Consejos Maternales a Una Reina - María Teresa de Austria & María Antonieta de Francia

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fórcola María Teresa de Austria María Antonieta de Francia CONSEJOS MATERNALES A UNA REINA Edición de Blas Matamoro

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fórcola

María Teresa de AustriaMaría Antonieta de Francia

CONSEJOS MATERNALESA UNA REINAEdición de Blas Matamoro

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CONSEJOS MATERNALES A UNA REINA

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María Teresa de Austria y María Antonieta de Francia

CONSEJOS MATERNALES A UNA REINA

EPISTOLARIO 1770-1780

Traducción, edición y prólogo deBlas Matamoro

fórcola

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Singladuras

Director de la colección: Francisco Javier Jiménez

Diseño de cubierta: Silvano Gozzer

Diseño de maqueta: Susana Pulido

Producción: Teresa Alba

© De la traducción, la edición y el Prólogo, Blas Matamoro, 2011© Fórcola Ediciones, 2011C/ Querol, 4 - 28033 Madridwww.forcolaediciones.com

Depósito legal: M-917-2011ISBN: 978-84-15174-08-0 [edición impresa]ISBN: 978-84-15174-27-1 [edición digital (PDF)] Imprime: Elece Industria Gráfi ca, S. L.Encuadernación: Moen, S. L.Impreso en España, CEE. Printed in Spain

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Prólogo de Blas Matamoro .................................. 7María, Marita: maternales mimos

monárquicos

Consejos maternales a una reina .......... 29

ÍNDICE

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7EN 1770, cuando empieza este epistolario, la empe-ratriz María Teresa de Austria estaba viuda y conta-ba cincuenta y tres años. Su hija María Antonia –a la que llamamos María Antonieta de modo galicado–, estaba soltera y contaba sólo catorce. La princesa partió a Francia para ser delfi na y, en su momen-to, reina. Ellas no volvieron a encontrarse. Sí, en cambio, Marita dio con un novio adolescente, de dieciséis años, al cual estaba ligada desde la común niñez por un contrato matrimonial de Estado. A ella no le gustó el chico, con su aire distraído y su fama de misógino. A él no le gustó la chica: era pelirroja y hablaba mal francés.

Desde 1765, la emperatriz guardaba cierto inter-minable luto de viuda. Se había retirado a una cáma-ra recóndita de Schönbrunn, tapizada en gris y con escasa iluminación. Era una suerte de monarca pres-tigiosa y jubilada, con un corregente –a la vez titular del Sacro Romano Imperio de la Nación Alemana– más bien intratable, su hijo José. A veces compartían sus comidas en un hosco silencio. José era un ilus-trado de escuela y sin matices. Había enviudado dos veces, perdido un par de hijas y se acostumbró a los

PRÓLOGO

María, Marita: maternales mimos monárquicos

Blas Matamoro

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amores venales y la sífi lis. Detestaba a los curas, las ceremonias de barroca memoria y la superstición de los campesinos. Cuando le tocó reinar, a la muerte de su madre en 1780, intentó someter a los suyos a un riguroso código ilustrado, infl exible y, en buena medida, inefi caz. Sus sucesores, asustados por la Revolución francesa, eligieron la reacción. Todo esto chirriaba con su madre, católica, reformista, mater-nal y amante del bajo pueblo. Al fi n y al cabo, suele ser el único que cree en las coronas.

El pensionista acostumbra refugiarse en la vida de familia. De algún modo, es lo que hizo la ilustre viuda. Para eso había parido dieciséis hijos (todos del mismo varón, nunca conoció a otro) de los cuales se criaron una docena. Cuatro se sentaron en tronos regios o cuasi tales, dos chicas se hicieron abadesas y el menor, príncipe-arzobispo en Colonia. Buena parte de la trama reinante en Europa se debía a sus embarazos.

En la crianza de sus niños, como en todas sus tareas, María Teresa fue minuciosa, concreta, con-troladora. Los habituó a horarios exigentes, a dietas y medidas higiénicas. No les dio palizas: los conven-ció con buenos modales. Llegó a prohibirles que se tocaran la cara y la boca, se rascaran y se comieran las uñas. No debían imitar el habla plebeya y sí disi-mular los bostezos: la vida de un coronado abunda en horas de aburrimiento.

El díscolo resultó ser José, como ya dije. Le gus-taba viajar, ver mundo, ser cofrade con sus soldados, mantener amistades peligrosas como Voltaire y

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Federico el Grande de Prusia, al que entrevistó un par de veces, tenía de modelo y pretendía ganarle la carrera para dominar un gran imperio alemán en el centro de Europa, entre Francia, Rusia y Turquía. Amigo de las ideas, como buen Aufklärer, trató de reinar siguiendo la fórmula del fi lósofo Sonnenfels, su mentor ideológico: el poder no es un fi n en sí mis-mo sino un medio para lograr el bienestar general. Consiguió acuñar el término «josefi nismo» pero no mucho más. Eran malos tiempos para los reyes fi lósofos. Los políticos fi losofantes optaron por la revolución y el terror.

María Teresa fue igual de disciplinada consigo misma que con sus hijos. En sus mejores tiempos, se levantaba a las seis, oía misa y, a partir de las ocho, despachaba con sus ministros. Por la tarde resolvía expedientes, redactaba cartas y recibía en audiencia. Sus aires resultaban amables y poco formularios. Creía en el convencimiento por la inducción del deber y no por el temor al castigo: una maestrita de escuela bastante kantiana. Amaba conversar y tertu-liar, bajaba la voz al tratar secretos, siempre parecía relajadamente cordial y exigía que le contaran los cotilleos de los mentideros vieneses, como si fueran vox pópuli.

Era sobria en el atuendo, al menos para los cá-nones de la época, y la prueba se tiene en las leyes suntuarias que mandó promulgar. Sus diversiones fueron de todos conocidas: salir de cacería, jugar a las cartas —el famoso juego del Faraón–, escuchar y ejecutar música, hacer labores como cualquier ama

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de casa, ir al teatro por la noche, asistir a las fi estas, que eran en fechas fi jas y repetidas.

No hay historias picantes en su biografía. Más que la emperatriz a la cabeza de una de las primeras potencias europeas, si se la compara con sus cole-gas francesas y rusas, parece una casta señora de la burguesía culta. El marido, Francisco Esteban de Lorena, en cambio, unía la pereza, la indecisión, los negocios de favor y las aventuras amorosas. Llegó a tener una amante titular, la joven princesita Auers-perg, que vivía en un palacete cercano a la corte. Ma-ría Teresa se lo reprochó, discutieron cortésmente y él obtuvo siempre el perdón. Acaso también partici-pó en los juegos con sus numerosos descendientes. Infl uyó en su hijo José, al menos en su simpatía por Prusia.

La emperatriz, aparte de ser una mujer modera-damente ilustrada, había recibido y asimilado una frondosa educación. Sabía francés (lengua franca de la época), latín (ofi cial en el reino de Hungría), italiano (para entender las óperas) y español (útil en el ceremonial de corte, ya que su estirpe era Habs-burgo). El alemán, hablado con fuerte acento vienés en el entorno, se consideraba barriobajero y barro-co, cuando no una lengua bárbara que empezaba a despuntar como lengua culta gracias a Gottsched y a Goethe. El ejemplo de Lutero, desde luego, estaba prohibido por el catolicismo.

Leyó textos piadosos y clásicos franceses e italia-nos. Apostolo Zeno, letrista de óperas, era el poeta ofi cial de la corte y competía con Pietro Metastasio

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junto al maestro de capilla, Antonio Caldara. María Teresa supo cantar, declamar y hasta bailar en esce-na. Wagenseil le enseñó música y Rosalba Carriera, pintura. Gracias a la Pragmática Sanción de 1713 pudo reinar aun siendo mujer. Se le buscaron ma-ridos adecuados, entre ellos el futuro Carlos III de España, pero se optó por un Lorena para asegurar el eje Viena-París y, gracias a la familia Borbón, el eje Viena-París-Madrid.

No obstante estas tramas dinásticas, de las cuales participó, ella se creía, más que benefi ciada por una casualidad de nacimiento, misionada por Dios para administrar una heterogénea federación de pueblos. Ciertamente, es más pretencioso pero también, si se quiere, más racional. Estos matices también expli-can su catolicismo –«Tengo la fe del carbonero y me enorgullezco de tenerla», dijo alguna vez– porque, siendo reformista ilustrada, se situó contra el refor-mismo católico, imitación del protestante. Su confe-sor Ignaz Müller le hizo conocer textos jansenistas que estaban en el Index. Restringió la infl uencia jesuítica en la educación y afl ojó los vínculos de la Iglesia austriaca, a la que ansiaba nacionalizar, con el Vaticano. Cobró impuestos al clero, redujo las fi estas religiosas, limitó el número de nuevos mo-nasterios y conventos. Si consideraba el catolicismo un rasgo de la identidad imperial, siempre lo hizo poniendo por delante al Estado. Alguien ha dicho, ingeniosamente, que reinó como ilustrada y señoreó en plan barroco, pero su vida personal fue rococó. No está mal la tríada.

