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C L Á SICOS DE L A LITER ATUR A2 0 0 8

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Consejo Consultivo del Bicentenariode la Independencia de México

Enrique Peña NietoPresidente

V. Humberto Benítez TreviñoVicepresidente

María Guadalupe Monter FloresSecretaria

César Camacho QuirozCoordinador General

Epicteto

Gobierno del Estado de México

editor

Máximas

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Enrique Peña NietoGobernador Constitucional

María Guadalupe Monter FloresSecretaria de Educación

Consejo Editorial: V. Humberto Benítez Treviño, María Guadalupe Monter Flores, Luis Videgaray Caso, Agustín Gasca Pliego, David López Gutiérrez.Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, José Martínez Pichardo, Augusto Isla Estrada.Secretario Técnico: José Alejandro Vargas Castro.

© Primera edición, 2008, Máximas, Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.

Portada: Primero la luz, Miguel Hernández Urbán, 2000, acrílico sobre tela, 150 × 110 cm, colección del Museo de Arte Moderno del Instituto Mexiquense de Cultura.

DR © Gobierno del Estado de México Palacio del Poder Ejecutivo Lerdo poniente No. 300, Toluca de Lerdo, Estado de México, C. P. 50000www.edomex.gob.mx/[email protected]

ISBN 978-970-826-058-9Autorización del Consejo Editorial de la AdministraciónPública Estatal No. CE: 205/1/63/08

Impreso en MéxicoQueda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra –incluyendo las características técnicas, diseño de interiores y portada– por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprograf ía, el tratamiento informático y la grabación, sin la autorización previa del Gobierno del Estado de México. Si usted desea hacer una reproducción parcial de esta obra, sin fines de lucro, favor de contactar al Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.

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Blanca

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Prólogo | 9

Manual | 15

Máximas | 39

Sum a r i o

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Prólogo

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I

Cuando escuchamos que una persona califica a otra como estoica lo hace en un sentido admirativo; quiere decir, al menos, que

muestra entereza frente a la adversidad y el dolor. Es lo que queda, en el habla común, de lo que fue el estoicismo en la Grecia antigua: escuela filosófica, doctrina, actitud florecida en el periodo helenístico que corre de la conquista de Alejandro El Grande al dominio de Roma. Lo funda en Atenas Zenón de Citio (326-264 a. C.) a quien sus contem-poráneos apodaban “el pequeño fenicio”, nacido en Chipre, entonces plaza de colonos fenicios. Fue discípulo de Crates, filósofo cínico quien, como todos los practicantes de esa escuela de saber y vida, era un tanto extravagante no sólo por su rechazo de las convenciones sociales sino también por las duras pruebas a las que sometía a sus aspirantes. Tal vez por eso, Zenón se aleja de Crates y crea su propia escuela: el estoicismo, que deriva su nombre de la stoa, pórtico donde el chipriota enseña los principios del buen vivir basado en la sencillez, la fortaleza interior, la modestia, el dominio de sí y la indiferencia ante los bienes materiales.

A lo largo de los años el estoicismo evoluciona en rigor inte-lectual. Discípulos de Zenón como Cleantes y, sobre todo, Crisipo construyen un discurso filosófico complejo que abraza lógica, f ísica y moral; la lógica guía nuestros juicios hacia la verdad, f ísica nos ofrece una concepción del mundo como un orden naturalmente armónico y, finalmente, la moral, emanada del recto pensar y una visión cósmica bien plantada, conduce la vida; en suma, el estoicismo, como sabiduría entreteje conocimiento y ética: un saber y un arte de vivir. Pues que un buen estoico es aquel que, sabiéndose parte de un todo hermoso, se adhiere a sus leyes. La sabiduría estoica enraíza, así, en una paradoja: es obediencia y libertad; sólo vive libremente quien se somete a un orden superior, a eso que llamamos Dios: pneuma, fuego artífice que anima al mundo con la razón; logos del universo, omnipresente en la piel y en las entrañas de las cosas, en las fuerzas todas de la naturaleza. Esa omnipresencia divina hace del Pórtico un panteísmo. “Dios es el todo que ves y el todo que no ves”, decía Séneca. Dios único con

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10 Máximas de Epicteto

diferentes manifestaciones; por eso Epicteto a veces refiere a Dios, a veces a los dioses, entidades correspondientes a la mitología del pueblo griego. El hombre mismo participa de ese orden natural; en tanto criatura dotada de razón tiene, pues, un parentesco con Dios, aunque en él actúen tendencias negativas que lo denigran y esclavizan. Pero si logra vencerlas llega a ser libre justamente cuando opta por vivir en armonía con la naturaleza, con la divinidad como principio rector o, lo que es lo mismo, el hegemonikón.

La traducción moral de esa armonía es la virtud, virtud única, pues se es virtuoso o no se es. Quien es virtuoso despliega las virtudes concretas que cada situación exige: prudencia, reflexión, justicia, magnanimidad… Mediante el ejercicio de la virtud, que es el bien, el hombre se diviniza y Dios se humaniza por entero. La recompensa de esta moral es la dicha, el cumplimiento de un destino, pues que los dioses nos han creado para ser dichosos; la dicha es la ataraxia, esa paz que priva en el alma cuando el hombre ha logrado sujetar las pasiones: envidia, cólera, miedo, celos, resentimiento, codicia… En este sentido, el estoicismo es un racionalismo, una invitación a vivir libres tanto de las cosas exteriores como de las pasiones contrarias a la razón, a esos sacudimientos de alma que, pese a todo, son inclinaciones interiores necesarias para que, en contraposición con ellas, como fruto de un esfuerzo, surja el bien. El estoicismo es una ética de la ascesis, del esforzado triunfo sobre aquellas tendencias oscuras también inscritas en la condición humana: la insensatez y el apasionamiento.

I IDurante el periodo helenístico, Atenas había perdido su hegemonía política pero conservaba su señorío cultural. Incluso bajo el dominio de Roma, una minoría acogió el estoicismo que, en pleno corazón del imperio, tuvo representantes distinguidos de muy diversas condiciones sociales: Marco Aurelio emperador, Séneca cortesano acaudalado y Epicteto liberto, es decir, esclavo emancipado. Éste, quien aquí nos interesa, nació en Hierópolis, Frigia en el año 30 de nuestra era. Muy joven llegó a Roma donde fue comprado por Epafrodito, un liberto de Nerón. Su nombre, Epicteto, designa precisamente “lo que acaba de ser adquirido”. No se sabe bien si fue su amo quien lo liberó o si a la muerte de éste alguien más le concedió la libertad. De lo que estamos seguros es que aquella inteligencia singular volvió los ojos al estoicismo,

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11Prólogo

doctrina en la cual lo inició Musonio Rufo. Fiel a la ortodoxia estoica, se concentró sin embargo en la meditación moral, aunque en el telón de fondo de sus reflexiones y enseñanzas estén siempre el amor a la verdad, la necesidad de asirse de atinados juicios y opiniones sanas, así como la resignada y al propio tiempo soberana aceptación de la fata-lidad como clave de la sabiduría: “aquel que resigna a lo que fatalmente sucede es sabio y apto para el conocimiento de las cosas divinas”.

Leamos su punto de partida: “De todas las cosas que existen en el mundo, unas dependen de nosotros y otras no. De nosotros dependen nuestros juicios y opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones y nuestras aversiones; dicho de otro modo, todos nuestros actos (…) Las cosas que dependen de nosotros son libres por su naturaleza misma; nada puede frenarlas ni levantar obstáculos ante ellas. Al contrario, las que no dependen de nosotros son débiles, esclavas, y están sujetas a mil contingencias e inconve-nientes, además de que nos son totalmente extrañas”. Tal vez por su misma experiencia de esclavo liberado, puso énfasis en el valor de la libertad interior, en la concepción del verdadero bien como algo que reside en nosotros mismos, pues es allí, en nuestra interioridad, donde el poder de la virtud descubre espacio para su vuelo, de modo que, por obra de la voluntad, la razón puede desterrar todas las esclavitudes: temores, pasiones, vicios. “Abstente y soporta”, fue su divisa.

Cuando el emperador Domiciano decretó en el año 93 la expulsión de los filósofos, Epicteto volvió a Grecia y se instaló en Nicópolis; ahí ejerció su magisterio, siempre congruente con su austero modo de vivir: apenas una choza, una estera, una lámpara de barro. Siguiendo el ejemplo socrático, nada escribió. Su pensamiento, tal como ha llegado hasta nosotros, lo recogió Arriano de Nicomedia, un discípulo suyo: un manual (Enquiridión) y un conjunto más amplio de disertaciones. ¿Hasta qué punto tropezamos con un discurso adul-terado? Acaso las palabras no son las mismas, pero confiemos en que permanece intacto el espíritu de aquellas lecciones que van de la máxima a la parenética, es decir, del enunciado de reglas de vida a las exhortaciones inspiradas en la más alta exigencia moral, tan alta que Epicteto decía no conocer a estoico alguno, a ese alguien, uno solo, que fuese feliz en la enfermedad, en el peligro, o ante el desprecio, la calumnia, la muerte: la sabiduría no nos es accesible, pero al menos podemos acercarnos a ella.

La elevada exigencia de la ética estoica hace de ella su senda estrecha por la que transitan apenas unos cuantos: una aristocracia del

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12 Máximas de Epicteto

espíritu, alejada del hombre común. El estoicismo no ofrece, pues, un recetario para salvar a la humanidad, sino solamente traza una posible ruta hacia la sabiduría para aquellos individuos interesados en alcanza la plenitud humana.

Por Arriano conocemos, pues, las fórmulas de Epicteto en su expresión más sencilla. Pero es probable que, evocando el método socrático, sus lecciones se hayan desplegado como preguntas y respuestas: era un maestro, no un predicador. Buscaba la verdad en compañía de sus oyentes o, mejor, sus interlocutores; no una verdad contemplativa y abstracta, sino concreta y práctica, relacionada con el saber vivir: phronesis, más que sophía. Su ortodoxia estoica tiene que ver con una tradición que se remonta a Diógenes y Sócrates, esos dos modelos en quienes alaba un arte de vivir libremente: Diógenes era libre “porque había roto todas las trabas de la esclavitud; porque se había desentendido de todo, aislado por sus cuatro costados y nada lo sujetaba (…) Sócrates, que tenía mujer e hijos y no era menos libre que Diógenes, porque, como él, había sometido todo a la ley divina y a la debida obediencia a los dioses”. Ambos eran libres no solamente por su paradójica obediencia a los dioses, sino porque sus juicios eran correctos y los guiaban por el camino del bien, pues que la raíz del mal es la ignorancia. Un abismo separa a Sócrates y Diógenes pero ambos cabían en la ortodoxia ecléctica de aquel liberto jovial y, al propio tiempo, severo y temible, como un rayo. Y cabían porque ambos se enfrentan con igual valentía al poder: Sócrates a sus jueces, Diógenes a Alejandro de Macedonia; el uno con la dialéctica, el otro con la burla astuta; porque ambos viven en desapego, sólo atentos al devenir del alma, ocupados en la perfección interior.

Huérfano de esa alegría que abunda en los filósofos cínicos, Epicteto hizo su propia lectura de Diógenes; lo despojó de toda anécdota pedagógica inquietante, de sus destellos ocurrentes y provo-cadores. Epicteto amaba el orden, Diógenes mantenía una relación iconoclasta con el mundo; aquel cultivaba el espíritu de gravedad; este se reía de todo, con proverbial insolencia; aquel cuidaba la limpieza de su cuerpo porque equivalía a la pureza del alma, éste hacía gala de su desaliño. En cambio, los identifica el que ninguno de los dos espera ni teme nada; viven por igual indiferentes a los bienes terrenales, sólo preocupados por su libertad, por la edificación de sus singularidades, basadas en un arte de vivir propio, desnudo de toda ornamentación: sobriedad para disfrutar la fiesta del mundo, a sabiendas que se trata de un viaje tan maravilloso como breve; serena resignación ante la

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muerte. En la cercanía de este gran momento, Epicteto abre los brazos y canta su plegaria a Dios: “me voy, y lleno de reconocimiento hacia ti, porque me has juzgado digno de participar en tu fiesta, de contemplar tus obras y de comprender tu forma de dirigir el mundo”.

I I IEl estoicismo, y en particular Epicteto, ha ejercido un gran influjo en el devenir espiritual del occidente cristiano. Su manto doctrinario ha cubierto el pensamiento de místicos y doctores de la iglesia católica. Por citar dos ejemplos habría que recordar que Teresa de Avila se refería a Juan de la Cruz como su “senequita” y que para Francisco de Sales, Epicteto era “el mayor hombre de bien de todo el paganismo”, y lo dijo a pesar de que para éste los cristianos, incluyendo sus mártires, eran simples fanáticos cuyos suplicios no provenían tanto de la razón como de una obstinación opuesta a la sabiduría.

Las lecciones de Epicteto nos recuerdan en estas horas de la modernidad, tan contaminadas del apego a los bienes materiales y, a la vez, tan vacías, que hay otra senda para ser hombres, para vivir y morir con dignidad. Desde esa lejanía clásica, como una llama viva, nos llega el eco de una voz que el oído finísimo de Montaigne, de Pascal, o de Simone Weil, más cercanos a nosotros, han captado como hilo de una tradición espiritual, testimonio de la humana grandeza, que nada necesita de esa dogmática cristiana que se adjudica la verdad única acerca de los valores: la construcción del sujeto ético y, por ende, una vida colmada de sentido bien pueden prescindir de todo fundamento religioso; sus posibilidades están inmersas en la propia naturaleza, si le arrebatamos sus secretos.

Augusto Isla Estrada

13Prólogo

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1. De todas las cosas que existen en el mundo, unas dependen de noso tros y otras no. De nosotros dependen nuestros juicios y opiniones, nues tros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones y nuestras aversiones; dicho de otro modo, todos nuestros actos.

2. Las cosas que dependen de nosotros por su naturaleza misma son libres; nada puede frenarlas ni levantar obstáculos ante ellas. Al contrario, las que no dependen de nosotros son débiles, esclavas, y están sujetas a mil contingencias e inconve-nientes, además de que nos son totalmente extrañas.

3. Así pues, no olvides que si tomas por libres las cosas que son esclavas por naturaleza, y tomas por tuyas las que dependen de otros, encontrarás obstáculos en todos lados; te sentirás aturdido y acongojado a cada paso y tu vida será una incesante lamen-tación contra los hombres y los dioses. Por el contrario, si tomas por tuyo únicamente lo que te pertenece y consideras ajeno lo que pertenece a otros, nadie podrá forzarte a hacer lo que no deseas ni impedirte que actúes según tu voluntad. De ese modo, no tendrás que quejarte de nadie ni acusar a ningún otro y como nada, por leve e insignificante que sea, tendrás que hacerlo contra tu deseo, no te encontrarás frente al daño, ni tendrás enemigos ni te acontecerá nada pernicioso ni molesto.

4. Y, una vez que aspires a tan magnos bienes, recuerda que el trabajo que emplees en conseguirlos no habrá de ser poco. Así pues, ten muy presente que en lo referente a las cosas exteriores y que no dependen de ti, a la mayoría tendrás que renunciar, y te verás obligado a dejar el resto para más adelante. Porque si pretendes lograr al mismo tiempo los verdaderos bienes y las dignidades y riquezas, con certeza te serán negadas éstas por el simple deseo de aquéllas; y, de cualquier modo, no alcanzarás positivamente los bienes que la libertad y la felicidad te hubiesen proporcionado. Puede ser el caso que te sientas frustrado con lo que deseas apasionadamente.

I

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16 Máximas de Epicteto

5. Cuando alguien te ofrece un objeto molesto, ten la costumbre de decirte que no es lo que parece, sino que es producto de la imaginación. Después de que hayas pensado esto, analiza el objeto usando las reglas que se te han proporcionado para tal motivo. Tendrás que considerar si es una cosa que depende de ti, porque si no lo es, afirma que es algo que no te toca.

I I1. Recuerda pues que la finalidad de desear es obtener lo que se

desea, lo que anhelas, y que el objeto de la aversión es huir de lo que se quiere evitar. Y que, el fin de tus miedos, es evitar lo que temes. Si sientes aversión únicamente de lo que depende de ti (como, por ejemplo, las opiniones falsas), cuida de no caer nunca en lo que detestas. En cambio, si sientes aversión de lo que no depende de ti, como la muerte, la enfermedad y la pobreza, serás miserable porque no puedes evitarlas y, tarde o temprano, caerás en ellas.

2. Si deseas ser feliz no detestes lo que no depende de ti. Mejor pon tu odio en lo que hace resistencia a lo que de ti depende. Más aún, si deseas cosas que no dependen de ti apasionadamente, siempre te verás frustrado. Y si quieres las que sí dependen de ti, date cuenta de que no tienes aún suficiente instrucción para saber qué se necesita para desearlas honestamente.

I I I La única manera para no perturbarte es analizar cómo son en

sí mismas las cosas que nos agradan y que nos sirven, y también las que ama mos. Comienza el análisis con las que importan menos. Por ejemplo, cuando uses una olla de barro, piensa que está hecha de tierra y puede romperse con facilidad. De este modo, si se rompe, no te al terará. Igualmente, si amas a tu hijo o esposa, recuerda que son mortales, y así evitarás la sorpresa inesperada cuando la muerte te los quite.

I V Cuando vayas a emprender alguna cosa, analízala bien. Si vas a

bañarte, imagina todo lo que ordinariamente pasa en los baños

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17Manual

públicos: tirarse agua los unos a los otros, que allí empujan para tener el mejor lugar, que allí se roba. Harás con seguridad lo que has emprendido si te dices esto: Deseo bañarme, pero también deseo seguir el modo de vida que he planeado. Obedece esta máxima en todas tus empresas, y así, si te sucede algún inconveniente, te dirás: No quería simplemente bañarme, sino también evitar todo lo que esté en contra de mi forma de vivir, y no podría hacerlo si sufriera por alguno de los descaros que se cometen aquí.

V Lo que atormenta a los hombres no son las cosas, sino las

opiniones que de ellas se hacen. Por ejemplo, la muerte (si se reflexiona bien) no es un mal, pues, si lo fuera, a Sócrates le hubiera parecido también un mal. De ningún modo, la opinión falsa que se tiene de la muerte la hace terrible. Por lo que, cuando estamos contrariados, turbados o afligidos, debemos culparnos a nosotros mismos y a nuestras opiniones.

Culpar a los otros de nuestras miserias es propio de ignorantes. No acusar más que a sí mismo de su infortunio es el inicio del camino de la sabiduría. Y quien no culpa ni a sí mismo ni a los demás es perfectamente sabio.

V I Nunca te jactes de ningún mérito ajeno. Si un caballo fuera

capaz de decir que es bello, en su boca sería tolerable. Pero, cuando tú te jac tas de tener un hermoso caballo solamente estás presumiendo de lo que no te pertenece. ¿Qué hay, pues, que sea tuyo? El uso de lo que puedes ver. Por eso, si miras las cosas según la naturaleza que tienen y las juzgas adecua-damente, entonces podrás presumir de ellas, porque te alegrarás con un bien que realmente posees.

V I I Así como cuando viajas por mar y el barco entra a un puerto,

te es permitido bajar a buscar agua y recoger conchas a tu

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18 Máximas de Epicteto

paso. Pero te convendría tener el barco a la vista, poniendo atención cuando el capitán te llame. En ese momento sería necesario dejar todo lo que estés haciendo para que no tuvieran que embarcarte atado de pies y manos como a una bestia. Lo mismo ocurre en la vida. Si Dios te ha dado esposa e hijos, tienes el permiso de amarlos y disfrutar de ellos. Pero si Dios te llama, deberás dejarlos sin chistar y correr hacia el barco. Y, si eres viejo, no te alejes mucho del navío y pon atención cuando se te llame.

V I I I No pidas que las cosas se hagan como tú deseas, sino deséalas

tal como suceden. Así, todo ocurrirá como tú quieres y te sentirás dichoso.

I X La enfermedad es un obstáculo para el cuerpo, pero no para

la voluntad. Por ejemplo: ser cojo te impide caminar, pero no la voluntad de hacer lo que se quiere si se emprende únicamente lo que puede hacerse en realidad. Si consideras de esta forma todo lo que te sucede, verás que nada te lo impide aunque lo haga con los demás.

X En cada situación, piensa cuáles son los medios que tienes para

defenderte. Por ejemplo: si ves a una mujer bella, date cuenta que tienes la templanza, que es una poderosa herramienta para defenderte de la belleza. Si te ves en la obligación de hacer algún trabajo arduo, llama a la paciencia. Si te han hecho algún mal, resguárdate en la constancia. Si actúas siempre de este modo, los objetos no tendrán poder sobre ti.

X I Nunca digas que has perdido algo, más bien di: Lo he devuelto.

Si tu hijo o tu esposa mueren, di que los has devuelto a quien

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19Manual

te los había dado. Y cuando te quiten una herencia, ¿podrás decir que la has devuelto? Quizás pienses que no es así, porque el que te la quitó es un malvado, como si estu viera en tu poder decidir a quién regresa lo que se te quitó. Por eso, conviene que consideres extraño lo que tienes, conside rándolo como el caminante hace con las posadas en donde se aloja.

X I I1. Si quieres progresar en el estudio de la virtud, no hagas razo-

namientos como estos: Si descuido mis negocios, pronto estaré arruinado y no tendré de qué vivir; si no llamo la atención a mi empleado, se volverá perezoso. Pues, vale más morir de hambre y conservar la grandeza de ánimo y la paz del espíritu hasta tus últimos días, que vivir en la abundancia con inquietud y temor. Más vale que tu empleado sea perezoso a que tú seas miserable.

2. Comienza entonces por las pequeñas cosas. Por ejemplo: si se derrama el aceite de tu lámpara o te roban el vino de tu cava, reflexiona así: Este es el precio con el que se compra la tran-quilidad y la constancia. Efectivamente, nada es gratis y todo tiene un precio. Cuando llames a tu criado, piensa que él no te escuchará o que, habiéndolo hecho, no podrá hacer lo que le has pedido. En cualquier caso, no permitas que tenga el poder de hacerte enojar y de inquietar tu espíritu cuando él lo desee.

X I I I Que no te perturbe si el pueblo te considera extravagante

porque desprecias las cosas exteriores, pero tampoco quieras parecer hombre suficiente. Si por suerte se habla bien de ti, desconf ía de ti mismo. Es muy dif ícil dejarse llevar por lo exterior y mantener la decisión de vi vir como te lo has propuesto. Y no se puede hacer lo uno, sin olvidar lo otro.

X I V1. Si quieres que tus hijos, tu mujer y tus amigos vivan siempre,

estás loco; porque eso significa que quieres que de ti dependa lo que no puede depender de ti y que lo que es ajeno sea tuyo.

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20 Máximas de Epicteto

Igualmente, si quieres que tu hijo no cometa errores, también eres ridículo, pues quieres que el vicio no lo sea. Así que si no quieres ver nunca frustrados tus deseos, desea sólo lo que depende de ti.

2. El dueño de todas las cosas es quien puede retener las cosas que quiere y eliminar las que le disgustan. El que quiera ser libre de esta suerte, deberá acostumbrarse a no tener deseos ni aversiones de lo que depende del poder de los demás. Si no lo hace así, seguramente caerá en la servidumbre.

X V Recuerda que debes conducirte en la vida como en un banquete.

¿Un plato te ha sido servido? Extiende tu mano y toma tu parte. Si ves el pla to y no te lo sirven, no lo pidas ni quieras tomarlo audazmente; mejor espera tranquilamente a que vuelva hacia ti. Compórtate así con los amigos, con una mujer, con los cargos y las dignidades, con las riquezas, y serás digno de ser admitido en la mesa de los dioses. Y si te niegas también a lo que se te presenta, además de ser digno de comer con los dioses, merecerás tener parte de su poder. Diógenes y Heráclito fueron considerados hombres divinos por actuar de esta forma.

X V I Cuando ves a alguien llorar porque su hijo se ha ido de casa o

por haber perdido lo que tenía, no dejes que te afecte ni imagines que esa persona sea realmente desdichada por esas razones. Reflexiona sobre esto y di que no es esa situación la que aflige a ese hombre, sino la opinión que se ha hecho de ello. Luego, haz todo lo que esté a tu alcance para sacarlo del engaño y curarlo de esa mala opinión. Pero, si lo juzgas conve-niente, fingirás estar triste y compadecerte de su situación. Sólo ten cuidado de no entristecerte realmente.

X V I I Acuérdate que eres actor en una obra teatral, larga o corta,

y que el autor ha querido que representes cierto papel. Si él

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21Manual

quiere que juegues el rol de un mendicante, es preciso que lo hagas tan bien como te sea posible. Y si quiere que tengas el rol de un cojo, un príncipe o un obrero, tú deberás representarlo.

X V I I I Si escuchas de nuevo a un cuervo, no te alteres. Mejor

reflexiona y piensa que ese cuervo no grazna por ti, sino que quizá lo haga por tu cuerpo, por lo poco que posees, por tu reputación o por tus hijos y tu esposa. Deberás pensar que para ti sólo hay presagios de dicha, porque sólo a ti te toca sacar provecho de todo lo que te suceda.

X I X1. Tú puedes ser invencible si no te enganchas en ninguna batalla

cuya victoria no dependa de ti.

2. Si ves que a alguno se le llena de dignidades o se le favorece, no te dejes llevar por las apariencias ni pienses que es feliz. La verdadera tranquilidad de espíritu es desear solamente lo que depende de nosotros; no hemos de sentir celos ni envidia por el brillo de la gran deza. Es mejor que no ambiciones ser senador, cónsul ni emperador; solamente procura ser libre, eso es lo único que debe preocuparte. Y el mejor medio para lograrlo es despreciar todo lo que no dependa de nosotros.

X X Recuerda que lo ofensivo no es quien te calumnia o golpea,

sino la opinión que tienes de aquello. Si alguien es la causa de que estés enojado, piensa que no es él quien te irrita, sino tu opinión. Por eso, es necesario estar atento a no dejarte llevar por tu pasión, pues entre más pronto la domines, más fácil la domarás.

X X I Sé consciente de la muerte y el exilio y de todas las otras cosas

que parecen terribles para los demás. Hazlo sobre todo

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22 Máximas de Epicteto

respecto a la muerte, pues de esta forma no tendrás ningún pensamiento malo ni desearás nada apasionadamente.

X X I I Si quieres convertirte en filósofo, prepárate desde ahora a ser

ridiculizado por todo el mundo. Te dirán que no es posible que te hayas he cho filósofo de golpe, y se preguntarán de dónde viene tu semblante adusto. Búrlate de todo lo que no sea cierto, ni temas que te reprendan. Con los que consideres mejores, actúa como si nada te afectara, y mantente así como si Dios te lo hubiera ordenado. Si persistes en la misma actitud, los que antes se burlaban de ti, te admirarán. Pero, si cambias de resolución, lo que has hecho sólo será causa de más burlas y escarnios contra ti.

X X I I I Si llegas alguna vez a volverte hacia las cosas externas, sábete

que has perdido el rumbo acertado. Confórmate, pues, en toda circunstancia, con ser filósofo. Y si además quieres parecerlo, conténtate de parecerlo a tus propios ojos, y esto será suficiente.

X X I V1. No te perturbes pensando que nadie te hará caso y que no

recibirás honra alguna. Si el no recibirla fuera un mal, querría decir que de otros depende que seamos infelices, lo cual no es posible porque, como no podemos caer en el vicio por la acción de otros, igual no podemos estar en lo errado por causa de los demás. Pregúntate si depende de ti tener soberana autoridad, ser invitado a los banquetes y poseer todos los bienes. Yo te digo que no es así. ¿Cómo puedes creer que vivirás en ignominia si no disfrutas de todo aquello? ¿Cómo puedes quejarte de que no serás apreciado? Debes contener todos tus deseos en ti mismo y en lo que de ti depende, sólo ahí te es permitido estimarte todo lo que desees.

2. Me dirás que si vives así, no podrás servir nunca a tus amigos. Yo te digo que estás muy engañado. Pregúntate si conviene

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ayudar a los amigos. No podemos darles dinero ni hacerlos ciudadanos de Roma ya que no está en nuestro poder, y es imposible dar lo que no se tiene.

3. Sé que me contestarás que es necesario hacer todo lo posi ble para tener tierras y dinero con el fin de ayudar a los amigos en sus necesidades. Pero si me enseñas la forma de conse-guirlo conservando la honestidad, la fe y la generosidad, prometo hacer todo lo que es té a mi alcance si me pides que yo pierda mis bienes por comprarte otros que no son verda-deros. Piensa que es injusto y que va en contra de la razón. Refle xiona si no debes hacer más caso de un amigo honesto y leal, que del dinero. Haz, entonces, lo que puedas para conser varme estas cualidades, y no me obligues a hacer algo que haga que las pierda.

4. Me contestarás que por este medio no servirás de ningún modo a tu patria. No sé qué es lo que entiendes por estas palabras. Es cierto que no la adornarás con pórticos o baños públicos. Los herreros no hacen zapatos, ni los zapateros armas, a cada uno su oficio. ¿Crees que es inútil darle a tu patria un hombre honrado y virtuoso? Date cuenta que éste es el mejor servicio que podrías darle.

5. A partir de hoy, deja estos discursos. No digas que no tendrás ninguna dignidad en tu ciudad. No importa lo que hagas, mientras no olvides la honestidad y la lealtad. ¿Crees que serás útil a tu patria si te alejas de la virtud? Ponte a pensar qué provecho sacará de ti cuando te hayas convertido en un hombre desleal e imprudente.

X X V1. No te sientas ofendido si sientan en la mesa a una persona en

un lugar mejor que el tuyo, ni si la saludan primero que a ti o si se toma su consejo y no el tuyo. Si estas cosas son buenas, te deberás sentir bien de que así haya pasado, y si son malas, no te debe pesar porque no te sucedan. Además, recuerda que no te corresponde hacer algo para obtener las cosas exteriores, que no es maravilla si no las obtienes y otros, que han hecho esfuerzo por adquirirlas, te prefieran.

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24 Máximas de Epicteto

2. Es verdad que es una injusticia que el que no sale de su casa tenga tanto crédito como quien visita diariamente a los grandes. También es injusto que se estime a quien no alaba a nadie y que no se aprecie a quien sí lo hace. Pero también es injusto querer tener estos bienes sin pagar lo que cuestan.

3. Si, por ejemplo, quieres comprar lechugas que tienen un cierto costo, pero no quieres pagarlo, no las tendrás; solamente quien pague lo que valen las podrá obtener. Sin embargo, no por eso eres peor que el otro, porque si ese tiene las lechugas, tú tienes el dinero.

