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CIENCIA POSITIVA, POLÍTICA "CIENTÍFICA" CUERPO DOCTRINARIO DEL POSITIVISMO FRANCÉS Cuando se afirma simplemente que la filosofía positiva es la expresión ideológica, clasista, de la burguesía, se establece un juicio unilateral que, tomado aisladamente, puede conducir a errores graves. Porque la burguesía, al igual que las otras clases sociales que le han antecedido en el dominio de la sociedad, sufre una transformación notable cuando logra hacerse del poder político. Si antes desempeñaba un papel, sobre todo, revolucionario, ahora se coloca en el extremo opuesto, pugnando con decisión por conservar su dominio. En el terreno filosófico, la expresión revolucionaria de la burguesía tiene su culminación en la dialéctica de Hegel. En cambio, el positivismo viene a ser el exponente de la iniciación del régimen capitalista implantado por la burguesía. Como tal, mantiene todavía, esa confianza ilimitada en la razón que distingue a la filosofía moderna en su combate contra la teología, pero, al mismo tiempo, comprende ya una

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CIENCIA POSITIVA,

POLÍTICA "CIENTÍFICA"

CUERPO DOCTRINARIO DEL POSITIVISMO FRANCÉS

Cuando se afirma simplemente que la filosofía positiva es la expresión ideológica,

clasista, de la burguesía, se establece un juicio unilateral que, tomado aisladamente,

puede conducir a errores graves. Porque la burguesía, al igual que las otras clases

sociales que le han antecedido en el dominio de la sociedad, sufre una transformación

notable cuando logra hacerse del poder político. Si antes desempeñaba un papel, sobre

todo, revolucionario, ahora se coloca en el extremo opuesto, pugnando con decisión por

conservar su dominio. En el terreno filosófico, la expresión revolucionaria de la

burguesía tiene su culminación en la dialéctica de Hegel. En cambio, el positivismo

viene a ser el exponente de la iniciación del régimen capitalista implantado por la

burguesía. Como tal, mantiene todavía, esa confianza ilimitada en la razón que distingue

a la filosofía moderna en su combate contra la teología, pero, al mismo tiempo,

comprende ya una justificación del orden burgués, cuya conservación tiene por

indispensable. Para no traspasar los límites de este ensayo, sólo apuntamos que el

desarrollo del capitalismo ha traído como consecuencia que sus expresiones filosóficas

acaben por perder también ese carácter racional, dando por resultado las distintas

corrientes irracionalistas que existen en la actualidad. En cuanto a la filosofía positiva,

es necesario completar la afirmación diciendo que es la expresión ideológica de la

burguesía en la primera fase del capitalismo.

La concepción hegeliana del mundo en movimiento incesante de transformaciones,

comprende el cambio de la sociedad y considera al nuevo régimen como producto de la

superación del viejo y caduco. En esta concepción se expresa claramente el carácter

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revolucionario de la burguesía y se justifica su aspiración por implantar su régimen. En

cambio, la filosofía positiva niega por completo toda superación ulterior; es más,

renuncia de manera expresa al mero intento de indagar su posibilidad. La concepción

positivista del mundo se limita al relato de los hechos observados, excluyendo toda

explicación sobre ello. Su regla fundamental es:

[. . .] que toda proposición que no puede reducirse estrictamente al mero

enunciado de un hecho particular, no puede ofrecer ningún sentido real e

inteligible. Los principios mismos [. . .] no son ya más que verdaderos hechos,

solo que más generales y más abstractos que aquellos cuyo vínculo deben formar

[. . .] [y] cualquiera que sea el modo, racional o experimental, de llegar a su

descubrimiento, su eficacia científica resulta exclusivamente de su conformidad,

directa o indirecta, con los fenómenos observados [. . .] [ya que] no podemos

verdaderamente conocer sino las diversas conexiones naturales aptas para su

cumplimiento, sin penetrar nunca el misterio de su producción.1

Por lo demás, en este mundo positivo resulta imposible el cambio más insignificante:

la naturaleza y la sociedad funcionan conforme al dogma general de la invariabilidad

