Con tu muerte deja de latir uno de los...

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Mi querido hermano Rodolfo: Enterarme de tu muerte por facebook es un chis- te de mal gusto. No como los que tú siempre ha- cías, con ese humor tuyo tan visceral, tan cáus- tico, tan certero. ¡Que te mueres de diabetes, joder!, tú que aún no habías encontrado cuál era el pecado de Gomorra. Con tu muerte deja de latir uno de los pocos corazones que le quedan al teatro iberoame- ricano contemporáneo. Fiero león, que con su eterna ansia, construyó mucha de la unidad del teatro contemporáneo que aún pervive en esta América Latina. Obra construida y alimentada desde por allá en los bajos 60s, en la que abriste puertas y ventanas a un imaginario novedoso, violento, integral. Rodolfo Santana, hermano, paisa, chamo, broder … ese inmenso hombre de teatro que fuiste tú, es y fue el armador de una de las obras teatrales más trascendentales y sig- nificativas de toda la historia de la dramaturgia mundial. Y hoy te mueres así, sin permiso y de improviso…. Justo cuando estábamos planeando otro Seminario Internacional de Dramaturgia como los que exitosamente hiciste en Guanare, en Caracas, o aquí en San Juan. Carajo, morir- te así y dejar todo eso a mitad, ¡qué bolas!… Morirte tú, tú, que nos enseñaste con tus fieros cinismos que el camino a la dramaturgia era un continuo interrogarse. Tú que nos citaste tantas veces ante tu vaso de whisky a hablar de noso- tros mismos, como un siquiatra demencial, mez- cla de hierofante, médium y astrólogo. Tú, que hiciste de la amistad un sacramento, que hiciste de tu vida privada una estupenda lección de cómo no hacer las cosas; tú que en tu imaginario pavoroso descubriste que todo tiene un contra y un después que siempre se voltea y hacen un antes y un pro. Que nos invitaste siempre a la unidad y a la amistad sin egos. Tú que nos en- señaste que no había mejor cosa que siete dra- maturgos iberoamericanos reunidos en Caracas, Guadalajara, o en Cádiz, en Madrid o en Bogotá, hablando de mujeres, de whisky y de los dramas de Calderón. ¡Qué brillante amigo fuiste! El Teatro Iberoamericano ha perdido a un monje ilustre, a un unificador, a un loco genial, a un anarquista violento y a un iluminado revolu- cionario. Yo perdí al amigo que amaba a Puerto Rico como su segunda patria, pues aquí tuviste intensos amores, aquí estrenamos muchas de tus obras como Baño de Damas, El animador, Encuen- tro en el parque peligroso, La empresa perdona un momento de locura, El triple asesinato de Pongo, Bongo y Mongo, Nuestro Padre Drácula, La muerte de Alfredo Gris, y tantas otras que marcaron pauta en la dramaturgia del mundo entero. Y aquí en- tre los dos las celebramos con hondos tragos de solidaridad y firme cariño de hermanos. Habías escrito doscientas obras de teatro, y como grita- bas muy en serio, “¡todas buenas!” ¡Tú has sido el Roberto Ramos-Perea

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Page 1: Con tu muerte deja de latir uno de los pocoscasadelasamericas.org/publicaciones/revistaconjunto/168/kartun.pdf · y me hablaba de esa maravillosa revolución con un entusiasmo casi

Mi querido hermano Rodolfo: Enterarme de tu muerte por facebook es un chis-te de mal gusto. No como los que tú siempre ha-cías, con ese humor tuyo tan visceral, tan cáus-tico, tan certero. ¡Que te mueres de diabetes, joder!, tú que aún no habías encontrado cuál era el pecado de Gomorra.

