Colección Seguido de La Avaricia [Gérard Wajcman]

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GÉR RD W JCM N

Colección

segui o e

La avaricia

M N NTI L

Buenos ires

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Ti1Wo

onauuk

o / J ~ n r o . wil i L a 1 1 n i < ~

Nous

CNom,1 9

TRADUCCIÓN, RENE AGOFF

W;ij,111an,

Gér1.rd

Cole,ción cguido de avaricia . • 1 t cd

•BucnOJ

J\irts : 1\1anarni.al,

1010.

112

p.¡ 2lx

14 c-11

1.

l\flN 971·987·500·147-3

l,

~ l d ) J n ; 1 l i \ 1 , , J.

Ti1u)o

:llll lS0.19S

ll«ho d ckp6sito Ql:C m.Jm. l 1: ky 11.7.U

l m p ~ c:n la Atgmrin.J

O 2010,

de

la tr-;1.duttión de b ~ i c i ó n

en QSlcll-l1no,

Edicio

ne

s M;ina.nti:tl

SRI.

Avda, de:

Mayo 36 ,

6

piso

(103$J

8uc:nos Aire$, Argnrin:a

·r i

fH-

1

•383-735014J83-60S9

in(offtm.Jnan1i11 l.c<>m.ar

wi,1,•w

.c1n.an.antial.corn.2r

Derechos rcscn•ados

Prohibida

l.1

N prod1Kcl6n pard.al o total, d 4Jm2o:n.amicn10, ti aJqu1l<r, la 1rans·

misión

o la triirulormac16n

de

~ t e libro, t:ll cu.alquicr forma o por rualqu.rt

m r d J ~

.ca

ckctr6n1CO

o mcúnico, mcdi.tntc-

forOC'Opi.as., d¡pt1 liuci0n

u 01rot

mftOdos., ' ' t i ptrmdo pttvio

csaito

del cditoc. Su

infn«ión

a;rj

pmada por

l s ~

11.71) lS.446.

Índice

La col

ec

.ci6n ................................... ......................... . 9

La avaricia ...............................................................

71

Noras .......................... ............................................ . 105

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nlgl  1os años un alma inspirada me invitó a po1cr

ll

ejercicio

l1n

'psicoanálisis

de la

colección».

So11aba raro

.  oído;

si

el propósiro

era

engrosar el diván, se habría espe·

r.tdo más bien tina fórmula ripo •psicoanálisis del colee·

l ionlsta11o. Pero no. Jg11oro

lo que

esra alma tenía

en

mente

pero

una

v

aligerado el

convite

de

su ambición

excesiva

de su aspecto un

tanto

•psicoanálisisaplicado• del qt1c me

considero t n vituperador profesional,

-al

fin de ct1ent3S este

programa que

hoce

resallar

el objero

de

mi preocupación,

el objeto, justa111cnte, me va como un guance. Saludo pues,

al espíricu sucil qr1e nte encronizó un d ía como psicoanalistn

de

perros de po r

ce

lana y

co

mo rera

peur

a

de gua

ntes,

gla·

sead

os

, pcrfumodos y ele esgrima.

1

N11n

cn recibí

co

leccio istas en n

i

diván -m e a

c

íic·

ron e c c i o s t ~ que vinieran a

con

st1l

tar

asfixia

dos por

Stas

co lecciones-. Esto bastaría para prevenirse: si

a lgllien se babea anre la idea de

qu

e Je obsequi

arán

aquí

apcrir

osos

fíleres

de

clínica

pa

ra asegura rse

de que

colec

cionar es neurosis obscsivn o perversión viciosa, tendrá que

quedarse en ayunas.

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12 Cérard

U a1cman

2

Sea

como fuere, I• elección esr,í hecho: más que vol-

verse hacia el

coleccionista

para

sondear

cr los recovecos

ele

s11 aln la -según

aql

1cl

rropismo psicológico

que se

orientaba

a los

un"lbríos fonclos

de las cajas cranea1tas-, i

nclin

arse sobre

la

cons

id

erar pri1ncro los objetos,

lo

que

ellos so

1

 

Y el s 1s1emo

de

los objetos

co

locados juntos. El movimiento

es •ccchar

lo

verdad

por

el lado

de

los objetos visibles

de la

colección, más

que

buscarla

en

los repliegues del cerebro del

coleccion1sra. Persiste

en mí

la angustia febril

de saber

si Jos

o_bietos inanimados tienen un alm:1; en

cnmbio,

estoy convcn·

cido

de

que la

de

los coleccionisras se extiende a más y mejor

en

s u ~ colecciones. Penetrar

los misterios

del alma hun"lana

exige

s:-tbcr,

sobre todo,

si

tiene uno bt1cna vista.

3 .

t>royccté1nonos intcrior1nentc

el

filin

La regla

del

¡ cgo

de

Jcan Renoir.

D•lio int

crprcra

un

personaje,

el marqués

de La

Chesnayc, coleccionista

de

objeros: caj

as

de 1núsic:a,

organillos. Veamos la escena

en

la que revela

su

tílrin10

descubrimiento a

un

público bastante numeroso:

una cajo de música

panicularmente

bella. En ese momento

dice Lacan,

el personaje

se

encuentra en

la

posición dei

pudor: está molesto, enrojece, se

disimula.

Des."lparcce. Lo

que

mostró, lo mostró. Pero ¿cómo comprender:

manifes·

rada nquí ni extremo

esta

pasión del

c o l e c c i o n i ~ t a por el

objeto? Es que

hay como un

surginlicrtto. Lo que el

st 

ero

clelarn e11 su

pcrtt1r

bació1 I es un pun10

ele

sí 111ismo

 

de Jo

n1ás

í1ltin10

de

sí 1nismo. Lo

que

Ja

cnjn de 1núsica

Jlc\la

co1

-

s i g ~

es justamente, algo que él no

puede

revelar, 11i

siquiera

a s1 mismo: algo que está justo

al

borde del mayor

de

Jos

secretos. La colección, misteriosamente, revela.

4 Digámoslo de otra manera. La inquierud o

la

simple curiosidad instarán a prcgunrar: • ¿Qué quiere decir

La Col cerón 13

,,1,

\\.1c1n

ar? • . Pero la pregunta, que no toma precauciones,

rh,11 le> esencial: que la mayoría de las veces lo q\1C motiva

1

un t:olcccionista

es Ul I objeto

particu lar,

nunquc

pueda

11nl,io•rlo, este y no otro, objeto

ú11ico

aureolado por t n

, t1l

.\nto

propio, cxclt1s

iv

o que

lanza

a cualquie r

ot

ro obje·

111,

todos

los orros

objetos

a la brun1a

de

la indiferencia,

l.1 111dist1nción

y el ano11imato. Ahora bien, en cua11to se la

¡>l.1111ca,

roda pregunto referida a la conducra del coleccio

m,i.t desaloja el

objtro aureolado y

lo sumerge

en la

niebla

ti<·

r. indistinción, el

anonimato

r

la indiferencia. A quien se

111tcrese

por

la

colección ambicionando explicarse una con-

llut:ta, y a menos que se dé de bruces

con

cabezas cortadas

,,lineadas en los

estantes

o con vaya a

saber

qué otro objeto

n;is q11c curioso

o

en

exceso patológico,

le

será

en el fondo

<·c1uilatcral habérselas

co1

 

un

1naniático de l

os

l l o s flora·

les

o de los orii1a1cs.

Estudiar

clínican1enrc al

sujeto,

ie11·

s¡l,

es

ausculrar su interior. Por

esto,

e11

perfecta OJ>Osición

ll

coleccionista, el objeto será indiferente.

Sin cn"lbargo,

importa. Altamente.

Hasta

el

punto de poder

concebirse

una tipología

de

los colecciones

y

sobre esa base, una clí

nica diferencio) fundada en los objetos.

Divtrso porque

los

objetos

son diversos. En fin,

no ramo.

Clínica

dt

los

objetos, si se quiere.

En todos

los

casos, incluso en lo que atañe a los

colec·

cionistas, las c lasificaciones se

basa11 e1 I

el

objeto.

De

ah

í

esa especie de clínica barroca que va del filatelista

al manía-

co de

las cucharitas

de

plástico

en

forma

de

Victori'11

de

Samotracia, del

nu1nis1nárico

al

fanático de las

ctiqtietas

de

cajas de camcmbert soviéticas,

pasando por

el especialista

en

orinales blasonados del siglo XI o

por

el

entusiasta de

las copas

de champán de

cristal congolés.

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14

irard \Vajcn1an

A11tcs de sac;i1·

otras consect1cncias poclc

1no

s

hacer

notar

que, verdaderas o falsas, lo

curioso es

que esros temas de

colecciones

no

sorprender:in a n a d i e ~

y

que se ''º'' eve

ro

e

be trovnto 

De

lo cu al concluyo que : a) todo objeto puede

vo lverse objeto de una colección,

y

b) que la colección se

funda en lo mols •singular•.

5 Se

ha

forjado una

raxonomía profusa

y

erudita

para inventariar la infinita variedad de coleccionistas, pero

si

se

dice de alguien «es

1

1n coleccio11

i

sta•. n secas, se sabrá

casi siempre que se traw a) de un hombre

y

b) de

un

aficio

nado al arte, de

un

hon1bre ilustrado. de una mujer, ni

de

un

adorador de las ronas

en

posta de almendros.

De es

te

ú lti1no.

adenlá.s.

si no se especifica

el objeto,

se

dirñ sola

mente que

es

•coleccionista•, una especie de enardecido no

forzosamente ill1s:trado.

Tiempo atrás se decía •un a111ate1lr• de

quic11

hoy se

dice

-:un

coleccionista•. También aquí,

si

se

quitn

el artí

cu lo J>nra

califico r

a alguien, dec il que es t4 f11ate tr . puede

ser un gentil cumplido, pero,

sobre

todo si quien se lo dice

es •un Ofnate11r• el cu1nplido no será cotn gentil. Habrá

existido también el

« C t r i o s o ~

q 11e con1 ponía

gab

inetes

de

curiosidades e1l las que

se

n1ostraba curioso, sobre todo,

de

saberes y rarezas.

Obsérvese que, en verdad, el térntino francés «af11atel1r»

no tiene femenino una mujer será •0111atriu• de

dios

y si se rrara

de

objetos, la palabra destacará sobre todo

stt a1natcuris1'10), y que el fen1

en

ino de •Curioso)•, o sea,

•curiosa•, vendrá precedido a menudo

de

•pequeña•,

para

dcnon1inar eventualmente a la que haya ce11ido la fastidiosa

idea

de

n1e tcr In Jlariz en las posesiones del

coleccionista.

Lo Coltcci6n

15

; ..

l l r1.:.

1

tamos,

por

supuesto, de In grave d e s i g u a l d a ~

de

, , ,, \¡tic

afecta a

la

palabra •colcccionist3•. pues

si

de

,, uicr d igo que es una tccoleccionista•, todo el

i n ~ 1 2 1 d o

.

01

,.

1

,JcrS que es una devoradora de

carne

humana, figura

, • .,

 

e

y temid3 que coltceiona hombres antes

que sex-

1

tntt•t.,,

Oc la atención a los objetos

que aquí

se

preconiza

.,.

Jir•l tal vez que,

en

el

fondo,

para el a n a l i ~ t a sólo se t_rata

ilt·

¡

 

tc i·prctar la colecci611.

El

s i c o a n a l r : t l t e r p r c t ~ r

, ,,1ecci6n como interpreta

un

sueño:

¿d110

usted · ~ 1 n : a l • ·

y asumo resuelto. Sah•o que, deplorable malentendido, se

ikscuido el hecho de que un objeto es algo muy f e r c n ~ e de

un sueño, el cual es un3 clase de texto adornado: c n c r 1 ~ t 3 -

1to un tejido de lengua de cuyo hitos se puede nrar, m1en·

ir:.1 s que el

objeto

es un h11cso irredttctiblc o, al n1enos, no

c11teramcntc

resoluble en la p31abra

o c11

su non1brc. No

nctáfora no metonimi:. t, 11 estructurado como un lengua·

1

c,

el o b j ~ r o Ui\O se lo enct1e11tra, tropieza

con

él, n veces

duramente. De f l se habla, él causa, ante rodo la charla

(mucho la

charla),

pero él mismo es no

hablador.•

Un

objeto es

un

ob¡eto.

7 · Frcud era cotcccionisto?

Le

confieso a Stefan

Zwcig haber hecho

enormes sacrificios para .su .colección

de cscntta illas antiguas,

griegas,

r011anas y cg1pc1as, Y que

en definitiva

había

leído más

obras de

arqueología que

de

psicología. ¿Era Freud por

esto

un coleccionista? Vuelvo

a plnnte3r la pregunta pese a no adver

tir

por .qué no se le

otorgaría

fácilmente esa o n d i c i ó ~ y a que, ev

1denccn1entc,

todo

el mundo dirá que sí, sin vacilar.

Aparte de

La.can, que

11unca

dice

nttda

como

todo el n1t1ndo y

que

dice que ''º·

Con razón

. Ui1a razón. A sus ojos,

como

lo

seña

l::\ Cl

au d

c

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  8

Gárard

\Ylaj<: a

a descifrar, digan1os que Lacan, 1nás allá de la lectura, se

mosrrará

atento

a la piedra, a s11 gra110 al dibujo de las

letras

grabadas,

a la profundidad de la ta lla, buscará Ja

Í\1erza mordi

e11tc

del estilete, evaluará el peso del fragn1en·

ro mineral, le interesará de dónde ft1e sacado, pt·obará

su

dureza, el filo de sus ar istas, etcétera.

Atención a

la

presencia

de objeto

del objeto,

ba

jo el tex

to. Laca11 irá a

indagar

n1ás

allá del

significante, 1nás

a

ll

á

de

lo

que se d ice, más allá de lo que se puede incl

uso

decir,

ocupado en

«lo qttc llaman n objeto», n pedazo de real,

eso que

el leng11ajc

no puede

absorber o

trans111

i

tir entera·

n1entc, eso que

las pa l

abras ya 110

pueden decir.

En esre «Objeto», lo qt

1e Laca11

dcno1ninará un objero,

el

objeto, llamado

obieto a),

viene a concentra<Se

aque ll

o

que escapa de lo decible, aquello que, del mundo, excede

el poder de l lenguaje de ordenar el mundo, aquello que

palpita

por

debajo o estalla

por

encima de lo

que

es posible

decir, 111urmullo, sile11cio o aullido.

Aquí, ninguna

n1etafísica,

nada sobrenatura

l, ningún

1nás

allá;

exceso, más

bien. El objeto

corr10 encubri1niento

del exceso, e1tcubrin1iento de lo real. Hay

aquí

e11 Laca11

como

11n

secreto del objeto, de CLalquier objeto, ur1 secreto

siempre

terr

ible,

como si en

él viniera a cerrarse, in

aprehcn·

sible,

E/ n1isterio del i

 11do

En esta

atención

de

Lacan

al

objeto hay

otra cosa

q\1e

u11a diferencia de doctrina

respecto

de Freud. Ha)

orra

cosa. Orra cosa que parece sostener esa

atenció11,

necesitar·

la

casi. Co1no si ese interés

por

la causa

de

l

objeto n1vicra

él

1nismo una causa,

profunda, poderosa,

un

objeto llacia el

a

Colcui6n

19

cual roclo parece tender de n1a11era incesante. Algo que esra

l>a

ento11ces

en

la atmósfera, sin

duda

. Co11 lo

q\1e

Lacan se

habrá enconcrado. lgo que

pondría

e11 tensió11 su discurso

sobre el ob j

eto

y le proporcionaría su meollo. El objeto que

sería la

verdad

del objeto.

La

colección pttede ser t111 can1i110 Ja

se11da

de objetos

que

conduce

a ese secreto del

objete.

La Causa del objeto.

10 Si

el

objeto

es un

objeto, causal pero no habla-

dor, la co11scct1encia brota, evide11te, in1ncdiata, definitiva:

1n ie11

tras qt1e

las

palabras y

las cosas suman

dos,

n1ientras

que

su n1areria

no está

hecha de nudos de discursos sino

de una madera diferente, distinta de l lenguaje, el objeto es

ininterpretable. l11céntese i11terpretar una palera para cor

rar tartas.

La

palera

para cortar

tartas

no

es inco11scie11re.

Una

pa

lera

para corta

r tareas

corra, no

habla,

en

princi·

pio. El objeto, aun de arre,

no

se interpreta.

No

todo e-s

inconsciente.

Se

replicará qttc

esto no habrá

derenido a los

psicoanalistas de a11raño, de hogaño o de otras parces q11c

aportaban de

bue11

grado sus pequeñas interpretaciones,

a\

 

1

de paletas

para

cortar

tarras.

pero

e11ronces hay

que

decir

o

q c esto es:

de

lirante, forzosamente de lirante.

No

forzosamente estúpido: delirante. Por supuesto, si se

rrara

de hacer llabl

ar

a una pa leta de cortar tartas, eso se nota e11

el acro. El problen1a es

que, at1nque s lo 11ote mc11os co11

frecue11cia

no

es

men<>s

delirante interpretar analíticamente

obras de arce. Es más discreto, i>unto (salvo

cuando

se lanza

uno a

interpretar pi11tura

abst

racta}.

11 Por eso, hoy,

para

11n psicoanalista advertido,

es

decir, Jaca11iano, que ro1npe con una larga rradició1l pos·

fret1di

ana

y

con

la creencia basranre infattlada de

que

nada

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20 Cérard

\ Vajc1nnn

Jluede ser njcno al

psicoan:ilisis,

una obra de arte, tomada

por su lado de objeto, no se

interpreta

. E incluso, al térmi·

no de una dcmosrración de la que ahorro

aquí

la ascensión

de los grados sucesivos, se podría llegar n In sorprendente

co11c

lu

si61a de

qt1e al

revés

<le la in1agcn del psicoanali

sta

aplicado ocup5ndose de una obra de arte, habría que acos·

tumbrarsc a otra, nueva, n1ás excitante

y

mucho más íruc

tiícra,

en la

que es al cuadro, al objeto -investido, a panir

de Lacan, de un poder de i111crprctación- al

que

vería1nos

esta vez <>et.J>arsc

del

psiconnnl

ista

parn

so1ncterlo a i11re

rrogatorio. Revancha del objeto, en cierto modo.

12

El

cuadro: un concentrado de psicoanálisis, ver-

dadero Bouillon Kub•2 de teorfa lacaniana. Sea como fuere

10

es

el

mon1cnto

para

exponer

l

os

beneficios de scn1cja111c

« a r t ~

a n á l

iay

que retc1cr sobre todo

q11c el psicoaná

lisis da mucha importancia al objeto. Hasta el punto de que

Uc.. ln habrá

visto

finalmente al psicoanalisra mismo

como

un pequeño objeto sentado en un sillón.

Al

mando.

¿

lay

una dirección en la cura?

Un o b j ~ El objeto

al

poder.

(En el Bazar del Psicoan:ílisis habrá que eleg ir entre cuatro

n1odelos

básicos: pecho, n1icr<la 1nirada o voz;

la

banda

de

los cuatro objetos

a),

objetos primeros que

el

psicoanalist•

encarna, pero de mentira, evidcnremcnte.

13 íEI po·der al ob·jcro El objeto

ni

mondo. Tal vez

se j11zgará esto

excesivo o Jgera1nente

c l e l i r ~ \ 1 1 t e Atribuir

un poder real n los objetos es superstición, sólo la magia

puede pensar oigo así. De todos modos, imoginar que uno

puede ser llevado, guiado, conducido por un objero que nos

está sometido por definició11 que uriliza111os a discreción,

n vo l11nrnd, es nlgo que no se puede ad1nitir

11i

pensnr.

El

objeto est:í fuern del pensamiento, es lo fuern·de·aquí•J del

a Colecci u 21

llCnsamic11to.

Un

objeto no es más que

tan objeto.

No ;c.

ne sino que quedarse donde está.

No

hay sino que dejorlo

donde e s t ~

Co

n

1

o

si

pu diér

a

rn

os

i1naginar

que

n<>SOtros

n1isn1os

pasásemos a ser los objetos del objeto, los siervos de nues-

tros instrurnentos,

los

manipulados por nuestras hcrr:i

mient3S, los juguetes

de

aquello con lo que

jugam_os

Amos

de los objetos sometLdos al Objero Amo. E ~ r r ~ n o pensa·

1

ie

11

ro. 1>ero de sueño. Nada 1nás que 11na f1cc1ó11 ~ a l a

Visión

absurda

¡no

va uno a dejarse jorobar por ob¡ctos

lnquiet•nte. Que vira al libreto de pesadilla por poco que

se lo empuje

\1n

poco, sl imagina \1no

~ s t o

en f o ~ de una

revuelta de los objetos que, de sometidos y pasivos como

dcbc11 serlo rodos los buenos objetos, se volvcría1 I ~ u e

recalcitra1ltcs, hasta rebe

l

arse y

volverse contra

s11

i1111co

amo

y

poseedor, el Hombre.

Con

Jo

cuol hacer algunos films de género: La

i11vasró11

de las c11chnritas o

/ a 11oche

de la lic11adoro

 

Esos

films existen. Ya en

1957,

en

The fllcrediblc

Shri11·

king i

1011

[El increíble hombre

me11g11a11te ,

Jack Arnold

había puesto en escena cs.. l situación

fa11r.

ástica en la que

los objetos domésticos se separan del hombre, e ~ e a p a n de

él

y,

desclc

ahora

i

ndispo11ibles

tienden a convertirse CJ\

tn I

peligro que no para de crecer. Pero

e s 1 ~

se ~ s c n t a b a

en

forma pasiva, por el solo

juego

de una 1nvers1on de

tama

ños de una desproporción

extrema

entre

un hombre

vuelto

accide

11

ral1nentc

mi11úscu1o y los objetos

1nás

cotidia11os,

de

modo q

ue

una silla pasaba a ser el Himalaya y la cnídn de

un alfiler adquiría la proporción de la Torre Eiffcl e s n ~ o r o ·

nándose. Lt.1ego, el cinc

avanzó

más.

Se

pasó de lo pasivo a

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lo activo. Tras la vuelta de campana del ordenador recalci-

rrante de

2 1: la Odisea del cs Jacio

de Kubrick,

de

J968

rebelde a la

n  1 era

ele Bartleby, «Prc ferirín

11 

hacerlo», In

n16.quinn de pensar para los 01ros que se pone a pensar por

y para sí misma, cuasi conciencia que escap.a a todo control,

o caso, se llegó al fregadero antropófago a la máquina de

lavar nsesina psicópata y al ascensor serial

k11

cr. Abando-

nando

el

c

erre110

de las

máquit1ns

..:

inteligentes», hablan tes

(doradas de una voz,

y

de un •Ojo• ), que volvía pens.ible

una relativa identificación del objeto con el sujeto humano,

el cinc de miedo pasó al a t

aque

de objetos perfectamente

esrúp i

dos

, n1ás violentos au11 po r

ser

mudos. Donde frente

a una pla ncha agresiva, uno se di

ce

de prottto que los objc·

tos domést

icos eran ral vez sólo objetos domesricados que

en todo momento pueden

retornar

al estado salvaje, sin

raió11 11i signo anunciador alguno. Us ted s11bc al ascensor,

su nsce1sor, coca el botón del º y

e1

l C

1

anto se cier ra In

puerta auto1nática el :lSCensor se arroja sobre usted.

