Concilio Vaticano II Historia, líneas teológicas y balance actual

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Concilio Vaticano II: Historia, líneas teológicas y balance actual Juan Pablo Espinosa Arce 1. Introducción La monumental obra humana que representó el Vaticano II y el proceso de aggiornamento que este provocó, favoreció un profundo cambio de paradigmas teológicos, eclesiológicos y pastorales que aún repercuten en las comunidades. Lo que el Concilio propuso fue una revalorización de los aspectos históricos, de la cultura y de las ciencias humanas. Se hace en esto “un reconocimiento solemne de la modernidad en sus aspectos positivos” (Noemi, 2007, en línea), lo cual viene a ser una revolución en todo orden de cosas. Una Iglesia muchas veces dominada por un rechazo a las prácticas progresistas, es capaz de disponerse a escuchar cuál es el llamado que los creyentes hacen a los pastores de manera de poder crear nuevos lazos que respondan a las exigencias del mundo presente. Otro de los aspectos esencialmente positivos del Concilio fue el paso de una concepción de Iglesia jerárquica a una Iglesia bajo la imagen de Pueblo de Dios, en la cual los pastores estaban al servicio de los fieles, y en donde los fieles laicos obtuvieron ‘carta de ciudadanía’ y autonomía para vivir su fe. Por medio de este breve desarrollo, pretenderemos señalar algunos momentos de su desarrollo histórico, junto con evidenciar algunas líneas teológicas fundamentales, entre las que destacamos la teología de los signos de los tiempos y la teología del laicado con la preocupación en las cosas temporales que afectan su acción en el mundo. 2. Breves anotaciones históricas sobre el desarrollo del Concilio El desarrollo de este apartado, está tomado de la obra de J. Lenzenweger (1997) Historia de la Iglesia católica. El año 1958, fue elegido Papa el Cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, patriarca de Venecia, quien tomó el nombre Juan XXIII. El mayor propósito del pontificado de Roncalli fue la apertura al mundo, el desmontar el centralismo de la Iglesia y “abrir las puertas de par en par y (…) poner fin a la identificación de la Iglesia con el mundo occidental” (Lenzenweger: 1997: 549). Un año más tarde, el 25 de Enero de 1959, Juan XXIII anunció la celebración de un Concilio que buscaría la unidad entre los cristianos. Posteriormente, el 5 de Junio de 1960, se le daba oficialmente el nombre de Concilio Vaticano II, con la creación de diez comisiones preparatorias. El 25 de Diciembre de 1961, en la constitución Humanae Salutis de Juan XXIII, se fijaba que el Concilio se celebraría en Roma el año 1962, año en que se decidió que el día de inicio sería el 11 de Octubre del mismo. El Concilio, se desarrolló a lo largo de cuatro periodos de sesiones, comprendidas entre 1962 y 1965. En el intertanto, el 3 de Junio de 1963, fallecía Juan XXIII. Al mes, será elegido el Cardenal Giovanni Battista Montini, quien tomó el nombre de Pablo VI, y a quien se le encomendó la continuación de las sesiones y la clausura del Concilio. El Vaticano II concluyó solemnemente el día 8 de Diciembre de 1965. Las enseñanzas del Concilio, serían recogidas en 16 textos, a saber 4 constituciones, 9 decretos y 3 declaraciones. Los temas centrales de los documentos son: La divina revelación, la Iglesia, la sagrada liturgia, las Iglesias orientales católicas, el ecumenismo, las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, la actividad misionera de la Iglesia, el ministerio pastoral de los obispos, el ministerio y la vida de los presbíteros, la adecuada renovación de la vida religiosa, la formación sacerdotal, la educación cristiana de la juventud, la Iglesia en el mundo actual, la libertad religiosa, el apostolado de los seglares y los medios de comunicación social.

