Ceuta, relectura de su historia (conquista árabe- fitna) a partir de los datos arqueológicos.

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3 Cuadernos de Madı ¯nat al-Zahra ¯' 6 Córdoba, 2008 CONSEJERÍA DE CULTURA Conjunto Arqueológico Mad¯ ınat al-Zahra ¯'

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Autores: José Manuel Hita Ruiz, José Suárez Padilla, Fernando Villada Paredes. Cuadernos de Madinat al-Zahra [año 2008, Número 6]. Revista de difusión científica del Conjunto Arqueológico Madinat al-Zahra. Título completo: Ceuta, puerta de al-Andalus, una relectura de la historia de Ceuta desde la conquista árabe hasta la fitna a partir de los datos arqueológicos.

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Cuadernos de Madınat al-Zahra'

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Córdoba, 2008

CONSEJERÍA DE CULTURA Conjunto Arqueológico Madı nat al-Zahra'

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EDITA:

JUNTA DE ANDALUCÍA. Consejería de Cultura

© JUNTA DE ANDALUCÍA. Consejería de Cultura© Los autores

Imprenta San Pablo, S. L. - CórdobaSor Ángela de la Cruz, 12 - Teléfono 957 283 306

ISSN: 1139-9996Depósito Legal: CO. 1.605/2009

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Cuadernos de Madinat al-ZahraRevista de difusión científi ca del Conjunto Arqueológico Madinat al-Zahra

CONSEJO DE REDACCIÓN(Miembros de la Comisión Técnica de Madinat al-Zahra):

Presidente: D.ª GUADALUPE RUIZ HERRADOR Directora General de Bienes Culturales Vocales: D. JOAQUÍN DOBLADEZ SORIANO Delegado Provincial de Cultura de Córdoba

D. ANTONIO VALLEJO TRIANO Director del Conjunto Arqueológico Madinat al-Zahra

D. MANUEL ACIÉN ALMANSA Universidad de Málaga D.ª CARMEN BARCELÓ TORRES Universidad de Valencia D. EDUARDO MANZANO MORENO Profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científi cas

D. JUAN SERRANO MUÑOZ Arquitecto

D.ª RUBÍ SANZ GAMO Conservadora del Museo Arqueológico Nacional

COMITÉ CIENTÍFICO

D. PATRICE CRESSIER Casa de Velázquez

D. PIERRE GUICHARD Universidad de Lyon II

D. ESTEBAN HERNÁNDEZ BERMEJO Universidad de Córdoba

D.ª M.ª ANTONIA MARTÍNEZ NÚÑEZ Universidad de Málaga

D. ALASTAIR NORTHEDGE Universidad de París I

D. VÍCTOR PÉREZ ESCOLANO Universidad de Sevilla

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El 24 de agosto de 2006 falleció en Madrid el arquitecto y arqueólogo especializa-

do en el estudio del mundo islámico, Chris-tian Ewert. Inició su carrera investigadora en la década de los años sesenta en España como miembro del Instituto Arqueológico Alemán. Su relación con Madinat al-Zahra se remonta a esos años. Desde 1987 hasta el 2000 formó parte de la Comisión Técnica del Conjunto Arqueológico, que es el órgano de consulta y asesoramiento técnico y científi co del mismo, desde donde realizó una importante labor y contribuyó notablemente al desarrollo del Con-junto Arqueológico. A partir de diciembre de 2001, hasta su fallecimiento, fue miembro del Comité Asesor de la Revista Cuadernos de Ma-dı –nat al-Zahra–’.

A lo largo de su actividad investigadora rea-lizó importantes aportaciones para el estudio de la arquitectura islámica entre las que cabría destacar, para el ámbito de Madı –nat al-Zahra–’, “Elementos decorativos en los tableros parietales del Salón Rico de Madinat al-Zahra” y “Elementos de la decoración vegetal del Salón Rico de Madı–nat al-Zahra–’: Los tableros parietales”, que culmina-ron en el estudio específi co “Die Dekorelemente der Wandfelder im Reichen Saal von Madı –nat al-Za-hra–’: eine Studie zum westumaiyadischen Bauschmuck des hohen 10. Jahrhunderts”. En esta obra lleva a cabo un profundo y detallado análisis de cada uno de los tableros que conforman la decoración del Salón Rico, hecho que la convierte en referencia imprescindible para la compresión de este extraor-dinario edifi cio y de la propia ciudad califal.

Lamentamos enormemente su fallecimiento ya que supone una gran pérdida para la historia de la arquitectura islámica y para el propio Conjunto Arqueológico, que fue objeto de su invewstigación y con el que mantuvo una fructífera colaboración.

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SUMARIO

• ESTUDIOS

J. M. HITA RUIZ,J. SUÁREZ PADILLA,F. VILLADA PAREDESCeuta, puerta de al-Andalus. Una relectura de la historia de Ceuta desdela conquista árabe hasta la fi tna a partir de los datos arqueológicos Pág. 11

J. I. BARRERA MATURANANuevos graffi ti en Madı –nat al-Zahra–’ Pág. 53

L. APARICIO SÁNCHEZ,J. A. RIQUELME CANTALLocalización de uno de los arrabales noroccidentales de laCórdoba califal. Estudio urbanístico y zooarqueológico Pág. 93

C. DÉLÉRYLa cerámica de cuerda seca de Madı–nat al-Zahra–’: descripción y propuesta de valoración histórica Pág. 133

A. POLVORINOS DEL RÍO,J. CASTAING,S. ROEHRS,A. VALLEJO TRIANO,J. ESCUDERO ARANDAEstudio arqueométrico de loza dorada de Madinat al-Zahra, Córdoba Pág. 165

F. ARNOLD,A. CANTO GARCÍA,A. VALLEJO TRIANOLa Almunia de al-Rummaniyya. Resultados de una documentaciónarquitectónica Pág. 181

A. LEÓN MUÑOZ,A. ZAMORANO ARENASEl puente de los Nogales, Córdoba. Contribución al estudio de lainfraestructura viaria de Madı–nat al-Zahra–’ Pág. 205

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J. B. SALADO ESCAÑOEl puente califal del Cañito de María Ruiz, Córdoba. Resultados de la intervención arqueológica en apoyo a su restauración Pág. 235

A. J. MONTEJO CÓRDOBAResultados de la intervención arqueológica en los terrenos de la nueva sede institucional del Conjunto Arqueológico de Madinat al-Zahra Pág. 255

J. I. CANO MONTEROSeguimiento arqueológico realizado en los terrenos ocupados por elfuturo edifi cio de la nueva Sede Institucional de Madinat al-Zahra Pág. 265

J. I. CANO MONTEROResultados preliminares de la intervención arqueológica puntual enun sector del muro norte de las viviendas fronteras a la Mezquita Aljama de Madinat al-Zahra Pág. 275

• CRÓNICA DEL CONJUNTO

A. VALLEJO TRIANO,J. ESCUDERO ARANDAA. GARCÍA CORTÉSJ. M. MUÑOZ DÍAZCrónica del Conjunto, años 2004-2007 Pág. 305

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…se consolidó el poder de éste [al-Nasir] y aumentó su importancia, al dominar las dos orillas del mar y tener su control, pues Ceuta fue su estribo en la otra orilla, puerta que podía cerrar e instrumento de control de puertos que podían ser temidos, con lo que se robusteció su autoridad en el Magreb, temiéndole sus reyes y rivalizando por su beneplácito, pues había sido el primer soberano y califa de al-Andalus, desde que entró allí el Islam, que tuvo este propósito y lo realizó con éxito, dejándoselo luego en herencia a los gobernantes que le sucedieron.

Ibn HayyanRESUMEN

La disputa entre Omeyas y Fatimíes tuvo como uno de sus principales escenarios el Magrib al-Aq-sa. Consciente de que su dominio era vital para la seguridad de al-Andalus, al-Nasir conquista en 391 H (931) Ceuta, la puerta que abre y cierra el paso a al-Andalus, convirtiendo a la ciudad norteafricana en su principal plaza fuerte. Desde ese momento, el puerto del Estrecho se convertirá en un punto estratégico para el Estado Omeya. La importancia de la ciudad queda de manifi esto en las crónicas del momento que recogen distintas noticias sobre la misma y que han sido la base fundamental en la que se ha basado la reconstrucción de su historia en este periodo.

Desde hace algunos años, la investigación ar-queológica desarrollada ha permitido obtener gran cantidad de información, inédita en buena medi-da, que contribuye decisivamente a ampliar nues-tro conocimiento sobre ella.

El estudio que a continuación realizamos pre-senta todos estos nuevos datos obtenidos e intenta reconstruir con mayor precisión ese periodo deci-sivo para la comprensión del devenir histórico del puerto del Estrecho.

Palabras ClaveCeuta, fortifi caciones, cerámica califal, res-

tos arqueológicos.

ABSTRACT

Th e fi ght between Umayyads and Fatimids took place mainly in the Magrib al-Aqsa. Mind-ful that its control was vital for the security of al-Andalus, al-Nasir conquest in 391 H (931) Ceuta, the door that opens and closes the way to al-An-dalus. From that moment, the port will become a strategically point for the Umayyad State. Th e importance of the city is refl ected in the chronicles of the moment that gather the diff erent informa-tion about the city. Until now, they were the fun-damental source on which to raise the history of this period.

For some years the developed archaeological investigation, has been allowing to obtain great amount of data, most unpublished, that largely it decisively contributes to extend our knowledge over the city.

Th is paper shows all these new information and tries to more accurately reconstruction that this decisive period for the history of the port of the Straits.

Key wordsCeuta, ramparts, spanish Ummayad pottery,

archaeological fi nds.

CEUTA, PUERTA DE ALANDALUS. UNA RELECTURA DE LA HISTORIA DE CEUTA DESDE LA CONQUISTA ÁRABE HASTA LA FITNA A PARTIR DE LOS DATOS ARQUEOLÓGICOS

J. M. HITA RUIZJ. SUÁREZ PADILLAF. VILLADA PAREDESMuseo de Ceuta

Cuadernos de Madinat al-Zahra 6 (2008), pp. 11-52ISSN: 1139-9996

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1. INTRODUCCIÓN

Ceuta se encuentra edifi cada sobre una pe-nínsula situada en la orilla sur del Estrecho de Gi-braltar (Fig. 1). Su estratégica ubicación ha tenido como consecuencia un rico y variado devenir his-tórico cuyos más remotos testimonios se remontan al Pleistoceno Medio. El actual casco urbano cuen-ta con una ocupación continuada al menos desde inicios del siglo VII a. C., cuando se instaló en la zona del Istmo un poblado estrechamente relacio-nado con el mundo fenicio occidental. Antes de la conquista romana de la Mauritania fue ubicada en este mismo lugar una factoría destinada a la trans-formación y comercialización de recursos marinos que pudo tener sus precedentes en momentos ante-riores. El lugar conoció un gran desarrollo a partir del siglo II d.C., cuando se produce una amplia-ción notable de las instalaciones de la factoría que culminó en el Bajo Imperio. Conquistada por los bizantinos, Justiniano la convierte en base de una fl ota y la fortifi ca como paso previo a su interven-ción en Hispania. A comienzos del siglo VIII, el regidor de la ciudad, Julián, pacta con las tropas árabes y les facilita su paso a la Península Ibérica.

Los datos sobre la historia de Ceuta desde la conquista musulmana hasta la toma de la ciudad por los Omeyas cordobeses son escasos y, en oca-siones, contradictorios. La lejanía a los hechos na-rrados, los intereses que se esconden tras esas fuen-tes, las difi cultades derivadas de la correcta lectura de los textos unidos a las lagunas de conocimiento sobre estos primeros siglos en la región hacen com-pleja la reconstrucción de este proceso histórico. La inexistencia de datos arqueológicos hasta momen-tos muy recientes contribuye a difi cultar nuestro propósito. Con la conquista cordobesa las referen-cias a Ceuta, convertida en bastión de los intereses Omeyas en el Magrib al-Aqsa, son más abundantes y extensas aunque aparecen centradas en torno al discurrir de los acontecimientos bélicos (GOZAL-BES BUSTO, 2002).

Como en momentos previos, tampoco la in-formación aportada por la arqueología hasta hace algunos años parecía sufi ciente para despejar esta problemática. Pero esta situación ha cambiado en los últimos años en los que el progreso de la inves-

tigación nos ha permitido contar con nuevos datos que, aunque parciales, hacen necesaria su difusión y permiten abordar una relectura de la historia del periodo. Y es que estos primeros siglos de la his-toria de la Ceuta musulmana son esenciales para poder comprender adecuadamente la evolución posterior y la importancia que alcanzaría la ciudad del Estrecho (HITA, VILLADA, 2002: 493 y ss.).

2. HISTORIA DE CEUTA HASTA LA CONQUISTA OMEYA 391 H / 931

Una de las fuentes esenciales (CHALMETA, 2003, OLIVER, 2002) para los primeros momen-tos de la llegada de las tropas árabes al extremooccidente norteafricano, el Ajbar Machmua, califi -ca a Ceuta como lugar bien fortifi cado, de bastante población y abundantes recursos en sus alrededo-res. Estas circunstancias unidas a la posibilidad de contactos marítimos con la Península habrían per-mitido a Julián hacer frente a las tropas musulma-nas que habían conquistado sin aparentes difi culta-des otras ciudades próximas como Tánger.

Las luchas entre facciones de la nobleza visi-goda es otro factor a tener en cuenta para analizar el posicionamiento de Julián y su pacto con los musulmanes. Debe recordarse que al-Bakri señala que cuando Uqba ibn Nafi invadió el Magreb y se presentó en Ceuta, Julián (Ilyan) salió a su paso con presentes magnífi cos y obtuvo no solo una amnis-tía sino la confi rmación del mandato que ejercía. Interrogado sobre la Península, Julián esa ocasión los dirige hacia el sur a luchar contra los bereberes. Esta actitud cambió años más tarde cuando sus te-rritorios son hostigados por los ejércitos de Tariq. Chalmeta ve a Julián como el instigador de la con-quista de al-Andalus lo que se explicaría en parte por sus diferencias con el rey visigodo (CHALME-TA, 2003).