Trat3ndosc de objetos, todo esto se. realiza, por supues-

to en

ausencia

to

tnl de s

ub

jetividad, es decir, s i1l la n1cnor

n lotivnció11

y si

n

hun1

or. ¿Melancolía del cep illo de d ien

res?

o cual, agregándose a la sorpresa del espectador que se

pone de repente a mirar su propia rostador:i con

un

ojo

diferente, evita al guionista que cuenta la historia del rabu·

rete

cs

rrang\1lador el planrearsc a cada i11stn1lte los delica·

dos problemas de credibilidad psicológica o imagina r su

infancia desdichada

en un barrio

desfavorecido de Chica-

go. El taburete no es neurótico. Vuelve usted a casa

por

la

noche, dtseoso de u11 buen t rago tras u1

1n

durn jornada de

t

ra b

ajo toca el botón Power• de su licuadora, y he aq uí

que e

ll

a le salta a

In

cara a los gritos. Punto.

UJ

Colecci6n

23

Usted se ha vuelto Ja presa, la victima del objero.

14

¿y

si I: licuadortl t1dq\1i ricra los rasgos de tina

:l<,

lo·

lesccnte llamada Lolita ? La sustitución del

robot

d

omés11co

por Suc Lyon ·es una sustitución abrupta, absurda, barro-

ca?

No

hay detenerse en las

p a r i e n c i ~ s T ~ a s l a d a d a

del

ob jeto industrial a una adolescente, la has tona se volverá

solamente

r l

lás

novelesca,

1n

ós

familiar,

si

no

nlás

aceptabl

e

en

todo

caso menos terrorífica, aunque la de

N a b o k ~ v

sea

bastante perturbadora. Sin embargo , en verdad,_

por

ciertos

aspectos, en uno y

otro

caso .se trata de lo mismo: de la

conquista del

Power

por el ob1eto.

Una licuadora

llamada

Lolita.

Tenemos, adcnlás, la

sc1lsación

de que el lad?. sulfúreo,

escandaloso de In reside 1nenos en In relac1on «pcdo-

fílica• de

Hu

mbcrt Humbcrr con una chica de t

rece

años,

como

en el indigno

uastrucque

de una r ~ ; l c i ó n amorosa

Ja que

el

hombre adulto, 1113duro

e x p c n m e n r a d ~ Y reílel<•·

vo,

un

intclec rlaal, se ve so1net ido

po

r

un

1net ro.c  1cl1enta Y

cinco de carne palpitante y malhumoC3da, al es rnd_o

de objeto

por

el objeto mismo de su dcsco.

--aqu1

mas

visiblemenre objeto cuanro que se trata cas1 de una

n1na-.

Y

cuando digo objeto,

ni

siquiera es por

i n l a g c ~

o

met5-fora;

cuando se l

ee

la 1ovela, hay visi611 de \lll ob1eto co1lcr

cto

que surge, un objeto e:i rcunscripto qu.e

es

posible n

on1brnr;

no

Lolita ni siqu1eC3

el

cuerpo de Lohta,

no

su cuerpo ente-

ro:

s a m p l ~ m e n t c , l

acechante vello fúlgido de su antebrazo.

J

lu

nlbert H l11nbcrr, un hon1bre sometido a un pelo.

De

modo que lo

afectado

sería,

en

efecto, no tanto

el

sc.n-

tido moral como nuestro sentimiento narcisista de potencia,

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24

irarJ

\Vajcntan

que postula -pese • los abandonos y las debilidades que nos

perdonamos tanto m.ás gustosos

c-uanto

que p ~ r c n d c m o s

creerlos .siempre accidentales y efímeros- que el sujcro es

fundamentalmente amo de sí y del Universo.

Por

rnás que a veces nos

di

gamos: •El

3mor qt1é

desor

den,.,

y

nos fascinen literariamen

te

esos instantes

en

que

l ;o-_Que-Piensa pierde la cabeza

por

un cuerpo nadie

esta dispuesto a pensar hasta el fin la profu nd:i

potencia

de desorden del deseo

su

incivilidad radical  su decidido

carcnci:.t de buc11as n1a11cras y de atención a las convc11cio-

nes, el prestigio y Ja autoridad de la conciencia pc11snnte.

No

podemos decidirnos a dio aunque salte a la vista el

~ e c h o de

que,

en

an1or

el sujeto tiene

Ja menrc

s i t i a d ~

c:au

nva

y

que desde

el

comienzo ha abdicado de todo poder

onte

el

objeto. Hasta su elección.

Ya en su elección. Cuando se escucha al psicoanalista

hablor

de

•elección de objeto - hay que entender •elección

del o b j c ~ o • con un

."de•

s u ~ j c t i v o

n1ea11: que el que elige

es el

objeto. ¿F.stup1dez vertical? Pues

no.

lntr:irnble inso

portable verdod. Que en amor el hombre es siempre elegí·

do por la mujer codiciada. No hay más que mirar y mirarse.

Cosa difícil  viejo. Tan difícil que no cesarnos de

contar

historia

s,

parn

cree

rnos

ct1e11ros y

que para Ja lireratura

esto es una íucntc

ql c

no se agota 11unca: e estilo poético,

o de ga

lanteo

traba1oso o con10 se

quiera,

10

cesaren1os

de contar de n i y tre

s

1nnncras

la misma escena

en

la que

un caballero seduce a

u11a

dama. Veni vidi vici. Divisa

del

enamorodo decidido

y vo

luntario.

Pobre.cosa: Deja

de

pavonearte

y de

inflar

el

buche por·

que la h1stor1a verdadera es que, incluso antes de haber

La Colección 25

levantado tu párp•do

y

:ogitado rus alas la gallina ya te ha

desplumado.

Tal

<s

J

trama verídica de

la

novela.

15 Para todos por doquier todo el tiempo

el

Amo

es

el

Sujeto

el

Sujeto

A

D.S.C. Amo-De-Sí-C

omo ••

Salvo

que en

el

amor los plenos poderes son para

el

Objeco.

16

Se dirá que co n todo hay objeto y objeto. Obje-

tos conoce1nos

en

cantidad. Seguro.

Pero

bajo el

1nnr

de

objetos plurales hay una común medida suerte de Objeto·

patrón que señala y rige para cada cual

todo

lo diverso.

Vale

decir que quiérase o no también

el

alegre habilido

so doméstico es un poco elegido por la nueva perforadora

Black Dccker y que todas las sierras eléctricas se llaman

1.olita.

Por

eso, a

pesar de

sus cxrcriorcs

provoc:arivos y

a con·

tramano del

discurso

corriente

-el ca11tus plan11 s de

los

ple·

nos poderes del Hombre nos preguntamos qué impedirá •

esta estrofa sobre

el b¡ect

Po111t r recibir

l

acelerado con

sentimiento

del c n p i t ~ l i s r r 1

moderno,

segura

mente más

ql1e

contento de hallar tina doctrina para adornar ese inmenso

escapara te

que es

el mu1l:do

en

el

que

se

nos invita

s

in res

piro a babe:trnos

ante

lllta abu

ndancia exponencial

de

obje

tos todos el

los

coda

vez m:ís

deseables unos que otros y

que transforman co

mo

si nada a cualquier sujeto A.D.S.C.

en

consu1nidor frenético.

E

este

n1undo

el objeto está

en

el

candelero. Y nos lo hace pngar caro.

Marx luminosamente hablaba del

fe

tichismo de lamer·

cancía.

¿Habría venido Freud a dar

raz.ón

clínica

al

ferichis·

ta suministrando a los

mercaderes

la reoría que los guía

y

justifica?

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  G érard \Y ajc111an

17 Esto no funciona así.

Para el

psicoanálisis el

objeto está desligado de la mercancía, es el objeto sin,

bajo la

Jnerc:incín qt1e se

intcrca 1nbia

se co1n pra y se

v c r 1 ~

de; es el Objeto singular, en singular, que corre bajo los

objetos plurales; es

el

Único

Objeto

que moviliza el gran

tropel

de

todos los objetos del mundo, el Objeto que

da

su valor a cualquier objeto más allá de sus valores d

Objeto que centellea bajo l

os

objetos y que

fa

lta en todos

los objetos-.

En el

gran quiosco

de

l

os

objetos

de

nuestros

placeres, es

el

Objeto sobre el que no pondremos mano ,

que no se puede poseer, del que no se gozad.

El

único que

vale.

El Objeto de los Altos Regocijos, la Promesa del Gran

Goce.

18 Lo que llamamos colección gira alrededor de eso.

Muestra eso. Cualquier colección de objetos plurales, sea

cual fuere, muestra especialmente que existe el Objeto

Sin·

gle La

colección visible de objeros. diversos es una forma

que

vuelve

' v i ~ i b l e • el

Objeto

ún

ico que

no

se ve

que ni

siqtaicra

está :illí. Que falta .

La

colección encierra la esencia

del Objero: que

él

falta

pero

hay

un

montón de maneras de

faltar-. a colección es movilizada

por

el Juego del Objero,

donde lo jugado es l sujeto.

La colección desnuda el Objeto - Ún ico Objeto y Auscn·

te de Cualquier Manojo-. Todo eso.

19 Entonces, ¿qué es una colección? Descripción

suc inra:

a) Un montón de objetos.

No

hay colección de un solo objeto. ¿Por qué? ¿Por qué

t•cne que haber v:trios?

Si

sólo tu,riéscmos un solo objeto en

una colecció11,

¿c6n10

la

lln111aríamos?

b Un congreso de objetos que van juntos.

l d ~ n t i c o s

cliversos n

la

vez abierta o secrcta1ncnte

cst:ín ligados; uno con otro y todos juntos de una manera

o de otra

form:in

conjunto. De lo contr:trio, diríamos

que

se

trata

de

un C\Ín1u1o,

de

u a p i l ~

de

un fárrago,

de

t1 

revoltijo, de

un

pastiche, de un batiburrillo o un ¡;uisado,

de

una maraña de un e11rcdo un

embrollo no

de

na

colección.

e Una reunión de objetos organizada. EJ consecuencia

por alguien.

La

noción de

colección supone

un •alguien• que In cor1-

cibe y excluye cualquier composición c.spontánea o azaro

sa. La mayoría de las: veces este

conju11to

organizado que

llaman colección colgará

de

un simple nombre escrito en

un

cartel.

O de un n 1 0

- lo

cual

dcsperrará

el nfán de

saber quién se oculta bajo la fórmula: •Colección priva

da• .

Fárrago, revol tijo o mczcolanz.a ap3rente

un

simple

nombre de propietario basta para poner en esto un poco de

orden   visible u oculto. Sic111pre supuesto. En sh1tcsis sea

verdad o

no

en la realidad, toda mención de colección hace

surgir la ficción necesaria de que siempre hay alguien derrás

a quien se le llamará •el coleccionista•.

Un3

íunc16n,

una

Íicción presidiendo una forma. Digamos: no hay colección

sin

coleccionista.

Entendámonos: a contrapelo de lo que se murmura,

el

colccc-ionista

es

un cefcctOit

de

la colección y no

al revés.

20 Entonces ¿qué es el coleccionista? P

ara

el que

rnira, es el sujeto

Q\ e

se

le

supone a e.se conjunto de objetos

que

llamamos •colección•. Esta ficción

esra

suposición

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28

sea

o

no

explícita, es forzosa. Si l1ay

co

lecci

ón,

entonces

hay co leccionista. En sun1a, roda colecció11

es,

por defini

ción, privada.

Con10

contrapartida, un fe

l

iz i1 ltcrca111bio dialéctico

hace que la tinidad de ese cor1ju

r lt

Oque lla1nan «colección»

esté

dada

jt1stan1cntc

por

la st1posición de ese sujeto,

tanto

1nás

supuesto

cuanto

QlLC

no

se

sabe

nada de

él

. A

n1enudo,

riada n1ás

que

stt non1bre, y lo

que

la colecció1t n1is1na

pue·

de b ri11dar

en tina

primera mirada, lo cual puede ser 111ucl10

en

lo que

atañe

a

la

verdad, pero que es n uy

poco

desde

el

punto de vista

P t to

de

vista

e i áge es del m11ndo

Entonces, desde

lt1cgo,

según qt1e

la

colecció11 sea de relojes

del siglo XVII francés o de papas bintjc, S se le su

pondrá

al co leccionista esro o aquello, un gusro n1aravilloso o no,

co1toci1nienros especial izados o no, ttn pequeño castillo e1l

la Provenza o una casucha

en

la Meseta de Mi llevaches,•6

y

otras

cosas más

de

este tipo agrego que, p

or

experien

cia , descubrir la cara auténtica del coleccionista y el lt1gar

real, habitual de

una

colección privacja que llegado el

caso

hemos podido

ver

expuesta en un

n1useo

 

es

una

fuente

ina¡;orable de

asombro).

Tenga o

no

in1aginaci >n,d igamos que el espectador infl

a

rá por sí solo y con toda natt1ralidad la ficción del coleecio·

nista, al n1e11os en

cuanto

a la seguridad de S\1 existencia.

Ficció11 ob

ligada,

porque,

si

no

hay coleccionisra, ento11ces

no

hay colecci

ón.

21 El colcccionisra es e l nombre de ese

punto

-exte-

rior, invisible, ausente, supuesto,

etc.-,

qt1e a

todas

luces

habrá

consrituido reahnente, materialmente la colección,

pero

qt1e efectúa la n1isteriosa operación de elevar

lo

que

a

Coleeeión 29

11

es más que

una

reunión de objetos,

un

si1nple

montón,

a un conjunto

ll

amado «co

lecció11

». De 1nodo

qu e

, ante

ese «1no11tón», se hablará c11ronces de la colección de Fula-

110,

de Mengano y de Zt1ta110. En úlrima instancia, u11

solo

1101nbre pttede ser suficie11te.

Así pt1es, el coloccio11isra es el st1jeto qt1e se le stipone a

l::t

colección co1no

co11jt111to,

es dec i

r,

como

forn1a medita

da, organizada, pensada.

22 Los términos

pt1eden

Í1lve

rtirsc,

y

decirse con

similar grado de verdad qu e el coleccionista es

el

sujeto

supuesto por la o l i ó r ~ co1no conjunto, 1neditado, orga-

11

izado, pensado -un

su

jeto al que se stipone meditador,

o rganizador, pensante, no ttn

tronco.

La utilidad de esta observación está en que si alguie11,

u11 espíritu ciertamente

afilado, da por azar en la

11aturale·

za, al fondo de una gruta, C01 \ un agrupan1iento suficien

temente il

óg

ico y heteróclito con10

para

no ser, a prin1era

vista, absolutame11te

azaroso y

hasta ma11 ifiestalne11te deli

berado, compuesto por l1na gra11

co11clla espiralada

de un

molusco fósi l

de

la

era

sc<:undaria,

de un polípero

ovi

ll

ado

de la

misma

época

y de

bloques de pirita de hierro

de

for

ma caprichosa,

co11cluirá

no só

lo en la presencia y

t odits

opera

di de un Sujeto, de un 1>e11san1iento, sitlO incluso,

habida

cuenta

de las virtudes plásticas, visibles, de simetría

conlpleja o

de ra

reza

de

estos objetos,

en

un Pensamicr1ro

esrético altamente elaborado de este Sujeto que siempre

pueden ser varios) .

Cu a

ndo se

trata

del Hombre de Nean

derthal,

que

vivió hace 50.000 años,

la

cosa no deja de ser

notable.

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8/10/2019 Colección Seguido de La Avaricia [Gérard Wajcman]

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  O Glrard \Va1cman

André

Lcroi-Gourhan:

•En

Arcy·sur·Cure

1

depar1a

menro de Yonne

 

descubrí

una

~ r í e de curiosos

objc1os

•cumulados por los

habiranres de la

gruta

de l; Hycne

d u r ~ n c s u ~ desplazamientos [Si

tan1borts i 1ro111petas

aq

se s1t11a la «supos1ci611 del S11jeto• _,,,, S11jcto dc110·

r ado

•l1abita11tes de la gr1,ta de la HyCne• e

el

acto

reco11str11ido

de la

recogida

de

objetos q11e

tra11sfor111a

,,,;

n1 11t611

de cosas

11at11rales

e

tin •serie

tic objetos

ci

i ri

SOS• aci _ic to de fa co fecció11. N.D.L.R.

l

So11 un:t grail

concha

espiralnda de

un molusco fósil

de

la

era secun

d a r i ~ ' . ' '

p o l í ~ c r o ovillado de la misma época, bloques

de pir11n

de

hierro

de forma caprichosa. No

On desde

ningún punto de vista obras de

arre, pero

el hecho

de

que

las for1nas de scrncjanres producciones naturales hayan

llamad.o la atención de nuestros predecesores zoológicos

ya

es s1gr10 de una relación con Jo cstérico.

La

cosa es n1ás

~ l a m a t i ' aun por c;uanto no se

percibe

después

ninguna

n ~ e r r u p c 6 n ; hasta el magdaleniense, los ar1istas siguen

brindando

la

mezcolanza de

su museo al

aire libre:

blo

ques de

pirita,

conchas fósiles,

c r ~ s t a l e s de CU31 7.0

o de

galena•: Prél1istoire

de

/•art Occide11tal, París, Mazer1od,

1965, pag. 35.j

Exrr:i

ño razonamiento, pero

verdadero: la colccci611

de

objc10-110-dc-arre

como pr

imera manifestación de Arre.

Acto

c s t ~ t i c o de

l

Hombre anterio

r

al Homo

Sa¡¡ic11s.

De

la

c o l e c c i ó 1 ~

de objcros narurales con1puesta por una gran

concha. esp1ra la.da, un m o l u s c ~ fósil de In era sccu11daria,

~ ' . p o l o p e ~ o ovillado de

la misma

época y de

bloques

de

pon

ta de

hierro

de

forma caprichosa, André Leroi-Gourhan

puede concluir en la presencia de un Artista, no

verdader3·

mente Hombre.

La Cofecáón J l

Y de la presencia de un Artis1a, no \·erdaderamentc Hom·

t re, puede concluirse que

esa

reunión

de

objetos naturales

e una colección

de

Arte.

23 Loc.alizada en el seno de la cultura mustcriensc,

nos veremos i

stados

sin

duda a suponerle

una función

m:ígica a tal colección de objetos naturales.

Sin c1nbargo,

co

nsidci:ada al

111argcn de

sus usos

y

Sen·

1idos posibles, lo

que

supondre

mos

y q ue event

ualm

ente

cxperimc11tare1nos ante cualquier colecci6n es que, a través

clcl coleccionista, Jo

que funda,

une y sostiene Ja colección

al

margen

de

todo, es un ansia, aquella

que

habrá simple

mente suscirado el

gcsio

de amontonar en el suelo ese blo

que de pirira de hierro de forma caprichosa:

un

deseo.

Por la razón

que

fuere, la colección no es sólo algo

n1editado, org3nizado, pensado: ante iodo, es apetecida.

F.n

medio

de

la colección, o

circulando

corre todos los obje-

1os de

la colección, cemento sutil, está el deseo del

sujeto

supuesto qt1e llaman coleccionism.

Es10 es más patente aun cua11do, hacia el final, la colee·

ción

pasa

a ser un acto libre, c

arente

de motivo

1n:í.gico,

religioso ti otro (lo que no excluye, empero, que ese acto

libre

de

la colección

esté

infiltrado sin saberlo

de

pensa-

111iento mágicof religioso

t

otro .

Una

vez puestas provisio11aln1cnte en suspenso las colee·

cio11es

de desti110 mágico,excluyamos también mentalmente

tic nuestros comentarios: las colece:iones en las que el

obje·

ro

no

figura

como

objeto

sino

con10 mercancía, C\ Cntual

inversión finotnciera que se negocia, supone un

mercado,

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32

irartl

\Vaj man

ere. Seguramente, hoy el destino mercantil del objeto no

puede ser enteramente desligado de la colección, pero no es

este el aspecto del que queremos ocuparnos aquí.

Así pues, si hacernos todo eso a un lado y nos limita·

nlOS la colección co1110 tal, diremos que, como tal, es una

creación del deseo. Nada impulsa hacia ella como no sea

un

ansia

n1ás

por supuesto,

la

volt1ntad

de ta l ansia.

sin la

cual rodo deseo s quedaría en

el

l

im

bo. De modo que roda

colecc 6n,

en

st

 

princip io es

t1n

acro deliberado y libre de

pura hberrad, de puro deseo.

Es

decir, realizado bajo la coacción, bajo la féruln rirá

nic• del objeto.

Nada menos libre que un coleccionista, se lo percibe a

simple visra.

24 En verdad, no se habrá necesitado del psicoana-

lista parJ.

anocic-iarse

de que una colección está

formada

por

objetos. Y aunque el pensamienro del deseo como fun

damenro y alma de una colección '3 algo ya un poquito

más

sutil,

para qtae tal

pensamiento germine tampoco pare·

indispensable la presencia de s a11alista.

En

cambio, su

pizca de sal realza

el

plaro cuando él agrega: no hay deseo

sin objeto.

De

esto

él

sabe. Con lo cual vue lven las leyes de

la causalidad: no hay deseo sin causa.

Que l1aya

u11a

causa 1nateriaJen el

deseo,

ta l es su visi6n

niaterialisto de las cosas aun

si

para él, que hace profe

sión del blablá, la materia puede mostrarse bastante sutil).

1 •sta

el

punto de hallarse condicionado p•ra pensar que,

donde hay objeto, hay deseo. Hasra el punto de que en

cuanto O) C tintinear, en medio de un mar de

l b r ~

una

punrita de objeto, de inmcdiotto se lo verá parar

Ja

orcj3.

Evidentemente, a la fuerza, se ha hecho una idea

un

tanto

sofisricadn

de

lo que es un objeto.

Por eso, como el

k t

mínimo

de

una colecc-ión es: objetos

t n

deseo

tene1nos In sensación de que, excitados hasra.

tal punto nuestros oídos

por

el

tintineo

y

hasra

por

el

reso

nante

ca.

1np:lr1eo de In colección, se ali1ncntó C1 nosotros la

convicció11 ee que

ell:i

puede escl

arecer

nos

un

poco sobre el

O.D.D., el objeto de l deseo.

25 Esta

ern

adc1n:ís la

i1ttuición

de Sin1one Weil

-no

esta, la otra- que imagi1laba: si supiéramos lo que el Avaro

encierra en su cofre, .sabríamos mucho sobre el deseo. Lo

cual supone tener al Av:lrO por

un

coleccionista. ¿Y por

qué no? d• fe de una cosa fundamental: que este sujeto

no puede siru•rse en el deseo sin perder lo

mis

csen< ial de

su vida.

e

su objeto no sabemos nada, salvo que est;í fue

ra del

circuito de la

vidn

sustraído y conservado corno

la

sombrn de nada. Según la fórmula: quien quiere conservar

su vida, l:t pierde.

Evide11re1nentc

el Avaro

11

conviel lC como figura pro·

mocional para la Sociedad de Am igos de la Colección.

26

El

deseo tendría en sr mismo algo

de

col

ecc

ionis-

ta. Y de avaro. P

ero

también,

por

la insatisfacción que lo

sostiene, es al n1isn10 ti

c1npo

movimiento, él

po11e

sin cesar

en movimiento, hacia otra cosa, para otra cosa, en pos

del

objeto que

por

fin lo colmaría.

El

deseo es siempre deseo

de otra cosa. Aquí está

el

l•do hurón veloz del 0.D.D. que

quiere, por paradoja y para nuestra desdicha, que

el

objero

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n1ás

in1porta

nt

c

cscé todo el cie111po e11 ocra pa rte ,

más

lejos,

qt1c

sea

sicn1

1

>rc

el qt1

e falta.

Es-cose corna paccnce en la colecci611 al testimoniar que

más allá de las

S3t isfacciones ruidosas

o discrt-c:.ls

que

puede

procurar. el destino de una colección es permanecer

incom·

pleca,

y

la esencia del coleccionista quedar insatisfecho. Lo

cual podría

ser considerado como

la versi

ón

histérica

de

la

colección.

Colccci6n privada. Finalmente, la co lección está siempre

pr

ivada

de un

obiero

de al·n1erlos un

objeto,

que

falta.

