Cómo me inicié en la locución

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Mi deseo de compartir mis experiencias de radio me permite presentarles este documento mediante el cual les cuento cómo fueron mis inicios en el mundo de la locución.

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Cómo me inicié en la locución

Antes de explicar cómo tuve la oportunidad de entrar al mundo de la radio y, en ese intento,

al mundo de la locución, vienen a mí recuerdos de sucesos y situaciones que ocurrieron,

cuando no tenía ni idea de que algún día podría ser locutor. No obstante, sin proponérmelo,

daba mis primeros pasos en esta apasionante profesión.

La historia completa de quién es Jaime Rodríguez inicia con mi ingreso a la vida. Nací un 4 de

agosto del año 1976, en Escuintla. En esa época, mi familia vivía en la colonia “Hunapú” y allí

permanecimos durante mis primeros 9 años. En 1985, nos trasladamos a Palín, municipio

situado a 17 kilómetros de la cabecera departamental de Escuintla, específicamente, a las

Granjas Bella Vista, ubicadas a kilómetro y medio de la cabecera municipal.

Las memorias que tengo de mi infancia son múltiples, pero recuerdo, con claridad, que en mi

casa podía faltar todo menos música. En ese momento, lo único disponible para escucharla era

una radiograbadora que mi padre, Armides, había comprado de segunda mano. Las canciones

que más escuchaba eran las de David Zaizar, Antonio Aguilar, Gerardo Reyes, Lorenzo de

Monteclaro, Dueto América, Los Tigres del Norte, Vicente Fernández, El Charro Avitia,

Martín y Malena, Cornelio Reina y de otros que evocaban en mi padre, vivencias de su

juventud.

Recuerdo que memoricé, principalmente, música ranchera. Mis tíos, Alirio y Noe Ríos

(Q.E.P.D., ambos), le grababan casetes a mi papá con música de este género, yo los escuchaba

con él o en su ausencia. Mi primo, Ervin Vásquez, le enviaba, desde EUA, casetes con música

norteña de Ramón Ayala, Los Cadetes de Linares, Los Invasores de Nuevo León, Los

Cardenales de Nuevo León, Los Relámpagos del Norte, etc.

Si la opción era escuchar la radio, me gustaba Radio Mundial, Radio Tropicana, Radio

Palmeras, Radio Escuintla, Radio Sur, Radio Emperador, Radio Sonora y Radio Fiesta, todas

emisoras de música popular, en A.M. Cuando descubrí la banda FM de la radiograbadora,

empecé a escuchar las únicas emisoras que se podían sintonizar en Palín y que transmitían

desde Escuintla: Radio Ritmo, LC Stereo y Stereo 105.

Por escuchar radio, nació en mí el gusto por la música tropical y, principalmente, por la

cumbia, por ser este el género que más se escuchaba en aquel momento. Pasaba largas horas

escuchando a Rigo Tovar, Lila y su Tropical Perla del Mar, Los Audaces del Ritmo, El Super

Show de Los Vásquez, Rigo Domínguez y su grupo Audaz, Pastor López, Aniceto Molina, La

Sonora Dinamita, y otros de esa época. Se me volvió un hábito el memorizar las canciones.

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Esta relación íntima con la música, desde mi más temprana infancia, despertó en mí el deseo

de ser cantante.

Mi primer contacto con el micrófono

A la edad de 10 años, soñaba fervientemente con ser cantante. En el patio de mi casa,

improvisaba constantemente una batería fabricada con botes y cualesquiera otros objetos que

emitieran sonidos. Me ponía a tocar y cantar como un juego, sin percibir cómo iba creciendo

en mí, el deseo de ser cantante.

