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Anuario de Psicología Jurídica, Volumen 13, año 2003. Págs. ANUARIO/2003 137 COMENTARIO DE PELICULAS FILMS’ ANALYSIS Javier Urra Portillo SEVEN Director David Fincher. Columbia. Al comienzo de la película, aparece un hombre muy obeso asesinado, volcado sobre macarrones y vómitos, estaba atado de pies y manos. En la pared y tras la nevera aparece la palabra: Gula. Inmediatamente después se produce otro asesinato espeluznante y escriben con sangre: Codicia. Se inicia una cadena de asesinatos en serie. La policía indica «el asesino nos sermonea con los pecados capitales». Durante la investigación un policía le dice a otro una frase rotunda, estruen- dosa, en ocasiones muy real. «En una gran ciudad ocuparse cada uno de sus asuntos es un gran arte. En la prevención de violaciones lo primero que enseñan es a no pedir nunca ayuda, sino a gritar ¡fuego!, nadie acude a la llamada de socorro, pero todo el mundo corre». Tre- mendo, pero es cierto y ha sido estudia- do que cuando se está rodeado de per- sonas todo el mundo entiende que la reacción la iniciará otro y al fin existe una tremenda pasividad, una desresponsabi- lización individual. En las macrociudades actuales se des- vían y derivan responsabilidades, se pien- sa «esto es labor de la policía, del juez, de…». Hoy los ciudadanos rehuyen situaciones que les supongan molestias o peligros. Se pierde compromiso. Qui- zás los medios de comunicación, el cine, han transmitido situaciones tan dramáti- cas que han puesto a la defensiva a muchas personas. Pero también pode- mos hablar de insolidaridad propiciada por el tipo de urbanización, algo que como se ve no ocurre en los pueblos, donde cada persona se siente compro- metida con el vecino. Este problema de desvinculación se está agravando, pues los jóvenes están aprendiendo que hagan lo que hagan por la calle los adultos son incapaces de implicarse por un miedo colectivo que se ha ido apoderando de cada individuo. Continúa la película con el hallazgo de otro hombre moribundo, llevaba atado y lacerado durante más de un año. El cartel ponía: Perezoso. La policía verbaliza «su ejemplo es Jack el Destripador». Al fin los investigadores encuentran la casa del asesino, un auténtico museo de los horrores, con uñas, una mano en for- mol, fotografías desde todos los ángulos de sus asesinatos. Además hay cientos REFLEXIONES

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Anuario de Psicología Jurídica, Volumen 13, año 2003. Págs.

ANUARIO/2003 137

COMENTARIO DE PELICULAS

FILMS’ ANALYSISJavier Urra Portillo

SEVENDirector David Fincher.Columbia.

Al comienzo de la película, aparece unhombre muy obeso asesinado, volcadosobre macarrones y vómitos, estabaatado de pies y manos. En la pared y trasla nevera aparece la palabra: Gula.

Inmediatamente después se produceotro asesinato espeluznante y escribencon sangre: Codicia.

Se inicia una cadena de asesinatos enserie. La policía indica «el asesino nossermonea con los pecados capitales».

Durante la investigación un policía ledice a otro una frase rotunda, estruen-dosa, en ocasiones muy real. «En unagran ciudad ocuparse cada uno de susasuntos es un gran arte. En la prevenciónde violaciones lo primero que enseñan esa no pedir nunca ayuda, sino a gritar¡fuego!, nadie acude a la llamada desocorro, pero todo el mundo corre». Tre-mendo, pero es cierto y ha sido estudia-do que cuando se está rodeado de per-sonas todo el mundo entiende que lareacción la iniciará otro y al fin existe unatremenda pasividad, una desresponsabi-lización individual.

En las macrociudades actuales se des-

vían y derivan responsabilidades, se pien-sa «esto es labor de la policía, del juez,de…». Hoy los ciudadanos rehuyensituaciones que les supongan molestiaso peligros. Se pierde compromiso. Qui-zás los medios de comunicación, el cine,han transmitido situaciones tan dramáti-cas que han puesto a la defensiva amuchas personas. Pero también pode-mos hablar de insolidaridad propiciadapor el tipo de urbanización, algo quecomo se ve no ocurre en los pueblos,donde cada persona se siente compro-metida con el vecino.

Este problema de desvinculación seestá agravando, pues los jóvenes estánaprendiendo que hagan lo que haganpor la calle los adultos son incapaces deimplicarse por un miedo colectivo que seha ido apoderando de cada individuo.

Continúa la película con el hallazgode otro hombre moribundo, llevabaatado y lacerado durante más de un año.El cartel ponía: Perezoso.

La policía verbaliza «su ejemplo esJack el Destripador».

Al fin los investigadores encuentran lacasa del asesino, un auténtico museo delos horrores, con uñas, una mano en for-mol, fotografías desde todos los ángulosde sus asesinatos. Además hay cientos

REFLEXIONES

de libros escritos por el ejecutor de tanviles actos, ahí y con detalle relata loshorrores que ha cometido.

En la realidad criminológica se danestos casos en que el asesino se recreaen su labor y desea donarla a la posteri-dad por lo que refleja con detalle no sólolo realizado, sino sus sensaciones, impre-siones y las manifestaciones de angustia,de petición de clemencia de las víctimas.

Al respecto es paradigmático el diariode Javier Rosado, de 20 años que, juntoa Félix M.R. de 17, fueron encausadoscomo autores de la muerte del empleadode limpieza Carlos Moreno, de 52 años,durante la fase final de un juego de rolque idearon ellos mismos.

Se inicia con un «salimos a la una ymedia. Habíamos estado afilando loscuchillos… observé a mi posible primeravíctima… llevaba zapatos cutres y negros,calcetines ridículos… era gordito, rechon-cho, con una cara de alucinado que ape-tecía golpear, barba de tres días… le dijeque levantara la cabeza y le clavé el cuchi-llo en el cuello. Emitió un sonido estran-gulado, de sorpresa y terror… Mi compa-ñero ya había comenzado a debilitarlecon puñaladas en el vientre y en losmiembros… Empezó a decir «no», «no»una y otra vez, sin armar demasiadoescándalo. Los vecinos no se enteraríancon esa mierda de sonido… Mi compañe-ro tiraba contra su cara intentando alcan-zarle un ojo…Empezaba a molestarme elhecho de que no se movía…Mis manosencontraron su cuello, y en él una de lasbrechas causadas por mi cuchillo momen-tos antes. Metí por ella una de mis manosy empecé a desgarrar, arrancando trozosde carne y ensuciándome las manos enmi trabajo… (es bastante difícil de recor-dar cada uno de los detalles de una cosaasí)… Nuestra presa comenzó a chillar en

serio y a mí se me ocurrió una idea espan-tosa que no volveré a repetir jamás y quesaqué de la película Hellraiser: cuando loscenobitas de la película deseaban hacerque alguien no chillara, le metían losdedos en la boca… hizo que mi presa meagarrara con los dientes el pulgar de mimano izquierda, haciéndome auténticodaño… Miré mi obra… A la luz de la lunacontemplamos a nuestra primera víctima.Sonreíamos y nos dimos la mano… Elasesinato debió de durar… ¡Veinte minu-tos! ¡joder! ¡qué timo el de las películas ylibros, macho!… Mis sentimientos erande una paz y tranquilidad espiritual total:me daba la sensación de haber cumplidocon un deber, con una necesidad elemen-tal que por fin era satisfecha. Me sentíalegre y contento con mi vida desde haceun tiempo repugnante. Mis sentimientosal hacer el asesinato en sí mismo no existí-an en absoluto, dándome esperanzaspara otras ocasiones… a la víctima la lla-mamos Benito para referirnos a ella de unmodo simple… Al día siguiente repasé lasposibilidades de ser descubiertos…Pobrehombre, no merecía lo que le pasó… Enfin la vida es muy ruin…

¿Dónde le enterrarán? ¿Nos admitiránen el funeral?».