27 Se

pre ..nta

así el deseo como

aquello

que

jan:ás

será satisfecho ¡>Or nm_guíiJ>hjcto. l .ste

es

el núcleo mismo

def

Objeto. osomo

en

la colección, aI

confrontar con

una

noc

ión del Objeto tal

que

ninguno de los

objetos

satisfa·

rá 11unca por entero el deseo del colccc io11 ista. El Ol)jero

es

aquí

residuo. Un resro. El objeto que todos los objetos

dejan colgado.

28

El coleccíomsta csrá

ob esíonado con su

colee·

ción.

De ahí

scguramtnre que muchas

veces

se

haya

iS

tO Ja

co lección como

una

propiedod de la neurosis obsesiva. En

su afá11 de conrrolarlo todo,el obsesivo aparece

como

el cipo

se

ntado

sol>re

i:

I tesoro de su goce. Por cnci

111a

de

todo,

n<>

perder nada o ganar

todo

sin perder nada. Su lemo pod ría

hacer de él un modelo de coleccionista. Pero un modelo

limitado a cierta

clase de colecciones, mis bien

tristes,

tipo

estampillas o moned3s. Que tienen,

es

notable además

de

su facera gra11 rcgisrro en el que todo se t i b i ~ a se c l a s i f i c ~

se inscribe un

punro

común. ¿El

pu

rito comun a la filatelia

y la

n L t m i s ~ d l i c a ,

colecc iones carai, a los obsesivos?

Que

los

a Colcct 6n

lS

objetos p

or1a

 

t1n

valor

J1unlé

ri

co¡

entonces, inhu1narlos e 

grandes

c

la

sificaclores

l1ará

c¡t1

e

este va lor au111cntc.

Ahora,

¿qué hac

emos con

el íetichista •obsesionado•

por los medias

de

nylon

y

los tacos aguja? Y el paranoico

¿no tiene

derecho

a obsesionarse

con

las armas y a n1ontar

una colcccí6n de fusiles de percusión? Puesto que lo dis·

posició

1

a

la

histeria

y

su

ins:itisíacción

generativa

deter·

n1i11arí::in

tina excelente

disposición

a la co

lecció11

.. . liay

que rendi rse

decididamente

a la idea de

que

la co lección

es una práctica rransclínica

y de

qttc

coleccio  sta

no es

u11

diagnóstico.

29 De ohí lo necesidad de volverse hacia el objeto,

110

sólo con10

•objeto• de

la colección,

sino ta1nb1én co1no

n1otor

y

\terdad. Lo cierlo es que, c11 es

te

aspecto, por n1fís

que colcccio11ista 110 sea

t1n

cli::ign6stico, a veces os

vicnc11

ganas de privilegiar

t111a

entidacl cl

h1i

ca como an1ign ele la

colccclón. P

or

ejemplo, asociar e

nt

re sí el fetichismo

y

la

colección,

tan

bien

paroccrl

conson:ar juntos.

Es

verdad

que como la

colección puede

ser

el

Bouíllon

Kub moderno de un saber sobre el objero, para el psicoa-

11álisis írcudiano e1

feri.cl'lis1no

l1abrá

sido cierta1 11c11rc

el

sc Jibolcr de su sa ber

sobre

el objeto del deseo. Porque el

fetichisrn

exh

ibe dos cosas esenciales: a) que el objeto es l

condición absolura del deseo y b) que csre deseo pende de

lo que

el

objeto tiene de

más

singular. El deseo del fetichista

requiere un

objeto

- una n1edia,

una bombachita

una tren·

za lo que se nos ocurra; no obstante ofrecer una

bomba·

cha de seda a un fetichista del 1apato es de mal gusro-. Lo

111isn\o,

ofrecer una

etiqueta

de can)e1nbcrt soviético a

un

e c c i o n de copas de cllan1pán ele cristal

c o n g o l é ~

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36

triJrd

ojcman

El objcro singular como caus. y condición del deseo. El

colcccio1lista coincide

aquí

con el íccicl11sta.

30 Con el fet iche, la dimc1>i6n visua l del

objeto

enrrn a csccnn,

e1l el proscenio.

Por

un l•do, no

deja

de ser

curioso el fetiche que Freud

va a erigir

como

objero de referencia

en

su artículo de

1927,

·El fcrichismo•; es rodavía mu) infrccuenre en las góodolas

de los grandes riendas: sea un •brillo• o uno •mirada sobre

la

nori••

que

un

joven había elegido como condición abso

lura de su

deseo.

Por

otro lado, Freud construye el objcro fetiche,

en

gene·

r

al,

n 1>art

ir ele

lllla especie

de

t r:1vclling cinc111:.ttográfico

en

conrrapic:ldo

sobre el cuerpo de unn

1nujcr:

• Entonces, el

pie o el

zapato --0 una parte

de

ellos-

deben su preferen

ci:i co1no fetiches a la circunsr:incia de que

la.

curiosid:id

dtl varoncito fisgoneó los gcnit:ilc) íc1ncni1los desde abajo,

desde las piernas,.:

léase

rodo el

p..1s.1jc

en

•EJ

fetichismo•,

así

como

hay

que

leer las notas 21 y

22

de

Tres ensayos de

teoría stx11al

referidos al fetiche

y

a lo panorámico.

Al ser dado e-se objeto, el

fcfichc,

conlo sustituto,

con10

sucedñneo de

otra

cosa, aquello que

lo

hace particularmen·

te atractivo es

ser

el sustit

u

to no ele

:.ligo <1uc

hay -<l

iga1t1os,

el pene- , sino de una cosa que no hny -diríamos: el pene

(en1cni1lo-. La castración, co1no In lla1nn11, para ser sinré·

ticos. lll

objeto

sustituro de

la fol

· Más vale

avis.1r enSt:gu1

a a co ecc1onisra

ferich1s1a

no sólo

de

que

folrar:I siempre un objeto en la serie de codos sus objetos

dilectos, sino

de

que además t ambién le

seri

difícil encon

fr:ir en

un

ncgoc-io ese

objero

Ql•e

ínlr:i.

La Co ec<idn 37

31 Aparre de que, fuera

de

las colecciones

Je

l:\pi

cc>

.1í1lados, los objeros

vnlc11 c11

mismos y

u110

por uno,

y

tic que,

como

succ<lc

con

las

obras de

arre, c:id:i tino puede

tt·11cr

su propio ::it1ror, In co lección de estos

objetos

nilndc

un elemento

que

encnrccc el valor propio de ca<ln

objcro:

..i deseo del coleccionista

como

•auror• de la colección.

I

·,

decir, ese sujeto supuesto cuyo deseo co11stituye el pun

lcl

exterior que da su existencia

y

coherencia al conjunto.

i I punto de lo •más intimo de

mismo•, un

X

que

el

:<-omcrral de roda colccc1ón

y

del

que

cada ob¡ero que la

'<>n1ponc parece misterio\amentecargado

como

un acun1u·

l.1Jor.

32 Colección cpiftl nica. En el fondo, la escena a la

que

asistin1os

con

D:i lio c

el fihn

<le Renoir es

la

ohsccni·

d.1cl discreta de una descarga de goce de l coleccionisrn, el

nstanfc captado

de una epifanía del deseo.

Sobre la escena de lo visible, poco a poco

cobu

forma

l.1

idea

ele

que habría una

arquitectura

de

lo

colección cdi

hcada alrededor de ci<rta desgarradura: lo que 5 ve r lo

•1ue se muestra. Lo qu< vernos del objero

y lo

que el objero

l l lUCStra

Objeto visibl

e

ol>jeto

qt1c

n1t1esrra

.

La cán1:=ira de

l ~ c n o i r

le> 1>onc

a la

visea: en el

n1on1cnto de l1accr

ver

nn

be ll

a caja

tic.·

111úsica,

lo

que esa c ~ 1 n a r : i

1l1ucstra es el deseo del

Se

1

101·

Marqués de La Chesnaye (así pues, al filmar el rostro de

1>.llio, la cá1nara ha

ce

\ Cr lo

que

los objetos rnucstrJ1l).

De esto

podría

inírrirsc

que

la colección mucsfra al

4. f>lcccionis

fa. El coltccionis.t3J pieza a la

vez

cons1i1u1iva y

c x c : l l t i d ~ único objeto ele l:.i colección. El único, por t 1 p u t s ~

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42 irard \Va1anan

de

no

arriesgar las palabras

•impudicia•

u •Obscenidad•

a

propósito de

un

inmenso actor hoy desaparecido,

diga·

mos que

ese

rosrro mostraba infiniramcnre menos signos

de alarmado pudor que el

de

Dalio al presentar su muy

decenrc caja de música.

Malestar

o

no habría

cierto placer

en exhibir

la

co

lec

ción propia a las miradas. Y esto es, después

de

todo lo

• f

>

1nas recuenre y co111prensible, altn si el rostro de quienes

1 ~ \ 1 e s r r n . n s t1s > c r r ~ s

de

¡>orcclana no prese1lta t111u c o n g c s ~

t1ón

de

placer tan intensa co1no el

de

MicheJ Si1non.

De ahí la necesidad aú11

1nayor,

si el coleccio11isra goza

en mosrrar,

de

responder al enigma

de

la colección oculta.

Las úlrim3s versiones que ahora recuerdo se me ocurren

más sutiles, si no más plausibles. Serían \ Crs-iones •tani1.a·

kianas•.

Imaginemos, en efecto, un cokccionista que mirara los

objeros

de su

colección del

mismo modo en

que

sus ante·

pasados, a los que Ta1tizaki alude en Elogio de la sombra

miraban a la mujer, a

la

que tenían •a semejanza <le l o ~

objetos de laca salpicndos

en oro

o

nácar,

por t1n ser i11sc

parnble de la oscuridad,

y

tanto como era posible, se esfor

zabn11 por sun1crgirla entera

en

la

o n 1 b r a ~ .

1\I destinar sus

objetos al secreto, este coleccionista no haría entonces otra

cosa que po11cr

en

prácrica una idea lun1i11osa de la belleza,

de su destello interior, según la c:ual •así co1no llcvadn a

la oscuridad

una

piedra fosforescente se hace irradi:111tc,

pero

expuesra a plena luz pierde toda su fascinación de joya

preciosa, del mismo modo

lo

bello pierde su existencia si se

suprimen los cíceros de s o m b ~ a . ; ; - -

 

L a

Coltc,ión

43

La última versión no hace m:ls

que

llevar esta

lógiC<i

e le

la belleza a una

c o n ~ u c c i a

extrema. Tanizaki cuenta

.t111bién la

historia

de

aquel príncipe que tenía a

su

amada

ltlidadosamentc encerrada

en

un reducto

oscuro

negándo

a dejarla aparecer jnn1;is en el exterior. ¿Celos dcvasta

c.lores? No. Sólo

lo

n1ovía ttn cuidndo del nlundo: esa mujer

c.·ra

tan bella

qt1e

él,

con

delicada deferencia

pri11cipesca,

se

«smeraba

en

preservar los

ojos

de

sus

súbditos de

un des·

lun1bram

ie1ltO

fara : si esta

1nt1jer

ht1biera aparecido

bajo

d

ciel

o

habría eclipsado al Sol y los habría cegado para

~ n p r e

Versión elegante de Gorgona fo Medusa.

40 Voy al caso que convendría llamar: la hipótesis de

l

colección oculta.

En

• l

rcvocarion

de

l ~ d i t de Nanres•

encontramos

lo

que inventa Pierre Klossowski re.specto de una colección

lle

cuadros.

Surge esra pregunra que

es

también nuestra

<uriosidad:

.¿A

qué

responde el hecho

de

coleccionar

para

uno solo cuadros que alegrarían n

v01rios,

cuando no a una

multirud de personos tan sensibles como yo?• (Les lois de

/ hospitalité, París, Gallimard, 1965].

Frente a las versiones cn u1r1crndtts, para Klosso\vski

la

respuesta está en otra 1>arte.

•Saborear el goce supremo de la obra que irradia en el

espacio

y

que recoge en sí su propia

irradiació11

-oh respi

ración inalterada pura de 13 ofensa que la más co1nprensi·

va mirada entraña.•

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44 érard

\Vaje1 ran

Lo sorpre11dcnre es

que csta111os

aquí tanro i-r1ás 3lejados

de un goce avaro

ct1anto

q1..1c en el motivo indicado, el

qt1e

se entiende que goza no es el coleccionista, sino el objeto

1nis1no.

«Goce

supremo»

de la

obra virge11,

inrocada,

qt1c

el

dueño

siinplemcntc, a su vez, t(saborea». Pequeña reco1n

pensa. Un coleccionista cntcran1ente a1 servicio del goce

del objeto, que se satisface él mismo de gozar del goce del

Objeto, Único, Solo e Irradiante.

De

modo que

en absoluto se le niega un placer a las

1niradas

de los espectadores:

lo que

se

erara de preservar es,

ame

todo, el propio goce de las obras.

Un objeto

que

gozaría de sí mismo. Un objeto

tan

per

fecto

qt1e no

tendría 1tecesidad de nada 1 ilae

11ad1e

. Goce

puro

cualq1.:11er

1n1radieirraña aiñeñazar1a

co11

pe rtu rbar

lo. Pero sobre todo, goce encero, con1pleto, absolt1to,

qt1e

no deja ningún lugar a

Otro

. Cualquier

Otro

es el Intruso.

Así la

Obra

se presenta

comq

Bella Indiferente, que no

necesi

ta

nada,

110

pide na<la

y

se rehúsa a

todos.

41

Cuando

con el ojo encendido deambulamos

por

un museo, ese l

ugar

que

parece

ttn perfecto 11ercado del

Can1po Vist1al,

especialmente

conceb i

do

para poner e11

re lación y arn1onizar 11uesrra clemánda de ver con la oferta

del arte ¿11adie se preguntó 11unca si las obras

n1is1l'13S

espe

raba11

en

lo

más n1ínin10 ntiestras miradas?

¿Y

si esto no las inquietara e11 absoluto? Quizá para ellas

so1nos ran sólo intrusos, i1nportu11os, n1irones. Vista desde

este á11gulo, la i11vención

de

la perspectiva en el Renaci-

1niento podría parecer ur1 ejercicio

de

viole11c ia vo lunra-ria,

La olección 5

\ttl>rc la pintura tina

n1a11era

de hacerle indispe11sable al

:

uadro

la

mirada

del Hon1bre de forzar

en

él vacío, de

Jlc1·forar en

él

t111 agujero, de

abrir

un borde en for1na

de

<>l'bira -co1no

lo

hizo

en

la pr-áctica el

tab

lero inaug11ral <le

l\runelleschi-,

una

especie de vagina de ojo que

sólo

u11 ojo

podría octtpar,

llc11ar,

n1e atrevería a decir.

Al

hacer que

Ja

111irada hun1ana intCr\

1

enga co1no

co

1

np

le1nento necesario

<lcl

cuadro

la

perspectiva atesriguaría tina especie

de

volun

ud de poder del Hombre sobre el objeto de arte: sólo el

l

lon1bre,

co11

t111a

mirada

pt1ede sa tisfacer ahora l obra de

1\clleza, so litaria y salvaje, la de Hon1bresticar.•

7

Después de esto, no

hay

que aso1nbrarse si se pensó en

c:rcar casas cerradas

para

cuadros bautizadas n1useos,

des

tinadas

a

perpetrar e11 e

ll

as esas violaciones colectivas y a

rcpeticiór1 de obras de arte qt1e llamamos exposiciones.

42 La

hipótesis klossowskiana de la colecci

ón

ocul-

ta descansa en la idea de obras ta11 perfecras que podrían

prescindir fáciln1enre de

mirada

extrañas . Cada

una

tiene

la

n1irada

en

otra

parte, vuelta

sobre

ella

misma

en

ella

1111sma.

Un

cuadro

Narciso que gozaría en contcn1plarsc.

Por eso toda n1irada ht11nana está de más en de1nasía .

No ranto in\Ítil, si110 sie1npre ávida,

aun si

es de belleza cas

t; I, casi \

  1a

profanación.

El

ojo es ttn tigre voraz. Hoy en d ía

se fabrican ca11tidades de imágenes para satisfacer su apeti·

10 . Estaría bie11 que en este desenfreno de in1ágenes fáciles,

en esta den1anda bulímica y en esra i1 ldigesrión de i1nágenes

c¡ue aflige a nuestra civilización, hubiese algunas rebeldes,

obras vist1ales,

que

se negaran a 11osotros y nos ignoraran.

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46 érard f

ajc

  natt

Cuad 'OS pata los cuales roda mirada sería un violenta

n1ienro.

Lo curioso es que tengo

la

sensación de

haber1ne

e11con

·

erado

cor C\ adros

así.

43

Otro

principio, más

Stlbterráneo,

podría

anin1ar

ca111bién

esa suerre

de colecclón.

Susrraerse a

codas

las

iradas, rcht1sárscles

de este 1nodo

es

ra1nbién, qt1iérasc o

no,

atraerlas,

incit

.

arlas.

Suponer

entonces un

ob j

eto

difere11tc

en esa co

lecc ión i

ndiferen

te:

que el objew secrero de esa reunión de cuadros todos Uno,

lo

que esas

obras

desdeñan y a lo

que

vuelven la espalda,

serían esas miradas atraídas e incitadas.

Una colección de m i r ~

En verdad, sustraer las

obras

a las mira<las

-como lo

rea lizan en n1ayor o 1enot

111edida las co

lecciones, sicn1pre

privadas

-

hace de toda colección

~ s r

llanlada a e l

as

.

'

Habría así algo de

exhibicionista en la

co

lección klosso,vs·

kiana. No jtistamente

en

el

sent

i

do

corriente del

que

e  

con·

traría placer

e mostrarse c sus

bienes

ín t

in1os, s ino, po r e l

contrario,

en el

sentido de

qt1c el exhibicionista

es

menos un

tipo que exhibe su miembro para hacer que se le pare al

otro

con el cie1tlpo, sin en1bargo, los exhibicio11isras han te11ido

ocas i

ón

de advert

ir que

esto no ft1nciona ,

qt1e

t

tipo

que,

al

1

nostrar st1

n1ienlbro,

busca sacar

le al

otro

una n1irada, l1acer

que

se

le

salgan

los

ojos de

la

cara,

si

se

quiere. Ta1

nbién

aquí,

contraria1nen

tc a lo que

se

piensa,

st1 problema no es tanto

goiar

como hacer gozar al ojo que él arrapa. Es un pescador

La Colecci6

47

<le

1iradas.

Un

tipo qt1e, al exhibirse, va a la pesca

de

mil'a·

d:ts. ¡

>esca

de

la mirada

a la verga, se lo po<lría llamar.

- - - - - - - - -

- -

El

ex

l

libicionista sería una

especie

de coleccion

ista

de

n1iradas.

44

También de las mujeres se podría decir que son

coleccion

istas de

1niradas.

Pero en

el

fon do

esto es más

una

f6rn1ula qt1e otra

cosa, porque,

para

las

1nujeres,

con

las

miradas es

como

con rodos los objetos que brillan: se ador-

nan con

ellos.

Es

decir

que, si bien

pt1ede11 prodigar es f

uer-

zos

n1ás que indudables para adornarse con

ellos,

rara vez

se

fijarán la

n1cta decidida y

última

de

apoder itse

los,

salvo

i>ara luego adorna

rse

con ellos

más

cón1oda1

11en

tc.

Lo que más les gusra de los ojos y obj_etos que

b r i l l ~

es

hacerlos girar. Poseerlos no

es

i su a1nb1c.1ón prunera Ja

\ilrima. En lo ct1al den1ucstran que 1lO tie11cn, • naturaln1e11·

te», la fibra «Coleccionista».

,

No

hay

aquí

una

dudosa

canti11ela

sobre la

inclinaci611

fe1nenina

hac

ia el

parecer

 

la baratija

y e l perifollo:

se

t r ~ t

de

la n1anifestaci6n 111ás rigurosa de la afició11 de 1as

1nu1e-

res, 110 por la bist1tería,

sino

por la verdad.

Porqt1e si lo qt1e sueña11, 1nás

que

apoderarse de

los

obje·

ros, es ponérselos de adorno, esto se debe_ a que todas l ~ s

saben

toda

la

verdad

sobre las apar1enc1as: que son

solo

aparie11cias. No

se

trata de conseguirlas con h i r i m ~ o l o s

de imitación. Hasta el Objeto final, Objero de los ob¡ecos,

Objeto clave de la serie de todos los objeros de los que esos

chir

imbolos

serían

tan sólo

1nanera,

or

11atos, el cabec1lla, el

gra  do1nador del c irco de todos

los

objetos, i11cluso Míster

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48

Gérard

\

 tlajc111an

Falo

avanzando de

lo más

orondo

en su traje de luces: ellas

sabe11 1ntt}'

bien qtte

tan1poco

él

es orra cosa que inconsis

tenci

a, pobre

posrizo. U11

1nonroncito

de strass, justo para

hacerse e

llas

11n lindo pcndier1re ¡)ara colgai:se de l

as

orejas

cuando van a bailar.

Frente

al

exhib

icionista,

ante

st1

teatro

y

con

el

te

l

ón

l:vanrándose . r o c r a ~ 1 ~ n r c e el pt1nro culn1inanre del espec

raculo, a lo

1ne1or

re1ran 11n poco. Puro gl

obo

i11flado.

Así pues, l

os ob

j

etos no tiene11 tanta in1portancia

para

las

n1ujcrcs.

En

todo

caso,

110

esa

in1portancia que

parecen

tener

para

los hombres,

entre auto,

caja de herramientas

equipo de

aud

io

y

artefactos electrónicos,

nadan en b j e t o s ~

Mostrador

de objetos, el

hombre.

Fetichismo del objeto,

cosa de varo11cs.

Por

lo

ta11to,

en todo

ho1nbrc dorn'liría un coleccionista.

Y

e11

roda

n1ujer,

una soñadora de

coleccio11ista

no

dormida

en absoluto, dup

licada en pincha<lora de globos.

lo

queda cantar:

Dia111011ds

1

(/ia111onds, dia111011ds

are

th

girl s best friends.

45 Tal es el sufrimiento vi11culacÍo a la co lecc ión ,

s u ~ p c n ~ i d esta de u11 objeto que no hay, el único real, el

ob1cro 1nhallablc, que

fa

lta

i11cesanre1nenrc,

que no cesa

y

no cesará nunca de faltar. Sin cn1bargo, a veces, y al margen

de la ficciórl k lossowskiana, colecci

ones

completas son algo

que

se encuentra.

Ocasiórt para destacar que a menudo, en este caso,

cuan

do

por

una razón

Lt

otra

un colecci

o11ista considera q11e su

La Colteeión 49

l

c lec

ció11 está completa, es decir,

por

una razón t orra cer-

1ninada, la n1ayoría de las veces esto significa que ha dej

a

' '

de complacerlo

y

de importarle,

y

que puede venderl

a.

<

c i ó 1 l

1r1uerta apenas tcr1ninada,

por

estar tcrmi11ada,

l'llBdebe,

en

st1ma, des.aparecer realmente. Como si al faltar

1.'

falta, e l coleccionista

no

tuviera más salida que,

no sólo

i

{ Sar

arse

de su

colección, a

lora íntegra,

no só

lo

deshacerse

de ella, si

no

también deshacerla.

Se

dice

que

la dispersa. Pero la dispersión

en un

sal

ón

de

ventas en el

que

las piezas parten

aquí y

allá, ese esrallido

qu

e es el modo propio

de

la n1uertc

de

una

colección

se di ri

¡;l  también

hacia t111a nueva

vida;

dcsn1embrada

a golpes

de martillo del subastador, ese despedazamiento del cuerpo

de la colección

te r

1ninada, es.a discn'l ii

tación de

l

os objetos

.1 to dos los

vientos es

tambié1'I, e n el

mismo

instante, por

1;, gr

acia de

otros

coleccionistas,

la

condición de

un posible

renacimiento.

La

colección, de ni1evo

i1 ICOn lpleta,

vuelve a

l i

vida.

