Conflictos sociales en Navarra (1875-1895)

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PRÓLOGO Aborda Marisol Martínez Caspe en este libro el análisis del mundo rural navarro durante las dos primeras décadas de la Restauración borbónica. Y lo hace desde la óptica, tan atractiva como útil, de la conflictividad social entrando así de lleno en una de las caras poco conocidas de aquel periodo, de apariencia política tranquila tras la finalización de la guerra civil en 1876. Adelantemos ya que para la autora describir los años de gobierno conservador o liberal como tranquilos y apaciguados es claramente un exceso contra el que se rebela, pues la vida cotidiana estuvo marcada por una extrema dureza no exenta del ejercicio puntual de la violencia física: salarios raquíticos, frecuente suspensión de libertades fijadas en la constitución, merma del patrimonio y endeudamiento municipal, o escasez de trabajo eran algunos de los aspectos de la vida diaria del campesino. Nunca mejor que durante esa fase de la Restauración pudo ser elaborado el tópico de la dualidad existente entre la historia política, considerada bajo el prisma de la “normalidad” política que trajo el sistema canovista, y la historia social, en la que el mundo campesino sobreviviría resignado, apático a la acción política, ajeno a revueltas y convulsiones sociales reseñables. Trabajos como éste que reseñamos vienen a demostrar lo contrario. Gracias a ellos sabemos ya que esa imagen pacífica del último cuarto del siglo XIX es ficticia y que la idea de la existencia de cierta paz social en los ámbitos agrarios casa mal con la presión intensa ejercida por los caciques locales, con una legislación tremendamente punitiva ante cualquier infracción que afectara a la propiedad y, por último, con la actividad de la Guardia Civil y en caso extremo del ejército contra cualquier alteración importante del orden burgués. Es por ello que uno de los objetivos perseguido por los investigadores ha sido revelar la constitución y el funcionamiento social de esa pax restauracionista. Conforme se ha penetrado en el complejo espacio de las relaciones en el mundo campesino se ha puesto en cuestión esa supuesta estabilidad social dando cuenta, en su lugar, de la explotación económica, el sometimiento y la marginación política en la que vivían amplias capas de la población. Las respuestas campesinas ante esa situación de violencia permanente no podían ser homogéneas geográfica ni socialmente pues la heterogeneidad misma del campesinado resulta evidente. A todas ellas las enmarcó la carencia de organizaciones legales ya que hasta 1887 no quedó aprobada la ley de asociaciones, e incluso a partir de esa fecha la expansión de las ideologías de reforma y de cambio vinculadas a planteamientos anarquistas o socialistas siguió siendo nula en Navarra; cuando, a pesar de no poder contar con organizaciones propias, los campesinos se alzaron en protesta fueron reprimidos sin contemplaciones. Respecto a este punto, con todo, hay que hacer una reflexión de fondo ya que si bien autoridades, jueces y cuerpos armados se impusieron al campesinado, no significa que determinados sectores de entre éstos carecieran de protagonismo. Los campesinos movilizados configuraron elementos ideológicos suficientes con los que poder entender su situación, contaron con líderes naturales que impulsaron acciones colectivas para reivindicar los bienes comunales o mejores salarios, y, sobre todo, aprendieron de las experiencias de sus acciones por mucho que fueran derrotados y castigados. El mundo burgués, propietario, conservador, tuvo muchas bazas en la mano para combatir esa expresión de lucha social desde la violencia física de las fuerzas armadas para la defensa de ese orden hasta el poder manifiesto de los grandes propietarios y campesinos acomodados que controlaban de manera prolija las relaciones socioeconómicas en el ámbito local. Pero quizás el instrumento eficaz dirimente de las luchas sociales a favor de los poderosos fue la aplicación de la justicia y de las leyes a cualquier acto de insubordinación del campesinado. La tipificación como acto delictivo de cualquier ocupación de tierra, o la intromisión en los acotados de caza, robo de leña, etc, (entre una amplia gama de acciones punibles) supuso la penalización y castigo del infractor. La historia que narra este libro trata precisamente de iluminar esa otra cara de la realidad, la de las luchas sociales de sectores del campesinado navarro desde la difícil coyuntura de posguerra hasta el impacto de la crisis agraria finisecular. En ella, tan importante como la descripción y la cuantificación de las luchas populares se hace hincapié en la importancia de la adquisición de experiencias personales y colectivas que poco a poco irán madurando y conformando el potente movimiento comunero que vino después. Pues éste tendría un protagonismo inequívoco en la vida societaria, en el ámbito político local y en el desarrollo de los enormes movimientos sociales que reivindicaron reformas en el mundo agrario y que se produjeron a lo largo de las primeras décadas del siglo veinte. En el movimiento comunero residiría, en buena medida, la base electoral republicana y socialista ante el reclamo de la promulgación de la ley de reforma agraria prometida en 1931. De esta manera, la historia que se trata en las siguientes páginas conforma uno de los primeros peldaños de la historia de los movimientos sociales con base campesina en nuestro territorio; un conjunto de problemas, actividades, actuaciones, conflictos, etc.,

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Prólogo de Emilio Majuelo. Ensayo y Testimonio nº 117 Idioma Español Año 2011 392 páginas ISBN: 978-84-7681-694-3

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PRÓLOGO

Aborda Marisol Martínez Caspe en este libro el análisis del mundo rural navarro durante las dos primeras décadas de la Restauración borbónica. Y lo hace desde la óptica, tan atractiva como útil, de la conflictividad social entrando así de lleno en una de las caras poco conocidas de aquel periodo, de apariencia política tranquila tras la finalización de la guerra civil en 1876. Adelantemos ya que para la autora describir los años de gobierno conservador o liberal como tranquilos y apaciguados es claramente un exceso contra el que se rebela, pues la vida cotidiana estuvo marcada por una extrema dureza no exenta del ejercicio puntual de la violencia física: salarios raquíticos, frecuente suspensión de libertades fijadas en la constitución, merma del patrimonio y endeudamiento municipal, o escasez de trabajo eran algunos de los aspectos de la vida diaria del campesino.

