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CIUDAD SIN ÁNGELES

César Córdoba

CIUDAD SIN ÁNGELES es propiedad intelectual de César Córdoba.

Todos los personajes son inexistentes y creación del autor.

Todos los derechos reservados (c) 2019

Davie, FL. USA

Contactos: [email protected]

A Greca.

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NOTA PREELIMINAR

Al final de esta nouvelle hay un glosario con términos que utiliza el autor. Se recomienda

leerlos antes de comenzar el relato para hacer la lectura más fluida y placentera.

El editor.

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UNO

Llueve... como siempre en esta época del calendario. El cielo cae sobre Buenos Aires. Cae y

no es broma. El clima rige las almas por aquí y el invierno pasa descascarándolo todo. Las

paredes pintadas con cal, los árboles, las miradas, esas que alguna vez se atrevieron a soñar en

la sonrisas cómplices de alguna mujer. Hoy, chorrean los ojos de gris. ¿Como se puede ser tan

triste?

Daniel se detuvo en la intersección de las calles hasta que la luz del semáforo le diera paso. Es

mejor esperar.

“Acá manejan como el culo. Si te descuidas, te pasan por arriba” Pensó con razón.

Definitivamente era así.

La ciudad parecía ajada y llena de arrugas. Avejentada notoriamente por el tizne del carbón y

el plomo de los caños de escape y además, mojada como estaba, daba la impresión de ser en

blanco y negro. No es casualidad que nuestra música sea el tango. En absoluto.

Hacía días que llovía, aunque parecían años o siglos. Hace un mes que prácticamente no se

ve el sol.

— Cuándo carajos va a parar. Ya me estoy oxidando— se dijo. —¡Mierda!—

Una ráfaga gélida amenazaba con darle vueltas el paraguas barato que había comprado en la

estación de trenes de Constitución y dejarlo al descubierto del agua. De esa maldita agua, que

de bendita no tenía nada. Giró en contra del vendaval, para que el viento no le parta las

débiles costillas de metal del miserable adminículo, fabricado posiblemente en Taiwán. En las

antípodas. A veinte mil kilómetros de distancia.

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Algo que fue totalmente en vano. El aire embravecido giró en espiral y un remolino fantasma

se lo arrancó de la mano y se lo llevó como un barrilete en la noche oscura, aullando, flotando

entre los edificios color gris plomo. Después de un segundo impreciso, lo perdió de vista.

—¡La puta madre!— maldijo y se levantó las solapas del gabán perramus impermeable que

por suerte se había puesto en la mañana, cuando fue a ver al “Ruso Jaukin”.

La luz de paso del semáforo titiló y se apuró a cruzar la calle antes de que cambie.

Tropezando con un necio que tenía el auto ocupando casi por completo el paso de cebra

peatonal. Le golpeó el capot con el puño cerrado. Y el taxista enfurecido por los posibles

abollones que debería pagar, pegó un golpe al centro del volante y tocó la bocina exaltado,

con bronca. Bajó el vidrio de la ventanilla del lado del acompañante apenas unos centímetros,

tal vez por la lluvia, y se escuchó pronunciar un insulto.

Daniel le levantó el dedo medio de la mano derecha sin siquiera mirarlo y le dijo:

—¡Andá a la concha de tu madre. Sorete!— Rogando que baje del auto.

El tipo bravuconeó un poco, unos segundos, pero se fue chirriando las gomas.

— Emasculado. Cagón. ¡Con la jeta...son todos malos!— dijo para sí y sacudió la cabeza

como si fuera un gesto de desprecio a los cobardes.

Con casi cincuenta y tres años de edad y por las que había pasado, el grado de tolerancia que

tenía era directamente proporcional a la estupidez diaria. La cual a veces rozaba la

exageración. Como ahora.

Un metro ochenta y seis de altura, noventa y cuatro kilos de peso y una zurda letal, hacían de

él una combinación de cuidar. Aunque la experiencia le indicaba tolerar ciertas taras de la

sociedad, no siempre lo hacía.

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—A veces, me patina el embrague.— decía y se reía de sí mismo por la falta de empatía que

tenía con la gente y encogía los hombros resignado. Prefería los gatos a los humanos.

—Definitivamente— Afirmaba.

La había pasado realmente muy mal en otras épocas.

De niño fue criado en el sur del Gran Buenos Aires en un barrio pesado, donde no había

mucho margen para las delicadezas o debilidades manifiestas.

—Allá, a los tiernos, les afeitan el culo— Decía cuando quería justificar su dureza, la

rusticidad que tenía en ciertas ocasiones.

Tuvo un hermano mellizo. Pero éste ya no estaba. Ni sus padres. No soportaron la pérdida de

un hijo y se fueron dejando morir de a uno. De a poco.

Al ser mellizos, por ley, en ese entonces le correspondía solo a un hermano hacer el servicio

militar obligatorio. Tiraron una moneda y perdió él, como siempre.

Le tocó Marina…dos años. El primero, anduvo patrullando la frontera, subiendo y bajando

por el Rio Paraná desde Rio Santiago hasta el Paraguay. El segundo, en las Islas Malvinas.

Durante semanas metido en un agujero. A punto de congelamiento. Aún conserva las marcas

del frostbite en los pies. Mientras enterraban a su hermano, él estaba enterrado en una

trinchera. Aún así...era algo que le carcomía las tripas...”no haber estado cuando pasó”.

Terminó de cruzar avenida Montes de Oca y se dirigió hacia la avenida Iriarte, en el barrio de

Barracas. Buscó la tarjeta que le había dado el Ruso en su oficina de Quilmes, le dió una

ojeada y pudo leer :

“Octavio A. López ”

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“Concejal”

“Honorable Consejo Deliberante. Lomas de Zamora”.

Un número de teléfono y atrás escrito a mano con tinta azul de lapicera, una dirección: Av.

Montes de Oca 1323. Piso 11 C.

—Es enfrente— dedujo—De este lado de la calle la numeración es par—

—Primero Relojeo un poco... a ver que movimiento hay— se dijo.

—Por las dudas...¡No quiero sorpresas!—

La avenida estaba casi desierta. Algunos autos pasaban fugaces hacia el centro y desaparecían

como luciérnagas arrastrando luces sobre el asfalto mojado. Eran casi las nueve de la noche.

Caminaría hasta la próxima cuadra y desde allí a la otra vereda. Para campear el panorama.

Pensó en encender un cigarrillo, pero con esta lluvia era imposible. Aunque un pequeño toldo

a escasos metros más adelante lo hizo cambiar de idea.

Se detuvo bajo la protección de la tela vinílica negra y extrajo un paquete con los colores de la

bandera de Francia del bolsillo interior del sobretodo. Sacó un parucho y golpeó el filtro

contra la uña del dedo índice, compactando el tabaco. Lo encendió y una bocanada profunda

de placer invadió su cuerpo, contrayendo sus pupilas.

Una pareja se acercaba desde el sur, del lado del Riachuelo. Caminaban apresurados y no se

distinguían muy bien bajo la lluvia espesa. A veces, parecería que la ciudad mimetiza a sus

habitantes de tal manera que los termina convirtiendo en parte del paisaje, incorporándolos a

una postal en sepia o tiñéndolos de gris.

“Como en un cuadro de Quinquela” reflexionó.

Pudo notar que el tipo sujetaba del brazo izquierdo a la chica que venía con él: “Se vé que con

fuerza, porque que ella intentó zafarse dos veces, pero no pudo lograrlo”.

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La observó unos segundos mientras se acercaba y sin dudas, a pesar de la lluvia, tenía cara de

haber llorado o que estaba por hacerlo. El cabello mojado le caía sobre los ojos y el rimmel

azulado en sus mejillas parecía una lágrima de blues. O un Mimo afligido. De unos

veintitantos años. Tal vez treinta. Delgada y eléctrica.

El tipo vociferaba, arrastrándola y tratándola de puta, tan ofuscado que ni siquiera vio que él

estaba parado allí, llevándoselo a Daniel por delante.

Impertinente y grosero. Con aires de matón le dijo:

—¡Fijáte por donde caminás. Payaso!— Y se peinó el cabello oscuro con los dedos y

acomodó la campera de cuero negro.

Daniel torció la boca en silencio, sarcástico. Pero no reaccionó. Aunque lo radiografió al

instante.

Tenía una cicatriz en la ceja derecha, bastante reciente, se notaba fresca de un par de semanas,

mucho más bajo que él, tal vez de un metro setenta y dos o menos, dependiendo de los

zapatos que calzase.

Pero estaba focalizado en otra cosa. Ya había cometido el error minutos atrás de discutir con

el taxista y no quería engancharse en otra historia. Que tampoco era la suya. Aunque no le

faltaban ganas de partirle la nariz de un cabezazo.

—Disculpe— Solo atinó a decirle.

La chica lo miró y recién entonces la pudo ver en plenitud, bajo el reflejo de las luces

lánguidas de los autos que pasaban, formando una especie de aura alrededor de su cara pálida,

tal vez por el frío, resaltando su boca rojiza y deseable y sus ojos… uno ojo morado y con las

mejillas con signos de haber sido golpeada y le susurró:

—¡Por favor!— como implorando.

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El tipo de unos cuarenta años de edad. Definitivamente era un idiota. No había margen de

error. Automáticamente le pegó un cachetazo. Y la chica con cara de ángel sollozó un segundo

y rompió en llanto. Indefensa.

—¡Vos te callás...yegua de mierda!— Le gritó arrimándole el grito a la nariz y mostrándole

los dientes y el aliento de perro que tenía.

Para Daniel, quién trataba así a una mujer, merecía poco menos que la muerte o en el mejor de

los casos, para compensar, sufrir la misma humillación.

El tipo rápidamente giró hacia él, posando la mano en la espalda, a la altura de la cintura

como advirtiéndole que tenía un arma.

—¡Y vos viejo… no te metas porque te quemo!¡¿Estamos?!— Mirándolo fijo a los ojos.

Desafiante.

—¡Quedáte tranquilo pibe— respondió Daniel.

—No pasa nada—

Un escaso metro de distancia los separaba y en un segundo obsceno y mecánico actuó el

instinto. El tipo ni siquiera vio venir el golpe. Con el revés de la mano callosa y huesuda le

partió la boca y vio como un diente rojo de sangre se perdía por la alcantarilla. Cuando el

matón se dio cuenta, ya estaba en el suelo.

—¿Contáme pibe...cómo me llamaste...cómo era eso de payaso?— Y le dio otro golpe. Corto,

seco, pero con toda la potencia de sus noventa y pico de kilos y con el puño cerrado.

El tipo hizo un ruido a gárgaras, escupió sangre y pronunció una onomatopeya indescifrable.

—¡Así que le pegás a las mujeres! ¡Pegáme a mí! Le dijo sonriendo y cumplió con su deseo

primario. Lo levantó de las solapas hasta la altura necesaria y le partió el tabique nasal de un

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cabezazo. El tipo se desvaneció. Groogy. Babeando y chorreando sangre como un cerdo

degollado.

Lo puso boca abajo y lo revisó para ver si tenía una pistola o un revólver. Pero no. Solo

llevaba una navaja. Lo cual... no fue suficiente. Se la guardó en el bolsillo y se acercó a la

chica.

—¿Qué hacés con este imbécil piba?— Y la chica lloraba. Intentaba decir algo que era

imposible de entender. Se la veía angustiada.

—¿Por qué no te buscás un macho en serio!? ¡Y dejás de humillarte a vos misma! ¡Esta

mierda no es un hombre! ¡Andá a tu casa nena, que tengo cosas que hacer! Y a este idiota...

dejálo tirado ahí...¡ya se va a despertar!—

El otrora soberbio y malevo yacía tirado en el suelo y parecía un trapo de pisos mojado.

— ¿Y adónde querés que vaya? ...Si vuelvo a la pensión este desgraciado me mata…— dijo

hipando y entrecortando las palabras.

“¡Lo único que me faltaba hoy!” pensó Daniel cerrando los ojos y reprochando su conducta.

—¡Que olfato que tenés para los quilombos, chabón!—

“¿Y ahora?¿ Adónde la meto a esta minita?” Y respiró hondo.

—Vení piba— y comenzó a ir hacía la esquina adónde se le había volado el paraguas hacía un

rato. Ella lo siguió a distancia.

—¿Ves ahí? —le indicó—Ese cartel... Es un bar… andá hasta ahí, tomate algo fuerte para que

se te pase el frío y la angustia, esperáme unos diez minutos que tengo algo que hacer y

después paso por vos. Entretanto... veo adónde te ubico, en qué lugar te podés quedar, al

menos por esta noche—

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—No tengo plata— le dijo ella en voz baja mirando al suelo y otra vez el reflejo de las luces

profanas, la beatificaron nuevamente durante unos segundos.

Le dio unos billetes y ella se alejó caminando con una gracia que no había percibido antes, era

terriblemente sensual.

“¡Mierda, qué linda es!” Pensó.

Mientras la lluvia seguía cayendo... implacable.

DOS

El Ruso tenía un aguantadero sobre la avenida Yrigoyen, a la vista de todos y con la

complicidad de la policía local. Reducía drogas o cosas robadas. También hacía de

intermediario a los buenos muchachos para “calzarse” con armas pesadas cuando necesitaban

hacer alguna salidera de bancos o robar la recaudación de algún supermercado. Autos

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mellizos, motos, dólares falsos, cadenas o relojes de oro. No se privaba de ningún acto

delictivo. Aunque él no participaba. El Ruso era el nexo.