No se han conservado los términos de este pacto, aunque se ha supuesto similar al fi rmado con Teodomiro en Murcia. Así, ibn Jaldun indica que los musulmanes sólo entraron en Ceuta tras la muerte de Julián (IBN JALDUN, 1927: 136, vol II). Testimonios de iglesias y otros elementos preislámicos son recogidos por al-Bakri varios si-glos más tarde y plantean la cuestión del momento

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y características que tuvo la arabización e islamiza-ción en este territorio (GOZALBES CRAVIOTO, 2002) .

Carecemos de nuevas noticias sobre Ceuta has-ta 123 H (740). Derrotadas las tropas Omeyas por Maysara y sus beréberes jariyíes en la batalla de al-Asraf, parte de la caballería siria vencida, al mando de Baly ibn Bashir, encuentra refugio en Ceuta. La región es asolada por los beréberes que sitian la ciudad aunque, posiblemente debido a la existen-cia de una fortifi cación, no consiguen tomarla. La desconfi anza del gobernador de al-Andalus, Abd al-Malik ibn Qatan, que impide el paso a la Penín-sula Ibérica de estas tropas durante un año provoca una dramática situación que lleva a los refugiados a alimentarse con sus propios caballos, con perros e incluso con cueros (LAFUENTE, 1867: 47 y 51).

Cuando la presión beréber en la Península Ibérica hace cambiar de opinión al gobernador y autoriza a los sirios a embarcar hacia al-Andalus, Ceuta, desguarnecida, es asolada por los beréberes quedando sin otros moradores que “los animales salvajes” (AL-BAKRI, 1965: 204).

La ciudad permanece “abandonada” durante un periodo de tiempo que ha sido estimado en aproximadamente un siglo (GOZALBES BUSTO, 1989). El olvido de Ceuta durante este periodo y la preeminencia de Tánger son constatados tanto a través del análisis de las fuentes geográfi cas (GO-ZALBES BUSTO, 2002) como de las numismá-ticas (RODRÍGUEZ LORENTE, HAFIZ IBRA-HIM, 1987).

En un momento impreciso fue repoblada por un grupo de gumaríes que procedían del valle del Martín, conocido como Wadi Ras. A su frente se encontraba Medyekes que daría nombre a la nueva ciudad conocida como Medyekesa. De este nombre derivan también la denominación de la tri-bu que se desplaza a repoblar Ceuta como algunos topónimos de su lugar de procedencia. La fortuna del nombre es, sin embargo, escasa pues no apa-rece prácticamente en ningún texto (a excepción de al-Bakri) recuperándose pronto el topónimo Sabta derivado del Septem latino.

Señala al-Bakri que, hasta ese momento, Medyekes era politeísta, convirtiéndose en este mo-mento al islamismo tras recibir las enseñanzas de

“hombres instruidos en la Ley” según especifi ca ibn Jaldun. Esta noticia hace pensar a Gozalbes Busto que la ciudad no fue completamente abandonada en el periodo que va desde 742 a la refundación de Medyekes, pudiendo algunos árabes refugiarse en ella (GOZALBES BUSTO, 1989: 24).

Desconocemos la religión de Medyekes antes de su conversión. Ferhat, tras señalar que el verbo convertir es usado indistintamente para los jariyíes, chiíes, paganos o las “gentes del libro” que abrazan el Islam, indica que la historia de la región permite suponer que era jariyí aunque la reputación de los Idrisíes en ese momento no permite excluir la hipó-tesis de que fuese chií (FERHAT, 1993).

Por otra parte, esta autora ha subrayado la si-militud de este relato con el de otras fundaciones, como la de Nakur, lo que hace dudar de su veraci-dad histórica. No obstante, puede responder a un una dinámica histórica común de conversión de jefes beréberes y fundación de ciudades.

Las causas de este traslado de los medyekeses han sido relacionadas con los confl ictos surgidos tras el reparto del gobierno del Magrib al-Aqsa por Muhammad al-Muntasir entre sus hermanos en 213 H (828). Los Banu Isam, aun sometidos en un grado que desconocemos a los Idrisíes, mantu-vieron una actitud de latente hostilidad hacia ellos a tenor de las informaciones de ibn Jaldun (GO-ZALBES BUSTO, 1989: 25).

Esta datación es coherente con la fecha pro-puesta por Gozalbes Busto para la refundación de la ciudad (c 830). Ferhat, en cambio, data esta reocupación de Ceuta en 753 (FERHAT, 1993: 61).

Como recoge el Rawd al-Qirtas, a al-Qasim se le adjudica Ceuta, Tánger y los territorios de ellas dependientes. Posteriormente se rebelaría contra Muhammad al-Muntasir pero sería vencido por otro de sus hermanos, Umar ibn Idris, a quien, en recompensa por su fi delidad, Muhammad pondría al frente de estos territorios.

G. Gozalbes Bustos propone que el traslado estaría relacionado con estos confl ictos. Los Banu Isam, aun sometidos en un grado que descono-cemos a los Idrisíes, mantuvieron una actitud de latente hostilidad hacia ellos a tenor de las infor-

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maciones de ibn Jaldun (GOZALBES BUSTO, 1989: 25)

Para Ferhat la aparición de esta dinastía no es un hecho aislado sino que debe ser relacionado con el surgimiento de otros centros (Siyilmasa, Nakur, Aghmat) que se desarrollan a lo largo de rutas co-merciales en tanto que el litoral Mediterráneo se dedica a una actividad corsaria que tiene paralelos en la Península, especialmente en Pechina. En su opinión, el reino Idrisí debe ser interpretado más como una confederación de tribus que controlan “ciudades-estado” que como una entidad real, ins-pirada en la soberanía califal (FERHAT, 1993: 54).

Las crónicas han preservado los nombres de cuatro soberanos de la dinastía. A Medyekes le sucede su hijo Isam que, según la estimación de Gozalbes Busto gobernaría entre c 855-880, un momento en el que se conocen distintas hambru-nas provocadas por intensas sequías con sus con-siguientes episodios de pestes y otras epidemias. Es posible que entonces se produjese la llegada a Ceuta de algunos habitantes de Qalsana, una loca-lidad cercana a la actual Medina Sidonia (Cádiz). Los recién llegados compraron terrenos a los beré-beres y edifi caron sus viviendas. Al-Bakri no dice más, pero de la versión que ofrece Ibn Idari parece deducirse que levantaron un parapeto, aún visible en su época.

La importancia de la ciudad en este periodo es relativa como refl ejan las escasas noticias sobre ella y la ausencia de acuñaciones presente en otros centros cercanos como Tánger.

A Isam le sucede Modyebber (Modyir para ibn Jaldun, Modyebber para al-Bakri, Muhammad para ibn Idari) y a éste, al-Rida (para al-Bakri e ibn Idari, su hermano; su hijo según ibn Jaldun) duran-te cuyo reinado la infl uencia andalusí es patente al indicarse que se siguen los dictados de los fuqaha andalusíes (GOZALBES BUSTO, 1989: 25-28).

En este último periodo de los Banu Isam el de-sarrollo alcanzado por Ceuta era evidente. Así se recoge la noticia, puesta en duda por algunos au-tores, del paso por Ceuta de al-Husaini que habría enseñado en la ciudad antes de pasar a al-Andalus y habría corregido la orientación de la alqibla de la mezquita aljama, lo que supondría que su cons-trucción era anterior a la conquista Omeya (VALL-VÉ, 1962: 403).

3. CEUTA OMEYA 319400 H / 9311009

En 319 H (931) las tropas de al-Nasir entran en la ciudad de Ceuta (HITA, VILLADA, 2003). Su interés por el norte de África es consecuencia de sus disputas con los Fatimíes. Pasar al otro lado del Estrecho suponía una medida de seguridad frente a futuras tentativas de éstos de pasar hacia al-An-dalus. Ferhat señala que la intervención en Ceuta no fue la primera que se llevó a cabo. Algunos años antes, en el 315 H (927), los ejércitos de al-Nasir habían intervenido en contra del «falso» profeta Hamim, originario de la tribu de los Mayakasa. Si el restablecimiento de la ortodoxia fue el pretexto de la intervención, no cabe duda que con ella se trataba de impedir la consolidación de un reino en-tre los gumara que pudiera resultar peligroso en su enfrentamiento con los fatimíes (FERHAT, 1993: 63).

La conquista califal supuso, en opinión de Fer-hat, la creación de una verdadera ciudad con una mezquita, un cadí y unos habitantes conscientes de su identidad (FERHAT, 1993: 63 y ss.).

Nos han llegado diversas interpretaciones en torno a la conquista. Según recoge ibn Hayyan, unas justifi can la acción de al-Nasir por una pe-tición de los ceutíes, que ya le tenían sujeto el país. Otras, en cambio, atribuyen a éste la traición a los pactos con los Idrisíes. En cualquier caso, la mo-tivación de la conquista radica en la necesidad de hacer frente a la amenaza que suponía la presencia Fatimí en las proximidades de al-Andalus. La inter-vención en Ceuta se reveló en esos momentos a los ojos del califa como esencial para la propia integri-dad del Estado Omeya. A partir de ese momento, su puerto se vio potenciado decisivamente y fue utilizado de forma constante por las armas Omeyas para el traslado de ejércitos y pertrechos necesarios para llevar a cabo las diferentes operaciones mili-tares que se desarrollarán, con fortuna diversa, en el Magreb. Junto a este uso militar, se potenciaron los intercambios refl ejados en las crónicas por los innumerables envíos de presentes que tendrían el puerto ceutí como uno de los principales puntos de llegada y salida de estos productos. Cabe pensar igualmente que esta situación favorecería el desa-rrollo de un artesanado local, incipiente hasta estos

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Ceuta, por medio de un acueducto compuesto de ar-cadas, alguna de las cuales están aun de pié en los barrancos. Tradicionalmente se identifi ca esta cons-trucción con el acueducto de Arcos Quebrados.

La población se componía de árabes origina-rios del Yemen y de beréberes de los territorios de Arcila y al-Basra. Junto a ellos debe mencionarse la llegada de población procedente de al-Andalus, de Qalsana, que debieron asentarse en Ceuta en el siglo IX. La afl uencia de personajes versados en el Corán a la ciudad le confi rió notable relevancia in-telectual entre los siglos X y XI.

Uno de los principales focos de atención del relato de al-Bakri lo constituyen las fortifi caciones de Ceuta de las que ahora nos ocuparemos (HITA, VILLADA, 2004a y 2004b).

4. LA FORTIFICACIÓN OMEYA

Tras su conquista en 931 Ceuta mantiene bá-sicamente la estructura fortifi cada heredada hasta que el califa ordena la construcción de un nuevo recinto amurallado en piedra. Esta iniciativa se en-marca en un proyecto más amplio de consolidación de las defensas ribereñas de las costas andalusíes y magrebíes, consecuencia de la grave amenaza que suponen para los puertos bajo dominio cordobés las acciones de la fl ota Fatimí (GURRIARÁN, 2004). Esta política de reforzamiento del área del Estrecho se concreta en la creación de una pode-rosa fl ota y de nuevas atarazanas (Alcaçer do Sal, Almería, Tortosa, etc.) y en la edifi cación de una serie de construcciones castrales. Efectivamente, esta amenaza había quedado materializada en el ataque a Almería, datado en torno a 344 H (955), que tan honda repercusión tuvo en Córdoba. El inicio de la construcción en estos momentos de recintos fortifi cados como los de Tarifa, Estepona, Marbella, Tánger y Ceuta ilustra esta preocupación de al-Nasir por asegurar la defensa de las costas del Estrecho.

4.1. Cronología

La fecha de construcción de las defensas ceu-tíes es conocida. Al-Bakri señala que Ceuta estaba rodeada de una muralla de piedra construida so-lidamente por al-Nasir. Ibn Idari precisa que en 346 H (957) Abd al-Rahman, preparándose para

momentos, destinado a satisfacer las necesidades derivadas de esta nueva situación.

Pero más allá de mero relato de los aconte-cimientos o del debate sobre las causas de la in-tervención Omeya, debemos detenernos llegados a este punto en describir lo que sabemos sobre la fi sonomía de esa ciudad califal.

El geógrafo ibn Hawqal la califi ca de ciudad agradable, situada a orillas del mar. Tenía jardines y sus aguas la obtenían de pozos situados tanto en el interior como en el exterior. También destaca su puerto y su magnífi co coral, aunque no tanto como el de Marsa al-Jaraz. No señala nada sobre sus de-fensas que no habrían pasado inadvertidas para un fi rme partidario de los fatimíes. Evidentemente este hecho encuentra su explicación en que la cons-trucción de la fortaleza Omeya aún no habría sido iniciada cuando recoge sus noticias sobre Ceuta.

Para la restitución de la fi sonomía urbana de la Ceuta califal nuestra principal fuente de informa-ción es la descripción redactada por al-Bakri hacia mediados del siglo XI. Autor de origen andalusí, su conocimiento de la orilla africana de la costa del Estrecho procede no sólo de los relatos de comer-ciantes y viajeros sino que utiliza narraciones ante-riores, principalmente la de al-Warraq (904-973). Es por ello que la imagen de Ceuta que nos ofrece se corresponde básicamente con la de la ciudad en el siglo X.

