Clase Nº8- La Militarización Del Imperio (Segunda Parte)
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8/15/2019 Clase Nº8- La Militarización Del Imperio (Segunda Parte)
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Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales PLED-CCC
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Curso: La Coyuntura Geopolitica en América Latina
Clase Nº8: La militarización del imperio
(Segunda parte)
Boron, Atilio “La militarización del imperio (Segunda parte)’’ [CLASE]. En: Curso
virtual “La coyuntura geopolítica en América Latina” (Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia, Centro Cultural de la Cooperación, Buenos Aires, Junio
2014)
®De los autores
Todos los derechos reservados.
Esta publicación puede ser reproducida gráficamente hasta 1.000 palabras, citando la fuente. No puede ser reproducida, ni en todo, ni en parte, registrada
en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, porfotocopiadora o cualquier otro, sin permiso previo escrito de la editorial y/o autor, autores, derechohabientes, según el caso.
Edición electrónica para Campus Virtual CCC: PABLO DE CARO
Campus Virtual: http://www.centrocultural.coop/campus
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Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales PLED-CCC
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La militarización del imperio(Segunda parte)
En la clase anterior ofrecimos un panorama general sobre el proceso de
militarización de las relaciones internacionales, con especial incidencia sobre las
relaciones hemisféricas. En la presente clase avanzaremos un poco más sobre los
detalles específicos que asume en América Latina y el Caribe este proceso de
redefinición en clave belicista y agresiva de la política exterior del imperio.Ya habíamos examinado los trabajos de la investigadora Ana Esther Ceceña que
mostraban con elocuencia la nada casual superposición de bases, misiones y
ejercicios militares de los Estados Unidos con los lugares en donde se concentraban
los principales recursos naturales de la región: biodiversidad, petróleo, gas,
minerales estratégicos, agua, etcétera, de esta parte del mundo. El trabajo (ya
aludido en la clase pasada) de Winer, Carroli, López y Martínez ofrece una visión
sintética del asunto, al igual que las contribuciones de otros dos especialistas comoDecio Machado, Enrique Contreras y Elsa Bruzzone.
Citando un nuevo consenso acerca de los cambios en la doctrina militar
estadounidense Decio Machado subraya el hecho de que el Pentágono modificó sus
escenarios bélicos en donde se enfrentaban dos estados con más o menos similares
recursos militares (caso paradigmático: la confrontación potencial entre Estados
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Unidos y la Unión Soviética) para pasar a privilegiar una confrontación entre las
fuerzas armadas de Estados Unidos contra organizaciones no-estatales (donde Al
Qaeda es la imagen paradigmática y, entre nosotros, las FARC colombianas) en
donde los diferenciales de poder de fuego son enormes pero en donde tampoco
existen reglas del juego claras, que poco o nada tienen que ver con las “leyes de la
guerra” establecidas en acuerdos internacionales como los Convenios de Ginebra
(que son varios) destinados a instituir reglas humanitarias que deben ser respetadas
durante la tramitación del conflicto. Dentro de este segundo escenario se incluyen,
por supuesto, el narcotráfico – que en la visión de los ideólogos de Washington no
sería sino “la pata financiera” de los movimientos contestatarios-, los “estados
fallidos” definidos según los criterios que maneja Washington según la cual estos
serían los santuarios que brindarían protección al terrorismo internacional. Tal
como lo asevera Machado, si hay un estado fallido en este continente ese es Haití,
por razones históricas entre las cuales la complicidad de las potencias
“democráticas” con el saqueo imperialista practicado por siglos es el factor
determinante.
Pero en la obsesión de la Casa Blanca cuando se habla de “estados fallidos” se
piensa en Venezuela, Bolivia y Ecuador, mientras que tal categoría no se aplica a
dos países en los cuales el monopolio de la violencia legítima, para usar la clásicaformulación weberiana, hace tiempo que se evaporó y la violencia es administrada
por varios actores, entre lo que se cuenta el estado, aunque no exclusivamente.
