Comuneros de Mérida

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La rebelión de los habitantes de gran parte de la región andina, producida en 1781, tuvo sus comienzos en la Villa del Socorro, ciudad perteneciente al Reino de la Nueva Granada. Los factores detonantes de este movimiento fueron el aumento de los impuestos al tabaco y al aguardiente, y las nuevas restricciones al comercio –con la puesta en práctica de la alcabala y el estanco*– que la Corona española decidió aplicar a todos los productores andinos, sin hacer distinción entre terratenientes, pequeños propietarios o campesinos. Naturalmente, los pobladores de Los Andes venezolanos, y principalmente los productores pobres de la región, se vieron severamente perjudicados por estas medidas que no buscaban más que intensificar su explotación económica.

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Somos de barro, de vino, de maíz, de

sol africano, somos canto, grito, risas,

libertad.

El cantor del pueblo Alí Primera nos

deja un verso eterno:“La patria es el

hombre muchacho…”. Es la madre

tierra de todas las naciones, símbolo

de libertad y de paz. La Patria es la

mujer y el hombre constructores de la

Revolución Bolivariana que decantan

la historia, renueva y agudiza nuestro

pensamiento crítico para revertir el

lenguaje opresor que nos fue im-

puesto, y adelantar la responsabilidad

urgente que tenemos de rescatar las

raíces de la mezcla perfecta que es

Nuestra América.

La Colección La patria es eL hombre,

a través de sus series, Pensamiento

crítico, Historia de Venezuela y Nues-

tra América, Memoria de las comunas,

Construyendo en comunas, Las

cosas más sencillas y El origen de las

palabras, abre brechas para debates,

reflexiones y más atentamente a la

búsqueda de la conciencia de lo que

somos en realidad y no de lo que

alienantemente nos hicieron creer

que éramos. Esta Colección permite

sacar a la luz el pensamiento venezo-

lano, latinoamericano, caribeño y del

mundo, con el fin de aportar desde la

dialéctica el salto a ese Estado So-

cialista en su completitud, partiendo

desde la concepción ideológica hasta

su tangibilidad en la sociedad.

Invitamos al pueblo venezolano a

rescatar nuestros orígenes, el orgullo

de nuestro mestizaje, la conciencia

de Patria Grande y a forjar el alma de

nuestro lenguaje liberador, Poder Po-

pular, comuna, comunidad, amistad,

propiedad común, hermandad y amor

al prójimo.

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Ministerio del Poder PoPular Para las CoMunas y ProteCCión soCial

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los CoMuneros de MÉrida

Investigación a cargo de Francisco Tiapa

ISBN 978-980-6755-15-4Depósito Legal lf783201330043

2da Edición: Venezuela - Caracas, octubre, 2012

© Francisco Tiapa© Editorial La Estrella Roja

Dirección: 8va. Avenida de Altamira, entre 6ta. y 7ma. transversal, Quinta

Fundacredesa, Urbanización Altamira, Municipio Chacao, Venezuela.

[email protected]

CorreCCión

Juan A. Pizzani

DiagramaCión

Omar GarcíaAarón Mundo

Diseño

Comando Creativo

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ÍNDICEPresentación

Los Comuneros de Mérida

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PRESENTACIÓN

La rebelión de los habitantes de gran parte de la región andina, producida en 1781, tuvo sus comienzos en la Villa del Socorro, ciu-dad perteneciente al Reino de la Nueva Granada. Los factores deto-nantes de este movimiento fueron el aumento de los impuestos al tabaco y al aguardiente, y las nuevas restricciones al comercio –con la puesta en práctica de la alcabala y el estanco*– que la Corona es-pañola decidió aplicar a todos los productores andinos, sin hacer dis-tinción entre terratenientes, pequeños propietarios o campesinos. Naturalmente, los pobladores de Los Andes venezolanos, y princi-palmente los productores pobres de la región, se vieron severamente perjudicados por estas medidas que no buscaban más que intensificar su explotación económica. El régimen colonial español fue el respon-sable de este saqueo a pesar de la aparente ingenuidad que se observa en las proclamas de los comuneros, quienes tenían entre sus gritos de batalla: “¡Viva Carlos III y muera el mal Gobierno de sus Ministros!” Las consecuencias inevitables fueron rebeliones y movimientos anticolo-niales. Una de aquellas rebeliones fue la de los Comuneros de Mérida, cuya trascendencia reside en ser una clara manifestación de lucha del pueblo venezolano por alcanzar la justicia social.

(*) Estanco: Lugar destinado al asiento de mercancías, en el cual se regula el precio de compra y venta de las mismas. En este caso, la compra de los productos se hacía a precios risibles en comparación con sus precios de venta. Ciertos productos, como el tabaco, estaban obligados a ser vendidos al estanco.

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ENTA

CIÓN

El presente material es parte de una investigación, realizada por el antropólogo venezolano Francisco Tiapa, sobre aquellos hechos de marcado carácter popular que acaecieron en la Venezuela prein-dependentista. Además del resultado de la investigación, se incluye en esta edición la Proclama de los Comuneros de Mérida de 1781.

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LOS COMUNEROS DE MÉRIDALa insurrección de los Comuneros de Los Andes venezolanos

a finales de la época colonial Francisco Tiapa

A finales de la época colonial se inició en la región de Los An-des venezolanos la insurrección de los Comuneros, como una de las tantas formas de subvertir el orden instaurado por las oligarquías de la Corona española y la Iglesia. Esta rebelión estuvo influencia-da por distintas revueltas originadas en otras regiones dominadas, por el colonialismo español, como los Virreinatos del Perú y de la Nueva Granada.

La imposición de cargas tributarias, que sólo beneficiaban a las élites metropolitanas, dio lugar a una unificación de todos los su-jetos insertos en el sistema productivo de las tierras comunales. Su-mado a los impuestos, la Corona estableció el estanco del tabaco y de la caña de azúcar: medida que perjudicó a los habitantes del campo y especialmente a la región andina, donde se dedicaban a estos cultivos.