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Concilio Vaticano II: Historia, líneas teológicas y balance actual

Juan Pablo Espinosa Arce

1. Introducción

La monumental obra humana que representó el Vaticano II y el proceso de aggiornamento que este provocó, favoreció un profundo cambio de paradigmas teológicos, eclesiológicos y pastorales que aún repercuten en las comunidades. Lo que el Concilio propuso fue una revalorización de los aspectos históricos, de la cultura y de las ciencias humanas. Se hace en esto “un reconocimiento solemne de la modernidad en sus aspectos positivos” (Noemi, 2007, en línea), lo cual viene a ser una revolución en todo orden de cosas. Una Iglesia muchas veces dominada por un rechazo a las prácticas progresistas, es capaz de disponerse a escuchar cuál es el llamado que los creyentes hacen a los pastores de manera de poder crear nuevos lazos que respondan a las exigencias del mundo presente. Otro de los aspectos esencialmente positivos del Concilio fue el paso de una concepción de Iglesia jerárquica a una Iglesia bajo la imagen de Pueblo de Dios, en la cual los pastores estaban al servicio de los fieles, y en donde los fieles laicos obtuvieron ‘carta de ciudadanía’ y autonomía para vivir su fe. Por medio de este breve desarrollo, pretenderemos señalar algunos momentos de su desarrollo histórico, junto con evidenciar algunas líneas teológicas fundamentales, entre las que destacamos la teología de los signos de los tiempos y la teología del laicado con la preocupación en las cosas temporales que afectan su acción en el mundo. 2. Breves anotaciones históricas sobre el desarrollo del Concilio El desarrollo de este apartado, está tomado de la obra de J. Lenzenweger (1997) Historia de la Iglesia católica. El año 1958, fue elegido Papa el Cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, patriarca de Venecia, quien tomó el nombre Juan XXIII. El mayor propósito del pontificado de Roncalli fue la apertura al mundo, el desmontar el centralismo de la Iglesia y “abrir las puertas de par en par y (…) poner fin a la identificación de la Iglesia con el mundo occidental” (Lenzenweger: 1997: 549). Un año más tarde, el 25 de Enero de 1959, Juan XXIII anunció la celebración de un Concilio que buscaría la unidad entre los cristianos. Posteriormente, el 5 de Junio de 1960, se le daba oficialmente el nombre de Concilio Vaticano II, con la creación de diez comisiones preparatorias. El 25 de Diciembre de 1961, en la constitución Humanae Salutis de Juan XXIII, se fijaba que el Concilio se celebraría en Roma el año 1962, año en que se decidió que el día de inicio sería el 11 de Octubre del mismo. El Concilio, se desarrolló a lo largo de cuatro periodos de sesiones, comprendidas entre 1962 y 1965. En el intertanto, el 3 de Junio de 1963, fallecía Juan XXIII. Al mes, será elegido el Cardenal Giovanni Battista Montini, quien tomó el nombre de Pablo VI, y a quien se le encomendó la continuación de las sesiones y la clausura del Concilio. El Vaticano II concluyó solemnemente el día 8 de Diciembre de 1965. Las enseñanzas del Concilio, serían recogidas en 16 textos, a saber 4 constituciones, 9 decretos y 3 declaraciones. Los temas centrales de los documentos son: La divina revelación, la Iglesia, la sagrada liturgia, las Iglesias orientales católicas, el ecumenismo, las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, la actividad misionera de la Iglesia, el ministerio pastoral de los obispos, el ministerio y la vida de los presbíteros, la adecuada renovación de la vida religiosa, la formación sacerdotal, la educación cristiana de la juventud, la Iglesia en el mundo actual, la libertad religiosa, el apostolado de los seglares y los medios de comunicación social.