El tipo era el testaferro de un político ex gremialista textil y rufián. En ese orden de jerarquías.

Y le administraba una sala de espectáculos donde se hacían eventos de todo tipo. Música,

boxeo o teatro. Lo que fuere y dejase dinero.

Daniel lo conoció de casualidad en un comité político, mientras hacía de guardaespaldas a un

Concejal del Partido Intransigente. Un tipo insignificante sin mucho vuelo, pero que creía

tener futuro de líder. Un gil. Duró en el cargo menos de un año. Lo engancharon en pleno

apogeo con un menor de edad en un albergue transitorio de la zona sur. Con un pibe. Y

terminó en cana.

—En la cárcel le habrán surcido el orto. — Comentaron alguna vez en un congreso del

partido.

Ese día el Ruso le pidió una tarjeta, siempre andaba buscando laderos para sus asuntos y un

buen día lo llamó y lo invitó a trabajar como seguridad en los eventos que se hacían en

Stadium. Así se llamaba el lugar.

Un trabajo fácil, sin demasiadas complicaciones y buena paga. A veces, en algún concierto de

rock se ponía un poco espeso el ambiente...pero sin mayores consecuencias.

Respetuoso y aplomado mantenía sus maneras hasta en los momentos mas difíciles.

En Goose Green había forjado ese temple. Y a pesar de estar muerto de hambre y frío, gracias

a esa parsimonia oriental que algunos calificarían de suicida, pacientemente desde su posición,

sin el más mínimo remordimiento, fue descerrajándole la cabeza, uno a uno a los mercenarios

que la corona británica había contratado para que peleen por ellos: gurkas, indochinos,

burmeses, algunos ingleses. También a un sargento de infantería marina... que una vez tuvo la

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pésima idea de estaquear a un soldado y dejarlo en pelotas a la intemperie durante toda una

noche, por haber robado comida del Casino de Oficiales. Un día se le cruzó en la mira y sin

querer “ fue bendecido por el fuego amigo” y se las cobró.

Daniel fue condecorado con la Cruz al Heroico Valor en combate y una pensión. El colimba

que habían estaqueado se suicidó tiempo después de terminada la guerra.

Vestía un pin de la Agrupación de Veteranos de guerra en la solapa izquierda del saco de sarga,

el símbolo por sí solo imponía respeto y la mayor parte de las veces, cualquier problema

quedaba ahí.

A veces, como en esta ocasión, hacía de mensajero. Llevaba un pequeño sobre lacrado con

algunos papeles y una llave. Se sentía al tacto.

—Entregárselos a López, en mano. ¡A él y a nadie más...no sé si soy claro!— Daniel asintió

con un breve movimiento de cabeza.

—Te va a estar esperando, sabe que sos de fiar. Lleváte un fierro... por las dudas— Le dijo el

Ruso como al pasar.

— ¿Me estoy perdiendo de algo Ruso? Digo...¿algo que deba saber?—

—No...tranquilo— y le guiñó un ojo mientras picaba con una tarjeta de crédito una “piedra”

blanco tiza con tintes rosáceos y se servía una línea… y un vaso de whisky.

—Está bien— Dijo Daniel sin preguntar más de lo que le irían a responder y bajó las escaleras

sin apuro. Calculando cada paso. Era un convencido de que las cosas apuradas siempre salen

mal, mas aún cuando los escalones son resbaladizos y corría el riego de romperse la nuca.

La última imagen que tuvo del Ruso aspirando cocaína, lo llevó a pensar...

“Un día de estos va a explotar como un sapo”. —Amén.

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Caminó tres cuadras hacia la estación. Era casi mediodía y entró a la pizzería de la esquina

entre Rivadavia y Alsina, pidió un par de porciones de muzzarella con fainá y una jarra de

Bock. Luego un café, revisó el celular, le hizo señas al mozo, pagó la cuenta y salió. Afuera,

encendió un cigarrillo, le dio un par de pitadas rápidas y lo tiró al desagüe taponado de mugre

y desperdicios urbanos. Cruzó bajo la lluvia la cuadra que lo separaba del andén de trenes y

apenas atravesó el umbral de la estación, vio que en el cartel que decía “QUILMES”, la “S”

seguía amputada a la mitad y el marco de cemento se iba desprendiendo lentamente. Hacía

tiempo que no pasaba por allí y sin embargo seguía exactamente igual...

—¡¿Cuanto puede costarles reparar un cartel?! ¡Que desastre que son!— Indignado por la

pasividad de los políticos. Enquistados. Esa era la definición: un quiste.

Se acercó a la boletería y compró un pasaje de ida hasta Avellaneda.

La nostalgia siempre estuvo emparentada con la lluvia y entre gota y gota pensó que bueno

sería estar en la cama con Nancy, haciendo cucharita o tomando unos mates calientes...pero

sabía que solo era una expresión de deseo. Una recidiva incurable, crónica. Ya todo había

terminado, aunque no faltaba ocasión en que recordaba el olor a jazmines de su piel. Como

ahora. Memoria olfativa que le dicen. El cerebro suele jugar con las personas y una estela

invisible, tal vez de otra mujer, había quedado flotando en las partículas del aire que lo

circundaban e instintivamente lo llevó a sentirla, a sentir esa sed de desiertos.

—Con el día así será mejor que vaya a casa a descansar o leer un libro... no hay mucho para

hacer hasta la noche—planificó.

El tren estaba retrasado... unos diez minutos, anunciaron por las bocinas agudas y chirriantes

colgadas de las columnas de madera pintadas de verde... verde inglés y escupió al suelo.

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El sonido áspero e impersonal de los obsoletos altavoces, le hizo recordar a los vendedores

ambulantes del viejo barrio, de cuando era niño. Vendían sandías, o achuras... visceras en sus

carros quejumbrosos y destartalados, tirados por caballos famélicos seguidos por las moscas,

tan muertos de hambre como sus dueños.

Siempre pensó que el progreso había pasado por otro sitio y que por alguna abyecta razón, esa

gente había quedado atrapada en otra dimensión temporal y que no tenían escapatoria.

Estaban condenados a persistir, una vez adentro de la pobreza… era casi imposible salir.

El tren a La Plata frenó en el andén y la mitad del mundo del lado opuesto corrió apresurado

para subir primeros y conseguir asientos. En un breve lapso la explanada quedó desierta hasta

que un pasajero retrasado apareció por la boca del pasaje subterráneo, pero ya era tarde. El

tren se alejaba.

Una vez a bordo del vagón, se sentó y miró el paisaje que suponía conocer. Todo había

mutado a formas extrañas. Aunque estaba seguro que la próxima estación era Bernal. El tren

se detuvo allí escasos minutos y arrancó nuevamente. A una cuadra de distancia vió la vieja

construcción, ahora convertida en una farmacia. Ahí, donde había comenzado el final de su

hermano... y de alguna manera también de su familia.

No era novedad en el barrio que los hermanos eran un problema en ciernes. Solo era cuestión

de tiempo para que cruzasen la delgada línea de la legalidad y se graduaran con honores, en

solo unos semestres con prontuario incluido.

Daniel, un poco retraído y de pocas pulgas, era poseedor de una virtud importante en un sitio

hostil, cuando pegaba noqueaba, no importaba la altura ni la talla. Demolía. Lo cual le había

permitido obtener el respeto necesario para ser tenido en cuenta como una persona de cuidado

y que no lo molesten, ni a él, ni a su hermano.

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Su hermano… Extrovertido y bastante fanfarrón. Peleador y seductor. Se peleaba con quién

fuera y penetraba lo que se le cruzase en el camino.

—¡Después del cuarto vaso y a las tres de la mañana, son todas lindas!—Repetía justificando

algunas conquistas impresentables.

—¡Es un Bagayito!—Decía.

—¡No pasa nada!— y se reía a carcajadas blancas.

Pero era fiel como pocos, iba al frente contra quien sea, aún a sabiendas de que llevaba las de

perder. Si eran diez contra ellos dos, no arrugaba, desde chico fue así, acompañaba a su

hermano a morir o a sus amigos del barrio. Hasta que una noche “lo dejaron de garpe” una

madrugada a la salida de la cantina “Tío Galíni”, justo enfrente de donde el tren pasaba en

ese momento. Un tugurio de mala muerte.

Enredado como siempre en puteríos. El melli, como le decían, tuvo la mala idea de

levantarse a la novia de un pandillero de poca monta. Una flaca narigona, esbelta y suave con

un cuerpo de guitarra que lo descontroló y la sedujo aún a sabiendas que tendría problemas.

Bailaron un par de cumbias en medio de la pista, bañados por las luces audio rítmicas, la

invitó un martini dulce y “la María se prendió” al primer amague de un beso. El resto solo

fue adivinar.

La diferencia numérica fue determinante y la traición de sus amigos, excepto dos, porque el

resto salió corriendo, lo llevó al final.

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Por supuesto, cada uno de esos cobardes los recordará por el resto de sus vidas de mierda a su

hermano muerto, por haberlo dejado prácticamente solo contra veinte y a él porque le voló la

tapa de la rodilla a todos los traidores. Uno por uno.

Al poco tiempo sus padres murieron y optó por vender la casa sin revocar el techo de chapas y

se fue a una pensión. Separándose de todos y se cortó solo... para siempre.

Dos años de servicio militar en la Marina, más algunas incursiones en la Guerra del Atlántico

Sur, fueron los ingredientes que le faltaban para completar un combo explosivo. Con

entrenamiento militar, una puntería envidiable y la experiencia de enfrentar la muerte cara a

cara varias veces, lo único que necesitaba era que alguien descubra sus talentos o lo invitara a

aprovechar sus dones.

Al principio, el dinero escaseaba pero eso había pasado desde que tenía memoria, así que no

se preocupó demasiado. Compró un auto en cuotas a un gitano, un Renault 18 de color azul y

con equipo de GNC.

intentó trabajar con los remises durante un tiempo, unos meses. Al cabo de casi un año, con

más debe que haber en los bolsillos. Se dio cuenta de que la idea no funcionaba. Ni que iba a

funcionar.

—Los autos, siempre dan pérdida—

—Por eso ando en bondi o en tren— decía con la seguridad que le daba la experiencia.

El dinero que se iba en los repuestos de pésima calidad, eran superiores a la recaudación

semanal y así se hacía imposible sostenerse. Así que después de pensarlo un tiempo, optó por

regresarle el auto al que se lo vendió. Al Gitano.

El petiso tenía una agencia de autos usados sobre avenida Dardo Rocha, en Don Bosco, cerca

del Triángulo de Bernal. Límite geográfico o político entre Avellaneda y Quilmes.

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El Gitano lo miraba sobrándolo y pensando que en realidad le estaba haciendo una broma.

—Mirá grandote— le dijo mirándolo con el párpado del ojo izquierdo semi caído. —Te dí el

auto en cuotas y sin pedirte garantías porque me caíste bien.—

—Pero te estás yendo al carajo—

—¿Cuántos kilómetros le hiciste? ¿ A ver?¿Más de diez mil?… ¡Estás en pedo!...no pibe, ni

mamado te devuelvo la guita. —

Daniel...con la parsimonia que lo caracterizaba le dijo:

—Gitano...el número del motor no coincide con los papeles... el título que me diste esta

embargado… sin mencionar que el titular está muerto hace cinco años y es imposible que lo

transfiera a mi nombre en el hipotético caso de que te lo termine de pagar. Te dejo el auto...me

devolvés la guita que puse y todos en paz—

—¡Tomátela pibe... y no vuelvas más porque me vas a hacer enojar! ¡Haceme el favor! — y se

metió en una casilla prefabricada que hacía de oficina.

Daniel dejó el auto estacionado en la calle enfrente de la agencia, dejó las llaves en el parasol

y se fue caminando.

A la noche durante la madrugada, dieciocho autos a la vez volaron por el aire. Incluida la

covacha de madera, con toda la documentación adentro. El único auto que se salvó del

siniestro fue el Renault 18 de color azul estacionado en la calle. Daniel regresó al día

siguiente alrededor de las diez de la mañana, mientras los bomberos todavía tiraban agua a

las cenizas humeantes de los vehículos. El Gitano se agarraba la cabeza.

Se acercó al vendedor que lo miraba perplejo y sorprendido, como intentando armar un

rompecabezas demasiado complejo para él y le dijo:

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—Me arrepentí...me quedo con el auto ¿Cuantas cuotas “te debía”, Gitano?— Le guiño un

ojo, se subió al auto, lo puso en marcha y se fue. Nunca más lo volvió a ver. A los dos meses

se lo vendió a unos conocidos de Guernica que andaban buscando un auto flojo de papeles

para trabajar.

TRES

Miró el reloj eran las 21:22 horas. Pasó por la puerta del edificio, fue hasta la esquina y

regresó, observando con cautela las cercanías. Ni un alma alrededor. El frio y la lluvia

acobardaban a cualquiera.

“Todo en orden” pensó.

El celular vibró varias veces y notó que el Ruso le había enviado un mensaje: “¿Todo bien?

