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en Estudios Latinoamericanos

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TRAS LA GUERRA, LA TEMPESTAD

REFORMISMO BORBÓNICO, LIBERALISMO DOCEAÑISTA Y FEDERALISMO REVOLUCIONARIO EN MÉXICO (1780-1835)

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MANUEL CHUSTJOSÉ ANTONIO SERRANO ORTEGA

TRAS LA GUERRA, LA TEMPESTAD

REFORMISMO BORBÓNICO, LIBERALISMO DOCEAÑISTA Y FEDERALISMO

REVOLUCIONARIO EN MÉXICO (1780-1835)

Prólogo de

INSTITUTO UNIVERSITARIO DE INVESTIGACIÓNEN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS, UNIVERSIDAD DE ALCALÁ

Marcial Pons

MADRID | BARCELONA | BUENOS AIRES | SÃO PAULO

2019

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Todos los textos de esta colección del Instituto Universitario de Investigación en Estudios La-tinoamericanos han sido sometidos al sistema de evaluación anónima por pares especialistas en la materia.

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Imagen de cubierta: El rey Juan Carlos y el presidente José López-Portillo en México en noviem-bre de 1978.Fotografía cortesía de la familia López-Portillo.

© Manuel Chust y José Antonio Serrano Ortega© Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos© MARCIAL PONS

EDICIONES JURÍDICAS Y SOCIALES, S. A.San Sotero, 6 - 28037 MADRID% (91) 304 33 03www.marcialpons.esISBN: 978-84-9123-690-0Depósito legal: M. 3.898-2019Diseño de la cubierta: ene estudio gráficoFotocomposición: MilésiMa artes gráficas

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Toda la vida es batalla,y todo tiempo, tempestad

Joaquín setantí,Centellas de varios conceptos, 1610

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN. DE GUERRAS Y TEMPESTADES ......................................... 13

CAPÍTULO 1. EL SIGLO XX VISITA, CON VERGÜENZA, AL LIBERALISMO DE LA PRIMERA MITAD DEL XiX ................................................................. 19

1. Crisis del paradigma: Revolución mexicana y reinterpretación del liberalis-mo decimonónico ......................................................................................... 22

2. El liberalismo gaditano: la Constitución de 1812, su singularidad, su signifi-cación .......................................................................................................... 26

3. Los muchos rostros del liberalismo .............................................................. 33

CAPÍTULO 2. El PROCESO DE INDEPENDENCIA DE MÉXICO Y SU HISTO-RIOGRAFÍA (1960-2010).................................................................................. 37

1. El longevo consenso historiográfico ............................................................. 382. La independencia desde la Revolución mexicana y las reformas borbónicas . 393. Las grietas del modelo: los años sesenta y setenta ........................................ 414. Los años ochenta: autonomismo, grupos sociales, teología positiva ............. 455. Adiós a la emancipación de la nación ........................................................... 496. Los debates historiográficos en 2010: una bitácora personal ........................ 52

CAPÍTULO 3. LA QUIEBRA DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA: LUCHAS, LI-BERALISMO Y GUERRA (1750-1820) ............................................................. 57

1. La importancia reformista del capital comercial ........................................... 582. La cuestión indígena .................................................................................... 603. La lucha por el poder local ........................................................................... 624. Los pardos, los «indeseables» soldados del rey ............................................. 635. Y en eso... 1808 ........................................................................................... 646. El impacto del liberalismo gaditano en Veracruz .......................................... 677. El tiempo sin retorno: el sexenio absolutista en Veracruz (1814-1819) ........ 70

CAPÍTULO 4. EL PODER DE LAS CIUDADES (1787-1820) ............................. 75

1. Las «capitales» de la provincia de Guanajuato ............................................. 762. Las subdelegaciones en Guanajuato ............................................................. 79

Pág.

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10 ÍNDICE

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3. Vecinos principales, subdelegaciones y ayuntamientos ................................. 814. Las juntas militares en Guanajuato (1810-1814) ......................................... 865. Las juntas de arbitrios y las finanzas de la guerra en la provincia de Gua-

najuato (1810-1820) .................................................................................... 90

CAPÍTULO 5. LA CUESTIÓN CONSTITUCIONAL: SOBERANÍA VERSUS SO-BERANO ............................................................................................................ 95

1. Un tempo revolucionario, un espacio hispano .............................................. 972. El soberano, la Constitución y los problemas ............................................... 1033. Soberanía y territorio ................................................................................... 107

CAPÍTULO 6. EL AYUNTAMIENTO, BASTIÓN DE LA REVOLUCIÓN (1810-1823) .................................................................................................................. 111

1. El municipio deviene en ayuntamiento constitucional .................................. 1152. La lucha por el poder municipal ................................................................... 1203. Y tras la Constitución, la ordenación municipal ........................................... 1264. De la reacción a la revolución ...................................................................... 129

CAPÍTULO 7. «COMO SI NO HUBIESEN PASADO JAMÁS TALES ACTOS»: ILUSTRACIÓN Y DOCEAÑISMO EN EL SEXENIO ABSOLUTISTA (1814-1819) .................................................................................................................. 133

1. El regreso del rey ......................................................................................... 1342. La abolición del tributo ................................................................................ 1413. Contra las corporaciones gremiales .............................................................. 1454. ¿Y los señoríos?: el «Estado y Marquesado del Valle» .................................. 148

CAPÍTULO 8. LAS ARMAS DE LA NACIÓN: LA MILICIA CÍVICA (1810-1835) .................................................................................................................. 153

