Conciencias aumentadas: prótesis de la mente en la … · 2017-02-14 · de que la información y...

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Conciencias aumentadas: prótesis de la mente en la tecnociencia contemporánea Augmented consciousness: prosthesis of the mind in contemporary technoscience Santiago Koval. Instituto de Ciencias Sociales y Disciplinas Proyectuales (INSOD), Universidad Argentina de la Empresa (UADE), Buenos Aires, Argentina. [email protected] Resumen. En este ensayo, se defiende la hipótesis de que los desarrollos técnicos contemporáneos colaboran en la configuración de una conciencia aumentada. Desde esta perspectiva, las representaciones simbólicas contenidas en los artefactos culturales operarían en un espacio híbrido, entre lo somático y lo exosomático. Así, la apropiación del racionalismo moderno en las prácticas técnicas cotidianas se expresaría en una preeminencia de la mente inmaterial sobre el cuerpo material; con todo, una preeminencia que no implica la muerte de lo físico, sino la extensión de una conciencia capaz de exceder el dominio del cuerpo a condición de regresar, una y otra vez, al anclaje de la corporalidad. En el ámbito de los usos sociales de la técnica, el cuerpo sigue siendo, pues, una necesidad ontológica reivindicada. Palabras clave: dispositivos, prótesis, cíborg, poshumanismo, conciencia. Abstract. This essay intends to demonstrate to what extent the emergence of contemporary technological developments contribute to the configuration of an augmented consciousness. From this perspective, symbolic representations contained in cultural mechanisms would operate within a hybrid space, between the somatic and the extra-somatic. Thus, the modern rationalism appropriation in the daily technical practices would be expressed in a preeminence of the inmaterial mind over the material body; however, a preeminence which does not imply the death of the body, but an extension of a consciousness capable of exceeding the body domain on the condition that it returns, over and over, to the body anchoring. In this sense, in the field of the social uses of the contemporary technique, the body still is a revindicated ontological need. Keywords: devices, prosthesis, cyborg, posthumanism, consciousness.

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Conciencias aumentadas: prótesis de la mente en la tecnociencia

contemporánea

Augmented consciousness: prosthesis of the mind in contemporary

technoscience

Santiago Koval.

Instituto de Ciencias Sociales y Disciplinas Proyectuales (INSOD), Universidad

Argentina de la Empresa (UADE), Buenos Aires, Argentina.

[email protected]

Resumen. En este ensayo, se defiende la hipótesis de que los desarrollos técnicos

contemporáneos colaboran en la configuración de una conciencia aumentada. Desde

esta perspectiva, las representaciones simbólicas contenidas en los artefactos culturales

operarían en un espacio híbrido, entre lo somático y lo exosomático. Así, la apropiación

del racionalismo moderno en las prácticas técnicas cotidianas se expresaría en una

preeminencia de la mente inmaterial sobre el cuerpo material; con todo, una

preeminencia que no implica la muerte de lo físico, sino la extensión de una conciencia

capaz de exceder el dominio del cuerpo a condición de regresar, una y otra vez, al

anclaje de la corporalidad. En el ámbito de los usos sociales de la técnica, el cuerpo

sigue siendo, pues, una necesidad ontológica reivindicada.

Palabras clave: dispositivos, prótesis, cíborg, poshumanismo, conciencia. Abstract. This essay intends to demonstrate to what extent the emergence of

contemporary technological developments contribute to the configuration of an

augmented consciousness. From this perspective, symbolic representations contained in

cultural mechanisms would operate within a hybrid space, between the somatic and the

extra-somatic. Thus, the modern rationalism appropriation in the daily technical

practices would be expressed in a preeminence of the inmaterial mind over the material

body; however, a preeminence which does not imply the death of the body, but an

extension of a consciousness capable of exceeding the body domain on the condition

that it returns, over and over, to the body anchoring. In this sense, in the field of the

social uses of the contemporary technique, the body still is a revindicated ontological

need.

Keywords: devices, prosthesis, cyborg, posthumanism, consciousness.

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El placer intenso que se siente al manejar las máquinas deja de ser un pecado para convertirse en un aspecto de la encarnación. La máquina no es una cosa que deba ser animada, adorada y dominada. La máquina somos nosotros, nuestros procesos, un aspecto de nuestra encarnación.

Donna Haraway.

1. Introducción

Una revisión de los fundamentos del racionalismo epistemológico –base filosófica, lo

mismo que el empirismo, de la Modernidad occidental–1 revela dos tendencias en el

tratamiento del cuerpo y la mente: por una parte, la reificación del cuerpo (su

objetivación en cuanto que cosa opuesta al sujeto); por otra, la deificación de la mente (su exaltación en cuanto que expresión verdadera del ser). Esquema mecanicista,

dualista y reduccionista que recupera, en este sentido, preceptos de la tradición

judeocristiana y que reivindica, solapadamente, una definición teológica de la

inmortalidad del alma. 2

El modelo moderno del ser (una res cogitans que prescinde ontológicamente de

una res extensa) ha sido retomado y resignificado mediante la consolidación de la era tecnocientífica3

. Conforme a ello, a partir del siglo XVII, se desarrolló una acelerada

carrera tecnológica orientada a automatizar la razón (Mattelart), esto es, a exteriorizar

los procesos de la conciencia mediante la reducción del pensamiento –identificado con

el yo y con la esencia del ser– a una expresión matemática computable susceptible de

replicación técnica.

Desde la década de 1970, en particular, la proliferación de tecnologías del pensamiento (Maldonado) con creciente sofisticación precipitó una estrecha articulación

entre la mente y los artefactos de la cultura. Proceso histórico que ha llevado a la

afirmación de una racionalidad técnica (Marcuse) en la que la mente dispone de

dispositivos omnipresentes que reproducen, registran, optimizan y extienden sus

facultades naturales de cognición.