4. Igualmente, si no se te invita a un banquete es porque no has pagado lo que cuesta. El que lo organiza, lo vende cobrando mediante alabanzas, servicios y sumisiones. Si tienes ganas de que se te invite, tendrás que comprarlo en lo que cuesta. Porque si quieres asistir sin hacer lo necesario es ser insaciable e insensato.

5. No debes creer que si te pierdes de este banquete no tendrás nada en recompensa. Tendrás algo mucho mejor, pues no has alabado a quien no querías lisonjear. No has tenido que sufrir la insolencia y soberbia con que trata a los que invita a su mesa. Esta es la mayor ganancia que has podido sacar de ello.

X X V I Podemos aprender lo que desea la naturaleza a partir de la

opinión que tenemos de las cosas que nos suceden. Cuando el sirviente de tu vecino rompe un vidrio, pensamos que es algo común y corriente. Es necesario actuar de igual forma si nos sucede lo mismo, y con otras situaciones de mayor importancia. Cuando el hijo o la mujer del vecino mueren, todos dirán que es algo natural; pero si nos sucede a nosotros, nos angustiamos y gritamos y nos consideramos los más infelices. En un momento así, deberás recordar lo que sientes cuando algo así le sucede a alguien más.

X X V I I Así como se coloca un blanco para que practiquemos y no para

que erre mos el tiro, de la misma forma está la naturaleza del mal en el mundo.

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X X V I I I Si alguien entregara su cuerpo al primero que pasara para

hacer de él lo que le plazca, seguro lo considerarías como algo malo. Sin embargo, no te avergüenza exponer tu alma a los caprichos de los demás, pues apenas alguien te arremete, te inquietas y te dejas llevar por el sentimiento y la cólera.

X X I X1. En todo asunto, antes de emprenderlo, mira bien lo que lo

precede y lo que le sigue, y sólo después de tal examen, empréndelo. Si no obedeces esta conducta, tendrás placer en lo que hagas al principio, pues no tendrás en cuenta lo que sigue, pero al final, cuando aparezcan las dificultades, estarás lleno de vergüenza y arrepentimiento.

2. Seguro quisieras vencer en los juegos olímpicos. También yo, en verdad, pues vaya que es algo hermoso. Pero, antes, examina bien lo que precede y lo que sigue a una empresa semejante. Una vez que hayas reflexionado, actúa así: acostúmbrate a llevar orden, a comer sólo por necesidad, a abstenerte de todo tipo de alimentos apetitosos, a no beber nada frío, todo esto sin que nadie te lo impida. Has de obedecer al maestro de armas como si fuera un médico, después entrarás en el palenque. Necesitarás estar seguro de todo lo que pudiera acontecerte, quizá herirte las manos y los pies o ser azotado. Y aún después de tanto esfuerzo, corres el riesgo de ser derrotado.

3. Pero, si nada de esto te hace cambiar de opinión y te mantienes en tu propósito, podrás emprender la lucha. Si no lo haces así, te pasará como a los niños que imitan a los gladiadores, a los luchadores, a los flauteros, a los trompetas, y que quieren hacer toda clase de oficios sin ser capaces de ninguno. La causa de esta imitación es que se emprende algo sin meditarlo antes, porque nos dejamos llevar por los caprichos e impulsos.

4. Haces lo mismo que quienes desean ser filósofos, cuando escuchan a alguien decir: ¡Qué bien habló Éufrates! ¡Quién pudiera hacer un razonamiento tan elevado como él!

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26 Máximas de Epicteto

5. Amigo mío, si quieres hacer tus planes considera primero la naturaleza del asunto que emprenderás, y luego examina si está de acuerdo con tu propia naturaleza, para ver si ella puede resistir. Si quieres ser luchador, mira si tienes brazos fuertes, y si tienes muslos y lomos adecuados para ello, porque unos nacieron para una cosa, y otros, para otras distintas.

6. Una vez que hayas entendido la filosof ía no podrás engañarte queriendo beber y comer, y siendo melindroso como antes. Es necesario decidirse a trabajar, a dejar a los amigos, quizá a ser despreciados por un criado y a ver que los grandes honran a otros y no a ti.

7. Reflexiona sobre estas dificultades, y ve si no quieres tener la tranquilidad de espíritu, la libertad y la constancia. Si no haces esta reflexión, date cuenta que serás filósofo un día, luego bandolero y después orador. Y nada de esto está relacionado. Piensa que eres apenas un hombre y que es menester que seas eternamente bueno o constantemente malo, que te dediques sólo a perfeccionar el espíritu y la razón, o que te dediques a lo exterior y te pierdas totalmente, porque es imposible hacer las dos cosas al mismo tiempo.

X X X El deber se mide, en general, por las relaciones en las que

encontramos nuestro lugar. ¿Se trata de tu padre? Él te ordena atenderlo y obedecerlo en todo, sufrir sus reprimendas y sus malos tratos. Pero, tú consideras que es un mal padre. ¿Y qué?, amigo mío, ¿es que la naturaleza tenía la obligación de darte un buen padre? No, ella simplemente te dio un padre.

¿Tu hermano es injusto? Conserva, no obstante, respecto de él, tu rango de hermano, y no mires lo que él hace, sino lo que tú debes hacer, y el estado en que encuentras tu libertad, mira si haces lo que la naturaleza quiere que hagas. Nadie más te ofenderá, ni te herirá nunca, si tú no lo deseas, no serás herido sino cuando tú creas serlo. De esta forma y si consideras lo que son, entonces, estarás conforme siempre con tu vecino, tu conciudadano o superior.

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X X X I1. Debes saber que el principio y el fundamento de las religiones

consiste en tener un buen concepto de los dioses, como creer que son y gobiernan el universo con bondad y justicia. Que es necesario obedecerlos, que debemos conformarnos con todo lo que hacen y seguir al pie de la letra sus órdenes, como nacidas de una inteligencia magnífica y perfecta. De este modo, no los culparás jamás ni te quejarás de que te hayan desamparado.

2. Esto no se puede lograr si menosprecias lo que no depende de ti, y si no entiendes el bien y el mal de lo que depende de ti totalmente. Te equivocarás miles de veces en lo que quieres si piensas que el bien y el mal son otra cosa y detestarás a quienes fueron la causa de tus desgracias.

3. Es natural que todos los animales huyan de lo que puede dañarlos y que tengan aversión a quienes pueden hacerles mal. Igualmente, tienen la tendencia a querer lo que les sirve y lo que puede hacerles bien. Por lo tanto, es imposible que una persona que piensa que la dañaron se alegre con quien se lo ha hecho, ni que le guste el mal que ha recibido.

4. Por esto, a veces los hijos calumnian a los padres, porque no les dan lo que los hombres consideran es un bien. Esto fue lo que causó la guerra entre Eteoles y Polinice, pues habían pensado que el imperio era un bien. De aquí viene también que el labrador, el piloto, el mercader y quienes pierden mujer e hijos blasfemen contra los dio ses. Generalmente, la piedad está donde se halla la utilidad, y por esta razón el que tiene cuidado de no desear ni huir algo que no merezca huirse ni desearse, procura al mismo tiempo ser hombre de bien y piadoso.

5. Es necesario que cada persona haga sus ofrendas y sacrificios según la costumbre del país donde vive, con modestia, sin ser avaro ni pródigo, siendo puro y diligente como se debe.

X X X I I1. Cuando vas a consultar a un adivino, indudablemente ignoras

lo que va a pasar. Necesitas del adivino para saber si será

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bueno o malo lo que ocurrirá; pero, si eres filósofo, ya lo sabes. Si se trata de una co sa que no depende de ti (que es así generalmente, ya que ignoras el evento), a ciencia cierta puedes decir que no es buena ni mala.

2. Cuando consultes al adivino hazlo sin deseo ni aversión, por que de otro modo irás con miedo. Sigue la máxima de que cualquier suceso es indiferente y que no podrá impedir tus planes; además, siempre está en tus manos hacer buen uso de ese suceso. Entonces, acércate a los dioses con espíritu firme y seguro, y piensa que son ellos los que te pueden aconsejar bien. Cuando te den una respuesta, síguela al pie de la letra. Piensa quiénes son los que has consultado, y que no podrías desobedecerlos sin menospreciar su poder y sin provocar su indignación.

3. Las cosas sobre las que debes consultar al oráculo son las que, como Sócrates decía, tienen que ver con la suerte y que no pueden conocerse mediante la razón, ni por el arte. Cuando se trata de la defen sa de tu patria o de un amigo, no es necesario consultar al adivino. Si te dice que las entrañas de la víctima son un mal presagio, es señal segura de que morirás maltratado o desterrado, lo cual puede ser un impedimento para lo que tenías planeado. Sin embargo, la razón te dice que ayu des, corriendo el peligro de perder tu vida, a tu amigo y a tu patria. Así que tu recurso será el mayor oráculo. Obedece a Apolo Pytio, que echó del templo a uno que, pudiendo, no libró a su amigo de un asesinato.

X X X I I I1. Es conveniente que te fijes un cierto modo de vivir o una ley

que obedezcas en cualquier lugar donde estés, ya sea hablando con los demás o estando solo en tu vida privada.

2. Siempre que puedas guarda silencio. Solamente di lo que es absolutamente necesario, y cuando lo hagas, emplea el menor número de palabras posible. Cuando surja la ocasión de hablar, no te pongas a divagar sobre los gladiadores, ni de los juegos del circo, ni de los luchadores, ni de comer y beber, ni de todas las demás tonterías con que la mayoría de la gente se distrae.

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Sobre todo, f íjate que en tus discursos no alabes ni desprecies, ni compares a las personas.

3. Si estás entre amigos y la conversación es poco honesta, haz lo posible para que cambien de tema, pero si estás entre extraños, no digas ni una sola palabra.

4. No rías mucho, ni frecuentemente, ni a carcajadas.

5. Si es posible, no jures jamás, y si te presionan a hacerlo, haz primero todo lo posible para evitarlo.

6. Evita los convites públicos y de quienes no sean filósofos, pero si tienes que asistir, redobla la atención sobre ti mismo, a fin de no dejarte llevar por los modos y maneras de hacer de la plebe.

7. En lo que respecta al cuerpo (el alimento, el vestido, el techo, la servidumbre), usa lo estrictamente necesario y lo que requiere el espíritu para estar sano. Y elimina el lujo y los deleites.

8. Con respecto a los placeres del amor, abstente de ellos, si puedes, antes del matrimonio, y si gustas de ellos, que al menos sea según la ley. Pero no seas severo con aquellos quienes se dedican a ello, no los reprendas ni censures, ni te vanaglories de tu continencia.

9. Si alguien te hiciere saber que otra persona habla mal de ti, no te defiendas, ni refutes lo que haya dicho. Limítate a decir: Quien ha dicho aquello de mí ignora, indudablemente, mis otros defectos, de lo contrario no habría dicho sólo estos.

10. No es necesario asistir a los teatros, pero si tienes que hacerlo, compórtate como si sólo quisieras agradarte a ti mismo; esto significa que las cosas se hagan como se llevan a cabo y que salga vencedor quien lo merece. De esta manera te irá bien y no tendrás que alterarte por nada. Es importante que evites los gritos, clamores y las emociones del pueblo.

11 No acudas a las lecturas de poetas u oradores, y si llegaras a ser invitado, haz lo posible por excusarte. Pero, si tuvieras

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que estar ahí, mantén una honesta seriedad y procura que tus acciones sean firmes y confiables, y ten cuidado de no ser inoportuno o de enojar a alguien.

12. Cuando tengas algún asunto que tratar con una persona im portante, piensa antes de hacerlo cómo actuaron Sócrates y Zenón en una situación parecida. De esta manera estarás obrando conforme a la razón.

13. Si vas a hablar con una persona elevada piensa que no lo encontrarás o que las puertas estarán cerradas para ti, o bien, que te despreciará. Si, a pesar de esto, insistes en ir, es necesario que seas paciente con lo que pueda suceder, que no murmures ni digas que ese hombre se las da de gran señor. Hablar de esa forma es propio de la plebe y de quienes se preocupan por las cosas exteriores.

14. Cuando estés acompañado, no hables demasiado de tus hazañas y de los peligros que has pasado. No puedes pensar que los demás disfruten tus asuntos.

15. No intentas nunca hacer reír, porque no sólo es el verdadero medio de caer en el comportamiento del vulgo, sino que te quita respeto y la estimación que debes tener.

16. Es muy peligroso hablar de cosas deshonestas, así que cuan do estés presente en una conversación así, deberás (si es oportuno) reprender al que hubiera comenzado el discurso; por lo menos, deberás quedarte en silencio y así mostrar que te molesta la conversación.

X X X I V Si tu imaginación te presenta la imagen de algo voluptuoso,

entonces, como en todo lo demás, deberás observar moderación. Que esta voluptuosidad no te arrastre, y examínala, dándote tiempo para reflexionar. Luego, compara los dos momentos, el del tiempo en que disfrutarás de este placer y del que, después de haberlo gozado, te sentirás arrepentido y te aborrecerás. Imagínate también la satisfacción y el gusto que sentirás si te abstienes de esa voluptuosidad. Y cuando puedas gozar rectamente

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de estos placeres, no te dejes llevar comple tamente ni te dejes vencer por las caricias, las dulzuras, los halagos y los embrujos que, generalmente, van con ellos. Refle xiona acerca del gozo interior que tendrás al haber logrado la victoria.

X X X V Cuando hagas algo, no temas que te juzguen, incluso cuando la

gente lo tome a mal, porque si lo que haces es bueno, no tienes nada que temer y sería injusto reprenderte. Pero, si es malo, además de evitar que te vean, estarás obligado a evitar hacer tal cosa.

X X X V I Igual que las siguientes afirmaciones: Es de día, es de noche,

tienen gran valor cuando están separadas, cuando están unidas son totalmente falsas, así también no tiene valor alguno el desear todo para sí, sin miramiento por los otros. Cuando te inviten a un banquete, recuerda más la calidad de quien te invita, que la calidad de lo que se te servirá, guarda para con tu anfitrión el debido respeto.

X X X V I I Si aceptas cualquier rol superior a tus fuerzas, además de que

lo harás mal, te impedirá emplearte en otro en el que puedas ser muy bueno.

X X X V I I I Así como al caminar te cuidas de no pisar un clavo, procura en

la vida que la parte superior de tu alma no se vea ofendida por pasiones salvajes o por falsas opiniones. Si así te conduces, todas tus empresas se darán fácilmente.

X X X I X Las necesidades del cuerpo deben ser la medida de lo que cada

quien debe poseer al igual que el pie es la medida del zapato.

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32 Máximas de Epicteto

Sigue correctamente esta regla. Nunca te alejarás de la medida justa ni de los límites que ella recomienda, y si la olvidas caerás en el precipicio porque no te es dado usar zapatos que exceden la medida de tus pies. Así es con las riquezas también; cuando traspasas la justa medida dejas de tener límite y te das a todo tipo de lujo y exceso.

X L Al cumplir los catorce las mujeres son llamadas damas por los

hombres, con lo que se entiende que la naturaleza las puso en el mundo para ellos y que deben ellas agradarlos. Ellas se emperifollan y engalanan y ponen toda su atención en su arreglo. Por esa razón hay que hacerles entender que la única forma en que los hombres les hagan reverencia y cortesía es siendo modestas, prudentes y virtuosas.

X L I Un signo evidente de un espíritu incapaz es ocuparse mucho

tiempo en el cuidado del cuerpo, tanto en el ejercicio, la bebida, el comer y en otras necesidades corporales. Estas cosas no deben ser lo principal, sino lo accesorio de nuestra vida, y es preciso hacerlas como al pasar: toda nuestra apli-cación y nuestra atención debe estar puesta en las cosas de nuestro espíritu.

X L I I Cuando alguien te maltrate o hable mal de ti, recuerda que

cree que así debe hacerlo. No es entonces posible que él se adhiera a tus opiniones, sino a las suyas propias. Si él tiene un parecer erróneo, solamente él es quien se equivoca. En efecto, si alguien cree falso un silogismo verdadero, no es el silogismo quien sufre, sino quien en su juicio se ha engañado. Si te sirves bien de esta regla, soportarás pacientemente a quienes hablen mal de ti; pues a cada injuria, no dejarás de decir: Ese hombre cree tener razón.

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X L I I I Cada cosa tiene dos lados: uno, por la que es soportable, el

otro, por la que no lo es. Si tu hermano te hace injusticia, no lo tomes por el lado de la injusticia que él te hace, pues es la faceta en donde no puede ser soportable; pero si lo tomas por el otro lado, por el que se afirma que es tu hermano, un hombre que fue criado y alimentado junto a ti, entonces tomarás este asunto por el buen lado, el que te lo tornará soportable.

X L I V No es sensato decir: Soy más rico que tú, por lo tanto soy

mejor que tú; soy más brillante que tú, entonces soy superior a ti. Para razonar más coherentemente es preciso decir: Soy más rico que tú, pues mis bienes son mayores que los tuyos; soy más brillante que tú, pues mis discursos tienen mayor valor que los tuyos. De modo que, como no has de desear elocuencia ni riquezas, esto no debe ser dif ícil para ti.

X LV Si ves que alguien se lava demasiado rápido, no digas que se

lava mal, sino que lo hace muy pronto. De la misma forma si alguien bebe mucho, no digas que hace mal por beber así, di sencillamente que bebe mucho. Si conservas este tipo de opiniones, penetrarás en los pensamientos ajenos y los tuyos irán de acuerdo con los de los demás.

X LV I1. Nunca y en ningún lado te llames filósofo, ni hables bellas

máximas ante los ignorantes; simplemente haz lo que pres-criben tales máximas. Por ejemplo, en un festín nunca digas cómo hay que comer, sólo come con educación. Y recuerda que Sócrates rechazó toda ostentación y fastuosidad, tanto así que, cuando los jóvenes le pedían les recomendara un filósofo, él mismo les conducía sin quejarse por la poca atención que le ponían.

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34 Máximas de Epicteto

2. Si se da la ocasión de hablar de un axioma de filosof ía entre ignorantes, guarda silencio, pues hay el gran peligro de evidenciar lo que aún no has digerido. Y cuando alguien te reproche que nada sepas, y tú no te molestes, debes saber que comienzas a ser filósofo. Pues no es por cuanta hierba han comido que las ovejas muestran a los pastores su pro ducto, sino, luego de haber digerido, es por la lana y leche que ellas producen. Igual tú, no expongas bellas máximas ante los ignorantes; si las has digerido correctamente, hazlas aparecer a través de tus acciones.

X LV I I Si has aprendido a satisfacer tu cuerpo con poco, no presumas

de ello. Si ahora bebes sólo agua, no pienses en alabarte por ello. Y si deseas ejercitarte en tu trabajo, hazlo de manera privada sin querer que te vean los demás. Cualquiera que no busca la gloria de esta manera, la busca por fuera y pierde el fruto de la paciencia y de la frugalidad, porque hace que estas virtudes desaparezcan en la opinión de la muchedumbre. Es verdad que toda afectación en esto es vana e inútil. Si deseas habituarte a la paciencia, toma agua fría cuando tengas mucha sed, y luego escúpela sin tragar ni una gota, y no se lo digas a nadie.

X LV I I I1. Si esperas bien y mal de alguien más y no de ti mismo evidencia

que eres vulgar e ignorante. Al contrario, esperar de sí mismo todo el mal y el bien es propio de los filósofos.

2. Algunas señales de quien progresa en el estudio de la sabiduría: a nadie censura, a nadie alaba, no menosprecia a nadie, y no acusa a nadie, tampoco habla de sí mismo como si él fuera o supiera algo. Cuando encuentra un obstáculo o alguien le impide lo que él desea, no culpa a nadie más que a sí mismo. Si alguien le alaba, él se burla en secreto de su devoto, y, si se le reprende, no busca jamás justificarse; sino que, como los convalecientes, explora y se analiza por temor a turbar e impedir cualquier cosa en ese inicio de la curación, antes de que su salud esté enteramente fortalecida.

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3. Tener poder absoluto sobre sus deseos, no tener aversión sino de lo que es repugnante a la naturaleza de las cosas que dependen de él: no desear nada apasionadamente; no creerse nada como para que se le considere sabio o ignorante. En resumen, desconfiar de sí mismo como si se tratara de un enemigo doméstico cuyas emboscadas son dignas de ser temidas.

X L I X Cuando alguien se jacte de comprender e interpretar los

escritos de Crisipo, di lo siguiente: Si Crisipo no hubiera escrito de modo tan complejo, no tendría entonces nada de que presumir. Por lo que respecta a mí, yo sólo deseo conocer la naturaleza y seguirla. Voy a Crisipo, pero no lo entiendo, busco entonces alguien que me lo explique. Hasta ahí, no hay nada de que vanagloriarse.

Cuando haya encontrado un buen intérprete, me faltará aún po ner en práctica los preceptos que él me explique, y esto es lo único que merece estima. Pues si me conformo con la expli-cación y admiro a quien la dice, ¿qué soy? Un gramático y no un filósofo, con la diferencia de que, en lugar de a Homero, yo explico a Crisipo. Cuando alguien me di ga entonces: Explícame a Crisipo; tendré más vergüenza y confusión, al no poder mostrar mis acciones en conformidad con sus preceptos.

L Mantente firme en la práctica de todas estas máximas, y tenlas

como leyes inviolables que no sabrías quebrantar sin ofender la piedad. Y no prestes atención a lo que se diga de ti, pues esto no depende de ti.

L I1. ¿Hasta cuándo te aplicarás a estas cosas y pondrás en práctica

estas magníficas instrucciones? ¿En qué momento dejarás de violar las leyes de la verdadera razón? Ya conoces los preceptos que debes abrazar, supongo que ya lo hiciste, pero dame una

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36 Máximas de Epicteto

señal. ¿A qué maestro esperas como para retrasar tu corrección? Date cuenta que ya no eres joven y que estás en una edad madura. Si desprecias estas reglas y no las adaptas a tus costumbres, te olvidarás día a día y pospondrás todas las resoluciones. Así se te pasará la vida, sin que hayas hecho progresos en el estudio de la virtud. Finalmente, vivirás y morirás como el hombre más bajo de la ciudad.

2. Entonces, abraza la vida de un hombre que se perfecciona y que saca provecho de las cosas. Pon atención a todo lo que parece lo me jor como si fuera esto una ley inviolable. Si te sucede algo malo o agradable, glorioso o infame, recuerda que es momento de luchar, que es necesario lanzarse al ruedo, que los juegos olímpicos han llegado y que ya no puedes volver atrás. Piensa que es decisivo el perder o salir victorioso.

3. Por este medio llegó Sócrates a la gran sabiduría que lo caracterizó, presentándose a todos los sucesos y escuchando únicamente la voz de la razón. A ti, que no eres Sócrates, te será suficiente vivir como hombre que desea llegar a ser tan sabio como él.

L I I1. La primera y más importante parte de la filosof ía es la que

trata de la práctica de los preceptos; por ejemplo: No mentir. La segunda es la que hace las demostraciones: Por qué es preciso no mentir. Y la tercera es la que confirma y analiza tales demostraciones, explicando con precisión por qué algo es demostración. También enseña lo que es demostración, conse-cuencia, disputa, verdad, falsedad y todo lo demás.

2. Esta tercera parte sirve para la segunda, y la segunda para la primera; pero la más necesaria de todas, y en la que es preciso detenerse y quedarse es en la primera. Sin embargo, por lo general invertimos tal orden; nos detenemos enteramente en la tercera, y en ella empleamos todo nuestro trabajo, todo nuestro estudio y nuestro tiempo; y nos olvidamos totalmente de la primera. De este modo, no dejamos de saber probar que no se debe mentir, y con todo eso no dejamos de mentir diariamente y a todas horas.

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37Manual

L I I I1. Al comienzo de todas tus empresas siempre di estas palabras:

Condúceme, oh Zeus, y tú, destino, a dónde esté ordenado por ustedes que yo vaya. Los seguiré con gusto. Y si no quisiere, por ser malo, aún así los seguiré igualmente.

2. También, en otras ocasiones dirás estas palabras: Quien sabe ceder a la necesidad no duda en el secreto de la Divinidad.

3. Pero acuérdate en especial de aquellas hermosas palabras que dijo Sócrates, estando preso, a su amigo Critón:

Amigo querido, si los dioses amenazan mi vida con las nefastas señales de una horrible tempestad, y si han resuelto la sentencia de mi muerte, mi espíritu se somete sin resistencia. No pretendo de ningún modo prolongar mis años. Mis dos terribles enemigos, Anito y Melito, son dueños de mi vida y me la pueden arrebatar. Mi cuerpo, flaco y mortal, los obedece; pero mi espíritu, ¡oh, Critón!, está libre de su poder, y aunque su vacía furia se vuelve contra mí no me podrán privar de mí ni de mi virtud.

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Máximas

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1. Nuestro bien y nuestro mal sólo existen en nuestra voluntad.

2. De todas las cosas que existen en el mundo, unas dependen de nosotros y otras no. De nosotros dependen nuestros juicios y opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones y nuestras aversiones; dicho de otro modo, todos nuestros actos.

3. Las cosas que no dependen de nosotros son el cuerpo, los bienes materiales, la reputación, las dignidades y honores. Esto significa que no dependen de nosotros todas aquellas cosas que no están en el ámbito de nuestros propios actos.

4. Las cosas que dependen de nosotros son libres por su natura- leza misma; nada puede frenarlas ni levantar obstáculos ante ellas. Al contrario, las que no dependen de nosotros son débiles, esclavas, y están sujetas a mil contingencias e inconve-nientes, además de que nos son totalmente extrañas.

5. Así pues, no olvides que si tomas por libres las cosas que son esclavas por naturaleza, y tomas por tuyas las que dependen de otros, encontrarás obstáculos en todos lados; te sentirás aturdido y acongojado a cada paso y tu vida será una incesante lamentación contra los hombres y los dioses. Por el contrario, si tomas por tuyo sólo lo que te pertenece y consideras ajeno lo que pertenece a otros, nadie podrá forzarte a hacer lo que no deseas ni impedirte que actúes según tu voluntad. De esta manera, no tendrás que quejar te de nadie ni acusar a ningún otro y como nada, por leve e insignificante que sea, tendrás que hacerlo contra tu voluntad, no te encontrarás frente al daño, ni tendrás enemigos ni te acontecerá nada pernicioso ni molesto.

6. Y, una vez que aspires a tan magnos bienes, recuerda que el trabajo que emplees en conseguirlos no habrá de ser poco.

De los b i e n e s ve rda d e ros y qu e n os s o n p ro p i os, d e los fa ls os y ext r a ñ os

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40 Máximas de Epicteto

Así pues, ten muy presente que en lo referente a las cosas exteriores y que no dependen de ti, a la mayoría tendrás que renunciar, y te verás obligado a dejar el resto para más adelante. Porque si pretendes alcanzar al mismo tiempo los verdaderos bienes y las dignidades y riquezas, con certeza te serán negadas éstas por el simple deseo de aquéllas; y, de cualquier modo, no alcanzarás positivamente los bienes que la libertad y la felicidad te hubiesen proporcionado.

7. Por lo tanto, cada vez que te sientas acechado por una idea perturbadora, apresúrate a decir: Te conozco: Eres un puro engaño y no lo pareces. A continuación, examínala bien y sondéala profundamente empleando las reglas aprendidas, que ahora te son familiares, espe cialmente la que te hace conocer si las cosas dependen o no dependen de ti. Y si pertenece a estas últimas, piensa sin vacilar: No me impor ta nada.

8. Siempre ten muy en cuenta que el objetivo de tus anhelos es conseguir aquello que deseas, y que el fin de tus recelos es evitar lo que temes. Porque es absolutamente cierto que el que no consigue lo que desea es desgraciado, y que quien cae en lo que más temía es infeliz. De esta manera, si no profesas aversión mas que a aquello que es contrario a tu verdadero bien (que es lo que depende de ti), nunca caerás en lo que temes. Aun así, líbrate de temer la muerte, las enfermedades o la pobreza, porque entonces vivirás desdichado y miserable. Esto significa que debes alejar tus temores de las cosas que, por ser inevitables, no dependen de ti, y ponerlos en las cosas que sí dependan de ti. Actúa de la misma forma con tus deseos, porque si eres tan loco como para desear lo que no está en tu poder alcanzar, es clara evidencia de que no estás todavía en estado de conocer aquello que se debe desear. Entonces, mientras logras ese estado sereno, conténtate con de sear y temer las cosas dulcemente, prudentemente, examinándolas con circunspección y serenidad.

9. Los actos del cuerpo se ven entorpecidos por la enfermedad, pero no los de la voluntad. Quedar cojo será una dificultad para mis pies, pero de ninguna manera para mi espíritu. Reflexiona de esta forma cuando te suceda todo tipo de acci-dente y, rápidamente, te convencerás de que podrán ser un obstáculo para cualquier cosa, menos para ti.

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41Máximas

10. Cuando el cuervo emite un graznido, que se cree es un mal augurio, no te dejes llevar por tu imaginación; por el contrario, reflexiona y di:

No me atañe ninguna de las desgracias que ese augurio anuncia; en tal caso, le concierne a mi cuerpo débil o a mi menguada hacienda; quizá a mi reputación o a mi esposa o a mis hijos que, si me lo propongo, para mí sólo hay presagios felices, pues, suceda lo que suceda, de mí depende sacar el mayor bien y provecho en todo.

11. Frente a cada cosa que te haga feliz o que, por serte útil y provechosa, sientas hacia ellas predilección, no olvides darte cuenta de lo que son en realidad, comenzando por las más insignificantes. Si, por ejemplo, aprecias una vasija de barro, no dejes de decirte en todo momento que se trata simplemente de una vasija de barro; de esta forma, el día que se quiebre, no sentirás congoja. Si depositas tu afec to en un hijo o en una mujer, repítete con frecuencia que amas a un ser mortal, a fin de que si la muerte te los arrebata, tu pesar sea mu cho menor.

12. Si desearas que tus hijos, tu esposa o tus amigos viviesen eter-namente, ciertamente querrías una locura, pues equivaldría a pretender que dependiesen de ti las cosas que no pueden depender, y que fuese tuyo y sujeto a tu voluntad lo que no te pertenece de ninguna manera. Igualmente, eres insensato si pretendes que quien te sirve no te falte jamás, pues algo así equivaldría a desear que el vicio fuera otra cosa que eso mismo. Por tanto, si quieres que tus deseos nunca se vean frus-trados, haz una cosa muy simple: desea únicamente lo que dependa de ti.