1. Milicia nacional versus milicia cívica ............................................................ 1532. Águilas, nopales y... cívicos .......................................................................... 1553. Ejército y milicia cívica ................................................................................ 1564. La radicalización de las milicias ................................................................... 1585. De ciudadanos armados a soldados de la nación .......................................... 161

CAPÍTULO 9. LA REVOLUCIÓN FISCAL: LAS CONTRIBUCIONES DIREC-TAS (1810-1835) ............................................................................................... 165

1. La costumbre de pagar gabelas progresivas: la guerra de independencia (1810-1821) ................................................................................................ 166

2. Proporcionalidad impositiva: todos deben contribuir ¿de acuerdo con sus haberes? ....................................................................................................... 170

3. La igualdad fiscal: las directas se van a las regiones ..................................... 1754. Uniformidad impositiva: contribución directa y federalismo ........................ 1835. Consenso obligado: clases dominantes regionales y contribuciones directas

(1830-1835) ................................................................................................ 188

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ÍNDICE 11

Pág.

CAPÍTULO 10. EL FEDERALISO REVOLUCIONARIO (1820-1835) ................ 193

1. La revolución municipal, las milicias y la reforma fiscal ............................... 1952. El liberalismo se modera (1829-1835) ......................................................... 2003. La consumación de la revolución: la construcción de un Estado federal ....... 2034. Representación restringida, ayuntamientos vigilados pero contribuyentes

universales ................................................................................................... 206

ARCHIVOS Y BIBLIOGRAFÍA .............................................................................. 213

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INTRODUCCIÓNDE GUERRAS Y TEMPESTADES

Los orígenes, la construcción y el triunfo del Estado-nación han sido objetos de estudio, análisis y debates constantes. En las ciencias sociales, son especial-mente controvertidas su periodización y sus rupturas revolucionarias, y también, por supuesto, sus continuidades y permanencias. El interés que suscita no se ha limitado a la academia, sino que se ha extendido, rápidamente, a la ideología, la política y la economía. De ahí que se considere uno de los grandes temas del presente.

El proceso de construcción del Estado-nación fue toda una constante que abarcó a un amplio espectro de países desde la segunda mitad del siglo  Xviii hasta principios del XX, al menos en lo que después será conocido como el mun-do occidental. El liberalismo fue la ideología política, cultural y económica que presidió el triunfo de la nación. De era, época o siglo del liberalismo fue califi-cado el periodo que transcurrió desde 1789 hasta, al menos, 1914. Pero no todo fueron interpretaciones revolucionarias. Hubo quien ponderó más la resistencia al cambio que la importancia de este, como Arno Mayer, quien vio en esta época una larga «persistencia» del Antiguo Régimen más que triunfos revolucionarios.

Es más que pertinente insistir en que en Hispanoamérica este paso del Anti-guo Régimen a la construcción de los Estados-nación se produjo en poco tiempo: veinte años, desde 1808 hasta, aproximadamente, 1830. Y, sin embargo, siste-máticamente se sitúa el triunfo del liberalismo en Europa y se omite en América Latina. La pregunta es pertinente: ¿por qué esta ausencia historiográfica? El pre-sente libro intenta abordar esta cuestión desde el caso mexicano.

También es sabido que durante muchos años —diríamos que ciento cin-cuenta—, para Hispanoamérica este proceso revolucionario liberal se vinculó estrechamente, se confundió, mejor dicho, con las independencias de los países hispanoamericanos de la monarquía española. Así, en el paso a un Estado-nación se puso el foco en el hecho insurgente más que en el revolucionario, entendido este como un cambio no solo político, sino también social. Costó mucho tiem-po apellidar a esta revolución en términos políticos y económicos como liberal, al igual que las europeas. En Hispanoamérica, a la «revolución» se le apellidó «independencia», omitiendo con ello su carácter social y resaltando su vertiente

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política anticolonial. El resultado fue una confusión, una mistificación del con-cepto. Ni siquiera, como en Francia, se le apellidó por su carácter «nacional» —Revolución francesa—. Ninguna de ellas, tuvo ese rol: revolución argentina, revolución chilena o revolución colombiana... Y, para el caso de México, se tuvo que esperar cien años. Si habláramos hoy de «Revolución mexicana» para el pro-ceso revolucionario comenzado en 1810, no encontraríamos interlocutores... es-tarían pensando en otro siglo... Hubo, insistimos, una notable omisión, desde sus orígenes, en calificar estos procesos no como revolucionarios —que se hizo—, sino de liberales. Explicar las razones de esta omisión es uno de los objetivos que se propone este estudio.

Los procesos insurgentes en Hispanoamérica mantuvieron diferentes ritmos. Los dos virreinatos más potentes económicamente para el rey, los dos más an-tiguos, más poblados, tuvieron un proceso más largo de independencia, coinci-dente ambos en 1821. En ese año se proclamó la «independencia de México». Pero ¿también fue el inicio de su revolución? Qué duda cabe, por las razones que sabemos, que calificar el año 1821 mexicano como el inicio de una revo-lución quedaría quizá como una provocación, quizá como una diatriba... y, sin embargo —al menos según planteamos en este libro—, se empezó a consumar. Pero también es importante plantear otras preguntas: ¿cuándo terminó, qué se transformó, qué quedó como supervivencias coloniales, quién se benefició, quién quedó relegado como fuerzas sociales y por qué, y, sobre todo, cómo evolucionó esa revolución, cuál fue su periodización?

