Circular 932

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Quiero compartir con vosotras la rica y

significativa experiencia vivida en calidad de auditora, en la XIII Asamblea General

Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la

«Nueva Evangelización para la transmisión de la

fe cristiana».

Agradezco al Santo Padre su invitación, que

considero una responsabilidad para el

Instituto. Nuestro carisma ha sido dado a la Iglesia por el

Espíritu Santo y nosotras estamos llamadas a

hacer brillar esa perla, anunciando la Buena Noticia a las jóvenes

generaciones de todos los continentes donde estamos presentes.

He vivido junto con el Rector Mayor y con Sor

Enrica Rosanna, invitada como experta, una

experiencia única, portadora de

esperanza y de alegría, en contacto con una Iglesia

viva, renovada por el Concilio Vaticano II, que

continúa caminando con el mundo de hoy.

Os invito, desde ahora, a participar en las

iniciativas de la Iglesia local en la que este tema

se propondrá.

Participar en el Sínodo ha sido un gran don, una

inmersión en la vida de la Iglesia universal a la luz

del Espíritu Santo. La actitud de escucha del Santo Padre ha sido muy

significativa y estimulante.

Muchas veces me decía a mí misma: «Allí estamos nosotras». La implicación

se hacía intensa y me sentía profundamente

interpelada… me animaba el pensar que juntas hayamos podido realizar todo lo que el

Sínodo atribuye a la Vida Consagrada.

El clima, tanto durante las Congregaciones Generales

como en los Círculos Menores, era de

cordialidad, diálogo, libertad de expresión,

serena reflexión, humildad evangélica, ánimo al

reconocerse Iglesia sufriente y vulnerable en

sus miembros pero al mismo tiempo deseosa de

ser evangelizada para poder anunciar el

Evangelio de Jesús a la sociedad de hoy.

He visto una Iglesia apasionada, fuertemente

unida para buscar con humildad caminos de

Nueva Evangelización, mirando

con objetividad los desafíos que el mundo pone al anuncio de la

Buena Noticia del Evangelio.

El Papa nos ha ayudado a reflexionar: «Pero es

precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío,

cuando podemos descubrir la alegría de creer, comprender su

importancia vital para nosotros hombres y

mujeres. En el desierto se redescubre el valor de lo

que es esencial para vivir».

«En el mundo contemporáneo son

innumerables los signos, muchas veces expresados de forma

implícita o negativa, de la sed de Dios, del sentido

último de la vida. Y en el desierto se necesitan sobre

todo personas de fe que, con su misma

vida, señalen el camino hacia la Tierra Prometida y así mantengan despierta la

esperanza»

En los momentos de oración vividos con los Padres Sinodales, he

pensado en la misión que la misma Iglesia nos confía

y en la cual pone gran confianza, ya que la

transmisión de la fe tiene en la educación un camino

privilegiado.

Ante todo reflexionaba lo importante que es no gastar las energías en plantearse qué hacer

para…, sino esencialmente cómo ser FMA, renovadas en la fe, enamoradas de

Jesús, para hacer brotar el agua fresca que Jesús

ofreció a la Samaritana para ofrecerla a las y los

jóvenes

Tengo fe

en en TI

No hay nadie que no se encuentre «junto al pozo con un ánfora vacía, con la esperanza de satisfacer el deseo más profundo del

corazón, el Único que puede dar significado pleno a la existencia.

Podemos hacer nuestra la toma de conciencia de la Iglesia que siente el deber de sentarse como Jesús en

el pozo de Sicar, para hacer presente al Señor de

la vida

Es difícil hacer síntesis de los temas surgidos en el Sínodo, todos actuales y

muy interesantes: el encuentro con Cristo, la

santidad, la conversión, las nuevas oportunidades de Evangelización, la familia, los jóvenes, la educación, la catequesis, el diálogo

interreligioso, el ecumenismo, la relación

con el Islam.

En el aula sinodal se hacía sentir continuamente la

urgencia de dejarse tocar profundamente por el

Evangelio, para poderlo comunicar con la vida. Se trata esencialmente de un camino de conversión que debe involucrar a todo el

Pueblo de Dios.A nosotras esta llamada nos recuerda los caminos

de conversión al Amor que nos propuso el CGXII.