Lo reflejado no es producto de la ima-ginación o del deseo, no son los pertur-bados y perturbadores escritos encontra-dos a alguna de las compañeras queluego mató de forma horrenda a Claraen San Fernando (Cádiz), no, lo sintetiza-do fue escrito por Javier Rosado despuésde cometerlo y va más allá del «eso sóloocurre en el cine».

Este caso ejemplifica muchos otros,como aquel diario escrito que se iniciaba«Yo Pierre Riviére, habiendo degollado ami madre, a mi hermana y a mi hermano(…)».

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Leídos estos diarios cabe la especula-ción desde el «sentido común», perotambién el estudio desde la psicologíacientífica y concretamente el análisis esti-lométrico (técnica desarrollada a partir dela consideración de algunas variables tra-dicionalmente empleadas por los psicolin-güístas tales como prosodia del lenguaje,frecuencia y tipos de palabras, giros, etc.)

En ocasiones el asesino se suicida ycabe entonces realizar una autopsia psi-cológica, pues el ser humano, en el trans-curso de su vida, deja huellas psíquicas enlos escritos, espacios habitados, recuerdosde las personas con las que ha interactua-do, es por ello que cabe realizarse unaexploración psicosociológica postmor-tem. Esta forma indirecta y retrospectivade acceder a la personalidad y psicopato-logía de la persona se emplea como técni-ca pericial para coadyuvar a definir la etio-logía médico-legal de muertes dudosas ode las causas que han conducido a matary ulteriormente suicidarse.

Pero volvamos a la película Seven. Elsiguiente asesinato llevó el apellido de:Lujuria. El asesino y mediante una pistolaobligó a un hombre a abusar sexualmen-te de una mujer con un artilugio que ladestrozaba y mataba.

El asesino (y tras matar por lo que cali-fica de: Soberbia) es detenido y expresafrases muy significativas diagnóstica-mente hablando como «El pecado se hade volver contra el pecador» o «Loscaminos del Señor son inexcrutables».Además añade: «Lo que he hecho, seráobjeto de análisis, de estudio, de segui-miento para siempre».

Pero este asesino en serie en cuya psi-copatología destaca el sentirse un salva-dor que quiere acabar con los pecadoresy que verbaliza que no hay que sufrir por

ellos pues eran presa de la gula, la pere-za, la soberbia, la avaricia y la lujuria,quiere completar la que entiende magní-fica obra y para ello y por su propia Envi-dia hacia el afecto que se tienen el poli-cía y su esposa, degüella a ésta, consi-guiendo que el policía y por Ira, lo mate.

El asesino es un individuo refinado,que se recrea con la escenografía decada uno de sus crímenes.

Estamos ante un sádico, caracterizadopor su narcisismo, toda su secuencia deasesinatos en serie, su obra, busca lafama futura, la grandiosidad del ilumina-do del elegido. Necesita admiración ycarece de empatía.

Como en todos los delitos cometidosen nombre de Dios (o de Satán) son muypeligrosos, pues se suelen basar en unaesquizofrenia delirante y obran conconocimiento, inteligencia, premedita-ción y un gran convencimiento.

Lo que dejó escrito Blas de Otero.«Bien lo sabéis. Vendrán por tí, por mí,por todos. Y también por ti. Aquí no sesalva ni Dios, lo asesinaron. Escrito está,escrito está, tu nombre está ya listo tem-blando en un papel. Aquel que dice:Abel, Abel, Abel, o yo, tú, él».

Al comienzo de este siglo, la convi-vencia con el crimen es tan común, dadoel bombardeo de imágenes y noticias,que hemos trivializado conductas mons-truosas, y por mecanismos psicológicosdefensivos nos estamos insensibilizando.Hoy la sociedad está inerme ante unaspatologías que ella misma crea y queafloran con virulencia, golpeando maca-bra y eficazmente a víctimas inocentes eindefensas. Los hay que son o sin la eti-queta de psicópatas se enorgullecen dequedar inscritos en los seriales del cri-

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men, entre ellos resultan especialmente«inhumanos» los asesinos en serie (serialKillers), que planifican sus crímenes dis-frutando anticipadamente de su próximaactuación, fantaseando con su poder deelección y de decisión entre la vida y lamuerte (muchas veces entremezclandola fabulación del dominio sexual). El pla-cer que sienten imaginando su proceder,no les hace olvidar tomar las medidasnecesarias para no poner en riesgo supropia vida, ni su libertad (la cárcel lesprivaría del entorno estimular).

Sin embargo, en Seven el asesino seentrega para acabar felizmente su obra,para ser sancionado por su pecado. Másallá de la ficción, estos asesinos jueganpara ver si son atrapados o si su inteligen-cia es superior, al tiempo dejan pistas unasconscientes para que se sepa de su gran-deza, otras inconscientes para ser castiga-dos, pues están atenazados por el senti-miento de la culpa genérica, de la náuseavital, de la desgana, no del hecho concre-to, no por el eco del dolor producido opor la mirada suplicante de la víctima.

PENA DE MUERTE

Basada en el libro «El hombre que cami-na hacia la muerte», de Sister Helen Pre-jean.Escrita y dirigida por Tim Robbins.

Comienza la película, cuando unamonja recibe la carta de un preso conde-nado a muerte por violar, maltratar yasesinar junto a otro «personaje» a dosadolescentes.

El hecho acontece en el Estado de Lui-siana (en E.E.U.U.), el otro asesino consi-guió –por tener dinero- un mejor aboga-do y logró la cadena perpetua, en vez dela pena de muerte.

Esta monja comprometida con lasgentes de los barrios marginales, que seesfuerza por escolarizar a los niños y dartrabajo a los adultos, consigue que unbuen abogado se involucre en la defensade este condenado, con una clara líneade defensa «es fácil matar a un mons-truo, no a un ser humano».

En ese sentido, el asesino expresa tresfrases, la primera lapidaria «no hay millo-narios en el corredor de la muerte», lasegunda desresponsabilizadora: «yo nomaté al chico, lo hizo mi compañero, yosujeté a los jóvenes. Estábamos colgadospor el alcohol y la droga».

Carga contra el azar, a la pregunta dela Sor «¿por qué eres presidiario?» con-testa «por mala suerte ¿y tú monja?», sele contesta «por buena suerte».

Lo cierto es que como dijo Galiani: «Siel mundo fuese verdaderamente gober-nado por el azar no habría tantas injusti-cias. Porque el azar es justo. Y aún esésta su naturaleza: ser justo por excelen-cia».

¡Cuántas veces en los Juzgados, en lasFiscalías, en centros de reclusión, hemosoído hablar de la mala suerte, de hechosque acontecen, que llegan sin interven-ción voluntaria y directa del que debíaser autor! Se derivan responsabilidades,no se asumen como propias las conduc-tas, se reniega de la libertad de elección.El locus de control es externo, la vida nose lleva en los propios brazos. Quienordena es el destino, la ruleta vital.

Mal asunto cuando alguien no asumeresponsabilidades, cuando las deriva ydesplaza, mal pronóstico respecto a laregeneración si se descuelga con frasescomo fue el otro, habíamos consumidodrogas.