Durante el siglo XiX, en estos relatos y crónicas de los actores coetáneos, inde-pendencia y revolución convivieron, se coaligaron y pusieron nombre y apellido a un tiempo nuevo. Para la historia tradicional no hubo conflicto, ni historiográfico ni político ni social, en calificar de revolucionarios a los Padres de la Patria, sus gestas, sus escritos, decretos, constituciones... Pero la resistencia fue mayúscula si se afirmaba que la independencia había estado acompañada por una revolución liberal. En el capítulo primero identificamos varias razones que pueden explicar que no se definieran como revolucionarios los años posteriores a 1821. Desde el punto de vista político, la Revolución mexicana, en bloque, afectó a la conside-ración de otros cambios en la historia mexicana, especialmente la independencia como revolución. A este factor le dedicamos una parte importante del primer capítulo. Y desde el plano político internacional, la Revolución cubana irradió un modelo presentista latinoamericano de revolución. Ambas coyunturas hicieron que el término liberal quedara marcado no solo política y económicamente, sino también históricamente.

Desde la vertiente historiográfica, por otra parte, la monolítica historia polí-tica resistió muy mal la llegada de nuevas propuestas de análisis sociales y econó-micos, buena parte de ellos introducidos desde las ciencias sociales. Ni qué decir tiene que el valor de la independencia como un proceso de cambio se puso en discusión, en entredicho. Las estatuas se empezaron a caer de sus pedestales. Se instaló una conciencia, especialmente entre los sectores de izquierda y progresis-tas, de que las independencias de los países hispanoamericanos exclusivamente habían forjado cambios políticos, cuando mucho, dado que las prácticas de An-tiguo régimen y la desigualdad social, racial y étnica en México y, por extensión,

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en América Latina eran notables. Tras la independencia no cambió nada, fue la rotunda conclusión. Por supuesto que la Teoría de la Dependencia —que permeó todas las ciencias sociales— contribuyó a esta visión.

Se instaló, en especial desde los años sesenta, un credo. La «herencia colonial española» era la responsable de trasladar un capitalismo comercial que sentó las bases económicas del subdesarrollo. Así, extendiendo las propuestas de cierto marxismo —en especial de Paul Sweezy sobre el desarrollo del capitalismo—, el capitalismo comercial en la colonia fue el responsable directo de la dependencia económica y del tercermundismo de América Latina. Con ello, el liberalismo quedó marcado. Esta tesis fue abrazada por muchos científicos sociales formados en el dependentismo. Y arrasaron. A ellos se unió un rabioso presentismo —la realidad latinoamericana— y las corrientes indigenistas que insistían en presen-tar la cuestión indígena como un problema que la independencia no solo no había solucionado, sino que se había agravado al desposeer de las tierras de comunidad a los indígenas mediante leyes «liberales». Fue cierto.

Sin duda, el contexto de las décadas de 1960 y 1970 se enmarcaba en el debate internacional sobre los procesos de descolonización de África y Asia, del sistema de bloques, de la Guerra Fría, de la compartimentación en «Mundos» de los países mediante un sistema de medición econométrico —por supuesto, a América Latina se la situó junto a África y Asia en el Tercer Mundo— y en donde el término liberalismo aunó toda una carga peyorativa difícil de levantar. Casi hasta hoy.

El tema central de discusión sobre la descolonización, en especial por el cre-cimiento del marxismo en las universidades latinoamericanas en los años sesenta, se extendió a la comparación de las revoluciones. En este sentido, fue particu-larmente importante la tesis que engendraron Palmer y Godechot al enunciar las «revoluciones atlánticas» y proponer que la independencia de los Estados Unidos y la Revolución francesa habían sido los modelos para los demás países. Ello no solo generó una historia de «fracasos» por intentar alcanzar o seguir los modelos, en especial el francés jacobino, sino también de imitaciones. De este modo, no solo las independencias hispanoamericanas se explicaban por la influencia de la Ilustración —anglo y francesa—, sino por el impacto e influencia de la indepen-dencia de los Estados Unidos y de la Revolución francesa.

No obstante, desde los años noventa, pero en particular desde principios de este siglo, la historiografía mexicana y mexicanista ha cambiado notablemente. De ello damos cuenta en el capítulo 2.

Los capítulos reunidos en este libro, publicados a lo largo de veinte años y ahora editados con amplias modificaciones y revisiones para darles unidad como estudio y tomar en cuenta la amplísima historiografía publicada en el mismo periodo acerca del liberalismo de la primera mitad del siglo XiX, muestran los supuestos, consideraciones y tópicos que han marcado y guiado nuestro trabajo conjunto, en común 1.

1 «La jerarquía subvertida. Ciudades y villas en la Intendencia de Guanajuato, 1787-1820», en Marta terán y José Antonio serrano ortega (eds.; 2002); «Cadiz Liberalism and Taxes: The contribu-

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De esta forma, la tesis central de este libro es que la puesta en marcha del liberalismo gaditano en México provocó cambios revolucionarios que se materia-lizaron en la coyuntura revolucionaria desde 1821 hasta 1835, a la cual dedica-mos los tres últimos capítulos. Sabemos que esta premisa se encontró antaño con determinadas problemáticas además de las reseñadas. Así, durante décadas el estudio del liberalismo doceañista correspondió a la propuesta de sectores hispa-nófilos, conservadores y católicos adheridos, en la mayor parte de las ocasiones, a la historia del derecho, lo cual le granjeó una determinada etiqueta apriorística. La segunda cuestión es que fue difícil digerir, y llevó tiempo, la tesis de que la fundación del Estado mexicano se había producido por el legado de unas Cortes «españolas» y de una Constitución doceañista «española».