Os invito a meditar el Mensaje del Sínodo, a

concretar aquellos aspectos que pueden

marcar nuestro compromiso con la Iglesia

como educadoras y testimonios del Evangelio

con el estilo de la Espiritualidad Salesiana

El éxito del Sínodo no vendrá de iniciativas y

planificaciones sino sobre todo de la coherencia evangélica de nuestros testimonios valientes y

audaces que sienten arder lo que escribe San Pablo:

«Anunciar el Evangelio no es gloria para mí, sino una

necesidad que se me impone. ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio»

E

Emprender la aventura de la Nueva

Evangelización requiere un camino de conversión

para un encuentro renovado con Jesús.

«Quien ha recibido la Vida Nueva del encuentro

con Jesús, a su vez, no puede menos de ser

anunciador de verdad y de esperanza para los

demás».

En la intervención que presenté en la Asamblea Sinodal en nombre del

Instituto, puse de relieve que la «Vida Consagrada

femenina evangeliza mediante el testimonio de

vida, que refleja el atractivo de la relación con

Jesús. Conseguimos esta atracción cuando nos

dejamos evangelizar por Dios…»

Ser creíbles, es la condición para poder comunicar de

manera convincente la riqueza del Evangelio que

es siempre anuncio de esperanza, de belleza y de alegría. Tomar conciencia de esta responsabilidad despierta en nosotras la

pasión misionera deD. Bosco y M. Mazzarello

que querían exclusivamente hacer

conocer a Jesús y comunicar la Buena Noticia del

Evangelio a los jóvenes.

Al principio del Sínodo se tendía a subrayar los desafíos negativos, las

problemáticas que hacen difícil el Anuncio. Después se produjo un giro que llevó a los Padres Sinodales a tener una mirada de esperanza

sobre el mundo, invitando a acoger los desafíos actuales

con valor, audacia y realismo, considerándolos

como oportunidades

El Mensaje del Sínodo está entretejido de esperanza que ilumina la lectura del

presente y permite vislumbrar nuevas

perspectivas de Evangelización para el

futuro, con atención particular a la familia y a la educación de las nuevas

generaciones

La esperanza cristiana halla su raíz en Dios. Él no se

cansa de nosotros, cree en la persona, tiene confianza en todos; también en quien ha perdido el camino y lo

está buscando, o bien ya no lo busca porque está

desanimado y desengañado de promesas

ilusorias.

El Señor nunca falta a su Palabra. Este es el fundamento de la

esperanza cristiana. Es la razón para no dejarnos vencer por las corrientes

contrarias y derrotistas que puedan insinuarse en

nuestras realidades, debilitando la fuerza de la esperanza.

La Nueva Evangelización es ante todo obra de

conversión, pide disponerse para este itinerario que el Espíritu Santo indica hoy a

la Iglesia.Dios puede transformar

nuestro corazón de piedra en corazón de carne.

Dios nos salva en Jesús. Por eso es necesario

apasionarnos de nuevo por Él, volver a Él, dejarnos evangelizar el corazón;

encontrarlo en la persona de las Hermanas, de los jóvenes, de la gente,

valorando lo cotidiano que está siempre lleno de su

Presencia.

Solo en Jesús podemos ser personas de esperanza y

dirigirnos al mundo con ojos nuevos. El mundo es el

espacio de su Amor, de su misericordia; el espacio del

encuentro, de nuestra misión entre las jóvenes generaciones, el lugar

donde brilla la belleza de Dios

Como educadoras, como mujeres al servicio de la

esperanza, sabemos referirnos a la belleza de

Dios vivificada por su amor fiel que ilumina

incluso las situaciones más oscuras y dramáticas. Es esta belleza la que da a nuestros ojos la luz para

captar lo que es verdadero, bueno y puro.

Nuestro corazón ¿no tiene acaso la necesidad de

descubrir la belleza de Dios que nos ama, que derrama la salvación sobre cuantos,

piden luz y fuerza para vivir una existencia con sentido y convertirla en

don y servicio a la Verdad?