13. Siempre ten muy presentes las siguientes consideraciones: ¿Qué es lo mío y lo que me es propio? ¿Qué es lo que me es ajeno y extraño? ¿Qué es lo que me ha sido dado? ¿Qué es lo que los dioses desean que haga y lo que me niegan? Reflexiona que, hasta este momento, ellos han vertido sobre ti sus favores, dándote suficiente tiempo para ocuparte de ti mismo, para leer, meditar, escribir sobre los asuntos más importantes; es decir, para ponerte frente a las mejores y más bellas adquisi-ciones. Piensa que te ha debido bastar todo este tiempo que te

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concedieron. Por esa razón ahora te dicen: ¡Ey!, lucha; muestra lo que has aprendido; comprobemos si eres un combatiente digno de nosotros y de ser coronado, o tan sólo uno de esos gladiadores desdichados de feria que van por el mundo siendo humillados y derrotados en todas partes.

14. Nunca te vanaglories de lo que no dependa de ti, de un mérito que te sea ajeno. Si un caballo tuviese la capacidad de hablar y dijera: ¡Qué bello soy!, sería, en última instancia, tolerable, pues se ría la verdad dicha por el caballo. Pero que tú te enva-nezcas diciendo: Tengo un hermoso caballo, no lo es. Sin tomar en cuenta que, además, es presumir de bien poco, porque ¿qué hay de tuyo en esto, aparte del mal uso que haces de tu imaginación? Entonces, sólo cuando uti lices tu imagi-nación de acuerdo con la naturaleza podrás presumir y vanagloriarte, pues así te enaltecerás de un bien que en realidad te es propio.

15. La nobleza del ser humano tiene su origen en la virtud, y no en el nacimiento. Tengo más valor que tú porque mi padre fue cónsul y además soy tribuno, y tú no eres nada. Estas son vanas palabras, amigo. Si fuésemos dos caballos y me expresaras: Mi padre fue el más ligero de los caballos de su época, y yo cuento con alfalfa y avena en abundancia, además de con magníficos arneses; te respondería: Creo lo que me dices, pero corramos juntos. ¿Acaso no hay también en el hombre algo que le es propio –como al caballo la velocidad–, algo mediante lo que puede conocerse su calidad y apreciarse su verdadero valor? Y esto ¿acaso no es el pudor, la honestidad y la justicia?... Enséñame, pues, la ventaja que tienes sobre mí en todo esto, muéstrame que como ser humano vales más que yo, y entonces te consideraré superior a mí. Porque si tan solo me dices que sabes rebuznar y dar coces, te responderé que presumes de cualidades propias de un asno o de un caballo, pero no de un ser humano.

De l a fe l i c i da d1. Las cualidades esenciales de la felicidad verdadera son la

duración y la estabilidad; esto es, que dure siempre y que

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ningún contratiempo puede perturbarla. Aquella que no tiene estas características es tan solo una felicidad engañosa.

2. Deberíamos alegrarnos con nuestros semejantes y felicitarnos solamente por las cosas que en verdad son causa de regocijo por serles útiles y honrosas.

3. La felicidad y el deseo no pueden vivir juntos.

4. Tus verdaderos días de fiesta son y deben ser aquellos en que has superado una tentación o te has extirpado, o por lo menos dominado, el orgullo, la temeridad, la maldad, la denigración, la envidia, la obscenidad en el lenguaje, la osten-tación o cualquiera de los vicios que te esclavizan. Esto es lo que debe darte alegría y merecer tus empeños y sacrificios con mucho más motivo que haber obtenido un consulado o el mando de un ejército.

5. Cuando escucho que se considera feliz a alguien porque recibe los favores de un príncipe, inmediatamente cuestiono: ¿Cómo le ha favorecido esto? Ha sido nombrado gobernador de una provincia. Pero, ¿acaso ha obtenido al mismo tiempo lo que se requiere para cumplir cabalmente su misión? Cuando me dicen: Fulano ha sido nombrado pretor, yo pregunto al respecto: ¿Tiene lo necesario para cumplir como se debe con esa función? Porque no son las dignidades las que otorgan la felicidad, sino el buen y acertado desempeño de los cargos que van unidos a ellas.

6. Cuando veas a alguno colmado de honores o alcanzar las más altas dignidades, cuídate mucho de considerarlo, llevado por tu imaginación, como un hombre feliz. Pues, si la esencia del bien verdadero está en las cosas que dependen de nosotros, ni la envidia, ni la emulación, ni los celos podrán echar raíces en ti y no querrás ser general, ni senador, ni cónsul, sino un ser libre. Reflexiona que para alcanzar esta libertad sólo existe un camino: el desprecio de las cosas que no dependen de nosotros.

7. ¿Acaso el caballo es infeliz por no poder cantar? De ninguna manera. Lo sería, si fuera el caso, por no poder correr con

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libertad. ¿El perro es infeliz por no poder volar? Tampoco; lo que quizá lamentase sería la falta de sentimiento. ¿Será desdichado el hombre por no poder despedazar leones o llevar a cabo otras empresas tan grandes y contrarias a su naturaleza? Por supuesto que no, porque no fue creado para tales fines. En cambio, muy desdichado será, y así debe consi-derársele, si pierde el pudor, la bondad, la lealtad, la justicia y todas las excelencias que los dioses imprimieron en su alma.

8. Hércules, sometido a prueba por Euristeo, nunca se consideró infeliz; por el contrario, él llevaba a cabo los dificilísimos trabajos que el tirano le encomendaba con la mayor diligencia y perfección. Entonces, ¿cómo tú, sometido a prueba por los dioses –por esos dioses a quienes debes tanto, comenzando por tu nacimiento– te atreves a lamentarte y dejar oír entre gritos tu desdicha? ¡Qué cobardía! ¡Qué miseria!

9. No hay nada más común que hallar poderosos que creen que lo saben todo, cuando no saben nada e incluso ignoran las verdades más esenciales y elementales. Debido a que nacen en la riqueza y no carecen de nada, no alcanzan a imaginar que pueda faltarles lo que les sobra. Esto es lo que yo le decía en alguna ocasión a uno de nuestros más encumbrados magnates: Ya sé que el príncipe te mira con bue nos ojos, que son muchos y poderosos tus administrados, y que tus amigos son numerosos y principales. Esto quiere decir que siempre dispones de suficientes medios para servir a quienes te lo propongas y para perjudicar a quien así lo desees. De todo esto tengo buen conocimiento. ¿Qué es, entonces, lo que me falta?, preguntó. Justamente lo más importante y necesario para poseer la felicidad verdadera; pues hasta aquí siempre has hecho lo opuesto de lo que se requiere para alcanzarla. No sabes nada de lo que realmente son los dioses y de lo que es el ser humano; ignoras la naturaleza del bien y del mal y, finalmen te, esto es lo que más te sorprenderá, ni siquiera te conoces a ti mismo. ¡Pero, cómo puede ser! ¿Te marchas disgustado por mi sinceridad? ¿Es que te he causado algún mal? ¡Lo único que he hecho es presentarte ante el espejo que te ha reflejado tal cual eres!

10. Conserva bien lo tuyo y no sientas codicia por lo ajeno. Si sigues esta instrucción, nada podrá impedirte el ser dichoso.

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11. Sócrates quería mucho a sus hijos, pero los quería con la clara conciencia de su afecto, y sin olvidar que a quien es necesario amar ante todo es a los dioses. Esa es la razón por la que nunca dijo nada que no fuera digno de un hombre de bien, tanto cuando estuvo en la guerra o en la senaduría, como más tarde delante de sus jueces. Pero a nosotros cualquier cosa nos sirve de pretexto para ser mez quinos y cobardes; ya sea un hijo, una madre o un hermano. Aun así, no deberíamos hacernos desdichados por nadie, sino al contrario, aprovechar a todas las criaturas y hasta a los mismos dioses para ser felices pues, justamente, si nos han creado es para que seamos dichosos.

De l a s r i qu ez a s1. Cada persona tiene en su cuerpo la medida de la riqueza,

igual que su pie tiene la medida del zapato que le conviene. Así, basta atenerse a esta idea para no salirse nunca del punto justo; pero quien la traspasa será desgraciado, pues rodará por una pendiente en la que no habrá nada que pueda detenerlo. Sucede incluso con el calzado, ya que la persona que sobrepasa el que le corresponde, pasará pronto de los zapatos dorados a los purpúreos, y después los deseará bordados; que nunca hay fin para aquel que rebasa lo que le corresponde naturalmente.

2. El ser ricos no está en nuestras manos, pero sí el ser dichosos. Aun más, las riquezas no siempre son un bien, pues suelen ser poco duraderas. En cambio, la dicha que es consecuencia de la sabiduría dura siempre.

3. Una vida que se entrega a las riquezas transcurre en brazos de la pompa y de la excesiva comodidad, y es como una corriente de agua siempre turbia, espumeante, peligrosa, enfangada, violenta, turbulenta y pasajera; mientras que la que se emplea en la virtud es como el manantial de agua perennemente pura, cristalina, sana, fresca e inagotable.

4. Has adquirido muchas cosas magníficas; muchos vasos de oro y plata, muchas cosas ricas, y tú te crees rico. Pero careces de

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lo mejor: de constancia, de sumisión a los mandatos divinos y de la paz de espíritu necesaria para alejar de ti los miedos y sobresaltos. En lo que a mí respecta, aun siendo muy pobre, soy más rico que tú, ya que no me preocupa no tener protector en la corte ni lo que puedan decir de mí al príncipe; a diferencia tuya, no tengo que adular a nadie, y esto representa para mí mucho más que los bienes de que carezco. En lo que a ti respecta, ¿de qué utilidad te son tantos vasos de oro y plata, si todos tus pensamientos, deseos, inclinaciones y actos exponen el barro de que estás hecho?

5. Es igual de dif ícil para los ricos adquirir la sabiduría, que para los sabios adquirir la riqueza.

6. Lo que verdaderamente nos desconsuela no es la miseria, sino la avaricia; igualmente, no son las riquezas las que nos guardan de los mil temores que oscurecen nuestra vida, sino la razón.

7. ¿Apreciarás una víbora por la sola razón de verla en una caja de oro? ¿Acaso dejará de provocarme menos horror y descon-fianza su veneno e innata maldad? Así pues, con el malvado deberás hacer lo mismo, aunque lo veas nadando en riquezas.

8. No es nada razonable decir: Soy mejor que tú porque soy más rico; tengo más valor que tú porque soy más elocuente. Por otro lado, si se quiere hablar razonablemente, es necesario decir: Soy más rico que tú porque hoy mis bienes son superiores a los tuyos; mi elocuencia tiene más valor que la tuya porque tengo mayor facilidad de expresión. Pero, ciertamente, el que hable de aquel modo no podrá presumir con justicia ni de rico ni de elocuente.

9. Recuerda que los personajes relevantes de las tragedias son los ricos, los reyes y los tiranos; en cambio, lo pobres no se incluyen en ella, si acaso, aparecen confundidos con los coros y los danzantes. Sucede con frecuencia que al inicio de las obras los reyes prosperan, pues son respetados y honrados por todos, y en su honor se levantan alta res y sus palacios se engalanan y adornan con guirnaldas; pero al final siempre se les oye exclamar: ¡Oh, Citerea! ¿Por qué me acogiste tan favorablemente?

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10. La sed de un afiebrado es muy diferente de la de una persona sana. En cuanto ha bebido, este último está satisfecho por haber aplacado su deseo; pero el primero, luego de un breve instante de bienestar, sufre mareos, se le agria lo que ha ingerido, tiene vómitos dolorosos y le regresa la sed todavía más abrasadora. Pues bien: algo así le ocurre a quien posee riquezas, honores o una mujer bella con excesivo frenesí. La sed de este infeliz es la sed del afiebrado, de la que surgen los celos, los miedos, las malas palabras, los deseos impuros y los actos obscenos. Tú, mi querido amigo, que antes eras tan comedido y pu doroso, ¿en dónde has dejado tu pudor y tu cordura? En vez de leer a Crisipo y a Zenón, sólo lees libros detestables; en vez de admirar a Sócrates y a Diógenes, y seguir su ejemplo, admiras e imitas a quienes son maestros en el arte estúpido de corromper y engañar a las muje res. Por parecer bello, te acicalas, adornas, tiñes y retocas, como si con eso fuera suficiente; y vistes trajes ostentosos y te arruinas con esencias y perfumes. ¡Ey!, vuelve en ti, lucha contra ti mismo y recupera tu pudor, tu libertad y tu dignidad perdida; en resumen: vuelve a ser hombre. He visto una época en la que si se te hubiese dicho: Fulano va a pervertir a Epicteto haciendo que incurra en adulterio, que caiga en todo tipo de lujos superfluos y que aparezca en público teñido y perfu mado; hubieras corrido a auxiliarme e incluso creo que hubieras estrangulado a quien lo hubiese dicho. Pues bien: no es cuestión ahora de matar, sino de volver a concentrarte en ti mismo, de hablarte a ti mismo. ¿Quién mejor que tú mismo será capaz de convencerte? Entonces, empieza por condenar tu conducta; pero hazlo pronto, antes de que el mal sea ya inevitable.

Del conocimiento de sí mismo1. Amigo mío: reflexiona en primer lugar lo que deseas, y luego

examina tu propia naturaleza para saber si cuentas con la fuerza necesaria para cumplir tus deseos. ¿Quieres ser atleta o gladiador? Entonces observa tus brazos, palpa tus muslos, mira la robustez y la resistencia de tus espaldas, pues no todos nacimos para realizar las mismas empresas. ¿Estás seguro de que eligiendo esta profesión podrás comer como los que la

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practican, beber como lo hacen, y como ellos renunciar a todos los placeres? Se requiere dormir poco, trabajar mucho, dejar padres y amigos, ser juguete de un niño, resignarse a llegar al último a la obtención de cargos y honores. Considera bien todo esto, y decide si a este precio puedes adquirir la tranquilidad, la libertad y la constancia; si no es así, aplícate a cualquier otra actividad y no hagas como los niños; no seas filósofo hoy, sicario mañana, pretor al día siguiente y, finalmente, privado del príncipe. Date cuenta que todas estas cosas se avienen muy mal entre sí. Es indispensable que seas un solo hombre, bueno o malo. Es necesario que te dediques a estudiar lo que convie ne a tu naturaleza y disposición, y que labores por adquirir los bienes interiores o los exteriores; dicho sucintamente, que te presentes con el carácter de un filósofo o con el de un hombre vulgar.

2. Éste quiere ser tribuno; aquél solicita el mando de un cuerpo del ejército; yo no pido y espero otra cosa que ser pudoroso y modesto, porque soy libre y amigo de los dioses, y los obedezco de todo corazón. Por lo tanto, es obligatorio que prescinda de mi cuerpo, de los bienes, de las dignidades, de la reputación y de todo lo que me sea ajeno, porque los dioses quieren que haga caso omiso de todo esto. Pues si su intención hubiese sido distinta, sin dificultad hubie ran hecho que todas estas cosas hubieran sido bienes reales para mí; sin embargo, como lo han dispuesto del modo que es, obedezco con gusto sus órdenes, seguro de que en mi destino no están tales supuestos bienes.

3. No existe ningún hombre que, por naturaleza, no posea cierta idea del bien y del mal, de lo honrado y de lo infame, de lo justo y de lo injusto; de la felicidad y de la desdicha, del cumplimiento de los deberes y de los males de la negligencia. Entonces, ¿cómo es posible que nos equivoquemos con tanta frecuencia al juzgar hechos aislados, relacionados con estas cuestiones? Pues es, simplemente, porque aplicamos mal nuestras ideas comunes y tendemos a juzgar por juicios mal estable-cidos; que es lo mismo que prejuicios. Lo bello, lo malo, lo justo, lo injusto son palabras que todas las personas emplean indistin tamente sin haber aprendido la manera de utilizarlas con razón y ecuanimidad. Y de esto nacen las disputas, las riñas y aun las guerras. Yo opino que esto es justo. Otro contesta que

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es injusto. ¿Cómo nos podemos poner de acuerdo? ¿Qué regla debemos seguir para juzgar con seguridad? ¿La opinión será suficiente para guiarnos? No, puesto que somos dos y tenemos opiniones opuestas. Por otro lado, ¿cómo puede la opinión ser un juez certero? ¿Acaso los locos no tienen su opinión también? Y, sin embargo, forzosamente debe existir una ley para conocer la verdad, porque no es posible que los dioses hayan dejado a los hombres en total ignorancia de lo que deben hacer para regirse. Por lo tanto, debemos buscar esa regla que nos libe rará de caer en el error, y que sanará la temeridad y la locura de la opinión. Esta regla radica en aplicar a la especie las características que se confieren al género, con el fin de que, una vez conocidas y aceptadas esas características por todos los seres humanos, nos sirvan para rectificar los prejuicios que nos hayamos hecho sobre cada caso concreto. Por ejemplo, una vez que la idea del bien ha sido formada, intentamos saber si la voluptuosidad es un bien; entonces, sólo tenemos que analizarla del modo ya dicho, sopesarla en esta balanza. Yo la peso con las características del bien que son mis pesas, y como me parece ingrávida, la rechazo porque el bien es algo muy sólido y de enorme peso.

4. Si en algún momento acusas a la Providencia, vuelve inmedia-tamente en ti y verás cómo la justificas. ¿En qué consideras que el malvado tiene más ventajas que tú? ¿Quizá porque sea más rico? Si esta es una razón, analiza su interior, observa qué vida lleva y comprobarás cuánto te pesaría ser lo que es él. Esto mismo le decía hace unos días a un joven que se sentía irritado por la creciente prosperi dad de Filostorgo: ¿Te acostarías con Sura con tal de estar en su po sición? ¡Qué los dioses no lo permitan! ¡Primero muerto! Y entonces, ¿por qué te molesta que Filostorgo se cobre lo que vende a Sura? ¿Por qué lo consideras feliz si lo que posee son cosas que tú detestas? ¿Acaso la Providencia no te ha favorecido más que a él porque te ha dado lo mejor que te podía dar? ¿No vale la sensatez todo el oro del mundo? Vamos, vamos y no te quejes, que tú eres quien posee lo más precioso.

5. ¡Qué ciego e injusto eres! En ti está depender únicamente de ti mismo, pero te esfuerzas en depender de un millón de cosas que te son ajenas y que te apartan de todo bien verdadero.

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50 Máximas de Epicteto

Del propio perfeccionamiento1. Te vas a Roma y emprendes tan largo viaje para obtener en tu

pa tria un empleo más lucrativo que el que desempeñas. Pero, dime, ¿alguna vez has emprendido algún viaje para mejorar tus opiniones y sentimientos? ¿Pensaste en consultar a alguien por lo menos una vez para corregir tus defectos? ¿En qué tiempo y a qué edad te has dado a la tarea de analizar tus opiniones? Haz un repaso de los años de tu vida y te darás cuenta que siempre has hecho lo mismo que ha ces hoy.

2. ¡Qué no hará un banquero para analizar el dinero que recibe! Aguza todos sus sentidos: la vista, el tacto, el oído, todos. Y no conforme con hacer sonar la moneda una o dos veces, a fuerza de estudiar sus sonidos se convierte en casi músico. Así es: todos somos banqueros en lo que nos interesa; para no ser engañados, ponemos en juego toda la atención y toda la apli-cación. Pero si se trata de nuestro razonamiento, de analizar nuestros juicios y opiniones para evitar ser engañados, entonces nos volvemos flojos y descuidados como si esto no nos interesara; y es que no sabemos apreciar los daños que un descuido tal nos genera.

3. Estamos hechos de dos naturalezas completamente dife rentes: de un cuerpo que nos es común con los animales y de un espíritu que nos es común con los dioses. Sin embargo, algunas personas se inclinan hacia el primer parentesco, si se le puede llamar así, un parentesco desgraciado y muerto; otras tienden hacia el segundo, que es feliz y divino. A esto se debe que unos piensen noblemente, mientras los demás –la gran mayoría– sólo engendran pensamientos ba jos e indignos. En lo que a mí me toca, ¿qué soy? Un pobre desgraciado, y las carnes que conforman mi cuerpo son algo enfermizo y misera ble. Pero existe algo en mí mucho más noble que esta carne. Entonces, ¿por qué, alejándome de aquel tan alto principio, doy a lo bajo, a la carne, tanta relevancia? Esta es la pendiente por donde se permiten resbalar casi la totalidad de los seres humanos; y esta es la razón por la que existen entre ellos tantos monstruos, tantos lobos, tantos leones, tantos tigres y tantos cerdos. Es por eso que deberás tener mucho cuidado y procurar no aumentar el número de los brutos.

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51Máximas

4. El verdadero bien del hombre siempre está en la parte que lo distingue de las bestias. Por lo tanto, conviene que esta parte esté bien asistida y fortalecida, y que las virtudes sean sus guar-dianes avanzados, para rechazar adecuadamente al enemigo y poder vivir con toda seguridad exento de temores.

5. Depende de ti sacar partido de todo lo que suceda. Entonces, no digas nunca: ¿Qué sucederá? ¿Qué puede importarte lo que acaecerá cuando puedes hacer buen uso de ello y sacar provecho, cuando incluso un contratiempo puede transfor-marse para ti en un manantial de dichas? ¿Acaso Hércules dijo en algún momento: “Dioses, no permitan que un león o un gran jabalí se crucen en mi camino, ni que tenga que luchar con hombres monstruosos y feroces”? Entonces, no debes preocuparte. Si un espantoso jabalí se cruza en tu camino, más grande será el combate y más glorioso el triunfo. Si te toman por sorpresa hombres inmensos y feroces, mayor será tu mérito si logras librar al universo de su presencia. Pero, ¿y si mueres en la batalla? ¿Qué importa? ¿Acaso no morirás como un héroe? ¿Se puede desear correr con mejor suerte que eso?

6. Graba bien en tu pensamiento la idea de la muerte, la del destierro y todas las cosas que son terribles y desgraciadas para que nunca te asalten pensamientos bajos ni desees nada con exceso.

7. Recuerda que eres actor en una obra, ya sea corta o larga, cuyo autor te ha dado un papel determinado. No importa si ese papel es el de mendigo, el de príncipe, el de cojo o el de un individuo cualquiera: procura llevarlo a cabo siempre lo mejor que puedas. Porque si, en verdad, no depende de ti elegir el papel que has de representar, sí el representarlo apropiadamente.

8. Si deseas no ser derrotado nunca, lo único que tienes que hacer es elegir batallas en las que el salir victorioso depende exclusi-vamente de ti.

9. Si te propones ejecutar un papel superior a tus fuerzas, no sólo lo desempeñarás mal, sino que dejarás de representar el que hubieras ejecutado bien.

10. Lo que más codicias es vivir en magníficos palacios, rodearte de numerosos siervos, vestirte con fastuosidad, poseer esplén-

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52 Máximas de Epicteto

didas carrozas, caballos majestuosos y lujosos perros de caza, y estar acompañado de comediantes y músicos. ¿Crees que te envidio algo de todo eso? Al contrario, dime si has cultivado tu entendimiento. ¿Te has preocupado por tener juicios y opiniones sanas? ¿Alguna vez te has interesado por la verdad? Y si no has hecho nada de esto, ¿por qué te enoja que yo tenga ventaja en todo lo que tú has descuidado? Es que lo que deseas es algo extraordinario y desacostumbrado, dirás tú. Me complace que lo reconozcas; pero, ¿quién te impide lograrlo? En vez de monteros, músicos y cómicos, hazte acompañar de personas jui ciosas. Nadie más adecuado que tú puede procurarse más libros, instructores y el tiempo necesario para estudiar. Comienza a hacerlo; comienza y entrega a tu razón parte del tiempo que te sobra y desper-dicias. Elige; y si continúas ocupándote en cosas puramente exteriores, indu dablemente llegarás a tener muebles más valiosos y más raros que otros; pero tu pobre inteligencia estará abandonada, y terminará siendo un mueble más. ¡Pero qué inútil, torpe y desagradable!

11. Tu fortuna ha sufrido reveses, no has podido asistir a tales juegos o tal concierto y no has podido disfrutar ciertos placeres; y estas pérdidas te duelen tanto, que te muestras inconsolable. En cambio, tras haber perdido la fidelidad, el pudor, la dulzura o la modestia, te muestras tan tranquilo como si nada hubieses perdido. Y, aún así, perdemos los bienes exteriores por causas ajenas a nosotros, o sea, de modo invo-luntario, y por esa razón no es vergonzoso perderlos. Por otro lado, los bienes interiores los perdemos por nuestra propia culpa; y si no poseerlos es vergonzoso y reprochable, más lo es poseerlos y dejarlos perder.

12. Es completamente natural que el que se entrega en cuerpo y alma a algo, tenga ventaja sobre el que no se preocupa de ello. Unos se esfuerzan toda su vida en prosperar a costa de acumular riquezas; desde que se levantan sólo piensan en la manera de ganar a algún servidor estimado o a algún favorito del monarca, y para lograrlo se arrastran a sus pies y los llenan de regalos. Luego, en sus oraciones y sacrificios únicamente piden a los dioses que les concedan el don de caerles en gracia. Por las noches, estas personas hacen el

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53Máximas

siguiente o parecido examen de conciencia: ¿Qué he hecho el día de hoy? ¿He olvidado algo de lo que debía? ¿Pasé por alto algún halago que le hubiese agradado? ¿Dije, quizá impruden-temente, alguna verdad que pudo molestarle? ¿He dejado de aplaudir alguno de sus defectos, de alabar alguna de sus injus-ticias o de dar mi aprobación a las malas acciones que ha cometido? Y si, casualmente, ha pronunciado alguna palabra digna de un hombre honrado y libre, se recrimina, arrepiente y se cree perdido. Esta es la manera que tiene para prosperar y acumular riquezas.

En cambio, tú no halagas ni adulas a nadie; cultivas tu alma, te esfuerzas por adquirir conocimientos sabios y tu examen de conciencia se parece al siguiente: ¿He descuidado algo de lo que favorece la verdadera felicidad y es, al mismo tiempo, grato a los dioses? ¿He faltado a la amistad, a mis semejantes o a la justicia? ¿He dejado de cumplir con mi deber de persona honrada? Teniendo deseos tan opuestos, sentimientos tan contrarios, una intención y reglas tan diferentes, ¿podrás angustiarte por no igualar a aquellos en riquezas? Porque no dudes que lo menos que provocas en ellos es envidia. Esto se debe a que ellos, inmersos en la ceguera y en la ignorancia, creen fijamente disfrutar de los verdaderos bienes, y que tú no estás suficientemente iluminado ni tienes suficiente firmeza en tus principios para ver y saber que toda la felicidad está de tu parte.

13. Tu misión no es librar a la tierra de monstruos porque no naciste Hércules ni Teseo; pero puedes seguir su ejemplo librándote tú mismo de los formidables monstruos que hay dentro de ti. En tu interior hay un león, un jabalí, una hidra; entonces, intenta dominarlos. Date a la tarea de dominar el dolor, el miedo, la codicia, la envidia, la maldad, la avaricia, la pereza y la gula. El único medio de derrotar a estos monstruos es tener siempre muy presentes a los dioses, mostrarles afecto y fidelidad y obedecer ciegamente sus mandatos.

14. Deshazte del yugo y, una vez libre de esclavitudes, alza los ojos al cielo y di a tu dios: Sírvete de mí, Señor, como mejor te plazca; no he de rechazar nada de lo que te sirvieres enviarme; es más, justificaré tu conducta a los ojos de los demás seres humanos.

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54 Máximas de Epicteto

15. En vez de frecuentar a un rico, frecuenta a un sabio. La conducta de éste nunca te hará ruborizar, y jamás regresarás a tu casa sin haber aprendido algo. Si dudas de lo que te digo, sólo tienes que hacer la prueba. Hazla, que de ningún modo es vergonzoso, sino todo lo contrario.

16. Recuerda en todo momento que debes comportarte en la vida como en una fiesta. Si llega un plato hasta ti, extiende la mano con decencia y sírvete con moderación. Si te lo retiran, no intentes impedirlo. Si tardan en dártelo, modera tu deseo y espera tranquilo a que llegue. Haz lo mismo con tus hijos, con tu esposa, con los cargos y dignidades y con las riquezas, y te harás digno de ser admitido en la mesa de los mismos dioses. Aún más: si cuando se te ofrece todo aquello, lo rechazas y desprecias en lugar de tomarlo, no solamente serás invitado de los dioses, sino muy semejante y digno de reinar con ellos. Diógenes, Heráclito y algunos otros pocos llegaron de este modo a ser semidivinos y así fueron reconocidos por los demás.

17. Un niño mete la mano en un frasco de abertura angosta que contiene golosinas, y tantas coge que luego no puede sacarla, viéndose obligado, entre lágrimas, a soltar la mayor parte para lograrlo. Tú eres este niño: deseas mucho y no puedes conse-guirlo. Desea menos, modera tu ambición y tus deseos se verán colmados.

18. Cuando se avientan higos y avellanas a la plebe, los jóvenes se golpean y empujan para cogerlos, pero los hombres no prestan ni la mínima atención a ello. Distribuyen gobiernos de provincias, reparten pretorías y consulados, y los hombres se convierten en niños por atrapar lo que, bien considerado, no vale más que aquellos higos y avellanas. En mi caso, si algo cae en los pliegues de mi vestido casualmente, lo tomo y me lo como. No lo desprecio, pero no tengo por qué empujar a nadie ni tampoco agacharme para recogerlo.

19. Estés solo o acompañado f íjate siempre una regla de conducta que imprima en ti un carácter indeleble y jamás impugnado.

20. No te rías mucho tiempo, ni a menudo, ni excesivamente.

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55Máximas

21. Evita comer fuera de tu casa y aléjate de los banquetes públicos. Pero, si las circunstancias te obligan en algún momento a incumplir este propósito, intenta con ahínco no caer en los bajos modales de la plebe. Porque es verdad que si uno de los comensales es sucio, inevitablemente manchará al que esté a su lado, aunque éste haga todo lo posible por evitarlo.

22. Cuídate de usar continuamente incluso las cosas necesarias al cuerpo, a menos que las necesidades del alma lo exijan; estoy hablando de la comida, de los vestidos, de la habitación, de la servidumbre, etc. Y, por supuesto, rechaza lo que la voluptuo-sidad y la vanidad te pidan.