No obstante, para llegar a esta conclusión hemos tenido que rastrear el proce-so de descomposición y quiebra de la monarquía absoluta desde el último tercio del siglo Xviii, cuyo balance y perspectiva hemos plasmado en los capítulos 3 y 4. Los capítulos 5 y 6 están dedicados a considerar el legado del liberalismo gadita-no desde la premisa del estudio de la Constitución de 1812 como elemento clave de confrontación con el rey en lo que respecta a los territorios americanos y a dilucidar los elementos clave de la cuestión del poder local y sus orígenes para en-tender su importancia posterior en el caso mexicano. Por último, en el capítulo 7 se analizan las contradicciones que supuso para las autoridades novohispanas suprimir una eficiente legislación gaditana en pleno sexenio absolutista.

Tres premisas han concentrado y guiado nuestros intereses de investigación. No las presentamos en orden jerárquico puesto que todas forman parte de una estrategia de transformaciones profundas plasmadas en la legislación gaditana. La primera es que el Estado-nación de México va a plantearse con parámetros singulares y diferenciados de otros Estados-nación europeos surgidos en el perio-do histórico de la «era de las revoluciones». Su singularidad fundamental consis-tió en que, desde las Cortes de Cádiz, la Nueva España fue integrada en igualdad de derechos políticos y de representación a los territorios y habitantes de la «Na-ción española». Durante al menos los periodos de 1808 a 1814 y de 1820 a 1821 los decretos y la Constitución fueron similares tanto para Nueva España como para España. Es fundamental no olvidar esta circunstancia histórica en el análisis

ciones directas in Mexico, 1810-1835», en Jaime E. rodríguez O. (ed.; 2005); «Entre bayonetas y águilas. La milicia cívica en México, 1810-1835», en Brian connaugthon (ed.; 2010); «Guerra, revolución y liberalismo en México, 1808-1835», en Ivana frasquet (ed.; 2006); «La revolución municipal, 1810-1823», en Juan ortiz escaMilla y José Antonio serrano ortega (eds.; 2007); Manuel chust calero y José Antonio serrano ortega (eds.; 2007), Debates sobre las independencias iberoamericanas; «Nueva España versus México: historiografía y propuesta de discusión sobre la independencia y el liberalismo español», Revista Complutense de Historia de América, vol. 33 (2007): 15-33; «El ocaso de la monarquía: conflictos, guerra y liberalismo en Nueva España, Veracruz, 1750-1820», Ayer. Revista de Historia Contemporánea, núm. 74 (2009): 23-47; «El liberalismo doceañista en el punto de mira: entre máscaras y rostros», Revista de Indias, núm. 242, enero-abril (2008): 39-66; «Adiós a Cádiz: el liberalismo, el doceañismo y la revolución en México, 1820-1835», en Jaime E. rodríguez (coord.; 2008); «Entre bayonetas y águilas. La milicia cívica en México, 1810-1835», en Brian connaugthon (2010); «Deshaciendo el consenso. La historiografía sobre el proceso de independencia de la Nueva España, 1953-1997», Mexican Studies-Estudios Mexicanos, vol. 29, núm. 1, winter (2013): 120-148; «Las herencias ilustradas y gaditanas en tiempos del absolutismo. Nueva España, 1814-1819», en José Antonio serrano ortega (coord.; 2014).

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de la construcción y surgimiento de los Estados-nación de España y de México, ya que ambas estructuras estatales se crearon a partir de similares instituciones, como sucedió con la milicia nacional.

La segunda premisa es que el Estado liberal doceañista se comenzó a cons-truir inmerso en una compleja y problemática coyuntura bélica. Es fundamental relacionar el liberalismo doceañista con la guerra de independencia. La lucha entre insurgentes y realistas alentó en la Nueva España la puesta en práctica de varios de los principios centrales de la Constitución de 1812, como la creación y multiplicación de ayuntamientos, el funcionamiento de las diputaciones pro-vinciales, los procesos electorales, la igualdad impositiva, las elecciones de los oficiales por los milicianos, entre otros temas. Incluso durante el sexenio abso-lutista, las autoridades virreinales novohispanas retomaron y apoyaron varios de los principios de las «proscritas Cortes» con el fin de enfrentar a los insurgentes. La guerra y el liberalismo gaditano se entrelazaron y, con ello, minaron aún más algunas de las estructuras fundamentales del Antiguo Régimen en la Nueva Es-paña.

Ambas circunstancias históricas, la caracterización hispana del Estado liberal doceañista y su coyuntura bélica, implicaron toda una reestructuración del poder local, de las fuerzas armadas —especialmente en la milicia cívica—, del sistema fiscal y de los procesos electorales.

