que las alimenticias y sexuales, es la necesidad de poder.

Troquelada por condiciones naturales propias de cada persona, y de intricado origen, la exigencia y urgencia de satisfacción de sus necesidades varía de un individuo a otro, unos se satisfacen con poco, otros son insaciables.

Los mecanismos que determinan la satisfacción o sensación de

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hartura son de difícil explicación; en la satisfacción de las necesida-des alimenticias se puede objetivar más fácilmente. Todos conoce-mos a personas que se sacian con poca comida, otro necesitan más y algunos son insaciables; lo mismo pasa con las necesidades sexuales y con la necesidad de poder, pero estas presentan mayor dificultad de objetivación, pues la cultura y las costumbres se encargan de difuminarlas, aunque se hacen presente a través de los rituales y los hábitos sociales.

Bajo toda conducta dirigida a satisfacer necesidades siempre está presente la agresividad. Definimos como agresividad al natural im-pulso humano de acercarse al otro tal como lo concibe la palabra original latina “agressio” que da origen también a las palabras in-gresar o egresar.

La agresividad es una condición necesaria para la evolución hu-mana. Sin un mínimo de agresividad no es posible la satisfacción de necesidades indispensables para la vida. Como ejemplo ilustrativo podemos observar la vehemencia, que podríamos calificar de agre-siva, con que el niño sano, recién nacido, toma el pecho de la madre y la indiferencia del niño inmaduro que está en peligro de muerte.

En los seres humanos esta agresividad, eficiente y necesaria, cuyo funcionamiento adecuado es muy importante para su desarrollo in-tegral, en ciertas circunstancias, y motivada por diferentes causas, puede entrar en disfunción y producir actos violentos, muchas veces mortales, constituyendo una negación obvia de la vida.

Para la conservación de la vida y sobrevivencia de la especie y frente al peligro de la agresividad disfuncional, o sea la violencia, que atenta contra los anteriores objetivos, las especies han creado meca-nismos, los rituales, que atemperan el peligro de violencia, que por su propia definición, es contraria a la evolución positiva de la vida.

Lo anterior puede ser observado, con facilidad, en los rituales de apareamiento, de afirmación del poder o en los signos de sumisión, que realizan los animales para definir su estatus y evitar situaciones muchas veces comprometedoras para su existencia.

Entre los humanos, el desarrollo de su evolución ha sofisticado estos rituales. Las acciones y signos son muy sutiles, por tanto es más difícil dicha observación, pero es un hecho incontrovertible que estos rituales existen en todos los mamíferos.

LA NECESIDAD DEL PODER

Tomando en cuenta que el hombre es una unidad biopsicosocial, la conjunción de esos factores hace que desentrañar el origen y la fuerza de la necesidad de poder sea una trama muy difícil de des-trenzar; es evidente que el ser humano se aprovecha de la existencia en otros de estas necesidades y usa indistintamente la dinámica de satisfacción de las necesidades propias y la de los otros, para reali-zar la satisfacción de alguna de ellas.

Este fenómeno tiene su base en el principio de equis finalidad conductual, o sea, que para alcanzar un objetivo conductual básico, el resto de las fuerzas psicosociales se aúnan para lograr el objetivo sentido como imprescindible y necesario para la evolución.

En este sentido, el sexo es usado para obtener alimentos o ejercer poder; de la misma manera, la necesidad de alimentación es usada para obtener sexo, sojuzgar o manejar el poder, y no se diga el uso de poder para satisfacer necesidades sexuales o alimenticias; defini-tivamente las necesidades expresadas se mezclan y son usadas para obtener la satisfacción de una o de todas las necesidades humanas.

La necesidad de poder, que al mismo tiempo permite llenar las otras necesidades con mayor facilidad, pareciera primar sobre las otras necesidades.

EL ESTATUS

El Principito de Saint Exupery ejercía su poder en un asteroi-de vacío, la situación le era muy incómoda pues no tenía a quien mandar, ante la imperativa necesidad principesca de obtener la obe-diencia de alguien y al no tener súbditos resolvió su innata molestia ordenando al sol que saliera y minutos después ordenándole su oca-so, pues el asteroide era minúsculo, y esa función le absorbía todo su tiempo.

Todos los seres humanos necesitamos que otros, aunque sea una persona o un animal como mínimo, nos reconozcan, sino como su-periores al menos como iguales. Igual que el Principito, necesi-tamos un estatus, algo que nos haga sentir que somos valiosos o importantes para alguien, por lo tanto, merecedores de algún reco-nocimiento u obediencia.

En esta necesidad de estatus está el origen del mito bíblico de que

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el hombre reinara sobre todos los seres vivientes, aunque también es cierto, que sin esa afirmación de exagerada autoestima el hombre no tendría la suficiente fortaleza para enfrentar las vicisitudes de su his-toria, como diría Nietzsche, no hubiera sido capaz de inventar a Dios.

Así como en una economía libre hay una mano invisible para re-gular los precios de los bienes, en las sociedades naturales de prima-tes, hombre incluido, existe un acomodo que se llama estatus social que determina el grado de poder que a un individuo le reconocen sus pares y por tanto es el que lo ejerce en su grupo social.

LA TERRITORIALIDAD

La lucha para un lugar en el grupo social, un espacio o territo-rio, con su cuota de poder, es consustancial a la naturaleza humana. Nace con el primer llanto del niño que acapara el pecho de la madre y en gran parte su atención. Se desarrolla con la evolución natural del individuo: los celos infantiles, el espacio propio en los adoles-centes, el auto centrismo de la juventud, la exclusividad en la pareja y la estructuración de la familia nuclear.

La necesidad de tener un lugar en un espacio y tiempo percibido como único por el hombre no termina con la muerte, desea pervi-vir, eternizarse en un incierto más allá. Su deseo, a través de la fe religiosa, lo transforma en realidad. El hombre desea permanecer, vivir, que es una forma de ser, por siempre, en la memoria de sus congéneres. Busca la perennidad por el poder o la fuerza de acciones capaces de incrustarse en la memoria colectiva. El hombre es histo-ria y como tal quiere estar presente siempre.

En nuestra cultura occidental una expresión sencilla de esa ne-cesidad de perennidad se observa en la costumbre generalizada de poner nuestros nombres, o algo más, en las lápidas sobre las tumbas, y no se diga de los mausoleos, pirámides o monumentos. A mayor poder ejercido en este mundo, mayor ostentación, pero, aun el más humilde de los hombres, cree o espera una vida futura después de la muerte, y ojalá eterna y sin sufrimientos. ¡Habrase visto signo de mayor soberbia dentro de la aparente humildad!.

Es la misma soberbia del Non Serviam de Lucifer pero que es indispensable para la evolución del hombre. Véase por ejemplo, los juegos fatuos entre Mefistófeles y el viejo Doctor Fausto en la obra cumbre de Goethe, escrita durante el auge del racionalismo román-

tico alemán. Sin ese Non Serviam la humanidad estaría en una si-tuación pre adánica, obedeciendo a los ciclos obligatorios de la na-turaleza, como tantos primos hermanos, mamíferos y no mamíferos. Al aparecer en el hombre un estado de conciencia que le permitió percibirse a sí mismo como un ente diferenciado y privilegiado de la naturaleza, obtuvo un estatus especial en el sistema natural.

El profundizar en todas las acciones que los individuos realizan para alcanzar un estatus que les permita ejercer mayor influencia de poder en el grupo social nos llevaría muy lejos del interés de este trabajo. Una cosa es cierta, nadie, ni el más humilde o mísero de los hombres carece de un espacio donde ejercer su necesidad de poder.

Todo ser humano tiene un espacio, real o virtual, un territorio, donde ejerce su necesidad de poder. Puede ser sobre otros hombres, algún animal, perro, caballo, mascota etc., o por último ejerce su po-der sobre una cucaracha o ratón que él decidió matar porque estaba al alcance o dentro de su capacidad, dominio o territorio asignado.

La naturaleza del hombre le exige una cuota de poder para satis-facer la necesidad de estatus e igual que no puede vivir sin comida el hombre no puede realizarse sin un mínimo de poder que le otorgue un estatus.

EL RECONOCIMIENTO

El hombre es un ser, que como social está condenado a vivir con otros y por tanto necesita ser reconocido por los otros. El hombre es hombre porque otros iguales a él lo reconocen como tal.

Sus congéneres, al reconocerlo como igual, le confieren primero el estatus de humano y luego le asignan el lugar que le corresponde en el grupo social. El desentrañar ese fenómeno no es sencillo y ha sido objeto de serios estudios de filósofos, antropólogos, sociólogos y psicólogos.

Por todos es conocido que las diferentes sociedades asignan lu-gares propios a todos los que participan en su vida corriente, hom-bres, mujeres, niños, ancianos y hasta animales o cosas que le han asignado valores sentimentales, simbólicos, mágicos o religiosos. Por tanto, todos los participantes de un grupo social tienen un esta-tus, un lugar donde ejercen su poder en mayor o menor grado, pero este lugar es asignado de una u otra forma por el grupo social, por los otros hombres.

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Algunos antropólogos han descrito situaciones que se dan en so-ciedades poco evolucionadas en donde la expulsión del seno gru-pal de un individuo significa la muerte, y no porque lo ultime otras personas o alimañas, sino porque el expulsado se muere sin mediar razón objetiva. Quizás eso quería expresar Caín cuando con gran terror exponía a Dios que si lo expulsaban del grupo social, tal como lo había sentenciado el Señor, moriría.

La marca de Caín fue el escudo que le imprimió Yahvé para de-fenderlo, esa marca, para algunos, es la afirmación de la independen-cia humana de las leyes de la madre naturaleza, que lo condenaban a muerte y la aparición del hombre constructor, el Homo Faber que puede usar a la naturaleza y no sólo obedecerla, la domina, como dicen los autollamados descendientes del mitológico Jubal Caín.

Es posible que la pena del ostracismo, como castigo, encuentre sus raíces en este atavismo y por eso pervive en nuestras costumbres penales.

LA INSTITUCIÓN

Ningún poder nace por sí mismo. Todo poder es dado por alguien y desarrollado con sus circunstancias. Si lo anterior es cierto, como realmente lo es, el poder es una relación obligada entre el que tiene o ejerce un poder y el que lo padece, acepta, permite o concede con gusto o placer que ejerzan sobre él algún tipo de poder.

Visto el fenómeno del poder como una díada sistémica, el poder de alguien será de magnitud equivalente a la debilidad del otro.

Ningún ser humano puede tener poder absoluto sobre otro, salvo que posea o maneje los recónditos hilos de su conciencia, y como eso es imposible sin la participación voluntaria del otro. Todo hom-bre tiene en sí, en su conciencia, la capacidad de negarse a obedecer cualquier mandato, expresión límite del ser libre.

La religión es un fenómeno que analizado bajo la óptica del po-der nos puede iluminar el fenómeno.

El poder de las instituciones religiosas reside en la delegación que el Creador otorga a un ser humano de una porción de su poder, que se refleja en la capacidad real o ficticia de conocer el pensa-miento, o tener acceso a los sentimientos íntimos de otras personas.

Para los creyentes obedientes, Dios, la institución o sus repre-sentantes conocen las intimidades del individuo, sus deseos, odios,

amores, su fidelidad y su futuro, y tienen la potestad de premiar o castigar.

Según el relato bíblico cuando Moisés bajó del Sinaí con las Ta-blas de la Ley, estaba escrito en su primer mandamiento, “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Para la cultura judeocristiana, ésta es una entrega total, sin reservas, sin posibilidad de escape o medianía, a la autoridad divina, so pena de cometer traición al Ser Supremo y pecar indefectiblemente.

La traición es la acusación más usada por cualquier poderoso para quien realiza acciones no permitidas.

En este sentido, la institución religiosa obtiene un dominio total sobre sus creyentes.

Muchos pensadores de mentalidad totalitaria se han percatado que el poder sobre los seres humanos se puede obtener cuando tie-nen o controlan la totalidad del ser.

San Agustín, en la Ciudad de Dios, sentenció: “Todo dentro de la Iglesia nada fuera de ella”. Lenin, Hitler, Mussolini, dijeron: todo dentro del Estado nada fuera de él. Mao y Castro claman todo dentro de la revolución nada fuera de ella.

Cualquier tirano antiguo o moderno que pretenda manejar al ser humano sabe que si quiere tener éxito, al hombre debe controlársele totalmente, nada debe de existir fuera de su control.

Para quien tiene esta visión totalitaria del mundo, y quiere imponer-la, debe tener conciencia de que nadie puede actuar al margen de las normas impuestas o sin el debido permiso del Jefe. Si lo hace, el Jefe tendrá que tildarlo de traidor. Ésa es la norma de la visión totalitaria.

Nadie ha tenido el conocimiento suficiente de los mecanismos de la existencia humana para poder manejar totalmente a los indi-viduos.

La cualidad más humana del hombre es la capacidad de negarse a sí mismo y por lo tanto rechazar cualquier mandato, de quien sea, que no le parezca adecuado.

El hombre siempre tendrá la capacidad de decir No. Se le podrá obligar a decir o realizar cualquier cosa contra su voluntad, Galileo, las purgas estalinistas, las autocríticas chinas y cubanas, la salida voluntaria de Freud de la Alemania nazi, los matrimonios a la fuer-za, son ejemplos pero todavía no se ha encontrado el método para manejar la conciencia de forma sistemática y lograr convertir lo no querido en deseado sin la aquiescencia del sujeto. No hay pastillas para el querer o el no querer.

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Es el Non Serviam primigenio. Se ha pretendido de muchas for-mas manejar la conciencia y la voluntad de los hombres, se ha usado desde los métodos más crueles e inhumanos, el holocausto de Hit-ler, los gulags de Stalin; hasta los más sutiles como la propaganda, la manipulación informativa, la educación dirigida, alfabetizaciones “chapiollas”, pero siempre aparece el hombre con su capacidad de pensar diferente, con o sin razón.

Mucho se ha temido a un futuro manejado por mecanismos que permitan el control de la totalidad del ser humano. Esa prevención se tiene con los descubrimientos del genoma o las técnicas de clona-ción. El futuro igual que los mecanismos de control del ser humano siguen ignotos.

Pero así como ha sido prácticamente imposible controlar al ser humano cuando este control lo entrega el hombre voluntariamente a otro hombre o institución, es fácilmente manipulable.

En el hombre existe una condición propia que es la llave de la voluntad, de la obediencia, de la entrega de los sentimientos más íntimos que se llama FE.

La fe es el proceso final de eliminación de la incertidumbre, que según algunas investigaciones neurofisiológicas contemporáneas, tiene su lugar y funcionamiento en el aparato neuropsíquico, y pue-de tener como base la razón o ser totalmente irracional; esta última es la que tiene mayor atingencia a nuestro trabajo.

¿Cuál es este fenómeno? ¿Cómo se presenta? ¿Por qué se da? ¿Para qué se da? ¿A quién se da? ¿En qué condiciones se da? ¿Cuá-les son las características de estos seres humanos que dan ese Poder y el de quien los recibe?

Estas son las incógnitas que pretendemos analizar.

TIPOS DE PODER

Un amigo me contaba que una persona cercana al constatar que padecía de un cáncer irremediable, tomó la decisión de quitarse la vida. Fue una determinación voluntaria. Posiblemente pueda decir-se que, desquiciado por tal noticia, perdió el impulso de vida. In-dependiente de las causas de su decisión, el suicidio fue un acto de dominio sobre su propia persona. Es posible que existan formas más nobles de decidir sobre la propia vida, como lo han hecho algunos héroes, recordemos Numancia, Massada, El Álamo, Chapultepec, la

carga del Mariscal Solano López en Paraguay, pero la nobleza de las razones no le quita nada a la esencia del hecho que es disponer del bien más preciado que tiene el hombre.

Creo que ése es el primer tipo de poder que tienen los seres hu-manos. El poder de disponer sobre su propia vida.

Los antropólogos que han descrito las costumbres de los chim-pancés, nuestro más cercano pariente primate, con quienes com-partimos el 99 % de nuestros genes, describen cómo la posesión de bienes, deseados por los otros, les proporciona cierto grado de poder sobre el resto, no sólo obtienen signos de reconocimiento, de sumisión, de ofrecimiento sexual sino que preminencia y rituales de apaciguamiento.

Si en una comunidad humana observamos la conducta del posee-dor de bienes deseados y la de los individuos que desean esos bienes estaremos presenciando un fenómeno parecido a los observados en las comunidades de chimpancés.

El dueño de cosas, la mayoría de las veces, obtiene poder sobre el resto de la comunidad que desea esas cosas, por el simple hecho de poseer, aunque, también, genera otro tipo de conductas que giran alrededor de la existencia y uso del poder.

La riqueza no es necesariamente económica, recuérdese en el Re-lato Bíblico, el deseo de David por el único tesoro del soldado Urías, su bella mujer.

El deseo de poder y la posibilidad de tenerlo generan, ambiva-lentemente, lealtad y rechazo. El deseo modela la necesidad y el ejercicio del poder.

EL LÍDER

En nuestras comunidades es común observar a personas con cier-tas características especiales, son serviciales, amables, dedicados a los otros, simpáticos, que funcionan como líderes naturales, dirigen en ciertos aspectos a la comunidad y ésta les delega una serie de funciones que les otorga cierto estatus y halagan su forma de ser.

Esta delegación está basada en la confianza, la fe, que estos indi-viduos obtienen del grupo y éstos la otorgan voluntariamente.

El poder de estas personas está limitado por el grado de ambición del sujeto y la tolerancia del grupo.

Esta ambición obtiene su energía de la imagen que tienen de sí

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mismos, de la forma en que la proyectan y de la capacidad de com-partirla con la comunidad, haciéndoles sentir que ellos son parte de ese futuro.

Dentro de este grupo existen personas con ciertas cualidades es-peciales de difícil explicación que es lo que se ha llamado carisma.

EL LÍDER CARISMÁTICO

Algunos sociobiólogos han creído descubrir ciertos rasgos ge-néticos o mejor dicho cierta comunidad en la estructura genética en los grupos, que explicarían la relación filial, el fenómeno de la simpatía entre las personas o del amor o amistad a primera vista.

Según algunos estudiosos, el carisma nace en las personas no sólo por las condiciones genéticas propias, sino que además porque cultivan, de forma involuntaria, una serie de características que los hacen atrayentes para ciertos grupos humanos y al mismo tiempo satisfacen necesidades propias y de los otros.

Tienen formas propias de dirigirse a los demás, perciben los gus-tos y disgustos generalizados del grupo, interpretan y asumen los atavismos, discriminaciones, creencias irracionales y racionales, funcionan absorbiendo el sentido común del grupo, dan seguridad y optimismo frente a los miedos atávicos, en otras palabras, logran obtener de los otros la confianza, al sentirse comprendidos, y la esperanza, al sentirse interpretados, por tanto, capaces de resolver sus problemas.

Naturalmente este fenómeno tiene grados de exigencia y satis-facciones tanto en el poseedor de esas cualidades como las que con-forman las condiciones culturales y psicosociales de los cedentes.

Obviamente que el uso o abuso de estas cualidades será interpre-tado por la sociedad misma. El líder natural ostenta un poder obvio, pero el líder carismático tiene un poder cualitativamente diferente.

EL LÍDER INSTITUCIONAL

Existe otro tipo de poder que es el que delega una institución. Uno de los logros mayores en la evolución del hombre ha sido su capacidad de crear instituciones.

Una institución es una organización creada por el hombre con

una serie de leyes y reglamentos que es obedecida por la fuerza de su propia naturaleza. El hombre las ha creado para permitir la evo-lución de la sociedad y separar el poder con objetivos personales del poder con objetivos del beneficio común. El grupo ha depositado, en la institución, una serie de poderes que le son propios en aras de una eficiente evolución.

Una institución muy antigua y que tiene sus raíces en la necesi-dad de conservación de la especie es el matrimonio.

La formación de la pareja hunde sus raíces en la profundidad de la evolución. Para algunos la existencia de la forma sexual de pro-creación, o sea de la existencia de hembra y macho y su apareamien-to, se debe a que es más exitosa que la forma ovípara de nuestros antecesores en la evolución animal.

Sea como sea, en el inicio de todo apareamiento existe el cortejo que tiene su motor en la agresividad tal como la definimos en su momento.

La hembra, al buscar mejor calidad genética para asegurar la es-pecie, escoge al macho que le da mejores garantías y éste expresa su calidad con demostraciones de distintas formas de fuerza, de poder, es el cortejo, que en la especie humana está difuminada por los ri-tuales.

En la historia de la humanidad el acto sexual ha estado ligado al poder, su misma descripción, de acto de penetración y recepción, es una representación de dominación del macho sobre la hembra, aunque como dijimos anteriormente este acto está matizado por la cultura. Algunas concepciones y teorías orientales interpretan la re-lación sexual de una manera diferente a la concepción occidental.

Según el psicólogo Haley que interpreta las relaciones interper-sonales como un juego de intercambio de poderes, la pareja, como institución, maneja una serie dinámica de esos juegos que idealmen-te deberían ser de equilibrio, o sea, que el liderazgo en las tomas de decisiones debería estar en función de la mayor capacidad, que uno de ellos tenga, para encontrar soluciones, pero esto no sucede siempre, siendo este juego de poderes causa de conflictos y desave-nencias.

En nuestra cultura occidental ha sido tradicional que la madre se ocupe de los hijos, ejerciendo poder sobre ellos, y el padre, como proveedor, ejerce el poder sobre todos. Este sistema de poder se presta a muchas manipulaciones y disfunciones que originan tensio-nes que llevan en muchos casos al ejercicio violento del poder, con

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consecuencias muchas veces fatales, pues nadie renuncia totalmen-te al poder.

Dentro de la familia entra en juego de la satisfacción de necesi-dades básicas como las alimenticias, sexuales, de estatus y de terri-torialidad que nos enseña, en su micro mundo, el fenómeno humano de la sociedad entera, y el poder está en el centro de este universo.

Observando a la familia podemos desentrañar y conocer las cau-sas, proceso y terminación de todas las guerras de la humanidad.

Dentro de la familia se da la envidia, los celos, la lucha y ambi-ción de riqueza y poder, la necesidad de espacio y de estatus, tal como lo han reflejado los grandes escritores desde Esquilo, Shakes-peare, Dostoyevski, etc., y los grandes historiadores de las guerras desde Homero, Toynbee o Jonhson.

El matrimonio como institución delega poder a la pareja. Todas las sociedades hemos venido evolucionando en el tema del poder, desde un poder arbitrario y personal a un poder institucional imper-sonal y social, que hasta la fecha parece haber sido más eficiente y equitativo para la evolución de la humanidad.

Actualmente, el uso del poder califica la evolución de una socie-dad que será llamada más civilizada, en tanto posea mayor número de instituciones que son obedecidas por la fuerza de la norma que actúan con independencia de criterios personales que generalmente son más proclives a decisiones parciales.

No obstante lo anterior, existen en toda sociedad diferentes tipos de instituciones y no todas obedecen a la definición ideal que se expuso anteriormente.

Los hombres somos creadores de instituciones perfectibles, por tanto existirán desde las muy incipientes hasta las casi perfectas.

La institución, como estructura organizada en la sociedad, dele-ga funciones de poder a algunos de sus individuos, y por esta sen-cilla razón, éstos ejercen un poder que se inicia y termina con el mandato que la institución les otorgó.

Cuando en una persona confluye el poder delegado por la ins-titución, el liderazgo natural y el carisma propio, aparecen fenóme-nos del Poder muy interesantes, pero si las condiciones históricas, sociales, políticas y geográficas son propicias el fenómeno conmue-ve las estructuras de una sociedad.

LAS ASOCIACIONES

Los estudiosos de la conducta animal han observado que mu-chos de ellos se estructuran en grupos para cazar con más eficiencia, las leonas lo hacen y los chimpancés también; la diferencia con los hombres es la permanencia o institucionalidad que hacemos de esta necesidad de agruparnos, para obtener objetivos deseables para la comunidad.

Los hombres nos agrupamos para diferentes fines, así nacieron los clanes, tribus, reinos, países, naciones, etc., la historia es un ejemplo constante de esa tendencia del hombre de impulsar empre-sas en común.

Generalmente lo que une al grupo es el objetivo de la agrupación, así veremos, clubes sociales o deportivos, asociaciones gremiales y para delinquir, sindicatos de obreros y del crimen, cooperativas, pandillas, en otras culturas castas, sociedades secretas, hermanda-des, cada una de estas asociaciones tiene un objetivo común más o menos definido.

En el llamado Nuevo Testamento, en la Biblia, aparece que cuan-do Cristo estaba ayunando en el desierto, Satanás le mostró todo lo que le podía otorgar si lo adoraba, era la tentación del poder. Según los creyentes, para cualquier humano dicha tentación hubiera sido irresistible.

Algunos estudiosos de la sociobiología han encontrado que los primates sufren cambios hormonales y en los neurotransmisores, cuando cambian de estatus o jerarquía en el grupo y por tanto obtie-nen más poder. Cambian no sólo la expresión corporal, sino hasta la forma de caminar. En los hombres también.

Los obvios cambios conductuales que se observan en los que ostentan algún poder están ligados a estas aminas biógenas que, junto con las endorfinas, gatillan expresiones de agresividad, placer y autosuficiencia.

De todos es conocido que, el poder, igual que una droga peli-grosa, produce cambios oscilantes, entre el placer y la locura, en la personalidad de los usuarios. Son pocos los que después de gustada la droga del poder quedan indemnes.

Kissinger decía que no había mejor afrodisíaco que el poder y po-siblemente el causante del aumento de productividad de feromonas.

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LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Existen asociaciones muy antiguas con el objetivo definido de obtener el poder sobre el resto del grupo, que actualmente se llaman partidos políticos.

No tienen otro objetivo que la toma del poder, por lo tanto, su fin es satisfacer lo que llamamos anteriormente las necesidades básicas de sus miembros y las del resto de la comunidad, a través del ejerci-cio del poder sobre el resto.

En principio, el partido político es una institución creada por la sociedad, para dirigir las fuerzas de la sociedad en aras de una ma-yor eficiencia en la consecución del bien común. El problema es que como el objetivo es el poder y este es un bien tan deseable por todos, el partido es un campo de batalla donde campean todas las pasiones del hombre con el fin de obtener, sino todo, una parte del deseado poder o por lo menos participar o degustar de alguna forma de sus mieles.

Todas las organizaciones otorgan a los que pertenecen a ellas, y los partidos políticos no son una excepción, seguridad y un estatus, un lugar en el grupo y en la sociedad, y conforme ese lugar así será, la facilidad o dificultad, según el grado de poder, de satisfacer las necesidades de los individuos.

En las sociedades catalogadas como más civilizadas juega un pa-pel importante, como factor de pertenencia a un partido político, la ideología.

La ideología es una propuesta sociopolítica coherente de cómo debe organizarse y funcionar una sociedad determinada. La perte-nencia de una persona a un grupo político, no sólo define la co-munidad de pensamiento, sino también, otros factores como serían: satisfacer una vocación de servicio, alcanzar un estatus social, rea-firmar la autoestima, obtener un modo de vida, resolver problemas económicos, obtener ventajas específicas; en fin, son muchas las razones que se pueden esgrimir para explicar la militancia en un partido político, pero todas giran alrededor del ejercicio del poder.

Todos los hombres tienen necesidad de pertenecer a alguna agru-pación, y la política es una de ellas, pero es interesante estudiar las motivaciones personales que nos mueven hacia una u otra agrupa-ción.

El partido político es una asociación para obtener poder, y por tanto, en sus miembros jugarán motivaciones diferentes a las que

empujan a pertenecer a una agrupación de otra índole. En los mili-tantes de partidos políticos habría que observarse no sólo las moti-vaciones ritualizadas de ayudar a la comunidad, sino que también las motivaciones inducidas por necesidades personales, la necesidad de estatus es una de ellas y está ligada a la autoestima.

Tomando en cuenta que el poder refuerza la sensación de seguri-dad personal, el pertenecer a una agrupación que trabaja para el po-der refuerza el sentimiento de valor personal, autoestima, que lleva a muchos a dar la vida por el color de un trapo en el que proyecta su propio valer.

Estos actos, no raros en las contiendas políticas, nos demuestran hasta qué punto las emociones y valores más profundos pueden ser expresados a través de rituales que sustituyen la verdadera motiva-ción. Freud describió dichas personalidades ligándolas a la inmadu-rez emocional. Casi siempre la adhesión a un grupo de una persona madura es más racional y no apoyada en sentimientos o motivacio-nes primitivas.

Madurez emocional no debe confundirse con educación, una per-sona puede ser muy educada, pero emocionalmente muy inmadura.

En los partidos políticos juegan un papel muy importante en las jerarquías, pues giran alrededor de mayor o menor poder y en esos casos hasta el más ínfimo de los militantes tiene algo más de poder que el simple sujeto que no milita en nada, acuérdense que el poder de uno va ligado a la debilidad del otro.

Toda agrupación, de cualquier índole, necesita una dirección, y ésta puede ser desde la más democrática, colegiada, hasta la más autocrática y personalizada. Todo depende de las circunstancias his-tóricas y del desarrollo institucional de la agrupación.

El acceso a un lugar prominente, de jefatura, en una organiza-ción depende de la conjugación de varios factores. En primer lu-gar depende del tipo y grado de madurez e institucionalidad de la asociación, en esos casos se puede hacer carrera, en el sentido de llenar una serie de requisitos que paulatinamente pueden llevarte a la dirección de la institución.

En los partidos políticos, dependiendo de sus circunstancias evo-lutivas, es posible el proceso anterior, pero generalmente tratándose de la obtención del poder, no es muy común dicho proceso.

La lucha por el poder, el acceso al poder, el uso del poder y el ejercicio del poder dentro de los partidos políticos tienen caracte-rísticas muy propias, es una vitrina donde se puede observar desde

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las raíces más primitivas del ser humano hasta las expresiones más exquisitas de la civilización, predominando, eso sí, las primeras.

