Colombia, Una Nación Fragmentada

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CUADERNOS BAKEAZ 36 bakeari buruzko dokumentazio eta ikerkuntzarako zentroa centro de documentación y estudios para la paz GEOPOLÍTICA F e r n á n G o n z á l e z ,, S ..I .. Colombia, una nación fragmentada Fernán Enrique González es sacerdote jesuita, con estudios de maestría (M.A.) en Ciencia Política y de doctorado en Historia de América Latina. Ha sido profesor en varias universidades del país, así como profesor invitado de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Sus principales campos de investigación son el análisis de las relaciones entre Iglesia y Estado en la historia colombiana y el de los procesos de formación del Estado nación en Colombia y América Latina, y, más recientemente, el trasfondo histórico de las violencias en Colombia. Sus principales publicaciones son: L’État inachevé. Las raíces de la violencia en Colombia, Para leer la Política. Ensayos de Historia Política Colombiana, y Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia. Ha estado vinculado al CINEP, Centro de Investigación y Educación Popular, dirigido por los jesuitas colombianos, desde su fundación en 1972; desde junio de 1998 asumió la dirección general del centro. Este trabajo ofrece una aproximación general a las violencias en Colombia, a partir de una información estadística y un balance de los estudios colombianos sobre el tema. Se intenta combinar el análisis estructural de largo plazo con los marcos coyunturales —diferenciados regionalmente— que sirven de escenario para la opción armada de actores de diverso espectro ideológico. Así, en el largo plazo se analizan el problema agrario y la manera en que se organizó la sociedad y el Estado colombiano desde los tiempos de la colonia española. En el medio plazo, se estudian los resultados de la violencia de los años cincuenta y de la coalición política del Frente Nacional que se diseñó como solución a lo anterior; asimismo, se analizan los cambios de la sociedad colombiana desde los años sesenta, como la rápida urbanización, el proceso de secularización acelerada y el surgimiento de nuevas capas medias urbanas. En el corto plazo, se reflexiona sobre los efectos de la penetración del narcotráfico en la economía y la sociedad, junto con las transformaciones recientes de los actores armados. Como resultado de esta combinación de procesos, se produce una notable difusión de la violencia en la sociedad colombiana, donde se hace difícil distinguir entre violencia política y no política, entre iniciativas individuales y colectivas, en el ámbito nacional y enfrentamientos regionales locales, entre conflictos públicos y privados. Finalmente, se presenta un balance provisional de la evolución de la búsqueda de salidas negociadas al conflicto. ÍNDICE la memoria de Iñigo Egiluz, cooperante vasco de la ONG Hirugarren Mundua ta Bakea/Paz y Tercer Mundo, y de Jorge Luis Mazo, sacerdote 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10 . 11 . La magnitud del problema El análisis social de las violencias en Colombia Hacia una mirada más compleja El fondo del problema: la cuestión campesina Un estilo particular de construcción del Estado

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CUADERNOSBAKEAZ36

bakeari buruzko dokumentazio eta ikerkuntzarako zentroacentro de documentacin y estudios para la paz

GEOPOLTICA

F e r n n G o n z l e z ,, S ..I ..Colombia, una nacinfragmentada

Fernn Enrique Gonzlez es sacerdote jesuita, con estudios de maestra (M.A.) en Ciencia Poltica y de doctorado en Historiade Amrica Latina. Ha sido profesor en varias universidades del pas, as como profesor invitado de la Escuela de Altos Estudiosen Ciencias Sociales de Pars. Sus principales campos de investigacin son el anlisis de las relaciones entre Iglesia y Estado en lahistoria colombiana y el de los procesos de formacin del Estado nacin en Colombia y Amrica Latina, y, ms recientemente, eltrasfondo histrico de las violencias en Colombia. Sus principales publicaciones son: Ltat inachev. Las races de laviolencia en Colombia, Para leer la Poltica. Ensayos de Historia Poltica Colombiana, y Poderes enfrentados.Iglesia y Estado en Colombia. Ha estado vinculado al CINEP, Centro de Investigacin y Educacin Popular, dirigido por losjesuitas colombianos, desde su fundacin en 1972; desde junio de 1998 asumi la direccin general del centro.

Este trabajo ofrece una aproximacin general a las violencias en Colombia, a partir de una informacin estadstica y unbalance de los estudios colombianos sobre el tema. Se intenta combinar el anlisis estructural de largo plazo con los marcoscoyunturales diferenciados regionalmente que sirven de escenario para la opcin armada de actores de diverso espectroideolgico. As, en el largo plazo se analizan el problema agrario y la manera en que se organiz la sociedad y el Estadocolombiano desde los tiempos de la colonia espaola. En el medio plazo, se estudian los resultados de la violencia de los aoscincuenta y de la coalicin poltica del Frente Nacional que se dise como solucin a lo anterior; asimismo, se analizan loscambios de la sociedad colombiana desde los aos sesenta, como la rpida urbanizacin, el proceso de secularizacin acelerada yel surgimiento de nuevas capas medias urbanas. En el corto plazo, se reflexiona sobre los efectos de la penetracin delnarcotrfico en la economa y la sociedad, junto con las transformaciones recientes de los actores armados. Como resultado deesta combinacin de procesos, se produce una notable difusin de la violencia en la sociedad colombiana, donde se hace difcildistinguir entre violencia poltica y no poltica, entre iniciativas individuales y colectivas, en el mbito nacional yenfrentamientos regionales locales, entre conflictos pblicos y privados. Finalmente, se presenta un balance provisional de laevolucin de la bsqueda de salidas negociadas al conflicto.

NDICE

la memoria de Iigo Egiluz, cooperante vascode la ONG Hirugarren Mundua ta Bakea/Paz yTercer Mundo, y de Jorge Luis Mazo, sacerdote

1.2.3.4.5.6.7.

8.9.10.11.

La magnitud del problemaEl anlisis social de las violencias en ColombiaHacia una mirada ms complejaEl fondo del problema: la cuestin campesinaUn estilo particular de construccin del EstadoEl papel de los partidos tradicionalesLas consecuencias del proceso de formacindel Estado nacionalLos problemas del Frente NacionalEl influjo del narcotrficoLas transformaciones de los actores armadosHacia la salida negociadaNotas

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colombiano, asesinados por fuerzas paramilitaresmientras trabajaban en defensa de los derechoshumanos, y de las vctimas de la violencia estructuralen Colombia.

La reanudacin de las conversaciones de paz entre el gobier-no colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias deColombia (FARC), el pasado 24 de octubre de 1999, pareciofrecer un segundo aire a las esperanzas de la sociedadcolombiana, empeada en encontrar una salida al conflictoarmado que la viene aquejando en los ltimos cincuentaaos. Pero, en esta ocasin, el clima de optimismo que habaacompaado los anuncios de las anteriores conversacionesparece casi ausente, o, al menos, mucho ms moderado: enmenos de un ao y medio fue desapareciendo la euforia deA

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los comienzos del gobierno de Andrs Pastrana, cuyo gestoaudaz de encontrarse con el jefe de las FARC, Manuel Maru-landa Vlez, Tirofijo, le mereci la atencin de la opininpblica nacional e internacional. Y fue siendo reemplazadapor un creciente escepticismo, que refleja tanto la desconfian-za frente a la voluntad de paz de este grupo guerrillero comola decepcin frente a la manera errtica en que el gobierno havenido manejando este proceso. Adems, las denuncias deabusos, supuestos o reales, cometidos por las FARC en lazona de despeje, que el gobierno dej bajo su control paragarantizar la seguridad de sus negociadores, aumentan bas-tante el descontento y la desconfianza. De ah las crecientesdemandas para la existencia de una comisin de verificacin,internacional o nacional, que se encargue de tramitar las res-pectivas quejas.Por otra parte, el clima de recesin econmica y de cre-ciente desempleo, y la consiguiente protesta social, aademotivos al escepticismo general. Sin embargo, la reiniciacinde los dilogos en La Uribe, los acercamientos al Ejrcito deLiberacin Nacional (ELN) y la creciente movilizacin ciu-dadana contra la violencia y a favor de la paz parecen abrirun cierto comps de espera a expectativas menos pesimistas,pero sin modificar del todo el escepticismo reinante.Este escepticismo se ha venido profundizando por algu-nas actividades de los grupos guerrilleros, como los secues-tros indiscriminados en las carreteras (las llamadas pescasmilagrosas), que golpean a sectores medios de las ciudades,que casi no haban sentido los efectos de la guerra en carnepropia, agudizando un problema ya bastante grave. El acu-dir a los secuestros como mtodo de financiacin de la luchaarmada, considerado por la guerrilla como impuesto de gue-rra, ha contribuido en buena parte a la deslegitimacin de laopcin armada en la opinin pblica colombiana.1 Lo mismoque a las diversas formas de impuesto, gramaje, sobre la pro-duccin de narcocultivos, cuya zona tiende a coincidir conlas reas controladas por la guerrilla.A esta deslegitimacin creciente de la lucha guerrilleracontribuye la tendencia a incrementar los ataques guerrille-ros a poblaciones rurales en las semanas inmediatamenteanteriores al comienzo de las negociaciones, que obedecen a

la poblacin civil. Este aumento obedece al estilo normal deoperar de todos los actores armados, que consiste en golpeara las bases sociales reales o supuestas del adversario,para, segn ellos, quitarle el agua al pez.El resultado de estos desarrollos contrastados ha sido elenorme volumen de poblacin civil desplazada, que haalcanzado ya la cifra de un milln y medio de colombianosen los ltimos quince aos (entre 1985 y 1999), que quierenescaparse del fuego cruzado entre los actores armados. Sloen los ltimos cuatro aos, entre agosto de 1994 y junio de1998, se estima en 726.000 el nmero de desplazados forza-dos: una gran proporcin de ellos son parte de xodos masi-vos. Se calcula que un 62% no ha podido regresar a su lugarde origen, un 55% es menor de 18 aos y un 12% es menorde 15 aos. Lo que significa que es un problema que afecta ala poblacin infantil y a las madres cabezas de hogar (sonviudas tres de cada cinco de ellas).2Sin embargo, no todo es negativo en este panorama glo-bal: al lado del avance de estas tendencias guerreristas, seempieza a consolidar la movilizacin ciudadana por la paz.Precisamente, la fecha del mismo 24 de octubre, escogidapara reanudar los dilogos, coincida con la sealada paradesarrollar una serie de marchas ciudadanas a lo largo detodo el pas para exigir a todos los actores armados el inicioinmediato de las negociaciones, el cese multilateral al fuegoy el respeto a la poblacin civil. En esta movilizacin ciu-dadana estn confluyendo varios movimientos sociales, dedistinto origen y diversa orientacin ideolgica, lo que indicacierta tendencia a la superacin de la fragmentacin y la faltade cohesin que hasta ahora han caracterizado estos esfuer-zos de la llamada sociedad civil. Por otra parte, incluso en lasnegociaciones anteriores se haban logrado ya avances sus-tanciales, como el acuerdo sobre la agenda por discutir, ladesignacin de la Comisin negociadora y la formacin de laComisin temtica, con participacin del mundo poltico,acadmico y del movimiento social por la paz.

la lgica perversa de mostrar fuerza militar antes de sentarsea negociar. Pero que, en el momento actual, se muestra con-traproducente al reducir el margen de maniobra del gobier-no frente a sus partidarios de derecha, que empiezan aengrosar el nmero de los opositores a la solucin negociada.Por otra parte, los secuestros de los pasajeros del avin