1

 a

1nuerte

de

l coleccionista

es

otra

n'lanera

de

rerrni1

  lar

In

col

ección

. Viene así a cerrar lo

que

constituye el

inaca

·

llan'liento

intrínseco de

la co lecc ión, a ponerle tér1nino.

U1 I

térn1ino r.al qt1c

de

in1nediato se

procederá

también en este

l'

aso

a la dispersió11

de

la

colección

.

Dicho

de otra manertt, la

ntuertc de

Ja

colecc

ión

1

con'IO

);1

de

l co leccionista y la d i

spersión consiguie

1'lre

de su

co loc

l:Í6

n,

per1nite11

sobre

todo

que la

especie de los coleccionis-

se perperúe.

46

Aunque la imagen del

co

leccionista sea

la de un

h<>mbre solo,

la de

u 11 1naníaco,

monomaníaco, obsesio-

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SO

GérarJ W111enran

nado

y

hasta obsesivo, la colccci611 supone

y

co11stituye

no obstante cierra forma de lazo social.

Hay

u11a colecri

v i : i . a c i ~ n lo colección al menos por el hecho

de

que el

c o l ~ 1 o n 1 s r a p.ara. encontrar sus objetos .a a buscar

opor·

run1dades_ e.n las tiendas de anticuarios, conoce gente, sin

duda> casi s1e111pre semejantes orros coleccionistas co1no él 

so los como él.

Lo

curioso es que

de

esre modo lo

que

une a

los coleccionistas entre sí es

110

tanto un objero

e

positivo

como el obicto que falta y

que

se busca. Uno vez hallado:

el lazo social corre serio riesgo de aílojarsc.

Poden1os decir e11tonces que la colección crea u11a colec

rividad. Una

co

lectividad que se agrupa y unifica alrededor

del objcro. Lo cual produce

un

ripo especial de

co

lectividad.

En general, l

as comunidades

se forman

alrededor de

un

1deal

de

una consigna,

de

un símbolo: la Bandera, Dios la

R e v o l u c i ó ~ ... Los colcccionisros forman

orro

tipo

de

grupo

que se ap1nn alrededor

de

un

objeto. un

z.aparo \111a vieja

postal, ere.

Que e11

el goce se jtintn se reúne. Los

co

leccio

nistas fol n1a11 sociedades del fantas1na.

47 Podemos emender tombién que estas sociedades

orgon tadas

alrededor

del objeto

tienen, por el contrario,

vocac1ón por

la

disgregación.

Que

el elemento qt1e

en

laza

a

cada

tino con los

demás

es asimismo

el

que tiene

poder

para

separar

y dividir a

cada uno

de:

los

orros. El objeto que

reúne es tantbién el que divide.

El objeto

que

suscita el deseo suscita tambit'n,

respecto

del deseo ql1e otro pone sobre la envidia,

esa

vidia

de

la que conocemos la

descripción

perfecra

dada por

san

Agustín en

las Co11fes io11es la del niño qt1e

e11

si le1

cio

 

11

po día 1nirar sin palidecer e l a1no.rgo

espectáculo de

su

La Colecc 6n 51

ht·1·n1a11

de

le

che asido

a l pecho nl: iterno

¿Q_aién sabe a

d11nde

puede

l

levar la

envidia a

u

coleccionista?

48 Pero después de todo, cst•s Sociedades de

lo

Falca

de Objeto nun si

dan cuenta

de una g.ran mayoría de las

l

l)

lcccionest

son nada más que un

1nodo posible <le

ellas.

Habría

ese11ciah11ente

dos categorías

de

colecciones

que

l<•rresponderían según CJaudc Légcr a dos

tipos

de colec

ll<>niscas: los colcccionistas·buscadores y los coleccionistas-

1·nconrradorcs. Del primer

género

se habló en abundancia,

\ l

traca

del colcccio11i

st

a de modelo corriente, del buscador

ele gangas-fisg6n·comprador que corre tras el objeto faltan

,.. y tras

su

goce inhallable.

El segundo sería el que encuen1r2. ¿Lo que el orro busca?

F.nconrrar el

objeto

que

se calificó de inhallable? Sí claro.

¿Sin magia? Sí, claro:

con

todo en las manos, todo en los

holsillos.

Más

raro,

y

n1ás

delicado

de

r<:trarar

su

figura

es

c1a·

1norosa en Picasso: es cípicame11te el tipo

que

acu111ula

toda

1.lase: de obJetos en su caller hasta el momento en que se

.1podera de los que tiene a mano y hace de ellos un objeto,

nuevo objeto, otro objeto un

objeto-de-más

entre todos

los objetos que lo componen. Hay que ir a mirar b Ca/Jra

) orras cscultl1ras.

Así pues, esto podría repartirse entre colccciomsta-dcl

objcro-de-menos y coleccionisto-dcl-objeto-de-m;is.

Entonces en lugar

de

decir que Picasso

fl1e

u pinror y

un colecciorlÍSta basta decir

< ue

fue ltn artista. Lo propio

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S2 irard

Wa¡c'

del

arrist3

scrí3 así en

c-uanto

al objeto que falta fabricar·

lo. Fabricar

el

objeto-de-más

que

falta en

la

colección del

objeto-de-menos.

La obra de orte como aquello

que

viene a ocupar

el

lugar

vacío del Objeto Fal 1ntc.

En

este

sc11tido

existiría

t ina oposición radical c11trc

el

artista

} el

coleccionista.

J ero

si lo p(opio del

col

cccio11isrri

es correr tras

el Objew

que falta, ¡no hay que deslomarse

mucho para poder decir que todos somos colcccionisrnsl

Todo

~ u j c r o

es

coleccio

11isra.

Todos

so111os

coleccionistas.

El

resto son los artisrns.

Al

oponer al que busca

y al

que encuenrra respecto del

objcro se tendrá al artista por el que encuentra ti objcto

cuando todos los otros lo buscan. Él cncuenrra el objeto sin

magia:

el

ob¡eto que no-hay,

él

lo consrruye.

C.1da cual busca su objeto. Salyo

el

arrisra, que lo fabri-

ca.

9 Nuevo complemento a la descripción sucinta de

la

colección: está estructurada como un caramelo relleno.

Con

la

sola diferencia de que

el

caramelo está. relleno de

vacío, de la falta del objeto. A veces, este vacío es lo que

un

artista vie11e a poblar con

i1n

objeto.

o cual justifica a Jaques Lacan para ver

en la

colección

de cajas de fósforos de su amigo Jacques Prévcrr una espe

cie de verdad de la colección [Seminario VII, a étic del

pS1coa11álisis] Esto sucede

en

Sainr Paul de Vence en la

ca como dice Lacan de • trabajo-fa.milia-parria y el cinto•

LA

Coleuión 5

rara destacar también que en esa época sólo había pobres

<osas

para colcc:cionor, incluso desechos.

De

ahí las cajas

Je

fósforos. •Pero

bs

caj•s de fósforos se presentaban de

csre

modo -eran tod3s iguales y estaban dispuestas de una

11lanera

extrcmadamenrc agraclablc que consistía en que

:ti

estar arrimada cada

i1n:i a l: t

otra

por

un ligero desplaza·

1niento

del cajón interior se

po11ían

en

fila

unas con otras

ft>rn1ando

tina

especie de bancl.1 coherente que

recorría

el

reborde

de

la

chiincnca

n1011t,1ba

sobre la

pared cnfrerl

taba las molduras y volvío a descender a lo largo

de

una

Jlt1erra

. No digo que esto continuaba así

l1asta

e

infinito

Jlero

desde

el pt111to

de vista

or  

a1nental

era excesivamente

sarisfacrorio.•

U11a cópu la

de agujeros que se encajan

ur1os

.1 otros.

He aquí, pues, una guirnalda

de

cajas de fósforos

de

la

que habrá brorado

la

luz: una colección de objetos

es

algo

que se sosriene del vacío.

5

Colección de c•jas vacías en Préverr, ella mues-

tra que

en roda colección está presente la dimensión del

desecho. Aunque sólo sea en

el

sentido de que,

por

valiosos

que puedan ser los objeros coleccionados, ninguna clase

l

valor propio del objeto puede explicar

la

colección. Los

objetos 111ás

raro

s

n ~ s

lt1josos n1ás caros si forman colee·

ci6n, sólo reciben su va l

or

del acto de su colección. Exacta·

mente como

la

colección de objetos mis toscos jumados al

azar, que sólo tienen vnlor a los ojos del coleccionista.

La colección rcaliz.:t así

u11

autén1ico 1nisrerio:

una

ele

vación del objero con1ún, y hasta del desecho a ese lugar

de objeto infiniran1cntc valioso suerte de transmutación

alquímica. Sublimación del ob¡cto.

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54 Cir11rd \Va¡c ran

51

Üle

sobre estos comentarios acerca del

e ~ h o

la sombu de. los re dy m de de Duchamp, de quien podría

decirse que htzo

del

gesto

del

coleccionista

un

acto artlstico

pero de u 3

1nanera

disrinr3 que Picasso.

Pese a tanto esfuerzo por mandarlo a él

n1isn lo ni

basti·

rero dc_la Historin, Duchamp sigue siendo una bnlizn del

pensnm1et11

sobre el objeto y sobre el objeto en el arte de

11ucstro siglo.

r í ~

decirse

nsí

que toda colección tiene algo del re ·

dy 111ade

en el sentido de qt1e roda colección, como ro<lo

r ~ a d y

11radc es tina manera

de redin lir al

objeto. t\hora

b 1 e ~ . c s t ~

r c ~ c a t e

del objeto,

al

pasar por

un

vaciamiento de

uul? s1grufica que lo que de ser

le

queda

al

objeto

es

su

•.JSuahdad

u r a .

Cuando u n objeto ya no sirve

par

nada,

le

srrvc

t o d a v 1 ~ al

OJO. •Al

OJO•

es aquí un3 buena manera

de

hablar, tratandose de desechos que han perdido todo valor

salvo el que le confiere aún la mirada.

Esta es la

~ o n o m í o

que

rig

los Mercados

de

Pulgas.

Cuando el ob¡eto venido a menos alcanza su esl3do de

desecho una

ncera e1 I

definiti,ra es Ja

1nirada

la que

res·

cata al ob¡cto.

Su

ser se ha refugiado en su soln visibilidad.

Es aquí

do11cle

el

co

leccionis

ta experin1e11tará

la

111nyor

nl

e-

grín ele

recogerlo, para luego

resrat1ral'lo

>reconll)0

  e ·

lo

rcmonrnrlo e11tcrnn1cnrc, pul

irl

o y llevarlo n

In

co

ndi

ción

e pum

joya.

Por 5tl

piel, entra el objeto

en el arte y

en las colecciones.

52

El n o m ~ r e • c o l e c c i ~ n i s t a -

así como

el

empleo

moderno del término •colección• término orig.inari3men·

La Coleuión

,,.

nlédico, que se hizo

luego equi\•3lcnte

de

..antología• y

Je -.cosecha•, antes

de

designar una reunión de objetos),

,latan del siglo XIX.

El

término •filarelia• n•ce también

en el

siglo XIX, como sin duda gr>n parte del vocabulario

referido a las colecciones. Por supuesro, había que esperar

1 que

hubiese csta1npill3s

para qt1e

se pensara en

e c c i o ~

nadas; pero la filatelia es sólo

el

tesrigo del nacimienro, en

d siglo XIX, el de

la

gran industria, de un modo nuevo de

la

colección: no

ya

In

de

l aficionado, de

la

colección

de

arte

o

de artesanía, sino

de

las colecciones de objetos reprodu·

cibles.

53 Los objetos de la reproducción industrial están

•Construidos• como los objetos de la dem•nda: se entiende

que responden a

la

necesidad. Estamos

a<jui

en

el

orden

de

la

indistinción, del anonim3tO y

de

la indiferencia del

objeto. Por

eso la

colección

de

objetos reproducibles indus·

triales sería, en este scnrido, una manera de

reinrroducir

el

deseo en un campo social del que, regido este

por

una

lógica uriliraria,

está excluido.

Pues

sucede que la colección

del objero reproducible se

liga

exactomente a aquel punto

del objeto que lo hace salir

de la

reproducción de lo mis·

mo.

Esa

colección se engancha a

In

singularidad del objeto

prccisan1ente

nlli donde

csre

se presenta

co1no

idénrico e

infini

ta111ente

sustituible. Más

qt1c

engancharse a esa singu

laridad, la hnce surgir.

En la médula de la edad técnicn de reproducción maqui·

nnl de lo mismo, hay una acepción de la colección que In

considera como

una

especie de necesidad

de sujeto

  Por

otra

parte, cabe decir que la diferencia entre un objeto y otro de

una misma serie es, en cuanto tal , huella

de

un sujeto.

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58

Cérard \V

a1e1 an

lo cual co1lviene agregar que, tal

como lo

supone adcnlás

lo

definición retórico del oximoron,

el

hecho que lo cosa

sea

contradiaoria

no le impide existir, de modo que, por

ejemplo, así

como t-n

los hechos

nada

impide a un

niño

adelantarse corric11do detrás

de

la n1úsica, sin

duda 110

hay

11ingún obstáculo para reunir

obras

de arre

C1\

una colee·

ción. Con codo, es bueno saber lo

que

se hace

y

cuando

se

realiza un oxín1oror1, decirlo.

J>ero

esta paradoj3

110

es sólo

lógica o teórica.

Se

pueden advertir

S\1S

efectos en asuntos

concretos y cotidianos.

Por

ejemplo, en

lo

que llaman

un

aurochagc ••

El problema de

lo

que llaman un

accrochage

parece ser

sic1np rc, más allá ele Ja fo rma

e11 que

se presente, el de com-

poner

una

serie homogénea de

obras

singulares. Lo

que

lla-

man e c r o c h g ~ es siempre

una

manera de apañárselas

con

la paradoja lógica de la colección. Sea organizando órdenes

por

cronología, por paralelos formales, por asociación de

ideas o de cualqlaicr

otro

modo, el dilema será sicn1prc el

siguiente:

¿c61110

íor1nnr

una

serie consiste

11te

de

o1>jctos

singulares? ¿Cómo poner junto y hocer conjunto de lo que,

por

definición,

no

tiene ninguna

otra

relación

como no

sea

de diferencias?

Me refiero

aquí

a la colección en sentido objetivo, si

1n

·

plcmente

como

reunión de

obra

s de arce. El problenrn nace

de esto: de

que todo accrochage

ser:í una roma de purrido

sobre la

obra

de arte,

una

cierra ma1lera de considerarla.

A decir verdad, existen sólo

dos

maneras. O bien se arrapa

una obra por

Ja singularidad,

por

aquello

que

la disungue

de cualquier

otra

obra

de

cualquier

otro

objeto y

de

codo,

incluso de

cua

lquier otra

obra que

se le parecería, e inc

l11

so

de

una obra de

arte que sería idéntica a ella (problemas

ele

La Co/cc ón 59

l copia y la falsificación), o bien se considera una

obra

por el sesgo de lo

que

la vincula a

otras obras

a otros

objetos, a

otra

cosa, de

lo que

la acerca, de

lo

que tiene

de común, de comparable, de semejante a

otras

obras. En

u11

caso, la

obra

es aprehendida por aquello

que

la separa,

co1no

lo

c¡uc no tiene nin

g\1

n doble,

como lo

que 110 se

parece a nada (ni siquier;,t a su l eproducción forogr:ífica);

en el

otro

caso, ol contrario, se lo aprehende por aquello

que la acerca a

otras

cosas

y

por lo que prescnt3 un

cido.

Así

pues, para la

obra

de arte,

entrar en una

serie

es

ser considera.da en

su

semejanza

y 11

como

un fr3gmento

de

puro

dasin1il. lnscribir entonces una

obra

en la serie de

una colección S\1po1te que la

ol>

rtl de arte es capt:tcla n1ás

por su imagen

que como

objeto, porque el objeto es lo

que

110 se

parece a nada.

Desde luego, difícilmente se consrruirá un n1useo para

exponer u  a sola

obra.

¿Entonces? Una solució11 posible de

nccrocl1agc 1>ucdc estar en la ac1 .1n1ulación

v ~ 1 r i n b l c

fruto

del azar; para resumir, en el caos

de

ciertos muscos, a 1nenu·

do

italianos. Frente a los

accrocl1ages

de

moda, profundos.,

rigurosos

y

pesadamente explicativos, el desbarajuste tiene

al menos la virtud

de

dejar al espectador esa libertad,

que

es

cambié11

su poder, de hacer él mismo conexio11cs, parale-

lismos

o por

el

contrar

io, establecer oposic

io11

cs,

y

dar

as(

sc

11t

ido a las obras. En l

as

exposiciones, a 1nenudo tenemos

la sensación de que el significado de

lo

que

se

mucscra está

dado

con los objetos que se nos muestran, en forma tal

que, saturada

de

sentidos, la miroda ya

no

distingue. Vale

decir

que

ha

quedado ciega.

o cu:.tl

es una afrenta no tanto

a1espectador

como

a las propias obras,

que

por mi parte,

co

n10

lco11ordiano, considero

cose 11re11tale a¡>tas 1>nra

p e n ~

sar

por

1nis1t1as.

Así pues, los discursos arricu Indos en las

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60 Cirard

\ Vajcnran

exposiciones p3rcccn parasitar a veces el sabio susurro

de

los objetos.

56

En un sentido, una obra de arte es el Otro de

todas las

otras obras

de arte.

7

Si

se define la

obra

de

arte

como singularidad,

hay una necesidad de que, cuando el discurso de la

cie1lci3

ha prevnlcciclo, el J\rce se afirn1c con10 afir111aci611

de

In

singularidad y del hecho de que no hay nada m:ís universal

que

estn.

El

discurso de la ciencia es generador de identidad y de

uniformidad a partir del op<:rador del cogito cartesiano.

Operador clónico: sólo es aquel que piensa; luego, todo

hombre, por p<:nsar, es

-un

sujeto-.

El

discurso de los dere

chos dtl hombre marcha al paso del discurso de la ciencia;

afirmaría la dimensión igualitaria de la identidad de los

sujetos de la ciencia. Del Norte al Sur y del Este al Oeste:

Todos Sujetos; por lo tanto, Todos Iguales. Muy bien.

Pero esrn identidad clónica

de

los sujetos de la ciencia

hace

que esos sujetos

idé11ticos,

Todos

Similares,

vayan o

buscar

f c ·a

ele

lo

cic

11cia

aquello que

podrá

distii1gt1i1los.

Como si la singu laridad real de los sujetos debiera necesa

ria1ncntc

rcsul gir e algu11a parte.

Y el rcsurgin1ic11co se

producirá

la mayoría

de

las

veces

en forma de la célebre •búsqueda de

identidad.

en b que

ílorcccrñn no l

as

singularidades

sino

iodos los particularis

mos: lenguas regionales, baile folclórico, alfarería tradicio

n l ~ música

celta depones

vascos, independenci::a

alpina,

c o m u n i r a r i ~ m o di,•ersos

o

lo

que

es peor,

religiones,

espi·

a

Colec.ción

61

ritualidades

de

baz.ar, sect3rismos, etc. De ahí

la

paradoja,

.lparcnre, de

que

cuanto m.is se expande la ciencia por el

inundo, más tienden a desarrollarse la prác-ricas locales y

las creencias osc:ur-anrisros.

El

arte sería la respuesrn de lo universal singularidad a lo

clonación l1niversal

del

disct1rso de

la

ciencia

y

a

todos

los

1>arcicular

isn1o

s que csra clonación cngc11dr;.1.

58 Entonces se dirá: ¿y el arte bretón, y el arte judío,

y los otros?

L

idea

de

un

{(arre local»

repugna a

la

idea

de

Arre.

La más pccltrciia

pintura pintada por

un pintor

japonés, en

J apón, sol>re

una seda japonesa,

con

un pin

cel japonés

tintas

japonesas,

observando

las reglas más

1radicionales del orle del Jopón en la

que

se representa

un paisaje rípicomente joponés

y

que lleva escrito un po -

ma

caligrafiado

c r c r e r c ~ japoneses,

lengua y escritura

pe:rfecramenre desconocidas por la inmensa mayoría

de

la

humanidad, esta más

pequeña pintura

como obra de arte,

está

instalada

en lo universal, se mantiene por

derecho en

lo

universal,

en

el

mismo nivel

de

codos

los

sujetos

universales

que, del Norte al Sur y del Esic a I Ocs1e, la reciben como

algo que les perrenece y les está dcscinado. No hay, en arte,

ni

exoris1no

ni

ajeniclnd.

Por lo dcn1ás. ningtín

nrre que

st,ponga fro11teras será

arre.

Un .ca

rte loc:.t

l•

nt

cn

vie11c a n1:tnifesrar

y

ensalzar

otra cosa que particularis1nos. E.stos se oponen a la univer

salidad, al contrario de la s in

subridad que

es lo propio del

ane. Una

obra

que es de arte,

que

es singularidad, es,

por

lo

tanto

uni\rersal. Ningún arte local es arre, precisamente

por

ser

local.

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62 Cérard

\tlnjc an

Aquí

podría1nos oponer

ar

rcsanaclo y arre. El artesanado

se funda sobre

lo

particular. L1s particularidades del arte·

sanado

son

genéricas: de todos los manteles bordados de

Brujas se espera que prc.scnren las mismas características.

Las parric11laridades genéricas cle l artesanado hacen

que

se

que

se refe ri rlos a lugares, a espacios geo

g r

af

1cos

c1rcunscr1pros

que

p11eden

estar cada

vez

n1ás

dcli-

111itados, parriculariz.ados. De esrc

niodo,

según Ja

111ayor

o menor distancia a la que se encuentre el observador, el

artesanado

pasará del país ( "ista de>de América, se hablará

de la cocina francesa), a las regiones de

este

país (la

cocina

del Sudoeste), a l

as

ciudades

de

esr•s regiones (el casso let

de To

ulousc y el de Castelnaudary), o los

barrios de estas

ciudades (en

el este

de Casteh1audary, se «rompe» seis veces

· ~ o s t r a ~ del

c a s s o u l e ~

para

que se

vuelva a formar por

sepnma ultima \'< ), e mduso a

mi

o cual fábrica de esos

barrios de

esas ciudades

de

esas regiones de ese país (¡ah, el

cassoulet

de Madame Colette ).

Por defi11i

ci6n,

el espacio del arcesanndo,

su

u11idad, es

lo

IOC>I.

Por

definicíón, el espacio del arte es

lo

universal y

su

unidad es lo obra singular.

Así pues,

e1l re

lac ión

con

tal o cl1al obra)

se podrd

n su111nr

todas

las parricu laridades

de

lugares, tiempos, estilos y

de

todo cuanto se quiera, arribuir tanro como se quiera esta

obra

a tal o cual taller, escuela,

ciudad,

país,

que mantendrá

su

afirmación

de

universalidad. P\1cs

la

única

cosa

universal

es la singularidad.

De ahí que, en vez de enlazar la particularidad gcnéric•

a Coleee 6n

63

de tlll objeto a un espacio loca1 particular, lo único que

se

l'Uedc hacer para situar una obra de arte es asignar la sin

•\1laridad

del

objeto a un sujeto, siempre singul3r, lo cual se

. ice en esta form•: Las Meni as de Vclázquez o lo Olymp a

de Manee.

Por eso, se dirá: o La

po r

ce lana de

Li111oge

y

~ ( E l

tirado negro sobre

fo do

blanco

de Malevitch•.

59

Se llama, pues, obra de arte a un objeto absoluta·

n1ente singular, insuscicuible e irreproducible punto de visra

ligeramente disínlil respecto de la afirmación preliminar de

Hc1\jan1in según la Ct1al o por pr inci

pi

o, incl\1SO la obra de

,1rre sie1np re fue susceptible de r e p r o d u c c i ó n ~

e11

•La obra

<le arte en la ora

de

su reproducibilidad técnico•). a obra

como aquello que no se parece a nada y no e p r e ~ n r a nada.

