conoció a Guillermo Bailina, que será uno de sus grandes...
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Explorando a biblioteca de Wenceslao
El señor de Bembibre, Enrique Gil y Carrasco
En los últimos años, ha aparecido una horda de escr
conoció a Guillermo Bailina, que será uno de sus grandes amigos, y a su hermana Juana,
musa de sus primeros escritos.
En 1836, tras el descubrimiento de un nuevo desfalco por parte de su padre,
Enrique se traslada a Madrid, donde se matricula en sexto de derecho. Las dificultades
económicas hacen que tenga que malvivir en un albergue de la calle Segovia. Esta huida
supone una ruptura absoluta con su familia, especialmente con su padre, que fallece en
el año 1837 y a cuyo entierro Enrique no asiste. Empieza a frecuentar la tertulia de El
Parnasillo, grupo literario que se reunía en el café del Príncipe, y allí entabla relación
con personajes como Espronceda y Larra. Será Espronceda el primero el que dé a
conocer la obra literaria de Enrique con la lectura del poema “Una gota de rocío”, en
diciembre de 1837. Este poema es buena muestra del carácter pesimista y retraído de
Gil y Carrasco, y obtuvo los aplausos del público.
Gota de humilde rocío
delicada,
sobre las aguas del río
columpiada.
La brisa de la mañana
blandamente,
como lágrima temprana
transparente,
mece tu bello arrebol
vaporoso
ente los rayos del sol
cariñoso.
¿Eres, di, rico diamante
del Golconda
que en cabellera flotante
dulce y blonda
trajo una Sílfide indiana
por la noche,
y colgó en hoja liviana
como un broche?
¿Eres lágrima perdida
que mujer
olvidada y abatida
vertió ayer?
¿Eres alma de algún niño
que murió
y que el materno cariño
demandó?
¿O el gemido de expirante
juventud
que traga pura y radiante
el ataúd?
¿Eres tímida plegaria
que alzó al viento
una virgen solitaria
en un convento?
¿O de amarga despedida
el triste adiós,
lazo de un alma partida,
¡ay!, entre dos?
Quizá tu frágil belleza,
quizá tus dulces colores,
tus cambiantes y pureza,
y tu esbelta gentileza,
tus fantásticos albores,
son imágenes risueñas
de contento y de ventura,
son citas de una hermosura,
son las tintas halagüeñas
de alguna mañana pura.
Que acaso bella te alzaste
entre el cantar de las aves
y magnífica ostentaste
tu púrpura y oro suaves,
y con ellos te ensalzaste;
que acaso en cuna de flores
viste la lumbre de día,
y blando soplo de amores
te llevó una noche umbría
en sus alas de colores.
Y en la rama suspendida
de un almendro floreciente
oíste trova perdida,
en el perfumado ambiente
por los ecos repetida.
Ruiseñor enamorado
cantaba encima de ti,
y junto al tronco arrugado
oíste un beso robado
a unos labios de rubí.
Misterios y colores y armonías
encierras en tu seno, dulce ser,
vago reflejo de las glorias mías,
tímida perla que naciste ayer.
Pero es tan frágil tu existencia hermosa
y tu espléndida gala tan fugaz
que es un vapor tu púrpura vistosa
que quiebra el ala de un insecto audaz.
Mañana ¿qué será de tus encantos,
de tus bellos matices, pobre flor?
No habrá pesares para ti, ni llantos,
ni más recuerdo que mi triste amor.
Si tu vida fue un soplo de ventura,
si reflejaste el celestial azul,
no caigas, no, sobre esta tierra impura
desde tu verde tronco de abedul.
Pídele al sol que con su rayo ardiente
disipe por los aires tu vivir
o a un pájaro de pluma reluciente
que recoja en su pico tu zafir.
Que no naciste tú para este suelo,
para trocar en lodo tu beldad;
tú, más baja que espíritu del cielo,
más alta que la humana vanidad.
Quédate ahí pendiente de tu rama
cual blanco mensajero de oración,
que sólo verte la esperanza inflama
y alienta al quebrantado corazón.
Quizá al pasar un ángel solitario
te cubrirá con su ala virginal…
Si caes envolverá frío sudario
tu forma vaporosa y celestial.
Apadrinado por tan importante personaje, pronto empezará Gil y Carrasco a
publicar sus poemas en diversos periódicos, tales como El Español y No me olvides.