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La magnitud del problema

Fokker de Avianca y de los feligreses de la parroquia de LaMara en Cali, por parte del ELN, ayudaron a enrarecer msel ambiente. Sobre todo, cuando se manifest la voluntad decobrar rescate por los secuestrados, lo que ocasion un cam-bio en la percepcin de este grupo armado, que generalmen-te sola tener ms en cuenta la opinin pblica, nacional omundial. Al principio, se haban interpretado estas accionescomo actos desesperados de este grupo para ser tenidos encuenta por el gobierno, que haba privilegiado las nego-ciaciones con las FARC, tal vez por su mayor fuerza blica, oquiz porque las negociaciones con el ELN se haban inicia-do en el pasado gobierno de Samper, del cual se trata demostrar distancia.Fruto de este escepticismo y esta desconfianza ha sido laexpansin de las actividades del paramilitarismo, que se haextendido a zonas del pas que antes estaban relativamenteexentas del fenmeno y ha aparecido con fuerza en el mundoacadmico y universitario. En los ltimos seis meses, el mun-do acadmico colombiano se vio golpeado por el asesinatode tres investigadores en Ciencias Sociales, caracterizadostodos por su espritu crtico y su independencia frente a losactores armados de todo estilo. Adems, el avance de estosgrupos paramilitares y de autodefensa, de orientacin deextrema derecha, en territorios normalmente influidos porlos grupos guerrilleros, y el correspondiente contraataque destos, han producido un incremento de la guerra sucia contra

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Este marco introductorio permite acercarnos un poco mejor ala complejidad y magnitud del fenmeno de las mltiplesviolencias que aquejan al pas, que van mucho ms all de larelacin con el problema del narcotrfico y que tocan toda lahistoria reciente de Colombia. Segn Mauricio Rubio, a par-tir de 1970, la tasa de homicidios empieza a crecer acelerada-mente y alcanza proporciones epidmicas a mediados de losaos ochenta: en veinte aos, las muertes violentas se cua-druplicaron, pero en la primera dcada de los noventa ten-dieron a disminuir levemente para empezar a repuntar apartir de 1996.3 Seala Rubio que estas tasas son superioresa los actuales patrones internacionales y slo equivalentes alos que se producen en guerras civiles declaradas: pasesamericanos afectados por la violencia como Brasil, Mxico,Venezuela y Estados Unidos slo alcanzan a una fraccin,entre el 15 y el 25% de las tasas colombianas. Y la relacincon algunos pases asiticos o europeos es superior a cuaren-ta a uno, de modo que, para encontrar tasas similares enEuropa, habra que remontarse hasta el siglo XVI.4Por su parte, Sal Franco corrobora estas tendencias:entre 1975 y 1982, observa un crecimiento lento, de 5.788casos de homicidio a 10.679, y un crecimiento desbordadoentre 1983 y 1993, cuando se pasa de 9.087 a 28.284, nmeroque se mantiene en los dos aos siguientes, para descenderlevemente en 1995 a 25.398. El promedio de todo el perodo,1975-1995, queda en 16.056 homicidios anuales. Con respecto

Fernn Gonzlez, S.I.

a las tasas por cada 100.000 habitantes, este autor percibe lamisma tendencia sealada por Rubio: un aumento lento ini-cial, uno acelerado para la segunda dcada y un pequeodescenso a partir de 1991: 24 por 100.000 en 1975 y 86 por100.000 en 1991. Si se compara con las tasas internacionales,se observa que, entre 1990 y 1995, Colombia alcanza una tasade 74,5 por cada 100.000 habitantes, seguido de Brasil con17,4 (ms de 4 veces menos), Mxico con 16,8, Venezuela con14,7 y Estados Unidos con 9. Adems, si se estudia la rela-cin con los grupos de edad, se ve que los mayores incre-mentos corresponden a la poblacin masculina de entre 15 y19 aos, cuya tasa se quintuplica entre 1979 y 1994, y en elgrupo entre 20 y 24, cuya tasa se cuadruplica; mientras quelos grupos entre 25 y 30 aos y entre 35 y 44 triplican su tasa.Lo mismo sucede con la poblacin femenina, cuya tasa tam-bin se triplica, al pasar, entre 1979 y 1994, de 3,3 a 11 por100.000. Adems, Franco seala como fenmeno sin paraleloen el mundo el incremento de la tasa de homicidios de niosentre los 10 y 14 aos, que pasa de 1,2 a 2,8 por cada 100.000.5Segn un informe reciente de la Direccin de Polica Judicial,DIJIN, en 1998 se perpetraron 23.096 homicidios, un nmeroenorme todava, pero que significa una tendencia descenden-te (una tasa de 72 por cada 100.000 habitantes), que habaaumentado a 26.642 en 1996, para bajar a 25.379 en 1997.6En esta tendencia general de aumento creciente de loshomicidios, destacan los relacionados con la confrontacinpoltica, que, segn Franco, suponen un total de 22.617 homi-cidios polticos y ejecuciones extrajudiciales fuera de comba-te durante el perodo estudiado, 1975-1995.7 Esto equivale aun promedio anual de 1.077 homicidios, es decir, tres homi-cidios diarios durante dos dcadas: el peor ao es 1988, con2.738, cuando se eligen por primera vez los alcaldes porvotacin popular directa, lo que refleja un avance de laUnin Patritica, se intensifica el narcoterrorismo y la repre-sin del Estado. En trminos porcentuales, se produce tam-bin un aumento lento entre 1975 y 1985, del 1,2% al 7,9%,para acelerar el crecimiento hasta alcanzar casi un 20% en1988. Las principales vctimas de este tipo de asesinatos, paraFranco, son campesinos a quienes se supone simpatizantes oapoyos de los grupos guerrilleros, dirigentes y miembros deorganizaciones obreras, dirigentes cvicos, dirigentes polti-cos de izquierda y defensores de derechos humanos. El 50%

Colombia, una nacin fragmentada

co en los aos ochenta y su relativa estabilizacin, en unacota bastante elevada, en los aos noventa. Esta tendenciacontrasta con la segunda, la disminucin significativa dedetenciones polticas arbitrarias, que caracterizaron elgobierno de Turbay (1978-1982). Una tercera tendencia es elaumento significativo de la confrontacin directa entre losactores armados, que se evidencia en la evolucin de losmuertos en combate, que crecen moderadamente en los aosochenta y aumentan considerablemente en los noventa,cuando tienden a igualarse con el nivel de los asesinatospolticos. En el ltimo ao y medio, aparece como fenmenoindito el enfrentamiento directo entre guerrilleros y parami-litares.11Esto se interpreta, segn Garca, como resultado de losdos planos en que se mueve la confrontacin armada enColombia (confrontacin directa entre los contendientes yguerra sucia contra los apoyos, reales o supuestos deladversario): el plano de la confrontacin armada directaviene creciendo desde los aos ochenta hasta hoy, lo querefleja el fortalecimiento creciente de los distintos actoresarmados (ms frentes guerrilleros, ms grupos paramilita-res, ms brigadas de las fuerzas armadas del Estado), queproduce un mayor nmero de combates entre 1991 y 1996,y un aumento de los muertos en combate entre 1997 y 1998,acompaado de una disminucin de las acciones blicas.Este aumento de los combates contrasta con un descenso deatentados y sabotajes contra bienes civiles a menos de lamitad de los que ocurran entre 1991 y 1992. Lo que permi-te concluir al autor que nos hallamos ante grupos cuanti-tativamente (y tal vez tambin cualitativamente) distintosde los de los aos ochenta, lo que plantea la necesidad deanalizar la evolucin de los actores armados en la ltimadcada.Esta evolucin se refleja necesariamente en los cambiosde enfoques de los analistas sociales, colombianos o extranje-ros, que se han visto obligados a dedicar lo mejor de susesfuerzos al estudio de la violencia, hasta el punto de serdeclarados, a pesar de sus intiles protestas, pioneros de unanueva rama de las Ciencias Sociales: la Violentologa.

de ellos tena entre 18 y 39 aos, y el 92% era de sexo mascu-lino.8Esta modalidad de violencia poltica alcanza su expresinlmite en las llamadas masacres, definidas como la liquidacinfsica, simultnea a cuasi simultnea, de ms de cuatro per-sonas en estado de indefensin. Estos asesinatos colectivos sehan venido incrementando a partir de 1997 y, en la mayora

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El anlisis social delas violencias en Colombia

de los casos, obedecen a motivos polticos o de la llamadalimpieza social contra grupos estigmatizados de la sociedad(marginales urbanos, travestis, prostitutas, pequeos delin-cuentes casi siempre jvenes, denominados horrenda-mente desechables). Entre 1980 y 1993, este fenmeno se habalocalizado en el rea metropolitana de Medelln (200 masa-cres), Magdalena Medio (124), Bogot (60), Urab (dondeslo Apartad aport el 6,4% del total nacional y el 8% de lasvctimas), Meta y Boyac. En 1996, una sola regin, Antio-quia, tuvo la mitad de las 110 registradas: de las 55 seala-das, un 47% fue atribuido a los paramilitares, el 15% a laguerrilla y el 7% a grupos de limpieza social. En la dcada delos ochenta, se atribuy a grupos paramilitares un 28% de lasmasacres y un 17% a escuadrones de la muerte, mientras queun 15% se atribuy a la guerrilla y otro tanto a las fuerzasarmadas del Estado. Y en 1995, el 33% se atribuy a paramili-tares, el 29% a la guerrilla y el 8% a las fuerzas armadas delEstado.9 Segn los informes de la Defensora del Pueblo, elfenmeno parece seguir en aumento, pues en 1998 se perpe-traron 194 masacres.10En este contexto de violencia generalizada, pueden obser-varse ciertas tendencias, segn Mauricio Garca: la primeraes el notable crecimiento de los asesinatos de carcter polti-

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La importancia del tema de las violencias en Colombia hahecho que sea un objeto privilegiado de la atencin de loscientficos sociales, aunque no deja de llamar hoy la atencinel contraste actual entre cierto relativo estancamiento de losestudios generales sobre la violencia en Colombia, el aparen-te agotamiento de los paradigmas de explicacin general delfenmeno y la creciente expansin del control territorial deactores paraestatales, sean guerrilleros o paramilitares. Anteeste contraste, muchos se preguntan si no ser que el fen-meno est ya sobrediagnosticado, mientras que otros anotanque los estudios apenas empiezan a desbrozar el problema.Otros se interrogan sobre la posibilidad de una interpreta-cin global de la violencia y abogan por estudios ms desa-gregados de carcter regional, al estilo de los de Adolfo Ater-horta en Trujillo12 y Mara Victoria Uribe en Urab.13 Algu-nos, como Alfredo Rangel14 y Jess Antonio Bejarano,15 cues-tionan el desinters con que el conjunto de la sociedadcolombiana mira el problema. Para otros, la preocupacin secentra en que el conocimiento acumulado sobre el tema noparece reflejarse en las acciones del Estado y la sociedad:como seala el mismo Bejarano, pareciera presentarse undivorcio entre los estudios sobre las violencias y las bsque-das tericas de solucin de conflictos.

