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Cofradía de IdentidadesNúmero 4 . Año I I , j u l i o -d ic iembre 20 10

Cofradía de IdentidadesNúmero 4. Año II, julio-diciembre 2010

DirectorPedro A. Palou

Consejo EditorialSalvador Cruz M.Gloria Tirado VillegasVíctor Hugo ValenciaJesús Contreras HernándezSergio Ramos GonzálezJ. Augusto Ramón GonzálezCrispín Montoto Garrido

AsesoresJaime MesaEduardo Montagner

CapturistaJosé Luis Diez de Urdanivia

Revista semestralEjemplar Gratuito5 Oriente #5Tel.: 246.36.32Fax: 246.36.32

ISSN: En trámite

Cofradía de Identidades

Número 4. Año II, julio-diciembre 2010

Impresa en los talleres de

El Errante Editor, S.A. de C.V.

Privada Emiliano Zapata 5947,

San Baltasar, Campeche

Puebla, Puebla,

Portico 7

Todos somos cronistas César Musalem Jop 9

La crónica: del ámbito local al regional Alfredo Ruiz Islas 11

La importancia del cronista Jorge Garibay Álvarez 23

Centenario del ferrocarril mexicano Jesús Ramírez Carrillo 25

Manuel María de Zamacona: festejar el 16 de septiembre en el discurso cívico de 1850 Ana Silvia Rábago Cordero 29

La idea de mestizaje cultural en los procesos de Independencia y Revolución Roberto Tzoni Morales 39

La familia Nájera Lagarde: hacendados texmeluquenses en la Revolución Mexicana Jesús Contreras Hernández 45

San Juan de los Llanos en el proceso de la Independencia de México Arturo Córdova Durana 51

12 de mayo de 1942; creación del municipio de Domingo Arenas Alejandro Tlapaya Meneses 57

La fiesta de la Cambia en Chietla Alfonso Gil Campos 63

Enfermedad y guerra: los efectos de la influenza española de 1918 en San Felipe Teotlalzingo Alma Delia Flores Delgado 69

La cultura Eloína Patricio Reyes 73

La leyenda del Santo Patrón Miguel González Olmos 77

Retrato de medio cuerpo Alberto Venegas Pérez 81

Santa Isabel visita Atenayuca Rodolfo Castillo Gutiérrez 91

Un mantel oloroso a pólvora; crónica del paso de don Venustiano Carranza por Ixtacamaxtitlán Miguel Ángel Andrade Rivera 95

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Pórtico

Este año de 2010, tan importante para la historia local y general de México, el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revo-lución Mexicana que ponen ante nosotros la reflexión y el peso de la responsabilidad de ser mejores. Es desde ese punto histórico y con un afán de sumarse a los festejos nacionales que el Consejo de la Crónica del Estado de Puebla presenta un nuevo número de la revista Cofradía de Identidades, publicación semestral que ha sido el marco idóneo para presentar los trabajos e intereses de nuestros cronistas.

Como lo fue desde un principio, el afán de esta Cofradía es darle voz a los observadores de las muchas Pueblas que existen. Por eso, es premisa que no cambia la defensa de las distintas maneras de aprehender la identidad al saber que es la piedra angular sobre la que se construyen las naciones.

Este tiempo debe ser de cambio, de representar nuevas maneras para el ser mexicano. Tenemos ante nosotros un pasado y un futuro mez-clándose en este aún por definir presente. El pasado son nuestras raíces, lo ampliamente recordado este año, y el futuro son nuestras ilusiones más puras, nuestros sueños más bellos. Es tarea del cronista representar el aquí y el ahora para que las generaciones que vienen tengan puntos de referencia sólidos y esforzados.

Venga, apreciados cofrades, una nueva entrega de estas páginas para que miren el reflejo que las palabras de sus escribientes nos entre-gan y se reconozcan en ellas.

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todos somos cronistas

Los expertos en cuestiones mentales afirman que en los siete millones de años que le ha llevado a la especie humana desarrollarse, a partir del mono pliophitecus, logró erradicar de su memoria los malos sucesos o los peores aconteceres; dándole paso al pensamiento creativo, agradable e imaginativo. De ahí que todos los seres humanos hemos escrito a través de nuestra vida una historia y esta está adornada con multitud de anécdotas que tarde o temprano afloran en nuestros recuerdos. Las más de las veces son hechos agradables que en un momento pasamos junto a nuestros familiares, amores, quereres y relaciones y cuando somos adolescentes rememoramos a todos aquellos seres de los que guarda-mos algún recuerdo cariñoso.

En otro momento cuando somos adultos afanosamente buscamos el aprecio, reconocimiento y cariño de los que nos rodean y se acumulan en nosotros multitud de hechos que se viven ya en sociedad y que pasan a formar parte del folclor y tradiciones de nuestros pueblos.

El cronista debe tener la habilidad suficiente para poder transcribir y plasmar en un papel todas las vivencias y recuerdos del lugar y del pueblo donde vive; siendo así un relator del desenvolvimiento y desarro-llo de las ciudades y localidades que en suerte le ha tocado vivir.

A fuerza de ser sinceros es el cronista el que le va a poner la sal y pimienta a todas las crónicas de la vida diaria junto con el cúmulo de experiencias que se nos han brindado.

Cronista debe ser un contador de cuentos, de anécdotas, de leyen-das y de hechos naturales o de ficción de los sitios en los que hemos

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vivido. Es pues una labor que debe tener 50 grados de verdad, 20 de tradición y 30 de ficción para poder escribir de forma agradable la histo-ria viva de sus tiempos.

Ha de tener la suficiente habilidad para buscar en todos los recón-ditos rincones y buhardillas aquellos objetos y figuras que formaron parte de sus ancestros y por tanto objetos de valor incalculable para los posee-dores y que en la mayoría de los casos sólo es afectivo por los recuerdos que conllevaba el objeto.

Muchas veces los objetos dan paso a estructuras mayores y enton-ces los continuamos con lugares históricos llenos de recuerdos de aque-llos seres que, echando mano de sus grandes valores, lograron realizar hazañas que hoy consideramos portentosas o sobresalientes en el devenir de nuestros pueblos. Cabe pues a nuestros relatores locales tener la habilidad para ensalzar de manera apegada y real la personalidad de estos héroes nativos que por sus dotes son ejemplo a seguir para las futuras generaciones.

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La crónica: deL ámbito LocaL aL regionaL

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Mucho tiempo ha transcurrido desde que hice esta excursión hasta hoy.

Las impresiones que dejó en mi alma fueron vivas e indelebles. En medio

de las nieves de las cumbres de la sierra, en las inmensas llanuras del desierto,

debajo de los árboles tostados por el hielo, en las arenosas orillas del mar, en todas partes

he recordado esos aromas, ese ruido misterioso, esas nubes de grana;

ese paisaje, en fin, espléndido, magnifico, encantador.

Manuel Payno.

Viaje sentimental al San Ángel.

En su diario transcurrir, el cronista respira aromas, camina veredas, ingiere los sabores de la tierra y escucha los sonidos familiares del terruño; refren-da lazos de amistad o de parentesco, se afana en sus quehaceres cotidia-nos —conservados generación tras generación o surgidos al calor de los nuevos tiempos—, ancla los pies en la tierra que le es propia —aquélla a la que llama su hogar, incluso sin haber visto en ella la primera luz—, observa todo, medita en torno a lo observado y apresta la pluma para relatar —y retratar— lo visto, lo oído y lo sabido.

Si se efectúa de forma adecuada, la crónica1 —referida a un barrio, a un pueblo, a un conjunto de ellos o a un municipio— posee un sinnú-mero de ventajas analíticas con respecto a los distintos tipos de relatos que abordan el pasado, sea éste inmediato o remoto, o la materia efímera que se asume como el presente. Tal y como lo demostró Luis González y Gon-

* Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. 1 De forma deliberada, he omitido abordar en este artículo la polémica sobre las dife-

rencias —de orden cuantitativo y cualitativo— que existen entre la historia y la crónica. Sin embargo, confío en efectuar una reflexión sobre el particular, así sea breve, en un futuro cercano, y someterla a la consideración del lector a través de estas mismas páginas.

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zález en su obra Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, el estudioso de lo local, investido de la autoridad que le brindan, tanto el hecho de saber a detalle lo que acontece en el terruño, como la posibilidad de conocer lo que significa tal acontecimiento, es capaz de plasmar la densa red de relaciones sociales que existen en el lugar que inspecciona, con lo que estará facultado para presentar a su eventual lector una explica-ción pormenorizada del sentido que guarda el presente al exponer con acierto las razones que invisten al cambio y a la permanencia, a la continui-dad y a la ruptura. No sobra decir que, para ello, el observador deberá saber ver al entorno para discernir los elementos que lo integran, organi-zarlos de acuerdo con la escala de valores que le parezca oportuna, y en-contrar la forma en que se relacionan o el porqué de su pertenencia a distintos campos de lo social. Una vez mirado lo que, a su juicio, resulta de importancia, deberá saber razonarlo y, más importante aún, saber expli-carlo, de modo que el producto de sus afanes resulte interesante y útil para la comunidad que es, a un mismo tiempo, origen y destino del relato.

Lo recién mencionado implica que el cronista deberá poseer un método para efectuar la observación, el análisis y la consignación por escrito de lo que aparece a su paso. Tal método, entendido como el con-junto de pasos encaminados a la consecución de un fin preciso, sólo re-quiere un poco de orden, otro poco de constancia, algo más de capacidad de crítica y una enorme habilidad para narrar lo presenciado o indagado. La ausencia de cualquiera de las tres primeras condiciones redundará en un ejercicio deficiente o en la relación de toda clase de despropósitos —así sean bienintencionados— a un público no siempre cándido; a su vez, la falla en el último tramo —esto es, en la narración de los hechos— con-vertirá al cronista en lo que Pedro Salinas atinadamente denomina como “[los] inválidos del habla […] cojos, mancos, tullidos de la expresión […] un baldado espiritual, incapaz casi de moverse entre sus pensamientos2”.

2 Pedro Salinas, Aprecio y defensa del lenguaje. 2ª edición, San Juan, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995, p. 11.

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Para retornar al tópico que da título al presente escrito, vale decir que el cronista es, en suma, el pesquisidor por excelencia de lo que acon-tece en un contexto dado: en su propio contexto. Sin embargo, conforme se adentra en la investigación de lo sucedido en el presente que le ha tocado vivir, o en el pasado que ha dado una forma singular a ese mismo presente, el cronista debe asumir un enfoque que rebase el plano de lo estrictamente local y se adentre en el estudio de la región en que se en-cuentra su lugar de pertenencia, toda vez que la sola investigación de los fenómenos acaecidos en éste se revelará, muy probablemente, incapaz de brindarle explicaciones amplias sobre la configuración de los aconteci-mientos y el significado del presente. Así, ¿cómo exponer con claridad los hábitos de consumo presentes en una localidad si se ignora, por ejemplo, de dónde provienen los artículos que la gente emplea en su diaria alimen-tación? En este mismo sentido, ¿cómo saber si tales hábitos han sufrido modificaciones a lo largo del tempo debido a alteraciones sucedidas, no en el entorno inmediato de la comunidad, sino en aquél que la abastecía? De igual forma, ¿cómo entender los lazos de parentesco, de apego, o incluso de enemistad entre dos pueblos distintos, si no se examina a ambos?

La crónica, entre la multitud de problemas que la aquejan —de tipo burocrático, económico, narrativo o procedimental, por citar sólo algunos—, con frecuencia se enfrenta a un padecimiento de orden meto-dológico: la propensión al aislamiento, a la presentación de procesos his-tóricos cuya conexión con los acaecidos en otros lugares, cercanos y dis-tantes, resulta escasa o nulamente estudiada. Esto redunda en la confección de trabajos donde el conocimiento profundo de lo local no se ve comple-mentado por un saber, así sea superficial, sobre lo regional, hecho que a su vez deriva en la exhibición de conclusiones incompletas o, las más de las veces, plenas de interrogantes no resueltas sobre lo que habría sucedi-do en los lugares situados más allá del terruño y que, posiblemente, inci-dirían sobre el acontecer comunitario. Con el fin de brindar una alternativa operacional a la problemática aquí enunciada y enriquecer, así sea mínima-mente, el bagaje instrumental del cronista, las siguientes páginas se dedi-

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carán a presentar los elementos básicos involucrados en el estudio de la región.

El ámbito rEgional y su Estudio

Antes de abordar los elementos que integran el estudio de lo regional, conviene preguntar ¿qué es una región? ¿Cómo se construye? ¿Qué ins-tancias, tanto físicas como humanas, intervienen en su delimitación? Conviene decir, en primer lugar, que la región no es equivalente al entorno local. De hecho, el propio Luis González admitía que el ámbito local se conforma por “[…] espacios breves y poco poblados, en prome-dio diez veces más chicos que una región. [Que] se puede[n] abarcar de una sola mirada y recorrer de punta a punta en un solo día3”. Dicho en otras palabras, lo local es el espacio donde: a) se desarrollan las acciones habituales del sujeto; b) sus lazos de pertenencia poseen una mayor solidez; c) los vínculos sociales cuentan con una cohesión explicable en sí misma. A ello podría añadirse que lo local cuenta con una frontera, no política sino de índole cotidiana, significada por el espacio que el sujeto determina como el límite hasta el que puede, debe o quiere desplazarse en su día a día4.

Definir a la región requiere echar mano de un conjunto mayor de conocimientos que aquéllos necesarios para comprender a la localidad, al ser ésta parte de la vida diaria de cualquier persona y hallarse definida, según mencioné líneas atrás, por las capacidades del sujeto para actuar en ella. En el caso de la región, debe tenerse en cuenta que su delimita-ción responde, de manera ineludible, a los criterios analíticos estableci-dos por quien la investiga: para el geógrafo, la región deriva de un paisaje

3 Luis González y González, El oficio de historiar. Estudios introductorios de Guillermo Palacios y Andrew Roth Seneff. 2ª edición, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999, p. 170. (Colección Clásicos.)

4 Ágnes Heller, Sociología de la vida cotidiana. Prefacio de György Lukács, traducción de J. F. Yvars y Enric Pérez Nadal. 5ª edición, Barcelona, Ediciones Península, 1998, pp. 383 – 384. (Colección Historia, Ciencia, Sociedad, 144.)

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observado desde cierta perspectiva y comprenderá una serie estable de elementos característicos —ríos, llanos, cadenas montañosas, valles, ciudades o pueblos— que le brindan cierta congruencia, aun en su natural diversidad. A su vez, el economista agrupará porciones de terri-torio posiblemente desiguales de acuerdo con las actividades producti-vas que en ellas tienen lugar, a través de lo cual podrá observar la inte-racción de los agentes económicos, la formación de circuitos mercantiles o la mecánica que guía el desarrollo del trabajo, entre otros aspectos5. Finalmente, el estudioso de lo político considerará, como su base de trabajo, las demarcaciones territoriales generadas mediante la acción del Estado, mismas que le permitirán analizar la dinámica seguida en la toma de decisiones, la producción legislativa o la circulación del poder entre los distintos grupos que habitan la región por él construida.

Por lo que toca a la integración de unidades regionales por parte de quienes asumen como su objeto de estudio al pasado humano, vale anotar que existen tantas propuestas de definición en torno a la región como es-pecialistas dedicados al asunto. No obstante, como punto de partida, es preciso indicar que existe una tendencia creciente a abandonar los modos tradicionales de operación —donde la región preexistía a la indagación efectuada, lo que forzaba a ésta a amoldarse a una serie de límites que ataban su potencial de acción— y, por el contrario, a construir el ámbito de análisis conforme se desenvuelve la investigación, de acuerdo con las evidencias recabadas y las propuestas analíticas empleadas.

El proceso de deconstrucción–reconstrucción del ámbito regional trae aparejadas una serie de ventajas que el investigador debe tener en cuenta. Por principio de cuentas, está la posibilidad de trabajar por medio de un razonamiento inductivo, mediante el cual las consecuencias observadas trazan la ruta a seguir hacia el pasado, permitiendo advertir con claridad el momento en que surgen fisuras de distinta magnitud en

5 Cfr. Manuel Miño Grijalva, “¿Existe la historia regional”, en Historia Mexicana 204. México, El Colegio de México, volumen LI, número 4, abril – junio de 2002, pp. 867 – 868.

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la continuidad de los tiempos. Con ello, la región observada en el pre-sente adquiere una fisonomía distinta en tanto el sujeto se desplaza hacia el pasado, al ampliarse o reducirse según se encuentren series de rela-ciones —políticas, económicas o sociales— entre porciones adyacentes de territorio. A su vez, lo anterior permite la valoración de las conse-cuencias tenidas por un acontecimiento —o por un grupo de ellos— en un tiempo y en un espacio dados, de manera que la respuesta de los distintos órdenes sociales queda de manifiesto y resulta plausible, tanto la descomposición de los paradigmas territoriales, como su nuevo orde-namiento.

Como se ha visto, el tiempo —o, mejor dicho, sus efectos en la población que habita el territorio estudiado— es el ingrediente primor-dial a considerar en el análisis regional. Pensar en la inmovilidad de una región cualquiera equivaldría, por decir lo menos, a asumir como nulas las consecuencias de los procesos históricos, lo que equivaldría a suponer que la vida se ha desarrollado siempre bajo condiciones similares a las del presente, situación que nulifica cualquier tipo de examen sobre el pasado al carecer tal labor de un fin práctico6. Por lo tanto, además de ponderar las distintas realidades sociales presentes en una región en di-ferentes periodos históricos, el estudioso debe tomar en cuenta qué factor, o grupo de factores, le permitirán dotar al espacio estudiado de una lógica interna suficiente como para asumirla en tanto unidad auto-sustentada.

Con respecto a lo indicado, y por citar sólo tres ejemplos represen-tativos, para Eric Van Young la región es, bajo cualquier circunstancia, una hipótesis a demostrar —no una realidad preexistente—, y resultará de mayor utilidad aquélla construida con base en la amplitud poseída por una serie concreta de relaciones económicas solidificadas con el paso del tiempo, de forma tal que sea visible la influencia tenida por la produc-

6 Cfr. Dení Trejo Barajas, “La historia regional en México: reflexiones y experiencias sobre una práctica historiográfica”, en História Unisinos. São Leopoldo, Universidade do Vale do Rio dos Sinos, volumen 13, número 1, enero – abril 2009, p. 8.

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ción, la comercialización y el consumo en el comportamiento de la po-blación y, eventualmente, en el surgimiento de prácticas y representacio-nes distintivas del sitio7. En tanto, Sergio Ortega Noriega apuesta por la descomposición de lo social a partir de la búsqueda de características socioeconómicas y culturales particulares, lo que habilitará a la delimita-ción de una región siempre y cuando no se pierda de vista que el sentido de lo particular, lo específico, está dado por el conocimiento de lo que sucede en los sitios aledaños, de modo que lo diferente se explica al compararlo con lo que le rodea, y no tanto como unidad aislada8. Por último, para Ignacio del Río, el estudio de la región debe centrarse en la manera en que el espacio determina las acciones de los sujetos, para posteriormente localizar las distintas relaciones que se entablan entre el todo y las partes que lo componen, o sea, entre las regiones y la nación o, si se prefiere, entre el centro y la periferia9.