Casos concretos: México, donde según un destacado investigador debería rechazarse
la tesis según la cual ese país sería un “estado fallido” aunque revela cautela al
fundamentar su rechazo diciendo que tal caracterización no le cuadra “porque el
Estado todavía (subrayado nuestro) controla la mayor parte del territorio. Sin
embargo, la situación se empaña cuando se piensa en ciudades e instituciones endonde la presencia del Estado es testimonial porque quienes controlan los hilos del
poder son los narcos.”1 No obstante en algún momento se llegó a decir que cerca de
la tercera parte del territorio de ese país estaba bajo el control fáctico de los narcos,
1 Sergio Aguayo Quezada, “¿México fallido?”, El País (Madrid), 6 de Febrero de 2009.
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al punto tal que en muchas ciudades pequeñas o medianas del Norte de México no
se encuentran candidatos para dirigir la policía, o los propios presidentes
municipales (“alcaldes” en otros países) por razones de seguridad deciden instalar
sus hogares al otro lado de la frontera. Otro ejemplo es Colombia, en donde desde
hace décadas la guerrilla controla amplias secciones de ese país. Esto es tan así que
en varias declaraciones del presidente Rafael Correa se aseguraba que “Ecuador no
limita en el norte con Colombia sino con las FARC”. Y si se habla de actores no
estatales en la alucinada visión norteamericana muchos movimientos sociales de
América Latina y el Caribe son asimilados a Al Qaeda y convenientemente
criminalizados: tal cosa ocurre con los Sem Terra en Brasil y los mapuche en Chile,
acosados en este último caso por un estado que echa mano de la legislación
antiterrorista para perseguirlos y reprimirlos.
Bajo los lineamientos de esta nueva doctrina el emplazamiento de fuerzas militares
norteamericanas en la región adquiere renovada importancia. Ya hablamos del
ASPAN la clase pasada. Veamos ahora otros modos de intervención, vía bases
militares. Pero, tal como ya también lo habíamos anticipado, no hay un modelo
único de base militar sino, como lo señala Machado, cuatro, a saber:
(a)
Las bases convencionales, como las de Guantánamo, que son complejasinstalaciones militares dotadas de todos los equipos necesarios para entrar en
acción de inmediato, con un gran número de tropas de combate instalados en
las bases con sus familias y establecidos allí durante largos períodos de
servicio.
(b) Segundo modelo: bases de mediano tamaño, como la de Soto Cano (Palmerola,
en Honduras) que cuentan con instalaciones que permiten afrontar misiones
de largo alcance y duración pero con efectivos que se renuevan
periódicamente, cada seis meses.
(c) El tercer modelo, al cual nos habíamos referido en la clase anterior, son las
llamadas FOL, las Forward Operating Locations (a veces también llamadas
Foreign , en lugar de Forward ) que en realidad son poco más que muy
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adecuadas pistas aéreas, un ultrasofisticado sistema de comunicaciones
(apoyado satelitalmente y por una red de radares) y garantías para un
ilimitado aprovisionamiento de combustible. La ex base de Manta (Ecuador) y
las de Curaçao o Comalapa, en El Salvador, entran en esta categoría. Bases
con muy poco personal pero sumamente eficientes a la hora de facilitar las
operaciones de enormes aviones de transporte C 17, o los AWACS, y de reunir
informaciones y llevar a cabo actividades de inteligencia muy detalladas sobre
un amplio espacio regional sobre la base de las cuales el Pentágono decidirá el
curso de acción militar más recomendable.
(d)
Por último, pequeñas bases o establecimientos militares que permiten pasar
de una a otra para enviar suministros, equipos, combustible y de ese modo,monitorear y controlar un área muy amplia. Un ejemplo paradigmático: la
base de Iquitos, en el Perú.
Según Ceceña, la devolución del Canal de Panamá a este país en virtud del Tratado
Carter-Torrijos, firmado en 1977 y entrado en vigor en 1999, precipitó la instalación
de nuevas bases en El Salvador, Ecuador Aruba y Curação. Hay que recordar que
debido a la guerra civil en El Salvador, Guatemala y Nicaragua las fuerzas armadas
de Estados Unidos habían desplegado numerosos equipos en el área, abierto concarácter transitorio bases militares de diferentes características y establecido
estrechas relaciones con las fuerzas armadas de esos países. Desde comienzos de
siglo el Plan Colombia acelera la instalación de FOLs (bases de operación a
distancia) en territorio colombiano “a cargo del Comando Sur del Ejército
estadounidense con acceso restringido para el personal local. La base de Manta en
Ecuador, concedida por diez años renovables a partir de 1999, era una punta de
lanza para la penetración de toda el área andino-amazónica y era un refuerzodestacado para las operaciones del Plan Colombia, que se encuentra en proceso de
consolidación y ampliación. Dentro de Colombia las bases se han multiplicado,
colocándose estratégicamente para cubrir el área colombiana desde el Oriente y, al
mismo tiempo, la frontera con Venezuela. Estas se complementan con la base FOL
en Aruba-Curação que a menos de 30 kilómetros de las costas venezolanas para
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controlar el paso del Darién que conecta Colombia con Panamá, la entrada a la selva
amazónica y la salida de petróleo venezolano hacia el Oeste.”2 En resumen, se trata
menos de bases norteamericanas – salvo casos notables como la de Guantánamo en
Cuba o la Roosevelt en Puerto Rico- sino de instalaciones ya existentes en los países
anfitriones (si bien construidas en muchos casos a sugerencia de Washington y con
su financiación), supuestamente administradas por personal local pero en donde las
fuerzas estadounidenses gozan de absoluta y total autonomía.
