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La historia de la evolución del ser humano podría asemejarse al juego del cara o cruz. Salió cara cuando nuestros ances-tros tuvieron que evolucionar en la selva africana. Y cruz cuando dejó de llover y empezó la deforestación. Salió cara cuando tocó vivir en la sabana. Y cruz cuando hubo que buscar comida y empezaron a surgir depredadores. Entonces, veintisiete especies distintas de protohumanos desarrollaron características que debían ayudarles a sobrevivir. A veintiséis de ellas les salió cruz. Afortunadamente, a nosotros nos salió cara.

Chip Walter narra fenómenos evolutivos tan extraños y complejos como la excepcionalmente larga etapa de la infancia, se sumerge en las raíces de la creatividad, analiza por qué hemos desarrolla-do un nuevo tipo de mente y cómo nuestra naturaleza altamente social ha dado forma a nuestro comportamiento moral (e inmo-ral). Describe también otras especies de humanos que han evolucionado de forma sorprendente con nosotros: los neander-tales europeos, los «hobbits» de Indonesia, los denisovanos de Siberia, o los habitantes de la Cueva del Ciervo Rojo, reciente-mente descubierta en China.

«Un vívido trayecto por la evolución del ser humano.»

—The New York Times

«Nadie escribe sobre nuestros antepasados y nues-tra evolución mejor que Chip Walter. Si los libros de ciencia estuvieran tan bien escritos como éste, seguramente seríamos todos unos empollones.»

—Pittsburgh Post Gazette

Es el fundador de una popular página

web llamada AllThingsHuman.net. Ha

sido jefe de redacción en CNN, guionis-

ta para cine y televisión y documentalis-

ta, así como profesor invitado al Mellon

Institute en la Universidad Carnegie

Mellon. Ha publicado en revistas cientí-

ficas y en medios como el Economist,

Boston Globe o Discover.

Imagen de cubierta: © Juniors Bildarchiv GmbH / Alamy

Fotografía del autor: © Richard Kelly

Diseño de cubierta: Mauricio Restrepo

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CHIP WALTER

EL ÚLTIMO SUPERVIVIENTESiete millones de años de historia,27 especies que nos precedieron

pero sólo una permaneció

Traducción de Francisco García Lorenzana

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Índice

Nota del autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

1. La batalla por la supervivencia . . . . . . . . . . . . . . . . . 192. La invención de la infancia (o por qué el parto es

tan doloroso) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 413. Máquinas de aprender. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 734. Redes enmarañadas: el primate moral . . . . . . . . . . . . 955. El mono ubicuo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1196. Criaturas hermanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1597. Belleza en la bestia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1958. La voz dentro de tu cabeza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231

Epílogo: El próximo humano. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285

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Capítulo 1

La batalla por la supervivencia

El ADN no se preocupa ni conoce. El ADN sólo es. Y no-sotros bailamos al son de su música.

Richard Dawkins

El universo contiene, según los mejores cálculos, cien mil mi-llones de galaxias. En uno de los sectores, una galaxia sin

ningún rasgo demasiado destacable y con forma de disco con unbulto en el centro gira como si fuera un molinete atravesando elinmenso vacío. La Vía Láctea contiene cien mil millones de solesy cada uno de ellos —con niveles de violencia diferentes— con-vierte en helio incontables billones de moléculas de hidrógeno.A lo largo del borde del disco, donde empieza a clarear el raci-mo de estrellas, se encuentra el sol al que damos los buenos díastodas las mañanas. Por algún cálculo cósmico que la ciencia aúntiene que descifrar, el planeta que llamamos hogar se situó a ladistancia justa de dicha estrella y con el maquillaje perfecto deatmósfera, gravedad y química consiguió tener una inmensa va-riedad de seres vivos.

Nuestro universo lleva por aquí unos quince mil millones deaños; nuestro sol, unos seis; la Tierra ha completado unas cua-tro mil millones de vueltas alrededor de su estrella y la vida so-bre ella se ha estado desarrollando de una manera apasionadadurante 3,8 mil millones de esos giros, unos centenares de millo-nes de años más o menos. Durante la mayor parte del tiempo

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todos los seres vivos en la Tierra no eran más grandes que unasola célula. Si hubiéramos estado por allí para ver esta vida, noshabría pasado desapercibida porque era invisible a simple vista.Pero, por supuesto, si no hubiera existido en primer lugar, noso-tros y todos los seres vivos sobre la Tierra no hubiéramos entra-do en juego.