Dependiendo de las circunstancias propias, los partidos pueden ser dirigidos por líderes naturales, cuyo mandato lo obtienen por tiempo más o menos limitado, por líderes delegados por el poder institucional por un tiempo limitado o por líderes carismáticos con limitaciones muy laxas por tener como origen de su poder una rela-ción muy especial con sus dirigidos. Estos últimos son los caudillos.

El Caudillismo

ANTECEDENTES

El poder del caudillo emerge de sus propias cualidades, pero en íntima relación con las características psicosociales de los acaudi-llados y ambos encerrados en un círculo interactuante con las con-diciones históricas y vitales de las circunstancias que les tocó vivir.

Algunos filósofos de la historia dicen que los pueblos avanzan cuando se juntan una serie de factores en el que resalta la presencia de un caudillo, y asimismo, detienen ese avance cuando desaparece ese caudillo y sus sucesores no están a la altura del antecesor.

Para un marxista ortodoxo, no seguidor estricto de la concepción hegeliana de la historia, la aparición de ese caudillo estará condi-cionada a la presencia de las condiciones objetivas en la sociedad, o sea, el caudillo es un producto y no necesita características natas, saldrá cuando la historia y sus condiciones objetivas lo exijan.

Para un idealista romántico las características inmanentes del caudillo obligarán a la sociedad organizarse bajo su mandato.

Para los primeros la historia produce al caudillo, para los otros, el caudillo hace la historia.

“Ay, qué buenos vasallos, si tuvieran buen señor”, se quejaban los burgaleses que clamaban por su Mío Cid Campeador.

“Pópolo pécora”, les decía a sus seguidores Mussolini.Por mucho tiempo la pregunta, qué es primero el huevo o la galli-

na, ha sido el nudo gordiano de la ciencia biológica y aunque los in-vestigadores de la evolución genética han llegado al convencimien-to de que primero fue el huevo, para nosotros, saber a ciencia cierta qué es primero o más importante, el caudillo o los acaudillados, y encima determinar qué papel, y cómo participan en este enigma las condiciones históricas, sigue siendo nuestro nudo gordiano, que desgraciadamente, no se puede resolver con la espada al estilo de Alejandro Magno.

Para estos menesteres no podemos usar ni el micrótomo que po-siblemente necesitaron nuestros genetistas para resolvernos el enig-ma del huevo y la gallina, ni recurrir a la fe del dogma trinitario aunque Hegel brillantemente lo racionalice.

Para los efectos de comprensión de ese fenómeno es necesario

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estudiar las condiciones históricas sociales del grupo, las caracte-rísticas y experiencias vitales de los caudillos y acaudillados, y ade-más, no perder de vista que es un fenómeno indisoluble y que se expresa de forma unitaria.

Algunos hablan de que las convulsiones sociales producen cau-dillos, y que éstas se dan, cuando concurren ciertas circunstancias históricas en la sociedad que modelan conductas homogéneas en los grupos que confluyen en tiempos simultáneos.

Según estos estudiosos de la historia las convulsiones sociales aparecen:

1. No cuando las cosa van mal sino cuando se cree que falta poco para que mejoren.2. Cuando se tiene la impresión generalizada de que algo falla.3. Cuando los gobernados están hartos y los gobernantes no creen en su propia ideología.4. Cuando aparecen motivaciones que empujan a la revuelta.

Es difícil conocer las circunstancias sociopolíticas que se dieron cuando emergieron los clásicos caudillos de la antigüedad, posible-mente basaron su poder en sus cualidades personales y en las condi-ciones primitivas de sus acaudillados.

En un principio, el jefe o caudillo, amalgamaba el poder religioso y el político. Era tenido por Dios. Quetzalcoalt, los emperadores orientales, los faraones o los simples jefes o caciques, cuyas memo-rias no recoge la historia, para sus súbditos eran dioses.

Otros eran tenidos como hijos, parientes o delegados de la di-vinidad tal como lo concibieron los griegos y romanos primitivos. Escogidos por Dios o sus representantes como lo concibieron los antiguos Papas o reyes europeos no lejanos en nuestra historia.

Las constituciones modernas aceptan que el poder reside en el pueblo, y éste a su vez lo delega, aunque algunos le agregan la cole-tilla que la voz del pueblo es la voz de Dios.

La historia nos parece decir que entre menos evolucionada, ca-rente de reglas, en una sociedad mayor es el poder personal del jefe o caudillo. La falta de normas hace más arbitrario el uso del poder y sólo sometido al capricho de la persona.

Un presidente o monarquía constitucional actual tiene menos po-der que un dictador tropical o africano y mucho menos que el Rey Sol

o Felipe Segundo, y no se puede comparar con el de César o Moctezu-ma y mucho menos con el de Gengis Khan, Ciro o Alejandro.

Tampoco las condiciones o evolución de los súbditos son o han sido iguales.

La conciencia de la condición y valor del ser humano, por la úni-ca razón de existir, no han sido las mismas en diferentes momentos de la historia. El tener derechos y exigirlos, por la única razón de ser humano, expresión incuestionable de civilización, ha sido una opción evolutiva del género humano.

Esta opción no ha sido gratuita ni al azar, fue escogida porque esa conducta ha sido más eficiente para el desarrollo de la especie. La evolución de la especie humana parece demostrar que la civilización ha sido la opción más eficiente para el desarrollo filogenético.

Ser esclavo, siervo, paria u otra condición de servidumbre en esos tiempos era una condición sentida tan natural como lo es ac-tualmente el sentirse libre.

Las relaciones entre caudillo y acaudillado han cambiado a lo largo de la historia, pero no ha desaparecido el fenómeno.

Actualmente siguen existiendo caudillos y acaudillados, aunque las condiciones históricas sean diferentes, también la esclavitud no ha desaparecido totalmente de la faz de la tierra.

Si este fenómeno existe, analicemos someramente las condicio-nes históricas sociales que permitieron, condicionaron, o crearon caudillos.

CAUDILLOS

Antes de entrar en el tema creo necesario hacer algunas puntua-lizaciones previas.

La palabra caudillo deriva de la palabra latina capitellum que sig-nifica el que dirige. Es de todos conocido que en ciencias sociales y conductuales las distintas expresiones del hombre no tienen bordes definidos sino que cada concepto se desliza suavemente sobre el si-guiente, de tal forma que es muy difícil obtener definiciones tajantes.

Las características conductuales del hombre se expresan más como spectrum que como expresiones independientes.

Por su propio concepto toda definición debe abarcar la totalidad, pero en ciencias conductuales sus límites se difuminan y muchas veces sus términos se entrelazan o se superponen.

Para clarificar la definición que daremos de caudillo es necesario,

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por razones metodológicas, separar las formas de ejercer el poder que caracterizarían a los caudillos a sabiendas que la separación es artificial pues el poder se expresa como un poliedro movedizo que al final es un todo.

Debemos de tener presente también que las conductas humanas, en este caso de caudillos y acaudillados, son procesos dinámicos, nada es estático en el hombre, por tanto las expresiones conductua-les de los posibles caudillos, de los caudillos en proceso y de los definitivamente caudillos, variarán en el tiempo y en el espacio, lo que dificulta su definición.

DEFINICIÓN

Caudillo es una persona carismática cuyo poder emana de sus propias cualidades, lo ejerce sobre un grupo de personas con carac-terísticas propias, los acaudillados, y aparecen en circunstancias históricas especiales.

EL CARISMA EN EL CAUDILLO

Las características conductuales del líder carismático ya fueron expuestas anteriormente. El líder carismático y el caudillo se dife-rencian en la forma de ejercer el poder. El caudillo tiene cualidades carismáticas pero, como su razón de ser es el uso del poder, su ca-risma adquiere algunos matices propios que se confunden muchas veces con el poder del dictador sin carisma.

El caudillo usa el poder de forma autocrática, toma sus decisio-nes según sus propios intereses, que no necesariamente pueden ser errados.

Por definición el caudillo no puede aceptar a nadie con poder a su mismo nivel.

La razón de su existencia es el ejercicio del poder y éste no se comparte.

Las alianzas con los caudillos siempre son temporales, duran mientras no pueden dominar al contrario.

Los consejos que se le dan al caudillo pueden ser escuchados pero serán tomados en cuenta en cuanto afirmen su íntima decisión

adoptada. El caudillo siempre estará íngrimo aunque esté rodeado de muchas personas.

La relación amistosa, como la amorosa, es un juego emocional de intercambio de poderes. La amistad es un intercambio de emo-ciones.

Entre amigos o personas queridas, normalmente, la relación emocional es un constante intercambio de poderes en que los par-ticipantes están unas veces en posición de dominio y otras veces en posición de dominado. Aun en una conversación tranquila, con personas simples, unas veces se tiene razón y otras no, es triste tener siempre la razón.

El caudillo no puede tener amigos, pues esto significa compartir emociones en igualdad de condiciones y él no lo pude hacer más que en relación de dominante.

El caudillo no puede compartir nada con nadie pues perdería par-te de su poder y eso es insoportable para un caudillo.

Cuando alguien convence a otro para que cambie de opinión es porque la fuerza de sus razones puso al convencido en posición dé-bil. Cuando el caudillo es convencido de algo que lo hace cambiar de opinión es porque de alguna manera ese cambio le favorece en su posición de dominante en la decisión previamente tomada.

Las formas típicas que usan los hombres para hacerse obedecer es haciendo uso de las emociones de amor, incompatible con la po-sición de dominador, o el temor posición natural del dominado.

El caudillo usa el temor para dominar y si aparentemente usa el amor es manipulando el temor del dominado a perder la relación afectiva con el caudillo. Temor es una reacción psicobiológica que aparece en el hombre cuando enfrenta lo desconocido, una amenaza, real o ficticia, a su integridad física, a su estatus social, o la posibili-dad de la pérdida de algo querido o deseado.

La forma de vivir el temor es única en cada hombre y depende de condiciones muy propias de cada ser humano. La intensidad del temor en una persona dependerá de sus características biológicas, psicológicas y sociales enmarcadas en su historia, aprendizaje y ex-periencia vital. Estas mismas características hacen que cada hombre maneje y exprese su temor de forma muy particular.

Dependiendo de su estructura psicobiológica los seres humanos reaccionan frente al temor con dos conductas equidistantes, la lla-mada tempestad de movimientos, alocados e incoherentes, o el so-brecogimiento o sea la parálisis. Dentro de esos polos y dependien-

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do de las características personales que matiza e inclina la conducta hacia uno u otro sentido, reaccionan los individuos frente al temor.

Una persona es más propensa a sufrir temores cuando es in-segura o carece de apoyo social. La inseguridad es una forma de ser de variable intensidad producto del aprendizaje, experiencias y condiciones físicas.

La angustia anticipatoria, o sea una tendencia a manejar y contro-larlo todo, es una forma de manejar el temor vital que todos los hu-manos conscientes viven y que es variable en cada persona, “pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente”, dice Darío, en Lo Fatal, y sigue “y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospecha-mos”, “y no saber a donde vamos ni de donde venimos”.

El mecanismo psicológico de defensa que los individuos usan frente a esta incómoda sensación es, en muchos casos, las fantasías de invulnerabilidad, Dios me protege, amuletos, detentes etc., o la racionalización de sus motivaciones, por ejemplo, aseverar que par-ticipa en la estructura no por miedo a la libertad sino por bien de la patria o del partido, o la entrega de su voluntad a la decisión de otra persona, al hombre, o instituciones, no porque le protegen o le ofre-cen seguridad, sino que por un motivo superior indefinido.

La religión ha sido el refugio más antiguo contra las inseguri-dades del hombre, pues alimenta la fantasía que alguien o algo les protege o ayuda, y si les sucede alguna cosa siempre creen que hay una vida mejor.

Otras instituciones mundanas que exigen obediencia pero que con sus normas regulan la vida de las personas como el ejército, agrupaciones, partidos políticos o personas con poder, ofrecen la seguridad, aunque no tan completa como la religiosa, que muchas personas inseguras necesitan.

Un manual, un decálogo que indica la decisión que se debe to-mar, calificada como correcta por alguna autoridad, es más tranqui-lizante que responsabilizarse en todo momento por las decisiones que se toman.

Para muchos hombres la incertidumbre es insoportable y sien-ten mucho temor de tomar decisiones que afecten su destino. Para algunos, manejar su propia vida es una responsabilidad angustiosa y difícil de asumir, es más tranquilizador que otros poderes decidan por uno, y el mejor mecanismo de defensa es ignorar o negar dicha realidad.

La toma de decisiones por uno mismo es un proceso de aprendiza-je y de madurez. El niño no puede tomar las decisiones por sí mismo, le falta madurez e incentivo social, otros la toman por él; pero cuando va desarrollándose va recibiendo estímulos biológicos y del medio social que le permiten tomar decisiones por sí mismo libremente.

La falta de referencia, como la oscuridad, produce tanto miedo como la carga de responsabilidad, la libertad. Según el mito bíblico, Adán y Eva lo sintieron al ser dejados de la mano de Dios y ser expulsados del paraíso y obligados a ser libres, a tomar y ser respon-sables de sus decisiones.

El miedo a la libertad es tan atávico como el reflejo de Moro, éste es un acto reflejo de extender los brazos como para asirse que se presenta como respuesta a la sensación de caída que tienen los recién nacidos y que, según antropólogos, nació cuando en etapas muy primitivas temíamos caernos de los árboles; pero con el desa-rrollo filogenético y la afluencia de conocimientos en la sociedad va liberando al hombre de esas ataduras.

Entre menos civilizada sea una sociedad sus miembros vivirán con más temores, sentirán que la naturaleza que les rodea es amena-zante a su integridad física y social, y para confirmar lo anterior sólo basta mirar las expresiones religiosas de nuestros compatriotas o leer con cuidado la historia de las prácticas para conjurar los miedos de nuestros ancestros. Nuestra historia colonial está llena de esas conductas.

Contra esa visión existe otra del hombre feliz que vive sin temo-res ni angustias en su estado natural y en un medio amistoso.

Parecieran dos visiones reales de dos momentos diferentes en la evolución humana. El temor ha sido la llave para dominar al hom-bre, por tanto, siempre ha sido usado por los detentadores del poder.

El caudillo usará las necesidades básicas de los individuos para dominarlos. La necesidad básica que los individuos tienen, de se-guridad y estatus social, serán usadas por el caudillo para conse-guir la obediencia, y para mantener esa obediencia usará el poder económico y el sexual que casi siempre van mancomunados.

ORIGEN DEL PODER EN EL CAUDILLO

El poder del caudillo emerge de sus propias cualidades y no es otorgado por otro poder.

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Lo anterior es muy importante no sólo porque define una cua-lidad del poder, sino porque nos permite desechar una cantidad de condiciones de poder caudillesco que tienen su origen en un poder superior. Esta cualidad subraya y remarca los límites de la definición que hemos dado del caudillo.

Los innegables caudillos del pasado usaron al poder divino como origen de su poder, esa figura fue válida mientras los acaudillados no concebían otro poder que no emanara de Dios.

Tanto en su aspecto meramente histórico como mítico religioso, Moisés fue un caudillo indiscutible. Algunos dicen que fue Akneton, faraón que introdujo en el pueblo que habitaba Egipto el concepto de un dios abstracto, alabó en bellos poemas al sol y su tumba falta en el valle de los reyes. Este hombre carismático, convenció a un pueblo de que en otro lugar existía un futuro promisorio, tierras de Leche y Miel, pero su fuerza la tomaba de un mandato recibido de su Dios todopoderoso.

¿En qué condiciones vivían estos pueblos? ¿Qué les hacía espe-rar un futuro mejor? ¿La fortaleza de los faraones se había desgas-tado por los pleitos con la estirpe sacerdotal? ¿La personalidad y agitación de Moisés detonó el conflicto?

Moisés era temido más que amado.Muchos papas han tenido poder carismático pero es difícil dilu-

cidar si su poder emanaba de sus propias condiciones o del mandato de Cristo: “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”.

La institución creada por el Cristo basada en su condición de Dios y hombre, es la que le otorga un poder superior e indiscutible sobre los hombres, por eso es muy difícil dilucidar si el poder caris-mático que han tenido muchos Papas tiene su origen en sus propias cualidades.

La Iglesia como institución ha mantenido el poder absoluto y jerarquizado como práctica incuestionable de su poder. Es dogma de fe para el creyente católico que el Papa es escogido por Dios a través de los votos de sus pares, los cardenales y, por tanto, sus órdenes, interpretaciones o decisiones son no sólo de inspiración divina, sino que en algunos casos son verdades de fe obligatoria.

Para los miembros de la Iglesia Católica los obispos y sacerdotes de alguna forma participan de ese poder divino, no sólo por delega-ción papal, sino que por su propia consagración a Dios.

Contra ese poder no hay recurso posible más que negarse a la obediencia, el non serviam, bajo pena de ser expulsado de la comu-

nión de los fieles, la misma pena que sufren los réprobos, traidores y desleales.

EL PODER CAUDILLESCO

El hombre ha venido evolucionando desde la fusión absoluta con la naturaleza y por tanto obligada obediencia a sus leyes hasta la conciencia actual de que él es un ser relativamente independiente de las leyes de la naturaleza y que éstas leyes las podemos usar a nuestro favor. Esta real percepción humana se debe a que lo que hemos llamado conductas civilizadas están bastantes alejadas de las conductas de los animales.

Las conductas llamadas civilizadas no son más que conductas ri-tualizadas del animal hombre necesarias para su evolución exitosa.

La evolución humana obedece a la interacción de estructuras fí-sicoquímicas que crean leyes genéticas, que a su vez, por su misma interrelación, desarrollan programas, no diseñados previamente, que avanzan por el ensayo y el error y nos ha llevado en millones de años, desde una proteína simple a una estructura que llamamos genoma humano, increíblemente complejo, que dirige nuestra con-dición actual. En este largo camino se han estancado o desapare-cido todos aquellos proyectos o grupos que no acertaron con en el método más eficiente para lograr la condición que ha alcanzado el hombre.

El genoma humano es el resultado de vicisitudes increíbles, éxi-tos y derrotas, que han hecho posible la existencia de un hombre con las características actuales.

En la naturaleza no existe la moral ni la ética, que es un producto de la evolución del hombre, menos lástima, éstas las crea el hombre porque son necesarias y útiles para su evolución y la supervivencia.

El amarás al prójimo como a ti mismo, actividad interrelacio-nada del gen altruista según Dawkin, es un salto cualitativo para la evolución del hombre, este salto es una necesidad de la especie hu-mana que adoptó ese principio como opción para la supervivencia y su exitoso desarrollo.

Los grupos proto humanos, que por diversas razones no adopta-ron estos principios necesarios para la evolución, se estancaron, no lograron condiciones adecuadas para el desarrollo y bienestar de sus miembros o han venido desapareciendo como grupo social.

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Las sociedades caníbales, esclavistas, autocráticas que no han aceptado la dignidad del hombre, si no han desaparecido, están muy menguadas, estáticas o en vías de desaparecer, las sociedades que han confiado, respetado y creído en la libertad e igualdad del hom-bre, han avanzado en todo orden de cosas, y no porque otros grupos las han convencido de lo equivocado de sus conductas, sino porque han escogido la opción filogenética exitosa del evolucionar.

Sociedades que han alcanzado altos grados de civilización cuan-do por razones histórico sociales aceptan como verdades absolutas miedos o prejuicios atávicos, llevan a sus miembros a terribles si-tuaciones irracionales o a genocidios que los ponen al borde de la extinción como grupo social, tal como pasó con la Alemania nazi o la Rusia soviética.

El poder absoluto, caudillesco, no tiene moral, es expresión des-carnada de la primitiva naturaleza humana, por tanto se resiste al funcionamiento pleno de los valores éticos y morales, pues significa su desaparición para dar paso a formas más civilizadas de desarrollo y menos oportunidades para los caudillos.

Una sociedad es más desarrollada, filogenéticamente, cuanto más principios éticos usa. Para algunos antropólogos la ética es una necesidad evolutiva de supervivencia de la especie y no una condi-ción graciosa o producto de prédicas de personas buenas.

Así se entienden, desde la sociobiología, las expresiones huma-nas generalizadas de cultura.

La ética, la moral, la cultura, la civilización como expresiones filogenéticas, por tanto biosicosociales, tienen su lugar específico en el funcionamiento bioquímico del aparato neurosíquico.

La repugnancia física o incapacidad biológica que muchas perso-nas tienen de cometer actos que hace años eran naturales, hombres carroñeros, caníbales, incestuosos, esclavistas, etc., indican el com-promiso biológico del hombre con la evolución social.

La existencia de esas costumbres en algunas personas primitivas lo confirma. Su existencia en los arquetipos inconscientes del hom-bre, y que aparecen en casos aislados, demuestra que en tiempos pasados esa fue una conducta normal, por tanto enclavada en el apa-rato neurosíquico del individuo.

Los ejércitos son instituciones de origen muy primitivo que im-ponen el poder como expresión de necesidades antiguas de impo-nerse sobre otros. En las sociedades civilizadas han evolucionado pues obedecen al jefe bajo el arquetipo del líder institucional pero

mantienen atavismos del poder autocrático donde el poder caudi-llesco puede entronizarse con facilidad.

Muchos caudillos han usado al ejército como medio de obtener satisfacción a sus necesidades de poder. Los partidos políticos han sido los vehículos preferidos del poder de los caudillos.

Los ejércitos y los partidos políticos han sido los últimos en aceptar que la civilización y la cultura han sido los grandes dome-ñadores del poder salvaje, no por bondad o razón graciosa, sino por sobrevivencia social.

El uso del poder es el termómetro que mide el grado de civiliza-ción de una sociedad. Entre menos civilizada es una sociedad el po-der caudillesco es más obvio y más descarnado, pues existen pocas regulaciones para su uso.

No hay que confundir grandes dirigentes de sus pueblos con los caudillos, tal como lo estamos definiendo nosotros, pues nuestro en-foque es a través del uso del poder.

El Cid, Juana de Arco, Saladino, Carlos Magno, Cronwell y más cercanos a nosotros Churchill, Gandhi, Adenauer, De Gaulle, Golda Meir, fueron grandes personajes que no usaron el poder de forma caudillesca, en cambio Perón, y en especial Evita, tuvieron una serie de características de poder caudillesco al igual que muchos persona-jes no políticos como Jimmy Hoffa, César Chávez, Lombardo Tole-dano, Fidel Velásquez, líderes sindicales, que no accedieron al poder político, pero sí tuvieron poder caudillesco sobre sus seguidores.

Hay que distinguir poder dictatorial con poder caudillesco.En la historia han existido muchos personajes con poder absolu-

to, dictatorial, pero sin características de caudillos.Stalin ejerció un poder omnímodo sobre vida y hacienda de sus

coterráneos, tal vez comparado con los grandes Khanes o emperado-res romanos y bizantinos, pero no parece haber tenido las cualidades caudillescas de Gengis Khan, Justiniano o Saladino.

Franco tuvo un poder dictatorial absoluto, se hacía llamar Caudi-llo, pero nunca tuvo las características carismáticas de un caudillo.

El rosario de dictadores criollos de nuestra América nos surte de ejemplos variados y pintorescos de dictadores, algunos con caracte-rísticas carismáticas.

Bolívar fue un gran libertador de pueblos, se hizo llamar en una ocasión dictador, pero nunca ejerció el poder caudillescamente por-que parece que adolecía de las características naturales de un cau-dillo, en ese sentido fue más caudillo el general Páez de Venezuela,

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cuyos hombres lo seguían con absoluta incondicionalidad y ejercía el poder a discreción personal, o el precursor de la independencia de Chile, José Miguel Carrera, que fue nombrado Pichi Rey por sus seguidores mapuches.

CAUDILLOS Y DICTADORES

Un caudillo puede ser dictador pero no todo dictador ha sido cau-dillo. Un ejemplo de fusión de caudillo con dictador ha sido Fidel Castro.

Parece ser que desde colegial, y quizás desde que le organizaba huelgas a su padre, Castro demostró características caudillescas.

Lo que no obtenía por la persuasión lo tomaba por la fuerza.Nadie duda actualmente que Fidel es amado, seguido, temido,

odiado, pero jamás ignorado, signo inequívoco de que emana caris-ma y que ejerce el poder de forma caudillesca.

Se acepta que Fidel es un dictador que ha impuesto su propia y singular idea de cómo debe ser la sociedad cubana y mundial sin tomar en cuenta más opinión que la suya propia.

Fuera de Cuba ha ejercido fascinación hipnótica en la izquierda, pues muchos se sienten interpretados en sus ideales y resentimientos sociales y políticos, por lo tanto, no son capaces de emitir ninguna crítica, y quienes han logrado vencer el sortilegio inmediatamente son execrados, condenados y catalogados como traidores por Castro y sus acaudillados, y en ningún momento analizado los fundamentos de sus críticas.

Ha sido conocido por el mundo que tanto dentro como fuera de Cuba los intelectuales que se han atrevido a opinar diferente a Fidel, no son entes pensantes y menos que se les deba, por su condición, alguna atención a sus opiniones, sino que pasan a la ca-tegoría de traidores, vendidos al imperialismo yanqui o miembros de la CIA.

Son tantos los ejemplos de personas que, según el particular cri-terio castrista, han cometido traición que es más sencillo exponerlos por rubro. Escritores, poetas, políticos, militares, científicos, pre-mios Nobel, actores, cubanos, europeos, asiáticos, latinoamericanos, religiosos, ateos, gente con autoestima etc., al criticar las acciones de Fidel Castro se han convertido en réprobos. Como reverso a la medalla no faltan los inefables acaudillados que realizan su autoes-

tima, garantizan sus prebendas o integridad física, defendiendo a su caudillo que son capaces de dar la vida y explicar lo inexplicable.

Todo dentro de la revolución nada fuera de ella. Según algunos que han escrito y analizado la relación amistosa

de Fidel con García Márquez, afirman que parece ser que no tie-ne más amigos que aquellos que lo apoyan o le son útiles en sus proyectos. Según estos autores su relación con García Márquez es utilitaria o vicariante, a Fidel le son útiles las relaciones internacio-nales de Gabo, y Gabo se siente colmado con la amistad de tan gran personaje.

Cualquier cosa se puede decir de Fidel menos que no es un fe-nómeno que de una u otra forma ha intervenido seriamente en la historia, tal como sólo los caudillos lo han hecho.

La vida familiar y sexual de Castro es un misterio, nadie la co-noce y con nadie la comparte, el mismo García Márquez, su amigo, afirma que nunca ha compartido la intimidad familiar de Castro, que para todos es un misterio. Es un solitario aunque esté rodeado de personas.

Su sentido mesiánico de ser la encarnación de un futuro mejor y que nada puede estar bien si no es congruente con su proyecto so-cial, es un hecho que trasuda de sus largos discursos. Sólo él tiene la razón y no hay argumentos que le quiten esa razón.

Lo afirmó en su famosa defensa cuando sólo a la historia le otor-gó la posibilidad de juzgarlo y encima lo absolvería.

Se apoya y dice ser marxista leninista, pero sólo es una referen-cia, pues él le da una explicación y connotación especial al marxis-mo. Su poder emana de sí mismo.

No ha existido nada, ni argumentación ni acciones o razones que le hagan variar en sus concepciones o decisiones.

La conjugación de características de caudillo con su condición de dictador ha producido un verdadero terremoto en la historia con-temporánea de Latinoamérica y el mundo.

En el ámbito de las suposiciones ¿qué hubiera sido de Fidel Castro si hubiera nacido en Alaska, Siberia o Suiza? Si no hubieran existido condiciones especiales en la Cuba, que le vio nacer y cre-cer, posiblemente, otra cosa sería don Fidel.

Si las condiciones del momento, tanto en Estados Unidos como en Latinoamérica y Cuba, hubieran sido otras, ¿qué hubiera pasado en los países que de una forma u otra influenció la revolución de Fidel?

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En las sociedades de muchos países latinoamericanos existía una convicción generalizada que algo andaba mal y que sólo una revolu-ción era capaz de resolver nuestros problemas, Fidel en su momento encarnó esos ideales, interpretó las posibles soluciones, catalizó los temores y prejuicios latinoamericanos, de que Estados Unidos tenía la culpa de todos nuestros males.

Fidel nos afirmó que el mal no estaba en nosotros sino que fuera de nosotros, aliviándonos de la angustia de aceptar que sólo noso-tros somos los responsables de nuestra situación.

La revolución cubana se dio, según nuestro enfoque, porque el pueblo cubano, que no estaba económica ni socialmente mal, según los estándares latinoamericanos de la época, sentía que algo andaba mal. El malestar lo achacaban, igual que el resto de los países lati-noamericanos, prejuicio compartido, al maldito capitalismo gringo, a la corrupción, que no era diferente a la de París o Nueva York. Pensaban que estaban a un paso de salir de esa situación y que con un cambio, una revolución clásica, alcanzarían mejores estándares de vida.

Los gobernantes de la época no creían en su ideología, mejor dicho no tenían ideología, y sólo les interesaba enriquecerse. Los gobernados estaban cansados de tantas tropelías.

El detonante de la revolución no fue tanto la lucha armada como la personalidad de Fidel Castro, sin su carisma y sin la presencia de algún otro personaje que lo neutralizara, ―Cienfuegos murió inex-plicablemente temprano y el Che tenía su propia agenda―, la revo-lución no hubiese tenido las dimensiones que tuvo.

La personalidad carismática de Fidel sincronizó el pensamiento de todo un pueblo y produjo una convulsión total.

Muchas son las interrogantes que el fenómeno de Fidel nos pro-duce, y tal vez no tienen respuesta, pero sí iluminan el fenómeno de los caudillos y también de los acaudillados.

Sin las características de los seguidores obsecuentes de Fidel tampoco se entendería el fenómeno.

La llamada Revolución Americana de 1776 se dio en condiciones parecidas a la Revolución Cubana. Las colonias inglesas económi-camente no estaban mal, pero existía una sensación de que faltaba poco para estar mejor, algo lo impedía. Existía la impresión de que algo fallaba, algunos como Paine lo achacaban a la monarquía como institución, otros, a los asesores del Rey.