En el caso del Acuerdo de Cooperación Militar firmado por Obama-Uribe,
mediante el cual se concede la utilización de al menos siete bases militares
colombianas a fuerzas de Estados Unidos, se cede a este país la decisión de
incrementar el número de bases a ser utilizadas, se garantiza la inmunidad
diplomática para todo el personal que ingrese a Colombia amparado por ese acuerdo
(es decir, pueden robar, asesinar, violar, traficar sin temor a ser llevados ante la
justicia colombiana), se autoriza el ingreso a personas con sólo presentar un
documento de identificación que contenga una foto del ingresante y el gobierno
colombiano se abstiene de revisar cualquier cargamento que entre o salga de
Colombia bajo las normas establecidas en el tratado Obama-Uribe. Es decir,
Colombia podría ser hoy un país en donde Estados Unidos instaló armamento
nuclear en abierta violación al acuerdo internacional regional mediante el cualnuestros países se comprometieron a mantener América Latina como una
desnuclearizada zona de paz, lo que se agrava con las declaraciones del presidente
Santos manifestando su intención de obtener el ingreso de Colombia a la mayor
organización terrorista internacional de nuestro tiempo, la OTAN. Y si bien es
preciso decir que el tratado entre Obama y Uribe fue declarado como no existente
por el Tribunal Supremo Constitucional de Colombia lo cierto es que este tropiezo
legal no ha impedido que Estados Unidos haya proseguido operando militarmente enese país y actuando en las bases ya concedidas, aunque sea al margen de la
legalidad constitucional. Mediante este acuerdo Estados Unidos se asegura el acceso
2 Ana Esther Ceceña, “Subjetizando el objeto de estudio, o de la subversión epistemológica como emancipación”,
en Ana E . Ceceña, compiladora, Los desafíos de las emancipaciones en un contexto mi li tar izado (Buenos Aires:
CLACSO, 2006)
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permanente a tres bases de la Fuerza Aérea colombiana (Palanquero, Apiay y
Malambo); dos bases navales (Cartagena y Málaga), y dos base del ejército
(Tolemaida y Larandia). Si bien, como se dijera anteriormente, el acuerdo permite la
utilización de otras bases e instalaciones militares en Colombia a solicitud de
Estados Unidos sin necesidad de firmar un nuevo acuerdo.