No importa lo mucho que lo intentemos, ni siquiera podemosempezar a imaginar los cambios, iteraciones y alteraciones que hasufrido nuestro planeta desde el momento que se detuvo, amalga-mó y fundió en su órbita actual. Nuestra mente no está prepara-da para manejar números tan grandes o experiencias tan extra-ñas. Y en este libro ni lo vamos a intentar. En su lugar, nos vamosa concentrar en un desliz en esa historia digna de Brobdignag,*pero un desliz crucial, en especial desde nuestro punto de vistaparticular: los últimos siete millones de años. Porque fue en esemomento cuando aparecieron los primeros humanos.

Comparado con los demás planetas pequeños y rocosos de nues-tro sistema solar, la Tierra ha sido siempre especialmente capri-chosa. Durante su vida ha estado caliente y fundida, normal-mente húmeda, a veces fría, en otras épocas abrasada. De vez encuando grandes zonas han quedado sepultadas bajo casquetesde hielo; en otras épocas ha estado cubierta de pantanos pan-tagruélicos y selvas tropicales impenetrables, habitadas por in-sectos más grandes que un San Bernardo. Los desiertos hanavanzado y se han retirado como ejércitos de saqueadores,mientras que mares y océanos enteros se han movido hacia unou otro lado. Sus masas terrestres tienen la tendencia a vagabun-dear como tortitas sobre una plancha cubierta de mantequilla,de manera que el mapa global que ahora nos resulta tan familiarera completamente diferente hace mil millones de años y se ha

* Nombre del país de los gigantes en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift.

(N. del T.)

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pasado la mayor parte del tiempo intentando acomodarse condecisión, con frecuencia provocando consecuencias interesantesentre las criaturas que intentaban sobrevivir a sus conspiracio-nes geológicas.

A mediados del siglo xix, Charles Darwin y Alfred RusselWallace dedujeron que estas alteraciones incesantes explicabanpor qué la Tierra había dado lugar a tantas variedades de vida.Revisiones al azar del ADN de los seres vivos, junto con modifi-caciones erráticas del medio ambiente, pueden provocar quecon el paso del tiempo aparezcan formas de vida nuevas y sor-prendentes. Cuando después de años de reflexión y dudas,Darwin consiguió terminar finalmente El origen de las especies,llamó a este proceso «evolución a través de selección natural»,que era lo mismo que decir que las criaturas cambiaban al azar(mediante mecanismos desconocidos para él; en 1859 él y todoel mundo desconocían la mutación de los genes y la espiral delADN) y perduraban en su medio ambiente, o no. Si la mutaciónque había cambiado sus rasgos ayudaba al organismo a sobrevi-vir, la transmitía a su descendencia y la especie continuaba conlos nuevos rasgos. Si no era así —y éste ha sido el caso con el99,99 por ciento de toda la vida que ha evolucionado—, enton-ces la forma de vida es, como les gusta decir a los científicos,«seleccionada para su extinción». Darwin planteó que ecosiste-mas diferentes favorecían mutaciones diferentes y con el pasodel tiempo —durante periodos inmensamente largos— los dife-rentes organismos se iban diferenciando como las ramas de unárbol, con cada uno de los brotes aumentando la distancia conlos que tenía a su alrededor hasta que, al final del todo, te en-cuentras con variedades de vida tan diferentes como un parame-cio y Marilyn Monroe.

Así, aunque hayamos empezado como una sola célula pro-cariota y alfombras de algas estromatolíticas hace casi cuatromil millones de años, al final el mundo rebosó, en diversas fases,de peces pulmonados, mohos mucilaginosos, velocirraptores,pájaros dodo, salmones y peces payaso, escarabajos peloteros,

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ictiosaurios, lofiformes, hormigas legionarias, muflones y —casihacia el final de todo el tiempo transcurrido desde entonces—los seres humanos, que son unos animales especialmente com-plicados, con grandes cerebros, ojos agudos, naturaleza grega-ria, manos ágiles y más conscientes de sí mismos que cualquierotra criatura que haya pasado por la autopista evolutiva.