Mi primer contacto con el micrófono sucedió en 1990, cuando contaba con 14 años. El

Instituto INPAL de Palín organizó, con motivo de su aniversario de fundación, un festival de

la canción. Tengo presente en mi memoria aquel momento. Mi catedrático de Formación

musical, profesor Héctor Leonardo Benito (Q.E.P.D.) fue el maestro de ceremonia. El jurado

calificador lo integraban Eduardo “Guayo” Quezada y el profesor Samuel Navas; había otra

persona en el jurado, pero no recuerdo detalles sobre ella. En la guitarra, Rudy Paz, un amigo

no vidente acompañaba a todos los participantes. Para aquel concurso, seleccioné una canción

de Juan Gabriel que me gustaba mucho.

El día llegó. Antes de participar, las piernas me temblaban, las manos me sudaban. No estaba

acostumbrado a ese ambiente. Mi papá llegó a verme en aquella ocasión y, al parecer, estaba

igual de nervioso. Llegó el momento. El profesor Benito me presentó, mis compañeros de

grado gritaron y aplaudieron, ya que era su representante en ese festival. Con un acorde, Rudy

me dio la indicación para empezar a cantar, interpreté “Rosenda”. Terminé y esperé la decisión

del jurado. Fue muy emocionante cuando anunciaron a los ganadores. Escuchar mi nombre

como ganador del primer lugar y la sensación que me produjo, son emociones indescriptibles.

De allí en adelante, la confianza en mí mismo y mi “don” crecieron. Aproveché cada una de las

oportunidades que se me presentaron para volver a cantar.

Así se produjo mi primer contacto con el micrófono y mis posteriores incursiones al mundo de

la música.

Mi primer contacto con la radio

Aunque a veces no comprendamos la dinámica de la vida, estoy convencido y consciente de

que todo sucede por alguna razón. Mi primer contacto con la radio no estuvo encaminado

hacia la locución, pero, sin imaginarlo, fue parte del camino. Escuchar radio, interesarme por

el quehacer de las emisoras, detalles como las promociones que organizaban fueron sucesos

que no se dieron por casualidad.

Mi primer contacto con la radio sucedió de la forma menos imaginada: mi deseo por tener

unas calcomanías de cigarrillos Rubios. En el año 1993, Radio Palmeras, que en esa época ya

estaba en FM y se identificaba como FM 93, realizó una promoción con esta marca de

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cigarrillos. La mecánica era la siguiente: había que llevar cinco cajetillas vacías a la radio y

mencionar la frase “Radio Palmeras, donde la salsa suena a pueblo”… el premio eran cinco

calcomanías.

Empecé a juntar las cajetillas. Me faltaban solo dos. Saliendo de Merca (el instituto donde

estudiaba) me las encontré tiradas en la calle. Me acompañaba mi compañero de clases Víctor

Par (Q.E.P.D.) y decidimos ir de una vez a la radio por los artículos promocionales. La radio

estaba muy cerca. Llegamos, vi desde la puerta la cabina y la idea de estar allí empezó a

“hacerme ruido”. Era, hasta ese momento, lo más cerca que había estado de una cabina de

radio.

En una ocasión nos dejaron una tarea del curso de Publicidad. La tarea consistía en hacer un

programa de TV, como pudiéramos. La nuestra se basó en un simpático episodio de “Garfield

y sus amigos”. Nos distribuimos el trabajo de grabación entre mis compañeros de grupo, Fredy

Garrido, Víctor Garrido, Rony Hernández, Víctor Par (Q.E.P.D.) y yo. Unos harían las voces

de los personajes, yo presentaba el episodio y los anuncios del programa. Para las grabaciones,

nos apoyó el señor Héctor Alfonso Portela, director de Radio Escuintla. Curiosamente, el

estudio de grabación era la cabina misma, y mientras se transmitía el noticiero “Comando

Informativo”, se cambiaban las conexiones y la cabina se convertía en estudio de grabación.

Nos citó aquel día en la radio a las 18:00 horas. Al llegar, por primera vez me vi dentro de una

cabina de radio, me senté y les dije a mis compañeros, en tono de broma: “aquí voy a estar

algún día”.