El doceañismo y la guerra marcaron y potenciaron otro de los cambios en la construcción del Estado-nación de México: el sistema político federal. La terce-ra premisa es que el federalismo mexicano fue revolucionario. Recordemos que los liberales peninsulares doceañistas tenían en mente un sistema centralista. En cambio, el federalismo mexicano, heredero del liberalismo gaditano y no del de los Estados Unidos, fue un sistema revolucionario por los cambios producidos en las relaciones entre las clases dominantes políticas y económicas nacionales y de las regiones. La Constitución federalista de 1824 limitó considerablemente los poderes del gobierno nacional en materia fiscal, militar, económica y administra-tiva. En contraste, las autoridades de los estados, es decir, los congresos, el gober-nador y los ayuntamientos, fueron las instituciones que recibieron y ejercieron las antiguas atribuciones que antes ejercía el gobierno virreinal y las autoridades del Imperio mexicano. Se puede asegurar que fueron los gobiernos estatales y no el gobierno nacional los que marcaron el funcionamiento de la Primera República Federal. No fue desde el gobierno asentado en la ciudad de México, sino desde las alianzas, los enfrentamientos y los acuerdos a que llegaron las clases domi-nantes políticas y económicas estatales, como se marcó el rumbo de la república mexicana.

En la historiografía sobre la primera mitad del siglo  XiX, se sostiene cada vez menos que en la conformación del sistema federal se vieron inmiscuidos, sobre todo, las regiones y el gobierno central. En cambio, en los capítulos 9 y 10, argumentamos que para explicar la conformación del orden político posinde-pendiente a nivel regional y nacional es necesario conceder igual importancia a los resultados de las negociaciones de los actores políticos al interior de cada una de las entidades federativas. Las pugnas y alianzas entre los grupos políticos

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regionales (clases dominantes, sectores medios y, por supuesto, los grupos po-pulares) determinaron la postura que adoptaron las autoridades estatales ante el federalismo y frente a los proyectos debatidos a nivel nacional sobre la organi-zación fiscal, militar y electoral de la república mexicana. En la década de 1820, las clases dominantes regionales apoyaron un sistema de participación popular amplio. Pero este apoyo se convirtió en franco rechazo a un liberalismo radical. En los años treinta, las clases dominantes se empeñaron en frenar los avances del liberalismo doceañista al moderar la participación popular en ayuntamientos, milicias cívicas, procesos electorales y abandonar las contribuciones directas pro-porcionales a la riqueza.

Así, triunfante el Estado-nación mexicano desde el federalismo democratiza-dor, se dieron los pasos para un moderantismo que actuó restringiendo la parti-cipación popular en los ayuntamientos, suprimiendo la milicia para militarizarla e imponiendo un sistema electoral censitario. Y la moderación llevó a acabar con el federalismo en cuanto sistema casi democrático, por lo que el recurso a la centralización devino en un control por parte del Estado de las vertientes nodales que se les escapaban a las clases dominantes, tanto regionales como nacionales.

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CAPÍTULO 1EL SIGLO XX VISITA, CON VERGÜENZA,

AL LIBERALISMO DE LA PRIMERA MITAD DEL XIX

Durante gran parte del siglo XX, la revolución liberal en América Latina se convirtió en una categoría peyorativa 1. Los estudiosos de las ciencias sociales consideraban que los saldos históricos del liberalismo decimonónico presentes en el siglo XX eran fracasos, traiciones, injusticias y estrategias políticas incorrectas. El liberalismo era y seguía siendo el fundamento del capitalismo responsable del subdesarrollo de América Latina, que había ocasionado la formación de Estados nacionales represivos, poco dados a desarrollar políticas públicas favorables a la inmensa mayoría de la población, y que había atentado contra el bienestar de las clases populares, en particular de los pueblos indígenas. La conclusión fue pal-maria: los frutos del liberalismo estaban podridos. Las razones históricas dejaron paso, quizá demasiado rápido, a conclusiones del presente. Y más si cabe se afir-mó este apriorismo después del triunfo de la Revolución cubana, que se convirtió en el modelo revolucionario a seguir en el futuro. Lo demás, el liberalismo, eran las ruinas de la historia. Un pasado que más valía olvidar.

En el caso de México, hubo un factor específico, muy poderoso, que marcó de manera muy notable la «visión» sobre su siglo XiX. Ese factor poderosísimo se llamó Revolución mexicana. Tal vez deberíamos escribir el artículo LA en letras mayús-culas, puesto que, durante muchas décadas, para un amplio espectro de las ciencias sociales y humanas, la Revolución mexicana se contempló como el estereotipo de la «verdadera» revolución en la historia de México 2. Se trasladó y fundó un «modelo» de revolución. Fue «La» Revolución dado que se produjeron verdaderos cambios en el sistema económico y en la estructura del Estado que, reforzado tras ella, se

1 Este es uno de los planteamientos centrales de la teoría de la dependencia. Entre los libros que alcanzaron trascendencia, mencionamos el de Stanley stein y Bárbara stein (1984). Para una crítica de esta teoría con tanto arraigo en la comunidad académica latinoamericana y latinoamericanista en los años sesenta, setenta y parte de los ochenta, consúltese Robert PackenhaM (1992).

2 Las reflexiones historiográficas sobre la Revolución mexicana son numerosas. Aquí solo cita-mos las que nos han sido de especial relevancia: Guillermo Palacios (1969); David Bailey (1978); Jean Meyer (1986); Romana falcón (1987); Javier garciadiego (1990); Alan knight (1992); Álvaro Matute (1997 y 2005); Javier rico Moreno (2000); Luis Barrón (2004), y Claudio de Jesús vadillo lóPez (2016).