Hacia finales del Siglo XVIII, las reformas administrativas del Imperio español estuvieron orientadas a la intensificación de los be-neficios extraídos del sistema colonial, estructurado durante más de dos siglos. Aún cuando este sistema en sí mismo ya estaba organi-zado de una manera que sostenía toda una macroestructura de pro-ducción y reproducción de capitales que iban a parar a las arcas de la Corona, se diseñaron medidas fiscales de modo que aumentase el provecho sobre el trabajo de los habitantes de las colonias.

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De esta manera, a la dinámica de acumulación de riqueza que se había reproducido a lo largo de la época colonial, se sumaría una nueva dinámica dirigida a un mayor aprovechamiento de las riquezas producidas en estos territorios. Estas nuevas políticas de explotación se establecieron sobre una estructura donde ya se habían configurado conciencias colectivas subalternas, con sus propios modos de vida y sus propios sentidos de pertenencia.

Lo que en una primera época fue un modo de vida impuesto por la condición colonial, después de más de dos siglos había sido apropiado por los grupos sociales medios y bajos. Los descendientes de los indí-genas, que a lo largo del siglo XVI y XVII habían resistido a la inser-ción de la cultura eurocéntrica, ya habían formado sus subjetividades colectivas dentro de ese mismo orden, de una manera que les fue posi-ble crear sus propios espacios de reproducción cultural y social, como esferas locales de autonomía política y de construcción de identidades. Con las nuevas medidas implantadas, la intención era allanar estos es-pacios, según el beneficio de los intereses de la Corona.

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En el caso de Venezuela una de la primeras medidas fue la unifi-cación de las provincias de Caracas, Cumaná, Maracaibo, Guayana y las Islas de Margarita y Trinidad bajo la figura administrativa de la Capitanía General; de modo que se pudiese crear una entidad centrali-zada que controlase la vida política, económica y, en general, todos los ámbitos culturalmente construidos de estas poblaciones.

Junto a la creación de la Capitanía se cambió el antiguo Régimen Fiscal, vigente hasta 1776, donde había un Contador Mayor que ma-nejaba las finanzas en cada provincia. Así, con esta reorganización ad-ministrativa, se crearía un nuevo marco de poder, con herramientas más efectivas para la extracción de la riqueza de la colonia1.

El interés de la Corona estaba en impedir cualquier tipo de au-tonomía por parte de los pobladores de las colonias, por medio de planes de administración del comercio, de la recaudación de im-puestos, la fiscalización y el control de cualquier tipo de evasión a través de lo que se consideraba contrabando. Así se crearon los impuestos de alcabalas almojarifazgo*, que gravaban el comercio, la importación o exportación fuera de la provincia, las pulperías, el aguardiente, los dulces y los cultivos de tabaco, entre otros2.

De este modo se invadían las esferas de todo un amplio con-junto de tejidos sociales, estructurados alrededor de la producción doméstica y de formas comerciales históricamente reproducidas a partir de la reafirmación de solidaridades y reciprocidades. Sobre la base de estos tejidos y de estas cooperaciones se habían construido (*) Almojarifazgo: Impuesto aduanero que se pagaba por el traslado de mercancías entre los puertos de España y sus colonias.

(1) Felice Cardot, Carlos (1981) “Los Comuneros de Mérida (1781)”, publicado en Lucas Guillermo Castillo Lara. Los Comuneros de Mérida. Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela. Academia Nacional de la Historia. Caracas. p. 75.

(2) Ídem.

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otras visiones de mundo, no controladas por los grupos hegemóni-cos y que, de manera constitutiva, habían derivado en nuevas for-mas de construcción de identidades.

Con los impuestos se estableció el estanco del tabaco, lo que perjudicó especialmente a la población campesina de Los Andes, donde se dedicaban a su cultivo. Por esta disposición todo el mate-rial se depositaría en el estanco y la comercialización se haría, ex-clusivamente, por medio del control de los funcionarios coloniales3.

A esto se sumaron regulaciones específicas sobre su cultivo, lo que legitimó la invasión de las esferas de producción domésti-ca de las familias campesinas. Por ejemplo, en la ciudad andina de La Grita –que administrativamente pertenecía a la gobernación de Maracaibo –fue establecido un estanco de tabaco; éste podía

(3) Ibidem, p. 76.

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cultivarse dentro de sus términos y jurisdicción, pero era menes-ter venderlo al estanco, a los precios fijados por las autoridades. De este modo el tabaco era adquirido a bajo costo y ofrecido a precios exorbitantes, lo que trajo como consecuencia un enorme malestar.

En Mérida el Cabildo emitió una protesta al Gobernador de Maracaibo, en la que se quejaban de lo excesivo de los impuestos y la forma como se trataba a los contribuyentes. A esta protesta se unió un memorial de agravios firmado, en 1779, por un numeroso grupo de vecinos de La Grita y de Bailadores, dirigido al Adminis-trador General de la Real Hacienda en Maracaibo.

En este memorial se solicitaba la destitución del administrador Noguera; de modo que, lo que comenzó como un hecho pacífico, pasó a ser una protesta armada, con un tumulto, capitaneado por un grupo de cabecillas. Esta protesta fue disuelta con la presencia de fuerzas armadas enviadas desde Maracaibo que redujeron al gru-po, a pesar de lo cual quedó sembrada la voluntad rebelde entre los habitantes de Los Andes.

Hacia el año 1781, en el Nuevo Reino de Granada, se había creado un clima de tensión a raíz de la manera en que se ejecuta-ba la orden del cobro de impuestos por parte del Regente Visitador Don Juan Gutiérrez de Piñeres4. A las puertas de las Alcaldías de pueblos y ciudades, se hicieron reclamos en pro del bien común, por medio de gritos como el de: “¡Viva el Rey y abajo los impuestos!”5 La

(4) Dávila, Vicente (1981): “Los Comuneros de Mérida”. En Lucas Guillermo Castillo Lara. Los Comuneros de Mérida. Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela. Academia Nacional de la Historia. Caracas. p. 16.

(5) Ídem, p. 18.