Según el testimonio de al-Bakri, Ceuta es una ciudad situada a orillas del mar, en una punta de tierra extendida de Oriente a Occidente, subrayando su carácter peninsular en el que incide poco más adelante al indicar que podrían convertirla en una isla si ensancharan el foso excavado por los antiguos habitantes. Ciudad de notable antigüedad, en ella pervivían restos de edifi caciones preislámicas como iglesias y baños. Desde el muro occidental, que da acceso a la ciudad, hasta el extremo de la Penín-sula, en la que se levanta una gran montaña –el Yabal al-Mina o Monte Hacho– calcula un espacio de cinco millas en el que la medina ocupa la zona occidental.

El agua era traída del arroyo Awiyat, cerca del mar meridional, canalizándola hasta la iglesia que es hoy mezquita. Cuando realiza la descripción de la ruta entre Ceuta y Fez insiste en que: es desde aquí [arroyo Awiyat] que Ilián aprovisionaba de agua a

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un posible ataque Fatimí, ordenó equipar muchos barcos y dio instrucciones al gobernador de Ceuta para que construyese un nuevo recinto en piedra. Los trabajos no fueron culminados hasta 351 H (962) reinando ya al-Hakam II al-Mustansir.

4.2. Situación

La ubicación de esta fortifi cación en la zona del istmo no presenta dudas al haberse localizado varios tramos en distintas intervenciones arqueo-lógicas. Desde un punto de vista defensivo el lugar escogido es singular. Los fl ancos norte y sur apare-cen básicamente delimitados por la línea de costa en tanto que hacia el este aparece dominado por las alturas de la Almina y del monte Hacho y al oeste por las de Otero, el Morro de la Viña, etc (Fig. 2).

De hecho, Muhammad ibn Abi Amir inten-tó trasladar la población a una “nueva ciudad” en la cima del monte Hacho, el Yabal al-Mina de las fuentes árabes.

El ceutí al-Idrisi es nuestra mejor fuente de información sobre esta iniciativa. En la llanura que corona el monte Hacho, al-Mansur inició la construcción de un nuevo recinto amurallado pero a su muerte en 1002 quedó inacabado. Todavía a mediados del siglo XII sus ruinas, de extraordina-ria blancura, podían divisarse desde la orilla nor-te del Estrecho aunque parcialmente cubiertos de vegetación. Esta información, recogida en el Kitab al-ijtisar y por al-Himyari, se complementa con el dato de que al-Mansur ordenó el empleo de aceite en vez de agua en la mezcla del mortero usado para su construcción a fi n de dotarlo de más solidez aún a pesar de su mayor coste.

Es de suponer que el amirí al acometer una obra de tal envergadura tendría como objetivo tanto su utilización como instrumento propagan-dístico destinado a reforzar su propia legitimación política como la búsqueda de una mejor posición estratégica al situar la nueva ciudad en un lugar do-minante que pudiese servir de refugio a los suyos ante una revuelta ciudadana o ante un ataque de un enemigo exterior.

La construcción de la fortifi cación de al-Nasir en el istmo debe relacionarse con la propia historia de este lugar. Como dijimos, desde el siglo VII a. C. el lugar había sido ocupado convirtiéndose ha-cia el cambio de era en una factoría destinada a la

transformación de recursos marinos. Los vestigios bajoimperiales y tardoantiguos más signifi cativos proceden de este sector lo que ha llevado a situar en él la fortifi cación mandada construir por Justiniano I y que habría permitido siglos más tarde a Julián hacer frente a las tropas musulmanas negociando con ellos un acuerdo ventajoso para sus intereses. Este precedente pudo estar en el origen de esta de-cisión. Esta impresión puede confi rmarse a partir del testimonio ya mencionado de al-Bakri cuando señala que sería posible a sus habitantes comunicar la bahía norte con la sur convirtiendo la península en una isla (como efectivamente hicieron los lusi-tanos en el siglo XVI) y que los “antiguos” habían ya construido un canal en este estrecho con una longitud de dos tiros de fl echa. Así, algunos autores han relacionado el tipo de construcción de la cerca califal en su lado oeste, muro, antemuro y foso, con precedentes bizantinos (CHERIF, 1996: 75).

4.3. Organización espacial

Los restos de la cerca que mandó construir al-Nasir han sido documentados en distintas in-tervenciones efectuadas que defi nen una planta de tendencia rectangular con unas dimensiones de 350 por 200 m (Fig. 3). La arquitectura Omeya empleó frecuentemente, cuando las característi-cas del espacio lo permitían, plantas regulares en fundaciones defensivas estatales que han sido rela-cionadas con una tradición de época clásica. En el caso de Ceuta, en que la fortifi cación parece tener precedentes clásicos y se construye sobre una zona relativamente llana, la elección de una planta regu-lar parece plenamente justifi cada al margen de la vocación de manifestar la presencia estatal que, en ocasiones, se ha atribuido a este tipo de plantas. De este modo, la medina ceutí tendría una extensión de aproximadamente siete hectáreas (similar a la de Gibraltar, Elvas, Niebla, etc.). Contrasta este dato con el recogido por al-Bakri quien señala que desde el muro oriental al occidental había una distancia de 2.500 codos, unos 1.175 metros aproximada-mente, lo que supone un tamaño sensiblemente mayor que llevaría a situar el fl anco oriental de esta cerca aproximadamente a la altura de la actual Pla-za de Azcárate (GOZALBES CRAVIOTO, 1988a) o incluso más allá, en la Cortadura del Valle.

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Promovidas por el Estado Omeya, estas cons-trucciones guardan entre sí estrechos vínculos ya que, a su misión netamente defensiva, unen un marcado carácter simbólico. Así, ni la elección del material empleado, ni el aparejo constructivo típi-camente cordobés, ni la tipología de las planime-trías utilizadas, son fruto del azar. Al margen de su carácter defensivo, estas fortalezas son la con-creción material del dominio político Omeya en la zona del Estrecho y ponen de manifi esto su capaci-dad técnica y económica y su poderío militar.

En consecuencia, el recinto fortifi cado ceutí responde a estos mismos modelos. Dicha cerca si-guen el patrón cordobés (desarrollado a partir de épo ca emiral) de ciudad con un alcázar (qasr) en un extremo de la medina con la fi nalidad de controlar el principal acceso a la misma, tal como vemos en Mérida, Toledo, Sevilla e incluso en la Murcia de nueva fundación (ACIÉN, 1985).

Como señala Rosenberger (1998), poseer una ciudad fortifi cada permite también ejercer una considerable infl uencia sobre un territorio más o menos extenso y recaudar tributos. A propósito de Ceuta, Ibn Hawqal indica que los beréberes están al exterior de la ciudad, de los cuales se recogen im-puestos y contribuciones y también de los beréberes de Marsa Musa (GOZALBES BUSTO, 2002: 271).

En este recinto se sitúan los edifi cios públicos más representativos del poder político (el alcázar) y religioso (la mezquita aljama), la alcaicería, baños y algunas de las residencias de los notables de la ciudad.

Flanqueando esta medina se edifi caron dos arrabales, uno al este y otro hacia el oeste. El orien-tal, más antiguo, contó con tres baños y el occiden-tal conformaría el denominado arrabal de Afuera de al-Ansari. En cuanto al arrabal occidental, la in-formación que nos ofrece al-Bakri es muy limitada, siento por tanto su interpretación más compleja. Un episodio del enfrentamiento Omeya-Fatimí acaecido en torno a Ceuta puede arrojar alguna luz sobre la historia de este arrabal. Efectivamen-te, cuando Bulukkin ibn Ziri cercó Ceuta en 979 pudo divisar desde las colinas cercanas el ejérci-to de al-Mansur acampado al pie de las murallas y el trasiego de embarcaciones cargadas de tropas que atravesaban el Estrecho. Esto le hizo desistir de atacarla y se retiró hacia el sur. De este pasaje

se deduce que posiblemente el arrabal occidental fuera un poco más tardío que el oriental ya que el campamento amirí ocupaba el espacio contiguo al exterior de la muralla occidental.

Al-Bakri da cuenta también de la existencia de dos cementerios. Uno sobre la montaña del Ha-cho (Yabal al-Mina). Otro, que toca el mar de al-Ramla, al noroeste.

La ciudad descrita por al-Bakri, aunque con las lógicas modifi caciones debidas al paso de los años, debió mantenerse sustancialmente a lo largo de todo el periodo califal. Quizás el intento de tras-ladar la población a una nueva ciudad en la cima del Yabal al-Mina pueda ser considerada la mayor alteración a este panorama.

4.4. Los restos materiales. Lienzos y torresde fl anqueo

El lienzo de la cerca Omeya se encuentra refor-zado por torres de planta rectangular, de reducidas dimensiones y macizas. Han sido localizadas cuatro hasta el momento, dos en el frente este y dos en el norte, que presentan unas dimensiones aproxima-das de 3 m de frente, adelantándose 1,70 m sobre el lienzo. La distancia entre torres es de alrededor de 20 m. No existen en fortifi caciones de este mo-mento unas dimensiones constantes. Así por ejem-plo, en el Castillo de Tarifa, con torres de 3,90 x 2 m, con separaciones que oscilan entre 6,80 m y 9,50 m; en tanto que en El Vacar, si se acepta su datación en este momento, la separación entre to-rres alcanzan los 23,35 m (GURRIARÁN, 2004).

El número total de torres es imposible de co-nocer con seguridad al haberse perdido amplios tramos. Al-Bakri menciona nueve en su frente oes-te. Así, si consideramos constantes las dimensiones antes indicadas, podemos estimar un total de 16 en los fl ancos más largos (el norte y el sur) lo que nos daría un total de unas 46 torres, con un esquema 16-9-16-9.

La muralla está construida con sillares de cal-carenita, de procedencia alóctona, que forran un núcleo formado bien por cal y canto, bien com-pletamente construidas con sillares, tal como se ha documentado en parte del sector occidental y norte (Láms. 1 y 2). Cabe señalar que este cal y canto en las torres aparece dis puesto en hiladas más o menos regulares de piedras cubiertas por capas de mortero

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de cal en tanto que en los lienzos la disposición del mampuesto es mucho más desordenada.

No se han localizado ejemplos de reaprovecha-miento de materiales, salvo que puedan conside-rarse piezas de acarreo algunos sillares de una de las torres del frente este.

Las dimensiones de los sillares utilizados es bastante homogénea con una longitud entre 92 y 99 cm en general, una altura en torno a los 30 cm y un grosor de aproximadamente de 20 cm. En al-gunos casos se observan sillares de mayores dimen-siones (hasta 105 cm de longitud y 40 de altura).

La técnica edilicia se basa en el empleo en su alzado de un aparejo a soga y tizón, apareciendo estos últimos por regla general duplicados, aunque también aparecen grupos de tres. Esta disposición, cuando el núcleo es de cal y canto, se da únicamen-te en las zonas visibles. Al exterior, cubriendo los sillares, se han conservado restos de un mor tero de cal aunque es imposible determinar si es contem-poráneo al levanta miento de la cerca o un añadido posterior.

Debe destacarse el conocimiento del ofi cio de sus constructores que se manifi esta en el perfecto encaje de los sillares que forran la muralla forman-do hiladas perfectamente horizontales y muy bien aparejadas, prácticamente a hueso. En ocasiones observamos algunos recalzos y reparaciones que en su mayoría consideramos deben ser posteriores al momento de su construcción. No cabe duda que tratándose de construcciones promovidas por el Estado Omeya, el seguimiento de las obras de for-tifi cación se realizaría con mayor interés. En cual-quier caso lo que queda patente es el uso de un mis-mo lenguaje arquitectónico y la participación de personal especializado. Interesante a este respecto el testimonio de ibn Hayyan que refi ere cómo Abd al-Rahman III envió a cierto aliado norteafricano para erigir una fortifi cación a su protoarquitecto, con treinta albañiles, diez carpinteros, quince cavadores, seis hábiles caleros y dos estereros, escogidos entre los más hábiles de su profesión, acompañados de cierto número de herramientas y accesorios para los trabajos que ejercían (IBN HAYYAN, 1981: 290).

Han sido documentados diversos tipos de ci-mentación. En algunos casos son colocados sillares a tizón, ligeramente adelantados respecto al lienzo, en una disposición que recuerda algún otro recin-

to castral, como por ejemplo el Castillo de Tarifa (GURRIARÁN, 2004: 305). En otros se empleó un núcleo de cal y canto vertido en la zanja de ci-mentación, en la que al parecer pudo emplearse al-gún enco frado de madera. Por último, en la puerta de acceso localizada en el frente oeste la cimenta-ción consiste en una zapata de sillares dispuestos a soga y tizón, muy bien trabajados (Lám. 3). Sobre esta zapata, o andén, los sillares se disponen a tizón en la mayoría de los casos. Por último, hemos de señalar un cuarto tipo de fábrica caracterizada por la presencia de cajas limitadas por sillares atizona-dos, que describen espacios de 60 x 40 cm rellenos de mampostería.

Desconocemos la altura total de los lienzos pues no han sido conserva dos íntegramente en ningún punto. No obstante, en el sector occiden-tal la altura del tramo conservado supera los nue-ve metros. En este sector pudimos comprobar la existencia de un remate de la misma formado por un triple listel o cordón que parece marcar la zona alta de los lienzos. Aunque no se conserva, el muro debió rematar en un parapeto almenado que pro-tegería un paso de ronda. Así se desprende de la información disponible sobre la construcción de la muralla renacentista, que utilizó a modo de enco-frado perdido la cerca medieval de la que fueron demolidas las almenas que la orlaban, así como del documento publicado por R. Ricard del proyecto de Benedito de Rávena (RICARD, 1947).

La construcción de esta muralla debió consti-tuir un esfuerzo de considerables proporciones. Es-timando una media de unos 6 sillares para cubrir un metro cuadrado de superfi cie y suponiendo una altura media de unos ocho metros y un perímetro (incluyendo las corachas y la Dar al-Imara) de al menos 1.100 metros harían falta unos 52.800 si-llares. Pero esta cifra debió ser mayor si tomamos en cuenta las pérdidas provocadas por roturas acci-dentales, la existencia de amplios tramos dispuestos a tizón y de otros construidos íntegramente con si-llares, que requieren un mayor número de piedras trabajadas por lo que una cifra cercana a los 60.000 parece más apropiada.