Nunca mejor que durante esa fase de la Restauración pudo ser elaborado el tópico de la dualidad existente entre la historia política, considerada bajo el prisma de la “normalidad” política que trajo el sistema canovista, y la historia social, en la que el mundo campesino sobreviviría resignado, apático a la acción política, ajeno a revueltas y convulsiones sociales reseñables. Trabajos como éste que reseñamos vienen a demostrar lo contrario. Gracias a ellos sabemos ya que esa imagen pacífica del último cuarto del siglo XIX es ficticia y que la idea de la existencia de cierta paz social en los ámbitos agrarios casa mal con la presión intensa ejercida por los caciques locales, con una legislación tremendamente punitiva ante cualquier infracción que afectara a la propiedad y, por último, con la actividad de la Guardia Civil y en caso extremo del ejército contra cualquier alteración importante del orden burgués.

Es por ello que uno de los objetivos perseguido por los investigadores ha sido revelar la constitución y el funcionamiento social de esa pax restauracionista. Conforme se ha penetrado en el complejo espacio de las relaciones en el mundo campesino se ha puesto en cuestión esa supuesta estabilidad social dando cuenta, en su lugar, de la explotación económica, el sometimiento y la marginación política en la que vivían amplias capas de la población.

Las respuestas campesinas ante esa situación de violencia permanente no podían ser homogéneas geográfica ni socialmente pues la heterogeneidad misma del campesinado resulta evidente. A todas ellas las enmarcó la carencia de organizaciones legales ya que hasta 1887 no quedó aprobada la ley de asociaciones, e incluso a partir de esa fecha la expansión de las ideologías de reforma y de cambio vinculadas a planteamientos anarquistas o socialistas siguió siendo nula en Navarra; cuando, a pesar de no poder contar con organizaciones propias, los campesinos se alzaron en protesta fueron reprimidos sin contemplaciones. Respecto a este punto, con todo, hay que hacer una reflexión de fondo ya que si bien autoridades, jueces y cuerpos armados se impusieron al campesinado, no significa que determinados sectores de entre éstos carecieran de protagonismo. Los campesinos movilizados configuraron elementos ideológicos suficientes con los que poder entender su situación, contaron con líderes naturales que impulsaron acciones colectivas para reivindicar los bienes comunales o mejores salarios, y, sobre todo, aprendieron de las experiencias de sus acciones por mucho que fueran derrotados y castigados.

El mundo burgués, propietario, conservador, tuvo muchas bazas en la mano para combatir esa expresión de lucha social desde la violencia física de las fuerzas armadas para la defensa de ese orden hasta el poder manifiesto de los grandes propietarios y campesinos acomodados que controlaban de manera prolija las relaciones socioeconómicas en el ámbito local. Pero quizás el instrumento eficaz dirimente de las luchas sociales a favor de los poderosos fue la aplicación de la justicia y de las leyes a cualquier acto de insubordinación del campesinado. La tipificación como acto delictivo de cualquier ocupación de tierra, o la intromisión en los acotados de caza, robo de leña, etc, (entre una amplia gama de acciones punibles) supuso la penalización y castigo del infractor.

La historia que narra este libro trata precisamente de iluminar esa otra cara de la realidad, la de las luchas sociales de sectores del campesinado navarro desde la difícil coyuntura de posguerra hasta el impacto de la crisis agraria finisecular. En ella, tan importante como la descripción y la cuantificación de las luchas populares se hace hincapié en la importancia de la adquisición de experiencias personales y colectivas que poco a poco irán madurando y conformando el potente movimiento comunero que vino después. Pues éste tendría un protagonismo inequívoco en la vida societaria, en el ámbito político local y en el desarrollo de los enormes movimientos sociales que reivindicaron reformas en el mundo agrario y que se produjeron a lo largo de las primeras décadas del siglo veinte. En el movimiento comunero residiría, en buena medida, la base electoral republicana y socialista ante el reclamo de la promulgación de la ley de reforma agraria prometida en 1931.

De esta manera, la historia que se trata en las siguientes páginas conforma uno de los primeros peldaños de la historia de los movimientos sociales con base campesina en nuestro territorio; un conjunto de problemas, actividades, actuaciones, conflictos, etc.,

que viene a complementar lo expuesto sobre esas mismas cuestiones por otros investigadores de la historia social sobre los periodos de la segunda restauración (1902-1923), la dictadura primorriverista (1923-1930) y la segunda república (1931-1936). Con ello se recupera a un protagonista decisivo en aquel periodo, el campesinado, y se nos ofrece una nueva e importante entrega de nuestra historia contemporánea.

Emilio Majuelo