7 “Haciendo historia regional. Consideraciones metodológicas y teóricas”, en Pedro Pérez Herrero, (compilador), Región e historia en México (1700 – 1850). 1ª reim-presión, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997, pp. 101 – 102. (Colección Antologías universitarias. Nuevos enfoques en ciencias sociales.)

8 Citado por Juan José Gracida Romo, “Contribuciones a la teoría de la historia regional e historia económica del siglo XIX del doctor Sergio Ortega Noriega”, en Benito Ramírez Meza y Jorge Briones Franco (coordinadores), El noroeste de México y la historia regional. Coloquio homenaje, Ignacio del Río y Sergio Ortega. Culiacán, Uni-versidad Autónoma de Sinaloa, Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, 2002, pp. 96 – 97.

9 Vid. La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa, 1768 – 1787. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1995, pp. 16 – 17. (Serie Historia novohispana, 55.) Asimismo, Vid. “De la pertinencia del enfoque regional en la investigación histórica sobre México”, en Vertientes regionales de México. Estudios históricos sobre Sonora y Sinaloa (siglos XVI – XVIII). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001, pp. 135 – 145. (Serie Historia novo-hispana, 66.) Los planteamientos aquí apuntados fueron complementados por las notas tomadas durante las sesiones del seminario Los métodos de la historia social. Historia regional, impartido por el propio Del Río en el Posgrado en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, del cual formé parte en el ya lejano año de 2003.

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Para redondear las ideas expuestas en el presente artículo, me parece oportuno efectuar una breve mención de algunos elementos adicionales que el estudioso puede tomar en cuenta al iniciarse en el análisis de una región. La lista que se incluye a continuación está organizada con apego a un cierto orden de prioridad en cuanto a los aspectos indicados, aunque en ninguna forma debe considerarse como un recetario o un modelo único a seguir; en última instancia, su observancia estará condicionada por las posibilidades que brinden los materiales al alcance del investigador.

Una región es la suma de partes —de distinta magnitud— que inte-ractúan entre sí. Así, si se considera como unidad mínima al poblado, la región estará integrada por aquéllos que posean características comunes, sin importar si pertenecen a entidades políticas diferentes o si se encuen-tran enclavados en áreas geográficas de distinta nomenclatura10. Por ejemplo, si las características encontradas lo permiten, los pueblos de X y de Z pueden englobarse en la misma región aun encontrándose en distin-tos estados del país, situados el primero en una montaña y el segundo en un valle. Todo dependerá, como siempre, de ubicar con acierto las simili-tudes entre ellos y tejer las redes de análisis convenientes.

La región funciona, ante todo, como un sistema. Por tanto, como se ha indicado líneas atrás, la amplitud de sus límites se encuentra seña-lada por la interrelación habida entre los sucesos que en ella tienen lugar, sin importar si éstos suceden al interior de la misma región pensada al momento de abordar el estudio o si, por el contrario, se encuentran en su exterior. Debe asimismo tenerse en cuenta que la frontera —asumida como elemento de tipo movible y poroso, no necesariamente sujeto a determinaciones políticas ni geográficas— establecida para la región debe funcionar como el marco dentro del que se articularán los fenóme-nos examinados, y que éstos deberán poseer una diferencia, si no signi-

10 Vid. Arturo Taracena Arriola, “Propuesta de definición histórica para región”, en Es-tudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. México, Universidad Na-cional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, número 35, enero – junio de 2008, pp. 187 – 188.

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ficativa, si al menos perceptible, con respecto a los acaecidos en sus al-rededores11.

La región guarda relaciones de distinto tipo con los territorios ubi-cados a su alrededor. Intentar el estudio de un espacio dado como si fuera una unidad cerrada e independiente conducirá, indefectiblemente, a la presentación de explicaciones erradas. Vale recalcar que la asunción de un ámbito regional cualquiera como entidad autosuficiente no se refiere a su presentación como elemento insular, sino a la existencia de características que la distinguen de las que le rodean y que tornan único su desarrollo en el tiempo y en el espacio12.

Toda región dota a los elementos que la constituyen de una semán-tica que el estudioso debe comprender en su contexto. Lo anterior no quiere decir sino que aquello susceptible de encontrarse en cualquier región se entiende por el significado de que le dotan los demás elemen-tos. Por ejemplo, participar en una procesión religiosa que toca los dife-rentes puntos de una región resulta comprensible si se sabe —más allá del origen y la finalidad de la peregrinación— qué importancia tienen los sitios visitados, cómo se organizan los participantes en la ceremonia y de qué manera se establecen las rutas y los descansos. Es decir, el estudio de los factores en su conjunto brindará un panorama de mayor amplitud al saber cómo se condicionan unos a otros, qué peculiaridades se imponen y cómo modifican su funcionamiento.

La región debe definirse por sus componentes, no por las catego-rías que un observador externo les atribuya. Sabido es que el investiga-dor de la región elige un terreno, adopta un enfoque y asigna niveles de

11 Cfr. Sergio Boisier Etcheverry, “Algunas reflexiones para aproximarse al concepto de ciudad – región”, en Estudios sociales. Revista de investigación científica. Hermosillo, Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, volumen XIV, número 28, julio – diciembre de 2006, pp. 174 – 175.

12 Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional. El noroeste de México, 1530 – 1880. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investiga-ciones Históricas, 1993, pp. 9 – 15.

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importancia a lo que encuentra. Sin embargo, esto no implica que pueda saltar por encima de aquello que la comunidad ha establecido por con-senso o que posee una significación afincada históricamente. Lo más importante es, en este caso, observar lo que acontece en el sitio, indagar en las formas asumidas por la sociedad, y encontrar las razones que asisten a los significados impuestos por el uso.

Finalmente, la región debe ser entendible para quien la habita. Los estudios regionales, desde un principio, han funcionado como un medio para reivindicar la existencia de realidades sociales distintas de las exis-tentes en los sitios prominentes y tenidas, durante largo tiempo, como representantes de un conjunto amplio de sujetos13. Por lo tanto, el trabajo resultante debe dar cuenta de los muy distintos procesos consti-tutivos de la identidad de que participan los habitantes del sitio investi-gado y que les confiere un sello distintivo frente a otros que, sin ser completamente diferentes, pertenecen a una esfera distinta de lo social14.

a manEra dE conclusión

Para el cronista, encarar el estudio de un ámbito territorial que compren-da más allá de los límites de la localidad puede resultar, sin duda, un reto de cierta envergadura, toda vez que deberá familiarizarse con la forma en que han tenido lugar los procesos históricos más allá de su ámbito de pertenencia, y tendrá que encontrar la manera más adecuada de relacio-nar los acontecimientos, las costumbres y las creencias sin imponer ca-tegorías que resulten ajenas al contexto. Asimismo, deberá ser capaz de sortear los obstáculos que supone la presencia de nociones preexistentes para buscar, tanto el sentido de los acontecimientos, como la valoración efectuada por la comunidad en torno a los mismos.

A pesar de lo mencionado, creo que la incorporación del enfoque

13 Ortega, Ensayo, op. cit., p. 7.14 Vid. Pablo Serrano Álvarez, “Clío y la historia regional mexicana. Reflexiones meto-

dológicas”, en Estudios sobre las culturas contemporáneas. Colima, Universidad de Colima, volumen VI, número 18, 1994, pp. 154 – 156.

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regional a la crónica resulta, no sólo conveniente, sino incluso obligato-ria, dado que resulta una buena manera de complementar la información que se posee sobre el entorno inmediato del cronista con datos frescos y explicaciones novedosas. A la par, el estudio de la región permite eli-minar cualquier clase de exclusivismo o posición personalista en el desa-rrollo de las investigaciones que se llevan a cabo, y pasar del “yo lo dije” o el más reprobable “sólo yo conozco ese dato” a una socialización efectiva de los saberes, debido a que el experto en los asuntos de su comunidad tendrá que ponerse en contacto con quienes se encuentran versados en el acontecer de los lugares cercanos, a fin de darse una idea de qué conviene buscar, dónde y a partir de qué fuentes. Tender los vasos comunicantes apropiados de la localidad a la región, y posterior-mente de ésta a las demás, redundará en beneficio de todos los que dedican sus esfuerzos al estudio del pasado como medio para lograr una mejor comprensión del presente y, aun cuando nunca podrá tenerse el mapa completo y certero de lo acaecido en el tiempo pretérito, al menos se dispondrá de más y mejores herramientas para explicar el porqué del mundo que nos rodea, al tiempo que se circula al conjunto de la socie-dad el producto de las investigaciones efectuadas.

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La imPortancia deL cronista

La importancia del cronista en la comunidad local nadie la pone en duda. El cronista, y ustedes lo saben bien, juega un papel particular en la vida cotidiana de la sociedad. Es el custodio o guardián de la historia manifes-tada en las costumbres, leyendas y fenómenos sociales que no se escapan a la mirada del cronista. Es responsable de cuidar los valores culturales de la población y es también el difusor de la cultura en la localidad.

Al cronista lo llaman para decir discursos, lo consultan para diluci-dar dudas históricas, lo convocan para contarle sucesos, tradiciones y leyendas, de aquí la necesidad de que sea generoso, solidario y amigo de todos para facilitar su misión cultural.

No cabe duda que para cumplir con su misión requiere el apoyo de las autoridades civiles y religiosas, recursos económicos y un grado de cultura sobre el desarrollo histórico de la región.

El cronista no es isla, no debe caminar solo, requiere de apoyos. Entre ellos se halla ADABI, una institución nacida en el 2003, cuya misión es rescatar la memoria de México. En este afán hemos trabajado juntos con los cronistas del estado de Puebla a través del Consejo de la Crónica del mismo estado.

ADABI cuenta con coordinaciones orientadas a objetivos específi-cos, uno de ellos es rescatar los archivos tanto municipales como parro-quiales. Esta tarea ha permitido que en el país se hayan ordenado e in-ventariado más de 200 archivos.

Permítanme decirles que en el periodo 2009-2010 se trabajaron 49 archivos: 31 parroquiales, once municipales y siete entre particulares y archivos normales para profesores.

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Puebla es el estado en el que se rescató el mayor número de archi-vos: nueve parroquiales, cinco municipales. Las cifras de la tarea archi-vística de este período (2009-2010) son elocuentes sí, son 49 archivos que significan 800 metros lineales de documentos clasificados, ubicados en 4 mil 815 cajas archivadoras.

En lo que se refiere a la tarea realizada en los archivos de Puebla ADABI ha contado con el valioso apoyo de ustedes, señores cronistas, pues nos han facilitado entrar a los municipios y a las parroquias, donde con gusto hemos hecho el inventario y posteriormente se ha publicado para su difusión.

Los inventarios realizados son una ayuda valiosa para consultar los documentos pues son instrumentos por los que se puede accesar al do-cumento por la sección documental, por la serie por la cronología o por el número de caja archivadora. Estas vías de información aparecen después de clasificar y ordenar los documentos.

La tarea del rescate de los documentos, requiere tres elementos sin los cuales no se avanza en esta noble y necesaria labor: voluntad de la autoridad, recursos económicos y gente capaz para hacer la tarea.

ADABI ofrece el apoyo económico y las personas conocedoras de la archivística. La voluntad de la autoridad no depende de nosotros y es aquí donde el cronista nos ha prestado un eficaz servicio y conjuntamen-te hemos emprendido el rescate de algunos archivos municipales y pa-rroquiales en el estado de Puebla que sumados fueron catorce (nueve parroquiales, cinco municipales) los cuales representan un porcentaje mayor de los rescatados en los siete estados y en las diez curias dioce-sanas. La datación de los documentos clasificados en esos acervos, van desde el siglo XVI hasta el siglo XX.

ADABI y cronistas unidos en la tarea de rescatar la memoria docu-mental de México en el estado de Puebla, han obtenido frutos sustanciales en beneficio de la historia no sólo local y estatal sino también nacional.

Les invito a seguir en esta laudable labor en fructífera alianza de ADABI con cronistas, celosos guardianes y constantes difusores de la historia y de la cultura de sus comunidades.

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El primero de enero de 1973 se celebraron, con grandes festejos, los 100 años de haberse inaugurado el primer ferrocarril de México, que unió a la capital del país con el puerto de Veracruz.

Estos festejos se iniciaron en la ciudad de México, en la estación de Buena Vista, con la presencia del secretario de Comunicaciones, Eugenio Méndez Docurro, Octavio A. Hernández, en representación de Octavio Sentíes Gómez, regente de la ciudad de México; Víctor Manuel Villase-ñor, gerente general de los Ferrocarriles Nacionales; Mariano Villanueva Molina, secretario general del Sindicato de los Trabajadores Ferrocarri-leros de la República; además de muchos otros invitados, el personal ferrocarrilero. El coordinador fue Carlos Barrios Martínez.

Iniciando la ceremonia con el descubrimiento de una placa conme-morativa, honores a la bandera, discursos, música y bandas de guerra. El entusiasmo y la alegría se notaban en todos los asistentes. Enseguida todos abordaron el tren especial, que se componía de coches de pasaje-ros, coches comedores, carro museo acondicionado para el acto de ce-lebración con fotografías históricas y objetos del ferrocarril, y lo más relevante la máquina de vapor 3033, que fue rehabilitada para esta ocasión, haciendo añoranzas de épocas pasadas. Esta máquina diesel llevó el histórico tren hasta Esperanza, Puebla, punto de encuentro con otro tren que salió de Veracruz con el gobernador de este estado, per-sonal ferrocarrilero, autoridades e invitados, con máquina diesel y reem-plazada en Orizaba por las potentes máquinas eléctricas, para subir las Cumbres de Maltrata, hasta el encuentro en la terminal de Esperanza.

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Ambos trenes en su recorrido fueron recibidos en las principales estaciones por gente del pueblo en tumultuosa alegría, principalmente en Apam y Apizaco por un lado Córdoba y Orizaba por el otro.

El arribo de los trenes a la estación de Esperanza Puebla se dio en forma simultánea a las 14 horas y 25 minutos. Y fue de una relevancia inusitada, las máquinas con sus imponentes silbatos marcaban el momento histórico, la banda de música tocaba, el pueblo emocionado gritaba vivas, y en sus rostros se dibujaba la alegría. Bajaron de sus coches los personajes que venían y se encontraban también los goberna-dores de Tlaxcala, Luciano Huerta, de Puebla; Gonzalo Bautista O’Farril, y el de Veracruz, Rafael Murillo Vidal, así como también las autoridades municipales de Apizaco, Esperanza, Orizaba, Córdoba, Veracruz y otras; también se encontraba el Sr. Rómulo O´Farril, presidente del periódico Novedades, así como reporteros de la prensa, radio y televisión.

En aquellos tiempos, el que esto suscribe, colaboraba como co-rresponsal del periódico Novedades en Esperanza y di a conocer por este medio lo acontecido.

Después del encuentro de trenes, Méndez Docurro develó una placa conmemorativa en la estación de ferrocarril, seguido de un breve discurso.

El gobernador del estado de Puebla, Gonzalo Bautista O’Farril, se dirigió a los presentes aludiendo a la importancia de lo que se celebraba. Acto seguido se atendió a las personalidades presentes en los coches comedores con los platillos preparados, tales como carnitas de puerco, barbacoa y bebidas varias. Mientras que en los andenes y bodegas de la estación se atendió al numeroso público restante.

brEvE historia dEl fErrocarril mExicano

Siendo presidente de la República el general Anastasio Bustamante se hacen proyectos y concesiones para un ferrocarril, lo que no se llevó a cabo por los conflictos existentes en ese entonces. Después durante el gobierno de Antonio López de Santa Anna, se hacen nuevos proyectos,

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pero sólo se construyen tramos pequeños de vía, como el de Veracruz al Molino y prolongándose después a Paso de San Juan. Antes de terminar su periodo, Santa Anna otorga una concesión a Mosso Hermanos, para la construcción del ferrocarril de Veracruz a Acapulco pasando por México; el cual tampoco nunca se construyó.

El gobierno siguiente concesiona a Antonio Escandón los tramos México a la Villa y México a Apizaco, este último se empieza a construir en 1857. Poco después don Antonio obtiene también la concesión del tramo de Veracruz a paso de San Juan y a futuro continúa hacia Orizaba. Pero nue-vamente se suspenden las obras por los continuos conflictos bélicos.

Es hasta el año de 1861 que el entonces presidente Benito Juárez conviene con don Antonio Escandón para continuar con la construcción de la ruta de México-Veracruz, y en un ramal de Apizaco a Puebla, pero en los trabajos nuevamente son suspendidos por la intervención france-sa. Maximiliano de Habsburgo desconoce a Escandón y concede a Lyons continuar con el proyecto.

Al restablecerse la República en 1867, el presidente Juárez indulta a Escandón y en 1868 lo recocesiona para continuar con las obras, a pesar de la situación económica por la que atravesaba el país.

El 16 de septiembre de 1869 Juárez inaugura la sección México-Apizaco y a su muerte, el 18 de julio de 1872 se encuentra muy avan-zada la línea México-Veracruz.

Toca al presidente interino, Sebastián Lerdo de Tejada, inaugurar el patrimonio de enero de 1873, el ferrocarril mexicano, primero en el país; y que con grandes fiestas inicia el primer recorrido saliendo de la ciudad de México hacia el puerto de Veracruz, en compañía de Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez (El Nigromante), el historiador Antonio García Cubas, todos ellos ilustres mexicanos, y muchos mas.

Al llegar el tren de la estación de Boca del Monte, a las 13:00 horas, Sebastián Lerdo De Tejada y sus distinguidos acompañantes co-mieron, en el restaurante del señor Porras, una deliciosa sopa de tortillas y pescado blanco, por el precio de un peso.

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En aquel entonces la estación de Esperanza no existía.Después de Boca del Monte el tren continuaría bajando las Cumbres

de Maltrata, hasta llegar a Orizaba, donde para celebrar, se efectúa un elegante baile en el hotel Diligencias, con los honores al primer manda-tario. Esa noche pernotaron el dicho hotel.

Al día siguiente llegaron a Veracruz a las 20:30 horas. Se iniciaron grandes fiestas con un baile de honor de los personajes recibidos. Las máquinas del tren silban con alegría, los barcos extranjeros se unen al regocijo y hacen sonar su artillería e izan sus banderas en señal de saludo. Los jarochos con su música y alegría prolongan la fiesta hasta por ocho días continuos.

Es hasta el día 22 del mismo mes, a las 12:00 horas que se pone en servicio al público en general el “ferrocarril mexicano”.

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manueL maría de Zamacona: festejar eL 16 de sePtiembre en eL discurso cívico de 1850

Durante el siglo XIX paulatinamente se desarrolló el proceso de cons-trucción del Estado mexicano entre un gran número de problemas como las frecuentes presidencias interrumpidas, los cambios de sistema políti-co, la existencia de dos imperios, los conflictos entre facciones políticas y las guerras con el extranjero. Ante la inestabilidad del país era necesa-rio buscar elementos que unificaran a los habitantes que, por lo menos hasta la guerra de 1846–1848 contra Estados Unidos, no reconocían a México como la “patria” sino que, por el contrario, se encontraban arrai-gados a lo local, según harían notar políticos y escritores decimonónicos como Mariano Otero y Manuel Payno.

