Cetrero Nocturno de Sebastián Borkoski

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 CETRERO NOCTURNO SEBASTN BORK OSKI

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Antología de cuentos

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  • CETRERO NOCTURNO

    SEBASTIN BORKOSKI

  • Copyright de la presente edicin Editorial Beeme S.R.L., 2012.Derechos reservados. Prohibida su reproduccin.Publicado por Editorial Beeme SRL, Av. Warnes 596 Ciudad Autnoma de Buenos Aires, Argentina.Hecho el depsito que marca la Ley 11.723.Libro de edicin argentina.Impreso en Buenos Aires, Argentina,en abril de 2012. Printed in Argentina.www.editorialbeeme.com.arISBN: 978-987-669-188-8

  • ndice

    Prlogo 9

    El cruce 15

    ltimo cajn 31

    Los sordos 41

    Cetrero Nocturno 47

    Rescate 61

    Los fabricantes 71

    El barco 87

    Testigo forzoso 101

    La revelacin de Jos Tomada 111

    Antes de comer 119

  • A Paco, cuyos relatos inspiraron mis cuentos ms queridos.

  • A mis padres y mi hermana, por su apoyo.

    A mi hermano Christian, por elegir el ttulo del libro.

    A Victoria, por sus crticas y su paciencia.

    A Olga Zamboni, por su aporte enriquecedor.

    Y

    A todos los amigos que me leen con entusiasmo

    y me ayudan a mejorar con sus comentarios.

  • Los cuentos de Sebastin Borkoski

    La imaginacin es ms importante que el conocimiento.

    El conocimiento es limitado.La imaginacin circunda el mundo.

    Albert Einstein

    Los diez cuentos incluidos en este volumen afirman la cali-dad narrativa de un joven autor misionero que se dio a conocercon la novela El pual escondido, pera prima que sin embar-go le vali ser ternada para los premios Arand, Rubro Letras,Posadas, 2011 y que ha sido distinguida con el premio Vencejode Plata de Puerto Iguaz.

    Uno de esos diez relatos que a mi juicio es tambin uno de losmejores del libro da su nombre al volumen que tiene entre manosel lector, quien deber leerlo para colmar su natural curiosidad yubicarse semnticamente en este trmino de tantas resonanciasdel Medioevo, que nos remite a caceras reales, con halcones enbanda pero que aqu transcurre en la selva misionera.

    Sin embargo, no se crea que ste sea el escenario privativo,tal como podra pensarse, habida cuenta de su novela anterior,bien entroncada en la realidad de Misiones. Si bien se respi-

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  • ran aires y colores regionales, inseparables de sus ficciones,producto de lo que Luis Vittori denomina el territorio vivido y naturalmente absorbido por el autor este ambiente lo en-contramos, especficamente, en cuatro cuentos: El cruce, Ce-trero nocturno, Los fabricantes y ltimo cajn, presenta-dos de una manera muy diversa. El primero es un cuento defrontera: la huida pica de cuatro hermanos, donde el senti-miento fraternal y la tragedia se dan la mano. Los dos siguientesubican la accin en sitio determinado: la soledad nocturna en unobrador en medio de la selva y una chacra. Los fabricantes esuna narracin muy slida en la elaboracin del protagonista,travs de la mirada fascinada del joven narrador y en la econo-ma de recursos con que lleva a la resolucin de la trama. Encuanto a ltimo cajn es casi una pesadilla. A partir de un ino-cente alto en la ruta para orinar metindose en el monte, el na-rrador se ve enredado en la maraa de una historia que final-mente implicar al lector mediante el recurso de papeles escri-tos hallados, en una especie de traspaso o trasmisin de unamisteriosa locura. En los cuentos restantes, el mbito est msbien indeterminado o quiere simbolizar otra cosa, como ocu-rre en los dos relatos que tienen como protagonista a Jos To-mada y forman una unidad desde lo argumental.

    Hay un lazo de unin entre los personajes y los espacios. Encada cuento podemos reconstruir una realidad que va ms allde la propia, sobre la cual han sido figurados. Es el poder de laficcin, con imaginacin y oficio unidos. Como seala Ander-son Imbert: El cuento vendra a ser una narracin breve enprosa que, por mucho que se apoye en un suceso, revelasiempre la imaginacin de un narrador individual.

    En una nota intercalada casi al final del libro el autor afirmaque su escritura tiene como punto de partida la visin din-

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  • mica de las historias de suspenso trgico, a lo que cabe agre-gar el ingrediente de lo fantstico. Prodigioso pero siempre ve-rosmil. Dira que hay un cuestionamiento de la realidad-real, unintento por penetrar ficcionalmente en el misterio del mundo ylas cosas. Ya lo deca Einstein: Si perdemos el sentido delmisterio, la vida no es ms que una vela apagada.

    Lo incomprensible a la razn se ofrece en sus diversas face-tas. El misterio obra de estmulo, de acicate para penetrar en lasaparentemente inexplicables cosas que nos rodean, por eso esmotor que dinamiza las ciencias y las artes.

    Esto se hace ms visible en El barco entorno simblico,sugerente y en lo que vendra a ser su continuacin: La reve-lacin de Jos Tomada. La estructura de una nave-crucero-laberinto en sus diferentes pisos se carga de reminiscenciasdantescas y virgilianas, de larga tradicin en la literatura, peroal mismo tiempo tiene el dinamismo catico del video clip pos-moderno; esta geografa encubre el otro mundo, el de latras-vida y su argumento, la fuerza del destino trgico, que noes otra que el derrotero vital (y mortal) de cada cual.

    En cuanto al suspenso a que alude el autor, cuya principalintencin es mantener al lector a la expectativa, alerta ante eldesarrollo del conflicto, podemos decir que se cumple en mayoro menor medida en todos los cuentos.

    De entre la variedad de temas y estilos, sealamos:La asombrosa amistad entre un hombre solitario y un pjaro

    de raro comportamiento (Cetrero nocturno) entre los que seentabla un dilogo de un solo lado, ms bien monlogo del pri-mero: Con vos ac tengo al menos alguien a quien hablarle,dice el hombre.

    Dilogos giles: en tanto uno transcurre entre los miembrosde una familia sentados a la mesa con tenedor en mano y pone

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  • al desnudo el mundo infantil y sus sabias ocurrencias (Antesde comer), el otro, sin explicaciones, nos sumerge en la sensa-cin de una invasin de seres extraos (Los sordos).

    El amor revivido desde el fondo de la muerte y el secreto deuna casa, que al final deviene en leccin de vida (Rescate).

    Notas de humor y de costumbrismo (Testigo forzoso) queadems es una muy autntica pintura de personajes tpicos quetodos conocemos. Y la sonrisa tambin se nos dibuja en Antesde comer, con cuya lectura quiz vislumbremos imgenes denuestra propia niez o la de nuestros hijos.

    A propsito del elemento fantstico, algo merece decirse so-bre la verosimilitud. Como sabemos, el trmino alude a la capa-cidad de construir mundos crebles, por ms extraordinariosque parezcan, en la obra artstica. Y esto vale tanto para un rela-to, una obra de teatro o una pelcula. Esta verosimilitud se lo-gra si existe una coherencia de hechos y personajes dentro de ununiverso propio; cuando, dentro del contexto de la obra, se rela-cionan sus elementos congruentemente con las normas internasde la trama. Y no se debe confundir lo verosmil con lo verdadero.Si hay verosimilitud en la obra de arte, el lector (o espectador, re-ceptor en ltimo caso) cree, siente, se convence de lo expuestoaunque sepa racionalmente que es irreal o fabuloso. Es el sentiral adentrarnos en los cuentos que estamos comentando.

    Sebastin Borkoski demuestra con este libro una ductilidaden el manejo de la narracin y una bsqueda de nuevos caminos,lo cual hace pensar que se abre una perspectiva muy favorable anuevas creaciones. Un refrn afirma que quien busca respues-tas encuentra preguntas. Y que en tanto seguimos ascendien-do por una escalera ms crecen los peldaos hacia lo alto(Kafka). Estoy segura de que esta bsqueda de Sebastin lo

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  • guiar en un derrotero literario fecundo. Hay en l un oficioacendrado de escritor que se toma muy en serio su trabajo y es-to es importante a la hora de ver los resultados. La literatura deMisiones se enriquece con un aporte genuino, comprometido conel medio y con las letras. Detrs de cada escrito veo la bi-blioteca de su autor, deca Mempo Giardinelli. Y esto se des-cubre inmediatamente a poco de recorrer estas pginas: Bor-koski es escritor de mltiples lecturas, algo no tan comn comodebiera serlo entre los que deciden hacer literatura en nuestromedio. En el cuento que da nombre al libro hay un detalle quepodra ser un homenaje a un autor argentino de su predileccin.El personaje alado de costumbre increble que llena las horasvacas del hombre solo en la oscuridad del monte se llama Mar-coni. Y as lo dice el personaje cuando le da el nombre:

    Mir, urraca, ac en este cuento que estoy leyendo hayun perro que se llama Marconi. Te puedo decir Marconi?

    El cuento es de Adolfo Bioy Casares.Ya lo deca Borges, con su habitual originalidad y sabidura: Otros se jactan de los libros que han escrito; yo me enor-

    gullezco de los que he ledo.

    Prof. Olga ZamboniPosadas, verano de 2012.

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  • El cruce

  • Si tan slo hubiese contenido su furia ante aquella provoca-cin, ahora no estara juntando sus pocas pertenencias frente ala mirada acusadora de sus hermanos. Tampoco su brazo dere-cho estara vendado con unos trapos cuya suciedad se vea tei-da de un tono rosado. La sangre no paraba de brotar del profun-do corte. No haba marcha atrs. Un momento, una sola furia,una accin derivada de los sentimientos ms sinceros y profun-dos habra de cambiar el destino de los hermanos Grapell parasiempre.

    Hay que irse, no queda otra dijo el mayor mientras desta-paba un recipiente con queroseno.

    Las cosas eran simples por aquellos das en el noroeste deRio Grande do Sul. Los colonizadores de distintas regiones deEuropa haban llegado al puerto en el cual desembarcaban an-tes de que todo pudiera estar al menos un poco organizado enesos parajes tan lejanos. Esto no era mayor problema. Debanbuscar una vida nueva y las mejores oportunidades para ellosestaban lejos de los centros urbanos, muy lejos. Donde la tierraera vasta y frtil. Comida y un poco de agua no habran de faltara los hombres que impvidamente enfrentaban al trabajo. La se-rrana no era el problema, es ms, resultaba inclusive atractivapara evitar los calores que sofocaban ms abajo. Un buen pua-

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  • do de personas haba comenzado a desarrollar sus vidas an an-tes de que la ley estuviese cerca y este s era el principal proble-ma. Quien tena la mayor coleccin de armas de fuego era el due-o de la ltima palabra ante cualquier conflicto. Ni siquiera unabolsa de dinero tena ms poder que un arsenal de pistolas y es-copetas. Lo justo o injusto en estos lugares era, como poco, rela-tivo. A veces, las armas las portaban personas envenenadas porla codicia cuya ambicin haca caso omiso a esas incmodas yvagas nociones de justicia, cancin que tocaban torpemente y deodo. Si algn hombre o grupo de hombres tena el infortunio decruzarse en el camino de los armados impos, no haba ms re-medio que soportar estoicamente las condiciones impuestas. Esas como en cada cruce entre opresores y oprimidos estaba im-puesta una conducta de respeto, casi de sumisin de los ltimoshacia los primeros. Claro que las armas que atemorizaban eranpocas, y a veces no estaban a la vista. Cuando esto ocurra, unadelgada lnea divida la frontera entre la conducta sincera y laconveniente. Algunos niveles de humillacin simplemente noeran tolerables para algunas personas y Francis Grapell erauna de ellas. Ese da la furia haba llenado su corazn de valor yapagado su cerebro por un instante, instante que fue suficientepara cruzar esa frontera que les permita vivir en paz.