23. Siempre que puedas, esfuérzate por guardar silencio, por hablar solamente lo necesario, e incluso esto con las menos palabras posibles. Si realmente habláramos sólo cuando fuese necesario, rara vez despegaríamos los labios. Pero, en especial, abstengámonos de las conversaciones triviales y comunes, como son las luchas de gladiadores, las carreras de caballos, las hazañas de los atletas, la comida o la bebida y los vestidos: los hombres vulgares acostumbran hablar de todos estos temas. Y menos aún debemos de hablar de los hombres, ya sea para deni-grarlos o alabarlos o para establecer comparaciones en tre ellos.

24. Siempre que te sea posible, intenta que la conversación de tus amigos recaiga sobre asuntos razonables, decentes y dignos. Cuando te encuentres entre extraños, lo más prudente es guardar silencio.

25. Reúnes en ti distintas cualidades, y cada una de ellas demanda el cumplimiento de deberes específicos. Por supuesto, eres hombre, ciudadano del mundo, hijo de los dioses y hermano de todos los demás seres humanos. Aparte de todo esto, puedes ser senador o desempeñar algún otro cargo, ser joven o viejo, padre, hijo o esposo. Así pues, reflexiona sin prisa a lo que cada uno de estos títulos te obliga y procura no deshonrar ninguno.

26. Te falta lo necesario para vivir, y me preguntas si para no desfa-llecer de hambre debes rebajarte hasta aceptar los oficios más des preciables. ¿Qué puedo responderte a esto? Hay personas

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que prefieren ejercer los oficios más bajos a morirse de hambre; hay otras para quienes lo indigno es totalmente intolerable. Por eso, no debes consultarme a mí sobre esto, sino a ti mismo.

27. Los seres humanos se fijan un precio ellos mismos –alto o bajo, según consideren–, y nadie vale sino lo que se hace valer. Por lo tanto, en tus manos está tasarte como libre o como esclavo.

28. Tienes preferencia por parecerte a la mayoría de los hombres, igual que un hilo de tu túnica se asemeja a los demás hilos que la conforman. Mi proceder es otro muy distinto: yo prefiero parecerme a esa franja de púrpura que no sólo resplandece por sí misma, sino que embellece la túnica sobre la que está colocada. ¿Por qué, entonces me aconsejas que sea como los demás hombres? Si fuese como el hilo, no sería como la púrpura.

29. Esta es una bella frase de Agripino: Jamás seré un obs táculo para mí mismo.

30. ¿Qué esperas para juzgarte digno de grandes empresas y para tener la postura de no herir nunca la recta razón? ¿Acaso no conoces ya los preceptos que debías aceptar y que has aceptado? ¿Por qué, entonces, vas demorando siempre el instante de corregirte, como si esperaras la llegada de un maestro que nunca llega? Piensa que ya no eres un niño, sino un hombre. Si te olvidas, si te distraes, si amontonas una reso-lución sobre otra, si pospones el día en que te ocupes de ti, pronto llegarás a una edad en que, a pesar tuyo, no habrás progresado nada. Así perseverarás en tu ignorancia toda la vida, incluso después de muerto. ¡Ánimo, pues! Comienza a juzgarte desde este día digno de vivir como un hombre; pero como un hombre que ya ha hecho algunos adelantos en el terreno de la sabiduría y, que desde este instante, todo lo que te parezca verdaderamente hermoso y bueno sea para ti como ley inviolable. Y si algo ingrato o agradable, vergonzoso o glorioso se te ofrece, recuerda que existe el combate abierto, que los juegos olímpicos te llaman y que no es momento de retroceder. Y no olvides que de un solo instante, de un solo acto de valentía o cobardía depende tu triunfo o tu derrota. Este es el modo en que Sócrates pudo alcanzar la perfección;

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57Máximas

así: haciendo que todas las cosas sirvieran a su fin y per feccionamiento, y solamente siguiendo y obedeciendo a la razón. Y, a pesar de que no eres Sócrates, no debes dejar de vivir con el firme propósito de llegar a serlo.

31. Como has nacido de padres nobles, estás tan hinchado de tu nobleza que no paras de hablar de ella y de marear con ella a toda la gente. Al contrario, olvidando que llevas en ti mismo la divinidad –paternidad común y por excelencia de todos–, dejas al olvido esta verdadera nobleza y terminas por ignorar tu origen y tu verdadero abolengo. Y, aun así, esto es lo que más presente deberías tener en cada instante de tu vida. Reflexiona sobre lo que, para no olvidar, deberías repetir te conti nuamente: Habiéndome creado la divinidad, está en mí y la llevo conmigo siempre y a donde vaya. ¿Cómo podré, entonces, ensuciarla con palabras obscenas, acciones viles y deseos infames?

32. Si los dioses hubiesen ordenado que custodiases a un pupilo, tendrías el máximo cuidado con él, y de todas formas procurarías que tan sagrada encomienda fuese respetada. Pues bien: reflexiona que te han hecho custodio de ti mismo y que te han dicho: No creemos poderte confiar a un tutor más leal y atento que tú mismo; consérvanos, pues, conservándote, este hijo tal cual es naturalmente; es decir, pudoro so, fiel, valiente, magná- nimo y libre de pasiones y miedos. Esto te han di cho los dioses, y tú lo has dejado olvidado. ¡Qué ineptitud! ¡Qué crimen!

33. No tengo duda alguna de que te avergonzaría cometer actos deshonestos delante de una estatua de los dioses. ¿Cómo, entonces, si te ven y oyen todo el tiempo, no te ruboriza y asusta tener pensamientos obscenos y hacer actos impuros que los hieren, los deshonran y los apenan? ¡Ay, enemigo de los dioses! ¡Cobarde! ¡Miserable, que echas al olvido tu natura- leza divina!

34. Si fueras una estatua de Fidias –su Minerva o su Júpiter– y tuvieses conciencia, te cuidarías bien, al recordar al artista que te creó, de hacer algo que fuera indigno de él y de ti; por nada en el mundo desearías aparecer en un estado indecente que deshonrase tu hermosura. Entonces, ¿no entiendes que al no preocuparte por el estado en que te presentas ante los dioses,

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58 Máximas de Epicteto

estás deshonrando la mano que te ha formado? Y, sin embargo, ¡qué diferencia entre obrero y obra, y entre obra y obra!

35. Si alguien entregara tu cuerpo a la merced del primero que pasase, te molestarías. Pues, ¿cómo no te da vergüenza entregar tu alma al primer advenedizo?

36. Cuando hagas algo, convencido de que es tu deber hacerlo, no busques maneras de evitar que vean que lo haces, por desventajo so que pueda ser el juicio que el público forme de ti y de tu acción. Porque si la acción es mala, lo único que debes es dejar de hacerla; pe ro si es buena, ¿por qué has de temer a quienes te condenan sin razón?

37. ¿Qué hombre es invencible? Solamente aquel que es inamo-vible en sus convicciones y que no vacila por ninguna de las cosas que dependen de nosotros. Únicamente este hombre debe ser admirado como un verdadero atleta. No es suficiente haber sostenido un combate victorioso, es necesario sostener un segundo; no es suficiente resistir la tentación del oro, si no se resiste la de la carne; no basta sostenerse a plena luz y cuando los ojos de los demás están fijos sobre nosotros, es necesario hacerlo a solas y en la oscuridad de la noche. Hay que resistir a la gloria como a la calumnia y a la miseria, al halago y a la muerte. En resumen: hay que salir victorioso siempre, hasta en los sueños. Éste y no otro es el atleta que yo busco.

38. ¿Hércules hubiera sido el mismo sin los leones, los tigres, los jabalíes, los bandidos y demás monstruos de que libró a la tierra? Y si estos monstruos no hubieran existido, ¿de qué hubieran servido sus musculosos brazos, su enorme fuerza, su valentía siempre creciente, su paciencia a prueba de todo y sus demás virtudes?

39. Si te es posible, no jures; si no tienes otra opción, hazlo, pero sólo cuando las circunstancias lo exijan imperiosamente.

40. Cuando estés obligado a sostener una conversación con un personaje de alto rango, imagina lo que en una circunstancia similar hubiera hecho Sócrates o Zenón. De esta manera no te

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59Máximas

sentirás perturbado ni cohibido para hacer lo que debas, y para hacer uso conveniente de lo que se presente.

41. Cuando vayas a pedir algo de una persona poderosa, intenta convencerte de antemano de que no la hallarás, de que no querrá atenderte e incluso de que te despachará con cajas destem-pladas sin mirarte a la cara siquiera. Si todavía después de esto el deber te obliga a seguir adelante, sufre con paciencia lo que te suceda y no digas después que no valía la pena haber ido, pues decir esto es propio del vulgo, sólo digno de aquellos para quienes las cosas exteriores tienen sobrado valor.

42. En conversaciones comunes, cuídate mucho de hablar de ti y no te complazcas, si la ocasión no lo amerita, en relatar tus proezas y los peligros y vicisitudes que hayas corrido, pues aunque para ti sea agradable contarlo, para los demás es ingrato escucharlo.

43. Y ten más cuidado todavía con hacer el papel de gracioso, pues es un oficio muy desairado y un camino tan resbaladizo que conduce insensiblemente a la burla y a la liviandad; eso provoca que los demás pierdan el respeto y consideración hacia quien lo hace.

44. Es igualmente peligroso dejarse llevar por las conversa ciones obscenas. Así que cuando te veas forzado a escucharlas, no desperdicies ninguna oportunidad de manifestar tu disgusto a quien la haya fomentado. Si no lo puedes hacer, por lo menos guarda silen cio absoluto, dejando entender por tu ceño y por la gravedad de tu expresión el profundo desagrado que ese tipo de conversaciones te producen.

45. Cuando acudes a ver a un príncipe o a un magnate, palideces, tiemblas, te aturdes. ¿De qué manera me recibirá? ¿Cómo me escuchará?, te preguntas. ¡Insensato! Te recibirá y te escuchará como mejor le parezca. Pero si recibe mal a un hombre sensato, peor para él, pues no serás tú quien pague por la falta cometida por otro. Pero, ¿cómo le hablaré? Háblale como gustes, sin preocuparte de su grandeza. ¿Y si me turbo en su presencia? ¿Y por qué habrás de hacerlo? ¿Acaso no sabes hablar con discreción, prudencia, palabra libre y honesta? ¿Por qué has de

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60 Máximas de Epicteto

temer a otro hombre? Zenón no temía a Antígono; en cambio, Antígono, con todo su poder, le temía a él. Sócrates no se turbó en absoluto ante sus jueces, ni cuando habló antes con los tiranos. Diógenes tampoco se turbó al hablar con Alejandro, ni con Filipo, ni con los corsarios ni con el amo que lo había comprado.

46. Recuerda siempre la valentía de Laterano. Cuando Nerón le envió a su Liberto Epafrodito para que lo interrogase sobre la conspiración en la que estaba comprometido, Laterano contestó simplemente al liberto:

—Cuando tenga algo que decir, se lo diré a tu amo y no a ti.

—Pues serás encarcelado.

—¿Y crees que eso será capaz de entristecerme?

—Irás al destierro.

—¿Y quién me impedirá partir cantando, lleno de esperanza y alegre por mi suerte?

—Serás condenado a muerte.

—En todo caso no moriré gimiendo ni lamentándome.

—¡Ey!, dime tu secreto.

—No lo diré. Como esto depende exclusivamente de mí, nada sabrás.

—Pues mandaré que te llenen de cadenas.

—¿Qué dices? ¿Me amenazas con encadenarme? ¿A mí? ¡Qué ilusión! ¡Prueba, infeliz, a ver si lo consigues! ¡Te desaf ío! Quizá consigas cargar de hierros a mis piernas y a mis brazos; pero a mí, a mi voluntad… ¡Eso ni el mismo Júpiter podría!

—Ahora mismo te haré degollar.

—¿Alguna vez he dicho yo que mi cabeza tuviese el privilegio de no poder ser cortada?

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Los hechos correspondieron a palabras tan valerosas. Llevado al suplicio y no habiendo sido el primer corte lo bastante fuerte como para decapitarlo, flaqueó un instante; pero inme-diatamente repuesto, tendió nuevamente el cuello con la mayor firmeza.

47. Si te vieses preso y en vísperas de ser juzgado por una acusación grave, ¿podrías aguantar que un hombre viniera a decirte: ¿Quieres que te lea unos versos que compuse? Tú le contestarías: Amigo mío, ¿por qué vienes a importunarme con tal despropósito? ¿Crees que me falta en qué pensar? ¿Ignoras que mañana voy a ser juzgado? Pues es menester que sepas que Sócrates, preso y en vísperas de ser condenado, ¡componía himnos!

48. En tu patria disfrutabas de muchos placeres que ahora has perdido, pero te queda el placer de pensar que obedeces a los dioses, y que hoy cumples ciertamente con los deberes del hombres sabio y bueno. ¿Y qué mejor que poder afirmar lo siguiente?: Actualmente, los filósofos enseñan grandes cosas en sus escuelas; ellos explican los deberes de los hombres honestos, en cambio yo los practico. Yo no instruyo con mi palabra, sino con mis propias virtudes. ¡Es mi propio pane-gírico el que, sin saberlo, están haciendo! Porque justamente lo que ellos enseñan es lo que yo estoy realizando.

49. Los sicarios y satélites armados de espadas y lanzas son los que hacen que los tiranos aparezcan como seres formidables y temidos. Sin embargo, un niño se acerca a ellos y no siente miedo alguno. Y la razón es porque el niño desconoce el peligro. Entonces, tú lo único que debes hacer es desconocerlo para despreciarlo.

50. Antes de llevar a cabo cualquier acción, reflexiona con dete-nimiento qué es lo que la precede y qué debe seguirla; solamente después de haber hecho este examen debes llevarla a cabo. Si no te con duces de este modo, sentirás placer momentáneo en todo lo que hagas sin considerar los resul-tados posteriores; pero éstos llegarán y la vergüenza y la confusión se apode rarán de ti.

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62 Máximas de Epicteto

51. ¿Qué hace el viajero prudente cuando escucha decir que los caminos por los que habrá de pasar están plagados de bandidos? Evita continuar su viaje solo y se agrega a la comitiva de algún embajador, cuestor o procónsul; y gracias a esta precaución termina su viaje sin contratiempos. Igualmente hace el sabio en la ruta tan peligrosa de la vida. Éste está plagado de bandidaje, de tiranía, de ambiciones, de ruinas y calamidades. ¿Cómo no ha de sucumbir el que lo transite si se abandona a sí mismo? ¿Se acercará, pues, a un magistrado, a un cónsul o a un pretor? ¡Desdichado si eso hiciese, pues estos son los peores enemigos! Se une a compañeros seguros, leales, incapaces de dejarse sorprender; y estos compañeros son los dioses. Así pues, a ellos se junta, y caminando con ellos pasa dichosamente a través de todos los obstáculos de esta vida.

52. Igual que cuando caminas tienes cuidado de no poner el pie encima de un clavo ni de dar un paso en falso, igualmente debes evitar arruinar la parte principal de ti mismo, que es la que te dirige. Si en cada acto de la vida nos condujéramos de este modo, con mayor seguridad andaríamos.

53. Es conveniente analizar las palabras y los actos de los hombres, no para satirizarlos, sino para aprender a sus expensas y tomarlos de ejemplo. Al observar sus fallas hay que decirse: ¿Cometeré yo las mismas? Si es así, ¿cuándo dejaré de hacerlo? ¿Cuándo me corregiré? Y cuando, avergonzados, nos hayamos corregido, agradezcamos a los dioses por ello.

54. No te envanezcas porque te hayas hecho el hábito de lle var una existencia frugal y de tratar a tu cuerpo con rigor; si sólo be bes agua, no vayas pregonándolo por todos lados. Si deseas, para tu satisfacción propia, ejercitarte en la paciencia y en la tolerancia, cuando la sed te aflija, llénate la boca de agua y luego escúpela sin que na die lo sepa.

55. Antes de realizar algo, sea lo que fuere, medita y piensa bien qué es lo que vas a llevar a cabo. Si, por ejemplo, vas a tomar un baño, reflexiona lo que sucede en los baños: que uno remoja a otro, que a alguien lo insultan, que aquél empuja, que al otro le roban. Así serás más cauto y afirmarás que mejor que

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63Máximas

bañarse es conservar nuestro verdadero tesoro: la indepen-dencia. Y lo mismo deberás hacer en cada situación, para que en cada contratiempo puedas decirte: Sí, quería tomar un baño: pero también, y en primer lugar, conservar mi libertad y mi independencia, lo que sería dif ícil si me perturbara.

56. No es en absoluto necesario asistir regularmente a los teatros y juegos públicos. Si alguna vez asistimos, cuidémonos de declararnos partidarios de alguno de los campos. Conser-vemos el favor y el entusiasmo para nosotros mismos. Conformémonos con ser meros espectadores de lo que ocurra, permitiendo sin enojo que el triunfo sea de quien lo ha alcanzado. Esta es la única manera de no enojarnos ni contrariarnos nunca. Tampoco debemos proferir exclama-ciones, carcajadas, ni palmotear y gesticular. Una vez fuera de aquel sitio, no nos complazcamos en charlas sin medida de lo que hemos presenciado, porque eso no modificará nuestro modo de ser ni nos hará mejor de lo que somos. Estas inter-minables conver saciones sólo demostrarían que una cosa tan nimia y fútil como un espectáculo de circo había inundado totalmente nuestra atención.

57. No acudas a las lecturas y declamaciones a las que se aficiona cierto tipo de gente. Pero, si a tu pesar, te vieras obligado a asistir, mantén la gravedad y la moderación, e incluso cierta dulzura que no deje entrever ni malestar ni fastidio.

58. La señales inequívocas de que un ser humano adelanta en el camino de la sabiduría son: el no censurar ni alabar a nadie; el no quejarse ni acusar a nadie; el no hablar de los demás; el no censurar ni culpar a otro de los impedimentos a sus deseos; el burlarse en secre to de quienes le alaban y halagan; el no intentar justificarse y ensalzar si lo reprenden, más bien, callar como el convaleciente que teme estropear el inicio de su curación con una imprudencia; el haber ex tirpado todo tipo de deseos y el haber renunciado totalmente a to do lo que no depende de nosotros; el cuidar que todos sus impulsos sean moderados y sumisos; en no afligirse si lo tratan de necio o ig norante; en resumen: el estar siempre en guardia contra sí mismo, como contra quien continuamente le tiende lazos y es su enemigo más peligroso.

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64 Máximas de Epicteto

59. Si muy temprano en la mañana ves a alguien entrar en el baño, no digas que hace mal en meterse al agua antes de tiempo. Simplemente di que se baña a destiempo, pero sin ponerte a juzgar si hace bien o mal. Si una persona bebe mucho, no digas que hace mal, simplemente que bebe mucho. Porque si no conoces la causa que lo lleva a actuar, ¿cómo te atreves a decir que obra mal? No juzgues, pues, de esta manera, ya que puede ser que veas una cosa y juzgues otra.

60. Si surge la ocasión de hablar frente a ignorantes de algún asunto de verdadera relevancia, cuídate de hacerlo, porque es verdaderamente riesgoso lanzar, de buenas a primeras, una opinión sobre lo que no se ha meditado. Y si alguien te acusase de ignorante debido a tu silencio, la prueba para que sepas si comienzas a ser filósofo es que ese repro che no te moleste ni incomode. Las ovejas no enseñan a sus pastores lo que han comido, sino que, después de haber digerido adecuadamente lo que han comido, les dan su leche y su lana. De la misma forma, tú no debes malgastar hermosas máximas entre ignorantes; es mejor que, una vez que las hayas digerido bien, las expreses mediante actos convenientes.

61. ¿Cómo es que los ignorantes siempre son más fuertes que ustedes en las disputas y acaban por reducirlos a silencio? La respuesta es sencilla. Aunque ellos profesan errores, están firmemente convencidos de ellos, mientras que ustedes tienen un convencimiento débil de sus verdades. Como no surgen de su corazón, sino de sus labios, son débiles y apagadas. Es por eso que esa frágil y enclenque virtud que predican se expone continuamente a la burla pública y se derrite, en cuanto la atacan, como la cera con los rayos del sol. Aléjense, pues, del sol mientras sólo tenga opiniones de cera.

62. Un citarista sólo necesita pulsar el laúd para saber que está desafinado, y lo afina fácil y prontamente. Así, para vivir con seguridad entre los hombres, el sabio debe poseer el arte de hacer con ellos lo que el citarista hace con las cuerdas de su instrumento: observar cuáles están desafinadas y ponerlas a diapasón. Sócrates poseyó este arte en grado insuperable.

63. Si quieres progresar en el estudio de la sabiduría, no temas pasar por imbécil o insensato en las cosas exteriores.

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65Máximas

64. No intentes pasar por sabio, y si algunas personas te consi-deran así, desconf ía de ti mismo. Pues debes saber que no es fácil conservar la propia voluntad estando de acuerdo con las cosas exteriores; obligadamente, de atender a éstas, descui-darías aquéllas.

65. Acabas de reprender a tus criados por sembrar el desorden en tu casa, por molestar y escandalizar a tus vecinos, y luego vienes, como si fueses un hombre sensato, equilibrado y prudente, a oír cómo habla un filósofo sobre los deberes del hombre y de la naturaleza de las virtudes. Debes saber que todos estos nobles preceptos te son infructuosos, porque como no vienes a oírlos en la disposición requerida, te irás como has venido.

66. Compongo bellos diálogos, escribo buenos libros. ¡Ay, amigo mío! Preferiría que me comprobases que sabes dominar tus pasiones, moderar tus deseos y someter a la verdad todas tus opiniones. Demuéstrame que no temes ni la cárcel, ni el destierro, ni el dolor, ni la pobreza, ni la muerte. Si no es así, creo que a pesar de los más bellos libros que pudieras escribir, eres un ignorante.

67. ¿Cómo es tu vida? Luego de haber dormido bien, te levantas a la hora que quieres, bostezas, te entretienes y te lavas la cara. Más tarde, tomas cualquier libro para matar el tiempo, o escribes alguna minucia para hacerte admirar. Después sales a visitar a alguien, a pasear o a divertirte. De vuelta en tu casa, te bañas, cenas y te acuestas. Luego… Pero no, no revelaré el secreto de las oscuridades, porque es demasiado fácil adivinarlo. Y a pesar de tu epicúreo comportamiento de libertino, hablas inten tando imitar a Zenón y a Sócrates. Querido amigo, cambia de costumbres o de lenguaje. Quien usurpa engañosamente el título de ciudadano romano es castigado severamente; el que usurpa el gran título de filósofo, ¿lo hace impune mente? No; porque con traría a las inalterables leyes de los dioses, según las cuales el castigo debe ser proporcionado al delito.

68. Los hábitos contraídos no se corrigen sino con costumbres opuestas. Si te acostumbras a la voluptuosidad, tendrás que domi-narla mediante el dolor. Si tu vida transcurre en la holganza, te será necesario entregarte al trabajo. Si eres colérico, habrás

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66 Máximas de Epicteto

de sufrir pacientemente las injurias. Si te has entregado a la bebida, tendrás que abstenerte y sólo beber agua. Y si así obras con todos los vicios que tengas, pronto verás que no has trabajado en vano. Pero no seas imprudente exponiéndote a la recaída antes de estar muy seguro de ti mismo, pues en circunstancias así, la lucha es aún muy desequilibrada y el enemigo que te venció tantas veces volverá a derrotarte.

69. No te debe ser indiferente con quien tratas en tu vida. Si frecuentas a una persona viciosa, salvo que tengas dominio absoluto de ti mismo, es más fácil que te corrompa a que tú la corrijas. En el comercio con los ignorantes hay mucho peligro, por eso es necesario obrar en él con gran prudencia y sabiduría.

70. Ejercítate permanentemente contra las tentaciones y los deseos, y observa tus impulsos considerando si son o no verdaderos caprichos y afanes de enfermo. Filosofa solamente para ti mismo, sin que los demás se den cuenta de ello. De este modo se templan los caracteres: la semilla permanece mucho tiempo en la tierra, y antes de llegar a su madurez se desarrolla muy lentamente, porque si, casualmente, da una espiga antes de que el tallo sea robusto, con seguridad aquélla será imperfecta o éste quebrado. De igual modo, si el deseo te lleva a aparecer antes de tiempo, morirás de frío o de calor. Y aunque parezcas vivo porque tu cabeza eche alguna que otra flor, realmente estarás muerto, porque tu raíz se habrá secado.

71. ¡Qué desdichado soy! No tengo tiempo de estudiar ni de dedicarme a la lectura. Amigo mío, ¿por qué estudias? ¿Es únicamente por curiosidad? Si este es el caso, entonces sí eres muy desdicha do, porque el estudio solamente debe ser una preparación para vivir bien. Por eso, empieza desde hoy a vivir bien, cumple con tu deber en todas partes, y recuerda que lo que en realidad instruye no son los libros, sino las ocasiones.

72. Que ni las censuras ni las burlas de tus amigos te impi dan cambiar de vida. ¿Preferirías, tal vez, seguir siendo una persona viciosa para agradarles, que desagradarles por convertirte en alguien virtuoso?

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67Máximas

73. Por nada ni en ningún momento debes desanimarte. Por el contrario, imita a los maestros de pugilato, que cuando ven a un novato dar tumbos por el suelo, lo obligan a ponerse de pie y volver a la lucha. Lo mismo debes hacer con tu espíritu; no existe nada más dócil que el espíritu humano: no hay más que querer, lo demás se hace solo. Pero si te acobardas, estás perdido, pues no volverás a ponerte de pie nunca en tu vida. Por eso ten cuidado, tu pérdida o tu salvación están en tus manos.

74. El hombre no puede recibir la felicidad ni de las victorias de los juegos olímpicos, ni de las que se alcanzan en los campos de batalla; los únicos triunfos que pueden darle la dicha son los que se alcanzan sobre sí mismo. Las tentaciones y los contratiempos son verdaderas batallas. ¿Has sido derrotado una vez, dos, tres?... Sigue luchando. Si al final eres vencedor, serás feliz el resto de tu vida, como si hubieses triunfado siempre.

75. Cada vez que te amenace una tentación, di para ti mismo: ¡He aquí una gran batalla! ¡Esta es una acción digna de un dios, porque en ella está mi bienestar, mi libertad, mi felicidad y mi inocencia! De esta manera y recordando a los dioses, y llamán-dolos en tu auxilio, siempre vendrán a luchar contigo. ¿Acaso no invocas a Cástor y a Pólux cuando hay tempestad? Bien, pues para ti, la más peligrosa de las tempestades es la tentación.

76. Si percibes que una tentación viene en tu ataque, no dejes pasar ni un solo día para combatirla, porque ese momento llegará y tampoco lucharás contra ella. De este modo, día a día te sucederá que además de salir derrotado siempre, te harás tan insensible que terminarás por no darte cuenta de que pecas, y vivirás en carne propia la gran verdad que encierra este verso de Hesiodo: El hombre que aplaza de un día para otro sus resoluciones vive siempre agobiado de males.

77. Si en tu imaginación aparece la imagen de alguna voluptuo-sidad, toma refugio en ti mismo antes de que ésta te arrastre. Di a esa voluptuosidad que espere un poco y tómate un momento para reflexionar. Luego compara los dos tiempos: el del disfrute y el del arrepentimiento que ha de seguirle; piensa en los reproches que has de hacerte tú mismo y contrás-talos con la satisfacción que experimentarás y los elogios que

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68 Máximas de Epicteto

te darás a ti mismo si consigues resistir. Y si crees que la ocasión es adecuada para gozar el placer que se te ofrece, ten cuidado de que sus atractivos no te quiebren y seduzcan, y preséntales el placer aún mayor de poder decir que los has derrotado.

78. Debes medir tus deberes de acuerdo a los lazos que te unen con las personas. Si se trata de tu padre, debes cuidar de él, obedecerlo en todo, padecer incluso sus ofensas y malos tratos. Y si así actúa, entonces es un mal padre. ¿Y qué importa? ¿Acaso la Naturale za estaba obligada a darte un buen padre? No, estaba, sencillamente, obligada a darte uno. Si tu hermano es injusto contigo, no importa, trátalo como es necesario tratar a un hermano y no te fijes en lo que él hace, sino en lo que tú debes hacer y en qué situación quedará tu libertad si cumples con los deberes que tu naturaleza te demanda. Porque nadie podrá ofenderte si tú no deseas sentirte ofendido, tampoco te sentirás herido más que cuando pienses que te hieren. Actuando así siempre te sentirás satisfecho de tu vecino, de tu compatriota y de tus superiores, pues te acostumbrarás a observar siempre los lazos que te unen a ellos.

79. Es infinitamente mejor perdonar que vengarte. Perdonar es propio de una naturaleza bondadosa y humana. El tomar venganza es señal de una naturaleza feroz y brutal.

80. No se le suplica al sol que dé a cada persona su parte de luz y calor. Así pues, haz todo el bien que dependa de ti sin esperar que alguien te lo pida.

81. Recuerda lo que, en la obra de Homero, Eumeo le dice a Ulises cuando éste le agradecía por el buen recibimiento que le había dado, a pesar de no haberlo reconocido: “Extranjero, no me es permitido menospreciar ni maltratar al suplicante que arriba a mi casa, aun cuando su estado fuese más vil y pobre que el tuyo; porque los extranjeros y los pobres nos los envían los dioses”. Eso mismo debes decir tú, no sólo a tu padre y a tu hermano, sino a tu prójimo, sea quien sea. Debes decirles: No tengo permitido tratarte mal, ni lo haría incluso cuando fueras mucho peor de lo que eres, pues los dioses te han traído a mí.

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69Máximas

82. Procura poner toda tu atención frente a todo lo que se te ofrezca, y analiza qué virtud posees que te permita utilizarlo adecuadamente. Si se trata de un joven gallardo o de una bella muchacha, has de recurrir a la virtud de la continencia; si es una tristeza, el valor te será útil para curarte; si se trata de agravios y ofensas, la resignación y la paciencia serán tus remedios. De esta manera, acostumbrándote a superar cualquier accidente de la vida con la virtud que la Naturaleza te ha dado para enfrentarlo, siempre serás vencedor.

83. Has escuchado decir a los filósofos que hay que tener el valor de mantener las opiniones adoptadas, y por eso te empeñas en ser inamovible en tus juicios erróneos, en tus equivocaciones y en tus locuras. Vas por mal camino, amigo mío. Lo primero que hay que intentar es adoptar buenas resoluciones, es decir, que sean consecuentes con la prudencia, la verdad y el raciocinio. Aunque está bien que un hombre tenga nervios, también es necesario que estos nervios sean los de un cuerpo sano, de un cuerpo de atleta vigoroso y recio. Y los que tú muestras son nervios enfermos, de delirante. Esto significa que más que nervios, tienen debilidad nerviosa.