Preguntaba. Y le respondió con el ícono del pulgar arriba. Un emoji. Algo que le parecía que

fue creado para distraer a adolescentes idiotas, pero en ese momento resultaba más fácil que

escribir en la pantalla táctil con los dedos humedecidos.

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Buscó en el viejo intercomunicador con tapa de bronce pulido, el botón correspondiente al

departamento de López y presionó la tecla dando dos toques cortos. Una voz grave y ronca

respondió.

—¿Quién?—. Daniel sintió el ruido que produce la presión del aire sobre las pastillas de

cerámica del teléfono.

—¿López? —

—Sí…—

—Me envía el Ruso para dejarle un sobre.—

—OK. Ya bajo— y sintió el clac del teléfono al colgar el aparato.

Esperó unos minutos.

Una señora anciana “quería sacar a pasear un poco al perrito… pero con esta lluvia” desistió

de la idea. De todas maneras, el perro ya había decorado la esquina revestida de mármol con

una mancha amarilla.

— ¿Va a pasar joven?— Le preguntó.

—No señora, gracias. Estoy esperando a un amigo. ¡Ya baja!—

—¡Bueno! Que sigas bien, querido!—

—Usted también señora, hasta pronto.—

La anciana entró al hall del edificio y presionó el botón de llamada del ascensor, pero en

menos de un segundo la puerta corrediza se deslizó automáticamente y apareció un tipo...

cincuentón un metro ochenta, de barba castaña clara con entrecanas y anteojos redondos, tipo

Lennon. La respiración pesada, forzada seguramente por excesos de cigarrillos o sobrepeso lo

hacían desplazarse en cámara lenta. Definitivamente. Al acercarse percibió la pesada

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atmósfera de sus pulmones y el olor rancio a tabaco y nicotina acumulado en los alvéolos, tal

vez durante décadas.

—¿Tenés el sobre?—

Daniel hurgó en el interior del gabán, sacó el sobre y se lo dio.

—Tomá— le dijo y le dio una tarjeta de expansión de memoria de un celular en una pequeña

bolsa plástica con cierre a presión. Un auto negro paró frente al edificio, López miró hacia los

costados como buscando a alguien, controló la hora y se apresuró dando pasos cortos

afirmando los tacos para no resbalar en los mosaicos de la vereda. Desde el interior del

vehículo alguien abrió la puerta trasera y López subió con esfuerzo. Torpemente. El que

manejaba bajó un poco el vidrio, lo miró unos segundos y luego se fueron.

—Ya está— le escribió al Ruso.

Un pequeño escalofrío le erizó el cuello. Hacía frío y aún no había cenado y el agua estaba

helada.

“Espero no resfriarme” Pensó. Le sacó la tarjeta SIM a su celular. Y lo tiró en la boca de

tormentas de la alcantarilla.

Al día siguiente debía encontrarse con Jaukin, darle el pequeño chip y cobrar la mitad que

restaba del trabajo, quinientos dólares más.

Hacía tiempo que pensaba que con lo que tenía en la caja de seguridad ya tenía lo suficiente

como para vivir afuera de este ambiente, retirarse y disfrutar del ocio. Alguna mujer.

Tal vez el sur de Brasil o norte de Uruguay. Barra do Chuí de un lado, Barra del Chuy del

otro. Muy originales no eran para nombrar ciudades, pero el sitio resultaba tentador. Ya lo

había estudiado y apenas pudiera iría a verlo en persona.

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Un patrullero que no había visto estacionado en la próxima calle, encendió la sirena y las

luces de repente y salió disparado hacia la noche negra mordiendo las sombras. Como un lobo.

Se acordó del necio que había golpeado y miró hacia donde había ocurrido la pelea pero no

pudo distinguir si aún yacía en el suelo o si ya se había despertado e ido. Cada vez veía menos.

Le habían dicho que en Cuba hacían cirugía ocular y podría recuperar la visión casi por

completo.

—“Veremos”— dijo por lo bajo haciéndose una broma.

Todo estaba resuelto con excepción de la chica. Caminó hacia el Bar y desde la ventana la vio

sentada. Un vaso grueso de whisky, un cenicero y un paquete de diez cigarrillos rubios le

hacían compañía.

Había recuperado el color y seguramente maquillado de nuevo, ya que el ojo morado

prácticamente no se notaba. Se la veía chisporrotear entre la luz mortecina del pequeño

boliche.

La observó un breve espacio de tiempo desde la vidriera y confirmó que era peligrosamente

hermosa.

Ella lo vio y le hizo señas, sonriendo con una boca que ningún hombre se cansaría de besar.

Entró y le dijo al pasar al barman, que le prepare un escocés con un solo cubo de hielo.

Retiró la silla y se sacó el perramus húmedo. Lo colgó de un gancho en la pared y estiró la

diestra presentándose.

—Hola...mi nombre es Daniel—

—Paula— contestó ella y lo miró con ojos ensoñados, tal vez un poco tristes. Bajo la tenue

luz de pared daban la impresión de ser violáceos o azul raro. Hermosos.

—¿Cómo estás?¿ Mejor?— Habló pausado.

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Ella asintió con un leve movimiento de la cabeza y le dijo:

—¡Gracias! Pensaba que los caballeros no existían más, que eran de otra época… pero no...

por suerte me equivoqué.—

Y se inclinó por sobre la pequeña mesa redonda de mármol y le dio un beso suave en la

mejilla y tocó su cara con la mano ya tibia y tersa.

Daniel supo en ese instante que estaba metiéndose en serios problemas.

—¿Te puedo hacer una pregunta?—

—Sí claro—

—¿Cómo podés andar con semejante imbécil? ¿Quién es... tu novio?—

—Algo así— contestó ella mirando hacia otro lado, evitando la mirada firme de Daniel.

Tomó un trago. No quería romper la magia de estos segundos y convertirse en calabaza antes

de medianoche pero no le quedaba mucho tiempo para mentiras. Así que decidió ser breve y

concisa.

—El tipo ese no es mi novio... es... era mi fiolo ¡Y laburaba para él! ¡Si...lo siento, soy

puta!— le dijo y lo miró profundo durante un segundo eterno, deseando que las cosas fuesen

de otra manera, hasta que sintió el calor de una lágrima hirviente quemarle la cara y se la sacó

con un dedo manchado de tabaco y pintura de labios. Entonces sollozó bajito tratando de que

nadie se diera cuenta de su propia lluvia, agarró la diminuta cartera revestida de piedras de

vidrio o plástico imitando diamantes, se levantó y fue al baño, tirándose el ruedo rebelde de la

minifalda hacia abajo. Las medias negras de rombos calados que vestía se le habían roto a la

altura de la pantorrilla derecha mostrando su piel tersa.

Daniel se acercó a la barra y le preguntó al barman si tenía un teléfono y si se lo podía prestar.

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Sacó un misterioso aparato de la década del setenta de abajo de la barra, desenredado el cable

y se lo dio.

—Mi celular murió— se excusó y al barman no le importó, ni dijo nada. Estaba habituado a

este tipo de pedidos, parecía que cuando entraban a ese bar, a todo el mundo por alguna

extraña razón...se le rompía el celular

Marcó cuatro dos setenta y cinco, el código de área de Bosques, Barrio el Rocío en Florencio

Varela más cuatro números y llamó a La Turca.

— ¡Universidad Provincial La Turca! A sus órdenes...¿quién habla?—

—¡Hola Bella! Habla Daniel—

—Daniel... Daniel… Daniel... ¿mi potro indomable?— y se rió con una risa de hiena pero más

grave. El paso del tiempo y de las eternas trasnochadas iban haciendo mella en sus cuerdas

vocales. En todos.

—Sí Turca... el mismo—

—Necesito un favor—

—¡Sos un hijo de puta!...¡como sabés que te quiero...me llamás después de un año y medio de

no mostrar la jeta, porque sabés que te voy a decir que sí! ¿A ver mi machote...qué le anda

pasando?—

—Necesito una pieza para una piba amiga—

— Que tierno… ¿Por qué no te vas a la mierda?¡ Boludo! ¿Quién es?¿ Tú hembra?… mirá

Daniel solo porque no pierdo las esperanzas... te hago un lugar para la mina… pero en

Gustavito...y si se queda, vá a tener que laburar...acá en el departamento no tengo lugar y tal

vez sea mejor así, porque a lo mejor la cago a trompadas a la putita esa que querés esconder!

¡Llamáme mañana y arreglamos!—

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—Está bien mi amor...no te enojes— le dijo intentando ablandarla.

—¡Chupáme el culo...Forro!— y cortó

—Gracias por el teléfono...¿te debo algo!..¿No? Esta bién… dame dos whiskies más por favor.

Todo indicaba que no tenía mas remedio que llevarla con él.

—Con quién hablábas— Le preguntó

—Con una amiga...a ver si te podía dar una pieza, tiene varios departamentos... y...—

—Yo no voy a ningún lado Daniel... si me rescataste... hacéte cargo— y se echó de espaldas

en la silla de metal y exhaló una voluta de humo hacia arriba, jugueteando con un dedo,

haciendo girar el pedazo de hielo que flotaba en el vaso como un pequeño iceberg en un mar

de alcohol.

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CUATRO

—¡Hola!... Hasta Pavón y Mitre— le dijo Daniel al taxista.

—¿Yrigoyen?—

—Si... ahí… perdón... parece que nunca me voy a acostumbrar a este nombre— y pronunció

una interjección parecida a un “Já”.

El chofer tomó por Herrera hasta el último tramo de la autopista Frondizi y subió la rampa

que se conecta con el puente Pueyrredon, rumbo sur. Avellaneda.

—¡Qué nochecita hoy! Le dijo el viejo conductor observándolos de reojo por el espejo

retrovisor. Paula mantenía la vista perdida, mirando nada.

—¡Y que lo diga! ¡Sí...una noche brava!— dijo Daniel como recogiendo con un reel de pesca

imágenes de un día raro, en tanto veía como la franja negra del Riachuelo partía al medio la

ciudad.

Giraron hacia la derecha descendiendo y pudo sentir la fuerza centrífuga de la curva cerrada

que se convertiría en el final o en el comienzo de Avenida Mitre y le dijo:

—¡Justo ahí “maestro”!...antes del teatro Colonial hay una pizzería… pare ahí ¡por favor!—

El auto de alquiler se detuvo, le pagó y cruzaron la calle a mitad de cuadra. Un perro barcino

los siguió, seguramente con la esperanza de conseguir algo para comer y se quedó bajo el

techo retractable de aluminio, ansioso y con las orejas hacia arriba.

—¿Querés comer acá o en el departamento?— Le preguntó Daniel.

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—Mejor en el departamento— respondió tiritando ¿tenés agua caliente?...necesito una ducha,

todavía tengo frío— en voz baja.

—Hola jéfe— le dijo el pizzero con signos de cansancio, con cara de doce horas

ininterrumpidas de trabajo mal pago, interrumpiéndoles la conversación.

—¿Para llevar o comer acá?—

—Hola...para llevar, ¿puede ser mitad y mitad?—

—¿Sí? Bueno, déme media de jamón con morrones y media de calabresa, dos de fainá, un

malbec y ésta empanada de carne.—

La sacó de la bandeja con tapa de plástico, le dio un mordisco, salió a la vereda y se la dio al

perro callejero.

—Son novecientos cuarenta pesos jefe. ¿Paga en efectivo? ¿Sí?—

Sacó la billetera y le dio mil pesos.

—Quedáte con el vuelto—

— ¡Gracias jéfe... muy amable!— respondió estimulado por un dinero que no esperaba recibir,

al final de un día flaco.

Daniel le guiño un ojo, se sacó el gabán, y se lo puso sobre los hombros a Paula que no paraba

de temblar.

Abajo tenía un saco gris de gabardina y ella notó dos cosas. El prendedor de las Islas

Malvinas y el bulto que le hacía la sobaquera del lado derecho. Le preguntó si se sentía mejor

abrigada.

—Sípi— respondió aniñada y abrazada por el calor corporal de Daniel que había quedado

atrapado en el sobretodo y que Paula agradeció. También le gustó el suave perfume que tenía

la prenda. “Huele a hombre” pensó.

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Esperaron cinco minutos más y el pizzero les ató la caja en cruz con un hilo de algodón y le

preguntó si quería una bolsa para el vino. Dijo que no y se puso la botella de tres cuartos en el

bolsillo del saco.

Caminaron hacia Avenida Yrigoyen. El perro ya no estaba y al fondo se distinguía el viejo

puente levadizo de hierro oxidado, el mismo por él que había cruzado mil y unas veces en las

mañanas frías del pasado... cuando iba a la escuela industrial con su hermano.

Cruzaron el antiguo cine convertido no hacía mucho tiempo a teatro. Sitio de culto. donde

todos los alumnos de las escuelas secundarias de los alrededores se metían a ver películas

porno durante horarios de clases. Un aquelarre.

Daniel y su hermano también fueron habitués de ese templo, cuando eran adolescentes y se

rateaban del colegio. Caminaron una cuadra más hacia el oeste, justo enfrente del Roca, otro

cine de aquella época pero donde pasaban eternas maratones de películas de artes marciales.