absoluta de sus leyes; porque ésta es la visión más apropiada para la conservación del

régimen existente. Al propio término positivo se le asignan varias acepciones conve-

nientes. En primer lugar, "la palabra positivo designa lo real, por oposición a lo

quimérico", y por lo tanto, representa la destrucción de las "importunas ilusiones" que

mantienen los proletarios acerca de que en el ejercicio del poder o en el cambio de las

instituciones políticas radica la satisfacción de, sus intereses, "puesto que la naturaleza

de nuestra civilización impide evidentemente a los proletarios esperar; e incluso desear,

ninguna participación importante en el poder político propiamente dicho".2 1 Augusto Comte, Discurso sobre el espíritu positivo, Revista de Occidente, Madrid, 1934, pp. 26-27.

2 Ibíd.. pp. 79, 176 y 179.

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En un segundo sentido, el término "indica el contraste de lo útil y lo inútil"; el

positivismo es útil porque garantiza el conformismo y la sumisión de los proletarios, ya

que les hace "darse cuenta de que la dicha real es compatible con cualesquiera

condiciones, siempre que sean cumplidas honorablemente, y racionalmente aceptadas".3

Según una tercera significación, califica "la oposición entre la certeza y la indecisión";

en este sentido, el positivismo aspira a crear un cuerpo de sabios al servicio del régimen

constituido que, como depositarios del conocimiento científico, deben ser creídos de

manera ciega por el resto de la población, aun cuando sus teorías no sean comprendidas.4

En una cuarta acepción, "consiste en oponer lo preciso a lo vago"; formula, entonces,

exactamente sus anhelos de sustituir "con un inmenso movimiento mental una estéril

agitación política" y de tender "a consolidar todos los poderes actuales en manos de sus

poseedores, cualesquiera que sean".5 En una quinta aplicación, "se emplea la palabra

positivo como lo contrario de negativo"; así, la metafísica negativa que sirvió para la

emancipación mental de los hombres con respecto a la teología tiene que desecharse,

porque "sólo la filosofía positiva podrá, de nuevo [sustituyendo a la Iglesia], apoderarse

radicalmente de ellos" y, ante todo, de los proletarios.6 Por último, el carácter esencial

del nuevo espíritu filosófico que se indica en la palabra positivo "consiste en su

tendencia necesaria a sustituir en todo lo relativo a lo absoluto"; en consecuencia, "los

filósofos positivos se sentirán siempre casi tan interesados como los poderes actuales en

el doble mantenimiento continuo del orden interior y de la paz exterior", en una palabra,

el positivismo aspira a ocupar por completo el lugar de la Iglesia: guardando el orden,

desviando a los hombres de sus problemas, haciéndoles ignorar la política y trasladando

la lucha a otros planos, en los cuales no peligre la hegemonía del régimen constituido.7

3 Ibid,, pp. 79 y 171.4 Ibid., pp. 79, 134 y 135.5 Ibid., pp. 80, 150 y 1526 Ibid., pp. 80 y 165.

7 Ibid,, pp. 83, 111, 122 y 186.

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PROPÓSITOS DEL POSITIVISMO EN MÉXICO

La reforma planteada por Gabino Barreda fue acogida con favor por los liberales, ya

que, en las condiciones del ejercicio del poder político y económico, el positivismo

resultaba un instrumento inestimable para el mantenimiento del orden.

Fundamentalmente el partido liberal encontró en la implantación del positivismo la

manera de sustituir a la Iglesia -que, hasta entonces, había sido un enemigo declarado

de la burguesía , conservando, a la vez, todas las ventajas que la propia Iglesia

presentaba como factor importantísimo para el dominio del pueblo: porque establecía la

imposibilidad de que la mayoría de la población pensara, siquiera, en tener alguna

participación en el gobierno; preconizaba el conformismo y la resignación con la

posición en que cada quien se encontraba; exigía la fe ciega en las llamadas verdades

demostrables de la ciencia, que solamente una minoría privilegiada podía comprender,

pero que todos deberían acatar; consideraba al gobierno constituido como el mejor de

los regímenes posibles y lo tenía por intocable; aspiraba a apoderarse radicalmente de la

conciencia de todos los hombres para dirigirlos, y, por último, deformando los intereses

reales de la población, trasladaba todas las contiendas a aquellos planos en donde se

anulaba cualquier peligro para el régimen establecido.