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3. Líneas teológicas del Concilio Vaticano II Tratar de realizar una detallada descripción de todas las líneas y orientaciones teológicas que se presentaron en el Concilio, es una empresa que por el objetivo de nuestro desarrollo no vendría al caso realizar. En función de la necesidad pastoral de nuestra publicación, hemos convenido pertinente realizar el detalle de solamente dos lineamientos teológicos, a saber, la teología de los signos de los tiempos y junto a ello, la teología del laicado y de las cosas temporales. 3.1 La teología de los signos de los tiempos La reflexión magisterial del Vaticano II que aborda el tema de los signos de los tiempos, está contextualizada desde la constitución pastoral Gaudium et Spes (GS) sobre la misión de la Iglesia en el mundo actual (1965). Los signos de los tiempos, la voz de Dios en la historia, comprendida y asumida como lugar teológico, son la gran propuesta que se ofrece al Pueblo de Dios, propuesta que figura como una invitación a escuchar la Palabra de Dios en medio de los acontecimientos históricos, los cuales nos van interpelando para generar una praxis de fe concreta. En primer lugar, debemos buscar la definición de lo que son los signos de los tiempos. Los ‘signos de los tiempos’, son “fenómenos que, a causa de su generalización y gran frecuencia, caracterizan a una época, y a través de los cuales se expresan las necesidades y las aspiraciones de la humanidad presente” (González Carvajal: 1987: 27), a lo que añadimos que “no son hechos aislados, episódicos, eventuales, personales, sino procesos históricos generalizados que anticipan tiempos mejores e implican un consenso colectivo” (Casale: 2011: 39) En relación a la reflexión teológica que el Concilio realizó sobre los signos de los tiempos, quisiéramos primero traer el mensaje con el cual Juan XXIII convoca el Concilio. El documento es Humanae Salutis, promulgado en la navidad de 1961. En él se expone lo siguiente:

“Preferimos poner toda nuestra firme confianza en el divino Salvador de la humanidad, quien no ha abandonado a los hombres por Él redimidos. Mas aún, siguiendo la recomendación de Jesús cuando nos exhorta a distinguir claramente los signos de los tiempos (Mt 16,3) Nos creemos vislumbrar, en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir esperanzas de tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad” (Humanae Salutis 4).

Lo que el papa Juan considera al momento de vislumbra los signos de la época presente, es un optimismo que versa sobre la esperanza de tiempos mejores para la Iglesia y el mundo. Con el mensaje de convocación del Concilio, se abre una nueva puerta de desarrollo para la eclesiología y la acción pastoral. Ahora el paradigma ya no es el de un recelo por lo secular, sino que es una mirada positiva, ya que en este mundo podemos encontrar la presencia de Dios actuando a favor de los hombres aún en medio de las tinieblas que lo caracterizan. Se juega esa dicotomía entre gracia y pecado, entre el signo del antirreino y el signo mesiánico de la salvación. Es lo que la Iglesia está llamada a discernir en los signos de los tiempos. En el marco ya del inicio del Concilio, el gran documento que rescatará este nuevo paradigma teológico será la Gaudium et Spes, la cual quiere abordar “el gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos” (GS 1). Es gracias a la Constitución Pastoral que se “pone a la Iglesia a la escucha de la voz de Dios en la historia” (Costadoat, 2007, en línea). La idea de ponerse a la escucha de la Palabra de Dios mediante la comprensión de sus signos, se ha convertido en el gran lei motiv de la

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época post conciliar. La Iglesia entonces asume una conciencia histórica para dar respuesta a la “legitimidad del problema de una interpretación teológica del presente” (Noemi, 2007, en línea) Veamos pues los dos puntos fundamentales en que se trata la categoría teológica de signos de los tiempos en Gaudium et Spes. El primer número que vamos a revisar es el número 4, el cual dice que

“para cumplir esta misión (ponerse al servicio del hombre) es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas” (GS 4)

Cuando Gaudium et Spes habla de las preguntas por el sentido de vida presente, se hace referencia a la crisis de sentido y de esperanza que vive el mundo actual, la cual afecta especialmente a los más vulnerables. Los pobres, oprimidos por los sistemas económicos, políticos o de falta de oportunidades, se preguntan ¿hasta cuándo? Hay un sentimiento de angustia colectiva, de descontento generalizado que obliga a la Iglesia el replantearse su misión en cuanto ser testigo de la esperanza. El segundo número que nos interesa, está contenido en el punto 11 de Gaudium et Spes. Nos dice la Constitución Pastoral:

“El pueblo de Dios, movido por la fe, según la cual cree que, en medio de los acontecimientos, exigencias y deseos de que participa juntamente con los hombres de nuestro tiempo, es conducido por el Espíritu del Señor que llena el universo, se esfuerza por discernir en todas estas cosas cuáles son los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios” (GS 11)

