Concepto y Desafíos de Una Psicología Rural - Landini

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CAPÍTULO 1 LA NOCIÓN DE PSICOLOGÍA RURAL Y SUS DESAFÍOS EN EL CONTEXTO LATINOAMERICANO Dr. Fernando Landini Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina Universidad de Buenos Aires Universidad de la Cuenca del Plata [email protected] ¿Por qué una psicología rural? Al comenzar a leer este libro, la primera pregunta que surge es por qué necesitamos o en qué podría beneficiarnos hablar o pensar en términos de una psicología rural. Indudablemente, responder a esta pregunta es clave en el contexto de una psicología que históricamente no ha considerado a la ruralidad como digna de ser abordada en sus especificidades. En efecto, no sería extraño escuchar el argumento de que la psicología es psicología en todas partes, por lo que no sería necesario ocuparnos de desarrollarla en un contexto particular como es el rural. El problema es que pensar en estos términos posee dos grandes limitaciones, ambas derivadas de la pretensión de generalización de cierta visión de la psicología. La primera limitación refiere a los campos de aplicación de la ciencia. Aun aceptando que una parte de los resultados generados por la psicología puedan tener pretensión universal, es indudable que el uso más apropiado que puede dársele a estos conocimientos dependerá de los contextos concretos en que se apliquen. Así, se necesitaría una psicología rural que se ocupe de la aplicación apropiada de los conocimientos psicológicos en contextos rurales. En este caso, negar la especificidad de la psicología rural como posible campo de aplicación de la psicología parecería ser ingenuo. Por su parte, la segunda limitación apunta ya a discutir la pretensión misma de generalización o universalización de los conocimientos generados por la psicología más allá de los marcos históricos y sociales dentro de los cuales ellos han sido producidos, al menos en sus versiones más fuertes. Si seguimos la argumentación de la psicología cultural (Cole, 1999) y aceptamos que las subjetividades son resultado de la interiorización de las relaciones sociales, y que éstas son dependientes de los marcos culturales y materiales en los que se producen, entonces debemos concluir que los espacios rurales tienen potencialidad para generar procesos subjetivos portadores de especificidades que deben ser tenidas en consideración. Así, puede afirmarse que la psicología rural no sólo sería necesaria en términos de campo de aplicación de la psicología sino también como ámbito portador de especificidades que requieren estudio e indagación. Un segundo argumento para sostener la necesidad de una psicología rural no sigue ya la línea de que es necesario indagar desde la psicología las especificidades rurales, sino que la psicología es, ella misma, ciencia urbana. Así, la pertinencia de una psicología rural partiría de la necesidad de contrapesar o contrabalancear la ‘urbanización’ histórica y actual de la psicología generada y enseñada en las universidades y en los centros de investigación. Sánchez Quintanar señala que “la psicología es una ciencia nacida y cultivada en sociedades urbanas” (2009, p. 19). En términos generales, se caracteriza por llevar adelante investigaciones, experimentos y construir baremos para pruebas psicológicas utilizando fundamentalmente participantes que viven en grandes ciudades. Llamativamente, ningún estudio construido de esta manera señala como limitación o especificidad el carácter urbano de sus resultados. Ningún académico respetable aceptaría una muestra compuesta sólo por hombres o sólo por mujeres, salvo que se buscara estudiar específicamente el punto de vista de alguno de ellos. La pregunta es, entonces, ¿por qué nos parece natural trabajar exclusivamente con muestras urbanas cuando pretendemos generalizar resultados o cuando estamos pensando en términos de población general? Negar en este caso la pertinencia de

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CAPÍTULO 1 LA NOCIÓN DE PSICOLOGÍA RURAL Y SUS DESAFÍOS EN EL CONTEXTO

LATINOAMERICANO Dr. Fernando Landini

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina Universidad de Buenos Aires

Universidad de la Cuenca del Plata [email protected]