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Ésta es, en pocos rasgos, la mamá de Marita. ¿Qué pensaba ésta de ella? Lo escribió a un terce-ro: «Amo a la emperatriz pero la temo hasta de lejos. Aun cuando le escribo, me siento cohibida ante ella». Propongo el dicho como consejo al lector del presente epistolario. En efecto, se trata de dos mujeres de distinto volumen biográfi co y de distinta potencia política. En María Teresa, ésta es impor-tante. En María Antonieta, prácticamente nula. Ello explica, al menos, dos cosas que se contradicen y complementan. La emperatriz, gallina clueca de las dinastías, controla a sus polluelos y polluelas, aunque José se le escape. Pero además confía en la capacidad política de las mujeres. Ante todo, porque cree en la propia y busca a unas colegas avispadas que, más allá de las buenas costumbres, sepan re-solver asuntos de Estado. Por ejemplo: en 1755, el embajador austriaco en Francia, Wenzel Kaunitz, recibe instrucciones imperiales de tratar lo que será un pacto de alianza con Madame de Pompadour y no con el tarambana de su amante, Luis XV. El do-cumento se fi rmará en la casa de la Pompadour, en Bellevue, entre el príncipe Georg Starhemberg, en-viado austriaco, y el ministro francés abate François Bernis.

No era María Teresa, ya, la plena señora imperial de sus buenos tiempos. No sólo la viudez la había descolorido, sino que los años en que coincide con la presencia de Marita en Francia son los de su decadencia física. Tiene problemas de visión y des-plazamientos, alta tensión sanguínea, obesidad y un

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enfi sema que le impide respirar bien y causará su muerte. Le tiembla el pulso y a veces derrama tinta o café sobre los documentos de su despacho. Nada de esto turba su lucidez mental aunque permite ver más cerca el fi n y el descontrol de sus hijos.

Desde luego, Marita, nena criada en el cuarto de muñecas de Schönbrunn y arrojada al ambiente libertino de Versalles, es la que mayor peligro corre, especialmente cuando, durante ocho años, su ab-sorto marido no es capaz de preñarla. María Teresa quiere restringir sus privanzas y teme que la devoren Mesdames de Lamballe y de Polignac, las brujas de turno (la hermana y las tías del delfín, luego Luis XVI) y, especialmente, los jóvenes y vistosos cuña-dos, Provenza (futuro Luis XVIII) y Artois (futuro Carlos X).

Como nada podía hacer por sí misma, la mamá cedió los controles a Florimond Mercy d’Argenteau, embajador austriaco en París, y al consejero espiri-tual de la delfi na, el abate Mathieu-Jacques de Ver-mond, personajes que se citan abundantemente en estas cartas. La princesa, por su parte, más allá de que desde sus once años estaba destinada a quien sabemos, no había destacado nunca por sus luces. Ni en lectura, cálculo, piano ni francés. Sólo brilló en baile y teatro, llegando a caracterizar –quién lo diría– a personajes de Beaumarchais, tan crítico de la nobleza.

A ello se agrega la tardanza en producir un des-cendiente. Sólo en 1778 nacerá el primer vástago, para colmo una mujer: María Teresa Carlota. En-

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tretanto, el frenillo fálico de Luis de Borbón o Luis XVI era la comidilla de las cancillerías, embajadas y cortes de Europa. Parece que le producía horribles dolores al eyacular y por ello retiraba el valioso instrumento dinástico antes de que sus esperma-tozoides intimaran con los óvulos de su cónyuge. Especialmente prolijo en cuanto al asunto aparece el conde de Aranda, embajador español, muy experto, tal vez, en los madrileños mentideros de Palacio y las gradas de San Felipe. Por algo el principito se había pasado la ceremonia nupcial temblando y rojo de vergüenza, como si todo el mundo supiera sus incon-venientes. La emperatriz, por cierto, temblaba igual que el yerno, sabiendo cómo las cortes francesas se arreglaban para preñar a las reinas, por ejemplo a Ana de Austria, madre del Rey Sol. A la vez, hallará el lector menciones a «la generala», manera eufe-mística de nombrar la menstruación, un dato esen-cial para situar al chico/chica que será Habsburgo y Borbón al mismo tiempo.

Para leer entre líneas estas misivas conviene tener en cuenta la personalidad del espía imperial, el embajador Mercy: puntilloso, sórdido y chismo-rreico. Las cartas eran mensuales y salían de Viena a París vía Bruselas para ser contestadas por el mismo conducto. Como el correo tardaba un par de sema-nas, cada carta podía ser respondida mensualmente. Mercy acompañaba las cartas de María Antonieta con dos informes: uno público, suerte de diario de actividades de la delfi na/reina, y otro secreto. La hija se sorprende, a veces, al leer las cartas de la madre

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donde aparecen noticias que ella no ha dado. La úni-ca lectora del secreteo era la emperatriz pues hasta el hermano José las desconocía. O sea que María Teresa no sólo sometía a su hija a la política europea de Austria sino que sabía de las posibles impruden-cias de conducta que la muchacha podía cometer, no porque envolviesen incorrecciones sexuales – aun-que éstas son difíciles de precisar– sino porque dieran pábulo a la única realidad política de Europa, que consistía en los cotilleos diplomáticos. De lo que no se habla no existe, dirá Wittgenstein siglos más tarde, pero podemos también sostener lo contrario, que es lo mismo: de lo que se habla, existe aunque no exista.

La madre consideraba a Francia una aliada natu-ral de Austria, dado el vínculo dinástico. Más aún: una extensión de la política europea de su reino. El control sobre María Antonieta no era sólo respecto a su corrección personal sino también política. Pero no pasó de las relaciones exteriores, alianzas diplo-máticas y bélicas. Poco, más bien nada, se habla de otras cosas, sin duda porque la madre conocía las amplias limitaciones de su hija.

El Imperio austriaco, a su vez, era una asociación extensa y heterogénea de naciones: Austria, Hun-gría, Bohemia, Renania, Suabia, el Norte de Italia, la actual Bélgica, Baviera, una parte de Polonia. Los monarcas debían coronarse en Viena, Budapest y Praga. El catolicismo unía, ya que no la lengua, a unos niveles sociales dispares, no siempre armonio-samente conjuntados: una nobleza territorial toda-

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vía bastante enfeudada, un campesinado servil que constituía la mayor parte de la población, una aris-tocracia cortesana que parecía querer modernizarse e imponer la institución del Estado a todos por igual, más una burguesía de fi nancistas, comerciantes y artesanos, de algún modo marginal en ciudades cen-tradas por la presencia de grandes o pequeñas cortes señoriales.

Las políticas reformistas teresianas tuvieron que lidiar con tales desigualdades. En especial, con los señores húngaros, que no pertenecían al Sacro Imperio ni pagaban impuestos, aunque constituían un buen parapeto defensivo contra los turcos, ya un imperio debilitado y en retirada. María Teresa visitó una vez su Parlamento, tuvo una guardia de corps húngara, se declaró húngara «de corazón agradeci-do» pero no volvió por allí. En cambio, la fortuna convirtió a la Viena de Gluck, Mozart y Haydn en el Vaticano de la música, la ciudad que siempre es-taría habitada por buena parte de los más grandes compositores de Europa, a contar de Beethoven. Y Praga fue, en este sentido, una Viena que hablaba en checo.

Ensanchando el marco a la medida europea, da-mos con el Siglo de las Luces que, amablemente, fue a chocar de bruces contra el patíbulo revolucionario. Pero no es tan sencilla, aunque sí patética, la cosa. Me limito, como es lógico, a un veloz apunte sobre la posición austriaca en la era teresiana.

La emperatriz vio pronto el peligro prusiano, en especial desde que el duro vecino arrebatara a su

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imperio la Silesia, trauma y obsesión de María Tere- sa, que nunca recuperó para sus dominios. A pesar de que, popularmente, la lengua tudesca unía a am-bos países, era despreciada por los respectivos mo-narcas, ilustrados que la consideraban una jerigonza bárbara. En otros campos, el dinástico y el religioso, tampoco congeniaban: Federico el Grande y los suyos eran Hohenzollern y luteranos; los de Viena, Habsburgo y católicos. Pero el rey vecino tenía claro su designio de hacer un gran imperio alemán, por las buenas o las malas, y en su testamento reclamó un trozo de Polonia, la Pomerania sueca y el reino de Sajonia. Su militarismo ya esbozaba una de las futu-ras desdichas de Europa, que llevaría de Bismarck a Hitler: aterrorizar a los demás, militarizar el Estado, prescindir del derecho internacional, crear trifulcas entre las potencias del continente. Austria bien iba a saber de estas cosas. Con todo, mientras Federico admiraba a su vecina, ella lo defi nía lapidariamente: malo, monstruo, bestia maligna, enemigo sin fe ni consciencia.

En 1772 se consumó la partición de Polonia, país que parecía destinado a no existir, salvo como ador-no de una corona extranjera. José celebró el hecho, que su madre admitió entre lágrimas. No fue mala pieza la recibida: Galitzia, los Lodomerios y, a partir de 1775, la Bukovina ganada a los turcos, que retro-cedían por los Balcanes y soportaban la amenaza de Rusia.

¿Y Francia, ese país donde Marita iba a reinar en nombre de su mamá y soportaba el mote de «la

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Austriaca», a veces en la propia corte versallesca? Católica pero no papista, Francia, desde Richelieu, ansiaba despiezar el Sacro Imperio, en el cual veía el esquicio de la futura potencia alemana. Así estaban las cosas, en un juego de alianzas más embrollado que una novela bizantina, cuando Francia obtuvo una reina austriaca.