Mi curiosidad por saber cómo era el trabajo en una emisora creció. Alex Aguilar, un

compañero de estudios, trabajaba de lunes a sábado de 18:00 a 00:00 horas y los domingos de

06:00 a 14:00 horas, en la radio Stereo 105. Mi deseo por acercarme a la radio me impulsó a

solicitarle visitarlo allí y aceptó. Recuerdo que llegué un domingo, no comprendía exactamente

qué hacía Alex en la radio. Me dediqué a observar el entorno. Miraba unos “casetones”, estos,

me comentaba Alex, eran cartuchos. Además, vi cómo colocaba los discos en las tornamesas,

los limpiaba, y después de que estas reprodujeran el inicio de la canción que iba a incluir, los

giraba, manualmente, de reversa. Así empecé a interesarme por aprender sobre esas maniobras

y otros aspectos del quehacer de los locutores en una emisora.

Mi curiosidad crecía… constantemente lo interrogaba:

-¿Qué hacés con los discos?... le preguntaba.

-Los estoy centrando para que la canción no inicie “rasgada” al aire, dijo Alex.

-¿En qué momento debés introducir los anuncios?

-Cada 15 minutos. Aquí hay una pauta, es como una indicación detallada de qué anuncios

debés incluir y a qué hora.

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-Esos “casetones”, ¿cómo se llaman?

-Son cartuchos.

Y así, seguí haciéndole preguntas. Acompañé a Aguilar hasta el final de su turno. -¿Puedo venir

el próximo domingo?, le pregunté. Y ya la idea de trabajar en una radio empezaba a resonarme

con más fuerza.

Llegué durante varios fines de semana, hasta que Aguilar me enseñó a operar: poner la música,

maniobrar los discos de vinilo, los comerciales, la hora grabada, atender el teléfono; todo

menos hablar.

Ya podía operar, pero todavía no era parte de la radio. Y, ¿ahora qué?...

Mi entrada al mundo de la radio

¿A alguien se le ha ocurrido ir a una radio a pedir trabajo como locutor, sin saber “ni papa” de

locución? Sí, a mí. Septiembre de 1993, aproximadamente. Mi amigo y compañero de estudio

Alex Aguilar se tomó el tiempo y tuvo la paciencia de enseñarme a operar en una cabina de

radio. Por razones personales, Alex iba a renunciar de su trabajo en la radio y me insistió en

que esa podría ser una buena oportunidad para mi incursión en ese mundo. Me recomendó

platicar con el Sr. Salvador García, Director de Stereo 105, emisora escuintleca.

No fue algo que meditara. Ese mismo día, irreflexivamente, me dirigí directamente a la radio.

Llevaba conmigo el casete de las grabaciones de “Garfield y sus amigos” que habíamos hecho

con mis compañeros de carrera. Yo era el “locutor comercial” de aquella artesanal producción.

García fue muy amable al atenderme. Me identifiqué como amigo y compañero de Aguilar; le

dije que estaba muy interesado y que buscaba una oportunidad para aprender a operar en la

radio, le presenté mi casete y le expliqué en qué consistía. Lo escuchó y me aclaró que si surgía

alguna oportunidad, quizá podría emplearme como operador, pero nada más.

Empecé esa misma noche. Había pedido oportunidad para aprender, pero, en realidad, lo que

quería no era solo aprender, sino incursionar plenamente en ese ámbito. Recuerdo que al salir

de estudiar, me dirigía a la radio, practicaba durante dos horas y luego salía a tomar el bus para

Palín.

Al pasar dos semanas, aproximadamente, García me llamó y me comentó que Alex Aguilar

había renunciado. Me ofreció el turno dominical, de 06:00 a 14:00 horas. Cómo negarme a

aquella oportunidad. Sobre todo porque era mi entrada, sin saberlo, al mundo que hoy es mi

vida. Además, no sería solo operar, tenía autorización para hablar y decir, estrictamente, la

hora. Para mí, el casete funcionó, o quizá más que ese casete, mi perseverancia y deseo

profundo por entrar.