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Sin embargo, se pueden encontrar referencias comunesen la globalidad de los estudios, tales como la precariedad dela presencia del Estado aunque entendida de diversas for-mas, la carencia de un mbito pblico de resolucin deconflictos como contraste a la tendencia a la solucin privadade ellos, la rutinizacin o banalizacin del fenmeno, la mul-tiplicidad de formas que oculta, su relacin con redes localesy regionales de poder, la inexistencia de una relacin causaldirecta entre pobreza y violencias, la frontera difusa entreviolencia poltica y no poltica, incluida la delincuencial, etc.Por otra parte, los estudios sobre la violencia varansegn su explicacin se centre en el Estado o en la sociedad:para unos, la violencia, sea poltica o social, tiene que ver conla negacin del Estado para reconocer la pluralidad.16 Paraotros, la violencia tiene que ver ms bien con una sociedadque no se reconoce en el Estado, ni lo acepta como tercero endiscordia para dirimir sus conflictos, ni se muestra capaz deconvivir con la diferencia. Por ejemplo, Daniel Pecaut17 sos-tiene que la violencia tiene que ver menos con los abusos deun Estado omnipotente que con los espacios vacos que elEstado deja en la sociedad, que queda librado a su propiadinmica de fuerzas contrapuestas.

a Comisin de Estudios sobre laViolencia insiste en que lasviolencias que nos estn matando no sontanto las del monte como las de la calle,relacionadas con la pobreza absoluta y ladesigualdad social, que se expresan enformas extremas de resolver conflictos

La tradicin de los estudios de la violencia colombiana seinicia en 1962 con el estudio pionero de la Comisin com-puesta por monseor Germn Guzmn, Orlando Fals Borday Eduardo Umaa Luna,18 que rompe con la tendencia de lostrabajos polmicos, escritos por personas vinculadas a losbandos en pugna, muchos de ellos en forma novelada. Estacomisin intenta hacer una geografa e historia de la violen-cia, introduciendo variaciones regionales y remontndose alos antecedentes de los aos treinta. Adems, trata de anali-zar aspectos ms estructurales como la conformacin de losgrupos armados, la semblanza de sus principales jefes, sustcticas y modos de financiacin, sus manifestaciones cultu-rales y la quiebra de las instituciones fundamentales. Luegose acerca a una lectura sociolgica, sealando sus consecuen-cias materiales, los factores sociojurdicos de la impunidad yla relacin entre el conflicto y la estructura social del pas.Como seala Carlos Miguel Ortiz en su balance historiogrfi-co,19 este estudio se distancia de la lectura tradicional, porqueno considera al pueblo como una masa brbara manipuladasino como un protagonista activo del proceso. Pero otros hansealado la ausencia de una reflexin profunda sobre elpapel del Estado y del funcionamiento del sistema biparti-dista en este anlisis.En cambio, la pregunta por el Estado ser clave en lareflexin de los cientficos polticos, casi todos norteameri-canos, como Vernon Fluharty,20 Robert Dix,21 Ramsey Rus-sel,22 Richard Weinert,23 William Payne,24 Robert Williamson25y, sobre todo, Paul Oquist.26 Oquist rompe con las variablesnormalmente usadas, como el contraste entre tradicin ymodernidad, y afirma que la violencia supuso un derrumbeparcial del Estado colombiano (tal vez sobrestimando la soli-dez y coherencia previas de ste). El nfasis en las clasessociales, especialmente en las de las luchas campesinas, pre-sente en Oquist, ser central en Pierre Gilhods27 (que habla-r de la violencia como una rebelin campesina frustrada) yen Eric Hobsbawn,28 que se referir a los guerrilleros colom-bianos como rebeldes primitivos.

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Estos problemas fueron retomados por muchos acadmi-cos colombianos y extranjeros como objeto de sus tesis degrado u otros estudios, que subrayan la importancia de ladiferenciacin regional. Con el riesgo de omitir algunosnombres, recuerdo los notables libros de James Henderson(Tolima),29 Carlos Miguel Ortiz (Quindo),30 Jaime Arocha(Quindo),31 Roberto Pineda Giraldo (El Lbano),32 GonzaloSnchez y Donny Meertens (sobre el bandolerismo social)33 yDaro Fajardo (Tolima).34 Muchos de los resultados y conclu-siones de estos trabajos han sido reelaborados y reinterpreta-dos por Gonzalo Snchez en su balance de estudios sobre laviolencia y los captulos sobre la violencia en la Nueva Histo-ria de Planeta Colombiana.35 Esta sntesis de Snchez combi-na la visin de conjunto desde la nacin con la mirada sobrelo regional, y muestra el fracaso de las reformas del FrenteNacional en relacin con las zonas violentas, como prepara-cin de la fase posterior de la violencia.Otro balance importante se realiz en 1984, en el primersimposio sobre la violencia colombiana, que mostr ya unarelativa madurez de los estudios sobre el tema, lo mismo queun nfasis en la relacin entre conflictos violentos y estructu-ras agrarias, diferenciadas regionalmente: por ejemplo, lostrabajos de Katherine Legrand, 36 el artculo excelente deMedfilo Medina sobre el sur del Tolima,37 y el captulo deCarlos Miguel Ortiz sobre el Quindo.38 Tambin se destacall el estudio de Herbert Braun sobre el Bogotazo39 y lavisin retrospectiva de monseor Guzmn sobre su propiaobra, veinte aos despus. Pero tal vez uno de los mejoresintentos de sntesis de este perodo es el de Daniel Pecaut envarios libros y artculos, particularmente Orden y violencia,40que enmarca el fenmeno de la violencia dentro de un escla-recedor estudio de la coyuntura poltica de los aos treinta acincuenta, cuya interpretacin se centra en la disociacinentre lo social y lo poltico. Este libro ha sido enriquecido porvarios artculos del autor sobre el tema, hasta el da de hoy.Un cuarto momento de este balance est sealado por lacreacin de la Comisin de Estudios sobre la Violencia, querealiz un nuevo anlisis del fenmeno entre marzo y mayode 1987, que dio lugar a la mal llamada violentologa, nom-bre que rechazan unnimemente todos los participantes endicha comisin. La Comisin signific una importante ruptu-ra con el sobredimensionamiento que se daba a la violenciapoltica, al sealar el carcter multidimensional de las violen-cias y la necesidad de una lectura ms plural del fenmeno.41Hay que diferenciar entre violencia poltica, socioeconmica,sociocultural y territorial, reforzadas todas por cierta culturade la violencia. La Comisin insista en que las violenciasque nos estn matando no son tanto las del monte (solo 7,5%en 1985) como las de la calle, relacionadas con la pobrezaabsoluta y la desigualdad social, que se expresan en formasextremas de resolver conflictos. Estas violencias estn msrelacionadas con la calidad de vida y las relaciones socialesque con la lucha por lograr el acceso al control del Estado.Sin embargo, la solucin que presentan sigue centrada enel Estado: la democracia necesita que el Estado reconozca lapluralidad de la sociedad en lo tnico, lo social y lo poltico.Pero tambin seala que la impunidad en la violacin de losderechos humanos no slo se debe a deficiencias en los apa-ratos policiales y judiciales, sino tambin a nuestra historiade desigualdades econmicas y sociales, al acceso diferencia-do a los bienes materiales y a los obstculos a la realizacinde los colombianos como ciudadanos y como miembros de lasociedad.Adems, la Comisin seala las particularidades de laviolencia poltica contrastando las guerras civiles del sigloXIX, la violencia de los aos cincuenta y la actual. Las gue-rras civiles del siglo pasado reflejaban principalmente losenfrentamientos entre las elites, mientras que la violencia delos aos cincuenta estaba encabezada por lderes populares,al producirse un desfase entre la direccin ideolgica y laconduccin militar. Esto produjo expresiones anrquicas,desestabilizacin de los poderes y marcada fragmentacin deL

Fernn Gonzlez, S.I.

la sociedad. Se seala que la violencia de los sesenta y seten-ta es de naturaleza diferente de la de los conflictos anterio-res, pues los actores armados de estas dcadas no buscaninsertarse en el poder ya constituido sino destruir y sustituirel existente. En esta nueva etapa, la revolucin cubana sirvede detonante con la teora del foco, pero los nuevos rebeldesencuentran terreno abonado en la persistencia de grupos dela violencia anterior, no plenamente insertos en el FrenteNacional, cuyo carcter de democracia restringida y su dele-gacin del manejo del orden pblico a manos exclusivamen-te militares sirve de caldo de cultivo de las nuevas guerrillas.Seala la Comisin la evolucin de los movimientos guerri-lleros desde su surgimiento y relativa consolidacin, con susreflujos y problemas, pasando por la segunda generacin (afinales de los setenta), cuando se presenta una nueva politi-zacin de la guerrilla, para concluir con el momento en quese escribi el informe (1987). El momento de entonces secaracteriza por la coexistencia con el narcotrfico y la violen-cia difusa a veces indistinguible de la violencia poltica,que insertan la lucha armada en un nuevo contexto deexpansin y refinanciacin autnomas, que conduce a unatotal autonoma frente a los factores externos. Pero esta inser-cin, sostiene el informe, no produce una crisis insurreccio-nal sino una anarquizacin generalizada de la vida social ypoltica.Los estudios de la Comisin dieron lugar a una nuevalnea de estudios, que se reflej en una serie de congresos ysimposios sobre el tema, como los realizados en Chiquinqui-r, que mostraron una proliferacin de enfoques. Adems,tambin aparecieron otros libros, algunos de ellos tesis demaestra, como las de Javier Guerrero (violencia en Boyacen los aos treinta), 42 Elsy Marulanda (colonizacin delSumapaz en los aos veinte y treinta), 43 Daro Betancur(sobre los pjaros, asesinos polticos, del valle del Cauca), 44Reinaldo Barbosa (Llanos orientales), Carlos Medina (sobreel paramilitarismo en Puerto Boyac45 y la historia del ELN46).En esta lnea, habra que destacar el notable estudio de MeryRoldn sobre la violencia en Antioquia47 y los trabajos delINER en la Universidad de Antioquia, centrados sobre todoen Urab (Mara Teresa Uribe y Clara Ins Garca, etc.)48 y elBajo Cauca antioqueo. La violencia urbana fue objeto prin-cipal de los esfuerzos de la Universidad del Valle, con lostrabajos de lvaro Camacho, lvaro Guzmn49 y otros, perotambin en Antioquia se present un interesante acercamien-to al problema de la violencia urbana, particularmente lajuvenil, por parte de la Universidad de Antioquia y la Corpo-racin REGIN (Alonso Salazar,50 Ana Mara Jaramillo,51 Glo-ria Naranjo,52 Marta Villa53 y otros).Muchos de estos esfuerzos fueron recogidos por el con-junto de investigaciones realizadas por el CINEP (Centro deInvestigacin y Educacin Popular) entre 1988 y 1992, quetrataban de combinar el enfoque estructural e histrico, delargo plazo, con estudios coyunturales de regiones particu-larmente violentas como el Magdalena Medio Santandereano(Alejo Vargas),54 la zona esmeraldfera de Boyac (Mara Vic-toria Uribe),55 la zona del Sumapaz (Jos Jairo Gonzlez),56 elBajo Cauca antioqueo (Clara Ins Garca) 57 y la ciudad deMedelln (Alonso Salazar y Ana Mara Jaramillo).58 El enfo-que histrico-estructural se refleja en los estudios de Consue-lo Corredor sobre modernizacin econmica y modernidad,59los estudios de Fabio Zambrano y Fernn Gonzlez sobre lostrasfondos histricos de la violencia,60 el libro de Fabio Lpezde la Roche sobre la cultura de la izquierda,61 el trabajo deElsa Mara Blair sobre las fuerzas armadas62 y el libro deMauricio Garca63 sobre las polticas de paz hasta Tlaxcala.La idea central que guiaba este conjunto de las investiga-ciones del CINEP era que las violencias recientes deberananalizarse en el contexto de la historia del pas, particular-mente a la luz de la especfica configuracin del Estado y lasociedad colombianos, teniendo siempre en cuenta la dimen-sin espacial y las modalidades concretas tanto de la ocupa-cin de los territorios como de las formas de cohesin social