Veamos el juego. En la guerra de Sucesión austria-ca (1740-1748), Francia peleó contra Austria, quien tenía de aliada a la anglicana Inglaterra. Luego, en la Gran Coalición contra Federico, austriacos, ingleses y franceses se unen pero estos últimos sólo acuden a la retaguardia y los británicos, tras aportar cierto dinero al pacto, acaban negociando con Prusia, dado que la dinastía de Londres es Hannover, o sea ale-mana. Es decir que el reinado teresiano, destinado a la paz de las reformas, empieza y se ve atravesado por tremendas guerras. En 1743 son aliadas Austria, Inglaterra y Cerdeña-Piamonte. En 1744, Prusia y Francia se juntan contra Austria en una guerra que acaba con la paz de Dresde, donde Federico admite al marido de la austriaca como emperador del Sa-cro Imperio Romano. En 1746 Austria celebra una alianza defensiva con Rusia. En 1756 –y de esto se hablará en las cartas– por fi n Austria y Francia se alían, dejando la actual Bélgica como tierra neutral, para compensar la alianza contemporánea de ingle-ses y prusianos.

En plena guerra de Sucesión, mientras en 1742, por la paz de Berlín, se pierde la Silesia, en 1743 se recuperan Praga y Baviera, a la vez que el casamien-

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to con Francisco Esteban suma Lorena a la corona austriaca. Pero el hecho bélico más terrible de la era teresiana es la llamada guerra de los Siete Años (1756-1763). Sin declararla, Prusia invadió la neu-tral Sajonia. Austria, Rusia –bajo la zarina Isabel–, Francia y Suecia se coaligaron para destruir al inva-sor, que contaba con el apoyo inglés y de algunos principados alemanes. Fue una guerra especialmen-te sangrienta, que nadie ganó ni perdió del todo, a juzgar por lo que suelen opinar los especialistas. Se acabó por extenuación de los contendientes, desorden en las alianzas y el cambio de rumbo ruso, al morir Isabel, proaustriaca (otra amiga de María Teresa) y aliarse Pedro III, su sucesor, con los alemanes, sien-do su mujer de esta nacionalidad. A la vez, Inglaterra y Francia se apartaron del confl icto para guerrear en América por Canadá y parte de los actuales Estados Unidos, y en Asia por la India.

Austria perdió ciento veinte mil vidas, quedó con la caja pública vacía y el crédito por los suelos, incluyendo las joyas de la emperatriz, prendadas sin remedio. Los prusianos dejaron cien mil soldados en los campos de batalla y, entre asesinados y enfer-mos, medio millón de civiles, sumados a la banca-rrota de las fi nanzas estatales. El cuadro del llamado –a veces con sorna– equilibrio europeo, que afecta a la Francia donde reinará Marita, comporta: acep-tar a Prusia como potencia continental de primer orden; observar que Rusia empieza a tener interés en el espacio occidental; admitir que Inglaterra es una potencia mundial, especialmente imbatible en

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el mar. La respuesta logística de Viena fue organizar una suerte de Ministerio de la Guerra y establecer la conscripción militar en todos sus territorios, ob-viando la mediación de los señores y sometiendo al ejército bajo la unidad del Estado.

Al recorrer estos someros datos y el texto de algu-nas cartas próximas, el lector seguramente adverti-rá la mezcolanza de informaciones macrohistóricas –guerra, diplomacia, forma del poder, técnicas de transporte y armamento– con consideraciones fa-miliares que rayan en el cotilleo de las comadres a la hora de la compra. La explicación es relativamente sencilla, a la vez que patética. Los Estados europeos de aquel tiempo seguían teniendo rasgos patrimo-niales muy marcados: eran propiedad de ciertas familias que, como pasa en todas ellas, o se lleva-ban muy bien o andaban a la greña. Era imperioso, aparte de las actitudes duramente cortesanas y políticas, dar consejos domésticos, reprochar malas conductas personales, ajustar gustos y fobias, como en cualquier salón casero. El patetismo se nos im-pone cuando vemos las cifras del balance guerrero, es decir cuando advertimos que esas familias linaju-das y devotas de toda etiqueta tenían regimientos, bayonetas y artillería. Tal mestizaje de cosas sirve, además, para entender el potente fenómeno diecio-chesco que suele denominarse absolutismo ilustra-do, del cual María Teresa fue representante esencial y María Antonieta ni lo olió de cerca ni de lejos.

La contradicción esencial de los monarcas ilus-trados puede partir de dos dichos defi nitorios: «Soy

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el primer servidor del Estado» (Federico el Grande) y «El Estado soy yo» (Luis XIV). En efecto, el rey sir-ve a una abstracción llamada Estado pero, a la vez, es el único que la personifi ca. Debe reformarlo y, al hacerlo, alterar el orden de los privilegios sociales de la nobleza, pero él mismo forma parte de ese esta-mento nobiliario.

Con todo, dichas tensiones no alteran el plan-teamiento doctrinal del absolutismo ilustrado, la primera culminación del Estado moderno. El pro-pio Estado es defi nido como una máquina racional hecha por los hombres y no por la Divina Gracia, de modo que está sometido a crítica y puede alterarse. Su origen mítico es un contrato social inmemorial que, como todo pacto contractual, puede revocarse por incumplimiento de una parte. Protege a los indi-viduos por medio de las leyes y evita la guerra de to-dos contra todos. Impulsa las ciencias, la industria, el comercio y el trabajo libre. Organiza el club de cerebros que gestionará su propia maquinaria y, a su través, a toda la sociedad. Hace trabajar a la nobleza en la milicia, el clero y la diplomacia.

En lo económico, responde a la doctrina de los fi siócratas, que ve en la agricultura el motor de la riqueza general. Por eso se ocupa de las técnicas agrícolas y la rotación de los cultivos, al tiempo que hace del Estado un empresario y un banquero. El suelo, a su vez, pasa a ser una mercancía más, libe-rado de cargas señoriales. Para ello hay que liberar también a los siervos, aunque se mantengan en tra-bajos de servicios, y eliminar las corporaciones.

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Más en concreto, la Ilustración infl uye en la educa-ción pública, que se generaliza, unida a la formación de maestros en las recién creadas escuelas normales. Impone reglas de higiene, incluida la vestimenta, que exigen modifi car la vivienda y la ciudad. Se ge-neralizan las vacunas, invento de un inglés llamado Jenner, al principio con la consabida oposición de la Iglesia. Se fundan escuelas de medicina y obstetricia, se uniforma y se humaniza el derecho. En materia religiosa, la tolerancia es la regla, aunque en esto los monarcas católicos, al revés que los protestantes, tuvieron a las poblaciones en contra al aparecer con-fl ictos con la Iglesia.

En un orden más concreto, absolutismo ilustrado signifi ca reforma social impuesta desde el poder, ya que el monarca conserva su carácter absoluto, o sea que no existe otro poder que pueda retacear ni controlar su desempeño. Hay, sí, el derecho al mag-nicidio: si el rey no cumple con su misión y se con-vierte en un déspota o un tirano, cabe eliminarlo por la fuerza. Para aquello hay que anular los residuos feudales en la sociedad y centralizar el Estado en un efi caz aparato administrativo. Más puntualmente: se trata de limitar el poder de la nobleza por medio de los parlamentos locales y los delegados del gobierno central. Y más puntualmente aún: sustituir los prés-tamos señoriales por créditos bancarios privados. Se ve que, en todos los casos, aparece la burguesía, que ya no es un estamento sino una clase. Esto importa especialmente cuando se ponen en marcha políticas de poblamiento (ciudades geométricas, colonias

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agrícolas, etc.) porque allí ya no existe el brazo no-biliario.

En 1740, al hacerse cargo de la corona, María Teresa se encontró con un equipo fósil de ministros ceremoniosos y barrocos, perfectamente inútil para conducir su programa reformista. Lo notó al exa-minar en detalle, con su temperamento de dueña de casa, las provisiones ofi ciales. Por ejemplo: ella sabía de maniobras militares porque las asistía sobre el escenario y hasta controlaba la dotación de leña de cada cuartel. Entonces: se valió de hombres de la nobleza y, al tiempo, favoreció el ennoblecimiento de plebeyos que demostrasen su preparación y uti-lidad para la función pública, siguiendo el ejemplo francés de Luis XIV y, si se quiere, el más lejano de otro Habsburgo, el rey funcionario que fue Felipe II de España. Sin advertirlo directamente, se esbozaba el paso de una sociedad de brazos a una sociedad de clases, o sea a la enésima experiencia de la moder-nidad.

La paz que siguió a la guerra de los Siete Años abre la última etapa en el reinado de María Teresa, durante la cual cabe el episodio que involucra a Ma-ría Antonieta. Consolidados los límites del imperio y tranquilizados sus territorios, se pudo concentrar en el capítulo de sus reformas. En el ramo del ejército contó con el apoyo del conde Leopoldo José Daun. Se establecieron uniformes y armas únicos, con lo que la fuerza pasó a ser del Estado austriaco y no una mera suma de regimientos señoriales. En especial, se renovó el parque de la artillería. También se uni-

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fi caron las maniobras en similares campos de ejerci-cios. La máquina de guerra se centró en un mando unifi cado, evitando el modelo prusiano de un Estado militar. La emperatriz, maternal siempre, revisaba los movimientos, los efectivos, los instrumentos, hasta las cocinas.