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situación llegó a tal punto que se temía que se reprodujese una si-tuación similar a la rebelión de Tupac Amaru en Perú.

En una carta del visitador Juan Francisco Gutiérrez Piñeros, enviado a Nueva Granada por Carlos III, se dio cuenta del agitado panorama en el que se encontraba esta región. En ésta se hizo refe-rencia a los sitios específicos, a la participación de lo que él llamaba “gente de color” (para hablar de la población campesina no blanca), además de mencionar las acciones represivas llevadas a cabo por las autoridades. Desde Bogotá, el 21 de abril de 1781, se escribió:

“[Las protestas] parece que han trascendido las inquietudes a La Plata y Santa Cruz, y se dice que en ésta cometieron los amotina-dos, la atrocidad de quemar vivo en una hoguera que hicieron con el tabaco, al Director General de esta Renta en el Virreinato de Buenos Aires […] Aquí hemos tenido también una especie de al-boroto en las Villas del Socorro y San Gil y parroquias inmediatas

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que por varios vecinos de ellas, que son lo que llaman gente de color, se tumultuaron contra las rentas de tabaco, aguardiente, al-cabalas y para contenerlos y castigarlos, ha salido ya un oidor con cincuenta soldados de la guardia del Virrey y algunos voluntarios y guardias. Se espera que no tenga consecuencia este suceso, pues los tumultuarios carecen de armas y cabeza que los dirija, pero a mí me ha desazonado mucho, porque esperaba ir evacuando los asuntos sin inquietudes […]”6

Con este testimonio se ilustró cómo la Villa del Socorro era el sitio donde se había desencadenado una revuelta que, posterior-mente, tendría dimensiones mayores. Además, el hecho de que quienes comenzaran la revuelta fuesen llamados “gente de color”, da cuenta de que los eventos de subversión del orden instaurado se habían desencadenado en un grupo social que, por su posiciona-miento entre los estratos más bajos de la estructura colonial, tenía una perspectiva de esa sociedad en la cual las injusticias estaban imbricadas con su misma vivencia. En la medida en que la revuelta fue cobrando forma, se unirían sujetos de otros grupos sociales que, en circunstancias menos agitadas, pertenecían a grupos más privi-legiados, con una conciencia que en otros momentos estuvo más adherida a la voluntad de las autoridades coloniales.

De la misma manera en que la insurrección pasó a otros grupos sociales, la solidaridad con el movimiento traspasó la esfera territo-rial de la Villa del Socorro. Desde esta población –en la Nueva Gra-nada –el movimiento pasó a Cúcuta, San Antonio, San Cristóbal, La Grita, Bailadores, Mérida y Timotes.

(6) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425, en Felice Cardot, 1981, p. 76-77.

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La voluntad colectiva hacia la protesta, por parte de los habitan-tes del Socorro y de las poblaciones circundantes, contra las autori-dades coloniales fue de tal envergadura que pudo haber tenido ma-yor importancia en la Nueva Granada, “[…] en donde las voluntades se exasperaron y estuvieron dispuestas a la lucha, si en el momento pro-picio hubiese aparecido un cabecilla dotado de inteligencia y decisión para conducir aquellas multitudes […]”, que paradójicamente “[…] admitían su adhesión al Rey, pero protestaban […]”7. Tal paradoja podría ser vista como reivindicación de la figura del Rey, como una imagen representativa y legitimadora del sistema imperante.

Sin embargo, los sujetos que participaron en la insurrección pertenecían a marcos sociales y culturales formados a lo interno de un orden donde el Rey, una tal, no estaba presente físicamente y su

(7) Ídem, p. 77.

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imagen estaba más relacionada con la regulación de las relaciones sociales que con la de un sujeto que ejerciese funciones autoritarias.

La imagen del monarca era el equivalente de la legalidad, la cual no sólo oprimía a los sectores subalternos, sino que restringía la libertad de acción de las autoridades coloniales. En tal sentido, la presencia de esta figura autoritaria abstracta en la rebelión era una forma de darle legitimidad, por medio de la evocación de la figura que limitaba el rango de acción de los representantes de las insti-tuciones coloniales. Estos, de manera contradictoria también legi-timaban la satisfacción de sus intereses personales por medio de la alusión de las figuras que simbolizaban el poder de la monarquía.

Rápidamente el clima de subversión pasó a las poblaciones que, en la lógica geopolítica impuesta por la colonia, pertenecían a la Capitanía General de Venezuela. Los vecinos de Pamplona trata-ron de convencer a los del Rosario de Cúcuta de unirse a la lucha, pero estos últimos prefirieron mantenerse adheridos a las autorida-des coloniales.

Un caso diferente fue el de San José de Cúcuta, cuyos habitan-tes sí se unieron a la revuelta y, en una reunión en la Hacienda El Trapiche, se entrevistaron con las autoridades de San Antonio, las que también se sumaron al movimiento. Por medio de ellos se ob-tuvieron armas y dinero de El Rosario, sin poder convencer a las au-toridades de sumarse a la sublevación. Por medio de la adhesión de San Antonio el movimiento pasó a territorio venezolano. Hacia el mes de junio las copias del manifiesto comunero, que llamaba a la insurrección, se habían extendido por todas las ciudades de Los An-des venezolanos8. En un comunicado, con fecha del 04 de julio de

(8) Felice Cardot, ob. Cit, p. 80.

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1781, los dirigentes de la protesta se dirigieron a los representantes de la población de La Grita, invitándolos a unirse al movimiento:

“[…] no dudamos el que Vm [Vuestra Merced] propenderá de su parte a que el común de esa ciudad siga el mismo partido y pro-yecto que siguen generalmente casi todos los lugares del Reino, comprendiéndose en ésta la capital de Santa Fe, cuyo proyecto no se dirige a otra cosa que sacudir el yugo que tanto nos oprime con la frecuencia de pechos y derechos, sin desviarnos de rendir la más profunda obediencia, y subordinación a la Majestad Católica de nuestro Monarca Don Carlos Tercero, a cuya empresa, partido y hermandad no dudamos, que al recibo de ésta, nos acompañan los vecinos de la Villa de San Cristóbal […]” 9

La posibilidad de que se construyese una identidad común en-tre los blancos propietarios, los campesinos, los indígenas y la “gen-te de color” estuvo relacionada con una intensificación de la repre-sión del sistema; que llegó al punto en que los sujetos pertenecientes a los grupos privilegiados tuviesen una vivencia que los identificó con aquellos que, históricamente, se encontraban en la situación menos ventajosa.