¿Por qué una psicología rural? Al comenzar a leer este libro, la primera pregunta que surge es por qué necesitamos o en qué podría beneficiarnos hablar o pensar en términos de una psicología rural. Indudablemente, responder a esta pregunta es clave en el contexto de una psicología que históricamente no ha considerado a la ruralidad como digna de ser abordada en sus especificidades. En efecto, no sería extraño escuchar el argumento de que la psicología es psicología en todas partes, por lo que no sería necesario ocuparnos de desarrollarla en un contexto particular como es el rural. El problema es que pensar en estos términos posee dos grandes limitaciones, ambas derivadas de la pretensión de generalización de cierta visión de la psicología. La primera limitación refiere a los campos de aplicación de la ciencia. Aun aceptando que una parte de los resultados generados por la psicología puedan tener pretensión universal, es indudable que el uso más apropiado que puede dársele a estos conocimientos dependerá de los contextos concretos en que se apliquen. Así, se necesitaría una psicología rural que se ocupe de la aplicación apropiada de los conocimientos psicológicos en contextos rurales. En este caso, negar la especificidad de la psicología rural como posible campo de aplicación de la psicología parecería ser ingenuo. Por su parte, la segunda limitación apunta ya a discutir la pretensión misma de generalización o universalización de los conocimientos generados por la psicología más allá de los marcos históricos y sociales dentro de los cuales ellos han sido producidos, al menos en sus versiones más fuertes. Si seguimos la argumentación de la psicología cultural (Cole, 1999) y aceptamos que las subjetividades son resultado de la interiorización de las relaciones sociales, y que éstas son dependientes de los marcos culturales y materiales en los que se producen, entonces debemos concluir que los espacios rurales tienen potencialidad para generar procesos subjetivos portadores de especificidades que deben ser tenidas en consideración. Así, puede afirmarse que la psicología rural no sólo sería necesaria en términos de campo de aplicación de la psicología sino también como ámbito portador de especificidades que requieren estudio e indagación. Un segundo argumento para sostener la necesidad de una psicología rural no sigue ya la línea de que es necesario indagar desde la psicología las especificidades rurales, sino que la psicología es, ella misma, ciencia urbana. Así, la pertinencia de una psicología rural partiría de la necesidad de contrapesar o contrabalancear la ‘urbanización’ histórica y actual de la psicología generada y enseñada en las universidades y en los centros de investigación. Sánchez Quintanar señala que “la psicología es una ciencia nacida y cultivada en sociedades urbanas” (2009, p. 19). En términos generales, se caracteriza por llevar adelante investigaciones, experimentos y construir baremos para pruebas psicológicas utilizando fundamentalmente participantes que viven en grandes ciudades. Llamativamente, ningún estudio construido de esta manera señala como limitación o especificidad el carácter urbano de sus resultados. Ningún académico respetable aceptaría una muestra compuesta sólo por hombres o sólo por mujeres, salvo que se buscara estudiar específicamente el punto de vista de alguno de ellos. La pregunta es, entonces, ¿por qué nos parece natural trabajar exclusivamente con muestras urbanas cuando pretendemos generalizar resultados o cuando estamos pensando en términos de población general? Negar en este caso la pertinencia de