También publica asiduamente, en prosa y verso, en El Correo Nacional, donde realiza
también crítica teatral y publica por entregas su primera novela (Anochecer en San
Antonio de la Florida, 1838), El Liceo Artístico y Literario, El Semanario Pintoresco
Español.
Se convierte en miembro del Liceo de Madrid, y asiste a diversos actos
relacionados con esta institución, como el entierro de Espronceda. Firma también en el
libro de poesías que se le entrega a la regente María Cristina y está presente en la
inauguración del nuevo local de la asociación, en el palacio de Villahermosa.
En 1839 se le agrava una tuberculosis que venía arrastrando de tiempo atrás, y
regresa a Ponferrada. Durante su convalecencia escribe su segunda novela, El lago de
Carucedo, que envía a Mesonero Romanos y éste la publica en 1840 en el Semanario
Pintoresco. Este mismo año obtiene un puesto de ayudante segundo en la Biblioteca
Nacional, gracias a la intercesión de su amigo Espronceda, gracias al cual puede
recopilar información sobre la Orden del Temple que le será útil para escribir El señor
de Bembibre.
Entre 1841 y 1843 se dedica por entero a la redacción de esta obra y de gran
número de artículos de costumbres. La muerte de Espronceda en mayo de 1842 supone
un duro golpe para él y le dedica un sentido panegírico, tras la composición del cual
abandona durante algún tiempo su actividad literaria:
¿Y tú también, lucero milagroso,
roto y sin luz bajaste
del firmamento azul y esplendoroso,
donde en alas del genio te ensalzaste?
¡Gloria, entusiasmo, juventud, belleza,
de tu gallardo pecho la hidalguía
¿cómo no defendieron tu cabeza
de la guadaña impía?
¿Cómo, cómo en el alba de la gloria,
en la feliz mañana de la vida,
cuando radiantes páginas la historia
con solicita mano preparaba,
súbito deshojó tormenta brava
esta flor de los céfiros querida?
………………………………………………
Águila hermosa que hasta el sol subías,
que los torrentes de su luz bebías,
y luego en raudo vuelo
rastro de luz e inspiración traías
al enlutado suelo;
¿Quién llevará las glorias españolas
por los tendidos ámbitos del mundo?
¿Quién las hambrientas olas
del olvido y su piélago profundo
bastará a detener? Tus claros ojos
no lanzan ya celestes resplandores:
fríos yacen tus ínclitos despojos;
faltó el impulso al corazón y alma,
en las ramas del sauce de tu tumba
en el arpa enmudeció de los amores,
y de tu noche en el silencio y calma
trémula y dolorida el aura zumba!
……………………………………………..
¡Y yo te canto, pájaro perdido,
yo a quien tu amor en sus potentes alas
sacó de las tinieblas del desierto,
que ornar quisiste con tus ricas galas,
que gozó alegre en tu encumbrado nido
de tus cantos divinos el concierto!
¿Qué tengo yo para adornar tu losa?
Flores de soledad, llanto del alma,
flores ¡ay! Sin fragancia deleitosa,
hiedra que sube oscura y silenciosa
por el gallardo tronco de la palma.
¡Oh, mi Espronceda! ¡ oh generosa
sombra!
¿por qué mi voz se anuda en la
garganta
cuando el labio te nombra?
¿Por qué cuando tu planta
campos huella de luz y de alegría,
y tornas a la patria que perdiste,
torna doliente a la memoria mía,
a mi memoria triste,
de tu voz la suavísima armonía?
¡Ay! Si el velo cayera
con que cubre el dolor de mis yertos
ojos,
menos triste de ti me despidiera:
blanca luz templaria mis enojos
cuando siguiese tu sereno vuelo
hasta el confín del azulado cielo.
¡Adiós, adiós! La angélica morada
de par en par sus puertas rutilantes
te ofrece, sombra amada;
ve a gozar extasiada
la gloria inmaculada
de Calderón, de Lope y de Cervantes.
A la muerte de Espronceda le siguen las de otros familiares y amigos que sumen a
Gil y Carrasco en una profunda depresión. Regresa al Bierzo en el verano de 1842,
donde realiza excursiones para recapitular información para El señor de Bembibre y sus
artículos costumbristas, publicados en Bosquejo de un viaje a una provincia de interior
y Los españoles pintados por sí mismos.