1:.lla presenta, se presenta a sí misma.

El

único modo de ser

en el mundo de este objeto es la presencia. Por lo ranro,

se

puede advertir lo d imensión que liga la obra de arte al objeto

Jel

deseo. J>cro al

n1i

s

1no

rie

n11l

o, codo

esro

i11tcrpcln

otra

\ CZ

al

ready

m dc

de Duchamp.

L•

operación

de

Duchaanp

consiste, en suma, en extraer un objeto del campo de

lo

1nis·

mo para, erigiéndolo

como obra

de arre, producirlo

como

•mgularidad. De

lo

cual deri\'a gran cantidad de cuesuones:

ese objeto deviene •a

rt

ístico• sin añad ido de belleza, simple·

111c11te porque alguien va a distingt1irlo de toda la serie. En

un sentido, podría decirse Qlte la única operaci

ón

consiste en

cambiar un objeto de la demando en objeto del deseo. Pre·

gunta: este objeto ¿es o

no

sustituible por él mismo? Esto es,

hoy, un interrogante. Si exponemos una Jara de Coc• y ella

cae y

se abolla, ¿basta tomar orra? ¿Será la misma Jara?

60

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64 érord Wa¡ana11

61

Al

fi

nal, no se puede descartar que lo colección

plantee un prob

le

ma al pensamiento. Pu

es

l Obj

eto

mismo

s

e

rige ante

el

pc11sa1nie11co.

El

objeto como

una

ba rrera

parn

el

p<:nsamiemo.

En

lo cual

no

está excluido que la filo

soíía incurra, y a lo cual

l

psicoanálisis habrío

aportado

a

prop6siro su

grano

de sal.

62 Hay en Lacon, se lo ha dicho, un irresistible ascen-

so

del objeto.

La

producción, el producto es e levado a

la

dignidad de causa pri1nera pnra

el

sujcro. Objeto-causa, tal

s el

trastornador oxímoron del objeto que trastorna, bajo

l nombre de objero (a). Auténtico enderezamienro de todo

lo que cae, se asiste a una suerte de sublimación del objeto

que, bajo su figura constiruyentc

de

desecho, aocede así al

presrigio del poder. Potencia del objeto. A

la

cual parece res

ponder una destiruci6n correl:itiva del sujeto de la posición

de

do11 1i11 io

a la de producto; el

sujeto

es causado

c11an

do

el objeto c

au

sa pu

es

él

misn10 pe

rn

1a11ece si 1e

c a sa

 

Con lo cual, hay para hacer un poco de limpieza y de

trajín en

el

orden filosófico.

El

objeto sería como

el

zócalo

de esa antifilosofía de

la

que habla Lacan con un término

tomado de Tristan Ti.ara quien escribía su primer texto en

Francia en 1920, con

el

título •Manifiesto del Señor

Aa el

antiíilósoÍO• (pudiéndose imaginar

que el

objeto será deno·

minado (a) por

•ob

jeto antiíilosó

fi

co• ..).

Filosofía del sujeto y onriíi losofía del objero.

Objeto (a) antifilosóíico. •a•, erra inicial,

que

pone

como exergo al primero en tanto heterogéneo a la

serie.

Lo

cual define justamente

al

ob¡eto

a):

objeto primero y refe

rente último de la serie de todos los o ~ c t o s de encuentro

a

Coftuión

6S

1

los

que el

deseo se consagra, pero perdido, para siempre

lucra

de alcance

y

de

captació1.

J>

ri nci¡>io

r

in1e

ro de la

..c..·rie, pero

que no puede contarse a sí

1nis1no en

ell

a.

El

ubjero

a), el

objeto íuera-de-seric.

De modo que

estaría

en el principio de toda colección

n>mo

el objeto para siempre fuera-de-colección. Objeto de

wdos los objeros, pero excluido

él

mismodel gran resto

Íl'cundante inhallnble

en la

leranía de los objetos. Desecho.

Desecho incluso de desechos.

(a) antifilos6fico debido a que, sin doble e insusriruible,

escapa a toda dialéctica y presenta una unicidad. una sin·

gularidad absoluta , esencialmente dispar. No puede engen

Jrar

pues

más

que

un

pensamiento

dispar s decir

reacio

:i

las metafísicas del Todo que como dice Tzara

prete11de11

ir

de a

a

z

Filosoíía del Todo, nntifilosofia de lo dispar.

63 Anrifilosoíí•, es deudora tambiln

de

la

filosoífa.

Toma el relevo. Porque a

la

filosofía no

le

es íácil rehacer

se.

•tO

De Ausch\.\

 

itz.

El

acontecimiento

más

importante del

siglo ¿quién

habrá pensado eso? Auschwitt es nombre de aquello que

redujo

la

filosofía a q111a Las cámaras de gas son lo real

contra el que los sistemas del pensamicnro se encallaron

frac...1.saron.•

t

l

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66

érard

Wa¡e 1an

64

Con el descubrimiento de l

ns

cámaras de gns

lle

·

el tiempo de

In

antifilosofía.

a

filosofía

habri

sido rehecha

por

lo bajo.

Por

el Obje-

to.

Obra

de Lacan.

Esta

obra lrnbró consistido en recoger el Objeto ex:tctn·

mente en

el punto

en que la filosofía fracasó. Lugar en que

el

pensamiento se hundió.

lugar

del mayor rebajamiento

de toda humanidad.

lugar

del Objeto.

De l

as

cámaras

de gas surgió el objeto impensable.

Y

el

ob

jeto impensable forzó a pen

sar

de nuevo lo que es un

objeto.

Y lo

que es el objeto del pensamiento.

Auschwitz lugar de la antifüosofío.

6

En el

campo

de Auschwitz había

un

sitio llama·

do •Cana

dá»

suerte de depósiro de

almacén en el

que se

reunían l

as

ropas y todos los objetos

de

los que se despoja·

ba a los deportados cuando llegaban.

Todo el

mundo

vio alguna

ve una foto

de una montaña

de zapatos. Imagen imborrable.

66 ..:Son los los zaparos (1lri1nos

test

igos

sonlOS

los

zapatos de los

pad

res y los hijos de París Praga o Ámsrer-

dam •

Moshé Szulstejn U

arbre da s les ruines 1947

67

De

todo

amontonamiento

de

objetos hoy vuelve

a :isccndcr, invenciblemente

la

irnngen del •Ca11adá•.

Apila1nicnros ele ctlcharitas valijas o instrunléntos de

a Col<eci6n

67

1n(1sica de

Ar1nnn,

estanterías

de Bo

ltanski

donde

bajo una

1111 de

sótano se acumulan millares de

ropas de niños. Estas

ohras hacen ver la imagen imborrable del

•Canadá•

El

amontonamiento de objetos no muestra

1nás

que

a

\uscncia.

68

Conozco a

una

muchacha que no puede pasearse

temblar

por

un mercado de pulgas entre las pilas de

ropas.

Se

ha dicho que Alemania es

una de las

principales fuen·

res de provisión de ropas

para

mercados de

pu

lgas de Euro·

pa.

69 •Somos los zapatos últimos testigos somos los

taparos

etcétera.•

70 En

In

primavera de

1944

los nazis empiezan a

quen1a r os docun1en tos con1pron letedores, dcscruye11

las

cámaras

de

gas

de Birkenau

y

deciden

evacuar a

los

prisio·

neros hacia campos situados mós al oeste.

s el

comienzo

de las •marchas

de

la

muerte•

de decenas de milos de sobre·

vivientes.

Las

últimas parridas

ocurrieron

a fines

de

enero

de

1945 los

soviéticos entraron

ol

campo el 27 de enero.

Justo después de que los S.S. hubieran hecho saltar el ú

lt

111 c-rem3rorio

e incendiado el •Canadá• .

71 •Somos los

zapatost crcércra.•

72 El 27

de enero

de

1945 la verdad surge

bajo

el

cielo del sig.lo. Todos los objeros han desaparecido.

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68

Gérartl \Va1cn1an

73 Caída del Objeto.

74 Antifilosóftca colección.

NOTAS

Df

nADUCClóN

DE

LA CóLF.CClóN

•t.

El

frag.incnto

}.(

cstruaur:a

en torno :a

un

juego

de

~ l : 1 b r a s

1lO

cx.ictamcntc

traducible

al

castellano.

Se

1 r ~ 1 a

del verbo

ea11str

•que

signi·

fica •Causar• pero también •ch;irl11r•. Hemos

traducido

por •charl<'I• el

original

c1.11rsette y

por

otro

lado h11bl'1dOr• \ itrte c:a s 1111 que ta1nbién

es •cnusante•.

t i juego se re11er.1

adell'lnte.

•2.

Marca de cubos de c.ildo cre:ida a fines del siglo XIX por el

cn1pres.ario suizo julius /\1:aggi, J)OSteriormente adqu irida por Nestlé.

Conrribuyó a

su

fant.1

n1und101I el

cartelc.1eado en ton10 a

su

nombre por

el artista italiano-francés l.eonetto CJPJ:Hello.

•J. En el ortgin01I ..hoN·IJ• Probable ;ilutión al título del célebre

rcl.ito de

Guy de ~ 1 . a u p ; . 1 u a n 1 . f . ~ o r l a ~

título

que lu sido

tradicional·

mente

intuprCQdo

eomo un ncolopjmo

compUC StO pc>f' C$OS

ttrminos

y

en d que

se

manifestaba ta n c i ~ ó n pt;fquM:a del

otu

.tor.

•4.

La

fórmula

cstoi

tOcNda

de

una O:lebre fruc de Cinna rngtdia

de

Pierre

<:oc-ntillc: •z\lailft t

lu1

tom1rtt t l tmrwn•.

•s \'a.rtc<bd de

de

us.o muy común C'n

la

cocina fra.no.-sa.

•6. Parque miura.1 de la rc¡.i6n de l.tmosín, constituido por un.a

C'normc

mesct

.a g.raniuca y

»t -'JC'

)'

cuya

\·illa principal alberga

mu)·

pocos pobladores.

•1. F.n

el original, J-lo ' 'tst1q11tr,

\'OCablo

que sugiere menos for

t.adamcntc que el castellano la a ~ o c i : a c i ó n tlltre homn1t, •hombre•, r

do111estiquer ..

domcsricolr•.

•s. Se

trara

de un 1ér1nino cmple.1do aquí en una acepción que no

consta en general en

Jos d1ccionorios,

y

<¡ue

desig.nl'I Jo que comúnn1cn•

te se denomina en castclh1no •cxposición;o, •exhibición•, ..muestraio,

etc. Sustantivo derivado del verbo accrocl1er

..

colgar•, alude también,

l ~ p c : c í f i o : i m e n t c

al

n1odo o cruerio con <1ue se

reúnen

l:as

obras

rn

los

n1us.cos., salas, galerías de arte,

t c ~ t c r a .

•9. Cassoult>t:

gutso

de :ilub1as (o Ír1joles), muy antiguo y apreciado

pl:i.to de la

rocina

í r . i n c c ~ en p.-irticular de ciertas reg.lones de Fr:an·

Q;;ii

Durante

su

p r c p a . r ~ c i ó n se f0tma

por cnc:1m-;i, una •COSC:n•. Colcttc

LtSure es un;;ii dkbn cocinera

y

auron. de numerosos Jibros de rcutas.

• 10.

En cscc (ra¡n'tC'nto.

c:I co1,1cll2no

rr;iduu

por el sentido

2 no

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70

Glrard \Va¡,man

podtr

ttílqar (1

Juq t

ckl ori_gjn.al con

y

se reki.w.

vc:rbos.

n

con

la IOCUt i6n r n r r ~

o

~ l b l i e .

• 11 Otro JU<go de ~ l b r 2 s

1ntnducibk

entre los Vttbos J khotltr,

· ~ · a r a r ene allane•

y

h:boutr, ·fr:aa su

LA AVARICIA

{FIGURAS, TilASTRUeQUES Y TRANSPOSJC10NES)

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La Avaricia

 

no

es

n1odcrna.

Comparada con

los

otros

pecados en apariencia n1ás indiferentes a las estaciones y

los días, surge bastante

ol

{ashioned 2

La Avaricia es feísima. No como cuando se dice: tal cosa

es un dcfcc10 dcs.agr3dable; la Avaricia es de veras feísima.

Es la fealdad misma

¿y

si la fealdad fuera un pecado? .

Los pecados atentan contra

las

virtudes;

la

Avaricia hiere

también el gusro.

La

Avaricin-quc-es-fcísima

no

es

moderna.

En la

época

moder11a

la

A\

 

aricia

:11 tic c imagen no otra imagen

que

la

ol

{as/Jio11cd

Quisiera descn1paq

u

cear este aserto

cur

ioso

como

estoy

por lo qltt hny

dc11tro.

J>nrn desenvolver

la

Avaricia

pro·

cederé

mediante figuras y rrnstrueques de estas figuras.

Las figuras podrán

limitarse

a

un rasgo,

a

un

esql1e1na o

condtns..tr varios

rostros,

presentar una vista

de

frente

de

perfil etc. Los trastrueques podrán ser simétricos inversos

cruzados,

verticales

etcétera.

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74

trard

\Y ajctnan

1 Si

parodiando

a MoliCre, que era un maestro

en

el reina,

decimos

qtte la

Avaricia

no es un

vicio

de moda

esto, fuera de broma,

cvide11te1ne11re

en nada n1enoscaba

la existencia tenaz de la cosa: a diario os convenccn1os

fácilmente de que goza de perfecta salud. La Avaricia pare

ce próspera

y

sin

en1ba1·go

también

parece una Figt1ra

del

pasado

y

superada.

La

Ava

ricia sufre de

un

déficit

de

ima·

gen, no tiene imagen moderna

y 110 c.s

para nada

\111a

Figura

de la n1oder11idad

-en

todo caso, no tiene buena in1agcn en

absoluto-.

De

eso se trata.

2 Ahora, podríamos pregun tarnos legíri111an1e11te si

no

se presentó sienlpre así: antigua y pasada. Lo cual haría

de la i1nagcn del Avaro harpagoni

ano

tina personificac i

ón

exacr.a de

la

Idea: un viejo

que

sicn1pre fue viejo,

carcom

i

do

n1enos por Jos

años

qt1e descle clentro, por

su

natt1raleza

avariciosa, un viejo

de naci111ienco

inclt1so si

e11

MoliCre,

pincel

ada

ge11ial e.sre viejo echa u11 ojo concupisce1

1ce sobre

cierta juventud. ¿Un joven avaro? Sería

de todos modos

un

cviej.o avaro>. La J\varicia es vieja y

v11e

lve viejo. Pcc.

ado

rancio

.

3 Se ad1nire implícita1nente

q11e

el Avaro f11e eleva-

do

a Figura po.- Moliere

en

el siglo XVII, y que este

retrato

es definitivo. De110111inare1nos Figul a la h11ella qtte deja t111

sujeto, algo

suyo

qt1e qt1eda

como

herer1cia

en

la me1noria

de los hombres. El Arre produce así Figuras. Harpagón

no

es un hombre

avar

icioso,

t111 avaro ha

devenido

aquí

en

el

Avaro por siempre janlá.S (además,

su

no111bre propio de

personaje es

hoy en

día nontbre comú11),

ha

devenido

en t111

Tipo. El papel del Avaro

en el

Gran Teatro de la Comedia

Humana

. Es evidente que debía retor11ar

en

Balzac. Si bien

Balzac,

solo,

después de Moliere, llegó a

producir otras

L.a avaricia 75

Figuras n1en1orables de Avaros, estas 11 son roralmentc

nt1evas. El padre Grander, Gobseck, so11 ra1n bién,

c11

su

tran1a, Harpago11es

del

tien1po

del capitalismo. La

literac\1 ·

ra

es

por

nacuraleza potencia crítica, le

c11ca11ca

¡>ensar en

contra. La Figura denunciada de l Avaro es pri1neran1entc

literaria.

4 La pintura h

abrá

delineado aquí y allá ciertos

rasgos de la Avaricia. Sobre codo si1

nbólica111e11

te,

con

sus

atribu

t

os.

Figur

ada

casi siernpre

bajo

el

exter

i

or

de una

a11ciana esquelética sosteniendo

una

bolsa

de

oro. Se ve

esto en Juicios Finales o e11 Giocto, éapilla de los Scroveg11i

de

Padua, en tul e1nble1na opuesto a

la Caridad

q11e

anuda

la Avaricia a la E11vidia (

nudo

constante en pintura),

can1

·

bié11

en Mantegna) en

Mi11erva exp11f.sa11do a

fos

Vicios del

jardín de la Virt11d del Lot1vrc. O bier1 la pintura persigue

alg

uno

s rasgos del Avaro

n1ás

visuales, más ilustrativos

y

personales, co11lo los cuadros de

Qu

inten Mctsijs, l

ba1J·

q11ero

y

si m1 jer

expuesto

en

el

Lo11vre aunque

aquí se

rrate no tanto de un

avaro

como de tina nleditació11 sobre la

riqueza,3 o

como

Los tsttreros

de

caras terribles,

en

Roma.

Hay

también imágerlCS

111ás

reciente-s, las de Géricault, por

ejemplo. Enco11tran1os sin

duda en

pi

nt

u

ra

muchas

otras

figuraciones

de la

Avaricia. Pero, en conjunto, tiene 11

110

la idea de que el tema la moviliza poco y de que, aun de

la

mano de

grandes

pintore

-s,

110

genera creaciones

i11n1e11

·

sas. No Je sería cón1odo a la pintura den11nci

ar

el vicio.

El

histo

ri ador

de arte Maurice Brock

ve

1nás allá: la l intura

no cendría, ¿cón10 decirlo?, afición a la condena ni de este

vicio ni

de otro,

el

que

fuere;

de

nlanera general, estaría

ma l preparada para e11vilecer -de lo cua l se encargarían

el

grabado,

el dibujo, tan1bién la fotografía- su cemperan1en·

co; simplemente, la materia de Ja que está hecha, sensual,

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76 irard \Va c t an

la conduciría

1nás

naruralmente a la celebración. Me gusta

esta tesis, pienso

que

es verdadera.

5 A.si pues, cuando nos representamos l:t Avaricia,

nuestras referencias son molicrescas y bafzacianas; de modo

que esro imagen es sobre rodo literaria y sobre rodo, fechada.

Digomos que el rcorro y

In

lirerarura del siglo XX no habr:ln

producido grandes Figuras de Avaro nuevos, y tampoco

habr. \n •tripolinndo» •

1

el tipo antiguo

de manera no[oria.

6

En csra époco, las

que

mejor lo han conseguido

son las artes vist1alc.s. No la pi11rura

-dcjen1os

pnrrt después

el problema de saber

qué iba

a hacer la p inrura del siglo

XX

con

lo Avoricio- sino el cine, y los dibujos animados

que produjeron de ella imágenes fuertes

memorables;

Srrohcim, por ejemplo, en

Creed -Avaricia

(1924)- con el

p<rsonajc de Trin•,

4

y luego, por

supuesto,

el Tío Rico de

\Volr Disncy,

Horpag6n

en el país de los toons. El d. a.

con

quista

así, con

roda naturalidad,

la fuerza de la

caricatura.

El poder

denunciador

del

cinc,

formidable, esencial -el cinc

ama

a los villanos, a los maJos-

lo

convierte,

desde

este

ángulo, en un arte

más

próximo al grabado y al dibujo

que

a lo pintura.

7 De hecho, ¿tiene sexo el

Avaro?

St1 Figl.1rn litera·

ria es gcncrnlinenre nlasculina. En ct1anto a la pinrura,

es

más

bien 1 n u j ~ r no realmente

una

1nujer,

una Vieja

-110 es

n111y

íc1ne11ii1a

-. Pero aquí estamos frente a Ja Avaricia, no

frente ol Avaro. Esro no es óbice

para que,

en

Creed,

Stro

heim hiciera de la Avaricia

una

verdadera locura de mujer.

¿Se

dirá

ª A\ ara?

La corrcsía

vota en

conrra.

El Avaro

sería Hombre y la Avaricia Mujer> o de sexo femenino. EJ

sexo del Av•ro. El problema

ÜC\•a

trazas de rc•porccer.

La

avaricia

77

8 e rodos los pcc•dos capitale., la Avaricia es

aquel

p•ra

el que rcnemos menos indulgencia.

No

es sim

plemente detestable: es

u n ~ n i n e m e n r e

odiado. Esto carece

de nexo directo con una eventual gradación de los vicios;

después de rodo, encontrarnos al Avaro en el cuarto

círculo

del

l11fierno da11tesco, rodando por los peñascos, mientras

que

el Iracundo, por su parre, chapotea en el

quin

ro, en las

aguas

cenagosas

de

la Estigi

a.

Ahora

bien,

acordaremos

en

que es pensable, aceprndo y hasta recomendable procla·

1narse org111loso, goloso,

ltajurioso

o

iracu11do;

con

pose 11os

confesaren1os perezosos; en

un

acceso teatral de franqueza,

nos acusaremos

de ser envidiosos, de la tierra

entera;

pero

avaros,

nunca.

9

Incluso

hoy, e11 11ucsrras

co1narcas

impregnadas de

frondosa impiedad, hasta irónican1ente,

hasta

por pcn·ersi

dad juguerona, nunca se "er.i a nadie reivindicar la

Avaricia

ni

consentir en ella. Podemos deleitarnos

con rodas

las in,·er·

siones de valores, estetas,

iconoclasl.

as

o inmoralistas

que

queramos, dar Jibre curso a

una

sutil afición a la

transgre

sión, la blasfemia y el sacrilegio: por cualquier punta

que

se

la tome, nada hay

en la

Avaricia

de la

que

nuestra infatuación

pueda extraer el

menor

prestigio. (Avaro, yo?• , del pródigo

al tacaño, protcstarc1nos

c1\

voz bien alta. L'l Avaricia

que

infla la bolsa no e11riqt1ecc

ni ser

-ron avara

es

la Avaricia-.

Más allá de l

os

volores

que

proclnmamos, más allá de nues·

tros ideales impregnados de generosidad, ella hiere hasta la

in1agen en cada uno. Un rrajc

que

no se quiere 11i se puede

vestir aun para

deshacerse de él, e11ve1e11a n1orr.alinente. Nar

ciso vuelve claramente la ~ p l d al Avaro, quien, aden1ás de

ser viejo

es feísimo, es la fealdad misma

s

El Avaro lasrjma

la visra.

En

la Avaricia, algo, oscuramente, obstinadamente,

causa horror. l Avaro, Figura del

Mal, una

cosa así.

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78

Gérard \Y/ajc nan

10 Imp

osible identificarse. El Avaro es el

Otro

. Sepa-

rada de la serie de los pecados, la Aval'icia parece defin i-

tiva1nenre insubjetivable.

El

Avaro es un

Orro

. Figura de

un

Otro Absolt1ro, completo, sentado y afirmado sobre su

nlonrón de Todo,

qt1e

no nos deja nada

1nás

que

n1aesrros

ojos

para llorar. La Figura del Avaro es el sueiio

de

una

completitud; «¡lleno

de plata» cuando en verdad sufre

crue

l1nentc

de

Ja

falta, cada

céntinto

que

JlO

t i

ene

o

J ierdc

lo desgarra, la

falta

es

para

él más

que un

suplicio). Tan

Orro

es

que

resulta difícil creer

que

alguien,

en

el

sombrío

retiro de ltn confesionario, haya po d

i

do ja1nás confesar

literalincnte este

pecado:

«Padre,

he

co1netido el

pecado de

aval'icia». Salta a la vista que algo no funciona: se con1e·

te la lujt1r ia, la gt1la o la ira, 110 se con1ete u pecado de

avaricia. La avaricia toca al sel'. Se es Avaro. No podemos

sino agarrarnos de 0\1estro ser. Nadie sin e1nbargo se deci

dirá a ello. Y sin

en

lbargo, cOnlo a veces sucede, un día

brun1oso

de

depresió1l

no

nos ncgaren1os a cubrirnos con

flores n1ucho 1t1ás venenosas. Además,

¿co11

qué falta

no

estaría

dispt1esro a

cargar

e

sujeto

rnás inocenre? l11son

dable culpabil

i

dad del

ser. Sin

embargo,

incluso desde el

fo11do

de

Ja

más

se\'era crisis

de

verdad

que

plteda

devastar

a este sujeto,

tanto da

decir

Ja más

1nelancólica, tenemos la

sensación de que nunca, aun desde la nláS sorda desespera·

ción, brotará

la exclan1ació11: « ¡SO)' un abon1i11ablc avaro,

nada n1ás que

u

s11cio tacaño » La Avaricia como rasgo

de

i11ide11ti icaci6n

absoluta.