    A dnde vamos a ir? pregunt Paulo, el ms joven de loscuatro, con los ojos enormes y la voz suave y resignada. Lejosde estas tierras, donde no puedan encontrarnos. Vamos a cruzarel Uruguay, por all dicen que est la frontera.

    Cuando termin de hablar, Berger Grapell entr al pequeorancho y ante la mirada atnita de sus hermanos, comenz a de-rramar el combustible sobre los pocos muebles que tenan, lue-go de haberlos cubierto con pajas. Francis, el segundo de loshermanos, se acerc a decirle enrgicamente que no le pareca

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  • buena idea ir a tierras totalmente desconocidas. El insoportablehedor que dejaba el queroseno oblig a ambos a salir. Berger to-m un cascote y lo revent contra la cabaa, haciendo que unade las tablas se desprendiera. Necesitaba de un acto de furia in-fantil antes de poder hablar con cordura. Respir profundamen-te dos veces.

    No ests en condiciones de cuestionar nada, Francis, ya es-t ya. Hay que irse.Yo prefiero que lo pienses un poco. Por ahno se enojan tanto y quiz no muriQu lo piense un poco?Me ests tomando el pelo? Dime una cosa: qu tan estpidopuedes llegar a ser? No importa si muri o no muri, lo atacaste,lo heriste, no pensaste y el ms chico seguro ya le debe habercontado al viejo. A la tarde van a estar ac para reventarnos a ti-ros antes de que puedas intentar justificarte.Yo no quise, te ju-ro, el tipo me provoc, siempre me aguant, no pude ms, fue unsegundo, no quera, Berger, te juro, no quera esto. Thomas lovio, cierto, Thomas? Ese mal parido empez, mal parido! gri-t Francis alocadamente.

    Berger le arroj agua en la cara, tom sus brazos con firme-za y penetr los ojos de su hermano con una mirada de fuerzadescomunal, sin odio ni rencores pero extremadamente intensa.Francis no hizo ms que agachar la cabeza y apoyarla sobre elpecho de su hermano, apretando los prpados para evitar quealguna lgrima desvergonzada resbalara por sus mejillas.

    Hermano, te creo, no tienes que explicarme nada a m, yaest. Piensa en Paulo, es chico todava, prometimos cuidarlo. Te-nemos que irnos. Aunque no voy a dejar que estos mal nacidosaprovechen las pocas cosas que dejamos.

    Busc un leo encendido del fuego sobre el cual ya no coci-naran y lo arroj a travs de la nica puerta de su rancho. As,

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  • casi todo lo que los hermanos Grapell tenan comenz a arderirreversiblemente ante los ojos vidriosos de Paulo, cuya mentetodava adolescente divagaba en recuerdos y nostalgias. A dife-rencia de sus hermanos, l no haba conocido otro hogar. Tam-poco tena recuerdos de su padre, un alemn que no pudo acep-tar la permuta que el destino le haba impuesto: su mujer y com-paera por un cuarto y hermoso varn. La tristeza y la depre-sin acabaron inmediatamente con su corazn y se tomaron dosaos ms para devastar su fornido cuerpo. Berger era el nicopadre que el ms joven de los Grapell haba conocido y ahora es-taba destruyendo su casa. Mientras, Thomas le exiga fortalezapara cargar las pocas cosas que su flaco cuerpo pudiera llevar.El viento que peinaba los rboles vena desde el este acercndo-les el olor a madera quemada de su propio rancho. Les marcabael rumbo a seguir y de paso ayudaba al fuego a destruir su pa-sado. Al frente iba Berger con la vieja escopeta colgada de sushombros, seguro del camino. Iba en bsqueda de tierras bajasrumbo al oeste. All encontraran ese ro que los separara defi-nitivamente de sus problemas. Lo seguan bien de cerca los ado-lescentes Thomas y Paulo, muy juntos, muy asustados. Francisiba detrs, todava avergonzado por la falta de inteligencia desus acciones; todo era su culpa. Con mucha nobleza se quedabaen el ltimo lugar para ser el primero en recibir el disparo sor-presivo de sus perseguidores que, a Dios gracias, todava noaparecan. La agona del joven al que haba dejado herido en eseestpido enfrentamiento evidentemente les haba concedidotiempo para iniciar su escape. Al principio caminaron muy rpi-do; quiz pensaron que el hecho de ir tierra abajo habra de ayu-darlos. Pero el calor, el cansancio y la preocupacin se encarga-ron de demostrarles lo contrario. Ya estaban cansados, con ham-bre y el sol comenzaba a desaparecer en el horizonte, sin que el

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  • viento cesara de soplar. Berger sin embargo segua a paso firme.Tan slo miraba hacia atrs de vez en cuando para asegurarsede que Paulo estuviera bien. Era el menor, el nico nacido en es-te lado del ocano. Los tres se preocupaban mucho por l; toda-va era flaco y desgarbado pero sus ojos eran fuertes y especta-cularmente parecidos a los de su madre. Incluso Thomas lo no-taba a pesar de que era pequeo cuando ella parti. Paulo yarespiraba agitadamente y Thomas le dio un poco de agua de labotella que llevaba.

    Tenemos que parar, Berger grit. Paulo est cansado y yotengo hambre.

    Berger fren en seco para darse vuelta lentamente y obser-var a su hermanito. Le hizo seas a Francis, que estaba muyatrs, para que se acercara rpidamente. ste sin embargo nocorri; a pesar de ser el ms fuerte de todos estaba agotado.Adems de lo que traa en sus manos, deba cargar con la pesa-da culpa sobre sus hombros. Finalmente lleg.

    No escuchaste nada? No, Berger, seguro nos van a seguir a caballo, cuando sal-

    gan a buscarnos no vamos a tener mucho tiempo.Berger mir hacia el horizonte donde ya no se poda ver ni si-

    quiera el humo que haban dejado las cenizas de su rancho. Vol-te nuevamente; el sol comenzaba a ocultarse tmidamente en-tre las nubes espesas y como un faro, indicaba hacia dnde de-ban seguir.

    Vamos a caminar un poco ms hasta que oscurezca, nonos van a buscar de noche. Hagan el esfuerzo y avancemos unpoco ms.

    No podemos cazar una perdiz o algo con la escopeta? re-clam Thomas, cuyo estmago ya empezaba a rugir.

    No, hermano, no podemos disparar y hacer ruido. Adems

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  • ac el imprudente de Francis perdi la paciencia con el hijo delviejo maldito ese en vez de conseguir las municiones que nece-sitbamos. Slo tenemos dos disparos y ser mejor guardarlosen caso de que necesitemos darle un mejor uso, como salvarnuestras vidas.

    En efecto, la necesidad de municiones haba desencadenadotodo el problema. El viejo maldito al que se refera Berger era elnico en la zona con los contactos para conseguirlas, por lo tan-to l y los suyos decidan cantidad disponible y precio. Aunque laidea de este ltimo en aquel entonces, cuando el dinero no cir-culaba con tanta facilidad, era bastante pastosa. Los cartuchosvalan una buena cantidad de lo que el viejo maldito necesitabaen ese momento. Un negociante con todas las habilidades nece-sarias sacaba el jugo a su situacin para asegurar su bienestary el de los suyos. Quiz no era un maldito y tampoco era tanviejo. Slo un poco mayor que el padre de los hermanos Grapell.

    Bajo un enorme rbol que no pudieron identificar por la os-curidad, hicieron una fogata muy dbil para poder ver al menoslos trozos de pan y grasa de cerdo que iban a comer. El men re-sultaba ridculamente escaso para llenar el enorme vaco quelos hermanos sentan en ese momento. Estaban callados. Pauloy Thomas se miraban mutuamente y despus a su hermano-pa-dre, tratando de deducir qu tan grave era la situacin. Pero nohaba expresin alguna en su rostro. Estaba tranquilo y esatranquilidad paradjicamente pona nerviosos a los dos.

    No nos siguen, Berger? pregunt Thomas, mientras Pau-lo apretaba con fuerzas una rama esperando ansioso la res-puesta.

    Todava no respondi el hermano, y volvi a masticar unpedazo de pan.

    Quiz ya no nos busquen, no?

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  • S nos van a buscar, Thomas, solamente no lo van a hacerde noche. Tu hermano mat a un sobrino del dueo del lugar, esono tiene arreglo.

    No estaba muerto, yo creo que si no nos buscaron hastaahora ya no lo van a hacer corrigi Thomas mientras cam-biaba el sucio vendaje del brazo del hermano culpable de todoel asunto.

    Maldito seas! rugi Berger, dirigiendo sus ojos fuertes aFrancis. Una puntada en el pecho le diste, era slo cuestin detiempo, seguramente el ms chico lo llev a su casa donde ha-brn tratado en vano de curarlo. Al menos eso nos dio tiempo pa-ra escapar, la noche les gan, por eso no nos buscaron todava.Pero lo van a hacer, ustedes eran muy chicos todava pero meacuerdo cuando algo as pas. Mataron a don Housser tan slopor hincharle un poco la cara a golpes al hermano menor del vie-jo maldito en una ria estpida. Claro que nos van a buscar!Tienen caballos, nos van a alcanzar si no nos apuramos. Toma-mos el camino ms rpido al ro, saben que venimos por ac. Elviejo maldito sabe todo, es el dueo de la sierra y conoce genteen toda la zona. Sabe que nuestro nico escape es la frontera ytambin sabe muy bien cmo llegar a ella.

    Francis continuaba callado, mientras soportaba el dolor en elcorte de su brazo que haba logrado desgarrar un msculo. Re-cordaba con vergenza y arrepentimiento todo lo que haba su-cedido. Thomas lo miraba apenado, miraba la herida que le hab-an hecho a su hermano y saba que a pesar de todo estaba su-friendo en partida doble por la situacin y el dolor de su brazo.

    T eres el maldito, Berger! Cmo puedes culpar a Fran-cis? Solamente se defendi, mira el corte que le hizo el otro pri-mero, mira. Seguro nos iba a matar a los dos, cmo puedesenojarte con l? No hizo ms que defenderse y defenderme a

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  • m. T quemaste nuestra casa, la casa que construy nuestropadre.

    Ser mejor que guardes silencio, no voy a ignorar el prxi-mo insulto que me digas respondi Berger despus de clavarcon fuerza su machete en la tierra y levantarse.

    Francis no soport ms su propio silencio al ser el eje de unadiscusin entre sus propios hermanos, quienes jams peleaban.Vio los ojos de Paulo brillar con el fuego, tristes, perdidos y sinrumbo. Hizo retumbar su voz con un prolongado Thomas.

    Fue mi culpa, es que no te acuerdas?, l me atac con sumachete porque yo le di una bofetada y revent sus labios.

    l te escupi!Yo lo insult, le dije ladrn de porquera.Una msera caja de cartuchos por cuatro bolsas enteras de

    maz? Nuestro sudor, nuestros esfuerzos. Cmo no ibas a lla-marlo as?

    Berger y yo sabemos cmo son ellos, Thomas, yo deberahaberme controlado. Lo siento mucho, hermano, tendras quehaber ido t a buscar las municiones.

    No te preocupes, contest Berger, ya un poco ms calma-do. Yo soy el responsable ac, quera tener ms municiones ennuestra escopeta slo para defendernos, por si alguien vena arobarnos. Ahora por querer tener cartuchos tenemos una esco-peta vieja con dos disparos y nos acecha algo mucho ms peli-groso que los ladrones. Sali todo para los mil diablos.