Las fiestas cívicas septembrinas se convirtieron en el espacio propi-cio para invitar a la gente a reflexionar sobre la problemática del momento y tratar de formar un sentimiento de unión, mediante la conmemoración de los sucesos que habían dado pie a la Independencia de México. Los festejos de septiembre fueron los momentos propicios para la creación y propagación de un discurso con intenciones unificadoras y de construc-ción de una identidad nacional, pues era la ocasión propicia para rituali-zar los actos del gobierno y que los presentes en dichas festividades apropiaran y asimilaran la idea de lo nacional desde su concepción del poder y el gobierno mismo.

La conmemoración del 16 de septiembre fue sugerida desde 1812 por Ignacio López Rayón quien, en un documento titulado “Elementos o puntos de nuestra constitución”, señalaba que: “[…] los días 16 de septiem-

* Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, Colegio de Historia.

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bre, en que se proclamó nuestra feliz independencia, el 29 de septiembre y el 31 de julio, cumpleaños de nuestros generalísimos Hidalgo y Allende, […] serían rememorados como los más augustos de nuestra nación1”.

En 1825 se celebró por primera vez de manera oficial el 16 de septiembre, y se estableció que “cada año una junta llamada cívica o patriótica se encargaría de organizar los festejos en las capitales más importantes del país2”. Además de la fecha ya mencionada, entre las festividades cívicas se encontraba también el 27 de septiembre, aniver-sario de la entrada de Agustín de Iturbide y el Ejército Trigarante a la ciudad de México y la consumación de la independencia. A la caída del Primer Imperio Mexicano, la conmemoración del día 27 pasó a segundo plano, pero fue retomada desde 1836 hasta aproximadamente 1857. La pérdida de importancia del aniversario de la consumación —y de la figura misma de Iturbide— se debió al triunfo de los liberales, que exal-taron en sus discursos a Miguel Hidalgo y, con él, al 16 de septiembre, mientras que Agustín de Iturbide, quien fuera un icono recordado por la facción conservadora, fue relegado al olvido.

Las fiestas cívicas septembrinas se realizaban en las ciudades y mu-nicipios más importantes del país. Cada localidad tenía un presupuesto asignado para las fiestas patrias, pero para organizar de la mejor manera posible los festejos se nombraba una Junta Patriótica por municipio o ciudad. Las Juntas Patrióticas se integraban con individuos oriundos del lugar en el que se coordinaban los eventos de septiembre, y podían ser de tres a nueve personas3. Entre las labores de la Junta —además de

1 Ernesto de la Torre Villar (compilación y prólogo), La conciencia nacional y su forma-ción. Discursos cívicos septembrinos (1825- 1871). Colaboración de Ramiro Navarro de Anda. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1988, pp. 8 – 9.

2 Enrique Plasencia de la Parra, Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo (1825- 1867). México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991, p. 11. (Colección Regiones.)

3 Verónica Zárate Toscano, “Las conmemoraciones septembrinas en la Ciudad de México y su entorno en el siglo XIX”, en Política, casas y fiestas en el entorno urbano del Distrito Federal. Siglos XVIII – XIX. México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2003, pp. 129 – 206.

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adornar las plazas, iluminar las calles y contratar bandas para amenizar la ocasión— se encontraba designar a un orador, quien pronunciaba un discurso alusivo al festejo: “[…] la proclamación de un discurso oficial con motivo de las celebraciones de Independencia se convirtió en una parte fundamental de las fiestas patrias4”. Dichos discursos eran las ora-ciones cívicas, testimonios de la problemática del país durante el siglo XIX, así como de las expectativas e ideas de los oradores en turno forja-das sobre el recuerdo del 16 de septiembre de 1810.

En 1850, Manuel María de Zamacona y Morfi5 fue designado orador en la capital de Puebla, y presentó una oración cívica que ofrece diversos aspectos para analizar. En primer lugar hay que pensar en el contexto en que se pronunció el discurso: después de la invasión norte-americana, ocurrida entre 1846 y 1848, la mayoría de los políticos e intelectuales mexicanos se encontraban profundamente decepcionados, no sólo por la pérdida de territorio, sino también porque la derrota había sido la prueba más evidente, tanto de la inexistencia de una idea de nación entre los habitantes, como de la falta de un espíritu de unión entre los mexicanos, lo cual se le reprochó con severidad, entre otros, a los poblanos, incluso varias décadas después de la guerra: “Los norte-americanos ocuparon fácilmente Puebla y fueron recibidos dulce y afec-tuosamente por el señor obispo de la diócesis6”. Por lo anterior, fue común encontrar en las oraciones cívicas de finales de la década de 1840 alusiones a los estragos causados por la invasión.

4 Plasencia, op. cit., p. 9.5 Manuel María de Zamacona y Morfi (1826 – 1904) fue el primer liberal en una de las

familias conservadoras más importantes de Puebla. Estudió en el Seminario Palafoxia-no y se tituló de abogado. Fue diputado local en la década de 1850 y diputado federal desde 1871 hasta 1875. En 1861 fue ministro de Relaciones Exteriores en el gabi-nete de Benito Juárez, y negoció con el ministro de Inglaterra, Charles Wyke, un tratado para intentar evitar la guerra con el extranjero. Ocupó dicho cargo nuevamen-te durante la administración de Porfirio Díaz y murió siendo ministro de la Suprema Corte de Justicia.

6 Guillermo Prieto, Lecciones de Historia Patria. Presentación de Boris Rosen Jélomer, prólogo de Ernesto de la Torre Villar. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1999, p. 363. (Obras Completas, volumen XXVIII.)

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Sin embargo, la arenga de Zamacona no hacía mención directa de la guerra ni reitera la acusación a Puebla, aunque la lectura realizada en el contexto evidencia una crítica política hecha al interior del discurso. La oración cívica aquí tratada se compone de cuatro temas principales: aná-lisis histórico, análisis político, la arenga propiamente dicha y un proyec-to de gobierno para el futuro.

Zamacona comenzó haciendo una dura crítica al Partido Conser-vador, diciendo que, al no reconocer la fiesta del 16 de septiembre, quería retrasar once años la fecha de “nacimiento” de México:

[El Partido Conservador] proclamó hace un año, como indignos de la Nación, los recuerdos a que está consagrado este día. Frecuentemente os ha exhortado, desde entonces, a que apostatéis de la revolución de 810; a que veáis esta fiesta como el aniversario del asesinato y el latrocinio […]7”.

Lo anterior se explica porque el 16 de septiembre de 1849 había aparecido un artículo en el periódico El Universal, en el cual se atacaba al movimiento de Hidalgo y la tradición de su festejo. El 27 del mismo mes apareció otro artículo que aclamaba la entrada de Iturbide a la Ciudad de México como “el gran día de la Nación”, y al fallido emperador como figura principal de todo el movimiento8. Con ello se demuestra la manera en que circulaba la información entre la capital del país y los estados, pues Zama-cona criticaba publicaciones que habían aparecido en la Ciudad de México.

Para legitimar su discurso y la validez de la celebración del 16 de septiembre —fecha calificada por los conservadores como el inicio de la violencia y el desorden—, Zamacona apelaba a la historia, con el objetivo

7 Manuel María de Zamacona, Oración Cívica que el ciudadano Manuel María de Za-macona y Morfi, pronunció en Puebla el 16 de septiembre de 1850. Puebla, Imprenta de Mariano L. López, 1850.

8 Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora (1821 – 1853). Tra-ducción de Sergio Fernández Bravo y Francisco González Arámburu. 15ª edición, México, Siglo veintiuno editores, 2005, p. 20.

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de demostrar que en todas las naciones la libertad se conseguía mediante luchas sangrientas pues la libertad, para llegar a los pueblos, debía con-frontarse con los individuos que detentan el poder y no deseaban dejarlo. A partir de ejemplos tomados de la Biblia y las autoridades de la antigüe-dad grecolatina, Zamacona mostraba que la situación vivida en la Nueva España era similar a otros lugares del mundo donde reinaba la opresión, y que la libertad era un germen que se desarrollaba en individuos como Miguel Hidalgo, personajes que sirvieron de vehículo a la Providencia para cumplir sus designios de hacer de México una nación libre. “Dios, para calmar en aquel tiempo remoto el desasosiego de los hombres, les envió un precursor para que los preparase bautizándolos, y entre nosotros envió a Hidalgo, para que diese el bautismo de sangre a la nación mexicana9”.

Para dar una mayor profundidad a su disertación, Zamacona unió el análisis histórico al político pues, además de comprobar por medio de ejemplos por qué se debía festejar el 16 de septiembre, aprovechaba el argumento del triunfo de la libertad y los años de vida independiente del país para hacer un análisis de la situación política y los bandos existentes.

El orador comenzó su “disección” política con los conservadores, a quienes llamaba “hombres de la inmovilidad”, y decidió combatir el argumento de dicha facción política que afirmaba que todos los males que aquejaban a la nación se debían a la violencia desatada por la guerra de Independencia, pues Zamacona opinaba que la culpa de la crisis eco-nómica y política del país se repartía entre los dos bandos mayoritarios, tanto de los liberales como los conservadores.

Zamacona, de profesión abogado, atribuyó en su arenga el origen de toda la problemática mexicana a la existencia de ideas heterogéneas en la sociedad, es decir, a la permanencia de las ideas conservadoras en contra del progreso; en especial criticó las ideas de Lucas Alamán —el representante por excelencia del conservadurismo mexicano— sobre la creación de una industria nacional y su proyecto de educación:

9 Zamacona, op. cit.

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[…] esos hombres que denominan orden las cosas existentes, buenas o malas, y más especialmente el conjunto de sus prerrogativas y privilegios abusivos, y que a trueque de conservarlos eternizarían nuestra constitu-ción llena de contrasentidos; nuestro escandaloso sistema de educación pública, nuestros Seminarios destinados a la apoteosis del error, nuestra jurisprudencia exótica y arbitraria, nuestros ruines simulacros de industria y de comercio10.

Sin embargo, Zamacona tampoco estaba de acuerdo con los libe-

rales radicales, a quienes nombraba reformadores impacientes y los acusa de querer acelerar el progreso, ignorando que era contraprodu-cente a las leyes de la naturaleza.

¿Adónde quería llegar Zamacona con dicho análisis? Al decir que ambos partidos habían errado en su forma de proceder, justificaba su propia postura política, comúnmente llamada liberalismo moderado. Za-macona afirmaba que ambos partidos habían estado a punto de destro-zar al país, los liberales prácticamente entregándolo a Estados Unidos y los conservadores a España; no obstante, por suerte existía un grupo minoritario que “[…] cree que Dios guía a la Nación por el camino de las mejoras graduales, y burla la impaciencia de los que le piden frutos abortivos11”.

Sin embargo, los argumentos que presentaba Zamacona en su dis-curso llevan a pensar en las diferencias habidas entre los dos grupos que criticaba y el que le parecía el más adecuado. Basta recordar que, cuando los liberales radicales pedían continuar a guerra contra los Estados Unidos hasta el último cartucho, los moderados optaban por negociar para evitar la pérdida de más territorio; incluso, José Joaquín de Herrera —presidente de México al inicio del conflicto— expuso que México no estaba en con-diciones de sostener una guerra, por lo cual sería mejor negociar antes de

10 Loc. cit.11 Loc. cit.

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que ésta se desatara. Tanto Herrera como Manuel de la Peña y Peña —quien firmó los tratados de Guadalupe Hidalgo con los que se dio fin a la guerra de 1846 / 1848— habían pertenecido al grupo liberal moderado. Conviene decir que es posible entender al liberalismo moderado como la postura sostenida por un grupo de políticos que estaban a favor de las ideas liberales, como la libertad y el respeto a la figura del individuo, pero que no estaban de acuerdo con las reformas profundas como deseaban los radicales. Al respecto de los moderados dice Manuel María que eran un grupo que amaba a todos los héroes nacionales, tanto a Hidalgo como a Iturbide, era un partido tolerante y conciliador que aceptaba tanto a los conservadores como a los progresistas.

A Zamacona se le ha catalogado como liberal moderado, lo cual es evidente si se observa que los argumentos presentados en la oración cívica de 1850 coincidían con la idea de progreso paulatino; sin embargo, tampoco puede englobarse como un liberal en toda la extensión del término dado que, sin tomar para sí las ideas o el proyecto de nación de alguno de los otros partidos, y a pesar de exaltar las virtudes del grupo moderado, en su oración planteaba un proyecto a futuro que dejaba en evidencia su ubicación en una posición media que resultaba irrealizable, al pretender que, en algunos años, todas las facciones políticas pudieran convivir en armonía, y el gobierno se constituyera con los mejores ele-mentos de todas las ideologías:

Desde ese día nos dedicaremos todos a reparar los errores de todos; a es-tablecer no un gobierno conservador o progresista, sino un gobierno tutelar, a la vez progresista y conservador, bajo cuya sombra florezca el principio democrático, fecundado por la inteligencia del pueblo; a fundar, no una monarquía o una República, sino una sociedad de paz y fraternidad; a sus-tituir a los códigos de los hombres el código de la naturaleza; a desvirtuar la fuerza, y poner en vigor la voluntad de Dios12.

12 Loc. cit.

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Con lo anterior puede verse que el proyecto de Zamacona se ubicaba en medio de liberales y conservadores, pero no proponía una solución práctica a los problemas del país. Con argumentos tan concilia-dores no se definía ni se inclinaba por ningún grupo; acaso, lo único que lograba era mostrar una tibieza extraordinaria.

Ahora bien, las oraciones cívicas estaban destinadas al pueblo, que se reunía a festejar el 16 de septiembre en un lugar público. Sin embargo, Zamacona utilizó un lenguaje complicado e intercalaba ejemplos de bio-logía, física e historia a lo largo del discurso, lo que lleva a pensar a qué público realmente se estaba dirigiendo. Según Verónica Zárate, los asis-tentes podían dividirse en tres grupos: el pueblo, los “ciudadanos parti-culares” —que eran personas especialmente invitadas, las cuales no eran funcionarios pero contribuían al desarrollo de la comunidad— y, por supuesto, las autoridades, quienes daban el carácter oficial a la fiesta13.

¿Para qué hacer un análisis de la política mexicana y proponer el libe-ralismo moderado como la mejor opción? A la parte popular de los invita-dos es muy probable que no les interesara la política y, sobre todo, que no la entendieran, menos de la forma en que Zamacona habló ese día, mos-trando sus dotes de orador, periodista y escritor. Sin embargo, los invita-dos especiales y las autoridades sí comprendían perfectamente cada palabra de lo dicho en la arenga de 1850, pues más que el simple recuer-do del tránsito de México hacia la libertad y las vicisitudes más recientes, Manuel María presentaba una queja a quienes se encargaban del gobierno; así, el discurso se dirigió al sector que comprendía y participaba en la po-lítica local: militares, diputados y toda autoridad civil presente. El abogado hacía un llamado a optar por el liberalismo moderado para subsanar y tratar los errores pasados; además, la existencia de un circuito de comuni-cación entre el gobierno y las clases acomodadas permitiría que, en poco tiempo, éstas se enteraran también de lo dicho por Zamacona.

Como se ha expuesto, la importancia del discurso aquí presentado

13 Zárate, op. cit., p. 175.

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reside en que por medio de él puede analizarse la situación política poste-rior a la guerra extranjera, así como la opinión de un habitante de una de las ciudades más atacadas y juzgadas como faltas de patriotismo al mediar el siglo XIX. Por otro lado, sirve también para ver la idea que, sobre el gobierno y el poder, fue transmitida en 1850 en Puebla, así como la inten-ción del discurso que, en lugar de encaminarse a “educar ciudadanos” —como puede verse en otras oraciones cívicas—, era un llamado no para el pueblo, sino para quienes eran parte integral de los problemas expuestos por Manuel María. A pesar de dirigirse a un público específico, la oración cívica conserva en todo momento la arenga, el llamado a la celebración y la fiesta en recuerdo de Miguel Hidalgo, de la libertad y de los cuarenta años transcurridos desde el inicio de la Guerra de Independencia.

Como en otros discursos cívicos, el de Zamacona ocupa la celebra-ción como vehículo para exponer sus ideas. Hidalgo se convierte en una figura con un valor abstracto, al eliminarse al sujeto y dejarse sólo el significado que lo relaciona con el espíritu patriótico, al que se aúna la serie de significados que el orador quiere difundir. En el caso de Zama-cona, el mensaje se centra en lo que opina sobre el gobierno, sobre las facciones en combate y en el ofrecimiento de una solución que sólo puede ser comprendida por quienes forman parte de la política misma. En conclusión, Manuel María de Zamacona ocupó el discurso cívico como medio de expresión para mostrar algo más que un festejo, para demostrar los estragos de la guerra con los Estados Unidos, sumada a las constantes luchas de facciones que impedían el progreso del país.

Entonces sí obtendrá un lugar nuestra patria en el banquete a que la civili-zación moderna llama a todas las sociedades; el Ser supremo, que obró tan visiblemente en el nacimiento de la nuestra, viendo que su obra es buena la bendecirá para que dure, y el sol del DIEZ Y SEIS DE SEPTIEMBRE alum-brará por muchos siglos la prosperidad del pueblo de HIDALGO14.

14 Loc. cit.

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La idea de mestiZaje cuLturaL en Los Procesos

de indePendencia y revoLución

En la vida cotidiana nos cuestionamos diversas incógnitas por tratar de explicar los fenómenos del pasado. Generalmente vacilamos a través de lo que los medios masivos de comunicación nos alimentan diariamente o sacamos a flote las lejanas lecciones de una instrucción institucional de la historia general de la Vida Nacional. Son muchas las discrepancias que tratan los especialistas en torno a la idea de lo verosímil, oficial, o útil en las abundantes versiones de los sucesos pretéritos que tendenciosamen-te han justificado mucho de la labor política y económica, además de los intereses colectivos de cada generación. Sin embargo, hay aspectos que no se les ha dado el sumo interés o que han sido tratados desde hace mucho tiempo pero que ya no son funcionales en el debate político e histórico. Tal es el caso de la idea de Mestizaje Cultural dentro del fenó-meno de Independencia. Se pueden señalar diversas ideas de mestizaje en un desarrollo histórico. Así pues político, económico, religioso, etcétera.

México, y lo que es la mayor parte de nuestro continente, se ha desarrollado bajo el fenómeno de mestizaje. Resulta interesante obser-var, en la Guerra de Independencia, la manera en que los pueblos indí-genas amerindios se integraron a los propósitos de los idealistas criollos y mestizos. El conato por superar las condiciones adversas de la coloni-zación y dependencia. Colonización hacia los grupos autóctonos que aún no se incorporaban del todo en orden político-social. Que no se integraban al plan gubernamental que sólo buscaba la explotación y ex-portación de las riquezas hacia las potencias económicas y militares de

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Europa. Y dependencia de los que como vasallos hacían producir y re-producir dichas riquezas hacia sus coetáneos ascendientes más allá del Atlántico. Por eso resulta como un fenómeno de acuerdo y colectividad que recompone el orden social en la América Media. Aunque no así en lo económico y político. De ahí las ideas de los detractores hacia el re-conocimiento de la Independencia como un logro social. Si bien institu-cionalmente se maneja la idea de festejo y celebración, no coincide con los logros de la sociedad en la superación de las adversidades y escollos de dos de los grandes sucesos en la historia del país (Independencia y Revolución).