Así se han multiplicado, progresivamente, las interfaces en un sector destacado

de las sociedades industriales contemporáneas. La difusión y distribución ubicua (Levis)

de los productos cotidianos de la técnica ha dado lugar a representaciones difusas

respecto de la unión de lo tecnológico con lo humano. Vínculo intimista que se ha

expresado en la apropiación naturalizada de artificios que se cargan en el cuerpo como

prolongaciones de los mecanismos de la percepción y que funcionan, en cuanto tales,

como potenciadores de las facultades humanas (McLuhan). Extensión, pues, de las

funciones cognitivas a partir de acoples técnicos interpuestos a los módulos de la

conciencia.4

1 El racionalismo (que asigna el crédito del conocimiento a la razón humana) y el empirismo (que sostiene

la actividad científica sobre la experimentación y la observación pragmáticas) constituyen los dos

paradigmas filosóficos sobre los que se constituyó el método científico y, por extensión, la Era Moderna. 2 Desde un punto de vista mitológico, podría pensarse que el mito originario común a todas estas

propuestas es el del acceso a la divinidad mediante una superación de la Naturaleza. 3 El término tecnociencia, acrónimo que indica una conjunción entre ciencia y tecnología, describe una de

las características fundamentales de la Sociedad de la Información y el Conocimiento, a saber: el hecho

de que la información y el conocimiento se producen, regulan y transmiten a través del uso combinado de

la técnica y el método científico. 4 A fin de simplificar la discusión, usaremos los términos conciencia y funciones cognitivas de manera

análoga. Su diferenciación implicaría una discusión filosófica de largo aliento que excede el propósito de

este escrito.

3

En este orden, conforme se aproximan los artefactos culturales a nuestros

esquemas cognitivos, la tecnociencia habilita nuevos puntos de encuentro entre la

cultura y el organismo. Al respecto, se han ensayado definiciones amplias de lo humano que incluyen a la técnica dentro de los límites de la organicidad. Términos como el de

cíborg u organismo cibernético, recurrentes en círculos especializados –y, cada vez

más, en espacios de difusión masiva–, indican, precisamente, la necesidad de adecuar

nociones tradicionales a un estado de cosas en constante transformación.5

Así han ido apareciendo discursos y proyectos científicos –y pseudocientíficos–6

que colaboran en la instalación de un imaginario específico: un escenario de humanidad mixta en el que se confunden, progresivamente, las fronteras que separan a la biología

de la cultura. En los últimos años, no son pocos los pensadores que han sostenido que

las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) llevarán las posibilidades

de evolución humana a niveles antes inconcebibles, hecho que permitirá, en un futuro

cercano, el surgimiento de sistemas de naturaleza híbrida, a mitad de camino entre

humanidad y tecnología.

Los discursos ficcionales que configuran nuestro imaginario tecnológico

pronostican, de esta suerte, mundos poshumanos y realidades posbinarias en los que el

ser humano y su entorno inmediato, tal como los conocemos, han dejado de existir.

Entre otras, ha tomado especial fuerza la noción de singularidad tecnológica, introducida en la década de 1950 por John Von Neumann y definida como un cambio

trascendental en la evolución humana producto de la llegada pretendidamente inminente

de nuevas emergencias técnicas: el surgimiento de la Inteligencia Artificial y el acceso a

la inmortalidad mediante el uso de la informática.

Al respecto, la filosofía transhumanista, acervo de nociones que promueve la

aceleración de la evolución humana por medio del uso de la técnica, ha defendido un

poshumanismo trascendental, postura metafísica que pretende la abstracción absoluta

de la materia a través de una descarga informatizada de la mente. Ser poshumano –proclamado como instancia superadora del organismo cibernético– que recupera una

concepción cartesiana del cuerpo en cuanto que máquina gobernada por un espíritu

autónomo, incorpóreo e inextenso; y que postula, merced a ello, la preeminencia de una

res cogitans capaz de sobrevivir a la muerte y de trascender, como pura información, los

límites físicos del organismo objetivado.

Es dable reconocer, pues, a primera vista, una continuidad argumental entre las

aspiraciones del poshumanismo trascendental y los postulados del racionalismo epistemológico: ambos defienden la automatización de una conciencia, abstracta e

inmanente, susceptible de ser liberada de las ataduras del cuerpo, concreto y

trascendente, mediante el uso de la razón técnica.

Por otro lado, y análogamente, deberíamos poder indicar una misma continuidad

en el campo del desarrollo técnico occidental: a priori, debería ser también cierto que

los artefactos culturales que median las relaciones humanas en las sociedades

industriales contemporáneas promueven, ellos también, una exaltación de la mente

inmaterial en detrimento del cuerpo material; un cuerpo concebido, en última instancia,

5 Asociados a nuevas posibilidades técnicas, no obstante, estos neologismos solo pueden comprenderse

cabalmente en el marco de una historia humana de largo aliento. En particular, si se observan a la luz de

la tradición milenaria de los seres artificiales, si se encuadran en la cosmogonía profana o religiosa de los

mitos fundacionales y si se interpretan a partir de pulsiones inherentes a la condición humana. Así,

propuestos para representar nuevas realidades, estos neologismos refieren prácticas que no hacen sino

actualizar impulsos psíquicos y culturales arraigados en el origen de la especie. Véase, al respecto, Koval

(2014). 6 Entre otros, el Proyecto Avatar 2045, financiado por Dimitri Itskov, tiene como objetivo desarrollar la

tecnología necesaria para transferir, en el año 2045, la conciencia humana a un soporte electrónico.

4

como obstáculo residual en el camino evolutivo de una conciencia que ha de ser

emancipada.