Aunque desde los puntos de vista locales de los dirigentes de la rebelión no estaba claro que el horizonte de un movimiento como ese era contradictorio con la referencia a la imagen del Rey, sí estaba presente, en cambio, la necesidad de establecer distancia y diferen-cias con las políticas de los agentes que representaban al sistema. La revuelta se originó como respuesta a los constreñimientos del orden

(9) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425, en Felice Cardot, 1981, p. 78.

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imperante, de una manera en la cual el posicionamiento de los suje-tos, en la dinámica de la sociedad colonial, definía sus adherencias o aversiones a las distintas agencias ubicadas en diferentes puntos de la escala.

Esto se entiende si se tiene presente que toda representación colectiva de la realidad es la articulación de acciones y reacciones frente a situaciones contingentes, junto a la representación ima-ginaria de una realidad presente o de un futuro ideal que podría llegar a ocurrir. De esta manera se evidencia cómo la construcción de una nueva identidad geo cultural está directamente relacionada con la representación de la diferencia en contraste con las figuras de poder lo que, a su vez, abre el abanico para la diagramación de nuevas utopías sociales.

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En los comunicados, además del llamado a la protesta, estaba presente la amenaza de represión por parte de los agentes del siste-ma dominante. Dentro de las mismas poblaciones que se fueron sumando al naciente movimiento, habían algunos sujetos que mos-traban una mayor identidad con el orden impuesto. Así continúa diciendo la carta:

“No podemos menos que participar a Vm con ingenuidad y proximidad la consternación en que se halla esa ciudad. Es el caso que hoy día de la fechas, hemos recibido carta en que se nos par-ticipa que un caballero de esa ciudad ha pedido auxilios a Mara-caibo, para guarnecerla con algunos paisanos aliados para resistir en caso de darle avance […]”

Luego se plasma un escenario político donde se percibe que el descontento ante las medidas es tan generalizado que podría llegar a extenderse a las tropas, que potencialmente se enviarían a reprimir la protesta. De este modo, aunque se asumía que se estaba contra-riando al orden instaurado, se partía del principio de que la subver-sión tenía tanta legitimidad, que los mismos sujetos encargados de conservar al orden impuesto tendrían una mayor solidaridad con aquellos que lo contrariaban:

“Esté Vm cierto que concediéndolo el imposible de que viniesen a esa ciudad cuatro o cinco mil hombres de tropa reglada no conse-guirían otra cosa que pertrecharnos con las armas, y municiones que trajesen, porque se halla el reino en tal disposición que contra cada uno que viniese habría diez o más de los nuestros; esto no es apariencia, ni ficción sino pura realidad. Cuéntelo la Capital de Santa Fe afligida como se vio con treinta y dos mil hombres a

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sus fronteras, dígalo la ciudad de Girón, refiéralo esta parroquia del Rosario, y otros lugares que han intentado resistir; no per-mita Vm que su amada Patria padezca semejantes insultos, pro-penda Vm que sus habitantes buenamente sigan nuestro proyecto pues de lo contrario se lastima el corazón al contemplar el suce-so. Nuestro Señor guarde muchos años. Parroquia del Rosario de Cúcuta, y julio 4 de 1781.”10

En el transcurso del mes de julio, el movimiento había avanza-do por los caminos que comunicaban a las poblaciones fronterizas y había logrado la adhesión de San Cristóbal, al punto en que el 7 de julio, los comuneros entraron a la ciudad, ya sublevada contra las autoridades. A ésta le siguieron Táriba, Lobatera y La Grita11. El ma-nifiesto, que circulaba desde junio, se plasmó por medio de carteles que empezaron a aparecer en lugares visibles, carteles que llamaban al alzamiento:

“Los principales lugares de este reino, cansados de sufrir las con-tinuas tensiones con el mal gobierno de España, que nos oprime con la esperanza de ir a peor, según noticias, hemos resuelto sacu-dir tan pesado yugo y seguir otro partido para vivir con alivio. Sa-bemos que esta provincia desea lo mismo y así emprenden sus me-jores resoluciones que las fuerzas unidas son invencibles. Del Perú tenemos ayuda para tomar los puertos. En todo, Dios nos ayude”.

(10) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425, en Felice Cardot, 1981, p. 79.

(11) Felice Cardot, ob. Cit, p. 80.

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En La Grita los comuneros entraron el 10 de julio, entonces se depuso al administrador de la Real Hacienda José Trinidad Nogue-ra, que además fue detenido. Los papeles de esta instancia fueron incautados y los almacenes de tabaco y chimó fueron puestos a dis-posición del común, al igual que todos los recursos disponibles. Así, el movimiento avanzó hacia Bailadores, Estanques y Lagunillas.

Al pasar por estos poblados sus habitantes se sumaron al mo-vimiento y al acercarse a Mérida, la mayor parte de sus habitantes, junto a unos pocos “notables”, se unieron a la insurrección. A esta ciudad llegaron el 27 de julio, con una caravana de más de seis-cientos hombres que venían armados con escopetas, lanzas, flechas, sables y garrotes y que hicieron campamento entre la una y las dos de la tarde, para que al día siguiente se les sumase una multitud. Al ocupar la plaza de la ciudad se lanzó la proclama: “¡Viva Nuestra Señora del Socorro y nuestro Rey Carlos III!”, que fue coreada por la multitud. 12

Allí, en la plaza, se plantaron dos horcas y dos banderas blancas y se mandó a que toda la ciudad pasase por debajo de las banderas “[…] a cuya orden concurrió todo el común que había venido a la novedad, y que efectivamente hicieran la ceremonia de pasar por debajo de dichas

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banderas que es la muestra de unirse al proyecto, a cuyo acto no concurrió el Cabildo, ni las personas de distinción de la ciudad”.13

Por medio de un pregonero se preguntó si alguien se oponía a las “Capitulaciones de Zipaquirá”*, “bajo pena de vida”, a lo que nadie respondió y, luego de esto, se colocaron guardias en todos los caminos y pulperías, se tomaron los papales e intereses de la Real Hacienda, así como de los estancos de tabaco y de aguardiente.