Con estos propósitos, se introdujo en México la reforma de la enseñanza, de acuerdo

con la Ley Orgánica de Instrucción Pública del 2 de diciembre de 1867, cuya redacción

había sido dirigida por Barreda. La fundación de la Escuela Nacional Preparatoria vino a

separar la enseñanza secundaria de la instrucción profesional. Así, en los cursos

preparatorios se abarcó de manera integral el conjunto de las ciencias positivas,

conforme a un plan de estudios único para todos los alumnos dispuesto en orden a la

generalidad decreciente y complicación creciente de las disciplinas. Se proscribieron

todas aquellas materias que pudieran suscitar polémicas religiosas, introduciendo en su

lugar el estudio de las ciencias naturales basadas en el método experimental. Además, la

reforma positiva también hizo realidad lo que había sido un proyecto acariciado

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largamente por Valentín Gómez Farias, José María Luis Mora e Ignacio Ramírez:

implantar la enseñanza primaria obligatoria y gratuita. En este sentido, la enseñanza

recibió un impulso considerable y, al mismo tiempo, en México se estableció, por

primera vez, el cultivo de la ciencia moderna. Tomaron cuerpo los anhelos que se venían

expresando desde la segunda mitad del siglo XVIII, dándose un golpe de muerte a las

estériles especulaciones teológicas.

Ahora bien, es conveniente aclarar aquí una confusión que se ha propalado desde la

aparición de los trabajos de Leopoldo Zea. De ellos se desprende que la revolución

liberal fue plasmada en México por un grupo de hombres situado al margen de la

sociedad, porque sus miembros no pertenecían a ninguna clase social. Entonces, cuando

se consumó la revolución, y el grupo se afirmó en el poder, tuvo que preocuparse por

descender de su privilegiada situación suprasocial, para buscar una clase social

encargada de mantener el orden, Y así fue como, ya que no podía confiar en el clero ni

en el militarismo, vino a fijar su atención, por simple exclusión, en la burguesía

mexicana. Pero antes de otorgarle tal misión pensó en la necesidad de dar a los

miembros de esta clase una educación especial, para que adquirieran conciencia del

destino que se les confiaba y asumieran con plenitud esa responsabilidad.8 Tal

explicación es del todo inaceptable. En la realidad de los hechos, el partido liberal

representaba, sobre todo, los intereses de la burguesía mexicana y, si bien incluyó en su

programa algunas de las aspiraciones de los campesinos, fue ésta una condición que tuvo

que cumplir por fuerza para contar con su apoyo y poder obtener el triunfo político. Por

eso, en el momento mismo en que se logra la victoria, los representantes de la burguesía

se esfuerzan por hacerla permanente y, abandonando las demandas campesinas, buscan

más que nada el ensanche de su poderío económico, la destrucción de sus enemigos y la

convicción de la mayoría de la población en su favor. Para esto, rompen las trabas que

impedían el desarrollo del comercio, la agricultura y la industria; se apoderan de las

riquezas acumuladas por el clero y las hacen producir - con lo cual aumentan de modo

fabuloso sus recursos y debilitan enormemente a su enemigo—, y establecen la

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enseñanza positivista, a fin de lograr el consenso de la opinión general. Por lo tanto, no

se implanta el positivismo como un medio para crear conciencia de clase en la burguesía

mexicana, suponiendo que ésta no la tuviera, sino que, al contrario, su establecimiento

es una prueba de que esa conciencia ya se había desarrollado y de que entonces se

pretendía crear en las otras clases una conciencia favorable a los propósitos que la

burguesía mexicana puso en ejecución. Se trataba de imponer la obediencia ciega a los

dictados de la ciencia, cuyo usufructo se confiaba, en monopolio, a una minoría

privilegiada, al servicio del régimen político; y, para ello, se intentaba extender la

instrucción a todas las clases sociales.

