Clara de AsísCLARA DE ASIS 423 por la fascinación del absoluto. Clara quería correr hacia...

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í ¡ Clara de Asís MARÍA VICTORIA TRIVIÑO Lavern (Barcelona) I. CLARA DE NOMBRE, MÁs CLARA POR su VIDA Nació en Asis, en la casa torre de los Offreduccio levantada junto a la catedral de San Rufino. Heredó un apellido noble y poderoso. Vivió en una ciudad amurallada con sueños de indepen- dencia y autonomía. En medio de las guerras, emboscadas y des- tierros, su infancia estuvo protegida por el cariño ¡y las armas! de los suyos. En tiempo de paz un noble de Asís, su prometido, la rondaba, le brindaba en los torneos y deseaba enlazar su talle en las danzas cortesanas. La forjaron para ser señora y recibió la mejor instrucción a que podía aspirar una mujer medieval. Los que la trataron dijeron que era honesta, amable y bella. Se llamó Clara de messer Favarone de Offreduccio. Madonna Hortulana, mujer audaz y creyente, fue la dichosa madre de Clara. «Su madre, Hortulana de nombre, que había de dar a luz una planta muy fructífera en el huerto de la Iglesia, abundaba ella misma en no escasos frutos del bien ... » 1. Se sabe, por confidencia de la misma madonna Hortulana, que mientras 1 LeyCl 1. Utilizamos las siglas siguientes: Las obras citadas son lCtaCl; 2CtaCl; 3CtaCl; 4CtaCl = 1,2 ... Carta de Clara a Inés de Bohemia. RCI =Regla de Santa Clara. TestCl = Testamento de Santa Clara. PCCI = Proceso de cano- nización de Santa Clara. BCCl = Bula de Canonización de Santa Clara. LeyCI = Leyenda de Santa Clara. lC = Vida primera de San Francisco de Asís, de Tomás de Celano. TC = Leyenda de los Tres Compañeros. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 52 (1993), 419-443

Transcript of Clara de AsísCLARA DE ASIS 423 por la fascinación del absoluto. Clara quería correr hacia...

  • í ¡

    Clara de Asís

    MARÍA VICTORIA TRIVIÑO

    Lavern (Barcelona)

    I. CLARA DE NOMBRE, MÁs CLARA POR su VIDA

    Nació en Asis, en la casa torre de los Offreduccio levantada junto a la catedral de San Rufino. Heredó un apellido noble y poderoso. Vivió en una ciudad amurallada con sueños de indepen-dencia y autonomía. En medio de las guerras, emboscadas y des-tierros, su infancia estuvo protegida por el cariño ¡y las armas! de los suyos. En tiempo de paz un noble de Asís, su prometido, la rondaba, le brindaba en los torneos y deseaba enlazar su talle en las danzas cortesanas. La forjaron para ser señora y recibió la mejor instrucción a que podía aspirar una mujer medieval. Los que la trataron dijeron que era honesta, amable y bella. Se llamó Clara de messer Favarone de Offreduccio.

    Madonna Hortulana, mujer audaz y creyente, fue la dichosa madre de Clara. «Su madre, Hortulana de nombre, que había de dar a luz una planta muy fructífera en el huerto de la Iglesia, abundaba ella misma en no escasos frutos del bien ... » 1. Se sabe, por confidencia de la misma madonna Hortulana, que mientras

    1 LeyCl 1. Utilizamos las siglas siguientes: Las obras citadas son lCtaCl; 2CtaCl; 3CtaCl; 4CtaCl = 1,2 ... Carta de Clara a Inés de Bohemia. RCI =Regla de Santa Clara. TestCl = Testamento de Santa Clara. PCCI = Proceso de cano-nización de Santa Clara. BCCl = Bula de Canonización de Santa Clara. LeyCI = Leyenda de Santa Clara. lC = Vida primera de San Francisco de Asís, de Tomás de Celano. TC = Leyenda de los Tres Compañeros.

    REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 52 (1993), 419-443

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    oraba pidiendo a Dios el feliz alumbramiento de la criatura que llevaba en su seno, oyó una locución interior: «Alumbrarás una luz que iluminará el mundo» 2. No es difícil conocer la palabra del Evangelio que resonaba, profética, en el corazón de la madre: «Vosotros sois la luz del mundo» 3. Cuando la madre recibió a la niña en sus brazos, el día de santa Lucía del año 1193, comprendió que su luz no era el fuego que mueve la rueda, ni el esplendor del sol en toda su fuerza, que era la claridad que ilumina sin herir. Por eso, con las aguas del bautismo, dio a su niña el nombre de Clara, «conforme a la esperanza de que habría de cumplirse de algún modo, conforme al beneplácito de la divina voluntad, la claridad de la anunciada luz» 4.

    Las madres no se equivocan, pero ¿sería tan audaz madonna Hortulana como para soñar que un día la Iglesia proclamaría a su niña: «Clara de nombre, más Clara por su vida, clarísima por su virtud»? 5.

    Cuidó bien su plantita madonna Hortulana, y se dijo de la joven Clara: «de este modo comenzó a paladear la virtud en su casa paterna, tales fueron sus primicias espirituales, tales los pre-ludios de su santidad. Y así, al estar tan rebosante de perfume interior, su fragancia misma la delataba, como sucede con un pomo de aroma exquisito, por más cerrado que se halle. En efecto, y sin que ella lo percibiese, comenzó a estar elogiosamente en boca de sus vecinos; y se fue divulgando entre el pueblo la noticia de su bondad» 6. Las gentes comentaban. Madonna Hortulana veía con emoción la claridad de Clara.

    Clara de la Gloria

    Era la primera década del siglo XIII. La Casa se desmoronaba en disensiones sin cuento y el Cristo de la ermita ruinosa alzó la

    2 PCCI VI, 12. 3 MI 5, 14. 4 LeyCI 2. 5 1C 18. 6 LeyCI 2.

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    voz amorosa y persuasiva: «Francisco, ve, edifica mi Iglesia que, como ves, amenaza ruina» 7.

    Francisco, penitente, se aplicó a poner piedras, restaurando las paredes de la ermita. Comprendió que sus gestos eran el símbolo de una realidad urgente en la Iglesia. Pero, ¿qué podía hacer él?, pobre penitente, desheredado y tenido por loco. Todavía Dios no le había dado hermanos. De pronto, un día le urgió el amor desde dentro. Encaramándose en el muro de la ermita, fuera de sí, en un momento de exaltación mística, gritó enardecido a las gentes que por allí pasaban: «Venid, ayudadme en la obra del monasterio de San Damián, pues con el tiempo morarán en él unas señoras con cuya famosa y santa vida religiosa será glotificado nuestro Padre celestial en toda su santa Iglesia» 8.

