Comentario texto 31LC. Azorín

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Texto 31 “Es una tristeza desoladora la tristeza de nuestro arte. El descubrimiento de América acaba de realizar la obra de la Reconquista: acaba por transformar el español en hombre de acción, irreflexivo, impoético, cerrado a toda sensación de intimidad estética, propio a la declamación aparatosa, a la bambolla retumbante. Y he aquí los dos géneros que marcan nuestra decadencia austriaca: el teatro, la novela picaresca. Lope da fin a la dramaturgia en prosa, sencilla, jugosa, espontánea, de Timoneda y Rueda; su teatro inaugura el período bárbaro de la dramaturgia artificiosa, palabrera, sin observación, sin verdad, sin poesía, de los Calderón, Rojas, Téllez, Moreto. No hay en ninguna literatura un ejemplo de teatro más enfático e insoportable. Es un teatro sin madres y sin niños, de caracteres monofórmicos, de temperamentos abstractos, resueltos en damiselas parladoras, en espadachines grotescos, en graciosos estúpidos, en gentes que hablan de su honor a cada paso, y a cada paso cometen mil villanías… La novela, en cambio –a excepción del Lazarillo, obra juvenil y escrita cuando aún los patrones y resortes retóricos de la novela no estaban formados--, la tan celebrada novela picaresca es multiforme y seco tejido de crueldades pintorescas y horrideces que intentan ser alegres. Nadie hay más seco y más feroz que el gran Quevedo. La Vida del Buscón D. Pablo, exagerado, dislocado, violento, penoso, lúgubre desfile de hambrones y mujerzuelas, es fiel síntesis de toda la novela. Causan repulsión las artimañas y despiadadas tretas que al autor se le ocurren para atormentar a sus personajes… Aquí, como en los demás libros castellanos, descubre patente y claro el genio de la raza, hipertrofiado por la decadencia. Entre una página de

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Texto 31

“Es una tristeza desoladora la tristeza de nuestro arte. El descubrimiento de América

acaba de realizar la obra de la Reconquista: acaba por transformar el español en hombre de

acción, irreflexivo, impoético, cerrado a toda sensación de intimidad estética, propio a la

declamación aparatosa, a la bambolla retumbante. Y he aquí los dos géneros que marcan nuestra

decadencia austriaca: el teatro, la novela picaresca. Lope da fin a la dramaturgia en prosa,

sencilla, jugosa, espontánea, de Timoneda y Rueda; su teatro inaugura el período bárbaro de la

dramaturgia artificiosa, palabrera, sin observación, sin verdad, sin poesía, de los Calderón,

Rojas, Téllez, Moreto. No hay en ninguna literatura un ejemplo de teatro más enfático e

insoportable. Es un teatro sin madres y sin niños, de caracteres monofórmicos, de

temperamentos abstractos, resueltos en damiselas parladoras, en espadachines grotescos, en

graciosos estúpidos, en gentes que hablan de su honor a cada paso, y a cada paso cometen mil

villanías…

La novela, en cambio –a excepción del Lazarillo, obra juvenil y escrita cuando aún los

patrones y resortes retóricos de la novela no estaban formados--, la tan celebrada novela

picaresca es multiforme y seco tejido de crueldades pintorescas y horrideces que intentan ser

alegres. Nadie hay más seco y más feroz que el gran Quevedo. La Vida del Buscón D. Pablo,

exagerado, dislocado, violento, penoso, lúgubre desfile de hambrones y mujerzuelas, es fiel

síntesis de toda la novela. Causan repulsión las artimañas y despiadadas tretas que al autor se le

ocurren para atormentar a sus personajes… Aquí, como en los demás libros castellanos,

descubre patente y claro el genio de la raza, hipertrofiado por la decadencia. Entre una página

de Quevedo y un lienzo de Zurbarán y una estatua de Alonso Cano, la correspondencia es

solidaria. Y entre esas páginas, esos lienzos, esas estatuas y el paisaje castellano de quebradas

bruscas y páramos inmensos, la afinidad es lógica y perfecta”.

Azorín, La voluntad, segunda parte, IV