En el ejercicio histórico se parte de la retrospectiva fundamental hacia el hecho conciso que nos determina como punto de partida. Quizá no basta con solamente valorar los antecedentes más directos. Es necesario repasar hacia los verdaderos fundamentos de la conformación de la civili-zación en Mesoamérica. Y es particularmente en el estado de Puebla, en el municipio de Tehuacán donde podemos situar dichos fundamentos. Los estudios arqueológicos han determinado la datación de más de 6 mil años a. C. de la aparición y domesticación del Teocintle, primera especie de maíz domesticado que nos da cuenta de los alcances de civilización, que además de situar a Mesoamérica entre las primeras civilizaciones del mundo, representa el inicio de una historia de desarrollo cultural. La si-miente agropecuaria es la contraparte del desarrollo civilizatorio del país hasta la llegada de los colonizadores. Ahora bien, más allá del problema de la Conquista como interpretación histórica, interesa escudriñar en torno a lo que verdaderamente fundamenta una idea de Mestizaje de la Cultura en el movimiento de Independencia. En tanto que el hecho de involucrar criollos europeos y europeos mismos con amerindios en un propósito po-lítico-social en común, independientemente de las convicciones e intereses que manejaran cada grupo social (pues mientras que el europeo criollo buscaba la independencia y soberanía económica, el amerindio buscaba principalmente la libertad social y el reconocimiento de sus cacicazgos que había perdido desde la dominación española), todos ellos bajo un mismo

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pretexto ideológico contextual e incluso religioso, aunque ciertamente postizo entre los amerindios que aun bautizados no correspondían plena-mente en los intereses de las órdenes religiosas. Es entonces este fenóme-no ejemplo y principio del Mestizaje Cultural. Es un movimiento netamen-te mestizo que no habría sido posible sin la participación de uno con el otro. Europeos con amerindios.

Al parafrasear podría decirse que de la pugna entre europeos crio-llos y europeos peninsulares, los numerosos pueblos amerindios fueron utilizados para los propósitos de los primeros. El proyecto de Indepen-dencia era de principio a cabo una finalidad eurocéntrica de criollos eu-ropeos peninsulares (Hidalgo e Iturbide). Fueron mestizos (Morelos y Guerrero) aquellos que conllevaron un verdadero sentido de insurrec-ción e independencia así como los ideales que ahora sostienen la idea de nacionalidad.

La Independencia de México es el gran logro del desarrollo cultural de América. Los pueblos autóctonos y los colonizadores europeos se unifican en un sólo propósito político que desencadena una hecatombe económica y social. Al hablar de un movimiento de Independencia en México es hablar de un proceso de hibridación más que de sincretismo. De hibridación que es fundamento de las posteriores ideas de nacionali-dad que se irán fabricando a lo largo de las sucesiones gubernamentales. Actualmente nos resulta someramente fácil una idea de Independencia. Pero más bien sería compleja y enriquecedora si se toma en cuenta la idea de Mestizaje Cultural.

De la misma manera sucedió en la Revolución. Idealistas criollos europeos y mestizos dirigieron el portento de las etnias y sus variantes, cada quien con sus intereses. Es un fenómeno plenamente mestizo. Bien podría hablarse de una continuación mestiza en el desarrollo evolutivo de la Vida Nacional. El acto que conlleva al hecho y que éste soporta un proceso de asimilación e interpretación en la cultura contemporánea. De la Revolución surgieron ideas fundamentales hacia lo mestizo. La más prolífica fue la idea del Indigenismo y la de la Raza Cósmica de José

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Vasconcelos. Que incluso se expandió como institucional. Fue en sí la primera etapa más importante de reconocimiento hacia lo mestizo. Se crearon instituciones como el Instituto Nacional Indigenista (que recien-temente cambió al Instituto Nacional de Lenguas Indígenas) para legiti-mar y valorar la riqueza cultural, geográfica y civil a partir del fenómeno indígena. Punto profundamente a discutir en cuanto a la integración del indígena en la Vida Nacional, o del reconocimiento de sus expresiones propias ancestrales. De lo que es y ha sido y de lo que le pertenece. De ahí que se podría preguntar si los movimientos políticos venideros inclu-yen dicho problema y/o planteamiento del lo indígena, que es más que una pléyade de lenguas que integran un territorio.

Las artes reinterpretan los sentimientos que confluyen hipotéticos hacia los fenómenos de la realidad. Los intentos de artífices desde la consolidación de un Estado independiente proyectaron el ideal meso-americano por diferenciar a la naciente nación de las europeas pero con igual o mayor majestuosidad y portento. El institucionalismo proveyó en lo sucesivo de héroes que sostuvieran el ideal nacionalista mestizo. Y la producción cinematográfica y literaria ofrecía el nuevo rostro post-revo-lucionario de un país de raíces indígenas que al ser milenarias fundamen-taban el propósito de la cultura. Los ideales estéticos se fabricaron y fluyeron bajo estas premisas.

Haciendo un paréntesis, la mayoría de los líderes, caudillos y héroes nacionales, personajes de la historia del país han sido mestizos además de la Independencia y Revolución: Benito Juárez, Porfirio Díaz, Emiliano Zapata, Francisco Villa. Y es apremiante mencionar, por ejemplo la batalla del 5 de mayo. Fue victoriosa gracias a la participación de zacapoaxtlas. Es evidente la conjunción mestiza hacia un sólo propósito político-social. En la actualidad es evidente la presencia del fenómeno mestizo en los gober-nantes de las entidades de la república. La política contemporánea tiene una fuerte influencia de las ideas del Mestizaje Cultural. Esto corresponde y es coherente al fenómeno poblacional donde es posible apreciar que la gran mayoría de la población en México es mestiza.

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Los teóricos del México Profundo asumen la posición de rescatar las raíces milenarias de lo propio de la cultura mesoamericana en un contexto contemporáneo. Los colonizadores neoliberales conforman con sus políticas transnacionales y grandes monopolios la integración a una economía que les ha resultado bastante satisfactoria. La historia po-lítica y económica de los últimos 40 o 50 años del país es el resultado de ambas coerciones. De los que dominan y de los que buscan resistirse sin grandes logros. La idea de integración no es en sí misma un ejemplo de hibridación o mestizaje. Pero a resultas de lo que el desarrollo histó-rico, e inevitablemente subsecuente de los ejercicios gubernamentales, sí representa un hecho mestizo. Muy acertadamente la idea del “coloniza-dor colonizado” sí sería un claro ejemplo del difícil mestizaje de lo que forja la construcción política y social.

México tiene cerca de 500 años de historia eurocéntrica occiden-tal. Más de 8 mil años de historia mesoamericana. Cuando se habla de análisis comparativos de política o economía trasnacional es como com-parar el desarrollo militar de Persia con la Guerra de las Rosas entre los Tudor y los Estuardo. Completamente anacrónico y fuera de contexto. Y es que, aun cuando la fuerte influencia de las políticas neoliberales so-brecarga la voluntad de los gobiernos de Latinoamérica, no es posible asumir y contener modelos adaptados a los intereses de unas cuantas esferas sociales privilegiadas a costa de la explotación de la mayoría de la población. De una población que ha sido colonizada y explotada por cientos de años. Es simplemente una quimera fuera de contexto.

El Mestizaje Cultural es la riqueza heredada de los procesos histó-ricos. México apertura hacia las demás naciones latinoamericanas en el desarrollo intercontinental de la cultura. Lo que inició como movimiento insurgente trasciende como desarrollo cultural. Hasta principios del siglo XX hablar de mestizaje se consideraba exclusivamente asunto racial8 por las características físicas de las personas que integraban un pueblo. Pero el término “mestizaje” ha adquirido facetas más funcionales. La idea de “raza” ha sido desechada. Ya no son las características físicas de las per-

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sonas lo que hace identificar o integrar una población o comunidad, mucho menos una nación. Así también lo que integra pues a un indivi-duo tiene que ver con su acervo cultural y su memoria histórica, sus medios de producción, su entorno geográfico medioambiental y de eco-sistema, su religión o mito en tanto su pensamiento. Para conllevar y fundamentar la idea de nacionalidad como factor integrador dentro de la conciencia cívica es necesario reflexionar el pasado histórico. La manera en que se ha construido el mestizaje y hacia dónde llegará dicha evolu-ción. El tiempo apremia a través del sacrificio. La historia enseña y de-muestra oportunamente para el mejor discernimiento del juicio propio y como proyección hacia el futuro inmediato. La Independencia y Revolu-ción de México trasciende en conjunto de una memoria y propósito co-lectivos de un resultado de conjunciones y enriquecimiento que ha sido el Mestizaje Cultural. Hacia 200 años de la Independencia y 100 de la Revolución sería apremiante reflexionar, no sólo como una conmemora-ción, sino como una reivindicación de anteriores intentos por compren-der la conjunción de valores, características y fenómenos que han inte-grado, enriquecido y fortalecido a la Nación a pesar de los severos errores y peripecias políticas y gubernamentales. Actualmente se gesta y se aborda en los congresos de la Nación la conciencia y reconocimiento de lo que nos ha impulsado y conllevado más allá de teorías políticas y económicas. Finalmente el desarrollo económico, político y social deberá ser consecuencia de una auténtica independencia y soberanía nacional en las entrañas históricas de los Estados.

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La famiLia nájera Lagarde: hacendados

texmeLuquenses en La revoLución mexicana

Miguel Nájera Luzuriaga y su hijo José Nájera Lagarde fueron importan-tes hacendados en el Valle de Texmelucan, propietarios de la extinta ha-cienda de San Miguel Totolqueme o Lardizábal. Don Miguel Nájera Lu-zuriaga fue un ciudadano apreciado en la ciudad de San Martín Texmelucan; pequeño industrial, prestamista, funcionario público, presi-dente municipal en cuatro ocasiones. José Nájera Lagarde con el apoyo de su familia fue un seguidor y promotor del movimiento revolucionario de 1910, apoyando financieramente a los Hermanos Serdán. Personajes históricos del ámbito local con trascendencia regional y nacional.

la familia nájEra luzuriaga

Esta historia empieza con el arribo al Valle de Texmelucan de la familia integrada por don José María Nájera y Huerta y doña Dolores Luzuriaga, en calidad de propietarios de la hacienda de San Miguel Lardizábal o Totolqueme. Esta se menciona en las fuentes documentales desde 1865. A partir de 1872, se tiene la certeza de que los dueños son la familia Nájera Luzuriaga, específicamente doña Dolores Luzuriaga de Nájera.

La hacienda era de dimensiones medianas, comparándola con el resto de sus vecinas. Aun así, la finca limitaba al norte con la hacienda de Chautla; por el norte con la hacienda de Chautla y el pueblo de la Colecturía o San Cristóbal Tepatlaxco; al nororiente con el rancho del Espíritu Santo y la hacienda San Damián; por el sureste con San Martín, con la hacienda de San Cristóbal Polaxtla y el camino de San Martín a Tlaxcala; por el sur con rancho Vista Hermosa, terrenos de San Juan

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Tuxco, y rancho de la Luz; por el poniente con terrenos de la hacienda la Acuicuilco, y con el pueblo de San Rafael Tlanalapan.

la familia nájEra luzuriaga

José María Nájera y Huerta Dolores Luzuriaga

Miguel Manuel José María

Aunque el señor José María Nájera y Huerta fue descendiente del distinguido Miguel Nájera —influyente regidor del ayuntamiento de la ciudad de México entre los años de 1822-1836—, él y su familia llega-ron de la ciudad de Puebla.

Don José Nájera se integró rápidamente a la sociedad y dinámica de San Martín Texmelucan, mostrando siempre su disposición de cola-boración y solidaridad; como el respeto a los acuerdos sobre el uso de aguas corrientes y potables con los pueblos de Tlanalapan, Hueyatza-coalco, Tuxco y con la misma ciudad. Por ejemplo; en 1875 el pueblo de San Juan Tuxco a pesar de poseer muchos arroyos de aguas cristalinas, carecía de agua potable para el consumo de sus habitantes; así que las autoridades auxiliares hicieron en negociaciones con el propietario de San Miguel Totolqueme, accediendo este último a venderles módica-mente un surco de agua que manaba del manantial de aguas profundas conocido como “Ojo de Agua”.

Otro caso similar aconteció cuando las autoridades municipales pretendiendo evitar epidemias y mortandades, prohibieron la práctica antigua de enterrar los cadáveres en el atrio e interior del templo de la parroquia de San Martín Obispo. El ayuntamiento texmeluquense pro-movió la construcción de un cementerio municipal, alejado de la pobla-ción, como política sanitaria. Don José María Nájera fue el único hacen-dado que convino en venderle a la autoridad municipal una fracción de

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su hacienda —por el lado norte— para la creación del “Panteón San Martín”, en el año de 1879.

miguEl nájEra luzuriaga

El hijo mayor de don José y doña Dolores, fue Miguel, quien llegó a Texmelucan junto con sus padres cuando tenía veinte años, por tanto, compartía las obligaciones del padre: administraba la hacienda, negocia-ba y resolvía las dificultades surgidas entre la hacienda y los pueblos circunvecinos.

Como patrón y hacendado se le tenía mucho respeto; se sabe que otorgaba préstamos con réditos accesibles a los campesinos de su ha-cienda y a los pueblos, era comprensible y buen intermediario en nego-ciaciones; pero también solía ser duro e inflexible cuando los intereses de su finca podrían o eran afectados, se valía de recursos legales para impedir abusos o destrozos a sus propiedades. Sus relaciones sociales con la comunidad texmeluquense parecen haber sido de amplia coope-ración y respeto. Se distinguió por aceptar las comisiones públicas que las autoridades municipales le conferían. Constantemente quedaba inte-grado a distintos comités, juntas patrióticas y otras comisiones.

Repetidamente era designado como presidente, tesorero o vocal de los festejos nacionales, como del 5 de febrero, 5 de mayo y Fiestas Patrias. Acudía a presidir los exámenes finales en las escuelas oficiales y recaudaba los fondos o ejecutaba las obras materiales que la ciudad requería.

En el año de 1890, Miguel Nájera Luzuriaga fue electo por primera ocasión como alcalde municipal, cargo administrativo que duraba un año, por lo que sus gestiones debían ser efectivas y fructíferas; nueva-mente ocupó la presidencia municipal en el periodo 1891-1893, y por última vez en 1905. De sus periodos como alcalde municipal se pueden resaltar los años de 1890-1891 porque fue reelecto; y el de 1893, por que fue, cuando en la ciudad de San Martín Texmelucan se inauguró la Estación del Ferrocarril Interoceánico, misma que unía a las ciudades de México y Puebla.

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En cuanto a su trabajo en los distintos comités y comisiones, don Miguel Nájera Luzuriaga destacó por sus gestiones en el año de 1903. Ya que desde 1901 se había integrado un Comité Pro Construcción del Puente de Hierro colocado sobre el río Atoyac en la salida a Tlaxcala; un comité anterior había trabajado por dos años, pero sólo había logrado desmantelar el puente ferrocarrilero que estaba en la hacienda de Chautla, propiedad de una sociedad agrícola-industrial.

El ayuntamiento de Texmelucan comprometido con la sociedad y con el gobierno del estado de puebla a terminar pronto las obras de instalación, en sesión de Cabildo extraordinaria del 9 de mayo de 1903 formó un nuevo comité, quedando integrado de la siguiente manera: “Comité Construcción Puente de Hierro”, presidente: Miguel Nájera Lu-zuriaga; tesorero: Delfino Hernández; vocal: José Muñoz.

Las gestiones de Miguel Nájera Luzuriaga se concentraron en recabar el dinero para la colocación del puente de hierro; negoció con el gobernador Mucio P. Martínez, con los hacendados de Texmelucan y Tlaxcala, como principales beneficiados. El trabajo de instalación conclu-yó con la inauguración en 1905 del “Puente Colorado”. La labor de Miguel Nájera Luzuriaga en los trabajos del puente fue muy reconocida por la sociedad de Texmelucan, porque el primero de enero de 1905, fue electo, por última vez, como presidente municipal.

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El 13 de enero de 1886 la señora Dolores Luzuriaga entregó en adjudica-ción a Miguel Nájera Luzuriaga la hacienda de San Miguel Totolqueme, con el consentimiento de don José Maria y los demás herederos; Miguel Nájera posteriormente contrajo matrimonio con la poblana Rosario Lagarde.

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familia nájEra lagardE

Miguel Nájera Luzuriaga Rosario Lagarde

José Miguel Rafael

La familia Nájera Lagarde tiene una importancia trascendental en la etapa maderista del movimiento revolucionario de 1910. Como hacen-dados mexicanos de mediana importancia económica se vieron desfavo-recidos por las políticas económicas del Porfirismo, razones que los lle-varon a simpatizar con el cambio de régimen.

José Nájera Lagarde fue el miembro de la familia que colaboró es-trechamente con los Hermanos Serdán durante los preparativos del le-vantamiento armado programado para el 20 de noviembre de 1910. Cuando Aquiles Serdán supo de los planes del gobierno porfirista para impedir el levantamiento armado, tenía estructurado un plan de rebelión que contaba con apoyo económico, pertrechos hombres, con elementos de Cholula, Huejotzingo, San Martín Texmelucan, y Tlaxcala.

Entonces la participación de San Martín Texmelucan durante la Re-volución Mexicana, será a través de los Nájera Lagarde, principalmente de José, el hijo mayor. El historiador coronel Porfirio del Castillo cita en su libro las vivencias que tuvo con la familia Nájera Lagarde:

“Don José Nájera Lagarde fue revolucionario idealista y abnegado. Pertene-cía a una de esas familias beneméritas que registra nuestra historia y que en momentos angustiosos para la patria supieron dejar ejemplo de su acendra-do patriotismo sacrificando la tranquilidad de la familia, su patrimonio y hasta la vida de los seres amados. Era el jefe de la casa Don Miguel Nájera Luzuriaga, un revolucionario convencido por su propia observación de los problemas ingentes de los pueblos. Con tales antecedentes Don José Nájera Lagarde obtuvo el asentamiento de su padre para estar al servicio de la re-

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volución y exponerse personalmente para salvar compañeros en peligro, proporcionó dinero, armas, y hombres, que operaron en su región y otros rumbos.”

Don José Nájera Lagarde durante el segundo semestre de 1911 y el primero de 1912 fue presidente municipal de San Martín Texmelucan.

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de La indePendencia de méxico

Es importante recordar que en este año 2010 se conmemora en todo México el bicentenario del inicio del movimiento que nos dio independen-cia como Nación y nos impulsó como tal a ensayar caminos inéditos de conformación de una Patria con identidad propia de la que hoy nos senti-mos tan orgullosos los mexicanos; proceso generado por un puñado de hombres valientes encabezados por el benemérito cura Miguel Hidalgo y Costilla.

Dentro de este proceso libertario la población de San Juan de los Llanos, hoy ciudad de Libres, cabecera entonces de una de las subdelega-ción integrantes de la Intendencia de Puebla y sede anterior de la Alcaldía Mayor del mismo nombre1, no fue ajena a tan impactante movimiento, incluso desde antes de que el proceso se iniciara, merced a la amplia de-marcación territorial de que gozaba que la hacía un punto estratégico de la administración política, militar, judicial y hacendaria de la Nueva España; sobre todo teniendo en cuenta que era paso obligado del camino real que conducía de la ciudad de México a Veracruz los metales preciosos y mate-rias primas que abrían de ser embarcados hacia España y del mismo modo era la ruta principal de tránsito de las variadas y ricas mercaderías que lle-gaban de Veracruz hacía las ciudades de Puebla, México, el Bajío hacia el norte, así como Oaxaca y Guatemala hacia el sur.