    El hermano viento vibró con aquellas ondas que llenarían siglos de canciones. Acababa de lanzar en sus alas el anuncio de la vida y misión de las hermanas menores. Unas mujeres llamadas a edifi-car la Iglesia con el esplendor de su santa vida. La palabra del Evangelio tomaba forma profética en los labios ardientes del her-mano Francisco: «Vosotros sois la luz del mundo. No puede estar oculta una ciudad edificada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» 9.

    La mujer que iniciaría la aventura femenina-franciscana no estaba lejos, en el alma guardaba la promesa de luz evangélica. Su nombre anunciaba la claridad.

    Encuentro con el hermano Francisco

    El horizonte de lo divino se hizo inconmensurable ante la plantita de madonna Hortulana. ¿Cómo alcanzar la inmensidad? La joven Clara sintió la inquietud, y se lanzó a la búsqueda ... Escuchó

    7 LM 2, 1. 8 TestCl 2; Te 21. 9 Mt 5,14-16.

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    en el templo: «Yo soy la Luz». «Amáos como yo os he amado». «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» ... , mientras, en la calle, oía el ruido de las armas y el gemido de los sin pan. Clara observó a su alrededor y los oídos de clases que vio en la ciudad le lastimaron el alma ... Un día le contaron que por los caminos el hermano Francisco sollozaba, porque «el Amor no es amado».

    ¡El hermano Francisco! Era como un signo de contradicción para las gentes de su pueblo. Unos le tenían por santo y otros por demente. El también, durante algún tiempo, corrió atrapando vien-tos de vanidades. Después había experimentado la inquietud que le llevó a opciones contradictorias, al desengaño y, por fin, a la sole-dad, donde comprendió la llamada de Dios. Clara se interesó por él.

    «Oyó hablar por entonces de Francisco, cuyo nombre se iba haciendo famoso y quien, como hombre nuevo, renovaba con nuevas virtudes el camino de la perfección, tan borrado en el mundo. De inmediato quiere verlo y oírlo, movida a ello por el Padre de los espíritus, de quien tanto él como ella, aunque de diverso modo, habían recibido los primeros impulsos. Y no menos deseaba Francisco, entusiasmado por la fama de tan agraciada doncella, verla y conversar con ella, por si de algún modo él... lograba arrebatar tan noble presa al mundo» 10. A escondidas, Francisco y Clara, se encontraron muchas veces.

    Le habló Francisco de reservar la joya de la virginidad para Jesucristo, experimentando la dulzura de ser su esposa ll. Y estalló incontenible la Luz que Clara llevaba en el alma. Cuando esta pobre vida sustenta otra vida mejor es como la Zarza que recibe al fuego que no consume ni lastima, mientras la hace resplandecer. Clara dijo que las palabras de Francisco eran como llamas. De ella dijeron que destilaba dulzura.

    Joven por los años, madura en el alma (lC 18)

    Cuando Dios atrae es como si al espíritu le salieran alas. La vida entera se lanza en el vacío de la fe como una cascada, atraída

    10 LeyCl 5. 11 LeyCl 5.

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    por la fascinación del absoluto. Clara quería correr hacia Jesucritso por el camino que le había mostrado el hermano Francisco. Los suyos nunca permitirían que se hiciese discípula de un burgués. Jamás permitirían que se mezclase con muchachas de baja condi-ción, que se fuera a vivir como una aldeana. Pero Clara ya había optado por Jesucristo pobre y crucificado. Llevaba el arrojo de su sangre noble, la fuerza de su juventud, llevaba la confianza de la hermana agua, pura transparencia sin forma. Y huyó de su casa en el pórtico de la Semana Santa, cuando el Domingo de Ramos desgranaba sus últimas horas en la noche de luna llena.

    Era de noche cuando huyó, tenía diecisiete años. Dejaba atrás los blasones de la casa paterna noble y rica. Dejaba atrás un burgo altivo que ocultaba, en sus rincones, los rencores y violencias engendradas por la codicia y el odio de clases. Y los cristianos que habían adaptado la religión a su mentalidad se escandalizaron de la más honesta y bella doncella de Asís. Los que se burlaban de todo dijeron que estaba loca. Francisco de Asís se estremeció de gozo.

    En la ciudad amurallada, Clara abrió una brecha al amor. La caridad saltó como un río, igualando los terrenos de las desigual-dades sociales. Valía la persona por encima del oro, la fraternidad por encima del poder y la fuerza. Valía el título evangélico de la altísima pobreza y de la santa unidad.

    En la Porciúncula, de noche, el hermano Francisco la consagró a Dios, le cortó el cabello y le vistió una túnica de paño vil. Allá, en la madrugada del lunes santo ante la Virgen, Santa María de los Angeles, nació la 11 Orden Franciscana al calor de los primeros frailes Menores, testigos y hermanos. Un mismo espíritu los había sacado del mundo 12.

    Porque era joven, los caballeros de la familia que la habían protegido desde niña se sintieron con el deber de rescatarla, aun-que fuera por la violencia. Clara les miró de frente, sin turbarse. Ya no era una niña «noble por la sangre, más noble por la gracia. Joven por los años, madura en el alma» 13, estaba dispuesta a

    12 2C 205. 13 1C 18.

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    responsabilizarse de sus decisiones. Ante el asalto de su familia, que la encontró en el monasterio de San Pablo, dominó con señorío los halagos y las amenazas, descubrió su cabeza tonsurada y se asió al altar. Apelaba al derecho de asilo, y mostraba el signo de su consagración. Si la tocaban entraban en pleito con la Iglesia.

    La consternación y la ira de los Offreduccio tardaría en sose-garse. Clara estaba prometida a un caballero de Asís desde los doce años por voluntad de su progenitor. Debía casarse aquel mismo año, cumplidos los diecisiete. Quedaba pendiente el honor de la palabra dada, era patente el escándalo. Clara, al decidir su propio destino, ¡a pesar de ser mujer!, había desobedecido, había violado el orden establecido. Pero ¿a qué llamaba el mundo «obe-diencia»?, ¿a seguir sus convencionalismos interesados? .. No era locura rii inexperiencia, Clara quería obedecer la Palabra escucha-da que un día vio hecha vida en los Hermanos Menores de Asís.