    Los cuatro hermanos guardaron nuevamente silencio mien-tras las ltimas palabras de Berger, tan reales como duras, ha-can eco en la noche nublada. Intentaron descansar un poco. To-dos salvo Berger lograron dormirse en la oscuridad mientras o-an cmo la brisa haca sonar las hojas del inmenso rbol bajo elque estaban. En la cabeza del hermano mayor, la preocupacin

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  • por un futuro incierto lograba mantenerlo despierto y superabael cansancio que senta. No poda demostrar debilidad ante sushermanos menores, quin iba si no a guiarlos hacia nuevos ho-rizontes? Ahora que esos tres pares de ojos claros estaban ce-rrados, era el momento en el cual poda relajarse y dejar que surostro manifestara el miedo que realmente senta. Temblaba.Apret su escopeta con fuerza recordando aquellas hermosastardes en las cuales su padre les haba enseado, a l y a Fran-cis, a disparar. El brazo firme y decidido, los ojos relajados y lamente visualizando el impacto. Arrodillado con el brazo de supadre sobre el hombro. Los recuerdos de la infancia alejaron suatencin del problema; el rostro de su madre se dibujaba errti-camente en ese lugar extrao donde los recuerdos copulan conlos sueos mostrndonos un mundo que no entendemos. Cuandofinalmente el rostro apareci, claro y hermoso, el calor de su luzse hizo sentir en el rostro de Berger, y los rayos de un sol ms al-to de lo conveniente se filtraron intrpidos entre las nubes paradespertarlo.

    Arriba! Berger comenz a levantar con urgencia a cadauno de sus hermanos. Hay que irse, nos quedamos dormidos,tenemos que apurarnos, vamos, junten todo ya.

    No se molestaron en desayunar porque haban devorado to-do lo que tenan durante esa noche y haban repuesto las ener-gas del da anterior. Siguieron su marcha en silencio y a buenritmo. Continuaron su marcado descenso por la ladera y al lle-gar a un pequeo valle divisaron, a lo lejos, un rbol hermoso yoscuro que reinaba sobre los dems, all en el horizonte dondeuna extensa llanura suba buscando el cielo. Todos miraron aBerger algo desorientados porque ste haba dicho que el ro seencontraba en tierras bajas; la prominente subida los confundi,pero no a Berger.

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  • Tenemos que seguir hacia el oeste, tranquilos, debemos es-tar cerca. Desde ese rbol vamos a ver el camino dijo con segu-ridad.

    La confianza volvi a sus corazones y casi trotando subieronla ladera con la mirada fija en el rbol. Ya estaban acariciandosu escape y todos sin excepcin pensaban en cmo iban a arre-glrselas para construir una vida nueva, lejos de las tierras queconocan. Lejos del viejo maldito, que tan injusto haba sido.Francis sonri por dentro al imaginarse la cara de quien fueraque hubiera salido a perseguirlos. Qu inteligencia la de Ber-ger!, pens. Qu coraje para sacarlos a todos de su choza y sindudar abrirse paso en la sierra para huir de los asesinos. Qunobleza para olvidar inmediatamente su error y sacar adelantea lo que quedaba de su familia.

    Es una palta! exclam Thomas, eufrico. Tiene frutas,puedo verlas, puedo verlas!

    Perfecto contest Berger, siempre tranquilo. Voy a subirpara ver si el ro anda cerca.

    No, hermano! interrumpi Francis. T dormiste menos yests cansado, deja que yo lo haga. Despus de todo, esto es miculpa, no? Francis sonri al recibir el consentimiento de suhermano mayor y una palmada amistosa en el hombro.

    Tengo que subir yo dijo Paulo, quien esperaba un reprocheinmediato que no lleg. Soy el ms liviano, puedo llegar msarriba.

    Con la ayuda de sus hermanos logr sostenerse de la prime-ra rama, que estaba muy alta. Las dems la sucedan muy cerca,como si fueran escalones hacia una copa llena de alimento de f-cil acceso. Paulo estir la mano y apret la fruta, con una blan-dura firme digna de frutos maduros. El hambre de las horas quellevaban de ayuno durante esa maana lo oblig a morder con

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  • vehemencia y, sin siquiera reparar en el amargor y dureza de lacscara, comenz a masticar y tragar alborotadamente. Arrojunas cuantas paltas a Francis y a Thomas, que las atrapabanrindose como si se tratara de un juego.

    Mira para adelante, Paulo exclam Berger. Dime qu ves.Qu se ve despus de esta bajada?

    Paulo trep un poco ms y se abri paso entre las hojas, lle-gando as al punto ms elevado que el rbol le permita alcanzar.La bajada despus del rbol pareca interminable, pero msall, en el fondo, poda verse un quiebre, como si el pasto termi-nara de un machetazo. No poda distinguir qu haba ms abajo,pero pareca una lnea brillosa. Un poco ms lejos comenzaba suascenso el verde pasto que, intrpido, se perda entre una exu-berante vegetacin que trataba de descender.

    Es el ro! El ro! No lo puedo ver pero estoy seguro, puedover cmo el sol se refleja en l. Estamos cerca, slo unos diez mi-nutos, creo yo.

    Comenz su descenso por las ramas del rbol, no sin antesarrojar algunas frutas ms. A mitad de camino su cabeza sintiel suave golpe de la palta ms hermosa que haba visto. La ob-serv detenidamente, disfrutando ya de su todava inexploradosabor. Cuando la arranc de su rama, el espacio vaco dej unhueco entre el follaje por el cual Paulo pudo ver el largo caminoque haban hecho, el horizonte que haban dejado atrs, la enor-me ladera que haban descendido. Muy pequeos y acercndosea gran velocidad, dos jinetes apocalpticos. Paulo estaba seguro,los haban encontrado, haban seguido sus rastros veloces sobrelos cuadrpedos endiablados. Se qued paralizado unos instan-tes sin saber cmo reaccionar. Cuando volvi en s, la sorpresade la velocidad con la que se acercaban lo paraliz nuevamente.

    Paulo, baja de una vez, por un demonio! grit Thomas.

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  • El muchacho baj a los saltos y se lastim un brazo por sufalta de cuidado.

    Son ellos! Son dos! Nos encontraron, nos van a alcanzar,estn demasiado cerca y vienen a caballo!

    Los tres se miraron y miraron al ms joven, que estaba asus-tado; la expresin que tena cuando Berger quemaba el ranchose haba instalado en su rostro de manera macabra. Algunas l-grimas comenzaron a mojar sus mejillas lampias. Berger mirhacia el horizonte y pudo verlos, cada vez ms cerca.

    Seguro son los sobrinos mayores del viejo, los ms bravos.Nos van a matar dijo Thomas.

    Nadie te va a matar! Corran! Vamos al ro, no van a cruzarrpido con los caballos. En el monte podemos perdernos. No sedetengan, salten al ro y crucen nadando, yo voy a estar detrsde ustedes.

    Los cuatro se dejaron llevar desesperadamente por la baja-da, sin ms que sus facas envainadas en la faja del pantaln.Berger esper unos segundos para evaluar la situacin. Estabanperdidos. Los caballos iban a alcanzarlos sin remedio. No habaotra cosa que hacer ms que intentar seguir a sus hermanos.Corri incansablemente; no pensaba en sus msculos, que ya loestaban quemando. Tampoco en las exageradas inhalacionesque efectuaba tratando de retener el aliento para seguir co-rriendo. El barranco todava se encontraba lejos, al igual quesus hermanos. Intentaba empujarlos con la vista para que llega-ran rpidamente al ro inalcanzable. El hasta ahora lejano galo-pe ya poda sentirse y casi orse. Volte la cabeza sin dejar deavanzar y pudo distinguir a los jinetes que venan con los riflesen alto, como si fueran espadas. Eran los sobrinos mayores delviejo maldito, tal como Thomas lo haba predicho; los descorazo-nados, los francotiradores que no fallaban. Sigui corriendo en

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  • esa dimensin extraa, con sus seres ms queridos adelante ylos que lo odiaban por detrs. Thomas iba primero, fren un ins-tante y de un salto desapareci de su vista. Tambin lo hizoFrancis unos segundos despus. A Paulo todava le faltaba unpoco para llegar, lo observaba correr desgarbado, con la torpezade un adolescente en plena etapa de guerra con su cuerpo. Lle-g al borde y salt, hundiendo su cuerpo en la frescura del Uru-guay. Berger se tranquiliz cuando su pequeo hermano des-apareci de su vista, pero slo por un instante. Record el si-niestro don que tena para dar en el blanco uno de los jinetes yse detuvo. Thomas movi sus piernas y brazos en el agua tan r-pido como los haba estado moviendo antes del salto. No habavisto siquiera qu tan ancho era el ro cuando salt y mucho me-nos haba pensado si tena la profundidad adecuada para sobre-vivir a la cada. Ya no importaba, la orilla estaba al alcance de sumano. Subi a la costa resbalando en el barro y desesperadobusc a sus hermanos. Francis estaba cerca, muy cerca de laorilla, pero unos cuantos metros ms ro abajo. La corriente loshaba alejado varios metros del pen del cual haban saltado.Al entender lo que haba ocurrido, Thomas comenz a buscar asu hermano ms pequeo y lo vio todava lejos, pero avanzandocon firmeza. Fue corriendo por la costa para ayudar a Francis,ya que su brazo herido le haca intolerable la tarea de nadar. Es-cupiendo agua, Francis pregunt por el pequeo.

    Ah viene dijo Francis, sonriendo. Pero sus labios se con-trajeron de golpe al or el inconfundible sonido del disparo de laescopeta.

    A ese disparo le sucedi casi inmediatamente un segundo,idntico, que obtuvo como respuesta el elegante y agudo silbidode un arma ms moderna. No se oy nada ms. Los hermanos nodijeron nada, tan slo observaron a su pequeo hermano que se

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  • acercaba pero cada vez con mayor dificultad y lentitud. Vamos, Paulo, vamos que falta poco! Fuerza que ya llegas!

    Ya llegas! Los hermanos se alternaban para animarlo. Final-mente fueron a buscarlo unos metros adentro, donde todava po-dan hacer pie, y decidieron arrastrarlo hasta la orilla. Paulo es-taba exhausto, no poda hablar. Cuando lo sentaron, el pequeoseal el pen desde el cual haban saltado sin poder articularninguna palabra. Vieron la inconfundible figura de Berger, a lolejos. No lo distinguan con nitidez pero podan verlo de pie, ob-servndolos a lo lejos y desde arriba, como si fuera un prncipe.Thomas, el primero en cruzar el ro, subi a la parte ms alta dela costa. Tena ya suficiente aliento como para lanzar un gritoque rasp dolorosamente su garganta.

    Salta! Es seguro, salta!La figura permaneci ah inmvil unos segundos ms. A los

    desesperados alaridos de Thomas se sumaron los de Francis,que no poda entender la falta de coraje de Berger para saltar ysu tranquilidad para estar all detenido, observndolos desde loalto. Y aunque estaba lejos, crey adivinar que sonrea. Final-mente salt, pero lo hizo sin ningn tipo de decisin y con totaldesgano, casi dejndose caer esos pocos metros que lo separa-ban de las verdes aguas del ro. Esperaron, pero jams volvierona ver su rostro. En su lugar, una espalda emergi tmidamentede las aguas. El ro la arrastraba con gran velocidad y en su ca-mino dejaba una estela roja que anunciaba a los hermanos queBerger Grapell no iba a poder acompaarlos en el cruce.