Entonces sacó las llaves enganchadas al pasador de cinto del pantalón y abrió la puerta de

vidrio del edificio. El ascensor no funcionaba desde hacía dos días así que subieron por las

escaleras.

Daniel encendió la luz y entraron directamente al living. El departamento estaba ordenado. Un

sofá cama, un mesa ratona, una pequeña biblioteca.

Ella pudo leer de pasada algunos títulos... Ningún lugar es como casa... Casi Azul... Tres

Hienas... Souil Sarec… Cortázar... y rozó el lomo de los libros con curiosa gracia.

—¿Quién es éste de los libros?... Tenés varios.

—Sí, no es muy conocido, pero a mi me gusta como escribe. Ponéte cómoda— le dijo

—Con esto estoy cómoda— dijo y se hundió en el futón envolviéndose con el gabán.

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—Si querés ducharte, el baño está ahí, entrás y al costado hay toallas limpias, champú, jabón

sin usar, también hay un cepillo de dientes extra sin uso, todo lo que necesites—

—Pero se va a enfriar la pizza—dijo

—No te preocupes...la pongo al horno así se mantiene caliente—

—Está bien— le dijo y le devolvió el sacón con un “gracias” sugerido.

Cuando entró al baño y cerró la puerta. Daniel olió su ropa y sintió la fragancia que había

dejado en la tela.

—Jazmines— y sacudió la cabeza. Le dio la impresión de que ese olor comenzaba a

convertirse en una especie de conjuro o maldición.

Corrió las cortinas que daban a la calle y la lluvia seguía desangrando al cielo. Encendió la

calefacción y la estufa rápidamente entibió el pequeño departamento de una habitación,

cocina, living y el baño… donde había un maldito espejo que espiaría descaradamente el

cuerpo de Paula.

Destapó el Malbec...de Cafayate, Salta y el sabor floral y a fresas silvestres se divirtió en su

boca por unos segundos hasta que lo tragó.

Abrió la caja fuerte que tenía incrustada en la pared, detrás del cuadro con la medalla que le

habían dado hace casi treinta años, guardó la pistola semi automática, la memoria que López

le había dado, sus documentos y la tarjeta SIM del teléfono descartado en el desagüe.

Entró a la habitación y colgó el saco y el gabán en el closet que había al costado de la cama.

Se sacó la corbata y se miró en los espejos de la puerta corrediza del guardarropas.

—Todavía— susurró y se peinó una ceja rebelde que se le paraba como un pequeño cuerno de

pelos y que de tanto en tanto, podaba. Se quitó los zapatos y los cambió por unos de

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“corderito” blanco. Suaves y blandos, ideal para las noches de invierno crudas, aunque no

tanto como las de Puerto Argentino.

Estuvo tentado de sacar el cuadro que tenía sobre la mesa de luz con una fotografía que se

había sacado con Nancy, hace mucho tiempo cuando ni siquiera tenía canas, pero se contuvo.

—No se puede borrar el pasado.— Intuyó que se diría a sí mismo y se sonrió.

Paula dormiría en su cama. Y él en el sofá.

—No te hagas ilusiones viejo...ya se te fue el tren— mirándose a los ojos en silencio

introspectivo.

Regresó al living y Paula ya había servido la pizza en unos platos descartables que encontró

en la alacena. Esperándolo. Había dos copas con vino sobre la mesa ratona de madera y su

sonrisa de actriz de Hollywood.

Vestía su bata de toalla blanca, tenía el cabello húmedo y la cara limpia sin maquillaje

mostrando una grotesca mancha azulada que subía por el costado de la nariz hasta el borde de

sus ojos y después desaparecía cerca de las cejas.

No dijo nada y levantó la copa.

—¡Salud!— dijo ella y brindaron por ellos. ¿Por quién sino?

Ella comió un par de porciones como si fuera una pequeña ardilla, con las dos manos y

mientras... lo miraba de reojo cada tanto. Se sirvió un poco mas de vino y un leve tinte rojizo

se le subió a las mejillas. Y le preguntó:

—¿Tenías un arma hoy?— pero con certeza.

Daniel la miró con los ojos vacíos e inexpresivos y solo atinó a decir

—Sí— y continuó masticando un pedazo de pizza con fainá.

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Pacientemente terminó de morder los bordes de la pizza, bebió el resto de vino que tenía en la

copa. Y le dijo:

—Buen provecho—

—Buen provecho... estuvo rica la comida y el vino... mejor aún, gracias... por todo—

—Sí... muy buena— relamiendo sus dientes y haciendo un chasquido extraño con el costado

de la boca... como un “chick” o algo así.

Había quedado una porción en la caja y ella se apresuró a juntar los platos y a tirar los restos

en el tacho de basura. Él se levantó pesado y fue hasta la cocina.

—Tenés café— preguntó ella con esmero.

—Sí...instantáneo ¿Querés uno?—

—Sí—

Paula encendió la hornalla, puso agua a calentar y notó que Daniel sacaba los pedazos de

pizza que ella había tirado hace un momento y revisaba la basura, hasta que encontró la

porción entera.

—¿Que hacés?— Le preguntó.

—Nada. Nunca tiro la comida. Tal vez alguien... en este mismo momento la necesita, un perro,

un gato, una persona. No importa quién, pero estoy seguro que alguien necesita esto— y le

mostró la porción de pizza.

— Lo siento— contestó apenada. —No sabía—

— Sí...te entiendo piba...nunca nadie sabe nada, nadie entiende nada y a medida que pasan los

días el mundo se va convirtiendo en un desentendimiento total, llena de gente con excusas y

no sabía... pero cuando un ciruja o un pibe de la calle les pide una limosna o un poco de

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comida miran para otro lado y se hacen los distraídos...”los que no sabían”. Hace mucho

tiempo… estuve casi veinte días sin comer y eso no me lo olvido más—.

Ella se quebró por la dureza de las palabras de Daniel... aunque él sonaba calmo, lo que le dijo

le hizo un agujero en el pecho.

—¡Perdón!—

—¡Esta bien ! ¡No te amargues piba! No quise hacerte sentir mal. Ya demasiado tenés con tus

rollos como para que te enganches con los míos. Tranquila.— y sin querer le dio una suave

caricia con la mano y se arrepintió al instante.

Daniel cortó los pedazos de pizza que habían sobrado en la tabla de picar verduras, sacó el

plato de cartón de la bolsa de residuos y puso la comida en el recipiente. Extrajo la bolsa de

residuos, le hizo un nudo y salió.

—Ya vengo nena—

Llegó a planta baja, abrió una puerta al costado de la escalera y dejó la bolsa.

Luego la puerta de calle y puso el plato a un costado del edificio protegiéndolo de la lluvia.

Regresó con mejor semblante y le dijo:

—Dejá que yo te hago un cafecito batido con espuma...te va a gustar—

—Si querés tomar algo...ahí tenes bebidas buenas...no como la porquería esa que nos sirvieron

en el bar.—

—¿Esto qué és?— Pregunto Paula tintineando la botella con sus uñas largas y azules.

—Single Malt...Irlandés...añejado catorce años—

—¿Querés probar?—

—Sí...un poquito—

Bebieron en silencio hasta que Paula le dijo…

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—Recién ví la condecoración que te dieron...estuviste en Malvinas—

Daniel asintió y le dijo:

—Dormí en mi cama, yo voy a dormir en el sofá, mañana a la mañana tengo que ir a Quilmes,

después vemos que decidís hacer—

—Está bien...¡Hasta mañana!...¿te puedo saludar?— y otra vez lo conmovió con un beso

gordo en la mejilla. Sintió pequeñas chispas pinchándole la piel. Ella cerró la puerta de la

habitación y Daniel vio a través de la hendija que había apagado la luz y en voz baja susurró:

—¡¡¡Me cago en dios!!!—

Daniel se dio una ducha rápida y se puso la misma ropa interior que usó durante el día para no

tener excusas de entrar a la pieza.

Extendió el futón y extrajo un par de frazadas de un mini ático sobre el pasillo y que lo

utilizaba para guardar por ejemplo... frazadas.

Antes de dormir se sirvió otro vaso de whisky y se lo bebió de un trago largo, profundo, sin

hielo que le quemó la garganta.

CINCO

Se despertó y vio el reloj con números romanos que Nancy le había regalado hacía años para

uno de sus cumpleaños... por que no había relojes en su cubículo y según ella necesitaba uno.

Con la particularidad de que este era fosforescente, lo cuál, en una noche de insomnios

aletargados podía convertirse en algo realmente molesto. Varias noches pensó seriamente en

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abrir la ventana y hacerlo añicos contra la avenida. Pavón o Yrigoyen, o como se fuese a

llamar en un futuro imperfecto. Así que lo sacó de la habitación y lo puso en el living. Ahí.

Donde estaba en ese momento fraccionando el tiempo.

Eran las ocho A.M. cuando despertó y a las diez tenía que ver al Ruso.

Tomó un sorbo de café apresurado y se quemó el labio. Por la ventana vio que la lluvia

persistía. Maldijo nuevamente al clima y al momento en que se dio cuenta que el saco y los

gabanes estaban en el closet de la habitación ocupada temporalmente por la piba con cara de

ángel.

Giró el picaporte lentamente y con sumo cuidado para no hacer ruido, como si estuviera por

robar una obra de arte de un museo, e instintivamente pensó en “la maja desnuda” de Goya y

entró a la pieza que ahora olía profundamente a malditos jazmines. Ella dormía y roncaba

suavemente. Por suerte había quedado abierta la puerta corrediza del guardarropa que siempre

hacía un ruido extraño por falta de lubricación en las guías.

Sacó rápidamente una camisa, un saco y un gabán seco...al tacto y levantó los zapatos del

suelo.

Retrocedió con caución y no pudo evitar ver a Paula dormida, a Paula y su pierna, a Paula y a

su glúteo que asomaba por debajo de la manta con flores azules que Nancy había comprado

en el shopping nuevo frente al riachuelo, un par de años atrás. Y se quedó un eterno

milisegundo admirándola furtivo y en silencio.

Un calor repentino lo invadió y sintió crecer la rigidez de la entrepierna pugnando por vencer

su resistencia, y pensó:

—Si sigo así me pego un corchazo.—

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Cerró la puerta con la misma delicadeza con que la abrió y respiró profundo mirando al cielo...

raso, como si hubiera superado un desafío en un juego demasiado lascivo para su gusto. Dejó

las ropas en el sofá y entró al baño, apresurado.

Apenas cerró la puerta del baño, ella abrió los ojos y pudo adivinar el ruido sordo y reprimido.

El sonido de la desesperación intentando apagar el fuego que brotaba de su piel con otros

fuegos. Hasta que el silencio fue un sonido ahogado. Y Paula brilló en la penumbra.

Fosforescente.

Media hora tarde. Con esa lluvia y con el poco mantenimiento que tenían los trenes eléctricos,

los transformadores terminaron explotando y retrasando al mundo treinta minutos. Decidió

viajar en remis.

La comunicación era persona a persona y los celulares descartables en este negocio. Así que

al Ruso no le quedaba otro más que esperarlo.

La puerta de acceso a la oficina estaba abierta unos cinco milímetros, lo cuál no era habitual

en ese lugar. El Ruso siempre dio directivas claras.

—Cuando entrás o salís... aseguráte de que la puerta quede cerrada ¿Estámos?— repetía a

todos como un rezo.

Daniel sacó el seguro del arma y se descalzó antes de dar un paso, sintió que el piso, a pesar

de la medias de lana, estaba helado, aunque no tanto como el suelo de la tundra subantártica

de la Isla Soledad. Subió la escalera como caminando sobre papel de arroz. Lentamente y sin

respiro que delate su presencia, se agachó al llegar a los últimos peldaños y se arrastró un

metro como un camaleón a punto de comer una mosca. Alerta. Conocía la tensión de tener

todos los sentidos concentrados en una sola cosa: sobrevivir. Y en cierta forma, lo excitaba.

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Serpenteó hasta el borde de la alfombra donde terminaba el último peldaño y pudo ver

algunos vasos rotos esparcidos, la botella casi vacía del pésimo whisky que le gustaba beber

al Ruso en el piso y otras porquerías de oficina. Se mantuvo quieto unos segundos sin respirar

y de repente saltó con el arma lista para disparar.

La oficina estaba en el más absoluto silencio y era un desastre. Vidrios rotos, papeles, sillas

tiradas y cosas por doquier y El Ruso, sentado en su trono en el centro mismo del escritorio.

Mirando hacia el techo o a dios con los ojos desorbitados, tenía un agujero en el cráneo del

tamaño de un puño y los sesos reventados contra la pared.

Y un calibre 38 con el índice sobre el gatillo. Le tocó la mano con el dorso de los dedos y notó

que todavía estaba tibio y le preguntó al cadáver.

—¿En qué quilombo te metiste, Jaukin?—

Sobre el mueble con cubierta de vidrio, se podían ver fotografías familiares y algún que otro

personaje político, algunos sindicalistas y otros innombrables, había un sobre con su nombre:

“Dany”, como paternalmente solía llamarlo el Ruso en ocasiones, salpimentado con restos de

polvo blanco. Tomó la carta con cuidado, sacudió el polvillo y le dio vuelta mirándola a

trasluz en el ojo de buey que daba a la calle.