Lo que GS expone en este punto es “un nexo entre la realidad de Dios y la del tiempo” (Noemi, 2007, en línea). Ambas se constituyen, ya que Dios al ser el creador del tiempo va haciéndose presente en él. Si en GS 4 hubo un movimiento ascendente, desde la mirada del hombre hacia la búsqueda de respuestas en Dios, ahora en GS 11, se provoca un movimiento “descendente, desde la fe a los signos verdaderos de la presencia o designio de Dios” (Noemi, 2007, en línea). Es lo que provoca el actuar del Espíritu dentro del corazón y de la inteligencia del hombre, al momento de buscar la presencia de Dios en la historia del mundo. Los signos de la presencia o de los planes de Dios tendrán su máxima cercanía en la persona de Jesús, salvador de los hombres y signo de los tiempos por excelencia. 3.2 Teología del Laicado y de las realidades temporales Lo primero que debemos hacer antes de adentrarnos en la línea teológica que expondremos en este apartado, es conocer cuál es la concepción que se tiene de la palabra laico. Dice Congar (1960) que “nuestra palabra laico está ligada pues a una palabra que, en el lenguaje judío, luego cristiano, designaba propiamente al pueblo consagrado, por oposición a los pueblos profanos (…) No hay, pues, en ninguna parte del vocabulario del Nuevo Testamento, una distinción entre laicos y clérigos” (10)1.

1 Las palabras originales en griego eran el laós, “y señala expresamente el Pueblo de Dios, distinto de las

naciones, los goims” (Congar:1960:9)

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Por su parte, el Vaticano II, entiende que los laicos son

“todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (LG 31)

La teología el laicado, viene a presentarse como un quiebre eclesiológico, ya que antes del Vaticano II, la imagen que se tenía de lo que era la Iglesia, era una dominada solamente desde la imagen del clero y la jerarquía. Pero avances notables de un cambio de comprensión y de paradigmas eclesiológicos, se vinieron sucediendo incluso antes del mismo Concilio. En el discurso “Potenza e inlusso della Chiesa per la verace restaurazione del mondo” de Pío XII, fechado el 20 de febrero de 1946, el pontífice sostiene:

“Los fieles, y más concretamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la Iglesia; para ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por eso ellos, especialmente ellos, deben tener siempre más clara conciencia, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia” (Citado en Spiazzi: 1961: 29-30).

La revalorización del laicado, fue una consecuencia de una serie de movimientos políticos, sociales, religiosos y culturales, por medio de los cuales se favorecieron “las condiciones históricas en que tanto la recuperación de la conciencia eclesial del laicado como la profunda investigación teológica de su acción y de su presencia en la Iglesia eran de actualidad y respondían a requerimientos, esperanzas y necesidades” (Spiazzi: 1961: 14) Teniendo esto como preparación magisterial y en vistas a la atención de responder a la necesidad de incorporar de una manera activa a los laicos, la constitución Lumen Gentium sobre la Iglesia, dedica un capítulo completo (IV) a la identidad y al rol del laicado en la Iglesia. Dice el documento conciliar que “los sagrados pastores conocen perfectamente cuánto contribuyen los laicos al bien de la Iglesia entera” (LG 30) En esto, se señala también que

“a los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios (…) contribuyan a la santificación del mundo (…) y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad” (LG 31)

En relación a la misión que los laicos tienen en el mundo, el Concilio expone que su apostolado “es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia” (LG 33), a lo que se agrega que “incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra” (LG 33) La relación que quisimos establecer en este apartado, era tratar de vislumbrar cuál es la concatenación que el Concilio establece entre laicado y realidades temporales. En Lumen Gentium, se nos dice:

“los laicos, incluso cuando están ocupados en los cuidados temporales, pueden y deben desplegar una actividad muy valiosa en orden a la evangelización del mundo (…) por ello, dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la verdad revelada y pida a Dios con instancia el don de la sabiduría” (LG 35).