84. ¿En qué momento desearás, finalmente, ser destetado y alimen tarte con comida sólida? ¿Estarás siempre lloriqueando y extrañando el pecho de tu nodriza, y las canciones de cuna que te adormecían de infante?

85. Es posible aprender la intención de la Naturaleza respecto a las cosas mediante aquellas que no nos atañen; por ejemplo, cuando un sirviente del vecino le rompe una copa, inmediatamente, al escuchar su lamento, le dices que es un accidente común y sin importancia. Ahora bien, si el accidente te sucede a ti, habitúate a mirarlo con la misma tranquilidad e indi ferencia como si fuese el de tu vecino. Aplica siempre este método incluso a las cosas de mayor relevancia. Cuando muere la esposa de otro, en seguida le decimos que no se angustie, pues es algo inevitable e inherente a la condición humana. Pero, si se trata de la nuestra, sin escuchar razones ni consuelos, nos deshacemos en lamentos y en llanto. Y, justamente, se trata de recordar en las desdichas propias el estado de conformidad con que obser-vamos las ajenas, si es que queremos ser menos infelices.

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70 Máximas de Epicteto

86. No es sencillo dejar de cometer faltas, pero sí lo es intentar de todas las maneras de no cometerlas. Esta ininterrumpida atención es muy relevante, pues disminuye el número de nuestros errores, impidiendo caer en muchos de ellos.

87. Cuando dices que hasta mañana enmendarás tu conducta, es como si dijeras que hoy deseas ser deshonesto, libertino, cobarde, colérico, envidioso, injusto, interesado, traidor, etcétera. ¡Oh, cuántos males te permites! ¿Por qué no enmendarte el día de hoy? Ánimo, y comienza a corregirte en este preciso momento. No lo dejes para mañana, pues si lo haces, volverás a aplazarlo.

88. Es menester poner atención en todo, hasta en los placeres; pues ¿cómo es posible hacer algo mejor sin poner atención a ello?

89. Te cuestiono sobre los progresos que has hecho en la ruta de la virtud y de la sabiduría, y me respondes con un libro de Crisipo que presumes comprender. Este efecto tuyo es como si yo quisiera conocer la fuerza de un atleta y éste me mostrara sus guante-letes, en lugar de sus brazos musculosos y su torso poderoso. Y, al igual que me gustaría saber qué había hecho el atleta con sus guanteletes, desearía saber qué has hecho tú con ese libro. ¿Has aplicado sus preceptos? ¿Has utilizado bien tus deseos y tus miedos? En lo que hacemos es donde se observa si progre-samos o no. ¿Es tu alma grande, libre, fiel, casta y tan firme que nada la puede perturbar? ¿Has podido librarla de miedos, sollozos y lamentos importunos? ¿Has reflexionado sobre lo que es la cárcel, el destierro y la cicuta? ¿Tienes la seguridad de poder decir en cualquier ocasión: Seguiré por este camino, que es por el que me llaman los dioses?

90. Igual que la proposición es de día, es de noche, es razonable si se le considera separadamente en dos partes, y es disparatada cuando se juntan éstas formando un todo complejo. Del mismo modo, en los banquetes nada hay tan absurdo como querer que todo sea para sí mismo, sin miramiento alguno por los demás. Cuando tengas invitación a un banquete, recuerda pensar menos en la calidad de los alimentos que se te sirvan que en la calidad de la persona que te invita, y ten con ella toda la consi-deración y respeto que le son debidos.

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71Máximas

91. Cuando sepas de una mala noticia, piensa que no tiene nada que ver contigo, pues no está relacionada con ninguna cosa que dependa exclusivamente de ti, ni que está en tu poder.

—¡Pero es que se me acusa de impiedad!

—¿Y qué? ¿No se acusó también a Sócrates?

—Pero podrán condenarme, respondes tú.

A Sócrates también se le condenó. ¿Qué te importa? Habitúate a pensar que la pena no está sino dónde se halla la culpa. Es imposible que ambas cosas estén separadas. Por lo tanto, no te consideres desgraciado. En tu opinión, ¿quién fue más desdi-chado, Sócrates o quienes lo condenaron? Entonces, el peligro es más para los jueces que para ti, porque tú no puedes, de ninguna manera, morir siendo culpable; en cambio, ellos pueden hacer morir a un inocente.

92. Te enojas, lloras y te lamentas porque tienes que dejar un lugar en el que te encuentras tan a gusto. Esto es, te haces más desdichado que los cuervos y las cornejas que abandonan, sin tanta pena, los sitios en los que vivieron plácidamente.

—Pero ellos son animales irracionales, me respondes.

—¡Ah! ¿Acaso crees que los dioses te dieron la razón sólo para hacerte infeliz? ¿O piensas que los hombres son simplemente como los árboles, que echan raíz en un lugar para no cambiar nunca de asiento?

—Pero yo dejo amigos tras de mí.

—¿Crees que no hallarás otros donde vayas? ¡Date cuenta que el mundo está lleno de hombres ligados a ti por la naturaleza! Ulises, que viajó tanto, ¿acaso no halló amigos en muchos sitios? ¿Y no los encontró también Hércules, que recorrió todo el mundo?

93. Si te es posible no pruebes los placeres del amor antes del matrimonio; y si lo haces, f íjate al menos que sea según la ley. Aun así no seas severo con quienes gozan de ellos, no les reprendas con aspereza, ni presumas tu continencia.

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72 Máximas de Epicteto

94. Cuando tu imaginación quiera hacerte esclavo con alguna idea lujuriosa, no te dejes llevar por ella. Dile en ese instante: Espera, imaginación; aguarda un poco para que yo pueda analizar esto que me estás presentando. Y no le permitas que ocupe un sitio preponderante, ni le des tiempo para que vaya formando sus imágenes seductoras; porque si la dejas, estarás perdido y te arrastrará. Entonces, en lugar de estas visiones seduc-toras y temibles, oblígala a que te presente otras imágenes más dichosas, más hermosas y nobles. Esta es la única manera de escapar a sus garras.

95. ¿Quieres hacer que tu ciudad sea más bella con una dádiva poco común y realmente estimable? Date a ella tú mismo luego de haberte transformado en un modelo perfecto de bondad, generosidad y de justicia.

96. ¡Ánimo! Reflexiona sobre todas las facultades que posees y prepárate confiado a resistir toda clase de exámenes; estás bien armado y en disposición de sacar nuevas ventajas y provechos incluso de los más espantosos accidentes.

De l a l i b e rta d y d e l a s e s c l av i t u d e s

1. Ser personas libres o esclavas no depende de la ley ni del nacimiento, sino de nosotros mismos. Todas las cadenas y todo el peso de ciertas reglas legales siempre serán mucho más ligeros que el tremendo dominio de las pasiones no some tidas, de los apetitos insanos no satisfechos, de las concu piscencias, de las avaricias, de las envidias y demás disi-paciones. Lo más que pueden hacer las primeras es pesar sobre el cuerpo, pero las segundas, también sobre el espíritu. Aunque el amo al que aquéllas nos sometan sea muy malo, siempre tendremos instantes de respiro y esperanzas de redención; éstas nos someten a amos tan variados y tan crueles que, generalmente, sólo la muerte puede liberarnos de su yugo.

2. El que se somete a los hombres, primeramente se somete a las cosas.

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73Máximas

3. Aparta tus deseos y tus temores y ningún tirano existirá para ti. Si amas a tu cuerpo y a tus bienes, estás perdido y ya eres esclavo. Estos representan tu verdadera cadena, tu punto vulnerable.

4. Los dioses me han otorgado la libertad, y ya que conozco y obedezco sus mandatos, nadie puede esclavizarme porque tengo el libertador y los jueces que requiero.

5. Como el hombre libre es a quien todo le sucede como él lo desea –me dijo un loco–, yo quiero que todo me suceda como yo deseo. ¡Qué insensato!, ¿acaso no sabes que la locura y la libertad nunca marcharon juntas? La libertad no solamente es muy hermosa, sino que aparte es muy razonable, y no hay nada más absurdo ni más desquiciado que desear arriesgadamente y querer que las cosas sucedan según nuestros deseos. Si debo escribir el nombre de Dios, me será necesario escribirlo tal como es, letra por letra, y no como a mí se me ocurra; y lo mismo me pasará con todas las artes y todas las ciencias. ¿Cómo pretendes, entonces, que la más grande y más relevante de todas las cosas –la libertad– sea regida por el capricho y la fantasía? Deja de engañarte, amigo mío, la verdadera libertad consiste en desear que las cosas sucedan como suceden, y no como se te antojan.

6. ¿Crees que serías feliz si tus deseos se vieran realizados? ¡Qué gran error, amigo mío! En el momento en que consiguieras lo que tan apasionadamente deseas, serías víctima, no sólo de las mismas, sino de nuevas zozobras, pesares, disgustos, miedos y deseos. La felicidad no consiste en obtener y disfrutar, sino en desear. En esto es en lo que realmente se basa ser libre.

7. ¿Existirá alguien que quiera vivir abstraído en el crimen, en la injusticia, en el engaño, en el horror, en la angustia y siempre celoso, envidioso, burlado en sus deseos y entregado perma-nentemente a todo tipo de temores? No, no existe. No hay malvado que lo sea por así desearlo y, por lo tanto, no hay malvado que sea libre.

8. Igual que la mínima distracción de un piloto puede provocar la pérdida de la nave, el mínimo descuido nuestro, la más ligera falta de atención puede causarnos la pérdida de todos los

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74 Máximas de Epicteto

progresos hechos en el estudio de la sabiduría. Por eso, debemos vivir siempre prevenidos. Lo que se nos ha confiado para cuidar es más valioso que una nave cargada de oro: se trata nada menos que del pudor, la fidelidad, la constancia, la sumisión a las órdenes divinas, la exención de dolores, consternaciones y miedos; en pocas palabras, la verdadera libertad.

9. Una falsa libertad expone al ser humano a los más grandes peligros: se arroja al mar, se precipita de la punta de las torres más altas; ciudades enteras se destruyen, incendiadas por sí mismas… Y tú, por la libertad, ¿no quieres tomarte el mínimo cuidado ni hacer el menor sacrificio?

10. No olvides que el deseo de recibir honores, dignidades y riquezas no es el único que nos hace esclavos. El deseo de reposo, de esparcimiento, de viajes, o mejor dicho, de todas las cosas exteriores nos someten y esclavizan desde el instante en que las codiciamos. Y ya que el único y real dueño de todos nosotros es quien tiene el poder de otorgarnos o quitarnos lo que deseamos y lo que no, cualquier hombre que quiera ser libre, debe dejar de anhelar o de rehuir lo que no depende de él, si no, forzosamente será esclavo.

11. No temas nada, y así nada será para ti aterrador ni formidable, al igual que un caballo no lo es para otro o una abeja para la otra. ¿No entiendes que los miedos y los deseos son los sicarios que tus amos conservan en tu corazón, como en una ciudadela, para sujetarte? Deshazte de esa guarnición, toma esa fortaleza, pues es tuya, y de esa manera serás libre.

12. Existen esclavos grandes y también pequeños. Los pequeños son los que se dejan esclavizar por cosas sin importancia, como festines, hospedajes y dádivas. Los grandes son los que se dejan esclavizar por un consulado o un gobierno de provincia. Todo el tiempo observas esclavos ante quienes andan lictores llevando haces, y éstos son más esclavos que los otros.

13. Para juzgar si una persona es libre, no te detengas a ver sus dignidades, porque es al contrario, entre más elevado sea el cargo que desempeña, más esclavo es. Pero –dirás tú– veo a muchas personas que hacen lo que les place.

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75Máximas

—Aunque así sea, tengo que advertirte que éstas son tan sólo esclavos que disfrutan unos cuantos días de privilegios de unas saturnales de las que su dueño se halla ausente. Aguarda a que la fiesta haya terminado o a que el dueño regrese, y entonces hablaremos.

—¿Pero quién es ese dueño?

—Cualquiera que, así como les dio, tenga la capacidad de quitares lo que deseaban.

14. ¿Quieres dejar de ser parte del grupo de los esclavos? Rompe tus cadenas y deshazte de todo temor y todo despecho. Arístides, Epamonidas y Licurgo fueron conocidos con los nombres de el justo, el libertador y el dios, respectivamente, no porque tuvieran muchas riquezas y muchos esclavos, sino porque, aunque fueran pobres, dieron libertad a Grecia.

15. ¡A ver!, mísero filósofo –me dijo un gran señor que se ufanaba de ser libre e independiente–, ¿te atreves a llamarme esclavo a mí, cuyos antepasados fueron libres; a mí, que soy senador, que he sido cónsul y quien es favorito del príncipe?

—Primero demuéstrame, insigne senador, que tus antepasados no fueron esclavos como tú. Pero, supongamos que en esto te aventajaron; en todo caso, ellos fueron generosos; tú eres miserable, avaro y timorato; ellos vivieron con sensatez y templanza, mientras tú vives en una orgía interminable.

—¿Y qué tiene que ver todo eso con la libertad?

—Mucho tiene que ver, ¿o acaso tú llamas ser libre a hacer lo que no se desea?

—Es que yo hago lo que deseo y nadie puede obligarme a otra cosa, salvo el emperador, que es dueño de todo.

—Ilustre cónsul, tu misma boca acaba de confesar que tienes un amo que puede obligarte. Y aunque dices que es dueño de todo y de todos, eso no te hace a ti más libre, sólo demuestra que eres un esclavo más en una mansión donde existen otros millones de esclavos.

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76 Máximas de Epicteto

16. Gracias a Felición has alcanzado el consulado y el gobierno de una provincia. Yo, en cambio, no quisiera ni vivir si para eso necesitara la gracia de Felición y tuviera que aguantar su orgullo y su insolencia de esclavo; pues sé muy bien que no es más que esto: un esclavo obnubilado por la fortuna y que se cree feliz.

—¿Pero tan libre eres?

—Yo laboro para serlo, aunque todavía no lo logro. Aún no puedo mirar a mis amos con ojos tranquilos; todavía estoy unido a mi cuerpo y, aunque estoy lisiado, deseo conservarlo, confieso mi flaqueza. Pero si deseas que te cuente de un hombre totalmente libre, lo puedo hacer; sólo necesitaré nombrarte a Diógenes.

—¿Y por qué era libre Diógenes?

—Porque había roto todas las trabas de la esclavitud; porque se había desentendido de todo, aislado por sus cuatro costados y nada lo sujetaba. Si le pedían sus bienes, los daba. También daba el pie si se lo pedían. Igualmente daba su cuerpo entero si así se requería de él. En cambio, estaba unido fuertemente a los dioses, y a nadie cedía en obediencia, respeto y sumisión hacia sus soberanos. De ahí provenía su libertad.

—Bueno, pero me das el ejemplo de alguien que vivía solo y nada lo unía con el mundo.

—Te doy el ejemplo de uno que no vivía solo. Ahí tienes a Sócrates, que tenía mujer e hijos y no era menos libre que Diógenes, porque como él, había sometido todo a la ley divina y a la debida obediencia a los dioses.

17. Es un hermosa acción que hayas liberado a tu esclavo; pero a ti, ¿quién te liberará? ¿Cómo dices que eres libre, si eres esclavo de tu dinero, de tu mujer, de tu hijo, de un tirano y hasta del último de los sirvientes de ese tirano?

18. La mayoría vamos por este mundo como los esclavos fu gitivos de los espectáculos públicos. Estos desdichados no llegan a

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gozar completamente de la fastuosidad de los juegos y a admirar a sus anchas a los actores de la tragedia, porque la inquietud los intranqui liza constantemente y, desconfiados, mirando sin descanso para un lado y para el otro, terminan escapando despavoridos si casualmente escuchan el nombre de su amo. Algo muy similar hacemos nosotros. Cuando más arrobados estamos viendo lo que nos rodea, el nombre de nuestro amo nos regresa a la realidad y nos aterra. ¿Quién es este amo a quien le tenemos tanto miedo? No es un hombre, seguramente, porque un hombre no puede ser amo de otro; es la muerte, la vida, el placer, el dolor, la miseria, la riqueza… Que venga César en mi contra, solo, sin séquito y lo esperaré impávido y firmemente plantado; pero si llega con sus satélites, impo-nente, deslumbrador, terrible y me invade el miedo ante su imponente presencia, entonces me veré reducido a un esclavo fugitivo que se ha encontrado de frente con su amo. Pero, si no me inspirara miedo alguno, entonces soy libre y sin otro dueño que yo mismo.

19. Diógenes solía decir –y muy bien– que la única manera de conservar su libertad es estar siempre dispuesto a morir sin pesar.

20. Diógenes también escribía alguna vez al rey de los persas: Tan ajeno a tu poder es reducir a la esclavitud a los atenienses, como a los peces en el mar. Más tiempo vivirá un pez fuera del agua, que un ateniense en la esclavitud.

21. Soy dueño de todo y todo lo puedo –me expresó un tirano–. ¿De verdad lo crees? ¿Y qué es lo que puedes? ¿Acaso puedes otorgarte buen juicio? ¿Puedes despojarme a mí de mi libre albedrío? ¿Qué puedes, entonces? Dilo; cuando estás dentro de un barco, ¿acaso no está éste a merced del piloto? Cuando vas en un carro, ¿no dependes, acaso, del auriga?

—Pero todos ellos me rinden homenaje.

—¿Acaso te homenajean por tu personalidad como hombre? Menciona un solo caso en que te hayan estimado como tal, en que hayan querido imitarte, en que deseasen ser tus discípulos, como muchos lo deseaban ser de Sócrates.

—En todo caso, su vida, al igual que la tuya, está en mis manos.

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78 Máximas de Epicteto

—Eso sí es correcto, pero eso no hace más que convencerme de que es necesario rendirte homenaje como a las divinidades nocivas y ofrecerte sacrificios como a la fiebre, que también cuenta con un altar en Roma. Y es cierto que tú lo mereces todavía más, porque eres infinitamente más malvado y dañino que ella. Pero a mí no me amenaza tu fastuosidad ni tu poderío como amenaza y turba a la plebe. Únicamente yo mismo soy capaz, si abandono la virtud, de causarme terror. Así que por mucho que me amenaces, no lograrás turbar ni perturbar mi libertad.

—¡Cómo! ¿Tú libre?

—Sí, me ha liberado la Divinidad y no creas, ni lejanamente, que ella consin tiese que uno de sus hijos pudiera estar bajo tu yugo. Hagas lo que hagas conmigo, lo más que llegarás es a ser dueño de un cadáver, pero sobre mí, sobre mí no tienes ni tendrás poderío jamás.

22. No enseñan los filósofos, cuando dicen que el hombre es libre, a que desprecien la autoridad del emperador. Jamás ningún filósofo ha enseñado a rebelarse contra su soberano, ni negar lo que corresponde a su poder. En lo que a mí respecta, mi cuerpo, mis bienes, mi reputación y mi familia están en sus manos y, si en algún momento, enseño a los demás a retener estas cosas contra su voluntad, que se me condene a muerte. Pero no, niego que esto sea lo que predico a quienes desean escucharme, yo lo único que les enseño es a conservar su pensamiento, que este sí es efectiva y enteramente libre, porque la Divinidad quiso hacerles dueños exclusivos de él.

23. La esclavitud del cuerpo es producto de la fortuna; la del alma, lo es del vicio. El que conserva la libertad del cuerpo, pero tiene el alma esclavizada, es un esclavo; pero el que conserva el alma libre, disfruta de total libertad, aunque esté cargado de cadenas. Únicamente una cosa pone fin a la esclavitud del cuerpo: la muerte; a la del alma, en todo momento, la virtud.

De l l i b re a l b e d r í o1. ¿A quién pertenece esta medalla? ¿Es de Trajano? La acepto y la

guar do. ¿Es de Nerón? La rechazo y la maldigo. Haz lo mismo

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con los hombres, según sean buenos o malos. ¿Qué tipo de hombre es éste? Es un hombre amable, sociable, bienhechor, paciente y amigo de sus semejan tes. Pues lo acepto y lo hago mi conciudadano, mi vecino, mi amigo, mi compañero, mi huésped. Y este otro, ¿qué clase de hombre es? Este se parece algo a Nerón; es colérico, malo, implacable, no perdona nunca. Entonces, lo rechazo. ¿Por qué has afirmado que es un hombre? Un hom bre colérico, vengativo y violento no es un hombre, igual que una manzana de cera no es tal manzana; tiene la forma y el color, pero nada más.

De la religión y de los dios e s1. Los dioses crearon a los hombres para que sean dichosos;

entonces, si son infelices, es por su propia culpa.

2. Siempre tengo preferencia por lo que sucede porque estoy convencido de que lo que los dioses quieren es mejor para mí que lo que yo desearía. Luego, a ellos mis movimientos, mis voluntades, mis miedos. Dicho de otro modo: quiero lo que ellos quieren.

3. Cuando un ciudadano recibe el nombramiento de tribuno del pueblo, regresa a su casa, que se enciende en fiestas y en donde todo el mundo va a felicitarlo. Luego, se dirige al Capitolio y hace sacrificios a los dioses para dar gracias. Ahora yo pregunto: ¿quién de nosotros les hace sacrificios para agradecer cuando nos dan opiniones sanas y deseos prudentes y moderados?

4. ¡Cómo puede ser! ¿No halagas a Flavio, cuando sabes que su poder y riqueza son enormes?

—Allá él, su poder y sus riquezas, yo no nací para adularlo. ¿O crees que por suerte no tengo a quién halagar, a quién agradar y a quién servir? Estoy hablando de los dioses, que son los que tienen el verdadero poder.

5. Empiezas todas tus acciones con esta oración: Llévame, ¡oh poderosísimo Júpiter y tú, invariable Destino!, hacia lo que me tienen destinado. Condúzcanme, pues prometo seguirlos hones-

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tamente y de todo corazón. Además, ¿de qué me serviría intentar oponerme a sus designios? ¿Acaso no me vería obli gado, finalmente, a obedecerlos a pesar mío?

6. Lo primero que es necesario aprender es que hay un Dios que con su providencia lo rige todo, y al que no se le oculta ninguno de nues tros actos y ninguno de nuestros pensamientos e inclina-ciones. Después hay que analizar su naturaleza. Una vez conocida ésta, es indispensable que quienes quieran agradarle y obedecerle hagan un esfuerzo por parecérsele y, por lo tanto, que sean libres, fieles, buenos, misericordiosos y magnánimos. De este modo, que todos tus pensamientos, todas tus palabras y todos tus actos sean los actos, pensamientos y palabras de una persona que quiere imitar a Dios y parecérsele.

7. En la noche, cuando estés en tu habitación a oscuras y la puerta esté cerrada, no creas que estás solo; nunca pienses, estés donde estés y por absoluta que sea la soledad a tu alrededor, que realmente estás solo, porque no lo estás.

8. ¿Cuál es la naturaleza de la divinidad? La ciencia, la diligencia, el orden y la razón. De este modo puedes deducir cuál es también la naturaleza de tu verdadero bien, un bien que está comprendido en ella y sólo en ella.

9. Sabes que la base de la religión es creer en los dioses, en tener opiniones rectas y claras de ellos, en no dudar que extienden su providencia sobre todo lo que existe, que rigen el universo con probidad y justicia, que estamos en este mundo para obedecerlos y amarlos, para considerar bueno todo lo que suceda, pues es emanado de ellos, y para aceptarlo con buena voluntad y de todo corazón, pues se trata de designios de una providencia tan buena como alta. Si piensas de este modo, nunca te quejarás de los dioses ni los acusarás por descuidarte. Pero, para alcanzar tales sentimientos, necesitas renunciar a todo lo que dependa de ti; porque si juzgas que cualquier cosa que te suceda es un bien o un mal, es natural y obligado que, al no cumplirse lo que has deseado o al realizarse lo que has temido, te lamentes, te enfurezcas y detestes a los causantes de tu desgracia; pues todo animal ha nacido para abominar y huir de lo que le parece malo y dañino, y para amar y buscar lo que

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le parece útil y bueno. Por lo tanto, es imposible que el que se cree herido ame al que cree que lo lastima, a lo cual si gue que nadie se alegra ni se complace con su mal. Esta es la razón por la que los hijos ofenden a su padre cuando éste no los deja intervenir en el manejo de sus bienes. Esto es lo que hizo que Teocles y Polinice se convirtieran en enemigos irreconciliables, pues juzgaban que el trono era un bien. Esto es por lo que el labrador, el piloto y el comerciante maldicen a los dioses. Y, finalmente, esta es la causa de las calumnias de los que pierden a sus esposas o a sus hijos. Por esta razón, el hombre que tiene cuidado de conformar sus deseos y aversiones a las re glas ya mencionadas, alimenta y fortalece su piedad. Cada persona debe observar en todos sus actos para con los dioses: ofrendas, sacrificios y libaciones, las costumbres establecidas en un país sin apatía, irreverencia ni mezquindad; pero también sin lujo exagerado y superior a sus medios.

10. Agradece a los dioses los bienes que has recibido de ellos y recuerda los beneficios con los que te han colmado. Dedícales, entonces, continuas gracias por la vista y el oído que te han otorgado; ¡pero qué estoy diciendo!, por la vida misma y por los medios con que te han dotado para favorecerla y conser-varla mediante los distintos alimentos que, pródigamente, por su gracia también procura la tierra. Pero que esto no te impida recordar que incluso te han dado algo más valioso aún, que es la habilidad de servirte de todas estas cosas, de examinarlas y de estimar cada una de ellas por su valor.

11. En una ocasión, un insolente preguntó a Diógenes:

—¿Eres tú ese tal Diógenes que cree que no hay dioses?

—Yo soy ese Diógenes –le respondió el filósofo–; y creo tan sólidamente en los dioses, como seguro estoy que te detestan.

12. El día que asesinaron a Galba, alguien le dijo a Rufo:

—Ahora veo que la Providencia se cuida de las cosas de este mundo.

—¡Miserable! –le respondió Rufo–. ¿Acaso piensas que un Galba era capaz de impedir a los dioses hacer su voluntad por

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la tierra entera? Justamente lo que te hacía dudar de la Provi-dencia te la revelaba.

13. Cuando estés cerca de los príncipes y de los grandes, recuerda que hay un príncipe más grande que te ve y te oye, y a quien, antes que nada, debes agradar y reverenciar.

14. ¿Quieres agradar a los dioses? Entonces recuerda que lo que más detestas es la impureza y la injusticia.

15. Sería suficiente con que te adoptara un príncipe para que te hincharas de orgullo; en cambio ¡desdichado!, te olvidas de la Divinidad, a quien le debes tanto.

16. Apolo sabía perfectamente que Layo desobedecía a su oráculo; sin embargo, no dejó de predecirle las desgracias que lo amenazaban, porque la bondad de los dioses hacia los mortales es tan grande y tan constante, que nunca dejan de adver-tirles. ¡Falta hace que los hombres sean torpemente suspicaces, desobedientes y rebeldes para despreciar la fuente inago-table de las bondades divinas!

17. Resulta curioso y extraño que, para vivir tranquilos nos baste la protección de un príncipe o de un simple magnate, y que no nos sea suficiente, en cambio, la protección de los dioses, nuestros verdaderos sanadores y padres, para alejar nuestras tristezas, inquietudes y temores.

18. Todo lo que sucede en el mundo hace el elogio de la Provi-dencia. Dame una persona inteligente o agradecida y verá su mano en todo.

19. ¿Para qué hubiera servido que la Divinidad creara los colores, de no haber hecho también ojos para distinguirlos? ¿Y de qué hubieran servido los ojos y los colores si no hubiera creado la luz? Entonces, ¿quién ha hechos estas tres cosas que se comple-mentan de modo tan divino? ¿Quién es el autor de esta magnífica alianza? La Divinidad; luego hay una Providencia.

20. En esta vida, el ser humano debe ser el espectador de su esencia y de las obras de la Divinidad, su intérprete y su panegirista.

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Pero tú, ¡desdichado!, comienzas y terminas por donde comienzan y terminan las bestias, pues vives sin sentir. ¿Por qué no terminas por donde la Divinidad ha terminado en ti? ¿Acaso no terminó dándote un alma inteligente y capaz de conocerla? Entonces, sírvete de esta alma y no pretendas salirte de tan bello espectáculo sin haber hecho más que entreverlo: observa, conoce, alaba y bendice.

21. Como estás decidido a emprender un largo viaje para ir a ver los juegos a Olimpia, y de paso contemplar la espléndida estatua de Fidias, te parecería una enorme desgracia morir sin haber logrado disfrutar de tales maravillas. Pero, ¿y esas otras obras que son muy superiores a las de Fidias, esas que no tienes que ir a buscar tan lejos, que no requieren fatigas ni desa zones y que puedes admirar en todos lados? ¿Acaso no sentirás nunca las ganas de estudiar estas obras detenidamente? ¿No se te ocurrirá jamás pensar en quién eres y cuál es la razón de tu nacimiento? ¿Morirás sin haber puesto atención al bello espec-táculo de este universo que la Divinidad ha colocado ante tus ojos para incitarte a conocerla?

22. La divinidad te ha dado herramientas para enfrentar in cluso los acontecimientos más temibles. Tales herramientas son, en tre otras, la grandeza de alma, la fortaleza, la paciencia y la constancia. Entonces, sírvete de ellas, y si no lo haces admite, en lugar de la mentarte, que has arrojado las herramientas con que ella te había hecho fuerte.

23. Si existe una Providencia –decía un epicúreo– ¿por qué me sale de la nariz este humor que me tiene desolado?

—¡Miserable esclavo! ¿Qué no tienes manos para remediarlo?

—Pero, ¿no sería mejor que no tuviera que emplear este menester en mis manos?

—¿Y no es preferible la simple labor de sonarte a acusar a la Providencia?

24. La Divinidad nos llama a comparecer como testigos y nos cues-tiona: ¿No es cierto que el bien y el mal únicamente existen en

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nues tra voluntad? ¿No es cierto que yo no he dañado a ninguno de ustedes? ¿Qué a cada uno le di lo que podía serle útil? ¿Qué respondes tú a esto? Pues contestas diciendo que te fastidian calamidades insufribles; que nadie se interesa por ti; que nadie te ayuda; que todos te difaman; que to dos te condenan, y que eres la burla de los hombres. ¡Miserable! ¿Es con este pesimismo inexcusable que agradeces el honor que la Divinidad te ha dado, llamándote a comparecer como testigo para ensalzarla, afirmando aquellas grandes verdades? Cuando ella pedía un testimonio de su gran bondad, de su veracidad y de su justicia, tú, insensato, te transformas en su acusador.