Desgarró con cuidado el borde de papel y vio con agrado que los quinientos dólares que

faltaban cobrar del trabajo de ayer, estaban ahí.

—Estamos hechos Ruso— le dijo.

Guardó el sobre con la plata y se rascó la barba incipiente.

La puerta del primer piso de acceso a la tribuna superior del mini estadio estaba

aparentemente cerrada y comprobó que estaba con llave. Limpió las huellas dactilares de la

manija y bajó por última vez en su vida esas escaleras y asomó la cara a la vereda. Le dio la

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impresión de que cielo negro de la mañana había espantado a la gente de las calles y que

todos se habían ido de la ciudad para siempre y no quedaba un alma en kilómetros a la

redonda.

No vio a nadie alrededor, entonces cerró la puerta estirando la manga del pulover para que le

cubra la mano y no dejar rastros y se despidió con un tenue “Chau”. Cruzó la avenida

rápidamente, el bajo nivel de la calle Alberdi y fue corriendo hasta Vicente López. En una

agencia de remises llamada “Manzana” pidió un auto y le dijo al novato que manejaba:

—Que haces pibe...¡Que día! Lleváme hasta Avellaneda y dejáme en la sede de Racing.—

—Bueno Don ¿Vió?...los amargos de Indesingente acaban de descender — le dijo el joven

sonriendo y acelerando el auto.

—Si...Son una heladera esos muertos—dijo Daniel y se rió.

—Todo llega—

Durante el viaje pensó en lo que había pasado con El Ruso y que si tendría alguna relación

con el laburo de anoche. El Ruso andaba en mil transas a la vez, así que era muy difícil saber

por donde venía el asunto. Pero... si de alguna manera estaba enredado, tendría que andar

con pies de plomo y con sumo cuidado.

Era obvio que lo “habian suicidado”… “A otro perro con ese hueso” pero ¿Quién? O ¿Por

qué?

A decir verdad, lo que en realidad le importaba y quería saber era si “él” estaba involucrado.

Lo del Ruso era cuestión de tiempo... “Gajes del oficio” que le dicen. Que en paz descanse.

En el bolsillo del saco tenía el chip que le había dado el tal López... y que él debía dárselo al

Ruso, y que esa cosa, le pertenecía a alguien y ese alguien seguramente lo quería o lo estaría

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buscando por que nunca llegó a sus manos. Había un círculo incompleto y que cuando se

cerrase, él no quería estar adentro.

Tenía dos opciones… o averiguar a quién le pertenecía y devolvérselo anónimamente o tomar

distancia y borrarse del mapa, rápido y en silencio, sin levantar mucha tierra. Lo cual no

estaba nada mal ni lejos de sus planes. Solo adelantaría la jubilación unos meses. Se había

fijado como meta Diciembre, ya que el contrato del departamento se vencía en los primeros

días. Además, tenía el dinero de la pensión de veterano en una caja de seguridad que durante

años fue engordando, sin tocar un centavo, mejor dicho sin tocar un dólar, ya que

religiosamente todo lo cobrado en pesos era cambiado por divisas norteamericanas en billetes

de cien y si no los conseguía... compraba euros.

Ya que para vivir, con “esto” siempre le alcanzó.

—Mejor espero unos días y veo como viene la mano... si se pone denso... el puerto está cerca...

me tomo un ferry hasta Colonia... me quedo un tiempo como turista y en unos meses paso a

buscar mis cosas. El cobro de la pensión es por depósito directo, así que va a seguir entrando

guita y no hace falta que esté acá para cobrar.

El tema es Paula— dijo y no pudo evitar recorrer imaginariamente su cuerpo.

—¿Adónde la meto?... si la mando con la Turca esta turra le va a el sacar jugo y la va a hacer

patinar en Gustavito—

—Aunque la mina no es ninguna santa... ya conoce el oficio y hasta tal vez le guste—

pensaba... con los ojos cerrados y con la cabeza apoyada sobre el soporte del asiento y no

había forma de sacarse el olor a jazmín del olfato.

—De todas maneras...no soy yo quién decide...cuando llegue hablaremos y lo que ella diga

estará bien...De última le puedo dar unos pesos, hasta que se acomode—

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—Jéfe... ya llegamos—

— ¿Ya? Que rápido... igual cambié de idea... llevame hasta Pavón y Mitre—

—Bueno...Perdón Jéfe... ¿cuál es Pavón?—

SEIS

Fue hasta uno de los último teléfonos públicos que quedaban en la ciudad y llamó al Tano

Perrini, amigo de siglos, de siempre. Tenían casi la misma edad y se hicieron amigos cuando

realmente importaba. El Tano sabía todo lo que pasaba del Riachuelo para acá y a veces más

allá también. Aunque su especialidad era la Zona Sur.

El Tano contestó.

—¡Casa Blanca!—

—¡Señor Presidente!— y Daniel dio una carcajada sincera.

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—¿Mono? ¿Sos vos hijo de puta? ¿En que quilombo andás metido guacho? Por que si nó no

pasas ni por equivocación. Veníte alguna vez a tomar algo Ché que estoy más solo y aburrido

que el Conde de Montecristo...hay que cuidar a los amigos...mirá que quedamos pocos!!!

—Si Tano...disculpáme, pasa que andaba laburando mucho—

—¡Está bien...cuando puedas!—

—¿Contáme ...en que andás?—

—Bueno...mirá ayer fuí a hacerle un mandado al Ruso de Quilmes, no se si te acordás de él—

—Positivo...prosiga—

—Bueno...le dejé un sobre a un dogor en Barracas y me dió una gilada y...—

—¡Pará Mono! ¡Hasta ahí!— y hizo una pausa.

—¿Vos me estas llamando desde el bar?—

—Si—

—Llamáme en dos horas que te averiguo... No, mejor no... pasá por casa, no estamos seguros

con los muchachos pero parece que ese tubo que estas usando, está mas pinchado que una

piñata.—

—Así qué mejor lo charlamos tete a tete—

—Y traéte algún escabio bueno…. de esos que tenés en tu casa—

—Está bien... en un rato paso por ahí... ¿seguís al lado de la torre no?—

—¡¿Adónde carajo querés que vaya con esta tobillera de mierda?!—

—Jajaja... cierto... me había olvidado. ¿Cuándo te la sacan?—

— A este paso... ¡nunca!—

—¡Jejeje!—

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Cortó la comunicación y regresó a la pizzería de siempre. Ya pasado el mediodía empezaba a

tener hambre. Esta vez lo atendió una señora con un rodete y cabellos teñidos de rubio.

—Buen día... ¿tiene milanesas?—

—¿Sí... para comer acá o para llevar?—

—Para llevar—

—¿De carne o de pollo?—

—Deme cuatro y cuatro—

—¿ocho?… ¿no es mucho para usted solo?—

—Somos dos señora—

—Ohh... está bien ¿Crudas o cocidas?—

Daniel miró el tubo fluorescente que parpadeaba y contestó.

—Cocidas señora.—

—¿Y para beber?—

—Dos cervezas en lata y una gaseosa—

—¿Fría o natural?—

Daniel sintió el impulso de agarrarla del cuello, meterle la pistola en la boca y vaciarle el

cargador para que no haga más preguntas, pero sonrió y contestó amablemente.

—Fría, por favor. ¿Cuanto és?—

—Son ochocientos doce pesos con cincuenta y cinco centavos—

—Disculpe, ¿la gaseosa también la quiere en lata o en botella?

—Lo que tenga señora, es lo mismo—

—¿Efectivo o tarjeta?

—Efectivo señora— y le dio novecientos pesos en billetes de cien y la señora preguntó:

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—¿No tiene justo? Por que no tengo cambio…

Mientras esperaba que le envuelva las milanesas, se las ponga en una bolsa de plástico, se las

entregue y se despida, antes de cruzar la puerta, le hizo la última pregunta.

—¿No sábe cuando va a parar?...Tanta lluvia fastidia.

Daniel solo atinó a encogerse de hombros y levantar el brazo en señal de despedida.

Paula vestía la camiseta de Racing, la misma que le había regalado Nancy cuando salieron

campeones en el 2001.

—Perdón, pero necesito mi ropa...encontré esto...no puedo andar vestida de puta todo el día—

—Si...tenés razón, comemos algo y resolvemos... adónde estabas parando?

—En La Boca—

—OK—

—¿Qué tenés pensado hacer?

— Por ahora...unos fideos con manteca con queso rallado, y un tomate con aceite y orégano

para acompañar las milanesas...¿Te parece?—ella asintió.

—El televisor no anda más, en la pantalla no sale nada. ¿o te olvidaste de pagar el cable?—

—Uhhhh… Sí... me olvidé... pucha—

Pusieron los platos en la mesa, se sirvieron y almorzaron en silencio, hasta que Paula habló.

—Sabés... después de que te fuiste... a eso de las nueve y media masomenos vino una señora.

Dijo que era la de la limpieza y pasó a cobrar la semana—

—Aunque me pareció raro porque hoy es jueves... ¿le pagás los jueves vos?

Daniel dejó de masticar, perplejo… y la miró sorprendido sin entender.

—¿Hablaste por el portero eléctrico, bajaste o subió?— preguntó.

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—No... subió ella... me dijo que vos le diste las llaves.—

—Dijo que te diga que otro día pasaba... Nancy se llama—

Daniel se atragantó con la milanesa y se golpeó el pecho con fuerza para que el pollo atascado

pase de largo y pudiese respirar.

—¿Estás bién?... ¿Querés un vaso con agua?—

Y remató la conversación como comentando al pasar entre divertida y risueña

—¡Qué elegante es tu mucama!—

—Sí... es muy elegante la señora—

Una vorágine de pensamientos lo inundó y prefirió no analizar, ni sacar conclusiones

apresuradas. Su situación no podía ser más bizarra y además... debía averiguar si estaba

adentro o afuera del rollo del Ruso.

—Tengo que ir a Villa Dominico a ver un amigo. Voy a tardar un par de horas.— Le dijo

mientras dejaba correr agua sobre el plato de loza.

—Lleváme con vos—

—No, no puedo—

—Si, Dale...acá sola me aburro—

—No—

—Sí—

Luego de diez minutos de discutir, subieron a un remis de la agencia de la esquina. El chofer

hizo un gesto de risa apenas la vio. Daniel le hizo una seña con el índice y éste se calló

abruptamente.

—Disculpe... ¿adonde los llevo?—

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Paula vestía la minifalda, las pantuflas de Daniel, la camiseta de Racing y un saco de lana dos

veces mas grande que ella.

—Te dije que necesito ropa—lo increpó insistente y acercándose más de la cuenta.

—A Villa Dominico, flaco— Dijo y se arrimó a la ventanilla evitando dejarse llevar por el

impulso de subirle las pollera y meterse adentro de sus orificios hasta diluirse, para siempre.

Como el Tano no podía recorrer los treinta metros de pasillo sin que la alarma de seguridad se

active y venga toda la policía— los patasucias de la bonaerense— como los llamaba. Lo

recibió a los gritos desde la última puerta de las casas departamento, al fondo del pasillo.

—Mono!—

—Pirúlo!—

—¡A ver con que me sorprendés!

—¿Qué? ¿No te enteraste del descenso?—

—¡¡¡La concha de tu hermana racinguista de cuarta!!!—

—¿Como era eso de que los grandes no descienden?

—¡Chupame un huevo y la mitad del otro!—

—Trajiste escabieishon?—

—Sí...y te vas a caer de culo—

—Una tellabo irlandesa malta simple y mayor de edad—

—¡Adelante ...su majestad—

—¡Qué hijo de puta!—dijo cuando agarró la botella.

—¡Se nota que andás bien...guacho!—

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SIETE

Con el Tano, se conocieron en el buque Canberra cuando los británicos los devolvieron, a

ellos y a unos cuatro mil soldados tomados prisioneros después de la rendición del gobierno

militar en Puerto Argentino.

Parecía un espantapájaros. Tenía el tobillo destrozado por una esquirla y apenas caminaba

apoyado en una muleta hecha con unos tubos de electricidad oxidados y un pedazo de madera

atado con hilo de yute. Gracias a un frasco con sal que había encontrado en una barraca

inglesa y que se aplicaba diariamente sobre la herida, se salvó de que se le infectara,

engangrenara y que le cortaran la pierna. Pero estaba en shock después de días y días de

aguantar el dolor. Daniel lo supo apenas lo miró a los ojos. Una parte de su mirada se le había

perdido en algún lugar remoto de las islas, como a él.

De todas maneras no paraba de contar chistes de Jaimito y de cuantas trofeos tenía “El Rojo”

y les sacaba una mueca parecida a una risa a los soldados.

—¡Callate amargo! — le dijo Daniel en el gimnasio del barco, donde los tenían amontonados

como en una perrera, mientras los llevaban a Puerto Madryn.

— ¿A que sos hincha de Racing?—

—¿No me vés la cara de inteligente? Gallina colorada… ¿de dónde sos?—

—Dominico...¿y vos?—

—Quilmes—

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Se arrimó al Tano y le preguntó

—¿Que te pasó?—

—Me hicieron verga el tobillo... ahora no voy a poder hacer más goles... como El Bocha, así

que me voy a tener que dedicar a tocar con Pappo’s Blues—

—¿ Ahh?¿ sos músico?¿ Y que tocás ché?—

—El timbre... en realidad estoy aprendiendo—

Y se rieron a carcajadas. Los guardias ingleses no entendían como podían reírse en semejante

situación. Nunca entenderían que necesitaban reír. Desesperadamente.