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Tomar conciencia de lo hecho, asumir-lo, aceptar las consecuencias que de ellose deriven es el paso previo para cual-quier modificación y restauración cogni-tiva y conductual.

Comienza el calvario para la monja, lacontradicción, el choque de posturas asu alrededor. Su propia familia le interpe-la ¿por qué ayudar a criminales?, ¿quépiensan los padres de las víctimas?.

Sin embargo, cuando visita a la madredel asesino se entera de que sufre, por-que sus hijos pequeños son insultados yporque oye frases de los vecinos que serecrean en la próxima muerte de «esemonstruo».

En las retinas de esta monja se entre-chocan las imágenes fotografiadas de«aquel niño que ahora es un asesino, ylas que muestra el abogado de esas vícti-mas brutalmente agredidas y asesinadas«que nunca se graduarán», «sus padres,la sociedad, exigen justicia».

Llegamos al acto de audiencia ante lacomisión de indultos.

El abogado del inculpado expone que«el letrado que se dispensó para la defen-sa era un aficionado, era la primera vezque defendía a alguien para el que se soli-citaba la pena de muerte. El jurado se eli-gió en sólo 4 días. Si el acusado hubieracontratado un flamante equipo de abo-gados que tienen a los mejores investiga-dores, expertos en balística, psicólogospara elegir los jurados más deseables, hoyno estaría aquí suplicándoles el indulto».

Lo escalofriante es que es real, cono-cíamos de esta injusta cotidianidad y losespañoles lo hemos comprobado demanera irrefutable con un compatriotaque estaba en el corredor de la muerte,

me refiero a «Martínez» que estuvo apunto de ser ejecutado, pero la moviliza-ción mediática española conllevó la de laciudadanía y sus políticos facilitándoleun insigne abogado y su incalculableequipo de ayudantes. Abordaron lamaraña procesal. Quedó absuelto.

El abogado del encausado continúasu defensa aborreciendo la opción legalde ejecutar. Dice: «La pena de muerte noes nada nuevo, lleva siglos funcionando,hemos enterrado a gente viva, les hemosseccionado la cabeza, les hemos quema-do vivos, todos ellos espectáculos horri-bles, en este siglo hemos buscado méto-dos más humanitarios para matar a lagente que no nos gustara, les hemosfusilado, les hemos asfixiado en la cáma-ra de gas, hemos desarrollado un siste-ma que es la inyección letal, su cara serelaja, mientras que por dentro sus órga-nos luchan por sobrevivir. La inyecciónnos evita ver un cruel espectáculo».

Magnífico alegato contra la pena demuerte, si bien al abogado le diría quepeca de ingenuo, pues son muchos losque desean ver las ejecuciones y si fueraposible ver sufrir lacerantemente al reo.Es más, hay quien considera que televisarlas ejecuciones tendría un efecto disua-sor de conductas violentas, otros muchospensamos que ello va contra cualquierética o moral social. Es menester recordarque de hecho y durante toda la historia,la pena de muerte ha sido un espectácu-lo que ha permitido la revancha y el odiovindicativo de la colectividad.

La pena de muerte no es eficaz,donde se ha abolido la criminalidad noha aumentado, donde se ha mantenido,la criminalidad no ha disminuido. Es laauténtica negación de la justicia, unabarbarie que atenta contra la condiciónsagrada de la vida humana, acaba con la

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creencia en la reeducación y posibilita elerror judicial irreparable.

Repasemos la historia, ya en Grecia yrazonado entre otros por Platón, seentendía que la pena de muerte era elmejor castigo tanto para los criminalesincorregibles, como para los que robabanfruta. La historia de la pena de muerte esvergonzante. Avanzó con las leyes roma-nas que eran particularmente duras.

La pena de muerte con suplicio serecreaba en torturar con hierros ardientes,plomo derretido, tenazas, látigos, cade-nas y un inagotable etcétera. Las más delas veces era un espectáculo público paradisfrute o prevención («cuando las barbasde tu vecino veas…»).

La Edad Media constituyó una época demacabros ajusticiamientos: despedaza-miento, desmembramiento, desentraña-miento, enterramiento, empalamiento ytodo ello en vivo, como el despellejamien-to, la rueda de partir huesos, la utilizaciónde hormigas para devorar. La mente seesforzó y consiguió ser cada vez más cruel.

Las picotas y patíbulos se utilizabanpara «adornar» el paisaje con las cabe-zas y cuerpos de los ajusticiados, paraque se «escarmentara en cabeza ajena».

Desde finales del siglo XV hasta princi-pios del XVIII, unas 200.000 mujeresseñaladas como brujas fueron quemadasen Europa.

Actualmente, 100 estados recogen ensu legislación la pena de muerte, 15 laamparan en caso de guerra. Nueva Yorkimplantó la pena de muerte en septiem-bre de 1.995. Es el 37º de los EstadosUnidos en incluirla.

Pese a la contundencia de los datos

(Estados como Florida, Texas, Luisiana oCalifornia que cuentan con pena demuerte tienen índices de homicidio igua-les a los de Alaska, Minnesota, Hawai,Maine o Massachusetts que no tienen lapena capital), lo que permite concluir quelos asesinos no suelen reflexionar sobre lasconsecuencias (para los demás y para ellosmismos) de sus actos. La pena capital pordelitos de homicidio disfruta en E.E.U.U.de auténtico apoyo y popularidad.

No parece que se haya entendido quela intimidación es una doctrina que fra-casa al ser trasladada a la realidad. Y estoocurre porque cuando la realidad chocacontra una creencia firme, sale perdien-do la realidad.

Es el turno del abogado de las vícti-mas que argumenta: «El asesino no esun buen chico. Ha sido brutal. Y las fami-lias aquí presentes no disfrutarán nuncade sus hijos, ni de sus nietos».

Terriblemente eso es así, irreversible,inaceptable. Él, los culpables siempremerecen una sanción, que busca repararmoralmente a la víctima y a los suyos quesomos todo el cuerpo social, que persi-gue distinguir lo que está bien de lo queestá mal y mucho más allá del «quitar decirculación» a unos seres depravados yde riesgo, buscar que se conciencien porlo hecho, que sufran por ello y pidanpúblicamente perdón, se arrepientan ycambien pudiéndose reinsertar.

A la salida de la vista, los padres de lasdos víctimas abordan a la monja y lehacen saber el daño que les ha ocasiona-do verla sentada junto al agresor, sinantes haber hablado con ellos.

Siempre recordaré aquella noche deverano, en que siendo Defensor delMenor y estando dirigiendo un curso de

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verano en El Escorial que versaba sobre«Dignidad Humana: el reto educativodesde la infancia», me invitaron a unlargo e interesante programa en RadioNacional de España donde abordamosmuchos temas, entre otros la entrada envigor de la Ley Orgánica de Responsabili-dad Penal 5/2.000 en cuya elaboracióntuve junto a tantos y tantos el honor departicipar. Defendí su contenido, susmotivaciones. Al concluir el programatenía una llamada telefónica en el estu-dio, era el padre de Clara García Casado,joven de San Fernando (Cádiz) brutal-mente asesinada por otras dos jóvenescompañeras y anteriormente amigas.

D.José Antonio con afecto y firmezame habló de su disgusto con la Ley, de lanecesidad de sancionar en los casos gra-ves con más rotundidad. Me comunicó eldaño que sufrían su hijo, su esposa, élmismo. Hablamos, discrepamos, durantemás de una hora, les invité a visitarme enla Institución del Defensor del Menor.