Empresas como esta, a lo que se uniría el costo del trasiego de contingentes militares, exenciones fi scales a los habitantes de la zona, las dádivas a las aristocracias locales norteafricanas como forma de

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clientela, etc.; hacían que la intervención en el Ma-grib al-Aqsa se viera en los anales palatinos de los Omeyas cordobeses como una carga insoportable de gastos inasumibles (IBN HAYYAN, 1981: 225-226).

4.4.1. Frente occidental

Según al-Bakri el lienzo occidental, por el que se ingresaba a la medina, estaba provisto de nueve torres abriéndose en la central la puerta principal (GOZALBES CRAVIOTO, 1988b; PAVÓN, 1996). Delante de este muro se extendía otro, la sitara, bastante más bajo aunque con altura sufi -ciente para proteger a un hombre. Por delante de éste se dispuso un foso grande y profundo que per-mitiría mediante una pequeña adecuación, como indicamos, hacer pasar las aguas del mar de una a otra bahía con lo que la península ceutí se trans-formaría en una isla completamente separada del continente. Para cruzarlo se colocaba un puente de madera delante del cual había un cementerio, un jardín y algunos pozos.

Este frente occidental suponía una cesura des-de el punto de vista de la concepción espacial de la ciudad, en tanto que se constituye en el princi-pal elemento de control y defensa del acceso a la misma. Su importancia se aprecia en la atención dedicada al mismo por al-Bakri, en su perduración a lo largo de los siglos y en sus características arqui-tectónicas (puerta monumental, decoración, etc.).

Dos tramos de este lienzo han sido identifi ca-dos. El primero (LO1) está situado en el acceso al interior del Baluarte de la Coraza (Fig. 4). En la bó-veda del siglo XVI se abre un hueco rectangular de unos nueve metros y medio de altura conservada. Uno de los frentes de este vano corresponde a un tramo de cortina de la cerca Omeya, con el típico aparejo de soga y tizones que en la zona superior se remata con tres cordones paralelos, dispuestos horizon talmente (Lám. 1). En este punto el espesor de la muralla es de aproximadamente un metro y medio.

El segundo se encuentra en la zona central del fl anco occidental (Fig. 5). Corresponde a un lien-zo (LO2) con una altura conservada de al menos siete metros y trece de recorrido visible. El muro se adelanta en la zona en la que se abre una puerta (PO1), de acceso directo o en codo simple, y quie-

bra nuevamente tras ella hacia el oeste en ángulo recto, hasta empotrarse en el trasdós de la cortina de la Muralla Real. Su continuación ha sido locali-zada a unos 5,50 m al sur de este punto, habiéndo-se documentado en una longitud de 1,40 m, hasta perderse nuevamente en las fábricas más recientes. El motivo de este cambio en el trazado del lienzo Omeya es la existencia de una estructura preexis-tente, datable entre fi nales de la Antigüedad Tardía y la conquista Omeya, a la que se adosa la cerca ca-lifal, quedando ese recinto incorporando al interior del espacio fortifi cado.

Al parecer, aún en la primera del siglo XVIII parte de este frente occidental, así como una de sus puertas (quizá la misma que nos ocupa), eran aún visibles según se desprende de la descripción que realiza A. Correa de Franca, que señala: dentro de la ciudad lucían fábricas de majestuosa arquitectu-ra, mezquitas, colegios y palacios, muchas y hermosas torres y vn alcázar o castillo, de que al presente per-manece vna puerta y lienzo de muralla, a que están arrimados los cuarteles, el granero o sillero en la plaza principal. También tenía para abrigo de las embarca-ciones dárzena y pequeño muelle (CORREA, 1999: 107).

La construcción de unos cuarteles a prueba de bomba, que demolieron parte de los lienzos u otras modifi caciones de épocas más recientes, impiden poder determinar con certeza su estructura primi-tiva, aunque todo apunta a que posiblemente se tratara de una puerta en codo simple. Las dos hojas de la puerta, que giraban sobre mochetas, abren hacia el interior. Traspasado el arco de herradura el primer tramo tiene forma aproximadamente cuadrangular (2,70 m de lado). Está cubierto ac-tualmente por una bóveda de arista rebajada, sos-tenida en cuatro soportes a modo de pechinas algo modifi cadas. A partir de ahí, el segundo tramo del codo aparece ligeramente oblicuo en la pared con-servada, estando cubierto por una bóveda de cañón rebajada.

Posteriores remodelaciones transformarían la puerta hasta convertir el acceso en un doble reco-do, al añadir una nueva torre al interior.

El elemento más destacado de la puerta es sin duda su arco exterior (Lám. 2). Ha sido modifi -cado por posteriores remodelaciones que han des-fi gurado su aspecto original. El estudio realizado

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permite realizar una aproximación a su estado en el siglo X (Fig. 6). Presentaba originalmente una rosca ultrasemicircular, aunque han sido elimina-dos hoy los arranques de su intradós. El vano tenía una anchura de 2,10 m aproximadamente y una altura total de algo más de 4 m. Las roscas aparecen descentradas como es habitual en puertas de este periodo (Fig. 7).

La rosca del arco presenta 15 dovelas enjarja-das, fi nas y largas, sobre las que se ha conservado un enlucido de muy buena calidad con restos de pintura roja que formarían su primitiva decora-ción. Este arco se encuentra adelantado respecto al lienzo formando una caja de unos 80 cm de an-chura.

El alfi z que enmarca el arco se construyó en piedra, sobresaliendo unos centímetros sobre el plano de la puerta; y se proyecta sobre el lienzo que quiebra a la derecha, en una solución para la que no hemos encontrado paralelos en construcciones de este periodo. En las albanegas se conservan res-tos de decoración en rojo, sin que su actual estado de conservación permita restituir el motivo decora-tivo, muy complejo. que las ornaba. Sobre el alfi z un hueco debe corresponder a una placa conme-morativa, hoy perdida.

La situación de las dos puertas del frente occi-dental, una de ingreso a la Dar al-Imara a través de la torre de Sabec, y otra a la medina, pero contigua al alcázar, parece refl ejar el interés del Estado Ome-ya por ejercer un estricto control sobre el acceso a este espacio.

Su simbolismo resulta evidente, ya que como señala Mazzoli: la puerta sirve también para separar dos modos de vida diferentes y anuncia, a quien pasa por ella, que va a penetrar en un mundo distinto del que acaba de recorrer. A este respecto, la puerta no puede sino recordar la naturaleza de la sociedad que vive protegida por la alcazaba y tiende a representar el fasto del poder (MAZZOLI, 2000: 148).

Los sillares de las zonas inferiores fueron arran-cados posiblemente durante la construcción de la muralla renacentista para ser reaprovechados en las obras emprendidas. Queda así al descubierto el nú-cleo central de la muralla Omeya desprovisto de su forro de sillares.

El excelente estado de conservación de estos lienzos se explica por el proceso de construcción de

las murallas renacentistas, levantadas a mediados del siglo XVI según proyecto de Miguel de Arru-da y Benedito de Rávena. Se acometió entonces la construcción de un foso navegable que se abriría ensanchando el existente en época medieval y que destruiría todo resto de la barbacana. Los muros de la Muralla Real fueron construidos en talud, lo que hace que a medida que se elevan se aproximen a la cerca Omeya. Ésta fue utilizada a modo de enco-frado perdido para dar mayor grosor a la muralla de acuerdo con las necesidades defensivas provoca-das por el desarrollo de la pirobalística. Alcanzada la cota de suelo de la puerta (PO1) se instaló un puente, posiblemente de madera, que permitiese el acceso desde el continente y se siguió avanzando en la construcción, quedando entre ambas mura-llas un pasillo de unos dos metros de anchura. Este espacio fue cegado con tierras y escombros proce-dentes de la demolición del pretil y merlatura de la muralla islámica, salvo en la zona de la puerta califal (PO1). Así, la puerta acabó transformándose en este momento hasta convertirse en un acceso en triple recodo. En el frente de la cortina de la Muralla Real quedó abierto un vano, o puerta, en la muralla lusa, cuya traza es aún apreciable, que fue cegado posteriormente. Este tipo de construc-ción permite suponer que los lienzos medievales se conservan en bastante buen estado ocultos por los muros construidos por los portugueses.

Otro acceso en este frente occidental es men-cionado por al-Bakri. En la torre de Sabec se abriría una nueva puerta que daría acceso directamente al alcázar. El camino que llevaría a esa puerta parece poder distinguirse en el grabado de Ceuta publica-do en el Civitates Orbis Terrarum.

4.4.2. Frente norte (Láms. 4 y 5)

La imagen del Civitates presenta el frente nor-te de la ciudad rodeado de murallas almenadas re-forzadas por torres cuadrangulares. En su extremooccidental aparece el alcázar, con muros de ma-yor altura, y dos corachas. La situada a occidente remata en una torre y debe proteger una entrada. La otra, muestra un lienzo perpendicular al muro principal que quiebra en ángulo recto en su extre-mo para proteger otra puerta, con arco de medio punto, y prácticamente a la orilla del mar que se abre en el lienzo intermedio entre ambas corachas.

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H. Terrase publicó hace décadas la descripción de una torre y lienzo en la esquina noroccidental del recinto (TERRASE, 1962). Estos elementos pronto queda ron ocultos por la construcción del Club de Actividades Subacuáticas de Ceuta. Sólo en fechas recientes (octubre de 2003) se han pues-to de nuevo al descubierto, permitiendo identifi car algunos tramos que no fueron publicados por el investigador francés.

Los elementos que perduran de la cerca califal en este sector están compuestos por dos torres y parte del lienzo que discurre entre ellas. Su estado de conservación es regular y han sufrido diversas reparaciones que han desvirtuado en parte su as-pecto.

Los restos identifi cados por Terrase eran una torre (TN1) y un lienzo (LN1-2) situado al este de la misma. El tramo occidental de la torre se en-cuentra enmascarado por el adosamiento de una nueva fábrica que formaba parte del Baluarte de los Mallorquines.

El lienzo (LN1-2) que discurre hacia oriente conecta con otra torre desconocida hasta ahora (TN2), de alrededor de 3 m de frente, a la que se adosó en su costado izquierdo una nueva construc-ción a fi n de hacer más ancha la misma. Una inter-vención desarrollada en 2004 en la Puerta de Santa María permitió exhumar esta torre (TN2) y parte de un nuevo lienzo (LN2-3) de la cerca, conserva-do hasta la mencionada Puerta. La altura conserva-da de la torre (TN2) es de unos cuatro metros. El material y aparejo constructivo de estos tramos es similar al descrito.

La excavación del interior del Baluarte de los Mallorquines permitió poner al descubierto un nuevo lienzo de la cerca Omeya y alguna construc-ción, sin funcionalidad conocida, adosada a éste, muy adelantado sobre el lienzo principal y paralelo a su trazado (Lám. 4). Proponemos como hipóte-sis su identifi cación con una de las corachas que aparece en el grabado del Civitates Orbis Terrarum y que tenían como función proteger el acceso por mar. En este caso su técnica edilicia denota su im-portancia, pues en su construcción sólo se emplea-ron sillares sin existir un núcleo de calicanto.

4.4.3. Frente oriental (Lám. 6)Un nuevo tramo, de similar factura a los des-

critos, fue descubier to hace años en el sector orien-

tal (FERNÁNDEZ, 2004). En este caso se trata de un lienzo de más de 45 m (LE1-2) con dos torres (TE1 y TE2). Este tramo apoya parte de su reco-rrido sobre el antiguo muro de cierre de la facto-ría de salazón romana (HITA, VILLADA, 2004a: 40-42). Según informacio nes orales, a unos dieci-siete metros al norte de la última torre conservada en la actualidad, apareció otra torre de similares caracterís ticas y dimensiones durante las obras de urbanización del Paseo Alcalde Antonio L. Sán-chez-Prado, que no pudo ser documentada. Del mismo modo puede señalarse que, con ocasión de la apertura de una zanja, en la calle Jaúdenes, al sur del tramo conservado, pudo constatarse vestigios de la muralla ya muy deteriorada. Efectivamente, la cerca sigue la pen diente natural, y a medida que nos aproximamos al sur, se encuen tra peor conser-vada por elevarse la cota del terreno. Como indica al-Bakri, el tramo oriental y el situado al norte des-cienden gradualmente hacia los terrenos más bajos.

Adaptándose al desnivel del terreno, como he-mos señalado, la cerca pre senta una cimentación por tramos descendentes de sur a norte. Además de dicho buzamiento con orientación sur-norte se observa una sustancial diferenc ia de cota del inte-rior del recinto murado respecto al exterior. Ello ocasio nó que el alzado conservado de la muralla en su cara interna en realidad estuviese oculto. De ahí el uso de un aparejo mediante caja de sillares.

La torre (TE2) sufrió numerosas reformas que se evidencian por la presen cia en su forro de sillares de distinta naturaleza y dimensiones a los de la cer-ca original. De estos, dos sillares presentan marcas incisas con motivos geométricos (fl echa) y epigráfi -cos con caracteres latinos.

4.4.4. Frente sur

Señala al-Bakri que el muro meridional discu-rría por la cresta de un terreno elevado. Ningún resto de este frente ha sido identifi cado hasta el momento.

5. EL POBLAMIENTO DE CEUTA ENTRE LOS SIGLOS IX Y X A TRAVÉS DEL ESTUDIO DE LA CERÁMICA

El aumento de las actividades arqueológicas preventivas en la ciudad en los últimos años ha te-nido como consecuencia un aumento cuantitativo

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y cualitativo del registro arqueológico disponible sobre este periodo inédito hasta ese momento.