Con tu muerte deja de latir uno de los pocos corazones que le quedan al teatro iberoame-ricano contemporáneo. Fiero león, que con su eterna ansia, construyó mucha de la unidad del teatro contemporáneo que aún pervive en esta América Latina. Obra construida y alimentada desde por allá en los bajos 60s, en la que abriste puertas y ventanas a un imaginario novedoso, violento, integral. Rodolfo Santana, hermano, paisa, chamo, broder… ese inmenso hombre de teatro que fuiste tú, es y fue el armador de una de las obras teatrales más trascendentales y sig-nificativas de toda la historia de la dramaturgia mundial. Y hoy te mueres así, sin permiso y de improviso…. Justo cuando estábamos planeando otro Seminario Internacional de Dramaturgia como los que exitosamente hiciste en Guanare, en Caracas, o aquí en San Juan. Carajo, morir-te así y dejar todo eso a mitad, ¡qué bolas!… Morirte tú, tú, que nos enseñaste con tus fieros cinismos que el camino a la dramaturgia era un continuo interrogarse. Tú que nos citaste tantas veces ante tu vaso de whisky a hablar de noso-tros mismos, como un siquiatra demencial, mez-cla de hierofante, médium y astrólogo. Tú, que hiciste de la amistad un sacramento, que hiciste de tu vida privada una estupenda lección de cómo no hacer las cosas; tú que en tu imaginario pavoroso descubriste que todo tiene un contra y un después que siempre se voltea y hacen un antes y un pro. Que nos invitaste siempre a la unidad y a la amistad sin egos. Tú que nos en-señaste que no había mejor cosa que siete dra-maturgos iberoamericanos reunidos en Caracas, Guadalajara, o en Cádiz, en Madrid o en Bogotá, hablando de mujeres, de whisky y de los dramas de Calderón. ¡Qué brillante amigo fuiste!

El Teatro Iberoamericano ha perdido a un monje ilustre, a un unificador, a un loco genial, a un anarquista violento y a un iluminado revolu-cionario. Yo perdí al amigo que amaba a Puerto Rico como su segunda patria, pues aquí tuviste intensos amores, aquí estrenamos muchas de tus obras como Baño de Damas, El animador, Encuen-tro en el parque peligroso, La empresa perdona un momento de locura, El triple asesinato de Pongo, Bongo y Mongo, Nuestro Padre Drácula, La muerte de Alfredo Gris, y tantas otras que marcaron pauta en la dramaturgia del mundo entero. Y aquí en-tre los dos las celebramos con hondos tragos de solidaridad y firme cariño de hermanos. Habías escrito doscientas obras de teatro, y como grita-bas muy en serio, “¡todas buenas!” ¡Tú has sido el

Mi querido hermano Rodolfo:Enterarme de tu muerte por facebook es un chis-te de mal gusto. No como los que tú siempre ha-cías, con ese humor tuyo tan visceral, tan cáus-tico, tan certero. ¡Que te mueres de diabetes, joder!, tú que aún no habías encontrado cuál era el pecado de Gomorra.

Con tu muerte deja de latir uno de los pocos corazones que le quedan al teatro iberoame-ricano contemporáneo. Fiero león, que con su eterna ansia, construyó mucha de la unidad del teatro contemporáneo que aún pervive en esta América Latina. Obra construida y alimentada desde por allá en los bajos 60s, en la que abriste puertas y ventanas a un imaginario novedoso, violento, integral. Rodolfo Santana, hermano, paisa, chamo, broder… ese inmenso hombre de teatro que fuiste tú, es y fue el armador de una de las obras teatrales más trascendentales y sig-nificativas de toda la historia de la dramaturgia mundial. Y hoy te mueres así, sin permiso y de improviso…. Justo cuando estábamos planeando otro Seminario Internacional de Dramaturgia como los que exitosamente hiciste en Guanare, en Caracas, o aquí en San Juan. Carajo, morir-en Caracas, o aquí en San Juan. Carajo, morir-en Caracas, o aquí en San Juan. Carajo, morirte así y dejar todo eso a mitad, ¡qué bolas!… Morirte tú, tú, que nos enseñaste con tus fieros cinismos que el camino a la dramaturgia era un continuo interrogarse. Tú que nos citaste tantas veces ante tu vaso de whisky a hablar de noso-tros mismos, como un siquiatra demencial, mez-cla de hierofante, médium y astrólogo. Tú, que hiciste de la amistad un sacramento, que hiciste de tu vida privada una estupenda lección de cómo no hacer las cosas; tú que en tu imaginario pavoroso descubriste que todo tiene un contra y un después que siempre se voltea y hacen un antes y un pro. Que nos invitaste siempre a la unidad y a la amistad sin egos. Tú que nos en-señaste que no había mejor cosa que siete dra-maturgos iberoamericanos reunidos en Caracas, Guadalajara, o en Cádiz, en Madrid o en Bogotá, hablando de mujeres, de whisky y de los dramas de Calderón. ¡Qué brillante amigo fuiste!