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Colombia, una nacin fragmentada

que en ellos se generan. Y la manera como se articulan lospoderes locales de esos territorios con el Estado nacional atravs de los partidos polticos y los imaginarios de pertenen-cia o identidad que acompaan esta articulacin. Como resul-tado de esos complejos procesos sociales, econmicos, polti-cos y culturales, se explica la inexistencia de un espacio pbli-co de resolucin de conflictos como la otra cara de la proclivi-dad a la solucin privada y violenta de los problemas.Habra que sealar que esta lnea de anlisis ha sido pro-longada por algunos de estos investigadores en trabajos pos-teriores: es el caso de algunos trabajos de Mara Victoria Uri-be y Jos Jairo Gonzlez, anteriormente mencionados.64 Unalnea anloga, con algunas diferencias, la constituye el exce-lente trabajo de Adolfo Atehorta sobre Trujillo,65 que sealalas continuidades y rupturas de la violencia en un largo pla-zo, que arranca desde la primera colonizacin y el pobla-miento, pasa por la violencia partidista hasta llegar al actualmomento, cuando aparecen confrontados guerrilleros, para-militares y narcotraficantes.

as violencias recientes deberananalizarse en el contexto de lahistoria del pas, particularmente a la luzde la especfica configuracin del Estadoy la sociedad colombianos

Con respecto a la relacin entre violencia y derecho,habra que tener en cuenta los trabajos de Ivn Orozco sobrecombatientes, rebeldes y territorios,66 junto con la aproxima-cin de Germn Palacio al concepto de paraestado.67 Tam-bin habra que recordar los anlisis de Gabriel Gmez yRodrigo Uprimny sobre las relaciones entre justicia y violen-cia. Precisamente, la diferenciacin entre delincuente polticoy comn ha sido objeto de una dura crtica por parte deMauricio Rubio:68 segn l, la evidencia emprica contradicelas dos premisas de los partidarios de una salida negociadaal conflicto, que conciben a los insurgentes como bandidossociales que actan como actores colectivos, determinados porcondiciones estructurales objetivas y opuestos a los organis-mos del Estado, instrumentos esenciales de los grupos domi-nantes. As, la realidad encontrada no muestra a los actoresarmados como modernos Robin Hood, con motivacionesaltruistas, amplio respaldo popular, una honda adhesinpoltica, una acentuada movilidad y cierto carcter telrico(una relacin cercana con un territorio y una poblacindeterminada), sino con conductas muy semejantes a las deldelincuente comn. Seala que el apoyo econmico del cam-pesino a las guerrillas dista de ser voluntario, las relacionesamigables con las comunidades campesinas son escasas, elmanejo clientelista de los recursos pblicos por parte de laguerrilla no se diferencia del de los polticos tradicionalessino por su carcter armado.69 Peor an, el recurso al secues-tro o al impuesto sobre el narcocultivo hacen bastante irrealla distincin entre delincuentes comunes y polticos. Rubioseala la necesidad de combinar los anlisis basados en lateora de la escogencia natural de los individuos, que respondena intereses individuales, con la visin sociolgica del mundo,que respondera a las llamadas causas objetivas de la violen-cia. Esta combinacin se vera reforzada por la evidenciaemprica que muestra claramente cmo el delito comn y eldelito poltico que se financia con el primero se comple-mentan y refuerzan mutuamente.70Para acercarse al tema de las relaciones de la violenciacon el narcocultivo, hay que tener en cuenta el trabajo de Jai-me Eduardo Jaramillo, Fernando Cubides y Leonidas Mora,71que muestran las interrelaciones entre colonizacin campesi-na, coca y guerrilla, as como los trabajos del CINEP, realiza-dos por Ricardo Vargas y Jackeline Barragn. Es interesantesealar la manera en que Francisco Thoumi72 relaciona losL

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problemas de la violencia y el narcotrfico con el estilo dedesarrollo del Estado colombiano y su crisis de legitimidad.Sobre las relaciones entre problema agrario y violencia, delnarcotrfico o no, se pueden consultar tambin los anlisisde Alejandro Reyes Posada. Tambin se pueden consultar lostrabajos de Jos Jairo Gonzlez sobre la Amazonia.73Sobre el desarrollo de la guerrilla, hay que destacar losesfuerzos de Eduardo Pizarro para la historia del origen de lasFARC74 y sobre su carcter insurgente que no conduce a larevolucin.75 En ese sentido, tambin el libro de Jos Jairo Gon-zlez, antes citado, sobre las repblicas independientes en elSumapaz arroja luces sobre el origen de las FARC. Es intere-sante asimismo el estudio antropolgico, que mencionbamosinicialmente, de Mara Victoria Uribe sobre el regreso del EPL(Ejrcito Popular de Liberacin) a la vida civil, con una marca-da insistencia en la subcultura guerrillera, la mentalidad y elorigen de los combatientes, sus motivaciones para la lucha,sus vivencias de desarraigo y reinsercin. En ese sentido sontiles los libros de Arturo Alape sobre Tirofijo,76 los relatos deAlfredo Molano sobre personajes ligados a la violencia,77 loslibros de Daro Villamizar sobre el M-1978 y las narraciones dealgunos antiguos militantes sobre algunas de sus respectivasorganizaciones: por ejemplo, los trabajos de lvaro Villarragay Nelson Plazas,79 y Fabiola Calvo80 sobre el EPL.Ms recientemente, han surgido algunos estudios ms omenos crticos de los trabajos realizados sobre la violencia,que piden mayor rigor terico y ms respaldo emprico sea-lando cierto facilismo de algunos anlisis que se lanzan a serespeculaciones deductivas sin mucha base en los hechos.Algunos intentos de buscar datos estadsticos para ir creandoseries peridicas, como los trabajos de Camilo Echanda yFernando Gaitn, han sido importantes. Lo mismo que cier-tas precisiones tericas e histricas, y contrastaciones factua-les contra algunas afirmaciones un tanto superficiales,hechas por el mismo Fernando Gaitn, Malcolm Deas y JessAlberto Bejarano, ayudan a clarificar el tema.Sin embargo, curiosamente estos autores no se distanciantanto como creen de aquellos a quienes critican. As, Mal-colm Deas81 hace un recorrido por la historia colombianapara mostrar que Colombia no siempre ha sido tan violentacomo lo es ahora y que es realmente poco lo que sabemossobre el tema. Adems, reivindica el carcter esencialmentepoltico de la violencia poltica, que considera irreductible aotras categoras econmicas, sociales y culturales. Y subrayaalgo que generalmente se pasa por alto: se trata de una vio-lencia poltica que busca el poder en los lugares donde elEstado apenas si puede reclamar el monopolio de la fuerza,por lo que la lucha no se da siempre contra el Estado sinocontra otros rivales. Esta afirmacin est reforzada por laidea de poca deferencia de la poblacin frente a la autoridady de debilidad de las instituciones. Ambas ideas estn muyrelacionadas con los enfoques centrados en la llamada preca-riedad del Estado.Por su parte, Fernando Gaitn Daza82 hace un recorridopor las diferentes teoras internacionales y nacionales sobrela violencia colombiana, sealando las incongruencias dealgunas de ellas con la informacin factual e intentandoconstruir una importante serie estadstica sobre la violencia.Finalmente concluye que los colombianos no somos esencial-mente violentos sino que el tipo de instituciones polticas yjudiciales, junto con la organizacin poltica del pas, facilitala violencia: la referencia a los quiebres institucionales pro-ducidos con los cambios de gobierno lo acerca a Oquist y

nuevos ricos, y escaso el control estatal. Este enfoque, cerca-no al de Bejarano, no se distancia tampoco del enfoque relati-vo al tipo de presencia de las autoridades estatales en el nivellocal. Tambin son tiles las recomendaciones de Gaitnsobre la necesidad de profundizar en el anlisis sociolgico,antropolgico y psicolgico de los grupos guerrilleros yparamilitares, de los funcionarios de justicia, miembros de lafuerza pblica y de personas involucradas en el narcotrfico.La idea de la relacin entre nueva riqueza y violencia escentral en los trabajos de Jess Antonio Bejarano:84 segn l,la causa de la violencia no es ni la pobreza en s misma (laviolencia aumenta con la riqueza) ni la ausencia del Estadoen s misma, sino la rpida expansin econmica de ciertasregiones, que va ms all de la capacidad del Estado parahacer presencia en ellas. Esto reflejara la prdida del mono-polio de la coercin legtima del Estado y la incapacidad dela sociedad y de las instituciones judiciales para solucionarcivilizadamente los conflictos. Estos planteamientos son bas-tante cercanos a los acercamientos en torno a la precariedaddel Estado y a la inexistencia de un espacio pblico de reso-lucin de conflictos, que ponen el problema tanto en el Esta-do como en la sociedad.Tambin son importantes las precisiones de Bejarano entorno a la evolucin del movimiento guerrillero, ya quemuchos de los anlisis se quedan en el momento fundacionalde los grupos rebeldes y prescinden de su posterior evolu-cin. As, seala que los movimientos guerrilleros ya no seconcentran exclusivamente en las zonas de colonizacin mso menos marginal donde se originaron, sino que se han veni-do expandiendo hacia zonas ms ricas, dedicadas a la agri-cultura comercial, ganadera, explotacin petrolera o aurfe-ra, y a zonas fronterizas o costeras, que les permiten accedera recursos del contrabando. Por lo dems, este cambio dereas hace que la guerrilla sea menos societaria, menos liga-da a las bases sociales y ms militarista. As, las guerrillas delas FARC buscan hoy apoyarse en los sectores no asimiladosen las economas del oro, petrleo, banano, palma africana,coca y amapola, donde se produce un rpido crecimientoeconmico, sin renunciar a la presencia en las tradicionaleszonas de colonizacin perifrica.En resumen, este rpido balance permite comprendertanto los avances como los vacos de los estudios sobre vio-lencia: se tiene un panorama complejo sobre la violencia delos aos cincuenta y se conoce bastante el momento originalde las guerrillas de los setenta, pero hay vacos notablessobre su desarrollo ulterior en los aos ochenta y noventa,aunque ya se han producido algunos avances. Hara faltaprofundizar en los cambios recientes de los actores armadostanto en su naturaleza como en sus reas de presencia y en elhincapi que algunos hacen en la opcin voluntaria y estrat-gica que los actores armados hacen por la violencia,85 lo queno desconoce las condiciones estructurales y coyunturalesdonde se hace esta opcin. Hace falta profundizar en temascomo la precariedad del Estado y la fragmentacin de poderen los niveles local, regional y nacional; la relacin no directaentre pobreza y violencia; la caracterizacin del rgimenpoltico como cerrado o abierto; la capacidad de la represen-tacin poltica de lo social; la etnografa y cultura de los gru-pos armados; y el papel y sentido de la sociedad civil enestos procesos.