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incorporar sujetos rurales en nuestras muestras sería lo mismo que negar la pertinencia de incluir hombres o incluir mujeres. En esta línea también hay que tener presente la dificultad adicional que implica investigar en contextos rurales o incorporando muestras rurales, dado los mayores costos que implica trasladarse desde las universidades, casi siempre ubicadas en las grandes ciudades. Dado que los sistemas de financiación de la investigación no suelen aportar el plus de recursos que requieren estas investigaciones, no resulta extraño que psicólogos y psicólogas opten por trabajan en el contexto de las ciudades. Claro está, esta limitación no sólo impacta en las investigaciones de la psicología, pero sí debería ser tenida en cuenta como un factor interviniente adicional al momento de analizar el sesgo urbano de nuestra disciplina. Así, se observa una sutil tendencia a superponer lo humano (es decir, aquello propio o característico de los seres humanos), con lo que es urbano (es decir, aquello característico de las poblaciones urbanas), invisibilizándose las especificidades rurales. Claro que una parte significativa de los estudios y trabajos construidos en contextos urbanos resultan útiles para pensar las dinámicas psicosociales que acontecen en ámbitos rurales, no se está discutiendo eso. De hecho, muchos resultados son potencialmente generalizables, como el hecho de que los seres humanos buscamos tener una identidad social positiva, como señalaba Tajfel (1984), o que construimos conocimientos apoyándonos en nuestros saberes previos, como se sigue de los trabajos de Piaget (1994) y Vigotsky (1988), por mencionar algunos ejemplos. No obstante, la utilidad amplia de este tipo de teorías no quita la necesidad de estudiar cómo ellas adquieren características distintivas en diferentes contextos, incluyendo el rural. En cualquier caso, no debemos perder de vista la sutil invisibilización de lo rural en la psicología que acontece al construir conocimiento en base a prácticas de investigación apoyadas en muestras surgidas de contextos urbanos. Un segundo elemento de esta invisibilización no hace ya a las prácticas de investigación de los psicólogos y psicólogas, sino a sus áreas de interés. Los psicólogos solemos ser urbanos, en el sentido de que usualmente vivimos en ciudades, mayormente grandes ciudades. Esto es incluso más marcado en el caso de los psicólogos y psicólogas que se dedican a la academia, producen literatura científica y enseñan a quienes en el futuro se convertirán en psicólogos. Este hecho, que parece menor, nuevamente de manera sutil, lleva a que las áreas de interés de la psicología se ‘urbanicen’ al ser construidas en relación a las experiencias, preocupaciones y demandas urbanas que reciben estos profesionales. En efecto, si construimos nuestras áreas de investigación en torno a temas que pensamos o percibimos como relevantes, y si estos temas están marcados por nuestro contexto de vida material inmediato, caracterizado por lo urbano, los resultados de nuestros trabajos estarán enmarcados o estructurados de manera implícita por las preocupaciones propias de los habitantes de las ciudades. Según cifras del Banco Mundial, en el año 2013 el 47% de la población mundial vivía en zonas rurales1. Si nos preguntamos, siguiendo a Martín-Baró (1986), qué grupos sociales se ven favorecidos por la producción de conocimiento de la psicología, habría que analizar si los problemas, realidades y necesidades de este 47% de la población son tenidos en cuenta en el mismo nivel y de la misma manera que los del 53% que habitan en ciudades. Por ejemplo, ¿el 47% de los estudios mundiales sobre violencia de género en la pareja que han sido realizados, ¿han utilizado participantes o han focalizado en las dinámicas propias de las familias rurales? Ciertamente que no. De hecho, la producción científica en el ámbito de la psicología referida a una población característica de los ámbitos rurales como son los productores agropecuarios resulta llamativamente escasa en comparación con la referida a otros grupos sociales (Landini, Benítez y Murtagh, 2010). Así, se observa un importante desequilibrio entre los esfuerzos llevados adelante por la psicología, como ciencia y como profesión, y las necesidades de las 1 Extraído el 23 de julio de 2014 del sitio Web del Banco Mundial: http://datos.bancomundial.org/tema/agricultura-y-desarrollo-rural

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poblaciones, privilegiándose claramente a las urbanas en detrimento de las rurales. La pregunta por cuán representadas están las problemáticas de las poblaciones rurales en las investigaciones y en las prácticas de los psicólogos y psicólogas es aún más relevante para la psicología comunitaria, dada su orientación al cambio social y su interés por los grupos sociales excluidos o postergados (Montero, 2004). Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés), señala que “las comunidades rurales en los países en desarrollo son hogar de algunos de los grupos sociales más desfavorecidos y marginalizados del mundo actual: productores sin tierra, pobres crónicos, mujeres cabeza de familia, personas con enfermedades crónicas como HIV/SIDA, tuberculosis o malaria” (Anríquez y Stloukal, 2008, p. 2). En la misma línea, en el Informe 2011 de Pobreza Rural del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), también de las Naciones Unidas, se señalaba que la extrema pobreza a nivel mundial era el 27% más alta en ámbitos rurales que en urbanos (FIDA, 2011). Esto implica que más de la mitad de la pobreza extrema del mundo está hoy ubicada en las zonas rurales. Así, queda claro que si la psicología comunitaria o la psicología de la liberación quieren realmente trabajar con los sectores excluidos, entonces tienen que prestar particular atención a las problemáticas propias de los ámbitos rurales. Ahora bien, en cuanto a las características de los ámbitos rurales, América Latina presenta importantes especificidades. En primer lugar, es necesario reconocer la importancia económica del sector agrícola y las cadenas agroindustriales, en tanto constituyen un sector con importante capacidad para generar empleo (aunque muchas veces precario) y divisas, con distinto énfasis según los países. Sin embargo, y siempre siguiendo los datos del Banco Mundial y de FIDA, llamativamente América Latina es una de las regiones más urbanizadas del mundo, con sólo un 20,4% de población rural, y con índices de pobreza más equilibrados entre zonas rurales y urbanas, al menos en algunos países. No obstante, la pregunta por la relevancia de pensar las especificidades de las poblaciones rurales y de sus problemáticas persiste, al tomar conciencia de que ese 20,4% representa 120 millones de latinoamericanos. En este contexto, parafraseando a Ignacio Martín-Baró (1986) cabe preguntarse: ¿realmente la psicología latinoamericana ha contribuido, como ciencia y como praxis, a la historia y a la liberación de las poblaciones rurales latinoamericanas? Por su parte, otras ciencias sociales como la antropología y la sociología no tienen los problemas que enfrenta la psicología referidos a la orientación urbana de sus desarrollos. La antropología nace como ciencia rural en el contexto de la expansión de las potencias coloniales europeas, buscando comprender la cultura y las dinámicas sociales de las poblaciones ‘exóticas’ con las que se encontraban. Por su parte, si bien la sociología nace vinculada con los procesos de urbanización y desarrollo industrial modernos, ya desde principios del siglo XX se vincula con la problemática de la economía y el desarrollo rural. Así, a nadie extraña hablar de antropología rural o de sociología rural, ya que se trata de ámbitos consolidados dentro de ambas disciplinas. No obstante, algo muy diferente sucede cuando se habla de ‘psicología rural’, ya que la expresión misma no deja de generar una cierta extrañeza, producto de la matriz urbana a partir de la cual se tiende a pensar a la psicología. La toma de conciencia de este sentimiento de extrañeza resulta particularmente interesante a los fines de esta reflexión, ya que nos muestra cuán profundo cala el supuesto irreflexivo e implícito de que psicología y ruralidad son como el agua y el aceite. Esta situación nos invita a preguntarnos por las razones históricas y por las matrices epistemológicas que configuraron a la psicología en estos términos. Indudablemente, la cuestión está abierta a debate. No obstante, resulta razonable suponer que se relaciona fuertemente con los orígenes de la psicología como ciencia. Los historiadores de la disciplina suelen considerar a Wilhelm Wundt como el padre de la psicología, como consecuencia de ser el fundador del primer laboratorio de psicología experimental en el año 1879. No obstante, como recuerda Michael