25. Entre los gladiadores de César, todos los días observamos algunos que se irritan porque no pueden salir a combate y hacen votos a los dioses para que los saquen del desánimo en que se consumen, pidiéndoles como especial dádiva que les lleven al circo para poder lucir sus fuerzas y habilidades. Bien, mientras esto sucede continuamente, yo no conozco a uno solo, sea gladiador o no, que haya suplicado el momento de poder demostrar su amor a los dioses.

26. Mientras goce de la vida, mi deber es agradecer a los dioses por todo, alabarlos por todo, tanto en público como privadamente, y no dejar de bendecirlos hasta el último día de la vida.

27. ¿Acaso alguien puede impedirte que acates la verdad una vez que la has conocido, y obligarte a que apruebes lo falso? ¿No es así? Entonces eres dueño de un libre albedrío que nadie puede arrebatarte. Porque si alguien más pudiera amenazar tu libertad, sería señal de que la Divinidad no tenía, como lo tiene contigo, el cuidado que un buen padre tiene que tener con su hijo, cosa que no es posible.

28. Somos tan poco agradecidos, que lejos de dar gracias a la Providencia por las cosas maravillosas que ha hecho en nuestro favor, la acusamos e incluso nos quejamos de ella. Y, sin embargo, aunque nuestro corazón fuese poco sensible y agra-decido, un único detalle de la naturaleza, incluso el menor de todos, sería suficiente para revelarnos la Providencia y el cuidado que nos procura.

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85Máximas

29. Si fuésemos sensatos, no haríamos en nuestra vida ni pública ni privada más que agradecer a la Providencia por todos los bienes que nos ha entregado y de los cuales disfrutamos en todos los momentos de nuestra vida. Efectivamente, si no fuéramos tan ingratos, cavando o arando, comiendo o paseando, al levantarnos e irnos a dormir, en todos y cada uno de nuestros actos, exclamaríamos: ¡Qué grande es la Providencia! Lo haríamos con tal frecuencia y constancia, que el mundo retumbaría al escuchar estas palabras llenas de verdad. Pero, como son ingratos y ciegos, es obligado que yo lo reclame por ustedes y que, viejo, pobre y débil como soy, sea yo quien repita sin cesar: ¡Qué grande es la Providencia!

30. Si fuera ruiseñor o cisne, actuaría como lo hacen los cisnes y los ruiseñores. Pero como soy un hombre y, por lo tanto, estoy dotado de razón, ¿qué debo hacer para comportarme como tal? Alabar a la Divinidad. Así es, esto es lo que he de hacer mientras viva, e invitaré a los demás seres humanos a que hagan lo mismo que yo.

31. Los soldados que se alistan en los ejércitos del César tienen la obligación de prestar determinado juramento. ¿Qué dice ese juramento? Que el César está antes de todo para ellos; que lo obedecerán en todo y que, incluso, están dispuestos a morir por él. Ahora bien: piensa ahora en ti, y que desde que viniste al mundo estás ligado a la Divinidad, no sólo por haber nacido en sus filas, sino por los muchos beneficios que le debes, ¿acaso no prestarás el mismo juramento? Y, una vez que lo hayas hecho, ¿serás capaz de quebrantarlo? Porque, ¿te has fijado en la diferencia que hay entre estos dos juramentos? El soldado jura que preferirá el bien del emperador a cualquier otra cosa en el mundo; pero lo que tú juras es que tendrás preferencia por tu propio y mayor bienestar.

32. —¿Cómo podrás convencerme –alguien preguntó a Epicteto– de que la Divinidad ve todas mis acciones, sin que se le escape ni siquiera una?

—¿Crees –le preguntó a su vez el filósofo– que todas las cosas están unidas unas con otras?

—Sí creo que unas dependen de otras.

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—¿Piensas, además, que las cosas terrenales están regidas por las celestiales o no?

—Sí, sí lo creo.

—Evidentemente. Tú y todos observamos que las cosas de la naturaleza se suceden en un tiempo señalado de antemano, así como las estaciones llegan cuando es preciso. De igual manera, según el sol se acerque o se aleje y según mengüe o crezca la luna cambia el rostro de la naturaleza. Y si todas las cosas de este mundo e incluso nuestros cuerpos están unidos al gran todo, ¿cómo puedes imaginar que nuestra alma, cuya esencia es infinitamente más próxima a la divinidad que el resto del universo, vaya a estar sola y separada del ser que la ha creado?

—Bien; pero lo que no entiendo es cómo puede la Divinidad ver al mismo tiempo tantas cosas diferentes entre sí y tan disímiles y alejadas unas de otras.

—¡Desdichado! Pero, ¿tu espí ritu, a pesar de los cortos límites a que puede llegar, no abarca una diversidad de cosas? ¿Acaso no llega a lo humano y a lo divino? ¿No razona, separa, abarca, acepta y niega? El mismo sol, ¿no ilumina al mismo tiempo casi la totalidad del mundo y nada, salvo lo que naturalmente deja en sombras, escapa a sus rayos? Y si de esto es capaz el sol, ¿qué no podrá hacer quien lo ha creado así, en un punto en medio del vastísimo universo? ¿Cómo no habrá de cubrir e iluminar con sus luces la tierra entera?

—Pero es que todas esas operaciones que, efectivamente, mi espíritu es capaz de realizar, necesito ejecutarlas sucesi-vamente, pues ni siquiera puedo considerar a los objetos si no es uno tras otro.

—¿Pero, acaso yo te dije que tu espíritu es tan vasto como el de la Divinidad? Sin embargo, si nuestros ojos, ¡pobres pequeños gusanos que somos!, siendo tan diminutos e insignificantes, son capaces de abarcar cualquier objeto que existe en el horizonte, ¿cómo temes que algo puede escapar a los ojos de aquel que ha creado estos ojos nuestros? Reflexiona bien sobre esto y tú mismo saca la conclusión.

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87Máximas

33. Los dioses me han dado pocos bienes; no han querido que nadara en la abundancia ni que viviera entre lujos. ¿Acaso tengo derecho a quejarme sabiendo cómo trataron a Hércules, que era hijo suyo y tan grande en todo?

34. Hércules nunca se afligió ante la idea de poder dejar huérfanos a sus hijos. Y no lo hizo porque sabía muy bien que no hay, realmente, huérfanos en el mundo, pues todas las criaturas tienen un padre que las cuida y no las abandona nunca.

35. Consultamos con miedo a los augures, y en nuestro insensato temor dirigimos a los dioses apasionados ruegos como el siguiente: ¡Dioses, apiádense de mí y permitan que salga con bien de este asunto! Vil esclavo, ¿cómo pretendes de ellos alguna cosa que no sea lo mejor para ti? ¿Y qué puede ser mejor para ti sino lo que ellos te deparen? Entonces, ¿por qué intentas sobornar por todos los medios a tu alcance, a tu juez y árbitro?

36. ¿Existe algo más inútil que ir a consultar a magos y adivinos sobre las cosas que ya nos están marcadas? Y si se trata de correr peligro para salvar a un amigo o morir por él, ¿para qué necesito a algún adivino? ¿Acaso no tengo en mi interior un adivino más infalible, el que me ha enseñado la naturaleza del bien y del mal, y me ha descubierto todas las señales por las cuales puedo identificar todo lo que me sucederá?

37. La afición y la debilidad del ser humano por consultar adivinos tiene origen en su timidez. Es que tiene miedo de los aconte-cimientos. Por esa, y no por otra razón, expresa a los adivinos esa sumisión exagerada y los convierte en árbitros y jueces de todos sus asuntos, al mismo tiempo que les conf ía todos sus bienes. Aún más, si le predicen algo bueno, los llena de gracias como si ellos fueran los dispensadores del bien, y lo único que hacen es predecirlo. ¡Qué ceguera! Si fuéramos sensatos, consul-taríamos a los adivinos como preguntamos cuando vamos de viaje qué camino conviene tomar, sin preocuparnos si es el de la derecha o el de la izquierda. Porque, ¿qué es, finalmente, consultar a los adivinos? Es consultar a los dioses para conocer su voluntad y cumplirla. Entonces, deberíamos usar los oráculos como utilizamos los ojos. No imploramos a los ojos que nos

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88 Máximas de Epicteto

hagan ver este u otro objeto, sino que vemos aquellos que nos hacen ver. Hagamos lo mismo con los augures: no los hala-guemos ni les imploremos. Hagamos únicamente aquello que nos ordenan.

38. Si eres filósofo y vas a consultar al adivino, recuerda también que vas a consultarle sabiendo previamente la naturaleza de lo que ha de suceder, porque si se tratara de algo que no depende de nosotros no podría ser para ti ni buena ni mala. Entonces, busca al adi vino desprovisto de cualquier ánimo favorable o desfavorable, de lo contrario, irás temblando de miedo. Al contrario, debes ir convenci do de que todo lo que suceda te ha de ser indiferente, y sea lo que sea, nadie te podrá prohibir que saques buen uso y el mejor partido posi ble de su práctica. Así que acércate a los adivinos con la misma sere nidad y confianza con la que buscarías a los mismos dioses que se dignan acon-sejarte, y una vez que tengas sus consejos, acuérdate de quiénes vienen esos consejos y que estarías despreciando sus man datos si los desobedecieras. Es decir, que únicamente debes ir a los adivinos de la manera que Sócrates aconsejaba: para consultar sobre aquellas cosas que no se pueden conocer más que por el acontecimiento mismo, y que ni el raciocinio ni las reglas de algún arte pueden prever. Si se te presenta la ocasión de exponerte a grandes riesgos, sea por un amigo o por la patria, no vayas a consultar al mago, pues es preciso que te sacrifiques; porqué si él te revela los entresijos de todo esto, debes ayudar a tu amigo y exponerte a herida o destierro. Pero la ra zón debe decirte que, a pesar de todo esto, debes ayudar a tu amigo y ponerte en peligro por el bien de tu patria. De este modo, deberás obedecer a un adivino mucho más elevado, grande y poderoso que al que ibas, en primer lugar, a consultar: a Apolo Pitio, el que echó de su templo al miserable que había dejado de ayudar a un amigo a quien asesinaban.

39. ¿De qué te quejas? La Divinidad te ha otorgado lo más grande, más noble, más excelso, lo más divino que tenía: el poder de hacer buen uso de tus opiniones y el de hallar en ti mismo tus verda deros bienes. ¿Qué más deseas? Vive, entonces, feliz y no dejes de agradecer y de rogar a un padre tan espléndido y bondadoso.

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89Máximas

De l a re s ig n ac i ó n1. Nunca pidas que las cosas sucedan como tú quieres, más bien

desea que sucedan como suceden, y siempre prosperarás.

2. Cuando estamos por embarcar pedimos a los dioses vientos favorables para llegar pronto a nuestro destino; y mientras se nos concede lo que pedimos, lo único que hacemos es observar preocupados el viento reinante. ¡Ay, qué será de mí, siempre viento Norte! ¿Cómo podremos embarcar con este viento contrario? ¿Cuándo soplará el viento Sur? Querido amigo, soplará cuando le plazca a quien es su amo y señor. ¿O acaso puedes dispensar los vientos cual otro Eolo? Habitúate a que no podemos controlar más que lo que depende de nosotros, y que hemos de tomar todo lo demás como sucede.

3. Trasca decía que prefería morir el día de hoy a ser desterrado mañana. Al escuchar esto, Rufo le respondió: Si eliges que morir es lo peor, entonces eres un loco; y si lo eliges como lo mejor, dime, ¿quién te ha dado derecho a elegir?

4. Aquel que se resigna a lo que fatalmente sucede es sabio y es apto para el conocimiento de las cosas divinas.

5. Siempre y en todo momento, debemos hacer lo que depende de nosotros, manteniéndonos firmes y tranquilos respecto a lo demás. Si estoy forzado a embarcarme, ¿qué debo hacer? Pues lo que está en mis manos y en acuerdo a mi razón: elegir el barco, el piloto, los marineros, la estación del año, el día y el viento favorable: todo esto es lo que depende de mí. Después, si se desata una tormenta en alta mar, ya no puedo hacer nada, todo es asunto del piloto. Y si el barco zozobra, pues en lugar de gemir, llorar o afligirme, me dispongo a hacer lo que esté en mi poder y habilidades para salvarme; aunque sin dejar de pensar que todo lo nacido tiene que morir, según la ley universal de la que yo no puedo escapar. Porque no soy yo la eternidad, sino un simple hombre, una parte del todo, al igual que una hora es parte de un día. Y, del mismo modo que una hora llega y pasa, yo que he venido, también debo pasar. Y si debo pasar, ¿qué tanto importa la manera de hacerlo, ya sea por medio de la fiebre o por la acción del agua?

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90 Máximas de Epicteto

6. Jamás, por ningún motivo debes decir: he perdido tal cosa, sino la he devuelto. ¿Ha muerto tu esposa? Más bien, la has devuelto. ¿Te han quitado tu hacienda? Simplemente la has restituido. Si el que te la quitó es un malvado, a ti no debe importarte de qué manos se sirvió el que te dio los bienes, para luego quitártelos. Así que no te quejes y goza de la vida, como el viajero disfruta de la posada que el camino le ofrece, mientras te permita hacerlo.

7. Si los dioses me abandonan como lo han hecho, dejándome en la indigencia, en la oscuridad y en el cautiverio, no es porque me odien; ¿qué amo es capaz de odiar a su fiel servidor? Tampoco es por descuido, porque los dioses no descuidan siquiera las cosas que parecen más insignificantes. Lo que desean es probarme para cerciorarse si soy un buen soldado de sus filas, si soy un buen ciudadano; es decir, que desean, como fin inmediato, que les sirva de testigo frente a los demás hombres.

8. Si quieres ver a una persona contenta con su suerte y que se resigna a que las cosas sucedan como lo hacen, f íjate en Agripino. El día que le anunciaron que el Senado estaba reunido para juzgarlo, dijo:

—Sea en buena hora. Voy a prepararme para tomar un baño como me es habitual. Apenas salió del baño, le comunicaron la noticia de que había sido condenado.

—¿A muerte o a destierro? –preguntó él–.

—A destierro.

—¿Y han decidido confiscar mis bienes?

—No, tus bienes serán respetados.

—Vayamos, entonces, sin dilación. ¡Vamos a comer a Aricia, que lo mismo se come ahí que en Roma!

9. Me han condenado al destierro. Pero, ¿acaso existe un lugar más allá del mundo al que puedan enviarme? ¿Acaso no encon-traré en cualquier lugar al que vaya un cielo, un sol, una luna

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y unas estrellas? ¿Me faltarán ilusiones para seguir viviendo y augurios para conocer la voluntad de los dioses?

10. ¿Por qué te la das de estoico? Llámate como tus actos lo demandan y no te adornes con un nombre que no te corres-ponde y que sólo deshonras. Conozco muchos hombres como tú que predican máximas estoicas, pero estoicos, no conozco ninguno. A ver quién puede mostrarme un estoico; esto es, un hombre que se cree siempre dichoso, que se siente feliz en la enfermedad, en el peligro, cuando es despreciado e incluso calumniado. ¿Dónde se halla el hombre que comienza a ser estoico, pues no hay ninguno acabado y perfecto? ¡Ey!, enséñame si puedes un hombre que siempre esté conforme con la voluntad divina, que nunca se queje de los dioses ni de los hombres, que nunca piense que sus deseos se han frustrado, a quien nada hiera, a quien no asalte la envidia, ni la cólera, ni la soberbia; un hombre que, con un cuerpo mortal, mantenga un comercio secreto con los dioses y que anhele deshacerse de su ef ímera vestidura corpórea para unirse con ellos en espíritu.

11. ¿Tienes fiebre? Pues si la padeces como es debido, en ella tienes lo mejor que puedes desear. ¿Y qué significa padecerla como es debido? Pues sufrirla sin quejarse de los dioses ni de los hombres; no alarmarse por lo que pueda suceder, pensar que todo estará bien y que si la muerte llega, habrá que esperarla valientemente como lo mejor; no alegrarte en exceso si, por el contrario, el médico afirma que vas mejor, ni apesadumbrarte si te dice lo opuesto. Porque, ¿qué es estar peor? Simplemente acercarse al fin en que el alma se separa del cuerpo. ¿Y, con sinceridad, crees y dices que es un mal esta separación? Aún más, si no es el día de hoy, ¿dejará de suceder mañana? ¿O crees que el mundo terminará con tu muerte? Vive, pues, tranquilo y en paz tanto en la fiebre como gozando de completa salud.

De l a fi los of í a y los fi l ó s ofos

1. Los espíritus débiles escapan a los preceptos de la filosof ía, como los jóvenes peces a los anzuelos.

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92 Máximas de Epicteto

2. —Te has llenado de alguno que otro concepto filosófico y tratas de enseñarlo por tu cuenta. ¡Da risa escudarte! Vomitas de un modo grotesco lo que no has podido digerir, como esos malos estómagos que devuelven brutalmente los alimentos que han ingerido con prisa. Digiere, amigo, digiere, que más tarde enseñarás, cuando tu espíritu, transformado, demuestre los alimentos que le diste.

—Y si fulano ha abierto una escuela, ¿por qué no puedo abrir yo una también?

—¡Desdichado esclavo! ¿Crees que una escuela se puede abrir por un simple capri cho? ¿Crees que algo así se puede llevar a cabo sin haber llegado a la edad de la experiencia, sin haber llevado una vida ejemplar y sin ser elegido de los dioses? Aprende, entonces, que sin estos requisitos sólo serás un impostor y un impío. Serás como quien abre una tienda de médico llena de ungüentos, pero que no sabe aplicar ni para qué sirven.

3. El alma es un estanque lleno de agua: sus opiniones son la luz que lo ilumina. Cuando el agua está agitada pareciera que la luz también lo está, pero no es así. Lo mismo sucede con el ser humano: no porque esté agitado las virtudes se trastornan y confunden, sino tan sólo su espíritu. Es suficiente con que el hombre se calme para que todo regrese a su calma normal.

4. El inicio de la filosof ía es conocer nuestra debilidad y nuestra ignorancia y los deberes necesarios e imprescindibles.

5. ¿Qué es un filósofo? Un hombre a quien, si prestas atención, te hará con seguridad más libre que todos los pretores juntos.

6. Cuando un cuervo te augura algo con sus graznidos, crees que es un dios y no un cuervo quien se comunica contigo. Cuando un filósofo te advierte, cree igualmente que es un dios quien te advierte y no un filósofo.

7. Reflexiona atentamente la excelsitud de miras de los filósofos y la claridad de sus espíritus, y te darás cuenta cuán clarividentes son. El mismo Argos, con sus cien ojos, te parecerá ciego si lo comparas con los filósofos.

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8. Tanto la escuela del filósofo, como el gabinete del médico son sitios a los que se acude no para disfrutar placeres, sino algo más valioso, gozar de saludables dolores. Al que tiene una luxación, al que padece un absceso, al que le atormenta una f ístula y al que sufre de una úlcera, el dolor y no el placer es lo que ha de curarlos.

9. El bueno y verdadero sabio, acordándose siempre de quién es, de dónde viene y quién lo ha creado, conserva fielmente el lugar que se le señala, y procura demostrar siempre que obedece a los dioses diciendo: ¿Desean que aún permanezca aquí? Pues lo hago, enton ces. ¿Desean que deje mi puesto? Pues lo abandono; ya que por us tedes estoy aquí, por ustedes salgo si eso les place. Mis miradas y mis deseos jamás se han de apartar de sus mandatos y prohibiciones.

10. ¿Estás empeñado en ser filósofo? Que así sea, pero prepárate para ser el hazmerreír de todos y a que la multitud te chifle y diga: ¡He aquí un filósofo que ha brotado de repente! ¿De dónde habrá sacado esa grotesca ignorancia? Así que, en vez de ese aire vanidoso, procura adaptarte a las máximas que creas mejores y más bellas, y no olvides que si sigues observándolas fielmente, los mismos que antes se burlaban de ti, te admirarán después; al paso que, si cedes a sus insultos, se burlarán de ti dos veces.

11. Recuerda que cuando miras hacia fuera por complacer a otros, lo que haces realmente es descender de la altura en que te hallabas. Entonces, no dejes por nada ni por nadie de ser filósofo; y si aparte de serlo, quieres parecerlo, confórmate con que sea sólo a tus ojos. Créeme que con eso es suficiente.

12. Nunca te pongas el título de filósofo ni pierdas el tiempo predi-cando bellas máximas ante los ignorantes; lo único que debes de hacer ante ellos es, sencillamente, practicar lo que aconsejen estas máximas. Por ejemplo, en un banquete no te pongas a predicar cómo debe comerse, mejor practícalo, y recuerda que en todo y en todos los lugares, Sócrates, modelo vivo para cualquier hombre que aprecia y ama la sencillez y la sabiduría, supo dominar todo fausto y ostentación. Cuando los jóvenes acudían a él para que los recomendara a los otros filósofos, él

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mismo los acompañaba y soportaba sin quejarse que no le hicieran ningún caso.

13. Recuerda siempre lo que decía Éufrates: que le había ido muy bien escondiendo durante mucho tiempo que era filósofo; porque, además de estar convencido que al actuar así no había hecho nada para llamar la atención de los hombres y sí la de los dioses, había tenido el consuelo de que al combatir solo, únicamente se exponía él y no al prójimo ni a la filosof ía con las equivocaciones que podía haber cometido: y, en especial, que había podido disfrutar del secreto placer de ser visto como filósofo a causa de sus acciones y no de su vestimenta.

14. Intenta que tus austeridades y tus prácticas corporales no sean fuera de lo común e increíbles; si no lo haces, serás más un saltimbanqui que un filósofo.

15. Lo que nos lleva a la perdición es que queremos hacernos los sabios y ser imprescindibles para los demás, cuando apenas hemos acercado los labios a la copa de la filosof ía; nos sentimos capaces de reformar el mundo. ¡Tonta vanidad, amigo mío! Para poder presentarse ante los demás como un hombre que la filosof ía ha reformado, lo primero es empezar por reformarse realmente. Y si quieres ser de utilidad para los demás, al tiempo de pasear y comer con ellos, enséñales con buenos ejemplos, sé complaciente, cede a todos, sufre incluso sus impertinencias y seles útil. Dicho de otro modo, enséñales cómo se es mejor que ellos.

16. Si deseamos ser verdaderos filósofos, es necesario que pongamos nuestra voluntad en modo de aceptar y acomodarse a todo lo que nos ocurra y a todo lo que deje de ocurrirnos. Esto nos dará la invaluable ventaja de nunca ver defraudados nuestros deseos ni realizada la razón de nuestros temores. Y podremos convivir con las personas sin penas ni trastornos, y conservar todas nuestras relaciones naturales o adquiridas. Así, cumpliremos perfectamente con nuestros compromisos de padres, hijos, hermanos, ciudadanos, esposos, socios, magis-trados y súbditos.

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17. No existe arte ni ciencia que no sea despreciada y menospre-ciada por la ignorancia y los ignorantes. La filosof ía no tendría que ser la excepción, haciéndoles caso y dejándose conmover por sus prejuicios y reproches.

18. Un médico va a visitar a un enfermo y le dice: Como tienes fiebre, no tomes alimento alguno ni bebas agua. El enfermo sigue al pie de la letra sus instrucciones, le paga e incluso está agradecido. En cambio, cuando un filósofo le dice a un ignorante: Tus deseos son inmoderados; tus miedos son bajos y serviles, y tus opiniones falsas, éste se enfurece y se aleja de él, afirmando que ha sido insultado. ¿En dónde radica esta diferencia? Sencillamente en que el enfermo siente su mal y el ignorante no siente el suyo.

19. El ignorante no espera de sí mismo su bien y su mal, sino de los demás. El filósofo sólo espera bien y mal de sí mismo.

20. —¿A qué viene esa fiereza y ese orgullo, miserable filósofo?

—Espera un poco, amigo mío, y me verás aún más orgulloso. Espe ra a que tenga la firmeza necesaria en las máximas que he aprendido y que he aceptado absolutamente; espera, que esto no es nada toda vía, pues conozco y temo mi debilidad. Pero, pronto, cuando esté ade cuadamente seguro y forta-lecido, verás todo mi orgullo y toda mi fiereza en su máximo esplendor. Y es que la estatua no está termina da todavía; los dioses no le han dado aún la última mano. Pero no creas que, una vez acabada, su fiereza será hija de su orgullo. No, será una fiereza de seguridad y confianza en la verdad. ¿Lo que observas en la cabeza de Júpiter es orgullo? No, es firmeza, es estabilidad, es constancia, es seguridad en su poder, es, en resumen, lo que debe resplandecer en el rostro de un Dios que te dice: Todo lo que he con firmado mediante un signo de aprobación, jamás se engañó, fue irre vocable y nunca dejó de suceder. Ahora bien, yo intentaré imitar este magnífico modelo. Me verás leal, modesto, valiente e inaccesible a la turbación y a las emociones que provocan los accidentes que llaman terribles.

—Pero, ¿te veré inmortal, exento de vejez y enfermedades?

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96 Máximas de Epicteto

—No, pero observarás que sé morir y ser viejo y enfermo; verás que fuertes y templados son los nervios de un filósofo.

—¿Y de qué trata esta solidez y esta templanza?

—En nunca tener deseos frustrados ni temores mal dirigidos; en prevenir todos los males; en arreglar con venientemente todos los movimientos del alma; en que todos los designios sean producto de una reflexión madura y prudente, y en que las afirmaciones sean tan firmes y certeras que nunca las siga el arrepentimiento.

21. La primera y más necesaria parte de la filosof ía es la que habla de la práctica de los preceptos, como, por ejemplo, del que establece que no debemos decir mentiras. La segunda parte es la de las demostraciones: por qué no debemos mentir. Y la tercera es la que hace la prueba de estas demostraciones: por qué son tales demostraciones y en qué consiste su certeza y verdad, además de qué es demostración, consecuencia, oposición, verdad y falsedad.

La tercera parte es necesaria a la segunda, y la segunda a la primera; ésta es la más necesaria de todas y donde debemos detenernos y prestar más atención. Pero acostumbramos invertir este orden y a no pasar de la tercera. Comúnmente, ponemos todo nuestro empeño y estudio en la prueba, descuidando totalmente lo primero, o sea, el uso y la práctica. ¿Cuál es el resultado de esto? Pues que mentimos; pero eso sí, siempre estamos dispuestos a demostrar que no debemos mentir.

22. Uno de mis discípulos, que se sentía atraído por la filo sof ía cínica, me preguntó cierto día cómo debía ser el verda- dero filósofo de esta secta y qué tenía que hacer para llegar a serlo.

—Amigo mío –le respondí–, lo único que puedo decirte es: cualquier hombre que se dedique a cosa tan elevada sin que los dioses lo hayan llamado, será tan loco como el que entra en una casa extraña sin la aprobación de sus dueños.

—Pero –replicó–, acordaré sin discusión vestirme de harapos y ponerme un manto zurcido; dormiré en el suelo, no llevaré

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más que una alforja y un palo, y me meteré audazmente con todo el mundo.

—¡Ay, amigo! Si solamente por esas cosas exteriores juzgas la filosof ía, ¡qué mal la juzgas! Tienes que saber que el filósofo cínico es un hom bre pudoroso y que su vida está expuesta continuamente a la vista de los demás, pues todo lo que hace es decente; que los verdaderos cínicos son enviados de los dioses para que regeneren a los hombres y para que les enseñen con su ejemplo cómo estando desnudos, sin bienes y con el cielo por único techo y la tierra por cama, se puede vivir feliz; son elegidos que tratan a los viciosos, sin importar su posición, como esclavos; hombres que, apaleados y maltratados, aman y bendicen a quienes los lastiman; que miran a todos las demás personas como si fueran sus hijos, que los soportan, juegan con ellos, los amonestan con bondad y ternura como lo hacen los padres y los hermanos, y co mo lo hacen los ministros de los dioses. Finalmente, son hombres a quienes príncipes y reyes, a pesar de su muy humilde condición, tratan con respeto. Igual que te lo describo es como Alejandro Magno consideró a Diógenes.

23. ¿Por qué los hombres no juzgan la filosof ía como las otras artes? Si un obrero hace mal su trabajo, solamente a él se le culpa; todos dirán que es un mal obrero, pero nadie pensará por eso en difamar su oficio. En cambio, si un filósofo comete una falla, nadie dice: ¡Es un mal filósofo!, ¡un filósofo de pacotilla!, sino que afirman: ¡Valiente estupidez es la filosof ía! ¿De dónde viene semejante injusticia? De que no hay arte ni oficio que los hombres no cultiven mejor que la filosof ía, o mejor dicho, de que la pasión no ciega a los hombres en cuanto a las artes que los halagan o les son de evidente utilidad y que, en cambio, los ciega respecto al arte que les molesta, los combate y los condena.

24. Hay personas tan ciegas que ni al mismo Vulcano tendrían por buen herrero de no verlo ataviado con su gorro de forjador. Entonces, es una necedad quejarse de que un necio nos desco-nozca, de esos necios que solamente distinguen a los hombres por sus trajes y sus atributos. Esta es la razón por la que Sócrates fue desconocido por la mayoría de sus compatriotas. A él, que era el filósofo por excelencia, iban a buscar para que los condujera a algún otro filósofo, y él lo aceptaba de buena

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gana, sin ofenderse. Y jamás se quejó de que no lo consideraran como filósofo. Nunca puso un anuncio en su puerta. Siempre estuvo satisfecho de ser filósofo sin aparentarlo. Y, sin embargo, les vuelvo a repetir, ¿quién mejor que él puede ostentar tan noble título? Entonces, haz tú algo similar: que tu filosof ía no se deje ver más que en tus actos.

25. ¿Acaso es suficiente haber comprado un libro de música o un instrumento para ser músico? ¿Habrá alguno tan loco que lo cree? Y, tú, desdichado, ¿crees que es suficiente llevar barbas largas, una alforja, un palo y un modesto manto para ser filósofo? Amigo mío: el hábito es conveniente al arte, pero el arte es quien le da el nombre, no el hábito.

26. Igual que la medicina aconseja cambiar de aires a quienes padecen ciertas enfermedades crónicas, la filosof ía aconseja a los que tiene vicios añejos que lo que más puede fortalecerlos son los lugares en donde nacieron.

De l a s muj e re s1. Solamente los ingratos y los cobardes sostienen que no existe

distinción entre la belleza y la fealdad. ¿Acaso una mujer fea gusta y embelesa la vista como una que es bella? No sólo es torpe decir algo así, sino impío; es el lenguaje propio de las personas que desconocen la naturaleza de las cosas y que temen arriesgar una opinión por miedo a ser arrastradas y vencidas. Negar la belleza no es lo que sustrae al hombre a sus encantos, el mérito está en resistir reconociéndola.