Esto es: si suponemos una correlación entre los discursos de la técnica (lo que se

dice sobre lo que se hace o sobre lo que se hará) y los hechos de la técnica (lo que

efectivamente se hace e incorpora a la sociedad7), deberíamos concluir que los usos

sociales están orientados, necesariamente, a la anulación de lo corporal. Deberíamos, en

suma, ser capaces de verificar, en las prácticas cotidianas, una expresión –manifiesta o

latente– de los postulados del racionalismo moderno.

Pues bien, atento a estas consideraciones, este trabajo se propone comparar, por

un lado, la ficción científica –las propuestas del transhumanismo y las de otros discursos

que discurren acerca de un futuro probable– y, por otro, la realidad científica –los

inventos técnicos que circulan, actualmente, por el entramado social contemporáneo–.

A partir de esta comparación, postularemos la hipótesis de que, en el ámbito de

los usos sociales –esto es, en la incorporación que hace el medio social de los ingenios

producidos por la técnica del hombre–, el desarrollo tecnológico está tendiendo hacia

una posición intermedia: no tanto a la negación del cuerpo ni a la descarga de la mente,

sino a la configuración de una conciencia aumentada. Desde este punto de vista, la apropiación del racionalismo se expresaría, en el

ámbito de los usos y prácticas sociales, en una preeminencia de la mente racional sobre

el cuerpo material. Con todo, una preeminencia que no implica la muerte de lo físico,

sino, antes bien, la extensión de una conciencia capaz de exceder el dominio del cuerpo

a condición de regresar, una y otra vez, al anclaje de la corporalidad. En suma, un

desarrollo técnico que promueve una amplificación de la experiencia cognitiva, una

expansión de la conciencia o del alcance ontológico del ser, pero que lo hace con

arreglo a una reivindicación del cuerpo en cuanto que sustrato necesario para la

existencia.

He aquí, pues, el recorrido propuesto en este artículo: primero, un análisis de las

propuestas tecnoutópicas del transhumanismo, de modo de reconocer en ellas,

principalmente, su anclaje histórico con las bases filosóficas de la Modernidad;

segundo, una revisión de las características técnicas –y de los usos sociales asociados–

de los dispositivos técnicos contemporáneos; tercero, una reflexión a partir de la

diferencia observada entre lo proyectado por la plataforma discursiva y lo efectivamente

existente en el campo tecnológico; finalmente, una defensa de la hipótesis de la conciencia aumentada en cuanto que punto intermedio en el camino a la

automatización.

2. Fundamentos filosóficos de la Modernidad

A partir del siglo XVI –en particular, a lo largo del XVII–, se consolidaron las bases

filosóficas del pensamiento científico moderno. Durante este período, fecundo en

pensadores universales, tuvo lugar una transición en el poder del conocimiento; en

consecuencia, el centro del saber, tradicionalmente anclado al principio de autoridad del

escolasticismo medieval y basado en una concepción aristotélica del pensamiento

mítico-religioso del Cristianismo, pasó a estar fundado, definitivamente, en el método

7 Las experiencias técnicas disponibles o proyectables en el horizonte tecnológico son o serán tales en la

medida en que sean socialmente incorporadas. Es la apropiación del organismo social la que define el

curso y destino de un determinado invento. Así, la pregunta por la técnica es, siempre, una pregunta por

los usos y las prácticas sociales asociados a ella (Véanse Flichy; Levis y Williams).

5

científico. La consolidación del método deductivo como principal herramienta de

acceso al conocimiento expresó, así, la propensión secular a separar la ciencia de la

tradición aristotélica primero y de la religión después, y a descartar en ello, en la medida

de lo posible, a Dios de la ecuación universal.

La búsqueda de una mathesis universalis –un lenguaje matemático perfecto capaz de

sintetizar los fundamentos que rigen la existencia– constituye la piedra basal sobre la

que se estableció el racionalismo epistemológico. En cuanto que paradigma filosófico

de la Era Moderna, el racionalismo apuntó a replegar, desde sus orígenes, la explicación

del universo a la racionalidad humana, y a desechar en consecuencia, de raíz y para

siempre, cualquier fuente de comprobación externa a su condición.

El uso del método lógico-matemático para describir el comportamiento de la mente

y el de todos los fenómenos de la realidad es el último paso en la disposición moderna

al racionalismo. La confianza generalizada en la matemática y en la lógica, en la

aplicación de sus algoritmos formales, se ha constituido, así, durante los últimos siglos,

como método por excelencia para acercarse a lo real; un método universal ubicado en la

base misma de nuestra actualidad científica, una era con marcado talante racionalista

que deposita el crédito en la razón humana, última fuente de producción de verdades.

3. La automatización de la razón

La consolidación científica del racionalismo epistemológico encontró su correlato

técnico en el surgimiento de los primeros ingenios mecánicos con cierto grado de

automatismo que florecieron en Europa a lo largo del siglo XVII. Al respecto, y desde

entonces, podría sostenerse que la evolución de la técnica occidental no ha hecho más

que materializar los principios rectores de la racionalidad moderna, a saber: primero, la

idea de que la Razón –ordenada, predecible, determinada– se distingue, por principio,

de la Naturaleza –caótica, impredecible, indeterminada–; segundo, la noción de que es

posible separar a la mente racional del cuerpo natural; tercero, la idea de que la

sustancia del ser reside en la conciencia; cuarto, el concepto de que pueden expresarse

formalmente las operaciones mentales; quinto, la noción de que es factible, y además

deseable, capturar, reflejar y reproducir los procesos racionales de la mente a través de

mecanismos fabricados por el hombre.