1 La ciudad de Libres se localiza en la parte centro norte del estado de Puebla y es ca-becera del municipio del mismo nombre. Se ubica a cien kilómetros aproximadamente de la ciudad de Puebla siguiendo la carretera federal que va de Puebla-Amozoc-Oriental-Teziutlán.

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Prueba de lo anterior es el hecho de que cuando Inglaterra inició hostilidades contra España, en marzo de 1805, sin previa declaración de guerra, por ser parte de su estrategia militar contra las intenciones impe-rialistas de Napoleón Bonaparte, emperador de Francia, el virrey de la Nueva España, don José de Yturrigaray (1803-1808), recibió órdenes precisas de la corona española de poner en estado de defensa el territo-rio bajo su jurisdicción, razón por lo que procedió de inmediato a reor-ganizar un ejército acorde a las circunstancias, lo que realizó magistral-mente, tocando a las tropas de caballería situarlas en los parajes de San Juan de los Llanos, Acatzingo, San Agustín del Palmar, Huamantla y otros puntos similares que estuvieran en condiciones de proporcionarles abundantes forrajes.

Luego, ya iniciado el movimiento libertario de 1810 y pasada la primera etapa de esta lucha cruenta, cuando el virrey Félix María Calleja (1813-1816) logró casi desarticular el movimiento insurgente tras la captura y muerte del generalísimo José María Morelos y del cura también, Mariano Matamoros, así como de la disolución del Congreso de Tehua-cán por parte de los principales jefes insurgentes, llegó a regir los desti-nos de la Nueva España el nuevo virrey Juan Ruiz de Apodaca (1816-1821), conde del Venadito, hombre de carácter afable de quien se esperaba la conciliación de intereses encontrados y por ende, la pacifica-ción del territorio novohispano. Tan encumbrado personaje fue embos-cado en la hacienda de Virreyes, cuando recién llegado a la Nueva España se dirigía del puerto de Veracruz hacia la ciudad de México a hacerse cargo del nuevo gobierno. El atentado estuvo a cargo de las tropas co-mandadas por el jefe insurgente José Francisco Osorno, aún cuando venía custodiado por la guardia real habanera, conformada por los anti-guos regimientos de Puebla y México que en 1792 habían sido manda-dos a la inútil y costosa expedición de Bayagá, sobre las colonias france-sas y que en vano se había intentado su repatriación. La caballería de Osorno atacó con gran tenacidad la guardia real y si no pudieron captu-rar al virrey fue gracias a un atascadero donde no pudieron maniobrar los

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insurgentes; sin embargo le causaron no poco destrozo, principalmente en la compañía de cazadores de Fernando VII de Puebla. A pesar del ataque sufrido, el virrey trató a los insurgentes prisioneros con la mayor consideración posible, siendo la propia esposa del virrey quien los atendió y curó personalmente sus heridas en la venta de Ojo de Agua, situada a poca distancia de la citada hacienda de Virreyes2.

Los acontecimientos anteriores demuestran la presencia constante de partidas de insurgentes actuando en el territorio perteneciente a la todavía subdelegación de San Juan de los Llanos, sobre todo en la región de la sierra norte de Puebla, teniendo que salir con frecuencia a comba-tirlos las fuerzas realistas apostadas en el Fuerte de Perote; tal como ocurrió en el mes de agosto de 1812 cuando la División del teniente coronel José Morán salió del fuerte por ordenes del señor brigadier Ciriaco del Llano para los pueblos de la sierra que estaba “ynsurgenta-da”, logrando dicho militar desalojar de ella a los bandidos, como gus-taban de llamar a los rebeldes, que en ese momento se encontraban concentradas en el pueblo de Xalacingo.

Antes, en mayo de dicho año, la Compañía de realistas al mando del capitán José Rafael Almendaro en unión de la División que mandaba el coronel “Nabarro”, salieron en auxilio de los pueblos de Tlatlauqui y Zacapoaxtla que estaban siendo atacados por los “Enemigos”, los que huyeron con la noticia de la aproximación del ejército realista.

El 8 de agosto de 1813, el propio Almendaro salió con 39 hombres de su Compañía a perseguir a los insurgentes que dos días antes se habían apoderado de porción de ganado de la hacienda de Santa Lugarda, ubicada en las inmediaciones de San Juan de los Llanos, perteneciente hoy al mu-

2 Los acontecimientos hasta aquí narrados fueron tomados del Suplemento a la Historia de los tres siglos de Méjico del P. Andrés Cavo. Escrito por don Carlos María de Bustamante en los años de 1836-1838 e impresa en México, en 4 volúmenes, por Luis Abadiano y Valdés, basándonos en el facsímil de la edición mexicana de 1870, hecha en 1998 por la Biblioteca Mexicana de la Fundación Miguel Alemán, A.C. Véase en especial las páginas 672 a 674 y 1010 a 1012.

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nicipio de Cuyoaco, batiéndolos, dispersándolos y logrando recuperar el ganado robado. El 18 del mismo mes, el gobernador del Fuerte de San Carlos, en Perote, coronel Juan Diez, le asestó un duro golpe a los insur-gentes de la región citada al mandar al mencionado capitán Almendaro con una División de 250 hombres, integrada por realistas de Perote y de la propia Sierra con las que recorrió la jurisdicción de San Juan de los Llanos durante más de un mes, “escarmentando las Quadrillas de Ynsurgentes que había en ella, quitándoles un considerable botín que importó serca de doze mil pesos, destruyendo una Fábrica de cañones que tenían en el Serro de las minas de Temestla, cogiendo prisioneros a los Capitanes Juan Fernándes y Juan Nepomuseno Hernándes”, al decir del parte rendido por el jefe realista a sus superiores.

El 10 de noviembre de 1814, 40 infantes de la Columna de Grana-deros del Regimiento de Saboya y 60 realistas de caballería persiguieron al cabecilla Arroyo y su gavilla, logrando desalojarlo de la hacienda de San Nicolás y persiguiéndolos por los cerros colindantes de San Juan de los Llanos, de cuyo pueblo, aprovechó el ejército realista para recoger 3 mil pesos de contribuciones para atender las necesidades propias del Fuerte de San Carlos. Estas y otras acciones militares más en las que participó el capitán Almendaro le sirvieron para que lo ascendieran al grado de tenien-te coronel el 22 de enero de 1817 aún cuando ya no se encontraba en servicio activo por hallarse seriamente quebrantada su salud3.

Sirvan las noticias anteriores para demostrar que el pueblo y juris-dicción de San Juan de los Llanos no fue ajeno al proceso de indepen-dencia de México y si bien en las principales poblaciones de esta región de la Sierra Norte poblana hubo gente que estuvo a favor de la causa realista por el interés de conservar sus vidas y propiedades, algunas de las cuales detentaban el poder político y económico de sus comunida-des. También es cierto que en la mayoría de los pueblos indígenas de la

3 Los hechos de armas narrados en esta segunda parte fueron seleccionados de la hoja de servicios militares de don Rafael Almendaro, cuya copia me fue proporcionada por don Pablo Hernández Enríquez a quien agradezco la gentileza de hacérmela llegar.

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sierra norte hubo importantes núcleos de población que defendieron con sus vidas la causa insurgente. Detallar estas acciones y documentarlas requiere aún de una investigación histórica amplia y profunda que nos permita conocer las acciones heroicas que se hayan dado en esta porción del territorio mexicano, lo que nos motiva a los cronistas municipales a seguir indagando para, en una futura ocasión, dar a conocer los frutos de nuestras valiosas investigaciones.

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El nacimiEnto dE dos puEblos hErmanos

En el año 4 casas fueron fundados los pueblos de Xaltepetlapan y Tlani-contlan por emigrantes que se desprendieron de los grupos Tolteca-Chichimecas que, rodeando el volcán Popocatépetl, pasaron por nuestra región, con destino a Tlaxcala, guiados por Camaxtli, su dios tutelar.

Cacamatecutli fue el encargado de la fundación del pueblo de Xal-tepetlapa, en el sitio que actualmente ocupan el panteón municipal y el bachillerato general Emiliano Zapata, por ser este un lugar estratégico para la defensa de otros grupos invasores. Debido a la abundancia de arena y tepetate; nombraron a este pueblo: Xaltepetlapan que se compone de las etimologías: XALLI: “arena” y TEPETLAPAN: “sobre el tepetate” que en conjunto significan: XALTEPETLAPAN: “Arena sobre el tepetate o lugar donde hay arena sobre el tepetate”.

A Tempatlahuac le correspondió la fundación del pueblo de Tlani-contla. Éste escogió un lugar más abajo que Xaltepetlapa (al oriente), en el actual sitio donde se encuentran el templo de San Simón y la escuela primaria oficial Cuauhtémoc, por lo cual el origen etimológico de Tlani-contla es: TLANI: “abajo”, COMITL: “olla” y TLA: contracción de TLALLI: “tierra”, que quieren decir en conjunto “Abajo donde hay tierra para hacer ollas” o “Tierra del alfarero”.

Después de la conquista española el pueblo de Xaltepetlapa fue congregado en el sitio que actualmente ocupa y los franciscanos agrega-ron el nombre del Santo Patrón de cada pueblo para ser nombrados: Santiago Xaltepetlapa y San Simón Tlanicontla.

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inician las hostilidadEs

Desde la fundación de Xaltepetlapa y Tlanicontla existieron marcadas diferencias entre ambos pueblos a causa de los límites territoriales de estas poblaciones.

Al crearse el pueblo de Santa María Atexcac (hoy en día junta auxi-liar del municipio de Huejotzingo) poco antes de la época revolucionaria se abrió el camino de Huejotzingo-Atexcac, éste fue trazado entre los dos pueblos haciendo evidente la división entre ellos por sólo escasos seis metros.

Sin embargo, los pobladores de ambos pueblos realizaban gran cantidad de intercambios (ventas y donaciones) de terrenos y solares de tal manera que existían propiedades de gente de Tlanicontla en territorio de Xaltepetlapa y viceversa. Esto ocasionaba que muchas veces la gente no obedeciera a la autoridad correspondiente o del territorio donde se ubicaba su predio.

Esta situación se agudizó más cuando se levantaron los censos y los predios de Tlanicontla ubicados en territorio de Xaltepetlapa fueron em-padronados en el lugar de origen de sus dueños, alegando los de Xalte-petlapa una invasión a sus límites.

Para solucionar este problema, las autoridades de ambos pueblos recurrieron al gobierno del estado solicitando poner una solución, ante esto el gobierno designó a los ciudadanos Enrique Cruz e Ismael Aguilar como representantes del mismo para realizar una reunión entre ambos poblados el 21 de agosto de 1938 y aclarar los límites territoriales. En esta reunión las autoridades presentaron documentos que no esclarecie-ron el problema, pero los vecinos de Xaltepetlapa mostraron un testimo-nio del año de 1802 que en parte decía: “CAMINO EN MEDIO QUE CONDUCE AL MONTE”, por lo que don Ismael Aguilar, bajo un crite-rio sano y bien intencionado, tomó como base el camino que iba de Huejotzingo a Atexcac y que hasta hoy pasa cerca de la Iglesia de Xalte-petlapa y levantó el croquis correspondiente para que el H. Congreso local, después de hacer un previo estudio al caso, decretara los límites

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entre Xaltepetlapa y Tlanicontla y que de una vez por todas ambos pueblos se sujetaran a la resolución legal del gobierno del estado, o de otra manera seguirían las dificultades y hasta haber hechos sangrientos.

la solución fallida

El día primero de febrero de 1939 en el Palacio del Departamento Le-gislativo de la Puebla de Zaragoza el diputado presidente Fausto M. Ortega, el diputado secretario Andrés Rábago y demás diputados del XXXIII H. Congreso Local del estado, después de analizar el caso sobre los límites territoriales entre los pueblos de Santiago Xaltepetlapa y San Simón Tlanicontla, redactan el decreto que da solución al problema.

Al siguiente día; 2 de febrero, el gobernador del estado de Puebla general Maximino Ávila Camacho y su secretario general de gobierno, Noé Lecona, analizan el decreto que le enviaron los diputados y el go-bernador manda a que se imprima, publique y circule para comenzar a surtir efecto a partir del día 10 de febrero de 1939 (fecha en la que fue publicado en el Periódico Oficial del Estado).

A pesar de que este decreto establecía de manera definitiva los límites entre las poblaciones en discordia, no terminó con el conflicto, pues lo empeoró como a continuación se expone.

sE agudiza El conflicto

Después de decretarse los limites de Xaltepetlapa y Tlanicontla en el mes de febrero de 1939, los vecinos del primer pueblo encabezados por los ciudadanos Juvencio P. Tlapaya y Vicente Pérez solicitaron de manera constante al gobierno del estado la presencia de la comisión encargada de señalar los límites respectivos, pero por una u otra razón se posponía tal actividad.

En un principio fue designado el ingeniero Guillermo Coronel y Aburto para tal acción, pero pasaron ocho meses y no la pudo desempe-ñar por la cantidad trabajo que tenía. El 22 de octubre de 1940 fue designado el ingeniero Jesús Ángel Hernández.

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Por otra parte las autoridades de Tlanicontla no estaban de acuerdo con tal decreto, pues como consecuencia de éste perdían la mayor parte de sus propiedades en los parajes Tlapalhuatla, Tenancamilpa, Zacano-paltitla y todo el ejido de Chahuac. Para tal caso solicitaban al gobierno del estado que se modificara el decreto y que se considerara el camino real de Atexcac como división sólo del área urbana de ambos pueblos.

En el mes de marzo de 1941 se anticipan varios zafarranchos entre ambos pueblos y el 16 de septiembre del mismo año los vecinos de Tla-nicontla hicieron escándalo en la jurisdicción de Xaltepetlapa donde resultó victimado Juvencio P. Tlapaya, presidente auxiliar de este último pueblo. La esposa del occiso señala como autores del homicidio a los ciudadanos Luis Méndez, Juan Flores y Benito Tlapaya de Tlanicontla. El día sábado 28 de febrero de 1942 el presidente auxiliar de Tlanicontla C. Agustín Lector fue lesionado por gente de Xaltepetlapa y falleció el 2 de marzo. Esa misma noche la casa de la señora Herminia Osorio, origi-naria de Xaltepetlapa, es quemada. El 8 de marzo Jesús Aguilar, agente subalterno de Xaltepetlapa, es asesinado por Gregorio Meneses. El 10 del mismo mes las casas de las señoras María Agustina Osorio y María Juliana Atlatenco de Tlanicontla fueron apedreadas por los señores Vicente Pérez, Blas Rojas y Miguel Rojas de Xaltepetlapa. Ante estos hechos el gobierno del estado solicita el apoyo del Ejército de la 25/a Zona Militar, pero por no contar con las fuerzas necesarias se dejan ambas poblaciones sin vigilancia.

la dEfinitiva crEación dEl municipio

Los conflictos entre las dos poblaciones no cesaron, ante lo cual el doctor Gonzalo Bautista Castillo, gobernador del estado de Puebla llamó en varias ocasiones a la sensatez de los dos pueblos y como medida de solución el 10 de abril de 1942 comisionó a Rolando Pérez Aldama, en compañía de Eulogio Vázquez Meléndez, Abraham Hernández y Jorge R. Fernández para establecer un acuerdo entre las autoridades de San Simón Tlanicontla y Santiago Xaltepetlapa, por medio del cual se unifi-

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caron, desapareciendo las juntas auxiliares que estaban funcionando. Este acuerdo fue firmado por varios vecinos de ambos poblados y remi-tido al H. Congreso del Estado para su análisis y aprobación.

Posteriormente, el 15 de abril 1942 el Congreso redactó el decreto de creación del municipio de Domingo Arenas con la unión política de los dos pueblos y finalmente el martes 12 de mayo de 1942 se publica el decreto en el tomo: CLXXX, No. XXXVIII, del Periódico Oficial, que tiene el siguiente texto:

“Al margen un sello que dice: Estado Libre y Soberano de Puebla. - Estados Unidos Mexicanos. –Puebla. –Secretaría General.”

GONZALO BAUTISTA, Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Puebla, a sus habitantes, hace saber:

Que por la secretaría del H. XXXIV Congreso Constitucional del Estado, se me ha dirigido el siguiente

DECRETO“El XXXIV Congreso Constitucional del Estado Libre y Soberano de

Puebla, decreta:ARTÍCULO PRIMERO. Con los pueblos que hasta la fecha han llevado la denominación de San Simón Tlanicontla y santiago Xaltepetlapa, pertene-cientes al Municipio de Huejotzingo, Ex-Distrito del mismo nombre, se crea un Municipio que llevará por único título “DOMINGO ARENAS”,

desapareciendo de hoy para siempre los que tenia con anterioridad.

sobrE El origEn dEl nombrE dEl municipio

Por muchas generaciones se ha comentado que el origen del nombre del municipio fue sugerido por las personas que acordaron la creación de este nuevo municipio en aquel célebre viernes 10 de abril de 1942, en memoria al revolucionario que luchó por los campesinos de esta región y que les dotó de tierras.

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Sin embargo, la realidad es que la decisión de nombrar al municipio como Domingo Arenas, fue tomada por los diputados del H. XXXIV Congreso Constitucional del Estado de Puebla, presididos por el diputa-do presidente Francisco Barbosa; por los diputados secretarios Francisco Sánchez Benítez y Manuel M. Guerrero. Ellos fueron los encargados de redactar el 15 de abril de 1942 el decreto por medio del cual se creó el municipio y fueron ellos los que le asignaron el nombre de “DOMINGO ARENAS” como reconocimiento de los notables servicios que prestaron a la causa de la Revolución Domingo Arenas y sus hermanos.

El comiEnzo dE una nuEva historia

El miércoles 3 de junio de 1942 se comenzó a escribir la historia de nuestro municipio al tomar posesión el primer Cabildo del municipio, encabezado por Juan Darío Rosendo, como primer presidente municipal y Juan B. Meneses, Nicolás Mejía, Esteban Balderas, Macario Chapul, Pablo Osorio y Amado Solares como los primeros regidores del nuevo municipio de Domingo Arenas, Puebla.

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La fiesta de La cambia en chietLa

La tradición prehispánica y el fervor religioso se mezclan en una singular fiesta en Chietla, población ubicada a tan sólo 80 kilómetros de la ciudad de Puebla y a 20 minutos de Izúcar de Matamoros; lugar lleno de encanto, en donde parece que el tiempo se detuvo, con sus calles coloniales y con un clima cálido que invita a zambullirse en las cristalinas aguas de sus bal-nearios; cobijarse bajo la sombra de sus frondosos árboles de zapote y mamey o bajo la frescura de sus platanares; lugar lleno de hechizo por el verde esmeralda de sus huertas, en el que cada miércoles anterior al Jueves de Corpus se realiza un Día de Plaza; en el que se sigue practicando “el trueque” como en la época prehispánica se hacía, ya que al no existir las monedas ni billetes, se realizaba el intercambio por mercancías, o anima-les. De ahí se deriva el nombre de “La Cambia”.