Socialmente, la milicia profesional pasó a ser una aristocracia militar –esta vez sí, de modelo federicia-no– y, aceptando el ejemplo de Francia, se ennobleció a los profesionales plebeyos, sobreponiendo el mérito al nacimiento. La guerra se volvió científi ca y se creó la academia militar de la Wiener Neuestadt (1751). Asimismo se inculcó la idea del ejército como brazo armado de la nación, no ya del imperio dinástico.

En lo económico, la dirección correspondió al conde Federico Guillermo Haugwitz, con la cola-boración de otros dos condes economistas, Chotek y Hatzfeld. Un sistema impositivo único sometió a la tributación al clero y a la nobleza. Se crearon impuestos de guerra y no faltaron protestas de la vieja aristocracia terrateniente que contó con el apoyo campesino. Con todo, se consiguió suprimir la diferencia feudal entre el Estado y los estamentos tradicionales.

Por primera vez hubo una política económica, basada en el proteccionismo a las manufacturas nacionales y la centralización de las empresas públi-cas. El mercado interno se liberalizó y se prescindió del control de las antiguas corporaciones sindicales o guildas. Creció el mundo de los negocios, entre ellos los del imperial marido y corregente. Se fundó

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la ciudad industrial de Nadelburg y prosperaron las fábricas de porcelanas, cristales de Bohemia, agujas metálicas y textiles, que perduran hasta hoy. Tam-bién se estimuló la explotación minera.

Menos pacífi co fue el orbe de las religiones. Tole-rados y mal vistos, los protestantes languidecieron en una sociedad de mayoría católica. Se censuraron libros ilustrados y luteranos, pero la acción subte-rránea de la masonería consiguió evadir buena parte de las lecturas del control inquisitorial. No obstante, y con la aquiescencia papal, en 1773 se disolvió la Compañía de Jesús, medida generalizada en la Eu-ropa católica. Aunque ferviente y practicante, María Teresa estuvo rodeada de personajes masónicos. Su marido lo era y asimismo sus consejeros el conde Silva Tarouca y Gerard von Swieten, su médico y asistente. Si bien hubo un control manifi esto de las costumbres sexuales y la prostitución, los viajeros de la época recuerdan a Viena como una ciudad liberti-na y juerguista.

La Ilustración se preocupó, como es obvio, espe-cialmente de la educación pública. Para contar con maestros de profesión se crearon las escuelas nor-males de magisterio. Los libros escolares se editaron en las once lenguas del imperio, incluida la hebrea. Con el Instituto Theresianum (1756) se intentó montar un sistema de bachillerato público ajeno a la Iglesia. Se echaron las bases del potente liberalismo austriaco del siglo XIX.

En lo jurídico, se unifi caron los códigos civil y pe-nal, suprimiéndose las torturas físicas y los procesos

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por brujería. También se inició la supresión de los siervos, primero gradualmente, eliminando el carác-ter hereditario de la servidumbre. En esto, la falta de censos de población, la resistencia de los señores fundiarios y el hecho de que los registros de naci-mientos y defunciones estaban en manos clericales, obstaculizó las reformas.

En el mismo orden, se inició la divulgación social de las ciencias: jardín botánico, laboratorios quími-cos, gabinetes de disección, clínicas universitarias, hospitales populares. Se abrieron cajas de seguros obreros, asilos de ancianos, orfanatos e inclusas. La arquitectura pasó del pomposo barroco anterior de los Belvederes a la amable sencillez versallesca de Schönbrunn. La emperatriz llamó a Gottsched para que introdujera la lengua literaria del moderno alemán.

Especial importancia tuvo la política ilustrada en tierras de Italia porque no sólo incluyeron el Norte italiano sino también la Toscana regida por su hijo Leopoldo. En particular, Lombardía dio ejemplos de pensamiento liberal como los de Pietro Verri en la teoría política y Cesare Beccaria en el derecho penal. En Milán, instituciones emblemáticas como la Pinacoteca Brera y el Teatro Alla Scala datan de aquellos años.

En las cartas se refl eja la posibilidad de una terce-ra guerra con Prusia (1779), que María Teresa trató de evitar a toda costa y consiguió abortar casi sin de-rramamiento de sangre. Se celebró la paz de Teschen y Austria debió ceder a Federico parte de Baviera. En

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resumen: el país del absolutismo teresiano hizo que se aproximaran los modelos de Estado y sociedad que Francia había alcanzado. Si toda esta batería de cuestiones no fue apenas tratada en la correspon-dencia es porque la madre sabía que su hija poco y nada entendía de ellas.

En cuanto a las cartas mismas, esta edición tie-ne en cuenta la de Georges Girard para la editorial Bernard Grasset (París, 1933). He cumplido una se-lección y, en algunas piezas, he suprimido líneas con noticias demasiado puntuales y menudas, sin inte-rés para el lector afi cionado. No se trata, pues, de un trabajo destinado a especialistas de la historia sino para quienes gustan de ver, en la maraña espesa del contexto, algo que también es histórico, los destinos personales y privados de sus protagonistas.

La recogida de materiales tiene también su cró-nica. En 1864 se publicaron tres correspondencias, las de Paul Vogt d’Hunolstein, Feuillet de Conches y el caballero Alfred d’Arneth, ésta reeditada con ampliaciones en 1866 y 1874. Según la crítica his-tórica, sólo la última de las tres, cuya fuente son los archivos imperiales vieneses, resulta totalmente fi able. Así lo confi rmó Stefan Zweig en su admirable biografía de María Antonieta, ese mediocre carácter a quien la historia permitió tener un fi nal de grande-za trágica. Las cartas de la hija fueron exhumadas en 1895 por Maxime de La Rocheterie y el marqués de Beaucourt, quienes constataron que muchas piezas se habían perdido en pillajes y motines, dejando ciertas lagunas en la información.

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En 1780 la correspondencia se interrumpe brus-camente por la súbita muerte de María Teresa. Lo que sigue es un blanco, un silencio, la apertura de una década que cerrará la Revolución francesa en 1789. La amable cortesía y los maternales regaños preparan, sin saberlo, un tinglado de tragedia.

Sobre los criterios de traducción, para fi nalizar, es necesario aclarar que el epistolario está escrito, por parte de María Teresa, empleando el plural de cortesía, el vous francés que puede equivaler, en castellano, a vos, usted o vosotros; por parte de Ma-ría Antonieta, en tercera persona o estilo indirecto: Vuestra Majestad sabe, mi querida mamá sabe, etc. He preferido pasar todo a la directa segunda persona y el tuteo, más adecuado a unas cartas intercambia-das entre madre e hija y en su mayoría resueltas en un registro personal.

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CONSEJOS MATERNALES A UNA REINA

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María Teresa I de Austria, retrato de Martin van Meytens, 1759 (Akademie der bilde den Künste, Viena).

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María Antonieta de Francia, retrato de Jean-Baptiste Gautier Dagoty, 1775 (Palacio de Versalles).

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33MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

21 de abril de 1770

Reglamento mensual

Este 21 de abril, día de tu partida. Al despertar, enseguida, ni bien te levantes, harás las oraciones matinales, de rodillas, y luego una lectura espiritual, aunque más no sea un medio cuarto de hora, antes de ocuparte en otra cosa y sin haber hablado con nadie. El día depende de un buen comienzo y de la intención que lo guía, lo cual puede convertir hasta las acciones indiferentes en buenas o meritorias. En esto has de ser muy exacta; su ejecución sólo depen-de de ti y de ella puede depender tu dicha espiritual y temporal. Lo mismo ocurre con las oraciones noc-turnas y el examen de conciencia pero, lo repito: las matinales y la pequeña lectura espiritual son las más importantes. Me harás saber cada vez de qué libro te vales. Durante el día te recogerás lo más a menudo que puedas, sobre todo durante la santa misa. Espe-ro que la escuches de modo edifi cante todos los días, y hasta dos los domingos y días de guardar, si así se acostumbra en vuestra corte. Tanto me preocupo por tus oraciones como por el respeto hacia las cos-

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tumbres de los franceses, que irás introduciendo en las tuyas, sin tratar de imponer las nuestras; nada de pretensiones particulares ni imitaciones. Al con-trario, hay que prestarse del todo a cuanto aquella corte entiende por habitual. Ve, tras la comida, si es posible, en especial los domingos, a los ofi cios de vísperas y la salve. No sé si se acostumbra en Fran-cia llamar al ángelus; en todo caso, a tal hora, recó-gete, aunque no sea en público pero sí de corazón. Lo mismo, de noche, al pasar ante una iglesia o un crucero, sin manifestarlo exteriormente con los ges-tos y ademanes de costumbre. Nada impide que tu corazón se concentre y formule oraciones íntimas. En estos casos, la presencia de Dios en la oración es el único medio; tu incomparable padre poseía esta cualidad como nadie. Al entrar en las iglesias, que te posea el mayor respeto, sin dejarte llevar por la curiosidad, que causa distracción. Todas las miradas se fi jarán en ti, no des jamás escándalo. En Francia hay devoción en las iglesias y, en general, en público; no hay, como aquí, unos oratorios con asientos demasiado cómodos, que a menudo dan lugar a distensiones en las actitudes y facilitan la conversación, lo cual escandalizaría bastante en Francia. Permanece de rodillas tanto como puedas; será tu contención el ejemplo más conveniente. No te permitas esas contorsiones que dan un aire hipó-crita; hay que evitar cualquier reproche, sobre todo en aquel país. Si tu confesor lo aprueba, harás tus devociones cada seis semanas y los grandes días de guardar, especialmente las de la Santa Virgen; en