De este modo, a partir de los siglos XVII y XVIII, en la medida en que se

afianzaba el sujeto cartesiano como fundamento del conocimiento,8 tuvo lugar lo que

podemos llamar, siguiendo a Mattelart, una automatización de la razón. Fundado en el

«principio de la división de las operaciones mentales» (35), este proceso cristalizó en

una tendencia al tratamiento de la mente en cuanto que expresión matemática

computable; en una propensión a considerar que la conciencia puede formularse

mediante los elementos de la ciencia; en una inclinación, pues, a «delegar en los

artefactos, en órganos artificiales, sus facultades de registro del corpus de

conocimientos» (74).

Conforme a ello, durante los siglos XIX y XX, de forma paralela al proceso de

industrialización y a la maduración de un modo de producción capitalista, se sucedieron

oleadas de ingenios con creciente sofisticación que comenzaron a circular en sociedades

altamente urbanizadas: máquinas industriales, de calcular y de procesar información;

8 En el camino a la racionalización, hay que destacar la publicación, en 1637, de la obra fundante de la

Modernidad, el Discurso del método, de René Descartes. La enunciación de su verdad apodíctica, el

Cogito Ergo Sum, dio lugar al surgimiento de un sujeto racional definido como garante de la verdad. En

suma, favoreció una concentración del saber en un ‘yo’ –un ‘yo’ deíctico que reenvía a un sujeto empírico

e históricamente definido– capaz de discurso, razonamiento y conciencia individual.

6

máquinas estadísticas, comerciales y de comunicación; en suma, un conjunto de

artefactos que comenzó a formar parte, con renovada impronta, de los usos sociales

modernos.9 Avanzado el siglo XX, las grandes maquinarias ingresaron en un proceso de

miniaturización sucedido por innovaciones en tecnología electrónica.10

En particular, a

partir de 1971, la llegada del microprocesador propició el advenimiento de la

microinformática y, por consiguiente, de la electronización (Levis). A partir de esta

década, y con mayor énfasis durante las de 1980 y 1990, «la mayor miniaturización, la

mayor especialización y el precio decreciente de los cada vez más poderosos chips hizo

posible ubicarlos progresivamente en cada máquina de la vida cotidiana» (Castells 69).

Así se multiplicaron en los últimos cuarenta años los dispositivos electrónicos

que atraviesan las relaciones sociales en ciudades profundamente urbanizadas y que

cubren, con su manto reticular, gran parte de las sociedades industriales

contemporáneas. La era de la tecnociencia ha quedado consolidada, de este modo, a

partir del paradigma de la «ubicuidad inherente a la electricidad» (Mattelart 52),

característica que ha dado lugar a una sociedad atravesada por una pantalla que se

presenta como potencialmente ubicua (Levis). De ahí que Yoneji Masuda no dude en

definirla como la sociedad de la información, y Manuel Castells, como la sociedad red: extensión distribuida de las conexiones que comporta la posibilidad de que el

conocimiento y el pensamiento humanos, reducidos al concepto cibernético de

información, puedan ser registrados por un sistema electrónico de alcance mundial.

Así, pues, desde sus raíces modernas en el siglo XVII hasta sus retoños

contemporáneos en el siglo XXI, las interfaces contemporáneas se han visto regidas por

un principio regulador ya presente en su origen tecnológico-cultural: hacer que la mente

–entendida como un complejo sistema de información reducible a fórmulas matemáticas

computables–, disponga de artefactos de registro y de extensión, esto es, tecnologías del pensamiento (Maldonado) que reproduzcan, prolonguen y potencien sus rasgos

cognitivos, y que le permitan, correspondientemente, una existencia informatizada a

través de los mecanismos de la demiurgia artificial.

4. Cíborgs y poshumanos

La multiplicación de los productos cotidianos de la técnica ha dado lugar a

representaciones difusas acerca de la reunión de lo tecnológico con lo humano, figuras

más o menos imaginarias que han encontrado asilo en la noción de cíborg (Hables

Gray). El término cíborg (en inglés, cyborg, acrónimo de cybernetic organism),

derivación lingüística de la voz cibernética11, apareció por primera vez en un artículo de

Manfred Clynes y Nathan Kline publicado en el mes de septiembre de 1960 en la revista

Astronautics. En su definición original, el término refiere un organismo capaz de

9 En este contexto, científicos, inventores, matemáticos, ingenieros y filósofos del talante de Charles

Babbage, Augusta Ada Byron (Lady Lovelace), George Boole, Herman Hollerith, Konrad Zuse,

Vannevar Bush, Alan Turing, John Von Neumann, Norbert Wiener, Warren Weaver y Claude Elwood

Shannon, entre otros, colaboraron en la configuración de un modelo computacional de la mente, vale

decir, un esquema racional, matemático y modular que permite describir el modo en que funcionan los

procesos cognitivos y fisiológicos del cerebro partir del modelo de funcionamiento de un procesador

informático. 10 La primera computadora programable es de 1943, el transistor, de 1947, y el circuito integrado, de

1957. 11

La cibernética, ciencia teórica del control y la comunicación en máquinas y animales formulada por

Norbert Wiener en 1948, ha planteado, desde sus orígenes, analogías funcionales entre hombres y

artificios: desde esta perspectiva teórica, el funcionamiento de los seres vivos y el de las máquinas (en

particular, el de los modernos ordenadores electrónicos) son análogos y paralelos en sus tentativas de

regular la entropía mediante la retroalimentación (Véase Wiener).

7

integrar eficazmente los componentes externos que expanden las funciones que regulan

su cuerpo y su mente; un ser humano aumentado que soportaría las duras condiciones

de la atmósfera extraterrestre y que sería capaz, entre otras cosas, de sobrevivir a una

guerra nuclear y a un mundo posatómico (Yehya):

[p]ara el complejo organizativo exógenamente extendido, que funciona

inconscientemente como un sistema homeostático integrado, proponemos el término

cíborg. El cíborg incorpora, deliberadamente, componentes exógenos que extienden la

función de control autorregulatoria del organismo con el objetivo de adaptarla a nuevos

entornos (Clynes y Kline 27, la traducción es nuestra).