Al día siguiente, luego de convocar a la población por medio del “son de caja”, se hizo el nombramiento de cuatro capitanes para que organizacen las milicias de la ciudad, a quienes se les dieron instrucciones y “documentos de su gobierno” para que dirigiesen su tropa a las ciudades de Barinas y Trujillo para convencerlos de que

(*) Capitulaciones de Zipaquirá: Documento en el que se exigía la derogación o la disminu-ción de los impuestos con que inconsultamente se había gravado a los neogranadinos, además de otras reivindicaciones para los indios, criollos y negros libres. El acuerdo fue derogado al poco tiempo y los líderes comuneros que lo impulsaron fueron arrestados y ejecutados.

(13) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425.

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se uniesen a la sublevación. Por su parte los hombres “principales” de la ciudad, al no haber apoyado la insurrección, huyeron hacia los campos y haciendas circundantes a la ciudad por temor a las repre-salias de los comuneros o para que posteriormente no fuesen impli-cados en el movimiento14.

En el caso de Mérida, las condiciones que propiciaron la insu-rrección estuvieron caracterizadas por excesivos impuestos y por los estancos de los principales productos agrícolas, lo que afectaba a las familias más pobres.

Se decía que los impuestos no generaban un “[…] mayor au-mento del Real Erario, [sin que] causaran grandes quebrantes a los vecinos por la gran miseria y pobreza del lugar […]” Los estancos de tabaco y de chimó fueron vistos de una manera especialmente ne-gativa, pues en el caso del chimó, se consideraba que era un “[…] preservativo, pues es el remedio universal y antídoto con que todos los

(14) Felice Cardot, ob. Cit, p. 81.

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pobres se curan y preservan de muchas enfermedades, por cuyo motivo es usado comúnmente de todos, de modo que como es constante, será rarísimo el que no lo gasta, especialmente el chimó, síguese a esto el que por esta misma continuación de este vicio, habían muchos pobres y ca-sas de personas decentes que al hacerlo y aliñarlo era lo único con que pasaban la vida con virtud y recogimiento” 15.

Con la creación de los estancos se arrancaron las plantas de ta-baco que había en las casas y, al privar a las familias más humildes de sus cultivos caseros, estas no tenían otra opción que adquirir tabaco por precios que no podían pagar. En los estancos el tabaco pasó de costar uno a seis reales y medio, mientras que la libra de chimó, que valía cuatro o seis reales, subió a dos pesos, casi cuadru-plicando su valor. A eso se sumaba el hecho de que el estanco reci-bía los productos al precio antiguo y los vendía a los nuevos precios establecidos.

Otros estancos fueron el aguardiente y la caña de azúcar. En Mérida el primero había sido gestionado por un personaje llama-do Don Nepomuceno Uzcátegui, quien fue notorio por su trato agresivo y arbitrariedades hacia los más desvalidos y pobres. El se-gundo, del azúcar, fue particularmente crítico por tratarse de uno de los cultivos por medio de los cuales los campesinos merideños tenían acceso al dinero efectivo, de uno de los ámbitos económi-cos donde las diferencias sociales se hacían más evidentes. Decía otra de las cartas que los comuneros de Mérida enviaban a los de Trujillo:

(15) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425, en Felice Cardot, p. 86.

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“Para nuestro daño y atraso se sigue que cuando están en sujetos particulares no podemos vender nuestros dulces y mieles de pur-ga, porque siendo estos caballeros hacendados, tienen en abun-dancia las mieles para sus casas, fuera de que como con caballeros, no tienes que temer, aunque falten, como se ha experimentado en otras ocasiones; el aguardiente de venta, no se les da cuidado, ni hay quien los obligue, y así nunca llega el caso de que podamos los pobres tener algunas salidas para nuestras mieles, con lo que experimentamos un total atraso y grandes miserias […]” 16

Sumado a los estancos se impuso un “donativo” al Rey que se exigía “[…] con penas y amenazas de castigo y por otra parte no quería recibirlo en efecto y animales que se ofrecían para su satisfacción, si no había plata efectiva, y de esto no se escapa el pobre más solemne, dando los blancos verdaderos a dos pesos y queriendo obligar a los que no eran a lo mismo, diciéndoles subirán por esto a las clases de nobles, siendo esto así tan apretado no hallándonos con un real aún para el desayuno de nuestros hijos […]” 17

Desde el punto de vista de los insurrectos se pensaba que las medidas habían sido tomadas sin el consentimiento del Rey, pues se llegó a decir que si éste llegase a saber sobre las miserias a las que les exponían las autoridades regionales, se les mandaría “[…] a cortar la cabeza a quienes sin méritos se intitulaban fieles vasallos” 18.

(16) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425, en Felice Cardot, p. 87.

(17) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425, en Felice Cardot, p. 86-87.

(18) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425, en Felice Cardot, p. 87.