APLICACIÓN DEL POSITIVISMO

Al adoptar el positivismo se introdujeron ciertas modificaciones al pensamiento de

Comte. En lugar de tomar el amor como principio, se consideró a la libertad como el

medio adecuado para ejercer la acción. El lema:

amor, orden y progreso fue sustituido por otro: libertad, orden y progreso. Sin embargo,

la libertad no debía estimarse

[. . .] como un bien intrínseco y eterno, como un elemento indispensable al

bienestar y al progreso en todos los tiempos y en todos los lugares, lo mismo en

Suiza que en Patagonia; no debía considerarse como un fin sino como un medio y

sólo debía concederse a las comunidades en la medida conveniente, con objeto de

que pudieran aprovecharlo en actividades fecundas para la satisfacción de

necesidades legítimas, para estimular las ciencias y las artes, en una palabra, para

crear el bien social.9

8 Leopoldo Zea, El positivismo en México, El Colegio de México,1943 pp. 46,66,67 y 85.

9 Valentín Gama, “El positivismo en México”, U.G.B. Revista de Cultura Moderna, Órgano de la Universidad

Gabino Barreda, Núm. 2, noviembre de 1935, México, pp.64-93

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Como puede verse, se postulaba a la libertad solamente para enlazar el programa del

partido liberal con la realidad del régimen ya formado. Y, por eso mismo, cuando ya no

fue necesario hacer patente ese enlace, la libertad acabó por desaparecer del

pensamiento positivo, salvo en aquellos casos en los cuales se destacaba su carácter

destructivo. El lema mismo se redujo pronto a sólo dos términos: orden y progreso.

Acerca del orden existente, los positivistas no pretendían que se le reconociera como

perfecto; pero sí lo presentaban, dentro de las condiciones reales del país, como el mejor

entre todos los posibles. No negaban que el gobierno era una dictadura; pero pedían que

se la respetara profundamente, por estimar que había llegado a dominar la anarquía

anterior. Además, consideraban que el régimen se diferenciaba de manera radical de las

dictaduras precedentes, por su franco carácter constructivo, ya que:

[. . .] había acabado con el bandolerismo que infestaba y asolaba los campos [. . .]

había logrado atraer, inspirándole confianza, al capital extranjero [, , ,] había

reorganizado algunas ramas de la administración [. . .] había realizado una

aspiración que muchas veces se había expuesto en fórmulas sonoras: la libertad de

comercio interior [. . .] y, por último, que había logrado lo que ningún

gobierno desde la independencia: restablecer el equilibrio entre los ingresos y los

egresos.10

Este orden mexicano era también la base para la emancipación científica, religiosa y

política de toda la humanidad, porque en él había encarnado el espíritu positivo del orbe

entero. De esta manera, al igual que la ciencia positiva había arrebatado el rayo de

manos de la religión, asimismo, el régimen, que trataba de justificarse con el

positivismo, arrancaba el orden del poder de la Iglesia y lo utilizaba como base de su

propio poder.

10 Ibíd.

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En cuanto al progreso, se afirmaba que solamente podría lograrse dentro del orden

establecido. Se le tenía por una lenta evolución gradual, de la cual se excluía, de modo

necesario, hasta la posibilidad de la revolución. Lo principal era convencer a todos de

que los innegables progresos alcanzados por unos cuantos representaban un progreso

colectivo para la nación. El que dichos beneficios no abarcaran, por de pronto, a todos,

era lo de menos; ya se lograría esto en el futuro, con tal de que se siguiera manteniendo

el orden. Por lo demás, el progreso mismo acabó por no importar tanto, puesto que cada

quien tenía que encontrarse conforme y dichoso con su situación, sacrificando el

presente en aras de un porvenir inaccesible. Y, para asegurar esta conformidad, se tuvo

el instrumento poderoso de la educación, la cual, reglamentando la conciencia, llevó la

convicción de que la política era una actividad ajena y peligrosa para la mayoría. El

progreso se redujo, entonces, al campo de las obras públicas y al acrecentamiento de las

riquezas poseídas por los burgueses, mexicanos y extranjeros. En el terreno del

pensamiento, el progreso consistió en la adquisición de los conocimientos elaborados en

otros países. Para la inmensa mayoría de la población, el progreso se convirtió,

simplemente, en la justificación del orden existente, sin que obtuviera provecho alguno

de los beneficios que se producían.