Va de suyo que todo este despliegue militar norteamericano encontró en el ascenso y
consolidación del gobierno bolivariano de Hugo Chávez Frías nuevos pretextos para
justificar su presencia en estas latitudes. Tal como lo señalara Ignacio Ramonet, la
llegada al Palacio de Miraflores del líder bolivariano coincidió con la clausura de la
principal instalación militar norteamericana en tierra firme: la base Howard, situada
en Panamá y desmantelada una vez que fuera implementada la devolución del canal
a las autoridades panameñas. Para compensar esta situación Washington decidió
redoblar sus esfuerzos y obtuvo de un gobierno lacayo y dolarizador de la economía
ecuatoriana un permiso de diez años de duración para utilizar la base ecuatoriana
de Manta, al paso que reforzaba su presencia en las de Comalapa (El Salvador) y las
cedidas por el reino de Holanda en Aruba y Curaçao. Tal como observa Ramonet, a
sus tradicionales misiones de espionaje el Pentágono asignó a las nuevas bases
otras tareas. Algunas, oficialmente declaradas como combatir la inmigración ilegal
hacia Estados Unidos, desbaratar las rutas del narcotráfico; otras, implícitas, comoluchar en contra de las guerrillas colombianas y establecer puestos de avanzada
desde los cuales controlar el acceso a recursos estratégicos como los mencionados
más arriba. Pero como bien lo señala nuestro autor, el objetivo estratégico inmediato
era, y hoy lo es aún más, promover la desestabilización del gobierno bolivariano y,
como un objetivo más mediato, rodear por completo la gran cuenca amazónica para,
cuando sea necesario, garantizar el acceso exclusivo hacia una zona que, al igual
que la Antártida, los personeros de la derecha radical norteamericana consideran de jurisdicción universal. La importancia de estas funciones “latentes” de las bases
quedó puesta en evidencia con la colaboración brindada desde la base de Manta
durante el golpe de estado del 11 de Abril del 2002 en contra de Chávez. Algo similar
ocurrió cuando se produjo el bombardeo que tropas colombianas, con apoyo aéreo
de aviones estacionados en Manta, efectuaron dentro del territorio ecuatoriano de
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Sucumbíos el 1º de Marzo del 2008 lo que motivó, al poco tiempo, la no renovación
del convenio que autorizaba la presencia de tropas de Estados Unidos en aquella
base. Junto a esto, Washington intensificó una virulenta campaña de acusaciones
acerca de la existencia de células de terroristas islámicos como Hamás, Hezbolá y
hasta la propia Al Qaeda, localizadas principalmente en la Triple Frontera entre
Argentina, Brasil y Paraguay.
Pero la presión en contra del gobierno bolivariano no se limita tan sólo a establecer
nuevas bases. Producida la derrota del golpe del 2002, habiendo sido expulsadas las
últimas misiones militares norteamericanas de Venezuela en Mayo del 2004 y sido
re-electo Chávez como presidente en el 2006 la respuesta de la Casa Blanca fue la
suspensión de la venta de armas a Venezuela acusándola de “no colaborar
suficientemente en la guerra contra el terrorismo.” Venezuela, que hasta entonces
tenía a su fuerza aérea compuesta por aviones F-16 queda de la noche a la mañana
desprovista de partes, repuestos y software, con lo que obligan a ese país a buscar
nuevos abastecedores. Allí comienza la relación militar con Rusia que le proporciona
aviones de última generación y, lo que preocupa más a Washington que los aviones
y las lanchas rápidas, 100.000 fusiles de asalto Kalashnikov (AK-47), el mejor del
mundo en su tipo y especialmente apto para ser utilizado por milicias populares
para repeler el avance de la infantería enemiga. Este redireccionamiento deVenezuela para lograr un suministro no condicionado de armamento para uso
defensivo, teniendo en cuenta que se trata de un país que ha sido rodeado de bases
militares enemigas con intenciones no precisamente amigables, acentuó aún más la
ofensiva mediática en donde en medio de toda serie de difamaciones y mentiras se
decía que Caracas estaba precipitando una irracional e imprudente carrera
armamentística en América Latina. Acusaciones que, luego de la decisión tomada
por el presidente Nicolás Maduro de poner en marcha las milicias bolivarianas, hasuscitado un aluvión de críticas de todo tipo.
Por cierto que las usinas del imperio se empeñaban en ocultar el hecho que,
amparado por el Plan Colombia, ese país recibe por año una suma mínima por
concepto de ayuda militar directa de 630 millones de dólares, lo que lo convierte de
lejos en el primer receptor de ayuda en América Latina y el Caribe y sólo superado a
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nivel mundial por Israel y Egipto, los dos gendarmes regionales que Washington
tenía en Medio Oriente y, según los años, Corea del Sur. Cifras oficiales del total de
la ayuda militar y policial de Estados Unidos a los países de América Latina se
instalan en la misma tendencia. La ONG norteamericana Just the Facts , encargada
de monitorear el gasto militar de ese país en el exterior, informa que desde 1996
hasta la actualidad Colombia ha recibido 6.820 millones de dólares contra 2.015
millones destinados a México y 909 millones a Perú. Y si de militares y policías
entrenadas por Estados Unidos se trata mientras en el período 1999-2010 Colombia
entrenó a 75.503 efectivos quien le sigue en la región, México, sólo hizo lo propio
con unos 13.000 miembros de sus fuerzas de seguridad. Todo esto, sucintamente
planteado, demuestra el carácter excepcional que en la estrategia norteamericana de
control sobre la región desempeña Colombia. Este no es el país que más gasta
porque por sus extraordinarias dimensiones, tanto demográficas como geográficas,
Brasil va a la cabeza y en el 2011 gastó 27.540 millones de dólares – un gasto
súbitamente acrecentado luego de la agresiva movilización de la IVª Flota de Estados
Unidos poco después que se anunciara el descubrimiento de un gran yacimiento
petrolífero submarino en el litoral paulista- seguido por Colombia, con 6.746
millones y Chile, con 5.395 millones. Venezuela, acusada de ser la promotora de la
carrera armamentista en la región, se ubica en el cuarto lugar, con unos 5.000millones de dólares.