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tales días, durante la vigilia no olvides la especial devoción de nuestra casa por la Santa Virgen, de la cual hemos recibido una particular protección cuan-do la imploramos. No leas ningún libro, por trivial que sea, sin contar con la aprobación de tu confesor. Es un asunto especialmente importante en Francia, porque allí se editan constantemente libros cargados de entretenimiento y erudición, pero en los cuales, bajo un velo de respetabilidad, hay elementos muy perniciosos para la religión y las costumbres. Te su-plico, entonces, hija mía, que no leas ningún libro, siquiera un folleto, sin la anuencia de tu confesor; exijo de ti, hija querida, esta muestra real de tu ter-nura y obediencia a los consejos de una buena ma-dre, que sólo mira por tu salvación y tu dicha. Nunca olvides el aniversario de tu querido y difunto padre, y el mío a su tiempo. Entretanto, puedes tomar el de mi cumpleaños para rezar por mí. En cuanto a los jesuitas, por el momento prívate de manifestarte, sea a favor o en contra.

Instrucción particular

No hagas caso de las recomendaciones; no escuches a nadie si quieres vivir tranquila. No te muestres curiosa; es un asunto que me hace temer especialmente por ti. Evita cualquier forma de fa-miliaridad con personajes inferiores. Pregunta y, si hace falta, exige a los señores de Noailles lo que has de hacer siendo extranjera y queriendo complacer a la nación francesa, y que ellos te digan con sinceri-dad si algo debe corregirse en tu aspecto, discursos u otros temas. Responde agradablemente a todo el

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mundo, con gracia y dignidad. Si quieres, puedes. También hace falta saber rehusar. En mis Estados y en todo el Imperio, has de aceptar todas las peti-ciones pero las pasarás a Starhemberg o a Schaff- gotsch, si aquél estuviera ocupado y previniendo a todo el mundo que serán enviadas a Viena, no pu-diendo hacer otra cosa. A partir de Estrasburgo no aceptes nada sin consultar la opinión de los señores de Noailles, y a ellos enviarás a todos cuantos te hablen de negocios, diciéndoles honestamente que, siendo extranjera, no sabrías cómo recomendar a nadie al rey. Si quieres, para dar más energía a la de-cisión, puedes decir que «la Emperatriz, mi madre, me ha prohibido expresamente dar curso a ninguna recomendación». No te avergüences de pedir con-sejos y no hagas nada por iniciativa propia. Tienes una gran ventaja: Starhemberg hará contigo el viaje de Estrasburgo a Compiègne; lo quieren mucho en Francia y te es muy fi el. Puedes decirle todo y espe-rarlo todo de sus consejos; se quedará unos ocho o diez días en Versalles. Me puedes escribir con toda sinceridad por su medio; cada comienzo de mes enviaré a París un correo. Entretanto puedes pre-parar tus cartas para despacharlas inmediatamente, apenas llegue mi correo. Mercy tiene la orden de enviarlas enseguida. También me puedes escribir por el correo ordinario pero siempre sobre pocas cosas y que pueda saber todo el mundo. No creo que debas escribir a la familia, salvo excepciones que convendrás con el emperador, tu hermano José. También podrás escribir a tu tío y a tu tía, lo mismo

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que al príncipe Alberto. La reina de Nápoles desea tu correspondencia y no encuentro ninguna difi cul-tad en ello. Ella te dirá sólo cosas razonables y úti-les; su ejemplo debe servirte de regla y de estímulo, dado que su situación es bastante más difícil que la tuya. Por su espíritu y por su deferencia ha logrado superar todos los inconvenientes, que no han sido pequeños; es mi consuelo y goza de general apro-bación. Entonces, puedes escribirle pero de manera que pueda ser leído por todo el mundo. Destruye mis cartas, lo cual me permitirá escribirte abier-tamente; haré lo mismo con las tuyas. No opines sobre los asuntos domésticos de aquí; sólo se trata de cosas poco interesantes y fastidiosas. Sobre tu familia has de explicarte veraz y consideradamente: a pesar de que nunca estoy de ella totalmente con-tenta, verás que en otras partes es todavía peor, que sólo hay chiquilladas y celos por nada, aunque tal vez en otros lugares haya más contención. Me queda todavía algo respecto a los jesuitas. No digas nada ni a favor ni en contra de ellos. Te permito que me cites y digas que te he exigido tal cosa, que sabes cuánto los estimo, que en mi país han hecho mucho de bueno y que lamentaría perderlos, pero que si la corte de Roma considera abolir esa orden, no pon-dré ningún inconveniente; por lo demás siempre he hablado del asunto con gran respeto pero en mi entorno jamás me ha gustado oír hablar de estos desdichados asuntos.

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

4 de mayo de 1770

Hete por fi n en el lugar que la Providencia te ha destinado para vivir. Desde el punto de vista de tu gran instalación eres la más feliz de tus hermanas y de todas las princesas. Encontrarás a un padre tierno que será al mismo tiempo tu amigo, si lo mereces. Pon en él toda tu confi anza y no correrás ningún riesgo. Ámalo, sele sumisa, intenta adivinar sus pen-samientos, nunca será demasiado lo que hagas para suplirme. Es ese padre y amigo quien me consuela y me saca de mi abatimiento, en la esperanza de que seguirás mis consejos de apoyarte sólo en él y de es-perar únicamente sus órdenes y directivas. Del delfín nada te digo; conoces ya mi delicadeza en esta mate-ria. La mujer ha de ser sumisa en todo a su marido y su única ocupación es gustarle y obedecer su vo-luntad. La única verdadera felicidad en este mundo es un dichoso matrimonio. De ello puedo hablarte. Todo depende de la mujer, si es complaciente, dulce y divertida.

[...]Te recomiendo, hija querida, leer mis instruccio-

nes cada día 21. Te ruego fi delidad en este punto. Sólo temo en ti por la negligencia y la tibieza en tus oraciones y lecturas, y sé que tibieza y negligencia seguirán en pie. Lucha contra ellas porque son peo-res que un estado imperfecto y unos actos malvados, pues de éstos más bien se vuelve. Ama a tu familia, permanece junto a ella, tanto a tus tías como a tus cuñados y hermanas. Elude las controversias, más

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vale hacer callar a la gente, evitarla, alejarse de ella. Si amas tu tranquilidad, haz lo que te digo pues temo tu tendencia a la curiosidad.

Remite esta carta al rey y háblale de mí lo más que puedas. Nunca le dirás bastante sobre mis sen-timientos hacia él. Remítela también a Madame Adelaida. Las princesas están llenas de virtud y de talentos; es una suerte para ti y espero que merezcas su amistad.

Los Choiseul han de saber que te he aconsejado distinguirlos. No olvides tampoco a los Dufourt y al abate Vermond. Y no olvides a una madre, la cual, aunque lejana, no cesará de ocuparse de ti hasta el último aliento. Te bendigo y sigo siendo tu fi el madre.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

9 de julio de 1770

[...] El rey tiene mil bondades conmigo y lo amo tiernamente pero es lamentable la debilidad que siente por la señora Du Barry, la más tonta e im-pertinente criatura imaginable. Todas las noches, en Marly, jugó con nosotros. Dos veces se me acercó pero ni me habló ni traté de entablar conversación con ella. Sólo le dirigí la palabra cuando resultó im-prescindible.

En cuanto a mi marido, ha cambiado mucho y para bien. Me demuestra una gran amistad y em-pieza a tenerme una gran confi anza. No le gusta, ciertamente, su gobernante, el señor Vauguyon,

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pero lo teme. El otro día nos ocurrió algo singular. Estaba a solas con mi marido cuando Vauguyon vino apresuradamente a escuchar tras la puerta. Un ca-marero, tal vez tonto o muy honesto, abrió la puerta y pudimos ver al señor duque, tieso como una pica, sin poder reaccionar. Entonces señalé a mi marido lo inconveniente de permitir que se escuche tras las puertas y él lo entendió muy bien.

Como te he prometido, te contaré la menor indis-posición. He sufrido algunos mareos pero se corrigie-ron con dieta. Mi marido ha padecido una indigestión pero que no le ha impedido ir de cacería.

Hoy tengo una gran preocupación: debo confe-sarme con el abate Maudoux. Mercy y el otro abate me aconsejaron que lo hiciera. No dudo que estarás contenta, lo mismo que el rey. Olvidé decirte que ayer he escrito por primera vez al rey. Sé que la seño-ra Du Barry se lee todas sus cartas y puedes quedarte tranquila pues nada diré de ella.