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  • ltimo cajn

  • Una fuerza extraa, no necesariamente maligna pero s tene-brosa y oscura me impulsa a escribir estas lneas sin detenermeun solo segundo. Perdn, no quiero comenzar este relato con men-tiras. Me jur a m mismo por primera vez en mucho tiempo noexagerar y escribir la pura verdad. Si me detengo, lo hago pararespirar profundamente evocando un falso estado de relajacin,as evito que mis temblorosas manos dificulten la tarea de presio-nar la letra adecuada. Jams pens que la tranquilidad que nosda recostarnos con el cuerpo muerto de cansancio para desfalle-cer por unas horas en nuestras blandas camas podra ser arreba-tada cruelmente por un acto de estpida curiosidad. S, hay cu-riosidades estpidas, porque hay cosas que sera mejor no saber-las nunca. Nunca haba pensado en esto. Hasta crea que la curio-sidad era una forma de inteligencia. Qu ingenuo. Apremiado porla necesidad de estirar las piernas detuve el auto al costado delcamino despus de pasar un puente sobre un ro cuyo nombre andesconozco. Llevaba con tranquilidad sus transparentes aguas amorir en la inmensidad del Alto Paran. Por vergenza de que al-gn otro conductor me viera, entr a orinar en el monte para queel follaje ocultara esta necesidad tan natural. Los cantos de lospjaros me hipnotizaban. Era extrao, los senta como si nuncaantes los hubiera odo. Oculta entre lapachos y nsperos vi ms de

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  • cerca una casa de madera que siempre me haba llamado la aten-cin. La haba visto antes desde la velocidad de la carretera, mu-cho ms pequea, sin reparar en ningn detalle ms all de sustablas despintadas y cubiertas con algo que pareca ser de un co-lor naranja, hongos quizs. Sin embargo, siempre me fascin el lu-gar en el que se encontraba, escondida, casi sobre el ro pero sinmostrarse demasiado. Su ventana cuadrada pareca un ojo queespiaba desde la oscuridad del monte. Ahora la tena ms cerca,ms a mano y sobre todo sin ser preso de la velocidad de mi pro-pio automvil. Como algunas lneas ms arriba me refer a la cu-riosidad, de ms est decir que entr a ver qu haba all. Bueno,no haba nada ms que muebles viejos y un aire saturado de hu-medad y abandono. Anduve sin embargo con total naturalidad sinque nada ni nadie interrumpiera ese momento de satisfaccin ygrandeza al sentirme un explorador de tierras antiguas. Haba unescritorio viejo, ya estaba inclinado hacia adelante y el ltimo desus cajones medio abierto se extenda como si fuera una lenguaque intentaba decirme algo. Sin dudar met la mano hasta el fon-do para encontrar solamente un cuaderno de tapas negras blan-duzcas y hojas amarillas. Estaban todas escritas. Manej incan-sablemente hasta mi casa imaginando qu clase de mundos en-contrara en esta literatura improvisada directamente de la manode un desconocido autor. No tengo palabras para describir lo queencontr en las pginas de ese cuaderno. Esas sobre las cuales ellpiz pareca haber hecho presin hasta casi cortar el papel a me-dida que eran escritas. Siendo fiel a mi juramento me parece me-jor transcribirlas textualmente para que juzguen ustedes mismosy traten de entender mis oraciones alocadas y desprolijas.

    Al escribir estas lneas trato de hacer un anlisis paraver alguna forma de descifrar esos sueos de los cuales no

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  • logro recordar nada y que, sin embargo, me dejan con la es-palda fra a pesar del calor que agobia en estas tierras tanlejanas a mi cuna. No logro recordar nada ms que oscuri-dad casi absoluta, como si la capacidad de soar me hubie-se sido arrebatada. Hace das que no sueo con mis pagos,con mi gente y con los resultados que espero de este exilio deautodescubrimiento en la pureza de la selva. Me despierto derepente, el fro se siente solamente en la columna. Como unhilo de agua helada que circula infinitamente por cada vr-tebra. El despertar es nico e inevitable, el reloj marca lasdos de la maana. Siempre. No hay forma de que pueda vol-ver a dormir con esa estaca fra en la espalda. Slo el calordel sol logra derretirla para poder recuperar un poco de sue-o durante la siesta. No puedo recordar qu clase de sueomacabro me deja esa sensacin. Slo veo oscuridad brillan-te, como cuando uno cierra los ojos al sol. Es diferente de nosoar o no recordar lo que sueo. Es soar en negro. Pasanlos das y ya no quiero saber de qu se trata. Ya no exijo quemi capacidad de soar me sea devuelta, slo quiero dormircomo Dios manda. Descansar para poder retratar esta her-mosa tierra. Pero no, no puedo, lamentablemente lo nicoque logro escribir son estas sensaciones nefastas que me si-guen agobiando durante la noche, cuando todos duermen,cuando nadie se hace preguntas. En realidad yo tampoco mehago preguntas, slo estoy con la mente paralizada y el al-ma en quebranto. No hay nada peor que estar vagando poreste inexplicable limbo de ausencias y ser consciente de ello.Hasta llegu a considerar la posibilidad de regresar, pero nosoy de los que se rinden fcilmente ante un problema porms extrao que sea. Hoy voy a intentar purificar mi cuer-po en el ro cuando vuelva a ocurrir, debe ser solamente una

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  • acumulacin de cansancio manifestada de esta forma cruel.Un bao nocturno me har bien. Los baos nocturnos no medejaron ms que una sensacin de exagerada frescura en elcuerpo. Decid dejar de hacerlo ante la falta de buenos re-sultados y la posibilidad de caer vctima de un resfro. Sigosin poder permanecer dormido ms all de las dos de la ma-drugada. Todo empeora. En la oscuridad de los sueos apa-recen ahora figuras extraas de hombres que desconozco,hombres rsticos mal vestidos y con cuerpos fuertes y mal-tratados. Sobre los brazos surcados por venas gordas corresudor. Solamente me miran a lo lejos sin decir nada, espe-rando que me acerque. Yo me quedo all paralizado sin tenerel coraje de dar siquiera un solo paso. Mientras los miro enla oscuridad que los rodea, comienza a dibujarse ese montedesconocido que descansa cerca de mi morada. Permanezcoas un tiempo indefinido hasta que siento el ardor en losojos de sus miradas y me despierto para no volver a dor-mirme y seguir en este estado repugnante en el que apenaspuedo escribir esto mientras los prpados me tiemblanerrticamente. Ayer pude acercarme ms a ellos, quera mi-rarlos con valenta pero sus expresiones me decan que misojos revelaban a gritos el miedo que senta. La situacin yaestaba muy lejos de mi comprensin, slo quera recuperarel sueo. Dormir. La demanda me pareci ms que justa asque decid hablar con autoridad pero nada sali de mi bocams que un aliento dbil de garganta atorada. Quizs algu-nos gemidos prcticamente inaudibles mientras mis ojos seabran inmensamente. No intentes hablar, dijo uno de lostres hombres expresndose con poca elegancia. Nadie pue-de hablar cuando se encuentra con nosotros. Antes nadie po-da escuchar nuestros gritos desesperados por ayuda, ahora

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  • los que nos encuentran no pueden hacer ms que escuchar-nos. Cuando despert quise gritar pero no pude. Estabaahogado, con la trquea comprimida sin poder hacer nadams que respirar agitadamente. Las sensaciones del sueose apoderaban ahora del mundo en el cual yo poda reinar.El mundo al cual estos personajes supuestamente no perte-necan. No existe trampa alguna que funcione para que noaparezcan. Prob cansarme haciendo tareas pesadas sinsentido, tambin prob ingerir mis reservas de ron y whiskyhasta lograr un estado de inconciencia y total envenena-miento que me tumbaba en cualquier rincn de la casa.Tambin prob mantenerme despierto hasta la hora seala-da pero jams lo logr. No importaba lo que hiciera, all es-taban para despertarme siempre cerca de las dos de la ma-ana. En su mundo las cosas progresaban un poco. No ha-blaron ms, slo me hacan seas para que los acompaaramonte adentro. Ellos macheteaban, yo intentaba decirlesque se detuvieran para que me explicaran pero no haba for-ma. La capacidad de hablar desapareca y despertaba brus-camente con ganas de gritar hasta que mis pulmones reven-taran, pero estaba imposibilitado a hacerlo. No poda emi-tir sonido, solamente poda hacerlo cuando el sol sala paracalmar el fro que recorra mi espalda. Nadie puede ha-blar. La frase resonaba en mi cabeza constantemente jun-to con un llamado que emerga de los gritos de dolor que es-cuchaba de fondo. Quise atrapar algn pjaro para que hi-ciera ruido en la casa durante el da, ya que mi perro huyinexplicablemente. No pude. Ahora el miedo se apodera dem durante todo el da. No importa cuntas veces vaya alpueblo con algn pretexto tonto. Cuando vuelvo, estoy solo.Solo con ellos, o al menos eso siento. Ya lograron apoderarse

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  • de mi mundo o quiz soy yo el que, preso del pnico, no pue-do distinguir entre los dos mundos. Seguinos hasta el final,miedoso, dicen, pero cobardemente despierto antes. Comosi el miedo a que me lastimaran me sacara de ese lugar. Noes mi culpa, no puedo hacrselos saber. Pero sus voces estntan presentes mientras no duermo, que es lgico suponer quepueden hacerme dao an en su mundo. Siempre monteadentro, siempre avanzando por una picada que ellos mis-mos abren entre los isips, helechos y enredaderas que pare-cen abrazarse para evitar intilmente que alguien penetreen el denso verde. Logr seguirlos hasta el final, o hasta don-de ellos queran. Se tendieron en el suelo y mgicamenteaparecieron estaqueados. De sus vientres brotaba sangre,fruto de innumerables latigazos. Sus cuerpos pasaron defuertes a marchitos ante mis ojos. Sus bocas se movan tra-tando de decir algo pero solamente sala un gemido seco co-mo el de una serpiente con pocas fuerzas para enojarse. Nopodan decir nada, no necesitaban hacerlo, pude ver la fuen-te misma de todos los gritos que me atormentaron durantelas ltimas noches dejando que mi cuerpo se consumiera deflacura ante la falta de apetito. Los mir ya con menos mie-do y deduje que senta pena al advertir que las lgrimas ba-aban mi rostro. As despert, con el rostro hmedo, los ojosardientes y la boca entumecida. Esper hasta el mediodapara ir al monte y gritar desesperadamente: Qu quie-ren?, ya s qu les pas, pero nadie respondi. Tena quesacarme la duda, tena que saber si todo esto era fruto deuna demencia quijotesca derivada de la absorcin sin des-canso de historias funestas de los obrajes. Con locura ciegadestroc el monte, tenebrosamente parecido al de los sueos,para abrirme paso. Ah las vi, las doce estacas perfectamen-

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  • te espaciadas en un claro bajo una enorme araucaria. Salcorriendo del lugar. Las ramas que haban sobrevivido a miherramienta se vengaron cortando mi cara. El ron sirvipara desinfectar los cortes pero no para lograr que me cal-mara, a pesar de que beb y beb. Siguen apareciendo a lasdos de la maana, sin remedio. No dicen nada y yo no pue-do hablar. No puedo gritarles ni explicarles a estos tres hom-bres lo frustrado que me siento. No me dejan en paz. Cuandoel sol cae y no hay ms iluminacin que la raqutica lm-para de queroseno, ellos se apoderan de mi mundo, a vecesdeambulando por el monte, a veces con sus voces. Trat devolver, pero cuando me lo propongo me dicen claramenteque piensan seguirme hasta que pueda darles la paz que ja-ms tuvieron

    Los escritos se interrumpen aqu, bruscamente, as comolos leyeron. Francamente no s ni quiero saber qu fue de estehombre que vino a estas tierras en busca de tranquilidad y seencontr con el mismsimo infierno. Solamente puedo decir quees probable que haya muerto a esta altura, de vejez o de cual-quier otra cosa. Lo que s habr de importarles es que la mismanoche en que le el cuaderno, empec a tener dificultades paradormir como nunca las haba tenido. La maldita culebra heladarecorre mi espalda desde que met la mano en ese ltimo cajn.Cuando me despierto, no existe brebaje que me devuelva el sue-o. Antes de que el miedo me lleve inevitablemente a la locura,decido releer el testimonio una y otra vez de manera casi aca-dmica. Es mejor entender el problema antes de que una fuerzadiablica me obligue a adentrarme en ese tenebroso monte in-festado de nimas malditas. Las pocas palabras que dijeron losestaqueados me llevan a buscar explicaciones para su sed de

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  • paz. Sus inexplicables deseos de no abandonar del todo estemundo que dejaron de manera tan cruel. Todava no los veo enmis sueos, pero s que son ellos los que me despiertan. Noquieren justicia, no la consiguieron ni la conseguirn jams. Almenos no para ellos. Quiz slo persiguen al infeliz que conocesu historia para as lograr que otros como yo entiendan las co-sas que existen o existieron. Ahora comprenden por qu escri-bo esto. Es lo nico que puedo hacer para intentar dormir enpaz. Supongo yo que si uno les ve la cara no hay marcha atrs.No quiero verlos sufrir. Tengo que lograr que ustedes tambin lolean, espero que hayan llegado hasta ac. Si lo hicieron, porahora no teman. Ellos todava estn conmigo.