EVOLUCIÓN DE LA CIENCIA POSITIVA

Los positivistas consideraban que su enseñanza tendría que producir, por necesidad,

frutos maduros dentro del dominio de la ciencia, como el mejor resultado del progreso

ordenado.

Las maravillas realizadas ya por la ciencia son promesa y garantía de maravillas

futuras, que mejorarán cada vez más la condición humana; el estudio paciente de

los fenómenos y la constante investigación de sus leyes serán en lo porvenir,

como lo han sido en el pasado, los únicos medios de realizar tales maravillas, He

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aquí, pues, a la actividad humana continuamente estimulada y convenientemente

dirigida por el influjo de estas dos grandes verdades, que infunden la paciencia,

aconsejan la conformidad, alientan la esperanza, despiertan la atención, dan pasto

a la actividad y, de este modo, las mejores prendas del alma humana se

perfeccionan y cultivan.11

Es decir, que el adiestramiento científico era puesto al alcance de muchos mexicanos,

por lo menos en teoría, para inculcarles las virtudes en que se sustentaba el orden: la

paciencia, la conformidad y la confiada esperanza.

Además, se estimaba que las ciencias dominan prácticamente todas las actividades

humanas y forman, en rigor, una ciencia única.

Si la unidad de las ciencias se destaca cuando se las considera desde un punto de

vista teórico, resalta más aún, adquiriendo mayor bulto y relieve, si las juzgamos

en sus aplicaciones prácticas. Todas contribuyen, en efecto, a aumentar la suma de

los bienes de que disfruta el género humano, todas procuran mejorar nuestra

condición; en la solidaridad de la vida colectiva, lo más trivial, como lo más

importante, supone el concurso de casi todas las ciencias, así teóricas como

prácticas. l2

De esta manera, se consideraba que la adquisición de conocimientos científicos

permitía el dominio de las actividades humanas en todos los sentidos y, a la vez, que esa

adquisición era el único medio de lograr ese dominio. Se allanaba, así, el camino para la

actuación "científica" dentro de la política.

11 Porfirio Parra, "La ciencia en México" México. Su evolución social, J. Ballescá, México, 1900-1902,T.I, Vol. 2,pp.

417-466.,

12 Porfirio Parra, "La responsabilidad según la psiquiatría", Memoria del Primer Concurso Científico Mexicano,

Tipografía de la Secretaría de Fomento, México, 1897, Vol. I.

Pero, antes de examinar esta consecuencia de la ciencia positiva, vamos a ocuparnos de

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los resultados obtenidos en el plano estrictamente científico.

Cuando se trataba de probar el progreso producido por el positivismo mexicano en el

seno de la ciencia, sus partidarios aducían, ante todo, el cuantioso volumen de las

obras científicas escritas en su época y el número de sociedades científicas que entonces

se formaron, junto con los tomos de sus memorias y de sus revistas. Sin embargo, si

revisamos con cuidado estos documentos, nos encontramos, sobre todo, con dos clases

de trabajos. En unos, tenemos descripciones más o menos detalladas, más o menos

extensas y con diversos grados de exactitud, de las distintas observaciones y anotaciones

hechas acerca de los animales, los vegetales y los minerales que se encuentran en el país,

de los fenómenos meteorológicos y climatológicos de la república, del relieve

geográfico de la misma y de la constitución geológica de las diversas clases de suelos.