Además de la locura del Rey Jorge, aquejado de porfiria, la Corte

no tenía mayor interés en lo que pasaba extramuros. El impuesto del té fue el detonante.

En la revolución norteamericana hubo grandes personajes diri-giéndola, Hamilton, Jefferson, Franklin y el mismo Washington que fue elegido como jefe militar, pero ni él, ni los otros tenían el caris-ma para convertirse en caudillos, es posible también que las condi-ciones históricas de las colonias no se lo permitieran.

Napoleón fue un caso de fusión de caudillo con dictador. Hijo de la Revolución que produjo la declaración y afirmación de

dignidad del hombre más influyente en los últimos doscientos años, fue un heredero del cansancio social en contubernio con la visión mesiánica de un caudillo.

La Revolución Francesa no estalló cuando la situación econó-mica y social estaba mal sino cuando estaba en fase de mejoría, el Ministro de Finanzas Necker se había encargado de eso.

Los dirigentes como Sieyes, Mirabeu, Danton, Marat, Robespie-rre, Desmoulins, todos ellos se encargaron de interpretar el senti-miento popular de que algo estaba fallando y que estaba a la vuelta de la esquina colmar las aspiraciones populares. Los gobernantes, además de idiotas como Luis XVI, no creían en el absolutismo he-redado del Rey Sol.

La toma de la Bastilla fue el detonante de la Revolución que des-pués de comerse, como Saturno, a sus hijos, uno de ellos, Napoleón Bonaparte, lejos del peligro, trabajaba con sus conquistas militares en Italia y Egipto y su carisma, para heredar el cansancio de Francia y proyectar su visión de gloria y orden en una nación que soñaba con la grandeza.

Cuando Napoleón llegó al cénit de su grandeza después de la batalla de Jena y Auerstedt en 1806 y Beethoven le dedicaba al em-perador su tercera sinfonía, Hegel trabajaba en Viena su Historia Universal. El héroe de esa historia era el espíritu, por eso tituló su obra Fenomenología del Espíritu. Hegel llega al convencimiento, de la mano de su sistema dialéctico, que Napoleón era la síntesis más elevada de todas las contradicciones, es el espíritu experimen-tado que las ha asumido todas. Es el espíritu universal que a caballo domina los pueblos de Europa. Es el triunfo del espíritu. La gloria.

El carisma de Napoleón fue el factor de cambio de todo el siglo XIX; su personalidad caudillesca es paradigmática.

La convicción de que su poder se originaba en sí mismo le impul-só a quitar la corona de las manos del Papa Pío VII y se auto coronó.

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Fue temido, ningún general se atrevía a tomar iniciativas y me-nos oponerse a sus brillantes diseños estratégicos, pero eso le valió la derrota en Waterloo.

Se ganaba la lealtad de sus soldados y oficiales conviviendo en los campamentos y haciéndoles sentir de que era uno de ellos, que les comprendía e interpretaba sus sentimientos y aspiraciones.

Seguido hasta el suicidio por sus generales como sucedió en la campaña de Rusia y el heroísmo del Mariscal Ney.

Amado hasta el delirio irracional, probada en la campaña de los cien días y en la carga de la Guardia Republicana en Waterloo.

Sus relaciones interpersonales fueron pobres, no se le conoció amigo ni confidente, pero supo usar a su favor las ideas monárquicas y experiencia diplomática de Talleyrand y la práctica revolucionaria policial de Fouché. Manejó sus matrimonios y a su familia para sus propios intereses y despreciaba a todo aquel que no se le sometía, así pasó con sus hermanos, con el Mariscal Murat y otros generales. Su relación con Josefina fue más una lucha de poderes sentimental-mente inmaduros que una relación matrimonial estable, no obstante, cuando fue necesario para los intereses del emperador fue repudiada al mejor estilo romano.

Igual que Cortés y otros caudillos usó el sexo como factor de dominio y repartía a sus mujeres entre sus subordinados, así pasó con Bernardote.

Como todo gran caudillo que interpretó brillantemente su mo-mento histórico, no supo o no pudo, por sus características caudi-llescas, percatarse de que las condiciones históricas y sociales en Europa y Francia, habían cambiado.

Su soledad, su autoreferencia, la descalificación de los consejeros que dicen lo que el jefe no acepta como verdad y sobrevaloración de aquellos acaudillados que sólo dicen lo que el Jefe quiere oír, condi-ciones propias de los caudillos, le impidió, como a otros caudillos y dictadores, percibir el cambio e interpretar la nueva realidad.

El inicio y el fin de los caudillos y dictadores están en sus propias características.

Hitler es otro caudillo dictador que conmovió el siglo XX. El fenómeno de Hitler está ligado a varias circunstancias. No se puede negar sus calidades carismáticas, sus discursos hipnotizaban a los alemanes, no sólo por sus dotes histriónicas, sino porque interpreta-ban prejuicios arraigados en las sociedades europeas de la época y expresaban sentimientos generalizados del pueblo alemán.

Hitler aparece cuando el gobierno de Hindemburg y el viejo ma-riscal estaban en decadencia.

El pueblo alemán estaba enfrentando las consecuencias de la de-rrota en la Primera Guerra Mundial y la humillación del tratado de paz de Versalles.

En centro Europa y en otros países existía, desde muchos siglos atrás, sentimientos antisemitas que se reflejaba en la discriminación que sufrían los judíos en todo orden de cosas.

Los ghetos judíos, los progroms en las aldeas polacas y rusas, las humillaciones y discriminaciones burocráticas dentro del Imperio Austro Húngaro, el caso Dreyfus en Francia, eran prácticas genera-lizadas y aceptadas en el mundo europeo de la época.

Los judíos fueron acusados desde muy temprano, por los cris-tianos, como deicidas y se les achacaba la causa de todos los males económicos y sociales. Las estrictas prácticas religiosas junto a la impenetrable organización familiar judía hacía difícil la integración social con el resto de la comunidad que encima les achacaban todos los males. Abonaba a lo anterior la percepción de que los judíos eran grupos con intenciones malignas. Es atávico que lo desconocido nos produce temor y por tanto le achacamos malas intenciones.

Los enemigos de los judíos han creado y mantenido a la nación judía y les han impedido su integración social. Donde no existe per-secución para ellos permanecen como un grupo religioso más.

A principios del siglo, cuando el Sionismo de Herlz nacía tam-bién aparecía un libelo, Los protocolos de los Sabios de Sión, que influenció mucho en mentalidades prejuiciadas y que relataba los siniestros planes judíos de apropiarse y controlar el mundo.

El éxito económico, banqueros y joyeros, producían en algunos grupos competidores, animadversión, y la participación de judíos en la creación de ideologías o partidos políticos sentidos como ame-nazantes, Marx, Bronstein, irritaba a otros grupos.

Hitler interpretaba fielmente este prejuicio generalizado en todos los niveles de la sociedad europea de la época, y se aprovechó de esas creencias que también compartía, y propuso en su mediocre libro “Mi Lucha”, la solución para el problema judío y otros proble-mas que aquejaban a los alemanes.

A los europeos creyentes de que los judíos, los comunistas, los imperialistas ingleses y otras fuerzas extranjeras eran la causa de todos los males no les pareció mal dicha propuesta y se anexaron a Alemania y al proyecto de Hitler.

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En medio de estas circunstancias históricas sociales está el ca-risma de Hitler que atrae a muchas personas y se desborda por Aus-tria, Hungría, Rumania, Italia, España, Noruega, Bélgica; en fin, el fenómeno nazi no sólo prendió en Alemania, llegó hasta Chile y Argentina. El poder germánico ejercía su atracción en miles de acaudillados.

Como todo caudillo fue temido, ningún general osó contradecir sus fantasiosas estrategias militares y empujó al ejército Alemán al fracaso en Rusia. Fue seguido hasta el suicidio por el grupo que lo amaba fielmente, murieron con él en su búnquer o jurando lealtad al Führer en Nuremberg.

El pueblo alemán se inmoló no sólo por su tradicional obediencia al poder estatal, sino que por la obediencia fanática de seguir hasta el final a su caudillo. Nadie osaba contradecir sus opiniones y menos influenciar en sus decisiones, la muerte de Rommel, que parece fue independiente de criterio, siempre fue sospechosa.

Su familia y su matrimonio con Eva Braun fue algo misterioso y mantenido aislado y en secreto.

Hitler inició su aventura nazi junto con dos amigos, Ernst Rohm y Kart von Schleicher, pero cuando dejaron de ser necesarios fueron eliminados en la Noche de los cuchillos largos en Bad Tolz, junto con toda la dirección de su engendro las SA. La amistad estaba al servicio de los propios intereses o a esconder sus propios fracasos, tal como hizo Stalin cuando eliminó a Kirov, Zinoviev y Kamenev para iniciar la Gran Limpieza o con Trostky posteriormente.

No faltaron los acaudillados que explicaban lo inexplicable y así el profesor de derecho público, Carl Schmitt, aplaudió a Hitler y escribió: El Führer salvaguarda el derecho o el poeta Neruda ensal-zando hasta el delirio a Stalin.

La idea que tenía de sí mismo casi sobrepasaba la condición de humano porque así se lo hacían sentir los miles que desfilaban, salu-daban y obedecían al caudillo.

Las características personales de Hitler y las condiciones de los alemanes acaudillados fueron el auge y el trágico final de una locura.

Para destacar el fenómeno del poder Hitleriano es importante co-nocer algunas características de los que se le enfrentaron.

Stalin, en el frente oriental, fue un opositor singular que no se oponía por convicción humanista a los planes de Hitler sino que por competencia territorial, de hecho, al inicio de la aventura nazi pactó con el gobierno alemán para repartirse Polonia.

Stalin fue un competidor en el uso de métodos brutales con Hitler, quizás lo sobrepasó en brutalidad y en la magnitud del genocidio.

En el frente Occidental encabezaba la oposición Churchill, ca-rismático líder institucional inglés que fue elegido para enfrentar a Hitler y una vez concluida su misión, fue remplazado por otro.

El presidente de los Estados Unidos, Roosevelt, fue un líder ca-rismático que consiguió lo que ningún otro presidente ha logrado, ser elegido por tres veces seguidas presidente de Estados Unidos. Su muerte nos privó de conocer si un líder con características carismá-ticas, se convertiría en caudillo o que si el poder de las instituciones norteamericanas se lo hubiera impedido.

El General De Gaulle, seguido delirantemente por los franceses durante la Guerra de Liberación, cuando terminó su misión abando-nó el poder, y si lo retomó después fue, como él dijo, para salvar a Francia y para renunciar por la fuerza de un referéndum.

Einsenhower, General en Jefe de los ejércitos aliados que des-pués fue elegido presidente de Estados Unidos, no tenía característi-cas carismáticas pero fue un líder obedecido por el poder institucio-nal de su investidura.

Frente al poder caudillesco de Hitler se opusieron países con fuerte tradición institucional y con ese poder fueron capaces de po-ner en su lugar a líderes militares carismáticos como McArthur y Montgomery.

Estas experiencias nos demuestran que la fortaleza de las institu-ciones con el poder limitado por las leyes y acatadas por ciudadanos que se sienten iguales en dignidad y conscientes que la obediencia es una alianza deliberada y no una ciega y emocional subordinación, es cuando aparece la civilización que puede oponerse a la barbarie del poder discrecional de los caudillos, y a la corte de sumisos nece-sitados de estimación acaudillados.

En Latinoamérica tenemos ejemplos interesantes de caudillos pero más de dictadores.

Los conquistadores españoles como Cortés, Pedrarias, Pizarro, Valdivia fueron líderes que por sus características carismáticas su-pieron agrupar a su alrededor a muchos aventureros, soldados, co-merciantes, ambiciosos, frailes que se sintieron interpretados por es-tos personajes que les prometían colmar sus sueños y les insuflaban la seguridad de que ellos eran capaces de convertirlos en realidad. Al mismo tiempo estaban muy lejos del poder institucional del rey por tanto fueron caudillos dictadores sometidos al poder personal

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de su voluntad. Poco a poco el poder del rey les fue limitando su poderío.

El período convulso de la Independencia permitió el apareci-miento de algunos personajes con características caudillescas como Bolívar, Sucre y Páez, posteriormente Rozas, Iturbide, Santa Ana y muchos montoneros, pero en general fueron más comunes los dic-tadores.

Antes de Castro, un hombre que tuvo aires de caudillo, aunque personalmente pienso que los tuvo más su mujer, Evita, todavía ido-latrada en la Argentina, fue Juan Domingo Perón. Le conocí perso-nalmente en 1971 en su residencia de Puerta de Hierro en Madrid por invitación del argentino, ferviente peronista, Profesor de fisiolo-gía cardíaca, Salvador Liotta, quien en ese tiempo investigaba en la Universidad de Madrid.

Llegamos un domingo de invierno, por la tarde, nos hicieron pa-sar a un salón y nos acomodamos alejados pero frente a una esca-lera que tenía como fondo un amplio ventanal que dejaba pasar la mortecina luz invernal. Por esa escalera descendió Perón después de hacernos esperar unos 15 minutos. La luz que penetraba por el ventanal nos encandilaba y sólo nos permitía ver una silueta alta, elegante, que caminaba lentamente hacia nosotros enfundado en un traje muy bien cortado y una bufanda blanca plateada alrededor del cuello. Unos ojos pequeños e inquietos nos escrutaban y una sonrisa blanca nos saludaba. Nos dio la mano con efusión pero con distancia y nos invitó a sentarnos.

Después de las presentaciones y las miradas arrobadas del Doc-tor Liotta para su líder, éste me preguntó sobre Nicaragua y se entre-tuvo analizando su valor geopolítico. Se explayó sobre su próximo regreso a la Argentina y el inevitable enfrentamiento de intereses ca-pitalistas con Estados Unidos. Después pasó a exponer su teoría del poder centrífugo y centrípeto en las naciones americanas y terminó con un discurso sobre el futuro del mundo y la influencia inevitable de China.

La entrevista duró como una hora que a mí me pareció de un minuto.

Su articulación verbal, su capacidad oratoria, su expresión corpo-ral y sus movimientos acompasados de alejarse y acercarse a noso-tros, la danza de los ojos y las manos, las inflexiones de su voz, en fin, el conjunto dinámico de acciones que Perón efectuó prácticamente me produjo, sin percatarme, una especie de estrechamiento de con-

ciencia que me duró hasta que, repasando el recuerdo de la entrevista, me percaté que no había podido analizar lo que había oído.

Me di cuenta que, oyendo a Perón, había vivido un estado como de hipnosis que me impedía analizar, mientras él hablaba, lo que decía.

Esta experiencia me hizo reflexionar, si estos caudillos pueden lograr con alguien alejado de la problemática argentina, ese Estado, cómo será con personas cómo el Doctor Liotta que tenía una iden-tificación ideológica, simpatía personal y fe en los postulados del jefe. El Doctor Liotta cuando salíamos de la mansión de Perón no alcanzaba en su pellejo.

Con esta experiencia me di cuenta que para mantener una relación sana con estos caudillos debemos ser muy críticos, tener conciencia que todos los hombres somos iguales en dignidad, derechos y capaci-dades, estar alerta al embrujo personal y convencidos que la verdad no es patrimonio de nadie. La razón no se tiene, se demuestra.

Tres meses después tuve otra entrevista con el general Perón in-vitado por unos amigos y colegas médicos, admiradores nostálgicos de Perón, idealistas que soñaban con el pasado brillante de su nación y esperaban que sólo la presencia mágica del General solucionaría la problemática social y económica argentina, pertenecían a la Ju-ventud Peronista.

Nos recibió en el mismo lugar y repitió su entrada teatral. El salu-do fue cordial pero para mí fue más amable, pues se acordaba de mi apellido, esta deferencia impactó a mis amigos, lo sentí en sus mira-das. Mis compañeros estaban embelesados y yo con la experiencia anterior tenía más abierta mi conciencia, alerta, para observar deta-lles externos a mí e internos también.

La arenga que les dirigió a mis amigos fue realmente impresio-nante, su oratoria y trasmisión de sentimientos fue una obra de arte, todos estaban extasiados. Yo que me esforzaba en analizar más el contenido que la forma del discurso, me di cuenta que Perón sacri-ficaba la sustancia por la retórica, no obstante tocaba las fibras más hondas del nacionalismo de mis amigos de la juventud peronista.

Allí conocí al Doctor Héctor Campora, quien le sostuvo, por poco tiempo y mucha fidelidad, la Presidencia a Perón, mientras el caudillo regresaba a su país a tomar lo que siempre había sentido como suyo. Después de cumplir la misión asignada por el jefe, nun-ca se supo más del inefable Doctor Campora.

El arrobo, la impenetrable muralla irracional que presentaban Liotta, Campora y mis amigos de la juventud peronista, ante mi ca-

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riñosa argumentación de la posibilidad, aunque fuera remota, de la temporalidad, superficialidad o posible equivocación del caudillo, fueron los que con su actitud me descubrieron que existía entre los hombres una relación de subordinación que está fuera de la razón y está ligada a profundos complejos emocionales y experiencias vita-les de intricada explicación.

Para estos brillantes médicos, científicos, investigadores, para quienes la duda metódica y la rigurosidad intelectual eran sus armas de trabajo, cuando se trataba de contradecir a Perón, todo razona-miento se desmoronaba, desaparecía, era un ataque artero al Jefe, una traición y siempre encontraban razones para justificarlo.

Fue mi primer contacto con los acaudillados.

Acaudillados

Es difícil definir a los acaudillados porque caminan íntimamente ligados, pero en diferentes grados de aproximación al caudillo.

En la “Divina Comedia”, Dante dice que vio escritas en el um-bral del cono invertido y en círculos incomunicados como describe al infierno “Lasciati ogni speranza voi q´mtrate”.

La aproximación al caudillo es de forma helicoidal y no concén-trica pues no existen soluciones de continuidad entre los diferentes tipos como en los círculos del Dante. Los acaudillados más cercanos tienen a su vez personas obedientes que expresan su adhesión al caudillo a través de la adhesión a un acaudillado menor.

En esa relación siempre explotan, en cascada, la real o aparente intimidad o cercanía con el caudillo.

Es interesante observar cómo estas personas replican la conducta que los caudillos usan con ellos.

No hay caudillos sin acaudillados ni acaudillados sin caudillo. Sin ese conglomerado de personas que han vivido experiencias

históricas especiales, que sus vivencias personales, como toda vi-vencia, han sido únicas, con necesidades personales y grupales que llenar, y en muchos casos resabios atávicos o carencias educaciona-les, no son posible los caudillos.

Como hemos dicho para el caudillo, el acaudillado tiene grados también, existen personas con leves síntomas de acaudillamiento y acaudillados totales.

DEFINICIÓN

Los acaudillados son personas con ciertas características de per-sonalidad que les permiten subordinarse al poder personal y obtener directa o indirectamente beneficios psicológicos, económicos y so-ciales.

La conducta de un grupo humano no es la suma de conductas individuales, pero las conductas individuales modelan la conducta del grupo, por tanto tenemos que ver las características de los acau-dillados como grupo y como individuos.

Las diferencias de desarrollo entre las naciones han desatado po-

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lémicas buscando las causas de esa realidad. Países relativamente jóvenes como Nueva Zelanda y Australia han logrado niveles de desarrollo, comparándolos con los países latinoamericanos, que les permite a sus ciudadanos una vida más adecuada a su condición hu-mana. Lo mismo es válido para Estados Unidos de Norte América y Canadá.

Se ha visto resurgir de escombros, en poco tiempo, a países como Alemania y Japón o salir de una pobreza mayor que la latinoameri-cana a países como Taiwán, Corea, Singapur y otros, la misma Eu-ropa que hace cien años exportaba hacia nuestros países emigran-tes, y después de la Segunda Guerra Mundial quedó dependiendo de la ayuda externa, se ha desarrollado de forma sorprendente, ha cooperado con el desarrollo económico y social de los países más atrasados de Europa, África y Latinoamérica y ha creado una comu-nidad de naciones impensable hace 50 años.

Las razones que se han esgrimido para explicar la diferencia en el ritmo de desarrollo de los pueblos van desde la religiosa, riqueza natural, educación, raciales, mestizaje, institucionales, libre comer-cio, democracia, ahorro, ausencia de caudillos, trabajo; ninguna por sí sola explica el fenómeno, pero vistas en su conjunto, desembocan en que la organización social y la calidad cultural de sus ciudadanos lo explican.

De todas las razones aducidas como determinante para el desa-rrollo la educación y la fortaleza de las instituciones que protegen los derechos de los individuos son las que aparecen constantemente como el factor más importante.

La cultura, entendida como la forma de reaccionar que tienen los individuos frente a los estímulos internos biológicos y externos sociales, juega un papel preponderante en la forma que tiene el con-glomerado social de enfrentar los retos vitales.

El achacarle a la cultura todas las bondades o carencia de desa-rrollo de un grupo social es sencillo y fácil, pero, tratar de explicar las causas de la formación de la cultura exitosa o la que inmoviliza el progreso, es un trabajo muy prolijo, difícil y de inciertos resultados.

Hace algún tiempo los que profesaban honestamente el dogma marxista, de origen lamarkiano, de que la historia, la evolución, la cultura, eran predecibles porque obedecían a leyes científicas que establecían un pronóstico seguro a quienes las interpretaban ade-cuadamente, se dieron cuenta, por la fuerza de los porfiados hechos, de que no era así como marchaba la humanidad. Otros deshonestos

o ignorantes siguen con el viejo estribillo de la interpretación cien-tífica de la historia.

Los evolucionistas cristianos han sostenido que el desarrollo del hombre, su historia, su cultura, su futuro, existe en los designios di-vinos y que en la mente del Creador está el diseño final del hombre. Los designios de Dios son inescrutables.

Wilson en su Sociobiología y Dawkin en El Relojero Ciego, ar-gumentan que no existe diseño en la evolución del hombre y que las leyes inmutables no existen en el proceso evolutivo, sino que debido a las interacciones genéticas humanas con el medio ambiente se va diseñando, por azar o necesidad como sostiene Monod, el porvenir del hombre.

Lo anterior hace difícil conocer las causas profundas de la cultura y las formas de ser de los conglomerados humanos, por tanto, es harto improbable, predecir su futuro. Aristóteles decía de los hom-bres que unos nacían para mandar y otros para ser mandados; yo agregaría y también para “hacer mandados”.

Lo anterior es una realidad; no todos pueden ser jefes, el quid del asunto es cómo se da esa relación entre mandador y mandado, ¿cuá-les son los elementos que definen esa relación?, ¿en qué condición se da esa relación?, ¿cómo el obediente salvaguarda su dignidad humana para convertir la obediencia en una alianza y no aceptar una subordinación irracional?. Éstas son las figuras a estudiar.

¿CÓMO RECONOCER AL ACAUDILLADO?

Los observadores de las conductas de nuestros primos, los chim-pancés, describen la conducta, costumbres y hasta la forma de ca-minar, diferente de los machos subordinados y la de los dominantes, donde obviamente por su condición de chimpancés no existe una relación racional entre dominante y dominado.

En los seres humanos se da el mismo fenómeno que en los chim-pancés, pero naturalmente ritualizado.

RITOS DE OBEDIENCIA

Los ritos de obediencia se hacen evidentes cuando se observa la conducta gestual de las personas que han sido rotuladas como acau-

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dillados. Hace algunos años era muy difícil captar dichos rituales, actualmente tenemos la ventaja de los videos y de la televisión.

El antecedente antropológico de los ritos de subordinación está en el saludo, bajando la cabeza, como ofreciéndola para su corte, en la cópula ritual, en doblar la rodilla y besar la mano, los genitales o el anillo, como signo de sumisión o en la reverencia sin dar la espal-da o el no fijar la mirada en el superior como expresión de respeto.

Es farragoso hacer un listado de conductas gestuales propias del acaudillado o subordinado, pues son combinaciones de muchas for-mas de antiguo arraigo, quien esté interesado en este tema puede consultar la Etología de Eib Eisfeld o Timberger o La teoría de las relaciones sociales de Max Gluckman.

Se puede constatar algunas conductas subordinadas observando cómo las personas nombran al jefe, Führer, Duce, Máximo líder, Líder indiscutible, Único líder, Comandante en jefe, son las formas más conocidas, además de las más coloquiales como, el Hombre, Coyoles, etc.

PROTOCOLOS DE COMUNICACIÓN

La forma cómo el acaudillado se dirige al jefe es otro signo que define una relación. En el acaudillado la forma de dirigirse al jefe sustituye el natural respeto por el temor. Como se siente incapaz de decir lo que realmente piensa, cuando se trata el tema donde el jefe está involucrado, sólo repite las afirmaciones e hilos de pensamien-to del líder.

Cuando habla en público suele repetir todos los títulos académi-cos u honoríficos, nombramientos, posiciones burocráticas o admi-nistrativas de su jefe, imita las inflexiones de su voz y trata de hablar como él. Su discurso parece más bien dirigirlo a su jefe ausente que al auditorio presente.

Oiremos, además de los eslóganes, consignas o gritos generali-zados, las frases cajoneras usadas por el caudillo o citas preferidas por el líder de la persona que fundó el partido, creó el movimiento o le inspiró sus ideas.

Su argumentación, cuando se discute sobre las propuestas del líder, es un rosario de frases sabidas y acuñadas previamente. En su conversación o discursos oiremos frecuentemente las frases, como dice el jefe, el jefe dijo tal cosa, mandó hacer esta cosa, las citas de

las frases del jefe son automáticas y pasan a ser verdades que no se discuten, ¡las órdenes del jefe no se discuten, se obedecen!

GESTOS Y CONDUCTAS

Las posturas y expresiones gestuales hacen muy características la conducta del acaudillado, tal como lo describiera León Núñez en su artículo del “Pescuezo Flexible”, además de exhibir una mirada arrobada cuando están en presencia del jefe o cuando lo citan en ausencia.

El acaudillado confunde su relación de lealtad para el jefe con apañamiento, y su amistad con complicidad, así pasan a ser defen-sores devotos de lo indefendible y racionalizadores fanáticos de los actos obscuros del jefe.

Un signo muy revelador e importante del acaudillado es su total devoción al jefe. Cualquier cosa que ocurra, se den cuenta o hablen y él piensa que le puede interesar al jefe, corren a contárselo, acomo-dándolo a lo que piensan puede serle agradable y lo hace en forma de chisme o pseudoanálisis, todo para mejorar su posición o para alejar a alguien que consideran peligroso para su relación. Siempre quieren estar lo más cerca del jefe y procuran cualquier cosa para nunca estar lejos del poder.

El chisme, el cuento, la intriga, es el arma favorita del acaudillado junto con las expresiones de amor, devoción y lealtad al jefe sobre todo cuando se está en público. No importa lo que se tenga que hacer, alabar, ofrecer su casa, su cama, conseguir jovencitas para las orgías del jefe, entregar esposa, hija o amante para placer del jefe, no importa lo que sea, la imaginación del acaudillado no tiene límites, si con eso se consigue la buena voluntad, la cercanía o alguna prebenda.

Su base argumental es el sacrificio que hace por amor, amistad o agradecimiento al jefe, a la causa, la revolución, el partido o la patria, sin tomar conciencia de que se han convertido en coautores inconscientes de los proyectos personales del que manda.

El acaudillado no asume la responsabilidad personal de sus actos, salvo que sienta que está defendiendo a su jefe y que esta acción le dará puntos positivos frente a él, para eso casi siempre aduce, para explicar sus hechos, causas superiores o nobles. Naturalmente cada persona tiene formas propias de expresarse lo que le da un toque personal a su relación con el poder.

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No siempre una persona se expresa con la totalidad de los indica-dores conductuales expuestos anteriormente, pero basta una de las formas descritas para que un observador externo pueda tener pautas o indicios que le permitan descubrir una relación de acaudillado.

PARADIGMAS

Un paradigma, aceptado por muchos candidatos a acaudillados, es que los caudillos son una realidad inevitable y una necesidad so-cial. La diferencia con los no candidatos es que estos, sí lo perciben como una realidad social lo proponen como una hipótesis a estudiar, mientras que los acaudillados lo aceptan como una verdad incon-trovertible, además necesaria para explicar su adhesión al caudillo.

La falta de argumentación lógica, en cualquier orden de cosas, te indica una condición que devela características propias del se-guidor irracional. Es posible que por ignorancia o verdadero con-vencimiento equivocado, alguien argumente a favor o en contra de una hipótesis, pero cuando la forma de argumentar es más bien una forma de defender sentimientos, te indica la disposición emocional del acaudillado fanático.

Es muy común en ellos atacar a la persona, la forma, el lenguaje usado para exponer el problema en lugar de las ideas propuestas. La palabra fanático tiene su origen en el que tiene fe y ésta no se discute ni se razona, sólo se acepta o se rechaza.

En los grupos sociales existen creencias, mitos, discriminacio-nes, verdades sin sustento científico, pero que son aceptadas por razones culturales o deficiencias educacionales. Son creencias para-digmáticas que explican prejuicios o rechazan realidades existentes en las personas. Muchas veces es darnos o quitarnos cualidades que como grupo social tenemos o carecemos.

En los grupos sociales existen creencias paradójicas que se con-vierten en paradigmas como la afirmación de ser los más valientes, los mejores trabajadores, tener las mujeres más bellas, el país más lindo, los mejores poetas, los más vivos, que hay valores que no se discuten sino que se defienden a balazos, que los pobres son bien-aventurados, que los ricos son malos, que la revolución es buena, que las izquierdas monopolizan la sensibilidad social; en fin, la lista es larga e interminable pero lo que tienen en común es que no re-sisten ningún análisis o crítica racional, por tanto son aceptadas y

creídas como verdades indiscutibles.Los acaudillados se afirman en esos paradigmas para aferrarse al

caudillo que les interpreta sus creencias. Así aparece la heredabili-dad genética de las ideologías o creencias, las adhesiones acríticas, la lealtad irracional a personajes difuntos, a héroes, mártires o san-tos, a lemas que fueron útiles en su tiempo, paradigmas que llevan a la ceguera ante realidades que se imponen.