Se trata, pues, de un sistema orgánico que ha integrado a sus mecanismos autopoiéticos

(Maturana y Varela) extensiones no biológicas que cooperan, sin el beneficio de la

conciencia, con sus controles homeostáticos autónomos. El cíborg nace, entonces, del

uso de instrumentos (herramientas, utensilios u órganos artificiales) que se acoplan al

organismo a modo de amplificadores de sus canales naturales. Instrumentos que son, en

su calidad de prótesis, «prolongaciones de alguna facultad humana, psíquica o física»

(McLuhan 22), vale decir, «extensiones de los mecanismos de la percepción, imitadores

de los modos de aprehensión y razonamiento humanos» (McLuhan 239-240).

Desde la década de 1990, la confluencia entre biología, electrónica e informática

aplicada al desarrollo de tecnologías protésicas ha llevado a un extremo el sueño de

construir un organismo cibernético aumentado. Al respecto, ha sido crucial la

convergencia entre la revolución informática y la de la ingeniería genética, cuyo

descendiente es la biotecnología (Castells). La proliferación de dispositivos

biotecnológicos cada vez más amigables ha comenzado a cuestionar las nociones

tradicionales de subjetividad y entorno (Aguilar García), y ha promovido un nuevo

paradigma de definiciones de los conceptos de tecnología y humanidad (Fukuyama).

Acople íntimo del artificio en lo biológico que da lugar a que actualmente, en

palabras de Haraway, «[no] exist[a] separación ontológica fundamental en nuestro

conocimiento formal de máquina y organismo, de lo técnico y lo orgánico» (305).

Integración de la máquina que supone, en el hombre, una disolución de las membranas

naturales y, por extensión, una pérdida de las fronteras taxonómicas y epistemológicas

que lo separan del artefacto. Cultura de la alta tecnología que puede sugerir, en tanto,

«una salida del laberinto de dualismos en el que hemos explicado nuestros cuerpos y

nuestras herramientas» (37); superación, pues, de la oposición tradicional entre sujeto y

objeto que propone al organismo cibernético como unicidad híbrida carente de dualidad

(Aguilar García).

En este orden de cosas, Hayles ha definido al hombre de este nuevo estadio

tecnológico con el término genérico poshumano, que puede usarse como sinónimo de

cíborg en su concepción más amplia. Un poshumano es una persona con una capacidad

física, intelectual y psicológica sin precedentes, autoprogramable, autoconfigurable,

ilimitado y potencialmente inmortal; un ser cuyas capacidades exceden radicalmente a

la de los seres humanos, hasta el punto de no pertenecer más a la especie de acuerdo con

los estándares actuales de humanidad.

Conforme a estas ideas, se desarrolló en los últimos años un nuevo paradigma

sobre el futuro del hombre que comenzó a tomar forma en un grupo de científicos

(Vinge; Moravec; Kurzweil; Bostrom; Sturm; Joy; Minsky) dedicados a la investigación

en áreas como computación, neurología, biotecnología, nanotecnología y otras

tecnologías de punta. La evolución humana, sostienen, no ha terminado aún: somos más

complejos que cualquiera de las criaturas antes existentes y no hemos alcanzado nuestra

forma evolutiva final. Puesto que nuestra evolución todavía no termina, la tecnología

8

puede ayudarnos a encauzarla. Así, según Bostrom, «la condición humana no es, como

se suele creer, constante, y la aplicación científica de las nuevas tecnologías llevará a la

superación de sus limitaciones biológicas» (7).

El transhumanismo o extropianismo se concibió, desde su origen, como el

movimiento político y filosófico que reúne este acervo de nuevas nociones. Entre las posiciones extremas de la filosofía transhumanista, se encuentra aquella que pretende

una abstracción absoluta de la materia orgánica a través de una descarga o

transbiomorfosis (metamorfosis transbiológica) que traduzca las redes neuronales de la

mente a la memoria de un ordenador. Esta versión extrema, conocida como

poshumanismo trascendental, defiende la idea de «un ser líquido-fluido posbiológico,

abstracto, puro y sin anclajes al cuerpo, cuya supresión se hace necesaria; ser que

reconoce en la sustancia limitaciones a su potencialidad, transferido tecnológicamente

en la forma de conciencia a un sistema informático» (Dery 345).

Ser poshumano que representa, en cuanto tal, el hombre ideal de la cibernética

de Wiener: ser expresable matemáticamente en términos de pura información, entidad

abstracta que podría viajar, potencialmente, de un punto a otro del espacio como un

mensaje informático. De modo que el poshumano, primero hombre-prótesis, luego

cíborg y finalmente Übermensch nietzscheano12, deviene, en su máxima expresión,

existencia abstracta, res cogitans separada de la res extensa, entidad ideal libre de aquel

desecho inservible, fuente última de todos los males. El producto final, objeto de

aspiración de los transhumanistas, es, pues, la liberación de lo físico: no conformes con

la amplificación tecnológica del cuerpo, sus más acérrimos defensores optan por

suprimirlo (Dery; Yehya).

5. Discursos y realidades técnicas

Es dable señalar la continuidad argumental que existe, evidentemente, entre las

propuestas del poshumanismo trascendental y los principios del racionalismo epistemológico: ambos promueven la automatización de una conciencia que debe ser

emancipada del arraigo del cuerpo mediante el uso de la razón técnica. Sobre esta base,

podríamos imaginar una línea evolutiva que vincule, en un extremo, los fundamentos

racionales de la Modernidad y, en el otro, las propuestas de ascensión posorgánica del

transhumanismo. La figura 1 representa, grosso modo, este camino evolutivo hacia la automatización de la mente moderna: en primer término, las primeras propuestas de

automatizar la conciencia fundadas en el racionalismo del siglo XVII; segundo, la

invención de máquinas de calcular y el desarrollo de autómatas mecánicos durante los

siglos XVII, XVIII y XIX, en particular, a partir de la expansión del proceso de

industrialización; tercero, la consolidación del modelo computacional de la mente

durante las primeras décadas del siglo XX; cuarto, la proliferación de las tecnologías del pensamiento (Maldonado) a partir de la afirmación, desde la década de 1970, de la

Sociedad de la Información y el Conocimiento; finalmente, las propuestas

contemporáneas de ciborgización y abstracción poshumana durante los últimos veinte o

treinta años.