Este municipio famoso por su ingenio de Atencingo, guarda celo-samente sus costumbres, leyendas y tradiciones; y hoy les invito a conocer “La Fiesta de la Cambia”, la cual propiamente da inicio el día martes de cada año, previo a la fiesta del Jueves de Corpus con El Desfile de Artesanos que aproximadamente se realiza a partir de las seis de la tarde. En este se plasma la llegada de los artesanos a Chietla, quienes son recibidos por las autoridades, acompañados de música de banda y cohetes, además de danzas y bailables, para hacer de este recibimiento una verdadera fiesta que termina en la explanada del zócalo; sin faltar por supuesto la participación de burritos o mulas adornadas con huacales o chiquihuites, frutas y flores, simbolizando así la entrega de “las primi-cias” o “el diezmo” que se llevaba a la iglesia como un agradecimiento por los primeros frutos de la temporada.

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En lo que respecta al día miércoles, ya dispuesto cada comerciante en su lugar que por décadas ha ocupado, se iniciará “el trueque” o “la cambia” para que a las 10 de la mañana aproximadamente comience la venta ya con dinero. En la explanada del zócalo se presentan danzas de la región, como Tecuanes, Chinelos, Perros de Agua, Los Locos y Va-queros; así como danzas y bailables de municipios circunvecinos que se suman a esta fiesta.

Es en sí esta representación un legado de las culturas que por su paso hacia el centro del país incursionaron sobre las márgenes del río Nexapa, buscando sobre todo el agua, fuente de vida, ya que existía una exuberante vegetación, un envidiable clima y por supuesto una fauna muy variada; por lo que los olmecas en su expansión comercial y militar tomaron la ruta hacia el Altiplano Central, pasando por Morelos y México, estable-ciendo tribus de paso en Oxtotla (San Mateo Oxtotla, Epatlán), Las Bocas (Izúcar de Matamoros), Zolonquiapa (Tilapa), Chietla, Jolalpan y Chalca-tzingo (Morelos), hasta llegar al Estado de México. Así también siguieron la ruta hacia Oaxaca, Guerrero y al sur hasta Guatemala y Centro América.

Siglos después, los teotihuacanos, toltecas y mexicas también llega-ron a comerciar casi con toda Mesoamérica, llegando hasta Centroamé-rica, sin olvidar por supuesto la cercanía de Chietla con la Coatlalpan y con los mixtecos.

Sin embargo, no es sino hasta la llegada de los aztecas donde se tiene más información, ya que cuenta la leyenda que Citláhuac, guerrero mexica rescató de la piedra del sacrificio a su amada princesa, huyendo de la gran Tenochtitlán para asentarse en estas tierras, maravillado de su esplendor; en donde su amada antes de morir dio a luz una bella niña, a quien le pusieron el nombre de “Chia”, de donde deriva Chietla.

Al establecerse ya en forma una cultura sedentaria, había que pro-veerse de comida, vestido, utensilios para cocina y para la guerra. Así, cada cinco días sucedía El Mercado o Tianguiztli; es decir cada semana en el calendario de los aztecas, ya que la semana era de cinco días y el mes estaba compuesto de 20 días y había 18 meses en el año azteca, lo

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cual nos daba 360 días y los cinco días restantes eran considerados como días aciagos o de mala suerte (nomentemis).

Durante estos días de plaza los pochtecas, individuos especializa-dos en el comercio, vendían e intercambiaban sus materiales y productos en el mercado mediante el trueque directo, ya fuera ofreciendo un pro-ducto por otro, o bien, cuando se trataba de objetos de gran valor, cambiándolos por cacao, por oro en polvo, o por hachuelas de cobre y ciertos textiles que funcionaban como una especie de moneda.

En la semana había un día de plaza más grande que le llamaban Día de Plaza Mayor y el otro era el Día de Plaza Menor; atendiendo a esta costumbre, todavía hoy en día persiste este calendario, ya que en Chietla los días de plaza son los miércoles y los domingos; así como en Izúcar de Matamoros es lunes y viernes; en Atlixco se realiza el martes y sábado, por tan sólo poner unos ejemplos.

Los comerciantes establecieron rutas hacia los principales señoríos, muy en especial la de Itzocan–Chiautla, Itzocan–Ixcamilpa y con pueblos del estado de Guerrero, así como los intercambios comerciales de Chietla con los pueblos pertenecientes a la Coatlalpan (principalmente con Itzocan, Atzala, Cohuecan, Acteopan, Calmeca, Tilapa, Tlapanalá y Tepeojuma), así como con Chiautla, Huehuetlán el Chico, Jolalpan e Ixcamilpa, hasta llegar a pueblos del estado de Guerrero y de Morelos como Axochiapan.

La lista de los artículos que Chietla tributaba se encuentra dentro del Códice Mendocino o Matrícula de Tributos (Cordillera de los Pueblos), ya que todos los pueblos sometidos a la Gran Alianza de Guerra, Hueytlatocayotl (Tenochitlán, Tlacopan y Texcoco) tenían que pagar impuestos. Dentro de este códice encontramos los impuestos que tenían que pagar cada 80 días 22 pueblos (Tepeaca, Quecholac, Teca-machalco, Acatzingo, Tecali, Iczochinango, Cuautinchán, Chietla, Huat-latlauca, Tepexi, Izúcar, Huaquechula, Tenochtitlán, Teopantlán, Hue-huetlán, Tetenango, Coatzingo, Epatlán, Nacochtlán, Chitecpintla, Oxtotla, Atezcahuacan), y los tributos que entregaban eran: cuatro trojes de maíz y frijol, 8 mil cargas de carrizos o varas con las que hacían

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flechas representadas por un tercio de carrizos con una flecha a un lado y una bolsa sacerdotal que es el símbolo de 8 mil. Así como 4 mil cargas de otates, 200 armazones para cargar cosas en la espalda, 8 mil boqui-llas o cachimbas para fumar tabaco, 4 mil cargas de cal. Independiente-mente de los frutos, pieles, animales y joyas de valor.

Durante el mes Txcatl, que en nuestro calendario actual (Gregoria-no) equivale a parte del mes de mayo y principios de junio, el intercam-bio comercial se incrementaba, ya que con las primeras lluvias se daban las primeras cosechas, había más animales y con ello se reactivaba la economía.

la cambia En la época dE la colonia Junto a los españoles que arribaron a Chietla poco tiempo después de la caída del Señorío de Itzocan capital de la Coatlalpan en 1520, llegaron los franciscanos alrededor del año 1524, quienes edificaron en pleno centro del poblado el Templo de San Francisco en 1546 y los agustinos constru-yeron el templo de San Agustín en la parte poniente de Chietla; inmedia-tamente se dedicaron a evangelizar la región. Una de las fiestas más pom-posas era sin duda alguna la Celebración del Corpus Christi que significa “Cuerpo de Cristo” en latín. La cual es una fiesta de la Iglesia católica que representa la institución de la Eucaristía. Su principal finalidad es proclamar y aumentar la fe de la Iglesia católica en Jesucristo. La celebración se lleva a cabo el siguiente Jueves al Octavo Domingo después del Domingo de Pascua (es decir, 60 días después del Domingo de Pascua).

El Jueves de Corpus es otra de las tradiciones de carácter religioso en México. Y así como en la ciudad de México en tiempos de la Colonia se realizaba el Corpus Christi con gran solemnidad, así también llegó esta tradición a muchas otras poblaciones como Izúcar y Chietla como una muestra de la fe católica, por lo que también aquí se realizaba una gran procesión encabezada por las autoridades eclesiásticas, primero con los franciscanos y luego con los agustinos, así como los principales vecinos, el alcalde común, cofradías, gremios y naturales, a la que se

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sumaba el pueblo en el recorrido que se hacía por los distintos rumbos de la población.

Durante esta celebración el zócalo era invadido por los creyentes, originando con el paso del tiempo que comerciantes y artesanos se dieran cita en el centro de la población, arreando a sus mulas en cuyos lomos cargados de huacales, transportaban sus mercaderías. De ahí sur-gieron como en muchos lugares de la República, las famosas mulitas elaboradas en materiales diferentes por las manos de los artesanos, re-galándoselas en especial a quien lleva el nombre de “Manuel” y felicitán-dolo por su cumpleaños, aunque esta costumbre ya se extendió y a manera de broma se felicita a quien se la entrega uno con la exclamación ¡feliz día de las mulas! En otros lugares se acostumbra regalar los famosos “Panzones de Corpus” y “Las Muñecas de cartón”, como una burla a los caciques y a sus esposas.

La tradición de celebrar el Jueves de Corpus aún perdura, aunque ya no participan las autoridades gubernamentales, civiles y militares como antaño.

La celebración del Jueves de Corpus dio origen al teatro novohis-pano porque parte de las actividades religiosas de ese día era la repre-sentación de los autos sacramentales.

Y como en la época prehispánica los comerciantes bajaban de las Montañas de Guerrero, Tlapa, Olinalá; Oaxaca, Puebla, Chigmecatitlán, Cholula, Acatlán, Tehuitzingo, Piaxtla, Chiautla, Atlixco y municipios ale-daños como Izúcar, Calmeca, Cohuecan, Acteopan y por supuesto de lo-calidades de Chietla, los cuales llegaban con días de anticipación al Jueves de Corpus, estableciéndose en el zócalo con sus mulas o burros con sus huacales de mercancías, realizándose la Gran Plaza del día miércoles.

Como esta celebración coincide con las primeras lluvias era cos-tumbre llevar las primicias de sus frutos a la iglesia como parte del diezmo y así como en la ciudad de México, también en Chietla se hizo costumbre llevar a los niños a la iglesia vestidos de inditos.

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Ubicado bajo las faldas del Iztaccíhuatl, de herencia náhuatl San Felipe Teotlalzingo se localiza en la parte centro del estado de Puebla, al este de San Martín Texmelucan. Dicha comunidad perteneció al municipio de San Salvador el Verde hasta 1927, fecha en la que se separa del mismo y se le reconoce como municipio libre.

Llegada la Revolución Mexicana al altiplano central, las comunida-des rurales sufrieron sus efectos, el país ya se encontraba en medio de una crisis política, un movimiento armado, una crisis económica y la aparición de endemias no se hicieron esperar entre la población. Una de las enfermedades que más afectó al país hacia fines de la década y en medio de la guerra entre octubre y noviembre de 1918, fue la llamada influenza española considerada como pandemia por sus efectos en todo el mundo e incluso como catástrofe, la cifra de muertos se estima en alrededor de 30 millones1. A causa de la influenza el número de muertos triplicó al de víctimas por consecuencia de la Primera Guerra Mundial, aunado al desconocimiento de la cura2. En México la cifra se estima de entre 2.5 y el 3 por ciento de la población muerta a causa de esta enfer-medad. Sin duda dicha enfermedad atravesó clases sociales y comunida-des, y San Felipe Teotlalzingo no fue la excepción.

1 Gamboa Ojeda Leticia. La epidemia de influenza de 1918: sanidad y política en la ciudad de Puebla. Quipu, enero-abril 1991, UAP, ICSYH. Pág. : 91-92

2 Beatriz Cano. Enfermedad y guerra: ¿La revolución zapatista en cifras? En Estudios sobre el zapatismo. Laura Espejel López coord. Colección Bib. Del INAH, México, 2000. Pág. 241

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San Felipe Teotlalzingo pertenecía en 1918 al departamento muni-cipal de Salvador el Verde, este último era una zona agrícola y hacenda-ria en donde se producían cereales y verduras3, y se concentraba una población principalmente campesina que trabajaban como jornaleros en las haciendas o como agricultores. La población de San Felipe se com-ponía de alrededor de mil 500 habitantes, y las haciendas de San Felipe y el Rancho la Unión, ya habían sido abandonadas y quemadas.

Por su parte en noviembre de 1918, la plaza de San Salvador, se había convertido en una base militar del gobierno constitucionalista, siendo San Martín, su cuartel militar inmediato. Debido a la proximidad con la ciudad de México, se caracterizó por ser un lugar de paso y es-condite para los distintos grupos que se disputaban el poder.

En este año, la población no sólo sufrió los embates de la pande-mia, sino también los robos, asesinatos y violaciones, de los grupos re-volucionarios y militares del gobierno constitucionalista4. A fines de 1918, aunado a ello, la población se encontraba en medio de una crisis económica desde fines del año anterior, pues no se tenían ingresos para la tesorería5 además de contribuir con alimentos y forraje para las tropas federales, lo cual seguramente empobrecía aun más su condición.

Llegada la influenza al municipio en octubre6 de 1918, en el Verde de 320 defunciones, 117 corresponden a ella, mientras que 160 de neu-monía, aunque seguramente se confundieron los síntomas de ambas enfer-medades. La población que más se vio afectada por la influenza fue San Felipe Teotlalzingo con 40 casos de gripe, le sigue Santa María Texmelu-can con 21, Atzala con 19, el Grande con 9, Atzitizintla 7, Aztotoacan 3, Yxtapalucan 2, las dos Haciendas 7 y la cabecera sólo registra 3 casos.

3 Estadística Hortícola, 1919, Teotlalzingo. sección presidencia, serie: agricultura, años 1904-1953, no vol. 19 legajos, caja 6, Archivo Municipal de San Felipe Teotlalzingo.

4 AMSSV, Núm. 41, 91, Libro de minutas de 1918, Serie Correspondencia, Sección gobierno años 1917-1918.

5 AMSSV, Libro de minutas de 1918, Serie Correspondencia, Sección gobierno años 1917-1918, Núm. 86.

6 De donde se tienen los primeros casos, aunque noviembre fue el mes en que más se elevo el número de muertes y en enero desapareció la enfermedad.

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Basándonos en el Libro de defunciones de San Felipe Teotlalzingo tenemos que para 1917 sólo registra 27 muertes, 134 para 1918 y para 1919, 58 decesos. Con ello, podemos ver de manera clara cómo se eleva el índice anual de fallecidos en 1918 que supera a más del doble para 1919, y sin comparar al de 1917. Aunque el libro no nos propor-ciona la causa de muerte nos da una idea de los efectos de la influenza, habría que preguntarnos si los 40 casos que registra el libro de defun-ciones de El Verde es la cifra correcta o cercana a la realidad de aquel tiempo o en qué medida pueda existir un subregistro, pues en el mes de noviembre de 1918 registra 96 casos, de los cuales desafortunadamen-te no sabemos cuáles corresponderían a la influenza como causa de muerte, lo cual nos orilla a pensar que posiblemente el caso se repita en el resto de las juntas auxiliares.

En San Felipe, en el mes de noviembre se dispara el número de muertes alcanzando los 96 casos y vemos una diferencia abismal contra el resto de los meses, los cuales refieren menos de diez casos.

Para el mes de noviembre de los 96 decesos registrados 49 corres-ponden al sexo femenino, y el resto al masculino en menor proporción, sólo tres casos no declaran a qué sexo pertenecen. Al igual que en los datos del archivo de El Verde, el sector más afectado fue el femenino, mu-riendo en mayor proporción que el masculino y en edades productivas.

Finalmente podemos decir que sin duda al ser la mujer portadora de la enfermedad el contacto con sus hijos al ser madre transmitió la enfermedad. Sin embargo podríamos señalar que el portador de la enfer-medad pudo haber sido el hombre pues éste al salir a trabajar y teniendo contacto con las tropas se pudo haber contagiado, además de tener un mayor contacto con la zona comercial de San Martín Texmelucan, pues este mismo tenía la obligación de aportar lo económico al núcleo fami-liar, por lo que tenía que salir de su casa a las haciendas que se encon-traban en otras comunidades. Asimismo integrándose dentro de la vida cotidiana en esta época el asistir a misa requería contacto con el resto de la población, por lo que el contagio se daría también de esta forma o con

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la simple visita o encuentro de algún familiar o amigo. Sin duda la muerte a causa de esta enfermedad, que dejaba las casas vacías y las familias fragmentadas, para los sobrevivientes la experiencia debió de ser desola-dora. Asimismo, la influenza incrementó el número de muertes en San Felipe, muchos casos no fueron registrados, y las condiciones sociales atenuaron la enfermedad, llevada por las tropas armadas de los distintos grupos y por comerciantes y viajeros de San Martin Texmelucan, donde se encontraba el ferrocarril interoceánico.

Cuadro 1. Defunciones 1918 San Felipe Teotlalzingo

Enero 8 Julio 3Febrero 2 Agosto 2Marzo 6 Septiembre 2Abril 3 Octubre 3Mayo 5 Noviembre 96Junio 3 Diciembre 1

Fuente: AMSSFT, Libro de defunciones de San Felipe Teotlalzingo 1918.

Grafica 1. Defunciones 1918 San Felipe Teotlalzingo

Fuente: AMSFT Libro de defunciones de San Felipe Teotlalzingo.

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La cuLtura

La cultura tiene su origen en tres hechos fundamentales: En la capacidad y las posibilidades de desarrollo biopsicosocial que

tiene el hombre, que le permite tener conciencias de sus necesidades vitales, determinadas por el medio en que vive.

En la transformación de la naturaleza por medio de las múltiples actividades del hombre, primordialmente el trabajo, con las que crea nuevos productos materiales y espirituales para satisfacción de sus nece-sidades.

En que esto es posible en razón de su convivencia social en cuyos mecanismos la cultura se produce, se transmite y se renueva en un proceso de desarrollo histórico.

Educación

Su origen y naturaleza son humanos, con base en la capacidad y posibi-lidades de desarrollo biopsicosocial del hombre.

Su esencia: es un hacer (conducir, llevar, guiar, dirigir) que, en razón de que se da en el proceso histórico, también constituye un proceso, un hecho o un fenómeno, en un momento; esto es una realidad objetiva.

El hombre es el sujeto y el objeto de la educación, por tanto también es su principio y su fin último.

Su función más general, que le da sentido, es la de promover el desarrollo biopsicosocial del hombre y de convivencia social.

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Educación y cultura

La relación y cultura es doble: la educación es la promotora del proceso de desarrollo de la cultura en, por y para la sociedad. Así lo manifiestan varios autores, entre ellos A.N. Leontiev cuando dice: “el movimiento histórico es imposible sin la transmisión activa a las nuevas generaciones de los avances de la cultura humana, sin su educación”. La educación, como producto objetivo, forma parte del conjunto de la producción cul-tural, de ahí que si el todo avanza, se desarrolla, se “complica”, es lógico que cualquier parte de su estructura, de ahí que si el todo avanza, se desarrolla, y se “complique”.

rEsEña histórica sobrE “la Educación En 1926” En México, la primera idea surgida fue la universalidad necesaria de la instrucción formal. El segundo elemento fue la idea sobre el carácter público de la educación. La educación pública a través de la cual podría una nación alcanzar la libertad, la igualdad y el progreso. La idea de educación pública cobra realidad jurídica en México con la promulgación de Cádiz. La preocupación por la educación universal se encuentra ex-presada en los sentimientos de la nación de Morelos. Las labores de la Secretaría de Educación Pública, desde sus comienzos, tropezaron con obstáculos ocasionados por la intransigencia de algunos grupos opues-tos a la Revolución y a la trayectoria de la legislación educativa republi-cana. En 1926, el régimen se vio obligado a proteger el contenido na-cionalista y laico de nuestra enseñanza mediante el Reglamento Provisional de las Escuelas Particulares (el 22 de febrero) y el Reglamen-to de Inspección y Vigilancia de las Escuelas Particulares (el 22 de julio). Estos reglamentos fijaban sanciones para las violaciones al artículo 3° constitucional, y declaraba la incapacidad de los ministros de culto para ser directores de planteles escolares, aunque no negaba a los ministros mexicanos la capacidad de ser profesores. Igualmente, se imponía el uso de textos laicos y la supervisión de los planes de estudio y métodos edu-cativos de las escuelas particulares. Más tarde, el gobierno prohibió toda

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injerencia de los ministros de culto en la enseñanza primaria, mediante un nuevo reglamento de escuelas primarias particulares, que fue imple-mentado el 19 de abril de 1932.