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En mi mente, aquel domingo 3 de octubre de 1993 quedó grabado, con carácter de imborrable.

Estaba cubriendo mi primer turno en radio, había que aprovechar la oportunidad de hablar, así

que, después de cada canción, la audiencia de la emisora escuchaba la hora en la voz de Jaime

Rodríguez, yo. Aunque la radio tenía un cartucho en donde estaba grabada la hora, cada cinco

minutos, por la reconocida voz del locutor Carlos Azurdia, yo aprovechaba para transmitírsela

a la audiencia con mi voz. El autorizado para dar la hora era yo. Hubiera sido un golpe muy

duro para mí si alguien dispusiera que no hablara más… La locución corría por mis venas y esa

iniciación fue el puente hacia mi futuro quehacer.

Por favor, silencio

Pasó lo que tenía que pasar… Y, la mañana del domingo 24 de octubre de 1993, el nuevo

“locutor” de Stereo 105, aquél que solo estaba autorizado para decir la hora, se las ingeniaba

para agregar algo a cada intervención. Desde mi percepción, debía aprovechar cada

oportunidad para decir algo más. Había transcurrido la mitad de la mañana cuando apareció

Raúl Robles, quien se presentó como técnico de la emisora y uno de los propietarios.

-Buenos días, dijo.

-Buenos días, contesté.

-Soy Raúl Robles. ¿Sos vos el que ha estado hablando en la emisora durante toda la mañana?

Tímidamente le respondí, -eh…sí.

-Por favor ya no hablés, me dijo… usá el cartucho con la hora grabada y si querés seguir

practicando la locución, pedile a Salvador un turno en la noche. Cuando uno comienza comete

muchos errores.

Robles vivía en Villa Nueva, a 40 km de Escuintla, iba escuchando la radio en su automóvil,

cuando me escuchó. Es una persona muy disciplinada y exigente consigo mismo, lo cual le

daba la solvencia para exigirle calidad a sus trabajadores.

El día lunes, me presenté para platicar con el señor Salvador García, Director de la emisora,

para contarle lo sucedido.

-Ya me enteré de lo que pasó ayer- me dijo. Entonces, le puedo ofrecer el turno de 00:00 a

04:00 horas para que siga anunciando la hora. Podemos alternar el turno con Giovanni

Colocho. Y los domingos, que le corresponde cubrir de día, únicamente se dedica a operar.

Acepté la propuesta. Empecé a cubrir el horario de madrugada. El día que me tocaba trabajar

llegaba a dormir a las instalaciones de la radio. A la media noche, Wagner Guerra, quien cubría

desde las 18:00 horas, me despertaba para iniciar mi turno. A partir de ese momento, agentes

de seguridad, trabajadores de los distintos ingenios de la costa sur, policías y cualquier persona

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que por una u otra razón tuviera que permanecer despierta durante la madrugada, escuchaban

música y se enteraban de la hora, en la voz de Jaime Rodríguez, quien la anunciaba entre

canción y canción.

Stereo 105 era la única radio en Escuintla que transmitía durante las 24 horas, por lo que me

confortaba saber que alguien estuviera escuchándome. Mi padre me escuchaba religiosamente

todas las madrugadas y grababa todos mis turnos, se despertaba a la media noche solo para

hacerlo. Claro, había que escuchar al “locutor” de la familia en sus primeros tanes. Luego

escuchábamos los casetes que grababa.

Fue así como empecé a enamorarme de la profesión y cuando decidí lanzarme a su conquista.

Me empeñé en poner más atención a los locutores que me gustaba escuchar, trataba de

imitarlos, buscaba material de ayuda y debo decir que algunas veces tropecé con el egoísmo de

algunos compañeros de más experiencia, pero nunca fue un obstáculo para mí. Mi pasión por

la locución empezó a dar sus frutos.