    «¡Clara, firme en el propósito y ardentísima en deseos del divino amor!» 14. De la juventud es la generosidad y la fuerza. Quien no sacó flor a su vida en tiempo de juventud ¿qué frutos podrá dar en la madurez? Bien lo sabía el más viejo de los após-toles, el que más años sirvió en la Iglesia: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a voso-tros, hijos míos, porque conocéis al Padre ... ». «Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios perma-nece en vosotros y habéis vencido al Maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama el mundo, el amor del Padre no está en él» 15. Patrimonio del espíritu del mundo es la concupiscencia, la codicia y la soberbia, de la juventud la fuerza.

    II. LA HERMANA CLARA DE ASÍS

    Clara Favarone quería seguir a Jesucristo con tanta verdad y fidelidad como puede soñar un corazón de mujer. El Hermano Francisco apareció en el horizonte da su vida como una estrella, Clara le vio y dijo: «El Hijo de Dios se ha hecho para nosotros

    14 le 18. 15 Un 2,13-15.

  • r !

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    Camino, y nuestro padre Francisco, verdadero amante e imitador suyo, nos lo ha mostrado» 16.

    La Hermana Clara de Asís fue la primera mujer que vivió la aventura franciscana. En la ermita de San Damián estrenó una forma de vida nueva, con las hermanas que Dios le dio. «La Forma de Vida de la Orden las Hermanas Pobres, instituida por el bien-aventurado Francisco, es ésta: Vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia, sin propio y en castidad». No eran monjas, ni canonesas, ni beatas. Eran las Hermanas Menores. Las llamadas a edificar la Iglesia con el testimonio esplendoroso de su vida santa.

    Edificar con piedras preciosas

    Entre los escritos franciscanos que mencionan a Clara hay algunos recogidos en la aurora del franciscanismo y tienen valor de testimonio. Fray Tomás de Celano, fraile culto, buen latinista y escritor, recibió el encargo de escribir la leyenda para la cano-nización del hermano Francisco. Era el año 1128. Por fidelidad a la vida y obra del santo, el biógrafo, más de una vez, interpretó desde dentro lo que había visto y oído, dando una visión teológica. En este contexto describe con elegante pluma lo que entendió ser la misión eclesial de las Damas Pobres.

    En el capítulo VIII de la Vida Primera, de san Francisco, nos lleva el biógrafo a contemplar «la primera obra que emprendió el bienaventurado Francisco» antes de que Dios le diera hermanos. Fue la construcción de la ermita de San Damián símbolo de la Iglesia herida por las herejías, la codicia y la decadencia moral. Luego, deja al joven albañil -que mejor traza tenía para tañer la vihuela que para colocar ladrillos-, para extenderse en la presen-tación del complemento de su obra:

    «Este es el lugar bendito y santo en el que felizmente nació la gloriosa Religión y la eminentísima Orden de las señoras pobres y santas vírgenes por obra del bienaventurado Francisco unos seis

    16 Teste! 1.

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    años después de su conversión. Fue aquí donde la señora Clara, originaria de Asís, como piedra preciosísima y fortísima, se cons-tituyó en fundamento de las restantes piedras superpuestas. Cuan-do, después de iniciada la Orden de los hermanos, ella, por los consejos del santo, se convirtió al Señor, sirvió para el progreso de muchos y como ejemplo a incontables. Noble por la sangre, más noble por la gracia. Virgen en su carne, en su espíritu castísima. Joven por los años, madura en el alma. Firme en el propósito y ardentísima en deseos del divino amor. Adornada de sabiduría y singular en la humildad: Clara de nombre; más clara por su vida; clarísima por su virtud.

    Sobre ella se levantó también el noble edificio de preciosísi-mas perlas, cuya alabanza no proviene de los hombres, sino de Dios, ya que ni la estrechez de nuestro entendimiento lo puede comprender ni podemos expresarlo en pocas palabras» 17.

    Bajo el mismo simbolismo, en el capítulo XV, tratará Celan o del templo del Espíritu Santo levantado por los hermanos Menores. Los rasgos evangélicos de su forma de vida aparecen como piedras preciosas, piedras vivas que entran en la construcción de un edi-ficio espiritual» 18.

    Se percibe el trasfondo bíblico de estas palabras en Re 7,9-10; 1Pe 2,5; Ap 21,19ss y, sobre todo, ICor 3,10-15: «yo, como buen arquitecto, puse el cimiento y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento que el puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, pláta, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el día que ha de manifestar-se por el fuego». Al comparar a Clara con una piedra preciosa, de fundamento, no se contradice el biógrafo con el texto paulino, que él mismo cita anteriormente: «Nadie puede poner otro fundamento, sino el que está puesto, que es Jesucristo» 19. Las piedras preciosas de la muralla son como un revestimiento de transparencia.

    Aquí el material elegido para la edificación es el cristal de roca. DeCÍan los antiguos cristianos que el fiel es como si estuviera

    17 le 18-19. 18 le 36. 19 le 18.

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    relleno de cristal de roca, pura transparencia de la iluminación del Espíritu. Este es el sentido de la piedra, no ya preciosa, sino preciosísima.

    Arte y ciencia requiere el encargo de edificar. Se pide de la obra que sea fuerte, útil y bella. Piedra de fundamento, preciosí-sima y fortísima, se llama a Clara. Y se dice que sobre ella se alza el edificio de preciosas piedras. La calidad de estos símbolos en el contexto de edificación evoca el recuerdo de la nueva Jerusalén: «El material de la muralla es jaspe y la ciudad es de oro puro, semejante al vidrio puro. Las piedras en que se asienta la muralla de la ciudad están adornadas de toda clase de piedras preciosas». La ciudad de transparencia esplendorosa era la novia: «Ven, que te voy a enseñar a la novia, a la Esposa del Cordero» 20.

    Existe una estrecha relación entre la piedra y el alma. Las piedras destinadas al templo se hacen símbolo de la presencia divina. Si sobre ellas se ejerce una acción humana, se envilecen. Por el contrario, el influjo de la actividad espiritual, celeste, las ennoblece. Así, el paso de la piedra bruta a la tallada por Dios, no por el hombre, significa el paso del alma de la oscuridad a la luz.

    Las piedras preciosas son símbolo de la transformación de lo opaco en translúcido, o del paso de las tinieblas a la luz. La nueva Jerusalén, con la base de la muralla revestida de pedrería, significa que este universo nuestro se ha de transformar radicalmente hasta ser transparente a la luz de Dios.

    Colocar «piedra sobre piedra» o no quedar «piedra sobre pie-dra» se refiere a la construcción, o destrucción, del edificio.