La base de Manta fue relocalizada en Palanquero, Colombia, y poco después
desde la base Soto Cano (en Palmerola, Honduras) se fragua el golpe de estado que
en 2009 derrocó al gobierno de Mel Zelaya, que había resuelto la integración de
Honduras al ALBA. El vértigo militarista prosiguió con el anuncio de la aprobación
concedida por el gobierno de Álvaro Uribe para utilización de siete nuevas bases
para uso de las tropas estadounidenses en Colombia. Y poco después RicardoMartinelli, el presidente conservador de Panamá (cuyo candidato, en buena hora,
fue derrotado en la reciente elección presidencial panameña) , ofrece cuatro nuevas
bases militares a los Estados Unidos. Por eso concluye Ramonet que “Venezuela y la
Revolución Bolivariana se ven rodeadas por nada menos que trece bases
estadounidenses, situadas en Colombia, Panamá, Aruba y Curaçao, así como por los
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portaaviones y navíos de guerra de la IV Flota. El presidente Obama parece haber
dejado manos libres al Pentágono. Todo anuncia una agresión inminente.”
No sorprende, por lo tanto, que en función de estos antecedentes Colombia
sea presentada, en algunos análisis, como la “Israel latinoamericana”, es decir, como
una gigantesca base de operaciones desde la cual proyectar hacia todo el ámbito
regional el poderío militar de los Estados Unidos. El gobierno ecuatoriano,
directamente afectado por el avance de la militarización regional, hizo pública su
incredulidad en relación a los fundamentos del Tratado Obama-Uribe al anunciar,
poco después de que fuera firmado, que “(b)ases de las características de las que se
quieren articular en Colombia carecen de efectividad para los objetivos que se
indican. Antes de que Ecuador recuperase la soberanía de la base de Manta, suceso
que se dio el mes pasado, en los últimos cinco años de control estadounidense se
produjo un incremento del tráfico de drogas en el Pacífico, a pesar del patrullaje que
diariamente se realizaba desde allí”. De este modo Quito ratifica lo manifestado por
numerosos analistas que han comprobado como ha sido precisamente en las zonas
de mayor control militar norteamericano (Colombia y Afganistán) donde se
produjeron los más importantes aumentos en el cultivo y la exportación de
estupefacientes y sustancias psicotrópicas. Una inspección cuidadosa de los equipos
bélicos con que cuentan esas bases – desde aviones de combate hasta naves ysubmarinos, pasando por toda clase de armamento pesado- basta para concluir que
el objetivo que persiguen va mucho más allá del narcotráfico e inclusive de la
guerrilla colombiana sino que tiene una finalidad mucho más ambiciosa:
constituirse como una base de operaciones de alcance continental, al igual que
Israel lo es para toda la región del Medio Oriente. Según algunos expertos
consultados en el ya mencionado trabajo de Decio Machado, “El problema real es
Palanquero, madre de las bases colombianas, ya que es el centro operativo de lasFuerzas Armadas colombianas y pasará a ser el eje del control estadounidense en
Sudamérica.” Esa base “tiene una pista de más de tres kilómetros de longitud,
desde ella pueden despegar tres aviones de combate al mismo tiempo cada dos
minutos, tiene una infraestructura de hangares para centenar y medio de aviones y
puede albergar a 2.000 efectivos militares”. Pero esto no termina allí: En su trabajo
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Machado señala que, según los expertos de la UNASUR, Palanquero es una “base
expedicionaria, tiene la capacidad de albergar C-17, aviones de transportes, y para
2025 se prevé que esta base tenga la capacidad de movilizar a 175.000 militares con
sus pertrechos en apenas 72 horas”.