Por otro lado, se trata de libros de texto, en los cuales se ponen al alcance de los

estudiantes los conocimientos europeos, y, esto, únicamente en algunas disciplinas. Es

claro que los trabajos de recopilación de datos son indispensables para la investigación,

pero apenas representan la etapa preparatoria en la cual se acumulan los materiales para

realizar después el trabajo propiamente científico. Con el positivismo nunca se llegó a la

fase de elaboración, y en este sentido la ciencia mexicana se mantuvo en un atraso

notable, de un siglo por lo menos, con respecto a la europea. En cambio, en los libros de

texto encontramos algunos desarrollos originales —aun cuando sobre cuestiones de

detalle—, y cuyo propósito principal es el de hacer una presentación de las materias

tratadas más accesible para los estudiantes. Dentro de esta consideración quedan

comprendidas las explicaciones sobre los fundamentos del cálculo infinitesimal

intentadas por Francisco Díaz Covarrubias, Manuel Gargollo y Manuel Ramírez.

Tomando los escritos lógicos de los positivistas, podremos advertir la evolución

experimentada por la ciencia mexicana como reflejo de los acontecimientos económicos

y políticos. Al comienzo, mientras los propósitos del régimen parecen coincidir con los

principios de la ideología positivista, se considera a la lógica como el instrumento

indispensable para la investigación de la ciencia y se la estima, a la vez, como resultado

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de la observación experimental y de la reflexión racional sobre los procedimientos

seguidos en la labor investigadora. Se realizan, incluso, algunas investigaciones

originales sobre metodología, ateniéndose con rigor a la observación y a la reflexión;

pero a medida que el régimen adquiere perfiles propios, cuando en las tierras

secularizadas —ahora en manos de abogados, funcionarios y generales— se aplicaron

los anteriores métodos de explotación del campesino, cuando el clero empezó a

recuperar parte de sus bienes y de su influencia política y cuando el capital extranjero se

vino a infiltrar en los renglones más importantes de la economía mexicana, entonces, las

especulaciones lógicas se orientaron hacia el libro de texto, con la consiguiente

exposición de pensamientos por entero ajenos. Por último, la lógica acabó por

convertirse, en manos de los positivistas, en una disciplina normativa. Ya no se trataba

de explicar y de profundizar los procedimientos empleados en la ciencia sino de

establecer reglas acerca de cómo deberían ser éstos, a sabiendas de que seguían un curso

bien distinto.

En el Examen del cálculo infinitesimal bajo el punto de vista lógico, de Gabino

Barreda, tenemos un ejemplo de las investigaciones realizadas al comienzo. Su objetivo

principal es el de enmendar el error cometido por Comte, al querer apreciar el valor

lógico del método de Leibniz guiándose por las reglas del silogismo, cuando su

explicación se encuentra en las leyes de la inducción, según las propias conclusiones de

Barreda. Si las cuestiones sobre lo infinito se pretenden colocar en el terreno de lo

objetivo y lo concreto, resultan inaccesibles y carecen de prueba directa. Pero cuando se

establecen relaciones entre proposiciones concretas y finitas y se generaliza hasta lo

inaccesible aquello que se ha mostrado cierto en lo accesible, afirmando para lo

abstracto y lo infinito el cumplimiento de las mismas relaciones comprobadas en los

casos finitos y concretos, entonces, en los desarrollos matemáticos se hace un uso

legítimo de la inferencia inductiva. Toda la certeza de la matemática descansa en el

reconocimiento de que sus conclusiones teóricas tienen un carácter hipotético, es decir,

que mientras más se acerquen las condiciones reales de la práctica a los supuestos

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hipotéticos de la teoría, tanto más se aproximarán los resultados prácticos a las

previsiones teóricas. Si se quita a los teoremas matemáticos ese carácter hipotético y se

considera que ellos representan verdades absolutas aplicables con exactitud y sin

restricciones a la práctica, entonces, dichos teoremas dejan de ser prototipos de la verdad

y de la exactitud, para convertirse en una curiosa colección de errores y delirios de la

imaginación. Así, la matemática no es una ciencia excepcional; en el fondo, sus ramas

son otras tantas ciencias naturales, cuyo verdadero y último fundamento es la

observación, cuyos axiomas no son sino inducciones obtenidas de los hechos más obvios

y que se presentan con mayor frecuencia. Únicamente quienes se imaginan que la mejor

manera de conocer es la de cerrar los ojos e inventar, en vez de observar, son los que

pretenden, consecuentemente, desechar la inducción, o disimularla en las apariencias,

cuando su uso es inevitable para el verdadero trabajo científico.13 Tales son los

resultados que Barreda obtiene a través de su examen crítico del cálculo infinitesimal.