11

El

Avaro es el Otro, pero

no

se puede descuidar el

hecho de

que este Otro «lleno

de plata•

suscita tambi

én

la

E11vidia,

que

es

u

pecado. El Avaro prod\1ce horror, pero

llama sin

embargo

a un regisrro

de

la identificación, a los

celos: «Yo,

e su

l

ugar ..

» Si bien

antaño su

en1blema so l

ía

a

avaricia 9

asociar la A\raricia a la

E11vi<lia,

tal vez había

q11e oír en

la Envidia del Avaro la ambigüedad del de pues el Avaro

figuraba canto como objeto de

la

E11vidia que con10 sujeto.

a Avaricia del otro suscita la Envidia del Uno. La fórmula

result.a ap roxin1ativa

porque

deja fuera el

re

-sorte esencial

de

estos pecados, que es el Oro. Por lo tanto, habrá que

decir n1ás bien que la Avaricia

<lel

Otro s11scita

la

Envidia

del

Uno,

pero por

la vía

del Objeto

. Volveré

sobre

esro.

12 «Avaro» es ta11lb ién

una palabra que

viene del

Otro.

B11eno, del

Otro

vienen to<las

y por

definición,

es

el

Otro

el

que

enuncia el

pecado, puest0 que

Él formula la

Ley: «Tií harás, ttí no harás». «El pecado no es imputa-

ble si

no

existe la Ley., dice

san

Pablo.6 Da lo mismo. a

Avttricia excede rambién en e.ste punto a los

orros

pecados.

Sólo

u

otro, an1igo jurado o c11emigo fiel, colega, esposa,

amante o hijo podrán no1nbrar al Avaro

oe<AvarO»

. Ninguno

se dirá Avaro por sí n1is1no,

7

y

ninguno

se reconocerá

en

su

Figura. •El Avaro•

es producto de

la

pa

l

abra

del

Otro

o,

para

designarla

aquí en su

función verdadera, de una inter

pretación.

13 Mie11tras

que

el vocabl1larlo

para fastidiar

a)

goloso es pobre, la leng11a 110 es avara en cambio para

vicl1perar al tacaño. Se lo llanlará avaricioso, avariento,

cicatero, agarrado,

roñoso,

ang.urrie11ro, llorón, usurero,

1nezquino, mercachifle, cagó11, an1arrere, ricacho, perro,

rata, vampiro, bt1itre, rapaz, canalla,

arpía,

i11fame, har

pagó11; se

denunciarán

SltS defectos

e

cascada, avidez,

rudeza, titubeo, racancría,

parsimonia,

sordidez, pequeñez.,

vileza, mezquindad, an1or

al dinero,

sed

de oro

; se fustigará

s tacañería

(econon1ía

sórdida

e i11geniosa conocida

sobre

rodo

bajo la forma verbal y generosa

que exhorra

siempre

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80

Cirard

\Vaicn an

a no csca1i1na

r);

se lo

cacJ,ar

á de duro, renaz, honlbricnto,

ávido que es

lo

que

la

palabrn v ro significobo también

ha

sta

el

i l o

XVI), vc1,a l, mísero, :igarrado, sórdido, es

tre

cho, puerco, mezquino, chicancro, venal, codicioso. L l len-

gua

es

un 1esoro,

incluso para un avaro en p3labras.

14

a

circunstancia de que d tirulo

de

Av•ro caiga

del Otro se cruza con

la

de que, entre todos los nombres

de pecadores, es

el único,

diríamos, que st1

c1l:.t

conto u \

in

sulro .

L:\

abunclancia de si

n611i1nos

sería un indicio.

En

11101eria

de gramática, para el Bescherelle del insult

o•

se

dirá.

c1tro1tces: •Yo s y ahorrativo»

y

«EÚ

eres avaro». Por

lo

tanto, rodo insulto

a)

extrae su rasgo asesino de

I•

boca

del Orro: •Tú eres... • pero también, b) parece concernir

siempre a un modo de goce. El caso es que, en su principio,

el

insulro apunta siempre dirccra o indirecta1l1c11re al goce

del sujeto,

que

da raz611

de

St1 ca rácter

de insulro.

or n1ás

que los Pecados se distribuyan según una suerte

de

Orden

Canónico de los Goces oral con

la

Gula, fálico con

la

Luju

ria, escópico con la

E11vidia

...

-t:-ina

l

para

la

Avnricia?)

-

esto

no irnpidc que no rodos sean verdaderamente insultos.

•¡Pedaz.o de iracundo

o •¡cerdo goloso •:

el oído percibe

sin

m:is

que esto no pega. No es igual. Tratar a alguien de

Avaro es no sólo denunciar

un placer

malo, sino

también

exhibir un goce repugnante. ¿Habría goces bellos Te

re

sa de

Áv

il

a bajo el cincel de llcrnini, sí, desde luego)?

La

Belleza parece una categoría que no se equilibra bien con el

goce. ¿Paradoja?

No

tamo. Freud nos hablar:\ de gannncia

de-placcr en

la

retención, en

la

constipación.• Goce de culo

apretado. Goce sentado, solitario

)r

grore.sco del

Avaro.

15 lmpacra entonces, por contraste,

el

hecho de que

todos los pecados for1nen poco o 1nucho, lazo socinl, se

dispo11gan a la colectivización.

Se peca de

bt1ena

sana en

grupo, se da la mano para establecer fraternidades

p< Cado-

r ~ \ que comparcccrá1

c1

fila

i1

1dia el

día

clcl Jt1icio

Final.

Se adm

ire

que los lujuriosos andan en pandilla, que pue

den formarse parejas de orgullosos, grupos de hombres

iracundos por

12,

o m:lsj,•l mesas de golosos dormito

rios

co1ecrivos de

perC2.0S0s.

Pero

una A.

A., Asociación de

Avaros, esto no es fácil de concebi

r. El

Avaro anda solo, se

cuc1

1ta

sólo

hasta

uno. Por dcfinició11.

Defi11itlvamenre.

No

digo desesperadamente. lll se aviene a ello, m:ls aún: aspira

a ello. Volveré sobre esto.

16 Por otro lodo, el Avaro no está cxocramenre solo-

solo:

riene

una

relación

esencial con el mundo, ya sea como

aquello que esconde

el

oro que él no tiene y que

por

lo

tanto

le falta,

crueln1c11tc

y

que

por

lo

ta11to

él

codicia, ya

sea

como lo

que

an1ennza

al

oro que él Osee

y que

a1nenaza

si1  rregua con faltarlc. Así

pues,

los seres son iilstrt1me1 ·

ros

de

su pasi6n

como si

fueran

lo

que

de t1n:l

1nanera

u

otra puede satisfacerla. Enseguida se advierte que no hay

en

este mundo más que

un

único modo

bajo

el

cual

otro

sujeto puede aparecer: como ladrón potencial. Cualquier

otra voluntad es hostil. Cualquier otro deseo que no sea el

del Avaro es enen1igo, por definición,

n1ás

que rival, amena

z.1dor y mortal.

a

vo luntad del Avaro implica

la

exclusión

de cualqui er otra v )lunrnd, porque toda vo luntad que no

se re

11uncia

a sí n1i s1na. que

11

se n1oviliza al serv icio

de su

bien, va forzosamente

contra

este.

Cualquier otra

aspira-

ción se vuelve conspiración .

El

hombre quiere

el

bien del

otro, se dice; la fórmula puede entenderse, ya sea como de

una tierna y profunda caridad humana, ya

sea

como

de una

esencial y criminal

1n11idia

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82 Gtrard \Va¡ 111an

17 El Av3rO, en su figu.ra, es un

déspota.

En

su

cas:i,

en otro sitio,

con

todos, por doquier, todo ti cicmpo, por

naruralcu. Despotismo implac:ablc, dcspiad•do. lnsopor·

table. El Avaro impone un orden de

hierro.

De oro. Si nos

precipitamos n concebir esto desde

una

perspectiva socioló·

gica

y

progresist:t que explique

la

arrogancia del Avaro por

el poder del rey dinero,

lo

oscurecemos todo.

La

versión

psicológica

e

11tr

e JlClJrosis obsesiva

y

paranoia no

será 1nás

válida. Porque me parece que el absolutismo del Avaro hoce

su rgil

orrn

cnra, u

rostro que

ca

lifi

ca

ré de sadio110 le

l

Avaro: •No

hay hombre que

no

quie

ra

ser

déspota cuondo

se le pnra•.

18 Retrato

del

Avaro

como calentón

furioso. ¿Tira-

no

doméstico,

el Avaro que lo somete todo a su pasión?

Seguro. Pero

¿por

qué no mirarlo desde

otra

perspectiva?

Más

alta. de

un

despotismo del deseo. El Avaro

como

animal ~ s c a n r e

Podemos lamentarnos

de que el objeto de

esta pasión sea el Oro, podemos condenarla o \ Omit3rla,

pero

no negar

que

se

adorna

con

todos

los atributos de la

pasión amorosa,

afiebrada,

celosa,

incluyendo

un:i. parte

física y sensual, con retozos amorosos y placer casi orgd.s·

1ico. Atriburos que,

por orra

parte,

fo

rn

  a

el

rostro

obsce·

no

de

la Avaricia. En estos

puntos,

11ada

per

1nite separar ni

Avaro del común de los fetichistas Krafft-Ebingicn, amante

de los zapatos

o

cortador de trenzas. Comparten adcmñs

u a

afición marcada por

la

colección.

U110 y otro

poseen

u11a virtttd l1curística: 1nuestran

q

lt

C

el

deseo cst:i ligado a

u11 objcco (1nico

y

singular; que está condicionaclo absolu-

ramcncc.

En

esto, hay ql1e decir que

el

Avaro, e

cuanto

al

dinero,

no

es

que lo ame

sino que

lo desea. Primero, porqt1e

cuando se ama no se

cuenta;

después, porque si el

amor

se

alimenta de cualquier signo, el deseo sólo pende

de

3 parti·

La avar1c1a

83

cularldad extrema.

Recordación de que el Deseo, como tal,

es

fetichista. De

ahí

lo siguiente.

19

Retrato Paradójico del

Avaro como Figura Ética.

Toda n1oral, sea religiosn o filosófica, es, en mayor o n1enor

medida, apología del renuncia1niento:

cambiar

los propios

deseos

antes

que el

orden

del mundo, tal es la consigna.

¿Y si la Figura del

Avaro,

implacable , salvaje y

déspota,

elevara su pecado :

 

ra11go de una n1oral contra

ri

a? Moral

de rira110, cicrta111c1 1rc, de

una

voluntad

única tendida

hacia

una n1et:i única, que viene a so111erer al inundo

y

poner a

todo el inundo al servicio de ese deseo. Pero el deseo es

despótico, Sadc lo hace saber. El Avaro quiere

arrodillar al

mundo bajo el imperio de su deseo. Cambiar el orden del

mundo antes

que

su

deS<?o. ¿No

será este el precepro predi

cado por el

Avaro?

20 Momento de llacer constar

que

la palabra avaro

viene del antiguo francés

avere,

que, según el Diccionario

Robcrt, significaba •desear vivamente•. La etimología no

basta para probar, ptro sería

estúpido

no

detectar y exrraer

para sí un

rasgo de lengua

ran oporruno. Hombre que

desea

vivan'le

  t

e: véase Avaro.

21 Así que el

Avo

ro es hombre de Deseo. Esto esta·

lla, ind irectan1ente, en el ninl

e11rend

ido e11tre Valerio (que

habla de su amante, lo hija de Harpagón) y Harpagón.

VALERIO: 10dos 11ris deseos se

Ji titaron

a gozar de verla;

y

ada cri111ina{

profa ó

fa pasi61t

que 'e

inspiraro : s11s

bellos o;os.

HARPACON: ¡Los bellos OJOS de mi cofre Habla de él

cotno

at a e dt a11rada El Avaro (acto V, escena

3 .

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obstinado (rasgo que, por otra pane Freud asocia con la

Avaricia), impaciente, imperativo, impe:rioso, despiadado,

tir;\11ico, somccedor, envilecedor,

brutal

criminal y hasta

::1sesino. Digamos, al menos: el deseo no es generoso, no

comparte. Y

no

se divide. Aquí no hay margen,

no

hay de

1nás ni de menos,

no

hay más o n1enos o

un

poco. ¡\qtaí

se juega al juego del

todo

o nada . El deseo en sí mismo es

l :lJ):.lZ.

26

Concluyo que el Avaro es una Figura de Revela·

ción, un

Mostrador

de aln1as. Es llan1ativo, cul'ioso, que el

Avnl O detestable cu111pla

en

la lircrarura semejante

ft111ci6n

de verdad. Harpagón Gobseck sobre rodo.

En

este mun·

do en que el oro ha tomado el lugar de dios, él comparte

rasgos de J lnrpagón, como la concupiscencia sensual que

lo atrae hacia el

oro

pero hay más: Gobseck, poct3 des·

engailado, ha conocido a los hombres, los ha juzgado. Los

desprecia. Por esta razón se ha sujecado a la única forn1a de

porencia que no compromete con la vida: símbolo de todas

las porenci2s,

de

todas las pasiones que agitan al mundo el

oro le dcscl1brc el secreto de los corazones, al tiempo qtte le

pcrn1itc conservar St impasibilidad soberana e irónica

ante

las marionetas obligadas a recurrir a él.

El

Avaro, Figura de

Verdad.

27 Moliere sabía bast

ante

del Avaro; es indudable

que el Avaro, por su parte, sabe bastante del deseo (¿resorte

esencial del interés de

Mo li

ere

por el

Avaro?tl¡. Ironía, iro·

nía, he aquí al Avaro elevado a Figura de Verdad sobre lns

ahnas vícti1nas del pecado. Contrariamente al común de los

morrales (¿así se les llama, cortésmente, a los 11curóricos?),

d Avaro sabe lo que quiere, tiene

claro

su deseo. No sólo

sabe

lo

que quiere sino que esto le ororgaría una penetra·

La ar•arrcia 87

ción sobre lo que se agita en lo más íntimo de cada quien.

Como si la pasión del oro infame l mortífera,

poserera

en

su

horror

exclusi,·o la lla\•e de todas

las

otras suerte

de Pasión última depurada. Un cap11t mortm m

de

las

pasiones, lo que rcsrn una vez atravesados todos los f uegos

ilusorios que hacían

resoplar

en

vano

después de

esro

o

aquello. Una suerte de pasión verídica, más allá de todo.

a

única pasión que vale. Una Pasi

ón

Verdadera. Y Verdad

de la Pasión. Fea. Ml1y .fea. t>ero,

COf\10

decía Nierische, 110

hay razón para que la Verdad sea bonita ni cachonda. Ver·

dad sobre la 1narioncra l

1u1na

na, jugue[e de sus deseos. ¡Ay

del

hombre

que posea semejante verdad sobre el Deseo : el

co1nú1i de los n1orralcs no le quita los ojos de encima. Tiene

aires de pájaro de mal augurio. Harpagón Cobseck como

pájaros de presa, Tht Mt11

who

k11ew too m11ch.

2.8

Por lo

r.anro, el Avaro no tiene relación con el

dinero como símbolo sino como puro objeto. Esre rasgo,

esencial, colabora

en

el fechado de la Avaricia. No cualquier

objero. Un

objeto

que condensa

una

ganancia-de-placer,

irreducrible a la dimensión de lo útil y a la de rodo valor. Un

objeto enteramente vaciado de valor ranto de

uso

como de

cambio.

El

dinero del

;\varo

es un dir1ero qt1e no sirve para

nada, salvo p;ira hncerlo desear. Y si el ¡\varo goza, es ele

su sola y

pt1r:i

posesi61t;

en

fin,

cuando

digo «pura :. ... En

el Avaro, el go e sup<:rponc cxacta1nenre scn.tido jurídi

co y

scnrido sexual.

29 Así se explica que la Figura del Avaro esté cosi·

da

con

oro

con una 1noteria preciosa, con 1ner.al brillante,

co11ranre y sonante, visible:

y

táctil

«tor1cl1er de / arge11t•,

*Cobrar dinero• expresión de ecos masrurbatorios, debió

de ser forjada por

un

Avaro).•• El oro como el nombre del

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88

bard \Vaj ma

objeto en causa ca sa rnatcrial de Ita Avaricia. Con esto.

Sl1

Figura queda

referida a

tin

tien1po

en

que el oro reinaba

con10

dueño

y

señor y

regt1lnbn

e1 n1ovimienro de

los bic·

nc

s. J

>ucs

lo propio del 1\varo

es

ro1nper

este

movin1ie11to

de

ii1rerc

an1bio dcrerter al oro en su circulación y

act11nt1

lnrlo

1>ara

él

n1isn10, extraer

el nt

ernl nni1t1ado y, septiltaclo desde

entonces en cofres profundos co

1t1

0 rurnbas, hacerlo

retor·

11ar con10

a la mina

en

la que

desc311saba

inicialmente y de

donde unas manos lo habían extraído. Trayecto algebraica

y económicamente

nulo. Esta

inmovilización es también

el principio seco

y

esterilizante del Avaro.

Nada

se crea,

y

tampoco nada se transforma. Todo se petrifica.

3 El

objeto por naturaleza veloz y voláti l del deseo

se congela entre

las mnnos

del Avaro.

Esta

petrificación es

lo muda misma del oro en fetiche. Marx hablaba del oro

co

1t10 u11 Jneral

al qt1e ..:la for1nn 1noneda imprin1i6 carácter

de feriche,..

1

3

Lacan 110 dejó de scñnlarJo,

Ma.rx

era un

gran

clínico. Mientras que la dimensión de fetiche del oro sub·

sisrc

hoy,

es obvio que masivamente

a moneda

electrónica

reenvía la Figura del Avaro a un pasado obsoleto. (Veremos

que esta no es la única caus3

de

lo

que

deporta a la Avaricia

hacia atrás).

31

Así pues. la Av:.ricia supone la presenci:. físicn

visible del objeto. El oro está en su

pr

incipio. Incluso el rei-

na

do

del pape l monccla riunque

tn

1nbién

sea

material, trae

aparejada cierta dilución

de su

Figura. Sensible degradación

en el tránsito del Horpagón aícrrodo a su precioso cofre, al

personaje de reed tendido sobre un colchón

de

billetes

de

bonco. Ahora, imaginemos figurar hoy, para un film,

un Avaro: ¿rueda sobre un lecho

de

tarjetas

de

crédito y

mnnosea paquetes de acciones contemplando cheques ccrti-

La ovar1c1 a 89

ficados? La disolución gradual de

)3

Figura del Avaro sigue

exacta

mente In curva de

una

dcsmaterialización ostensible

Y

progresiva del

dinero. Al mismo tic1npo

a

la i11versa esa

<abstracción . del clinero hasta

la

n1

<

>ncdn electrónica vir-

runl, trnc

nparejnda tina

des1nat

erinlización del 1\varo y

en

una modalidad única: toda carga física, erótica, de la rela-

ción co11 el di11ero queda eliminada. L l pasión ardiente por

el

oro

se apaga

y

da

paso

a un interés frío

por

sucesiones

de ceros. e paSol de Ja contemplación al recuento.

Y

desde

entoncrs, de la Figura legendaria

al

triunfo

de la

neurosis

obsesiva. Fin del reino del mito, se abren paso los tiempos

del caso clínico.

32

. Esta dcsmaterialización corporal de In Figura del

Avaro

11.c11c correlato : su

n1c

11rali

zaci611

gener:lliz.ada.

La Avar1c1a clc1n ele

ser

una Falta, s

hn co

nvertido

e11

un

Problema psicológico;

el

Avaro no es un personaje de

Ja

c o n ~ e d i humana si110 . ahora,

un

caso clínico;

> ª

no tiene

3 v1rrud de mostrar, más bien se

Jo

pondrío a él en obser-

  ación. Obsolescencia del oro, obsesionalización del alma.

33

Pues ha pasa

do

algo que va a decidir un viraje

moderno.

El

Avaro habrá sido Figura de Verdad del Deseo

pero otra Figura de Verdad apareció. Llamada Freud.

Y

que, paso, dijo In verdad de la Avaricia. ll e aquí al inré

r-

¡lrccc 1

11tcr1>rctado

a Sll vez.

A

partir de

nhora

l:i Figtlra

del Avaro

ha

entrado

en

la sombra del espíritu

aho

rrador.

Pase

.malabar, lo que

era

Pecado se rransformó en rasgo de

c:iracrer .

4

.·El erorismo anal s uno de

esos

cornponentes

Je la puls16n que en el curso del desarrollo en el sentido

de

11ucsrra

accual

educación cultur;tl se

vuelven

inaplica-

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9 Cbard \V ¡tn an

bles par:) n1eras sexuales; y esto sugiere discernir en

c ~ a s

cti:ilidades de carácter qt1e tan a 1

ne11udo

resalt;1n

e1l

qu1e·

llCS

antaño

sobresaliero11 por St1 erotismo nnal -vale decir,

orden ahorratividad

y pertinacia- los resultndos inmediatos

y con;tantes

de

la sublimación de este.• (Frcud,

•Carácter

Y

erotismo anal•, 1908).

14

En 1917, Freud reformula la sene

de

cualidades como

•avaricia,

pedantería

y obsrinación•.

La

reunión

de

estos tres «defectos,.

• S

forma el

•carácter

a11a),. qt1e •proviene de las fuentes pulsionalcs del

e r o ~ i s ·

mo

anal o (dicho de manera más cauro y complern) rec ibe

poderosos

suplementos de esas fuentes•. (freud, •Sobre las

transposiciones de la pulsión, en particular del eror1sn10

anal• ).

15

35 Frcud, conmoción mayor de la modernidad, hará

pasar

del mito del Avnro a la novela del neurótico. Volte·

rern

de Harpag6n

a

Grandet,

y

de

Gobseck a las

aventuras

de l peqt1eño librancista.

Se

ve, por decirlo así, el cuadro.

Los pri111eros daba11

1notivo

a grandes obrns; los dramns

del titular de la Librero de Ahorros penan porque se pon·

ga eréctil la im3ginnci6n. ¿ ó ~ o h ~ c c r gran literatura e ~ ~

pequeños

ahorradores?

P e r o ~ ·

la

Figura del

'varo

acccd10

al

gran arte o,

mejor dicho, St el

gran arte

izo al Avaro a la

Figura, esto fue porque, por un lado, el Avaro se

v1cal1zaba

co11 el exceso, con la pasión

fur

iosa y, por el orro, porque

sobre st1 obsesi

ón

pesaba tina co11dc11a extrc1na que sólo

scñ:ilaba en él

igno1ni11ia

e infamia. El Avaro

era grande

n

tanto y en cuanto despertaba un sentimiento de abyec·

ción

radical o una risa mayúscula, es decir, como

lo

destaca

Dominique

aporte,

1

en tanto). en cuanto

c s c e n d ~ a sobre

una mirada aristocrática que elevaba la Avar1c1a a las

diinensiones de un3 pequeñez it ln lensa.