Y lo hicieron, los tres. Allí vi a una madreDª María que «había hecho» una enferme-dad renal grave (irreconocible por avejen-tada respecto a una reciente fotografíaque me mostró, junto a su hija Clara).

Sufrí con ellos, -hasta donde alcanzaquien no lo sufre en propia carne-. Ytuve ¡cómo no! Dificultades para res-ponder a esos padres ante la pregunta¿Y cómo le explicamos a nuestro hijodentro de ocho años que esas asesinasque se cruzan por la calle gozan de liber-tad, mientras Clara nunca más vivirá?.

Seguimos discutiendo con ardor, conrespeto, con afecto, con comprensiónmutua el contenido de la Ley Penal Juve-nil. Les invité a asistir a los medios decomunicación a manifestar su sentir y elde muchos ciudadanos, ulteriormente

les propicié esas comparecencias en lasque fueron escuchados y que removió laconciencia ciudadana.

Es cierto que fui y soy un defensor delos principios de esta importantísimanorma jurídica, pero entendí y entiendoque para que tenga validez ha de serconocida, debatida ante y por los ciuda-danos, por todos, no sólo por los legisla-dores, los juristas, los expertos en cien-cias humanas.

Oí a muchos operadores jurídicos queme exclamaron «¡es un error poner unmicrófono ante unos padres víctimas!¿qué van a decir?. No tienen la distanciaóptima».

No, no es verdad. D. José Antonio, DªMaría, no han destilado odio, ni senti-miento de venganza en ningún momento,pero sí han clamado por la Justicia, la queentienden les es no sólo ciega, sino sorda.

Al año del referenciado curso en ElEscorial, dirigí otro en Almería, llevabapor título «Ley Orgánica de Responsabili-dad Penal del Menor: Hito civilizador»,las dos primeras personas a las que invitéfue a Dª María y D. José Antonio, poste-riormente a legisladores, técnicos enciencias sociales, miembros de las fuer-zas de seguridad, juristas. Fue una sema-na intensa, no cabía una sonrisa, todosaprendimos mucho, mutuamente.

Años atrás, ya bastantes, el amigo, elmaestro, el director del Instituto Vasco deCriminología y catedrático de derechopenal Antonio Beristáin me lo había ense-ñado: «La víctima es la gran olvidada».

Por eso regalé a los padres de Clara ellibro que había publicado en la editorialSiglo XXI en 1.997 titulado «Violencia,memoria amarga», en su página 177casi en blanco escribía:

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Victimología

Queremos dejar esta página en blanco. Sirva como recuerdo de tantos sufrimientos y decada uno de ellos.

Mudos como el dolor, sólo nos brotan las lágrimas.

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Nuestra historia es un pretérito imper-fecto. En sus orígenes, la noción de justi-cia emanaba del sentido que sobre lamisma tuviera la víctima. La venganza nose cuestionaba, era un elemento de lavida social. Los derechos absolutos quetenía la víctima se limitaron por la prime-ra obra del legislador: la Ley del Talión,que supeditaba los derechos de vengan-za a un criterio aritmético de igualdad.Esta norma de hecho defendía al delin-cuente, no a la víctima.

Posteriormente, se arbitró la compen-sación voluntaria (se pagaba dinero acambio del daño ocasionado) y ulterior-mente una obligatoria sanción que estáestrictamente reglamentada y resultalejana a la víctima.

Así como el Estado se fue haciendocargo de la administración de justicia, eldelincuente alcanzó el papel de actor prin-cipal en los estrados judiciales: la víctimafue relegada a un papel muy secundario.

En la actualidad, e intentando hacerreal la máxima de Kant, «El Estado hacumplido sus fines cuando ha aseguradola libertad de todos», se vuelve a otorgaralgunos derechos a las víctimas (muy dis-tintos a los antiguos), se reaviva el respe-to a la figura y persona de quien ha sufri-do la agresión de un congénere y aflorala victimología como ciencia que entien-de que la víctima es más sugerente queel delincuente y que es una buena inver-sión social investigar y preocuparse porla prevención y resocialización de la vícti-ma. Es seguro que en el futuro el rol dela víctima volverá a alcanzar el peso y latrascendencia que permita reequilibrar labalanza de una Justicia que de otraforma no es tal. Pero hoy deseamosdenunciar sin paliativos la soledad oceá-nica de la víctima. Esta situación en laque todos nos podemos encontrar, se

debe a una falta de atención social y unahiriente desprotección legal. La víctimaes un personaje intranscendente y fungi-ble para el Derecho Penal.

El daño que sufre la víctima no seagota en el padecimiento físico y jurídi-co, sino en el posterior, de índole psico-lógico, que puede perpetuarse y modifi-car, mejor dicho truncar, una forma deser, una forma de vida.

Al compás de un procedimiento judi-cial poco ágil y sensible, donde no haytiempo ni disposición para la ternura yde una sociedad que no muestra com-prensión y que en ocasiones culpabiliza ala víctima, ésta sufre y llora. Se explicaque existan hombres crueles con sussemejantes, pero no se comprende quela sociedad no sienta piedad por quienlos sufre. No se puede entender que lavíctima sea la gran olvidada.

Por eso es una magnífica noticia quelos padres de Clara pongan en marcha laFundación Clara García Casado, para laeducación en valores de los jóvenes yapoyo a las víctimas de la violencia.

Esta fundación busca actuar con losmenores con especial incidencia enaquellos socialmente marginados, asícomo con las víctimas de la violencia engeneral y particularmente a las víctimasde delitos violentos protagonizados pormenores.

Entre sus fines está potenciar la inclu-sión de la víctima de delitos violentos enlas leyes, reglamentos y políticas demanera que legitimen sus derechos a sertratadas con igualdad y como ciudada-nos de pleno derecho.

Han tenido la deferencia y yo elinmenso honor de ser nombrado patro-

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no de esta fundación, estamos segurosque desde algunos criterios distintos,fruto de nuestra situación diferentehemos conseguido un encuentro, unobjetivo común y un maridaje enriquece-dor.

La película continúa, un candidato agobernador hace una incisiva campañapara endurecer las penas. Los medios decomunicación arremeten contra los que«se ponen del lado de los asesinos» sonseñalados y tildados como «escoria».

No puedo sustraerme al recuerdo per-sonal, al defender públicamente el con-tenido de la Ley Penal Juvenil y lo hice enmi condición de co-autoría, de experto yde Defensor del Menor, pero además deciudadano comprometido con losdemás, sabedor de que las ideas debenser hechas públicas para ser debatidas ymejoradas.

Momentos hubo en que me sentí casisólo y bastantes incomprendido. Pero larabia se apoderó de mí en un programade radio en el que hablé telefónicamentey un contertulio (de esos que de todosaben), como contra-argumentación meespetó «¡usted no sabe lo que se sienteal enterrar a una hija…!». No acepté talreproche, tan burda demagogia, es fácilencender los ánimos de quienes ya estáncoléricos, gritar contra los asesinos, pedirel aumento de las penas, iniciar un movi-miento social cual marabunta.

No, nadie puede ponerse del lado delcriminal, pero hay que buscar resociali-zarle, hay que escucharle, entenderle(¡que no compartir!) sus razones y evitaren el presente y futuro en otras etiolo-gías causantes similares.

Ciertamente que no creemos que «lasociedad» sea la culpable de todo, el

estercolero al que se lanzan las propiasresponsabilidades, pero es parte del pro-blema y lo ha de ser de la solución.

