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LLa poesía de Mario Benedetti está marcada por el
signo de la comunicación con los lectores. El hilo
que no se pierde nunca en ella, la energía que
nunca desfallece es ésa, la voluntad comunicativa.
El Benedetti mejor es el que consigue comunicación y
emoción, complicidad y estímulo inteligente. El Benedetti
menos bueno es un poeta que, en los poemas más oca-
sionales, que desde luego no faltan en ningún autor, aún
en esos casos, no deja de revelar la claridad y la cohe-
rencia de su poética, la prioridad comunicativa.
No es casual que en 1972, cuando decidió tomar el
pulso a la poesía que se estaba escribiendo en lengua
española en ese momento, publicando diez entrevistas
con otros tantos poetas, titulara el libro que las reunía
Los poetas comunicantes. Los nombres son también
por sí mismos una declaración de principios y un pano-
rama de la poesía latinoamericana de los años 70: Ni-
canor Parra, Gonzalo Rojas, Roberto Fernández Reta-
mar, Eliseo Diego, Ernesto Cardenal, Juan Gelman,
Jorge Enrique Adoum, Carlos María Gutiérrez, Idea Vi-
lariño y Roque Dalton.
Hay en la poesía de Benedetti, leída en su conjunto,
una textura de honestidad que la recorre desde los
primeros poemas, los de Solo mientras tanto, hasta
los últimos, los de Canciones del que no canta, una ex-
posición abierta y diáfana de sus armas verbales y de
sus armas éticas y políticas que nunca lleva a engaño.
El Benedetti que escribe poemas de amor y el que
aborda cuestiones de justicia social, los dos grandes
temas de su poesía, a menudo, por cierto, enlazados
audazmente en las mismas estrofas, es un ciudadano
de su tiempo, enraizado en su tiempo, plenamente
consciente y crítico con las circunstancias históricas
que le han tocado vivir, y que, tal y como declaró en
una entrevista, no escribe “para el lector que vendrá,
sino para el que está aquí, poco menos que leyendo el
texto por sobre mi hombro”.
Ese sentido de radical contemporaneidad de sus poe-
mas, es gobernado construyendo a la vez una figura
pública que reedita la del poeta comprometido de
proyección latinoamericana, referente y clarificador
de lo que ocurre en el mundo, algo así como un Ne-
ruda más modesto, y trabajando paralelamente en la
creación y en los desarrollos del “moderno poema
popular”.
Lo que su biógrafa Hortensia Campanella en su reco-
mendable libro Mario Benedetti: un mito discretísimo,
ha llamado “el despertar del hombre político” tuvo lu-
gar, según afirma, en 1959, el año de la revolución
cubana. En 1960 Benedetti escribe un ensayo sobre
la indiferencia de sus compatriotas ante la injusticia
social, El país de la cola de paja, que marcó las claves
de actuación de su actitud cívica desde aquel momen-
to, guiada por la llamada afable pero enérgica al senti-
do de la responsabilidad de sus conciudadanos.
Con Mario Benedetti
CLARIDAD
·OTOÑO/IN
VIERNO
2009
·CUARTA
ETAPA
Cul
turaLuis Muñoz
Poeta
Algunos años más tarde (1967), las ideas
políticas y la acción vital se encontraron en
un mismo punto al instalarse en Cuba para
hacerse cargo del Centro de Investigaciones
Literarias de la Casa de las Américas en La
Habana. En aquel país, además de la orga-
nización de muy diversas actividades cultu-
rales, que tuvieron una repercusión inme-
diata, ejerció la crítica desde dentro, desde
la complicidad con las ideas maestras de la
revolución, entendiendo que ésa era una
forma eficaz y profunda de defenderla.
Después de su estancia en Cuba, Bene-
detti residió en La Argentina, Perú, Méxi-
co y España. Su conocimiento directo y
atento de la realidad de esos países, en
los que desempeñó sobre todo trabajos de
escritor y periodista, destilaron, a la vez
en él, dos formas de conciencia íntima-
mente ligadas, que resultaron extraordina-
riamente ricas para su literatura, la con-
ciencia de ciudadano latinoamericano y la
conciencia de exiliado. Su modo de afron-
tar el exilio se convirtió en un ejemplo esti-
mulante para quienes se encontraban en
su misma situación y para quienes discu-
rrían sobre la compleja y dramática cues-
tión de los exilios. En una entrevista conce-
dida en 1980 declaraba: “Como cualquier
otro exiliado, sobrellevo mi cuota de frus-
tración y de nostalgia, pero intento conver-
tir el exilio en algo vital, no en algo enfermi-
zo”. Y a continuación: “La única receta que
me he aplicado a mí mismo (y que aconsejo
a los demás exiliados) es trabajar. Sentirse
socialmente necesarios, darse a la gente
del país donde uno está viviendo”.
En España, adonde no dejó de volver y don-
de conservó una casa hasta el final de sus
días, fue un escritor más y un intelectual
opinante que defendió su derecho a expre-
sar públicamente sus ideas, lo que le valió
más de un conflicto en las páginas de los
periódicos con escritores españoles como
Juan Goytisolo y José Ángel Valente.
La construcción de un “moderno poema
popular”, acepción tomada de la que Ma-
llarmé usó para caracterizar a la prensa
de su tiempo, es la gran tarea de Bene-
detti. Su poesía completa, reunida en los
distintos tomos de Inventario publicados
en España por la editorial Visor, es una
aventura verbal que parece exprimir todas
las posibilidades expresivas de una forma
de concebir la poesía en la que los recur-
sos de estilo, que son muy abundantes y
muy juguetones, desembocan siempre en
poemas de apariencia sencilla. Los ecos de
palabras, los símiles, las metáforas, se or-
ganizan como elementos de una superficie
cristalina. La manera, tan poco aparatosa,
de poner una y otra vez, el dedo en la llaga
de lo emocional, en muchas ocasiones en
lo paradógico-emocional, hace que sus poe-
mas, tan recordados y tan asimilados, lo-
gren una suerte de anonimato feliz, ese pa-
raíso soñado de los poemas populares.
Como todo discurso poético consistente, el
suyo se edifica sobre una base teórica, que
no dejó de defender y desarrollar durante
toda su vida. Se miró en la tradición de la
poesía popular, que arranca con los cancio-
neros y los romanceros medievales, y la
enfocó sobre la realidad más inmediata
–salpimentada por las noticias, los aconte-
cimientos políticos y las encrucijadas socia-
les–-, en la que resuenan los ecos de la can-
ción popular del siglo XX, sobre todo el tango
y el bolero. Entre las ideas que animaron su
trabajo está la de conocer, como lector y
como oyente, los efectos de las canciones
populares, su sentido profundo y su fragan-
cia. En su ensayo “Algunas formas subsidia-
rias de la penetración cultural” escribe:
“Cuando esas ventanas-canciones se abren,
es como si circulara por el sórdido callejón
de nuestras miserias, una corriente sana,
un aire puro, algo que de algún modo nos
oxigena y nos ayuda a cumplir con dignidad
y con valor esa dura tarea que es vivir, sim-
plemente vivir, en esta América”.
En su último libro, Canciones del que no
canta, ya muy tocado por el fallecimiento
de su esposa Luz, publicó un último poe-
ma titulado “Epílogo”, en el que recuerda
la última mirada que ella le dirigió antes
de morir y en el que avanza, con la clari-
dad y la vibración comunicativa que fluye
en toda su obra, una breve y emocionante
despedida: “y así una noche llegaré en si-
lencio/al borde de mi último destino”.
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