En 1843 termina de escribir El señor de Bembibre y le ofrece el manuscrito al
editor Francisco de Paula Mellado. Empieza a colaborar en nuevas publicaciones como
El Laberinto.
En 1844, durante el gobierno de González Bravo, es nombrado embajador en
Alemania, y emprende un largo viaje hacia esta tierra, pasando por Valencia, Barcelona,
Marsella, Lille, Lyon y París, entre otras muchas ciudades. Durante su trabajo
diplomático conoce a grandes personalidades, como Humboldt, a quien le regala un
ejemplar de El señor de Bembibre.
En 1845 su enfermedad se agrava, pero se queda en Berlín debido a que un viaje a
Niza en su estado podría matarlo. Es condecorado con la Medalla de Oro de las Artes y
las Letras, y fallece poco después, el 22 de febrero de 1846, siendo enterrado en el
Cementerio Católico de Santa Eduvigis, en Berlín.
Pertenece Gil y Carrasco al movimiento romántico, aunque a una facción mucho
menos exaltada que la que encabezaban Espronceda y Larra. Las dificultades a las que
tuvo que enfrentarse en la vida, su delicada salud y su carácter retraído convirtieron a
Gil y Carrasco en un personaje presente en la vida cultural del Madrid del momento,
pero que, en lugar de protagonizar enfrentamientos o expresar ideas, se limitaba en
muchos casos a observar lo que ocurría a su alrededor. Y esta cualidad es la que en parte
hace que Gil y Carrasco sea capaz de recrear en su obra, El señor de Bembibre, el
ambiente y los paisajes bercianos consiguiendo una gran belleza.
“Estaba poniéndose el sol detrás de las montañas que parten términos entre el
Bierzo y Galicia, y las revestía de una especie de aureola luminosa que contrastaba
peregrinamente con sus puntos oscuros. Algunas nubes de formas caprichosas y
mudables, sembradas acá y acullá por un cielo hermoso y purísimo, se teñían de
diversos colores según las herían los rayos del sol. En los sotos y huertas de la casa
estaban floridos todos los rosales y la mayor parte de los frutales, y el viento que
los movía mansamente venía como embriagado de perfumes. Una porción de
ruiseñores y jilguerillos cantaban melodiosamente, y era difícil imaginar una tarde
más deliciosa.”
En este paisaje y marco natural del Bierzo del siglo XIV se enmarca la novela El
señor de Bembibre. Hablábamos al principio de las novelas de tema histórico que nos
invadieron hace no mucho, del tipo La Orden del Temple, Los caballeros templarios, El
último templario, etc. Etc. Y estas novelas tienen mucho en común con El señor de
Bembibre. Como en todas ellas, existe una historia de amor, en este caso el triángulo
que se produce entre doña Beatriz, don Álvaro y el conde de Lemos, y esta historia de
amor se encuentra insertada en unos hechos históricos que marcan su devenir; en este
caso, los últimos años de vida de la Orden del Temple en el Bierzo.
Hablar de templarios es hablar de misterio. Para abordar este tema, los escritores
se mueven generalmente dentro del campo de las conjeturas y los supuestos,
inventándose elementos que convierten a estos personajes en poseedores de un gran
poder. Lo cierto es que durante la I Cruzada, un noble francés, Hugo de Payéns, junto
con el caballero flamenco Godofredo de Saint-Adhemar, impulsa la formación de una
nueva orden monástica cuya finalidad era proteger a los peregrinos que acudían a Tierra
Santa. En su origen, fue denominada Orden de los Soldados Pobres de Cristo.
Bernardo de Caraval, definía en De Laude novae miliae, el espíritu que regiría la
Orden:
• La disciplina es constante y la obediencia es siempre respetada: se va y se viene
a la señal de quien posee autoridad; se viste lo que el distribuye y no se va a
buscar fuera alimentos ni vestiduras....
• ...llevan una vida en común sobria y alegre, sin hijos ni esposas...
• ...jamás se les encuentra ociosos ni curiosos
• ...Detestan los Dados y el Ajedrez
• ...No practican cacerías.
• ...lleva el pelo cortado al ras, nunca se peinan, raras veces se lavan, la barba
hirsuta y descuidada...