El acaudillado necesita sentirse interpretado por su líder, en sus creencias paradigmáticas, para entregarse al caudillo sin reservas ni análisis críticos para racionalizar su entrega.

MANEJO DE LA ANGUSTIA Una de las características que nos diferencia a los hombres de los

animales es nuestra conciencia del tiempo y de la existencia de un mañana.

Esta condición nos permite visualizar un futuro, naturalmente in-cierto, y buscar respuesta a la angustia que nos produce esa incerti-dumbre. Todas las personas necesitan de la esperanza para enfrentar la realidad de la vida muchas veces dolorosa y cada quien tiene su propio mecanismo de defensa para enfrentar esa situación.

Algunos la enfrentan pensando en la existencia de un más allá, un paraíso, la magia, un milagro, en la suerte, en la lotería o en los tesoros escondidos y naturalmente en las oportunidades que ofrece el poder del gobierno o el Estado.

Los acaudillados proyectan sus ilusiones, esperanzas y deseos en que una persona capaz de comprenderlos, les realizará sus sue-ños ya que no se sienten con la fuerza suficiente para realizar sus aspiraciones por su propio esfuerzo. La nada del futuro los angustia y no pueden apaciguarla por sí mismo, por tanto proyectan en una persona el poder de calmar esa angustia.

Lógicamente al externar la angustia ésta toma forma, se obje-tiviza, y deja de ser una amenaza ominosa. La objetivación y pro-yección de esa angustia colectiva es la causa y razón de los mitos y leyendas que rodean y acompañan la persona del caudillo.

Les suponen todo tipo de capacidades y potestades naturales y sobrenaturales que lo hacen capaz de resolverles sus ansiedades y necesidades. No es remoto que algunos acaudillados relaten cómo una mirada, un roce, una palabra de su caudillo les haya resuelto

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problemas de cualquier tipo. El caudillo todo lo puede y hasta hace milagros.

SENTIMIENTOS DE POSTERGACIÓN

Los acaudillados en general tienen una sensación de posterga-ción social generalizada. Su condición especial de personalidad les hace agruparse alrededor de una serie de reinvidicaciones en que el tema principal es el no tener el reconocimiento del grupo social, que ellos sienten se merecen.

Generalmente sienten que sus acciones o propuestas no han sido valoradas convenientemente, que sufren discriminación por razones sociales, raciales o geográficas y que no tienen alternativas propias para enfrentar su postergación. Necesitan apoyarse en alguien que sea capaz de darles el lugar que ellos sienten se merecen.

En el caudillo encuentran a la persona capaz de darles lo que por la experiencia personal están convencidos que no han podido lograr. El divorcio entre la capacidad personal y la dimensión o el tipo de aspiraciones que tienen es un factor común que une a mucho de los acaudillados.

Su experiencia vital y su historia los hace sentir, de una forma clara en unos y confusa en otros, que sólo a través de un poder supe-rior, el caudillo, lograrán el lugar que ellos creen merecer o que les solventará sus necesidades.

Es posible que existan otras formas grupales de acaudillamiento que nos permita reconocerlos, pero pensamos que las que hemos expuesto aplicadas a nuestra propia información y experiencia nos hará posible diagnosticarlas.

CARACTERÍSTICAS INDIVIDUALES DE LOS ACAUDILLADOS

Todos los hombres tenemos una actitud específica frente a la

autoridad, modelada por la cultura y las experiencias vitales tanto personales como sociales que gradúa la actitud. Lo que define al acaudillado es su actitud especial frente a la autoridad. En general no puede separar su conducta de obediencia con la lealtad personal.

El acaudillado obedece a la persona y no a lo que representa la

persona, confunde su rol. No puede distinguir la autoridad institu-cional de la personal. Es leal al jefe no a la jefatura.

Siempre hay que dejar en claro que las características de una per-sona son únicas y que sólo se pueden agrupar por objeto de com-prensión. Lo mismo se puede decir que no todo acaudillado tiene todas las características descritas pero las características descritas, aunque sea una, las posee el acaudillado.

Las ideas y sentimientos tienen diferentes grados de arraigo en cada persona y en cada circunstancia, por tanto es esperable diferen-tes grados de profundidad o adhesión a esas características. Algunos las llevan hasta la tumba otros son más veleidosos.

LA CONDUCTA HUMANA

Explicar la conducta humana es un reto científico que todavía no termina de resolverse, pues implica fenómenos biológicos, psicoló-gicos y sociales que en el hombre actúan como una unidad. Es co-mún hablar de personas maduras e inmaduras sin tener claro dichos conceptos.

Se entiende como maduración a un proceso de lógica conductual que marcha desde unas formas primitivas, lógica emocional de ex-presarse, hasta formas más desarrolladas, lógica racional de expre-sión, en la que esta última predomina sobre la primera.

Es fácil observar dicho proceso viendo cómo expresa un recién nacido sus necesidades y cómo estas formas de expresiones emocio-nales van cambiando hasta transformarse en lenguajes o emociones cada ves más coherentes, lógicas y racionales.

Muchas personas, por razones propias de su desarrollo, no madu-ran su conducta y otros la sobre maduran.

En los primeros predominarán las conductas infantiles y en los segundos las conductas estrictamente racionales. El justo medio, el equilibrio entre emoción y razón, nos define la madurez.

La madurez permite al hombre analizar el entorno social, dimen-sionarlo adecuadamente y visualizarlo, de tal forma que es capaz de tomar decisiones adecuadas y eficientes y al mismo tiempo, depen-diendo de las circunstancias, hace predominar la razón o la emoción en la decisión a tomar.

La madurez permite a la persona distinguir lo real de lo irreal, la fantasía o el espejismo producto de la emoción, y actuar coheren-

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temente conforme la situación se lo exige. Ese equilibrio es difícil de conseguir y no se conoce satisfactoriamente los mecanismos de formación para explicar su existencia, su defecto, su exceso o su ausencia.

Todas las personas necesitan planificar su vida y diseñar su fu-turo con los elementos racionales y emocionales que son propios de la naturaleza humana y que están conformadas en las estructuras neurológicas propias de cada individuo.

El origen de este fenómeno humano se hunde en las profundida-des de la evolución. Algunos de nuestros antiguos ancestros regían su conducta por estructuras neurológicas que permanecen todavía en el hombre y están localizadas y funcionando en lo que llamamos arqueocéfalo o encéfalo primitivo.

En esta área encefálica es donde están asentadas las emociones, los instintos y las necesidades básicas de supervivencia, como el hambre y la reproducción, que era lo que necesitaba nuestro ances-tro reptil para funcionar, sobrevivir y perpetuar la especie.

La aparición de lo que se llama el cerebro medio permitió fun-ciones motoras y conductas más elaboradas y útiles para la evolu-ción del mamífero ancestral con su incipiente corteza cerebral.

La corteza cerebral, con sus diferentes estructuras de función in-terconectadas para lograr funciones más específicas y elaboradas, es la historia de los primates y de la evolución humana.

El hombre actual tiene el cerebro proporcionalmente mayor en peso y volumen y organizado de tal forma que no sólo hace buen uso de las diferentes estructuras ancestrales heredadas, sino que ha mejorado y potencializado su capacidad con una red de comuni-cación neuroquímica complejísima que en sí misma conforma un sistema.

Esto ha permitido conformar subsistemas funcionales asentados en complejas redes de intercomunicación bioeléctricas que monta-dos en sistemas anatómicos estructurales, como los del lóbulo de-recho e izquierdo, han logrado la capacidad de recrear funciones en áreas existentes para otros usos, y en otros casos, crear funciones diferentes o posibilitar nuevas formas de accionar.

Las posibilidades del cerebro comunicacional son prácticamente infinitas. El sistema de relación y comunicación se hace a través de neurotransmisores proteicos que son elementos con propiedades químicas, físicas y eléctricas que comunican todos los sistemas ce-rebrales de tal forma que permite al cerebro, y por tanto a la perso-

na, responder como un todo integrado.Es muy complicado y excede a nuestra intención explicar las

nuevas teorías de funcionamiento de los sistemas neuropsicológi-cos, pero sí tenemos que tener muy claro que debido a esta relación neuroquímica, a la calidad de las proteínas de los trasmisores que permiten esa relación, y en unión con las estructuras genéticas, se ha tratado de explicar no sólo la conducta que llamamos normal o ma-dura, también la anormal, la inmadura o la francamente patológica.

El substrato de todo este funcionar humano se encuentra en el genoma humano. El genoma está conformado por 23 pares de genes que comandan todo lo que al hombre se refiere, desde las funciones vitales automáticas hasta los más sutiles pensamientos.

Dawkin explica en su libro “El fenotipo extendido”, que la con-ducta, las reacciones específicas en el hombre, se entienden por la relación sistémica del gen humano o sea la estructura genética, lo que se llama genotipo, con las propias experiencias vitales de sus 23 pares de genes, con el medio ambiente, con la cultura, con el aprendizaje y con las necesidades específicas de evolución; esta re-lación dinámica conforma el fenotipo humano, o sea la función y el comportamiento humano.

Según Dawkin en el fenotipo está la clave de la interrelación de lo biológico con el medio ambiente, del hombre y su circunstancia.

Hasta la fecha y recalco hasta la fecha porque en las ciencias hu-manas nada es terminado, cuando de genoma se trata podemos decir igual que los totalitarios que han existido, todo dentro del genoma nada fuera de él.

Los estudios del genoma humano están abriendo puertas inusita-das para entender el fenómeno humano, el funcionamiento del hom-bre y del resto de los animales.

La actual visión de la vida y su evolución en este planeta ha to-mado giros interesantísimos gracias a la develizacion del genoma humano.

El genoma son cadenas helicoidales de azucares y fosfatos lla-madas ADN formadas por la unión de cuatro estructuras proteicas, adenina, citosina, guanina y timina que dependiendo de su localiza-ción, su posición, su ligazón y su flexibilidad de unión explican los fenómenos vitales, sus variaciones y las formas de presentarse.

Cómo funciona el genoma humano es todavía muy difícil de en-tender pues hasta hace muy poco se conoce su existencia y estruc-tura. Algunos genetistas han dicho que un pollo no es más que la

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forma que tiene el gen para perpetuarse, por tanto transpolando esa sentencia otros han dicho que un hombre no es más que la forma que encontró un gen para perpetuarse, hasta allí es la importancia que le han dado al genoma humano.

En nuestro planeta los minerales, la vida vegetal y la vida animal es un sistema total en el que el subsistema de la biología humana interactúa con su entorno creando una forma de relación que llama-mos sistema social.

La cultura es producto de esa relación que por su propio mecanis-mo de evolución permitió la aparición en el hombre del sentimiento de su propia existencia o sea la conciencia de sí mismo, que, por su propia dinámica devino en un acto racional, la certidumbre de estar o existir fuera de la naturaleza.

Esta realidad interna del hombre evolucionó en lo que actual-mente denominamos sistema o estructura psicológica donde se es-tudian las conductas humanas. Por lo anterior podemos afirmar que el hombre es una unidad biopsicosocial en la que la relación entre lo emocional y lo racional juega un papel importante, tal como lo señaló Hobbes hace mucho tiempo.

El predominio de una conducta emocional o racional nos permite diferenciar a las personas y lógicamente entender sus acciones. Hay que recalcar que el hombre no emite ninguna opinión que no lleve elementos emocionales y racionales, no puede ser de otra manera, ya que la estructura conductual humana está formada por elementos racionales y emocionales íntimamente ligados, pero sí puede predo-minar, en determinados casos, uno u otro de los elementos.

En los acaudillados predominan los rasgos conductuales emo-cionales cuando se relacionan con el poder del caudillo sin querer decir con eso que en algunos casos funcionan con predominio de lo racional.

Un signo del acaudillado es que cuando necesita buscar explica-ciones sobre hechos cotidianos de la vida prefieren formas emocio-nales de adhesión, obediencia, amor, amistad u otras expresiones conductuales afines a la emoción. En el acaudillado predomina lo irracional sobre lo racional.

También en ese sentido, como lo explica Peacock, se puede en-tender el sentimiento y la práctica religiosa en el hombre. Para pro-fundizar en el tema sugerimos “La Teoría General de Sistemas” de Von Berthalanfy, “Genoma” de Matt Ridley, “El Árbol de la Vida” de Humberto Maturana y de Gregory Bateson, “La Introducción a

una Ecología de la Mente”, y “Mente y Naturaleza una Unidad Ne-cesaria” y las obras de Wilson y Dawkin.

AUTOESTIMA

Las personas, dependiendo de sus experiencias vitales suelen darse un valor a sí mismas acorde al entorno donde se desarrollan sus facultades, sus experiencias, su educación y sus oportunidades lo hacen sentirse, con mayor o menor capacidad para desarrollar funciones y llenar aspiraciones; por lo tanto se dan un valor a sí mismo. Naturalmente ese valor dependerá de la madurez con que pondera su realidad y posibilidades.

El acaudillado, por experiencias vitales y educacionales negati-vas, o por influencias de los grupos sociales dominantes, carece de seguridad de su valía.

Esa inseguridad hace que su autovaloración sea pobre y por lo tanto acepta como normal su dependencia y el trato subordinado que le otor-ga quien es considerado como superior. La mayoría de las veces no tie-nen conciencia de su minusvalía y aceptan con naturalidad su personal infravaloración. En ese sentido son minusválidos emocionales.

Lo anterior viene reforzado muchas veces por una pobre capaci-dad intelectual, educacional o laboral, o una condición social adver-sa que no le permite diseñar un futuro independiente.

Una reacción natural de la persona a la distorsión de la autoes-tima es el resentimiento social y el rencor. El resentimiento social nace del real o imaginario sentimiento de que le fueron negadas, por el sistema o personas en particular, oportunidades que siente se me-recían. Siente que se cometió una injusticia social con su persona.

La mayoría de las veces no puede justificar qué tanto pesó la fal-ta de oportunidades reales con la falta de motivación o dedicación personal. Para el resentido es más fácil achacar la culpa a factores externos y no a los propios, pues este sería un ejercicio de madurez emocional incongruente con su personalidad. Del resentimiento so-cial al rencor social solo hay un paso.

El rencor es un sentimiento persistente en haber sido menospre-ciado en algún momento o por no habérsele cumplido alguna expec-tativa vital. Todo rencoroso es peligroso.

Muchas personas, con sentimientos de inseguridad en su valía, usan como mecanismos de compensación una sobrevaloración artificial de

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su persona; pero al ser el sentimiento únicamente compensatorio y no real, se defienden con una susceptibilidad o sensibilidad extrema. Sus reacciones no son congruentes con las acciones que las provocaron.

Magnifican cualquier gesto o insinuación que interpretan como una falta de reconocimiento al valor de su persona. Sus carencias los hacen muy celosos y guardan secreta e íntimamente el sentimiento de su falta de capacidad.

Cualquier gesto o palabra de sus pares lo interpretan como una alusión a su secreto y por tanto derivan su temor a ser descubiertos, achacando a la palabra o al gesto, intenciones dañinas en su contra.

Las alusiones de minusvalía que el jefe hace sobre ellos, son per-cibidas como bromas o expresiones de cariño, salvo que existan in-dicios de que el jefe está perdiendo poder y entonces se transforman en ofensas.

La ofensa es sentida como mayor tanto cuanto la palabra o el gesto, más se acercan a la real incapacidad de la persona. Frente a esa desnudez e indefinición emocional, no cabe más que un resenti-miento acorde con la magnitud de su pobre autoestima.

El rencor del acaudillado es peligrosísimo, tal como Shakespea-re, Tolstoi y Dostoyesvki lo han descrito magistralmente. Teme to-mar responsabilidades porque se siente inseguro con el uso de su libertad.

Para estas personalidades es más fácil tener un manual, un de-cálogo, unas órdenes precisas, que tomar decisiones por sí mismo.

Posiblemente para el éxito de una campaña militar o un proyecto específico es necesario tener órdenes precisas o manuales detalla-dos, pero en cuanto a la relación con el poder, el único manual posi-ble es la ética y la autoestima y esas son de aplicación en cada caso y no de recetas. Lo que marca y define la relación con el poder es la dignidad humana y esa es intangible y propia de cada persona.

MECANISMOS DE DEFENSA

Frente a esa situación angustiosa el acaudillado usa los meca-nismos de defensa que le son propios para resguardar su integridad psicológica y medrar socialmente. Se identifica con la persona del caudillo para que éste asuma los riesgos de las decisiones que le exigiría el uso mayor de su libertad. El caudillo manda pero también es el responsable.

Para lo anterior necesita armarse de la obediencia irracional, pues en caso contrario las críticas que en su intimidad pudiera hacer, cuestionarían su capacidad de usar su libertad. Por lo tanto, requiere absoluta fe en el caudillo para no cuestionar sus decisiones y tam-bién devoción para cumplir con los deseos del jefe.

El acaudillado, por las razones expuestas muchas veces, confun-de amistad con lealtad sin percatarse que esta confusión lo convierte en cómplice. Las características conductuales descritas facilitan al acaudillado subordinarse al poder del caudillo.

BENEFICIOS DEL ACAUDILLADO

Indudablemente que si el acaudillado no recibiera beneficios su existencia sería diferente o no existiría. Los beneficios de orden psi-cológicos están ampliamente esbozados en lo que hemos expuesto.

En cualquier persona la seguridad psicológica se obtiene con el sentimiento de pertenencia a un grupo determinado y más si este grupo es percibido como privilegiado.

La distinción de los demás y el estar cerca del poder es una gra-tificación psicológica muy importante.

Alguien con necesidades de valoración mayor que el común de las personas, el sentirse identificado con un grupo o con quien tiene poder representa una significación mayor que para el resto de las personas.

Por esa razón ellos proyectan su necesidad de reconocimiento en el uso de símbolos que son como bastones para sus necesidades. Los pañuelos, ropas, uniformes, colores, chapas, cualquier símbolo que les distinga tiene un sentido diferente para el que lo ve sólo como algo formal.

Sus himnos, sus eslóganes, sus gorras, son encarnación simbóli-ca de sus valores y le producen, al usarlos, gratificaciones psicológi-cas que muchas veces es difícil de entender.

Sólo basta observar con qué orgullo lucen sus símbolos y cómo los defienden muchas veces hasta la muerte. La satisfacción psico-lógica del acaudillado no es congruente con la razón o causa del orgullo, por lo que aparece inconsistente e incomprensible cuando se analiza de forma racional.

Para entender la cerrada defensa que un acaudillado hace de sus símbolos debemos de aplicarles parámetros emotivos y escudriñar

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sus carencias personales. Freud, Jung y Bachelard han descrito has-ta la saciedad el significado del Símbolo y la forma de aproximarse a su comprensión. Hay que tener claro que el símbolo, insignificante en la realidad objetiva, es una realidad existente y funcionando acti-vamente en el sistema sicológico de las personas.

Los beneficios de orden social son muy importantes también.El acaudillado explota su condición de amigo del jefe para ob-

tener áreas de influencia y de poder, como lo hemos visto, la nece-sidad de poder es algo básico en el ser humano. Al sentirse distin-guido por el poder, obtiene reconocimiento del entorno familiar y social y le afirma una autoestima que íntimamente la siente pobre.

No existe algo más gratificante para un acaudillado que exponer, frente a un auditorio familiar, vecinal o amistoso, con lujo de deta-lles, y algunas veces exagerando su relevancia social, el poder que le otorga su amistad con el caudillo.

Para un acaudillado la sensación gratificante que le produce los ojos ávidos, la expectación o la envidia de sus auditores, compensa cualquier humillación, vejámen, desprecio, esperas interminables que el Jefe le haya inferido, que se ocultan o excusan de cualquier modo.

No existe ofensa mayor que se le pueda infligir a un acaudillado que no creerle, poner en duda o no respetarle su expresada relación íntima con el jefe. Al mismo tiempo cuando el poder del caudillo es sentido que va en decadencia no se encontrará a alguien más renco-roso, agresivo y peligroso que un acaudillado.

El sentimiento de orfandad, al fallar la persona en quien depositó sus esperanzas, la seguridad que se le derrumba al no tener el sus-tento del hombre fuerte, la incapacidad personal, por inmadurez de manejar su pobre autoestima, hace que el ex jefe sea el culpable de sus incapacidades.

De lo anterior no se tiene conciencia por tanto se proyecta en el sentimiento de rencor.

El acaudillado cuando siente o intuye, que el poder en el que se sostiene se debilita, se separa argumentando que se siente traicio-nado.

Al contrario del genuinamente traicionado, no puede explicar con objetividad, los hechos que conforman dicha traición porque el fenómeno es intrasíquico; tomar conciencia del proceso es un hecho racional que el acaudillado es incapaz de realizar.

“Santo que no hace milagros no es santo”, dice un dicho y de

allí se deriva el principal beneficio del acaudillado. Decíamos que una de las características del acaudillado es no sólo su minusvalía emocional sino también la económica.

Las ventajas económicas de cualquier tipo son tan obvias que no necesitan mucha exposición. En todos los niveles de adhesión acau-dillada se hace presente la cuestión de los beneficios económicos. De esta situación se desprende la corrupción generalizada que el sistema de adhesión caudillesca permite.

La falta de instituciones que regulen el poder del caudillo permite formas irregulares de obtener beneficios económicos. La necesidad del caudillo de tener personas obedientes propician el usar el poder indebidamente para obtener dineros ilegítimos.

Las ventajas económicas que permite una relación de caudillo y acaudillado son tan grandes que hacen sobrancera una descripción pormenorizada y más tomando en cuenta una sociedad como la ac-tual en la que el dinero es la llave de todas las puertas.

LA MUJER ACAUDILLADA

En todo este trabajo he dejado por sentado que cuando hablo de acaudillados se trata de hombres y mujeres; no obstante, por la cir-cunstancia social y su propia condición, la mujer acaudillada tiene formas diferentes de adherirse al caudillo.

Antropológicamente, y por condiciones históricas, la mujer ha tenido que usar el sexo para obtener poder y esto no invalida los sentimientos que acompañan a la relación de pareja.

Toda mujer sabe que para obtener favores de un hombre, el me-canismo más efectivo es el sexo, pero también, su uso está modela-do por el valor que ella misma da a su autoestima sexual.

La baja autoestima es una de las condiciones personales de los acaudillados, por tanto en la mujer acaudillada el sexo no tendrá más valor que el que le da ella misma. Sin desconocer lo anterior, hay que tener en cuenta que el poder, por razones antropológicas profun-das, ejerce una atracción especial en las hembras.

Sin entrar a discusiones sobre la razón de las diferencias que existen en la sociedad entre el hombre y la mujer, la verdad es que la cultura nuestra ha determinado posiciones de dominancia del hom-bre sobre la mujer. Esto naturalmente puede cambiar.

La mujer en nuestra cultura ha sido educada para ser obediente,

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fiel y trabajadora. Estas cualidades tan útiles para la familia y socie-dad actual, siempre que se acompañen de una madura valoración y autoestima, que le permita usar en beneficio de ella y de su familia los valores sociales expresados.

Dependiendo del grado de autoestima de la mujer o de su condi-ción social o económica, muchas veces es usada por algunos hom-bres para obtener favores del poderoso, aunque algunas de ellas no desperdician la oportunidad para obtener también favores para sí mismas.

En el sistema relacional caudillesco el sexo inunda todo el am-biente, tanto por las apetencias del macho como en las ventajas que obtiene la hembra. Allí van esposas, viudas, separadas, divorciadas, madres, hijas, hermanas y hasta hombres si eso le place al caudillo todo con tal de obtener ventajas sociales y económicas. ¡En cuanto al poder se refiere todo vale!

Además de las sexuales, el caudillo usa las otras ventajas educa-cionales que tienen las mujeres, como es la fidelidad, laboriosidad y lealtad. Las mujeres acaudilladas son más exaltadas y fanáticas con su jefe que los hombres, pero así también odian con más fuerza cuando se sienten postergadas.

La condición social, menor educación, menos oportunidades, se-gregación, en que las mujeres se desenvuelven en nuestra sociedad hacen que el sexo sea un arma eficiente para solventar problemas económicos o sociales. Por lo tanto, la atmósfera que rodea al de-tentador de poder estará impregnada de sexualidad.

El caudillaje en Nicaragua

Creo que hemos dejado meridianamente claro que para que apa-rezca el fenómeno del caudillo deben conjugarse la confluencia de una circunstancia histórica que demande la aparición de un líder, una persona con características carismáticas, y una sociedad forma-da por muchos acaudillados.

También dejamos claro que las características del caudillo son potenciales de inicio, pero que pueden ir desarrollándose hasta su plenitud, quedando dentro de ese espectro personas sólo con algu-nos rasgos caudillescos. Es difícil determinar qué factor prima sobre los otros, pero, en general, ninguno se desarrolla aisladamente; se necesitan sistémicamente.

ANTECEDENTES

Nicaragua es un país del mundo occidental y cristiano afirmarán algunos, otros lo negarán y muchos lo ignoran. Cada quien esgri-mirá sus razones para defender su dicho con algún viso de verdad, medias verdades y mitos, así somos. Lo que importa es qué tan ho-mogénea y generalmente aceptada por la población es dicha afirma-ción. ¿Cómo nos sentimos los nicaragüenses: occidentales, orienta-les, indígenas, especiales, únicos o de ninguna de estas categorías?

Una pregunta igual hecha a un europeo seguramente será res-pondida con más seguridad y contundencia por sentirse más direc-tamente heredero de la civilización grecorromana y sólo algunos españoles harán hincapié en sus ancestros árabes o algunos nórdicos en sus ancestros celtas.

Lo que ninguno negará es su tradición cristiana, con mayor, menor o diferente adhesión a los principios religiosos judeocristia-nos. Sentirnos del mundo occidental nos identifica con naciones, o grupos humanos, que viven bajo una serie de principios culturales, formas de vida y creencias en valores que nos separan de otras na-ciones o grupos que adoptaron otras formas de vida.

El mundo occidental no es homogéneo. Existen diferencias en el desarrollo social, educacional, económico, político, religioso, que determinan la existencia de subgrupos determinados por circunstan-

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cias históricas, geográficas, étnicas y culturales.Para mí, Nicaragua es un país del subgrupo occidental latino-

americano, de religión mayoritariamente católica, producto del mestizaje de españoles con nuestros aborígenes, sin desconocer la minoritaria influencia negra y caribeña, y con poco respeto a la pro-piedad personal.

El mestizaje toma características propias dependiendo del nú-mero de participantes, de uno u otro grupo, en dicho proceso. El mestizaje en Costa Rica ha sido diferente con el nuestro por la pro-porción de indígenas y españoles que participaron, lo mismo pasa con el mestizaje en Guatemala, cuyo número de indígenas ha sido diferente. Es posible que en Honduras y El Salvador el mestizaje tenga un signo más parecido al nuestro.

Lo mismo se puede decir en Sudamérica donde la proporción mayoritaria de indígenas en Bolivia, Perú o Ecuador es más ostensi-ble que en Chile, Argentina y Uruguay, donde los españoles y otros europeos hicieron mayoría. El fenómeno en Colombia, Venezuela, Cuba y el Caribe es diferente a México y Centroamérica.

Nuestro mestizaje se inicia con la conquista de América por los españoles que venían saliendo de 700 años de dominio árabe en la Península. Las leyes de Mendel nos ilustran sobre la forma que se realiza la herencia cuando se juntan los genes.

Los genes no se fusionan, sino que el nuevo producto es la con-secuencia de uniones independientes de las cargas genéticas. Una flor roja unida a una blanca no da flores rosadas sino que produce flores mitad rojas y mitad blancas.

Parece ser que para que una mutación, o sea para que un gen tenga y trasmita características propias se necesitan alrededor de 15 a 20 generaciones, en el tiempo del género humano serán unos 800 años. Tomando en cuenta que las uniones se hacen de forma aleato-ria, mezcladas en diferentes proporciones y no necesariamente con grupos de características puras nos ilustra la lentitud del mestizaje y la dificultad matemática de investigaciones demográficas.

Los criadores de animales de razas puras, y los experimentado-res en transmisión genética con las moscas drosófilas lo tienen muy claro. El mestizaje no sólo es una combinación de características genéticas, sino que también una combinación de culturas, o sea de formas diferentes de reaccionar y enfrentar el mundo.

La evolución biológica mantiene un ritmo diferente a la evolu-ción cultural, la primera es mucho más lenta que la segunda. Para

aclarar el fenómeno imaginemos un reloj en que la evolución bioló-gica llevaría la velocidad del minutero y la cultural la velocidad del segundero.

Lo anterior hace que los nicaragüenses tengamos características físicas propias que hacen posible caracterizar un genotipo típico y también describir un fenotipo propio, ambas características han sido los responsables de nuestra historia y nuestro devenir social. Nues-tro mestizaje cultural se hace evidente en lo que tenemos en común con cada uno de los participantes y lo que nos separa de nuestros ancestros.

La rama española es más fácil de visualizar por haber sido ésta la rama culturalmente dominante, no obstante se puede observar, en nuestro físico y en muchas expresiones culturales, formas explícitas de nuestra rama indígena dominada.

Nuestras comidas, casas, idioma, formas de enfrentar el mundo y la vida, pero sobre todo la relación con la vida después de la muerte y la religiosidad, nos permite distinguir nuestro mestizaje, lo que tenemos en común y lo que nos separa de los españoles, y lo que tenemos en común y nos distingue con los aborígenes, y lo que es propio y único de nosotros.

Tomando en cuenta que llevamos sólo 400 años desde que se inició nuestro proceso de mestizaje podemos decir que estamos a medio camino de acceder a características genéticas y culturales que nos perfilen como un subgrupo definido.

La globalización y la comunicación han hecho que los mestizajes puros, como el que sucedió en España con los árabes, y los grie-gos con los turcos otomanos, sean prácticamente imposibles. Las condiciones de desarrollo actual no permiten los grupos cerrados o incomunicados.