Como los militares no querían que los argentinos vieran el deplorable estado en que se

encontraban los conscriptos, los escondieron como si fueran ratas. Y los llevaron a la barraca

Lahusen un par de semanas. Durante el período de “engorde” les dieron por día más alimentos

que todos los que recibieron durante los meses que estuvieron en las islas.

Luego, ya un poco recompuestos, los separaron y los enviaron a sus casas en silencio y sin

fanfarria.

Como leprosos. Pero ellos intercambiaron direcciones y la hermandad siguió por décadas.

Fue al único que llamó cuando regresó y se encontró con que ya no tenía más hermano.

Y tal vez, la única vez que lloró ante alguien de carne y hueso.

Hacía poco tiempo un juez de La Plata, le había dado el beneficio del arresto domiciliario por

buena conducta, sumado a una ley del dos por uno y a varias irregularidades cometidas por la

policía en el proceso de detención, dejándolo prácticamente con un pie afuera.

Y lo enviaron a su casa, eso sí con la condición de que portara un tracker, un rastreador

electrónico, así lo tenían a tiro y ante cualquier hecho “fortuito o accidental”, lo encerrarían

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de nuevo hasta cumplir la condena por defraudación y estafa, más un par de años adicionales

por reincidente y otros más... por las dudas.

—Tanto lío por unos pesos de mierda, Ché—

—¡Los ladrones son elllos, los dueños de los bancos, las financieras, a esos hay que meterlos

en cana!— decía Perrini, sin mencionar que había obtenido de varias entidades crediticias, en

forma fraudulenta, préstamos para una empresa fantasma que nunca existió, la suma de cien

mil dólares, verdes mas, verdes menos, que por otra parte, nunca devolvió.

—Es un monto abstracto— Decía.

—¿Qué querés que te devuelva?... ¿Sabés cuánto me cobra este gil con esa cara de boludo

que tiene? ¡Una fortuna! ¡Te lo presento... mi abogado!— Histriónico hasta el extremo, tanto

el juez como los fiscales esbozaron varias sonrisas durante su declaración de inocencia.

—Juez... ¡estoy en bancarrota!—

—¡No tengo un cobre partido al medio. El dinero de los prestámos se fué en indemnizaciones

para los empleados!—

Igual lo condenaron. Seis años.

—Escuchá y prestá atención... de acuerdo a lo que se dice… por ahí— decía el Tano.

Luego hizo una breve pausa y degustó el líquido ambarino destilado en la pequeña isla del

norte, extasiado mirando a Daniel y expresó toda la poesía contenida en el sabor añejo del

whisky.

—¡ No puedo entender que sean tan pataduras jugando al fútbol!—

—¡Esto es increíble!—

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—Bueno... hablando en serio, parece que el moishe de tu jefe andaba jugando a dos puntas y

que se quedó con unas llaves de una caja de seguridad y con guita que no era para él y lo más

importante, con una memoria con fotos de políticos... bastante degeneraditos, como es de

presumir y que estaban pagando un billete importante para que no se haga público y evitar el

escándalo y que la prensa los cuelgue de las pelotas en los noticieros.

La llave que recibieron los sobornantes no coincidía con el número de caja de seguridad y no

está registrada ni en el correo argentino, ni en ninguna entidad bancaria en todo la ciudad y

del otro lado... la memoria por la que pagaron... nunca apareció.

Hay un señor Equis… que no se sabe quién és, por ahora, pero sin dudas es quién contrató al

Ruso para que haga de enlace con López. Y que parece ser el más interesado en que todo esto

se olvide rápido.

Y que está ofreciendo un precio para nada despreciable para que esas fotos lleguen a sus

manos.—

—¿De cuanto estamos hablando Tano?—

—Un palo—

—¿A cuanto cerró el dólar hoy?—

—¡Un palo verde, boludo!—

—¡ A la mierrrr….!—

—¡Mono! Escucháme bien… esto llega lejos y salpica a varios... pero el señor X es ambicioso,

parece que quiere ser gobernador, según lo que me dijeron y tiene mucho poder, así que va a

revolver cielo y tierra y matar a quién sea para que esas fotos no se muestren. Además, parece

que hay algunos documentos comprometedores, licitaciones truchas, contratos con el estado,

sobornos... etc... Ya te imaginás.—

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—¿Está bien...quién más sabe de esto?—

—En el gremio...casi todos—

—Y supongo que más de la mitad, en este momento debe andar detrás de ese famoso chip...—

—Y para que salte tu nombre y te empiecen a buscar hasta con los perros solo es cuestión de

horas, vas a tener que moverte rápido—

—Cuidáte Mono...yo sé que tenés resto y que no te asustás fácil...pero esto es a pura traición.

—En combate sabíamos quién era el enemigo. Acá, cualquiera puede serlo. Desconfía hasta

de tu sombra. ¡De mí no, maricón! ya sabés de qué estoy hecho, además ¿Además aparte de

vos, quién más puede traerme este güiscacho? ¡ Es un elixir!¡Mejor que el viagra!—

Daniel escarbaba la superficie tratando de respirar aire fresco. No tenía miedo, pero tampoco

era un idiota del calvario. Había fuego cruzado y en el medio, estaba él. Ya estuvo allí antes y

no le causaba ninguna gracia repetir la experiencia.

Se acordó que Paula estaba en el remis esperándolo.

— Cinco minutos... ya vengo—le dijo

—¿Adónde vas?—

—Tengo a alguien esperando afuera, ya vengo. Decíme... ¿qué medidas tiene tu piba?—

—¡¡¡¿Qué te pasa pajero?, con la piba no!!!

—En serio “zapato”…!

—¡ No sé!¡Que se yó! ¿Por?—

—Aguantá... ya vuelvo— y salió hacia la calle.

—¡Cambio de planes! Paula...¡vení!—

—¡Vos esperáme, en un rato salgo! le dijo al remisero.

—¡Ahhh… por fin te acordaste!¿Qué onda con vos?—

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—Nada nena, tratando de resolver varios quilombos a la vez, entre los cuales estás incluída.—

—Vení—

Paula entró a la casa, se quitó el saco de Daniel y saludó a Perrini.

—¡Ahhh pero vos sos un desgraciado Daniel! ¡No tenés piedad! ¡¡¡Con esa camiseta la piba

debe estar congelada!!!

—Calláte amargo y preguntále a Vale si no tiene alguna ropa extra... pensaba ir de shopping

pero con estas novedades, mejor ni asomo la nariz—

—Bien. Se vé que al instinto de conservación lo tenés intacto.—

—Pará que la llamo y que vista a tu amiga, tienen casi la misma talla—

—¡Vale!— Perrini llamó a su hija. Vale salió del cuarto y le brilló la cara.

—¡Hola Tio, tanto tiempo!— Se acercó le dió un beso en la mejilla y lo abrazó unos segundos

con calidez.

—Hola sobri, que linda que estás...no entiendo cómo... siendo hija de éste.—Y se rió.

—Ella es Paula, una amiga. Necesita algo de ropa. ¿Tendrás algo para prestarle?—

— ¡Sí, claro. Vení conmigo a ver que encontramos!—la tomó de la mano y la llevó a la

habitación.

El Tano, típico hijo de italiano lo miró y juntó los dedos de la mano hacia arriba,

preguntándole:

—¿Quién és?—

—Me la encontré en la calle... después te cuento—

—¡Qué buena que está!—

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—¡Y que lo digas!—

—Bueno... ¡Seguimos!— Dijo El Tano mientras se servía otro vaso.

—Como las llaves no eran de la caja de seguridad donde debía estar el dinero que el señor

equis le estaba pagando a López... éste lo llamó recaliente pensando que lo estaba engañando

y le dijo que todo el mundo iba a saber quién era al día siguiente. Es decir, por hoy.

A la mañana, López apareció flotando en el Riachuelo junto a su custodio. Lo ví hace un rato

por la tele.

Después... le hicieron una visita al Ruso... que se agarró la plata de la extorsión, lo cual no

creo que haya sido “el problema”, la plata ya estaba perdida de antemano. Lo que realmente

importaba era la memoria, la cual debía estar en su poder en ese momento... pero el chip no

apareció, así que le volaron la cabeza.— Hizo un silencio, razonando el proceso. —¿Llegaste

tarde? ¿No?—

Daniel hizo una pausa y confirmó la duda.

—Si...vos sabés que yo no tengo auto...fuí en tren y se retrasó un poco más de media hora por

ésta lluvia y tuve que tomar un remis. Cuando lo encontré, todavía estaba tibio—

—¡Siempre caés parado vos...sos como los gatos!… si llegabas a horario tal vez a esta hora te

estaríamos velando. ¡Mono!...Yó...en tu lugar, devolvería la memoria a quién corresponda y

me tomaría un año sabático. Meté violín en bolsa y tomátelas. Aprovechá el viento a favor, si

podés rescata algo de dinero. Y después... borráte.

Guardá la memoria en un lugar seguro. Hasta que resuelvas. Mientras la tengas no te va a

pasar nada... supongo—

—¿Tenés algún celular para ubicarte?—

—No, el que tenía lo descarté anoche—

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El Tano abrió un mueble pequeño al costado del sillón y sacó varios celulares, los revisó uno

por uno y eligió el que parecía más nuevo.

—Éste está sin uso— le dijo.

—Cargále unos pesos, que no tiene minutos de crédito— e hizo un gesto de reflexión.

—Sabés... se me ocurre que tal vez se pueda llegar hasta al señor Equis y se pueda negociar la

entrega antes de que te salgan a cazar—

—Si...pero no te métas Tano, no vaya a ser cosa que algo salga mal y termínes en un

quilombo ajeno—

—Tranquilo, para qué sómos amigos, además me encantan los quilombos, más aún cuando

hay guita...—

—¡No cambiás más Tano!—

—Loro viejo...—

—Hagámos así…yo voy a buscar la memoria. Vos llamá a quién tengas que llamar y que te

contacte con Equis, le decís que un conocido tuyo tiene lo que el está buscando y hacé los

arreglos, me llamás al celular que me diste y me decís adónde hacemos la transa. Si cerramos

esto hoy... nos retiramos.— Daniel meditó unos segundos rascándose la barba hasta que

repentinamente cambió de idea.

—Sabés... mejor no... Vamos a cerciorarnos de que la memoria tenga las fotos, no sea cosa de

que este vacía y nos caguen a tiros por bocones.

Y de paso... nos enteramos quién es el desconocido señor Equis, que seguramente estará

escrachado en esas fotos—

—¡La puta madre! ¡Claro! ¡No lo había pensado! ¡Sos demasiado inteligente para ser hincha

de Racing!, ¿no querés asociarte al c.a.i?

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—¡Antes me hago cura, zapallón!—

—Te dejo a la piba. No le aviso que me voy porque sino va a querer venir conmigo y es

riesgoso, en media hora regreso.—

—Dale Mono, andá con cuidado. ¿Estás calzado?— y Daniel se tocó la sobaquera y se

levantó un poco la botamanga del pantalón de sarga gris, mostrando un refuerzo.

OCHO

Paula... ¿De dónde conocés al Tío Daniel?—

—En realidad...apenas lo conozco, me salvó anoche de un lío importante, todo un caballero—

—No me sorprende, no esperaba menos de él. ¡Qué pedazo de hombre!— y Vale se mordió el

labio inferior. Paula, un tanto sorprendida por la confesión espontánea, la miró con recelo.

—¿El moretón que tenés abajo del maquillaje tiene algo que ver con eso?—Paula asintió con

un dejo de verguenza.

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—Fijáte como te queda este vaquero—

Vale notó “esa” mirada de mujer y le preguntó:

—¿Qué... no te gustan los hombres?—

—¡Sí claro, pero no un pariente!—mientras se calzaba el jean.

—No es “un pariente”, son amigos con mi viejo desde hace mil, desde Malvinas... yo le digo

Tío porque lo conozco desde chica, siempre estuvo cerca.—

—Claro, ahora entiendo... esto viene desde lejos entonces—

—Ponéle—

—¿ A ver como te queda? Date vuelta. ¡Qué buen culo que tenés nena! Te queda

pefecto...mejor que a mí!

¿Te acostaste con él?—

—¡Qué te importa!— sin decir ni sí, ni no y Vale la hechizó con la mirada.

—Con esta remera y este pulover quedás joya—

—¿Zapatillas?...tengo estas botitas de tela. ¿Te van?

—¡Sí, gracias! Y le dio un beso, Vale se limpió la cara.—Incómoda por la respuesta.

— Y qué haces, de qué laburas?—

—Soy auxiliar contable...pero trabajo de “stripper” y además hago extras...aunque rara vez

son hombres... por lo general son mujeres—

—¡Stripper!… — Sarcástica— ¡En mi barrio les dicen putas! Y por lo que veo... no le hacés

asco a nada!

—Bueno... ¡tampoco te hagas la monjita que ya mostraste la hilacha!—

—Anda a la mierda, boluda!¡Yo me hago los ratones... pero vos te los comés con salsa blanca!

