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28 _ tarea.org.pe POLíTICAS EDUCATIVAS LEÓN TRAHTEMBERG Consejo Nacional de Educación C uando, el 14 de diciembre del 2008, el presidente Alan García anunció la idea de hacer 50 colegios emblemáticos por todo el Perú y luego, a fines de febrero del 2009, la conversión del colegio Guadalupe en el Gran Colegio Mayor Secundario del Perú, del más alto nivel académico, al que ingresarían los 500 mejores alumnos de las unidades escolares de todo el país para realizar estudios del tercer al quinto año de secundaria, tuve una sensación positiva porque pensé que por fin el Gobierno se daba cuenta de que un sistema educativo como el peruano necesita instituciones públicas y priva- das de vanguardia que sirvan de punta de lanza para que todo el resto del sistema aprenda de sus nuevas metodo- logías y enfoques pedagógicos. Colegios para publicidad electoral: Colegio Mayor Secundario y colegios emblemáticos Uno de los criterios por tomar en cuenta a la hora de implementar políticas es la búsqueda del rédito político. Ésa es una realidad irrefutable. Sin embargo, desde el punto de vista ético no se justifica que el Gobierno busque reconocimiento en la ciudadanía poniendo en funcionamiento el Colegio Mayor Secundario e invierta en la reconstrucción de colegios emblemáticos, sin considerar que el país necesita urgentemente mejorar su sistema educativo para dar igualdad de oportunidades a todos los escolares peruanos. La propuesta sonaba similar a la de los buenos colegios científicos de Costa Rica. Después de todo, reformar 95 000 colegios a la vez, tan heterogéneos y cultural- mente distintos, podría parecer poco sensato. En cam- bio, empezar con casos especiales que sirvieran de efecto demostración para todos los demás, a partir de algunos modelos que evidencien funcionar muy bien, parecía ser una mejor idea. Y, en general, me parece buena la idea de crear insti- tuciones de vanguardia que, al tiempo que formen a la élite de cada generación en las diversas especialidades, sean profesores, científicos, artistas, literatos, etcétera, sirvan también como laboratorio para experimentar nue- vas modalidades de gestión y pedagogía que luego pue- dan chorrear hacia el resto del sistema. Pero mi sensación positiva duró poco: se desvaneció cuando descubrí que ambos asuntos eran producto de una gran improvisación, y parecían ser más el resultado

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PoLítiCaS EDuCativaS

LEÓN traHtEMbErGConsejo Nacional de Educación

Cuando, el 14 de diciembre del 2008, el presidente alan García anunció la idea de hacer 50 colegios emblemáticos por todo el Perú y luego, a fines de

febrero del 2009, la conversión del colegio Guadalupe en el Gran Colegio mayor Secundario del Perú, del más alto nivel académico, al que ingresarían los 500 mejores alumnos de las unidades escolares de todo el país para realizar estudios del tercer al quinto año de secundaria, tuve una sensación positiva porque pensé que por fin el Gobierno se daba cuenta de que un sistema educativo como el peruano necesita instituciones públicas y priva-das de vanguardia que sirvan de punta de lanza para que todo el resto del sistema aprenda de sus nuevas metodo-logías y enfoques pedagógicos.

Colegios para publicidad electoral:

Colegio Mayor Secundario y colegios emblemáticos

Uno de los criterios por tomar en cuenta a la hora de implementar políticas es la búsqueda del rédito político. Ésa es una realidad irrefutable. Sin embargo, desde el punto de vista ético no se justifica que el Gobierno busque reconocimiento en la ciudadanía poniendo en funcionamiento el Colegio Mayor Secundario e invierta en la reconstrucción de colegios emblemáticos, sin considerar que el país necesita urgentemente mejorar su sistema educativo para dar igualdad de oportunidades a todos los escolares peruanos.