La religión ha sido el vehículo de homogenización y unificación social en cualquier sociedad. Eso lo entendieron con mucha claridad los conquistadores españoles. La afirmación de Jesucristo cuando dijo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, permitió a Occidente diferenciarse de los musulmanes para quien Dios es el César y de los orientales para quienes el César es Dios.

La separación del poder civil del poder eclesiástico ha sido una de las luchas del mundo occidental y una conquista actualmente in-cuestionable de las naciones occidentales. Los derechos del hombre, declaración de la Revolución Francesa, puso al individuo y sus dere-chos sobre la comunidad y sus exigencias.

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El individualismo matizado con los intereses de la comunidad es uno de los pilares que distingue a las naciones occidentales actuales. Frente al poder del Estado o intereses de los grupos dominantes, el mundo occidental ha desplegado los derechos del hombre y la mujer como personas y no como colectivos.

El colectivismo ha sido, para Occidente, incompatible con su concepto del hombre en la sociedad, por tanto, le es imposible acep-tar como natural o viable otras formas de organización social. Éste es el choque cultural entre Oriente y Occidente, origen de la Guerra Fría y una de las razones del choque con el mundo musulmán.

Como las cosas humanas no son absolutas, en las sociedades occi-dentales se pueden distinguir grados de individualismo, desde el acé-rrimo norteamericano o inglés de Margaret Thatcher, hasta el media-tizado socialdemócrata de los países nórdicos. De cualquier forma el individuo es el pivote donde giran las sociedades occidentales.

De este respeto, casi sagrado, al individuo, se desprende un pro-fundo respeto a la propiedad privada que lo considera como una prolongación ectoplástica del individuo.

En los países occidentales u occidentalizados las instituciones políticas y de poder giran alrededor de la defensa de los derechos de los individuos y de sus propiedades. Los poderes ejecutivos, judicia-les y legislativos tienen su razón de ser y su estructura equilibrada para garantizar y defender a los individuos y sus posesiones.

En Nicaragua la religiosidad popular es personalizada y no ins-titucionalizada, es más fuerte nuestra relación con el sacerdote o el santo, que con la Biblia y sus mandatos impersonales.

El cristianismo es otro pilar cultural imprescindible de la cultu-ra occidental. El Nuevo Testamento rescata el concepto griego del valor de la persona humana y lo enfrenta con el hombre objeto del mundo antiguo. Dentro del cristianismo siempre estuvo presente la contradicción del poder mundano y del poder religioso.

La situación se hizo crisis en la polémica de Agustín con Pelayo, en la que las ideas de la unidad del poder, todo dentro de la Iglesia nada fuera ella, de San Agustín, se impuso a la propuesta de Pelayo de la autonomía de las comunidades, y se remató con la declaración de Constantino de imponer al Cristianismo como religión oficial del imperio.

Las ideas de Pelayo, de separar los poderes mundanos de los eclesiales, durmieron por mil años, pero renacieron con la Reforma en el siglo XVI.

Para los reformadores cristianos el poder del Papa no tenía razón de ser y cada comunidad debía tener su propia estructura de poder.

El individuo y su pequeña comunidad se oponía a la inmersión en la gran iglesia con sus jerarquías debidamente estructuradas y apoyadas en el poder de Dios, que basaban su poder en el Tú Eres Pedro, y delegada en los obispos y sacerdotes consagrados y con poder indelegable para interpretar, definir y predicar la verdad que estaba escrita por Dios en las Sagradas Escrituras.

Como toda lucha religiosa y entre hermanos ésta fue sangrienta, a muerte, y sin piedad. La Reforma dividió a Europa en bandos irre-conciliables, y no tardó en aparecer una Contrarreforma en un país que no había tenido Reforma, España.

La Contrarreforma significó un endurecimiento de las prácticas religiosas católicas y la expulsión y persecución de judíos y musul-manes y la aparición de La Inquisición para vigilar la pureza de las creencias católicas frente a la disidencia reformista. Felipe II, en cuyas posesiones no se ponía el sol, encabezó dicha cruzada.

Esa España fue la que nos conquistó y colonizó, y ese cristianis-mo fue el que impusieron a los pobladores de la América española. El cristianismo en América tuvo las características del catolicismo recalcitrante de la época en la que el poder del fraile, el obispo o el sacerdote sobresalía sobre el poder civil de un rey lejano y sin fuerzas.

El cristianismo occidental se dividió entre los que obedecen a la Biblia, como una Constitución impersonal, y la interpretan de for-ma personal y sin intermediaros y los que obedecen a una estructura personal, que centralizan la interpretación de la verdad bíblica e in-termedian la relación con Dios a través de los santos o ellos mismos.

Esta condición hace también que dependiendo de las vicisitudes históricas, los subgrupos occidentales tengan un mayor o menor res-peto por los individuos y sus posesiones y una actitud diferenciada frente a la autoridad y el poder. Leyendo la historia de Nicaragua podemos inferir cuál ha sido nuestra actitud frente a la propiedad personal.

En la Colonia posiblemente hubo poco respeto para los derechos de propiedad, que el Rey otorgaba a sus súbditos indígenas en for-ma de cédulas reales, demarcando los límites de las posesiones de las comunidades indígenas. Por lo menos estaban inscritas en los registros reales.

Los abusos, con la propiedad fueron el pan nuestro de cada día

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en los períodos Pre Independientes y no se diga en nuestra guerras civiles. Sin pretender hacer un estudio de nuestra historia y realidad social veamos que pasa si a través de este prisma, el respeto al indi-viduo y sus posesiones y la forma de vivir la religiosidad, podemos acercarnos al fenómeno del caudillismo en Nicaragua.

CAUDILLOS EN NICARAGUA

Decíamos al inicio que para que apareciera el caudillo se nece-sitaba la confluencia de alguna circunstancia histórica que hiciera posible el despliegue de las características del caudillo y la presen-cia de acaudillados. Queremos dejar sentado que no pretendemos valorar las actuaciones históricas de nadie, queremos destacar úni-camente sus condiciones o cualidades, mayores, menores o inexis-tentes, como caudillo.

Los grandes conquistadores como Cortés y Pizarro tuvieron que desplegar sus cualidades de caudillos para conseguir acaudillados y convencerlos de que ellos eran las personas que colmarían sus sue-ños, esperanzas y ambiciones.

Aunque Gil González y Hernández de Córdoba llegaron antes que Pedro Arias de Ávila (Pedrarias), este último fue el que marcó el sello de la conquista y colonización de Nicaragua. Pedrarias, militar de fuerte personalidad, implacable, autoritario y que usó el poder a su discreción, venía investido por el poder real y no necesitó desple-gar características carismáticas personales.

Tomando en cuenta que al caudillo lo hemos definido como al-guien que obtiene el poder por sus propias cualidades carismáticas, Pedrarias no fue un caudillo aunque haya sido un despiadado dic-tador.

El levantamiento de los hermanos Contreras pudo haber sido propicio para la aparición de un caudillo que aglutinara la inconfor-midad de los conquistadores que se resistían a la política de coloni-zación que impulsaba la monarquía española. Pero no apareció ese caudillo y a los Contreras les quedó grande el sayo.

El Obispo Valdivieso seguidor de Bartolomé de las Casas no pa-rece haber tenido las capacidades para encabezar caudillistamente un movimiento de reivindicaciones sociales, a éste le quedó muy grande la mitra y su muerte fue una torpeza del sayo grande de los Contreras.

La inmensidad de América y las riquezas de México y Perú rele-gó a Nicaragua a la somnolienta colonización y al lento mestizaje. Los coletazos de los movimientos independentistas sacaron a Cen-tro América de la modorra colonial eventualmente sacudida por las incursiones de piratas, defensa de la integridad territorial del Impe-rio español o las guerras monárquicas europeas.

Las instituciones judiciales, gubernamentales y políticas hispáni-cas, estructuraban y dirigían la vida social y económica de los súbdi-tos del inmenso imperio y garantizaba la estabilidad social. La inva-sión de Napoleón y el destronamiento de Fernando VII, además de las serias contradicciones dentro de la sociedad colonial fueron las condiciones que permitieron el desmoronamiento del orden español.

La Nicaragua colonial estaba bastante al margen de esos tem-blores no obstante que tímidamente habían aparecido ciertas acti-vidades independentistas. Los historiadores nicaragüenses guardan silencio sobre la participación de nuestros indígenas en los procesos de mestizaje y de organización gubernamental.

Exceptuando la tímida oposición de algunas tribus que habitaban Nicaragua, no se conocen grandes rebeliones indígenas; lo que sí parece ser una realidad colonial fue la relegación de los indios hacia el centro norte de Nicaragua, donde parece haber sido la frontera del imperio, la marca hispánica. Segovia, Estelí, Jinotega, Matagalpa, Boaco y Juigalpa parece que fueron centros religiosos militares de donde se cristianizaba a los indígenas y se mantenía la presencia militar colonial.

Se conoce poco de los movimientos de resistencia indígena sig-nificativa en esa región y menos de la existencia de caudillos que la encabezaran. Actualmente se puede colegir, empíricamente, que el número de indígenas en esas regiones era menor, o vivían más aislados que en el resto de Nicaragua, pues el color de la piel de los segovianos es más claro que en la meseta de los pueblos o el occi-dente del país.

En general las características de los líderes indígenas que enca-bezaban a las tribus cuando los españoles llegaron no son muy bien conocidas, obviamente la historia la escribieron los vencedores, aunque las referencias hechas de Nicarao encomian su inteligencia y personalidad más que sus dotes de guerrero caudillesco.

En los albores de la independencia, en 1811, el alcalde de Gra-nada era Don Roberto Sacasa y el Gobernador de Nicaragua, con sede en León, era el Obispo Fray Nicolás García y Jerez, condición

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casi normal en la colonia donde el poder civil aunque aparentemente separado del eclesiástico de hecho funcionaban al unísono, aunque algunas veces tuvieran discrepancias.

Don Roberto Sacasa, militar que participó en la captura de Ya-rrince, uno de los pocos líderes indígenas que la historia recoge como sublevado al poder colonial, fue el padre de don Crisanto, actor importante en la independencia y guerras civiles de Nicaragua.

Según dice don Jerónimo Pérez, en diciembre de 1811 había mo-vimientos rebeldes, de inspiración independentista, de los indígenas de Masaya, quienes tenían como líder al cura y Juez José Gabriel O´Haran, oriundo de Mérida, España.

Las características que Don Jerónimo describe del cura O´Haran afirman que no tenía mucho carisma, pues era muy serio y adusto, pero era idolatrado por los indios, de tal forma que cuando fue de-tenido en Masaya, y llevado a Granada, se generaron sublevaciones reclamando su libertad y se regó mucha sangre.

Pérez recopila versos tristes y amorosos que describen el sen-timiento y adhesión de estos indios a su líder, que si lo hubieran podido lo habrían declarado rey, tal como lo hicieron los mapuches chilenos con José Miguel Carrera, en esa misma época.

Posiblemente, don José Gabriel, no tenía ni carisma ni ambición de caudillo y sólo tenía el cariño y lealtad de sus acaudillados, pues después de su detención fue enviado preso a Guatemala donde ter-minó su aventura, pero es el primer hecho histórico que hubiera po-sibilitado el desarrollo de un caudillo si éste hubiera existido.

Los versos que don Jerónimo Pérez transcribió de autor anónimo, y dedicados a la despedida y prisión del amado líder, son sencillos, emotivos, ingenuos, simpáticos y recoge nombres y apellidos de los indígenas que apoyaban a O´Haran, Ríos, Mercado, Ramos, Cas-tro, Roda, Torres, Gaitán y curiosamente sólo un Ñoriongue, algo nos está diciendo, ese pequeño fenómeno, del mestizaje biológico y cultural en Nicaragua, a pesar que el mismo Pérez nos dice que en Masaya habían pocos ladinos.

CLETO ORDÓÑEZ

Otro personaje que vale la pena estudiar es Don Cleto Ordóñez que vivió en los revueltos tiempos de la Independencia de Centro América y fue líder en Granada de singulares revueltas.

Dejemos que don Jerónimo Pérez nos describa su personalidad.Ordóñez nació en Granada, hermano natural paterno del célebre

padre Irigoyen. Su madre nos es desconocida, debe haber sido de clase inferior porque aquel aparecía como hijo del pueblo. Era de pequeña estatura, delgado, de color cobrizo y miope por cuya razón le decían El Tuerto.

Vivo y amable hasta el extremo, se hacía querer de las clases ele-vadas por su buen trato natural y agudeza de ingenio y de las media-nas e inferiores porque se confundía con ellas, paseaba, jugaba, pero nunca bebía. Por eso era que este hombre mezcla de aristocracia y democracia, podía acomodarse a todos los tonos o condiciones de la sociedad.

Sirvió como criado al licenciado Aguilar, yerno de Sacasa, y le aplaudían su exactitud y gracias, fue soldado, cabo y sargento de artillería, era médico y poeta natural, cuyas décimas a la libertad, le atraían la admiración del pueblo. Fue caudillo de los liberales rojos y árbitro de los destinos del país, hizo Jefe a Cerda y sin un tiro botó a Argüello en León, sin embargo, este hombre que disponía del Estado, acostumbraba decir: “Yo no quiero más que la tercena de tabaco de Masaya”.

Sus vicios dominantes fueron el fumado y el amor libre, sin em-bargo, se casó dos veces y no dejó ningún hijo. Qué mejor descrip-ción de un líder carismático con visos y oportunidades para conver-tirse en caudillo.

Fue Inspector del Gobierno de Centro América, siendo Presiden-te Manuel José Arce, puesto que desempeñó con rigurosidad, efi-ciencia y sobre todo que salió del gobierno con la constatación de su legendaria honradez. Permitía e impulsaba los saqueos, pero él nunca se quedó con nada. Murió en El Salvador en 1839, expulsado de Nicaragua por el temor que ejercía su carisma.

¿Por qué Ordóñez no se erigió en el caudillo de la independencia de Nicaragua ya que tuvo la oportunidad y el carisma?

Es posible que la existencia del Coronel Crisanto Sacasa, otra figura singular, y la irreconciliable actitud de leoneses y granadinos, impidieran la formación del caudillo. Es posible también que Don Cleto no haya tenido la suficiente ambición para hacerse del poder absoluto o era demasiado escrupuloso y honrado para sacrificar al-gunos principios, quebrantados necesariamente o casi siempre, por los que tienen fuerte vocación de caudillos.

Las procelosas aguas que acompañaron el período pre y post In-

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dependencia, proclives a producir caudillos, como sucedió en otros países de América, no se dieron aquí. Históricamente la cohesión nacional, la nacionalidad, se origina y desarrolla cuando existen enemigos externos, situación que aprovechan los líderes con voca-ción de caudillos.

Centroamérica no tuvo lucha armada para independizarse de España, nuestros enemigos fuimos nosotros mismos, posiblemente ese sea uno de los factores que nos ha dificultado la introyección del sentimiento de Nación.

Otro período de nuestra historia que hubiera permitido la apa-rición de un caudillo fue el nacimiento del Estado nacional y la formación del gobierno republicano.

El período entre 1845 y 1850, después de la cruenta guerra de Malespín, fue propicio para la aparición de algún caudillo y de he-cho produjo al polémico Bernabé Somoza, héroe para unos, saltea-dor para otros, y del popular José María Valle, (Chelón).

BERNABÉ SOMOZA

Squier conoció a Somoza a quien se lo encontró navegando en la Ruta del Tránsito. Lo describe como expansivo, saludador en voz alta, con capa y ropa fina, llamativa, de sombrero de plumas, anillos y cadenas de oro, producía temor y admiración entre la gente de la época. Según historiadores llamaba la atención por su forma de ser, era muy popular por sus costumbres campechanas, bailarín, espa-dachín y buen montado.

Según dicen tuvo un duelo a caballo, con lanza, en la costa del lago de Managua con un antiguo enemigo, coterráneo de Somoza, cuentan que manejaba tan bien la lanza que mató a su enemigo en-sartándolo.

La gente lo quería y lo siguió con facilidad en sus aventuras, tenía carisma y el poder emanaba de sus propias condiciones. Era implacable, atrevido y popular. El saqueo fue la forma natural de celebrar sus victorias, posiblemente por eso lo seguían muchos, sin reverenciar ni a la mujer ni a la propiedad del prójimo.

Estas características lo hicieron un caudillo que encabezó las revueltas contra el gobierno de la época, interpretando los resenti-mientos y aspiraciones de grupos definidos, pero sin proyectarse a la generalidad de la población nicaragüense.

Posiblemente no tuvo la visión o preparación necesaria para en-cabezar un movimiento con un proyecto más amplio, y acaudillar a porciones significativas de la sociedad nicaragüense. El general Trinidad Muñoz terminó con sus corcoveos en Rivas.

Otro líder, amigo y compañero de aventuras de Somoza, fue el Chelón Valle, a quien veremos después como acaudillado. La Gue-rra Civil del 54 no permitió que ninguno de sus líderes, Don Frutos Chamorro y Don Francisco Castellón, se convirtieran en caudillos. Ambos no tenían el carisma necesario ni influencia popular, eran muy intelectualizados, poco dados a las convivencias populares.

Lo encarnizado y emocionalmente comprometido por las renci-llas políticas de esa guerra civil, permitió la aparición de un caudillo extranjero, William Walker.

WILLIAM WALKER

Walker fue un personaje singular con muchas características de caudillo. Nació en Nashville, Tennessee en 1824 y murió en Truji-llo, Honduras en 1860. Su personalidad y aventuras han sido am-pliamente estudiadas y existen múltiples publicaciones acerca de su persona.

De físico esmirriado, blanco rubio y de ojos llamativamente gri-ses por lo que fue llamado el Predestinado de los Ojos Grises, estu-dió medicina y su tesis fue sobre El Iris. Fue abogado y periodista, conocía varios idiomas y las lenguas clásicas, era un hombre inquie-to, sagaz y decidido, producto de la época y adherido a las teorías de la superioridad del hombre blanco que los convertirían en los dueños y rectores de la humanidad no blanca.

Definitivamente tuvo características de líder carismático pues convenció a muchas personas de acompañarlo en sus aventuras en Baja California y Nicaragua. Posiblemente la mayoría de quienes lo siguieron lo hicieron por la ambición de una mejor situación y las quimeras del poder y la gloria, pero muchos lo siguieron por lealtad a él y lo acompañaron hasta su muerte.

Como todo líder carismático fue amado por unos y execrado por otros. Tuvo fama de duro e inflexible, fusiló a quien creía que tenía que eliminar y no trepidó para ejecutar lo que tenía que realizar.

Su vida amorosa fue pobre y poco documentada, pero sí parece que tuvo una devoción especial por su madre y una trágica relación

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afectiva con una sordomuda. No ingería licor y no se le conoció otro tipo de adicciones.

No nos interesa mucho la personalidad carismática de Walker ni su perfil psicológico del que se ha escrito suficiente y con acierto por autores nacionales y extranjeros especialmente por el Dr. Ale-jandro Bolaños Geyer y el Ing. Alejandro Hurtado Chamorro, sino que iluminar algo sobre los acaudillados nicaragüenses que acom-pañaron a Walker en su aventura.

Cuando Walker llegó a León y conoció a su contratista el licen-ciado Castellón, no simpatizaron y menos con el General Trinidad Muñoz, pero sí con el Subprefecto de Chinandega, el Coronel José María Valle, (Chelón).

Valle era un hombre popular, caudillo como Somoza, con quien había realizado algunas correrías. Enconado antilegitimista pues además de haber quedado lisiado de una pierna, en el sitio de Gra-nada, perdió a su hermano, el Mocho, en esa guerra. Le fue muy útil y fiel al extranjero luchando contra el nacional por encono político y resentimiento social, pues no lo habían ascendido a General pese a sus actividades de fervor democrático.

El General Jerez, como Ministro del Gobierno Provisional, le firmó las cartas patentes de General al Chelón y a Walker.

Los acaudillados por razones emocionales, resentimientos, pier-de la visión objetiva de las cosas para satisfacer sus reivindicacio-nes, están más atentos a sus problemas personales que al bienestar de la comunidad. Junto con Valle fue puesto bajo las órdenes de Walker el Coronel Mateo Pineda, Subprefecto de San Juan del Sur, quien le fue muy leal y útil en toda la guerra y al final lo nombraron Presidente.

Mateo Pineda fue un militar sencillo que siempre creyó que lo mejor para Nicaragua era el gobierno de Walker y no se explicaba cómo era posible que no lo entendieran así el resto de sus com-patriotas. Fue un acaudillado que creyó sinceramente en Walker, ingenuo en su pensamiento y motivado por sus creencias políticas democráticas.

Otros coroneles como Félix Ramírez Madregil, marido de Mamá Bernarda, criadora de Darío, y el Coronel Méndez, (El Pavo), fue-ron incorporados a la Falange de Walker, pero éstos lo abandonaron rápidamente.

La toma de Granada por Walker fue una sorpresa para toda la po-blación, pero rápidamente los políticos quisieron utilizarlo para sus

fines. La personalidad pusilánime de Don Patricio Rivas permitió hacer el papel de títere en la Presidencia Provisional de la Repúbli-ca, puesto que renunció hasta que se dio cuenta que el ejercicio del poder de un caudillo no acepta más que obediencia.

Algo parecido pasó con Ponciano Corral que decía que le había ganado a los Democráticos con su mismo gallo, el gallo le debió haber cantado cuando Walker lo mandó a fusilar. Consecuencia de los que no definen bien sus opciones y creen que pueden jugar con el fuego del poder.

El Dr. Máximo Jerez, personaje estudiado por Don Jerónimo Pé-rez y Don José Dolores Gámez, fue otra víctima de las veleidades del acaudillado en su afán de estar siempre cerca del poder aunque pudo escaparse y salvar su vida a tiempo. Estos políticos fueron víc-timas de sus ambiciones y de su personalidad de acaudillados que los llevaron a pensar que podían aprovecharse de las facultades de una persona con formas específicas de entender el poder como es el caudillo. El caudillo no acepta aliados sólo subordinados.

Don Fermín Ferrer fue otro acaudillado pero por razones más prosaicas y entendibles. Quería aumentar su fortuna aprovechándo-se del poder de Walker, de sus leyes, exacciones, impuestos y de-cretos, que permitían la confiscación de las fincas que hubiesen sido abandonadas por sus dueños o que no estuvieran atendidas.

La ley del ausente promulgada por Walker hace 150 años ahora nos parece conocida por su reciente aplicación en otro gobierno re-volucionario. Los hacendados huían por razón de la guerra, cosa que permitía a los gringos y a sus amigos negociantes quedarse con los bienes de los antiguos dueños.

Los decretos del Gobierno de Walker en relación con el Registro de la Propiedad, las confiscaciones y las subastas pueden ser con-sultadas en los libros de la época y remojarnos algunas prácticas de irrespeto a la propiedad que no han sido nuevas, ni en ese tiempo, ni antes, ni después, ni hace poco, ni ahora, posiblemente lo que ha cambiado sean los métodos modificados por la evolución de las instituciones.

Otro acaudillado típico fue el Presbítero Agustín Vigil, cura re-sentido porque no ascendía en la jerarquía eclesiástica a pesar de sus capacidades y dotes de oratoria. Sus sermones hacían época, fue creador de frases rimbombantes dirigidas a Walker, lo llamó, Ángel titular de Nicaragua y Estrella del Norte, y se ganó no sólo el reco-nocimiento del gobierno de Walker, sino que su nombramiento de

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Delegado de Gobierno en Washington.Dijeron en la época que el Obispo de Baltimore le afeó su actitud

de apoyo a un Presidente protestante de la pequeña Nicaragua. Cayó con Walker, se fue a Colombia y regresó a morir en Teustepe, sin pasar por Granada, en 1867.

La jerarquía eclesiástica no estuvo ausente de conductas acaudi-lladas, el Vicario para Nicaragua, Hilario Herdocia, le envió cartas de felicitación y sumisión al Presidente Walker que las retribuyó con muestras de adhesión a la Santa Fe Católica y promesas de futura conversión.

Para William Walker, como para otros, Nicaragua bien valía una misa o bailar un santo, y lo demostró con la asistencia al solemne Te Deum que se ofició en Granada con motivo de su ascensión al Poder.

Dicen que murió como católico, ese hecho podría exculpar al-gunas conductas pues para ganar un alma para el cielo, bien vale la pena realizar actos un poco indecorosos. Todo sea por razones superiores.

Ubaldo Herrera fue el Coronel que comandó el pelotón que fusiló a Don Mateo Mayorga. Fue un hombre subyugado por los ojos gri-ses de Walker, de lealtad probada y como intendente del ejército de Walker, se dedicaba a acopiar alimentos para los filibusteros, por lo que cuando lo mataron recogía ganado en los Llanos de Ostocal días antes de la batalla de San Jacinto en Paso de Lajas, Tipitapa.

Posiblemente hubo muchas personas que apoyaron a Walker por la disposición especial de sus personalidades dependientes al poder, como dice el historiador Gámez, pues sin ese apoyo el fenómeno filibustero no se hubieran dado, aunque poco a poco se fue quedan-do sin el apoyo de nacionales, posiblemente cuando comenzaron a darse cuenta que el destino de Walker era incierto, es lo natural de la relación de caudillo y acaudillados.

La distancia en el tiempo nos permite perfilar con nitidez algu-nas características de los acaudillados que apoyaron a Walker, pero también nos lleva a generalizar, acción peligrosa que atenta muchas veces contra la exactitud histórica. La distancia nos permite ver me-jor la silueta pero nos difumina los detalles.

Hubo acaudillados por razones y ambiciones políticas como Co-rral, que pagó con su vida su equivocación, o Jerez y Rivas, que después se arrepintieron de haber apoyado a Walker. Arrepentirse es fácil, dicen que de arrepentidos está empedrado el camino del infier-no, pero la ocasión o el acto por el cual alguien tiene que arrepentir-

se no es propia de personas serias y sensatas y menos de dirigentes nacionales.

El arrepentimiento es propio de personas que suelen tomar deci-siones de forma irreflexiva e impulsiva. Ningún dirigente del desti-no de una nación puede aducir arrepentimiento por acciones o me-didas que producen pérdidas irreparables de vidas, de bienes o del futuro de una nación.

Hubo acaudillados por resentimientos personales, políticos y so-ciales como José María Valle, Ubaldo Herrera y el Padre Agustín Vigil, cada uno carga su propia responsabilidad histórica.

Hubo acaudillados por ambiciones económicas como Fermín Fe-rrer y la mayoría de los filibusteros que atendieron al llamado de Walker.

Hubo acaudillados por lealtad, amistad o convencimiento de que Walker era la persona indicada para realizar grandes proyectos de objetivos beneficiosos para la sociedad nicaragüense, como el Co-ronel Mateo Pineda y la sociedad norteamericana, como los ami-gos entrañables de Walker, Andersen, Heningsen, Hornsby, que lo acompañaron hasta su muerte.

La lección que nos deja la historia de los acaudillados de tiempos de Walker es que las personas que apoyan a las personas y no a los proyectos nacionales o instituciones y que anteponen los intereses de partidos o personales a los intereses de la comunidad o la nación, terminan corresponsabilizándose de los descalabros y sufrimientos que producen las acciones de los caudillos.

La Guerra Nacional fue ocasión propicia para cimentar el na-cimiento de la nación y la aparición de caudillos nacionales, pues aunó a la nación contra un poder extranjero pero no fue así.

El General Tomás Martínez, artífice del ejército nacional al orga-nizar el Ejército Septentrional, fue un Presidente por dos períodos que no tuvo, pese a sus cualidades, mayor peso que otros presidentes.

El General José Dolores Estrada, héroe de San Jacinto, no tuvo mayor incidencia en los hechos posteriores a la Guerra Nacional. En realidad, salvo el hecho de San Jacinto, no se le conoce ningu-na acción militar brillante y su participación política se concretó a oponerse a la relección de Martínez, exiliarse y sembrar tabaco en Costa Rica.

Parece ser que para ser héroe es suficiente ser tranquilo, humilde y no hacer mucho ruido, el resto hay que dejárselo a la historia o a las necesidades políticas coyunturales.

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LOS IDUS DEL 93

El período de los Treinta Años fue poco propicio para veleida-des caudillezcas, aunque al final del período aparecieron temblores, heraldos del terremoto revolucionario del 93. En ese período el país venía desarrollándose, pero la gente no percibía ese adelanto, sentía que algo estaba fallando, y que el sistema conservador, anquilosado en su sistema oligárquico y atado a la obsoleta y colonial constitu-ción de 1858, no era vehículo adecuado para acelerar el desarrollo y ponerse a la par de otros países más adelantados.

Los intelectuales, conservadores progresistas y liberales ilustra-dos, pensaban que se podía hacer algo y la gente esperaba que las cosas cambiaran. Una facción del Partido Conservador gobernante había perdido la fe en su ideología y la gente estaba hastiada de su forma oligárquica de gobernar.

La costumbre inveterada y todavía no superada, de los gobernan-tes nicaragüenses que siempre quieren relegirse o si no dejar a al-guien obediente como sucesor, actuó en la conducta del Dr. Roberto Sacasa, que haciendo una interpretación muy propia, y seguramente sustentada por obedientes compañeros de gobierno, como Don José Dolores Gámez, decidió reelegirse, contrariando la lógica de su ac-ceso a la Presidencia, y rompiendo la legalidad de la constitución vigente desde 1858, que prohibía todo tipo de reelección.

La experiencia del General Tomás Martínez no era aplicable en esta ocasión y dio la oportunidad para la revolución de abril de 1893. El posterior débil gobierno de Don Salvador Machado y la participación de la personalidad autoritaria de José Santos Zelaya, quien no había estado ausente en ninguno de estos acontecimientos, completó el cuadro preparatorio para la revolución que se avecina-ba.

Las condiciones históricas estaban dadas para el aparecimiento de un caudillo que se adueñara del poder, las condiciones, económi-cas, sociales y políticas eran auspiciosas y existía un actor con claras ideas de lo que quería, decisión y valor para obtenerlo y vocación para ejercerlo sin cortapisas, y una serie de personas acaudilladas que querían aprovecharse del trabajo del caudillo o por lo menos participar, aunque fuera con las migajas de ese poder.