De las veintisiete especies de humanos que hemos descubier-to hasta el momento que anduvieron sobre la Tierra, el nuestroes el linaje más privilegiado por el simple hecho de que, hastaahora, hemos evitado el cubo de la basura genética. Teniendo encuenta las vías azarosas de la evolución, podríamos haber aca-bado como un mamífero acuático que respira a través de unespiráculo, como un marsupial nocturno de grandes ojos redon-dos o un oso hormiguero de lengua pegajosa, obsesionado conmeter su trompa flexible en el nido más cercano de formícidos.*En realidad, incluso nos podríamos haber convertido en los for-mícidos.

O nos podríamos haber extinguido.Pero resulta que —afortunadamente para nosotros— sali-

mos de las junglas de África, nos erguimos, nos unimos en ma-nadas con lazos muy estrechos, renunciamos a las garras delan-teras para conseguir unas manos, hicimos crecer los pulgares,adoptamos una dieta reformada con la aportación de carne, de-sarrollamos herramientas y, en un periodo de tiempo sorpren-dentemente corto —teniendo en cuenta el ritmo de los aconteci-mientos evolutivos—, cambiamos el mundo bajando hasta lasmoléculas y subiendo hasta el clima. En la actualidad inclusoestamos manipulando el ADN que nos hizo posible: un caso dela evolución evolucionando hacia nuevas vías para evolucionar.(Piense en ello durante un momento.)

No salimos de las junglas de África en nuestra forma actualcomo surgió Atenea de la cabeza de Zeus, con un cerebro gran-de, cargados de herramientas y preparados para la vida moder-

* Hormigas. (N. del A.)

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na. Tuvimos que superar etapas que forman parte de un experi-mento enorme y embrollado llevado a cabo según los métodosveleidosos de nuestro planeta de origen. Hace unos seis o sietemillones de años las selvas tropicales de África empezaron aperder terreno muy lentamente. La Tierra era un lugar diferentede lo que es ahora, pero no de una manera radical. Si existieransatélites que pudiesen viajar en el tiempo y orbitasen la Tierrapara proporcionarnos una imagen global de la misma en esaépoca, tendría un aspecto bastante parecido al que podemos veren la actualidad en el Weather Channel. La India estaba casi ensu sitio, aunque seguía penetrando lentamente en Asia, creandoel Himalaya. Australia se encontraba más o menos donde la lo-calizamos en la actualidad. El Mediterráneo era un poco másgrande. La bota de Italia, parcialmente sumergida, no tendríaun aspecto demasiado parecido a una bota, y el estrecho delBósforo, junto con algunos sectores de Oriente Medio, estaríaninundados, pero muy pronto el cierre del estrecho de Gibraltariba a transformar el Mediterráneo en una llanura enorme desalinas, marismas y lagos salobres.

Estas alteraciones geológicas tenían lugar porque el planetase estaba calentando y reduciendo la extensión de los casquetespolares, de manera que las zonas emergidas eran más escasas yla Tierra más acuosa. Resulta irónico que el mundo se estubieraconvirtiendo en algo parecido a lo que los científicos especulanen la actualidad que está provocando el calentamiento global.Al mirar atrás hacia nuestros orígenes, parece que estamos vis-lumbrando retazos de nuestro futuro.

No obstante, el clima es complejo. Los sistemas hídricoscambian y fluctúan. Las placas tectónicas bajo el océano Índicoestaban cambiando y secando mares enteros. A medida que elplaneta se iba calentado, algunas partes del mundo se volvieronmás húmedas y tropicales, mientras que otras se secaron. Entreestas últimas se encontraban el nordeste y el norte de África,donde las praderas se transformaban gradualmente en desiertosy las selvas tropicales retrocedían para dejar paso a sabanas se-

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miboscosas. Aquí estaba evolucionando un nuevo tipo de pri-mate, probablemente junto con muchos más. Unos primatesque, hablando con propiedad, ya no eran criaturas de la jungla.