Y quién es el que te pegó?—

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—Un idiota...Marcos, Un loser total y yo peor por haberme enganchado con él. Lo conocí en

Santa Fé. Me lleva unos diez años...yo era muy pendeja y me voló la cabeza, él fue el primero.

Anduvimos casi un año juntos, después él se vino a Buenos Aires y le perdí el rastro...hasta

que hace unos meses, me contactó a través del Feis. Yo todavía estaba enganchada. No podía

dejar de pensar en él cuando me mensajeó y me decía que me extrañaba, y cuando me invitó a

venir a su casa, no lo dudé un segundo. ¡¡Si le hubiera hecho caso a mi vieja!!

Te la hago corta, al mes de estar con él, nos desalojaron y fuimos a parar a una pensión roñosa,

yo tuve que empezar a laburar doce horas por día en un supermercado chino haciendo de

cajera y la contabilidad y él se patinaba toda la guita en faso, escabio y timba. ¡Completito!

Una vez un conocido de él le ofreció un negocio brillante... para que me desnude en una fiesta

de tortas... como eran todas minas y necesitaba la plata, agarré viaje. Gané en una noche lo

que ganaría en dos meses de laburo y en dólares. El resto imaginátelo.

Anoche, se le rompió el auto en Barracas cerca de donde teníamos que ir y fuimos caminando

bajo la lluvia. Quería que baile en una joda organizada por un politico, un gordo degenerado

que filma a todos y después los chantajea. También hace películas porno y las vende a los

dueños de unas páginas de internet en Norteamérica, a unos cubanos de Miami.

Yo no quería ir. La última vez que estuve en una de sus fiestitas, vi como le enterraban un bate

de beisbol a una pendeja que casi se muere desangrada. Como todos son jueces, abogados y

políticos hacen lo que quieren con quién sea... una vez Marcos le hizo el contacto con ellos a

un trava de la pensión, para una filmación Gore. El pobre no tenía idea ni de lo que

significaba la palabra... pero le pagaban bien y fue... lo violaron toda la noche con perros de la

policía y lo filmaron—

—¡Son unos enfermos!—

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Vale no daba crédito a lo que escuchaba. ¡No puede ser! Y se tapó la boca.

—El tipo es remarica pero está casado para mantener las apariencias y la mujer... está

enamorada de mí. Gracias a su protección zafé de caer en esas jodas pesadas. La conocí en la

primera fiesta en que me desnudé y desde entonces no deja de llamarme para que esté con

ella.—

—Bueno... ayer Marcos me llevaba arrastrando al departamento del gordo, hasta que apareció

Daniel y lo cagó a piñas y como no iba a volver ni loca a la pensión, no le quedó otra que

llevarme con él.—

La cara de Vale se fue transformando a medida que avanzaba con el relato y sintió cada

palabra como cierta, ya no estaba molesta con Paula. No era su culpa que ella no se animara a

avanzar a Daniel y la abrazó porque vio que temblaba y además era demasiado linda para que

termine en el barro. Y le dio un beso suave con los labios mojados por una lágrima.

—Vas a estar bien... tranquila—y la abrazó y vio cómo encastraba perfectamente en sus

contornos, sin esfuerzo. Se sentía cómoda. Agradable.

—Decime Paula... ¿La tiene grande?—

—¿Quién?—

—¡Él... quién va a ser!— moviendo los ojos e inclinando la cabeza hacia el estar de su casa.

—¡No sabés... no me entra en la boca, asusta!— marcando el territorio.

—A veces me odio a mi misma— confesó —¡no puedo ser tan boluda!— dijo tenue y

acongojada y vió desde la ventana cómo las hormigas se iban comiendo las pocas hojas

verdes que le quedaban a sus plantas.

—¿Y quién te lo impide?—

—No, no creo que me anime... nunca—

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—¿Te vas a quedar acá un tiempo?—

—¿Vos querés?—

Vale se puso de todos colores y no dijo nada. Paula poniéndole un paño frío a esa fiebre

temprana y en aumento, tal vez sabiendo que estaba en ventaja, dijo:

—No sé... yo quiero estar con Daniel... me siento protegida—

—¡Si... me imagino!... todo rima con “gida”... ¿No?— Molesta y distante.

—Me parece que estás celosa...—

—¡Matáte fea!—

—¿Te parezco fea?—

—Sí—

—¡A mi vos, me parecés hermosa!— Paula conocía a las mujeres y sus secretos... tan

profundos como los suyos y fáciles de ser percibidos por su experiencia. Tomó de la mano a

Vale y le dijo…

—Dame un beso—

Y Vale le dió un beso tímido y fugaz. “Un piquito seco”

—¡No boluda... metéme la lengua!— y le apretó un pezón mientras entreabría la boca

pronunciando escalofríos y metía la mano de Vale dentro del pantalón. Entonces sintió su piel

tibia, suave... como de duraznos mezclados con olor a jazmines. Y se estremeció. Mientras se

daba cuenta de que todos sus apéndices se ponían duros.

—¿Nunca estuviste con una mina?—le dijo Paula.

—No. Bah... en realidad un par de veces nos toqueteamos con una amiga, pero no pasó de

ahí.—

—¿Querés que me quéde?—

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—Sí, por favor... antes de que me arrepienta de por vida—

—Entonces besáme— y sus pupilas se dilataron al instante y se dejó caer en la cama de Vale.

Diez flagrantes minutos más tarde salieron de la habitación, todavía excitadas. Daniel ya no

estaba.

—En media hora regresa, tranquila.—le preguntó el Tano.

—¿Te quedó bien la ropa de Vale?—

Ella la miró y le dijo que sí.

—De alguna manera les voy a pagar esto que hacen por mí.— y sonrió.

—¡No tenés nada que agradecer nena, acá somos amigos!—

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NUEVE

El olor fétido de las aguas se desprendía lentamente como una piel malsana de siglos y

quedaba flotando. Expectante como una serpiente a punto de atacar los sentidos y

emponzoñar el aire.

El auto se detuvo frente a la rotonda que bifurcaba el tráfico hacia el otrora puente levadizo y

Daniel le pidió al chofer que lo dejara justo allí. Pagó con algunos papeles pintados llamados

pesos y cruzó la avenida. No había nadie en las calles, ni nada sospechoso que le indicara que

algún peligro latente lo esperaba pacientemente entre sombras casuales. De todas maneras

avanzó cauto hacia el edificio donde vivía y en retrospectiva, entre los pasos que daba, revisó

lo inusual de los acontecimientos. Los hechos fortuitos y las posibles consecuencias de los

pensados fríamente.

Abrió la puerta del edificio y se desabrochó el gabán y el saco, por precaución. Así sería más

fácil sacar el arma y disparar en caso de que apareciera alguna sorpresa. Presionó el botón del

ascensor por costumbre, aún sabiendo que no funcionaba, y escuchó sorprendido el golpe de

los electroimanes al contactarse, atraerse. Polaridades opuestas, norte y sur unidos por una

súbita carrera de electrones. El motor zumbó y los cables de acero rozaron las poleas y todo

se puso en aparente movimiento.

La puerta se abrió y un ruido extraño le hizo doler los dientes, hasta que se detuvo y quedó en

silencio, como esperando por él. Entró y apretó el botón número tres. Alrededor del círculo de

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metal repleto de huellas dactilares y gérmenes desconocidos y se encendió una tenue luz azul

que sin dudas entendía de códigos binarios y circuitos eléctricos. Obediente.

Daniel se apresuró a salir de la pequeña caja de hierro disfrazada con espejos antes de que la

pesada puerta placa se deslice y encierre cualquier oportunidad de seguir respirando. Por

instinto decidió subir las escaleras sin hacer ruido por los peldaños urgentes. Nunca le

gustaron los ataúdes y hoy en particular, el ascensor se parecía a uno.

El elevador, llegó antes que él y Daniel permaneció estático aguzando el oído durante un

breve lapso antes de abrir la puerta que comunicaba los pasillos con la salida de emergencia.

Nadie.

La voz conocida de un famoso locutor televisivo se colaba por debajo de alguna puerta al

final del hall y llegaba en ráfagas entrecortadas y confusas. Decía algo relativo a la lluvia y a

la reverberación del sonido.

Daniel desmontó la pistola y quitó el seguro sin poder atenuar el “click” delator, absurdo y

mecánico del arma que rebotó en las paredes. Maldijo entre dientes y comenzó a abrir la

puerta del departamento como si desactivase una mina antipersonal escondida en la arena

pedregosa de Puerto San Carlos e ingresó fragmentándose lentamente en la penumbra de su

casa. La luz de la calle se encendía perezosa y crecía como un pulsar, esparciendo fotones

amarillos por doquier sobre la vía empedrada. Estaba solo. Como antes. Como siempre.

Abrió la caja fuerte y tomó algunas de sus pertenencias. El pasaporte por las dudas, el DNI,

una tarjeta de crédito, algo de dinero en efectivo y la memoria, la bendita memoria que

pretendía ser olvidada como es habitual en este sitio tan familiar al olvido y paradójicamente

predispuesta a los recuerdos.

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Entró a la habitación y notó que el perfume “a Paula” aún flotaba en el aire como niebla, olió

las sábanas donde ella había dormido y pudo distinguir un tenue olor a sexo e imaginó su piel

y la sensualidad de su boca. Tuvo la sensación de que los ojos de ensueño de Nancy lo

observaban severos cuando salió del cuarto.

El celular de Daniel comenzó a vibrar en el bolsillo del saco. En la pantalla pudo distinguir la

palabra “PRIVADO”. Era evidente que pertenecía a alguien que no le interesaba estar

expuesto.

Presionó el ícono virtual y contestó la llamada, con la esperanza de que fuera el Tano.

—Hable—

La voz de un mujer desconocida se deslizó por el auricular y lo nombró de la forma que muy

pocos conocían, por su apellido. Instintivamente dedujo que algo estaba saliendo mal y que se

le habían adelantado en el enroque largo. Torre por Rey.

— ¡De Fredric! —Dijo y después de una pausa sintió el exhalar del humo. —Créo que vos

tenés algo que es mío.—

—Puede ser— replicó Daniel De Fredric buscando ganar tiempo para pensar.

Bastó un breve instante para que las posibles consecuencias se entretejieran entre sí como

arañas laboriosas y mostrasen evidencias sutiles, aunque lo suficientemente claras como para

suponer que, primero: hayan apretado al Ruso antes de que se “suicide” para que soltara el

nombre del emisario, es decir el mismo, pero no estaba claro como había llegado a las manos

de esta mujer “éste” número.

Segundo, que el teléfono público por donde llamó al Tano realmente estaba pinchado y hayan

llegado hasta él y esté hasta el cuello, peor aún si la policía estaba involucrada y tercero: Que

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alguien en la larga lista de contactos del Tano, lo haya vendido a cambio de dinero o un favor

y en este mismo momento estén en su casa. Cualquier opción o combinación posible daría

saldo negativo y tenía que pensar rápido en como zafar.

Nadie debía salir lastimado, menos aún las pibas... la hija del Tano y Paula.

—¿Como sabés mi nombre?—

—No hay muchos Daniel De Fredric en el mundo, además tengo algunos contactos amigos.—

—¡Mirá vos!... ¿nos conocemos?—

—Puede ser... Yo te conozco, vos no... te hago una pregunta... ¿No sabés que pasó con la guita?

—No... no tengo ni idea. Cuando llegué mi jefe estaba hablando con Dios. Mi parte estaba, tal

vez si hubiese llegado a tiempo, todo este quilombo se hubiese evitado—

—No... no creo... el Ruso la cagó— y dio otra bocanada lejana y entonces siseó como una

cobra.

—¿Tenés la memoria?—

—Sí, la tengo—

—O.K…vamos a hacer algo salomónico—

—Escucho—

—A veces las circunstancias predisponen...es decir. Dos personas como vos y como yo

interactuamos en un momento determinado, sin vínculos manifiestos que nos relacionen y a

pesar de prácticamente desconocernos, debemos hacer algo juntos por el bien común, el tuyo,

el mío y el nuestro. A veces eso sucede en el pasado, otras, en el presente y otras en el futuro.

Lamentablemente siempre hay daños colaterales. Nada es perfecto. Es sabido que si querés

hacer una omelette… tenés que romper algunos huevos, no hay otra y cuando hay gente

involucrada solo por estar cerca, algunos pueden llegar a interpretar que el resultado es algo

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personal. Pero en realidad no es así. En este caso no me inspira el menor rencor hacia vos, ni

hacia los tuyos.

Sé que sos un héroe y respeto tu hidalguía y los huevos que tuviste siendo tan pendejo y para

ser sincera...creo que es una de las razones por la que seguís respirando y estás vivo. Mi padre

fué el militar que te condecoró hace décadas y por alguna extraña razón lo recuerdo hablando

sobre vos apenas escuché tu nombre. Tal vez tengamos la misma edad y que todo aquello

haya marcado a fuego este recuerdo compartido...de alguna manera. No lo sé.

Te voy a enviar una foto y espero que entiendas... y que no se destruya esta breve relación que

existe ahora entre vos y yo….quién sabe...tal vez en un futuro cercano la vida nos reencuentre,

me hubiera gustado conocerte en persona, pero me estoy yendo a un velorio.