2. ¿Saben lo que hace el hombre que va tras la mujer de su prójimo? Pisotear las leyes del pudor y de la fidelidad, violar la vecindad, la amistad, la sociedad y todo lo más sagrado y las leyes más venerables. El que hace algo así no puede ser consi-derado siquiera como amigo, ni como vecino, ni como conciu-dadano. Ni siquiera llega a tener el valor de un esclavo; es un barco inútil que sólo sirve para ser echado a pique.

3. Un libertino descubierto cometiendo el delito de adulterio decía a Diógenes que por ley de la naturaleza, las mujeres eran comunes. El filósofo le contestó:

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—También son comunes las viandas que sirven en la mesa, pero, una vez que se dividieron y distribuyeron, no tendría pudor ni vergüenza la persona que le quitase a su vecino la ración de su plato. El teatro también es común a todos los ciudadanos, pero ya que todos han ocupado su sitio, no se puede ni se debe exigir que alguno de los espectadores abandone el lugar que ocupa para que lo tome quien acaba de llegar. De este modo, y no de otro, las mujeres son comunes: desde el instante que el legislador las ha distribuido y a cada una ha dado su esposo, no habrá hombre honrado alguno que conscientemente se atreva a asegurar que es lícito no confor-marse con la suya y tomar la del vecino. Así que tú, que así obras, no eres un hombre sociable y sensato, sino un mono o un lobo salvaje.

4. Mientras las mujeres son jóvenes, sus maridos no dejan de celebrar su belleza y de llamarlas queridas y hermosas. Así que, al ver ellas que sus maridos sólo las consideran por su belleza f ísica y por el placer que les dan, no piensan más que en arre-glarse y engalanarse, y todas sus esperanzas parecen depender de sus atuendos. Por lo tanto, nada es más útil y necesario que hacer esfuerzos por demostrarles que se les honrará y respetará mientras sean prudentes, pudorosas y modestas.

5. Si tengo éxito resistiendo a una mujer hermosa que está dispuesta a concederme sus favores, me digo: ¡Bravo!, Epicteto, esto tiene más valor que haber rechazado el sofisma más sutil. Porque, sin duda, resistir sus provocaciones y rechazar sus caricias es un triunfo del que puedo vanagloriarme con más justo título que si hubiese salido victorioso de los silogismos más peligrosos. Pero, ¿cómo poder resistir a una tentación tan seductora? Existe un medio muy eficaz: intentan do a toda costa agradarse a sí mismo y parecer bello ante los ojos de los dioses; también deseando, a pesar de lo que sea, conservar la pureza del cuerpo y del alma.

6. Amfiarao vivió mucho tiempo en paz con su mujer, tuvieron muchos hijos y nunca se vio un matrimonio mejor avenido. Pero ocurrió el ofrecimiento de un collar, y ¡adiós mujer, esposa y madre!

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De los cu i da d os d e l cu e r p o1. Dedicar un tiempo excesivo al cuidado del cuerpo, al ejercicio,

a la comida y a la bebida, o a cualquier otra de las necesidades corporales es una clara señal de un espíritu torpe. Todos estos cuidados no deben ser lo principal, sino lo secundario de nuestra vida y, por lo tanto, hay que considerarlos como algo de paso. Nuestra preocupación más grande, activa e incesante debemos dedicarla al espíritu.

2. ¿Eres hombre o mujer? Si eres hombre, vístete como un hombre y no pretendas pasar por un prodigio del vestido, por algo nunca visto. Cuando Sócrates encargaba a Alcibíades que se embelleciera, le aconsejaba justamente descuidar un tanto la belleza del cuerpo para ocuparse de la del alma. Pero no creas por esto que es necesario ser desaseado y sucio, no. Nada de eso; pero sí es muy importante que tu aseo sea serio y digno de un hombre.

3. La limpieza es para el cuerpo lo que la pureza es para el alma. La misma Naturaleza nos enseña a ser limpios. Así como cuando hemos comido y algo se queda entre los dientes, la Naturaleza ofrece agua e invita a lavarse la boca para que en ningún momento dejemos de ser hombres y seamos más parecidos a los cerdos. Además, ella nos da baño, aceite, esparto y vitriolo para combatir el sudor y la grasa de nuestra piel. Si no utilizas todo esto que te brinda tan oportuna y generosamente, no eres un hombre. Y si cuidas de tu caballo y de tu perro, a los que bañas, limpias y peinas como es debido, ¿vas a tratar tu cuerpo peor que el de tu caballo o el de tu perro? Entonces, lávalo y límpialo perfectamente, procura que a nadie dé asco y que nadie tenga que alejarse de ti con repugnancia, pues, ¿quién no se alejaría asqueado de un hombre sucio y maloliente? Ahora bien, si lo prefieres, aléjate de los demás y vive retirado, regoci-jándote con tu propia porquería, pero lejos de la ciudad, a mitad del desierto, para que no apestes a tus amigos y vecino. Porque ¿pareciendo basura te atreves a acudir a los templos, donde está prohibido escupir y sonarse?

4. ¿Cómo podrían serme atractivas, por bellas que fueran, las sentencias de un filósofo si él se presenta sucio, desaseado y

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tan espantoso como criminal que sale de la mazmorra? ¿Cómo podría hacer que amara una doctrina de la que él es un repre-sentante tan desagradable? Por ninguna razón me resignaría a escucharlo, y mucho menos aún a relacionarme con él. Cuidemos, pues, de la limpieza y de la decencia exterior. Y lo que digo de los maestros debe ser igual para los discípulos. Para mí, cuando un joven desea dedicarse a la filosof ía, prefiero y quiero que asista a mis clases limpio y decentemente vestido, y no sucio y desgreñado. Por este tipo de detalles juzgo si posee alguna noción de la belleza y si tiene inclinación a lo que es conveniente y decoroso. Porque deduzco que si cuida de la belleza que conoce, cuidará también de la que le daré a conocer, o sea, de la belleza interior, que está basada en el perfecto uso de la razón, a cuyo lado la belleza del cuerpo es tan sólo fealdad. Pero, el que se acerca a mí sucio, desaliñado, cubierto de sebo y porquería, despeinado y con la barba crecida hasta la cintura, ¿qué puedo decirle para hacerle conocer la belleza, de la que no tiene la menor idea, viendo que se trata de un cerdo que preferirá siempre su muladar a la fuente más pura y cristalina?

De l a ve rda d e r a fi los of í a1. Si mi padre y mi vecino son malos lo serán, en tal caso, para

ellos mismos, pero no para mí. Al contrario, para mí son buenos porque su manera de ser sirve para que yo ejercite y forta-lezca mi dulzura, mi generosidad y mi paciencia. Poderoso Mercurio, dame tu admirable vara, pero no para transformar en oro lo que toque, que al fin y al cabo sería una nimiedad, sino para cambiar en bienes todo lo que son males: la enfer-medad, la pobreza, la infamia e incluso la muerte misma.

2. Como tu hijo a quien adoras, según afirmas, está muy enfermo, te apartas de él porque no tienes el valor de verlo sufrir. Entonces, si eso hace el cariño, los que lo aman pronto lo aban-donarán –su madre, su nodriza, sus hermanos, su preceptor–, y será necesario que lo cuiden los que no lo quieren ni tienen nada que ver con él. ¿Acaso esto no es un enorme y espantoso disparate? ¿No es estar ciego y pensar torpe y cruelmente? ¿Quisieras tú, si estuvieses enfermo, contar sólo con personas que se interesasen por ti de esta manera?

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102 Máximas de Epicteto

3. Te has vuelto el perseguidor y tirano de tu prójimo por el sencillo hecho de ocupar un puesto eminente. ¡Desdichado! ¿Acaso olvidas quién eres y a quién mandas? ¿No te fijas en que son tus hermanos y tu padre?... ¿Dices que porque has comprado el empleo tienes derecho a usar ciertos privilegios y derechos?... ¡Infeliz! ¡Tan bajos como el lodo y la tierra son todos tus pensamientos, que sólo miran a estas miserables leyes humanas, leyes de los muertos en suma, y eres incapaz de levantar los ojos hacia las únicas leyes que son perfectas y admirables, hacia las divinas!

4. Ya que compadeces a los ciegos y a los cojos, ¿por qué no compadeces también a los malvados? ¿Que no entiendes que son malvados a pesar suyo, igual que los cojos y los ciegos?

5. Cada cosa tiene dos aspectos diferentes: uno que la hace fácilmente llevadera, y otro que sólo plantea dificultades. Por eso, si tu hermano te hace una injusticia, no lo tomes por el lado de la injusticia que comete contigo, pues por ahí no debes tomarlo ni podrías llevarlo; tómalo por el otro lado, es decir el que te muestra un hermano, un hombre que se ha criado contigo, o sea, por el lado bueno, y eso te lo hará soportable.

6. ¿Qué lograrías con injuriar a una piedra que es incapaz de oírte? Entonces, imita a la piedra y no escuches las injurias que te dirijan.

7. Recuerda que lo que te maltrata no es quien te insulta y te pega, sino la opinión que tienes de esas personas y que te hace verlos como enemigos. De igual manera, cuando alguno te aflige o incomoda, no es esa persona realmente quien lo hace, sino tu propia opinión. Intenta, pues, que tu imaginación no te gane, y si lo consigues comenzarás a ser dueño de ti mismo.

8. Igual que un maestro de gimnasia, que me ordena levantar pesas y hacer múltiples ejercicios, endurece y desarrolla mis músculos, que se fortalecen más si obedezco sus órdenes, sucede lo mismo con los que me maltratan y me insultan, pues esto desarrolla mi paciencia, mi dulzura y mi clemencia. ¡Y me es mucho más útil el que me insulta, que el maestro de gimnasia!

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9. Cuando una persona te maltrata de acto o palabra, recuerda que lo hace porque cree que tiene derecho a hacerlo. Esto significa que no actúa según tu juicio, sino según el suyo propio. Así que si te juzga mal, ella sola se perjudica, pues sola se engaña. Porque si alguien dice que es falso un silogismo justo y admitido por todos, el silogismo no es el atropellado, sino el que se engaña juzgándolo mal. Aprende a utilizar bien y siempre esta regla y podrás soportar pacientemente a cuantos hablen mal de ti, pues cuando eso suceda, podrás decirte: Si dice algo así es porque buenamente lo cree.

10. ¿Acaso no tengo razón en vengarme y regresar el mal que me han causado? ¡Pero si nadie te ha hecho mal alguno, ya que el bien y el mal sólo existen en tu voluntad! Y si otra persona se ha lastimado a sí misma al hacerte una injusticia, ¿acaso no es torpe que te lastimes tú mismo regresándosela?

11. Si alguno te notifica que otro ha hablado mal de ti, no te permitas refutar lo que haya dicho; por el contrario, limítate a responder con sencillez: El que te ha hablado mal de mí de esa manera ignoraba, seguramente, mis otros vicios y defectos, pues de no ser así, no se hubiera conformado con nombrar solamente algunos.

12. El hombre sensato siempre espera recibir de los malvados mucho más daño del que en realidad recibe. Si lo insultan, da gracias que no lo hayan golpeado; si le pegan, reconoce que no llegaron a herirle; si lo hieren, se alegra de que no le hayan dado muerte.

De l a a m i sta d1. La amistad es atributo únicamente del sabio. ¿Cómo sería

capaz de amar el que no sabe distinguir lo bueno de lo malo?

2. Quien ama las riquezas, los placeres o la vanagloria no puede amar a los hombres. Sólo el que ama lo honesto y lo decente tiene la capacidad de amarlos con verdad.

3. Para amar es necesario poner al mismo nivel la utilidad, la santidad, la honestidad, la patria, los padres, los amigos y

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la justicia. Si se separan estas cosas, la amistad ya no es posible, porque donde impera el yo y lo mío, domina el animal y no la razón inteligente. Si el yo, que es lo mismo que lo mío o mi interés, está de acuerdo con la ho nestidad y la justicia, seré buen amigo, buen hijo, buen padre y buen esposo. Pero, si en un lado está mi interés y en otro las virtudes mencionadas, entonces ya no habrá amistad ni todos los deberes más santos e imprescindibles.

4. Si te interesa saber si dos hombres son amigos, no pre guntes si son hermanos, si se educaron juntos, si tuvieron los mis mos maestros y preceptores; sólo pregunta de qué está hecha su intimidad. Y si esta intimidad estuviera fundamentada en las cosas que no dependen de nosotros, cuídate mucho de decir que son ami gos, pues no lo son, como no son tampoco ni fieles, ni constantes ni libres. Por el contrario, si basan su amistad en las cosas que dependen de nosotros, y la cimientan y mantienen con opiniones sanas, entonces no te agobies si los atan o no lazos de sangre, si se conocen de tiempo atrás ni de sus protestas de amistad. Porque, ¿acaso puede no existir amistad donde hay felicidad y comunicación en todo lo bello y honesto?

5. El alma del vicioso no es capaz de amistad puesto que, entregada a la inconstancia y al desenfreno, va siempre de un lado para otro impulsada por sus opiniones y jamás satisfecha.

6. ¿Observas esos perros que están jugando? Se podría decir que son los mejores amigos del mundo, a juzgar por sus fiestas, sus caricias, su bullicio y sus lametones, ¿no es cierto? Entonces, echa un hueso en medio de ellos y verás lo que sucede. Así suele ser la amistad entre padres, hijos y hermanos. En cuanto aparece un motivo de disputa: dinero, tierras, una amante, bienes de cualquier tipo, ya no hay padre, ni hijo, ni hermano.

De l a o p i n i ó n e n g a ñ osa d e l a s cosa s

1. Lo que perturba a los hombres no son necesariamente las cosas, sino la opinión que se hacen de éstas. Por ejemplo: la

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muerte no es, de ninguna manera, un mal; sin embargo, pensamos todo lo contrario y esto sí es un verdadero mal, así que cuando nos sintamos torturados, me ditabundos o tristes, no culpemos a nadie por eso, sino a nosotros mismos, o más bien, a nuestras propias opiniones.

2. He oído de un hombre que por no estar conforme con su suerte corrió a arrojarse a los pies de Epafrodito y, llorándole, le dijo que era el más desdichado de los hombres, que estaba totalmente en la ruina y que ya no tenía medios de subsistencia, ya que todo su ca pital se reducía a cincuenta mil escudos. ¿Saben lo que respondió Epafrodito? ¿Piensan que se burló de él? En absoluto, más bien suce dió lo contrario, le contestó con la mayor seriedad y convencimiento del mundo: Pero, infeliz, ¿por qué no me hablaste antes de esta es pantosa miseria? ¿Y cómo has tenido el gran valor de sobrellevarla sin perecer?

3. ¡Es natural que estemos llenos de falsos prejuicios si es lo único que nos enseñan desde nuestra infancia! La nodriza, apenas comenzamos a caminar, si tropezamos con una piedra y nos deshacemos en llanto, en lugar de regañarnos, regaña a la piedra y hace como que le pega. ¡Por todos los dioses! ¿Habrá algo más falto de razón? ¿Qué mal ha cometido la pobre piedra? ¿Acaso debía prever que íbamos a tropezar con ella y debió cambiar de lugar?... Cuando somos mayores, si al regresar del baño no tenemos dispuesta la cena, nos enfurecemos y armamos un escándalo espantoso; y nuestros superiores, en lugar de reprimir nuestro loco furor, se ponen también a gritar y, si se presta la ocasión, hasta lo paga el cocinero. Yo le diría a estos superiores que lo que hacen es pervertir cuando tienen el deber de educar: ¿Por qué son tan duros con el cocinero y tan descui-dados con el joven? Finalmente, cuando somos adultos y ocupamos un cargo en la sociedad, siempre observamos los mismos ejemplos. Por eso vivimos y morimos siendo niños siempre. Pero, ¿qué significa ser niños? La respuesta es sencilla: así como se le dice “niño” al que no sabe o sabe mal las letras o la música, también en la vida es perennemente niño quien no sabe vivir o vive con opiniones falsas e insanas.

4. Cuando estoy en un barco y no veo más que mar y cielo, la vasta extensión del mar que me rodea me estremece. Se diría

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que, en caso de naufragar, hubiese de morir de no tragar toda esa inmensidad de agua, ¡cuando apenas son suficientes un par de azumbres de agua para ahogarme! De la misma forma, durante un terremoto, pienso que la ciudad entera caerá sobre mí, como si no fuera suficiente una sola teja para quebrarme la cabeza. Esto nos dice que somos unos desdichados esclavos de la imaginación mal dirigida.

5. ¡Ay de mí! ¡Cuándo volveré a ver a Atenas! Pero, amigo mío, ¿acaso puedes ver algo más bello que el cielo, el sol, la luna, las estrellas y el mar? Y si tanto te apesadumbra no poder ver Atenas, ¿qué harías si no pudieras ver al astro del día?

6. La regla y medida de nuestros actos son las opiniones que tenemos de las cosas. ¿De dónde surgió la Astrea, de Eurípides? De la opinión. ¿Y su Medea y su Hipólito? También de la opinión. ¿Y el Edipo, de Sófocles? Sin duda, de la opinión.

7. ¿Piensas que fue una enorme desgracia para Paris el que los griegos entraran a Troya, la pasaran a sangre y fuego, elimi-naran a la familia de Príamo y tomaran cautivas a todas las mujeres? Estás equivocado, amigo mío. La gran desgracia de Paris fue haber perdido el pudor, la lealtad, la modestia y el respeto a la venerable hospitalidad que violó perversamente. Igualmente, la desgracia de Aquiles no fue que ma taran a su amigo Patroclo, sino haber montado en cólera y haber trabado relación con Briseida, olvidando que no había ido a la guerra a tener concubinas, sino para devolver una mujer a su esposo.

8. ¿Alguna vez has visto una de esas ferias a las que asisten personas de todas las comarcas vecinas? De esas, unos van a comprar, otros a vender, unos por simple curiosidad, con ganas de ver la feria y enterarse de por qué se celebra y quién la esta-bleció; otros más por conveniencia. Exactamente lo mismo sucede con el mundo. En esta gran feria, unos se desviven por comprar, otros por vender; poca, muy poca gente se conforma con admirar este sublime espectáculo para conocer qué es, quién lo ha hecho, por qué lo ha creado y cómo lo dirige –porque no es posible que no lo haya creado alguien y que no esté regido por alguien–. Si no existieran obreros, no podría existir una casa o una ciudad, y no subsistirían si no hubiera

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quien las rigiera verda deramente y cuidara de ellas. Y si esto sucede con una simple casa, ¿cómo podría existir y perdurar tan enorme máquina como la del Universo por pura casua-lidad? Esto es sencillamente imposible. Esto sig nifica que hay alguien que la hizo y alguien que la mantiene y dirige. ¿Quién es y cómo la dirige? Y nosotros, que también somos obra su ya, ¿qué somos y por qué somos?... Muy pocas personas se hacen este tipo de reflexiones y que, luego de haber admirado la obra y bendecido al obrero, se sienten satisfechos y felices. Y resulta increíble que estas pocas personas suelen provocar la risa de los demás, de la misma forma que en la feria, los merca-deres se burlan y molestan contra los simples curiosos y los tachan de necios y majaderos. Por supuesto que tam bién los bueyes y los cerdos, si pudieran hablar, seguro se burlarían de todos los que piensan y se ocupan en otras cosas que en sus envidiados pastos.

9. Estando de paso en esta ciudad, y mientras se alista el barco que te llevará a otras tierras, te dices: Vamos a ver al tal Epicteto y escuchemos qué tiene que decir. Efectivamente, vienes y me ves… y esto es todo lo que haces. Pero, pongámonos de acuerdo, ¿qué significa conversar con un hombre? ¿Acaso no es preguntarle sus opiniones y exponerle las propias? ¿No es dejarse arrancar las ideas falsas y también liberarlo del error, si es que está en él? Ahora bien: si esto es hablar con un filósofo, sucede que tú, luego de visitarme, descontento del trabajo que te has tomado en hacerlo, te vas murmurando: ¡Valiente cosa este Epicteto! ¡Buen chasco me he llevado! ¡Si apenas sabe hablar! ¡Qué lenguaje tan rudo y vulgar el suyo!... ¿Acaso se trataba de escucharme expresar discursos brillantes y vacíos? Así son los hombres, únicamente los seducen los amenos y grandilocuentes parlanchines y, engañados, pasan la vida unos junto a otros sin conocerse en realidad, sin analizarse a fondo y sin mejorarse. ¡La única preocupación de nuestra sociedad es pasar el tiempo y curiosear!

10. Afirmas que si Sócrates, en lugar de negarse a huir de la prisión, se hubiera puesto a salvo, todavía podría servir a los hombres. Pues no es así, amigo mío. Lo que Sócrates hizo y dijo, negán- dose a huir y muriendo por la justicia, nos sirve mucho más que todo lo que pudiera haber dicho si se hubiera escapado.

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11. Epicuro enseña que por ley natural no existe ninguna sociedad entre los hombres; que los dioses no se preocupan en absolu to de las cosas humanas; que el único bien es la volup-tuosidad. ¡Qué insensato!, ¿acaso valía la pena pasar tantas noches en vela para es cribir libros con preceptos como estos? ¿No hubiera sido mejor, siguiendo estas mismas teorías, quedarse calientito en la cama y llevar la existencia de un gusano, ya que es la única capaz de que los que piensan de este modo se consideren dignos? Según él, la piedad y la santidad son meras invenciones de hombres arrogantes y sofistas; la jus ticia sólo es una debilidad; el pudor es locura; no hay, con respecto a las obligaciones, ni padres, ni hijos, ni hermanos ni ciudadanos. ¡Qué atrevimiento más loco! ¡Oh audacia! ¡Oh calumnia inaudita! Orestes, turbado por las negras furias, no está poseído de una demencia co mo la tuya.

12. Igual que no está en poder del hombre admitir lo que le parece falso ni desechar lo verdadero, tampoco puede rechazar lo que piensa que es bueno. El epicúreo que afirma que “robar no es un mal, sino que el mal es ser sorprendido robando”, seguramente robará, si está convencido de que puede hacerlo sin que lo descubran.

13. Cuando asistes al anfiteatro, prontamente tomas partido por tal actor o tal atleta, pues estás convencido que a él se le debe dar el premio. Por otro lado, los demás juzgan que otro es quien alcanzará la victoria. Esta contradicción te enoja, pues como eres pretor crees que nadie debe contradecirte. Pero, ¿crees que los demás no tienen opinión y voluntad? ¿Acaso no tienen también derecho a irritarse al ver que tú te opones a lo que ellos opinan? En resumen, si quieres estar tranquilo y que nadie te contradiga, no desees que obtenga el premio otro que aquel a quien se le conceda. O bien, si te obstinas en que se premie a tu favorito, haz que el espectáculo se represente en tu casa, para ti solo y, de ese modo, sin temor a que nadie te contradiga, podrás proclamar en voz alta: El triunfador en toda clase de juegos es Fulano. Pues bien: en público no te atribuyas lo que no te pertenece, y respeta la libertad de las opiniones de los demás.

14. La desdicha de los hombres siempre viene de que ubican mal su precaución y su confianza; son como el ciervo que, para evitar

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al ave que amenaza dejarse caer sobre él, se precipita en las redes que le tendió el cazador, en las cuales termina muriendo.

15. Afirmas que la precaución y la confianza son incompatibles, y te equivocas. Lo que sucede es que de ti depende unirlas. Y para hacerlo sólo tienes que aplicar la precaución a las cosas que dependen de ti, y la confianza a las que no dependen de ti. De esta forma, serás confiado y precavido al mismo tiempo, ya que evitando los verdaderos males siendo prudente, enfrentarás valientemente a los falsos de los que creas verte amenazado.

16. Están en un error los que creen que soy enemigo de la elocuencia, y que condeno el arte de bien decir y de escribir con elegancia. No es así, lo que condeno es que estas cosas se consideren como lo más importante. Esto no es así: hay algo mucho más relevante.

17. Un hombre que quería entrar en la cofradía de los sacerdotes de Augusto, en Nicópolis, vino a mí para saber mi opinión sobre su intención:

—¿Cuál es tu interés en hacerlo? –le pregunté–. Por supuesto que me parece un gasto inútil el que tendrás que hacer para conseguirlo.

—¡Ah! Es que mi nombre, al quedar inscrito en los registros, vivirá eternamente.

—Si esto es lo único que pretendes, escríbelo en una piedra y durará mucho tiempo más. Porque si lo piensas bien, ¿quién te recordará, por más inscrito que quedes, fuera de los muros de Nicópolis?

—Es que además llevaré una corona de oro.

—Si tu ambición se basa en ceñir una corona, ¿por qué, en lugar de oro, no llevas una hecha de rosas? Será menos pesada y te sentará mejor.

18. Se dice que el camino de la filosof ía es largo y penoso. Es un profundo error, no es ni penoso ni largo, porque ¿sabes lo que

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se aprende recorriéndola? A obedecer a los dioses, a contener los deseos y a hacer buen uso de las propias opiniones. Ahora, si deseas saber con exactitud y detalle qué es esto de los dioses, de los deseos y de las opiniones, entonces te informaré que se trata de cosa larga. Pero, ¿acaso los filósofos que te predican la voluptuosidad siguen un camino más corto? ¿No dice Epicuro que el bien del hombre está en su cuerpo? Pues detállame lo que es el cuerpo, lo que es el alma, lo que conforma nuestra esencia y verás que es una tarea igualmente larga.

19. Cierto hombre poderoso, que hoy es gobernador, habiendo regresado a Roma después de un largo destierro, vino a buscarme. Estando conmigo me hizo un retrato espeluznante de la vida cortesana; aseguró que estaba asqueado de ella, que por nada del mundo volvería a involucrarse en ella, y que lo poco que viviera estaba decidido a dedicarlo al reposo, lejos del tumulto y del peso de los negocios. Yo le contesté que no haría nada de lo que decía, que apenas llegara a Roma olvidaría totalmente tan sanos propósitos y cuando se le presentara una oportu-nidad de acercarse al soberano, la aprovecharía con gusto. Epicteto –me respondió–, si escuchas decir que en algún momento he pisado los palacios de los poderosos, tienes mi permiso para pensar lo que te plazca sobre mi inconsistencia, torpeza y corrupción. ¿Y qué sucedió? Que estando muy cerca de Roma recibió un mensaje del César, y saber de él y olvidarse de su promesa fue la misma cosa, y ahora está más metido que nunca en la corte, como yo lo predije. Pero, ¿qué querías que hiciera? –me objetó un tercero–. ¿Hubieras preferido que pa sara el resto de sus días hundido en la inacción y en la pereza? ¡Cómo –dije yo–. ¿Acaso piensas que un filósofo, un hombre que se dedica a cuidar de sí mismo, es más perezoso que un cortesano? No creas que es así; todo lo contrario, hay ocupaciones mucho más serias y relevantes que las de éstos.

20. Estás perdido si consideras que es una felicidad vivir en Roma o en Atenas. Y estás perdido porque te sentirás desgraciado si no puedes regresar a ellas, o si estás destinado a volver, la alegría que experimentarás será aciaga. Ten cuidado, pues, con alabar excesivamente la belleza de ambas ciudades y piensa, en cambio, que la feli cidad es mucho más hermosa. ¡Hay en

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Roma tantos quebraderos de cabeza y para vivir en ella hay que adular a mucha gente! Enton ces, ¿no te alegra poder cambiar tanta miseria por la verdadera felicidad?

21. Piensas que si abandonas tus negocios, pronto estarás arrui nado y no tendrás con qué vivir. También piensas que si no reprendes a tu criado, pronto no podrás soportarlo más. Ahora, yo te digo que si quieres progresar en el camino de filosof ía, tendrás que olvidar estos razonamientos, pues sin duda es preferible morir de hambre, pero libre de penas y temores, que vivir en la abundancia lleno de inquietudes y pesares. De la misma forma, es mejor tener un criado insopor-table a vivir pendiente del látigo y cargado de inquietudes. Si derrama el aceite o tira el vino, simplemente di: Este es el precio que pago por la tranquilidad y por la libertad, nada se obtiene en balde. También tienes que hacerte a la idea que tu criado no te escuchará siempre que lo llames, o que bien pudiera escucharte y no acudir, o acudir y hacer todo lo opuesto de lo que le mandes o no hacer nada. Por supuesto que ya estarás pensando que tanta paciencia lo echará a perder pronto, de tal modo que no habrá forma de hacer carrera de él. Yo te responderé a esto que habrás ganado más que perdido, ya que habrás conseguido librarte de penas e inquietudes.

22. A mí me gustaría, igual que a ti, ser coronado en los jue gos olímpicos, pues eso significa una gloria. Pero, antes de tratar de lograrlo, analiza lo que precede a una empresa de este tamaño y lo que le sigue. Por supuesto, para estar en disposición de intentarlo es necesario someterse a un régimen severísimo: no comer lo que acostum bramos, abstenerse de casi todo lo que incita nuestro paladar, hacer ejercicio a determinadas horas, no importa si hace frío o calor; no beber nada fresco, ya sea agua o vino; lo que se beba, hay que hacer lo en pequeñas dosis y a sorbos pequeños. En una palabra, es necesa rio entre-garse completamente en manos del maestro de gimnasia, al igual que nos entregamos cuando estamos enfermos en las manos del médico. Y ya que estás dispuesto, ya estás en el circo, entonces, ¿qué te aguarda en él? Luchar, probablemente recibir heridas, dislo carte algún miembro, tragar mucho polvo y ser azotado más de una vez. Así que medita sobre todo esto, y si todavía sigues obstinado en ser atleta, corre a serlo. Ahora,

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112 Máximas de Epicteto

si no haces todo lo que acabo de de tallarte, lo único que conse-guirás es hacerte el tonto como los niños que, en un momento, imitan a los gladiadores, en otro, a los luchadores, luego tocan la trompeta o representan tragedias. Otro tanto te sucederá a ti tan pronto seas atleta como gladiador o reciario; además de esto querrás ser filósofo, y finalmente terminarás por no ser nada. Igual que los monos, imitarás todo lo que veas hacer, y una cosa tras otra, todo te seducirá por no haber reflexionado sobre lo que pre tendes hacer, y haberte lanzado con audacia, sin prudencia y guiado sólo por tu capricho. Y es que sucede que muchas personas, viendo a un filósofo o escuchando decir que Éufrates habla de una manera admi rable e inigualada, quieren inmediatamente ser filósofos, sin dete-nerse a reflexionar más.