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Cole (1999), la propuesta de Wundt no sólo incluía el desarrollo de una psicología experimental de corte individual, sino también una ‘Psicología de los Pueblos’ orientada al estudio de la vida histórico-cultural de los grupos humanos. Así, debemos situar en el origen de la psicología como ciencia independiente dos propuestas epistemológicas diferenciadas, es decir, dos matrices para pensar la psicología (Álvaro y Garrido, 2003). Una, la psicología experimental, centrada en el estudio del individuo y pensada según el modelo de las ciencias naturales, con una orientación a la generalización; y la otra, la ‘Psicología de los Pueblos’, apoyada en el supuesto de que los sujetos se encuentran indisolublemente unidos al entorno cultural en el que viven, lo que define a la psicología como ciencia socio-histórica. Como señalan diversos autores, fue el modelo de la psicología experimental asociado a las ciencias naturales el que ganó la batalla y se instauró como matriz hegemónica hasta el día de hoy, pese a haber recibido múltiples críticas. Dentro de esta perspectiva, la investigación en psicología queda asociada a la búsqueda de generalización de resultados a partir de la descontextualización de los fenómenos en estudio. Recordemos que la psicología experimental de Wundt era una psicología orientada al estudio de los procesos perceptivos y no a la construcción cultural de las subjetividades, como proponía la psicología de los pueblos. Así, el método experimental, la descontextualización de las prácticas de investigación y la búsqueda de generalización de resultados llevan a excluir la diversidad de escenarios culturales en los que se produce la vida como elemento relevante del quehacer de los psicólogos y psicólogas. En consecuencia, podría decirse que la exclusión de la dimensión de la ruralidad como eje relevante a ser considerado por los psicólogos se remonta a la epistemología positivista que marcó el origen histórico de la psicología. La diversidad de escenarios era una limitación para la comprensión de la universalidad del saber psicológico derivado de la psicología como ciencia natural. Considerar lo rural como variable relevante para la psicología implicaría negar el carácter universal de su saber. Percibir como extraño hablar de psicología rural pone en evidencia la persistencia de esta matriz epistemológica en nuestra concepción de psicología. ¿De qué hablamos cuando hablamos de una psicología rural? Habiendo argumentando la importancia y necesidad de una psicología rural, corresponde ahora preguntarnos qué es la ‘psicología rural’ o, mejor aún, qué entendemos por ‘psicología rural’. La diferencia entre ambas preguntas es particularmente relevante, dado que la primera tiende a sustancializar el concepto, asumiendo implícitamente que existe algo allí en la realidad o en la naturaleza de las cosas, en este caso algo denominado ‘psicología rural’, que necesita una definición, mientras que la segunda opción abre la reflexión evitando este supuesto. Para avanzar con la reflexión resulta necesario primero preguntarse por qué o para qué se torna relevante definir, caracterizar o describir a la psicología rural. En primer lugar, creo conveniente rechazar cualquier tipo de sustancialización de lo rural como entidad con existencia propia o independiente. Lo rural refiere a una configuración de los espacios y al modo en que éstos son apropiados por los seres humanos. Usualmente se denomina urbana a cualquier aglomeración de población que supere cierto límite cuantitativo de habitantes, mientras que rural a los territorios que no lo hacen. Vistos así, rural y urbano hablan del modo en que los sujetos están y viven unos con otros en los territorios en los que habitan. De esta manera, el límite entre espacios rurales y urbanos siempre estará sujeto a disputas, en tanto se sostiene en una definición arbitraria. Más difícil aún resulta la diferenciación entre sujetos urbanos y rurales, en tanto la idea de migración o circulación de poblaciones entre ambos ámbitos lleva constantemente a hacer imposible cualquier definición o delimitación tajante. Así, asumiendo esta flexibilidad en cuanto a la definición de ruralidad y la fluidez respecto del carácter rural o urbano de los sujetos, parece indispensable rechazar cualquier definición o