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convirtió en un Estado nacional. Se trató de una revolución en el amplio sentido del concepto porque estableció incuestionables logros sociales, fue producto de movili-zaciones político-económicas de las clases populares y alcanzó magnitudes colosales de cambios internos y repercusiones internacionales. Sin duda, hasta la década de 1990, la Revolución mexicana fue el acontecimiento histórico que más influyó en México, con dimensiones equiparables a lo que significó la Revolución francesa para Francia hasta, al menos, también la misma década del siglo XX.

Desde el mirador de la Revolución mexicana se interpretó y analizó un Ocho-cientos donde prevalecerían las características de un pasado presidido por la «anarquía» tras el desmoronamiento del «orden» colonial, por golpes de Estado incesantes, por la debilidad o inexistencia del Estado, por guerras intestinas, por enfrentamientos fratricidas de falsos liberales y de liberales falsos, de caudillos, de «caudillotes», un siglo de «espadones», etc. El siglo XiX se interpretó también desde un pasado colonial cartesiano, burocratizado, sistematizado y con elemen-tos vertebradores y de unión como la corona, la monarquía y el catolicismo. Es más, se interpretó como si el Antiguo Régimen no hubiera sufrido también una evolución, un desgaste y un agotamiento desde el siglo Xvi hasta el XiX. La etapa decimonónica estuvo culminada con otro periodo de restablecimiento del «or-den», del «progreso» y de la «paz»: el Porfiriato 3.

Bajo este «prisma revolucionario» de la Revolución mexicana, a partir de la década de 1930 se examinaron otros procesos históricos, otras situaciones revolucionarias acontecidas en el siglo XiX. Desde la atalaya de la «verdadera» re-volución en México, se establecieron las características que tendría que cumplir una revolución para ser considerada como tal. Es decir, se consolidó un «modelo» revolucionario en las ciencias sociales y humanas mexicanas que además permeó la sociedad, la política y la cultura en términos amplios y generales. La conclu-sión es que, desde esta perspectiva, se sometió a una dura prueba anacrónica al siglo XiX. El resultado durante muchas décadas fue que, hasta el Porfiriato, el siglo XiX se consideró no solo un «caos» incomprensible, sino también décadas de invertebración del Estado, un mosaico de atomización del poder que explicaba el caudillismo y nada más, puesto que se acababa desterrando cualquier propuesta de analizar un periodo de cambio revolucionario que palidecía ante los estudios y conclusiones producidos por la Revolución mexicana. Corrobora lo expresado el hecho de que el periodo de Benito Juárez, también revolucionario en muchos aspectos, fuera calificado de «la Reforma», ya que no llegaba a alcanzar los pa-rámetros verdaderamente revolucionarios de 1910. Cada vez más, la Revolución mexicana pasó a ser un proceso histórico que no solo irradiaba hacia el presente político, sino que además oscurecía el pasado decimonónico al convertirse en un arquetipo revolucionario excluyente y hegemónico.

En definitiva, para gran parte de la historiografía mexicana hasta los años ochenta, en 1910 se alcanzó el triunfo revolucionario «verdadero» y, por tanto, no hubo «otra» revolución.

3 Sobre el desarrollo de la historiografía del siglo XX acerca de la Reforma y del Porfiriato, consúl-tense los artículos publicados en María luna argudín y María José rhi sausi (coords.; 2015).

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Además, a muchos historiadores, nacionales o extranjeros, el siglo  XiX les parecía —y como tal lo interpretaron— una prolongación de la época colonial, donde se podían apreciar las enormes continuidades del colonialismo español enquistadas en un Estado débil, pusilánime, que decía ser liberal pero que en realidad no era más que la continuidad de la época tardocolonial que mantenía a la mayor parte de la población —sobre todo se hacía hincapié en la vertiente étnica y racial— en la más absoluta pobreza, degradación y exclusión. Incluso agravando su situación socioeconómica, dado que a las comunidades indígenas se les había arrebatado sus tierras en «desalmadas» desamortizaciones liberales que transformaban las tierras de comunidad en propiedad privada. Y no solo para México: en Europa también se instaló esta interpretación respecto a los campesinos (Mayer, 1984).

Partiendo de estos parámetros interpretativos, la insurgencia de Hidalgo y Morelos se analizó desde una caracterización revolucionaria popular, pero tam-bién desde la asunción del fracaso debido especialmente a la «traición» por parte de los criollos contra la vertiente marcadamente popular y étnica de la insurgen-cia. Porque ¿qué otra revolución sino la de 1910 había triunfado en la historia mexicana? La Revolución mexicana se interpretó como el verdadero final de la colonia, la verdadera y definitiva ruptura con las raíces coloniales y poscolonia-les, de las cuales el Porfiriato era su última y más refinada expresión. Es más, el propio François-Xavier Guerra realizó su tesis de doctorado interpretando el final del Antiguo Régimen en el Porfiriato y analizando... la Revolución mexicana (guerra, 1988).

El liberalismo de gran parte del Ochocientos quedó a la altura de la década de 1830 como un proyecto político fracasado, desprestigiado, antipopular, propio de una elite con perspectivas y sueños «europeos» y no mexicanos, a diferencia de la que era la Revolución, que consolidaba cada vez más un apellido nacional —mexicana—, institucionalizando un nacionalismo revolucionario.