    A través del lenguaje simbólico, Celan o nos está informando de cómo se realiza la llamada a edificar la Iglesia. Lo que cuenta es transparentar, espejar, vivir a Jesucristo pobre. Los hermanos menores irán a predicar la penitencia, con la palabra y el testimo-nio de su vida pobre y humilde, gozosa y paciente hasta dar la vida. Las hermanas menores serían como el revestimiento Bsplen-doroso, por la vida santa.

    En el testamento, Clara expresa esta misión eclesial con más sencillez. Llamadas a ser como un espejo de la gloria de Dios,

    20 Ap 21,9.

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    cada hermana debe ser espejo para sus hermanas y mostrarle ex-teriormente el amor que interiormente le tiene. Y todas las herma-nas de la fraternidad deben ser espejo para las de otros monaste-rios 21. Y todas han de serlo para todas las gentes del mundo. Es, pues, como un juego de espejos.

    Los siete reverberos de las gemas

    ¿Cómo se levanta la edificación? La hermana Clara nunca diseñó grados, escalas, ni métodos. Sólo exhortó al amor apasio-nado hacia Jesucristo. A mirarle, contemplación amorosa, hasta transformarse en icono de la divinidad 22. Insistió en adherirse a la Virgen pobrecilla, para aprender de ella a vivir el misterio de Cristo como esposa, hermana y madre. Exhorta a seguir el camino de la sencillez, humildad y pobreza que nos enseñó Francisco, a abrazarse a Cristo pobre como virgen pobre 23,

    Es verdad que Clara habla de la fe, de la humildad, de la caridad, de la virginidad, de la pobreza ... No se sabe hasta qué punto está hablando de virtudes o de bienaventuranzas. Diríase que Clara todo lo reduce a mirada amorosa, fidelidad apasionada, amor y abrazo. Sin embargo, el fraile observador, desde fuera, dice lo que ve. Dice siete reverberos de las piedras preciosas.

    El siete es un número, presente en la Biblia, que significa la totalidad en un determinado orden. Los siete días de la semana serían el símbolo de la totalidad del tiempo, y siete moradas del espacio; los siete arcángeles de la totalidad del orden angélico; las siete notas musicales regularían las vibraciones sonoras, y siete virtudes darían la totalidad de la evolución espiritual.

    Con las siete virtudes que enumera fray Tomás no establece una progresión ascendente o descendente. Lo previene ya desde el primer punto, al decir de la caridad que está «antes de nada y por encima de todo». Se trata de una proporción armoniosa que revela

    21 Cfr. TestCl 3. 22 3CtaCl 3. 23 2CtaCl 4.

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    un estilo de vida evangélica, no de una jerarquía. Las siete gracias, facetas o reverberos ... ¿quién puede saber lo que exactamente había en el pensamiento del admirado escritor? son: la caridad, la humildad, la virginidad, la pobreza, la mortificación, la paciencia, la contemplación.

    Santa unidad

    «Antes de nada, y por encima de todo, resplandece en ellas la virtud de la mutua y continua caridad, que de tal modo coaduna las voluntades de todas, que, conviviendo cuarenta o cincuenta en un lugar, el mismo querer forma de ellas, tan diversas, una sola alma.»

    Base y corona, verdadero eje, es la santa unidad. Viene la primera, quizá por ser la más deseada, llamativa, visible y admi-rable. Es la que nos hace propiamente espejos de la Trinidad, porque «El Padre es amor, el Hijo es gracia y el Espíritu Santo es comunión» 24.

    En una sociedad selectiva a causa de los tres niveles sociales superpuestos e irreconciliables del feudalismo, frente a la vida monástica que fomentaba ante todo la humildad, las hermanas menores aparecen como un modelo diferente de identidad. Es la mujer atenta a la amistad, abierta a la acogida entrañable, y crea-dora de Paz y Bien desde una vida interior intensa y apasionada.

    En las cartas dirigidas a Clara se percibe el efecto de su aco-gida. En las cartas escritas por ella se transparenta la ternura de su amistad. Así escribía Clara a la princesa Inés de Bohemia, que se había hecho también hermana menor: «Sumergida en esta contemplación, no te olvides de tu pobre madre, pues sábete que yo llevo grabado indeleblemente tu feliz recuerdo en los pliegues de mi corazón y te tengo por mi más amada, entre todas.

    ¿ Que más? Calle la lengua de carnes, en esto del amor que te profeso; lo está diciendo y expresando la lengua del espíritu. Si, oh, hija bendita: pues de ningún modo mi lengua de carne podría

    24 De la liturgia de la Santísima Trinidad. Ant. 2 del Of. Lectura.

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    expresar más plenamente el amor que te tengo, ha dicho esto que he escrito, balbuciendo ... » 25.

    Y así escribía el Cardenal Hugolino, Legado Apostólico en Toscana, destilando añoranza de su pluma después de una visita a Clara: «A la queridísima hermana en Cristo y madre de su salva-ción, la señora Clara, servidora de Cristo. Hugolino, obispo de Ostia, indigno y pecador, se encomienda todo cuanto él es y pueda ser.

    Carísima hermana en Cristo: desde que la precisión de regresar me privó de vuestros santos coloquios y me arrancó de aquel gozar de los bienes celestiales, se apoderó de mí tal amargura de cora-zón .. , que si no hallo a los pies de Jesús el consuelo de la habitual piedad, temo caer siempre en tales angustias que quizá desfallezca mi espíritu ... Y con razón, pues me falta aquella alegría gloriosa que sentí cuando hablaba con vosotras del Cuerpo de Cristo con motivo de la Pascua que celebré contigo y con las demás siervas de Cristo. Como, después que el Señor fue arrebatado a los disCÍ-pulos y clavado en la cruz, la tristeza de éstos fue inmensa, así quedé yo desolado por vuestra ausencia» 26.

    Nunca ambicionaron las Hermanas pobrecillas llegar a ofrecer el cobijo de grandes hospederías, ni solemnes Liturgias ... En su simplicidad y pobreza lo suyo era la acogida, el don de las pala-bras olorosas que son espíritu y son vida, la compasión y la inter-cesión poderosa sobre las necesidades de cuerpo y alma.

    Clara, la amable y entrañable hermana Clara, se reviste de energía para exigir a todas sus hermanas, presentes y futuras, ante todo, la unidad del mutuo amor: «Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a que se guarden las hermanas de toda soberbia, vana-gloria, envidia, avaricia y preocupación de este mundo, difamación y murmuración, disensión y división. Por el contrario, muéstrense siempre celosas por mantener entre todas la unidad del mutuo amor, que es vínculo de perfección ... » 27. ¿Cómo podrían ser espe-jos de la Gloria-Amor si la unidad del mutuo amor no resplandecía con fuerza en la fraternidad?