12

Término acuñado por Nietzsche que remite, en su sentido original, a un hombre ideal (Idealmensch), un superhombre capaz de generar su propio sistema de valores a partir de su genuina voluntad de poder.

Aplicado a las nuevas tecnologías protésicas, el Übermensch remite a un ser humano liberado de sus

ataduras físicas.

9

Figura 1. Esquema evolutivo de la automatización de la mente moderna.

Ahora bien, a partir esta esquematización, cabe preguntarse, no tanto por las propuestas

discursivas, sino, más bien, por la evolución real de la técnica; esto es: si advertimos en

los discursos de la ficción científica una continuidad argumental respecto de los

postulados del racionalismo epistemológico, ¿podemos señalar, con igual certeza, una

tendencia análoga en el campo de realidad científica, vale decir, en los desarrollos

técnicos que han sido efectivamente incorporados a las prácticas sociales de los últimos

años?

6. Dispositivos protésicos de la mente

Proponemos la expresión dispositivos protésicos de la mente para referir una clase

específica de objetos culturales (pantallas, teléfonos multifunción, tabletas, terminales,

interfaces y demás ingenios electrónicos) que han atravesado, durante las últimas

décadas, las prácticas sociales urbanas, a saber: una clase de dispositivos que se añaden al contorno del cuerpo a modo de acople técnico de los mecanismos de la percepción y que afectan, a raíz de su mediación, algunos de los procesos y funciones cognitivos de la conciencia.13

Estos dispositivos comparten una serie de características que es preciso

reconocer a fin de comprender el tipo de vínculo que establecen con el cuerpo físico y,

por extensión, con los esquemas cognitivos de la mente; entre otras:

13

Podríamos objetar, siguiendo a McLuhan, que esta definición no tiene en cuenta el hecho de que toda

herramienta tiene, por sí misma, la capacidad de potenciar las facultades mentales. Con todo, aquí

apuntamos, específicamente, a los dispositivos que se incorporan al cuerpo en la forma de prótesis de la cognición. El término refiere, así, las terminales electrónicas que promueven, con arreglo a diversos

grados de superposición, una intervención técnica destinada a integrar –y, por lo tanto, a confundir– los

esquemas cognitivos de la mente con las interfaces técnicas del diseño artificial.

10

1. son artefactos microinformáticos, comúnmente portátiles y de reducido

tamaño;

2. ofrecen múltiples aplicaciones o funciones para uso personal y profesional

(telefonía de voz, correo electrónico, mensajería instantánea, representación

de textos, gráficos, audio y video, administración de documentos por medio

de aplicaciones ofimáticas, agenda, calculadora, videojuegos, cámara

fotográfica y/o de video de alta resolución, geolocalización, etc.);

3. cuentan con interfaces de conexión a múltiples dispositivos con funciones de

sincronización de datos, ranuras para tarjetas de memoria extendida, etc.;

4. permiten el acceso telemático a redes potencialmente ubicuas de

telecomunicación;

5. ofrecen la posibilidad de instalar aplicaciones de software desarrolladas por

el fabricante o por terceros, hecho que permite incrementar las posibilidades

de procesamiento de datos y las modalidades de la conectividad;

6. permiten acceder a una diversidad de estímulos perceptivos, es decir,

proponen modelos de representación multisensorial que pueden

experimentarse como reproducciones simbólicas de la realidad sensible;

7. pueden integrar, en sus versiones más sofisticadas, aplicaciones más o menos

rudimentarias de realidad virtual (inmersión en representaciones

infográficas) o de realidad aumentada (acople de capas infográficas al campo

perceptivo);14

8. disponen de pantallas, visores o interfaces sensibles al tacto (tecnología

háptica), a la voz (reconocimiento de habla) o al movimiento (interfaces

kinéticas para el reconocimiento gestual), que permiten, en algún sentido,

reproducir en el campo virtual la presencia del cuerpo y, por tanto, ofrecen

un cierto grado de inmersión sensorial;15

9. pueden incorporar funciones básicas de Inteligencia Artificial para el

reconocimiento automático de patrones;

10. en su máxima expresión, aspiran a lograr una interfaz natural con los

esquemas cognitivos por medio de intervenciones biotecnológicas, vale

decir, una interacción directa cerebro-máquina que logre disolver,

finalmente, la línea divisoria entre organismo y artefacto (Koval, 2008).

Pues bien, con vistas en este conjunto de propiedades no taxativas pero sí indicativas,

que describe a una gran proporción de los dispositivos técnicos contemporáneos, cabe

preguntarse: ¿qué modelo conceptual –respecto del vínculo que se establece entre el

cuerpo y la mente– puede derivarse de las características técnicas –y de los usos sociales

asociados– de los dispositivos protésicos de la mente? Hemos visto que, en línea con los

preceptos del racionalismo, las posturas transhumanistas defienden la abstracción del

cuerpo y su reemplazo radical por el artefacto. ¿Podemos observar, pues, esta misma

tendencia en los recursos técnicos que median las relaciones humanas en las sociedades

en las que predominan las condiciones modernas de producción?