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La Evangelización del mundo, supone la implantación de los valores evangélicos con el propósito de humanizar las estructuras sociales, políticas, económicas, educacionales y culturales. Así, se potenciará el lugar propio de la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, el cual radica en ser el centro de los esfuerzos realizados en las realidades temporales. 4. Balance actual En esta última reflexión, retrotraemos el mensaje final del Concilio que dirigió a toda la humanidad. El objetivo futuro que el Vaticano II tuvo, se contiene en haber realizado

“el llamamiento imperioso de los pueblos para una mayor justicia, en su voluntad de paz, en su sed, consciente o inconsciente, de una vida más elevada: la que precisamente la Iglesia de Cristo puede y quiere darles” (Mensaje Final, Introducción I)

¿Qué fue realmente lo que provocó el Concilio? El proceso del aggionarmiento, de la primavera eclesial, hizo que se comenzara a hacer una nueva forma de Iglesia, esta vez centrada en la pastoral, en el rescate del papel protagónico de los laicos, en la revalorización de la historia, en la preocupación por la liturgia, la forma de estudiar y acercarse a la Escritura, y el diálogo ecuménico con las Iglesias no cristianas. El Vaticano II, “no fue fundamentalmente un acontecimiento histórico, sino un cambio de paradigma que transformó la Iglesia católica. El papa Juan XXIII vivió un aggionarmiento, una actualización de la identidad de la Iglesia y, sobre todo, de su relación con el mundo” (Dôring: 2012: 218) El Concilio nos obliga a proponer nuevos lenguajes teológicos más encarnados, más históricos, fundados en la experiencia de los creyentes, “para comunicar el Evangelio de una manera comprensible y creíble, de manera que el mensaje cristiano llegara a todo ser humano en su contexto social y cultural” (Dôring: 2012: 218) Las estructuras simbólicas y de sentido que se nos exige luego del acontecimiento conciliar, deben estar sustentadas en la teología, la iglesia y la fe, de manera de “desarrollar una especial sensibilidad, casi un sentido, para llegar a constituirse en la interpretación del tiempo y sus signos” (Casale: 2012: 475) Finalmente, nos queremos quedar con la importancia de esta lectura de los signos y de la historia en la cual podemos encontrar la presencia del Dios peregrino, del Emmanuel, de “Aquel Otro (Jesucristo extrovertido espiritualmente” (Casale: 2012: 475). Las generaciones posteriores al acontecimiento conciliar, las cuales traen toda la carga de una Iglesia renovada, son las que deben seguir provocando el aggionarmiento del papa Juan. A los jóvenes se les necesita capacitar

“para que acepten la historia como un lugar en que se revela la presencia de Dios; para que se armen de una aptitud crítica y de unos ojos dispuestos para ver las magnalia Dei en la historia; y para que capten en los acontecimientos los signos de Dios que, como creador y redentor ha hecho historia revelándose y se ha colocado dentro de ella” (Bucciarelli: 1974: 164).

El Concilio nos sigue imponiendo desafíos. La primavera eclesial no puede transformarse en un invierno sin sentido, en donde el gran sueño del Papa Roncalli quede infecundo. Debemos seguir caminando como Iglesia, en espíritu de renovación y conversión permanente, siendo testigos e instrumentos del Dios de la historia.

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Bibliografía

- Bucciarelli, C (1974) Realidad juvenil y catequesis. Madrid: Central Catequística Salesiana.

- Casale, C. (2011). Discernir la acción de Dios en la historia. Revista Mensaje, 601, 357-

361.

- Casale, C (2012) El carácter pastoral del Vaticano II. Revista Mensaje, 613, 473-475.

- Congar, Y (1960) ¿Qué es un laico?. Buenos Aires: Heroica

- Costadoat, J (2007). Los signos de los tiempos en la teología de la liberación. Teología y

vida, XLVIII, 399-412.

- Dôring, R (2012) El Concilio ¿antes o después de mí?. Revista Mensaje, 609, 217-219.

- González-Carvajal, L. (1987). Los signos de los tiempos. Santander: Sal Terrae.

- Lenzenweger, J; Stockmeier, P; Amon, K; Zinnhobler, R (1997) Historia de la Iglesia Católica. Barcelona: Herder.

- Noemi, J (2007) En la búsqueda de una teología de los signos de los tiempos. Teología y vida, XLVIII, 439-447.

- Spiazzi, R (1961) El laicado en la Iglesia. Barcelona: Herder

- http://www.vatican.va/holy_father/john_xxiii/apost_constitutions/documents/hf_j-xxiii_apc_19611225_humanae-salutis_sp.html