El 13 de diciembre de 1934, el Congreso de la Unión aprobó un nuevo texto para el artículo 3° constitucional. Las finalidades de esta reforma legislativa eran numerosas. En primer lugar, reafirmaba el desig-nio laico y popular de la educación pública, y pretendía dar a esta un contenido socialista. “La educación que imparta el Estado será socialista y, además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y activida-des en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social.

la Educación En coyotEpEc

En el municipio de San Vicente Ferrer, Coyotepec, Puebla, la primera escuela fue laica, y sólo se estudiaba la primaria y la estudiaban quienes tenían las posibilidades económicas, principalmente eran hombres los que asistían, porque las mujeres sólo iban cuando no era temporada de campo. La mayoría de padres de familia opinaba que las mujeres no debían estudiar porque “lavarían ropa del hombre”, asistían a la escuela y cuando terminaban su educación primaria, ya podían ejercer el magis-terio, el nivel académico era excelente, ya que su lema era “las letras, con sangre entran”. Las clases eran impartidas en un terreno prácticamente baldío, sólo había un cuarto rectangular de piedra, a cargo de maestra Conchita, después por el temible maestro Cándido, y posteriormente en el año de 1926 en el patio de la presidencia municipal, se le cambio el nombre y ya era escuela primaria Melchor Ocampo, ubicada a un lado del parque municipal Miguel Hidalgo, el terreno fue adquirido por el municipio y los padres de familias con faenas lograron ir construyendo seis salones para los seis grupos que en los años setenta, ya fueron mucho más numerosos en cada salón tenían alrededor de 50 a 60 alumnos. Entonces se construyeron otros cinco o seis salones. Pero con

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los métodos anticonceptivos y la crisis económica y el cambio en los valores morales y las leyes, la liberación femenina, etcétera, hoy en día el número de alumnos bajó considerablemente y sólo hay seis salones con un mínimo de 15 a un máximo de 18 niños.

Posteriormente en los años ochenta, siendo presidente Cirilo Mar-tínez Flores, se construyó la escuela telesecundaria Leonardo Vargas Machado, en la cual quedó como director Cirilo Martínez Flores, hijo del presidente en turno. Después se construyó la escuela multigrado federal Mártires del Agrarismo, cariñosamente llamada “la escuelita” por estar en desarrollo, atendida por sus entusiastas Jorge Gildardo Ochoa Victo-ria y Luz Angélica Castillo, quienes se esmeran por que sus alumnos participen en todas las actividades deportivas y educativas, tratándolos con igualdad y respeto. Antes mucho antes los alumnos de la primaria federal Melchor Ocampo la llamaban “la escuela mocha”. Esta segunda ya está desarrollada en cuanto a instalaciones.

También existen dos jardines de niños uno de nombre Alfonsina Storni y otro Sor Juana Inés de la Cruz, siempre en competencia por ser el mejor, cada escuela tiene dos maestras, pero siempre gana Sor Juana Inés de la Cruz porque la maestra Teresa Blas Martínez siempre se esmera en hacer bien las cosas, planea todo y se ha ganado el respeto y cariño de los niños, padres y madres de familia.

Si los docentes de todas las escuelas pensaran en esmerarse por ser los mejores, si el gobierno y todos los políticos se preocuparan realmen-te por la educación, si los padres y madres de familia quisieran realmen-te que sus hijos e hijas fueran los mejores en todos los aspectos, ¡mi México lindo y querido, sería otro!

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La Leyenda deL santo Patrón

Platican los abuelos que la llegada de la imagen de Jesús de Nazareth a Tepeyahualco ocurrió de la siguiente forma. La imagen es originaria de Copala, Guerrero. Según los mayordomos de Copala habían acordado que la imagen de su Santo Patrón se mandara a reparar porque tenía unas fisuras y se iba a seguir maltratando. Tendrían que realizar una co-misión para que fueran a la ciudad de Puebla con el artesano especialista en la reparación de imágenes religiosas, así se acordó y realizó. Partieron en forma de caravana, realizando cantos y oraciones para que el camino se les hiciera menos cansado.

Ya después de varios días llegaron a la ciudad de Puebla con el ar-tesano. Al estar frente a él le dijeron el motivo de su visita. El artesano con buen gesto los atendió y se puso a revisar el daño que pudiera tener la imagen para así repararla. El artesano con cara de asombro dijo a los de Copala que la imagen la encontraba en perfecto estado. Quedaron incrédulos a tal comentario y se pusieron a revisar también la imagen, dándose cuenta de que lo que dijo el artesano era verdad y sólo replica-ron en decir que no sabían lo que había pasado, que realmente ellos habían verificado el daño que había la imagen de Jesús.

Se dispusieron a salir de la ciudad de Puebla para su natal Copala. Ahora venían más alegres pues habían presenciado algo insólito que sólo atribuían como un milagro. Cuando llegó la noche se dispusieron a que-darse en un paraje que ahora se conoce como Nazahuala y significa “Lugar de Llanto”, que es un cruce de caminos. Al otro día al primer rayo de sol ya se encontraban de pie listos para seguir su travesía. Se

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pusieron a rezar para que se fortalecieran de ánimo y caminaran con nuevos bríos de la mano de Dios. Cuando levantaron la imagen y al dar unos cuantos pasos la comenzaron a sentir pesada a tal grado que ya no pudieron seguir y por muchos que fueran sus intentos la imagen no cedía. Le hicieron plegarias oraciones, cantos y nada sucedía. Cansados decidieron que tenían que dejar la imagen encargada en algún pueblo y después tendrían que regresar por ella.

Los de Copala se encontraban desolados llorando porque su Santo Patrón ya no quería regresar al pueblo con ellos y además ya no conta-ban con suficientes provisiones y no podían tardar un día más. Acordaron por mayoría que así sería y dijeron que la dejaban en Atoyatempan pero se encontraron con el mismo resultado. Al encaminarse la imagen se ponía pesada. Dijeron que a Santa Ana y tampoco.

Entonces surgió su última opción: Tepeyahualco y la imagen comenzó a ceder. Se puso ligera. Al llegar al pueblo hablaron con sus pobladores que eran unas cuantas familias. En realidad Tepeyahualco era apenas sólo una colonia. Contaba con una capillita en advocación a la Santísima Virgen de Guadalupe. Los de Copala hablaron de que les hi-cieran el favor de cuidar su imagen, que regresarían por ella. Para muestra de voluntad los de Tepeyahualco ofrecieron que se llevaran un cuadro con la imagen de la Virgen Guadalupe para que no llegaran con las manos vacías. La condición era que cuando volvieran los de Copala trajeran consigo el cuadro para poder devolverles su imagen.

Al llegar a Copala la gente del pueblo estaba calmada tanto que no se ocuparon en recibirlos. Era demasiado extraño pues siempre que salía la imagen del Santo Patrón era recibido con fiesta de cohetes, música y rezos en su honor. Decidieron platicar primero con el párroco. Al entrar al templo de la iglesia fue gigantesco su asombro. La imagen de Jesús de Nazareth estaba ahí presente. Era como si para ellos lo vivido hubiese sido un sueño. Platicaron con el párroco y con los mayordomos.

Para salir de toda duda se propusieron regresar a Tepeyahualco y cuando llegaron la imagen del Santo Patrón Jesús de Nazareth estaba

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presente idéntica en tamaño, forma y vestimenta. Los de Copala se arro-dillaron ante tal milagro. No dijeron nada por lo que decidieron dejarla entendiendo que esa fue la sagrada voluntad de Dios.

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retrato de medio cuerPo

La intolerancia religiosa que imperó en la Nueva España amparó el so-metimiento de la mujer a la sociedad patriarcal. Su función se limitó a la reproducción y al hogar, su medio ambiente era austero y privado, reclui-das en las casas de Dios y en la cultura del silencio. La abnegación, la exaltación virginal y el temor al pecado regían su conducta en medio de una sociedad en proceso de transformación, que imperó en el país hasta el triunfo del liberalismo.

Desde luego que hubo, en muy contadas ocasiones, mujeres que se atrevieron a romper los cánones establecidos, no importando el costo que les hiciera pagar la sociedad por tal atrevimiento. El proceso de se-cularización entre una cultura inquisitorial, a una de tolerancia a la diver-sidad cultural e ideológica, que inició Carlos III a finales del siglo XVIII, culminó en México con el establecimiento de la libertad de culto hasta 1860. El perfil de la mujer mexicana de finales del siglo XVIII y principios del XIX es un tipo de mujer educada en la época de las luces, tomando en cuenta lo que ello implica en términos de cultura, gustos, sensibili-dad, ideales y expectativas, tanto individuales como sociales. Sin embargo, también se encuentra inmersa en un mundo de transformacio-nes, llena de matices, rasgos y sombras, que corresponden a otro tipo de mujer, y por lo tanto a otro tipo de sociedad: la sociedad burguesa y republicana que se construye lentamente, la mujer que vive el tránsito del virreinato a la República, y sirve como entrada a la caracterización de la vida cotidiana de la mujer en el México independiente. Nadie mejor para ejemplificar estos conceptos, que doña María Ignacia Rodríguez de

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Velasco y Osorio Barba mejor conocida como “La Güera” Rodríguez, quien se topó con la transición entre una forma de ser y de pensar, entre una conducta libertina y otra conservadora, pero por sobre todo repre-sentó al personaje que se atrevió a desafiar los parámetros de la entonces sociedad virreinal.

En el mundo romántico de la primera mitad del siglo XIX donde se privilegiaba la emoción e intuición por encima de de la razón, con lo cual lo femenino se eleva a un rango nunca reconocido hasta entonces, pero colocaba al hombre y a la mujer en esferas distintas hasta cierto punto irreconocibles, pues la razón era una cualidad masculina; es decir predo-minio del intelecto. Por su parte la emoción era una cualidad femenina; y por lo tanto existía el predominio de la intuición aunque se quisiera presentarlas como complementarias. Esto no quiere decir que el roman-ticismo fue cuestión de género y mucho menos feminista, no fue algo impuesto, sino que se arraigó de manera casi natural en la propia cultura, donde la mujer tuvo un papel relevante en la transmisión del gusto y sensibilidad románticos, como receptora y creadora de estilos. Pues bien entre estos dos conceptos claramente definidos se encuentra nuestro personaje a retratar.

la güEra rodríguEz o la vida galantE

En El méxico ilustrado La distinción de lo público y lo privado en el siglo XVIII era más que clara, sin embargo la sociedad novohispana sólo se puede entender en un contexto: en el que lo comunitario y público tienen más peso que lo particular, íntimo y privado. Se puede argumentar sin ninguna presun-ción que nuestro personaje disfrutaba más las emociones de la vida pública que de las delicias de lo privado. Doña María Ignacia, Javiera, Rafaela, Agustina, Feliciana, Rodríguez de Velasco, Ossorio, Barba, Jiménez, Bello de Pereyra, Fernández de Córdoba, Salas, Solano y Garfias, calendario que en la pila bautismal le pusieron como nombre, nació el 20 de noviembre de 1778, descendiente de “antiguas y nota-

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bles familias”. Aunque recibió buena educación se habla más de sus cualidades físicas que de sus cualidades intelectuales.

Cuenta don Antonio del Valle Arizpe: “Doña Ignacia canta, danza con facilidad y destreza admirables, tiene dulce parlar, mímica expresiva y mil otras cualidades que sería superfluo enumerar”. Doña María Ignacia mejor conocida como “La Güera” Rodríguez no solamente era ingeniosa y sutil de palabra, sino que al parecer manejaba la pluma con la misma soltura que cantaba y tocaba la guitarra. Su interés por los temas científicos y filosóficos la ubican como una mujer ilustrada, entre sus amistades que cultivó a lo largo de su vida: canónigos y prelados ilustrados, de manera especial el canónigo José Mariano Beristáin y Sousa, así como todo cuanto extranjero interesante asomara por la ciudad del virreinato, en su categoría de “dama de compañía” para personajes célebres fueran extranjeros o nacionales. Esta categoría fue otorgada por su padre Regidor Perpetuo de la ciudad virreinal. Pero además se inclinaba por los hombres involucrados en la política, con quienes al parecer no sólo hablaba de amores, sino también de insurrecciones, intrigas e ideas independentistas, entre estos últimos se encuentran Simón Bolívar y Agustín de Iturbide.

En tiempos del virrey don Juan de Güemes Pacheco y Padilla, conde de Revillagigedo, y a la temprana edad de 16 años, doña María Ignacia contrajo matrimonio con José Jerónimo López de Peralta de Villar Villa-mil y Primo quien respondía al grado de capitán de Milicias Providencia-les. “La Güera” acostumbrada al lujo, la reverencia, al cortejo y aprove-chando la ausencia de su marido por compromisos con la milicia, se involucra en relaciones extramaritales con el doctor canónigo de la cate-dral de México, don José Mariano Beristáin de Sousa compadre del ofendido, quien bautiza a algunos de sus hijos. Esto le ocasionó el divor-cio en 1802. Poco tiempo después doña Ignacia nada desperdiciada contraería segundas nupcias con un acaudalado y senil caballero de nombre Mariano Briones, quien moriría meses después en una noche fría acostado en su lecho conyugal siendo víctima de un enfriamiento por destape de cobija.

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La relación entre doña María Ignacia y el joven Simón Bolívar, a quien cariñosamente llamaba “mi caraqueñito” acaso este con un poco más de 15 años, comenzó cuando llegó a la Nueva España en el “buque San Ildefonso” rumbo a Europa y con el que tiene un tórrido romance. Después de haber pasado muy poco tiempo en la ciudad virreinal, Bolívar se hace expulsar de la capital por el virrey don José Miguel de Azanza, cuando expresa públicamente ideas independentistas y nunca más vol-vieron a verse. Desde que abandona involuntariamente la ciudad el “ca-raqueñito”, doña Ignacia se vio invadida de una pena que le desgarra-ba el alma durante mucho tiempo.

Cuando “La Güera” Rodríguez contaba con la edad de 25 años llegó a la ciudad el sabio alemán Alexander von Humboldt. Aunque mo-dernos estudios aseguran que el barón era homosexual no se descarta la posibilidad de que sí hubo un amor carnal, según escribe Calderón de la Barca; que el barón de Humboldt más se enamoró del talento que de la belleza da “La Güera” Rodríguez, “esto hace pensar que el barón estuvo bajo la fascinación que ejercía la joven y que ni las minas, ni la geología, ni los fósiles lo embargaban de tal manera”. Así como el siglo XIX ro-mántico tenía una clara predilección por el dolor y la tragedia, el siglo de la razón buscaba el placer, doña María Ignacia se comportaba más como una aristócrata ilustrada que como una intelectual, preocupada antes que nada por la felicidad.

En tiempos de Iturrigaray cuando en 1803 se inaugura la estatua ecuestre de Carlos IV del arquitecto y escultor Manuel Tolsá, cuenta don Artemio del Valle Arizpe, “estaba cubierta con un amplio velo rojo en el centro de un ancho recinto limitado por alta balaustrada de piedra con cuatro elevadas puertas de hierro de primorosa hechura, obra del meta-lista Luis Rodríguez Alconedo. Allí se encontraba satisfecho el barón de Humboldt del brazo de doña María Ignacia llena del vivo destello de joyas y derrochando la gracia de sus mejores palabras”, mientras el sabio alemán resaltaba el crecido mérito y belleza de la estatua, no dejaba de celebrarla con amplísimas alabanzas comparándola con la del condotiero

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Bartolomé Colleone en la acuática Venecia, con la del pío Marco Aurelio que se yergue en el Capitolio romano y sin distraer la aguda atención de la “perspicaz y suspicaz ‘Güera’ Rodríguez y en el acto le vio al caballo un defecto mayúsculo y capital en el que nadie había hallado tachas ni menguas, sino que muy al contrario, encontraban en el corcel todo per-fecto y todo en su punto y medida. Con la mayor gracia del mundo dijo que estaban a igual altura lo que los hombres, equinos y otros animales, tienen a diferente nivel”.

Pero doña María Ignacia Rodríguez de Velazco y Osorio Barba no tan sólo era bella, inteligente y feliz, también se defendía con su lengua bien informada y venenosa, que la salvó cuando en 1811 traspone el portón de la casa chata, sede de la Santa Inquisición a partir de una de-lación donde la acusaban de herejía, por haber “mantenido trato con Hidalgo”, sorprendido el inquisidor Juan Sáenz de Meñozca, cuando “La Güera” Rodríguez responde indignada con estas palabras: “Cómo os atrevéis a hablarme, de toda la gente de este reino de moralidad para mí sería muy sencillo hacer del dominio público que tres años ha que man-tenéis pecaminosas relaciones de sodomía con un efebo de no más de 16 años, novicio en el convento de San Francisco; cuya visitaduría sos-pechosamente habéis tomado a vuestro cargo”, efectivamente se levan-taron los cargos de herejía porque la Santa Inquisición no pudo probar-los, dejándola en libertad sin reservas.

“La Güera” tenía mucha experiencia en los juegos de poder que adquirió en la corte de los virreyes, según la terminología de esos tiempos era una “mujer notoria”, en una época en que la única opción de las mujeres era la casa o el convento.

Doña María Ignacia no sólo era la inspiración de las pasiones car-nales, también fue sublimada en una imagen sacra para ser venerada como la Purísima Concepción, por uno de los escultores más prominen-tes de la todavía entonces América Septentrional, don Manuel Tolsá; figura en madera tallada y policromada, curiosamente de estilo rococó ahora en la Profesa, lugar donde se llevaron a cabo las reuniones secretas

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de un grupo de miembros del alto clero, nobles, ricos propietarios, algunos oidores y militares; todos fieles partidarios del absolutismo también las visitas de “La Güera” Rodríguez a este lugar eran frecuentes; liderados por el canónigo Matías de Monteagudo, inquisidor que había adquirido gran notoriedad por haber contribuido en la indebida deposi-ción del virrey don José de Iturrigaray, en otro tiempo don Matías también influyó en el Santo Oficio para que se procesara a José María Morelos y Pavón. La Profesa lugar donde se ideó proclamar la Independencia, y una vez libre la Nueva España se ofrecería su gobierno a un infante español, que gobernaría como soberano absoluto.

Si nos referimos al concepto de libertino de la Ilustración; desde luego que podríamos juzgar a doña María Ignacia como una libertina, en primer lugar porque practicó intensamente la costumbre del cortejo, también porque consta que se hizo retratar desnuda de medio cuerpo, siguiendo la moda adoptada por otras mujeres de finales del siglo XVIII europeo, como la maja desnuda pintada por Francisco de Goya como Dios la trajo al mundo. Doña Ignacia no se quedó atrás y encarga un retrato al reconocido artista de la época colonial don Francisco Rodrí-guez famoso por sus ceras: retrato que le hizo ganar una segunda acu-sación ante el comisario de la Santa Inquisición doctor don Juan Bautista Calvillo, en este caso por el conde de Santa María de Guadalupe del Peñasco según palabras de don Artemio del Valle Arizpe:

“Que estaba en ese lugar para denunciar al Santo Oficio un retrato de cera de medio relieve que representaba a doña María Ignacia Rodríguez de Velasco, viuda en segundas nupcias de don Juan Ignacio Briones; el cual llevó a la casa del denunciante de los dichos retratos, que vive en la calle de la amargura número 10. Y aunque el citado fabricante llevaba otros retratos, el de la Rodríguez sólo enseño al declarante con reserva. Que los pechos de la Rodríguez los tenía enteramente de fuera, que se le veía el ombligo: y por no haberse explicado bastante dice: que el retrato era de medio cuerpo, y todo el estaba desnudo y un drapeo azul hacia lo inferior”.