Hartlyn.83 La insistencia en la necesidad de combinar los an-lisis de las condiciones regionales y locales de reas de con-flicto con el anlisis de la crisis nacional, lo acerca bastante alenfoque de los trabajos del CINEP. Particularmente valiosaes la aportacin de Gaitn para descartar la fcil asociacindirecta que se suele hacer entre pobreza y violencia y apun-tar hacia la direccin ms correcta, que sera asociar la vio-

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Hacia una mirada mscompleja

lencia al aumento rpido y desigual de la riqueza en deter-minadas reas, donde es visible el contraste entre pobres y

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Este anlisis de la evolucin de las miradas de los cientficossociales en su reflexin sobre las violencias colombianas, nos

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ha hecho pensar en la necesidad de reformular y precisaralgunos de los estudios que habamos hecho en el CINEP, demanera que podamos retomar los elementos centrales denuestras explicaciones pero modificndolos segn los avan-ces registrados en los aos recientes y la evolucin de la pro-pia dinmica de los actores armados, que registra diferenciasnotables con respecto a la lgica de sus inicios. As, las pre-sentes reflexiones buscan retomar la investigacin interdisci-plinar realizada por el equipo Conflicto Social y Violenciadel CINEP, antes mencionada, pero tratando de releerla des-de los desarrollos posteriores de la discusin y tomando encuenta algunas de las crticas antes sealadas. Se busca asretomar una mirada de largo plazo sobre los procesos hist-ricos que van construyendo los escenarios estructuralescomo condiciones de posibilidad de las opciones violentasde determinados actores individuales y colectivos, parapasar luego a tratar de sealar ciertos momentos coyuntura-les que sirven de elementos catalizadores y desencadenantesde esas opciones, que no se leen como resultados mecnicosde esos marcos estructurales y coyunturales sino como pro-ducto de la voluntad poltica de ciertos actores sociales queconcluyen que la violencia es el nico instrumento paratransformar las estructuras de la sociedad. En ese sentido, laopcin voluntarista y mesinica de grupos de carcter jaco-bino se encuentra con algunos movimientos sociales que sur-gen de las contradicciones profundas de la sociedad colom-biana. Pero hace falta estudiar mejor las relaciones de lasopciones de los individuos que conforman estos grupos conlas condiciones de tipo estructural y coyuntural que lasenmarcan: cmo construyen estos individuos su imagen deenemigo86 y las solidaridades con otros actores que los cons-

Colombia, una nacin fragmentada

Asimismo, hay que considerar varios procesos de media-no plazo, como los problemas resultantes de la violencia delos aos cincuenta; la manera como se organiz el sistemadel Frente Nacional, que haca difcil la expresin poltica detensiones y grupos sociales que no pasaran por los canalesde los partidos tradicionales, liberalismo y conservatismo; yla rpida urbanizacin de la poblacin colombiana y lamigracin aluvional de campesinos a las ciudades, quesobrepasaron la capacidad del Estado para proporcionar ser-vicios pblicos adecuados a la creciente poblacin urbana yla posibilidad de la industria nacional para absorber esamano de obra en aumento. Adems, a partir de los aossesenta, se produce una rpida apertura del pas a lascorrientes del pensamiento mundial, un acelerado procesode secularizacin de las capas medias y altas, un aumento dela cobertura educativa, el surgimiento de nuevas capasmedias, una transformacin del papel social de la mujer, quesobrepasan los marcos institucionales y las referencias cultu-rales que tena el pas para canalizar y dar sentido a los pro-cesos sociales.Por otra parte, hay que tener tambin en cuenta procesosdesarrollados en el corto plazo, como la penetracin delnarcotrfico en la economa y la sociedad colombianas, lastransformaciones de los movimientos guerrilleros al operaren nuevas circunstancias y territorios distintos de los origi-nales, el surgimiento y auge de grupos paramilitares y deautodefensa de derecha, y la creciente deslegitimacin delrgimen poltico.

tituyen en actores sociales.La combinacin de estas condiciones estructurales ehistricas de posibilidad y estos factores coyunturalesdesencadenantes con las opciones voluntarias de indivi-duos y grupos sociales debe analizarse en los nivelesmacro, medio y micro de la sociedad y del Estado. De lamisma forma, las propuestas de solucin deben apuntar a

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El fondo del problema:la cuestin campesina

estos diversos niveles, lo mismo que a elementos tantoestructurales como coyunturales, sin dejar de lado losmbitos personales y las solidaridades de grupo. Este mar-co general debe permitir la comprensin de las diversaslgicas de los polos opuestos para superar la contraposi-cin de imgenes y contraimgenes, que producen la exclu-sin, la criminalizacin y la demonizacin del otro. Cadauno de los contrincantes en una lucha violenta tiene razo-nes subjetivas y objetivas, que, a su modo de ver, justificansu opcin, desde una utopa de orden soado, a partir deuna concepcin totalizante de la realidad, como ha seala-do varias veces Estanislao Zuleta.87En esta lnea, los aspectos centrales de coincidencia delproceso de nuestra investigacin interdisciplinar sealanque el conjunto de violencias en Colombia tiene que ver convarios trasfondos en el largo plazo, que deben confrontarsecon procesos sociales desencadenados a partir de los aossesenta hasta desembocar en la coyuntura de corto plazo.As, en el largo plazo habra que tener en cuenta que:

La estructura de la propiedad de la tierra, producto del desa-rrollo del sistema colonial de encomiendas y haciendas,88junto con el sistema de castas que regulaba la sociedad colo-nial, produjo una gran concentracin de las tierras en torno alas ciudades y una poblacin mestiza sin lugar definido en lajerarqua social.89 La combinacin de estos desarrollos diolugar a un rasgo que va a caracterizar la historia colombianadesde entonces hasta nuestros das: un proceso de colonizacincampesina permanente, desde la segunda mitad del siglo XVIIIhasta hoy, donde no se da ninguna regulacin ni acompaa-miento por parte de la sociedad mayor ni del Estado, sinoque la organizacin de la convivencia social y ciudadanaqueda abandonada al arbitrio y libre juego de la iniciativa depersonas y grupos.90 Esta colonizacin permanente es pro-ducto de tensiones estructurales de carcter secular en elagro colombiano, que estn continuamente expulsandopoblacin campesina hacia la periferia del pas, donde pron-to se reproduce la misma estructura de concentracin de lapropiedad rural que forz a la migracin campesina original,que coexiste con la colonizacin de terratenientes, de carc-

s

s

La manera en que se pobl el pas y se organiz la estruc-tura econmica y social, desde los tiempos de la coloniaespaola, cre las bases de un problema agrario, que has-ta el da de hoy permanece sin solucin.La permanencia de este problema campesino obedece, enbuena parte, al modo como se construy el Estadocolombiano, a partir de la configuracin poltica de lacolonia, y la manera en que fracasaron, al menos en par-te, los diversos intentos de crear un Estado de carctermoderno. Esta incapacidad se manifiesta en la dificultadpara construir estructuras polticas que permitan expre-sar los cambios recientes de la sociedad colombiana y losproblemas sempiternos del mundo campesino, sobretodo de las zonas de colonizacin marginal.

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ter tradicional o empresarial. Esta coexistencia y competen-cia por la tierra y la mano de obra ser frecuentemente con-flictiva.91Como resultado de estos procesos, la estructura actual dela propiedad de la tierra es altamente concentrada y dedica-da mayoritariamente a la ganadera extensiva, que norequiere mucha mano de obra. Absaln Machado92 consideraque el pas subutiliza las tres cuartas partes de las tierrasaptas para la agricultura, mientras que se sobreutiliza enganadera el 132%. Este autor considera que la caractersticadominante en la ltima dcada, entre 1984 y 1996, es el avan-ce de la gran propiedad, el deterioro de la mediana y la con-tinua fragmentacin de la pequea, tres fenmenos que sue-len ir acompaados por violencia, desplazamiento de pobla-

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dores rurales y masacres perpetradas por grupos paramilita-res.93 As, en 1984 los propietarios de menos de 10 hectreaseran el 77% y posean el 9,02% de la superficie, mientras quelos propietarios de ms de 500 hectreas eran el 0,46% y con-trolaban el 32,72% de la tierra. Para 1996, los propietarios demenos de 10 hectreas eran el 77,9% con el 7,82% de la tierra,y los de ms de 500 hectreas eran slo el 0,35% con el44,63% de la superficie. No es raro entonces que la MisinRural sobre pobreza sealara que en 1995 el 68,9% de la

mientras que la guerra de guerrillas va a hacer mayor pre-sencia en las zonas de colonizacin de las vertientes cordille-ranas. Tambin las guerrillas de la violencia de los aos cin-cuenta y las actuales al menos en su momento fundacio-nal van a encontrar su escenario privilegiado en ese tipode regin.

poblacin rural no contaba con recursos suficientes parasatisfacer sus necesidades bsicas y que el nmero de pobresdel sector rural haba aumentado en un milln de personasente 1978 y 1995, como indica Esperanza Prada.94Esta estructura contina hoy expulsando campesinos alas ciudades y a nuevas reas de colonizacin, cada vez msmarginales. Adems, esta colonizacin permanente eviden-

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Un estilo particular deconstruccin del Estado

cia que desde los tiempos coloniales no era tan omnipotenteel control que las haciendas, las estructuras de poder de lospueblos rurales y del clero catlico ejercan sobre la pobla-cin rural.95 Muestra tambin que, desde la segunda mitaddel siglo XVIII, se haban roto ya los vnculos de control y desolidaridad internos de las comunidades rurales, campesinaso indgenas, como lo evidencian los informes de Moreno yEscandn,96 lo mismo que otros informes de la poca.97 Esterasgo va a diferenciar tambin a la futura Colombia frente ala evolucin histrica de otros pases de Hispanoamrica,como Mxico, Per, Bolivia y Ecuador.Esta diferenciacin va a tener tambin consecuenciassociales y polticas, pues la contraposicin entre colonizacincampesina, espontnea y aluvional, y estructura latifundista,tradicional o empresarial, se va a reflejar en dos tipos dife-rentes de adscripcin poltica y de cohesin social, que van arepercutir en las futuras opciones violentas.98 Una va a ser lacohesin y la jerarqua sociales en las zonas donde predomi-n la hacienda colonial con su estructura complementaria deminifundio y mano de obra dependiente (aparceros y peonesde zonas en las que fueron antes muy importantes las enco-miendas y los resguardos indgenas) y los pueblos organiza-dos jerrquicamente, desde los primeros aos de la colonia,en torno a los notables locales y sus respectivas clientelas.Otra muy distinta es la cohesin social que se va construyen-do en las zonas de colonizacin campesina aluvional, prove-niente de diversas regiones del pas, con diversos compo-nentes tnicos (los pueblos revueltos), que ocupan las ver-tientes cordilleranas y los valles interandinos.Sobre estos diferentes estilos de cohesin social se van aconstruir formas diversas de adscripcin poltica: en lasreas de colonizacin marginal, la poblacin estar ms dis-ponible a nuevos discursos y mensajes polticos, culturales oreligiosos. Hay que subrayar que en las regiones de la llama-da colonizacin antioquea se dan formas de colonizacinque varan en el espacio y el tiempo: en las primeras etapas yregiones, se produce un trasplante de las estructuras jerar-quizadas y patriarcales de los pueblos de origen (casi siem-pre del Oriente antioqueo). Pero, en las etapas posteriores,en regiones ms marginales, se produce otro estilo de coloni-zacin ms espontneo, ms libertario y casi anarquista. Enestas zonas de colonizacin aluvional, la participacin en lasguerras civiles y contiendas electorales es de carcter msvoluntario y anrquico: los campesinos se renen bajo elmando de un caudillo salido de sus filas, al margen de laestructura de poder de la hacienda y de los pueblos consoli-dados. Frecuentemente, los dos tipos de adscripcin coexis-ten, pero los miembros de uno y otro suelen mirarse con des-confianza mutua.99 Esta desconfianza es producto del tipo dearticulacin que el bipartidismo introduce entre las estructu-ras locales y regionales del poder y la organizacin centraldel Estado nacional, como se ver ms adelante.Estos dos tipos de poblamiento y cohesin social se refle-jan en movilizaciones polticas de diversa ndole: en las gue-rras civiles del siglo XIX, como la de los mil das (1899-1901),los ejrcitos ms regulares se van a reclutar en los altiplanos,