Permíteme enviar por tu intermedio una carta a Nápoles en la cual advierto que quiero recibir la co-rrespondencia a través de Viena. Tengo el honor de ser, con la más respetuosa ternura, la hija más tierna y sumisa.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

12 de julio de 1770

[...] Me has preguntado por mis devociones y por «la generala Krottendorf». He comulgado sólo una vez y anteayer me confesé con el abate Maudoux, sin comulgar porque estaba a punto de viajar y muy dis-

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traída. En cuanto a la generala, es ya el cuarto mes que no viene, sin dar buenas razones. Atrasamos un día el viaje a Choisy porque mi marido cogió un constipado con fi ebre, que se le curó tras doce horas de sueño corrido. Estamos aquí desde hace poco, sometidos a comer y no volver a casa hasta la una de la noche, lo cual me fastidia bastante pues, tras la comida, se juega hasta las seis y se va a un espec-táculo, que dura hasta las nueve y media, y luego a cenar y a volver a jugar hasta la una o una y media, pero el bondadoso rey, al verme anoche exhausta, me mandó a casa a las once, lo que me gustó, y pude dormir hasta las diez y media, aunque sola; mi mari-do, todavía de régimen, había vuelto antes de cenar y se acostó en su alcoba, lo que no suele ocurrir sino en casos como éste.

Eres muy buena al interesarte por mí y querer saber cómo paso mis días. Te diré que me levanto a las nueve o las diez y, después de vestirme, digo mis oraciones matinales, enseguida desayuno y visito a mis tías donde habitualmente encuentro al rey. Esto dura hasta las diez y media, cuando viene el peinador. A mediodía recibo visitas y puede entrar todo el mundo, aunque normalmente no es gente del común. Me paso el carmín y me lavo las manos delante de todos. Luego los hombres se marchan y me quedo con las damas para vestirme. A medio-día hay la misa y, si el rey está en Versalles, asisto con él, el delfín y las tías. Si no, voy con mi marido, siempre a la misma hora. Después de la misa come-mos los dos ante todo el mundo y terminamos a la

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una y media, pues almorzamos muy deprisa. De allí voy a las habitaciones del delfín. Si está ocupado, vuelvo a las mías, leo, escribo y trabajo, pues estoy cosiendo un traje para el rey, que avanza lenta-mente mas espero que, con la gracia de Dios, esté terminado en unos años. A las tres vuelvo con mis tías y recibimos al rey. A las cuatro recibo al abate y a las cinco, al maestro de clave con el que hacemos música o canto hasta las seis. A las seis y media casi siempre voy con mis tías si no prefi ero pasear. Has de saber que siempre me acompaña mi marido en la visita a las tías. A las siete jugamos hasta las nueve pero si hace buen tiempo paseamos y postergamos el juego para compartirlo con las tías. A las nueve cenamos y, cuando no está el rey, ellas cenan con nosotros. Si está el rey, tras la cena vamos con ellas y lo esperamos. Suele llegar a las diez y tres cuartos. Entretanto, me extiendo sobre un gran canapé y duermo hasta su llegada. Si no está, nos retiramos a dormir a las once. Ésta es nuestra jornada. En cuan-to a los domingos y días de fi esta, te lo contaré en otra ocasión.

Te ruego, querida madre, que perdones esta car-ta tan larga, pero mi único placer es entretenerme escribiéndola. También pido disculpas si la letra está borrosa porque he debido escribirla dos días distintos en el tocador, pues no he tenido tiempo para más. Si no te respondo con regularidad puedes pensar que es por un exceso de cuidado. Ahora debo terminarla para vestirme e ir a la misa con el rey. Siempre tengo el honor de ser la hija más sumisa. Te

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envío la lista de los regalos recibidos, pensando que puede divertirte.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 1 de noviembre de 1770

Señora e hija querida,[...] Te ruego que no te abandones a la negligen-

cia; a tu edad no es conveniente, en tu lugar mucho menos; atraerá la suciedad, la negligencia y la in- diferencia hasta en el resto de tus acciones y te hará mal; es la razón por la cual te atormento y no dejaré de prevenirte acerca de las menores circunstancias que podrían arrastrarte hacia los defectos en los que ha caído toda la familia real de Francia desde hace años: son buenos y virtuosos para sí mismos o para divertirse honestamente, lo cual ha sido la causa or-dinaria de los extravíos de sus jefes, que no hallando ningún recurso entre ellos, han creído deber ir a buscarlos fuera, en otra parte. Se puede ser virtuoso, alegre y, al mismo tiempo, sociable; pero si uno se retira al punto de no verse más que con unos pocos (debo decírtelo lamentándolo mucho, como lo has visto entre nosotros en los últimos tiempos) llegan numerosos descontentos, celosos, envidiosos y em-brollones, pero si uno se prodiga en el gran mundo, como aquí hace quince o veinte años, entonces se evitan todos esos inconvenientes y uno se halla bien de alma y cuerpo. Se obtienen grandes recompensas al superarse las pequeñas molestias, por el contento y la alegría que tal conducta produce y conserva. Te

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ruego, entonces, como amiga y tierna madre que ha-bla por experiencia, que no te abandones a ninguna negligencia ni respecto a tu rostro ni a tu apariencia. Lamentarías, demasiado tarde, no haber seguido mis consejos. Sólo sobre este punto no has de seguir los consejos y ejemplos de la familia; a ti te corres-ponde dar el tono a Versalles; has acertado plena-mente; Dios te ha colmado de tantas gracias, de tales dulzura y docilidad, que todo el mundo ha de amarte: es un don de Dios, hay que conservarlo, sin gloriarse de él sino conservarlo cuidadosamente para tu propia felicidad y la de todos cuantos te pertenecen.

[...] Ahora tú estás en el momento de la forma-ción, que es el más crítico. Mariana me dice que te ha encontrado mal vestida y lo ha comentado con tus damas. Tú me cuentas que a veces llevas los vestidos de tu ajuar. ¿Cuáles has conservado? He pensado que si me envías tus medidas detalladas puedo man-dar confeccionar basquiñas y corsés. Se dice que los de París son demasiado rígidos. Te los enviaría por correo.

[...] Quiera Dios conservarte por largos años pa-ra tu dicha y la de tus familias y tu pueblo. Soy siem-pre tu fi el madre.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 2 de diciembre de 1770

Siempre estamos contentos contigo. ¡Qué felices momentos me haces pasar, querida niña! La apro-bación pública no me tranquilizaría del todo, pero

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los duques de Aremberg no acaban de escribírme-lo y, sobre todo, el testimonio de Mercy, que está contento contigo. Ahora estoy en el punto donde ya, precipitadamente, has tratado de encontrarme: montar a caballo. Tendrás razón de creer que jamás lo aprobaré a tus quince años. Tus tías, que citas, lo aprendieron a los treinta. Eran señoras y no delfi nas. Creo que han tenido una mala idea al haberte anima-do a hacerlo con sus ejemplos y complacencias, pero me dices que el rey y el delfín lo aprueban y ello me basta pues son quienes deben darte órdenes. A sus manos he confi ado a mi gentil Antonieta. Montar a caballo estropea el color de la piel y tu cintura, a la larga, se resentirá y ensanchará. Confi eso que si montas a lo varón, y no dudo que lo haces, te resul-tará malo y peligroso si quedas embarazada y para esto has sido llamada y por esto se pondrá a prueba tu felicidad. Si montaras, como yo, a la mujeriega, habría menos de que hablar. Los accidentes son im-previsibles. El de la reina de Portugal y de otras que luego no pudieron tener hijos, son inquietantes.

[...] ¿Qué razón tendría yo para privarte de algo que te gusta si no conociera las consecuencias? Se-rás justa conmigo si reconoces que siempre he dado a mis hijos todas las libertades y todos los placeres posibles. ¿Podría privarte a ti, justamente a ti, que eres mi consuelo? No volveré sobre este asunto. Te he expuesto mis razones, que brotan de un corazón tierno y maternal.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

16 de abril de 1771

Señora y muy querida madre,Estoy encantada de que la Cuaresma no haya

dañado tu salud; la mía sigue buena, teniendo ge-neralas muy regulares, aunque la última se adelantó nueve días.

También me inquieta mucho el emperador; a pesar de toda su razón, se expondrá sin duda a toda suerte de fatigas y peligros. Estoy doblemente afl igi-da, no sólo por la ternura que le tengo y el vivo inte-rés que me tomo por tus inquietudes, sino asimismo porque no tendré el placer de verlo este año.

Me molestaría mucho que los alemanes se queja-sen de mí; confi eso que hablaría con el señor de Paar y el pequeño Starhemberg si tuvieran mejor fama. No obstante, durante la temporada de bailes, hice venir a Lamberg y Starhemberg y, en cuanto vi que sabían bailar, los hice bailar conmigo.

Estos días hay aquí mucho movimiento; el sába-do hubo apertura del Parlamento para formalizar el cese del antiguo y la instauración del nuevo; los prín-cipes de la sangre se han negado a concurrir y han protestado contra la decisión del rey; le han escrito una carta muy impertinente fi rmada por todos ellos, salvo el conde de La Marche que, en esta ocasión, se ha portado muy bien. Lo más sorprendente en la conducta de los príncipes es que el de Condé hizo fi r-mar a su hijo, que no ha cumplido todavía los quince años y que ha sido educado en esta corte. El rey le ha ordenado que se marchase, lo mismo que a los de-

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más príncipes, a los que prohibió estar en su presen-cia y en la nuestra. Los duques, sean quienes fueren, protestaron y hay doce exilados, según se dice.