La propuesta sonaba similar a la de los buenos colegios científicos de Costa Rica. Después de todo, reformar 95 000 colegios a la vez, tan heterogéneos y cultural-mente distintos, podría parecer poco sensato. En cam-bio, empezar con casos especiales que sirvieran de efecto demostración para todos los demás, a partir de algunos modelos que evidencien funcionar muy bien, parecía ser una mejor idea.

y, en general, me parece buena la idea de crear insti-tuciones de vanguardia que, al tiempo que formen a la élite de cada generación en las diversas especialidades, sean profesores, científicos, artistas, literatos, etcétera, sirvan también como laboratorio para experimentar nue-vas modalidades de gestión y pedagogía que luego pue-dan chorrear hacia el resto del sistema.

Pero mi sensación positiva duró poco: se desvaneció cuando descubrí que ambos asuntos eran producto de una gran improvisación, y parecían ser más el resultado

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de un antojo presidencial que de un plan meticulosa-mente pensado para sacar adelante nuevos modelos de trabajo educativo.

En el caso del Colegio mayor Secundario Presidente de la República, que inició sus funciones el 1 de marzo del 2010, su solo nombre ya parecía responder básicamente a un afán de notoriedad presidencial antes que a una innovación educativa. En lo que concierne a los colegios emblemáticos, que no eran más que las antiguas Gran-des Unidades Escolares reconstruidas a partir del año 2009, se escogió solo una veintena entre aquéllos que estaban ubicados en avenidas principales de Lima, para que pudieran servir como propaganda electoral, dada la enorme afluencia diaria del transporte en esas zonas. me hicieron recordar los colegios anaranjados de alberto Fu-jimori colocados también estratégicamente para que to-dos los 3 mil pueblos beneficiarios tuvieran frente a sí un monumento a cuyo autor rendir culto (por décadas).

ambas intuiciones parecen cobrar sentido cuando en las encuestas en las que se recuerda con simpatía a ambos presidentes el tema de la infraestructura educativa tiene un lugar preferencial. Pero hay muchas más razones por

las cuales ambas ideas son discutibles (y hasta censura-bles) desde el punto de vista psicológico y educativo.

En cuanto al Colegio mayor Secundario Presidente de la República, adolece de ocho contradicciones estructura-les. Una: centralizar en Lima a 900 alumnos, de los cua-les 600 vienen de otras regiones, contrariando el objeti-vo de la descentralización. otra vez se jerarquiza a Lima como la cabeza superior del Perú. más sentido hubiera tenido hacer uno en cada región.

Segundo, en plena adolescencia de los estudiantes, que es la época más difícil desde el punto de vista del de-sarrollo de la identidad, se los saca de sus colegios, su familia, sus amigos, su barrio, y se les manda solos a otro lugar a integrarse con otros 900 con los mismos conflic-tos existenciales, sin garantía de orientación adecuada.

En tercer lugar, el Perú no tiene experiencias positivas en internados escolares de adolescentes, y de buenas a primeras se crea uno sin tener el personal especializado para hacerse cargo de los jóvenes. Poner obstetras y poli-cías femeninas de civil como vigilantes no es una fórmula muy inteligente (aunque refleja subliminalmente los te-

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mores de los directivos). Por si fuera poco, buena parte del costo del proyecto se va en temas no académicos vinculados al internado.

Cuarto: los profesores elegidos no fueron evaluados psi-cológicamente antes de ser contratados, y la mayoría eran profesionales de diversas áreas sin título pedagó-gico y con sueldos muy por encima de los ofrecidos en la Carrera Pública magisterial. ¿En qué quedamos? ¿No era que la CPm seleccionaba a los mejores docentes del Perú? ¿Por qué no escogerlos de allí? En los hechos, el mismo oscar Becerra y su equipo directivo no confían en los profesores titulados peruanos.

Quinto: no veo razón para que el derecho a la educación estatal gratuita se aplique de manera discriminatoria a usuarios de la educación pública y se excluya a los de la privada. todos tienen el mismo derecho constitucional y legal. además, si se trata de formar a la élite de la gene-ración, ¿otra vez se separará a los peruanos por niveles socioeconómicos? ¿Por qué no dar oportunidad a que los mejores del mundo privado interactúen y convivan de igual a igual con los mejores del mundo estatal?