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El 7 de agosto, desde Mérida, los principales capitulares se diri-gieron al Cabildo de Trujillo para dar noticias sobre la insurrección, por medio de correspondencias como esta: “[…] que favorece a ricos y pobres a nobles y plebeyos, con el quite de los insoportables pechos que han cargado sobre nuestros hombros los señores Regentes e Intendentes […] y viéndose en una opresión tan llena de angustias, que les impedía totalmente la manutención de sus familias, y sus propios créditos, de-terminaron la acción de V.S. no ignora, para libertarse de tal tiranía, lo que consiguieron con general aplauso no sólo de la capital del reino, sino también de cuantas ciudades, villas y lugares […]”

Por medio de estas comunicacione daban cuenta, tanto al Ca-bildo como a los moradores de esa ciudad, de que con la insurrec-ción podrían estar exentos de los “nuevos impuestos de Barlovento” y quedarían solo con las antiguas contribuciones del dos por ciento, “[…] el papel sellado, las bulas y el aguardiente por el común, dando

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un tanto a su Majestad como a nuestro soberano y señor natural, y fue-ra de esto no queda estanco alguno, pecho ni gavela”. Luego de esto se le dijo al Cabildo que si estaban de acuerdo pasarían con las Capi-tulaciones de Zipaquirá “[…] a que se pongan en ejecución, y se des-ahoguen de tan crecido precio, y si no gustan de ellos, igualmente nos avisen para nuestro gobierno” 19.

De este modo dejó por sentado que los Comuneros querían una acción pacífica, que no tenían la fuerza para lograr una victoria por la vía de las armas y que, aún así, estaban optimistas sobre el desen-lace de la rebelión que traería mejoras a las condiciones de la región. Así, por varios días consecutivos, los de julio y agosto del año 1781,

(19) AGI, Expediente sobre los comuneros de Mérida, legajo 425, en Felice Cardot, p. 82.

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las poblaciones del Táchira hasta la nevada cima de Mucuchíes, se vieron invadidas por los amotinados del reclamo popular.

Los “munícipes de Trujillo” se reunieron precipitadamente en la Mesa de Esnujaque –y en tanto llegaban el Alcalde Ordinario de primer voto, D. Ramón de la Torre y el Procurador General, D. Ignacio de Segovia– contestaron el 14 siguiente con evasivas. Los merideños les replicaron desde Timotes, línea divisoria, que espera-ban su resolución para invadir o no. El Cabildo trujillano tomán-dolo como un movimiento meramente granadino, puesto que así lo calificaban los mismos de la invitación, no quiso tomar carta en el asunto. Esto posiblemente estuvo relacionado con el hecho de que la Provincia de Mérida había pertenecido desde su fundación hasta 1777 al Nuevo Reino de Granada20.

Así, territorialmente, la revuelta avanzó hasta la población de Timotes, desde donde se invitó a los habitantes de Trujillo a unirse a ella, lo cual no aceptaron. Los trujillanos resolvieron no sumarse a la revuelta dado que, al pertenecer a otro ámbito jurisdiccional, tenían noticias sobre el movimiento militar que se estaba organi-zando como represalia.

Cuando las autoridades coloniales vieron el alcance del alza-miento y el tipo de orden político que planteaba, no dilataron en tomar medidas represivas y enviar sus tropas desde Maracaibo y Caracas. Desde Caracas se enviaron dos expediciones y desde Ma-racaibo otra que, en total, sumaban más de trescientos hombres. La segunda marchó por territorio trujillano, por La Ceiba, hasta llegar al sitio de La Mesa cercano al lugar donde estaban concentrados los Comuneros, quienes ante la presencia de las fuerzas expediciona-rias, optaron por retirarse. En esta retirada pasan a Mérida, donde

(20) Dávila, Vicente (1981), ob cit. p. 24.

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ya había llegado desde La Grita el principal dirigente, García de Heiva21.

Una vez que los comuneros se fugaron y se dispersaron, tuvie-ron que pasar por la justicia real, la que no tardó en arremeter con-tra los amotinados. Esta reacción violenta contrastó con el carácter pacífico de la insurrección comunera, que hasta ese momento había evitado todo tipo de agresión física. El alzamiento fue reprimido y sus dirigentes fueron apresados y embargados, aunque en poco tiempo fueron indultados.

En la revuelta comunera estaba presente la idea de autonomía frente al régimen colonial, y la conformación de un orden econó-mico y político sobre la base de la propiedad colectiva. Este tipo de propiedad tuvo sus orígenes históricos a partir de la fusión entre las imposiciones del capitalismo agrario y las tradiciones culturales indígenas.

Las primeras contemplaron que, tanto los indígenas como los campesinos no indígenas, tuviesen acceso a la tierra comunal. Sin embargo, la Corona establecía que este derecho se restringiese a su usufructo, sin que los comuneros pudiesen decidir sobre la tierra en sí, lo que quedaba reservado a las autoridades coloniales.

Aún cuando fuese una estructura impuesta, en estos espacios comunes se configuró una conciencia colectiva basada en la coope-ración y en el trabajo por el interés mutuo. Tal conciencia pronto traspasó las fronteras entre grupos estamentales y étnicos, al poder articular a los indígenas con los pardos y blancos criollos, en fun-ción del trabajo colectivo.

(21) Felice Cardot (1981), ob cit, p. 85.

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Este sentido de la identidad subalterna se fortaleció cuando la oligarquía peninsular impuso medidas que sólo favorecían a los grupos hegemónicos y a la estructura política peninsular. Así, el orden impuesto y sus instituciones fueron resignificadas por aque-llos que habían sido sujetos de explotación, para convertirse en los principales actores por la exigencia de reivindicaciones. Procesos similares han ocurrido en la historia de la lucha contra el capi-talismo, como es el caso del movimiento obrero en la sociedad industrial.

La conciencia colectiva que llevó a la sublevación fue también el germen del sentido de patriotismo ante las autoridades realistas. En las exigencias y proclamas del movimiento estaba presente la idea de una patria que iba de la mano con la lucha ante la explo-tación y de la unidad entre los diversos grupos culturales y étnicos que ya compartían una historia común: aún cuando desde las mi-norías hegemónicas se impusiese su separación. Para el momento de la insurrección, estas ideas aún estaban en una fase de confi-guración, algo que en el marco del sistema político, controlado por la Iglesia y la Corona, parecía impensable y por lo tanto era revolucionario.

La insurrección comunera fue una reacción ante la opresión del sistema de explotación colonial, llevada a cabo por sujetos his-tóricos que habían configurado su identidad al interior de ese mis-mo sistema. Esto fusionaba el sentido político de las resistencias indígenas y cimarronas, con la búsqueda de reivindicaciones cohe-rentes con el modelo cultural hegemónico. Esta particularidad le dio su carácter innovador pues, por primera vez, los grupos subal-ternos cobraron conciencia de que el orden económico y político que la corona se auto atribuía como propio, era en realidad mante-nido por ellos mismos.