A los políticos acaudillados les pasa lo que a los estafados que siempre creen que están aprovechándose del estafador.

JOSÉ SANTOS ZELAYA

Nació en Managua en 1853 y murió en Nueva York en 1916. Gobernó dictatorialmente a Nicaragua desde el 11 de julio de 1893 hasta el 21 de diciembre de 1909. Fue un hombre inquieto, educado en Europa de donde regresó en 1875 con las ideas progresistas de la época.

Fue miembro, desde joven, del Partido Liberal, convirtiéndose en su líder, dirigente y presidente, aunque algunos historiadores y correligionarios, como Madriz, dijeron que no se le conoció escritos o proclamas sustentado su ideología liberal. Posiblemente fue más activista que intelectual, pues posteriormente, ya en el Poder, decla-ró suscribir los principios ideológicos de la Constitución del 93, La Libérrima.

Tenía gran popularidad y era seguido por las masas. En 1882 fue elegido Alcalde de Managua y fue expulsado del país por partici-par en revueltas contra el Doctor Adán Cárdenas, lo que le permitió unirse a la gesta centroamericanista de Justo Rufino Barrios en Gua-temala, en donde por su participación recibió el grado de General.

El ministro mexicano Gamboa lo describe como hombre fornido, blanco, de pelo claro y bigote espeso, de hablar lento y pausado; pero debió de tener el genio vivo, pues en una discusión política con el periodista Favio Carnevalini lo abofeteó en la cara.

Sus actividades e inquietudes políticas, el liderazgo dentro del partido liberal, su elección como alcalde, la fidelidad y lealtad que obtuvo de muchas personas como Rubén Darío, Julián Irías, Adolfo Altamirano, Manuel Coronel, José Dolores Gámez, todos hombres inteligentes y capaces pero que no fueron capaces de criticarlo o aconsejarlo y menos hacerle ver el daño que estaba causando al pro-ceso institucional de la nación nicaragüense, tal vez porque no lo percibían o creían, o porque su adhesión a Zelaya obnubilaba su pensamiento; y muchos liberales como Don José María Castellón, 50 años después todavía le guardaba absoluto respeto y lealtad, y otros de menor significancia le atribuyen grandeza, un poco exage-rada, todo nos apunta hacia las cualidades caudillezcas del General.

Todo lo anterior nos indica que Zelaya tuvo cualidades de líder carismático y que fue un caudillo. El poder lo obtuvo por sus pro-pias cualidades y actividades personales y no se apoyó en herencias políticas ni institucionales, aunque esas mismas condiciones lo con-virtieron en dictador.

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Fue un hombre con ideas claras sobre el poder y decidido a obte-nerlo y a usarlo con energía y personalmente, por lo que no perdió ocasión de participar en cualquier movimiento que le abriera opor-tunidades para hacerse del deseado poder.

Participó en las luchas contra Don Roberto Sacasa y fue miem-bro importante en la Revolución de abril del 93 junto con los gene-rales conservadores Zavala y Montiel.

Cuentan que cuando después del 11 de julio de 1893 estaban reunidos para redactar el acta de la Junta Revolucionaria, los jefes de la revolución liberal Baca, Balladares, Ortiz y otros relevantes participantes, se preguntaron quién la presidiría, todos guardaron silencio, entonces una voz pausada, segura y dominante irrumpió diciendo, José Santos Zelaya. Guardando las distancias fue como cuando Napoleón tomó en sus manos la corona de Francia y se la impuso.

Ese gesto dominante de Zelaya nos retrata su instinto de poder, su carácter y su decisión de obtener poder. Su vocación autocrática nos la muestra en sus actuaciones políticas mientras fue gobernante. Juró acatar la Constitución del 93, paradigma de democracia y de avance político y social que, entre otras cosas, prohibía la reelec-ción, pero Zelaya nunca permitió su vigencia y la mantuvo suspen-dida porque le convenía a sus intereses.

Todo esto lo hacía con la connivencia de diputados acaudillados que anteponían sus intereses políticos y personales a la vigencia de una constitución que le hubiera dado a Nicaragua la tan esquiva institucionalidad necesaria para el desarrollo.

Es posible que esos diputados antepusieran sus propios intereses a los de la nación o no comprendían que la adhesión personal al Pre-sidente no podía sustituir la adhesión impersonal a la Constitución.

Por razones que tal vez tengan sus raíces en nuestra condición biológica, nuestra experiencia histórica y cultural, y nuestras ca-racterísticas personales, como teorizábamos anteriormente, nos ex-pliquen porqué los nicaragüenses hemos sido incapaces de separar nuestra relación personal con nuestra relación institucional.

Obviamente como buen dictador que se precie, jamás expuso su poder a las veleidades de una elección. El poder no es lotería, decía alguien más cercano en tiempo a nosotros.

Nunca permitió elecciones libres aduciendo que nadie podía ha-cer las cosas que le convenían a Nicaragua como él las realizaría. Mesianismo muy conocido y utilizado en Nicaragua.

Para los acaudillados es más importante las construcciones ma-teriales que las institucionales, almuerzo para hoy hambre para ma-ñana. Como todo buen caudillo dictador no podía entender que la democracia es compartir poderes y hacer participar a otros en las toma de decisiones políticas y de gobernatura.

Muy pronto se le separaron sus amigos incondicionales que lo acompañaron y lo apoyaron en la revolución del 93, como los gene-rales Alonso, Godoy, Chavarría y Ortiz.

¡Ay que buenos vasallos si tuvieran buen señor! o como dice el refrán el que sirve la mesa no se sienta en ella.

Los caudillos y dictadores no comparten el poder con nadie, aceptan aliados cuando les conviene pero sólo se rodean y aceptan cerca de ellos a los subordinados. La única ideología del caudillo dictador es el uso del poder.

Lo anterior lo entendió muy bien José Madriz y Francisco Baca, artífices ideológicos de la Libérrima, y otros, cuando se le separaron en 1896, acusándolo de no seguir los postulados de la Constitución que ellos impulsaron, ayudaron a redactar y colmaba sus aspiracio-nes ideológicas, y que también Zelaya había jurado respetar, y que, además de no ponerla en vigencia no respetaba el sagrado principio de la no reelección.

El caudillo o dictador no acepta sombras ni triunfos de nadie y menos reconocérselos a alguien. El caudillo y los acaudillados dicen que todo lo que se hace es gracias a su enorme capacidad y visión, y si no, los aduladores acaudillados se encargan de modificar la his-toria para achacárselos.

Así pasó con el General Anastasio Ortiz, exitoso triunfador de la guerra con Honduras del 96, pero que según los paniaguados de Zelaya, y aceptado por él con complacencia, el artífice de esa victo-ria fue el General Zelaya, que desde Managua dirigía e inspiraba la lucha. Así son los genios.

Algo parecido sucedió con el Reincorporador de la Mosquitia, Rigoberto Cabezas, a quien no le reconoció su gesta, ni cuando se murió, y todo lo contrario, el gran gestor fue el nunca jamás bien ponderado y clarividente General José Santos Zelaya.

Tanto pesó esta idea que años después le cambiaron a la Mos-quitia su secular nombre para homenajear con el suyo a Zelaya y al puerto le pusieron el de Cabezas. Como todos los detentadores de poderes absolutos, al pasar el tiempo se van convenciendo de su infalibilidad, capacidad, inteligencia y predestinación, gracias al

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susurro constante de los cercanos acaudillados.El fusilamiento de Castro y Guandique no mereció mayor análi-

sis, pues el General estaba convencido de que eran culpables y había que dar un ejemplo. En Jinotega fusilaron a Sixto Pineda sin juicio y por resolución del Comandante en Jefe General José Santos Zelaya.

La orden, sin previa investigación o juicio la dio amparado en que estaban suspendidas las garantías constitucionales. El delito fue que el ciudadano Pineda no permitió que un jefe político del gobier-no del General Zelaya lo maltratara con un chilillo y respondió con su revólver el agravio y humillación que le habían inferido.

Dicen que los acaudillados del momento le aconsejaron al Pre-sidente Zelaya que ordenara el fusilamiento, pues si estas personas eran capaces de levantar la mano, o el revólver, contra uno de sus delegados, qué no harían contra su ilustre persona. ¡Al jefe se le respeta, carajo!

El fusilamiento de Cannon y Groce, y obviamente mejor funda-mentado que el de Pineda, adoleció de la oportunidad del momento político. La soberbia, alimentada por el poder absoluto y el goteo constante de la adulación, ya no le permitía analizar y sopesar la oportunidad del momento, la importancia de las acciones políticas y las repercusiones y reacciones internas y externas.

El poder enceguece y permite las equivocaciones de los caudillos que los llevan al despeñadero. Nada nuevo en la historia. En 1907, Zelaya visitó Jinotega, mi padre me contaba de la entrada triunfal por la calle real y de los arcos y discursos que se prodigaron ese día de febrero.

Mi madre me contaba los preparativos que mi abuela y abuelo realizaban para participar en el baile oficial que se llevaría a cabo en la Alcaldía Municipal, y el regreso intempestivo de dicho baile por el escándalo sucedido.

En el pueblo, un señor había ultimado a tiros a un ciudadano en una situación confusa y estaba detenido. Los familiares, amigos y me imagino acaudillados de turno, le ofrecieron al Presidente, para su uso personal, a la hija del detenido, de sólo 15 años de edad, en cambio de la libertad de padre. El Presidente aceptó y por la parte trasera de la Alcaldía se encaminó donde le esperaba la ofrenda a inmolarse.

Al conocerse tal acción las personas serias y respetables del pue-blo se retiraron de la fiesta, no así los cómplices y sabios acaudilla-dos que celebraron dicha inteligente, beneficiosa y simpática ac-

ción. Todo es válido, necesario y útil cuando de participar del poder se trata y nada nuevo es el uso del sexo para esos fines.

Zelaya ambicionó más el poder que la riqueza. A pesar de todas las arbitrariedades cometidas con sus enemigos, impuestos, exac-ciones, confiscaciones que permitía y alentaba con sus amigos y co-laboradores, no se quedó con nada que no fuera de él, ya que tenía por herencia un buen capital.

Las arbitrariedades cometidas eran, según su lógica, para afian-zar al Partido Liberal y debilitar al enemigo. Todo sea por motivos superiores. El país mejoró económicamente y se modernizó, pero no se preparó institucionalmente para disfrutar de esa mejoría.

Desgraciadamente el poder personal y dictatorial de Zelaya impi-dió lo consolidación de las instituciones necesarias para que funcio-naran los principios consagrados en la Constitución del 93, que fue ejemplo de modernidad en América Latina.

Ese ha sido una constante de los gobiernos dictatoriales de corte personalista, todos han promovido y logrado desarrollo económico, pero la falta del desarrollo institucional administrativo, malogra di-chos avances. La excepción son los gobiernos dictatoriales socialis-tas que todavía no se les conoce ningún éxito.

Los desarrollos desequilibrados siempre son monstruosos, acuér-dese que en la naturaleza todo es armonía, y las sociedades son parte de la naturaleza. El costo de cualquier desarrollo no puede ser mayor que el costo de una vida humana o del proyecto vital del grupo hu-mano. El desarrollo sin consenso no es factible y el consenso no es posible sin convencimiento democrático.

Mientras no exista la conciencia generalizada y la decisión políti-ca de realizar un proyecto en común, nacionalmente aceptado, todo lo que hacemos es dar vueltas en el mismo círculo. Nuestra historia nos lo repite. No faltaron los acaudillados de Zelaya y todavía exis-ten algunos llamados liberales que admiran más a la persona de Ze-laya y sus obras materiales que a los liberales que se opusieron a su dictadura o le enrostraron la falta de desarrollo institucional del país.

Es posible que en nuestro país existan muchos que se denominan liberales por pertenecer a un partido que así se auto llama, pero no tienen ni idea de lo que significa ser liberal, y menos sustentar los principios de respeto al hombre y a la propiedad, tal vez ni el mis-mo Zelaya, ni sus acaudillados, pasados y actuales, comprendieron lo que en su himno proclaman: “la defensa del derecho y su santa libertad”.

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Zelaya se fue en 1909, pero su prolongada dictadura generó mu-chos actos de rebeldía y permitió el protagonismo de alguien al que llamaron caudillo, Emiliano Chamorro.

EMILIANO CHAMORRO

Nació en Acoyapa en 1871, se crio en Comalapa hasta los 14 años, se bachilleró y se hizo topógrafo en Granada y participó en política desde 1893 hasta su muerte en Managua en 1967. Hombre poco interesado por las Artes y las Letras, participó desde joven en todos los movimientos revolucionarios contra Zelaya y los libera-les, no tanto por contradicciones ideológicas sino porque los libera-les eran los enemigos de los conservadores.

Su enemigo fue el Liberalismo no por razones sino por emocio-nes. Fue un hombre de acción y poca reflexión. Las circunstancias lo hicieron militar y ese accionar hizo que tuviera muchos adhe-rentes y admiradores. No descansó nunca de hacer revoluciones y conspiraciones.

Activo hasta lo inagotable en sus afanes revolucionarios lo que hizo que le apodaran cariñosamente El Cadejo. Manejó al Partido Conservador desde una perspectiva oligárquica y familiar. Fue ele-gido presidente sin candidato opositor en el período del 1 de enero de 1917 al 31 de diciembre de 1920.

No parece que usara el poder autocráticamente, permitía que sus amigos y familiares, participaran discretamente, no tuvo vocación ni capacidad para ser dictador, fue más bien un jefe militar de la época.

Fue seguido y obedecido por sus partidarios e impuso siempre su criterio dentro del Partido Conservador, no se reeligió como pre-sidente y permitió que le ayudaran a gobernar, no fue un autócrata. Su obsesión en contra del Partido Liberal lo empujó a quebrar una amistad antigua con el presidente Martínez.

Amigo íntimo del indio jinotegano Bartolomé Martínez, a quien apoyó para Vicepresidente del Dr. Diego Manuel Chamorro, que murió ejerciendo la presidencia y le tocó acceder a Presidente. Sin consultar con Chamorro y en contra de su opinión, hizo lo que se llamó la transacción con el Partido Liberal, que consistía en que un presidente conservador llevaría como vicepresidente a un liberal, lo

que permitiría superar las permanentes rencillas políticas partidarias que impedían el desarrollo nacional.

Tal acción sin permiso de Chamorro, dio ocasión al Lomazo de octubre de 1925, y dio lugar a un breve período que ocupó la pre-sidencia, pero debido al no reconocimiento de los Estados Unidos, tuvo que renunciar a la Presidencia a favor de don Adolfo Díaz.

Estos sucesos incitaron a la guerra liberal constitucionalista pues no se respetó la transacción de Bartolomé Martínez.

La acción de Chamorro dio argumentos a los liberales para alzar-se en armas en 1926.

A mi juicio Chamorro no tuvo el carisma suficiente para conver-tirse en caudillo, aunque sí lo siguieron y le fueron leales muchas personas de su partido.

Chamorro fue un hombre más asentado en el Poder del partido que afianzado en su poder personal, careció de esa característica sobresaliente de los caudillos.

Emiliano Chamorro no fue un caudillo pues le faltó carisma, aun-que así lo llamaban sus seguidores; ni dictador, porque le faltaba la vocación de poder absoluto.

Aprovechó las circunstancias políticas para medrar y manejar porciones de poder. Le faltó el carisma que hace generar poder sobre otros emanando de sus propias cualidades. Famosa fue su constante contradicción con el Dr. Carlos Cuadra Pasos, la espada y la pluma se enfrentaban perdiendo siempre la pluma.

Manejó a su partido hasta los años cincuenta en que ya viejo, per-mitió el paso a otro conservador de mejores luces, pero huérfano de instinto político, que malogró su oportunidad de liderar Nicaragua, como fue el Dr. Fernando Agüero.

La guerra del 26 permitió la aparición de un personaje interesante como Augusto C. Sandino. El jefe de los liberales, el general Mon-cada, cumplió su período para el que fue elegido y posterior a su fracaso de querer imponer un sucesor, como ha sido costumbre en el país, pasó a un segundo plano en el escenario nacional.

AUGUSTO C. SANDINO Para muchos nicaragüenses Sandino produce sentimientos en-

contrados. Muchos segovianos crecimos con la idea de un Sandino bandolero y después otros nos cuentan de un Sandino héroe.

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Como todo lo humano es posible que en realidad esté entre los extremos. Lo controversial del personaje hace difícil objetivarlo, pero como en todos los casos analizados, no es nuestro interés va-lorar la calidad de sus actos, la bondad de sus decisiones o la opor-tunidad de sus acciones sino si el personaje tuvo características de caudillo y las de los acaudillados que lo rodearon.

Sandino, quien nació en Niquinhomo en 1894 y murió en Ma-nagua en 1934, parece que creció con resentimientos propios de su origen de hijo fuera de matrimonio y con pocos estudios formales. Su estancia en México le permitió acceder a una serie de lecturas y conocimientos desorganizados y en algunos casos contradictorios.

La Guerra Constitucionalista del 26 le dio la oportunidad de re-gresar a Nicaragua y de reunir alrededor suyo una serie de personas que lo acompañaban en su anti conservatismo, que era su obsesión y motivación de su lucha.

Naturalmente que para reunir gente alrededor de su persona fue necesario que tuviera dotes de líder y para comandarlos debió de ejercer sus dotes de mando.

El objetivo de su lucha cambia de motivación con el Pacto del Espino Negro, por el cual Moncada depone las armas revoluciona-rias.

Cuando Sandino llega a San Rafael del Norte va solo, su discurso anti conservador cambia por anti yanqui, y es posible que volviera a usar sus dotes de caudillo para conseguir el apoyo de otras personas, pues los que lo habían seguido por liberal lo habían abandonado.

Con esas experiencias y sus acciones militares va creciendo y madurando sus características de caudillo, pero limitadas a un grupo de personas iletradas y de poca relevancia cultural y social.

La evolución de la guerra de Sandino, signada por el interven-cionismo armado yanqui, le da una proyección internacional y la oportunidad de enarbolar la bandera del anti imperialismo a nivel latinoamericano.

Es difícil distinguir si el cambio producido en Sandino es de ori-gen endógeno o exógeno, es posible que sea de influencia recíproca.

Sandino se convierte, y lo convierten, en una figura internacio-nal, y tanto dentro como fuera del país sobran los acaudillados que quieren usarlo para sus propios fines.

La carencia de una formación ordenada hace que se mezclen en él las ideas de la teosofía y religión; proyecciones utópicas de uni-dad indoamericana; nacionalismo, antiimperialismo, cooperativis-mo, liberalismo, etc., aunque su natural inteligencia le permite, en

algunos casos, diferenciar quien le quiere ayudar en su lucha y quien quiere usarlo.

En esos momentos Sandino pudo convertirse en un caudillo de dimensiones latinoamericanas pero sus deficiencias formativas le impidieron hacer propuestas coherentes y atractivas y no quedarse anclado en su anti yanquismo. El poder lo usaba en la medida que él era un jefe que lideraba un grupo armado no convencional y de personas bastante iletradas.

Sandino sufrió el síndrome que han padecido los grandes y pe-queños personajes que tienen algún poder y que naturalmente están rodeados de acaudillados.

Conforme van evolucionando, y los infaltables acaudillados le van preparando el camino, comienzan a sentirse más capaces que el común de los mortales, creen que sus ideas y decisiones son las más adecuadas y eficientes, y como no tienen contrapeso pues sus acau-dillados sólo los aplauden, toman las decisiones inconsultamente.

Se convencen que no necesitan de nadie, son autosuficientes, ya que nadie les propone opciones diferentes a las que ellos propusie-ron ni les contradicen sus decisiones. Esa condición los lleva a no valorar correctamente su realidad y entorno y toman decisiones que los empujan al precipicio.

Así ha pasado siempre con los que tienen poder más del nece-sario o no lo tienen enmarcado en normas, reglas y procedimientos institucionalizados. Ese fenómeno lo sufrió, Walker, Zelaya y San-dino, salvando las diferencias personales e históricas.

Ese fenómeno psicológico lo sufrió Sandino y lo llevó a su muer-te. Él mismo lo dijo, me embrocaron los políticos, pero es posible que los políticos acaudillados sólo le aconsejaban lo que él quería oír o le afirmaban la decisión que él ya había tomado. Los intereses de Sandino estaban divorciados de los intereses de sus acaudillados.

En sus últimos tiempos Sandino sentía ser predestinado para sal-var Nicaragua, él tenía la solución para todo y para todos y así lo proclamaba. Para Sandino el Doctor Sacasa era una persona que sería fácilmente manejable y el General Somoza era un cualquiera, que como decía si gritaba en una esquina no reuniría a nadie.

Subvaloró a Somoza y a los yanquis, que según él eran unos ton-tos que había vencido en la montaña y obligado a retirarse de Nica-ragua. Se desarrolló en Sandino el sentimiento de omnipotencia que sus acaudillados le proyectaban.

Para algunos Sandino era un genio militar y así se lo decían y

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para mucha gente sencilla tenía dotes sobrenaturales de ubicuidad e invulnerabilidad.

Para muchos personajes extranjeros Sandino representaba una bandera que llenaba el vacío que sus deseos colmaban, se lo hacían ver a Sandino, y él se creyó en el deber de opinar y dar pautas al res-pecto, sin percatarse que los intereses de esos acaudillados iban por otro camino y que sus opiniones no las tomaban en serio.

En algunos casos él se percató que personas como Froilan Tur-cios y Farabundo Martí lo querían utilizar, pero aunque los separó de su proyecto, le dejaron sembrada la semilla de que su persona te-nía proyección internacional. Parecidas cosas pasaban con los perio-distas o aventureros que su afán era sobresalir en sus medios usando la gesta de Sandino, pero que inoculaban en Sandino una percepción sobrevalorada de su persona.

Internamente también existieron personajes que usaron o inten-taron usar a Sandino para cuajar sus ideas de cooperativismo, agri-cultura o ambiciones políticas precisas, y todos ellos inoculaban en Sandino la percepción de que era imprescindible.

Todavía después de muerto, algunos acaudillados han resucitado a un Sandino inmarcesible, genial, patriota al extremo, defensor de la soberanía nacional etc., un héroe con cualidades de santo, carac-terísticas todas muy útiles para intereses partidarios.

A mi juicio Sandino fue un caudillo en proceso, con el uso propio del poder de un jefe militar y que por su muerte no podemos más que especular sobre lo que hubiera sido en caso que no hubieran truncado su vida.

Mi padre me contó muchas anécdotas de su relación personal con Sandino, algunas recogidas en su libro Nicaragua en mis Recuerdos, que me ayudaron a entender la personalidad de Sandino.

No tomaba licor, honesto y honrado, no le interesaba el dinero, castigaba las violaciones sexuales y rechazaba a los borrachos, pero era laxo en relación a los hechos de sangre, los que exculpaba con facilidad, pero no era sanguinario.

Era limpio con su cuerpo, de afeitado diario, uñas limpias, pelo cortado, usaba bien los cubiertos para comer, era educado y cortés.

Se vestía con pulcritud en cualquier circunstancia, aun en la montaña, lo que no corresponde a la imagen del guerrillero sucio, barbudo o desarreglado. Fue discreto en su vida sexual. Como todo caudillo tuvo personas leales que lo acompañaron hasta la muerte y personas que lo odiaron a muerte.

Según mi padre el Sandino que conoció cuando la toma de Jino-tega, en marzo de 1926, era diferente al que encontró en El Emboca-dero y acompañó a Managua en 1934. El Sandino último combinaba la altanería con la displicencia paternal, sobrevaloraba sus opiniones y descalificaba las opiniones que no le gustaban.

Su expresión corporal era de engreimiento, acentuada por su baja estatura, sin perder sus modales educados con las personas que con-sideraba de respeto y con dureza y arbitrariedad con algunos subor-dinados.

El Sandino seguro de que estaba llamado por el destino para ha-cer una Nicaragua distinta y que poseía las cualidades necesarias y únicas para llevar a cabo esa auto profecía, no pudo percatarse dón-de estaba el peligro y que habían otras personas que no lo percibían de la forma que él se percibía, para ellos era un estorbo para sus planes de obtener el poder.

El invencible guerrillero, el maestro de la emboscada, el indoma-ble anti imperialista, no se percató, que otro nicaragüense, Anastasio Somoza, estaba inaugurando un nuevo estilo de acceder al poder.

A Sandino lo asesinaron el 21 de febrero de 1934, por orden del General Somoza y complicidad de los altos jefes de la Guardia Na-cional en los terrenos que fueron el antiguo aeropuerto Xolotlán, y por motivos superiores el Congreso dictó una amnistía general.

La paz y los altos intereses de la Patria lo exigen. Palabras que cobran actualidad y hemos oído con bastante frecuencia en estos últimos años.

En los personajes que hemos querido analizar desde el ángulo de su relación con el poder, o sea como caudillos, hemos visto que ninguno expresó especial aprecio por el dinero, Don Cleto, Walker, Zelaya, Chamorro, Sandino, de todos la historia ha dicho que fueron honrados.

Se podrá decir mucho de sus arbitrariedades y desaciertos pero de ninguno se ha dicho que expresó especial ambición por el dinero y menos para obtenerlo de forma dolosa.

Con Somoza se rompe esa cadena, las razones pudieran ser que éste no tuvo las cualidades de caudillo o que la evolución social del país convirtió al dinero en el medio para obtener poder, y el fin, para ser reconocido por una sociedad que venía trastocando o cambiando sus valores.

Los principios de honradez, de honorabilidad, el reconocimiento de los conciudadanos como personas dignas de confianza y respeto,

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dejaron de ser un valor deseable. Los actos que causaran bochorno a la familia y descendientes fueron borrándose por la posesión de riquezas y uso del dinero que compra voluntades.

El valor etéreo que daba la honorabilidad se fue cambiando hacia el valor concreto que el dinero le da a las cosas y a las personas. Posiblemente la vida en esos tiempos era más sencilla, las nece-sidades eran menores y el trueque funcionaba más que el uso del dinero, pero el dinero se convirtió en la mano que otorga el valor de la persona.

El consejo que los padres daban a sus hijos de ser honestos y honrados se cambió por el de hacer dinero como sea, total la ver-güenza pasa y el dinero queda. Esta conducta se ha generalizado y es aceptada y reforzada por la escala de valores que la sociedad diseña, o sea, el sistema se cierra y las leyes de la Teoría General de Sistema actúan.

No pueden existir deshonestos donde la sociedad repudia al des-honesto y estos existen cuando en lugar de ser repudiados son acep-tados y encima envidiados y aplaudidos.

ANASTASIO SOMOZA GARCÍA

Nació en San Marcos, Carazo, en 1896, y murió en Panamá, pero baleado en León, el 21 de septiembre de 1956. Hombre simpá-tico, elegante, hablaba inglés, cosa muy importante en la época de la intervención norteamericana, se casó con una sobrina del Presidente Sacasa e hija de un prominente médico leonés.

Participó discretamente en el Partido Liberal, pero por sus re-laciones y parentesco logró participar en el gobierno liberal y que fuera nombrado Jefe Director de la recién creada Guardia Nacional. Fue adquiriendo poder más que por sus dotes o carisma personal por intrigas palaciegas y el poder que le otorgaba ser el Jefe del Ejército.

Tejió sus hilos apoyándose, no sólo en la adhesión de algunos oficiales y la separación de otros, sino que también en el apoyo de la embajada americana. Después de dirigir el golpe de estado a su tío, Don Juan B. Sacasa, y de escoger como Presidente a un obediente acaudillado salido de un Congreso sumiso, dejó las puertas abiertas para ser elegido Presidente en 1939.

La época nimbada por Franco, Mussolini y Hitler empujó a mu-chos jóvenes, fascistas camisas azules a proponer la Presidencia vi-

talicia del país. Para muchos nicaragüenses la presencia de Somoza en el gobierno, aunque fuera rompiendo la institucionalidad y los principios democráticos, significaba una esperanza segura de mejo-ría general y personal.

Nada nuevo en el actuar de nuestra sociedad que ha propiciado y permitido la rotura de las instituciones en aras de supuestos intereses superiores.

Lo novedoso en el actuar de Somoza para obtener el poder abso-luto fue el uso del dinero, franquicias y prebendas para comprar con-ciencias de amigos y de enemigos y el uso de las fuerzas armadas para domesticar a los que no podía convencer con dinero.

Esa nueva técnica modificó las formas clásicas de obtener poder caudillezco, pues la adhesión fue más a las ventajas económicas que al poder político en sí. Esta forma creó un dictador que usa la fuerza para imponerse y los beneficios económicos para conseguir adhe-rentes. Con este sistema los acaudillados proliferan y aparecen en mayor número y con mayor nitidez.

Así consiguió reelegirse varias veces con la complacencia de muchos que montaban un toro para obtener un ministerio, o permi-tían ponerse un mango en la cabeza para que afinara la puntería, el Guillermo Tell criollo, nada más que en lugar de arco y flecha era pistola lo que usaría.

Son interminables las anécdotas que describen las conductas de los muchos acaudillados que rodeaban a Somoza. Pero esas conduc-tas no se circunscribían alrededor de Somoza sino que se extendía a su esposa, hija e hijos.

El periódico del período de los Somoza, Novedades, es una ver-dadera enciclopedia de artículos, fotografías, discursos, coberturas de fiestas privadas y públicas.

El periódico y los periodistas habrán desaparecido pero las con-ductas acaudilladas siguen igual, la miel del poder es la misma lo que cambian son las moscas.

Los diputados, los pactos políticos siguen la misma tónica que inició e impulsó Somoza, pues a pesar de haber sido un dictador respetó las formalidades institucionales siempre que éstas no se opusieran a sus designios o a sus intereses, por tanto los pactos re-partidores eran necesarios cada cierto tiempo.

Los acaudillados en el área política siguen funcionando eficien-temente. La miel es la misma, las moscas son diferentes. El poder Judicial lo usaba Somoza para su beneficio personal y el Poder Eje-

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cutivo era su coto personal y todo bajo la vigilancia de la obediente Guardia Nacional.