En el año 1119, los caballeros pobres pasan a ocupar una antigua mezquita que se
ubicaba sobre las ruinas del palacio del rey Salomón. Fue entonces cuando pasaron a
denominarse los “caballeros del Templo”, y, por abreviación, Templarios.
En 1128 Hugo de Payens regresa a Francia, y, apoyado por Bernardo de Caraval,
convoca el Concilio de Troyes, donde se asientan las bases de la Orden del Temple,
cuyas reglas son muy similares a las de la Orden de San Benito. Adoptan como código
de vestimenta el hábito blanco con la cruz roja, y se les conceden diversas bulas:
• En 1139 se le concede la Omne datum optimum
• En 1144 se le concede Milites Templi
• En 1145 se le concede Militia Dei
En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros Templarios una autonomía
formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan sólo a la autoridad papal; se
les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios
capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y
dinero de variadas formas (por ejemplo, tenían derecho de óbolo —esto es, las limosnas
que se entregaban en todas las Iglesias— una vez al año). Además, estas bulas papales
les daban derecho sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedían atribuciones
para construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
Se organizaban en diversas jerarquías: La más alta era el Capítulo, un consejo
compuesto por el Maestre y un grupo de hermanos de categoría, cuya principal función
era tomar decisiones importantes (nuevas admisiones, castigos, elección de un nuevo
Maestre, etc.). A éste le seguía el Gran Maestre de Jerusalén y los Maestres de los
diferentes territorios; los Senescales, que sustituían al maestre en sus funciones en caso
de necesidad; los Mariscales, jefes militares; los Comandantes, encargados de proteger a
los peregrinos; los Caballeros, que vivían fraternalmente y cumplían órdenes; los
Capellanes, los Escuderos, los Artesanos, los Criados y los Afiliados.
En el año 1187 son vencidos por los ejércitos musulmanes en Jerusalén y se ven
obligados a abandonar esta ciudad, y tras años de lucha, finalmente en el año 1291 los
caballeros templarios se ven obligados a abandonar tierra santa, instalando su cuartel
general en la isla de Chipre. Además de las Cruzadas, los caballeros templarios
colaboraron en otras campañas bélicas, participando, por ejemplo en las Navas de
Tolosa. Las recompensas de guerra hicieron que el patrimonio templario alcanzara
límites insospechados, consiguiendo solamente en tierras y señoríos una enorme
cantidad de territorios. El poder económico de los templarios se basaba en tres grandes
pilares:
1) La banca: Crearon el único sistema de banca cristiano en Europa desde la
caída del Imperio Romano. Cuando todavía eran una orden “respetada”,
es decir, en sus inicios, recibían generosas donaciones de gente interesada
bien en ganarse el cielo o bien en obtener protección a cambio. Los
templarios ofrecían préstamos mucho más beneficiosos que los de los
judíos y protegían a los comerciantes. Crearon asimismo un sistema de
contabilidad que les permitió administrar sus riquezas, y tuvo tanto éxito
que durante mucho tiempo, los tesoreros reales de Francia eran caballeros
templarios.
2) Las encomiendas: Eran feudos que iban construyendo poco a poco. Por
ejemplo, a partir de la compra de un molino, iban comprando los terrenos
de los alrededores, luego el pueblo que iba a moler, y así sucesivamente
hasta tener el control de un territorio más o menos extenso. Los
templarios consiguieron que entre una encomienda y otra sólo hubiese un
día de camino, de manera que los comerciantes podían resguardarse en
ellas para protegerse de los ladrones.
3) La venta de reliquias: Los templarios obtuvieron una gran fuente de
ingresos con la venta de fragmentos del Lignum Crucis, es decir, de la
supuesta cruz de Jesucristo. Además, vendían frascos de aceite que se
decía exudaba una imagen de una Virgen situada a 30 Km. De Damasco y
al que se le atribuían cualidades milagrosas.
Poco tiempo más habrá de durar la Orden desde su expulsión de Tierra Santa en
1291. Luis IX, rey de Francia, había solicitado un préstamo de los templarios para pagar
su propio rescate en la Séptima Cruzada, y su nieto, Felipe IV, convenció al Papa
Clemente V para que acusara a los templarios de herejía, sodomía, sacrilegio a la cruz y
adoración de mitos paganos. Contó para ello con la ayuda del canciller del reino,
Guillermo de Nogaret, y de Guillermo Imberto, inquisidor general de Francia, que
ejercieron presión sobre Clemente V.