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caracterización de psicología rural que la presente como una necesidad derivada de una supuesta división propia de la realidad entre rural y urbano. Pero entonces, ¿con qué finalidad o por qué razones queremos definirla? La respuesta es sencilla. Anteriormente se argumentó que el 47% de la población mundial vive en ámbitos rurales. Ahora bien, si estas poblaciones viven experiencias, tienen problemas y generan relaciones que se diferencian de aquellas de quienes desarrollan su vida en las ciudades, entonces es necesario que la psicología tenga la capacidad de percibir estas especificidades y actuar a partir de ellas. Dado que hoy estas especificidades están siendo menos atendidas por la psicología que lo que se esperaría por su importancia tanto cuantitativa como humana, entonces resulta necesario hacer visibles y dar entidad a estas especificidades. En consecuencia, considero imperioso definir o caracterizar a la psicología rural porque la importancia de las especificidades de estos ámbitos está siendo subestimada por la psicología actual. Así, sostengo que es necesario definir y generar una psicología rural para visibilizar lo rural al interior de la psicología. En este contexto, la opción intuitiva, tal vez por ser la más fácil y acostumbrada, sería definir a la psicología rural como una subdisciplina dentro de la psicología orientada al estudio de los procesos psicológicos en ámbitos rurales. Así, se pondría a la psicología rural a la par (como hermana menor por cierto), de subdisciplinas psicológicas como la psicología social, la psicología clínica, la psicología educacional, etc. No obstante, hacer esto traería una serie de problemas. Por ejemplo, se haría necesario trazar límites separando a la psicología rural de otras ramas de la psicología como la social, la ambiental o la clínica, y se estaría contribuyendo a sustancializar la idea misma de psicología rural como si fuera algo propio del mundo o de la naturaleza, entre otras cuestiones. En cualquier caso, lo que se perdería sería su sentido y su esencia. Esto es, su capacidad, potencialidad y frescura para generar reflexiones y orientar acciones encaminadas a responder a las necesidades de las poblaciones rurales, particularmente de aquellos sectores más desprotegidos. Atendiendo a esto, la psicología rural debería ser entendida como un motor de pensamiento, un espacio de tensión que no permita a los psicólogos y psicólogas olvidar o invisibilizar a las poblaciones rurales y a sus especificidades. En concreto, propongo pensar a la psicología rural no como una subdisciplina psicológica sino como un ‘campo de problemas’ en los que se articula psicología y ruralidad. Es decir, como un conjunto de temas, problemas o hechos para los cuales resulta relevante considerar tanto su dimensión rural como su dimensión psicológica o psicosocial, ya que sin la consideración de una de ellas nuestra posibilidad de comprensión y/o intervención se vería limitada en aspectos relevantes. Vista así, la psicología rural aparece como un espacio flexible, plural, diverso y estimulante, que no necesita establecer límites o bordes para contraponerse con otros espacios. En este contexto, la inclusión de un hecho o problema dentro del campo de la psicología rural estará guiada simplemente por la percepción de los actores implicados (psicólogos y/o poblaciones) en relación a que su abordaje debe incluir tanto la consideración de la dimensión psicológica como el entorno rural. Partiendo de la definición de la psicología rural como campo de problemas que articulan psicología y ruralidad pueden identificarse, a nivel general y de manera muy esquemática, tres áreas temáticas de interés diferenciadas pero no necesariamente contrapuestas. Por un lado, encontramos temas que podemos considerar como específicos o propios de lo rural. Por ejemplo, las ferias de la agricultura familiar y su impacto subjetivo, el vínculo entre técnicos y productores en el contexto de la extensión rural y la relación de las personas con su entorno material rural. Por otro lado, también es posible encontrar un conjunto de problemas o temas que si bien no son propios de lo rural, sí se manifiestan de manera particular en contextos rurales, por lo que sus especificidades necesitan ser estudiadas y comprendidas. Entre ellos pueden pensarse, por ejemplo, las relaciones de género y la violencia familiar, la dinámica de