Los científicos sitúan la aparición de los primeros humanos en laTierra hace unos siete millones de años, principalmente porquemás o menos en esta época el registro fósil, aunque escaso, apun-ta a un primate que se separó del último ancestro común quecompartimos con el chimpancé actual. No existe ningún métodopreciso para fijar este tipo de fechas. La paleoantropología, quese fundamenta en el descubrimiento ocasional de huesos anti-guos y en los sedimentos en los que se encuentran, está llena deperplejidades y, como ciencia, dista mucho de ser exacta.

En realidad, la posibilidad de que un hueso antiguo se con-vierta en fósil es tan increíblemente pequeña y casi es un milagroque se realice algún descubrimiento. Si tiene la esperanza, porejemplo, de que una parte de su cuerpo sea descubierto comple-tamente fosilizado en un futuro lejano, no existe ninguna posi-bilidad de que ocurra a menos que caiga muerto sobre una capade sedimentos blandos que conserven una impresión de su cuer-po, o en un lugar que carezca completamente de oxígeno, que esun agente entusiasta que se dedica a descomponer todas las mo-léculas que nos componen en cuanto mordemos el polvo. Unaciénaga de turba o un río lodoso y poco profundo serían los lu-gares ideales.

A partir de ahí tendría que esperar que las travesuras tectó-nicas del planeta, el embate del viento, el agua y el clima, elcambio en el curso de los ríos, o la intrusión de desiertos o gla-ciares no empujaran o arrastraran sus huesos de su lugar dedescanso a una ubicación menos hospitalaria para su preserva-ción. Suponiendo que no ocurra nada de esto, entonces comomínimo algunas de las partes sólidas de sus restos se tienen quesustituir molécula a molécula con otros sólidos disueltos que de-jan a su paso una réplica en piedra de su esqueleto original com-

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puesto por carbono. Finalmente, si ocurre todo esto con preci-sión, tiene que contar con el viento o la lluvia o con el instintode un paleoantropólogo extremadamente afortunado para des-cubrir lo que ha quedado de usted.

Las posibilidades de que quede preservado de esta manerason, según algunas estimaciones, de una entre mil millones. Laprobabilidad de que al final encuentren esa pequeña parte deusted es tan ínfima, que no se puede calcular con precisión. Aña-damos a esto que muchos de nuestros primeros ancestros se en-contraron con su destino en bosques o junglas donde la descom-posición acontece con gran rapidez y sin dejar rastro, y podráver por qué el registro fósil en el que nos basamos para desvelarnuestros orígenes no es únicamente escaso, sino azarosamentesesgado. En el mejor de los casos, nos han llegado pistas fortui-tas que nos proporcionan sólo una imagen esquemática del pa-sado más remoto. De hecho, linajes completos de los familiaresprimigenios han desaparecido completamente desde hace mu-cho tiempo y en la actualidad será imposible descubrirlos.

Además de los fósiles, disponemos de otras herramientasque nos pueden ayudar a descubrir a nuestros ancestros. Laciencia de la genética aún está en mantillas, pero proporcionamétodos para explorar el pasado al disponer de una especie dereloj que permite que los científicos puedan estimar cuándo cier-tas ramas de nuestro árbol familiar emprendieron caminos di-vergentes. (Véase el recuadro «Máquinas del tiempo genéticas»,página 123.) No obstante, la mejor prueba genética sigue siendoen la actualidad tan brumosa que sitúa la época en que el chim-pancé y nosotros compartimos un ancestro común en un perio-do que va de los cuatro a los siete millones de años, lo que resul-ta una estimación muy imprecisa. En consecuencia, ni el registrofósil ni la ciencia genética nos pueden proporcionar nada másque un esbozo muy general de cuándo y cómo apareció nuestraespecie.

Aun así, tenemos que empezar en algún punto. A veces lagente se sorprende mucho al enterarse de que otras veintiséis

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especies humanas han vivido en la Tierra. Y les sorprende aúnmás que muchas de ellas compartieran un mismo tiempo y espa-cio. La idea es que, a pesar de lo que se piensa a menudo, noexistió una marcha ordenada del mono al hombre, que condujodel chimpancé a usted y a mí.