Una vez abierto el proceso, Felipe IV envió pliegos a todos los rincones de su
reino, ordenando que fueran abiertos el viernes 13 de octubre de 1309. En ellos se daba
orden de detención de todos los caballeros templarios de Francia y la expropiación de
todos sus bienes. Lo mismo sucedió en el resto de reinos de la Cristiandad, y tras el
Concilio de Vienne, en la bula Considerantes (1311), el Papa declara "Nos suprimimos
(...) la Orden de los templarios, y su regla, hábito y nombre, mediante un decreto
inviolable y perpetuo, y prohibimos enteramente Nos que nadie, en lo sucesivo, entre en
la Orden o reciba o use su hábito o presuma de comportarse como un templario. Si
alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión". En la bula
Ad Providam de 1312 se ratifica esta condena: "... Hace poco, Nos, hemos suprimido
definitivamente y perpetuamente la Orden de la Caballería del Templo de Jerusalén a causa de
los abominables, incluso impronunciables, hechos de su Maestre, hermanos y otras personas de
la Orden en todas partes del mundo... Con la aprobación del sacro concilio, Nos, abolimos la
constitución de la Orden, su hábito y nombre, no sin amargura en el corazón. Nos, hicimos esto
no mediante sentencia definitiva, pues esto sería ilegal en conformidad con las inquisiciones y
procesos seguidos, sino mediante orden o provisión.”
Recientemente, el Vaticano ha hecho público un manuscrito anterior en el que el
Papa expresa sus dudas ante las acusaciones de Felipe IV a los templarios, así como
absuelve a estos últimos, pero este documento nunca tuvo carácter oficial. Se trata del
Pergamino de Chinon, o Processus contra Templarios, que vio la luz pública en el año
2007, y que resumidamente contiene los siguientes puntos:
1. El Papa Clemente V no estuvo convencido de la culpabilidad de la Orden del
Templo.
2. La Orden del Templo, su Gran Maestre Jacques de Molay y el resto de los
templarios arrestados, muchos de ellos ajusticiados posteriormente, fueron
absueltos por el Santo Padre.
3. La Orden nunca fue condenada, sino disuelta, fijando la pena de excomunión a
quien quisiera reeditarla.
4. El Papa Clemente V no creyó en las acusaciones de herejía y por ello permitió a
los templarios ajusticiados recibir los Sacramentos, a pesar de lo cual, fueron
ajusticiados en la forma en que la jurisdicción canónica establecía para los
herejes relapsos.
5. Clemente V negó las acusaciones de traición, herejía y sodomía con las que el
Rey de Francia acusó a los templarios, no obstante lo cual, convocó el Concilio
de Vienne para confirmar dichas acusaciones.
6. El proceso y martirio de templarios fue un “sacrificio” para evitar un cisma en la
Iglesia Católica, que no compartía en su gran parte las acusaciones del Rey de
Francia, y muy especialmente de la Iglesia francesa.
7. Las acusaciones fueron falsas y las confesiones conseguidas bajo torturas.
El origen de las acusaciones del rey de Francia, como decíamos, consistía en que
los Templarios, en su ceremonia de iniciación, se suponía que debían escupir sobre la
Cruz de Cristo. Gil y Carrasco ofrece su visión de este asunto en El señor de Bembibre:
Algunos ritos que se observan en las modernas sociedades secretas, sobre
todo en la admisión de socios, se dicen derivados de los templarios. Cualquiera que
pueda ser su verdadero carácter y procedencia, lo que no admite duda es que
aquellos caballeros practicaban algunas ceremonias cuyo sentido simbólico y
misterioso era hijo de una época más poética y entusiasta que la que en sus
postreras décadas alcanzaban. En el castillo de Ponferrada se conservan todavía,
entallados encima de una puerta, dos cuadros perfectos que se intersecan en
ángulos absolutamente iguales, y al lado derecho tienen una especie de sol con una
estrella a la izquierda. La existencia de tan extrañas figuras, de todo punto
desusadas en la heráldica, basta para probar que la opinión que en su tiempo se
tenía de sus prácticas misteriosas y tremendas, no carecía absolutamente de
fundamento. Una entre todas era particularmente chocahte, a saber: las injurias
que se hacían al crucifijo y cuya significación no era otra sino la rehabilitación del
pecador, a partir de la impiedad y del crimen para subir por los escalones de la
purificación y del sacrificio a las santificadas regiones de la gracia; rito fatal que,
sin diferenciarse en la esencia de la fiesta de los locos, y algunos otros usos de la
antigua Iglesia, fue causa principal de la ruina del Temple, cuando su sentido
místico se había perdido ya entre las nieblas de una generación más sensual y
grosera. A explicar, por lo tanto, a su sobrino semejantes enigmas, vedados a los
ojos del vulgo, se encaminaron los esfuerzos del maestre en los días que
precedieron a su profesión.