El Teatro Iberoamericano ha perdido a un monje ilustre, a un unificador, a un loco genial, monje ilustre, a un unificador, a un loco genial, a un anarquista violento y a un iluminado revolu-cionario. Yo perdí al amigo que amaba a Puerto cionario. Yo perdí al amigo que amaba a Puerto Rico como su segunda patria, pues aquí tuviste intensos amores, aquí estrenamos muchas de tus obras como Baño de Damas, El animador, Encuen-tro en el parque peligroso, La empresa perdona un momento de locura, El triple asesinato de Pongo, momento de locura, El triple asesinato de Pongo, Bongo y Mongo, Nuestro Padre Drácula, La muerte Bongo y Mongo, Nuestro Padre Drácula, La muerte de Alfredo Gris, y tantas otras que marcaron pauta en la dramaturgia del mundo entero. Y aquí en-tre los dos las celebramos con hondos tragos de solidaridad y firme cariño de hermanos. Habías escrito doscientas obras de teatro, y como grita-bas muy en serio, “¡todas buenas!” ¡Tú has sido el bas muy en serio, “¡todas buenas!” ¡Tú has sido el

Roberto Ramos-perea

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único dramaturgo en el mundo que ha escrito una obra especialmente para que la gente se durmie-ra viéndola! ¿No es eso el mejor ejemplo de esa fantástica, privilegiada y casi mítica imaginación? Compartimos tantas largas noches en congresos y seminarios Internacionales en los que Venezue-la siempre venía orgullosa tras tu nombre. ¡Qué inmenso homenaje te debe la América Latina! Aquí y allá hicimos larga unidad fraternal con los galantes caballeros del GEDI, que eran y son lo mejor de la dramaturgia iberoamericana: Rovner, Kartún, Schimdhuber, De la Parra, Cabal, y yo que anduve por allí. Tú uniste al teatro de nuestras na-ciones. Y todos estamos cabizbajos hoy. Porque todos hemos perdido a un hermano de esos… de esos del alma, que con el amor de su Nación, nos hizo de todas las naciones iberoamericanas. Yo perdí al hermano que me llevó a ver a una bru-ja en Palo Verde a las tres de la mañana; yo perdí al que siempre me elogiaba en exceso y con gene-rosos regaños; yo perdí al que soñó que lo mejor del teatro siempre estaba en el trabajo solidario y socialista; perdí al que se exilió en Isla Margarita; al que se deprimía y hablaba de aquella mujer (¡sí, aquella tan bella!), que te había roto el corazón y que no podías sacar de tu mente; al guerrero que puso su esperanza en el Comandante Chávez y me hablaba de esa maravillosa revolución con un entusiasmo casi juvenil. No hace un mes atrás planeábamos por teléfono el nuevo encuentro en Caracas, un nuevo taller a nuevos dramatur-gos a los que siempre diste tu generosa mano. Sí, coño… Yo perdí a un hermano. Y estoy muy triste; es una tristeza tan grande, una jodida tris-teza sin lágrimas que me apaga… ¡hasta siempre, Rodo! Desde Puerto Rico, tu segunda Patria, mi aplauso cerrado a tu vida y a tu obra, mi abrazo al hermano y sí, que se joda… también mi lágrima. Tuyo siempre.

ra en que se puede recordar a alguien es riendo, despido a Rodolfo querido con este recuerdo:

Asistimos con el GEDI hace unos años a la Fe-ria del Libro de Guadalajara y tuvimos una noche una recepción formal, en una hermosa terraza, que nos daba allá la Universidad. De una etiqueta como no estábamos acostumbrados, los encarga-dos de ceremonial nos ubicaron de a dos en me-sas separadas y de rigurosas seis sillas por cada una. De nada valieron los reclamos por sentarnos juntos: el protocolo era impenetrable. Hubo que ponerse de pie a la llegada del rector y nos sen-tamos cuando él lo hizo. Comimos en educado murmullo. Pero a la mexicana había una botella de tequila por mesa, una hielera y una gaseosa para aligerar. Así que a la hora todos sudábamos solemnes con el patetismo del borracho que di-simula. Santana entonces que estaba fastidiadí-simo con el asunto susurró por lo bajo algo que sonó así como “al carajo con esta vaina…”, se paró y pidió respetuoso permiso para decir unas palabras. Las autoridades asintieron cordiales, se hizo silencio atento, él, con una sospechosa mano en el bolsillo, se subió a la mesa en que comíamos y empezó con un discursete edulcorado al que na-die terminaba de entenderle el sentido. Iba y ve-nía hablando de la dramaturgia iberoamericana y del continente y el mundo y cuando todos comen-zaban a ponerse nerviosos terminó la perorata con una imagen insólita: “Desde el norte con sus águilas” dijo “hasta la Antártida donde los pingüi-nos mean…” Todos callaron creyendo haber escu-chado mal. O deseando haberlo hecho. Pero no. Rodolfo continuó: “Y como mucho me temo que aquí se ignore el hermoso orinar de esas aves per-mítanme una demostración” Con la mano libre se bajó el cierre de la bragueta, vimos que asoma-ba por allí algo vivo y todos esperamos lo peor. Entonces con gran seriedad, la mano del bolsillo, y vaya a saber cómo, empezó a expender por la bragueta una sucesión interminable de cubitos de hielo que caían rebotando entre los platos. Fue el acabose. Unos cuantos se apartaron ofendidos. Otros se vinieron de sus mesas tequila en mano arrimando las sillas. Amanecía en Guadalajara y la alegría de Santana no nos dejaba parar de reír.

Ojalá así lo conserve siempre en mi memoria. mRodolfo Santana murió hace pocos días. Gran

autor, prolífico, amigo generoso, apasionado cha-vista y extraordinario contador de cuentos gua-sos. Un tipo tan querible y tan divertido como yo no he conocido otro en la vida. Y no exagero.

Como estoy convencido de que la mejor mane-

único dramaturgo en el mundo que ha escrito una único dramaturgo en el mundo que ha escrito una obra especialmente para que la gente se durmie-ra viéndola! ¿No es eso el mejor ejemplo de esa fantástica, privilegiada y casi mítica imaginación? Compartimos tantas largas noches en congresos y seminarios Internacionales en los que Venezue-la siempre venía orgullosa tras tu nombre. ¡Qué inmenso homenaje te debe la América Latina! Aquí y allá hicimos larga unidad fraternal con los Aquí y allá hicimos larga unidad fraternal con los galantes caballeros del GEDI, que eran y son lo mejor de la dramaturgia iberoamericana: Rovner, Kartún, Schimdhuber, De la Parra, Cabal, y yo que anduve por allí. Tú uniste al teatro de nuestras na-ciones. Y todos estamos cabizbajos hoy. Porque todos hemos perdido a un hermano de esos… de esos del alma, que con el amor de su Nación, nos hizo de todas las naciones iberoamericanas.Yo perdí al hermano que me llevó a ver a una bru-ja en Palo Verde a las tres de la mañana; yo perdí ja en Palo Verde a las tres de la mañana; yo perdí al que siempre me elogiaba en exceso y con gene-rosos regaños; yo perdí al que soñó que lo mejor del teatro siempre estaba en el trabajo solidario y socialista; perdí al que se exilió en Isla Margarita; al que se deprimía y hablaba de aquella mujer (¡sí, aquella tan bella!), que te había roto el corazón aquella tan bella!), que te había roto el corazón y que no podías sacar de tu mente; al guerrero que puso su esperanza en el Comandante Chávez y me hablaba de esa maravillosa revolución con un entusiasmo casi juvenil. No hace un mes atrás un entusiasmo casi juvenil. No hace un mes atrás planeábamos por teléfono el nuevo encuentro en Caracas, un nuevo taller a nuevos dramatur-en Caracas, un nuevo taller a nuevos dramatur-en Caracas, un nuevo taller a nuevos dramaturgos a los que siempre diste tu generosa mano. gos a los que siempre diste tu generosa mano. Sí, coño… Yo perdí a un hermano. Y estoy muy triste; es una tristeza tan grande, una jodida tris-teza sin lágrimas que me apaga… ¡hasta siempre, Rodo! Desde Puerto Rico, tu segunda Patria, mi aplauso cerrado a tu vida y a tu obra, mi abrazo al hermano y sí, que se joda… también mi lágrima.Tuyo siempre.Tuyo siempre.