14 Por ejemplo, el proyecto Glass, de la empresa norteamericana Google Inc., consiste en el desarrollo de

un dispositivo de realidad aumentada a modo de anteojo activable por medio de lenguaje natural y de una

interfaz con carácter indicial que permite, entre otras cosas, la conexión inalámbrica a servicios de

Internet. 15 La sensorialidad en esta clase de artefactos se limita, por lo general, a la vista y a la audición. Así, los

sentidos más primitivos y, por tanto, asociados a la animalidad del cuerpo –el tacto, el olfato y el gusto–

tienden a desaparecer en el vínculo que se establece con la interfaz.

11

En principio, una observación a vuelo de pájaro pareciera indicar una inclinación

contraria o, cuanto menos, una tendencia alejada de las propuestas de ascensión

poshumana. Antes bien, la apropiación de los ingenios pareciera orientarse al

aprovechamiento de las características técnicas de ciertos objetos que expanden

habilidades o capacidades humanas; por ejemplo, las asociadas al cálculo, a la

comunicación, al comercio, al uso del tiempo, al ocio, al placer, a la salud, a la belleza,

a la prolongación de la juventud y de la vida, entre otras. En todo caso, estas prácticas

tienen lugar, exclusivamente, en el dominio de la corporalidad, y no son en modo

alguno ajenas o contrarias a su realidad o a la materialidad de sus dimensiones

constitutivas. Pero veamos la cuestión más de cerca.

7. El exocerebro

Bartra ha postulado la hipótesis de que el desarrollo del cerebro humano a lo largo de

los últimos 100 mil años ha podido tener lugar, en gran medida, gracias al uso de

sistemas simbólicos externos de sustitución. Esto implica la existencia, en el cerebro, de

mecanismos cognitivos incompletos o inactivos que requieren, para su completitud o

activación, de recursos culturales ubicados en espacios simbólicos externos al cuerpo

físico. Bartra sugiere, de este modo, que el desarrollo cerebral que dio lugar a la

aparición del Homo sapiens se basó en la expansión de lo que llama el exocerebro: un conjunto de procesos culturales que funcionan como suplementos extracorporales y que

colaboran, en cuanto tales, en el desarrollo de las capacidades perceptivas y cognitivas

del circuito somático cerebral.16

Así, el cerebro no sería algo exclusivamente biológico,

sino que contendría, en su propia estructura, un fuerte componente cultural

extrasomático.

Lo interesante de la hipótesis de Bartra es que los elementos culturales que

componen del exocerebro (lenguajes, artefactos, razonamientos, órdenes simbólicos,

relatos, mitos, música, mecanismos clasificatorios, símbolos plásticos, creencias,

sistemas religiosos, etc.) establecen relaciones de dependencia con los circuitos

corticales del cerebro natural. Esta inherencia de lo externo al sustrato corporal viene

dada por su calidad de prótesis; como escribe Bartra, «[l]a prótesis es, en realidad, una

red cultural y social de mecanismos extrasomáticos estrechamente vinculada al cerebro»

(23). La relación que se establece entre la prótesis y el cerebro es, de hecho, tan

profunda que «una porción de ese contenido externo “funciona” como si fuese parte de

los circuitos neuronales» (23), a tal punto de que «ciertas regiones del cerebro humano

adquieren genéticamente una dependencia neurofisiológica del sistema simbólico de

sustitución» (26).

Sobre la base de estas consideraciones, es dable sostener, entonces, que los

dispositivos protésicos de la mente funcionan, ellos también, como suplementos

exógenos y que contribuyen, como tales, a la expansión del exocerebro. Trataríamos, de

este modo, con añadiduras técnicas que, en su calidad de prótesis, pertenecen, en algún

aspecto, a la estructura neurofisiológica del cerebro.

Siguiendo esta línea de razonamiento, cabe pensar que las prótesis culturales no

anulan la realidad de lo orgánico, sino que son, por el contrario y en cierto sentido,

partes anatómicas. Esto es: si las prótesis son partes del organismo; o bien si, en el

menor de los supuestos, las prótesis establecen con el cerebro un vínculo de

16

Para Bartra, el surgimiento del exocerebro responde a compensaciones culturales ocurridas, a lo largo

del proceso evolutivo, a partir de la incapacidad o dificultad del circuito somático cerebral de adaptarse a

entornos excesivamente hostiles.

12

dependencia estructural; debemos, por consiguiente, aceptar la idea de que el cuerpo

sigue siendo, en su calidad de sustrato, la realidad necesaria sobre la que se sostiene la

interacción: la utilización de dispositivos técnicos supondría un modelo de

interdependencia entre el cuerpo y la mente, ambos concebidos como partes necesarias

al interior de una relación dialéctica indisoluble.

8. La hipótesis de la conciencia aumentada

Estamos, ahora sí, en condiciones de formular nuestra hipótesis: sostenemos que los

desarrollos técnicos contemporáneos –expresados en lo que hemos llamado dispositivos protésicos de la mente, aunque no necesariamente limitados a esta expresión– se

orientan en una dirección intermedia en el camino al poshumanismo trascendental: no

tanto a la eliminación del cuerpo, sino a la configuración de una conciencia aumentada. En esta posición intermedia, los dispositivos son utilizados, ciertamente, a modo de

extensiones de la cognición. Con todo, a diferencia de lo que ocurre en las propuestas

transhumanistas, en el desarrollo actual de la técnica –y en los usos sociales asociados a

ella– el artefacto no anula lo corporal; antes bien, el cuerpo sigue siendo, en su calidad

de sustrato, una necesidad ontológica reivindicada.

La hipótesis de la conciencia aumentada supone, en este sentido, una

concepción particular del problema mente-cuerpo: no tanto la idea de que la mente

existe dentro del cuerpo, ni de que es factible –o deseable– eliminar el cuerpo a fin de

que la conciencia exista eternamente fuera de él; antes bien: la posición intermedia de

que la mente incluye pero también excluye lo corporal. De que, a un tiempo, puede estar

en el cuerpo y fuera del cuerpo. La figura 2 ilustra esta concepción del vínculo mente-

cuerpo asociado a la hipótesis de la conciencia aumentada.