    25 4CtaCl 5-6. 26 Cta H. En OMAECHEVERRÍA, Santa Clara. Escritos ... , pp. 352-353. 27 RCl X, 26.

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    Mas el edificio se alzaba en colaboración. Hermanas y Herma-nos Menores compartían y se estimulaban, con la palabra y el ejemplo, en un mismo espíritu. El mismo fray Tomás de Celano escribe más adelante, refiriéndose a los Menores: «De hecho, sobre el fundamento de la constancia se erigió la noble construcción de la caridad, en que las piedras vivas, reunidas de todas partes del mundo, formaron el templo del Espíritu Santo. ¡En qué fuego tan grande ardían los nuevos discípulos de Cristo! ¡Qué inmenso amor el que ellos tenían al piadoso grupo! Cuando se hallaban juntos en algún lugar o cuando, como sucede, topaban unos con otros de camino, allí era de ver el amor espiritual que brotaba en ellos y cómo difundían un afecto verdadero, superior a todo otro amor. Amor que se manifestaba en castos abrazos, en tiernos efectos, en el ósculo santo, en la conversación agradable, en la risa modesta, en el rostro festivo, en el ojo sencillo, en la actitud humilde, en la lengua benigna, en la respuesta serena; eran concordes en el ideal, diligentes en el servicio, infatigables en las obras» 28.

    El testimonio tiene sabor de evangelio. Hermanos y hermanas tenían un solo querer y un alma sola. Y resplandecía en ellos la piedra preciosa de la caridad embelleciendo la muralla de la nueva Jerusalén, la novia del Cordero, la Iglesia santa.

    La Iglesia cantaría a Clara como:

    «Amorosa al amonestar, moderada en corregir, mesurada en mandar, pronta a la compasión». « ... Ardor de caridad comunión de vida familiar» 29.

    La gema de la humildad

    «En segundo lugar, brilla en cada una la gema de la humildad, que tan bien les guarda los dones y bienes recibidos de lo alto, que se hacen merecedoras de las demás virtudes».

    28 lC 38. 29 BCCI 10.

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    Así veía el biógrafo la humildad en los Menores: «Y, en ver-dad, menores quienes, sometidos a todos, buscaban siempre el último puesto y trataban de emplearse en oficios que llevaran alguna apariencia de deshonra, a fin de merecer, fundamentados así en la verdadera humildad, que en ellos se levantara en orden perfecto el edificio espiritual de todas las virtudes» 30.

    Este impulso a abrazarse con las tareas más despreciadas enton-ces, por reservadas a los siervos, estaba ciertamente entre las Me-nores. He aquÍ alguno de los testimonios que dieron de Clara: «Fue maravillosa en la humildad, y tanto se menospreciaba a sí misma que ejecutaba los trabajos más viles. Hasta limpiaba los bacines de las enfermas». «y fue de tanta humildad que lavaba los pies a las hermanas. Además, servía el agua para que las hermanas se lavasen las manos, y por la noche las cubría para protegerlas del frío» 31.

    Mas lo que aparecía por de fuera era el perfume de una actitud interior. Para Clara la humildad era Jesucristo: «Míralo hecho despreciable por ti, y síguelo, hecha tu despreciable por él en este mundo» 32; es fidelidad esponsal « ... el mismo Rey se acompañará de ti en su tálamo celestial. .. (porque) estimando en poco la oferta de matrimonio del emperador te has hecho émula de la santísima pobreza, y con el espíritu de una gran humildad y de una caridad ardorosísima has seguido las huellas de Aquel que merecidamente te ha tomado por esposa» 33.

    Gema valiosa, la humildad, se talla compartiendo el yugo y siguiendo de cerca las huellas de Aquel que dice: «Aprended de mí que soy manso y humilde ... » 34. Hallaréis la paz.

    y la Iglesia Madre proclamó a Clara:

    «Ella dispuso en la heredad de la Iglesia un huerto de humildad ... Guía de humildes ... Vaso de humildad» 35.

    30 1C 36. 31 PCCl 11, 1-3. 32 2CtaCl 4. 33 2ClaCl 2. 34 MI 11 29 35 BCCl '9-10.

  • CLARA DE ASIS 433

    El lirio de la virginidad

    «En tercer lugar, el lirio de la virginidad y de la castidad en tal modo derrama su fragancia sobre todas que, olvidadas de todo pensamiento terreno, sólo anhelan meditar en las cosas celestiales; y de esta fragancia nace en sus corazones tan elevado amor del esposo eterno que la plenitud de este sagrado afecto les hace olvidar toda costumbre de la vida pasada».

    Hubo algo en la joven Clara Favarone que llamó poderosamen~ te la atención de las gentes que la conocieron, el brillo del carisma de la virginidad. Ese algo que hace a la persona amable y al mismo tiempo infunde respeto: «Permaneció virgen desde su nacimien-to» 36. «Fue virgen desde la infancia y permaneció virgen elegida por el Señor» 37. «Fue virgen y permaneció siempre virgen» 38. «Virgen purísima, virgen de alma y cuerpo» 39. Y por fin, Juan Ventura, el mozo de armas de su casa, dijo: «Quería permanecer virgen y en pobreza» 40.

    ¡El perfume de un amor apasionado hacia Jesucristo! La virgi-nidad. Por guardarla intacta, los hermanos eran implacables. Escri-bió fray Tomás: « ... tal era el rigor en reprimir los incentivos de la carne que no temían arrojarse desnudos sobre el hielo ni revol-carse sobre zarzas hasta quedar tintos de sangre» 41, tal como se leía de los anacoretas del desierto.

    Observamos que entre muchos cristianos la virginidad se ha devaluado. Es como si sus oídos se hubieran entorpecido y no percibieran el rumor de la brisa cuando trae ¡la voz del Amado! Han olvidado la suavidad del más puro apasionamiento por Jesu-cristo. Han olvidado que la Virginidad cristiana es el testimonio vivo de la fe en el Reino.

    36 pe! VII, 2. 37 pe! III, 2. 38 pe! XII, 1; IX, 5; XVIII, 1; 1, 2. 39 pel XVII, 2. 40 pe! XIX, 2. 41 le 40.

  • 434 MARIA VICTORIA TRIVIÑO

    La Virginidad, como el Martirio, son fuerza y decoro de la Iglesia. Intergridad por el Reino de los Cielos. La vida entera -cuerpo y alma- como un perfume derramado a los pies del Señor, es una proclamación de que ¡Dios existe! Se vive como amor indiviso, soledad sonora, toque que enamora, búsqueda de la dulzura escondida en la luz de su mirada, en la dulzura de su Palabra, en el perfume de su Cruz y Resurrección.