A continuación se presentan y analizan estas nuevas evidencias recuperadas y se retoman otras ya conocidas con la intención de proponer una hi-pótesis de la evolución urbana de Ceuta entre los siglos IX-X.

5.1. El ámbito del Istmo

5.1.1. Excavación de la Basílica Tardorromana

Hace unos años se publicó un detallado estu-dio del relleno de un silo localizado en las cercanías de la Basílica Tardorromana. Se trata de una exca-vación en la roca natural, de forma acampanada, amortizada como basurero. En este estudio se in-cluye un lote de 141 piezas cerámicas de época ca-lifal en muy buen estado de conservación lo que ha permitido reconstruir un buen número de perfi les. Se trata de un conjunto de gran valor para conocer la secuencia del yacimiento ceutí y en general los ajuares propios de los siglos X-XI en el norte de África (FERNÁNDEZ, 2001).

Destaca tanto la representación de cerámicas de cocina, que entre ollas y cazuelas suponen casi la mitad de la muestra, como el signifi cativo número de ataifores, que llega a un 20% del total, algunos con cuidadas decoraciones en verde y manganeso. Asimismo debe mencionarse la presencia de un buen conjunto de candiles (16%), jarros-as/jarri-tos-as (16%) y dos tazas.

La fecha de formación de este depósito, por su comparación con los conjuntos de Salud Tejero y Solís 5, así como con los más recientes hallazgos de Real 14, se podría concretar en momentos plenos del siglo X inicios del XI, en línea con lo que pro-pone el autor del hallazgo (FERNÁNDEZ, 2001: 11).

5.1.2. La intervención del Paseo de las Palmeras

Nos encontramos ante la única excavación del Istmo publicada que ha constatado restos edilicios de la ocupación intramuros de la medina califal (BERNAL, PÉREZ, 1999: 113).

En diversos sondeos realizados en este solar ubicado en la franja norte del Istmo se ha constata-do una secuencia que arranca de época romana. Se han documentado también la existencia de niveles

de época bizantina y una importante secuencia es-tratigráfi ca alto y bajomedieval.

Resulta especialmente interesante observar cómo los restos de época califal apoyan directa-mente sobre los muros que delimitaban una an-tigua factoría de salazones, habiéndose colmatado intencionadamente algunas piletas romanas como paso previo al nuevo momento de urbanización. Esto indica que dichas estructuras estaban a la vis-ta en el momento que se acomete la construcción de esta nueva medina. Esta situación no es extraña a otras medinas coetáneas y así podemos recordar que en Málaga son utilizadas piletas romanas como vertederos de desechos de alfar a fi nales del siglo IX-inicios del X en Calle Especerías (ÍÑIGUEZ, MAYORGA, 1993).

Con respecto a la cerámica localizada, destaca su semejanza con conjuntos más amplios de ámbi-tos cercanos como el de la propia Basílica, no que-dando dudas para proponer la formación de estos depósitos, como muy tarde, en momentos avanza-dos del siglo X o principios del siglo XI.

5.1.3. Las fosas altomedievales de la excavación de la Plaza de la Catedral

En 2005 se concluyeron los trabajos de exca-vación de una de las Plazas que se ubican en los aledaños de la Catedral de Ceuta. A pesar de locali-zarse el geológico en algunos sectores prácticamen-te emergente se conservaban en buen estado restos correspondientes al siglo VII a. C.

Las evidencias de ocupación de otros periodos históricos eran una serie de fosas que rompían los niveles antes citados y se insertaban en el geológi-co de base. Se trata de substrucciones de diversa naturaleza: osarios contemporáneos, basureros de época portuguesa, tumbas medievales, y otras que interpretamos como indicios de expolio de mate-rial constructivo, cuya posterior amortización nos permite pensar, en función de las cerámicas recupe-radas, que se llevaron a cabo en época altomedieval.

El material arqueológico recuperado es escaso y bastante homogéneo. Consiste esencialmente en restos de material de construcción (tejas), cerámica residual de época tardoantigua (siglos VI-VII d.C.) y fragmentos de piezas correspondientes a ajuares domésticos de tipología altomedieval.

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Dentro de este último grupo de cerámicas des-taca porcentualmente la presencia de los jarritos-as. Se trata de piezas elaboradas a torno, pastas bizco-chadas, cocción oxidante con desgrasantes con es-quistos y mica, cuerpos globulares, fondos planos, cuellos cilíndricos, y decoración consistente en al-gún trazo de pintura roja en sentido horizontal y un trozo de cuerpo con engobe de manganeso. Los labios son redondeados, engrosados o apuntados, y un asa conservada arranca del borde. Junto a las jarritas se conserva algún fragmento de jarro o ja-rra, con bordes vueltos, trilobulados y algún fondo umbilicado.

Otras series están representadas en menor me-dida. Se documentaron un fragmento de alcadafe, elaborado a torno y con un grueso cordón digitado, así como dos fragmentos de candiles pertenecientes a una cazoleta y a una piquera. Para preparación de alimentos contamos con un fragmento de cazuela de paredes de tendencia cóncava y borde vuelto, elaborada a torno, que corresponde al tipo más abundante en los conjuntos fechados en los siglos IX y X en la ciudad.

La muestra recuperada está formada por un total de unos 40 fragmentos cerámicos. Sus carac-terísticas permiten datar la formación del depósito en momentos avanzados del siglo IX o inicios del siglo X aunque con las reservas propias derivadas del escaso volumen de material recuperado. En este sentido, resulta signifi cativa la ausencia de piezas vidriadas, el dominio del grupo jarros-as/jarritos-as y su tipología antigua, las decoraciones con trazos de óxido de hierro, así como la presencia de piezas como los alcadafes con cordones digitados y de la cazuela antes descrita. Se trata de piezas bien fe-chadas en otros yacimientos cercanos como Málaga donde se fechan en momentos avanzados del siglo IX (ACIÉN et al., 2003: 429).

5.1.4. Intervención en la C/ Victori Goñalons

Se trata de una intervención arqueológica muy reciente y aún en proceso de estudio. En ella debe destacarse la presencia de algunos niveles datables en torno a fi nes del siglo IX y primera mitad del X, que pudieran refl ejar una continuidad en el pobla-miento anterior a la conquista Omeya.

5.2. EL SECTOR DE LA ALMINA

Hasta fechas muy recientes, los trabajos ar-queológicos llevados a cabo en la Almina mostra-ban sobre todo evidencias de la ocupación de este sector en época bajomedieval. En este sentido pue-de señalarse la documentación de amplias áreas de habitación, entre las que destaca la zona de Huerta Rufi no, restos de unos baños, diversas necrópolis y una serie de silos colmatados en última época is-lámica.

Pero el hallazgo puntual de alguna fosa excava-da en el subsuelo con relleno de cerámicas califales había llamado la atención sobre la existencia de una ocupación más antigua en este ámbito (FER-NÁNDEZ, 1988).

5.2.1. Las intervenciones en Salud Tejero y Solís 6

Concretamente, en los solares de Salud Tejero y Solís 6 se pudieron aislar unos conjuntos cerá-micos que colmataban, respectivamente, un pozo y un silo.

Fernández Sotelo indica que Salud Tejero: pro-porcionó un magnífi co lote de cerámicas: platos vi-driados y decorados, jarras con y sin vedrío, cuencos y abundantes fragmentos con decoración de verdugones, entre los que cabe destacar una vasija fragmentada y reconstruida en su totalidad, y una pequeña redo-ma sin gollete. Al mismo tiempo se recuperaron die-ciocho candiles del Tipo II.2 y otros cuatro del Tipo II.5 (FERNÁNDEZ, 1988: 90). Con respecto a Solís 6, el autor señala lo siguiente: es la confi rma-ción de Salud-Tejero. Existe una plena identifi cación entre los materiales hallados en ambos solares. Todos los candiles recuperados son del tipo II sin excepción (FERNÁNDEZ, 1988: 90).

Ambos depósitos, por su semejanza, se fecha-ron dentro de los siglos X-XI, es decir, pertenecientes a los últimos años del califato e inmediatamente poste-riores... (FERNÁNDEZ, 1988: 56).

Quizás hoy podríamos precisar algo más esta cronología gracias a su comparación con conjuntos bien fechados y recientemente investigados como Cercadilla (FUERTES, 2002). Así, podría plan-tearse una datación correspondiente a plenos mo-mentos califales, de la segunda mitad del siglo X y principios del siglo XI. No obstante, debe men-

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cionarse la existencia de un par de jarritos en estos conjuntos, vidriados en verde y achocolatado, con decoraciones incisas bajo cubierta, que se corres-ponden con piezas de clara tradición emiral, proba-blemente producciones de Málaga o Pechina, que debieron fabricarse en el último tercio del siglo IX.

Los excavadores del asentamiento de Nakur (ACIEN et al., 1999: 52) tras la comparativa reali-zada de las producciones de este yacimiento norte-africano con los conjuntos de Solís y Salud Tejero, apuntan que: entre los posibles paralelos norteafrica-nos, tenemos el caso de la ciudad de Ceuta....donde se dan formas diferentes y otras más parecidas (marmi-tas globulares con borde exciso, digitados y mamelón, cazuelas de paredes divergentes con banda digitada, marmitas globulares de pequeño tamaño...trazos inci-sos en sentido diagonal, pequeños mamelones cónicos.

Después de comparar las cerámicas a mano de Nakur con los conjuntos norteafricanos y peninsu-lares, concluyen que: se puede inferir una cierta uni-dad a un lado y otro del Estrecho durante la Antigüe-dad y la Alta Edad Media (ACIÉN et al. 1996: 52).

Por nuestra parte y siguiendo la opinión de los mencionados autores, destacamos la relación de los conjuntos de Salud Tejero y Solís con Nakur en algunos aspectos. Pero a su vez resaltamos dentro de la semejanza ciertas particularidades que nos permiten proponer la existencia de contextos re-lativamente homogéneos pero con su propia per-sonalidad.

5.2.2. Fructuoso Miaja (Figs. 8-10 y 13a)

Aparte de esta información, no es hasta 2005, cuando diversas actuaciones arqueológicas preven-tivas (Fructuoso Miaja y Real 14) han posibilitado aislar una serie de estratos consistentes en rellenos de fosas excavadas en el terreno natural que pueden ser fechados entre los siglos IX y X d.C.

Uno de ellos, el localizado en la calle Fructuo-so Miaja, es el que puede ser considerado como más antiguo. Su localización fue consecuencia de los trabajos de excavación arqueológica asociados a la mejora de la red de abastecimiento de aguas de la ciudad. Se pudo documentar el fondo de una de estas estructuras, con apenas 30 cm de relleno. El resto había sido destruido por una conducción

contemporánea. Sobre esta fase se localizaron una serie de inhumaciones, entre cuyo relleno terríge-no se localizó escaso material cerámico que pudo ser fechado, genéricamente, en época bajomedieval (siglos XIII-XIV).

En el posible silo localizado en Calle Fructuoso Miaja se ha excavado un estrato correspondiente a su defi nitiva amortización como basurero. Se han recuperado 135 fragmentos cerámicos que han permitido restituir perfi les correspondientes a 26 piezas. A pesar del reducido número de individuos recuperados resulta muy signifi cativo como podre-mos ver a continuación.

El primer hecho a destacar es la presencia abru-madora de dos grupos funcionales: los contenedo-res de líquidos/servicio de mesa (jarros-as / jarritos-as) y la cerámica de cocina (ollas y cazuelas), que suponen entre ambas un 80,6% de la muestra. El resto de las piezas adscribibles a otros grupos son ti-najas (7,6%), candiles (7,6%) y un ataifor (3,8%).

Desde el punto de vista tecnológico, se ha po-dido caracterizar macroscópicamente dos grupos de producciones defi nidas por su técnica de elabo-ración, tipo de pastas utilizado y cocción a las que fueron sometidas las piezas.

Por un lado, contamos con las elaboradas a mano o torneta y cocidas en un ambiente reductor. Se constata en el 50% de las ollas, las cazuelas, ce-rámicas de almacenamiento (tinajas). El núcleo de las pastas es siempre gris y se observa una tonalidad anaranjada exterior en bastantes ejemplares conse-cuencia de su cocción en hornos muy elementales, con predominio de atmósferas reductoras y aper-turas en la fase fi nal de la cocción que dan lugar a oxidaciones superfi ciales. Los desgrasantes son de mayor tamaño que en el resto de las piezas. Sólo un jarrito-a elaborado a torno presenta caracte-rísticas similares. El resto de las piezas elaboradas a torno rápido presentan cocciones en ambientes oxidantes. Las pastas son más depuradas y fi nas con desgrasantes en algunos casos imperceptibles. Su cocción se realiza a temperaturas más elevadas. En este grupo se incluyen jarras-os, jarritas-os, las ollas restantes, el ataifor y los candiles.

En cuanto al tratamiento exterior de las piezas contamos con un único fragmento vidriado (3,8% del total). Se trata de una forma abierta, un ataifor

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o jofaina. Presenta melado exterior e interior, y una fi na línea de manganeso.

• Cerámica de cocina

– Serie olla

La cerámica de cocina está constituida por 6 individuos, que forman dos grupos bien diferen-ciados tanto tecnológica como tipológicamente. Suponen un 23,07% del total de la muestra.

Por un lado, se identifi can tres ollas con cuerpo globular, sin cuello, con borde vuelto, y labio re-dondeado (TIPO 1). Una de ellas tiene una ligera pestaña al fi nal del borde, cerca del cuerpo.

Estas piezas están elaboradas a torno. Fueron sometidas a cocciones oxidantes que determinaron su color anaranjado rojizo. En cuanto a los desgra-santes son frecuentes los nódulos de cal y en menor proporción la presencia de esquistos y mica dorada.

El otro grupo de ollas, al que se pueden aso-ciar los otros tres individuos, presenta marcadas diferencias con el anterior: tiene paredes verticales, ligeramente exvasadas, y labio redondeado. Presen-tan decoración a base de mamelones, de diverso tamaño, alguno con incisiones verticales (TIPO 2).