Una de las razones por las cuales la ciencia ha situado provisio-nalmente la fecha de nacimiento de las especies humanas haceunos siete millones de años es que el fósil más antiguo que razo-nablemente se puede considerar como de un ser humano se en-contró en el Chad durante una excavación que duró dieciochomeses desde marzo de 2001 a julio de 2002 (fue desenterradopor piezas). Su descubridor, un estudiante llamado Ahounta Djim-doumalbaye, lo llamó Sahelanthropus tchadensis, el hombredel Sahel, por la región al sur del Sáhara donde fue encontrado.De este primate no queda gran cosa: un cráneo, cuatro fragmen-tos de la mandíbula inferior y unos pocos dientes, pero como losfósiles indican que su cabeza estaba situada más o menos comola nuestra, alineada con el torso en lugar de con un ángulo decuarenta y cinco grados como un gorila que anduviese con losnudillos, algunos paleoantropólogos han especulado que él (oella) andaba erguido, y ven esto como una razón para conside-rarlo uno de los primeros humanos. Lo máximo que se puededecir en la actualidad es que el tchadensis fue uno de los últimosancestros que los humanos compartimos con otros grandes mo-nos arborícolas o que fue uno de los primeros humanos queevolucionó. O el tchadensis fue un callejón sin salida evolutivo.Lo que podemos decir es que los huesos que nos han llegado seencontraron en sedimentos que nos indican que el tchadensiscaminó sobre la Tierra hace unos siete millones de años, y poreso ése es el punto en el que tenemos que comenzar.1

Cuando se compara con los miles de millones de años quellevó la formación del universo o de sus soles y planetas, sietemillones de años parecen una minucia, pero para aquellos de

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nosotros que no somos estrellas, cometas, océanos o montañas,sigue siendo muchísimo tiempo. Estamos acostumbrados a me-dir el tiempo en horas y días, meses y años, quizá en generacio-nes cuando nos obligan a ello. Épocas y eones se nos escapan dela mente y son tan incomprensibles como las distancias galácti-cas medidas en años luz o los cálculos cuánticos expresados enqubits.

Para ayudar a que nuestra mente pueda captar estas cifras,imagine que podemos colocar los siete millones de años que hanpasado entre la aparición del Sahelanthropus tchadensis y elpresente en un solo año y después situar de enero a diciembre lallegada —y en algunos casos la despedida— de todas las espe-cies humanas conocidas. Vamos a llamarlo el Calendario Evolu-tivo Humano o CEH. Si lo miramos así, el tchadensis aparecióel 1 de enero. Lucy, la famosa representante de un linaje de mo-nos de la sabana que caminaban erguidos y conocidos comoAustralopithecus afarensis, que vivió hace unos 3,3 millones deaños, apareció el 15 de julio. Los neandertales no hicieron suentrada hasta el día de Acción de Gracias, el 19 de noviembre, ynosotros, el Homo sapiens sapiens, no nos mostramos en públi-co hasta el solsticio de invierno, el 21 de diciembre, poco más deuna semana antes del final del año.

Si miramos esta cronología, resulta inevitable llegar a la con-clusión de que la especie humana tuvo unos inicios muy lentos,al menos por lo que podemos deducir de las escasas pruebasactuales.* Después del tchadensis no ocurrió nada durante másde un millón de años, hasta que la criatura que los investigado-res llaman Orrorin tugenensis (el Hombre del Milenio) apareciófinalmente justo antes del equinoccio de primavera: alrededordel 8 de marzo. Como el tchadensis, el tugenensis tampoco dejó

* Es posible que en esta época existieran muchas más especies humanas, pero

cuanto más nos alejamos en el tiempo, más probable resulta que dichas criaturas vivie-

ran en las selvas tropicales, en condiciones muy alejadas de las óptimas para la aparición

de los fósiles. Sin mencionar que cuanto más tiempo hace que ha quedado algo atrás,

más probable es que se haya destruido. (N. del A.)