En sexto lugar, ¿cuál es la innovación? ¿Simplemente agregarles horas de estudio para atosigar a los estudian-tes con más y más contenidos escolares? Ésta podría haber sido la oportunidad para experimentar nuevas metodologías, para fomentar la creatividad, la inventiva, abrir espacios para cultivar los talentos que derivan de las inteligencias múltiples; sin embargo, más parecería una academia preuniversitaria que un colegio líder en innovación. Qué pena que en la comisión organizadora no se colocase a la gente más recorrida en el mundo de la innovación educativa, que sobran en el Perú.

Séptimo: ¿cómo se trabajan las diferencias entre los me-jores alumnos de regiones tan diversas como arequipa y Loreto? ¿Qué propuesta existe para compensar las di-ferencias? ¿o dejan que cada uno se las arregle por su cuenta? En los hechos, en el 2010 ha sido así.

Finalmente, un presupuesto de más de 30 millones de soles para un solo colegio será muy difícil de sostener en el tiempo, más aun cuando ese colegio se creó para ren-dirle culto a la personalidad del presidente alan García.

En Costa Rica funcionan los colegios científicos para los mejores alumnos que ingresan a los últimos dos años de secundaria. Pero allá no se discrimina a los egresa-dos por colegio público o privado —todos se pueden presentar—, ni tienen el régimen de internado, porque

hay un colegio científico por región, que son nueve. además, están instalados en el campus de la univer-sidad nacional regional, que por convenio provee la-boratorios, bibliotecas, aulas, profesores, con lo que se reduce notablemente la inversión requerida para su operación. El ministerio paga al director y a los profe-sores. Esa opción no deja de ser interesante para ser evaluada como alternativa.

LoS CoLEGioS EMbLEMÁtiCoS

En lo que atañe a los colegios emblemáticos, el caso también es muy grave. Hay en el Perú más de 65 000 colegios públicos, de los cuales unos 25 000 son uni-docentes o multigrado incompletos, la mayoría con serias carencias de infraestructura, agua, electricidad, baños, acceso a Internet, materiales educativos; inclu-so a veces no cuentan con docentes para todos los días del año.

Gastar 250 millones de soles en 25 colegios y dejar de lado todo lo otro es una cachetada a la pobreza. Se trata de una típica política antipobre con meros fines electora-les. Por si fuera poco, no hay fondos para darles el mante-nimiento que permita no desperdiciar la inversión realiza-da, ni tampoco esquemas del tipo fundación que hagan posible alquilar instalaciones en buen estado y generar recursos que permitan que se revierta ese dinero autoge-nerado para brindar seguridad y mantener los colegios, de los cuales ya se han robado algunos accesorios.

Desde el punto de vista educativo estratégico, con excep-ción de asia, en todo el mundo se están dejando de lado los colegios enormes, porque resulta ingobernable tener miles de alumnos, miles de padres y cientos de profesores a cargo de una misma administración y un mismo proyec-to educativo. Hubiera tenido más sentido hacer colegios más pequeños, cada uno con su propia identidad.

Junto con ello, ahora los alumnos de los colegios que iban reduciendo su alumnado para concentrarse en los conos, nuevamente tienen que viajar largas distancias para reconcentrarse en las zonas tradicionales de la ciu-dad. ¿No tendría más sentido colocar colegios buenos pero más pequeños en los conos y, en general, planifi-car al menos un buen colegio secundario por barrio, en lugar de mover a todos los adolescentes por toda Lima, con el consecuente gasto y congestión vehicular?

Una de las dimensiones que es necesario investigar antes de seguir invirtiendo el dinero es el tamaño óptimo del colegio. Cada vez se acumula más investigación en el

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sentido de que el concepto de colegio grande con mi-les de alumnos, justificable desde el punto de vista de las economías de escala —porque permite tener en un área campos deportivos, laboratorios y talleres bajo una sola administración—, no lo es desde el punto de vista educativo.

Desde la década de 1990 se han producido innumera-bles investigaciones que evidencian de manera abru-madora las ventajas de los colegios pequeños tanto en primaria como en secundaria. Las primeras y más no-torias fueron las de Williams D.t. (“the Dimensions of Education: Recent Research on School Size”, 1990) y Cotton K. (“School Size School Climate and Student Per-formance”, 1996).