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  • Los sordos

  • Hace unos das ya que no siento su presencia, che, te juro.Tampoco puedo verlo. Es como si se lo hubiera tragado la tierra.Siempre pude olerlo, sentirlo. Estuvo por aqu mucho antes queyo. Viste lo que era su porte, no? Tan imponente. Lo extrao. Ylo peor es que no se qu pas. Porque no muri as de viejo, no-ms, me hubiese dado cuenta.

    Vos slo penss en l. Qu hay de los dems? Todos los queestaban cerca de l y lo rodeaban tampoco se pueden sentir.Somos todos parte de lo mismo, todos juntos hasta donde alcanzanuestro sentir. Cuando falta uno es como si nos faltara algo anosotros mismos. Sabs que es as.

    Bueno, es que los dems estn ms abajo. Son ms nuevos,qu s yo. Yo estaba ac mucho antes que ellos. Nosotros somoslos que nos hacemos notar, los que sobresalimos, por eso aun-que estemos lejos podemos vernos. Ellos se apretujan msabajo, uno al lado del otro. Como si no hubiese suficiente espa-cio para todos.

    No todos pueden estar a nuestra altura, por ms que la pe-leen durante muchos aos ah se quedan. Ese no es el tema im-portante ac. Decime, no te preocupa que de repente hayamosdejado de sentir la presencia de todo el grupo que est all, alotro lado del arroyo? As como as y sin saber por qu.

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  • Yo sent algunos ruidos hace algunos das, justo antes de quel desapareciera. Bueno, l y los dems, para que no te enojes.Unos ruidos raros. Como si fuesen muchos animales, de los gran-des. Todos juntos. Seguro tiene que ver con eso.

    Yo o esos ruidos tambin, y vi cmo desaparecan despus.Pero los animales no pueden matarlos, ni a l ni a ninguno de losms dbiles siquiera. Una piara de tatetos podr lastimarlos siquers, o un jaguar o algn puma podrn dejarles alguna her-mosa cicatriz de un zarpazo, pero no mucho ms que eso. No pue-den matarlos. Es imposible. Otra cosa debe haber pasado.

    No s, no s en qu pensar. l era mi amigo, as como vos.Slo que estaba ms lejos, nos comunicbamos menos, a la dis-tancia. Cuando las condiciones se daban. Quiz fue alguna en-fermedad, de las fuertes, de esas que matan justamente.

    Vos segus pensando solamente en l como si los dems tam-bin estuviesen con vida. Una enfermedad no los va a matar deun da para el otro. Yo estoy preocupado. Quiz nosotros tambincorremos peligro.

    Vos sos un egosta! Un embustero. Me quers hacer sentirmal porque no lamento la prdida de los dems pero en el fondoslo te preocupa tu integridad. Adems, qu podemos hacer sicorremos peligro? Qu? Nada, porque no corremos ningn peli-gro, ac nacemos, ac crecemos, ac nos quedamos y ac mori-mos. Siempre fue as y siempre lo ser.

    Nunca desaparecieron tantos al mismo tiempo. Cmopuede ser que no te des cuenta de que esta vez es diferente?

    No me importa! Mi amigo se fue y los dems tambin, nohay nada que podamos hacer. Dejme tranquilo con mi dolor yvos preocupate todo lo que quieras, pero ten muy en cuentaque es en vano.

    Shh! Silencio! Estoy escuchando los mismos ruidos, pare-

    44 L O S S O R D O S

  • cen venir hacia ac. Pods ver algo, vos que tens ah un huecoentre los ms chicos?

    Son varios, como ocho, se comunican entre ellos. Nunca viesos animales. Se mueven medio parecido a los monos. Vienenpara ac!

    S, los puedo sentir, estn ac cerquita, los escucho, puedoor sus pasos y cmo se comunican.

    Tienen algo en sus manos! Algo brillante.No puedo ver nada, me tapan los dems! Los siento cerca,

    estn muy cerca, hermano. No! No! Paren, por favor!Qu pasa? Dos de ellos estn matando a los ms chicos con esas cosas

    brillantes y otros tres a todo lo que encuentran a su paso! Nopuedo ver a los dems, los perd de vista! Paren, por favor, paren!No me oyen! Estos animales son sordos, no pueden ornos!

    Estn ac! Los siento sobre m! Ahhhhh! Ahhhh!Qu te pasa, hermano?! Me duele! Ahhhh, no puedo ms, me duele! Me caigo, me

    caigoHermano! Hermanoooo!

    S A B A S T I N B O R K O S K I 45

  • Cetrero nocturno

  • Despus de intercambiar algunos saludos con los ltimosobreros que dejaban el campamento, el hombre se qued solo. Y,como en los ltimos das, comenz casi sin darse cuenta a esperaransioso su llegada. Miraba las pequeas piedras que acababan deser niveladas por la mquina. Escuchaba el monte y golpeaba unaroca despacito con su palo de madera. Un palo duro y firme que leserva de arma. No confiaba demasiado en el alcance de su faca.Una pistola hubiese estado bien, pero no se la dieron. A ver si pormiedo o descuido mataba alguno de esos bichos que no se puedentocar. Tena que correr el riesgo l solo. La paga bien vala la pe-na. La naturaleza del trabajo de vigilante le quitaba la posibilidadde interactuar amigablemente con los que construan el camino.l slo iba hasta donde haba avanzado el campamento y ah es-peraba, hasta que los obreros aparecieran nuevamente con los ra-yos del amanecer. Para que las noches no fueran tan largas inten-taba cocinar su cena lo ms tarde posible. Ese era su desafo. Pa-ra lograrlo, engaaba el estmago con diferentes bocados cuandoel sol comenzaba a ocultarse para dar vida a la noche.

    Apareciste! Sos bastante inteligente, parece, mir quetens que encontrarme ac en el medio del monte. Debe ser porel bochinche que hacen las mquinas. Hoy tengo rapadura.Vamos a ver si te gusta Pero vos no le hacs asco a nada, che!

    S E B A S T I N B O R K O S K I 49

  • Algn nombre tengo que ponerte si vas a andar por ac todas lastardes. Es como la quinta vez que vens ya. Raro, porque ustedessiempre suelen andar de a muchos. Quedate ah sin hacer ruido,as puedo leer tranquilo. Es lo nico que puedo hacer ac. Me di-jeron que leyera para no quedar loco, cuidando estas cosas en elmedio del monte. Por suerte consegu una luz para la noche. Hacemucho calor para leer cerca del fuego.

    El pjaro lo observaba leer desde lejos. Sin entrometerse de-masiado, esperando poder picotear algo de la cena que vendraen un rato. Slo volva a la oscuridad de la selva cuando tena suestmago lleno. Mientras tanto esperaba. Paciente, inmvil. Aun-que sus ojos amarillos y elctricos parecan denotar un nervio-sismo que el hombre no lograba entender.

    Mir, urraca, ac en este cuento que estoy leyendo hay unperro que se llama Marconi, me gusta el nombre. Te puedo decirMarconi? Como si pudieras elegir vos, no? Quedate ah, Mar-coni, que termino tu cuento y cenamos.

    Todas las noches, despus de cenar, se iba. Todas las tardesvolva en busca de ese pedacito de algo que el hombre le dabacomo entrada antes de compartir con l su cena. Mientras tanto,lo observaba leer. Con la mirada nerviosa. Escuchando sus co-mentarios. Observando la noche. El hombre a veces lo miraba ensilencio mientras calentaba la comida y se preguntaba todas lascosas que el pjaro como tal poda percibir de la noche, todas lascosas que l no senta.

    Est todo bien, Marconi? Siempre parecs nervioso, y soyyo el que tendra que estar nervioso en definitiva. Tengo que cui-

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  • dar ac el campamento solo, puede venir cualquier mal nacido apegarme para robar lo que no es mo o puede aparecer algnbicho malo y son. Porque si lo mato me quedo sin trabajo, seguro.Lugar raro para construir un camino, no? Qu larga es tu crestache, no me haba dado cuenta. Con razn tens esa pinta de loco.

    Marconi siempre mova rpidamente la cabeza de un lado aotro. Mientras, el hombre revolva la comida que traa de su casapara calentar en la olla de los obreros. El pjaro pareca escu-charlo con atencin, o al menos el hombre senta eso. A tal puntoque la lectura de cuentos se vio gradualmente interrumpida pormonlogos cada vez ms extensos.

    Ya no me desagrada tanto este trabajo, Marconi. De a pocome fui acostumbrando, yo jams haba hecho esto de ser sereno.Pasa que mi mujer es enfermera y hace un tiempo la movieron alturno noche porque se agarr una enfermedad en la piel que nola deja salir al sol. El hospital del pueblo fue generoso y la dejen el turno noche para que pudiera seguir trabajando. Y yo quiba a hacer, Marconi? Tena que conseguir algn trabajo de nochetambin, lo que fuera. Estuvimos as con los horarios cruzados unmes y no aguant ms. Para qu se junta uno si va a estar se-parado durante todo el da? Hay que estar junto con la mujer deuno, cierto, Marconi? Y bueno, no haba nada y justo apareciesta constructora, me ofrec para sereno y ac estoy. Solo en elmedio del monte, viendo cmo los muchachos hacen avanzar des-pacito el camino con todo el maquinero ste que hay que cuidar.S, Marconi, al principio tena miedo, pero bueno. Vos me cuidsahora, no? Como esa vez que gritaste cuando una comadreja seacerc sin que me diera cuenta, te acords? De premio te d algode rapadura, ac tengo otro poco para hoy, mir.

    S E B A S T I N B O R K O S K I 51

  • Cuando el hombre sac el dulce de su bolsillo, Marconi co-menz a balancearse de arriba hacia abajo apretando fuerte elpalo donde estaba sostenido, demostrando clara ansiedad. larrojaba el pedacito y Marconi lo atrapaba al vuelo. Coma, es-cuchaba, observaba alerta, acompaaba a veces los silbidos delhombre. A medida que el invierno se acercaba y las noches apa-recan ms temprano, tambin lo haca el pjaro. Siempre lle-gaba antes de que oscureciera. Seguramente as encontraba msfcilmente a su amigo, quien ya haba logrado retrasar su cenapara las once de la noche. No tanto por acortar la noche, comoera su objetivo original, sino ms bien por retrasar la inevitablepartida de Marconi una vez que tuviera el estmago lleno. En esemomento el hombre volva a sentirse solo y con miedo. La oscu-ridad nuevamente se haca larga y difcil de pasar.