Cuando se produce un trágico hechoque entre todos debiéramos haber inten-tado evitar, siempre surgen unos dinami-teros de las leyes, de las normas que noshemos dado en un Estado de Derecho. Sise trata de una violación hay quien pidesanciones que serían superiores al asesi-nato (¿no intuyen el riesgo?).

No, no admití semejante incrimina-ción. Estamos y estaremos siempre dellado de la/s víctimas, también somospadres. Pero nuestro conocimiento nosobliga a señalar tópicos y apriorismos, ahacer ciencia, a matizar, a recordar quealgunos verdugos son víctimas.

Terminaba el libro antes citado expo-niendo (página 272): «Sé por experien-cia que cuando uno verbaliza en losmedios de comunicación las atrocida-des que por su profesión conoce o lacruda realidad que se avecina atraesobre sí muchas veces como un pararra-yos el estigma de las víctimas y la críticasocial que proscribe de su concienciaesos sucesos horribles y llega a exorcizarsus miedos poniendo en duda la credi-bilidad u objetividad de quien lo expo-ne».

En el señalado caso de San Fernando(Cádiz) los abogados de las asesinas–también jovencísimas- vinieron a vermey me transmitieron el descontrol emocio-nal de sus defendidas (no confundiblecon ninguna circunstancia eximente niaún atenuante), también me hablarondel dolor de sus padres –unos de ellosabandonaron junto a su familia la locali-dad- y me comunicaron el intento de lin-chamiento durante el juicio contra lasmenores.

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Precisamos un equilibrio individual yuna respuesta de la Justicia suficiente-mente inmediata y ejemplar, para evitarque el grupo actuando como alma colec-tiva busque el linchamiento (nombrederivado del coronel Charles Lynch:patriota americano de la guerra de laindependencia).

Hay un pensar bastante común ydivulgado entre la población de que lospsiquiatras y psicólogos forenses somos«de los que encuentran algo en todoslos delincuentes y los dejan en la calle».

No es verdad y lo digo empíricamente.Cualquier ciudadano lo puede compro-bar en las interesantes vistas públicas.

Pero este estigma viene de antiguo, yael doctor Esquerdo (que da nombre auna conocida calle de Madrid) decía:«todavía se nos acusa de que ampara-mos el crimen, de que hacemos causacomún con los asesinos, protestamoscon toda la energía de nuestra alma con-tra el crimen y si no nos abrazamos encolérica indignación al oír tales injurias esporque su asquerosa repugnancia nonos inspira más que desprecio».

Sigamos viendo la película. La disyun-tiva para la monja se acrecienta, por unlado el asesino le solicita que sea su con-sejera espiritual en los últimos días (6) desu vida. Acepta.

Por otro, vuelve a reunirse con lospadres de las víctimas. Resultan profun-damente conmovedores los pequeñosdetalles, los recuerdos, las ilusiones. Auna familia le han arrebatado el únicohijo, a la otra le queda una niña.

Los padres eclosionan, uno expresa«yo no estaba a favor de la pena demuerte, después de lo ocurrido sí lo

estoy». El otro se arrepiente de no habermatado al asesino «un policía se puso ami lado en el juicio y podría habermehecho con el arma».

Hay reacciones que son profunda-mente humanas y por ende comprensi-bles, otras están en el acervo general,pero son irreales, es el caso de la frasetan oída de «sí a mí me matan a…yo…», la verdad es que todos estamoscapacitados para matar, pero sólo poten-cialmente, pues nuestro desarrollo moralnos impide hacerlo como tercamente lodemuestra la realidad. Esta es la diferen-cia –sustancial- entre unos y otros.

En una de las entrevistas con el asesi-no, la monja le interpela «¿qué harías túsi a tu madre y a un hermano les hicieranlo que se les hizo a esos chicos?» y lacontestación no se hace esperar: «losmataría». En este caso probablemente larespuesta sería cierta. La catadura moralde las personas es muy distinta.

En todo caso, resulta acertado que lamonja busque que el asesino se pongaen el lugar del otro.

Continuamos visionando este pelicu-lón, este magnífico manifiesto contra lapena de muerte que también -¡cómono!- escucha a las víctimas.

Por eso la monja ha de escuchar deuna familia de las víctimas como es incre-pada duramente «no puede estar en losdos lados, al venir a nuestra casa ha traí-do al enemigo ¡váyase ya!». No se arre-dra y asiste a reuniones de padres de víc-timas, allí escucha los sufrimientos yotras secuelas, como la de los padres quepor el dramático hecho ulteriormente seseparan.

La película va describiendo con deta-

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lle, la lentitud de los días, de las horas,de los minutos antes de la ejecución.

Tanto el asesino como la monja sesienten, están solos.

Se escuchan frases que dejan eco,como la del asesino, «supervisan que nome suicide».

La monja dice en voz alta «no tienesentido matar, para decir que está malmatar» y refiriéndose a la ejecución ¡esun asesinato tan calculado!

Caminan hacia el fin y el policía grita«Reo hacia la muerte».

En el último minuto el asesino reco-noce que violó y mató y se arrepiente.Sus últimas palabras se dirigen a lospadres de las víctimas que observaban laejecución: «Perdón, espero que mimuerte les reste dolor». Concluye.-«Nunca se debe matar, ni las personas,ni los Gobiernos».

INSTINTODirigida por Jon TurteltaubColumbia.

La historia trata de lo acontecido aun antropólogo estadounidense queviaja a la selva de Ruanda para estudiara los gorilas y acaba conviviendo conellos.

Su mundo es destruido cuando unoscazadores matan a los gorilas. Él respon-de impulsiva, instintivamente y con unaestaca de madera mata a esos agresores,a esos invasores, a esos asesinos –así lopercibe-, por lo que es encarcelado enRuanda, cae en mutismo y no habladurante años.

Es repatriado y se encarga a un psi-quiatra el estudio de su comportamien-to, de su patología, de su «insania». Estaexploración ha de llevarse a efecto en elambiente hostil de la cárcel.

Ciertamente nada tiene que ver lo quese nos muestra, con la realidad carcelariaespañola, pero sin embargo y respecto aesta relación hemos de entender que laprivación de libertad supone que el clien-te de la calle se convierta en paciente quepierde cualquier capacidad decisoria yaque no solicita la intervención del espe-cialista. Añádase el entorno de barrotes,de compañeros hoscos, de horarios yentenderemos la difícil labor a efectuarpor psiquiatras y psicólogos en los equi-pos de las prisiones. Pero estamoshablando de otra situación cual es que elpsiquiatra viene de fuera (de la Universi-dad) a un ámbito que le es desconocido ydonde los funcionarios se muestran pocoreceptivos, cuando no abiertamentemolestos por una actividad que vivenciancomo una intromisión, un cambio con losriesgos que conlleva, «un listillo», queviene con su corbata y chaqueta.

Como psicólogo experto en jóveneshe tenido la suerte profesional de diag-nosticar a algún preso privado de liber-tad en cárcel española de máxima segu-ridad y he constatado que desvanecidoslos propios fantasmas y miedos inespecí-ficos, todo lo que se nos ha propiciado(espacios, horario, privacidad) ha sidomagnífico, pudiendo cumplir con losmandatos de la Audiencia Provincial.

Pese a ello y obviamente no es ungabinete psicológico, por muchas razo-nes, una de ellas porque el «pacien-te/preso» sabe que el informe que reali-za el perito servirá de sostén científico enel procedimiento judicial en que estáenvuelto.

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Comentario de películas

El psiquiatra necesita lógicamentereferencias exteriores, ubicar histórica-mente a su paciente, trazar un estudiopsico-vital del mismo, para ello entrevistaa su hija, que define el carácter de supadre antes del viaje a Ruanda como deun hombre distante, hostil, despegadode la familia, obsesionado por el trabajo.