Según ellos, los límites ideales para el tamaño de los colegios están entre 300 y 400 alumnos para colegios de primaria, y entre 400 y 500 para colegios de secundaria (ERIC-ED 401088 dec 96 affective and Social Benefits of Small Scale Schooling y otros).

En su momento, Cotton sintetizó 103 estudios sobre el tema y concluyó que las razones de la ventaja de los colegios pequeños son varias: en ellos hay una mayor familiaridad que facilita la interacción educativa, la preo-cupación individual por cada alumno, un sentimiento de pertenencia más intenso, mejores relaciones interperson-ales y mayor capacidad de control, lo que produce una asistencia más alta y una deserción más baja. también permite mayor flexibilidad en la gestión, conformar equi-pos docentes que se conozcan y trabajen juntos, integrar sus materias de modo interdisciplinario, etcétera.

Dos años después, Gerald W. Bracey, en la revista Phi Delta Kappan de enero de 1998, reseñó los hallazgos de Valerie Lee y Julia Smith de la Universidad de michigan. Ellas usaron la base de datos de las pruebas nacionales de rendimiento de matemáticas y Lenguaje para los gra-dos 8.°, 10.° y 12.° del año 1988 y encontraron varias cosas importantes referidas a colegios que tenían entre 100 y 2 800 alumnos. El rendimiento de los alumnos crece con el tamaño del colegio hasta llegar a 600 alum-nos. Luego se estanca hasta los 900 alumnos. De ahí en adelante empieza a decrecer. El efecto es realmente notable, porque si el resultado por tamaño es normal para una correlación entre 0,3 y 0,5, llega a –1,0 para Lenguaje y a –1,8 para matemáticas.

Cuando se examinaba la variable socioeconómica de los alumnos (16% superior y 16% inferior) versus el tamaño del colegio, se obtenía lo siguiente:

1. Los alumnos del nivel socioeconómico alto obtienen siempre mayor rendimiento que los del nivel socioeco-nómico bajo, independientemente del tamaño del co-legio.

2. El efecto negativo del tamaño del colegio sobre los rendimientos escolares es mucho menor entre los alumnos de niveles socioeconómicos altos que entre los del nivel bajo.

Finalmente, considerados el porcentaje de alumnos asis-tentes procedentes de minorías étnicas con desventajas (inmigrantes latinos, negros, etcétera), a partir de los 900 alumnos, la brecha entre los rendimientos de los colegios con poco porcentaje de alumnos procedentes de minorías étnicas va creciendo al compararse con el rendimiento de los colegios con alto porcentaje de alum-nos procedentes de minorías étnicas en desventaja, en perjuicio de estos últimos.

Nueve años después, el New York Times informó sobre el excelente resultado que trajo la política del alcalde Bloomberg de reducir 12 grandes colegios secundarios de Nueva york (con 2 mil a 5 mil alumnos cada uno) y convertirlos en 47 nuevos colegios más pequeños (“Small Schools are ahead in Graduation”, Julie Bos-man, 30/6/2007). Si hasta el 2002 la tasa de graduación fue de 40%, luego del cambio subió a 73% (por encima del 60% de toda la ciudad), incluyendo a 8 de ellos que llegaron a más de 90%.

Hay colegios privados y públicos que en su momento lo-graron superar estas limitaciones para lograr buenos re-sultados en sus egresados. Sin embargo, no está de más tomar nota de esta dimensión educativa del tema para nuestros tiempos actuales, antes de disponer la conti-nuación de la remodelación de la infraestructura estatal actual siguiendo los mismos criterios de hace 50 años.

rEFLExiÓN FiNaL

La educación peruana requiere innovación e infraestruc-tura. Pero concentrar alumnos en colegios remodelados para hacer más de lo mismo, difícilmente será una so-lución para los miles de colegios que están necesitando urgentemente una autocrítica ministerial respecto de su currículo, normas, libros, capacitación docente y articu-lación con otros sectores que tanta falta hace, antes de creer en el milagro de la infraestructura renovada. No hacerlo llevará al equivocado enfoque de seguir culpan-do a los maestros por enseñar mal y a los alumnos por no poner el empeño por aprender.