[...] Conservo con el mayor aprecio el libro que me enviaste, pues todo lo que viene de ti me es muy querido, de lo que estarás persuadida porque cono-ces toda la viva y respetuosa ternura que te guarda esta hija muy sumisa.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 8 de mayo de 1771

Escribo delante del querido retrato de mi hija; está maciza y ha perdido el aire juvenil de hace once meses y, desgraciadamente, la causa no es el cambio de estado; espero esta noticia con gran ansiedad y me halaga que el matrimonio que ha de realizarse dentro de pocos días habrá de acelerar mis votos; pero no me cansaré de repetirte: nada de bromas sobre este asunto: caricias y zalamerías sí, pero de-masiada prisa arruinaría el resultado; la dulzura y la paciencia son los únicos medios de los que debes servirte. Nada se ha perdido, ambos sois jóvenes: al contrario, para vuestra salud es lo mejor, os habréis de fortifi car cada vez más; pero es natural que noso-tros, los viejos parientes, anhelemos el cumplimien-to para poder gratifi carnos viendo a nuestros nietos y hasta bisnietos.

[...] Hija querida, se dice en sociedad, con asom-bro, que te ves raramente con el embajador Mercy, que sólo le hablas al pasar y que, ante él, muestras

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más embarazo que confi anza. Se cita, al respecto, el ejemplo de la reina vuestra abuela y de vuestra sue-gra, que solían verse dos veces por semana con los ministros de sus familias, que conversaban con ellos y los distinguían por doquier. Si te hablan de otra cosa y te aconsejan lo contrario, no será por tu bien. Aparte de ello, Mercy es considerado razonable por todo el mundo y escucharlo a menudo te honrará y te favorecerá. [...] Estoy convencida y asombra-da, con motivo, por el escaso entusiasmo y poca protección que tienes por los alemanes. Créeme: Francia te estimará más y te tendrá más en cuenta si te muestras sólida y franca como buena alemana. No te avergüences de ser alemana hasta en tus tor-pezas: las excusarán por bondad y por no soportar que se burlen de ellas: poco a poco te habituarás a hacer lo mismo. Cuando una es joven y ve a diario tal suerte de cosas, es difícil no ceder a ellas; por eso es necesario tener una dama o un ministro que te pueda advertir a tiempo. Recibe con distinción a los primeros rangos y con bondad a todos los alemanes, sobre todo a mis sujetos y a los de las casas más importantes: a los menores, o sea a aquellos que no pueden entrar en la corte, muéstrales bondad, afecto y protección. Jamás se te reprochará por ello, sino lo contrario, salvo por los que nunca tuvieron el honor de ser amados por nadie, único recurso y dicha de nuestro estado. Tú lo has adquirido per-fectamente.

[...] Se habla todavía de los juegos que has prac-ticado el último invierno. No te abandones al gusto

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de poner en ridículo a los demás. Tienes cierta incli-nación a hacerlo. Si se advierte esta debilidad tuya, no te servirá demasiado y perderás la estima y la confi anza del público, tan necesarias y agradables y que todavía posees perfectamente. Mi ternura es infi nita y has de perdonarme estas repeticiones, pero las considero la base de tu dicha. Juzga cuánto las estimo.

[...] En este momento los paseos a caballo, o en calesa, los bailes, espectáculos y todo lo que es placentero, por más pueriles que sean, prefi ero que no se hable de ellos para evitar malas ocasiones. Te sorprenderá que me sienta sola sin el emperador. Conoces su afecto por esta ciudad, debí proponerle que se quedara y acabó aceptándolo, de modo que cada día viene a comer con nosotros.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Laxemburg, 9 de junio de 1771

Te escribo desde Laxemburg, donde llegamos ayer a la noche. Hay aquí un campamento de cua-tro regimientos de infantería y tres escuadrones de caballería; todas las tardes a las seis tendremos unas maniobras o ejercicios durante esta semana, si el tiempo lo permite, pues cada día amenaza lluvia desde hace un mes. Ha habido inundaciones muy fuertes que impiden muchos de los movimientos. Toda esta semana se llenará con estas actividades y la siguiente será de espectáculos. Después vendrá una tercera con un campamento de las tropas que

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formarán el ejército de Hungría. Confi eso que me da pena no advertir ninguna perspectiva de paz, aun-que la anhelo ardientemente. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

21 de junio de 1771

Señora y madre mía,[...] Me desespera que puedas creer que he falta-

do a la palabra en cuanto a la caza a caballo. Lo he hecho una sola vez en la montería del gamo y no me ha ido muy bien.

Ayer hemos vuelto de Marly. Yo lo hice a pie. Me fastidia retornar a Versalles, con lo mucho que me divertí en Marly. Había mucha gente, jugábamos antes y después de comer. Durante una ausencia del rey bailamos una vez, lo que resultó muy alegre. Mi hermana parecía encantada. El 16 partiremos a Compiègne. [...]

Adiós, querida mamá, te beso de todo corazón y te amo tiernamente.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 9 de julio de 1771

[...] Todos los meses espero en vano la lista de tus lecturas y ocupaciones. ¿Ya no está contigo el abate Vermond? Me molestaría pero más aún si estando tú no lo aprovecharas. A tu edad se disculpan fácilmen-te niñerías y ligerezas pero, a la larga, todo el mundo se cansará de ellas y te encontrarás muy mal. En tu

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lugar hacen falta lecturas y ocupaciones que puedan resultarte útiles, atraerte estima y consideración, so-bre todo en un país donde todos son tan instruidos y no disculpan nada a los demás, por alta que sea su posición. No puedo ocultarte que ya se empieza a hablar del tema y, en consecuencia, se está per-diendo la idea de grandeza que se tenía de ti, punto esencial para nosotros, que estamos en el teatro del gran mundo. Una vida continuamente disipada sin la menor ocupación seria, acabará infl uyendo hasta en tu propia conciencia.

[...] Como bien dices, no te metes en los negocios y yo seguiré animándote cada vez más a mantenerte alejada de ellos. Son lo bastante confusos como para siquiera arriesgar un juicio, pero debo advertirte que no estamos contentos de cómo has recibido al nuevo ministro y, más generalmente, cómo demuestras la distancia que te separa de su partido. No hacen falta bajezas ni zalamerías, pero es que vosotros estáis como ellos en la corte del rey y como infantes debéis más respeto y sumisión a su voluntad que ningún otro, sin desbrozar sus méritos ni averiguar de dónde provienen. Ha de bastarte que sea el rey quien distinga a ésta o a aquél, que le debes respeto, y abstenerte de bajezas. Hasta ahora la explicación era que estabas dirigida por Mesdames pero a la larga el rey podría enojarse y debes saber que tales princesas, llenas de virtudes y méritos reales, nunca supieron hacerse querer ni estimar ni por sus padres ni por el público. Ésta es la razón de mis frecuentes advertencias. Se sabe todo lo que se dice y se hace

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en su casa y a la larga todo caerá sobre ti y tú sola llevarás el reproche.

No me molesta que la condesa de Provenza no esté más avanzada en su estado matrimonial que la delfi na. Estos príncipes, efectivamente, son de-masiado jóvenes. Hacen falta paciencia y mucha dulzura. Un excesivo apresuramiento sería contra-producente.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 17 de agosto de 1771

Esta vez el correo parte algo tarde. He tenido un montón de inconvenientes y empiezo a envejecer furiosamente. Hasta en el trabajo me hace falta el doble de tiempo que antes. He recibido tu retrato al pastel, muy fi el; hace mis delicias y las de toda la fa-milia; está en el gabinete donde trabajo y el busto en mi alcoba, donde trabajo por la noche. Así siempre estás conmigo, ante mis ojos, pues en mi corazón te llevo profundamente.

Esperaba con impaciencia que me dijeras lo que Mercy te dijo de mi parte, pero he visto que has postergado esta conversación hasta la salida del correo. Lo que me tranquiliza es que, según Mercy me informa, has empezado a tratar con cuidado al partido dominante y hasta le has dirigido algunas vagas opiniones, lo que ha causado un maravilloso efecto. No me extiendo más sobre este capítulo. Mercy tiene el encargo de hablarte claro. Me encan-ta que, al menos, te hayas sometido tan rápido a sus

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consejos. Estoy segura del buen éxito si emprendes una cosa porque el buen Dios te ha dado un rostro y otros encantos junto con tu bondad que todos los corazones estarán contigo si emprendes y actúas. Sin embargo no puedo ocultarte mi sensibilidad: de todas partes y demasiado a menudo se me informa que han disminuido mucho tus atenciones y deli-cadezas, como decir a cada uno algo conveniente y agradable y hacer distingos entre personas. Se dice que, en este punto, eres muy negligente y se lo atribuye a Mesdames, que jamás supieron atraerse estima ni confi anza. Pero lo peor de todo es que em-piezas a ponerte en ridículo y en público, riéndote en la cara de la gente. Esto te hará un daño infi nito y con razón, y hasta hará dudar de la bondad de tu corazón. Por complacer a cinco o seis damas y ca-balleros, perderás a los demás. Querida hija: este defecto no es leve en una princesa. Arrastra a todos los cortesanos al hacer la corte, gentes ociosas y las menos estimables de todo el Estado, y añeja a las personas honestas, que no quieren ser ridiculizadas o exponerse a ser molestadas y al fi nal sólo te que-dan malas compañías, que te arrastran cada vez más hacia sus vicios.