    En las liturgias de la Iglesia primitiva se reservaba un lugar, próximo al presbiterio, para ¡las vírgenes! Cuantos cristianos han perdido la sensibilidad hacia la Virginidad cristiana, incluso en algunos de nuestros grupos, atraídos tan sólo por las excelencias del matrimonio. Son dos vocaciones complementarias, las dos son necesarias, las dos deben admirarse y confirmarse mutuamente. El matrimonio es un sacramento, la Virginidad pertenece al orden de los carismas, de la santidad de la Iglesia. Si los cristianos se olvidan de estas cosas, luego no deberían extrañar ni lamentar que sus hijos se vayan, fascinados, tras los ascetas de otras religiones.

    ¡La virginidad consagrada! ¡Quién pudiera cantar el cántico que merece su hermosura! Clara de Asís escribía así a la princesa Inés de Bohemia, hecha hermana mayor: «Dichosa tú, pues se te concede participar en estas Bodas, y adherirte con todas las fuerzas del corazón a Aquel cuya hermosura admiran sin cesar todos los bienaventurados del cielo. Aquel cuyo amor aficiona, cuya con-templación nutre, cuya benignidad llena, cuya suavidad colma. Su recuerdo ilumina suavemente; a su perfume revivirán los muertos; su vista gloriosa hará felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial, porque El es esplendor de la eterna gloria, reflejo de la luz perpetua y espejo sin mancha. Tú, oh reina, esposa de Jesucris-to, mira diariamente este espejo ... » 42.

    La figura de la hermana Clara se levanta como un lirio con su cáliz dirigido únicamente al cielo, manifestando la espiritualidad y la humanidad de una mujer virgen.

    «A nuestro siglo se apareció en Clara, un claro espejo de conducta; en el jardín celeste ella hace presente

    42 IV carta de Clara a Inés, 3.

  • , ,

    CLARA DE ASIS

    el delicado lirio de la virginidad; gracias a ella palpamos en la tierra la asistencia de los auxilios divinos» 43.

    Altísima pobreza

    435

    «En cuarto lugar, en tal grado se hallan todas investidas del título de la altísima probreza que apenas o nunca se avienen a satisfacer, en lo tocante a comida y vestido, lo que es de extrema necesidad.»

    Con frecuencia, al referirse a la pobreza de Clara se habla del título o diploma. Sin duda es una alusión al privilegio de la altí-sima Pobreza. Las gentes de la Edad Media eran muy aficionadas a solicitar del Pontífice cartas de privilegio. Un día la hermana Clara creyó que también ella debía acudir a la benevolencia del Papa ...

    Esta fue la razón. El canon XIII del Concilio Lateranense IV había prohibido la aprobación de reglas nuevas en la Iglesia para evitar confusión. Las formas nuevas de vida religiosa debían esco-ger entre las Reglas ya aprobadas. El hermano Francisco contaba con una aprobación oral del Papa Inocencia nI. Con esto no po-dían prestar un apoyo jurídico a las hermanas y, sin embargo, las fundaciones se sucedían rápidamente. El Cardenal Hugolino, con el intento de consolidarlas jurídicamente, les dio la Regla de San Benito el año 1216 y unas Constituciones, llamadas Hugolinas, el año 1219.

    Así. se abría una doble línea: la carismática con la Forma de Vida y escritos dados por el hermano Francisco; y la jurídica con los documentos recibidos de la Curia romana. La preocupación de Clara fue creciente. Aquellas reglas no salvaguardaban, ni siquiera indicaban lo propiamente franciscano. Por eso se apresuró a soli-citar una carta de privilegio. Pidió al gran Papa Inocencia In el privilegio de ser pobre. Que nadie le presionara a recibir rentas y

    43 BCCl 8.

  • 436 MARIA VICTORIA TRIVINO

    posesiones. El Papa Inocencio accedió sorprendido y hasta diver-tido, prestándose él mismo a redactar el documento, seguro de que los secretarios no hallarían en la Curia un formulario que sirviese para petición tan nueva.

    Elevado a la sede de Pedro el Cardenal Hugolino, con el nom-bre de Gregorio IX, Clara volvió a pedir que se le renovase su carta de privilegio. El Papa firmó de nuevo aquella concesión y el pergamino se guarda todavía entre las reliquias en el Protomonas-terio de las Clarisas de Asís.

    A pesar de todo, un día en que el Papa Gregorio visitó San Damián, él mismo intentó persuadir a Clara para que aceptase unas posesiones. Se avecinaban tiempos de carestía y el Papa quería prevenir su necesidad. La hermana Clara, serena y persuasiva, recordó al Papa que habían prometido la altísima pobreza de Je-sucristo y no podía aceptar su regalo. Insistió el Papa: «Si temes por el voto, yo puedo dispensarte». Entonces la intrépida Clara suplicó inquebrantable: «Señor Papa, perdonadme mis pecados, pero no me dispenséis de seguir a Jesucristo» 44.

    No descansó Clara hasta elaborar su propia forma de vida: «Sea esta vuestra porción (la altísima pobreza), la que conduce a la tierra de los vivientes. Adheridas enteramente a ella, hermanas amadísimas, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, jamás queráis tener ninguna otra cosa bajo el cielo» 45. Nada poseer, por sí ni por interpuesta persona, «a no ser aquella porción de tierra exigida por la necesidad en razón del decoro y del aislamiento del monasterio» 46. Vestir con ropas viles, por amor al Señor que nació en un pesebre y fue envuelto en pobrísimos pañales por su Madre pobrecilla 47.

    Es lo mismo que practicaban los Menores: «Eran seguidores de la altísima pobreza, pues nada poseían ni amaban nada; por esta razón nada temían perder. Estaban contentos con una sola túnica, remendada a veces por dentro y por fuera; no buscaban en ella elegancia, sino que, despreciando toda gala, ostentaban vile-

    44 Cfr. PCCl 1, 13; LeyCl 14. 45 RC! VIII, 20. 46 RC! VI, 18. 47 Cfr. RC! 11, 6.

  • CLARA DE ASIS 437

    za, para dar así a entender que estaban crucificados para el mun-do ... 48.

    Mucho tuvo que sufrir y luchar Clara hasta ver aprobada su Forma de Vida, fue su pasión y su gloria. El día antes de morir la aprobó el Papa Inocencio IV. En la Bula Solet Annuere se daba a esta Regla un título especial: «Regla de la altísima pobreza y de la santa unidad». Era la primera regla elaborada por una mujer que aprobaba la Iglesia.