Figura 2. El problema mente-cuerpo de acuerdo con la hipótesis de la conciencia aumentada.

13

La visión occidental tradicional –producto del racionalismo moderno– plantea la

existencia de dos dimensiones del ser separadas por una brecha insorteable: la mente

(inextensa) y el cuerpo (extenso). El poshumanismo trascendental hereda la concepción

dualista al reconocer la división cartesiana y proponer, en consecuencia, la abstracción

de la res cogitans de un cuerpo del que no depende para existir. En esta propuesta, la

máquina (perfecta, incorruptible, eterna) asume, así, el carácter de soporte vicario de

una mente emancipada. La hipótesis de la conciencia aumentada, en cuanto que postura

intermedia, reconoce la preeminencia de una mente susceptible de existir, expandida por

la máquina, en un espacio externo al cuerpo físico (el exocerebro), pero insiste, con

todo, en la necesidad ontológica de la corporalidad como sustrato último de la

existencia.

9. Consideraciones finales

Hemos visto que las aspiraciones del poshumanismo trascendental, movimiento

neofilosófico surgido durante los últimos treinta años, suponen una continuidad

argumental respecto de los postulados del racionalismo epistemológico, modelo de

pensamiento afianzado en Occidente durante los siglos XVI y XVII; esto es: ambos

promueven la liberación de la conciencia de las ataduras del cuerpo y su consecuente

automatización mediante el uso de la razón técnica. Al respecto, hemos anticipado una

misma continuidad en el campo del desarrollo técnico occidental: a priori, supusimos,

debería ser igualmente cierto que los artefactos culturales favorecen, ellos también, una

exaltación de la mente inmaterial en detrimento del cuerpo material.

Así, hemos procurado comparar la ficción científica –identificada con la teoría

cíborg y el transhumanismo– y la realidad científica –los inventos técnicos que han sido

socialmente incorporados–. A partir de esta comparación, fue nuestro propósito

defender la hipótesis de que el desarrollo tecnológico está tendiendo, no tanto a la

negación del cuerpo, sino, más bien, a la configuración de una conciencia aumentada. Nuestra pregunta capital fue, en este sentido, la siguiente: ¿qué modelo conceptual –

respecto del vínculo que se establece entre el cuerpo y la mente– puede derivarse de las

características técnicas –y de los usos sociales asociados– de recursos técnicos que

median las relaciones humanas en las sociedades en las que predominan las condiciones

modernas de producción? En principio, hemos dicho que las propiedades técnico-sociales de los ingenios

contemporáneos –que hemos dado en llamar dispositivos protésicos de la mente– pareciera orientarse al desarrollo de prácticas que estimulan el uso de las funciones

cognitivas de la mente, actividades que tienen lugar, exclusivamente, en el dominio de

la corporalidad. En este punto, hemos incorporado el concepto de exocerebro propuesta

por Bartra: un conjunto de procesos culturales que funcionan como suplementos

extracorporales y que colaboran en el desarrollo de las capacidades perceptivas y

cognitivas del circuito somático cerebral. Desde esta perspectiva, hemos considerado

que los dispositivos protésicos de la mente operan como suplementos exógenos que

contribuyen a la expansión del exocerebro y que forman parte, en su calidad de prótesis,

de la estructura neurofisiológica del cerebro. En tal sentido, supusimos que las prótesis

culturales, antes de anular el cuerpo, establecen con él un vínculo de dependencia

estructural: cuerpo y mente pueden ser concebidos como los polos necesarios de una

relación dialéctica indisoluble.

Pues, bien, ¿cuál es la tendencia en el desarrollo occidental de la técnica? ¿Cuál

es el modelo conceptual que puede derivarse de la apropiación que hace el medio social

de esta clase de desarrollo? A partir del análisis propuesto, podemos sostener, pues, la

14

hipótesis de que los desarrollos técnicos contemporáneos se dirigen, no tanto a la

eliminación del cuerpo, sino a la configuración de una conciencia aumentada. Esta

concepción particular del vínculo mente-cuerpo supone que la mente incluye pero

también excluye lo corporal, vale decir, que a pesar de que las representaciones

simbólicas contenidas en los objetos culturales (pantallas, teléfonos, tabletas,

terminales, interfaces, etc.) operen en un espacio extrasomático –el exocerebro–, no obstante, a un mismo tiempo, forman parte de la organicidad. En tal sentido, aunque

externas, las representaciones culturales son partes anatómicas que establecen un

vínculo de dependencia estructural con el cerebro, y suponen, en tanto, una valoración

de la corporalidad como sustrato necesario para la existencia.

Es por supuesto difícil –en este y en cualquier otro punto de la historia– anticipar

la progresión real de la técnica, que veremos proyectar en el curso de las próximas

décadas. Al respecto, se multiplican hoy, acaso anticipadamente, los defensores de las

utopías tecnológicas, quienes proponen ideas más o menos radicales acerca del futuro

de una humanidad altamente tecnificada. En los hechos, sin embargo, las propuestas de

ciborgización y de descarga poshumana continúan siendo –a más de cincuenta años de

sus primeras manifestaciones– sueños ficcionales alejados de la realidad social

contemporánea. En el ámbito de la apropiación social –que define, en última instancia,

la incorporación de toda habilidad técnica al ámbito de la realidad tecnológica–

podemos decir, con suficiente fundamento que, aunque oculto, velado y silenciado (Le

Bretón), el cuerpo sigue siendo, en su calidad de sustrato, una necesidad ontológica

reivindicada.

15

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