La Revolución —repetimos—, desde la perspectiva de interpretación políti-ca, historiográfica e histórica, incluyó y amalgamó a casi toda la izquierda mexi-cana, hasta el punto de que el Partido Comunista Mexicano estuvo apoyando la política del PRM-PRI hasta la década de 1950 (carr, 1966). En síntesis, buena parte de la historiografía progresista mexicana sostuvo, y así se interpretó, una concepción peyorativa del «liberalismo» como «algo» —teoría, ideología, Esta-do— que había creado la propiedad privada, mantenido la hegemonía de la gran propiedad, arrebatando o «robándoles» las tierras a las comunidades indígenas, manipulando, traicionando y engañando a la población, consolidando un carác-ter anti-indígena y evidenciando un sistema no democrático, alienado y aliado con el imperialismo estadounidense. Esta interpretación del liberalismo convivió paralela a otras de diferentes procedencias, como la católica-jurídica, la Historia Patria, la indigenista o la dependentista.

En suma, se trató de unas perspectivas historiográficas que fueron permea-das por el nacionalismo, la Revolución mexicana y el fracaso del liberalismo decimonónico. Desde esta perspectiva, la insurgencia mexicana se analizó como el antecedente revolucionario «verdadero» porque mantenía unas características

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—diferentes a la mayor parte de la insurgencia hispanoamericana— de moviliza-ción popular, con altos componentes étnicos y raciales. Es más, a diferencia de Suramérica, las clases populares en México no solo no se habían unido a los rea-listas, sino que habían encabezado y movilizado la insurgencia contra la «opre-sión» del régimen colonial español, incluyendo valores revolucionarios como la justicia social, la ocupación y reparto de tierras, la abolición de la esclavitud, etc. En la insurgencia de Hidalgo y Morelos se vieron los principios de un movimien-to de liberación nacional, como los acontecidos en los años cincuenta y sesenta en América Latina, un continente aún «semicolonial», pero también en África y Asia, los otros continentes netamente coloniales.

1. CRISIS DEL PARADIGMA: REVOLUCIÓN MEXICANA Y REINTERPRETACIÓN DEL LIBERALISMO DECIMONÓNICO

Estas interpretaciones del liberalismo de la primera mitad del siglo XiX co-menzaron a cambiar a mediados de los años cincuenta. En 1955 Nettie Lee Benson publicó su estudio sobre el federalismo mexicano y sus orígenes gadita-nos, demostrando el entronque común entre el doceañismo y el Estado federal a partir, especialmente, de las diputaciones provinciales. Benson se anticipó a su época treinta años al menos. Su estudio abrió un nuevo frente que se creía cerrado al mantener una premisa innovadora: el liberalismo podía haber te-nido en la primera mitad del siglo  XiX, durante momentos coyunturales, una capacidad importante de cambio. Dicho cambio había provocado, bien desde el evolucionismo, bien desde las transformaciones, la ruptura cualitativa con el Antiguo Régimen, que devino en un nuevo Estado, el federal. La diferencia no-toria en estos planteamientos es que Benson sostenía que estas transformaciones se habían producido mediante instituciones y procesos electorales creados en las Cortes de Cádiz, que de «españolas» pasaban a su concepción de «hispanas» y en donde los diputados novohispanos tuvieron una participación muy importan-te, presentando unas propuestas que trascendían los decretos y los artículos de la Constitución. Además, fueron capaces incluso en los años veinte de estable-cerlos en el México independiente, al menos hasta 1826, con la creación de las constituciones de los estados.

Charles Hale fue otro de los clásicos historiadores que planteó una de las novedosas vías de reinterpretación de la independencia y de los años siguientes, acerca del «liberalismo» y de los periodos liberales como fases de la historia, desacralizando sus anatemas posrevolucionarios. Su propuesta afinada y signi-ficativa fue el liberalismo de José María Luis Mora, un liberalismo crítico con el Antiguo Régimen, que primaba el Estado frente al individuo, antagónico con el corporativismo e, incluso, con signos de laicismo (hale, 1972).

Sin embargo, los libros de Benson y Hale no lograron llamar la atención de los historiadores del siglo XiX acerca de lo oportuno y deseable que era estudiar el liberalismo antes de la Reforma 4. En cambio, a partir de la década de 1980, debi-

4 Sobre los análisis historiográficos del liberalismo de la primera mitad del siglo XiX, véanse Char-les hale (1963, 1974 y 2010); Jaime E. rodríguez (1990); Josefina Zoraida vázquez (coord.; 1999);

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do a varios acontecimientos, entre los que apuntamos en primer lugar los relacio-nados con la suerte del paradigma «Revolución mexicana», el estudio del libera-lismo cobró relevancia. Tres hechos trascendentales en la historia de México y en la historia universal cambiaron el rumbo en la perspectiva de las interpretaciones de la Revolución mexicana y, de este modo, de los orígenes del Estado-nación mexicano. En primer lugar, el cuestionamiento de los logros de la revolución de 1910. En la década de 1940, Daniel Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog 5, entre algunos otros más, escribieron de manera crítica sobre el sentido histórico de 1910, llegando a cuestionar si la revolución había muerto. Fue en este contexto —o, mejor dicho, alimentado por este contexto intelectual— cuando Cosío Ville-gas estableció el seminario de Historia Moderna de México y publicó, en 1955, el primer volumen sobre la Reforma liberal de Juárez. Cosío rescató el liberalismo, pero no el de la primera mitad del siglo XiX, sino el de Benito Juárez. Y además con una raigambre modernizadora que hizo fracasar el Porfiriato y, atención, la propia Revolución mexicana. Es obvio que los tiempos historiográficos en estos años sesenta estaban cambiando. Juárez y su «liberalismo» fueron rescatados frente no solo el porfirismo, sino también frente a la Revolución mexicana.