    «Aquí fue diplomada Clara con el privilegio de la suma pobreza; en el cielo se le compensa con una lista de inestimables riquezas» 49.

    Piedras talladas por la penitencia

    «En quinto lugar, han conseguido la gracia especial de la mortificación y del silencio en tal grado que no necesitan hacerse violencia para reprimir las inclinaciones de la carne ni para refrenar su lengua; algunas de ellas han llegado a perder la costumbre de conversar hasta el extremo de que, cuando se ven precisadas a hablar, apenas sí lo pueden hacer con corrección.»

    Con todo el arrojo y generosidad de sus años Jovenes mlClO Clara su vida penitencial. Tan dura fue consigo misma en los ayu-nos, vigilias y cilicios 50 que el hermano Francisco tuvo que acudir con solicitud a su cuidado. A causa de los primeros excesos perdió pronto la salud y, años más tarde, hacia el 1236, Clara escribía a Inés de Bohemia recomendándole prudencia: «Mas nuestra carne no es de bronce ni nuestra fortaleza es de piedra, sino que somos por naturaleza frágiles y fáciles a toda flaqueza corporal. Digo esto porque he oído que te has propuesto un indiscreto rigor en la abs-tinencia por encima de tus fuerzas. Carísima, te ruego y suplico en

    48 lC 39. 49 BCCl 3. 50 Por cilicio debe entenderse una prenda tosca.

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    el Señor que desistas de él sabia y discretamente, y así, conservando la vida, podrás alabar al Señor y ofrecerle un obsequio espiritual y tu sacrificio condimentado con la sal de la prudencia» 51.

    En cuanto al silencio, es preciso interpretar la intención del biógrafo. Clara, igual que Francisco, jamás quiso que las hermanas se hablasen por señas. Prescribió el silencio desde Completas hasta Tercia. Durante el día podían hablar siempre en voz sumisa lo ne-cesario. Podían incluso acudir a otra hermana para su consuelo es-piritual: «y exponga confiadamente una a otra su necesidad, porque si la madre nutre y quiere a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosa-mente debe cada una querer y nutrir a su hermana espiritual? 52.

    Clara no introdujo en la fraternidad un silencio monástico. Más que el silencio se recomienda las palabras olorosas del Señor que son espíritu y son vida. Sin embargo, no hay que olvidar que el silencio, iY éste era su valor medieval! en la Biblia, es el vestíbulo de la manifestación divina: «Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como una media hora» 53, Este intenso silencio no responde a la guarda de una norma. No existe aquí la norma ni la falta. Es algo que acontece, que presagia los momentos fuertes de presencia divina en la fraternidad.

    En este mismo sentido se hablará del silencio en los menores: «Tan animosamente despreciaban lo terreno que apenas consentían en aceptar lo necesario para la vida y, habituados a negarse toda comodidad, no se asustaban ante las más ásperas privaciones ... Apenas si hablaban cuando era necesario, y de su boca nunca salía palabra chocarrera ni ociosa ... » 54.

    La mortificación, la privación, aparecen aquí como una elec-ción. Tan saciados de las cosas de Dios, tenían en poco las que el mundo aprecia.

    y la Iglesia anunció a Clara:

    «Cuando ella, en el angosto reclusorio de la soledad, maceraba el alabastro de su cuerpo,

    51 3CtaCl 6. 52 RCl VIII, 21. 53 Ap 8,1; Ha 2.20; Sf 1,7; Zc 2,17. 54 1C 41.

    1 !

  • CLARA DE ASIS

    la Iglesia quedaba toda colmada de los aromas de su santidad.» «Discreta en sus silencios, sensata en el hablar» 55.

    Dulzura escondida

    439

    «En sexto lugar, en todo esto vienen tan maravillosamen-te adornadas de la virtud de la paciencia que ninguna tribu-lación o molestia puede abatir su ánimo, ni aun inmutado.»

    En la vida de Clara y sus hermanas no faltaron las lágrimas. Dejó constancia de ello en su testamento, con acentos que pasaron a la Regla. «y viendo el bienaventurado Padre que no nos arredra-ba la pobreza, el trabajo, la tribulación, la afrenta, el desprecio del mundo, antes al contrario, que considerábamos todas esas cosas como grandes delicias, movido a piedad nos redactó la forma de vida ... » 56.

    Hubo dolor. Era la prueba del fuego que acreditaba la edifica-ción firme, útil y bella. Había que demostrar que su amor estaba para bodas con Jesucristo pobre y crucificado. Francisco las «exa-minó» conforme al ejemplo de los santos y de sus hermanos, los Menores. En verdad que ellos no lo tuvieron más fácil y, sin embargo: «De tal modo estaban revestidos de la virtud de la pa-ciencia que más querían morar donde sufriesen persecución en su carne que allí donde, conocida y alabada su virtud, pudieran ser aliviados por las atenciones de la gente. Y así, muchas veces padecían afrentas y oprobios, fueron desnudados, azotados, mania-tados y encarcelados, sin que buscasen la protección de nadie; y tan virilmente lo sobrellevaban que de su boca no salían sino cánticos de alabanza y gratitud» 57. Las hermanas superaron bien el examen. Su amor a Jesucristo transformó lo amargo en dulzura de alma y cuerpo.

    55 BCC! 4: 10. 56 RC! VI, 17; TestC! 4. 57 1C 40.

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    Nacida en el orden de los milites, Clara recibió una educación recia, forjaron en ella la virtud cardinal de la fortaleza, hecha fidelidad, serenidad, valor. Sobre ella brilló la paciencia de modo admirable, alcanzando pronto, como uno de sus rasgos caracterís-ticos, la bienaventuranza de la mansedumbre o de la dulzura.

    El secreto de su dulzura estaba escondido en el rostro del Cristo crucificado. j Mira! ... observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello de los hijos de los hombres, hecho por tu salvación el más vil de los varones: despre~ ciado, golpeado y azotado de mil formas en todo su cuerpo, mu-riendo entre atroces angustias en la cruz» 58.

    Clara mostró la dulzura evangélica «lavando los pies» a sus hermanas. «Dijo -sor Pacífica- que Clara era humilde, benigna, cariñosa, y tenía compasión de las enfermas; y mientras tuvo sa-lud, las servía y les lavaba los pies» 59. Igualmente a las hermanas, cuando regresaban de la ciudad, se apresuraba a lavarles los pies 60.

    Clara enseñó el camino de la dulzura escondida por la contem-plación de Jesucristo: «Fija tu mente en el espejo de la eternidad ... Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para sus amadores» 61.

    y la Iglesia proclamó a Clara:

    «Dulzor de benignidad, vigor de paciencia, lazo de paz ... afable en el trato, apacible en todas sus acciones, siempre amable y bien recibida» 62.