El experto en salud mental aborda enla cárcel al paciente intentando vencer suya dilatado mutismo voluntario, para ellole presenta fotografías solicitándole quereconozca a su hija, el hogar en EstadosUnidos, la cabaña en Africa.

Al fin el paciente habla, empieza arecordar, a verbalizar «lo que su memo-ria ve» y allí rescata el campamento enRuanda, la fotografía de su hija.

Y cuenta en voz alta su historia, lohace mediante palabras que cual imáge-nes comparte con el psiquiatra –y elespectador-.

Vemos como el antropólogo se fueacercando cada vez más a los gorilas,fotografiándoles hasta que decidió pres-cindir de la cámara fotográfica parapoder aproximarse más y lo explica conclaridad «me gustaban, los necesitaba»,«mi lento viaje hacia ellos me emociona-ba», «me sentía como si regresara a algoque había perdido y lo volviera a encon-trar». Llegó un momento en que sequedó a dormir con ellos, rodeado porellos. Se tocaron los dedos hombre ygorila.

Es un científico que observa con aten-ción lo que le rodea, pero que ademássabe bien como exteriorizar lo que haaprendido de su introspección. Lo quefacilita y mucho la labor del perito queha de conocer sus vivencias, percepcio-nes, motivaciones.

El calificado como «paciente», eldesignado como tal, matiza, interpreta,valora y dice «yo no me convertía en ungorila, los gorilas aceptaron al hombre».Emana respeto que entiende mutuohacia otra especie.

Recuerda como se deshizo del cuchilloy tiró los prismáticos y … disfrutó de lalluvia con los gorilas.

Concluye: «este ya no es mi mundo»,«mis maestros fueron otros».

Parece o pareciera que existe absolutacoherencia en sus palabras, que su capa-cidad de decisión, su voluntad no estándañadas.

Es más en una de las entrevistas«secuestra» a quien le explora, lo amor-daza e inmoviliza para mostrarle que deverdad no disponemos de libertad, quesólo tenemos ilusiones.

Su enseñanza concluye al diagnosticarque «el género humano, no sabe renun-ciar a la dominación, a querer sentirse unDios». La verdad es que a título indivi-dual y colectivo lleva un alto grado derazón. Avanzamos entre el sentimientoangustioso de la nada, de la incompren-sión de dónde venimos y a dóndevamos, con momentos de creación, depercepción de invulnerabilidad. Y ennuestro caminar tratamos con desprecio,con despotismo al resto de la Tierra, a lasaguas que fluyen y a las que unen conti-nentes, a las rocas, a las plantas, a losbosques, a los otros animales.

El afanoso psiquiatra busca en todomomento entender cual ha sido la razónúltima de la violencia ejercida por estecientífico y consigue un permiso para lle-varle a un zoológico donde en contactocon los gorilas se sienta seguro.

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Allí reconoce a un ya viejo gorila yexpresa «yo le traje a esta jaula y esto haroto su corazón». Es cierto pero se trataademás de una alegoría, pues su propioencarcelamiento también ha quebradosu vinculación con el resto de los huma-nos. Además deja aflorar una metáfora:Los humanos ¿tenemos derecho a privarde libertad a los animales para disfrutarviéndolos, o lanzándoles cacahuetes?.

En ese ambiente que le es conocido,recuerda las cálidas caricias de las críasde gorila y a los gorilas padres y de pron-to el caos, la ruptura, los disparos asesi-nos de unos cazadores en una batidadespiadada. Están matando a su familia,así lo siente y presa de ese dolor insonda-ble golpea con lo único que tiene –puesél, ellos no llevan armas-, con una estacade madera dando muerte a algunos deesos cazadores intrusos, violadores de lapaz, privadores de vida, de vida social, deafectos, de relaciones, de vínculos, defelicidad compartida. Es así como lo viveel hombre ¿y los animales?, ¿qué expre-san sus ojos al morir, al debilitarse?, ¿quéreflejan esos ojos ante la pose altiva delcazador dueño de su escopeta y de supresa?.

¿Qué siente un cazador cuando veesta película?. No lo sé.

Quiero creer que vivencia que lasecuencia es de brutal violencia, injustifi-cada, horrenda, donde se mata a lascrías.

La presencia del hombre nunca hatranquilizado a los otros animales, sustrampas, sus armas, sus disparos, sudivertimento matando los pone siempreen huida. Estamos solos, o los domesti-camos o los enjaulamos no somos capa-ces de caminar junto a ellos, distintospero respetuosos.

Visto y oído lo antedicho, el psiquia-tra le dice «no eres culpable», creo quese refiere al fondo moral de su conduc-ta y aquí llega el gran debate pues ladiferencia es que esos brutos han mata-do gorilas pero él ha acabado con sereshumanos (quizás más agresivos perohumanos o quizás más violentos perohumanos).

Porque ¿qué se hace si un perro muer-de a un niño, o un animal peligroso seescapa del circo?. Se le elimina.

Pero este antropólogo éticamente,animalmente ¿obró mal?.

En el estricto ámbito psico-jurídicoargumentaríamos que su conducta fuede defensa propia, instintiva y que entodo caso se debió a un «trastorno men-tal transitorio».

El experto en salud mental va más alláy propicia el encuentro de este tratadocomo «salvaje», como «hombre-gorila»con su hija. El padre le dice: «siempre tehe llevado en mi interior» y le muestra loúnico que ha conservado en su dilataday agitada trayectoria, una fotografía desu hija cuando era niña.

Vuelve a establecerse un vínculo, muyhumano. Está claro que él nunca lo rom-pió, si bien se había recluido imbuido porel estudio en otra familia de otra especie.

Cuando va a ser juzgado, un funcio-nario de la prisión agrede con saña avarios presos, de nuevo a los suyos a «sufamilia» y este hombre vuelve a lucharen defensa de los desprotegidos.

Este preso ¿todavía paciente?, conayuda de otros prisioneros se fuga dejan-do una nota escrita «Querido amigo, lalibertad no es sólo un sueño, gracias por

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Comentario de películas

haberme dado la esperanza y devuelto ami hija».

¡Qué gran lección!. La Libertad. ¿Sólohumana?.

Este hombre vuelve a tener lo esen-cial, libertad física pero sobre todo inte-rior, cuenta con la esperanza, auténticamotivación para vivir y una razón, su hija.

Se reconcilia con el género humano–o con parte del mismo-. Ha sentido lagratitud de otros presos, ha notado elamor en su hija y la entrega, la implica-ción emocional de este psiquiatra joven.

Un profesional lejos de la asepsia, de laequívoca neutralidad, del posicionamien-to fácilmente abandonista. Un hombreque intenta entender, que escucha, queaprende, al que le interesa la persona, nosólo el paciente, o el informe que ha deelevar a la Justicia. La película acabaplena de naturaleza, de futuro, de pasa-do, cuando este psiquiatra en plena ciu-dad abre los brazos hacia el cielo y se dejamojar intensamente por la lluvia.

¿Y qué decir del diagnóstico?. Podría-mos hablar de un trastorno de desperso-nalización con distanciamiento, estetrastorno que se exacerba tras la agre-sión que sufren sus seres queridos (gori-las), se cronifica cuando es desvinculadopor aislamiento en la cárcel de Ruanda.En todo caso esta valoración debe sermatizada ya que en todo momento sesabe humano, lo que le posibilita volvercon su hija.