    Mi mujer ya va poco a trabajar, Marconi, est ms flaca y sesiente dbil. No se sabe bien qu tiene, pero la est peleando ah,pobre. Encima los remedios que tiene que tomar son bastantecaros, apenas podemos pagarlos. Qu le vamos a hacer, Mar-coni? Hay que pelearla. Ni loco dejo este trabajo porque estoytranquilo y me permite hacer changas durante el da, cuandotengo fuerzas.

    El pjaro se acerc un poco y silb. Saba que la hora decomer se estaba acercando.

    A dnde vas cuando te vas, Marconi? Sos malagradecido,porque hace meses que ni siquiera debs buscar comida por tucuenta, no?

    El pjaro contestaba con un silbido, primero grave, despus

    52 C E T R E R O N O C T U R N O

  • se haca agudo para volver a terminar ms grave an. Era su vozcaracterstica, la que haba imitado de su amigo.

    Claro, vos ests contento ac con el puchero fcil. No teculpo. A quin no le gustara? Vens, ests un rato y te vas conla panza llena. Y si alguna vez pasa algo mientras espers tu co-mida, vols ms alto y listo. Como esa vez que pas el ocelote esepor ac, te acords? Qu julepe te pegaste, Marconi! El bichoagarr coraje; era igual que vos, ms perezoso que tmido. Que-ra puchero fcil tambin. Lo tuyo s que es sencillito, Marconi.Me encantara ser como vos, tranquilo, sin mayor aspiracin quecomer todas las noches y poder volar ante cualquier peligro.

    El pjaro volvi a silbar fuerte y a balancear su cuerpo.Tranquilo, ya comemos, che! Esper un poco. No quiero que

    te vayas todava. Con vos ac al menos tengo a quin hablarle.Escuchs todos mis problemas y a veces hasta responds. Tengosuerte de tenerte ac, porque no es fcil encontrar a uno paraque escuche plidas. Te falta ser ms educado, noms y no le-vantar vuelo cada vez que te inflo el estmago.

    Para quien pasa largas noches en vela en el medio del monte,no existe cosa ms comn que sufrir la picadura de algn insectomolesto. El sereno haba transformado ese regular infortunio enun pasatiempo un tanto masoquista. El mosquito se apoyaba enalgn lugar del cuerpo poco poblado de vello, l esperaba sopor-tando la picazn mientras el mosquito se hinchaba de a poco, lle-nando su estmago de sangre, y comenzaba sus posterioresmovimientos llenos de torpeza. Finalmente su mano reventabasobre el bicho con un sonido sec, y observaba despus con sa-tisfaccin la mancha roja y al mosquito hecho pedazos en su pro-pia sangre. Una manera ms de pasar el tiempo. Sin embargo,un da tuvo una consecuencia un tanto inesperada. La pulsera

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  • de plata que el hombre tena en su mano se desprendi y cayentre los yuyos, cerca del fuego. Con un vuelo rpido y gil, Mar-coni la tom y se pos con ella en lo alto de un incienso.

    Marconi, dame eso. Me la regal mi seora, dame la pul-sera, che.

    El pjaro apoy la pulsera en la rama y la mir hipnotizado,silbando y moviendo la cola mientras silbaba.

    No seas malo, chamigo, Marconi! Marconi! El pjaro continuaba demasiado concentrado en su nuevo ju-

    guete, lo picoteaba y no dejaba de observarlo. De tanto decir sunombre a los gritos, el hombre logr que volviera a mirarlo y des-pus de unos segundos, oy a su compaero pronunciar con cla-ridad Marconi.

    Muy lindo, s, ese es tu nombre, pero dame lo que es mo, tedigo. Mir, Marconi, lo que te gusta, rapadura bien dulce. Mir, esmucho ms de lo que te suelo dar. Todo para vos si me das la pul-sera, s? Slo tens que tirarla noms ac abajo, as la agarro.Dale, Marconi, eso tom. Gracias! Qu susto me hiciste pasar,chamigo, qu le digo a mi esposa si pierdo esto, con lo mal que latiene su enfermedad, encima. No le puedo dar estos disgustos,Marconi. No vuelvas a hacer esto, no te doy ms de comer, enten-diste?

    Marconi dijo el pjaro, y silb. Espero que hayas entendido. Al da siguiente, el pjaro apareci poco despus de que el

    hombre se instalara en su puesto de vigilancia. Se pos en lamisma rama para llamar su atencin: Marconi.

    Qu hacs? Vos sos Marconi, no yo sonri el hombre.

    54 C E T R E R O N O C T U R N O

  • Marconi! repiti el pjaro, y con el pico levant algo brillante.Era un collar tan brillante que asust al hombre. Qu hacescon eso? De dnde sacaste eso, Marconi? Dmelo.

    La escena de la noche anterior se repiti de manera exactahasta que el hombre se dio cuenta de que el pjaro solamente re-clamaba su dulce recompensa. Afortunadamente el hombre haballevado de nuevo algo de lo que tena en su casa y pudo hacer eltrueque.

    Qu hago con esto ahora, Marconi, que no es mo, de algnhotel de los lindos esos lo sacaste, seguro, no? A quin se lodoy ahora? Nunca voy a encontrar al verdadero dueo con la can-tidad de hoteles lindos que hay por Iguaz. Con lo brillante y finoque es cualquiera va a decir que es suyo. Qu hago con esto,Marconi? Qu hago? Me lo quedo yo. Lo vendo, la platita meviene bien para los remedios. Despus de todo por ah lo encon-traste tirado por ah.

    El hombre sigui pensativo toda la noche, pasando el collar demano en mano. Intentando quitarse de encima el sentimiento deculpa por quedarse con la joya y convencindose de que no eraun robo. Con el dcimo cuarto objeto brillante que consigui delpico de Marconi por un pedazo de rapadura, el sentimiento sehizo ms punzante y se sum la preocupacin que lo dejaba pro-fundamente triste. Ahora, su compaero sujetaba con su pata unanillo, esperando ver la rapadura para poder soltarlo.

    Tens que dejar de traer estas cosas, Marconi, no est bienesto. Las ests robando, cierto? El pjaro intercalaba silbidoscon su nombre, reclamando lo que le corresponda

    No entends, chamigo? Los obreros me dijeron hoy que en

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  • los hoteles ofrecieron guita por tu cabeza. Marconi! Marconi!Encima te llevs las joyas diciendo tu nombre, qu tipo, che!Los muchachos me dijeron hoy que todo el obraje est desespe-rado mirando el monte, buscando una urraca de cresta alta quedice Marconi. Vos ya te acercs demasiado a la gente, siempre tedije que eso era peligroso, che. Entrs a los cuartos y todo. Si yos, Marconi, me enter de todo lo que ands haciendo. Yo me hagoel boludo noms cuando me preguntan y no te agarro yo porquetodo esto en definitiva es mi culpa. Par ya de traerme estascosas caras de los ricachones! Te van a lastimar. Vas a parar?Ya ni para los remedios necesito esto, porque mi seora estmejor. Ya me ayudaste, ya est. Gracias, Marconi, por tu ayuda,pero tens que dejar ya de hacerlo. Ests robando, chamigo, y yosoy tu cmplice, encima. No est bien esto. Lo que no entiendo escmo desaparecen tantas joyas. No le habrs enseado esto atus compinches, no? Para m que algunos ladronzuelos se estnaprovechando de tu fama, Marconi. Tens que parar, chamigo.

    El pjaro dej caer el anillo dorado y descendi hasta el ca-rrete de cable que el hombre usaba de mesita. Marconi, gritnuevamente.

    Bueno, tom por hoy. Pero que sea la ltima vez o te van amatar Entendiste? Par, Marconi!

    Marconi no entendi, quiz nunca entendi las palabras delhombre, porque cuando no consegua algo para el trueque semostraba desanimado y triste. Por eso, cada vez que se le pre-sentaba la oportunidad, volva con algn objeto brillante paracambiarlo por el dulce. Pareca no haber salida posible. El hom-bre ya no venda las joyas para no llamar la atencin, las escon-da en una caja en su casa. Cada robo nuevo de Marconi

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  • constitua un ladrillo ms en el costal de culpa del trabajador.

    Un da lleg ms tarde que de costumbre. La oscuridad sehaba hecho duea del lugar.

    Marconi! dijo el pjaro, avisando su llegada, pero sin ba-lancear su cuerpo alegremente como sola hacerlo. Camin contorpeza por la mesita y el hombre al verlo reaccion con furia.

    Qu te hicieron, Marconi? Qu tens en la pata? Te estsangrando. Te golpearon, no? Qu esperabas? De suerte quellegaste hasta ac sin que te agarren, Marconi. Qu vas a hacer?Vas a seguir hasta que te pongan la mano encima y termines enese refugio de aves lisiadas? Todas encerradas en jaulas. Tensidea de lo que es eso, Marconi? Sabs lo feo que es estar ence-rrado teniendo la capacidad de volar por los cielos? Eso si tenssuerte y no te ponen un piedrazo o un balazo. En mi casa nopuedo tenerte, me van a hacer pagar todas las cosas que me tra-jiste a m si te encuentran conmigo.

    Marconi! Marconi! dijo nuevamente el pjaro con suavi-dad, agachando su cabeza. Pareca estar lamentando el hecho deno traer nada en su pico. Se mova muy lentamente. Uno de losdedos de su pata izquierda estaba aplastado y rojo de sangre.

    No vas a entender, no? Maldita sea, pjaro del demonio, cmome metiste en esta situacin de mierda. No me va a quedar otraque hacrtelo entender por ms que no me guste. No me gusta ha-cerle dao a nadie che, no sabs lo mal que me hacs sentir.

    Con un rpido movimiento, el hombre tom todo el cuerpo deMarconi con su mano robusta. Poda sentir la fuerza que el pjarohaca para liberarse. Mova sus patas de manera alocada mien-tras dejaba escapar un lamento ensordecedor. Cualquiera que

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  • hubiese estado lo suficientemente cerca, habra pensado que setrataba de una mujer sufriendo dolores insoportables. Sujet des-pus su cabeza con una cinta al palo de escoba para evitar los pi-cotazos con los que Marconi intentaba defenderse intilmente.El hombre le hablaba con la misma suavidad con la que sola ha-blarle a su hija cuando era pequea.

    No hagas escndalo, chamigo, te dije que si no parabas ibaa hacer algo yo. Esto tiene que terminar, Marconi. Comenz asentir la frescura de una lgrima que dibujaba curvas en su me-jilla mientras, con su brazo libre, afilaba su cuchillo contra unapiedra. Perdoname, amigazo, pero te pasaste de vuelta. Antesde tomar el cuchillo nuevamente, sec sus ojos para poder vercon claridad.

    Con la respiracin entrecortada y el pecho tibio y aturdidopor los latidos desprolijos de su corazn, cort el dedo aplastadode la pata intentando sin xito que los gritos de Marconi no loconmoviesen. Ba el pequeo mun con alcohol y lo sec concuidado. El pjaro, cansado y aturdido, haba dejado de luchar.

    Perdoname, hermano, si esto se te infecta te vas a morir. Sque no entends que te estoy curando porque te duele y me estsatacando. Tom al pjaro con ambas manos y liber su cabeza.Pero no, no quiero que entiendas, quiero que pienses que teestoy haciendo dao. S... es eso, Marconi, te estoy haciendodao. Mirame bien, me ves? Soy yo, y te estoy lastimando. Novuelvas a acercarte a m y a ningn otro hombre. Nunca ms vuel-vas.

    Mientras le hablaba con enojo, sacuda al pjaro y lo mirabadirectamente a los ojos. Por un momento perdi la cordura y dejfluir toda su frustracin por la boca. Por su culpa, la amistad lle-

    58 C E T R E R O N O C T U R N O

  • gaba a su fin.