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Estos problemas sociales y polticos se van a ver reforzadospor la manera en que se construy el Estado colombiano y searticularon estos grupos migrantes con la sociedad mayor:desde los tiempos coloniales, las ciudades, haciendas, enco-miendas y resguardos, integrados en la sociedad mayor y elEstado colonial, coexistieron con espacios vacos, de tierrasinsalubres y aisladas, donde el imperio espaol y el clerocatlico tenan una escasa presencia. Algunas de estas zonas,como las selvas del Darin o los desiertos de la Guajira, esta-ban pobladas por indgenas bastante reacios a la soberanaespaola y poco dispuestos a integrarse en la economa colo-nial. Otros territorios, en zonas selvticas y montaosas,sobre todo en las zonas de vertiente y en los valles interandi-nos, eran de difcil acceso y de condiciones poco saludables:se convirtieron en zonas de refugio de indios indmitos, demestizos reacios al control de la sociedad mayor; de blancospobres, que no haban tenido acceso a la propiedad de la tie-rra en las zonas integradas; de negros y mulatos, libertos ocimarrones, fugados de las minas y haciendas.Pero, adems de esas regiones y sociedades donde elEstado haca escasa presencia, en las reas y sociedades msintegradas, la presencia del Estado espaol se caracterizabapor ser de dominio indirecto. A diferencia de los Estados ple-namente consolidados, en la terminologa de Charles Tilly,100el Estado espaol controlaba las sociedades coloniales a tra-vs de la estructura de poder local y regional: cabildos denotables locales, de hacendados, mineros y comerciantes,ejercan el poder local y administraban la justicia en primerainstancia, en nombre del poder de hecho que posean deantemano. A mi modo de ver, esta situacin fue heredadapor la repblica neogranadina y colombiana, cuyo sistemapoltico bipartidista (basado en la contraposicin excluyentepero complementaria entre liberalismo y conservatismo) lepermiti articular los poderes locales y regionales con lanacin, al ir vinculando las solidaridades y rupturas de lasociedad con la pertenencia a una u otra de estas especies desubculturas polticas, que se constituyeron en dos federacio-nes de grupos de poderes, respaldados por sus respectivasclientelas.101Este dominio indirecto del Estado implica que el poderestatal no se ejerce a travs de instituciones modernas decarcter impersonal sino mediante la estructura de poderpreviamente existente en la sociedad local o regional, basadaen los lazos de cohesin anteriormente existentes en esosmbitos.102 Pero este estilo de poder dificulta la consolidacindel Estado nacional como detentador del monopolio de lafuerza legtima y como espacio pblico general de resolu-cin de conflictos, lo que se expresa en la proclividad a lasolucin privada o grupal de los problemas, frecuentementepor la va armada. Esto se traduce en la poca presencia pol-tica y el escaso tamao del Ejrcito Nacional, que en otrospases latinoamericanos vehicul la unidad nacional y sirvide elemento cohesionador de la sociedad nacional. Esto inci-de en el no monopolio de la fuerza en manos del Estadonacional, cuyo aparato militar coexiste, durante el siglo XIX,con cuerpos de milicias regionales y grupos armados de

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carcter privado, al servicio de hacendados y personajesimportantes en la vida local.

Colombia, una nacin fragmentada

mente, pero la participacin en la vida de campamento mili-tar y en las acciones blicas va creando luego ulteriores lazosde cohesin social entre ellos, basados en la camaradera dela lucha comn. Estos lazos sern luego reforzados por la lla-mada venganza de sangre, que har ms o menos hereditaria

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El papel de los partidostradicionales

la adscripcin partidaria, puesto que cada guerra civil seconvertir en la ocasin del desquite o venganza del camara-da o pariente muerto en la contienda anterior. As, se va pro-duciendo una cadena de odios heredados, que reproducen lasviolencias cuando se presenta una ocasin propicia. Tambinaparecen grupos de reales voluntarios, que se vinculan a lalucha civil por motivos ms ideolgicos y cuya adscripcin

En ese sentido, estas carencias del Estado fueron suplidaspor los partidos polticos tradicionales, que se construyeronsobre la base social de las jerarquas y cohesin social previa-mente existentes en las sociedades locales y regionales. Estoprodujo un reforzamiento de las identidades locales y regio-nales desde el nivel de las identidades polticas nacionales:as, la identificacin bsica de la poblacin con sus gruposprimarios de referencia (parentesco nuclear o extenso, vecin-dario, paisanaje) se hizo ms fuerte por la adscripcin a lasdos subculturas polticas del liberalismo y conservatismo.Todo este proceso caracteriza la formacin del Estadocolombiano, que no se distancia suficientemente de la socie-dad ni logra penetrarla por medio de una administracindirecta y autnoma, sino que se hace presente en el territoriode manera indirecta, a travs de los mecanismos de poder yaexistentes en la sociedad, dejando por fuera a las regiones ygrupos perifricos de la sociedad.Este dominio indirecto del Estado sobre la sociedadexplica el papel que los partidos tradicionales, el liberalismoy el conservatismo, han venido jugando en la historia polti-ca y social de Colombia, as como las dificultades que afron-tan actualmente. Estos dos partidos, como dos federacionesde grupos locales y regionales de poder, sirvieron de articu-ladores de localidades y regiones con la nacin, lo mismoque de canalizadores de las tensiones y rupturas que se

poltica corresponde a lazos ms modernos de sociabilidad.Todo este conjunto de adscripciones confluye en sociali-zaciones polticas maniqueas y excluyentes, que definen unnos-otros, los que estn dentro de nuestro grupo de referen-cia, frente a los otros, que estn fuera de nuestro marco. Enestas configuraciones se juntan identidades y solidaridadesprimarias de tipo local y regional, fruto de los procesos decolonizacin antes descritos, con adhesiones ms abstractasy solidaridades secundarias. Pero el resultado es siempre laexclusin del otro, del diferente: el habitante del barriovecino, de la vereda de enfrente, del pueblo cercano, de laregin vecina, queda fuera de mi universo simblico, por-que no pertenece a mi comunidad homognea. Esta exclu-sin del otro en el nivel primario se refuerza con la ex-clusin del otro en el nivel nacional. Todo lo cual explica elcarcter maniqueo y sectario de nuestras luchas polticas:matar liberales no era pecado para los curas conservadores,porque el liberal comecuras era el otro, por fuera de lacomunidad de fieles catlicos. Y viceversa, los curas godos(espaolizantes, no-patriotas) eran enemigos del progreso yde las ideas democrticas. Pero estas contraposiciones per-mitan articular la sociedad nacional con las solidaridadeslocales y regionales.

daban en esos niveles: la pertenencia a uno u otro de los par-tidos pasaba as por la identidad local y regional, las contra-dicciones entre regiones y localidades, los conflictos tnicos,las luchas entre generaciones, los enfrentamientos intra- einterfamiliares, los conflictos entre grupos de inters, etc. Asse articulaban los vnculos de solidaridad primaria y tradi-cional, basados en el parentesco, vecindario, compadrazgo,etc., con los vnculos ms abstractos de la ciudadana y lanacin. Pero este estilo de articulacin se muestra cada vez

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Las consecuencias delproceso de formacindel Estado nacional

ms incapaz de expresar las tensiones y conflictos de nuevosgrupos y regiones: en el pasado, fracciones del liberalismolograron expresar esos intereses.Esta conformacin de los partidos como vehculos deidentidad nacional y expresin de identidades locales tuvoconsecuencias importantes para la construccin de los imagi-narios colectivos que expresan las pertenencias y exclusiones decarcter local, regional y nacional, que se caracterizan por unaextremada intolerancia. El hecho de haberse tomado la rela-cin con la institucin eclesistica como frontera divisoriaentre los partidos reforz el elemento pasional que ya tenanlas identidades previas de carcter local. Adems, estas iden-tidades se fortalecen ms con las experiencias de luchascompartidas en las guerras civiles, con la vida comn decampamentos y batallas, junto con los correspondientes odiosheredados y las venganzas de sangre, pendientes de generacinen generacin.Esta conformacin social y cultural va a configurar losmecanismos de adscripcin poltica y las identidades polti-co-culturales de la mayora del pueblo colombiano. De estamanera, la poblacin dependiente de la estructura hacenda-taria va a alinearse polticamente con los dueos de lashaciendas, sean stos del partido que sean. As, peones,arrendatarios y aparceros van a seguir a sus hacendadoscomo soldados en las guerras civiles y como votantes en lalucha electoral. Otros campesinos sern reclutados forzosa-

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Esta articulacin de la sociedad nacional, desde arriba haciaabajo, funcion, aunque con problemas, durante todo elsiglo XIX y la primera mitad del siglo XX.103 Por esa articula-cin, donde persiste la cohesin social interna de los podereslocales y regionales y su control sobre la sociedad, no se pro-ducen altos niveles de violencia en los aos cincuenta, por-que estos poderes suplen al Estado. La violencia generaliza-da estalla cuando se combinan crisis en la estructuranacional de poder con tensiones en las estructuras regionalesy locales, a travs de las cuales se presenta el dominio indi-recto del Estado sobre la sociedad.Dicha presencia indirecta permita que este Estado fuerarelativamente barato, y que respondiera bastante bien a laescasez de recursos fiscales del pas, que nunca tuvo unagran articulacin al mercado mundial, ni grandes booms deexportaciones, que pudieran configurarlo como un Estadorentista: nunca hubo demasiado oro ni plata, ni guano,cobre, petrleo, trigo o carne de exportacin, as que la debi-lidad del Estado responda a su pobreza fiscal. Por otra par-te, el Estado colombiano tampoco tuvo que afrontar las gran-des movilizaciones de corte populista, ni grandes migracio-nes europeas, ni poderosos movimientos sindicales de corteanarquista, ni la ampliacin de las capas medias, que carac-terizaron a otros pases de Hispanoamrica.Por ello, no se produce una masiva ampliacin de la ciu-dadana, ni grandes presiones de las masas populares y de

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las clases medias sobre el gasto pblico, lo que permite unmanejo bastante ortodoxo de la economa, sin grandes pre-siones inflacionarias. Adems, la falta de un movimientopopulista de carcter inclusionario hizo innecesarias lasintervenciones militares en la vida poltica: la vida polticacolombiana se caracteriza por la casi total ausencia de dicta-duras militares (excepto un corto perodo en el siglo XIX y ladictadura del general Rojas Pinilla de 1953 a 1957, que fue,en su mayor parte, instrumentalizada por sectores de lospartidos tradicionales).En consecuencia, tampoco se configura un Estado inter-vencionista e industrializador, ni tampoco un Estado de bie-nestar de amplia cobertura: por lo tanto, tampoco hay unagran ampliacin de una burocracia estatal que produjera unaumento de las capas medias. Por todo ello, la fragmenta-

nivel simblico, la pertenencia nacional de estas microsocie-dades, que se consolidan por fuera del sistema bipartidista:lo que est fuera es criminalizado y reprimido. El macartis-mo anticomunista refuerza el sectarismo excluyente, propiode la cultura poltica bipartidista, como se ver en el rgimende gobierno compartido entre los dos partidos tradicionales,denominado Frente Nacional, que se decidi entre las cpu-las de los dos partidos tradicionales como mecanismo paraponer fin a la violencia de los aos cincuenta. Pero que semostrara incapaz de emprender las reformas necesariaspara responder a los rpidos cambios que se estaban produ-ciendo en la sociedad colombiana de los aos sesenta.