Ciertamente y ya en su carácter ante-rior a los hechos acontecidos parecedetectarse una obsesión por el trabajoque cursa en anestesia emocional hacialos miembros de su familia y por genera-lización hacia los congéneres.

Significar que en todo momento hamantenido el sentido de la realidad yque su mutismo ha sido voluntario porlo que no ha de confundirse con unmutismo selectivo (incapacidad persis-tente de hablar en situaciones socialesespecíficas, cuando es de esperar quese hable, pese a hacerlo en otras situa-ciones).

Obviamente ha padecido un clarotrastorno por estrés postraumático.

Cumple los criterios de F 43.1 Trastor-no por estrés postraumático [309.81]según el Manual diagnóstico y estadísti-co de los tastornos mentales DSM-IV dela American Psychiatric Association.

Pues este antropólogo presenció unacontecimiento con muertes violentas yrespondió desde el horror intenso. Ade-más el acontecimiento traumático fuereexperimentado persistentementemediante recuerdos recurrentes e intru-sos que le provocan gran malestar; sen-sación de que el acontecimiento traumá-tico está ocurriendo; evitación persisten-te de estímulos asociados al trauma;reducción acusada del interés y la partici-pación en actividades significativas; sen-sación de desapego frente a los demás;restricción de la vida afectiva; hipervigi-lancia; ataques de ira.

Descartemos el diagnóstico de tras-torno disociativo (tan es así, que ni revivela experiencia con episodios de «flash-back»).

Es cierto que este antropólogo haestado sometido durante un amplio perí-odo a una prolongada e intensa auto-persuasión cuasi-coercitiva, pero nuncaha sufrido sustitución de su identidadpersonal, ni pérdida de conciencia, estu-por o coma.

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Más allá del diagnóstico, no puedequien esto escribe, erradicar ciertas tri-bulaciones referidas al estudio que den-tro del área de la psicología comparadarealizó junto a otros compañeros ydurante ocho meses en el zoológico deMadrid con los papiones sagrados(monos socialmente desarrollados famo-sos porque cuando avanzan en grupopor las sabanas africanas, los machosrodean a las hembras y a sus crías, deforma que juntos y con sus desarrolladasmandíbulas e incisivos, ponen en retira-da a leones y otros depredadores queintentan atacarlos).

Pues bien, es manifiesta la jerarquíaestablecida en este grupo de monos yaún las luchas (gestuales) por alcanzar elpoder (que conlleva ser despiojado,aproximarse primero a la comida –queentrega inicialmente a los monos máspequeños, a sus madres o a quien va aserlo-), también apreciamos los movi-mientos interactuantes de aproximación-huída, en los que de alguna forma todoslos miembros participan. En síntesisdetectamos un alto grado de socializa-ción, gestos amenazantes (agresivos)pero y esto es lo reseñable, ningún rasgoo hecho violento que ocasione daño, porinnecesario.

Estas conductas colisionan con las queocasionalmente apreciamos en loshumanos.

¿Qué se siente ante un ataque insos-pechado, sin razón aparente?, recorde-mos Los pájaros de Alfred Hitchcock. Poruna vez y aunque fuera de película losseres humanos eran las víctimas.

Instinto, título de esta obra significa(Diccionario de la Lengua Española)«Móvil atribuido a un acto, sentimiento,etc. Que obedece a una razón profunda,

sin que se percate de ello quien lo realizao siente».

BRUBAKERDirector Stuart Rosenbery

Estamos ante una película con un solotema, el trato que se da en las cárceles aquienes están privados de libertad.

Comienza cuando llega un autobúsde presos y retumba el grito «¡llegacarne fresca!».

Inmediatamente se les corta el pelo,se les vierte una bazofia que se entiendecomestible, se reparten las literas… y losfuncionarios cogen a un novato y lo gol-pean «para escarmiento de los demás».

El trato es tan vejatorio que un funcio-nario abusa sexualmente de un preso.

Impera la ley del más fuerte, unpreso está a punto de matar a otro yBrubaker desvela su verdadera identi-dad «Soy el Alcaide» (hasta esemomento y sin que nadie lo supiera sehabía hecho pasar por un recluso más,a fin de conocer de verdad cómo fun-cionaba la prisión).

Toma el mando e intenta modificar elsistema interno de la cárcel, sus normasno escritas, haciendo que los castigosinhumanos se reconviertan en sanciones,que la atención médica sea tal, …

Como máximo responsable de la cár-cel come lo mismo que los reclusos.Acaba con los contratos de trabajo con-cedidos a dedo, lo que le conlleva previ-sibles amenazas de algún empresario:«Viva bien, de todo como ha ido en los100 años anteriores».

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Comentario de películas

Va más allá, crea el Consejo de Pri-sión, compuesto por los propios presos.

Sigue introduciendo cambios quehumanizan el trato a los reclusos yempieza a notar las fuertes presionesque nacen desde dentro de la prisión,pues hay muchos funcionarios que nodesean cambios que entienden les restanprebendas y que en todo caso encierranriesgos.

Pero además las presiones llegan tam-bién del exterior, los políticos le indicancon claridad, que los ciudadanos sufrenproblemas económicos y que por lotanto no desean que se les aumente losimpuestos para mejorar las condicionesde vida de los asesinos y violadores.

El Alcaide pese a todo ha conseguidomuchos cambios, por ello las autorida-des le expulsan y los presos le aclamancuando se va.

Los Estados de Derecho tienen en suslegislaciones un mandato fundamentalcual es la búsqueda de la resocializaciónde aquellos ciudadanos que han infringi-do las normas, que de una u otra formahan dañado la convivencia social.

Resocialización en el entramado decon-ciudadanos, buscando que el tiem-po en que está privado de libertad lesirva para reflexionar para modificar suposicionamiento cognitivo y ulterior-mente conductual.

La cárcel tiene una función sin dudasancionadora, de castigo, de pedagogíapreventiva para otras personas, perojunto a ello las prisiones han de estructu-rarse para formar globalmente a perso-nas que bien han cometido un error ensu vida o están implicados en una autén-tica carrera delictiva.

Pero la cárcel tiene muchos riesgos,no es el menor el convertirse en universi-dad de delincuencia, el de inflamar elodio profundo y aún el de animalizar a lapersona.

He tenido la suerte profesional de visi-tar distintas cárceles de España y com-probar que impera el respeto al preso yhasta la buena y afectiva atención porparte de funcionarios, educadores, psi-cólogos y médicos.

Es más, se busca llenar de contenidoformativo las muchas y lentas horas de lasombra carcelaria, con el fin no sólo deentretener sino de formar para dotar derecursos personales y profesionales parael futuro. Si bien se invierte poco y se fra-casa mucho en ese momento de vueltaal entorno familiar, de barrio, de trabajo.

Se ha evolucionado mucho en el tratoa quien está condenado y privado de esedon impagable que es la libertad, donque hace transcender al ser humanocomo a ninguna otra especie animal yque cuando se ve incapaz de recuperarlasufre de manera angustiosa y permanen-te.

Esa es la sanción, esa es la pena, laincapacidad de disfrutar de libertad, depoder elegir donde estar, con quién estary qué hacer.

Lo otro, lo que vemos en Brubaker, esuna indignidad, una vergüenza, dañar,violar, quebrantar, se convierte en unaintolerable tortura institucional.

El alcaide busca humanizar su cárcel yasí ha de ser, porque quienes están den-tro son personas y quienes les han pade-cido y enviado también.