Somoza García no fue un caudillo, fue un dictador que inició una dinastía que permitió un desarrollo económico sacrificando un de-sarrollo social. El desequilibrio en el desarrollo de la sociedad fue el medio de cultivo para el advenimiento de la Revolución Sandinista.

Como lo hemos venido haciendo, al analizar los períodos con-vulsos de nuestra historia, que auguran cambios propicios para la aparición de caudillos los 40 años de los Somoza fueron paradig-máticos.

La economía de Nicaragua había crecido de forma increíble, la gente estaba económicamente, no diremos que bien, pero aceptable para los parámetros centroamericanos, pero existía en la población un sentimiento de que algo estaba fallando, pero que un cambio mejoraría todo. Somoza era el objetivo de ese cambio.

El crecimiento inorgánico de la economía sin ser acompañada de oportunidades de cambios sociales producía sentimientos de frus-tración. El poder gubernamental estaba desacreditado, las personas estaban con el gobierno por razones económicas y no creían en su ideología.

El soporte del poder descansaba en la Guardia Nacional que esta-ba totalmente alienada por las prebendas económicas y desigualda-des de oportunidades. El cansancio de la sociedad era generalizado y todos estaban hastiados de Somoza, de tal forma que cualquier chispa encendería la mecha.

Un movimiento armado lideraba la Oposición y la oportunidad se presentó con la muerte de Pedro Joaquín Chamorro. La Revolu-ción estalló y se incrustó por diez años de férrea Dictadura real e ideológica que nunca habían conocido los nicaragüenses.

Las elecciones libres del 90 cambiaron el panorama y de estos 15 años, podemos ser testigos de la aparición de tres personajes con características de caudillos, el Cardenal Miguel Obando y Bravo, Daniel Ortega Saavedra y Arnoldo Alemán Lacayo.

MIGUEL OBANDO Y BRAVO

Ningún nicaragüense puede poner en duda la enorme influencia que tiene el Cardenal sobre la sociedad. La pregunta que cabe den-tro del contexto de este trabajo es que si ese liderazgo nace por las

cualidades personales de Miguel Obando y Bravo o por poder que le delega una institución, tan presente en nuestra cultura, como es la Iglesia Católica.

Hasta la separación, aunque sea formal, del Poder Eclesiástico con el Civil, la influencia de la iglesia en el gobierno del país fue directa y participante.

La influencia del último Obispo de Nicaragua y primero de León, Monseñor Simeón Pereira y Castellón, expulsado por Zelaya, fue importante en la defensa de los bienes que Zelaya le había qui-tado a la Iglesia.

Sus orígenes liberales y su actitud en contra de la intervención americana le ganó la sospecha de los gobiernos conservadores que impulsaron el protagonismo del que fuera diputado en ese tiempo, monseñor José Antonio Lezcano y Ortega, al solicitar la desmem-bración del Obispado de Nicaragua.

En el período de Anastasio Somoza, exceptuando a Monseñor Calderón y Padilla, los obispos no mostraron ninguna conducta es-pecial frente al gobierno somocista.

Es con el Obispo Obando y Bravo que la jefatura eclesiástica ini-cia una posición beligerante en defensa de los sandinistas contra el gobierno de Somoza Debayle y posteriormente contra la dictadura sandinista. Esa conducta nos indica que el liderazgo de Obando estaba por encima de las personas y que lo que defendía eran principios.

El reconocimiento del poder que Obando tiene en la sociedad nicaragüense es aceptado por todos los dirigentes actuales que no pierden la oportunidad para ofrecer sus respetos, pedir sus consejos o perdón, explicar sus acciones o hacer creer a la población que go-zan de la aquiescencia del Cardenal.

Las misas, homilías y visitas son los signos que orientan hacia dónde se dirige el poder del Cardenal, por tanto es usado, o tratado de usar, por todos aquellos acaudillados que participan en el queha-cer político.

El poder político del Cardenal es obvio, lo que lo hace diferente es la forma de usarlo, por esa razón, los inevitables acaudillados usan formas diferentes, pero no sustancialmente diferentes, para es-tar cerca del poder del Cardenal.

Nadie se atreve a criticarlo, sus deseos son órdenes y sobre todo hay un reconocimiento generalizado de su influencia y poder. Su poder ha venido evolucionando de menos a más desde que asumió el Obispado de Managua.

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El Cardenal Miguel Obando y Bravo es un líder de características especiales por su condición de representante de la Iglesia y por el ca-tolicismo de la sociedad nicaragüense, ese poder crea a su alrededor los naturales acaudillados que acompañan a todo poder.

La televisión, la radio y la prensa escrita permiten observar las conductas de los acaudillados que rodean al Cardenal y los que tra-tan de usar para su beneficio su indiscutible poder. Es posible que los demás obispos de Nicaragua, dada su condición de iguales e inamovibles, apoyen al Cardenal como prelado y no a Miguel Oban-do como persona. Esa condición hace la diferencia entre el poder institucional delegado y el poder caudillesco personalizado.

La realidad es que la historia de los últimos años de Nicaragua no se puede entender sin la participación del Cardenal Miguel Obando y Bravo, lo que será muy difícil de dilucidar es, sin esa influencia se debe a su condición de líder religioso o por su condición de líder natural.

DANIEL ORTEGA SAAVEDRA

Producto de la lucha armada de los años 70, Daniel Ortega apa-reció como miembro de la Junta de Gobierno Revolucionario en julio de 1979, en la que su hermano Humberto Ortega Saavedra era el Jefe del Ejército.

Fue electo Presidente de la República en 1984, compartiendo la jefatura y responsabilidad con el doctor Sergio Ramírez Mercado como Vicepresidente. El sistema dictatorial del gobierno sandinista camufló el poder personal que Ortega ejercía en el partido y afloró cuando perdió las elecciones frente a doña Violeta Barrios de Cha-morro.

El acomodamiento del Poder se fue cribando con la disidencia de muchos silenciosos acaudillados que se agruparon en el Movimien-to de Renovación Sandinista. Todo el rencor acumulado por tanto tiempo de silencio, y la derrota del caudillo en las elecciones libres del 90, se desbordó en una serie de acusaciones y declaraciones que nos permitió conocer la relación de caudillo y acaudillados que en silencio sobrevivían en medio de la dictadura Sandinista.

La derrota de Ortega permitió a muchos acaudillados canalizar su frustración personal causada por la derrota, no del jefe, sino de sus esperanzas depositadas en el líder que los interpretaba. Posible-

mente de allí nace la amargura y rabia que sienten tantos acaudilla-dos sandinistas contra Ortega.

Otros no personalizaron la derrota y siguen fielmente depositan-do toda su fe y esperanza en su caudillo. Ortega maneja el partido Frente Sandinista de Liberación Nacional con verticalidad jerarqui-zada y con implacable exigencia de sumisión. El poder no se com-parte.

Ortega vive para el poder, no descansa visitando lugares y segui-dores, oyéndoles sus necesidades, ofreciéndoles soluciones, dicién-doles lo que quieren oír y prometiendo un futuro mejor para todos ellos. Se llama líder de los pobres y califica todas sus actividades en función de resolver los problemas de los más desposeídos.

Su argumentación es emotiva y falta de racionalidad, pero tra-tando de responder a las fantasías, temores y esperanzas de sus se-guidores. Para muchos es la persona providencial para dar respuesta a tantos carentes de bienes y a otros resentidos por su condición social. Usa el lenguaje que le gusta oír a sus seguidores.

Lo anterior nos permite decir que usa mecanismos propios de los caudillos para obtener adhesiones. Usa la imagen simbólica de su partido para beneficio de su interés personal de poder y no acepta que nadie cuestione su poder partidario.

El silencio de muchos miembros de su partido, frente a actos arbitrarios para sus compañeros, nos indica la forma que tiene de ejercer el poder y el destino de los que se han atrevido a cuestionarlo o contradecirlo, nos confirma su estilo caudillesco.

Es posible también que tenga personas leales que crean honesta-mente que su liderazgo es el que necesita el país, sin tomar concien-cia de lo costoso que es para la institucionalización social, el apoyar a personas por encima de las instituciones.

Ortega ha manipulado sus oportunidades y sus cualidades perso-nales para obtener el poder, lo que nos confirma un signo importante del caudillo.

Por la estructura y tradición conspirativa del partido que maneja Ortega es difícil conocer públicamente el comportamiento de sus acaudillados.

Es una afirmación que el voto sandinista es cautivo y parece serlo por la forma cómo es incentivado y la respuesta irracional de sus seguidores, esa conducta también se observa en otros, en partidos manejados por mecanismos emocionales primitivos.

Las adhesiones políticas sentimentales son propias de socieda-

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Caudillos y Acaudillados Simeón Rizo Castellón

des donde prima la relación emocional con el Jefe. Los medios de comunicación son vitrinas para observar el comportamiento de los acaudillados.

En su momento hubo dueños de radiodifusoras y militantes que defendían de forma intransigente y con lenguaje soez y descome-dido, cualquier conducta o acción del amigo, jefe y compañero de lucha, por razones propias de la relación del caudillo y acaudillado, esa fidelidad se convirtió en odio insuperable.

Esos fenómenos son propios de las relaciones propias de cau-dillos y acaudillados que abonan a la existencia de esos caracte-res. Las amistades de los caudillos durante el tiempo que duran sus coincidencias, para ellos, la amistad no trasciende a las diferencias políticas.

La muerte de una persona, amigo de infancia y compañero de lucha, pero que se había vuelto disidente, por un sicario confeso de pertenecer a la extinta Dirección General de la Seguridad del Estado y militar en el Frente Sandinista, nos demuestra lo peligrosas que son esas relaciones y lo determinantes y obedientes que son algunos militantes de esa organización.

El caudillo usa el miedo como forma de cohesionar o convencer a sus acaudillados de la conveniencia de apoyarlo.

Los acaudillados de Ortega usan una forma tímida de dirigirse al público, expresión de ocultamiento de pensamiento independiente y de miedo a la desaprobación del jefe; compensan esa actitud usando una fraseología populista, agresiva, ambivalente, muchas veces in-congruente, que refleja el temor de expresarse con independencia y que permite, si es necesario, cualquier explicación al gusto del jefe.

La forma cómo se dirigen al Comandante algunos simpatizantes y fieles acaudillados nos muestra las formas clásicas de relación de dominio. El discurso, las palabras, las entonaciones de voz de los acaudillados de Ortega revelan su condición. El manejo que Ortega ha hecho de sus acaudillados en el Poder Judicial es obvio, y hasta grosero, por tanto, fácil de observar.

Manipuló hábilmente a la Judicatura para escaparse de las acusa-ciones que le hizo su hijastra y en ese mismo caso, se pudo observar cómo sus acaudilladas mujeres dejaron al lado la causa superior de sus derechos femeninos para defender a su caudillo.

El caudillo está sobre las leyes, lo único que limita su poder son los límites que él mismo se impone.

El motivo de este trabajo no es hacer una investigación sobre la

vida de los caudillos, que otros con mayor propiedad podrían hacer, nos limitamos a describir los orígenes del poder, la forma cómo lo usan los caudillos, las conductas de aquellos, los acaudillados, que nutren y permiten esa forma retrógrada de ejercer el poder.

Tomamos hechos puntuales, públicos y ciertos para confirmar nuestra hipótesis y definir quién es o ha sido caudillo en Nicaragua.

Dejamos al lector observador llegar a sus propias conclusiones.

ARNOLDO ALEMÁN LACAYO

Alemán es un abogado que inició su vida política activa cuando habiendo salido electo concejal por el Partido Liberal Constitucio-nalista en la Alcaldía de Managua maniobró hábilmente para con-seguir ser elegido alcalde. Político de tiempo completo, inició junto con otros amigos liberales la reconstrucción del liberalismo.

Cuando accedieron al poder, uno se separó molesto por su exclu-sión del gobierno y luego murió, el otro, por demostrar deseos de poder más allá del permitido por el jefe fue apartado ignominiosa-mente, y el tercero, trata de pasar silenciosamente para no importu-nar al caudillo.

Los caudillos no permiten aliados sólo subordinados y los acau-dillados deben tenerlo presente o imitar a Orígenes, padre de la Igle-sia Primitiva, que se emasculó para evitar las tentaciones de la carne.

Alemán que se dice liberal, usa sus dotes carismáticas para ob-tener el poder y no la fuerza ideológica del liberalismo. Trabajador incansable, sabe interpretar las formas populares de conducta para ganar adeptos, convive con el pueblo y le gusta mezclarse con la gente y demostrar que actúa como uno de ellos, bebe, come, habla como el pueblo, y eso le granjea mucha popularidad.

Siempre está atento de las necesidades de sus seguidores y trata de resolverles sus problemas. Es popular y populachero, lo que le permite tener seguidores fieles en ciertos segmentos y usarlos para afirmar su poder, y mantener intimidado a ciertos fríos seguidores o disidentes.

La gente de cierto nivel social se siente interpretada por él, y los de otros niveles sociales que lo apoyan y defienden, lo hacen por agradecimiento, amistad o esperanza que regrese al poder y les de-vuelva las oportunidades que nunca soñaron tener.

En general, los acaudillados cifran sus esperanzas en el jefe para

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obtener los beneficios que están conscientes no podrían obtener de otra forma. Indiscutiblemente Alemán es un caudillo y usa el poder como los caudillos.

No comparte el poder con nadie y quien se atreva a expresar su independencia es inmediatamente calificado de traidor, desleal o enemigo. A diferencias del partido sandinista con su tradición cons-pirativa el Partido Liberal es una vitrina donde se puede observar fácilmente las conductas del caudillo y sus acaudillados.

Lo que públicamente se puede observar en las periódicas con-venciones del PLC es lo paradigmático de las relaciones entre cau-dillo y acaudillados.

Los convencionales, aparentemente elegidos por las bases del Partido, son aceptados o confirmados después de asegurar el apoyo incondicional al caudillo; cualquier signo de pensamiento indepen-diente es motivo de expulsión o rotulación de traidor, con el be-neplácito sonriente de los que han sido “denominados” por el Jefe como dirigentes.

Así las convenciones son totalmente predecibles y todas las de-cisiones se toman por unanimidad absoluta sin ninguna disensión.

Los ejemplos son tan evidentes y públicos que no necesitan nom-brarse. La conducta típica del acaudillado se puede observar en los dirigentes nacionales del partido de Alemán. Son conscientes que su nominación es producto de la voluntad del jefe, pero actúan como si su elección ha sido de verdad, esta realidad los conduce a no tomar conciencia que sus discursos públicos los dicen como si estuvieran frente al jefe.

Lo anterior permite inferir que la dirigencia de ese partido está formada por diferentes tipos de acaudillados, unos totalmente obe-dientes al caudillo; otros con pobre autoestima, temerosos de mos-trar actitudes independientes o de criticar, saludablemente, las natu-rales diferencias de criterios, por tanto medran camaleónicamente, y otros, guardando silencio estratégico.

Alemán es un caudillo condicionado por las circunstancias pro-pias de esta época, sin controlar al ejército y con libertad de prensa, tiempos diferentes a los que le tocó vivir a otros caudillos del pasa-do, por lo que tuvo que usar métodos diferentes de control. El uso de la influencia, el miedo a perder el trabajo, la prebenda y el uso del dinero, fue el método, en común con otros caudillos, y fue el preferido mientras estuvo en el gobierno.

El poder lo usó para sus fines personales de dominación y lo ejer-

ció con audacia y decisión. Pero más interesante que la conducta de Alemán como caudillo es más entretenido observar la conducta de sus acaudillados, que gracias a que sus particularidades las ventila públicamente nos permiten tener una mejor observación.

Llama la atención cómo hombres y mujeres acaudillados defien-den a su jefe con una vehemencia digna de mejor causa; posiblemen-te esta conducta se deba porque sus fantasías, deseos y necesidades personales la proyectaron en el caudillo que ahora lo tienen preso.

Es posible que sientan y hagan propia la ofensa de la prisión. Se sienten simbólicamente vejados por la persona que culpan como el causante de la prisión del líder y proyectan su resentimiento en tal persona.

Otras personas que apoyan incondicionalmente al doctor Alemán posiblemente son personas con alto sentido de la gratitud que no pueden separar lealtad personal con lealtad institucional; o personas sencillas o campesinos, sin mucha capacidad de análisis y con parti-culares estructuras de valores.

Una razón muy usada por los acaudillados para defender a su lí-der acusado de manejos indebidos de los haberes públicos, es negar vehementemente las acusaciones y si las aceptan, las condicionan o exculpan diciendo que si es cierto que robó, construyó cosas. Prefie-ren el desarrollo material al desarrollo institucional.

Las defensas que hacen de su caudillo muchos acaudillados va en relación directa de su inteligencia y capacidad intelectual, algu-nos lo hacen con habilidad y escondiendo su verdadera motivación, otros menos dotados, lo hacen de forma más impetuosa y lastimosa. La adhesión al caudillo es helicoidal y no circular.

Para constatar formas de sometimiento servil mezclada con po-breza intelectual basta ver algún programa de televisión paradig-mático u oír algunos programas de radio; analicen el lenguaje, las razones, las entonaciones y si les sobra paciencia observen sus ex-presiones faciales.

Parecieran capítulos olvidados o que le faltaron a Vargas Llosa en su libro “La fiesta del Chivo”. De esas pobres razones y ricas sandeces se alimenta el ego de los caudillos. El léxico y las ento-naciones locutadas tienen su origen en las amarillentas páginas de redacción del diario Novedades.

La historia reciente de Nicaragua nos muestra una conducta de acaudillados con posible parangón en el sobreviviente de la dictadu-ra de Trujillo y luego Presidente de República Dominicana, doctor

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Joaquín Balaguer, como es el uso del silencio cuando se está a la vera del poder caudillezco y se tiene ambiciones presidenciales.

La única conducta eficiente para sobrevivir junto a un poder cau-dillezco es el quedarse callado, guardar silencio y esconder muy dentro, las opiniones y aspiraciones propias y aceptar, con resigna-ción cristiana, las humillaciones. Ningún caudillo acepta la franque-za o la libertad de pensamiento de ningún seguidor. La diferencia de opiniones es considerada traición. La relación con el caudillo no puede ser equilibrada.

El que convive con caudillos debe ser sordo, mudo y ciego, guar-darse para mejores momentos sus opiniones o no tenerlas, so pena de convertirse en traidor.

La relación con el caudillo la determina el grado de autoestima que posea la persona, ésta lo ubica en el lugar que le corresponde; como opositor declarado si la autoestima es igual o superior a la del caudillo; en un acaudillado solapado si eres capaz de ocultar o reprimir la autoestima; o en un simple acaudillado si tiene poca o ninguna autoestima, o una lealtad personal o de conveniencia.

La actual Asamblea es otra vitrina para observar conductas de acaudillados de todos los participantes en política. En la Asamblea se pueden observar conductas mezcladas de capacidad intelectual, grado de autoestima, resentimientos sociales, beneficios económi-cos, pobreza de espíritu y declarada tontera.

La Asamblea es el mejor laboratorio para observar la conducta política humana, y como es pública, la televisión la convierte en una verdadera cámara de observación que en psicología se llama de Gessel, donde desde afuera se puede observar las conductas de los que están dentro sin oír lo que dicen.

La comunicación gestual, que es más rica y sincera que la oral, es fácilmente observable en nuestra Asamblea. Cada quien puede hacer su propio diagnóstico.

Demás está hablar de los otros poderes sumisos al poder caudi-llezco y sus graves acaudillados que ampulosamente se mueven en nuestro escenario nacional.

Reiteramos que no pretendemos hacer un estudio de personali-dad de nadie sino que respaldar con hechos, de público conocimien-to, que sean útiles para apoyar nuestras hipótesis sobre caudillos y acaudillados.

Epílogo

He querido exponer un fenómeno común en Nicaragua que pien-so tiene sus raíces en la realidad antropológicas, históricas y socia-les. Este trabajo no es la historia de ningún caudillo en particular, para escribirla se necesita conocer muy a fondo la vida de los prota-gonistas, que no es mi caso.

Este trabajo son reflexiones sobre las características conductua-les de los caudillos y sus inseparables acaudillados, que reafirmo con hechos ―de dominio público― realizados por algunos per-sonajes tildados por mí como caudillos y que permita a los lectores sacar sus propias conclusiones.

Nuestra historia está plagada de conductas caudillezcas dictato-riales, pero nuestra sociedad ha sido tolerante y hasta propiciadora para esta forma de ejercicio de poder, razón por la que he querido resaltar las características de esta sociedad.

Una constante en nuestra historia es el tremendo personalismo de nuestros ciudadanos que han pospuesto los intereses como nación para anteponer los intereses personales. Esta característica nacional ha producido también muchas sobre todo en el ámbito del arte que es por antonomasia una aventura personal.

Shakespeare en su obra “Julio César”, hace decir al asesino de César: “Brutus ama a César pero ama más a la República”. Brutus era hijo adoptivo de César por tanto le debía fidelidad, pero César quería nombrarse Rey y acabar con la República. Ese dilema huma-no lo vivimos en Nicaragua con repetida machaconería.

¿A quién le debemos fidelidad, a la nación o a la persona? Algu-nos escogen a la persona, otros a la nación, la historia nos ha ense-ñado lo peligroso que es ser fiel a las personas y lo difícil serlo a la nación, el futuro juzgará nuestra decisión. Para una sabia elección se necesita tener madurez y sentido histórico y eso es producto de la evolución biológica y social.

Un elemento capital en este trabajo es la existencia de los acau-dillados inmersos en nuestra sociedad, algunas veces de difícil de-tección, pero que se pueden estudiar a través del rostro visible de la sociedad.

Una forma sencilla y tradicional de conocer a las personas es visitando sus casas, la sala, los dormitorios, los baños nos revelan

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cómo son las personas que la habitan. Lo mismo pasa cuando se quiere conocer un país o una sociedad, la prensa es la casa de habi-tación de la sociedad.

La prensa de un país nos revela cómo son las personas que habi-tan en esa sociedad.

Como en toda sociedad existirán personas capaces, menos capa-ces e incapaces, lo mismo pasa con los periodistas; las personas que se adscriben a uno de esos grupos están expresando con qué visión analizan la realidad que les circunda. La prensa en nuestro país es una fotocopia de nuestra realidad social.

Observamos la participación de sensatos y capaces periodistas campeando con vulgares, insensatos, mentirosos, iletrados, que son gustados por algunas personas y execrados por otras.

La falta de un repudio generalizado al periodista mentiroso, alar-mista y mediocre indica que existe un segmento de la sociedad, de mentirosos, alarmistas y mediocres, que se sienten interpretados y cómodos con esos periodistas. Parece ser que en nuestro país los más gustados son los que apelan a los sentimientos de morbo y emo-ciones primitivas de las personas. Lo anterior no es nuevo ni único de nuestro país, pero nos permite conocer las aguas y cloacas de nuestra sociedad, que no por sucias no existen.

El dilema es quien es peor: el que se alimenta de porquerías o el que se las proporciona.

Lo cierto es que los portaestandartes de ese periodismo son los que más fácil se adhieren y apoyan a los caudillos y dictadores, son la cara visible de los políticos acaudillados que comparten el origen y visión de la sociedad.

Ese tipo de periodismo ayuda a los investigadores sociales o a los que quieren identificar a acaudillados, en la misma medida que el estudio de las heces permite a los laboratorios descubrir los pará-sitos que atacan la salud humana.

La libertad de expresión es uno de los derechos humanos fun-damentales en cualquier sociedad civilizada, su existencia es piedra fundamental para el desarrollo social; la más sucia de las modalida-des de prensa es mil veces preferida a la no existencia de dicha liber-tad, además permite el estudio de las estructuras políticas y sociales e identificar lo que tenemos que cambiar.

Una interrogante constante en nuestra sociedad es si hemos podi-do conformar una nación, pues su existencia es fundamental para la formación de las instituciones. Parece ser que el concepto de nación

va perdiendo paulatinamente su sentido, sobre todo en los países dependientes.

Actualmente por la globalización, la internacionalización de la cultura, el desarrollo de las comunicaciones, las integraciones re-gionales, el libre comercio y los intereses de las grandes potencias hace difícil consolidar el principio de nación soberana, que nace como respuesta a amenazas de enemigos externos.

Actualmente el concepto de nación se va estructurando alrededor de fuertes principios religiosos y culturales que están fuera de nues-tra realidad.

Las instituciones nacen como defensa de la nación frente a ene-migos externos. Nuestra visión personalista de la vida en sociedad, la falta de homogenización educacional y cultural, la no percepción de la existencia de amenazas externas abona a nuestra reluctancia hacia la existencia y funcionamiento de instituciones en general. Nuestro individualismo nos lleva a poner como límite de nuestro accionar las normas que aceptamos porque nos conviene personal-mente, y como no percibimos amenazas externas a nuestra existen-cia como grupo, no necesitamos defensas grupales.

En la naturaleza es conocida la regla que la ausencia de depreda-dores impide la formación de sistemas de defensa.

Este fenómeno ha producido que la normalización de nuestra conducta sólo se ha podido realizar a través del uso de la fuerza y no a través del convencimiento o temor de un peligro que exceda nues-tra capacidad personal de defensa. La creación o consolidación de nuestra nación necesitará de esfuerzos especiales, propuestas preci-sas, y mucha imaginación y educación.

Lejos está de mí pontificar cómo debe ser nuestra sociedad, ésta es y será, como seamos nosotros y los cambios no son producto de sermones. O rechace nuestras razones y visión de nuestra sociedad, que analice, si es que lo cree conveniente, la realidad que nos toca vivir, y por último que decida lo que mejor le parezca.

Estoy absolutamente convencido de que los caudillos y dictado-res son posibles porque con nuestra visión cortoplacista lo permiti-mos, aceptamos y propiciamos su existencia.

Para muchos acaudillados, analizar la realidad, defender la ins-titucionalidad y expresar nuestras convicciones pensando en lo que más conviene al país es catalogado como falta de visión política, romanticismo, ilusos o utópicos, y tienen razón, porque esa visión no concuerda con las formas eficientes y pragmáticas de mantenerse

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viviendo a la sombra del poder en detrimento del desarrollo integral de la sociedad.

Mientras como ciudadanos, participantes del Estado y del go-bierno, nuestra lealtad sea a la persona y no a las instituciones, y no estemos convencidos que el éxito del grupo es el que más conviene a las personas, seguiremos en una sociedad en las condiciones que estemos.

Es cierto que la democracia es una institución en proceso de de-sarrollo y que nuestra democracia es incipiente, pero todo camino se inicia con el primer paso.

Al final pensamos que la felicidad de los hombres es el único ob-jetivo válido para aquellos que sienten que el único valor cierto que poseen, es su vida, por tanto la misión de todos es que el número de esas personas sea mayor posible.

Queremos que este trabajo sea un instrumento de análisis de este fenómeno tan nicaragüense como es la existencia de formas de ejercer el poder de caudillos y acaudillados que han caracterizado nuestro proceso histórico.

POST DATA

Reflexionando sobre mi libro CAUDILLOS Y ACAUDILLA-

DOS he sacado como conclusión que es necesario conocer:

1. ¿Qué ha sucedido con nuestros personajes?2. Conceptos científicos básicos para analizar nuestra realidad, historia y conducta.3. Cómo funciona el cerebro y la cultura.4. Características biopsicosociales resaltantes del nicaragüense.

1- ¿QUÉ HA SUCEDIDO CON NUESTROS PERSONAJES?

Creo que el mejor título que les cabe, actualmente, sería “cau-dillejos”.

Quiero utilizar una imagen que represente lo cambiante de la vida, producto del tiempo y las circunstancias, para expresar esa condición.

Imagínense que nuestros personajes son esos muñecos inflados que se ven en las ferias o en los centros comerciales, movidos por el viento y las condiciones propias del tiempo y el negocio.

Comencemos por el Cardenal Miguel Obando y Bravo.

Después de muchas habladurías, luchas internas crípticas, pro-pias de la Iglesia y su diplomacia, vemos que una madrugada, horas antes que muriera el Papa Juan Pablo II, le fue aceptada, de una forma inelegante y poco acorde a los usos y costumbres de la di-plomacia Vaticana, su renuncia como Prelado de la Iglesia Católica de Nicaragua.

Muy raro, pues la Iglesia no da puntada sin hilo.

Se le vio, desde entonces, demasiado afecto a la pareja que ac-tualmente detenta el poder; al mismo tiempo, dicha pareja, demostró

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un giro muy especial hacia las prácticas religiosas de las cuales an-tes estaba bastante alejado.

Las conversiones ni los giros copernicanos, son nada nuevo en la historia de la Iglesia, Pablo, Agustín, Ignacio; ni en la política; “París bien vale una misa”.

Se le comenzó a oír, un discurso extraño, tratando de ser, sibili-

namente implícito, nunca explícito; explicatorio de su nueva acti-tud, relacionándola con la paz, reconciliación, las necesidades de los pobres, repartiendo láminas de zinc, gallinitas, chanchitos, etc.

“Con la Iglesia hemos topado”, decía el Quijote.

Con su figura y discurso poco convincente, se le vio participan-do en actividades políticas partidarias, de franco populismo y de po-bre enjundia; aparecía muy patética su actitud a pesar de su piadosa expresión y vestimenta religiosa.

Tuvo algunos sacerdotes, acaudillados, que le siguieron en su nuevo papel y discurso.

La imagen de un Cardenal de la Iglesia, con sus arreos episcopa-les, participando en aplausos y consignas de concentraciones popu-lares sandinistas, producía en muchos católicos, francos sentimien-tos, tanto de malestar, como de pesar, vergüenza y grima.

Se nos desinfló el primer globo.

La pregunta que me hacía en el libro, Caudillos y Acaudillados, ¿Qué si el poder caudillesco que tuvo el Cardenal, era por sus ca-racterísticas personales o por el poder que la institución de la Iglesia le proporcionaba? tuvo para mí su respuesta: El poder de Miguel Obando y Bravo era un préstamo que le hacía la Iglesia.