    58 2CtaCl 4. 59 PCCl 1, 12. 60 PCCl I1, 3; I1I, 9 ... 61 3CtaCl 3. 62 BCCl 10.

    T I

    !

  • CLARA DE ASIS 441

    Alta contemplación

    «Finalmente, en séptimo lugar, han merecido la más alta contemplación en tal grado que en ella aprenden cuanto deben hacer u omitir, y se saben dichosas abstraídas en Dios, aplicada noche y día a las divinas alabanzas y oraciones.»

    Los mismos rasgos destaca el biógrafo al hablar de los frailes Menores: «Rarísima vez, por no decir nunca, cesaban en las ala· banzas a Dios y en la oración. Se examinaban constantemente, repasando cuanto habían hecho, y daban gracias a Dios por el bien obrado y reparaban con gemidos y lágrimas las ligerezas y negli-gencias. Se creían abandonados de Dios si no gustaban de continuo la acostumbrada piedad en el espíritu de devoción» 63.

    He aquí el espíritu de oración que lleva consigo un espíritu de discernimiento. La fraternidad franciscana atendía sobre todo a responder de manera radical a la mentalidad del mundo con el espíritu del Evangelio. Esa autenticidad de vida supone la contem-plación incesante del Espejo del Padre, Jesucristo, y una atención a los signos de los tiempos.

    La fraternidad franciscana está llamada a avanzar por el discer-nimiento. Por eso Clara indica que, para ayuda de la Abadesa se elijan algunas «discretas» 64. No se trata de meras «consejeras», personas prudentes y de buen sentido, sino de aquellas hermanas en las cuales las demás reconocen el carisma de discernimiento .

    . También el hermano Francisco acudió en alguna ocasión deli-cada en busca del discernimiento de los contemplativos. Habiendo tomado gusto a la contemplación en la soledad del eremitorio, le entraron dudas: ¿Qué hacer, ir a predicar o retirarse en un eremo para siempre? Entonces Francisco decidió enviar un recado a fray Silvestre y a Clara para que, después de hacer oración con algunas hermanas, le dieran una palabra de discernimiento.

    La mujer, en la familia franciscana, era señora, «las señoras pobres». Francisco podía haber dicho: «Orad, que nosotros vamos

    63 lC 40. 64 RCl IV, B.

  • 442 MARIA VICTORIA TRIVIÑO

    a discernir. No fue asÍ. Clara y fray Silvestre le dieron la palabra solicitada, después de orar. Es voluntad del Señor que vayas a predicar». Y el Pobrecillo escuchó aquella palabra arrodillado, juntas las manos y calado la capucha de la túnica.

    De Francisco se dijo que era algo así como la oración perso-nificada. Clara y sus hermanas nada desearon más que emular el «cara a cara» del amador de La Verna. Por eso eligieron la vida pobre y retirada polarizada hacia el primado de Dios.

    Altísima, inagotable, transformante es la contemplación del Espejo. Y espejo es el Cuerpo del Señor en la Palabra, en la Eucaristía, en el icono del Cristo de San Damián, muerto y vivo, paciente y glorioso, ¡el Cordero Inmaculado! Con pasión la reco-mienda Clara, ¡la apasionada de Cristo pobre y crucificado! «Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia y transfórmate toda entera por la contemplación en icono de su di-vinidad» 65.

    Clara repitió ¡hasta resplandecer! junto al gran amador estig-matizado en La Verna: «Tú eres caridad, Tú eres Humildad. Tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción. Tú eres paciencia, Tú eres la dulzura ... Tú eres Santo, Tú eres el Bien, sumo Bien, todo Bien, Señor Dios vivo y verdadero!» 66.

    CONCLUSIÓN

    Madonna Clara de Favarone, Santa Clara de Asís, fue fascina-da por lo divino desde la primera hora, cuando la juventud aparece como una explosión de vida y hace sentir pequeño el nido de la infancia. Al final de su vida no pidió que le subiesen el sueldo, el alma hecha gratitud le subió a los labios para exclamar: «Te doy gracias, Señor, por haberme creado». Durmió en el Señor el día 11 de agosto de 1253 a los cincuenta y nueve años y ocho meses. Fue glorificada por el Papa Alejandro IV el 1256.

    65 III CtaCl 3. 66 S. FRANCISCO DE Asís: Alabanzas al Dios Altísimo.

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  • CLARA DE ASIS 443

    Rasgos de la obra del hermano Francisco, reverberos de la vida de la hermana Clara, es lo que hemos recordado en el punto II siguiendo la pluma de un fraile menor, biógrafo y testigo.

    ¿ Qué nos quiso decir? Anto todo, clarificar la misión eclesial que las clarisas tienen en común con los franciscanos. No es tan sólo interceder, que eso es común a toda forma de vida con-templativa, lo suyo es edificar por el testimonio. Un testimonio de vida evangélica que resplandece porque espeja el amor de la Trinidad; que se ve porque espeja a Cristo Siervo. A Dios nadie le ha visto jamás, dice Francisco con San Juan, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y llega a plenitud 67. Jesucristo es el Espejo del Padre, la mirada contemplativa le ve por la iluminación del Espíritu Santo. Por eso enseña Clara que la contemplación amorosa transforma en icono de la divinidad. Por Jesús al Padre, en el Espíritu Santo. Este es el dinamismo del espejo.

    Fray Tomás de Celano, al presentar los rasgos de la fraternidad femenina franciscana, parece que invita a trascender las activida-des externas de edificación de la Iglesia, para llevarnos a los ideales más Íntimos y espirituales que adornan la vida y misión. Al centrarse en las virtudes, dones y bienaventuranzas, invita a revisar nuestros centros de interés y nuestros valores.

    Podríamos decir también que la pobreza, la virginidad, la hu-mildad, la paciencia ... en San Damián son transparencia para per-cibir el Misterio de Dios que habita en nosotros como única ri-queza.

    Alguien, después de leer la historia de Clara, deCÍa: «¡Clara es un amor!». Eso es , lo había comprendido exactamente. Las per-sonas espejos, piedras esplendorosas de la gloria de Dios. Y Dios es Amor.

    A las puertas del siglo XXI, la Forma de Vida de Santa Cla-ra no se ha agotado, lleva escondida en el alma de su Regla, bre-ve y creativa, la capacidad de estallar en una nueva primavera. Es un reto para la mujer de hoy como lo ha sido a través de ocho siglos.

    67 Un 4,12.