La esperanza fundada en Dios es una forma de la

Nueva Evangelización que hoy la Iglesia espera de la

Vida Consagrada una nueva llamada a la que queremos responder con

plena disponibilidad.

El CG XII subrayó que el nuestro es un «tiempo

favorable». O sea tiempo de nuevas oportunidades para una vida santa, para la misión educativa, para las relaciones positivas con

el mundo, con nosotras mismas; usando nuevos

canales de comunicación con el deseo de hacer

brillar la presencia de Jesús en el mundo actual.

M. Mazzarello nos recuerda que «ahora es

precisamente el tiempo de reavivar el fuego» (C,24), el

fuego del Evangelio que queremos anunciar

Como las mujeres en el sepulcro la mañana de Pascua, descubriremos

con gran alegría que las primeras destinatarias dela Evangelización

somos nosotras.

Hablar de alegría en este momento histórico de crisis

-no solo económica, financiera- sino sobre todo

antropológica, puede suscitar en nosotras un

pensamiento de impotencia.

Es frecuente oir hablar de crisis y poco de alegría

cristiana.

Os invito, queridas Hermanas, a descubrir e

irradiar la alegría del Evangelio con audacia y juntas, porque es un don que se nos ha regalado y nos permite actualizar el

carisma de nuestros Fundadores.

La alegría es parte integrante de nuestra espiritualidad, es un aspecto relevante de

nuestra misión orientada a hacer felices a los

jóvenes

El Papa Pablo VI auspiciaba con visión

penetrante de la realidad: «Que el mundo de nuestro tiempo, que busca tanto en

la angustia como en la esperanza, pueda recibir la

Buena Noticia no de evangelizadores tristes y

desanimados, impacientes y ansiosos, sino de ministros del Evangelio, cuya vida

irradia fervor, que aceptan poner en juego su propia

vida para que el Reino sea anunciado en el mundo»

Se ha dicho que «la alegría es el gigantesco secreto del cristiano». Yo añado que es

el secreto de la FMA, llamada por carisma, a

hacer brillar su rostro con una sonrisa que refleja un corazón que cree, espera y

ama.

¿Cómo podemos ayudarnos a vivir el año de la Fe,

haciéndonos misioneras de esperanza y alegría en comunidad y entre las

personas con quienes nos encontramos?

La raíz de la alegría se encuentra en un corazón

habitado por Dios, aferrado a su

Amor, transformado por la carta del Amor que

cada día nos regala en su Palabra y que podemos

saborear en la Eucaristía y en el encuentro con Él.

El Sínodo ha dedicado una especial atención a los

jóvenes «porque ellos, que son parte relevante del

presente de la humanidad y de la Iglesia, son también su

futuro»

El Rector Mayor en su Aguinaldo para el 2013, nos

involucra en este compromiso que se hace

servicio a las nuevas generaciones como Familia

Salesiana: «Alegraos siempre en el Señor, os lo repito,

estad alegres»

D. Bosco escribe: «Solo tengo un deseo, veros felices en el tiempo y en la eternidad» y

la M. Mazzarello: «Estad siempre alegres, amaos

todas en el Señor».Refiriéndose a las jóvenes y a las Postulantes recomienda: «Quiero que sean buenas y

alegres, que salten, que rían, que canten».

Cultivar la esperanza y la alegría como misión nos

permite emprender hoy un renovado camino de

evangelización y, al mismo tiempo, transforma nuestras

Comunidades en lugares vocacionales donde la alegría atrae y suscita

interrogantes vitales en el corazón de los jóvenes.

¡Cuántas de nosotras hemos descubierto el eco de la

llamada de Jesús precisamente en ambientes

donde la alegría no era imagen mediática, sino una realidad que procedía de la

experiencia del Amor del Padre hecho visible en la

comunión entre las Hermanas y las jóvenes!

Deseo que esta sencilla comunicación nos ayude a vivir en plenitud el don de

la Navidad: acontecimiento esencial

para la fe cristiana porque revela un Dios tan

apasionado por la felicidad de la persona humana que envía a la Tierra a su único

Hijo.

María, Estrella de la Evangelización, nos lleva a Jesús. Con mucho afecto os auguro una buena fiesta de la Inmaculada y una

luminosa Navidad.