cin existente del poder y de la riqueza, que se da en lasociedad civil, la no aparicin de un mercado nacional queintegrara las diversas economas regionales y la escasez derecursos fiscales, se refleja en la llamada precariedad delEstado. Tampoco se produce la aparicin de una administra-cin pblica por encima de los intereses particulares y parti-distas, ni un aparato de justicia, objetivo e impersonal, por

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Los problemas delFrente Nacional

encima de los grupos de poderes privados y grupales. Elresultado de este proceso se expresa en la imposibilidad deseparar claramente los mbitos pblico y privado, y en ladificultad para estructurar instituciones estatales de carctermoderno, lo mismo que para realizar las reformas necesariaspara responder adecuadamente a los cambios de la sociedadcolombiana.

xiste una gran dificultad en la vidapoltica colombiana para integrar yarticular los micropoderes ymicrosociedades de las regiones decolonizacin, con la sociedad mayory el Estado

El problema de este tipo de presencia del Estado en lasociedad es que se basa, esencialmente, en la no distincinentre los mbitos privado y pblico, que se refleja en la pro-clividad de la sociedad colombiana a la bsqueda de solucio-nes privadas a los conflictos. La resistencia a reconocer elespacio pblico se ve tambin en las dimensiones de la vidacotidiana, desde la invasin de los andenes de las calles y elirrespeto sistemtico a los semforos y seales de trfico,hasta la proliferacin de conjuntos cerrados de viviendas yde agencias privadas de seguridad. Esto puede resumirse encierta renuencia de la sociedad colombiana a reconocersecomo expresada por el Estado, que, por eso, no logra pene-trar la sociedad. De ah que para autores como DanielPecaut, la violencia colombiana tenga menos que ver con losabusos de un Estado omnipotente y omnipresente, y muchoms que ver con los espacios vacos que deja el Estado en lasociedad, que queda as abandonada a sus propias fuerzas.En ese sentido, este autor seala que el Estado colombianosigue manteniendo rasgos del siglo XIX, al no estar sufi-cientemente emancipado de las redes de poder privado de lasociedad civil.104Por esta carencia de la dimensin pblica y esta presen-cia indirecta del Estado, adems de la cuestin relativa alpoblamiento, las violencias colombianas tienen que ver conun tercer aspecto, en el que confluyen los tres puntos ante-riores. Es la dificultad que existe en la vida poltica colom-biana para integrar y articular los micropoderes y microso-ciedades en proceso de formacin de las regiones decolonizacin, con la sociedad mayor y el Estado, dado questos hacen presencia en esas regiones indirectamente, a tra-vs de las jerarquas sociales existentes, articuladas en elbipartidismo. La misma dificultad existe para expresar, en el

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El final de las violencias del ao cincuenta y el trnsito aotras formas ms ideologizadas de lucha guerrillera muestrala creciente incapacidad del sistema poltico bipartidista paracoexistir con grupos locales de poder que escapan a su mbi-to de poder. Las autodefensas influidas por el partido comu-nista empiezan a evolucionar hacia formas de poder localfuera del bipartidismo, que son criminalizadas como repbli-cas independientes por polticos conservadores y las fuerzasarmadas. La incapacidad del rgimen poltico para asimilarfuerzas polticas de carcter local, con una base social decolonos campesinos de zonas perifricas, junto con el trabajoideolgico de activistas del partido comunista, da lugar alsurgimiento de las FARC.105 Gonzalo Snchez ha sealado laslimitaciones de las reformas y polticas de los gobiernos deentonces para la insercin de antiguos guerrilleros, especial-mente cuando no pertenecan a los partidos tradicionales.106Incluso, como seala Alfredo Molano en uno de sus relatos,las reformas y planes beneficiaban ms a los amigos y regio-nes de los jefes polticos que a los propios ex guerrillerosliberales.107Por otra parte, los acelerados cambios de la sociedadcolombiana producen un debilitamiento del monopolio quelos partidos polticos tradicionales y la Iglesia catlica te-nan sobre la vida cultural del pas. Para ello se combinanfactores internos como la rpida urbanizacin, la amplia-cin de las capas medias, el aumento de la cobertura educa-tiva, el cambio del rol de la mujer en la sociedad y la acele-rada secularizacin de la sociedad, con factores externoscomo el influjo de las revoluciones del Tercer Mundo (espe-cialmente la cubana), la mayor presencia de las masaspopulares en la escena poltica, la mayor apertura del pasa las corrientes del pensamiento mundial, el influjo de lasvarias tendencias del marxismo y los cambios internos dela Iglesia catlica.Adems, la rpida urbanizacin de la sociedad, produci-da por las condiciones estructurales del agro colombiano yreforzada por las violencias rurales de los aos cincuenta ylas dcadas siguientes, cre problemas al rebasar amplia-mente la capacidad de las administraciones locales paraotorgar servicios pblicos adecuados y suficientes para lacreciente poblacin. Tampoco poda la creciente mano deobra, poco cualificada, ser absorbida por la dbil industriacolombiana, limitada por la estrechez de un mercado internode pocos compradores debida a la alta concentracin delingreso, su situacin en las regiones centroandinas lejanas alas costas y unos severos problemas de infraestructura y detransporte, en un pas cruzado por tres cadenas de monta-as, que dificultan su expansin. El desarrollo industrial delos aos cincuenta se basaba en el modelo de sustitucin deimportaciones, que se agot rpidamente por las limitacio-E

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nes de la demanda interna. Adems, este modelo tampocogeneraba muchos empleos ni modificaba en profundidad laestructura de la propiedad, y, por consiguiente, no aumenta-ba en lo fundamental los ingresos de las clases populares,sino que era necesariamente oligoplico, orientado sustan-cialmente a satisfacer la demanda de los estratos medios yaltos. Esta debilidad industrial hace que la economa colom-biana siga dependiendo sobre todo de la exportacin de pro-ductos primarios como caf, petrleo, carbn (y, msrecientemente, de algunas exportaciones menores como flo-res y esmeraldas).Como muestra Consuelo Corredor,108 estas debilidadesde la industria limitaban la necesidad del desarrollo tecnol-gico y de la diversificacin del aparato productivo, lo queimplicaba una limitada capacidad de crear ms empleos y,lgicamente, una exclusin de los beneficios del crecimientopara amplias capas de la poblacin en las periferias urbanasy las regiones no plenamente integradas en el conjunto de laeconoma nacional. Esto hace que la creciente mano de obra,poco cualificada, producida por la migracin campo-ciudad,termine engrosando las filas de los desempleados o, en elmejor de los casos, de los sectores de la llamada economainformal.Estos problemas de larga duracin hacen que sean muyaltos los niveles de pobreza, que el desempleo abierto hayapasado, en los ltimos das, del 20%, y que la calidad delempleo contine deteriorndose: en 1992 el subempleo eradel 14,2%, pero lleg, a finales de 1997, al 18%; en ese mis-mo perodo, el empleo temporal ascendi del 18% al22%.109 Segn el Banco Mundial, en 1992, cerca del 19% delos colombianos reciban ingresos inferiores a los conside-rados necesarios para la compra de una canasta adecuadade alimentos; de ellos, el 70% habitaba en las zonas rura-les. Sin embargo, el mismo estudio mostraba avances entre1978 y 1992, pues la pobreza absoluta afectaba entonces aun 24% de la poblacin.110 Por otra parte, la concentracindel ingreso pareci ir aumentando desde los aos ochenta,pues Libardo Sarmiento muestra que entre 1980 y 1989, el20% ms rico en las ciudades pas de apropiarse el 52,3%del ingreso urbano al 53,3%, mientras que el 50% mspobre mantena su 18,9% y las clases medias descendanen un 0,6%. 111 Obviamente, la actual recesin econmicadebe de haber empeorado esta situacin: las medidas dedesregulacin y apertura comercial produjeron un aumen-to del consumo, una tendencia a la desindustrializacin yun crecimiento del endeudamiento externo, pblico y pri-vado, que, en la actual situacin de recesin, est poniendoen peligro el sistema financiero nacional. Esta situacinprofundiza la tendencia del sistema financiero a la concen-tracin, con el predominio de cuatro grandes conglomera-dos (dos de ellos espaoles, los grupos Santander y BilbaoVizcaya).Por otra parte, los problemas sociales derivados de ladifcil insercin en el aparato productivo se agravaban porel carcter aluvional de la migracin del campo a la ciudad,que acarrea consecuencias para el tejido social de losbarrios en formacin en las ciudades grandes e interme-dias. Inicialmente, esta poblacin migrante reproduce lossistemas internos de cohesin social y de relacin clientelis-ta con los partidos tradicionales y la burocracia del Estado.Pero las siguientes generaciones, ms socializadas en lavida urbana y ms debilitados sus vnculos de cohesininterna y de relacin con el sistema clientelista de los parti-dos, se encuentran ms disponibles a nuevos discursos,polticos o religiosos.112 Sobre todo cuando la poblacin delos barrios no tiene homogeneidad social o regional, sinoque es producto de olas diferentes de migracin. Y cuandolas transformaciones de las ciudades y la crisis econmicade algunos sectores producen un deterioro constante de lascondiciones de vida de sus barrios y un debilitamiento delos lazos tradicionales o modernos, que constituan el lla-mado tejido social.

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Colombia, una nacin fragmentada

En estos barrios, donde el tejido social se est apenasconstruyendo o se est ya debilitando, los diversos gruposo pandillas juveniles (que expresan los primeros pasos deuna socializacin incipiente) pueden servir de espacios dereclutamiento para las guerrillas, rural o urbana, y para lasbandas armadas del narcotrfico.113 O para formas de delin-cuencia comn, pequea o mediana, y, de manera corres-pondiente, para el reclutamiento de grupos de vigilantes omilicianos populares, que responden, desde la sociedad civilen formacin, a los grupos anteriores. O, ms simplemente,las nuevas formas sociales y culturales de estos grupospueden resultar incomprendidas para las generaciones msviejas.Por todo esto, los grupos juveniles son fcilmente crimi-nalizados y sealados como los otros, distintos de y ajenos ala sociedad mayor, lo que los hace las vctimas principalesde formas de limpieza social, por parte de la polica o de gru-pos privados de autodefensa barrial, muchas veces con lacomplicidad o apoyo de los grupos dominantes de los mis-mos barrios. Tambin son frecuentemente vctimas de losenfrentamientos entre grupos de delincuencia comn y destos con la polica.114 Estos problemas se agravan en el casode la migracin de campesinos y pobladores desplazadospor las actuales violencias: estos pobladores se refugian enciudades intermedias, cuyas condiciones no les permitan asi-milarlos en trminos de oportunidades de trabajo ni de pres-tacin de servicios.

as limitaciones de la reforma agrariaoficial y la criminalizacin de laprotesta campesina acentuaron eldivorcio entre movimientos sociales ypartidos polticos tradicionales