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uso del dinero en las familias de agricultores y el vínculo entre profesionales de la salud y comunidades rurales. Por último, también puede argumentarse la existencia de un tercer grupo de temas o problemas, relacionados en este caso con la aplicación y/o adaptación de conocimientos generados en contextos urbanos a espacios rurales. Por ejemplo, la práctica de la psicoterapia o la atención de problemas de aprendizaje en las escuelas rurales. Desafíos de la psicología rural latinoamericana Después de haber argumentado por qué se necesita una psicología rural y de haber delineado una forma posible de conceptualizarla, me propongo ahora presentar un conjunto de desafíos o de lineamientos estratégicos que podrían funcionar como hoja de ruta para quienes estamos interesados en hacerla una realidad concreta. 1. Resulta fundamental que la psicología rural genere espacios de encuentro y de formación en torno a problemáticas que vinculan psicología y ruralidad, incluyendo tanto a psicólogos y a estudiantes de psicología, como a otras profesiones interesadas en lo rural. Por un lado, esto implica generar congresos o jornadas de psicología rural de distinto alcance y en distintos ámbitos. En esta línea, dar continuidad al 1er Congreso Latinoamericano de Psicología Rural sería una iniciativa de gran valor. No obstante, habrá que cuidarse de tomar este tipo de alternativas académicas tradicionales como las únicas posibles, pensando también en opciones más flexibles y dinámicas que puedan adecuarse a distintos contextos y necesidades, especialmente contando con el apoyo de las nuevas tecnologías de la comunicación. Por otra parte, también será de de gran importancia generar espacios de formación académica de grado y postgrado relativas a la psicología rural, destinadas tanto a psicólogos como a profesionales de otras disciplinas. Para los estudiantes de psicología, esto constituirá una oportunidad para pensar en las poblaciones y problemáticas rurales, dando la posibilidad de generar identidades profesionales que incorporen lo rural a su campo de posibilidades de acción. Para profesionales de otras disciplinas, la existencia de cursos específicamente orientados a pensar problemáticas o procesos psicosociales en contextos rurales (y no simples cursos de psicología estándar introducidos en programas destinados a profesionales que trabajan con ruralidad), servirá para que puedan encontrar en la psicología herramientas útiles para su práctica, sea profesional o de investigación. 2. También resulta fundamental que la idea de psicología rural pueda convertirse en un verdadero incentivo para pensar, crear y generar acciones. Es decir, que se constituya en un motor para el pensamiento y la acción en el ámbito de la ruralidad. La flexibilidad, la voluntad innovadora y la actitud crítica son más importantes que la pureza conceptual o la precisión escolástica si lo que queremos es construir una disciplina y una práctica con verdadera potencialidad transformadora. El objetivo es pensar juntos, no demostrar que tenemos razón. Es hacer y transformar, no enumerar conocimientos. En la misma línea, habrá que evitar sustancializar tanto la idea de psicología rural como el concepto mismo de ruralidad, en tanto ambas alternativas llevan a perder el foco y a limitar la posibilidad de ser creativos intelectualmente. 3. La psicología rural también tendrá que evitar caer en estereotipos o lugares comunes, como por ejemplo el que identifica ideológicamente lo rural con la idea de ‘atraso’ o con un espacio idílico de paz y felicidad. De nuevo, cualquiera de estas opciones limitará nuestras posibilidades de pensar y contribuir con las necesidades y problemas reales de las poblaciones rurales. En general, esto implica tres cuestiones. Primero, como psicólogos, tomar conciencia de nuestra propia idea de ruralidad para reflexionar sobre ella crítica y colectivamente. Segundo, tomar contacto directo con lo rural y con su gente. Acercarse, conversar, visitar. Mirar desde lejos limita la posibilidad de ver. Acercarse y compartir constituye una vía fundamental para romper estereotipos y prejuicios. Y tercero, tomar como objeto de investigación los presupuestos o lugares comunes que las poblaciones urbanas tienen sobre