    No quiero verte ms por ac, te voy a volver a lastimar site veo

    Finalmente lo solt, luego de sacudirlo bastante, y Marconi sepos en la rama ms alta que encontr. Desde all qued obser-vando al hombre con sus ojos amarillos que resaltaban bajo lashermosas cejas de color cielo. Su copete pareca ms grande. Silblarga y pausadamente, casi cantando. El hombre se frustraba cadavez ms. La mirada elctrica de Marconi, que pareca exigir unaexplicacin, le dola y ms an el silbido que se senta como un re-proche por haberlo lastimado. Frustrado, el hombre comenz agritar con los ojos tristes, mientras arrojaba piedras con torpeza.

    Raj de ac, bicho de mierda! Andateeeee! Busc vos tupropia comida como hacas antes, nadie ms te va a dar nadapor ac. Raj! Y no vuelvas!

    Finalmente, Marconi vol muy alto, como nunca, para hun-dirse despus en medio del manto vegetal.

    Perdoname, viejo, gracias por tu compaa, pero no puedodejar que alguien te mate por mi culpa, volv a tu monte.

    El hombre nunca ms volvi a dialogar con l ni con ningnotro animal. Contina su vigilia nocturna en silencio. Si oye algnruido en el monte dispara piedras con su honda sin dejar quenada se le acerque. Tuvo que hacer las paces con su soledad,como debe hacer todo sereno nocturno. Cada tanto escucha co-mentarios sobre alguna hermosa joya robada de algn hotel, peroya poco le importa. Marconi contina desaparecido.

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  • 60 C E T R E R O N O C T U R N O

  • Rescate

    A Victoria

  • Es imposible encontrar alguna palabra que describa conexactitud mis sentimientos al recordar el tiempo vivido en aquellugar tan alejado. Ese tiempo en el que haba decidido, una vezms, apartarme de todo para alcanzar una perfeccin imposibleen mi expresin artstica. Tiempo en el que cre estar conociendoa Morelia, cuando en realidad me estaba conociendo a m mismo.

    Solamente un muro medianero de poco ms de un metro dealtura marcaba la divisin entre sus hermosos huertos y mi en-fermo jardn trasero. La primera vez que sal vi sus plantas vi-gorosas y pens en contactarme con el seor que me haba al-quilado la casa en aquel pueblo remoto y pequeo. Sin vecinos;me pareci que haba sido claro. Sin embargo, cuando escuch lasatinada voz que sala de las tiernas lneas de su boca, la ideahuy de mi cabeza. Qu lindo tener un vecino msico, fue loprimero que dijo, mirndome con esos ojos que seguramente ha-ba robado de algn ngel. Debo haber hecho una mueca des-agradable al intentar sonrer; lo que mejor recuerdo de aquelinstante es el haberme dado cuenta de que haca mucho tiempoque no sonrea. Tranquilo, no te voy a molestar y me regaluna sonrisa antes de alejar su esbelta figura para regar las or-qudeas que estaban en el fondo.

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  • Despus de aquella escena me tom unos das y algunosnocturnos de Chopin recuperar la compostura para salir nue-vamente a mi jardn y hablarle con elegancia. De a poco nos fui-mos acercando. Pasamos de unos cordiales saludos a pequeascharlas sobre mis trabajos; sus opiniones eran siempre alenta-doras. No pasaron muchos das ms hasta que tuve el atrevi-miento de ofrecerle algunos mates. Con dulzura, Morelia escu-chaba los motivos de mis frecuentes alejamientos de la socie-dad para nutrir mi produccin musical, para lograr una mayorpureza al librarme de opiniones vacas y cargadas de envidia.Cada uno en su casa. Apoyado en el pequeo muro que nos se-paraba dejaba que mis palabras fluyeran con interesante natu-ralidad hasta que la noche se llevaba los colores de su rostro.An as, poda sentir su perfeccin al otro lado. Cuando roc sumano por primera vez, accidentalmente, sent un deseo profun-do de aferrarme a ella. Fue extrao, el deseo iba ms all de locarnal, de lo simple, de lo evidente que sera para cualquierhombre que la contemplara.

    Era una costumbre adquirida ir al centro del poblado muy devez en cuando para comprar lo necesario y no volver a salir pormuchos das. Siempre que me apartaba lo haca as. El contactocon las personas resultaba una contaminacin perjudicial desimplismos que no tenan cabida en mi arduo trabajo. La ltimavez que me haba alejado de Buenos Aires (antes de sta) logrpermanecer ms de un mes sin intercambiar ms que saludoscon algn vecino curioso. En el pueblo de Morelia, las pocas ve-ces que sala, los nios que estaban en el barrio corran al vermey los mayores se rean por lo bajo mientras me observaban conuna mezcla de curiosidad, burla y asombro. La actitud de este

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  • pueblo en particular hizo que mi voluntad de salir de la casa fue-se inexistente. Lo haca en caso de extrema necesidad y ya nome importaban sus pobladores que, lgicamente, jams enten-deran la necesidad de privacidad que tiene un artista. Estos ais-lamientos no me resultaban para nada difciles, estaba muy c-modo como dueo y seor de mi soledad. Me ayudaban a crear,libre de todo tipo de distracciones. Los amigos, los colegas y lasmujeres. Ellas a veces funcionaban como un pequeo aporte deinspiracin, pero no ms que eso. Todo terminaba saliendo de micorazn y de mis dedos. La capacidad de sentir las cosas de otramanera no me permita distraerme en sentimientos bsicos depareja. Pero la conquista y la admiracin que despertaba mu-chas veces impregnaban mi ser con visiones de la inmensa po-tencialidad que poseemos, o que creemos poseer. Morelia per-maneci ajena a todas mis cavilaciones. Su sencillez y su capa-cidad para escucharme no conocan lmites. Yo necesitaba deeso. No me haca falta hacerla ma, porque ya la senta as. Laprimera vez que se anim a atravesar el muro lo hizo mientrassonaba desde la cocina de mi casa El vals de las flores, y no re-sist las ganas de pedirle que bailara conmigo. No recuerdo si re-almente lo hicimos, creo que solamente nos abrazamos y nosmovimos dejando que nuestras almas fueran las que danzaranal comps de la meloda y los latidos de mi corazn. Una sensa-cin de calidez se apoder de m y jams volv a ser el mismo. Noentenda cmo una persona, una simple mujer, poda dejarme ensemejante estado de paz. Observaba en m cosas que nadie ha-ba observado, virtudes simples y escondidas que yo mismo ha-ba olvidado que posea. Virtudes que antes de conocerla no meimportaban o que ni siquiera las consideraba como tales. Eraduea de la manera ms sencilla de verme hermoso. De ese mo-do me hizo notar que yo tambin era capaz de verla as, senci-

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  • llamente perfecta. Ya no necesitbamos bailar. Solamente iba asu casa y me entregaba a su reconfortante compaa. Sus ojoseran una bella mezcla de colores de otra dimensin. Ellos metransportaban a un mundo mgico en el que no exista ningunarazn para no ser feliz. Un mundo irreal y desconocido en el cualme senta libre de todos y de m mismo. Paradjicamente me vol-v esclavo de la libertad que Morelia me regalaba.

    Fuiste hecha para m?No, fui hecha para el hombre que me ame. Yo te amo.Entonces estoy hecha para vos.A veces pareciera que no fueses real.Esto que sents dijo apoyando su mano en mi pecho, apre-

    tado de amor es real.

    Los despertares en mi ser me llevaron a escuchar a Moreliacomo jams lo haba hecho con ninguna de las personas que ad-miraba.Todo lo que haca era hermoso y melodioso. Como a mme gustaba. Era la personificacin del arte perfecto que desea-ba expresar. Eso haca que la necesitara an ms. Y cre con to-da sinceridad que no sera feliz sin que ella estuviese a mi lado.Y fue as que le propuse que me acompaara. Para poder com-partir con ella el fruto de la inspiracin que me haba dado.

    Quers que forme parte de tu vida?Claro que s, Morelia, no podra ser feliz si no ests conmi-

    go, vos me entends, vos admirs todas las cosas que hago. Ne-cesito de tu paz.

    Yo te admiro ms all de lo que hagas. Si sos feliz conmigo,por qu no te queds? Es porque no quers construir una vida

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  • conmigo. Quers que yo forme parte de la tuya. Por eso ests ca-llado. S que no te vas a quedar, tu destino es irte y mostrar tutrabajo. Cres demasiado en vos mismo como para no hacerlo.Tens miedo de no hacerlo. Mi lugar est en tu corazn, pero noen tu vida y en las cosas que hacs. Cuando logres verlo podsvolver a buscarme.

    Volv a Buenos Aires cansado. Como si los meses transcu-rridos hubiesen sido aos. El trabajo haba dado frutos inima-ginables; los elogios no cesaron durante varios meses. Fue ex-trao para m al recordar cmo lo haba logrado. Me haba ais-lado para intentar hacerlo y jams lo hubiese conseguido sin laaparicin de Morelia, que tanto bien me haba hecho. No re-cuerdo cuntas cartas le escrib contndole los resultados deltrabajo en el que ella fue mi compaera. Jams obtuve respues-ta. La extraaba mucho, cada da ms. Me result un infiernotolerar su ausencia, pensar que otra persona haba alquilado lacasa y la contemplaba del otro lado del muro esperando la opor-tunidad para dejar que sus ojos angelicales la hechizaran. Losdas pasaban lentamente. Cuanto ms senta su ausencia, me-nos me importaban los elogios, mi trabajo y mi propia vida. Fueen ese momento que el miedo se apoder de m. Mi vida no im-portaba. Entonces logr verlo. Logr sentir que estaba dentrode mi corazn, aferrada con sus prolijas uas, lastimndome.Logr verlo y fui a buscarla.

    Por fortuna no haba nadie en la casa que yo haba alquilado.Estaba vaca. Pero tambin lo estaba la de Morelia. Golpe lapuerta principal pero no obtuve respuesta. Al volverme, vi que elbuzn estaba atiborrado con mis cartas. Ya haba sido dolorosono obtener respuesta, pero el constatar que ni siquiera las haba

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  • ledo fue insoportable. Pensar que algo le haba ocurrido me des-garraba an ms que una supuesta indiferencia ante las noti-cias que le haba enviado con tanto amor. Tom todas las cartasy las apret con fuerza. Pregunt a la primera persona que vi enla calle si saba algo de ella, pero me observ con desprecio y medijo: Otra vez usted por ac? Vyase por donde vino y no mo-leste ms en este pueblo.

    Busqu al hombre que me haba alquilado la casa, un viejoconocedor del pueblo con el que jams haba hablado despusde haber firmado el contrato. Qu vecina? Yo le alquil unacasa sin vecinos de junto, como usted me haba pedido. Lo to-m de un brazo con fuerza. Volv a insistir con mi pregunta, exi-giendo una respuesta coherente. Ac el incoherente es usted,don. Jams conoc a la mujer que describe, nadie la conoce. Esacasa est abandonada desde hace aos. Tanta soledad lo dejloco. Mire, bastante lo perdon cuando la gente del pueblo venaa decirme que en mi casa viva un demente que hablaba solo. Nole deca nada porque usted ya haba pagado y porque no moles-taba a nadie, pero si no se calma voy a llamar a las autoridadeso al manicomio.