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El denunciante argumenta que anteriormente el inquisidor Prado había hecho pedazos otro retrato de la misma Rodríguez fabricado también por el mismo artista cerero; con esto nos damos cuenta que la Inquisición no se preocupaba demasiado por la afición de las señoras mexicanas a representarse con poca ropa, y que a lo sumo se ordenaba la destrucción del retrato pero que no se perseguía ni al autor ni a su modelo, esta denuncia se llevó a cabo en el año de 1811.

Pero caemos en la cuenta que este mismo papatoste como diría don Artemio, fue el que acusó “sólo por simples figuraciones, sin razón alguna, al famoso metalista José Luis Rodríguez Alconedo, de que tenía un terrible plan contra los españoles y a favor de la Independencia de México, con lo que causó al insigne artista prisiones y hasta el destierro a España en 1809 bajo partida de registro”. A su retorno en 1812 el mismo babarrión conde de Peñasco asegura que el regreso de Alconedo pone en peligro su vida y nuevamente lo encarcelan. El virrey Calleja lo libera a instancia de su querida y abnegada esposa doña María Gertrudis Acuña, y poco tiempo después el célebre artista decide enlistarse a las fuerzas insurgentes de Morelos.

Pero volviendo a la personalidad de “La Güera” Rodríguez esta es poco contradictoria; vive para sí misma, busca la felicidad y saca partida de todo, practica como ya vimos aquellas costumbres que le pueden propor-cionar cortejos, amantes, bailes, tertulias, toros, paseos y todas estas acti-vidades son más públicas que privadas incluidos los cortejos y los amantes como ya se ha visto, con don Beristáin de Sousa quien no fue el único clérigo que la cortejaba, pues en su haber se agregan el canónigo insur-gente Ramón Cardeña y Gallardo apodado el “cura bonito”, y don Juan Ramírez cura de la ciudad virreinal. Estas costumbres de los clérigos no deben sorprendernos si tomamos en cuenta que a finales del siglo XVIII estaban muy de moda ciertos sacerdotes frívolos y mundanos que acaba-ron convirtiéndose en piezas imprescindibles de los salones y tertulias de las mujeres elegantes o que querían pasar por tales.

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La influencia por la sensibilidad y la moral de la Ilustración en la vida y actividades de doña Ignacia al menos durante su juventud corres-ponde al de la vida galante-rococó y de libertinaje ya que después de la Independencia, con el triunfo de las normas y la moral de la burguesía, la sociedad mexicana se volvió más estricta y conservadora.

Cuando Agustín de Iturbide entabla amistad y relaciones con doña María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba se les veía juntos por toda la ciudad presos de amor, dice el descendiente de “La Güera” Rodrí-guez don Manuel Romero de Terreros y Vinent, marqués de San Francisco:

“Contrajo (Iturbide) trato ilícito con una señora principal de México, con reputación de preciosa rubia, de seductora hermosura llena de gracia, de hechizo y de talento, y tan dotada de un vivo ingenio para toda intriga y travesura, que su vida hará época en la crónica escandalosa del Anáhuac. Esta pasión llegó a tomar tal violencia en el corazón de Iturbide, que lo cegó al punto de cometer la mayor bajeza que puede hacer un marido; con el objeto de divorciarse de su esposa, fingió una carta (y aún algunos dicen que el mismo la escribió), en la que falseando la letra y firma de su señora se figuraba que ella escribía a uno de sus amantes; con ese falso documento se presentó Iturbide al provisor pidiendo el divorcio, el que consiguió, haciendo encerrar a su propia mujer en el convento de San Juan de la Penitencia. Esta inocente y desgraciada víctima de tan atroz perfidia, solo se mantuvo con seis reales diarios que le asigno para su subsistencia su desnaturalizado marido”.

Tal para cual, los juegos perversos de poder y alcoba tenían su lugar

y recompensa en el momento exacto. En 1820 el rey Fernando VII envía una carta al virrey Apodaca, donde le pide conseguir a un caudillo con fuerza y popularidad en el ejército para hacer trato con los insurgentes.

Fernando VII había sido reducido a una mera figura decorativa por la constitución de Cádiz de 1812, y quería restaurar su poder aun a costa de que España perdiera su colonia más importante. Poco a poco

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las reuniones de la Profesa se fueron transformando en juntas secretas de conspiradores, así “La Güera” Rodríguez propuso a su amado don Agustín de Iturbide como el jefe adecuado para esa campaña. Después de la recomendación de los pacatos señores de la Profesa al virrey don Juan Ruiz de Apodaca, este lo nombró “comandante general del sur” para aplacar a los “rebeldes”; Vicente Guerrero, Pedro Asencio, y las partidas bravas de Montes de Oca y de Guzmán.

Cita don Artemio del Valle Arizpe: “una vez proclamada la Indepen-dencia se llamaría a Fernando VII para ocupar el trono, pero que si este no se presentaba personalmente en México a jurar la Constitución que habían de dictar unas cortes, serían sucesivamente llamados los infantes sus her-manos y, a falta de estos serenísimos señores, el archiduque Carlos de Austria u otro individuo de casa reinante a quien eligiese el futuro consejo”; como todos sabemos al rey se le dificulta venir a México y automáticamen-te se nombra emperador a Iturbide , quien siempre sostuvo nutrida corres-pondencia con “La Güera” Rodríguez fungiendo como consejera política y todas las cartas que le hacían llegar a sus manos las firmaba don Agustín con el seudónimo femenino de Damiana.

La famosa carta de Fernando VII, escrita de su puño y letra de la cual salieron los principios del Plan de Iguala, estuvo en poder de “La Güera” Rodríguez, quien además fue el enlace entre Iturbide, el virrey Juan Ruíz de Apodaca y unos emisarios secretos llegados de España para negociar la Independencia de México. Una vez firmado el Tratado de Córdoba y a la entrada del Ejército Trigarante, doña Ignacia pidió a su amado pasar frente a su casa ubicada junto a la Profesa, vestido con el traje de jefe del ejército; acto seguido bajaría del caballo para entrar al jardín, cortar una rosa blanca, subir al balcón y, de rodillas ante la suso-dicha, entregarle la rosa y una pluma tricolor que adornaban su sombre-ro empanada, esta la tomó con delicada finura entre el índice y el pulgar, y con magnífico descaro se la pasó por el rostro varias veces, lenta y suavemente, acariciándoselo con voluptuosa delectación.

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En el efímero Imperio de Iturbide, “La Güera” Rodríguez contrario a lo que se esperaba por todos, no quiso ocupar puesto alguno en la corte y mucho menos estar al lado de la emperatriz doña Ana María Huarte, ya como camarera o dama de honor porque según ella no era necesario, pues tenía el corazón de su amado en sus manos.

Después de su tercer matrimonio con el diplomático chileno don Juan Manuel Elizalde, doña Ignacia se convirtió en una piadosa dama, tal vez porque después de la Independencia, las nuevas generaciones exhiben una nueva ética y costumbres muy diferentes, son las que viven de lleno los cambios sociales en pleno apogeo del romanticismo en México. Esta gene-ración se parece ya muy poco a la famosa “Güera” y nadie mejor que Leona Vicario involucrada en las lucha insurgente, para establecer la dife-rencia con doña Ignacia y valorar los cambios que llevaron a un nuevo tipo de mujer, en una sociedad burguesa y republicana que se construye lenta-mente. Ellas son el vivo ejemplo del tránsito del antiguo régimen de la Ilustración al romanticismo del México independiente.

Después de la muerte de doña Ignacia el primero de Noviembre de 1850, don Juan Manuel pidió un hábito filipense y regaló la esplendida suntuosidad de las joyas de su difunta esposa, para ataviar la hermosura de la Purísima Concepción, que guardaba el parecido fiel de su amada. Sobre el pecho de la imagen se desbordaba una límpida catarata de dia-mantes y en sus dedos saltaban las multicolores luces de las sortijas, que alumbraban con su resplandor la penumbra de la Profesa.

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En el siglo XVI el templo del pueblo de Texnayucan, hoy Atenayuca, fue consagrado a santa Isabel Madre de san Juan El Bautista. En la actualidad se conoce a la población como Santa Isabel Atenayuca y es cabecera municipal de Juan N. Méndez.

En su majestuoso templo se venera la imagen que, según platicaron las personas mayores, fue donada por doña Matilde Benavides. Don Guillermo Prieto en su estancia en Tehuacán la menciona como una mujer filantrópica. En 1854 esta señora vendió a los pobladores los te-rrenos que conforman Atenayuca.

Doña Anastasia, habitante de la comunidad, sufrió las consecuen-cias de la calamidad y la epidemia de tifo que azotó en la región, así como todos los estragos de la Revolución, la población se encontraba desolada y una enorme hambruna asolaba la población. Una tarde se encontraba en casa con su hijo, no tenía más que un puñado de maíz y uno de frijol que puso a cocer para comer y hacer las tortillas de ese día. En esos momentos tocaron a su puerta, era una anciana que en su rostro emanaba una dulzura única, le dijo: “Mujer, ¿serías tan amable de darme permiso de quedarme en tu casa esta noche?” Invadida por una enorme confianza que la señora emanaba, doña Tacha contestó: “Con mucho gusto, señora, es un placer recibir su visita”, y disculpándose porque no tenía una cama para que durmiera le ofreció un petate para que descan-sara. En la humilde vivienda, como en casi todas, dormían en petates y cocían sus alimentos en ollas de barro, el fuego para cocinar y recibir un poco de calor era con leñas. El niño lloraba de hambre. En esos momen-

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tos la anciana le dijo: “Dale de comer a tu hijo para que no llore”. “Señora, nuestra alimentación es tan escasa que mis pechos están secos”, doña Tacha fue invadida por una sensación de fe y se acercó al niño al pecho y éste se amamantó hasta quedar satisfecho.

Disculpándose con la señora porque los alimentos apenas se estaban cociendo la anciana le contestó: “no te preocupes, mujer, no como, pero pasa tu nixtamal y tu fríjol en ollas más grandes”. “Señora, si solamente es un puñado de granos que se está cociendo”. “No importa, cámbialas a ollas más grandes”.

La obedeció y su sorpresa fue que los granos se multiplicaron hasta llenar los recipientes. “Repárteles a tus vecinos; hay algunos que llevan varios días sin comer lo necesario”. Conversando con la anciana le pre-guntó: “¿De qué población es usted?, ¿qué anda haciendo aquí?, ¿está perdida?”. “Vengo de muy lejos pero siempre estoy con ustedes en los momentos difíciles como estos, aunque hay gentes que no me aceptan en sus hogares”.

Al siguiente día cuando despertó doña Anastasia la anciana no se encontraba en donde durmió y preguntando en la población si alguien había visto alguna señora con las características de la ancianita. Algunas dijeron que la habían visto en la tarde y que por desconfianza no la habían aceptado en su casa. En los años luego de la Revolución la imagen que siempre ha sido venerada como la patrona Santa Isabel fue cambiada por la que hoy en día se venera como la virgen del Carmen. La anterior fue abandonada en una casa que se utilizaba como bodega.

Se cuenta que en esos días una anciana de aspecto diferente a la gente del pueblo deambulaba en la población. Chahuita (una persona que vendía frutas y verduras) se encontró con ella. En esa época la gente era muy respetuosa en esta comunidad, se detenían al saludarse: era todo un rito. Al encontrarse con la anciana y después de saludarla con-versó con ella. “¿Señora, usted no es de aquí. Busca a alguien? Se ve que viene de lejos, ¿gusta comer?”. “Gracias, mujer, no como y te agradezco mucho que me hayas ofrecido tu casa. En esta población ya no me

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quieren, pero a pesar de esto siempre estoy con ustedes.” Chahuita in-sistió que fuera a comer, sólo aceptó unas frutas, diciendo que seguía su camino porque iría a visitar el pueblo de su hijo, ya que en esa población mucha de la gente se odiaban entre sí y hasta se mataban. Se fue por el camino que conduce a San Juan Ixcaquixtla.

Era costumbre por parte de la autoridades en esa época que per-sonas desconocidas que llegaban a la población eran interrogadas con la finalidad de saber de dónde venían, qué se les ofrecía o si andaban per-didas. Se les brindaba ayuda.

Cuentan que las personas que comisionaron para abordarla regre-saron admirados porque cuando la siguieron y ya casi la alcanzaban des-aparecía y la veía más lejos, no la pudieron alcanzar.

La gente de la población empezó a comentar que era santa Isabel. Tocaron las campanas con el toque de rogación y prepararon el regreso al altar a la imagen que se encontraba abandonada.

Hasta nuestros días se venera la original.El día 5 de noviembre se celebra la gran fiesta patronal del pueblo,

gentes de diferentes poblaciones invadidas por la fe a esta imagen llegan a adorarla y a pedirle que no falte lo necesario en sus hogares.

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La columna carrancista se había fortalecido, de una vereda que nacía del bosque aparecieron jinetes trasnochados que saludaron con gusto a sus compañeros en desgracia: era el general Heliodoro Pérez, cabeza de un grupo que se había separado al salir de Zacatepec y que, habiendo cum-plido su cometido de despistar al enemigo, ahora se reunía con ellos para enfilarse a Tetela de Ocampo donde esperaban el apoyo del teniente coronel Gabriel Barrios.

Ante una roca enorme que se levantaba a la derecha del camino, Luis Cabrera, quien se veía animado y de buen humor, apresuró a su cabalgadura y se colocó a un costado de Carranza para comentarle:

—Señor, en este paraje habitaron indios que pertenecieron al señorío de los Alcohua. Existen muchos vestigios de la vida de los aztecas; se han encontrado infinidad de vasijas, utensilios y cabezas de piedra.

—Ojalá que algún día podamos apoyar a esta región y rescatar su patrimonio —contestó sin el menor asomo de emoción—. ¿Falta mucho para llegar al pueblo?

—No, señor, subiendo la colina llegaremos a Ixtacamaxtitlán. Ahí vive mi familia.

Llegaron a la plaza del pueblo. Del lado izquierdo se veía una iglesia armada con contrafuertes y una cúpula amarilla. Era domingo y el cura tuvo que suspender la misa porque los feligreses se agolparon en la puerta para ver llegar la comitiva. Del lado derecho de la plaza, el caserío ostentaba unos portales con arcos, de donde salieron varias mujeres.

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Dos de ellas se fundieron en un abrazo con Luis Cabrera.—¡Luisito, qué gusto volver a verte!—¡Tía Angelita, tía Nabor! Les presento al señor presidente de la

República.—Encantadas de conocerlo, señor. ¡Por favor, pásenle a lo barrido! Y las dos damas, conocidas en el pueblo como las “Señoritas

Lobato” tomaron de los brazos al personaje y lo introdujeron a su casa. Era una casa amplia y ventilada, muros de piedra y techo de tejas. Infini-dad de macetas con flores multicolores adornaban su patio.

Doña Angelita ofreció una jarra con agua de limón. En la plática, alguien mencionó al teniente coronel Gabriel Barrios y comentaron que no se hallaba en el lugar. Mandaron buscar al presidente municipal para recabar información; Carranza preguntó si había un barbero pues quería recortarse la barba.

—Mientras aproveche para comerse un taquito, señor. En seguida les preparamos de comer.

Luis Cabrera solicitó a sus tías que le consiguieran unos cuadernos para ir anotando las impresiones del viaje, pues aunque conservaba un mapa de la sierra de Puebla, su libreta de apuntes se había mojado con la llovizna; era uno de los hombres cercanos al presidente que llevaba un registro de los acontecimientos; los otros eran Urquizo y Gerzaín Ugarte, el secretario particular de Carranza.

Sentado en una silla, detrás de una mesa grande, Víctor González, el presidente del pueblo, no quiso recibir a la embajada, argumentando que no sabía quiénes eran esos fuereños. Terco, casi grosero, dijo: “¡No voy a salir a recibir a nadien!”

Los enviados regresaron molestos, mascullando: “¡A este indio de-berían fusilarlo por desacato!”

Darío Hernández, el peluquero del pueblo, sacó a la calle una mesa, una silla, un espejo y los colocó a la sombra de un zapote blanco, en un costado de la plaza. Le habían pedido que recortara la barba del presidente de la República: por la emoción y el nerviosismo de estar ante

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un jefe que era escoltado por cuatro guardias armados que permanecían de pie, inalterables, la hoja blanca de la navaja temblaba en sus manos como un arma asesina.

Carranza, desconfiado, nunca dejó de apuntarle con su pistola, oculta debajo de la manta. Cerró los ojos, parecía dormir, pero en reali-dad estaba evaluando la situación de su grupo a cuatro días de haber dejado los trenes en Aljibes. “Aquí debemos encontrar apoyo de las fuerzas de Barrios, me lo prometió Cabrera, la situación se torna deses-perante”, pensaba mientras creyó sentir el contacto frío del metal reba-nando su garganta; abrió los ojos un momento cuando oyó el chasquido metálico de las tijeras. Vio una sombra a trasluz, era el barbero que se veía nervioso, “ya no se puede confiar en nadie”, volvió a decirse apre-tando su pistola debajo de la manta en la que iban cayendo trocitos de su barba.

—¡Así está bien, señor! —dijo el hombre mostrándole un espejo que le devolvía su imagen de patriarca.

—Así está bien —contestó guardando la pistola en su funda con mucha discreción, suspiró, luego se levantó quitándose la manta.

Al mismo tiempo que le dejaban unas cuantas monedas en la mesa, le ordenaron los guardias al barbero:

—¡Quemas esos pelos o los entierras, no queremos dejar ninguna huella!

Mientras los hombres buscaban rancho y alimento para los caba-llos, algunas mujeres, entre ellas las que acompañaban al general Murguía, acudieron a la iglesia pues se enteraron que el cura estaba ofi-ciando misa. El copete de las damas y su vestimenta elegante causaban asombro entre las lugareñas que se codeaban entre murmullos de admi-ración y envidia.

Al terminar la misa, los acólitos recogieron la limosna en charolas colmadas de monedas de oro; el sacerdote tuvo palabras de apoyo para los carrancistas.

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A la casa de las señoritas Lobato llegó corriendo un mensajero para avisar que el teléfono sonaba con insistencia buscando al general Murguía. Llegaron en grupo a la presidencia, una mano levantó el auri-cular, se oyeron ruidos como zumbidos de mosco, luego una voz que ordenaba:

—Trasládense a Tetela… ahí los espera el coronel Barrios. Repito… trasládense a Tetela, ahí los espera… Barrios.

Con la esperanza de encontrar el apoyo de Barrios la comitiva salió con rumbo a Zitlalcuautla. Las mujeres más pobres llegaron a los porta-les a recoger, en sus rebozos, el maíz que por cansancio habían desde-ñado los caballos.