Todo este proceso de militarización internacional, cuyo rostro interno es la
criminalización de la protesta social, se encuentra altamente institucionalizado en
una serie de acuerdos, tratados y planes. Ya nos hemos referido al firmado por
Obama y Uribe, dando continuidad a una iniciativa muy cara al ex presidente
George W. Bush. A continuación nos limitaremos a enunciar muy brevemente a
otros dos instrumentos de la expansión militar de Estados Unidos en América
Latina: el Plan Colombia y el Plan Puebla-Panamá.
El Plan Colombia, también llamado “Plan para la Paz, la Prosperidad y el
Fortalecimiento del Estado” es un acuerdo firmado en 1999 por los gobiernos de
Andrés Pastrana en Colombia y Bill Clinton en los Estados Unidos con el explícito
propósito de combatir al narcotráfico, poner punto final al conflicto armado con la
guerrilla colombiana y, subsidiariamente, promover el desarrollo económico y social
de Colombia. Recordar que en 1999 Estados Unidos tuvo que devolver el Canal de
Panamá y fue el año en que asumió la presidencia de Venezuela un candidato
indeseable para Washington, Hugo Chávez Frías. El Plan contó con el generosoaporte del Tesoro de los Estados Unidos, ni bien se puso en marcha recibió una
partida inicial de 1.300 millones de dólares para financiar las actividades
contempladas en el acuerdo. Desde ese momento, como lo observáramos más arriba,
Colombia se convirtió en uno de los principales receptores de la ayuda militar
norteamericana. Por supuesto que uno de los objetivos del Plan también era la
promoción del “libre comercio” y el fortalecimiento de las decrépitas instituciones
democráticas de Colombia. En relación al primer punto un Tratado de LibreComercio fue firmado por los presidentes George W. Bush y Álvaro Uribe, el que sin
embargo no fue ratificado por el Congreso de los Estados Unidos a causa de las
gravísimas (y comprobadas) denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos
perpetradas en ese país. Además, las también corroboradas vinculaciones de Álvaro
Uribe con el narcotráfico y los paramilitares, hechas públicas con la desclasificación
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de ciertos materiales de la DEA y el FBI y que constan en los National Archives de
Washington, y las reiteradas masacres de dirigentes sindicales profundizaron aún
más la reticencia de los congresistas de la Unión Americana a ratificar lo firmado
por Bush y Uribe. Sin embargo, ya con Obama como presidente, el Congreso le
extendió el aval al gobierno de Colombia y ratificó el TLC entre ese país y los Estados
Unidos.
El Plan Puebla Panamá, inicialmente impulsado por el ex presidente mexicano
Vicente Fox se amplió en fechas recientes hasta constituir un ámbito político
internacional supuestamente orientado hacia la promoción del desarrollo y el libre
comercio, todo convenientemente protegido bajo el pretexto del combate al
narcotráfico y a la inseguridad, que incluye aparte de México a Colombia, Belice,
Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, y Panamá. En el caso de
México, objeto preferencial de este acuerdo son los estados del Sur y del Sureste:
Campeche, Chiapas, Guerrero, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán. Por
detrás de todas sus altruistas fundamentaciones el objetivo central del Plan y su
ampliación bajo el nombre de la Iniciativa de Mérida es facilitar la creación de la
infraestructura física y política requerida para dar rienda suelta al saqueo de los
recursos naturales existentes en Mesoamérica. No hay que olvidar que el segundo
acuífero en importancia en las Américas, después del Guaraní, es el de Chiapas, yque es el que el gobierno de Estados Unidos cuenta para paliar el gravísimo
problema de la desertificación del Sudoeste estadounidense, territorio en donde se
encuentran dos de las más grandes ciudades de ese país: Los Angeles y San Diego.
Por otra parte, no es un dato menor que en el marco de este proyecto, que cuenta
también con generoso apoyo de la Casa Blanca, se contempla la eventual
construcción de un nuevo canal que conecte ambos océanos, aunque no
precisamente el que cuenta con mayor perspectiva de realización, en la Nicaraguadel sandinismo. Otro elemento importante es el control del flujo migratorio que se
dirige hacia la frontera norteamericana, algo que ha sido reforzado en fechas
recientes con el “acuerdo” del ASPAN y que convierte a México en un gendarme
territorial de los Estados Unidos, aún cuando no exista un tratado que lo especifique
formalmente.
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Esto es todo por ahora. En la bibliografía complementaria podrán ahondar en
más detalles sobre los asuntos considerados en esta clase. ¡Buen trabajo!