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demasiado para que lo inspeccionásemos: dos fragmentos demandíbula y tres molares. Descubrimientos posteriores desvela-ron un hueso del brazo derecho y un trozo pequeño del fémur,lo que en su conjunto ofrecía información suficiente para quelos paleontólogos llegaran a la conclusión de que el Orrorin eracasi con toda seguridad humano y que vivió aproximadamentehace unos 5,65 o 6,2 millones de años, mayoritariamente enpraderas húmedas y los bosques bastante espesos que se acaba-rían convirtiendo en las Tugen Hills de la Kenia moderna. Deahí el nombre tugenensis. Que andase siempre erguido o sólodurante una parte del tiempo es un tema de debate, pero si pa-saba sus días entre las praderas y la jungla, lo más probable esque practicase un poco de todo, caminando a cuatro patas en elbosque y erguido de vez en cuando entre los árboles y por laspraderas que consideraba su hogar. Disponemos de tan pocaspruebas que no se puede decir mucho más.

A medida que nos adentramos en la primavera, aparece nouna sino tres especies humanas nuevas e incontrovertibles. El 18de marzo surgen dos de ellas casi simultáneamente de las nieblasdel tiempo: el Ardipithecus ramidus y el Ardipithecus kadabba;y dos meses más tarde, el 20 de mayo, el Australopithecus ana-mensis. Se trataba de especies claramente diferenciadas, pero lastres tenían más parecido con los chimpancés actuales que connosotros, y lo más probable es que las tres caminasen a veceserguidas y a veces a cuatro patas.

A llegar el verano en el CEH aparecen señales de que el ex-perimento humano está ganando velocidad. Empiezan a apare-cer y sobreponerse múltiples especies. Recordar sus nombres esun poco intentar seguir a los personajes de una novela rusa,pero no me abandonen. (Le podemos agradecer al brillante zoó-logo Carl Linnaeus por la antigua y respetada tradición de asig-nar interminables nombres latinos a todos los seres vivos.) A me-diados de octubre nos encontramos con el Paranthropus robustus(a veces conocido por Paranthropus crassidens). El 4 de julioaparece el Kenyanthropus platyops; diez días más tarde, el Aus-

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tralopithecus afarensis (Lucy); y después, en prácticamente lamisma fecha de agosto, el Paranthropus aethiopicus y el Austra-lopithecus garhi se unen a las filas de los humanos que han ca-minado sobre el planeta.

Estas criaturas, cada una de las cuales entró y salió del tiem-po en las llanuras y los bosques de África, estuvieron sometidasal capricho voluble de la evolución. Como comprimimos el tiem-po de esta manera, resulta fácil olvidar que algunas de estas es-pecies vivieron durante cientos de miles de años. Todas ellas eraninteligentes, con cerebros que iban desde el tamaño de los chim-pancés actuales, 350 centímetros cúbicos (cc) hasta los 500 cc, loque representa de la cuarta parte a un tercio del tamaño del ce-rebro del que disponemos los humanos modernos, pero enor-mes y tremendamente complejos cuando los comparamos conlos de la mayoría de los mamíferos.

Estaba ocurriendo algo extraño e intrigante en las vastastierras de lo que en la actualidad identificamos como África.Como un dios olímpico, el clima continuamente cambiante es-taba obligando a la aparición de múltiples especies humanas,todas ellas descendientes de los primates selváticos similares alos que siguen viviendo en la actualidad en las selvas tropicalesde África (aunque en número cada vez más reducido). Con eltiempo, la presión selectiva que ejercieron los diferentes ecosis-temas, junto con los cambios genéticos aleatorios dieron lugara nuevas variedades de humanos que aparecieron por todo elcontinente.

El aethiopicus se situó a lo largo de las orillas del lago Turka-na en Kenia y la cuenca del río Omo en Etiopía. Lucy y los suyosmerodeaban tan al norte como el golfo de Adén y tan al surcomo los antiguos volcanes de la Tanzania moderna, mientrasque el Australopithecus africanus vivió miles de kilómetros alsur, no demasiado lejos de Johannesburgo, en Sudáfrica. Unaincorporación posterior a la familia humana, bautizado comoAustralopithecus sediba, se ha descubierto recientemente en Su-dáfrica. Los esqueletos parciales de un muchacho y una mujer

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adulta, que vivieron entre 1,78 y 1,95 millones de años (haciamediados y finales de octubre), fueron recuperados del polvo.