Diez años después, las Nociones de ciencias y las Nociones de lógica, de Luis E.

Ruiz, son simples obras de texto. Veinte años más tarde, en la Lógica de Porfirio Parra,

se puede advertir cómo lo que empezó siendo expresión de la objetividad material de la

ciencia ha terminado por convertirse, de cierto modo, en la manifestación de la

subjetividad de una norma ideal. Ahora se considera que,

[. . .] la lógica formula reglas que establecen no cómo el espíritu es, sino cómo

debe ser, no lo que en él hay, sino lo que debe haber: no las funciones que

efectivamente desempeña, sino las que debe desempeñar [. ..] sentados de una vez

por todas y fundados, independientemente de sus aplicaciones, los primeros

13 Gabino Barreda, Examen del cálculo infinitesimal desde el punto de vista lógico, Ediciones de la Revista Positiva,

México, 1908.

principios y los fundamentales postulados de la lógica, todo el sistema se organiza

y se equilibra come por encanto, y las reglas brotan vigorosas y bien arraigadas

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[., .] [todo el tratamiento se funda] en este grande e incontrovertible principio: que

la verdad plena, completa y fundada, no se encuentra exclusivamente en el

espíritu, ni exclusivamente en el mundo exterior [. . .] [sino que] es la perfecta

congruencia y la exacta y total correspondencia entre las concepciones del espíritu

y los fenómenos de la naturaleza [. . .] Este concepto de lo verdadero que, en

rigor, remonta a Santo Tomás de Aquino, es altamente científico y está

irrefutablemente fundado, y en él se informa el tratado [de Parra] [. . . ].14

En estas condiciones, podemos afirmar que el positivismo mexicano sufrió una

verdadera desviación, desde el materialismo mecani-cista hasta el realismo escolástico.

LA POLÍTICA "CIENTÍFICA"

Las bases idealistas, sobre las cuales se había iniciado la transformación del régimen

liberal en un orden nuevo, no llevaron al éxito deseado. La enseñanza positivista no se

pudo extender a todos los habitantes del país ni menos rendir frutos tempranos. Su

eficacia se vio retardada y quedó confinada a núcleos reducidos. Entretanto, la

implantación del orden se hacía inaplazable, no se podía esperar el transcurso de una

generación ni se podía confiar en los resultados más o menos dudosos de su educación.

Los enemigos derrotados, pero no vencidos, empezaban a cobran nueva fuerza. En el

seno mismo del régimen las discordias entre las diversas facciones lo debili taban y lo

dividían, provocando todavía algunas sublevaciones. No obstante, el grupo de

terratenientes enriquecidos con las haciendas del clero y con las propiedades urbanas de

los conventos fue adquiriendo la hegemonía política, hasta lograr la dirección

14 Manuel Flores, Dictamen sobre el nuevo sistema de lógica inductiva y deductiva del Dr. Porfírio Parra, Librería de la

Vda. de Ch. Bouret, 3a.ed., México-París. 1921.pp. 701-711

indiscutible del régimen. Y para consolidar esta posición, el grupo recurrió precisamente

a los elementos del antiguo régimen. En un militar —el general Díaz — concentraron su

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representación y a él, como miembro más destacado del grupo, le confiaron la

administración de los negocios públicos. Utilizaron a la Iglesia como instrumento eficaz

—y bien probado— para el mantenimiento del orden; no sin hacerle grandes

concesiones, que le permitieron recuperar parcialmente su poder. Es cierto que el

positivismo había aspirado a sustituir a la Iglesia en estos menesteres, pero la burguesía

reaccionaria no podía confiar tan sólo en buenos deseos y prefirió la realidad tangible de

la institución secular.