Sin1plemcnre

esto:

1 1abía

cierta grandeza de la Avaricia mientras la ap1astara

I

a

at•ar1c10 9

una

condc1 ln, n1ientras

ruvicrn valor

de

pecado, mientras se

comara

c1i

se rio q11e este pecado cr" capital.

36 La Avaricia

no

es un pecado moderno porque ya

no es digna

de

una mirada -porque ya no es

un

pecado-.

Ningún renrisra·pequcño·librancist3·0rdcnado-ahorra1ivo·

obstinado<onsripado17 merecerá nunca ·ni ese exceso de

honor ni esa indignidad de ser tratado de

innoble

o infa

me.

•8

Tal vez hasta se

tendrá

a

este harpagón por un

paran

gó11 con virn1des 11uevas, sentido <le la eco11onlía, prudenci:i

en l

as

Í11v

ersio r1 es, fe en

las colocaciones o

espera11za

e11 l

as

rasas de ii1tcrés.

37 En

•Anal

und Sexual• /mago, IV, 1916), Lou

A n d r ~ a s S a l o m é defiende la idea

de que

•lo anal, repri·

mido

e1 I

el niño, puede convertirse en el símbolo de rodo

lo

que est:I prohibido, de

todo lo

que,

como

pulsión, uno

debe

apartar

ele

su

vida . . Si el Avaro se

ha

mutado actual-

1nente c1 I Figura de1

c a r ~ l c t c r

nn:il, y si «todo lo

qt1e

está

prohibido• es la fórmula laica pal 3 nombrar el Pecado, • lo

anal

símbolo de

todo lo

que

est.i prohibido• coincide cxac·

1amcn1e, trndt>eida

a la lengua freudiana, la

resis tratada

más

arriba

de

la Avaricia

como

Figura misma del Pecado.

¿Emblema de lo reprimido?

38 En el fondo, e l Avaro encarnaba

una

tesis que él

exhibía abiertarne11te: el deseo tiene tnta causa inaterial, y

en la carrera

del

deseo, en esa persecución

incesa11tc,

hay

un solo objeto que vale, uno solo que no es ilusorio. El

oro. Único objeto. El oro cristaliza en sí todos los objetos

deseables, carga

con

todos los valores, elemento cJa,·c en

la desesperante metonimia de los objetos.

aave

del deseo,

nada menos. Metal fino de la clnvc. ' Y he aquí que a su

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92

Gérard \ f/ajcn1an

vez vi

no

Fr

eud para

a11unciar simplcmc11tc esto: el

Oro

110

es la

pa

l

abra

clave, hay una

palabra

clave

e

el

oro

y

esta

palabra

clave

yo la

conoico

)' la voy a decir. Mi

erda.

E el

1n is1no texto, «Carácter

y

erotis1no anal», de 1908,

Freud

establece el nexo

hoy

clásico e11tre el di

11ero

) la defecación,

apoyando

su tesis

en

el

saber inn1cn1orial de

antiguas mito

logías («Ya

e la doctrina de

la

antigua

Babilonia

el oro es

la caca del infi

erno•),

leyendas

(•Es

fama

que

el

dinero que

el diablo obsequia a las n \ jeres

co

qttienes tiene con cr-

cio se n1uda en

excre

1nento después que él se at1se11ta»} o

ctientos (evoca e l

D11kate11scl1eisser

el caga-ducados). La

1nierda, palabra clave freudiana.19

39

Caída catastrófica en la bolsa de

va

lores: lo que

tie11e

el valor más grande, lo 1nás deseable, se revela

er1 \11 1

ab rir y cerrar

de

oj

os

co1no lo más vi

l. El oro

1nis1no

es u a

falsa aparienc i

a,

el nodo cente

ll

eante y engañoso

de un

cxcrcn1e11to. Se advierte

la n1a11era

decisiva

en

qtle Freud

aceleró el envejeci111ie11to

de la

Figura

de

l Avaro. No

todo

lo que

reluce

e-s oro,

dice el adagio;

y Frctid

concluye:

no,

es cac:t.

El

va

lor

atribt1ido

por un

sujeto al

oro,

¿depende

de

la

re1nora

cotización

de

las heces de

un

niño er

I

la bolsa

de

l

os

valores

mater11os?

Fretld arrt1i116 al Avaro a l hacer

caer el oro. La

n1áscara

de oro cae, es la hora de una

tr3 11s-

111utación de las

n1atcrias:

bajo la

iluminació11

fre11dia11a el

cofre

adq

uiere

de

pror1to reflejos

de bacinilla nocrurna, el

calcetín de lana cuelga como papel higiénico y Forr Knox

n1uestra aires de Cloaca Máxi111a de acero. El Estado forn1a

stocks de oro para

gara11tizar

la moneda

.

Pero con

Freud

surge

tina n\1eva prcgur1ta:

¿qué es

lo

qt1e

el oro

garanti

za»? E cuanto

a

la

política

de

reacti

vación

que

i1npt1lsa

a

los al1orrisras

a

sacar su dinero de

la

Caja de Ahorros para

invertir,

ella se

despliega

como metáfora de

tin co1nbarc for-

\

La avarici 

n1idablc

contra

la constipación. Este jt1ego

de

trastrueques

freudia11os indica u ca111bio

de

época: abandonen'tOS el oro

al Pasado,

viva

la

mierda n'tode 'na.

C o n e n t a r é ~ al

final,

algu11as consecuencias

de esto

en el arte.

40 Faceta Moisés de Freud: el Becerro de Oro es

boñiga.

Su

faceta ico11oclasta:

en verdad,

el

hombre

es u

adorador

del desecho.

•Es

posible.que la oposición entre lo

1nás valioso

que el

ho1nbre

ha

conocido

y lo menos

va

lio

so que él arroja de

í

como desecho [Freud dice refuse,

e ing

lés)

haya

llevado a

esta

idenrificaci611

condicionada

e11tre oro

y c.aca,.

(Freud, •Carácter

y

erotismo anal

,.,

op.

cit., pág

. 157). Obertura de la ópera moderna, Crepúsculo

de los ídolos.

41

Esta ópera de f«ud puede rener dos finales, posi·

bilira

dos

sa lidas .

Dra1na o

con1edia. Todo 11uesrro

teatro.

J>ode1nos ver

en esta alqttimia

inversa del

oro en

n1ierda tin

atentado contra

nt1cstro bien

más preciado y contra

tino

de

nuestros

más altos

valores;

lo

c11al

hiere la

image11 que

11os

hacíamos del Hombre

y

de nosorros mismos

como

E

l-

Bien·

Más-Preciado.

2

º

Es preciso

situar

enro11ces

este

atentado

entre las heridas narcisistas ya infligidas por Freud-Copér

nico ) Freud·Dar,vi11. Esta es la versiórl

dramática

• ¡¿Era

sólo esro?

¡

Bt1ah

 » O

bien

la

rrans111utació11 cobra

aires de

volrerera de los valores; véase la imagen del Gran Plarero de

verdad velando

ce

losa1l1ente sobre

su

orinal, vis i

ó11

verídica

del terrible Forr Knox: la boca de cloaca mejor cuidada del

inundo. Esro provoca

risa.

Los

valores

paras

arriba

viran

a

bufonada; la caída de

materia

cobra

aires

de caída de

velos,

lo

ct1al

nos

descttbre seguratnenre

t1no de los resortes

esenciales

<le lo cómico:

«¡¿Era

sólo

esto? ¡G11auut1u ».

La

1isa

asciende cuando los

velos

caer• .

Desenlace

c6n1ico de

la

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94 Cirard \Vajc1 an

con1edia ht  nana ct1ando la con1cdia

se

confiesa. Co11íesión

forzada por tin

Fret.1d-MoliCrc. Risa

o estremecimiento. Dos

desenlaces ante In verdad de lo qt1c fulgura a11tc 11uesrra

\

1

is

r a

Ellos coexisten, no ' 'alcn m:ís uno que otro} cuesrión

de

elegir.

42 Freud no se

li

m

it

ó a decir la verdad de l oro,

consrrt1yó

el

oro

y

la

mi

erda

con10

n1etáforas

lo

t1110

de

lo otro, recíprocas, continuamente sustituibles y reversi

bles. Dio la fórmula de este trastrueque, del int<rcambio

indefi11ido, del

equívoco

fundamental: Dirt

1s 111atter

i

t/1e

1uro11g

place

La

s11cicdad es

111ateria

11bicada c

l11gar

eq1

r

ivocado, citado e n -Carácter

y

er otis   10 anal)•, op.

cit., pág. ·1

6 J

43

El

oro

mismo es sede y ageme

de

las transmuta-

ciones, Señor de las crransposiciones•, para hablar

como

Freud,

An10 de las in\•ersiones 1nar:lvillosas,

Metal

filosofal

de Ja

alquimia de

las

almas y los cuerpos:

•Cold?

ycl/01v, glitteri11g, prccious Cold? ( .. )

Thus 1111teh o{

this, rvill make black, white; {011/ fmr;

Wrong, r1gl11; b a s e ~ noble; old,

) Oltng;

coward,

11alia11t¡

]

Tl1a1

,  akes tl1e wappe11 d ruido1v wed

aga;11;

Co111e

da

11

  1ed eartlJ

 

Thort co

1

10111.vJJore o n1a11ki11d••. •

Shakespeare, Timon o{Athens.

(¿Oro? ¿amarillo, bri/fa,,te, preciado Oro?

..

Hay

aq11í basrante para volver blanco lo negro, bello

lo

feo;

J11s10 el

error; 11oble lo

i11fa111e; joven lo viajo valte11e

lo cobarde

[ .

1

L. ti avari,ia

95

P I J1nce

de rt  a

vi11da

vicia y corro;da ª

loza11a ;ovc11

casada

( .•

1

V a o s ~ conde1iado polvo

T1í P11ta

del gé11ero

l111111ano.]

44

Cor1 la ec un<:i6r1 oro = mierda, I:rct1d se hace

shakespcriano,

sin1ple1nc1lte agrega

trnns1nt1 taciones

a la

Gran

Obra,

despliega m:ís adelante la serie

de

los

oxímo·

rons del oro.

En 1917,

en el texto antes citado, •Sobre las

ttansposiciones de la pulsión, en particular del erotismo

anal• desarrolla también la lógica inaugura da

por

la

ecua·

ción ¿ rn. E11 pri1ner lugar, extiende ecunción a otros

térn1inos e i11sta1a una nt1eva ser ie: cx

crc

n1cnto = d inero •

regalo •

niño

=

pene; en

segundo

lugar,

plantea

que en esta

lógica rodos los términos son intercambiables:

•U

na parte

del interés por la caca se conrinúa en el intert:s por el dine

ro; otra parte se

transporta

al deseo del hijo• (idem). Oc

esto resulta,

po

r eie1nplo, 11iño

=

cxcrcn1c11to

Puede

co11ce-

birsc c11to11ces la idea de un c iclo freudiano: de - a» a

-bn

y vt1elta, de «b» a

«3>t

y

vuelta, del excre1nenro al di11cro

y

vuelta, del niño

a] pene y

vuelta, etcétera.

45 Raro, raro. En el

gran

juego de mversiones que

ya habío murado el oro del Avaro

en

mierda de constipado,

asistinios

ahora

a una inversión de inversión que invierte:

caca • regalo. «Es

probable

que la primera significación

a

l;i

que conduce el interés

por

el cxcrc1ncnto

no

sea

oro

dinero,

sino regalo.••7 El

excremento como regalo: ¡cómi

co efecto teatral, la señora mierda era madre a la vez de

la Avaricia y del regalo *El excremento primero regalo •,

idcm pág.

110

.o

Se creyó haber

llegado

por

fin al fondo

de In verdad de la A\raricia, a la joya anal como verdad

del Avnro sobre

st1

1l'IOnt6n de oro,

y

ahora res11 lta que

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9 érard

\rtajc ta

la pulsión anal se eleva a Figura de la oblatividad . El

do

n

convert

ido

en una Figura

po

tencial

de

Ja retención

y

recí·

procamente. De

<al modo

que la V

erdad

parece tener

doble

fondo

o,

mejor dic 1

0

simplen1ente 0 t iene fondo es puro

asun

to

e inversiones, de

trast

rueques y de «transposicio·

· ncs». Una historia sin pies 1

i

ca b

e-La

(que la verdad está

exacra11

1enre pa tas

ar r

iba es, sin duda lo que La.can mostró

al t

ocar

un

pequeño frag.111ento 1nusical

co

11

Mocbi

us y su

Banda). Extraña lóg ica

anal en la

que

la

Avaricia pasaría a

ser • analógica• del don;

¿Harpagón

• aná l

ogo

de

l ob

lato

,

Gobseck

«aná

logo» de

Cristo

? -P ero ¿

qu

ié11 pretenderá

<

t

1e esre pensamiento ft1e absolutamente ajeno a Balzac?

46

Al

fina l,

ll

egó Lacan : «El n ivel anal es el l

ugar

de

la n1ctáfora -

un ob

jero

po

r otro, dar las heces en lt1

gar

del

fa lo . Perciben así por qué

la pu

lsión anal es el

dom

inio

de

la

oblarividad, del don y del regalo. Cuando uno no tiene con

qué , cuan

do

a causa de la falra, l10 pt1ede dar lo q ue hay

que dar, sien1pre existe

el

rect1rso

de dar

otra cosa . Por eso

en

su moral, el

hombre

sien1pre se

iitSc

ribc

a

ni

ve

l a1

a

l  o.

Lacan, El Se inario Li bro

XJ,

pág. 11. No co t e .

47

Hac

ia

u

últin

10

rrastrlt

eq

ue del Avaro. Tomemos

de nuevo dos cosas, la soledad del Avaro y la del Gobseck

de Ba l

zac

. Soledad esencial y obli

gada

. Pero el Avaro no

está única1ncnte solo

por

sí n1i

smo

, aden1ás es rechazado.

Se tr

ata

de tina d in1ensió11 que se le asigna con10 un a tribu·

ro: el Avaro,

innob

le e infame, es odiado y despreciado. s

una Figura excluida. En su F igtJra, el Avaro tie1

e

t1

cho de

escoria. El 1

nan

i

p1ilado

r

de

oro se trastrueca

en

paria. (j us

to

para no

olvidar el fondo trági

co

de que se t r

ata

: que, e

el

i

nag.inario occidental , ji1stamente

sobre la

Figura abso·

Juta

de

ese

pa ri

a

21

qt1e

es el judío se conde11só la

de

l 1

\varo

t

La avaricia 97

sabemos muy bien lo que produjo en la realidad esta con

densación: mo11tañas de dientes de

oro;

la actualid

ad

pre·

se

11rc,

el

tema de

las

ex

po

li

aciones, porta todavía l

as

hue llas

do lorosas del paralelo funesto enrre judío y dinero). En su

Figura, es co1no si el l\

01

11bre apegado al

oro

se volviera

él

mismo

st

t opuesto. Como si el Avaro estuviese cond

enado

a tener que seguir el desri 10 de rransposició11 que Freud

señalaba a su objero:

de

la mierda al

oro

y del

oro

a

la

mierda . Aquí viene Gobseck, ese hombre, dice Balzac, •que

se hizo oro• y que él describ e

en

medio

de

la podredumbre

deb ida a la acun1ulac i,ón de 1nercancías o de materias en

descomposición . Visió11 literaria de Ja al

qu ii

n ia inversa,

en

el

cent

ro

de

t  1 ch

arco de oro 1nu

t

ado

e

basura

el Avaro

se une al desecho. He aquí el meollo de la Figura de l Avaro:

la abyección.

48

Si

tenemos presente la tesis de Lou Andréas-Sa lo-

mé (véase S37), podrían1os decir que, Figura despreciada

y

rechazada, el Avaro sería

no sólo

una Figura

de

lo re1>l in1i

do1 sino rambié11 una Figura ella misn1a reprimi

da

.2

2

49 A

fi

n

de

ir

.considerando ttn térmi110

cve11tt

1a l

pa

ra este

gra

n j11ego de inversiones,

propo

11go ocuparnos

un 1no n1enro de este i111e rroga1ce: ¿qué podríamos concebir

como eJ e

xt

remo

opue

sto de la Avaricia, como su

a11tóni

n10

último, su

an

t ítes is tern

1i

nal

1

su inverso defirtitlvo, st1

co11-

trario absolut

o

su Otro? ¿El generoso, que desborda de

rega los? Esto es obvio. J>or eso, e sun

1a

, ¿para oponer a la

pulsión

ana

l

qt

1e en1pt  ja a la Avaricia no

e11co11trar

íamos

nada mej

or

que la puls:ión a11al que

en

1

pt1

ja a regalar ? ¿Será

el hon1bre ca ri rarlvo?

Es

verdad que

Ciot

to, en la cap illa de

los Scrovegni,

po11e

fre  te a la Envidia-Avaricia

sos

tenie

nd

o

una

bo

l

sa

de

oro

a la

Car

i

dad

pisoteando el d inero. ¿Qué

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9

Gérard \'(/aje"'ª"

n lás? ¿El santo? Sí, claro. Pero, ¿sn1i Marti11 cortando su

capa

para repartirla? ¿O el

5311 Fra11cisco

pintado por Gio

tto

en Asís1 que e11trcga

su

1nanto c11tcro?

Ahora

bien, dar

s11 manto y hasta dar todo

lo

que se posee, ¿es esto

lo

1náxi·

mo

el

colmo

de

lo

que

se

puede dor? ¿Coincidiremos con

la sabiduría popular para lo cual la hija más bella

no

puede

dar sino lo que tiene? Pero las más de las veces la sabiduría

popular no

se

contenta con

dar

ella misma

sino

lo

que

rienc:

a decir verdad, nada muy brillante. Habría

que

ir a busc ar a

otra

parte lo opuesto de la Avaricia, o de otro modo. Para

orientarnos, volvamos a n u e ~ r r o U.can: ·Perciben

así

por

qué

la pulsión anal es el dominio de la obla11vidad, del

don

y del regalo. Cuando

\ano

no tiene con qué cuando a causa

de la falta, no puede dar

lo

que hay que dar siempre existe

el recurso de dar otra cosa•. Dicho de otra n1anera

 

ranro

el

generoso donador como san Mnrtín o san Fra11cisco

se

sirúan aquí juntos -perdonen la

ofensa-

en el dominio,. de

la •pulsión annl•. Bl1S<ábamos al Otro

y

al fi11:ll r1os encon

tramos con l

Mismo. El problema

pasa

a ser entonces: ¿es

imaginable dar de orro modo que por •pulsión anal•? ¿Dor

justamente •lo que hay que

dar•?

¿Es posible s u s t r ~ t e r s e de

ese

dar

sie1npre «Otra cosa»? ¿Un rcg3lo

q\1C

sería verdade

ramente El Rega lo? ¿Cómo por una vez,

podríamos

•tener

con q\1é•? Esto nos lleva irresisrible1ncntc hnci:l esta fó r111u

la, no

1nt1y

de ~ s a b i d u r í a p o p t n r ~ que, en tacan

hab

la de

•(dar lo que no

se t iene• . Res\1 ltn

que

de

esta nlanera

Lacan

define ¿qué cosa? Porque :i1

nar

r(cs dar lo q t1c no

se

cicnc».

Dicho con orras palabras lo que rcspo11dería a la cuesti

ón

de saber

si se

puede

dar m:\s ali:\ del don sería: dar lo

que

no se tic11e. o sea :imnr. ¿An l: . r, con10 Don Absoluto y por

lo tanto co1no inverso de

In

Avaricia? .Bien, de acuerdo

pero

¿qué quiere decir dnr lo qtte no se tiene? Si no

está

del lado del rener, a lo mejor está del lado del ser. Vayamos

Ln

nvorit10

99

direc:rarnenre a la Figura que

e1 lcar1 1a

al n láxi1no esta pre

gunta. E.I

santo

en efect o. Pero cr1ronccs no sa11 Marrín ni

san Francisco, no el santo

que

hace

carjdad

co11

su capa,

la

que

él tiene. Sino más bien el san10 bcrnanosiano,

l

pobre

tipo, pobre de cspíriru y pobre de todo que no tiene nada

y

que

no

puede dar nada que

por lo tanto

no puede dar

orra

cosa que

lo

que

él es, orra cosa, pues,

que él mismo.

Única

manera de darlo

todo

sin resto

y

sin

retorno.

Figura

del sanro bemanosiano un menos-que-n3d3 que se da una

cosa de nada un desecho. Darse como cae al piso un andra

jo.

La

caridad sí, pero absolura exacramentc, creo lo que

Lacan llamaba dt searitlad.lJ Dar su ser, ts decir, también

dar

su

falra. Dar

su

ser, lo

que

hacen rodos

cuando aman.l-4

En lo cual, como contrapartida el que ama tiene mucho

de santo. Esto se sabe conf\asamcntc. Si

~ ú n

la rcología el

pecado debe ser combatido es porque alcanza la santidad

que

la

criarura

encierra. Jt1sro por eso el opuesto diametr.il

del Sanro entre los pecadores sería el Avaro. En definitiva,

al final no hacemos

más

que rccnconrrar11os con la tco·

logía,

Ton1ás de 1\quino,

y

con

Ciorto; final, c11

cícero,

lo contrario de la Avaricia es

In

Caridad pero entendida

esra vez en la forma al>solurn del don de ser. Una caridad

cuyo

precepro sería:

la

ca ri

dad bien encendida

e1npic1.n por

darse

uno mismo. Al Avaro, al

que toma

y guarda todo lo ,

que t iene viene a oponerse el q t 1 ~ dn rodo lo q u ~ es y que

no

t iene: ¿El A1nor, antónin\o absoluro de ln -Avnricin? ¿La

Figura inversa de Harpagón ele Crander

y

de Gobscck?

Cristo. (De paso señalo hasta qué punto la Avaricia es un

tema pr

ofunda111cntc

cristiano. Oc1nos cn1pcro una versión

atea del Contrario Absoluto

de

l Avaro: el Anrnn1e).

50 Todos csros rodeos para rcr1ninnr coincidiendo,

al

final,

con

el Ciono

de

los Scrovcgni mencionado

al prin-

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JOO irJrd Wa¡cnra

cipio. El caso es

q u ~

tratándose del

arte

antig\10,

para

res·

pondcr al problema de saber sobre la Avaricia bast•b• con

ir

a buscar representaciones de esca y

de

ptns.ar a partir

de

ellos.

Oc

inmediato se advierte que

hoy en

dio la solución

muestra ser inuy diferente. Puesto que la Avaricia no tiene

rostro visible acrual,

no

tiene Figura moderna, pt1cs10 que

hemos

ab•ndonado

el tiempo

de

las

imagittes S) mbolicac,

pnrn c11contrnr \ana

h11ella

visible

de

la Avaricia nos

es pre·

ciso, coníor1nc lo q\1e pude decir eventualinentc nccl ca del

destino general de

la

Avaricia en la

época

n1odcrnn, «psico·

l

ogiz.al')•

o

f(111cnra lizar» la ct1esti(>n

: puesto que

l - I iclca

del

tc111a de tan cuadro fue dinamitada -a partir,

finalr11cntc. ele

Ma11ct- nos

c11contramos con

esto: si la obra

ya

11 pres·

cribe una

sig11

ificaciónJ esta sólo sc_produce

e11tonccs

con

. t - i n r e r p r c t a c i ~ n .

Oc

ahí este

cambio

radkal: la

piñtliTa"""

antigu.i exponía una idea del pecado;

en

c-uanro a la época

c:ontcmpor3nca, se trara de preguntarse: ¿qué cuádros

puc·

do considerar como preocupados por la Avaricia? Y• no

nos pregunroremos cómo da cuenta la pintura del pecado,

sino de

qué modo una obra podria,,a nuestro juicio,

caer

bajo

In

acción

de la

Avaricia,

ser

ella misma testigo

de

esta,

e i1lclt1so có1no podría ser ella mlsma avariciosa. En la prác

tica, el '>roblc1na se for1nula así: ¿cuál es el rasgo pictórico

susceptible

de

ser elevado a este

rango de

Figura de la Ava

ricia?