Quiero que vayas hasta la Catedral...¿conocés La Plata?—

—Sí, claro...¿Cuando?—

—Ahora, hay un Mercedes gris esperándote abajo. Dejá las armas que tengas y portáte bien—

Daniel se arrimó a la ventana y exactamente justo bajo la luz de sodio, divisó la silueta

inconfundible del auto alemán.

Arrancó la tapa de corcho del bourbon americano que tenía reservado para alguna ocasión

especial con los premolares y se hundió un trago hasta que le ardieron las tripas... tuvo la

sensación que el momento para celebrar era el correcto. Ahora. Vivir o morir.

A veces nada tiene sentido cuando todo parece encajar en este rompecabezas secuencial al que

llamamos vida y que fluctúa con tanta simplicidad que sorprende al más experto.

¿Quién se hubiera imaginado que el pasado pesara tanto en la vida de otro, como para salvarle

el cuero en este momento?

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La campana de notificaciones del celular sonó, deslizó el dedo y vio que tenía un mensaje de

voz grabado.

“Daniel...cuando llégues a La Catedral... alguien va a estar parado bajo la arcada principal, te

va a dar un número de transferencia bancaria. Sacále una foto al papel, enviámelo apenas te lo

dén, después quemálo.

Esperá unos minutos hasta que verifique que todo esté en orden, luego el chofer tiene órdenes

de ir hasta la esquina de la calle trece y cincuenta y cuatro de la Plaza Moreno.

Recién ahí...cuando yo te conteste: O.K ... le entregás la memoria a la misma persona.—

Bajó por el ascensor relativamente tranquilo, con la certeza de que al menos por ahora no le

iban a dar un disparo en la frente.

Otro archivo de imagen sucedió al anterior... y lo mostraba hablando por teléfono desde la

ventana. Indefenso. Y no le causó mucha gracia.

Mientras un viejo barco arenero revolvía las aguas negras y hediondas de la cuenca en busca

de sílices sucios de petróleo. La leve brisa que arrastraba los pies desde el viejo puerto de La

Boca se oxidaba instantáneamente y empujaba esa peste hacia el sur, inundando la ciudad con

partículas de lluvia cáustica, derruyéndolo todo, silenciosamente.

Salió a la calle y rápidamente un tipo bajó del sedán gris estacionado frente al poste de luz, lo

miró inclinando levemente la cabeza con un imperceptible saludo y se cambió al asiento

trasero dejando la puerta delantera del acompañante abierta.

—Buenas— Dijo.

—¿Tenés armas?— Le preguntó y Daniel distinguió el ruido de la corredera y el click de una

bala entrando a la recámara a sus espaldas.

—No, las dejé en casa—respondió.

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Leyó un nuevo mensaje: “Gracias por el favor” en el celular sin entender demasiado a qué se

refería.

—¡Mejor así. La Jefa no te quiere matar. Tuviste suerte!— continuó el custodio.

—¡Arrancá y vamos Pollo!— le indicó y el chofer activó los limpiaparabrisas avanzando

despacio bajo la lluvia.

El auto iba rápido hacia la capital de la provincia, a unos ciento cincuenta kilómetros por hora.

Daniel le preguntó al custodio:

—¿Se puede fumar?—

—Sí. Bajá un poco el vidrio nomás.—

—¿Querés uno?— Giró el torso y deslizó con un movimiento rápido los cigarrillos hacia

arriba.

—¿Qué fumás?... No gracias, el tabaco negro me rompe el pecho. ¡Esos son para hombres! Y

acompañó el comentario con un ¡Juás!

Daniel aprovecho la breve confianza manifiesta y le preguntó:

—¿No sabés cómo me ubicó?—

—¡Si, claro! En esto hay muchos peces gordos involucrados, los servicios, la cana y varios

políticos. Se hizo correr la bola de que había “un palo”... para patear el avispero y que salte

enseguida quien tenía la memoria, era sólo cuestión de un par de horas...

La otra parte interesada se contactó con la Jefa después de que lo despacharan a López para

que no hable y prenda el ventilador. El negocio es de ella y el gordo se estaba mandando

varias cagadas, entre otras, extorsionar a gente muy pesada, a gente que no debía, así que en

cierta forma, le hicieron un favor.

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Le ofrecieron una tregua y aceptó. Se vé que antes de espichar el Ruso te mandó en cana

porque saltó tu saltó tu nombre. La Jefa les dijo que te conocía, que no hagan nada que ella se

iba a encargar de contactarte.

El Ruso perdió por garca y casi te arrastra con él. Se había quedado con toda la guita y

pensaba quedarse con la memoria.

Se ve que en todo este rollo hay alguien más interesado en que esas fotos se muestren y se

hagan públicas. Parece que le ofrecieron más guita a tu jefe y al aceptar... firmó el acta de

defunción.

Duró lo que un pedo en el aire. —

—¡Mirá que se llevaba una buena teca!—

—¡Que se joda!—

—A tu amigo el Tano lo fuimos a ver hace un rato, suponiendo que ibas a estar en su casa.

Pero ya te habías ido.

El loco ya estaba vigilado por otros asuntos, no te sientas culpable.

Se puso en evidencia averiguando más de lo debía en “las oficinas del gremio”. El resto solo

fué atar cabos. Le dimos un par de cazotes, pero nada. Se los bancó calladito—

Por suerte para él, aparecio Ángeles y lo salvó de una brava.—

—¿Ángeles?, ¿quién es Ángeles?

—Ángeles es la minita de la Jefa, una osita de peluche preciosa que se come desde hace un

tiempo.

—¡Mierda!— Daniel se dio cuenta de que Ángeles era nadie más y nadie menos que Paula y

la breve ilusión con olor a jazmines se deshizo en un segundo, como el papel de un diario bajo

la lluvia.

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—¿Adónde la encontraste? ¡Qué imán que tenés para los quilombos Ché! —Y se rió como un

chacal.

—Y que lo digas—pensó Daniel.

— La piba, le dijo a la Jefa que la habías salvado y que no les hagan nada, ni a vos ni a ellos,

que la habían ayudado y nos dijo dónde encontrarte.—

—¿Te la comiste?—

—No... aúnque ganas no me faltaron, pero no se dio— Dijo Daniel humedeciendo un poco lo

labios resecos por la calefacción del auto o por el cigarrillo áspero o por la decepción o por

todo.

—¡Mejor para vos, te hubieses metido en otro quilombo!—

—¡La Jefa es recelosa! Y se rió fuerte, ya estaba un poco más relajado, hasta notó que guardó

el arma.

—¿Viste el gil ese que le pegó?, en este momento se lo están culeando los muchachos del

Docke. ¡¡¡Le van a dar un par de semanas... seguro... un culo es un culo!!!— Y sonrió como

con asma.

—¿Y el Tano?—

—El Tano ahora está en gayola... se adelantó, era cuestión de días para que caiga, estaba

enredado con unos contenedores llenos de falsificaciones de carteras de marca y otras

truchadas para La Salada.

Daniel pensó en Vale y en que mañana debería ir a verla u hoy mismo después de que termine

con todo esto y que tendría que ayudarla, darle una mano con los gastos que tuviera, al menos

hasta que el Tano saliera en un par de años. Nobleza obliga.

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Era casi medianoche y a pesar de todo, nadie había salido lastimado y era lo importante. La

intensidad de estos días llegaba a su fin.

—¿Así que te condecoraron, Ché?, ¿a cuántos bajaste?— Preguntó Horacio y le estrechó la

diestra.

—A varios, pero no fueron suficientes. No tantos como hubiese querido—

—¡¡¡Puta Ché... me emociono. Un Héroe de Malvinas!!!

—¿No querés laburar con nosotros? Hace falta gente con experiencia.—

—Puede ser…— Susurró Daniel De Fredric.

Y quedó pensativo viendo pasar al mundo frente a sus narices, intuyendo que nadie escapaba

a este sortilegio urbano. A esta suerte de hechicería impiadosa, a este síndrome de Estocolmo

que padecían los habitantes de Buenos Aires, conjuro que portaban como un virus de tristeza.

tan porteño y sempiterno como el amor y el odio.

Otra vez la lluvia se intensificaba y pincelaba las caras con hastío y opacidad.

Tomaron la autopista Buenos Aires - La plata de regreso rumbo norte.

—¡Qué nochecita!— Escuchó levemente decir al custodio.

Daniel asintió con un “jum” mientras veía como algunos relámpagos electrificaban la

atmósfera a los lejos y parecían ritos de un gran brujo invocando malos presagios y mil

demonios. Era evidente que en noches cómo ésta, la ciudad se quedaba sin ángeles.

Continuará...

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BREVE GLOSARIO DE FRASES Y PALABRAS EN

LUNFARDO UTILIZADAS EN CIUDAD SIN ÁNGELES.

A

Aguantadero: Sitio donde se reúnen delincuentes

Amargo: Hincha de Independiente

Auto mellizo: Automóvil con documentación duplicada

B

Bagayito: Mujer fea

Bock: variedad de cerveza marca Quilmes

Boliche: Bar

Bondi: Bus, transporte urbano.

Buena teca: Una parte importante. Buen dinero.

C

Calzarce: Portar armas

Campear: Mirar

Cazote: Golpe con la mano

Colgada: Enamorada

Correr la bola: Hacer público algo.

D

Día flaco: día de poca venta

Diario: Periódico de noticias

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E

El Rojo: Club de futbol Independiente.

En cana: preso

En el gremio: Entre ladrones

En gayola: Preso

En pedo: Borracho

En puterios: Prostíbulos, andar con prostitutas

Escabio: Bebida

Espichar: Morir

Estamos hechos: No se deben nada

F

Faso: Cigarrillo

Fierro: Arma

Fiolo: Proxeneta

G

Gallina colorada: Hincha de Independiente

Garca: Estafador

Gil: persona de poco valor, casi idiota.

Gilada: cosa sin importancia

Guita: Dinero

H

Hacer cucharita: acostarse y abrazar a una mujer por detrás

Hacer patinar: Prostituir

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L

La Salada: Feria del conurbano bonaerense.

Laburando: trabajando

Ladero: Socio, ayudante

Las oficinas del gremio: Lugar donde se corren apuestas ilegales y donde se sabe lo que

ocurre en el mundo delictivo.

Lo dejaron de garpe: Lo abandonaron

M

Maestro: persona que conoce su oficio

Malevo: persona ruda y de mala vida

Mamado: Borracho

Mandar en cana: Delatar

Me pego un corchazo: pegarse un tiro, suicidarse

Minita: mujer joven

Moishe: Judío

Mostrar la hilacha: Mostrarse tal como se es

N

No arrugaba: Que no se asusta

O

Orto: culo

P

Parucho: cigarrillo de la marca Parisiennes

Patinaba: Gastaba. También prostituta ej.: “la mina patinaba”

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Pendejo/a: Persona joven. Bello púbico

Petiso: de baja estatura

Picaba: hacer polvo de cocaína

Piedra: cocaína sólida

Pinchado: Teléfono intervenido por lo general ilegalmente para obtener información.

Piquito seco: Beso seco

Pucha: Interjección, Deriva de “la puta”

Q

Que se come: Que tiene sexo

Quilombo: Lio, problemas...también puede ser una casa de prostitución

R

Rateaban: faltar a la escuela

Recaliente: Enojado

Relojeo: observar algo a distancia con precaución

Rollo: Problema

Roñosa: Sucia

S

Sacar jugo: abusar, explotar a alguien

Salidera: atraco armado, robo

Sobrándolo: subestimar, restarle importancia

T

Tano: Italiano o de origen,

Tete a tete: cara a cara

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Timba: Juego clandestino

Truchadas: Cosas de origen ilegal, también falsificaciones.

Tubo: Teléfono

Tugurio de mala muerte: Sitio donde se reúne gente de mala vida.

Turra: mujer ladina

Tortas: Lesbianas

U

Un palo verde: Un millón de dólares

Un trava: Travesti

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César Córdoba es músico, escritor de canciones, cuentos y relatos. Además de ser técnico en

electricidad industrial.

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Oriundo de Buenos Aires. Tiene 54 años de edad. Sus primeras incursiones en la literatura

fueron como colaborador en una revista contracultural “La Nueva Cultura” y como “notero”

en un periódico semanario de la Ciudad de Quilmes a la vez que componía diariamente.

Incansable viajero recorrió de cabo a rabo veinticinco países, comenzando por Argentina,

haciendo lo que el llama “turismo obrero” es decir trabajando para una compañía y

conociendo lugares. Fue volcando sus experiencias en escritos que culminaron en cuentos y

nouvelles. De allí surge su primer compilado de relatos “MANHATTAN BLUES”.

Aficionado al fútbol, es fundador de un equipo amateur (Racing Club de Broward). En

homenaje al Racing Club de Avellaneda equipo del cual es hincha.

Vive en el estado de Florida, Estados Unidos desde hace dos décadas.

A escrito además ‘DESDE HOY HASTA AYER NO HUBO MAÑANAS’, ‘REMISES

HARRY Y OTROS RELATOS’

Para más del autor visitar:

https://www.amazon.com.mx/dp/B082WW2K9S?fbclid=IwAR0NRCKgC5_u7JMEIfer0a4O

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https://www.boukker.com/Cesar

https://www.youtube.com/watch?v=tzWkFlitGaQ&t=16s