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los espacios rurales y sus habitantes. Al mismo tiempo, será menester evitar caer en una visión homogénea de lo rural, abriendo nuestro pensamiento a la diversidad de espacios rurales, tan variados como son las personas y los territorios. 4. Por su parte, también habrá que tener particular cuidado con reproducir y aplicar acríticamente en contextos rurales formatos de investigación o acción desarrollados originalmente para responder a las necesidades de habitantes de las ciudades. Claro está, esto no significa rechazar conocimientos y desarrollos actuales de la psicología, sólo implica utilizarlos de manera crítica y contextualizada. Puede que no resulte claro qué es o a qué nos referimos cuando hablamos de psicología rural, pero sí debe quedar claro que recomendar terapia psicológica a un campesino que vive a 40 kilómetros del primer hospital donde podría recibir atención es contrario a la idea misma de psicología rural. El mero escenario no hace rural a la psicología sino su sensibilidad para abordar sus especificidades. 5. Un quinto elemento, muy relacionado con el anterior, refiere a la necesidad de tomar conciencia de las limitaciones que tenemos para identificar problemas y delinear acciones apropiadas para contextos rurales al tener marcada nuestra subjetividad, nuestra experiencia y nuestra formación profesional por la residencia urbana. En este sentido, resulta fundamental la capacidad de los psicólogos para ir más allá de su propia experiencia, entrando en diálogo con los actores sociales y las poblaciones que trabajan y viven en contextos rurales. Este diálogo inicial es clave para generar un primer nivel de comprensión de la experiencia y el punto de vista de los otros, a la vez que exige una importante capacidad para abrirse a la diferencia. 6. Por último, debe quedar claro que el sentido de hablar de psicología rural no se acaba con una argumentación discursiva de su pertinencia. Los psicólogos interesados en las problemáticas de los espacios rurales deben articularse con instituciones, organizaciones y comunidades rurales para generar acciones y prácticas. Hablar sin hacer convierte en vacías a las palabras. En esta línea, habrá que generar estrategias y dispositivos que permitan abordar las problemáticas específicas de las poblaciones rurales, siempre teniendo en cuenta el marco territorial en el que se dan. Reflexiones finales En este trabajo procuré presentar a la psicología rural como una propuesta. Más aun, como una apuesta a algo que podría ser, pero que aún no es. El argumento central para sostener su pertinencia fue la potencialidad de la idea de psicología rural para generar nuevas formas de pensar y hacer. Su origen es la necesidad de responder a las preocupaciones específicas y las problemáticas propias de quienes viven en el campo o en pequeñas ciudades. No se habla de una esencia ni de lo rural, ni de los sujetos rurales ni de la psicología rural en cuanto constructo. La idea no es alambrar un espacio al interior de la academia para hacerlo propiedad de nadie, sino abrir la academia a las necesidades de aquellas personas cuya cotidianidad transcurre en contextos rurales, en cierto sentido olvidadas. En este proceso, habrá que cuidarse de tener como objetivo ‘llevar la psicología al campo’. La idea de una psicología rural implica algo muy diferente. Implica construir una mirada y una práctica desde la psicología que resulte apropiada y útil para las poblaciones rurales y sus problemáticas. De nuevo, no se trata de llevar lo que sabemos hacer a un nuevo sitio. Y esto sólo será posible si entramos en diálogo con quienes pueden aprovechar nuestro aporte, el cual siempre tendrá que ser co-construido entre psicólogos, pobladores y sus contextos de vida. De todas maneras, se trata de una apuesta, siempre sujeta a la prueba de su utilidad. ¿Tendrá la idea de psicología rural suficiente fuerza, suficiente potencialidad para justificar el derecho a un nombre, más aún, para justificar que pensemos en ella? Responder a esto, sin dudas, constituye la tarea pendiente.

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