ra en que se puede recordar a alguien es riendo, despido a Rodolfo querido con este recuerdo:

Asistimos con el GEDI hace unos años a la Fe-ria del Libro de Guadalajara y tuvimos una noche una recepción formal, en una hermosa terraza, que nos daba allá la Universidad. De una etiqueta que nos daba allá la Universidad. De una etiqueta como no estábamos acostumbrados, los encarga-dos de ceremonial nos ubicaron de a dos en me-sas separadas y de rigurosas seis sillas por cada una. De nada valieron los reclamos por sentarnos juntos: el protocolo era impenetrable. Hubo que juntos: el protocolo era impenetrable. Hubo que ponerse de pie a la llegada del rector y nos sen-tamos cuando él lo hizo. Comimos en educado murmullo. Pero a la mexicana había una botella murmullo. Pero a la mexicana había una botella de tequila por mesa, una hielera y una gaseosa para aligerar. Así que a la hora todos sudábamos solemnes con el patetismo del borracho que di-simula. Santana entonces que estaba fastidiadí-simo con el asunto susurró por lo bajo algo que sonó así como “al carajo con esta vaina…”, se sonó así como “al carajo con esta vaina…”, se paró y pidió respetuoso permiso para decir unas palabras. Las autoridades asintieron cordiales, se hizo silencio atento, él, con una sospechosa mano en el bolsillo, se subió a la mesa en que comíamos en el bolsillo, se subió a la mesa en que comíamos y empezó con un discursete edulcorado al que na-die terminaba de entenderle el sentido. Iba y ve-nía hablando de la dramaturgia iberoamericana y del continente y el mundo y cuando todos comen-zaban a ponerse nerviosos terminó la perorata con una imagen insólita: “Desde el norte con sus águilas” dijo “hasta la Antártida donde los pingüi-nos mean…” Todos callaron creyendo haber escu-chado mal. O deseando haberlo hecho. Pero no. Rodolfo continuó: “Y como mucho me temo que aquí se ignore el hermoso orinar de esas aves per-aquí se ignore el hermoso orinar de esas aves per-aquí se ignore el hermoso orinar de esas aves permítanme una demostración” Con la mano libre se bajó el cierre de la bragueta, vimos que asoma-ba por allí algo vivo y todos esperamos lo peor. Entonces con gran seriedad, la mano del bolsillo, y vaya a saber cómo, empezó a expender por la bragueta una sucesión interminable de cubitos de hielo que caían rebotando entre los platos. Fue el acabose. Unos cuantos se apartaron ofendidos. Otros se vinieron de sus mesas tequila en mano arrimando las sillas. Amanecía en Guadalajara y la alegría de Santana no nos dejaba parar de reír.

Ojalá así lo conserve siempre en mi memoria. mRodolfo Santana murió hace pocos días. Gran

autor, prolífico, amigo generoso, apasionado cha-vista y extraordinario contador de cuentos gua-sos. Un tipo tan querible y tan divertido como yo no he conocido otro en la vida. Y no exagero.

Como estoy convencido de que la mejor mane-

Rodolfo en mi memoRia

Mauricio Kartún