Como ya avanzábamos, es muy llamativa su diferencia tecnológica con el grupo anterior. Están elaboradas a mano, o quizás torneta, en un caso. Las cocciones son reductoras con acabados oxidan-tes y se advierte la existencia de desgrasantes de ma-yor tamaño, destacando la presencia de nódulos de esquistos, mica dorada y granos de cuarzo.

Sobre las superfi cies son habituales ennegre-cimientos producidos por el uso, que en muchos casos llega al borde, lo que a veces ha sido asociado con su uso en hogares excavados en el suelo y la consecuente ausencia de anafres.

– Serie cazuela

Constatamos dos fragmentos de cazuela que suponen un 7,6% de la muestra.

Se trata de piezas con fondo plano, paredes rec-tas con tendencia entrante y labio redondeado o apuntado. En un caso se observa decoración a base de pequeños mamelones bajo el borde.

Están realizadas a mano, y presentan cocción reductora con ambiente fi nal oxidante. La pasta no es depurada, con núcleo marrón oscuro, y superfi -cie exterior más clara. El desgrasante es frecuente,

de diverso tamaño y naturaleza (cuarzo, esquisto, mica).

• Servicio de mesa

– Serie jarrito-a Se han conseguido identifi car 10 individuos,

que suponen un 38,46% del total, siendo, con di-ferencia, el grupo más numeroso.

Destacamos un jarrito del que se conserva el fondo, parte del cuerpo y el arranque de un asa. Las paredes son rectas, algo entrantes, y presenta un chafl án que conecta con el fondo plano. El asa arranca cerca de la base y a partir de ella se observan en el cuerpo una serie de estrías muy bien defi ni-das. Esta pieza es muy característica de contextos emirales, aunque en muchos casos se presenta vi-driada.

A pesar de lo deteriorado del resto de los frag-mentos conservados, destacamos una gran variedad de perfi les lo que da la idea de un grupo poco ho-mogéneo. Con respecto a los cuellos, se observan perfi les exvasados (algunos casi cóncavos), rectos o ligeramente invasados. Los primeros son domi-nantes, suponen un 60% del total, siendo el resto invasados o rectos, en la misma proporción.

Se fabrican sistemáticamente a torno, con pas-tas depuradas, desgrasantes fi nos (esquisto, mica, cuarzo y nódulos de hierro o cal) y cocciones ho-mogéneas, destacando las tonalidades claras en las superfi cies (beige o anaranjada). Sólo una pieza presenta indicios de cocción reductora con acaba-do oxidante.

Las piezas contienen cierta variabilidad en los bordes, cuellos con tendencia cilíndrica, cuerpos abombados, en algunos casos bien diferenciados del cuello por una marcada carena. Las asas, con sección ovalada, suelen arrancar bajo el borde. Los fondos son planos. Se marcan las huellas del torno en los galbos, que dan a las piezas un aspecto aca-nalado.

La decoración suele consistir en pequeñas se-ries de incisiones en sentido vertical y estrías en el cuerpo en un jarrito.

• Servicios de iluminación– Serie candil

Sólo contamos con fragmentos que se pueden asociar a dos piezas (7,6%). Son bizcochados. Las

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cocciones, oxidantes que dan lugar a tonalidades pajizas o anaranjadas. El desgrasante es fi no y varia-do (esquisto, cal y mica).

Una de las piezas, bien conservada, presenta la piquera con forma de “U” y remate ojival. Su longitud es semejante al diámetro de la cazoleta. En esta última, que presenta perfi l troncocónico, se conserva el arranque del asa, el inicio del gollete y una marcada pestaña que la contornea al exterior.

• Contenedores para transporte y almacenaje

– Serie jarro-a

Supone un 15,3% del total, lo que hace de ella la tercera con mayor representación dentro del conjunto.

Las técnicas de elaboración de esta serie son se-mejantes a las descritas para jarritas-os. Las piezas están elaboradas a torno, a menudo con las huellas marcadas al exterior que le confi eren un aspecto acanalado. Se observa dominio de cocciones oxi-dantes homogéneas que provoca tonalidades claras (beige, anaranjada).

Sólo se conserva un borde exvasado, con labio apuntado, del que parte un asa con sección lenti-cular.

Los fondos son de tipo umbilicado o de fondo plano.

– Serie tinaja

Esta serie supone un 7,6% dentro del conjunto cerámico.

De tamaño medio, se fabrican previsiblemente a mano o torneta, con acabados alisados. Presentan cocción reductora. El desgrasante, consistente en nódulos de cuarzo y mica dorada, es abundante.

El borde es recto, con labio engrosado, resalta-do al exterior. Sobre el resalte se sitúa una serie de digitaciones.

Se conservan un par de fragmentos de galbos que podrían corresponder a la misma pieza. Pre-sentan restos de dos cordones digitados. Uno de ellos remata en dos mamelones. El otro presenta otro cordón en forma de “U” que se le adosa por abajo. Recuerda mucho a alguna pieza asociada a los niveles medievales del teatro de Cartagena (MURCIA, MARTÍNEZ, 2004: 198).

– Serie ataifor

Sólo se conserva un fragmento de cuerpo, quizás parte de un fondo plano. Presenta vedrío interior y exterior melado, con una fi na línea de manganeso. La pasta es muy depurada, desgrasante imperceptible y tonalidad rosácea.

Valoración cronológica del depósito de Fructuoso Miaja

Debe indicarse, en primer lugar, que la pre-sencia de cerámica vidriada es escasísima (3,8%) lo que contrasta vivamente con conjuntos del siglo X, como son los de Real 14 o Basílica Tardorromana. La escasa presencia de cerámica vidriada está bien constatada en Córdoba, Mérida o el Tolmo de Mi-nateda (Albacete) (horizonte IIIb) en plena época emiral.

Se observa asimismo una escasa diversidad de series, propia de conjuntos fechados en pleno siglo IX, como Morón de la Frontera (Sevilla) o Marro-quíes Bajos (Jaén) (fase II b). Cabe señalar que las más representadas son los jarritos-jarros (53,76%) y las ollas (23,07%) que juntos suponen un 76% de la muestra.

Con respecto al grupo de los jarritos-as es pro-bable que sólo contemos con los primeros, circuns-tancia que no podemos confi rmar por lo fracturado de las piezas. Aún así, sí tenemos un claro ejemplo de jarrito típico del siglo IX, bien documentado en Pechina, Málaga y Cartagena. El resto del grupo presenta una gran variedad tipológica que resul-ta también habitual en esta centuria, tendiendo a homogeneizarse con el paso del tiempo. Destaca la presencia de carenas muy angulosas que defi nen cuerpos con poco desarrollo con respecto a los cue-llos, aspecto propio de esta serie en época emiral (ACIÉN et al., 2003: 422)

Debe señalarse además que dentro de las ja-rras aparecen fondos umbilicados, documenta-dos en una jarra de Morón (ACIÉN et al., 2003. 450), Pechina (CASTILLO, MARTÍNEZ, 1993: 1099), en Mérida, dentro de la fase emiral (siglo IX) (ALBA, FEIJOO, 2003: 498) y Algeciras, den-tro de ámbitos cronológicos emirales. En el norte de África están presentes en Melilla y Sabra al-Mansuriyya (Túnez) en contextos fechados entre los siglos IX-X (SALADO, SUÁREZ, NAVARRO:

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2005: 99). Piezas como ésta parece que, al menos en Ceuta, perduran hasta plena época califal, como se constata en el denominado “Silo 1”, localizado en el solar de la Basílica Tardorromana (FÉRNAN-DEZ, 2001: 49).

A pesar de responder en muchos aspectos a las características propias de un conjunto de mediados del siglo IX se observan algunas características que permiten apuntar una cronología algo más moder-na.

Así, con respecto a la cerámica de cocina, resul-ta signifi cativa la disminución de la proporción de ollas si la comparamos con el material de Algeciras o de Marroquíes de mediados del siglo IX, donde su presencia supone prácticamente el 50% de los conjuntos. Las piezas elaboradas a torno coinciden con el denominado en Marroquíes tipo 1.3.A, al que se asocia un origen en plena época emiral y con perduración hasta la transición al califato. En el conjunto que nos ocupa, las ollas a torno se equi-libran con las ollas elaboradas a mano. En el Silo 1 excavado por Fernández Sotelo, fechable en un momento avanzado del siglo X, las piezas a mano son claramente dominantes (FERNÁNDEZ, 2001: 23).

En cuanto a las cazuelas ha de reseñarse que su número es signifi cativo (7,6% del total frente al 23,07% de las ollas) aunque dista de igualar al de las ollas como ocurre a fi nales del IX en Marro-quíes, en momentos de transición al califato (PÉ-REZ, 2003: 129).

Las tinajas se harán habituales en momentos de la segunda mitad del siglo IX en Marroquíes donde contamos con ejemplares semejantes al recuperado en la calle Fructuoso Miaja (PÉREZ et al., 2003: 240).

La presencia del grupo ataifor, a pesar de ser apenas testimonial, en otros contextos se empieza a generalizar a partir de fi nales del siglo IX. Los mejores paralelos los encontramos en el nivel II de Pechina (CASTILLO, MARTÍNEZ, 1993: 106) y en el testar de Calle Especerías de Málaga (IÑI-GUEZ, MAYORGA, 1993: 125).

Todo ello nos lleva a proponer un momento para la formación del depósito entre la segunda mi-tad del siglo IX y el califato, siendo especialmente cautos teniendo en cuenta lo limitado de la mues-

tra. En todo caso, pensamos debe corresponder a época precalifal.

5.2.3. Los depósitos de Calle Real 14 (Fig.11-14 y Lám. 7)

En Real 14 se han localizado y documentado recientemente tres fosas excavadas en el sustrato de gneis local, interpretadas como pequeños silos. Uno de ellos presenta un aceptable estado de con-servación que permite realizar una aproximación a su tipología. La planta tiene forma oval, perfi l de tendencia ovoide y fondo sensiblemente plano. So-bre la cota más alta conservada sólo aparecen relle-nos contemporáneos, consecuencia de la reocupa-ción de este lugar a partir del siglo XVIII que ha eliminado la secuencia arqueológica bajomedieval. Únicamente la presencia de algún material residual del siglo XIV en niveles contemporáneos testimo-nia esta secuencia perdida.

El relleno de estos depósitos es un sedimento de matriz arcillosa con tonalidad marrón oscura que suele presentar restos de desechos de activi-dades domésticas, fauna, material de construcción (ladrillos y tejas) y cerámica.

Solo uno de los cuatro silos documentados en la Calle Real 14 es objeto de estudio sistemático y su elección viene justifi cada por presentar el mayor número de fragmentos diagnosticables (155 frag-mentos de los cuales se han podido identifi car me-dio centenar de individuos). Todas las series tipo-lógicas representadas aparecen también en el resto de silos, por lo que consideramos que el momento de amortización de todos ellos debió ser bastante cercano en el tiempo. Alguna pieza puntual que no está representada en el SILO 2 y aparece en otros silos se comentará aparte. Pensamos que los ma-teriales aquí contenidos responden a lo que debía ser la vajilla en uso a mediados del siglo X, siendo especialmente signifi cativo su comparación con de-pósitos más antiguos y con otros conjuntos califales exhumados en la ciudad, especialmente el silo de la Basílica Tardorromana (FERNÁNDEZ, 2001: 9).

• Cerámica de cocina

– Olla

Se han documentado dos individuos (4% de la muestra). De uno de ellos se conservan dos fragmentos que permiten identifi car una pieza de

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perfi l globular, sin cuello, con borde simple vuelto y labio redondeado. El otro corresponde a un frag-mento de un fondo plano.

Las piezas están realizadas a torno y a mano. Las cocciones documentadas son de atmósferas oxidantes (pieza elaborada a torno) y reductoras (la elaborada a mano). El desgrasante es relativamente abundante, con tamaño pequeño y mediano, que consiste en esquisto, cuarzo, cal y mica dorada.

Una olla, semejante a la realizada a torno, se localiza en el silo de la Basílica, aunque aquí se tra-ta de un tipo minoritario respecto a un espectro numerosísimo de ollas elaboradas a mano o torne-ta, con perfi les globulares, y bordes normalmente rectos, con decoración incisa. En el depósito de la Basílica las ollas tienen un protagonismo mayor suponiendo casi una tercera parte del total de la muestra, lo que contrasta con los porcentajes de Real 14.

– Cazuela

Las cazuelas son porcentualmente algo más del doble de las ollas (10%). Destaca la uniformidad de sus bordes vueltos al exterior, con un ángulo más o menos marcado. El cuerpo de las piezas es recto con tendencia a defi nir un perfi l algo cónca-vo y los fondos son planos. Todas las piezas están elaboradas a torno lento o a mano con abundantes desgrasantes formados por nódulos de cuarzo, es-quistos, hierro o cal.

Estas cazuelas en el silo de la Basílica suman un tercio del total, lo que confi rma su éxito en épo-ca califal y la consolidación de su uso a lo largo del tiempo. En la Basílica las cazuelas son también más numerosas que en Real 14 ya que suponen un 19,8% del total.

• Servicio de mesa

– Jarritos-as

Su adscripción a una u otra serie es práctica-mente imposible dado lo fragmentado de las pie-zas.

No obstante, contamos con tres ejemplares, dos bordes y un fondo, que sí corresponden, por sus características morfológicas y su tratamiento, a jarritos. Los bordes son rectos con tendencias ex-vasadas o invasadas, en ambos casos con engrosa-miento al interior y labio apuntado. Uno de ellos

presenta un asa maciza que arranca del borde, con sección triangular.