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Esta idea es central para entender que en el presente toda la macro estructura del capitalismo global, que es controlada y dis-frutada por algunos pocos, es en realidad el resultado del trabajo de muchos que ni la controlan ni la disfrutan. Para cambiar esta si-tuación, es necesario cobrar conciencia de las realidades geopolíti-cas e históricas en las que estamos inmersos y así fortalecer nuestra conciencia colectiva subalterna, más allá de las fronteras nacionales, étnicas y culturales que las hegemonías tanto se empeñan en resal-tar a fin de mantenernos divididos.

Después de más de cinco siglos de dominación capitalista, los grandes poderes globales pretenden instaurar una nueva es-tructura que termine de eliminar los pocos espacios de autono-mía cultural y política de los pueblos del mundo, por medio de la imposición del neoliberalismo. Esto, luego de haber saqueado y

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explotado al planeta en función del enriquecimiento y el confort de una pequeña minoría que acumula los recursos y las capacida-des de toma de decisión que corresponderían a la mayoría empo-brecida de la población mundial.

De por sí, el sistema capitalista ha sido el principal marco cul-tural de la imposición de la desi- gualdad entre pueblos y entre clases sociales, así como el sistema que ha legitimado e impulsado la depredación de la naturaleza. El neoliberalismo, como una fase más elaborada del capitalismo y del mismo imperialismo, busca intensificar las desigualdades por medio de la enajenación de los últimos espacios de autonomía cultural de los pueblos del Hemis-ferio Sur.

Sobre estos pueblos, se han aplicado políticas de represión fas-cista, en contraste con las democracias de los países del Hemisfe-rio Norte, lo que difiere radicalmente de los discursos ideológicos del neoliberalismo, según los cuales, todos los pueblos del mundo seríamos capaces de vivir en las mismas condiciones de libertad e igualdad.

Muy por el contrario, los pueblos de Hemisferio Sur hemos sufrido allanamientos de las libertades en todo orden, tanto pú-blicas como individuales, por medio de políticas de “ajuste estruc-tural” o por medio de los llamados “Tratados de Libre Comer-cio” (TLC). Tales políticas y tratados han socavado las bases de las estructuras institucionales, los derechos laborales, las reglas de protección del medio ambiente y hasta las economías domésticas; entre muchas otras esferas de la vida colectiva en las sociedades del Sur.

Así, la proyección del neoliberalismo ha sido hacia la fragmen-tación de las esferas sociales, sobre las cuales se elaboran los tejidos

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sociales que conforman las plataformas de las construcciones de identidades y de las proyecciones de futuro de nuestros pueblos.

Como lo demostró el ejemplo de los Comuneros de Los An-des, los tejidos sociales construidos a lo interno de estos sistemas de dominación son capaces de rearticularse para configurar sen-tidos de pertenencia y de solidaridad entre los sujetos subalternos. De la misma manera que ocurrió a finales del siglo XVIII –dado que la misma macro-estructura se ha proyectado hacia el presen-te–, es fundamental la construcción de redes de solidaridad en-tre los sectores que al mismo tiempo que, son oprimidos por el sistema, tienen la capacidad de transformarlo desde sus mismos cimientos.

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MANIFIESTO COMUNERO Plasmado en la carta enviada por los Comuneros de Mérida

a los habitantes de Trujillo en agosto de 1781 *

“O nobles, plebeyos y vasallos fieles de la ciudad de Trujillo.Hermanos míos: no ignoran que en cierta ocasión al saludar el

divino Maestro a sus discípulos les dijo, la paz sea con vosotros, no temáis, a ejemplo de tan soberano Maestro os saluda esta ciudad de Mérida, y con ella sus Capitanes y Jefes, y demás Milicianos de este bien acordado Ayuntamiento, la paz sea con vosotros, os volvemos a decir.

¿Mas cómo no? Si la titular de esa dichosísima ciudad es Ma-ría Santísima de la Paz, y asentada esta proposición diremos, ya sa-bréis que la Santidad de Clemente Décimo Tercio, de feliz memo-ria, llamó estos últimos siglos Tiempos Calamitosos, bien sabemos ser el Sumo Pontífice órgano del Espíritu Santo, y bien lo hemos experimentado, tanto en este Nuestro Reino, como en esa Provincia de Venezuela, pues oprimidos como los Israelitas en Egipto bajo el yugo cruel de aquel impío Faraón, se han fabricado ladrillos de plata a costa de la tierra de nuestros propios cuerpos, mojada con la sangre de nuestras misma venas, y cocidos con el horno de su codicia; esto es con los nuevos pechos e imposiciones que de día en día han ordenado sus desordenadas conciencias: ya podemos decir que estos alquimistas hallaron la piedra filosofal para hacer oro acosta de nuestros bienes; pero para poner remedio a tan crecido daño, y para quebrantar las escamosas cabezas de serpiente tan venenosa puso sobre ella el pie, en primer lugar la Muy Noble y Muy Leal Villa del Socorro, siguien-do a su imitación varias ciudades, villas y parroquias, y entre ellas la

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capital de Santafé, como lo veréis por los instrumentos auténticos que paran en nuestro oficio, y que a su tiempo os manifestaremos.

Llegó el consuelo y redención a esta ciudad el día 28 de julio de este presente año, en cuyo tiempo gemíamos todos con tan pesado yugo, y aun temíamos que de recibir la Milicia que venía a conso-larnos podíamos ser infieles a nuestro Católico Monarca el Señor D. Carlos Tercero (que el Altísimo por muchos años guarde) pero viendo, y revisando con maduro acuerdo las Capitulaciones que os manifestaremos, llegamos al conocimiento que de su obedeci-miento lo que redundaría es acreditarnos de fidelísimos vasallos de nuestro Soberano, lo que esperamos de vosotros ¡oh ciudadanos de Trujillo! Pues en esto demostraréis vuestra prudencia, vuestra no-bleza, vuestra justicia y sobre todo patentizaréis cómo en vosotros resplandecen los siete dones del divino Paracleto.