Y si en las décadas de los cuarenta y cincuenta los intelectuales se pregunta-ban si la Revolución mexicana había muerto, después de 1968, después de la ma-tanza de Tlatelolco, el acta de defunción fue expedida y «gritada». La Revolución «institucionalizada» era cuestionada por autoritaria, antidemocrática y, además por entonces, represiva. El año 1968 significó, en ese sentido, un cuestionamien-to general del PRI, de los logros de la Revolución, de la institucionalización de la Revolución... Esta cesura también se evidenció en las casi primeras críticas por parte de intelectuales prestigiosos como Octavio Paz y Enrique Krauze.

Asimismo, el panorama mundial de la izquierda, en especial la latinoameri-cana, también estaba cambiando. Hubo una revolución a fines de los años cin-cuenta que sacudió al mundo y, especialmente, a América Latina: la Revolución cubana, una revolución socialista. Pero diez años después, a fines de los sesenta, lejos de desmoronarse, como esperaba «occidente», se consolidaba y «exportaba» su modelo: el foquismo guevarista. Esta revolución repercutió en la historiografía mexicana, en particular sobre el México posterior a 1910. A partir de 1960, la Revolución cubana se convirtió en el paradigma de investigación y en la bandera política de la inmensa mayoría de los intelectuales de izquierda.

Fue inevitable que los historiadores y los científicos sociales de la Revolución mexicana la compararan, explícita o implícitamente, con la caribeña. Y en la comparación, la mexicana quedaba en desventaja. Los llamados historiadores revisionistas —es decir, la generación pos-Cuba y pos-68— la estudiaron con ojos críticos, buscando debilidades que encontraron con rapidez. De la «primera re-volución social del siglo XX» pasó a ser «la gran rebelión», según Ramón Eduardo Ruiz (1984); la «Revolución interrumpida», en palabras de Adolfo Gilly (1971),

Mirian galante (2004); Roberto Breña (2006, 2008 y 2009); Guillermo Palacios (coord.; 2007), y José Antonio aguilar rivera (2010 y 2011).

5 Los textos de Daniel cosío villegas y de Jesús silva herzog están recogidos en Stanley ross (ed.; 1972).

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o una «Revolución burguesa», al entender de Arnaldo Córdova (1977). Los cues-tionamientos de los historiadores revisionistas hicieron tambalear el paradigma de la Revolución mexicana, es decir, el eje articulador de la historia moderna y contemporánea de México.

Sin duda, el «deslave» del paradigma de la Revolución mexicana fue im-portante, y también el cuestionamiento de la Revolución cubana en la década de 1990. Los noventa no se describen y definen por el impacto revolucionario socialista de «Cuba», sino por todo lo contrario: la caída del Muro de Berlín, el derrumbe del sistema socialista en Europa y sus repercusiones en el mundo. Y en este cambio, el liberalismo empezó a resurgir como propuesta viable de futuro, a la cual no fue ajena la historiografía. En el caso de México, los intelectuales de iz-quierda comenzaron a mostrar interés por las instituciones liberales ante la caída del Muro y, evidentemente, todo estaba en relación con las elecciones de 1988, con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Un ejemplo al respecto: la revista Memoria. Revista de política y cultura, dirigida por Arnoldo Martínez Verdugo, líder histórico del extinto Partido Comunista Mexicano y dirigente de los partidos Socialista Unificado de México y Mexicano Socialista, se convirtió, después de 1988, en un foro donde se discutió la importancia del apoyo a las instituciones democráticas, la importancia de las elecciones y del voto, la representación par-lamentaria e, incluso, la relación entre el liberalismo y el pensamiento socialista (illades, 2012).

Los noventa en México también fueron los años del Tratado de Libre Co-mercio (TLC), de la rebelión de Chiapas y del subcomandante Marcos, del crac económico y del «liberalismo social» de Carlos Salinas. El cóctel fue explosivo. Y también fue significativa, y actuó como termómetro, la reedición, en 1994, de un libro que había quedado medio enterrado y pasado casi desapercibido como explicación de los años cruciales de gestación del Estado-nación mexicano: el mencionado y ya citado de Nettie Lee Benson. Es notable cómo a partir de esta reedición el tema del liberalismo gaditano se hizo ubicuo, poniendo fin además a una tesis central, monolítica, acerca del mimetismo del primer federalismo mexicano con el estadounidense. Pero los «ecos» de la tesis de Benson fueron mucho más allá. Los estudios sobre el origen hispano del México decimonóni-co empezaron no solo a proliferar, sino también a tener resonancia en sectores muy dispares de la historiografía mexicana. Los análisis sobre la construcción del Estado-nación mexicano considerando el liberalismo gaditano abarcaron desde las propuestas jurídicas continuadoras de la tradición jurídica-conservadora y católica de José Barragán (1978), José Luis Soberanes (1992) y Manuel Ferrer Muñoz (1993), hasta los estudios de Brian Hamnett (1978), Jaime E. Rodríguez (1980), Christon Archer 6 (1980) y Virginia Guedea (1992 y 1994), en los cuales la insurgencia novohispana está puesta en relación con las propuestas gaditanas, tanto en la península como en Nueva España, desde el punto de vista electoral, constitucional, armado y parlamentario.

6 Sus principales artículos aparecerán recogidos en Christon archer (en prensa), La mordida de la Hidra. Ejército y guerra de independencia en México, Zamora, El Colegio de Michoacán.