Dos piezas tienen cubierta vítrea melada, de gran calidad, pastas depuradas, pajizas o anaranja-das, con pequeños desgrasantes de cuarzo, esquis-tos y posibles nódulos de hierro. El tercero es biz-cochado, de pasta pajiza y desgrasante esquistoso. Se conserva parte del cuerpo con estrías marcadas, arranque de asa muy bajo y fondo separado del cuerpo por una acusada carena.

Todas estas piezas se emparentan con modelos típicamente emirales, siendo frecuentes los dos pri-meros en Málaga o Pechina. Su presencia en con-juntos califales está documentada en Cercadillla, correspondiendo concretamente el tipo 2.1.F.1.6. (FUERTES, 2001: 44).

Esta serie representa un 26% del total de la muestra (en la Basílica constituyen únicamente el 14,89%), lo que indica que están claramente en regresión con respecto al conjunto de Fructuoso Miaja, donde suponen casi el 40% del total.

Además de los indicados con anterioridad se puede diferenciar otro gran grupo de piezas bizco-chadas que presentan cuellos con tendencia recta o algo abombada que rematan en bordes rectos o bordes vueltos con labios redondeados, apuntados o engrosados al interior; carenas que evidencian perfi les desde muy suaves a otros con quiebros muy acusados, casi en ángulo recto de tradición ante-rior; fondos rectos y en algún caso se resalta la se-paración del cuerpo a la base con un ligero escalón. Los acabados son muy homogéneos y están elabo-radas sistemáticamente a torno. Las coloraciones van desde pajizas a rosáceas o anaranjadas. Las pastas son depuradas, dominando los desgrasantes esquistosos, con cuarzo, mica y en algún caso nó-dulos rojizos, posiblemente cerámica machacada e incorporada a los barros utilizados.

Estas formas muestran una clara continuidad con respecto al conjunto de Fructuoso Miaja, aun-que aparecen ya piezas vidriadas antes inexistentes. Algunas siguen presentando carenas muy acusadas en las transiciones de los cuellos al cuerpo, circuns-tancia constatada en los niveles emirales de Málaga (ACIÉN et al., 2003: 424). Sigue encontrándose bastante variabilidad dentro del grupo, especial-mente en los bordes, que en general tenderá a des-aparecer a lo largo del siglo X.

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En el Silo 3 se localiza un fragmento de asa de un jarrito/a con un pequeño apéndice vertical. Presenta una pasta muy depurada, amarillenta, y conserva restos de vedrío verde puntual que hace pensar que estuvo decorada con cuerda seca parcial. Se trata de una pieza que debe ser muy semejante a un ejemplar completo recuperado en la Basílica Tardorromana, que es además la única recuperada en este conjunto con esta técnica decorativa. Jarri-tas con decoración a cuerda seca se documentan en contextos califales no posteriores a inicios del siglo XI en Cercadilla, con una presencia también casi testimonial dentro del grupo, circunstancia que parece poder extrapolarse a toda Córdoba (FUER-TES, 2001: 153).

– Ataifores

La presencia de un buen número de ataifores supone el cambio más radical respecto a Fructuo-so Miaja. Efectivamente estas piezas abiertas, con cubierta vítrea, constituyen un 24% del total del repertorio. Por otro lado, su presencia en el silo de la Basílica presenta porcentajes muy semejantes a los aquí constatados (19,1%), aunque se observan ligeras variantes tipológicas y decorativas.

Presentan como características comunes un perfi l de tendencia hemisférica o ligeramente exva-sado, bordes simples o indicados al exterior y labios redondeados o apuntados y ausencia de solero o solero bajo (diámetros cercanos a los 10 cm).

Aunque todas las pastas suelen ser muy depu-radas, y los tonos son en general rosáceos o anaran-jados, se puede diferenciar dos grupos. El primero, más numeroso (2/3 del total), presenta desgrasan-tes esquistosos, con cuarzo, mica y cerámica tritu-rada, de coloraciones claras, anaranjadas o rosáceas. El otro grupo se caracteriza por la presencia de fo-raminíferos bien visibles en la pasta, lo que permite plantear un suministro de este tipo de piezas de al menos dos procedencias.

El 66,6% de las piezas presentan vedríos me-lados de buena calidad al exterior e interior, en la mayoría de los casos decorados con óxido de man-ganeso formando líneas onduladas o trazos y, en un caso, chorreones. Junto a ello contamos con un ejemplar achocolatado (8,3%), dos piezas con de-coración verde y morado sobre blanco (16,6%) y una sobre fondo melado (8,3%). En dos de éstas últimas el vedrío salta con facilidad.

Dado lo fragmentado de las piezas sólo se reco-nocen dos motivos geométricos con la técnica del verde y manganeso: ovas continuas bajo el borde y trenzados que rodearían un motivo más complejo.

En el resto de los silos de Real 14 también apa-recen fragmentos de ataifores con decoración en verde y manganeso sobre fondo estannífero o me-lado, con motivos de ovas continuas bajo el borde de las piezas, y algún otro fragmento con motivos irreconocibles.

Con respecto a su comparación con el conjun-to de la Basílica, coincide que allí también son do-minantes las decoraciones consistentes en trazos de manganeso sobre fondo melado (55,5%), le siguen los motivos en verde y manganeso sobre fondo blanco (22,2%), y aquí también están presentes los vedríos verdes monocromos o verdes sobre melado (1,08%).

– Taza

Se documenta una sola pieza con estas caracte-rísticas (2% sobre el total). Presenta vedrío exterior achocolatado y melado al interior. Se conserva el borde recto algo entrante con labio redondeado y un cuello corto que marca una acusada carena a partir de la cual se desarrolla el cuerpo decorado a base de líneas paralelas incisas bajo cubierta.

Esta forma se localiza en contextos califales como Cercadilla (FUERTES, 2002: 121). No obs-tante, el vedrío achocolatado y las decoraciones consistentes en incisiones bajo cubierta de vedrío responden a tradiciones más antiguas, aunque tam-bién llegan al siglo X, como se puede documentar en el mismo yacimiento citado (FUERTES, 2002: 156) y probablemente se pueda constatar también en Ceuta en los conjuntos de Salud Tejero y Solís 6.

– Redomas

A esta serie podrían adscribirse con dos frag-mentos de cuerpos de formas cerradas, vidriadas, y con ciertas reservas, un fondo con ligero repié indicado.

• Servicios de iluminación– Candiles

Documentamos un candil con perfi l completo, bizcochado, pasta de tonalidad beige-verdosa, des-grasante fi no de esquisto y cuarzo. La cazoleta pre-

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senta sección lenticular, y se observa una destacada rebaba que bordea dicho depósito. Bajo el borde del gollete (de gran diámetro) arranca el asa. Otros dos fragmentos de cazoletas nos permiten identi-fi car un total de tres individuos, coincidiendo en todos la presencia de la rebaba indicada. Suponen un 10,6% del total de la muestra.

Un fragmento de difícil adscripción tipológica, vidriado en verde y con calado de rombos, quizás pueda corresponder también a un elemento de ilu-minación.

En el conjunto de la Basílica los candiles tie-nen un protagonismo algo mayor (16,3% del to-tal) siendo igualmente frecuente la rebaba citada delimitando la cazoleta. Destaca la presencia de decoraciones a cuerda seca parcial en alguno de los ejemplares probable síntoma de modernidad con respecto a Real 14.

• Preparación de alimentos, usos varios

– Alcadafe

Contamos con el borde de un ejemplar de acusada visera y el labio plano elaborado a torno, con cocción oxidante y desgrasantes de esquisto y cuarzo.

• Contenedores para transporte y almace-naje

– Jarros-as

Los jarros y jarras suponen un 14% del total de la muestra. Se puede distinguir un ejemplar que corresponde claramente a un jarro, del que se con-serva un fragmento de cuello, más bien estrecho, del que arranca un asa.

El resto de las piezas son fragmentos de jarras, de cuerpo abombado, cuello cilíndrico, asas verti-cales nervadas y fondo plano o ligeramente cónca-vo. Un ejemplar presenta un nervio acusado que resalta la unión del cuello con el cuerpo. Otras dos piezas, elaboradas a torno y cocción mixta, presenta acabados exteriores de un rojo intenso y decoración mediante una o dos bandas a peine bajo el cuello e inicio del cuerpo. Las pastas son depuradas, y se observa algo de esquisto y mica.

Este tipo de jarras también esta presente en la Basílica, aunque de forma casi testimonial (1,48%). No obstante, los ejemplares están muy completos y

permiten documentar la totalidad del perfi l de las piezas (FERNÁNDEZ, 2001: 63).

– Tinajas

Sólo contamos con un fragmento de borde de una pieza, elaborada a mano, con borde vuelto y labio plano, que recuerda a una de las piezas recu-peradas en Fructuoso Miaja.

Su presencia es especialmente signifi cativa en el yacimiento de Marroquíes en el paso de la fase IIb a la IIc, es decir, en momentos de transición al Califato (PÉREZ et al., 2003: 407), así como en el nivel II de Pechina donde su número aumenta respecto a la fase anterior (CASTILLO, MARTÍ-NEZ, 1993: 113).

Valoración cronológica del conjunto de Real 14

A pesar de contar con apenas medio centenar de individuos aparecen prácticamente representa-dos todos los servicios propios de repertorios cerá-micos califales. La cerámica de cocina supone un 14% del conjunto, jarros-as y jarritos-as un 40% entre las dos series, los ataifores suman un 24%, los candiles un 10%, las tazas, alcadafes y tinajas un 2% respectivamente del total.

En una comparación con el conjunto de Fruc-tuoso Miaja observamos cambios muy signifi ca-tivos como es la presencia de series antes no do-cumentadas y especialmente el uso de la cubierta vidriada en el tratamiento de las piezas. Efectiva-mente, la cerámica vidriada constituye un 38% del total, hecho habitual en los conjuntos del X en Cercadilla (FUERTES, HIDALGO, 2003: 539) aunque en Pechina y Málaga viene ocurriendo des-de fi nales de la centuria anterior.

Otro hecho a destacar es un incremento muy signifi cativo de los ataifores, que pasan de un 3,8% de Fructuoso Miaja a una proporción seis veces su-perior en el silo de Real 14. Asimismo se aprecia una disminución signifi cativa de la cerámica de cocina, especialmente de las ollas, que de suponer un 23% ahora se limitan a un 4% del total. Las ca-zuelas experimentan un ligero aumento (pasan del 7,6% de Fructuoso a un 10%), siendo su presencia el doble que el de las ollas dentro de su conjun-to. Además aparecen series no documentadas en el grupo anterior como las redomas, taza y el alcada-

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fe. Los candiles y las tinajas mantienen porcentajes semejantes.

Tipológicamente se sigue observando una am-plia variabilidad formal dentro de los jarritos-as, con bordes rectos o entrantes y labios redondeados, apuntados, moldurados o engrosados al interior. Las carenas son rectas o suaves y los fondos son planos o ligeramente indicados. Resulta interesante la constatación de al menos un ejemplar de jarrito vidriado, con una gran asa que se eleva por encima del borde, especialmente característico de los con-juntos emirales de Pechina y Málaga aunque con continuidad en el califato.

El hallazgo de la taza es signifi cativo ya que, aunque se trata de una forma propia de momentos califales, está cubierta con vedrío achocolatado y presenta decoración incisa bajo cubierta, caracte-rísticas frecuentes de fi nales del siglo IX en los ya-cimientos señalados.

La presencia de un número abundante de ataifores en detrimento de las ollas es también un aspecto que se convierte en rasgo característico de los conjuntos califales con respecto a momentos precedentes. No obstante, observamos una serie de características que parecen indicar cierto arcaísmo en el grupo. Los perfi les son suaves y los fondos son mayoritariamente planos. Se documentan tra-tamientos vidriados muy variados, como por ejem-plo: melados con trazos de manganeso (en un caso con chorreo acusado de este óxido), achocolatados, verde y manganeso sobre blanco y verde y manga-neso sobre melado.

La presencia de ataifores con decoración verde y manganeso resulta especialmente signifi cativa a la hora de llevar a cabo propuestas cronológicas. Su presencia nos debería llevar directamente a mo-mentos de mediados del siglo X, aunque reciente-mente se está valorando la posibilidad de un origen algo anterior (Pechina, Tudmir, Marroquíes) aun-que su generalización se realice a partir de mitad de esa centuria. El dominio de los fondos planos, la presencia diversa de decoraciones vidriadas, como los achocolatados o los trazos de manganeso cho-rreado, así como la calidad de éstas, recuerda a los ataifores de Málaga y Pechina. Las características de las pastas sugieren que algunos de estos ataifores proceden de alfares malagueños.

Por otro lado, la comparación con un conjunto que consideramos algo más moderno, como es el del silo de la Basílica Tardorromana, es elocuente. Se trata efectivamente de un conjunto plenamente califal, donde algunos rasgos muy puntuales nos permiten plantear que puede ser fechado en mo-mentos de la segunda mitad del siglo X o, como muy tarde, a inicios del siglo XI.

Como ya adelantamos, aunque a grandes ras-gos se observa bastante similitud entre ambos, tam-bién observamos algunos indicios que nos llevan a plantear una mayor antigüedad para los silos de Real 14. Con respecto al grupo de la cerámica de cocina, a pesar de existir un claro desequilibrio por-centual entre ambos conjuntos, destaca en el ha-llazgo del istmo un gran protagonismo de las piezas elaboradas a mano o torneta con respecto a las pie-zas a torno, dato propio de conjuntos plenamente califales como Marmuyas o Málaga.

Con respecto a los jarritos-as, existen impor-tantes similitudes aunque también se observan al-gunos matices diferenciadores. Todas las piezas de la Basílica correspondientes a este grupo son bizco-chadas, pero en Real 14 también aparecen algunos jarritos vidriados, con elevadas asas de clara tradi-ción emiral.