Dependiendo del lugar donde vivían, todas estas especies semovieron en ecosistemas que iban desde espacios densamentearbolados y bastante húmedos, hasta praderas abiertas y secas.A medida que las junglas africanas se retiraban hacia el centrodel continente, tropas de monos debieron quedar aisladas a lolargo de cientos de miles de kilómetros cuadrados para que seadaptasen o muriesen. No disponían de herramientas, sólo de ladotación proporcionada al azar que le conferían sus genes y queestaban mejor adaptados para la vida en el selva que en los eco-sistemas con los que se tenían que enfrentar ahora. Donde laselva tropical les proporcionaba un suministro rápido de frutasy bayas que les inyectaban mucha energía y nutrientes, ahora setenían que adaptar a sabanas donde había menos alimentos dis-ponibles en áreas mucho más grandes, habitadas por un númerocreciente de depredadores que estaban muy interesados en con-vertirlos en su cena. La vida era, según las palabras inmortalesde Thomas Hobbes, «pobre, desagradable, brutal y corta».Todo era más peligroso y seguir con vida exigía más energía,movilidad, dureza y astucia.

Vivieran donde viviesen y fuera cual fuese su manera de so-brevivir, todos los primates homininos que surgieron durante elverano del Calendario Evolutivo Humano formaban parte deun gran experimento africano que se estuvo desarrollando du-rante tres millones de años. El mundo los estaba probando, condureza, y las fuerzas de la evolución los estaban moldeando sinpiedad en un tipo nuevo de mono. Mientras que las fuerzas for-tuitas de la evolución proporcionaban a cada uno de ellos dife-rentes atributos genéticos que les ayudaron a sobrevivir, pareceser que cada uno desarrolló un rasgo predominante: por prime-ra vez en la historia inconmensurablemente larga de la evolu-ción en la Tierra, habían aparecido especies que viajaban de unlugar a otro, caminando erguidos sobre sus piernas traseras.Como nosotros lo hacemos cada día sin ningún esfuerzo, se nos

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escapa que este modo de transporte fue excepcionalmente rarodurante cuatro millones de años entre los mamíferos, o en gene-ral entre los animales. Pero precisamente por ser tan extraño,por ser tan peculiar, puso en movimiento una sucesión de acon-tecimientos evolutivos que al final han permitido que usted y yoexistamos.

Estamos tan rodeados de tecnología, tan acostumbrados a con-trolar nuestro medio ambiente, que olvidamos que la gran ma-yoría de los seres vivos sólo tienen la esperanza de sobrevivir enun mundo cambiante si dan con la mutación genética correctaen el momento preciso, algo que ocurre totalmente por acciden-te. La casualidad es tanto el enemigo como el aliado de todas lasespecies. Te puede proporcionar las garras que necesitas paraderribar a la presa o la velocidad indispensable para escapar deotras garras. O no, en cuyo caso estás condenado a la «extin-ción», inadecuado para el nuevo hábitat y relegado al vertederogenético. Para las criaturas vivas de todas las especies, y estoincluye a nuestros ancestros que vivieron durante los suaves me-ses del verano del CEH, no existen atajos evolutivos ni rápidosajustes tecnológicos ni maneras de ponerse al mando y cambiarlas reglas del juego con una invención.

Pero a veces puedes tener suerte.Si se toma un poco de perspectiva y se contempla el extenso

paisaje de la evolución de la vida en la Tierra, resulta fácil des-cubrir las grandes tendencias y eso puede ayudar a aclarar unoo dos misterios. Por ejemplo, cuando criaturas similares se en-cuentran en situaciones parecidas, a veces desarrollan rasgoscasi idénticos, pero a través de caminos evolutivos completa-mente separados. Tomemos por ejemplo a focas, delfines y ba-llenas. Todos ellos fueron en su momento mamíferos terrestres,pero desarrollaron aletas. Ni heredaron ni pudieron heredar eserasgo los unos de los otros porque son especies distintas queevolucionaron independientemente. Pero como parece que la

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vida en el agua favorece a las criaturas que desarrollan algúntipo de aletas, comparten este rasgo. Los científicos llaman aesto evolución convergente.