Sin el respaldo de ella, el Cardenal era “flatus voce”.

“La Iglesia me lo dio la Iglesia me lo quitó, bendita sea la Igle-sia” podría decirse parodiando al Santo Job.

Nuestro segundo personaje es Arnoldo Alemán Lacayo.

Ese caso, fue más grave por las consecuencias para el país. Nun-ca tuvo conciencia de su papel; ni de su poder y la función que debía jugar en la historia de Nicaragua debido a su incultura y su pobreza intelectual, según lo afirman algunos que lo trataron de cerca.

Con sus pueriles dichos populares, deslumbró a muchos perso-najes.

Su insaciable sed de acumular riquezas le impidió ver que su be-neficio personal iba en detrimento del beneficio de la Nación.

Creyó que el poder lo producía solamente la riqueza, y descuidó la virtud, el cómo hacer, tal es el consejo de Maquiavelo.

Jamás se dio cuenta que el dinero, hecho bajo la sombra del po-der, es sombra del poder y no riqueza real.

Alemán cumple con las características del “pobre crónico” que es incapaz de planificar para un futuro y que no tiene la capacidad de darse cuenta, porque no tiene conciencia del valor de sí mismo, del papel que está jugando en la historia.

No percibió que el método más eficiente de resolver los proble-mas propios, es trabajando para resolver el problema de todos.

Si todos tenemos seguridad, los otros estarán garantizando la mía. Si sólo yo tengo seguridad, nadie garantiza la mía.

En Barcelona existía una bodega donde presentaban sus deca-dentes habilidades, viejos y decrépitos artistas, que alguna vez tu-vieron rutilancia en las tablas. Era de un surrealismo alucinante; se mezclaba la risa con el llanto, pero predominaba el sabor de la in-finita decrepitud humana y los despojos caricaturescos de quien no acepta el paso del tiempo.

Así es la figura de Arnoldo Alemán actualmente; desvaído, con la pintura corrida, cantando coplas pasadas de moda, como para decir: ¡todavía existo!

Se nos desinfló el segundo globo.

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El tercer personaje es Daniel Ortega Saavedra.

En este caso fue al contrario. Hace unos años era un globo con poco aire, casi desinflado, estigmatizado. Así lo dejó el gobierno de Doña Violeta Barrios, pero comenzó a tomar forma, insuflado por Arnoldo Alemán y alguien, que no se había dejado conocer, Don Enrique Bolaños.

Dicen “de los tontos y obcecados viven los abogados”, Ortega se encontró con ambos.

A Arnoldo, avivado por sus acaudillados, lo hacían creerse un inteligente estadista; lo hacían creer más inteligente que los demás y para rematar, creía estar engañando a su víctima.

Don Enrique, el obcecado; cuyas taras emocionales le impedían darse cuenta de lo peligroso de su juego, con tal de alcanzar el obje-tivo de destruir a Arnoldo, rodeado y aconsejado por poco capaces y serviles acaudillados, no le importó destruir su Imagen, su gobierno y al país, dejándole a Ortega, como decía, “la mesa servida”.

Actualmente Ortega manda, pero no gobierna.

Subió al poder con una serie de ilegalidades que deslegitiman su autoridad y ha gobernado con un total y absoluto desprecio a la institucionalidad y leyes del país.

Como siempre la secretividad, compartimentación y jerarquiza-ción del partido de Ortega, hace difícil analizar lo que pasa en el in-terior y las funciones de cada quien; especialmente el rol que juega su esposa, doña Rosario Murillo.

Sólo la historia nos dirá qué pasó, así como la historia nos ha di-cho lo que pasó con los anteriores signados, por mí, como Caudillos.

Pero como dice Hermes Trimegisto, y lo ha definido Newton, “todo lo que sube tiene que caer”.

Lo que no ha cambiado es la conducta de los acaudillados, esos siguen fieles a sus necesidades y a sus métodos.

La miel es la misma; lo diferente son las moscas.

Pero la reflexión principal y la mas difícil y complicada, es ¿quié-nes y cómo son los nicaragüenses? y ¿qué es lo que nos hace tener la historia que tenemos y la que hemos construido?

Si queremos conocer y ser serios en el estudio de las caracterís-ticas del nicaragüense, de sus caudillos y acaudillados y la materia de la que estamos hechos, tenemos que conocer, con la profundidad posible que nos da la ciencia actual, la realidad en la que estamos inmersos. Y lo que somos dentro de esta realidad.

Si no lo hacemos así, tendremos muchas opiniones y juicios; pero pocas certezas. Y en la vida éstas son pocas y resbaladizas.

2- CONCEPTOS CIENTÍFICOS BÁSICOS PARA ANALIZARNUESTRA REALIDAD, HISTORIA Y CONDUCTA

Cualquier análisis filosófico, sociológico o conductual que se haga, sin tomar en cuenta las premisas presentadas por la ciencia actual, no serán más que opiniones bonitas y subjetivas.

La ciencia para muchos, es una materia árida. Trataré de hacer un resumen sencillo de ciertas teorías que algunos científicos han pro-puesto, alrededor del problema del hombre y su realidad, que puede ser obviado por los que no tengan interés en el tema.

¿Qué es la realidad y qué es el hombre dentro de esa realidad?

El ser humano es una singularidad, (que en física significa una realidad que necesita explicación especial) dentro del universo y obedece a las leyes de la evolución de la vida en nuestro planeta.

Se describe cómo una unidad biopsicosocial, producto del inter-cambio de genes en el tiempo, que proporciona, por la forma como se unen sus proteínas en forma de hélices, el lugar de sus uniones y sus relaciones: el genoma.

El genoma, da las características y funciones de los órganos vi-tales de cada individuo; donde el papel principal lo juega el Sistema

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Nervioso, especialmente el cerebro, pues actúa como enlace con el medio ambiente y es responsable de la aparición de la conciencia, función que distingue las diferentes formas de vida.

Lo que nos hace humanos es la CONCIENCIA, pero ¿qué es la conciencia?

No nos meteremos en los problemas del proto “mí mismo”, el “mí mismo central” y el “mí mismo social”, de William James, aun-que seguimos a Antonio Damasio, (“Y el cerebro creó al hombre” Ed. Destino 2010), en sus estudios neurobiológicos de la conciencia.

Desde siempre, la conciencia ha sido el problema principal de la filosofía pues está ligada al concepto de lo que es el hombre.

La filosofía se alejó de los filósofos jonios, que pensaban que el hombre era parte integral de la naturaleza y un producto de ella.

Platón y Aristóteles y otros filósofos, nos propusieron la idea de que los hombres éramos el centro y razón principal de la existencia del universo.

Idea que coincidía con el pensamiento religioso que creía en una realidad dicotómica.

Todo lo que existía era en función del hombre y sus necesidades, antropocentrismo, y que el libre albedrío, en sus diferentes formas, era una realidad, nacida del antropomorfismo del universo.

Se decía que teníamos capacidad para observar nuestra realidad y la de la naturaleza circundante, verificable por medio de nuestros sentidos. Pero que además existía una realidad diferente, invisible, sobrenatural, que no obedecía las leyes del universo: el alma.

A ese mundo sobrenatural teníamos acceso por revelación divina o silogismos creados para ese fin.

Bajo la convicción de la certeza de ese prisma se han creado las interpretaciones del ser humano y su conducta; del hombre y del mundo; sus leyes; sus expresiones culturales; la ciencia, las es-tructuras del poder y de los gobiernos, ha sido el modelo a seguir

durante estos tiempos para interpretar el pasado y predecir el futuro.

Este fue el tema de preocupación durante dos largos milenios de filósofos y teólogos. “De qué te sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma” fue oración de referencia para muchos pensadores y sigue siéndolo todavía para algunos, pero han aparecido otras perspecti-vas.

Para crear estos sistemas que explicaban la realidad del hombre y la sociedad circundante, específicamente la conciencia, los filósofos no tenían otra opción que apoyarse en los modelos que la capacidad técnica y científica existente en su época les proporcionaba.

Todo ha comenzado a cambiar desde que a finales del siglo XIX, con Darwin (1809-1882) y “El Origen de las Especies” y a princi-pios del siglo XX con “Pragmatismo” y “Principios de Psicología” de William James, (1842-1910) la neurobiología, (Dawkin, Dama-sio, Wiener y otros), la física cuántica (Feynman) la teoría de la incertidumbre, (Heisemberg, Planck) la sociobiología, (Wilson) los hallazgos de la física actual (Eisntein, Hawkins) la teoría de las cuerdas (Sherk, Greene) han hecho sobre la realidad y aparición del universo.

Esos descubrimientos, equivalentes a los que hace algunos siglos dijeron que la tierra no era plana, nos abrieron otra perspectiva sobre la conciencia humana; y al darnos una explicación diferente de la realidad, por una interpretación distinta de las leyes de la naturaleza, nos están obligando a cambiar nuestras mentes.

Es algo parecido a lo que Octavio Paz dice que sucedió con nues-tros indígenas en la Colonia.

El hombre es una singularidad pero parte indisoluble del univer-so; está sujeto a sus leyes, físicas y químicas, y actúa conforme a ellas, por tanto, teóricamente es predecible.

Esto ha permitido a Stephen Hawking (El Gran Diseño, 2010) decir que la filosofía ha muerto.

La ciencia actual ha demostrado que la naturaleza, la humana incluida, y el universo no son como hemos creído que era.

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Desde Tolomeo y hasta que Galileo lo refutó, ingenuamente he-mos creído que la realidad es, conforme la presentan nuestros sen-tidos o nuestras creencias.

Esa paradoja, actualmente la elude Hawkins, a través de la pro-puesta de “el realismo dependiendo del modelo”, en la cual el ce-rebro juega el papel principal, por ser el órgano que discrimina y analiza los estímulos del medio circundante y elabora un modelo de sí mismo y del mundo.

El cerebro crea la conciencia, en ese sentido como dice Damasio, (Y el Cerebro Creó al Hombre, 2010) crea al hombre, pues la hu-manidad está ligada al grado de conciencia que cada hombre tiene.

Todos los hombres somos producto de un, técnicamente infinito intercambio genético, ADN, que nos hace únicos, por tanto, único será nuestro cerebro y único será el modelo de universo o mundo que creamos para satisfacer nuestras necesidades, especialmente de supervivencia, objetivo primordial de la evolución de la vida. (Esca-lando el Monte Imposible, Dawkin)

El objetivo primigenio del ser viviente en general y del hombre en especial, es resolver el problema de la supervivencia de los ge-nes, por tanto la preservación de la vida humana. (El Gen Egoísta, Dawkin)

Lo tiene que hacer de la forma más eficiente porque la evolución no te da segundas oportunidades, y en este propósito, el cerebro y la conciencia juegan un papel muy importante, para facilitar el éxito del empeño vital.

El cerebro, con su función, la conciencia, busca que las respues-tas y soluciones sean eficientes para su objetivo y no necesaria-mente las que se ajusten a la certeza científica, aunque la respuesta que más se acerca a esa realidad es la que denominamos como más inteligente.

La inteligencia es una función del cerebro que permite la sobre-vivencia de formas más eficientes.

El objetivo primigenio del cerebro es resolver problemas prácti-cos para la vida cotidiana de la forma más eficiente y no la búsqueda o confirmación de la verdad, que es objetivo de la ciencia.

La confirmación de la realidad, que también necesita una defini-ción especial, es un producto del cerebro, de la conciencia, pero es una función evolucionada de los circuitos sistémicos de comunica-ción cerebral.

Esas posibilidades, matemáticamente infinitas, nos conducen al relativismo cultural en las proposiciones de futuro y que el único hecho cierto es lo que ya sucedió pues está sellado por el tiempo.

Aun así, por la posibilidad de la existencia de múltiples univer-sos, con tiempos diferentes, como lo propone la física cuántica y las teorías de las cuerdas, (Greene) nos dejan abiertas infinitas posibili-dades de realidades diferentes.

No obstante aceptamos, para estos y otros problemas la hipótesis, del “Sello del tiempo pasado”, como lo que en física se llama “Una hipótesis elegante”, (Hawkins) esto es por su sencillez y porque es asertiva y útil frente a la multiplicidad de posibilidades, por eso se acepta como herramienta útil para validar una hipótesis de trabajo.

Estudiar el funcionamiento del cerebro, y obviamente la concien-cia, es la clave para entender la conducta e historia del hombre.

Según esta teoría, toda explicación de la realidad, que no mire desde esta perspectiva carece de validez científica pues no tiene po-sibilidad de validarse.

La ciencia exige técnicas matemáticas, que están fuera del mo-delo que nos presenta el cerebro, que nos confirme la realidad pro-puesta. (Michio Kaku).

Por eso afirma Hawking, quizás con una argumentación hegelia-na, que la filosofía ha muerto, que a mí me parece un poco exage-rada.

Lo que ha muerto, como en toda evolución, es una visión espe-cífica de la realidad del universo que nos proporciona una interpre-tación del hombre y su historia, y una representación filosófica del

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futuro que no concuerda con los adelantos actuales de la ciencia, que nos ofrece una visión diferente de la realidad.

El primer principio de la ley universal de la termodinámica, “nada se crea ni se destruye, todo se transforma” no puede ser ob-viada sin contradicción con la misma realidad científica.

3-¿CÓMO FUNCIONA EL CEREBRO Y LA CULTURA?

Decíamos que el hombre es una unidad, un sistema con tres ele-mentos, un elemento biológico, producto del intercambio genético que modela nuestra particularidad; que intercambia información, se relaciona, con el medio circundante, socializa, (segundo elemento) por medio de su órgano principal, el cerebro; y que, producto de este intercambio sistémico aparece la conciencia, la mente, lo psicológi-co, (tercer elemento).

Todo el Sistema Humano obedece a las leyes de la física y quími-ca propias de la realidad del universo pues es parte de él como una singularidad.

El sistema nervioso está conformado por tres subsistemas con funciones específicas, pero relacionadas y unidas, de tal manera que no pueden actuar de forma independiente sin causar alteración defi-nitiva en el ser humano o la muerte.

La neurona, en número de alrededor de cien mil millones, de es-tructura diversa y cualidades fisicoquímicas propias; que crea con su actividad un campo electromagnético, y tiene infinitas posibilidades de intercambiar información, (cada neurona tiene la capacidad de cien mil contactos), es la encargada de darle estructura al sistema nervioso.

El tronco cerebral es el que permite e inicia la homeostasis, o sea la relación con el medio ambiente, interno y externo, y nos da el primer grado de conciencia, común a los seres vivos, especialmente, en lo que a nosotros nos atañe, a nuestros parientes los mamíferos.

Este circuito basal, ya de por sí complicado, se comunica con otros circuitos superiores del cerebro específicamente con el tálamo, donde se elaboran los sentimientos y las emociones y aparecen los “marcadores somáticos” del sistema nervioso.

Una tercera relación circuital es la del cerebro medio, especial-mente el tálamo con la corteza cerebral y sus diferentes estructuras, especialmente la memoria, la imaginación, la visión, donde quedan especificados los marcadores somáticos que determinan la calidad de nuestras emociones, producto de nuestras vivencias homeostáti-cas con el mundo externo e interno, a lo largo de nuestra existencia.

Especial atención se debe tener a la relación de la corteza cere-bral y la corteza pre frontal y sus núcleos ventromediales, donde re-side la función de analizar y distinguir la realidad, por mecanismos racionales o irracionales o lo que llamamos por razón o por fe. En ningún caso quiere decir que la percepción de la realidad por la fe, sea inválida, pues la fe es necesaria para el funcionamiento general y cotidiano del hombre.

Un buen ejemplo del funcionamiento cerebral de la fe y su uti-lidad cotidiana, es el acto de fe de la paternidad, que se acepta con un acto de fe simple, aunque para la certeza científica, necesitaría la validación por medio de un estudio de ADN.

La conciencia y lo que llamamos la qualia o forma especial, im-portancia o valor, que le damos a los hechos de la conciencia, termi-na de rematar el viaje de nuestras experiencias vitales y culturales que determinan nuestras conductas, sentimientos, creencias y moti-vaciones.

La visión que he querido trasmitir de la función del Sistema Ner-vioso es infinitamente sencilla y superficial propia de este trabajo, y no de una conferencia neurobiológica, pero creo que es suficiente para dar una visión de la nueva forma en que debemos abordar el análisis y compresión de nuestros hechos culturales e históricos.

No debemos olvidar que nosotros somos producto de una ince-sante evolución biológica, que nuestros genes cambian constante-mente y que del intercambio evolutivo ha nacido la cultura.

La cultura, o sea, la forma que tenemos de reaccionar frente a los estímulos del medio ambiente, está regulada o conformada, por la plasticidad de la impronta en los circuitos neuronales del Siste-ma Nervioso, creados a lo largo del tiempo, vicisitudes históricas,

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experiencia, eficiencia y respuesta de nuestro cerebro a los desafíos circunstanciales.

Estos circuitos forman los paradigmas más o menos flexibles, de conducta, creencias y modelos de acción de las personas.

La cultura es producto de los genes, pero para distinguir esa for-ma de expresión humana e insertarla en las leyes de la evolución, Dawkin ha creado el concepto de “meme” como el mecanismo de evolución biológica de nuestra cultura, pero siguiendo las mismas leyes de trasmisión evolutiva de nuestros genes y la realidad de los campos electromagnéticos producidos por el intercambio de infor-mación neuronal.

Desde esta perspectiva necesitamos estudiar la realidad de nues-tro “homo nicaragüensis”, protagonista de nuestra historia y respon-sable de nuestra condición actual, acordando que desde el aleteo de una mariposa, la carrera de una lagartija, la actividad de todas y cada una de las neuronas de los seres vivientes, así como las decisiones, personales o grupales, vitales o intrascendentes, son parte de una sistema estructurado y que se mueve en un todo, siguiendo las leyes de la Teoría General de Sistemas y las leyes de la naturaleza del Universo.

Somos como una orquesta que funciona sin una partitura estable-cida, en la que cada instrumento va expresándose según su libreto; en una armonía singular, en la que el director, la conciencia, aparece como un miembro más de la orquesta, no siendo necesario más que al final del concierto, en el momento de la toma de alguna decisión conductual. (Dawkin, “El relojero ciego”)

4- CARACTERÍSTICAS BIOSICOSOCIALES RESALTANTESDE LOS NICARAGUENSES

Mis consideraciones son más interrogantes que respuestas y no creo agotarlas.

Necesitamos estudiar la estructura genética de nuestra población para conocer, qué somos biológicamente.

Somos producto de una mezcla genética de españoles, indios, ne-gros y otros grupos étnicos, pero para que una mutación se incorpore

al gen y sea trasmisible como propia, por lo menos en las moscas drosófi-las, necesita 20 generaciones (Wiener). En el hombre significa aproxima-damente 800 años de constante intercambio genético. Nosotros tenemos apenas 400 años de mestizaje.

Tenemos que conocer cuál ha sido el impacto genético de los marcado-res somáticos en nuestra historia. Cómo las emociones y vivencias históri-cas han marcado nuestra condición genómica.

Somos un país de terremotos, guerras, cambios bruscos, pero también de vida muy fácil, de naturaleza exuberante, sin grandes variaciones cli-máticas, ni inviernos fríos, ¿cómo han influenciado en nuestra condición genética, esas realidades?

La naturaleza en Nicaragua es muy pródiga y ha permitido la sobrevi-vencia humana de forma solitaria, sin necesidad de la participación comu-nitaria para nuestra vida.

Por tanto, es lógico y natural, que no se necesite mayores actividades grupales si no es para obtener momentos de placer y solaz.

La creación y sometimiento a las instituciones es una respuesta social a las necesidades de resolver los problemas de forma comunal y no indivi-dual, pues se tiene que renunciar a parte de la libertad del individuo.

¿Será que nuestra condición genética individualista nos hace rechazar lo institucional?, al fin y al cabo la falta de instituciones, favorece a los intereses particulares de las personas más fuertes que hacen las leyes a su medida.

El clima, la facilidad de la vida, las condiciones generosas de la na-turaleza, ¿cómo marcan nuestra condición genómica que moldea nuestra conducta?

Hay que estudiarla para entender ciertas conductas del nicaragüense: de su falta de previsión, su alergia al ahorro y al trabajo estructurado. Al menor esfuerzo que significan las quemas, siembra del maíz y frijol, el irrespeto por la naturaleza, a las expectativas de rápido resultado, al nego-cio fácil, a la suerte, impaciencia. Nuestra gastronomía y corrientes hábi-tos alimentarios, que implican la no necesidad de almacenar alimentos ni preocuparse por el devenir.

El Homo Sapiens tiene un origen carroñero, o sea se aprovechaba de la caza de animales y los residuos de la caza de otros seres humanos. ¿Cuán-

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to tenemos de ese gen y cuánto ha sido confirmado o modificado por nuestra historia o medio ambiente amigable?

En Nicaragua, el Estado es el principal objetivo de nuestra con-dición de carroñeros. Todos quieren servirse de él, lograr un tuco, y como es de todos, no es de nadie.

El mejor pedazo se lo lleva el que tiene más poder.

El poder no tiene ética ni se comparte, allí no existe comunidad, ni leyes, ni igualdad, por tanto el hueso no se suelta hasta que otro más fuerte se lo quita. Así lo hemos visto en nuestra historia por tanto ¿en qué parte o nivel de evolución genética estaremos para que funcionemos así?

La conducta cortoplacista ha sido una constante en nuestra histo-ria. ¿En qué marcador somático está la raíz de esta conducta? ¿Qué nos hace que solo pensemos en el hoy y no en el mañana? ¿Que lo importante es estar bien hoy y que “arree el que venga atrás”?

¿Qué nivel de evolución produce nuestra reluctancia para acep-tar normas o la dificultad para someternos al orden de la institucio-nalidad?

Sólo falta ver el remedo de República que tenemos.La actuación del Sistema Judicial es un ejemplo. Su extraña y

sospechosa estructuración y sus sentencias de rocambolesca antolo-gía en la jurisprudencia mundial; la patética y desmedrada función del Poder Legislativo; la fantasmal Contraloría; la Fiscalía fantoche; el Ejecutivo con su cantinflesco discurso y tramoya teatral con un Gabinete lastimoso, que si no fuera porque se afectan seres huma-nos, movería a risa, tal como somos: los hazmerreír del extranjero.

¿Por qué nuestra incapacidad de ver que la seguridad de todos garantiza la seguridad individual?

¿Por qué la superficialidad con que tomamos las cosas, sin im-portarnos que nuestras conductas afecta a otras personas?

El ejemplo lo tenemos en nuestras revoluciones, que no han sido más que oportunidades para que un grupo de personas se aprove-

chen de las riquezas acumuladas por otros para beneficio personal; así fue en la Independencia, en la Guerra Nacional, en la Revolu-ción Liberal de Zelaya, en la Constitucionalista, con Somoza y en la última de los Sandinistas. Pruebas no se necesitan, basta con leer cualquier historia, el problema es el “¿por qué?”.

El trecho entre la forma de vida de los países desarrollados y el nuestro, es actualmente un abismo infranqueable cuando apenas hace cien años, no era mucha la diferencia.

Es necesario realizar estudios neurolingüísticos de nuestro hablar cotidiano, para saber qué decimos cuando hablamos.

La neurolingüística es una ventana al cerebro y una proyección de la conciencia.

¿El Guegüense? ¿El pensamiento confuso de Sandino? ¿La chá-chara de Fonseca Amador? ¿Los discursos de Tomás Borge? Las piruetas dizque oratorias de Arnoldo Alemán y los mensajes sibili-nos de los tonsurados. Los discursos en la plaza y a lo mejor lo que estoy escribiendo. La neurolingüística nos puede proporcionar luces importantes para entendernos.

¿Por qué de nuestra aparente inclinación a la poesía? ¿Nuestra habla parabólica y poco concreta? ¿Nuestra abundancia de poetas?

¿Nuestra dificultad en el uso y trasmisión de conceptos, prefi-riendo la descripción y nuestra alergia a las matemáticas?

La trasmisión de las emociones y sentimientos, es previa a la aparición del lenguaje en la evolución del hombre.

¿Qué significado tendrá esa realidad evolutiva en nuestra forma de vida, costumbres, actitudes y formas de comunicarnos?

¿Qué significado tendrá el predominio de la imaginación en nuestra estructuras mentales?, aceptando cualquier entelequia como hecho consumado, frente a la realidad que se impone, eso lo vemos en las propuestas ideológicas de nuestros políticos y pensadores.

En la elevación de acciones intrascendentes a hechos heroicos,

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exagerando su importancia y convirtiendo a personas con valores especiales, en personajes intocables e incriticables.

En nuestra impuntualidad, nuestra aparente sociabilidad y habla en voz alta, en nuestra falta de seriedad en nuestros compromisos, etc. etc.

¿Qué nos depara el futuro como nación? ¿Desapareceremos?

Posiblemente seremos absorbidos por culturas más fuertes, como ya se están viendo algunas señales. Eso ya les sucedió a los nean-dertales quienes por su incapacidad, por ausencia de lenguaje, no pudieron crear instituciones.

Siempre se dice que la solución está en la educación y eso parece razonable.

¿Pero de qué y cuál educación hablamos?, los profesores son los primeros que necesitan ser educados o por lo menos instruidos y ante la carencia de criterio, capacitados.

Y no sólo hablamos de la educación primaria, o secundaria, don-de la formación de los profesores y por ende de los educandos, es lastimosa; sino que a todos los niveles.

En Nicaragua la educación universitaria es una estafa única en el género de estafas, pues es una auto estafa; donde el estafador y el estafado están de acuerdo, pensando que pueden engañar a la vida o al mercado, donde se miden las capacidades y los fracasos.

El estudiante va a la universidad pero no le interesa saber sino aprobar. Al profesor lo que le interesa es el salario que devenga y ha-cer su trabajo con el menor esfuerzo. A la familia lo que le interesa es que su hijo tenga un título, como sea, no importa cuánto invierte. Pero la única que no cierra los ojos, no perdona, no da segundas oportunidades, es la vida, que premia a cada quien según su esfuerzo y capacidades. Lo demás es pura fantasía.

Algo necesario de estudiar es la estructuración de nuestra menta-lidad en relación al valor de la vida y a la auto estima.

La historia de un país es también la historia de sus crímenes.

¡Que poca importancia le hemos dado a nuestros muertos!.

En los ochenta hubo un remedo de hacer justicia ante los críme-nes del gobierno de Somoza, pero desembocó en una parodia legal generadora de otros crímenes que han quedado impunes.

Pero a nadie le importa.Aquí no ha habido Comisiones de la Verdad, ni madres de nada,

ni jueces internacionales. El silencio ha sido la respuesta de nuestro pueblo a las iniquidades de tanta muerte.

¿Será que si no valoro mi persona, ni me importa, menos que me importe el destino de otros?

¿Será que no nos importa mucho la muerte, pues tenemos segu-ridad de la existencia del más allá?

¿Será que nuestra forma mágica de explicarnos el mundo es “la pura suerte”, donde la vida es fruto de lo sobrenatural y las leyes humanas, no participan?

Por tanto, no puedo hacer nada, ya que todo esta determinado por las manos de Dios.

La religiosidad mágica de nuestro pueblo es otra de nuestras re-saltantes características.

¿Cómo influye la religión en la aceptación de las vicisitudes de la vida?

La religiosidad de la población es una patente de corso para cual-quier actuación desviada.

Algo especial deben de tener los circuitos neuronales religiosos, de las creencias religiosas, que están blindadas frente a cualquier cuestionamiento, por muy razonable que sea. Inmediatamente son descalificadas.

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Posiblemente sean circuitos cerebrales que proporcionan res-puestas eficientes y tranquilizadoras a la conciencia frente, a la an-gustia e incertidumbre de la existencia.

La autoestima de los nicaragüenses. ¿Cómo funciona?

Vemos cómo viajan en los buses; cómo son tratados en los ser-vicios públicos; la atención hospitalaria aceptada sin protesta, ¿será esta falta de autoestima la responsable de la suciedad de las calles y carreteras?

¿Será esta falta en la autoestima, la causante de la dificultad de asumir nuestras responsabilidades?

¿De echarle la culpa a otros de nuestros fracasos?

¿Qué ha pasado con las personas que inducían y recogían a jóve-nes, para llevarlos a la muerte, con el cuento de defender el honor, la dignidad patria, la soberanía?

Basta ver cómo funciona la dignidad y soberanía en nuestro país y sopesarlo con la cantidad de jóvenes con su futuro truncado o muertos.

Y, ahora que están tan de moda los abusos de los curas con los niños, ¿no se podrá extender el delito de abuso de confianza ideo-lógica a sacerdotes educadores, que ilusionaron e indujeron, apro-vechando el poder del maestro, a muchos adolescentes, por tanto que adolecían de criterio formado, y murieron ilusionados en una gesta estéril?

¿Cómo funciona esta mente?, esa es una pregunta que necesita explicación para entender nuestra historia.

Pienso, para terminar, es difícil salirse de los paradigmas estruc-turados en nuestros circuitos cerebrales por la educación, la expe-riencia y las creencias, pero es necesario ver la historia desde un ángulo diferente al que estamos acostumbrados para buscar solu-ciones efectivas.

Sin un buen diagnóstico no existe un buen tratamiento.

Me imagino que es la misma dificultad que sintieron los hombres de la época, cuando Galileo les dijo que la Tierra no era el centro del Universo. Cuando Copérnico afirmó que el Sol no gira alrededor de la Tierra. Cuando Einstein propuso que la materia y el tiempo eran una misma cosa o cuando Hawkin dice, como Laplace, que Dios no es una hipótesis necesaria, o que la oración no sirve para nada.

Pero los porfiados hechos y la ciencia no admiten segundas opor-tunidades, aunque sí, otras respuestas para los mismos problemas.

Terminemos con el aforismo de Sócrates: “Conócete a ti mis-mo”. Pero actualmente deberíamos agregarle: Usando los métodos científicos que nos den certeza de la realidad y que la evolución del conocimiento actual del hombre, nos proporciona.