En los ataifores, cuya presencia es porcentual-mente semejante, podría observarse como síntoma de modernidad para la Basílica la existencia de per-fi les carenados (por otro lado bien constatados en momentos anteriores a los primeros años del XI en Cercadilla) frente al dominio de perfi les con tendencia hemisférica y mayor número de fondos planos en Real 14, dato que recuerda también a los perfi les de los ataifores emirales.

El grupo candil se presenta decorado, en un buen número de ejemplos, con cuerda seca parcial en la Basílica, en tanto que ninguno de los tres ejemplares de Real 14 muestra esta decoración. En Cercadilla, en los niveles previos a la primera dé-cada del siglo XI, la presencia de decoraciones con cuerda seca es prácticamente testimonial.

La presencia de una taza con vedrío achocola-tado y decoración incisa bajo cubierta en Real 14 emparenta también con contextos algo más arcai-cos lo que contrasta con su presencia en el silo de la Basílica.

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En función de lo expuesto planteamos para este conjunto una cronología en momentos cerca-nos a la mitad de siglo X, en tanto que el conjunto de la Basílica parece corresponder a momentos de la segunda mitad de dicha centuria o inicios del siglo XI.

5.2.4. Plaza de los Reyes

Los trabajos de excavación para la remodela-ción de la Plaza de los Reyes (2005) han permitido documentar restos constructivos de época bajome-dieval y varias estructuras subterráneas consistentes en aljibes y silos. Un aljibe es colmatado en época portuguesa, mientras que los silos se amortizan con materiales de los siglos XIV-XV. No obstante, en el sector más septentrional de la intervención, cerca-no a la Calle Real, se ha documentado parte de un silo muy afectado por cimentaciones contemporá-neas en el que ha sido posible documentar algún material cerámico. Se trata fundamentalmente de restos de material de construcción y fragmentos de cuerpos de difícil clasifi cación. No obstante, se ha conservado un fragmento de cazuela elaborada a torneta de perfi l curvo y labio vuelto, muy habitual entre los conjuntos califales de la ciudad aunque sus orígenes, en la Península y otros contextos nor-teafricanos, se rastrean desde fi nales del siglo IX.

5.2.5. Calle Linares

En una intervención de urgencia efectuada en 2006, y aún en fase de estudio durante la redac-ción de estas líneas, se han documentado niveles arqueológicos sobre el sustrato natural con cerá-mica califal. El conjunto es corto en número pero destaca la práctica ausencia de vidriados, junto con jarritas-os y cerámica de cocina elaborada a torneta o torno lento. A falta de un estudio más exhaustivo su interés radica en su importancia para conocer la extensión del arrabal oriental durante la época califal.

5.2.6. Calle Velarde

Una serie de actuaciones arqueológicas llevadas a cabo en fechas recientes en diversos solares de la Calle Velarde, y su entorno inmediato, han consta-tado la ocupación de este sector situado al sur de la Almina durante el periodo altomedieval (fi nales del IX-XI) y en época islámica tardía (siglos XIV-XV).

Al momento más antiguo (fi nales del siglo IX-inicios del X) corresponde un hallazgo cerra-do consistente en un silo con perfi l acampanado. Se documentan cerámicas de cocina elaboradas a mano o torneta, jarritos-as bizcochados, alguno con pintura blanca y otros con cubierta vítrea ma-rrón y motivos incisos bajo cubierta, así como atai-fores sin repie y cubiertas meladas de buena calidad con trazos de manganeso. Sus más cercanos para-lelos se encuentran en los yacimientos de Málaga y Pechina.

6. CONCLUSIONES

Como indicamos al comienzo de nuestra ex-posición pretendíamos en este artículo realizar una relectura de los tres primeros siglos de dominio is-lámico de Ceuta a partir fundamentalmente de las investigaciones arqueológicas que vienen desarro-llándose en los últimos años.

Dos puntos esenciales han centrado nuestra atención. De una parte, el análisis de los repertorios cerámicos recuperados en distintas intervenciones llevadas a cabo en la ciudad, que han permitido por primera vez documentar vestigios anteriores a la conquista Omeya, y caracterizar la vajilla de época califal. De otra, una puesta al día de nues-tros conocimientos sobre la muralla construida por al-Nasir. Todo ello nos permite apuntar, con todas las reservas necesarias debido a los pocos datos dis-ponibles, algunas hipótesis en torno a la evolución urbana de Ceuta durante esos siglos.

Un primer punto de controversia en la investi-gación sobre este periodo ha sido la ubicación de la fortaleza justinianea que habría hecho posible a Ju-lián hacer frente a las tropas musulmanas y habría permitido forzar la fi rma de un pacto. Algunos au-tores la sitúan en la cima del monte Hacho en tan-to que otros se inclinan por ubicarla en el Istmo. Si bien hay que reconocer que las investigaciones son aún muy escasas, ha de señalarse que ningún resto ha sido localizado hasta el momento en el Hacho y que los escasos vestigios localizados se sitúan en la zona del istmo. Un lugar que presenta una más defi ciente situación defensiva, pero tiene más fácil acceso al mar y consecuentemente mayores posi-bilidades para la instalación de una fortaleza en la que el papel de la fl ota era esencial.

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Las crónicas señalan una destrucción de la ciu-dad tras el asalto de las huestes jariyíes y su posterior refundación por un grupo procedente del cercano valle del Wadi Ras. Bajo los Banu Isam Ceuta tiene una importancia relativa como atestiguan los esca-sos datos recogidos en las fuentes y la ausencia de acuñaciones. No tenemos hasta el momento, por desgracia, prácticamente ningún dato apenas sobre las características de esta fundación y su desarrollo.

Como se ha señalado recientemente, en las “ciudades islámicas de primera época” no existie-ron diferencias tan acusadas entre el mundo urba-no y rural como en momentos posteriores, estando organizadas en barrios separados, en los que se agru-paban gentes con una base gentilicia similar. Tales barrios estaban apenas relacionados entre sí, con una diferenciación entre el espacio propiamente urbano y el del poder, cuyo punto de relación está en la mezqui-ta mayor (MALPICA, 2005). Ya Ferhat señaló que, en este momento, pudieron existir varios núcleos habitados conformados en una estructura de tipo tribal. No sería, en su opinión, hasta la conquista Omeya que podemos asistir a la creación de una auténtica medina (FERHAT, 1993). Malpica, en la misma línea y refi riéndose ya concretamente a Ceuta, ha señalado que hasta al menos fi nales del siglo IX y principios del siglo X no hay un proceso ur-banizador claro, que alcanzaría su punto sin retorno con la expansión del califato de Córdoba (MALPI-CA, 2006: 23).

Los escasos datos arqueológicos que poseemos de este momento (Fructuoso Miaja, Victori Ga-ñalons, Velarde y Plaza de la Catedral) permiten indicar que posiblemente algunos sectores de la Almina, y quizás del Istmo, estaban ocupados pre-viamente a la conquista Omeya. Efectivamente, los análisis realizados sobre la cerámica de Nakur, se-ñalan los paralelos existentes entre los yacimientos del norte de África investigados (Nakur, Melilla y Ceuta). No obstante, podemos observar un pareci-do aún mayor entre los materiales ceutíes y los del sur de al-Andalus, por ejemplo con los conjuntos de Málaga o Algeciras. Resulta sugerente relacionar este hecho con la presencia de contingentes de po-blación peninsular en Ceuta. Por otro lado, la cer-canía entre ambos espacios y su uso como puertos de comunicación reforzaría esta idea. Esta relativa semejanza se quiebra en las producciones elabo-

radas a mano o torneta, que mantienen de forma más acusada sus características locales, y donde si observamos algunos paralelos tipológicos y decora-tivos con conjuntos como los del Cerro del Cubo y Parque Lobera de Melilla. En defi nitiva, el análisis de las cerámicas recuperadas permite indicar una estrecha relación de Ceuta con el mundo andalusí previa a la conquista de al-Nasir en línea con lo que conocemos por testimonios como el de al-Bakri.

La conquista Omeya signifi có, como hemos indicado, un profundo avance en el proceso ur-banizador. Deseoso de asegurar la posesión de la ciudad, y transcurrido casi un cuarto de siglo desde la conquista, Abd al-Rahman III ordenó la cons-trucción de una muralla, decisión que debe ser en-tendida dentro del proceso de reforzamiento de las defensas del área del Estrecho de Gibraltar y que tiene su lógico correlato en tierras peninsulares. La envergadura de la obra y sus características ponen de manifi esto el interés del califa en la defensa de Ceuta. Este recinto situado en la zona ístmica per-mitió alcanzar una gran importancia a la ciudad, que se convirtió en la principal plaza fuerte del ca-lifato en el norte de África, la única que se mantu-vo siempre bajo los Omeyas en estas turbulentas décadas de lucha contra los fatimíes y sus aliados.

Responde al tipo de fortifi cación de forma rec-tangular con un qasr en el extremo de la ciudad que controla el acceso a la misma y que tiene sus precedentes en época emiral (ACIÉN, 1985). Una construcción de carácter estatal atestiguada tanto por las crónicas que atribuyen la iniciativa de su edifi cación al propio califa, como por las caracterís-ticas constructivas que hemos analizado con ante-rioridad y a cuya primaria función defensiva se une un interés decidido por manifestar una presencia efectiva del Estado Omeya, de su poder y de su capacidad organizativa en un territorio en disputa contra un enemigo exterior. Resultan en este sen-tido signifi cativos los paralelos evidentes con otra fortifi cación tan distante como San Esteban de Gormaz en otro de los territorios fronterizos del Estado Omeya.

La erección de esta cerca marca un punto de infl exión en el desarrollo urbanístico de la ciudad que tuvo consecuencias seculares. Desde ese mo-mento al menos este espacio albergó la mezquita aljama y la Dar al-Imara, algunos mercados así

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como viviendas y baños de los principales de la ciudad (GOZALBES CRAVIOTO, 1988c; GO-ZALBES CRAVIOTO, 1989), reproduciendo un fenómeno de asociación de los principales elemen-tos simbólicos del poder político, militar y religioso que perdura hasta nuestros días.

Como ya hemos indicado, las construcciones de época califal en este ámbito arrancan en oca-siones de los niveles de la factoría de salazón ro-mana, circunstancia constatada en otras medinas islámicas como Málaga. Quizás pueda indicar la ocupación por parte de esta medina califal de un lugar utilizado en precario o simplemente abando-nado. Únicamente han sido localizados vestigios que pueden ser considerados “precalifales” en las fosas de la Plaza de la Catedral. El carácter de estos depósitos, en posición secundaria, permite incluso pensar en un periodo de amortización más amplio. Es sugestiva la idea de que dichos depósitos pudie-ron ser utilizados como basureros después de 931 pero en el estado actual de nuestros conocimientos resulta imposible asegurarlo.

Los hallazgos del silo de la Basílica y los del Paseo de las Palmeras, datados en la segunda mitad del X, corresponden ya a momentos plenamente califales y testimonian junto a los propios vestigios de la muralla la ocupación de este espacio por la medina de los cordobeses.

Respecto a la Almina, no hay duda de que los materiales de Fructuoso Miaja refl ejan momentos anteriores a la conquista y testimonian una ocu-pación previa de este espacio. En cambio, las ce-rámicas recuperadas en Real 14 parecen indicar que fueron desechadas en momentos cercanos a la mitad del siglo X y refl ejan la continuidad de la ocupación de la Almina que enlazaría con las recu-peraciones de Salud Tejero y Solís 6, ya plenamente de la segunda mitad de dicha centuria. En defi ni-tiva, parece posible considerar una ocupación más o menos densa, pero que prácticamente se podría extender hasta las cercanías a Cortadura del Valle, y que arrancaría cronológicamente desde al menos la segunda mitad del siglo IX en adelante, y que hasta ahora se había supuesto bastante más tardía.

En cualquier caso, aunque se desconocen las características del poblamiento en la Almina, pa-rece evidente que éste se vio condicionado por la construcción del recinto fortifi cado que, a los ojos de quien observase la ciudad desde el exterior, for-maría una unidad. El desarrollo del ámbito por-tuario, y el propio resguardo que viene a suponer la construcción de la nueva cerca de la medina, se convierten en una garantía defensiva que tuvo que incidir en el desarrollo de la Almina. En este sen-tido, la existencia de una necrópolis antigua en la ladera del Hacho podría ponerse en relación con la existencia de este hábitat extramuros.

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Fig. 1: Ceuta. Ubicación geográfi ca.

Fig. 2: Ceuta. Situación del recinto amurallado y hallazgos.

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Fig. 3: Restitución hipotética del trazado de la muralla y ubicación de los restos localizados.

Fig. 4: Sección del interior del Baluarte del Caballero y situación del lienzo de muralla.

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Fig. 5: Sección del trazado de la muralla y puerta en el interior del Parador de Turismo.

Fig. 6: Restitución axonométrica de

la puerta del frente occidental.

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Fig. 7: Alzado de la puerta del frente occidental.

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Fig. 8: Calle Fructuoso Miaja, ollas.

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Fig. 9: Calle Fructuoso Miaja, jarras.

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Fig. 10: Calle Fructuoso Miaja, varios.

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Fig. 11: Calle Real 14, jarras.

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Fig. 12: Calle Real 14, ataifores.

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Fig. 13a: Calle Fructuoso Miaja, candiles.

Fig. 13b: Calle Real, 14, candiles.

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Fig. 14: Calle Real 14, varios.

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Lám. 1: Alzado de la muralla en el interior del Baluarte del Caballero.

Lám. 2: Puerta del frente occidental. Detalle del arco y alfi z.

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Lám. 3: Puerta. Detalle de la zapata de cimentación y estructuras romanas amortizadas por la muralla.

Lám. 4: Frente norte. Estructura adelantada en

el interior del Baluarte de los Mallorquines.

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Lám. 5: Frente norte. Lienzo y torres.

Lám. 6: Frente este.

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Lám. 7: Silos de la calle Real, 14.