Algo parecido tuvo su inicio hace unos cuatro millones deaños con numerosos linajes de monos de la sabana. Todos ellosdescendían de sus primos de la selva que caminaban a cuatropatas, pero muchos abandonaron el uso de los nudillos paraandar. Esta decisión tenía sentido en el marco de la evolución.En la jungla, la comida no está nunca demasiado lejos: existenun montón de frutas que cuelgan de las ramas bajas. Los gorilasen libertad, por ejemplo, sólo viajan una media de alrededor demedio kilómetro al día y a veces sólo un centenar de pasos. ¿Ypor qué se iban a molestar en ir más lejos? Todo lo que necesitanestá cerca.

Sin embargo, en la sabana la vida era profundamente dife-rente. Bajo el cálido sol ecuatorial, las temperaturas superabancon frecuencia los treinta y cinco grados (Celsius). La comidaera escasa y no estaba a mano. Por eso, mientras que caminarerguido en el espeso sotobosque de la selva húmeda tropical noiba a mejorar sus posibilidades de tener una vida más larga en lajungla —de hecho, lo más probable era que la acortase—, laposibilidad de deambular sobre las patas traseras en las prade-ras abiertas proporcionaba numerosas ventajas. Se ganaba unmayor dominio visual del mundo a su alrededor, lo que resultamuy útil si te encuentras en el menú diario de los antiguos cha-cales, hienas y gatos del tamaño de un león y dientes de sablellamados megantereon. Viajar sobre dos pies también es máseficiente que hacerlo a cuatro patas. Los estudios han reveladoque los chimpancés que caminan con los nudillos queman un35 por ciento más de energía que los humanos cuando paseamosdespreocupados por la calle. Desplazarte con los nudillos y laspatas traseras por las anchas y cálidas praderas del Pleistocenobuscando comida, vigilando a los depredadores y cuidando delos más jóvenes, habría sido muy lento, cansado y, en últimainstancia, mortal. Presumiblemente por esa razón caminar er-

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guido se convirtió en la manera preferida de desplazarse de to-dos los monos de la sabana sin importar su ubicación concreta.Los que no consiguieron desarrollar este rasgo, desaparecieron.

La manera precisa en que los antiguos humanos como Lucy,aethiopicus, y los Australopithecus africanus consiguieron do-minar las habilidades físicas necesarias para erguirse, sigue sien-do un misterio, pero lo hicieron, y una de las razones de estelogro radica en un rasgo genético común a todos los monos: undedo gordo en el pie.2

Los zoólogos saben desde hace algún tiempo que en las pri-meras fases de la gestación, el dedo gordo del pie de gorilas,chimpancés y bonobos no está articulado ni se parece al pulgar,sino que es recto y parecido al nuestro. Pero a medida que se vadesarrollando, el dedo gordo se aparta de los otros cuatro demanera que al nacer se ha convertido en algo parecido a un pul-gar, facilitando que sus pies puedan agarrar, ponerse en pie ocolgar de las ramas. Pero ¿qué ocurrió cuando uno de los descen-dientes de un mono de la selva se encontró viviendo en bosquesralos y sabanas abiertas? ¿Y si uno de estos monos nació con undedo gordo que no se convirtió en un pulgar, sino que permane-ció recto como si fuera una extraña deformidad genética?

Las deformidades, las enfermedades autoinmunes e inclusolas enfermedades mentales son con frecuencia el resultado de mu-taciones genéticas. Por alguna razón se remodela un gen, falla unahormona o se retrasa un interruptor genético. Incluso el ADNcomete errores. De hecho, la evolución depende de ello. A veceslos humanos nacemos con un dedo adicional, dedos palmeados,piernas demasiado cortas. Pero la deformidad de una criaturapuede ser la salvación de otra. De una u otra manera, todos losseres vivos de la Tierra son una amalgama de errores genéticos.

Imagine, entonces, que algunos primates nacieron «defor-mes» con un dedo gordo recto que se había mantenido igualdesde su época en el vientre materno en lugar de disponer deuno oponible como el que tenían al nacer los otros primatesnormales. ¿Qué tipo de vida podía esperar semejante primate?

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