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Hermanos, hasta aquí habíamos vivido engañados con los mandatos de aquellos crueles Ministros, que mostrándonos la piel de oveja tenían para nosotros el corazón de lobo, y lo mismo para nuestro Monarca trocando aquel sobre el jabón y aceite, motivo para que se levante toda la plebe e inquietase aquella Corte, y esto en un tiempo tan ajustado como la Semana Santa, desde el miérco-les hasta el sábado que tuvieron la dicha de ver la cara al Monarca.

Bien habréis conocido que así los mismos de Santafé, como los de Caracas nos han dado el veneno en taza de oro, esto es que palia-dos sus robos en nombre de Cédulas Reales, nos han hecho reven-tar con el tósigo de Alcabalas duplicados, donativos desarreglados, etc. Y así basta ya de martirios y ver morir de hambre a nuestros padres, mujeres, hijos y familias. No dudamos que recibiréis y obe-deceréis las Capitulaciones que aceptó la Audiencia de Santafé, y confirmó con juramento delante del Santísimo Sacramento (que sea

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alabado para siempre) en manos del Ilustrísimo Señor Arzobispo, pues como a nuestros padres carísimos ha determinado esta ciudad ir a esa a exonerarla de tan crecida carga.

Es necesario para que un árbol dé óptimos frutos cortarle aque-llos pimpollos y raizones, que la basta naturaleza les hace producir, y es mucho más preciso para poder servir y sacrificarnos en más libertad a nuestro Católico Monarca, cortar los pimpollos de es-tas infructuosas alcabalas y desarraigar de estas partes los infieles Ministros.

¿No véis cómo practicaron sus engaños en la ciudad de La Ha-bana? ¿No véis cómo manifestaron su malicia en la Turquía? ¿No reparáis la entretenida del Puerto y plaza de Gibraltar que aseguran cogerla, ya en la primavera, ya en el verano, ya en este año, ya en el que viene, y todo es una conocida traición? Baste pues de tolerar el que estos infieles Ministros quieran alucinarnos, y quitarnos el caudal con que pudiéramos servir a nuestro soberano, pues tenien-do como tenemos prontas las vidas a su defensa, cuanto más los cortos bienes que Dios nos ha dado. Ánimo pues, hermanos míos, y decir a una voz: Viva Carlos Tercero y muera el mal Gobierno de sus Ministros.

No temáis, fue la segunda palabra que el Maestro Soberano dijo a sus Apóstoles al saludarlos con la paz, y como ésta es la que debemos llevar delante de los ojos, por eso os saludamos a vosotros de este mismo modo; ya vemos que algunos tímidos de corazón os dirán, como nos han dicho a nosotros en este lugar, que todo está bueno pero que temen las resultas: a lo que debemos responder que las resultas serán premios y agradecimientos, ya véis que una maña-na penosa es premisa de una alegre tarde, y que el esposo dijo a su amada: que se levantara pues el invierno había pasado ya.

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Sabed que tenemos un Rey pésimo que como amoroso padre viendo a sus hijos que gimen no ha de darles escorpiones en lugar de pan. Es nuestro Católico Monarca Carlos el Sabio llamado así por antonomasia, que quiere decir Carlos Tercero, y siendo su Majestad la sabiduría misma debe conocer precisamente las falacias con que traidoramente le engañan sus Ministros, y a nosotros nos oprimían, así viendo que nosotros hemos tomado las armas en su defensa nos aclamará no solamente fieles, sino fidelísimos: ved que si en el sépti-mo siglo metió un mal Ministro Los Moros en España en este déci-mo octavo otros Ministros infieles le han robado sus erarios, y han procurado meter distintas sectas así en España, como en América.

Contemplad el nuevo plan de estudios en la ciudad de Santafé con que querían olvidar la Sagrada Teología, y reducirlos todos a garabatos, como si viniese un hereje a introducir una secta (lo que Dios no permita) para replicar sus falsos dogmas andarían los estu-diantes levantando figuras, haciendo círculos y viajes como Nigro-mánticos; y la Teología Sagrada olvidada. ¡Bueno está todo! Mas no dictamos más sobre este asunto por no ser profesores de él, y esto es sólo lo que nos dicta la luz de la razón; no obstante veréis en otras cartas estas mismas razones más claras y precisas, por lo cual os vol-vemos a decir que no queráis temer; bien que aquellos que habiendo tenido los estancos y demás empleos se agarran, os levantaran unos gigantes de tierra y miedo, pero reparad bien que no son sino gigan-tes de dolor y lágrimas, pues machacándoles las uñas no les queda (…) [roto] y después para que sintiese la diadema de Israel.

Ved a un Moisés balbuceante previsto del Altísimo para Capi-tán de que querido pueblo y en fin veréis varios hombres a quien Dios levantó del estiércol (como cantó el salmista) pobres ¿y esto para qué?, para mostrarnos su Omnipotencia, porque su Majestad confunde a los soberbios, y ensalza a los humildes, valiéndose en

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ocasiones hasta del sexo mujeril, dígalo una Ester puesta a los pies del Rey Azuero, védlo en la viuda Judid en cuyo motivo no queráis temer; antes bien haciendo alianza con los de esta ciudad, y demás nuestros hermanos comience desde hoy por todos los lugares de la Provincia de Venezuela a volar la fama, y en su clarín sonoro cante el mote que ha cantado en todo el Nuevo Reino de Granada, esto es Viva Carlos Tercero y muera el mal Gobierno de sus Ministros, cante pues muchas veces en las calles y plazas Orfeo en su cítara, y hasta los pastorcillos repitan por las verdes selvas en su dulce zam-poña: Viva Carlos Tercero y muera el mal Gobierno de sus Minis-tros. Dios os guarde felices y dilatados años. Agosto 12 de 1781”.

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NOTAS del LECTOR

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