El secretismo de sus ritos hizo que este halo de misterio que rodea a los templarios
originara filias y fobias, lo mismo que cualquier sociedad secreta a lo largo de toda la
Historia. Sobre este punto incidió Alberto Roca Moro en un artículo recientemente
publicado1. Este estudioso ve en los templarios un claro paralelismo con los masones, y
yendo un poco más allá, podrían equipararse a otras muchas sociedades presentes en la
literatura y en la sociedad hoy en día, tales como los Illuminati o el Priorato de Sión de
Dan Brown, o incluso el Opus Dei, lo cual nos demuestra que las personas cambian,
pero los humanos seguimos siendo los mismos.
La cuestión es que los templarios están rodeados de interrogantes… ¿Qué fue lo
que les dio tanto poder? ¿Fueron los botines de guerra, el tráfico de reliquias que
practicaban, o es cierta la historia de que encontraron “un tesoro”? ¿Era suficiente la
deuda contraída por el rey de Francia y sus influencias para acabar con una Orden que
se supone tan poderosa? Si el Papa absolvió a los templarios, ¿por qué no se supo esto
hasta hace dos años? Estas y otras preguntas hacen que el asunto templario levante
pasiones y haga correr ríos de tinta. Recientemente, la aparición del Código Da Vinci de
Dan Brown, volvió a poner el tema en el candelero. Pero mucho antes de que este autor
retomara el tema, tenemos en nuestra literatura nacional a Enrique Gil y Carrasco, que
tras una intensa documentación retoma el tema templario y da como resultado una de las
mejores, si no la mejor, novela romántica de nuestra literatura, de lectura más que
recomendable y con el encanto de no haber sido escrita para engrosar las arcas de
ninguna editorial de best-sellers.
1 Cfr. ROCA MORO, Alberto, “Espiritualidad y creencia en El señor de Bembibre”, en Haz de luz, Estudios de literatura contemporánea, A Coruña, Universidade da Coruña, 2008.
BIBLIOGRAFÍA
GIL Y CARRASCO, E., El señor de Bembibre, ed. Juan Carlos MAESTRE y Miguel Ángel MUÑOZ SANJUÁN, Madrid, Espasa-Calpe, (Col. Austral, 546), 2004.
---------- El señor de Bembibre, ed. Enrique RUBIO, Madrid, Cátedra, 2006. --------- Obras Completas, ed. Jorge CAMPOS, Madrid, Atlas, 1954. MESTRE GODES, J. Los Templarios. Trd. de Antoni Cardona. Círculo de Lectores, 1999 PARTNER, Peter: El asesinato de los magos: los templarios y su mito. Barcelona. Martínez Roca, 1987. PASCUAL, Fernando, “Los templarios, más allá de la leyenda”, en Ecclesia 21, 2007, pp. 91-106.
También Online: <http://www.upra.org/archivio_pdf/ec71-pascual.pdf> 21/07/2009. ROCA MORO, A., “Espiritualidad y creencia en El señor de Bembibre”, en Haz de luz, Estudios de
literatura contemporánea, A Coruña, Universidade da Coruña, 2008. UPTON-WARD, J.M.: El Código Templario. Barcelona, Ediciones Martínez-Roca, 2000. RECURSOS ONLINE Processus Contra Templarios, en < http://www.zenit.org/article-25244?l=spanish> (Online) 17/08/2009;
< http://asv.vatican.va/es/doc/1308.htm> 17/08/2009 Regla original de la Orden del Temple: < http://www.abcdatos.com/tutoriales/tutorial/z4488.html>
(Online) 19/08/2009 Artículo “Los caballeros templarios”, en wikipedia.org