23. Afirmar simple y rotundamente que la salud es un bien y la enfermedad es un mal, es completamente falso. Lo que es un bien es utilizar bien la salud, igual que un mal es usar mal. Del mismo modo, es un bien usar bien de la enfermedad, y un mal hacer mal uso de ella. El bien puede hallarse en todo, incluso en la misma muerte. Meneceo, hijo de Creón, ¿acaso no sacó de ella un gran bien cuando se sacrificó por la patria? Sin duda alguna, ya que evidenció su piedad, magnanimidad, su fidelidad y su valor. Si hubiera tenido apego a la vida, habría perdido todos estos bienes y demostrado poseer los vicios opuestos: ingratitud, pusilanimidad, deslealtad y cobardía. Destierren, entonces, todo tipo de prejuicios y, si desean ser libres, abran los ojos a la verdad.

24. Dejas de poner atención y conf ías que volverás a hacerlo cuando te convenga. Te engañas. Una ligera falla descuidada el día de hoy, te lanzará mañana a otra mayor, y ese descuido repetido se volverá un hábito que te será imposible corregir.

25. Has recibido noticias de Roma y por eso estás todo triste y quebrantado. ¿Cómo puede ser que lo que sucede a doscientas leguas de aquí pueda abatirte? Dime, te lo suplico, ¿qué mal puede ocurrirte allí donde no te encuentras tú?

26. Tu hijo y tu amigo se han marchado, se han ido y lloras su ausencia. ¿Acaso ignorabas que el hombre es un simple viajero?

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113Máximas

Si es así, sufre la pena por tu ignorancia. ¿Cómo es posible que creyeras que podías poseer indefinidamente a los seres que te agradan y disfrutar siempre de los sitios y de las rela ciones que te son queridas? ¿Quién te había prometido algo así?

27. Que nunca te intranquilice este pensamiento: Siempre seré menospreciado, nunca seré nada. Pues si el menosprecio es un mal, ni tú ni nadie puede caer en mal por la voluntad de otro, así como tampoco se puede caer en el vicio. Y ya que no depende de ti vivir un destino elevado, al igual que no depende de ti ser invitado a un banquete, ¿cómo puede ser que consideres esto un motivo de deshonra o menosprecio? ¿Cómo puede ser posible que nunca seas nada, tú, que nunca debes ser sino lo que de ti dependa y en lo que puedes, si lo deseas, llegar a ser mucho? Pero te quejas de que no podrás ser de provecho para tus amigos, y yo te digo: ¿Qué quieres decir con esto? ¿Acaso no podrás darles dinero o nombrarlos ciudadanos romanos?... ¿Y quién te dijo que esta clase de cosas son las que dependen de nosotros y no de los demás? Entonces piensa, ¿quién puede dar lo que no tiene? Suele decirse: Cosecha tú para que nos llegue a nosotros también. Si es que puedo acumular bienes sin perder el pudor, la modestia, la lealtad y la magnanimidad, entonces, señálenme el camino que lleva a la riqueza para que yo sea rico. Pero si intentan que pierda los verdaderos bienes para adquirir los falsos, serían conmigo injustos y desconsiderados. ¿Qué prefieren ustedes: dinero o un amigo leal? ¡Ey!, ayúdenme a tener todas las virtudes mencionadas y no exijan de mí nada que me empuje a perderlas. Y, sin embargo, objetarás aún: ¡Mi patria no podrá esperar de mí ningún servicio! ¿A qué servicios te refieres? ¿Quieres decir que no te deberá ni pórticos ni maños? Pues tampoco le deberá zapatos al herrero ni armas al zapatero. Lo que importa es que cada uno cumpla con su obligación y haga lo que le corresponde. Si dieras a tu patria un ciudadano sabio, modesto y leal, ¿acaso no le habrías prestado un buen servicio? Es evidente que sí, y uno muy notable, por lo tanto, ya no le serías inútil. ¿Y qué sitio tendría en la ciudad? El que pudieras, manteniéndote fiel y modesto. Pues, si por desear servirla pierdes estas virtudes, ¿qué provecho sacaría de ti, cuando te hayas convertido en un hombre infame y desleal?

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114 Máximas de Epicteto

De l a mu e rte1. Tienes miedo de nombrar la muerte, como si tan sólo su

nombre fuera cosa de augurio nefasto. Sin embargo, no puede existir augurio nefasto en lo que simplemente expresa un acto de la Naturaleza. La pereza, la pusilanimidad, la cobardía, la procacidad, la lujuria, todos los vicios, en resumen, son los que realmente llevan en sí el mal augurio. Pero tampoco lo llevan en su nombre, sino que es mal augurio caer en ellos; así que evítalos y no temas pronunciarlos.

2. ¿Cómo te gustaría que te sorprendiera la muerte? En mi caso, yo desearía que me sorprendiera ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y que fuera útil para los demás. No me importaría tampoco que me sorprendiera ocupado en corregirme y atento a mis deberes, para poder alzar mis manos puras al cielo y decir a los dioses: He procurado no deshonrarlos ni descuidar las habilidades que me dieron para que pudiera conocerlos y servirlos. Este es el uso que he dado a mis sentidos y a mi inteligencia. Aún más, nunca me quejé de ustedes ni me enojé con lo que me mandaron, fuera lo que fuera. Mientras me lo permitieron, he sacado provecho de sus beneficios; si ahora quieren quitár-melos, que así sea. Se los devuelvo sin protesta, de ustedes son, así que dispongan de ellos como mejor les parezca. Yo mismo me pongo en sus manos.

3. Las espigas nacen para ser segadas cuando ya están maduras, y nadie piensa en dejarlas en los campos, como si fueran algo sagrado e intangible. Es más, las mismas espigas, si tuvieran sentidos, harían votos para que su destino se cumpliera, y pensarían que no ser segadas sería una verdadera maldición. Igualmente, no hay hombre sen sato que no considere como una maldición la posibilidad de no morir, pues para esta clase de hombres, no morir sería como para la espiga no ser segada.

4. ¿Qué te importa el modo como tenga que morir? ¿Qué más da si es por la fiebre, la espada, el mar, una enfermedad o un tirano. Todas las sendas que conducen a los infiernos son iguales, y una de las más cortas es, justamente, la que puede depararte un tirano con su injusticia. Ninguno de estos

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hombres implacables ha tardado seis meses en deshacerse de un hombre; en cambio, hay fiebres que matan durante años enteros.

5. Cuando haya llegado mi hora, moriré; pero moriré como debe hacerlo un hombre que lo único que hace es devolver lo que se le confió.

6. Durante un viaje por mar, el barco se detiene en un puerto para que los pasajeros bajen a conocerlo y a comprar algo, pero siempre están atentos a la menor señal del capitán, y cuando la advierten, vuelven a bordo por temor a ser castigados si con su tardanza retrasan la salida de la nave. De la misma forma, en el viaje de la vida, cuando el capitán llama, hay que abandonar lo que hemos adquirido, incluso mujer e hijos, y correr hacia el barco sin volver la vista atrás. Espe cialmente si eres viejo, no te apartes mucho, no sea que el capitán te llame pronto y no estés en condiciones de acudir rápidamente.

7. Tarde o temprano, es fatal y necesario que la muerte llegue a nosotros. ¿En qué nos hallará ocupados? Al labrador, en el cuidado de sus campos; al jardinero en el de sus plantas; al comerciante, en el de sus mercancías. En mi caso, yo deseo de todo corazón que me halle ocupado en ordenar mi voluntad, para llevar a cabo sin temor ni vergüenza y como corresponde a un hombre libre este acto postrero. De esta forma, podré decir a los dioses:

¿Acaso he desobedecido sus mandatos? ¿He abusado de los regalos que me hicieron? ¿No les he sometido mis deseos, sentidos y opiniones? ¿Me he quejado alguna vez de ustedes? ¿Renegué jamás de su providencia? Padecí enfermedades porque así lo quisieron, y a ellas me ajusté gustoso; viví en la más humilde oscuridad porque ese fue su deseo, y jamás me rebelé contra su voluntad; nunca me hundieron sus decisiones ni me movieron a murmu-ración. Como hasta ahora lo he hecho, en adelante estoy dispuesto a sobrellevar lo que les plazca mandarme; su más mínima indicación es, como lo fue siempre, una orden inviolable para mí. ¿Desean ahora que abandone

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este magno espectáculo? Que así sea; me retiro y les agradezco que se hayan dignado permitirme gozar en él, admirar todas sus obras y haber tenido de manifiesto ante mis ojos embelesados el orden admirable con el que rigen el Universo.

8. Todos tenemos miedo a la muerte del cuerpo. Pero la del alma, ¿quién la teme?

M á x i m a s d i ve r sa s1. Jenofonte solía decir: ¡Qué cosa tan admirable es la Naturaleza

y cuán poderosamente nos ata a la vida! ¡Cuántos cuidados dedicamos a nuestro cuerpo, por feo y asqueroso que sea! ¡Si tuviéramos que cuidar de la misma forma del de nuestro vecino, ni cuatro días podríamos soportarlo!

2. ¿Qué es el sentido común? Al igual que todos los hombres tienen un oído común que les permite discernir las voces y también oír las palabras que se pronuncian, y tienen además un oído artificial para discernir y apreciar los tonos, asimismo, todos tienen otro sentido natural que cuando su espíritu está en completa inte gridad y salud hace que puedan distinguir lo que se nos propone. Es ta disposición propia de todos los hombres es lo que conocemos como sentido común.

3. Del mismo modo que hacen los centinelas, pide santo y se ña a todos los que se relacionen contigo para que nunca te tomen por sorpresa.

4. Nadie puede ser malo y vicioso sin tener una pérdida segura y un daño real.

5. ¿Qué sucedería en una ciudad regida según las máximas de Epicuro? Pues que todo en ese lugar andaría al revés: no habría sociedad propiamente dicha, ni matrimonios, ni magistrados, ni colegio, ni policía, ni urbanización. Todas las personas tendrían opiniones que ahora ni siquiera las mujerzuelas más desver-gonzadas se atreverían a defender. Al contrario, en una ciudad

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donde prevalezcan las máximas que dicta la razón, reinará la decencia y el orden. Todo el mundo actuará guiado por opiniones sanas; las virtudes se honrarán; la justi cia florecerá por sí sola; la policía tendrá reglas efectivas; los ciudadanos se casarán, tendrán hijos, les darán educación y todos procurarán servir a los dioses. El marido se conformará con su mujer, sin codi ciar la del prójimo, con sus bienes, sin ambicionar los ajenos. En resumen, todos los deberes se cumplirán y todas las relaciones sociales se conservarán.

6. Amigo Critón, vayamos valientemente por aquí, pues por este camino nos conducen los dioses y por aquí nos llaman. Anito y Melito podrán hacer que me arrebaten la vida, pero nunca lograrán apartarme de mi camino.

7. De la misma manera en que el faro encendido es un poderoso auxiliar para el barco que ha perdido el rumbo, igualmente en una ciudad combatida por el mal, un hombre íntegro y justo es un faro invaluable para sus conciudadanos.

8. Una dama romana quería mandar una suma importante de dinero a una amiga suya de nombre Gratila, a quien Domiciano había desterrado. Alguien le hizo observar que si el emperador se enterara, la interceptaría y confiscaría, pero ella contestó: ¡No importa! Prefiero que Domiciano lo robe a no enviárselo.

9. Antes de hacer acto de presencia en el tribunal de los jueces, preséntate al de la justicia.

10. Un día, Floro le preguntó a Agripino:

—¿Estás de acuerdo que vaya al teatro con Nerón?

—¿Por qué no habrías de ir? –contestó Agripino–. Anda.

—Y tú, ¿por qué no vienes?

—No he deliberado todavía lo que yo debo hacer.

11. Cierto día, Vespasiano le ordenó a Prisco Helvidio que se abstuviera de ir al Senado.

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—Puedes –le respondió Helvidio– quitarme mi cargo de senador, pero mientras no lo hagas, no dejaré de asistir, pues tengo derecho de hacerlo.

—Pues no olvides, si vas, permanecer mudo.

—No me preguntes mi opinión y no abriré la boca.

—Es que si estás presente no me quedará más remedio que preguntarte tu opinión.

—Y yo no tendré más remedio que responderte lo que me parezca justo.

—Entonces me veré obligado a matarte.

—¿Acaso te he dicho que soy inmortal? Ambos haremos pues lo que está en nuestras manos: tú, ordenar mi muerte y yo, soportarla sin quejarme.

Hoy me preguntas que qué ganó Helvidio con oponerse solo contra el príncipe. Pues bien, yo te respondo: ¿Qué gana la cenefa de púrpura con estar sola en la túnica? Gana el embelle-cerla, adornarla e inspirar deseos de tener una igual a quienes la miran.

12. ¿Qué hacen los hombres? Temblar con motivo de los que temen o sollozar con motivo de los que sufren. ¿Y qué resulta de esta debilidad? La calumnia y la impiedad.

13. Culpar a los demás de nuestras adversidades es propio de ignorantes; culparnos de ellas nosotros mismos indica que comenzamos a instruirnos; no culpar a otros ni a nosotros mismos es lo propio de un hombre ya totalmente instruido.

14. Igual que existe un arte de bien decir, también existe el arte de bien escuchar.

15. Si logras demostrar al malvado que hace lo que no desea y que no hace lo que quisiera hacer, podrás corregirlo. Pero si no sabes cómo demostrárselo, no te quejes de él, sino de ti mismo.

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16. ¿Qué sentido tiene discutir con personas que no se rinden ante las verdades más evidentes? ¿Qué sentido tiene, si son piedras en vez de hombres?

17. No es cualquier cosa ver que un hombre desempeñe debi-damente el papel que exige su cualidad de ser humano. Aunque es animal mortal, está dotado de razón –en lo cual se distingue de los demás animales–, pero cuando se aparta de ella y actúa sin razón, se oculta el hombre y sale la bestia.

18. Nos parecemos mucho a esos avaros que, a pesar de disponer de abundantes medios, viven flacos y agotados por no alimen-tarse adecuadamente. Igualmente, nosotros poseemos buenos preceptos, hermosas máximas, pero en lugar de practicarlas, no hacemos más que desmentir nuestras palabras con nuestros actos. Y es común que su ceda que, apenas siendo hombres todavía, queremos interpretar el papel de filósofos, lo cual es un peso excesivo para nuestros hombros. Es como si un hombre que no posee mucha fuerza quisiera cargar con la piedra de Áyax.

19. Está muy bien que escribamos máximas muy hermosas. Pero, ¿las hemos interiorizado bien y las ponemos en práctica? Y lo que se decía de los lacedemonios: que eran unos leones en sus casas y unos monos en Éfeso, ¿acaso no puede aplicarse a la mayoría de los filósofos? Por norma general, somos unos leones frente a nuestro reducido auditorio, pero unos monos en público.

20. Es necesario no alarmarse a la ligera. Enviamos un mensa- jero para saber lo que sucede; pero hemos elegido mal nuestro espía, porque hemos enviado un cobarde que, al menor ruido que oye, regresa asustado a nosotros, temeroso de su propia sombra y clamando tembloroso: ¡He aquí la muerte, el destierro, la calumnia, la pobreza que se aproxima! Amigo mío, habla por ti. Somos unos estúpidos por haber elegido tan mal al hombre que debía informarnos. Diógenes, que lo hizo antes que tú, nos ha dado noticias muy diferentes; nos ha dicho que la muerte no es un mal cuando no es vergonzosa; que la calumnia solamente es un rumor de personas insensatas. Pero, ¿qué ha dicho del trabajo, del dolor,

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de la pobreza? Ha dicho que eran algo preferible a la púrpura. En pocas palabras, nos ha dicho: No he hallado enemigos, todo está en paz y para convencerse de ello es suficiente mirarme. ¿Acaso he sido golpeado? ¿He sido herido? ¿He tenido que huir? Estos son los espías que es necesario enviar como exploradores.

21. Cuando alguien se siente orgulloso de entender y explicar perfectamente los escritos de Crisipo, me digo a mí mismo: Si Crisipo no hubiera escrito en un lenguaje muy oscuro, este hombre no tendría de qué presumir. Pero, ¿qué es lo que yo busco? Conocer la Naturaleza y seguirla. ¿Quién la ha explicado mejor? Me dicen que Crisipo. Bueno, tomo a Crisipo y no le entiendo. Entonces, busco un buen intérprete que me ayude a entenderlo, y una vez logrado esto, sólo me queda usar los preceptos que me ha explicado y ponerlos en práctica. Ahora bien, si me conformo con aplicar lo que dijo Crisipo seré un gramático, pero de ningún modo un filósofo.

22. ¿Se te ocurre que por el simple hecho de pasar las noches estudiando, trabajando o leyendo voy a llamarte laborioso? No es así; antes necesitaré saber qué provecho sacas de ese estudio y ese trabajo. Porque yo no llamo laborioso al hombre que pasa la noche cerca de su querida, sino sencillamente enamorado. Así que si pasas la noche en vela poniendo atención únicamente a tu gloria, te llamaré ambicioso; si es con el fin de ganar dinero, avaro o interesado. Solamente si lo haces con el fin de cultivar y formar tu razón, y acostumbrarte a obedecer la Naturaleza y cumplir tus deberes, te llamaré laborioso, porque este trabajo es el único digno del ser humano.

23. Te quejas porque no puedes estudiar a causa de la fiebre. Pero, ¿acaso no estudias para ser mejor, o sea, para ser paciente, constante y firme? Pues procura serlo con la fiebre y sabrás mucho. La fiebre es un detalle de la vida, como el paseo o los viajes, incluso es más útil porque pone a prueba al sabio y le muestra los adelantos logrados.

24. Nada sujeta tanto a los animales como su propia utilidad. Todo cuanto le priva de lo que es útil –padre, hermano, hijo, amigo– le es insoportable, porque lo único que ama es su utilidad, que

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para él equivale a padre, hermano, hijo, amigo, pariente, patria e incluso Dios.

25. Epicuro afirma que no debe alimentarse ni educarse a los hijos, porque no hay nada más contrario al verdadero bien, que para él reside en el placer. Pobre Epicuro: quiere que seamos más desnaturalizados que los animales feroces, que nunca abandonan a sus crías. No obstante, la caridad del padre para con los hijos es tan natural, que estoy seguro de que aunque un oráculo previniera a los padres de que algún día sus hijos adoptarían opiniones tan insensatas, no por ello dejarían de amarlos, criarlos y educarlos.

26. Los hombres han erigido templos y altares a Triptolemo por haber encontrado un alimento menos salvaje y grosero que los utilizados hasta él. Pero, ¿quién recuerda bendecir a los que han encontrado la verdad, a los que la han hecho brillar frente a nuestros ojos y han sacado de nuestras almas las tinieblas del error y la ig norancia?

27. Lo más insufrible para el hombre sensato es lo que carece de razón.

28. Existen ideas comunes en las cuales todos los hombres están de acuerdo. Las disputas, las guerras y sediciones provienen justamente de la aplicación de estas ideas comunes a cada caso particular. Nadie pone en duda que la justicia y la santidad son preferibles a todo. Pero, las divergencias surgen precisamente de lo que es justo y santo. Entonces, eliminemos esta fatal ignorancia, enseñemos a aplicar las ideas justas a cada caso concreto y no habrá lugar a más disputas y guerras. Aquiles y Agamenón se habrán puesto de acuerdo.

29. Si tu razón, que es quien ordena todos tus actos, está desor-denada, entonces, ¿quién la ordenará?

30. Los locos son incorregibles. Con razón dice el proverbio: Antes se quiebra un loco que se le endereza.

31. No hay que temer la pobreza, ni el destierro, ni la cárcel ni la muerte. De lo que hay que tener miedo es del mismo miedo.

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32. A Paris le pareció buena idea robar a Helena, y a Helena, seguir a Paris. Si a Menelao le hubiera parecido bien, igualmente, prescindir de una mujer infiel, ¿qué hubiera ocurrido? Pues que nos hubiésemos quedado sin Ilíada y sin Odisea. El resto no tiene importancia.

33. El sabio salva su vida al perderla.

34. No es posible que todo hombre que se sienta superior a los otros o al menos piense serlo, no se sienta inflado de orgullo y no abuse de su autoridad, a menos de que sea muy instruido.

35. Felición era un cualquiera del que nadie hacía caso. Pero el príncipe le confió el cuidado de sus negocios, y entonces Felición se convirtió en un hombre importante e ingenioso. Todos decían: “¡Qué talento tiene Felición! ¡Qué elocuencia!” Sólo dejen que pase el tiempo, y tan pronto como el príncipe le retire su favor, verán como vuelve a ser un imbécil.

36. Esta es otra característica que te dará una idea de lo que es el cortesano. Epafrodito, capitán de los guardias de Nerón, tenía un esclavo que era zapatero, pero tan ignorante y torpe que, no pudiendo obtener ningún provecho de él, lo vendió. Un sirviente de Nerón lo compró, y la casualidad quiso que ese esclavo llegara a ser zapatero del príncipe y, al final, su favorito. Desde el día siguiente, Epafrodito fue el primero en hacerle la corte y pasó días enteros encerrado para deliberar los asuntos rele-vantes con aquel hombre al que había vendido, considerándolo inútil para todo.

37 El respeto que se tributa a quienes son capaces de dañar es como el altar que se erige a la fiebre en medio de Roma. Se le presta culto, pero también se le teme.

38. —¿Por qué andas tan tieso como si llevaras un palo por dentro?

—Es que quisiera que todos los transeúntes me admiraran y oír decir a diestra y siniestra: Miren, ahí va un gran filósofo.

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—¿Quiénes son esas personas que quieres que te admiren? ¿Acaso no has dicho tú mismo varias veces que eran una bola de estúpidos? Entonces, ¿cómo deseas ahora ser el primero entre ellos?

39. —Quiero tomar asiento en el anfiteatro, en el banco junto a los senadores.

—Mejor di que deseas estar incómodo y oprimido.

—Sí, pero es que desde otro lugar no se ven bien los juegos.

—No los veas. Ahora, si lo que te hace ir es la envidia de sentarte en ese banco, espera a que to dos se vayan y entonces tendrás sólo para ti ese banco que tanto deseas.

40. Los hombres justifican fácilmente sus propias fallas, como me ha sucedido a mí también. Alguna vez, Rufo me reprendió y yo le respondí, enojado: Acaso prendí fuego al Capitolio? Vil esclavo –me contestó–, la falta que has cometido equivale para ti, en efecto, a haber incendiado el Capitolio.

41. A los hombres hay que quitarles dos cosas: la vanidad y la desconfianza.

42. Nada grande se lleva a cabo de golpe y porrazo, ni siquiera una manzana o una uva. Si me dices: Quiero ahora mismo una manzana, te responderé: Espera a que nazca, a que crezca y a que madure, da tiempo al tiempo. Y si esto sucede con los frutos de la tierra, ¿quieres que el espíritu te dé de repente los suyos?

43. No quiero cartas de recomendación, guárdenlas para los tímidos y para los cobardes. Y, si quieren que surtan efecto rápida mente, usen esta fórmula: Aquí les recomiendo un cadáver, un pellejo lleno de sangre que no ha coagulado todavía. Así es como debe recomendarse a un hombre incapaz de pensar por sí mismo y saber que sólo depende de él ser desdichado o feliz.

44. Diógenes le contestó lo siguiente a un hombre que le pedía una carta de recomendación: Amigo mío, la persona con la que

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quieres que te recomiende verá en seguida, sin que yo se lo tenga que indicar, que eres un hombre y, si además es perspicaz, verá inmediatamente si eres bueno o malo, útil o inútil; pero si no es astuto, no se dará cuenta aunque le escriba cien cartas. Mejor sé como una moneda de oro, que por sí sola se recomienda a cualquiera que sepa distinguir el oro bue no del falso.

45. Los que mantienen que no existe ninguna verdad conocida, desmienten ese principio con una supuesta verdad; sea falsa o verdadera para ellos, esta afirmación siempre será una verdad conocida.

46. Es necesario que un príncipe tenga algún mérito realmente extraordinario para que se le quiera desinteresadamente y por puro amor hacia él.

47. —¿Por qué soy cojo?

—¡Vil esclavo! ¿Te atreves a volverte contra la Providencia porque tienes un pie mal hecho? ¿Qué es más sensato: que la Provi-dencia someta a tu pie o que tu pie someta a la Providencia?

48. ¿Por qué me tocó nacer de tales padres? Amigo mío, ¿acaso dependía de ti, antes de nacer, decir: quiero que Fulano se case con Fulana y nacer de esa pareja? Y si no has tenido un nacimiento ilustre, ¿no depende de ti corregirlo mediante tus propios méritos?

49. La grandeza del intelecto no se mide por su extensión sino por la justeza y verdad de sus opiniones.

50. Una persona te ha confiado un secreto, y crees que es un acto de cortesía, honradez y justicia confiarle uno tuyo. Te digo que eres un imprudente y un imbécil. Recuerda lo que tantas veces has visto. Un soldado vestido de gente común se sienta junto a un ciudadano y pronto le empieza a hablar mal del César. El ciudadano, halagado por tanta confianza y juzgando que el secreto del soldado es una prenda de su lealtad, se explaya con él y se queja interminablemente del príncipe. Luego, el soldado se muestra como lo que es en realidad, lo apresa y lo conduce a

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la cárcel. Esto sucede todos los días. Por eso no olvides que quien te conf ía un secreto no lleva, generalmente, más que la máscara y el disfraz de un hombre honesto. Por otro lado, lo que hace contigo no es muestra de confianza, sino intem-perancia de lengua, lo que te cuenta al oído se lo dice a todos los que pasan a su lado. Es un barril agujereado que guardará tu secreto como ha guardado el suyo.

51. Demuéstrame que tienes pudor, lealtad, constancia y que no eres un barril agujereado, y no esperaré a que me conf íes tu secreto, pues seré yo el primero en rogarte que escuches el mío. ¿Quién no estaría fascinado de encontrar un receptáculo tan adecuado, tan limpio y tan seguro? Y, ¿quién se negaría a aceptar un depositario que, al mismo tiempo, fuera un consejero que nos quiere bien y alguien que nos es leal? ¿Quién no busca y recibe con gran placer un confidente caritativo al que le interesan nuestras debilidades y que nos ayuda a llevar nuestra carga?

52. ¿Ves a esa persona tan curiosa y preocupada por las co sas que no nos incumben? Pues ten por seguro que es un hablador y que no guardará tu secreto, que no será necesario acercarle la pez inflamada ni la rueda de tortura para hacerlo hablar. La mirada de sos layo de una muchacha, el mínimo halago de un cortesano, la esperanza de un empleo, la codicia de obtener un legado testamentario y miles de cosas parecidas le arran-carán tu secreto y, seguramente, sin el menor esfuerzo.

53. Cuando estás solo dices que te sientes como en un desierto; cuando estás en medio de la sociedad, dices que estás en medio de bandidos, ladrones y granujas, y te quejas de tus padres, de tu esposa, de tus hijos, de tus amigos y de tus vecinos. Si fueras sensato, cuando estás solo dirías, más bien, que estás en reposo, en libertad, que disfrutas de ti mismo y que eres parecido a la divinidad. Y si te hallaras en plena sociedad, lejos de atormentar y llamar a lo que te rodea tumulto y estorbo, lo llamarías fiesta o juegos públicos, y vivirías siempre feliz.

54. ¿Quieres ser como los malos histriones, que no son capaces de actuar más que en los coros?

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55. El príncipe ha traído paz a la tierra de nuevo; no más guerras ni luchas, no más robo ni piratería. A todas horas y en todo lugar podemos ir por donde nos plazca sin temor alguno. Pero, ¿puede el príncipe, al igual que la paz, librarnos de las enfer-medades, naufra gios, incendios, terremotos y rayos? No es así. Solamente los dioses pueden dar esta paz, y el heraldo que la anuncia es la razón. El que goza de esta paz sí puede ir tranquilo y solo sin peligro alguno durante toda su vida.

56. ¿Qué hacen los niños cuando están solos? Se entretienen agarrando guijarros y formando castillos con arena que, inmedia-tamen te, destruyen. Nunca les falta entretenimiento y diversión. Y lo que ellos hacen por mera gracia infantil, ¿acaso no podrás hacerlo tú a fuerza de razón y sabiduría? Los hombres podemos encontrar arenas y guijarros en todas partes, ¡y tenemos en nosotros mismos tanto para construir y demoler! Entonces, no nos quejemos jamás de estar solos.

57. Te quejas de la soledad. Pero, ¿qué es para ti estar solo? ¿Vivir alejado de todo trato social y estar desprovisto de asistencia? Recuerda que, frecuentemente, uno está solo en medio de Roma, a pesar de estar rodeado de parientes, amigos, vecinos y esclavos. Porque no es la presencia de un hombre lo que elimina la soledad, sino la de un hombre virtuoso, leal y cari-tativo. Además, ¿de verdad te crees solo en algún momento? Dios, contento siempre de sí mismo, consigo vive eternamente. Entonces, haz un esfuerzo por parecerte a él, pues esto sí está en tus manos. Habla contigo: ¡tienes tanto que decirte y que pedirte! ¿Para qué necesitas de los demás? Dices que no tienes quien te ayude, que no tienes padre, ni hermanos, ni hijo, ni amigos, pero, ¿acaso no tienes un Padre inmortal que no deja de velar por ti y de socorrerte en todo lo que necesitas?

58. Cuando veas a alguien hundido en el dolor y deshecho en llanto por la muerte o ausencia de un hijo, o por la pérdida de sus bienes, ten cuidado de dejarte llevar por tu imagi-nación hasta el punto de convencerte de que realmente ese hombre sufre males verdaderos por causas externas. Al contrario, intenta convencerte de que lo que le apesadumbra no es lo que le sucede –puesto que no aflige a los demás–, sino la opinión que se ha formado él de esto. Sin embargo, si es necesario,

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llora con él y trata de calmar su dolor con buenas razones, pero evita que tu compasión vaya tan lejos que termines afligiéndote de verdad.

59. No tienes nada que no te haya sido dado. El que todo te lo dio, muy bien puede quitarte algo. Eres, pues, no solamente un insensato, sino un ingrato e injusto al pretender oponerle resistencia.

60. Deseas envejecer, pero no quieres ver morir a ninguno de los seres que amas. Es decir, quieres que todos tus parientes y amigos sean inmortales, y que sólo para ti cambien los dioses, las leyes y el orden que rige el mundo. ¿Esto te parece justo y razonable?

61. Mantente firme en la práctica de todas estas máximas y obedécelas escrupulosamente, como si se tratasen de leyes que no puedes violar sin cometer impiedad. Y que nunca te preocupe ni turbe lo que dirán de ti, porque esta es una de las tantas cosas que no están en tu poder.

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