5 El

colo

r se

dispone

a ello al

pos

ibilitar,

con

la

1\varicia,

un

extra1lo trastrueq11e de los colores e1l general

y

del gris en particular. En otro tiempo,

ante

los grisallas

de

Mantegna o

de

Giotto,

por

ejemplo,

11adic, n1e

parece,

hubiera

pcns3do en

preguntarse

cómo la pintura q\1c

rcpre·

senrtab;i

ot

la Avnricin podía ser

tenida

ella misma

por

avari·

ciosa.u Al empicar la

grisalla,

la pintura

se humillaba y se

La avariciú lOl

mostraba

bajo

ese

rostro de color

humillado indicando

así

a las miradas su propia vanidad; al renunciar a los señuelos

engañosos del

pl1ar111ako11 en

el movimiento de una asccsis,

ella se realiuba, sobre una tela,

con

colores, muy próxima

a u11 acro de pura espirirualidad. El gris pasaba a ser así la

herra1tlicncn 111is1na de la pir1rura, la herramienta exacta de

una

dcnt1ncia en pintl.1ra

(con

la

grisalla,

la

pintt1ra cobraría

de

esre

modo

lo

fuerza del

grabado

y

del dibujo).

2

 

Por lo

ta11to,

cxnctn1ncnre donde c1 gl'is de la pintura den11nciase

el pecado,

la cucstió11

del gris rctol naría> l1oy, co1no Figura

de

la

realización de

u11

J>ecado

. ¿Del gris

con10

avaricia de

colores?

52

Nos encontraríamos otra

vez

con

cierto

sin1bo·

lisrno de los c o l o ~ s

La

Avaricia tendría un color,

el

gris.

Por otra

parte,

al

Cris

sería mejor llamarlo Símbolo im<1-

ginario. Porque la

idea

del gris como

color de la

Avaricia

obliga a des tacar

una

suerte

de paradoja

enrre

la

eminencia

de

un

rasgo simbólico y la consistencia real, toda vez. que

el gris, lejos

de

ser

un

menos, una retención, un descuento

de

colores,

es

al

co11rrario el producto de

una

añadidur;.1

1

de una mezcla n1ás·qt1e-abundante de colores e i11cluso,

por

defi11ició11, del

co11jt11ltO de

los colores que for1na11 el

C l.Jlt't

rr visible. De ahí qt1c el gris

fe la

Avaricia sea un

col<>r

generoso

y

has t:1 nlu1tificc11tc.

53 Visto

y co

nsidera

ndo

los desarrollos antes expues-

tos, sería útil e intcresa11te inclii1arse, en algún otro lugar,

sobre el particulor trastrueque de valores ensalzado

por

Alberti

en

l libro

11

del

De

pict ra:

.. )

no tendrás

objeto

tan

preciado

al q\tC

l:l pi11tura

no

otorgue

aún mis

valor y

gracia• §

25), •Incluso

el plomo, el

más

vil de los metales,

si la

mano de

Fidias o

de

Praxíteles

lo

hubiese utilizado

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102

irard Wa1cn1an

para moldear las íiguras, parecería más v:ilioso que la plata

en

bruto

y no

trabajada•

§ 25 del De tJÍCtura o «cómo

111e gt1sraría que vcridiesen n1ucho nlás

caro

n los pi11tores

el color blanco que las piedras más preciosas• § 47 del De

pictura). Piensa así Alberti que la pinrura es más valiosa

que todo y más v:ilios.1 ql1e el

oro,

el ct1al, figurado

en

pin

tura, obtendrá rodo su valor de estar pincado únicamente

con colores

no

preciosos, de amarillo o de blanco. Piensa,

pt1cs, que

la

pi11ct1ra cÍCC[Úa una st1blin11aci61l

cle

l oro el

.

.

precioso vuele? 111ás-quc-precioso,

1i1ás

precioso-quc-

precioso

por

la ma¡;1a

de

una pincelada de pintor.

S4 l.acan responde a una pregunta

de

M. Torr: •( ..

sólo

podemos

ir

a buscar nucsrros colores donde es1án o

sea,

en

la mierda. Si

aludí

a los

pájaros

que

podían

dcspÍu

marse, es

porque

nosorros

no

tenemos

esas

plumas. El crea-

clor tan

sólo

pt1edc participar

de

la

creaci611 de

pec1ucñas

cl

c1>osic

io11es st1cias,

de

unn sucesión de st1cias cleposiciones

yux10puestas• (El Sc111i11ario Libro XI, p:.\gs. J23-4).

SS Una

combinación de

Alberti

y

Lacan conduciría a

esa Figura del Pintor como AlquimislO que realiza la trans

mutación

de la

rnicrd;i-<-n-colores en oro-de·pinrura-más

prec:ioso que-el-oro. (También en esre pt1nto scgL1ramente

.

es donde, en el 1uego del comercio del arte, la pintura alcan-

za y st1pera al

oro

n1e1: il corno «valor refugio»; vía

por

la

cual la metáfora del pintor-alquimisrn pllcdc hacerse real

cuando, con sus pinccladns, logra hacerse co¡ ones de oro·27

b

o strvcsc que,

en

cuanto al rema de la 1nicrda la menor

metáfora funciona, todo produce sentido.) ,

S6 En lo cual, además, y es1e es e l aspecto más des-

Ct1idado, la sublimación artística,

aquí

especialmente

pictó·

Laª ª''''ª 103

rica, 1>oclr

fn

equivaler a

t111n

cnlprcsa

higié11i

ca de linlpicza

y

de l eco lccción de basur:i, pues lo eli lninación clcl dcsccllo

pasa n ser la condición de la Belleza.

S7

Si bien la eliminación del desecho es la condición

de la belleza, lo bello no

se

limita a acudir al lugar del

excremento.

La

perla supone el limo que la C\1lriva, como

escribfo l.aporte.zs Y

el

Arte del siglo

XX

es

un

arre serio.

Esto

en

el senti

do

de que él mismo advirtió y socó conclu

siones de esos trastrueques. O b s ~ r v e n s c por ejemplo, las

Gold Pni11ti11gs de Rauschenbcrg (realizadas

en

la década

de

19

SO),

compucsras

por

1oda clase de deiriros cubiertos

con hojas doradas. Estos

cuadros

nos

confroman,

iodo ello

al

mismo tiempo, 1) con

la

rransmutación alberriana

de

los

valores en pintura; 2) con

la

• represión• y la clim1n:ici6n

del deseel\O

como

condición

de l

belleza;

3 con

la

•trans-

posición•

frcudiana

de

la nliercln

y

el

oro. Pero

una ct1esti6n

csencinl, referida al al te en tnnro 1no

der

no, st1rge del hecho

de

que estas

obras -to1né1noslas

aquí

con10

cje111plo- no

l ace sola1nente lo que l acc las

obras de

arte ( e

l

r . l i lro·

C3r•, •eliminar• ..

: estos cu;idros

uestra lo que

l1t1ce11

las

obras

de

arre, o

lo

que

son

las

obras

de

arte.

Es

dcc;or

que

al mostrar

los

detritos bajo

el oro

y con el

oro cubriendo

los detritos, estos

cuadros ya no

son

111etáforas ele l: i

trans

posición del desecho en oro, que es la operación propia del

arre, S\I sublinlación. Ellos so la cosa misma. Habrín, 1>ucs,

ur1a

opcrnció11 esencia1 del

arte

moderno que lo definiría

incluso como modemo: u11 arre que ya no transpone, y que

ya no transpone la rranspostci611. Un anc que, como es.as

Go/c/ Pamtmgs de Rauschenberg,

nos

arroja a la

cara

lo

real de esa rransposic16n, sin nlCtáfora. A la transposición

simbólica de la pintura antigua, l modernidad

opone

algo

así co1110 In transubstanciación.

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104

Glrard

\ ajcnran

58

Un arte que vuelve a llevar el

oro

a la mierda

es un anc que supone a Freud; es también, por la misma

raz.ó11,

un anc que se opone a Frcud: estas obras de Raus·

chenberg describen el movimienro exactamente Ín\'crso de

la sublimoción. Trastrueque moderno

de

la sublimación.

Sub limación o contrapelo.

59 As

pues,

un

a Figura posible

de

la

Avaricia serfn

hoy una Figurn de Verdad bajo la forma, por dc.'< irlo así,

de t n ontón ele algo, t1n resro, tin trasro sin forma, por

lo

tanto

fuera-de lo Bello, un andrajo. Después de todo

podríamos tenerlo por una Vanidad, freudiano. Sería la

nt1evn vanidnd, In vn11idad moderna. «Vanidad del Avnro-..,

podría llamarse, hay incluso quienes

dirían

•Vanidad del

Arte•, para

rcvisar.29

NOTAS

1. E.sic

1cx10

fue csc1i10 par;l la exposición •Los pecados capit11lc.s•,

mo

n1:id.1 en el Cen1ro l

 ompidou

a p«lido

de su

comisario, Didicr Octi1'·

ger, publicado en

su

ct11dlogo Les l c h ~ s capitau.x. 4 L Avarice, P.irls,

Éditions du ccnuc C<orgcs

Pompidou

1997.

2. Planteo •qui

I ;¡

h1póccs1s

ck

un comentario ck Pascal Boruttcr y

de Sophic FilhC:rcs, surgjdo con el brillo y

):1

dunci6n de un axwrn:t

diamant1n0dur;intc

una

CQn\cr 3ción ck

af i

3.

U;;asc el 1Kllis1mo comc-n1.irio

que AgnCs

~ 1 1 n n z o l 1 h.att de nte

cuadro al comienzo de su libro a premitre ombre, Paris ~ 1 1 n u 1 1

1990.

4.

01ro

fahn

conlO,

por

cjc

1n

plo

Volpont,

de Mauri«: Tourntur

,

basado

en

Sen Johnson pone

en

e5ccn:1 :a un

avaro

típico, harpago111ano

1

viejo, feo y todo,

i11terprc11

do, creo,

por Ou

ll

in

.

S El antiscn1hi51110, n:ur.i y fran cés, renovó la i

ll<1gen

del avarc.i en

e l siglo

XX que

íorn1a l:i i nagcn d t l ju

dío como

realización del tipo

del Avaro. Nada d 1 r ~ aq uí a l rcspccco.

6. Epí$tOl.1

IM Ro1n:inos,

V, 13.

7. Compartir(;a csr.1 car:.cccristica

con el

~ 1 c n t i r o s o si l:a parado101

antigua no cmpu¡;ara a cs1c Ul11mo

:a

la confesión ~ r m u :1d0tn:1r U

vlcio con el título de

:ami.go

de b verdad.

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106 Clrard \'flaJ'' ª

8.

•(

..•

1

SOlS

p c r ~ s

(ordcn3cbs, 2horr:anvas, pttt1n.acC'.1-I P"trc«n

habtr

siclo

de 2qutllos lactantn

Ql.1C

se:

rchú»n

a vaciar d 1ntcst1no

cmndo los ponm

en

la

bxinilla,

porque extraen

ck la

ck-frcaci6n um

pnancia

col.ltttal

de plaOCT•,

en

·Car.ictcr

y

crocisrno

an.al•,

op. '·•

págs.. 15.l-4. VfaK tan1bifn Tres ttrSd) OS

Je

uoria sexual, 1905, donde

Frcud defiende la 1dt'a 1) de que el contenido

intes.t1nal

cumple el p.aptl

de cuerpo cxc11.lntc para la mucos;a, y

2

de que el n1i\o lo con11dtr.l.

con10 una p:irte de su propio cuerpo; es también uno de los orígenes de

la constipación •t;tn

frecuente

en los ncurÓJ>'ltaS•, pág. 169.

9

U.e '

El Sc111i11ario,

Libro

11,

1978.

1O. l)e paso, cx-1rnig:lnl0$ del equívoco 111olieresco J.1 C<ltacccríslica

n 1 : 1 r i : 1 ,

c61nic:1.

1

de

Q\1e,

paro el Avaro, al ricmpo

<¡uc

todo deseo

se cmduce siempre en

volu111ad

de ae;tpar:lrse su «cofre•, todo

de.seo

se le

ap.ircct como

l:i manifc1-r;:ici6n

de un pecado grave, la i11v;d1a,

env1d1a;

p«:ado

:.tbrum.1dor

si, guiado uno por

esca

i d ~ , se dc-j:t.SC

llcv;ar ;i

c1<"rto

gesto por

Kntu'f.C <"n

falta respecto dC' los

~ i a n c b m J C n t o s

El cofre podri:l

ser fuente de pceidos.. AJ proteger su din«o. al SUStra<'t CiCfupulos.arn<"nte

el obi;no o todos los

deseos

el Avaro cumple, pues. un oficio h ~ m c n t e

mor;il que pt('Kn'a a los demás hombres de los

pecados mort.aln,

l;is

f.altu

honcnd.21 y

los crimmcs

inemi:sal>ks

que tubrian podido comncr.

J J. I

Joari11e u1ouit, diez lecciones sobre

c:I

tc:;itro

c l ~ S I C O

francfs,

París,

H.at1c:r,

t

996.

12. Quir.á

'e

tra1:1r3

de 01ro:

s.e

h.:t

sugerido que Harp:agón

podri.

scr. par.1

1 . 1 o l i ~ r t ,

un tj<'1np1::tr de Luis XJV, jus:c:in1en1e con10 déipot;i

absoluto.

13. tvtnrx,

te

Ca¡1i

tnl,

Livre 1 chapitre 1: •Le

caractC:n: í ~ t i c h e

de la

1u:irch:1.ndisc

et son

. le<

rc1•,

P¡tris,

~ d i r i o n s Sociales, 1963, pág.

93.

14. V ~ a s c Né11rost,

psy,/Josc

ce

ptrvtrsiou,

Paris,

L>Ul-,

1973, p;lgs.

143·8 (trad. casi.: •C.1r;íe1er y erotismo a1,al•, ig>111111d Frt:itd·ObrJs

rot11plc1a1, op.

,;,.,

r. 9, p:íg. ISSj.

15.

En

La

vit

sexuellt, París, PUF, 1969,

p<Íg.

106 (tr3d- c;asr.:

Stz·

mu11d

f,.tud·ObrJS 'omplttilS, op.

Qc., t. 17,

•Sobtt laJ

tNin.spo:sa<iOMS

ck

la

puli16n, m p:snK:ubr

d.:I

ttocismo anal•, ¡Ñg. 117).

Nolas

10

7

16. O. Uponc. tl1s1o t U la

mtrdt

Puis. Christi.in Boursots f.di .

¡cur. 1978.

17. Estos trtS ühunt» ad¡etivos son los que califican d

aráacr an.al

para Frcud en

•Sobrt l.a t r a n s p o ~ 1 c i 6 n

de las puJsiones ... . op. c.11.

18. De aqul dctiva, rne pattec, una inclinación literari;i hvy «n.atu·

r31• :a l:a btisqucda de c1cr10 horror, el re1ltiSt:t o el jo\·en-c:jecutivo·dini·

mico-orden:1do-ahorr.i11vo·obst1nildo, Figura pues del \1'1.cÍo Absoluto,

que sólo

1>uede

l e v ~ r s e

a l;igura Literaria en el instante de una inversión

por la

(1uc

in

erccer,1

ser cn liÍ

1CQdO

de inmundo o de

inJ.,cne

tras haber

1roceado salvajemente a algunos /Jo111eleu, ¡>0 r cjcntplo,

co1no

eo AftU ·

ricau Ps) cho,

de

llret

E.1s1o

n

19. Pues h :iy qu11áJ otra p."llabr:t clave lacani;ina. Se podría seguir

fácilmente con Lac:tn una suerte

de

juego

de

muñecas rus.u del objeto,

pl:1nteoandoque, as' como freud le :1nuncia al Avaro que hay un:a verd01d

del oro que

e.s

la m1crd;a,

Uc::an

a

U

ª le anunci;i a

Frc:ud

lo siguiente:

nuentr;as que

l.a

m1erd.;i C S la vcrcbd

del

oro, hay también

wu

vtrd.;id

p:.tra. la nucrcb como obJeto: b

falta

(de obicto), c:n

términos de p k > m i t t ~

an:aJítK:a,

J;i

c-.utr-ación. Podtía

d«ir>e

qut.

par i Frcud, b clave del deseo

es

un.J cosa.

que

hay.

nucntraJ que. en

Uan.,

es una cosa que no hay.

Algo por el uh.lo.

20.

~ 1 á s que LuiJ o N2pole6n,

coda

moneda de oro debió

llanurK

N.Jrciso.

21.

Habrá sido

H.inn:ah

Arcndt quien defi

nj

ó

C'"Sta

noción. Lé.1se sobre

ecste

puntoel 1u .,gnf ieo ar1ículo de Je:1n-Claude '-1ilncr tn Pa,,dora

s J)ox

n' 8, 1989.

22. ¿No cabría suponer que el Av;iro stría

l:l

Figura del rico

cxii;'ldO

y dc.spr-cci.-do?

23. H.-.br4 c¡uc

leer, entre

01rM

rex

ros

, Lo

i111postJtra

de Bcrn:inos y

el destino del ab.a1e Chcv.incc. De csc;i extraordinaria novela e,et.r:ugo en

particular mi JOSpcch.a, 1ncsptrad:i para mi mismo, de un U.can fuerte·

mente bc:manos1ano sobre el tema. Tingase en 1:1 otta rnanO el volumen

de

Lacain,

Ttlh•s•on. abt<'rto en la p;igina 24 ck la edición

f r a n c : ~

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108

Girord

Wajcn1an

24. A m1

J U I C t O ~

n

porque

debe entenderse aquíwu fOfnu abtoluta·

mente act1va dtl

don

por lo qut, pani laca.o. la fórmula define e l ~

amar.

lo que n amar. y

no

C I

mnor, 1en1imicnt0

o relación a los que

él

daría san duda una definKSón distinta. •Aro .u es c:br Jo que no S<" t1cnt•:

esta def1n1ci6n 'uponc que a.mar no es expc:ñmcntar, sentar, sano actuar,

amar por

ti IJdo

de

l

acco.

2S.

(h11:.g.inari11mos pinr3r

la Guln con

chocol:1.te

y

c3ramc:los bl11n·

dos,

1:1

lri:i

con

l;1.nl<.1s

y

VO«f

griron:is, In

P ~ c z ; a

en 1tcs

pinccl:idas

o

l:i

Lujuria con espermR?

26.

Cí.

el 1>ro

blc

1

nn

mencionado en

los S4 y 6. Sunlándolc esta

sos·

pcch:i que cruza de

pronro

1>Qr

mi n1e.n1c

l J>ropósito del cinc: (•;lfllll• el

cinc a los

nt.1los,

los 11n1;i tanto c11 colores «uno en blanco y negro?

27. De

modo

que el principio aris1oc:éJjco (que ahmenr6 la conden:i

ck la usura por la Tltsin) de •pccu11ia pecu11iam 11011

par1t•

{el dinero

no

p.i.re dinero), p;arecc

no

valer para la micrd.i. Y sc-rla

U11l

atender

al

lugar

c-minentc que c 1 danc:ro ocupa en

la

pmtura, y

aro,

abord..indolo

con

conctpros d1s11ncos

de los que provttn las cacnc:iu económK<ls

28. Op at., pii . 41.

29.

Noro urgtnte

t i ~

,;/timo minuto .S1 digo:

hay

wu. A'·anaa

del

Goct,

esto puede

Jer

c 1

conuenio

de un2

tesis analitica. Puede Kr

tanl. 

bién

el

coaucnx.o

de

un:t resis

politic.1

y

harto aaual.

S1

d i

go

•ellos no

sopc>rtan nli pinta•, es10

puede ser

una réplica de Avaro. Pero si digo

•los cxtrnn1cros no soportan mi plata•, esto es una rép1ic01 ¡>01ít1ea y

h:arto accu:tl. Si digo ..los extranjeros vienen a saquear nuestra plat:i, a

conlcrse nuescro J>-'ln, a rob.1r nuesrro trabajo, :1 disíru1ar de nu cs

1r..-.

s

Ca .:1s, a vt1.ci11r nucstrits c;¡ jas y a cogerse a nues1ras roujcrcs•, se

trl.\tll

de

un discur50 político h;lrto acru;il que dice ..no hacen másque chu¡>arnos

nuestro goce•, Aquí el Otro es encuadrado, prin1cro y ante tC>CIO, como

una :in1enólZJ contm nucstros goces. El Kguidor de te Pcn es ocr;a figura

actual del

Av.1ro. •Mi goce no K roca•: consigna

del Frence

de los 1\va·

ros

Fnncests,

F.A.F.

·

C. W., Parls, sábado

22 dt

ftbruo d# I997, dla

rk la

matuftstaci6n un1tra la ley Dtbré

qut agra11a la

s;111ad6tt dt los

xtrdn¡nos

t Fran<la

NOTAS

DE TRADUCOOS

DE LA AVARICIA .

•t.

·R ipol

111

,.

es

la nllrc:i.

de

u1l:'I pin1ura

al

óleo invcn1ada

a

finales

del siglo

XIX

y

que ucnc

la

virtud

de

secar r:í.pidamcntc.

l..o I

d i f u s i ó 1 ~

de

cs1c produclo

mo1iv6

el surg.i

1ui

cn10, en

el

habl;i;

francesa, del

vcrh?

npo-

lincr

p:ira desi

gnar In acción de .iplicar

unl' pintur:l cs111:a

lroda,

br1lln

n1c.

Picasso h:tbrül sido de los

1)ri111crC')J

en urili:r.nrla.

•z. Louis·Nicol:at BcKhcrcllc fu

e,

en el siglo XlX, autor del clásico

A1a111•al o Ci uc;;a dfJ las couj,.gac;o,,es y lsirnismo del Di ;onar;o 11t1;

utrSal de

la Lt11g11a

fra,,etso, el in.is i1nport3nrc de esa centuria.

•J. La p c l í C \ I J ~ de- S1dney 1-uinct, de

19S7

que se- c ~ h i ~ i ó en l<l

Argenuna con

cl

chulo de Docr'

hombrts

t t: p11gna

se d1str1buyó en

fr.anc:ia como Do.,t# homn1n <olirt, tr;aducable por ·Doce h0mbrts

incundos• (cncoLc:n.udot.. 1nd1¡ Ndos,

~ ) .

•4. T04tchtr, btcr;Jltnentc •tocar•.

•s. En el texto

de fmad

r<Ícr1do

2

cont1nuxión, 1r.iducción de Jost·

Luis

Erche:vttry

en

S1pt1nJ frtud. Obras 'npltt4S

0

Blwtos A1rd.

Amoctonu,

t 17, 117,

tos

rrtt

•defectos• fueron ve:rndos como

•avacicia,

m1noom1d.ad

pcd1nte

y

1erqucdad•.

•6.

El

texto

se-

v ~ l c

1quí de un uego

de palabras

sin equ1\•alcnte c:n

c:spaí'iol: \'er1en1os

por

•cl"11\'C•

(101111b1én

•elemento c-la\·c•,

.;p31"1bra

cla•

ve•) ta locución

{ttr

'º'del

or1g1nal.

De ahí l::i asociación con

el •1nc1al

fino•.

•7, Traduci1nos del or1

g.in.i

l franc,s.

La

\'Crsiún de José·Luis Etchc·

vcrry an1es cituda dice:

•Es

probable que e:l siguiente signifi01do haci:t el

que av3nza la cic;i no se.- oro·, i cro sino regalo•.

•s. De la edición lranecs"

111cncion;ld;<1

en la sección Notas, l.S.

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2.000 cj«npbttS

et1

d K ~ b r ' e 2010

en

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Crifioos Uognf SRL.

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V.iknrin Akin.a, Atgt nttna

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1i1·111•

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