    Decid irme, pero no sin antes corroborar con mis propiosojos lo que este hombre me deca. Abr la puerta de su casa deuna patada. El olor a abandono y humedad me estremecieron, alconvencerme de que no se deba a una ausencia de meses sinode aos. Atraves el living y la cocina, llenndome de telaraas,para intentar, en vano, ver el huerto y las orqudeas que ya noestaban. A juzgar por la cantidad y la altura de los yuyos y algu-nas plantas, resultaba evidente que el huerto y las orqudeas ja-ms haban estado. No puedo explicar la pesadilla que result de

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  • un momento a otro no saber qu haba sido real y qu no. Param ella lo era, no estaba loco. Estaba seguro de haberla tocado,de haberla sentido con todo m ser. No poda entregarme a laidea de que Morelia no exista, de que mi necesidad de buscar laperfeccin artstica me haba llevado a crear un ser imaginariodel cual enamorarme.

    Me sent derrotado, mientras intentaba visualizarla, y llo-rando me di cuenta de que todava tena las cartas en la mano.Observaba la fecha de cada carta y recordaba perfectamente sucontenido, mi amor, sin necesidad de abrir el sobre. Entre elloshaba uno que sorprendentemente llevaba mi nombre. Dentro del, en un papel amarillo, viejo, estaba escrito: Si tens esto entus manos es porque finalmente pudiste verlo. Ahora estslisto para amar de verdad. Morelia

    An hoy sigo sin estar seguro de lo que fue o lo que no fueMorelia. Lo que verdaderamente importa es lo que soy despusde haberla conocido.

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  • Los fabricantes

  • Verlo llegar as, sin nada ms que su machete brillante atadoa la cintura, llen mi pecho de nuevas sensaciones. En su manoderecha traa una bolsa de las de harina con algunas cosas, ro-pa seguramente. Haba visto pasar a muchos peones por las pro-piedades de mi padre, pero ninguno como l. Cansado en susojos, pareca que nada ni nadie le importaba. Sus alpargatas ro-tosas y las manos callosas me causaron algo de injusta repul-sin, probablemente porque mi mam insista mucho en el aseopersonal, cosa que es muy difcil de mantener cuando se es pe-queo y curioso en un mundo en el cual la naturaleza parecieracomerte vivo. La cosecha haba terminado. Abundante, haba de-jado los bolsillos de los tareferos inflados de jornales bien mere-cidos. As tambin los haba llevado a otra parte, a descansar, ahacer uso y abuso del dinero conseguido. Ninguno quiso quedar-se con mi padre y l necesitaba de alguien para que durmiera enel galpn y cuidara nuestras pocas pertenencias. Lo observabacon estupor, parado un poco detrs de las anchas espaldas depap. Me gustaba escuchar cmo dialogaba con los peones quellegaban en busca de trabajo. Pensaba que en algn futuro, to-dava lejano, esas pasaran a ser mis obligaciones.

    Lo que haya para hacer, hago.Su voz sali seca y gastada, lo cual me resultaba extrao en

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  • un hombre que pareca ser de muy pocas palabras. Haba escu-chado pacientemente el monlogo de su nuevo patrn en el quele daba precisas instrucciones y resaltaba la diversidad de lastareas a realizar en la chacra. No poda determinar su edad, peroseguro era un poco menor que pap; al menos la ausencia de unafrondosa barba me daba esa impresin. Se limit a agachar sucabeza y tocar el ala de su sombrero de paja en seal de respeto.Se fue caminando despacio, como haba llegado, hacia el galpndel fondo. Lo seguimos. Acomod sus cosas en una mesita de ma-dera sobre la cama, que tena las patas hundidas en el suelo co-lorado. Yo me acordaba la razn. El ltimo pen que habadormido all haba sido el jefe de la cuadrilla de tareferos. Eraenorme de tamao, inclusive gordo, dira yo. ste de ahora, sinembargo, era flaco y de baja estatura. A juzgar por su facha, eraincapaz de hacer otra cosa que no fuera agachar la cabeza, obe-decer y trabajar. En el piso duro clav con fuerza su machete ysobre un montn de cenizas puso unos tacos de madera para re-avivar el extinguido fuego. Volv a casa con pap y despus decenar me ofrec con inslita voluntad a llevarle algo de comida alnuevo ayudante. El camino hasta all me resultaba largo, sobretodo de noche, cuando no tena ms luz que la de mi linterna.Cuando la tomaba, me daba la sensacin de estar llevando unapesada antorcha de esas que vea en algunas ilustraciones de laslminas de la escuela. Sin embargo, su tmido foquito apenas al-canzaba a alumbrar el camino para que yo no tropezara conalgn tronco, algn sapo y sobre todo, para cuidarme de las ya-rars. De hecho, mi luz artificial no era competencia para el in-tenso fuego que el pen haba logrado encender. A considerabledistancia poda sentir el fuerte aroma a madera quemada y casiencandilarme con su fulgor. Espi un poco por las grandes puer-tas mal cerradas y ah lo vi, sentado sobre un grueso tronco, con

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  • los ojos lnguidos hipnotizados por los crujidos y chispas que sa-lan de la sufrida madera que se extingua. Me acerqu con la ti-midez que me caracterizaba y aunque no hizo ningn gesto, supeque haba notado mi presencia.

    Vine a traerle algo de comer, don dije claramente, aunquemi voz sali ms suave de lo que me hubiese gustado. Quera quesonara fuerte y con presencia, como la de pap, pero no me sali.El pen se levant y con sus arrugadas manos tom el plato re-bosante de guiso. Se sent nuevamente en el tronco.

    Gracias, patroncito fue todo lo que dijo. Me qued obser-vando un instante cmo coma de esa forma tan simple. Su flacurame haca pensar en ese tipo de hambre que describa pap y queyo desconoca. No obstante coma lentamente. Mientras sabore-aba cada cucharada, mantena sus tristes ojos fijos en algn lugar.Vaya a saber uno en qu pensaba. Me hubiese gustado que me di-jera algo ms de s mismo. Su apariencia y su silencio no hacanms que despertar mi curiosidad hasta lmites insospechados.

    Cul es su nombre, don? Esta vez mi voz haba sonado conms firmeza. Casi se me escap una sonrisa de satisfaccin y or-gullo, pero logr ocultarla a tiempo para no parecer un idiota.

    Fabiano Reyes. Seco, otra vez, y volvi a su plato. En esemomento me di cuenta de que hubiese sido mejor esperar a queterminara de comer. Pero mam iba a preocuparse. Adems, mehaba aclarado que no era necesario llevarle de nuevo ese plato deloza gastado por los aos. Creo que era ms viejo que yo. Deciddejarlo cenar solo, no quera seguir indagando con preguntas ton-tas cuyas respuestas seguramente iba a conocer con el correr deltiempo y en la medida que siguiera trabajando con nosotros.

    Que descanse, patroncito. Como no esperaba el saludo, su voz me hizo un poco de cos-

    quillas.

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  • Hasta maana, Reyes. Llamarlo por su apellido, como haca pap con todos los pe-

    ones, me daba una absurda sensacin de poder y madurez, vir-tudes de las cuales estaba lejos de ser dueo. Cuando me acosten la cama, la imagen de su cara huesuda invadi mis sentidos.Algo en su profundo y enigmtico silencio me recordaba a esosperros de las chacras vecinas que se acercaban sin ladrar bus-cando con su boca espumosa los tobillos de los intrusos. Eran losperros ms peligrosos. No me acuerdo cunto tiempo pas sinque yo supiese mucho ms del tal Reyes. Pero all segua, evi-dentemente era tan eficiente como callado. Cuando el sol del s-bado dejaba de calentar con fuerza, comenzaba su da dedescanso. Por eso, por las noches, no dudaba un minuto en salira pegar una vuelta por las bailantas de la zona para entregarsea los placeres de la caa. Durante el domingo jams sala del gal-pn. A m no me dejaban ir ese da, lo cual me molestaba muchoporque era mi nico da libre (el sbado, adems de dormir unpoco ms, tena que dedicarme a hacer las tareas de la escuela).Nosotros el domingo lo utilizbamos para visitar a la hermanade mam, cosa que me desagradaba profundamente: no slohaba que madrugar y caminar leguas de monte, sino que tam-bin tena que soportar primas malcriadas. Volviendo a Reyes,pap me deca que probablemente estaba acompaado y quehaba que respetar su privacidad. Claro, ese era su da, el do-mingo. A nadie de mi casa le importaba lo que hiciera siempre ycuando estuviese firme el lunes siguiente con la azada en manoal despuntar el alba. A casi nadie, porque a m s me importaba;sin embargo eso no tena ni siquiera un poco de relevancia. Elbuen Reyes (as le deca mi padre) sigui trabajando en casahasta que llegaron mis merecidas vacaciones. Por fin podra ayu-dar al pen con ganas propias de temprana pubertad. Iban a

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  • estar orgullosos de m. Adems me haba cansado ya de sacarlesel yuyo a las papas y cosechar verduras. Haca tiempo que que-ra hacer las cosas que hacan los hombres. Con el permiso depap, iba a convertirme en el ayudante principal de Reyes hastaque comenzaran las clases. No tuve que insistirle mucho, eramejor andar por la chacra trabajando que estar de vago por elpueblo. Cada tanto le acercaba la cena, pero tena que ir tem-prano, porque si no lo haca ya estaba preparando algo en la ollade hierro negra. Pude observar que a fuerza de golpes y maahaba improvisado unos parantes de hierro con un alambre sobreel cual suspenda la olla para dejar que el fuego la abrasara. Esetrpode mal hecho pasaba a ser un miembro ms, junto con lacama, una mesita enferma y el tronco seco, de la miserable fa-milia de muebles que tena. A veces me daban ganas de que dur-miera en algn rincn de la casa, pero estoy seguro de que esaidea no cruz por su cabeza. Lo s porque jams haba entradosiquiera. Cuando necesitaba algo, estrellaba sus palmas para quealguien saliera. l nunca entraba, ni siquiera cuando los fuertesvientos de alguna tormenta fantstica parecan destrozar nues-tro galpn, que era su casa. La idea no estaba en su cabeza. Des-pus de todo, segn sus propias y pocas palabras, estaba mejorah que en el trabajo anterior.

    Tiene que dejar de robar huevos del gallinero de su padre,patroncito.

    Es que el reviro que desayuna me da lstima, sin huevo noes rico.

    No quiero tener problemas con su padre o que usted lostenga.

    Reyes me haba contado que jams robaba, porque eso no eradigno de una persona de honor. Un hombre debe ganarse por smismo todo lo que precise. Pero le hice entender que jams iban

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  • a retarme por robar un huevo para compartir un desayuno. Megustaba desayunar con l porque no tena que lavar tazas nihacer nada. Slo comer y tomar algo caliente a la espera del solpara comenzar a darle hacha a los troncos. Estbamos armandoun alambrado para evitar que los terneros del vecino pisotearannuestras plantaciones de t.Trabajaba incansablemente siem-pre, sin quejarse, siempre obedeciendo. Por las tardes mateaba,solitario, en ese galpn mugroso y su presencia pasaba inadver-tida para todos. Bueno, casi todos, yo saba que estaba ah. Conla mirada clavada en algn lugar perdido. Quizs en la tranqui-lidad de la noche senta algo de paz. Yo quera creer eso, mehaba contado las condiciones en las cuales haba vivido y si todoeso era verdad tena sobradas razones para estar tranquilo en laprecariedad y pobreza de nuestro galpn infestado de cosas vie-jas. Yo me quedaba compartiendo ese rato con l, y sus prolon-gados silencios junto con su triste expresin me hacan pensargenerosamente en m mismo. En l vea el espejo de una adultezindeseada. Yo estudiaba porque era la mejor forma, segn pap,de salir adelante. En el tranquilo andar de Reyes por la chacra,sin embargo, no pareca haber una bsqueda de algo mejor. Quizno conoca nada mejor o se haba cansado de luchar, la verdad nolo s. Pero lo que s es seguro es que no pareca necesitar de nadams que las pocas cosas que tena. Sorba el mate mirando elfuego que lo condenaba. Es posible que en esas salidas noct