Todos estos cambios fueron haciendo obsoletos los mar-cos institucionales por medio de los cuales el pas solaexpresar y canalizar los conflictos y tensiones de lasociedad.115 Segn Daniel Pecaut 116 y Jorge Orlando Melo,117los cambios sociales, culturales y econmicos de estos aoscontribuyeron a debilitar las redes de solidaridad tradicionaly los correspondientes mecanismos de sujecin individual,pero sin construir nuevos mecanismos de convivencia, nitampoco nuevas formas de legitimidad social.En este contexto de cambios profundos, se presenta laradicalizacin de los movimientos obrero, estudiantil y cam-pesino. El influjo de la revolucin cubana es muy fuerte enlas capas medias urbanas y en la juventud estudiantil, cuyasperspectivas de integracin al aparato productivo y al siste-ma poltico no son muy claras: surge all una nueva intelli-gentsia, influida por las varias lneas del marxismo y de lasciencias sociales, lo que muestra la prdida del monopolioque ejercan los partidos tradicionales y la Iglesia catlicasobre la vida cultural e intelectual del pas.118Por otra parte, los problemas sociales, tanto en las ciuda-des como en el campo, seguan configurando un caldo de cul-tivo para las opciones violentas. En ese sentido, las limitacio-nes de la reforma agraria oficial y la criminalizacin de laprotesta campesina acentuaron el divorcio entre movimien-tos sociales y partidos polticos tradicionales. Adems, estedivorcio se agrav por la presencia de variados movimientosde izquierda, interesados en la radicalizacin del movimien-to campesino. As, la instrumentalizacin de los movimien-tos sociales (sindicalismo, movimiento estudiantil, movi-mientos barriales, cvicos y populares), al servicio de laopcin armada, tambin influy en la criminalizacin de laprotesta social y en la lectura complotista de la movilizacinsocial.Esa instrumentalizacin de los movimientos socialespor la izquierda armada, junto con problemas internos,L

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impidi la consolidacin de una fuerza democrtica deizquierda, que canalizara el descontento creciente tanto delas masas populares de la ciudad y del campo como de lascapas medias urbanas, y articulara los sectores desconten-tos con el bipartidismo, que comenzaron a proliferar, enlos aos sesenta, entre intelectuales, sectores medios y gru-pos populares. Por otra parte, la criminalizacin del des-contento social, ledo desde el enfoque complotista, llev a

mbito local, que compite con los gamonales y caciqueslocales, pero el hecho de que su presencia sea tan dispersay perifrica limita mucho su capacidad de expresarse polti-camente.

la respuesta meramente represiva por parte de los organis-mos del Estado. Todo lo cual hace que los grupos radicali-zados perciban el sistema poltico como cerrado y comoagotadas las vas democrticas de reforma del Estado, loque condujo a muchos de estos disidentes a la opcinarmada.

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El influjo del narcotrfico

Esta opcin se vea favorecida por la escasa presenciaestatal en vastos territorios del pas (o su estilo indirecto depresencia, a travs de las estructuras locales de poder, toda-va en formacin) y por la existencia de una tradicin delucha guerrillera, presente en numerosos grupos sociales yantiguos jefes guerrilleros de los aos cincuenta, no plena-mente insertos en el sistema bipartidista del Frente Nacional.Esto era muy visible en las zonas de colonizacin, adondeseguan llegando campesinos expulsados por las tensionesdel agro y la violencia anterior. Sobre todo, cuando desapa-recen el MRL (Movimiento Revolucionario Liberal, disiden-cia del partido liberal, liderado por Alfonso Lpez Michel-sen, que sera presidente entre 1978 y 1982) y la ANAPO(Alianza Nacional Popular, grupo populista del antiguo dic-tador Rojas Pinilla), movimientos de oposicin que de algu-na manera canalizaban y articulaban polticamente este des-contento social.As surgen el ELN (Ejrcito de Liberacin Nacional) en1965 y el EPL (Ejrcito Popular de Liberacin, de inspira-cin maosta) en 1967: en el ELN confluyen nuevos actoressociales, salidos de los radicalizados movimientos estu-diantil y sindical, influidos por el foquismo castrista, conlos viejos protagonistas de los conflictos rurales del Magda-lena medio santandereano, resultantes de un proceso alu-vional y heterogneo de colonizacin campesina, de diver-so origen tnico o regional.119 El proceso de surgimiento delEPL muestra algunas similitudes, con las naturales diferen-cias regionales: surge en las regiones del Alto Sin y AltoSan Jorge, como brazo armado del Partido Comunista Mar-xista Leninista, de inspiracin maosta, cuyos cuadros pro-ceden de clases medias urbanas, muchos de ellos de origenantioqueo. 120 Estos cuadros urbanos se encuentran conncleos de ex guerrilleros liberales de los aos cincuenta,que haban sido liderados por Julio Guerra. Estos ex guerri-lleros no haban logrado insertarse plenamente en el siste-ma bipartidista y seguan motivados por el sentimiento devenganza producido por la violencia anterior: venanhuyendo de la represin de los gobiernos conservadores deentonces y llegaron a colonizar las selvas limtrofes entrelos departamentos de Crdoba y Antioquia.121 Otros guerri-lleros de este grupo provenan de una movilizacin socialms reciente, pues haban sido lderes de las luchas campe-sinas de esas regiones, en los primeros aos de la ANUC(Asociacin Nacional de Usuarios Campesinos), entre 1969y 1973.La existencia de estas bases sociales de la guerrilla, tan-to en estas zonas como en las de colonizacin campesinadonde las FARC tienen presencia, hace que la violenciaguerrillera no pueda reducirse a una dimensin exclusiva-mente militar. Y, mucho menos, a formas de delincuenciaorganizada, as muchas de sus actividades de financiacin(secuestros, apoyo a narcocultivos, robo de ganado) mani-fiesten tendencias hacia ella. En muchas zonas, los gruposguerrilleros suplen la ausencia manifiesta de las autorida-des estatales, delimitando linderos, protegiendo la posesinprecaria de los colonos campesinos, dirimiendo los conflic-tos familiares y vecinales, e imponiendo normas de convi-vencia social.122 Por ello, tienen cierto grado de poder en el

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Estos factores y tendencias a la violencia se profundizanrecientemente con la presencia del narcotrfico: la precarie-dad del Estado y la crisis de los marcos institucionales quesuplan a ste, evidencian una fragmentacin y difusin delpoder en la sociedad, cuyo tejido social es un amasijo contra-dictorio de poderes privados. La fragmentacin del poder yla precariedad de la presencia estatal van a facilitar la inser-cin social y poltica de poderes privados de nuevo cuo,como los carteles de la droga y los paramilitares de derecha,que distan mucho de ser grupos internamente homogneos,pero que se mueven en la misma dinmica de poderes priva-dos fragmentarios. La competencia por el poder local enzonas perifricas explica muchos enfrentamientos de estosgrupos con las guerrillas, al igual que la guerra sucia contralas supuestas o reales bases sociales de la guerrilla. En estosenfrentamientos intervienen tambin autoridades del ordenlocal, formales o informales, lo mismo que algunos de losmandos de las fuerzas de seguridad del mismo mbito. Eneste espacio de poder local, aparece tambin la accin de lasguerrillas sobre las autoridades locales de sus zonas deinfluencia, donde tratan de ejercer una especie de veedurasobre la administracin pblica y el gasto social.Una situacin semejante se presenta en los barrios perif-ricos de las ciudades, donde el narcotrfico reclutaba sicariosy agentes, lo que produca un auge de la delincuenciacomn, la consiguiente formacin de grupos de autodefensabarrial y la corrupcin de los cuerpos policiales, que eranpercibidos como otro grupo involucrado en esos conflictos,nunca como una fuerza legtima por encima de ellos.Por otra parte, la penetracin de los dineros del narcotr-fico en la vida econmica, social y poltica de la nacinempeora todos los problemas al deslegitimar profundamen-te a las instituciones polticas y ahondar la crisis de represen-tacin poltica que aqueja a la sociedad colombiana en lostiempos recientes, como resultado de la incapacidad de lospartidos tradicionales y del Estado para interpretar y canali-zar los cambios que se han venido produciendo.El resultado de esta combinacin de conflictos de tandiversa ndole, donde se combinan nuevos y viejos actores, esla creciente autonoma y difusin de las formas violentas: la guerrapierde la racionalidad de medio poltico para convertirse enuna mezcla inextricable de protagonistas declarados y ejecu-tantes oficiosos, que combinan objetivos polticos y militarescon fines econmicos y sociales, as como iniciativas indivi-duales con acciones colectivas y luchas en el mbito nacionalcon enfrentamientos de carcter regional y local.123Adems, en una etapa ulterior, estas apelaciones a la vio-lencia por motivos polticos, econmicos y sociales se difun-den por todo el tejido de la sociedad colombiana: la violenciase convierte as en el mecanismo de solucin de conflictosprivados y grupales. Problemas de notas escolares, enfrenta-mientos en el trfico vehicular, problemas entre vecinos,peleas entre borrachos, tienden a resolverse por la va arma-da, porque no existe la referencia comn al Estado comoespacio pblico de resolucin de los conflictos.Esta indefinicin de los lmites entre violencia pblica yprivada, violencia poltica y no poltica, motivaciones indivi-duales y acciones colectivas, se hace mayor cuando los gru-

Fernn Gonzlez, S.I.

pos guerrilleros salen de los nichos de las regiones de coloni-zacin marginal donde haban nacido para proyectarse azonas econmicamente ms ricas, en momentos de rpidaexpansin econmica combinada con una marcada desigual-dad del acceso a la nueva o vieja riqueza. All la lgica extor-siva de los grupos insurgentes encuentra muy pronto la res-puesta lgica de la tradicin poltica colombiana a lo largode su historia, que responde a la incapacidad del Estadopara detentar el monopolio de la fuerza legtima: el recurso aformas privadas de violencia, paramilitares o autodefensas,por parte de grupos locales de poder, con la ausencia, com-plicidad u omisin de las autoridades del Estado. Con elagravante de que las tensiones de las FARC con antiguosmilitantes de otros grupos armados insurgentes, junto consu autoritarismo con respecto a sus propios militantes y suactitud militarista con sectores de la poblacin civil, favore-cen el reclutamiento y la expansin del paramilitarismo ensectores de la poblacin.

Colombia, una nacin fragmentada

blicas entre 1991 y 1992. Este fortalecimiento de la dimen-sin militar se expresa en el replanteamiento de la VIII Con-ferencia de las FARC, que deciden avanzar hacia la construc-cin de un ejrcito capaz de pasar a la guerra de posiciones yde un movimiento poltico clandestino (el movimiento boli-variano).En el caso del ELN, Camilo Echanda observa una ten-dencia semejante, aunque menor: tambin en los aos ochen-ta empieza a resurgir despus de su derrota militar en Anor(1973), con un aumento significativo de frentes, gracias alfortalecimiento econmico que logr con la extorsin a lascompaas extranjeras que construa el oleoducto CaoLimn-Coveas. Luego de iniciada la explotacin petroleradel Arauca, como muestra Andrs Peate,126 el ELN fue desa-rrollando hbiles esquemas clientelistas para desviar recur-sos del erario pblico a favor de sus amigos. Y fue expan-diendo sus frentes, siguiendo la lnea de la explotacinpetrolera. Segn Alejo Vargas, desde su recomposicin enlos aos ochenta, el ELN da un viraje hacia la presencia deuna guerrilla mvil con tendencia a arraigarse regionalmen-te e insertarse as en nichos sociales de apoyo, buscando ges-

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Las transformacionesde los actores armados

tar un proyecto de poder popular en el espacio geogrfico desu trabajo. Y, en el contexto actual, parece desarrollar dosestrategias, no necesariamente excluyentes: por u