Más adelante, cuando madura la primera generación burguesa educada por el

positivismo y obtiene participación en el poder político se encuentra con un orden

dictatorial bien establecido, a cuyo sustento colabora la organización eclesiástica. Las

aspiraciones de esta generación quedan confinadas dentro de tal orden que, por lo

demás, conviene a sus intereses y los representa. Su actividad se endereza hacia esta

vertiente, la del progreso; siempre dentro de los marcos del orden existente y sin

pretender rebasarlo. El partido "científico" se hace cargo de las finanzas del Estado,

logra el equilibrio entre los ingresos y los egresos y se lanza a una política bien

meditada y cautelosa, con propósitos de largo alcance —todos ellos por realizar después

de la muerte del dictador y con la certeza de poder heredarlo pacíficamente. Siguiendo

sus reflexiones "científicas", consideran que la industria, el trabajo y la educación son

los factores más eficaces para hacer que el orden forzado, impuesto mecánicamente por

Díaz, evolucione hasta llegar a ser un orden orgánico y perenne. En todo caso, el

desarrollo económico que propician los "científicos" —y cuyos beneficios redundan en

su provecho particular— queda planteado sobre bases falsas. Los "científicos" ignoran

de modo deliberado, y por completo, las críticas condiciones de vida de los campesinos

en las explotaciones agrícolas y de los obreros de las industrias incipientes y reprimen

con crueldad todas las manifestaciones de protesta. Consideran al socialismo como una

utopía condenada para siempre por la ciencia, y lo tienen por algo incompatible con el

progreso del orden mexicano. Refiriéndose a los acontecimientos de otros países, dicen:

"[. . .] ¿cómo, si en estos instantes, cien millones de hombres que han hecho del odio una

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religión, acechan en las tinieblas de las minas, a la luz pálida de los talleres, a lo largo de

las vías férreas, el momento de destruir todas las laboriosas conquistas de la ciencia,

destruyendo la riqueza con las armas que la ciencia les ha proporcionado, podéis hablar

de progreso? [. , .]".15 Y, sin embargo, con todas las ínfulas de su saber, los "científicos"

no pudieron prever los acontecimientos que pronto iban a subvertir de manera radical su

orden y a barrer su progreso, cuando los campesinos se lanzaron de nuevo a la

revolución, reclamando la tierra con las armas en la mano.

LOS RESULTADOS POSITIVOS

Los principios del positivismo terminaron por desaparecer. El amor ni siquiera fue

postulado en México; en su lugar se colocó ala libertad, pero con una existencia tan

precaria que acabó por ser borrada del ideario positivista. Los representantes de la

escuela comtiana no fueron capaces de implantar el orden que preconizaban, por lo cual

se tuvo que volver a confiar éste al cuidado de la Iglesia. En cuanto al progreso,

solamente fue sostenido como bandera política por los "científicos"; pero siempre con

la oposición declarada de aquellos pequeño-burgueses aferrados al idealismo

positivo. Las aportaciones científicas de la época positivista, en lo fundamental, son

acumulaciones de datos y no se pueden considerar como productos exclusivos de la

reforma educativa, sino que es necesario tener en cuenta a otros factores concurrentes.

En estas condiciones, llegamos a la conclusión de que los resultados positivos tuvieron

un escaso Valor para el desarrollo posterior de México. No obstante, tenemos que

reconocer la eficacia de su función en un punto importante: el positivismo sirvió

15 Justo Sierra, "Discurso de clausura", Memoria del Primer Concurso Científico Mexicano, op. cit., Vol, III.

al régimen porfirista de ideología para acorazar y atrincherar las conquistas burguesas

logradas a través y como consecuencia del movimiento liberal. Y su influencia todavía

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la podemos advertir en la extraordinaria coincidencia que presenta la "representación

exacta del mundo real" de que hablaba Comte,16 y la redacción del artículo tercero de la

Constitución durante la vigencia de la llamada "educación socialista", que se refería a la

necesidad de "[. . .] crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo

[...]". No cabe duda de que el positivismo llegó a alcanzar el rango de texto

constitucional, solo que muy tardíamente, en forma transitoria y cuando ya no era sino

una sombra del pasado.

16 Comte, op. cit, p. 48.