Comentarios a la entrevista con el profesor Carlo Tognato, 'La U. Nacional tiene que comenzar por...

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Comentarios a la entrevista con el profesor Carlo Tognato, 'La U. Nacional tiene que comenzar por decir adi s a la ó guerra' http://sumo.ly/ad5D via lasillavacia @ Parece una entrevista con una buena persona que se preocupa porque las lógicas de la guerra y algunas de sus prácticas más evidentes se han incrustado en nuestras universidades —encapuchados, explosivos, paradas militares, armas, académicos milicianos...—. Esto es algo que, por supuesto, a mí también me resulta muy preocupante. No cabe duda que si queremos la paz tendremos que hacer una intensa reflexión y llevar a cabo profundas transformaciones. Ahora bien, creo esto implica pensar críticamente y transformar, no sólo a la cultura política universitaria, sino a la cultura en general y, particularmente, las maneras en las que nos constituimos como sujetos. En este sentido, considero que el punto de vista que ofrece el profesor Tognato es muy estrecho, tal vez un punto ciego. Para ilustrar este asunto, me resulta interesante el hecho de que mencione la inclusión de sociólogos y antropólogos en operaciones militares en Iraq y Afganistán a partir del 2006. Ignoro por qué escoge esta situación particular, pero creo que es necesario recordar que este hecho es tan sólo una pequeñísima muestra de la inmensa cantidad de profesionales y académicos, de diferentes áreas del saber, que han hecho posibles las múltiples guerras, regulares e irregulares, de los últimos tiempos y en diversos lugares del planeta. Tognato alude a ese caso para hacer énfasis en el debate, en el país del norte, en torno a los riesgos que implica, para la producción de conocimiento, “un matrimonio” demasiado estrecho entre la academia y la guerra. Lo que no dice el profesor es que el debate, que lleva ya varias décadas, ha permitido entender que la academia norteamericana, al menos desde la Segunda Guerra Mundial, es uno de los pilares fundamentales de un multimillonario complejo industrial militar. Y, por ahora, lo que va quedando bastante claro de este largo debate es que, no sólo en Norteamérica, la producción de conocimiento universitario ha estado históricamente imbricada con intereses militares y con la expansión del capital en el mundo. Valdría preguntarse entonces qué tiene que ver eso con nosotros y nuestros entornos cercanos. Sin embargo el argumento del profesor no se encamina en esta dirección. En lugar de ello, plantea un contraste entre el deficitario ambiente crítico en Universidad Nacional y lo que percibió en Los Ángeles, California. En la entrevista recuerda haber escuchado consignas que los estudiantes pacifistas lanzaban a sus compañeros reservistas, mientras éstos hacían sus ejercicios físicos en el campus universitario. A propósito de ello, se lamenta que

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Parece una entrevista con una buena persona que se preocupa porque las lógicas de la guerra y algunas de sus prácticas más evidentes se han incrustado en nuestras universidades —encapuchados, explosivos, paradas militares, armas, académicos milicianos...—. Esto es algo que, por supuesto, a mí también me resulta muy preocupante. No cabe duda que si queremos la paz tendremos que hacer una intensa reflexión y llevar a cabo profundas transformaciones. Ahora bien, creo esto implica pensar críticamente y transformar, no sólo a la cultura política universitaria, sino a la cultura en general y, particularmente, las maneras en las que nos constituimos como sujetos.

En este sentido, considero que el punto de vista que ofrece el profesor Tognato es muy estrecho, tal vez un punto ciego. Para ilustrar este asunto, me resulta interesante el hecho de que mencione la inclusión de sociólogos y antropólogos en operaciones militares en Iraq y Afganistán a partir del 2006. Ignoro por qué escoge esta situación particular, pero creo que es necesario recordar que este hecho es tan sólo una pequeñísima muestra de la inmensa cantidad de profesionales y académicos, de diferentes áreas del saber, que han hecho posibles las múltiples guerras, regulares e irregulares, de los últimos tiempos y en diversos lugares del planeta.

Tognato alude a ese caso para hacer énfasis en el debate, en el país del norte, en torno a los riesgos que implica, para la producción de conocimiento, “un matrimonio” demasiado estrecho entre la academia y la guerra. Lo que no dice el profesor es que el debate, que lleva ya varias décadas, ha permitido entender que la academia norteamericana, al menos desde la Segunda Guerra Mundial, es uno de los pilares fundamentales de un multimillonario complejo industrial militar. Y, por ahora, lo que va quedando bastante claro de este largo debate es que, no sólo en Norteamérica, la producción de conocimiento universitario ha estado históricamente imbricada con intereses militares y con la expansión del capital en el mundo. Valdría preguntarse entonces qué tiene que ver eso con nosotros y nuestros entornos cercanos.

Sin embargo el argumento del profesor no se encamina en esta dirección. En lugar de ello, plantea un contraste entre el deficitario ambiente crítico en Universidad Nacional y lo que percibió en Los Ángeles, California. En la entrevista recuerda haber escuchado consignas que los estudiantes pacifistas lanzaban a sus compañeros reservistas, mientras éstos hacían sus ejercicios físicos en el campus universitario. A propósito de ello, se lamenta que

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algo así sea difícil de ver en su lugar de trabajo. Lo que no dice el profesor es que la Universidad de California, donde escuchó esas consignas, es uno de los núcleos académicos más importantes de ese complejo militar industrial. Cómo olvidar, por ejemplo, que instalaciones a su cargo sirvieron como epicentro para el desarrollo de las bombas atómicas que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki.

Sería consecuente si el profesor se preguntase si existe algo así como un complejo militar industrial en Colombia, si indagase qué roles asumen las universidades en relación con el mismo o qué relaciones se dan entre el entramado norteamericano y las diferentes instituciones en el país. Seríamos consecuentes si nos preguntásemos que tenemos que ver nosotros mismos y nuestras prácticas cotidianas con ello. Sin embargo, Tognato no sólo no amplía la discusión en este sentido, sino que la reduce a un nivel en el que prácticamente es imposible continuar. Esto es evidente cuando plantea el asunto en términos de Dr. Jekyll y Mr Hyde.

Pareciera como si la la situación que percibe en la universidad fuese algo así como una pugna entre Hyde —guerrillero— y Jekyll —académico—,en donde habría que apoyar al segundo —el científico bueno y respetable—, para que el primero — el deleznable y maligno—, no ocupe su territorio. Sin embargo, volviendo al cuento, salta a la vista que la propuesta del profesor Tognato no es viable. El núcleo de este drama es precisamente la imposibilidad de desterrar al uno sin desterrar al otro … son uno y el mismo … el mismo cuerpo … la misma mente … indivisible ...

Bienvenida y aceptada la invitación a debatir que hace Tognato, pero este relato del buen profesor-científico me parece que poco ayuda, si lo que se busca es generar una discusión amplia, un análisis crítico intenso y una transformación radical. Necesitamos plantear otro tipo de narraciones, que permitan articular el poder, el capital, la guerra la universidad y nuestras vidas cotidianas de maneras diversas. Para ello es indispensable que esas narraciones den pie a historias vitales que hagan posible nuestra propia transformación, nuestro devenir múltiples, más que buenos o malos, para que seamos capaces de vivir sin desterrarnos, sin aniquilarnos, para que seamos capaces de construir la paz.