Sin embargo en la conciencia colecti-

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va se destila una virulenta respuesta dedesprecio, de miedo hacia los que allíestán, porque se entiende que el queestá en la cárcel, se lo merece, es un per-verso y no tiene redención.

Las creencias en muchas ocasioneschocan contra la realidad y parecen ven-cerla. Es muy común escuchar en tertu-lias que «nadie va a la cárcel», la realidades que en España hay más de 49.000personas privadas de libertad, a las quehay que sumar las de Cataluña (Comuni-dad Autónoma que tiene transferida esacompetencia). Y también se oye «vivenbien, con su televisión y de todo…»,quien esto dice ¿ha pasado un día en lacárcel?, seguro que no.

El hombre necesita mirar lejos, sentir-se dueño de sí mismo y en la cárcel no esposible, se funciona a toque de silbato,de normas estrictas, se atraviesan puer-tas y puertas, barrotes y se mira de reojoa otros presos que amenazan, que oca-sionalmente chantajean y abusan física ysexualmente.

Porque la verdad es que las cárcelesestán siempre saturadas, el índice deocupación supera en mucho el númeroque se establece cuando se construye.

En España tenemos cárceles pequeñasy macrocárceles, antiguas y modernascon muy distintos tipos de construcciónen forma de estrella o con torres deobservación altísimas.

Cuando una persona te acompañapor primera vez a la cárcel queda maravi-llada del trato personalizado, de los colo-res claros de las paredes. Todo muy aleja-do de lo visto en películas lúgubres yterribles, donde se sodomiza constante-mente, donde el castigo físico es común,donde la comida no merece tal nombre,

donde la atención sanitaria es inexisten-te.

Es momento de aplaudir a los funcio-narios de prisiones, de reconocer su difí-cil labor, de hacerse eco de su afecto eimplicación en la mayoría de casos, deentender su misión para con la sociedad,el juzgador, el reo.

Todo ser humano debiera pasar algúndía por la cárcel para sentir la opresiónde las paredes, el sentimiento de hacina-miento, la sinrazón de los calendarios.Las pequeñas alegrías y preocupacionesde los presos.

En España (en Madrid VI), en Aranjueztenemos una cárcel donde hombres ymujeres están con sus niños, no es loideal porque no es fácil que coincida latemporalización de sus penas, porqueaunque la celda es para los padres y elbebé, los espacios no son amplios, por-que los celos existen, porque están en lacárcel. Pero dicho esto, es un paso, unmagnífico paso para intentar normalizar,para no seguir desestructurando.

Hay un tema que siempre me ha preo-cupado, son los niños en las cárcelesjunto a sus madres, en España hasta losaños 95/96, podían estar hasta los seisaños y ello en aras de que con quienmejor está un hijo es con su madre y siésta se encuentra presa…

Fuimos muchos los que luchamos porcambiar esa realidad y desde esa fecha laedad máxima en que un niño puedeestar en la cárcel son los tres años.

Ciertamente con quien mejor está unhijo es con los padres –genéricamente,pues en algunos casos no es así- y en losprimeros estadíos de la vida con lamadre. Pero la cárcel no es el lugar, pese

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Comentario de películas

al buen trato de los funcionarios, la aten-ción sanitaria… y no lo es, porque en lacárcel no hay sonrisas, porque unamadre no puede estar las 24 horas con elhijo, porque el niño ve que a la madre lamandan las funcionarias, por los hora-rios, los pitidos, en fin porque no es ellugar.

Que un niño que no ha cometido nin-guna conducta disocial esté en la cárceles un error, una incongruencia, un mal-trato institucional.

Es seguro que las madres quieren a loshijos, pero no es menos cierto que tener-los junto a ellas en prisión les aporta ven-tajas, sí a ellas. Por otro lado no seamosingenuos y angelicales. En las múltiplesvisitas que realizo a las cárceles he cons-tatado que en ocasiones los juguetes depeluche son utilizados para guardardroga.

En fin que de verdad la cárcel no pro-porciona el entorno que un niño precisapara su correcto desarrollo y madura-ción.

Lo expresa muy bien el padre Garral-da, cuando la compara con unos magní-ficos zapatos pero de un número inferioral que se precisan, esa es la cárcel paralos niños.

Los voluntarios de la Organización NoGubernamental Horizontes Abiertos diri-gida por Jaime Garralda o de NuevoFuturo que lo es por Carmen Herrero,han visto niños que se les abrazabanasustados al salir fuera de prisión yencontrarse un perro, pues era la prime-ra vez.

Lo que sí resulta adecuado son lasdenominadas Unidades Dependientes,pisos donde viven las madres con los

niños, supervisados por funcionarios deprisiones. Naturalmente las madres con-tinúan privadas de libertad, mientras quesus hijos salen con frecuencia y recibenvisitas dada la «porosidad», de esta cer-tera institución.

Volvemos ahora, si Vd. amigo lectorlo desea hasta la ciudad inmortalizadapor el cine Casablanca, yo lo hice invita-do por el Presidente del Tribunal Supre-mo de Marruecos el Excmo. Sr. DrissDahack, que cumplió con amabilidad yhospitalidad su compromiso generosode mostrarnos todas instituciones delpaís que deseáramos, también nos facili-tó interesantes entrevistas entre otroscon tres Ministros y el Fiscal General delEstado.

Uno de los Ministros, el de DerechosHumanos, nos recordó que España esta-ba a 14 Km. De Marruecos, de agua, quesi fueran de tierra o España sería Africa oMarruecos sería Europa.

Pero volvamos a Casablanca allí paséuna tarde junto a mi Secretario General(del Defensor del Menor), una Vocal delTribunal Supremo de Marruecos, el direc-tor del centro de reforma de menores,los funcionarios y los setecientos (sí 700)jóvenes de 14 a 21 años encerrados enunas condiciones lamentables, inhuma-nas. Allí estaban hacinados en habitacio-nes de setenta literas, o castigados enceldas sin luz. Dramático. Muchos deellos tenían cortes en las muñecas. Losque trabajaban en la cocina no podíansalir de ella «para no contaminarse», enuna esquina tenían sus desvencijadoscolchones.

Pregunté por los tratamientos psicoló-gicos y psiquiátricos, se me comentó queuna vez al año eran revisados por un pro-fesional.

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Javier Urra Portillo

Allí mismo analicé con la Vocal del Tri-bunal Supremo lo que estábamos vien-do. Lloró.

Al día siguiente José Luis Domínguez(mi Secretario General) y yo teníamos laspiernas llenas de ronchones. Sólo había-mos estado una tarde. Hay niños allí quemalviven años y años.

Este centro de reforma de menores enCasablanca está junto a la cárcel másgrande de África. Pared con pared.

Sí he de dejar constancia de que otroscentros de protección que visité o deeducación especial eran manifiestamen-te mucho más acordes con los objetivosde la Convención de Derechos del Niño.Alguno modélico.

Al fin, con quien ha transgredido lanorma, con quien ha violentado a otrosbuenos ciudadanos ¿qué ha de hacerse,invertir y resocializar o castigar y alejar?Este es el debate, un debate histórico,porque de verdad ¿el ciudadano cree enla reinserción, desea que se invierta encentros de reforma o en prisiones?

Ciertamente si dejáramos que la justi-cia fuera ejecutada en la plaza pública,estaríamos jugando a la ruleta rusa.

Pese a tantos lastres, Brubaker y otroshan conseguido ir humanizando estasinstituciones que el pueblo llano desco-noce. El cine y Amnistía Internacionalmuestran a veces el difícil transcurrir deltiempo vital de unos congéneres que undía –quizás- nos hicieron sufrir.

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