[...] Me place grandemente la manera en que es-táis juntos los cuatro jóvenes: tu cuñada no quiere competir ni molestar pero su carácter es más sólido y tiene más conocimientos. Entonces: sólo obten-drás benefi cios si permaneces en relación con ella y, naturalmente, habréis de pasar muchos años juntas. Por consiguiente, hay que reforzar estas

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relaciones y lograr ventajas en lo particular y en lo estatal. Mientras os sintáis bien estando juntos, pocas personas se atreverán a crearos problemas, en tanto que la menor frialdad les daría lugar y padeceríais mucho en vuestro descanso y vuestras diversiones.

Te confi eso una preocupación: lo que me has in-dicado de que a tu cuñada, como a ti misma, sólo un milagro os dejaría embarazadas. Me complace, a pe-sar de todo. La extrema juventud de estos príncipes impide que se cumplan nuestros anhelos, sumada a un poco de timidez, propia de quienes han sido edu-cados con inocencia. Es desagradable pero bueno para el porvenir. Cuando se rompa tal encanto, todo irá sólidamente bien. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 30 de septiembre de 1771

[...] No puedo seguir callando, tras la conversa-ción de Mercy, quien te ha dicho todo lo que el rey deseaba y tu deber exigía: que has osado faltarle. ¿Qué buena razón puedes alegar? Ninguna. Tú no debes ver ni conocer a la Du Barry más que como una dama admitida en la corte y el círculo del rey. Eres la primera de sus sujetos, le debes obediencia y sumisión, y a la corte y a los cortesanos les de-bes ejemplo, es decir que las órdenes de tu amo se cumplen. Si te exigieran bajezas, familiaridades, ni yo ni nadie podría aconsejártelo, pero una palabra indiferente, ciertas miradas, no para la dama sino

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¡para tu abuelo, tu señor, tu benefactor! Y le faltas en la primera ocasión en que lo puedes obligar y de-mostrarle tu apego ¡que no te devolverá enseguida! Veamos, en esta hora ¿para quién? Para satisfacer la vergonzosa complacencia de ciertas personas que te han subyugado tratándote como a una niña, consiguiéndote paseos a caballo, en asno, con niños y con perros. He aquí las grandes causas que te li-gan preferentemente a ellos en vez de a tu señor y que no te volverán amada ni estimada sino ridícu-la. Vaya si has empezado bien. Tu cara y tu juicio, cuando no son dirigidos por otro, son la verdad y mejor así. Déjate conducir por Mercy. ¿Qué interés tenemos, él y yo, que no sean tu única dicha y el bien del Estado? Despégate de esos ejemplos contrarios. A ti te corresponde dar el tono después del rey, y no ser manejada, como un niño, cuando hables. Temes hablar al rey y no temes desobedecerlo y molestarlo. Por poco tiempo puedo permitirte evitar unas expli-caciones verbales con él pero exijo que lo convenzas por medio de todas tus acciones de tu respeto y ternura, imaginando en toda ocasión lo que pueda gustarle, que no le quede nada por desear, ningún discurso o ejemplo contrario. Deberías tú misma enojarte con todos los otros, no puedo dejarlo pasar. Tienes un solo objetivo: gustar y cumplir la volun-tad del rey. Actuando así, te eximo por un tiempo de tener explicaciones verbales con el rey. [...]

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

13 de octubre de 1771

Señora y querida madre mía,Con placer e impaciencia he visto llegar tu correo

porque hace mucho que no tengo ninguna de tus queridas noticias.

Permíteme disculparme sobre todos los puntos que en ellas tocas. Ante todo me desespera que des crédito a todas las mentiras que te envían desde aquí, especialmente lo que pueda decirte Mercy y pueda decirte yo. Tú crees que queremos engañarte. Tengo buenas razones para creer que el rey no quie-re que yo hable de la Du Barry, aunque nunca me ha hablado de ello. Me ha demostrado más amistad desde que sabe que he rehusado y, si pudieras ver como yo lo que aquí ocurre, creerías que esa mujer y su círculo nunca estarían contentos siquiera de la mínima palabra, y sería el cuento de nunca acabar. Puedes estar segura de que yo no necesito ser con-ducida por nadie en materia de honestidad. Si estu-vieras mejor informada sabrías que los De Broglie, querida mamá, en especial el pequeño, es un faltón aquí como no lo sería en Viena. He escrito con toda honestidad a la señora de Bouffl ers que el rey no ac-cederá a sus demandas. Los De Broglie se propusie-ron ridiculizar mi carta y han hecho circular copias de ella. No lo supe por alguien de mi confi anza.

[...] Para hacerte ver lo injustos que son los ami-gos de la Du Barry debo decirte que le he hablado en Marly; jamás he dicho que no le hablaría nunca sino que no lo haré en la fecha y la hora que ella fi je para

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exhibirlo como un triunfo. Te pido disculpas por cuanto te he informado vivamente sobre el tema. Si supieras la pena que tu carta me ha causado, excu-sarías lo conmovido de mis términos y creerías que ahora, como en todos los instantes de mi vida, me dominan la más viva ternura y la más respetuosa sumisión hacia mi querida madre.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 31 de octubre de 1771

Esta carta llegará tarde para felicitarte por tu cumpleaños, mas puedes estar segura que he pen-sado en él y que todos los días ruego a Dios por tu bienestar y para que puedas hacer lo mejor por el bien de tu país, la felicidad de tu familia y aumentan-do la gloria de Dios y el bien del prójimo en cuanto puedas. Mucho se puede y, en especial, nosotros po-demos, rezar a través de nuestros actos y palabras. Los favores que te ha prodigado la Providencia, em-pléalos sólo en su servicio y sin la menor negligen-cia: esto es esencial. Otros han de cumplir penosos esfuerzos para adquirirlos pero para ti son naturales. Basta solamente con no descuidarse y, obligándome mi ternura a decírtelo todo, veo que has cambiado notablemente en tus atenciones y cortesías con los demás.

No me ha parecido mal que te defendieras. Todo cuanto me demuestran tu sensibilidad y tu candor me es caro pero considera si has sido más impacien-te que sensible ante mis reproches. Lo más penoso

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fue tu falta de voluntad correctora y el completo silencio respecto a tus tías, el punto esencial de mi carta y la causa de tus pasos en falso. Es en este asunto que debes seguirme, querida hija, y ponerme al corriente. ¿Acaso mis consejos y mi ternura mere-cen menos atención que los suyos? Confi eso que esta refl exión me toca el corazón. ¿Has tenido en cuenta el papel y la aprobación que ellas tienen en el mun-do? Me cuesta preguntar ¿qué rol me has concedido? Entonces: has de creerme ante todo a mí cuando te aconsejo y te prevengo en contra de lo que ellas hacen. Para nada me comparo con esas respetables princesas, que respeto por su sólida calidad íntima pero debo repetirte que no han sabido ser estimadas ni queridas por el público ni por los suyos. A fuerza de habituarse, por bondad, a ser gobernados por algunos, ellas se han vuelto desagradables, odiosas y fastidiosas por sí mismas, y objeto de embrollos e intrigas. ¿He de hacer lo mismo y callarme? Te quie-ro demasiado para poderlo y desearlo, y tu afectado silencio al respecto me ha apenado y hecho perder esperanzas sobre tu cambio.

Las buenas noticias de tu buena hermana la reina de Nápoles me llenan de alegría, y también las de Fernando, que está encantado de su esposa; te envío la carta que ha escrito desde la primera entrevista y te confío en secreto que, desde la primera noche, ella ha sido su mujer y que ambos están visiblemen-te enamorados y que la visita de la generala que ha llegado malamente el día 17 ha producido grandes impaciencias.

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Todas estas noticias, que han debido conten-tarme, se han deslucido por las refl exiones sobre tu peligrosa situación, que lo es tanto más porque parece que no la conoces o no quieres conocerla pues no empleas los medios necesarios ni los con-sejos que te dan para salir de ella. Hace meses que nada sé de tus lecturas ni tus actividades, que nada dices del abate, que cada mes debería anoticiarme de tus distracciones útiles y razonables. Todo esto me hace temblar. Te veo ir con seguridad y descuido, a grandes pasos, hacia tu perdición, al menos hacia tu extravío. ¡Cuántas desazones y esfuerzos te costará el retorno! Si ahora te dignaras creerme tendrías la mitad de penas. Me has dicho que has hablado con el rey. Debería ser tu ocupación cotidiana y no sólo cuando tengas peticiones que hacer. Un padre tan bueno, un príncipe igualmente bueno ¿te resulta tan imponente que no puedes explicarte ante él? Perderás todo cuidado si tomas la pluma. Ni tu carácter ni tu dicción podrán ser sustituidos. Por el contrario, tu persona tiene algo de tan conmovedor que será difícil rechazarte. Es un don de Dios, que hemos de agradecer y servirnos de él para su gloria y el bien del prójimo.

Por el diario sabrás de nuestras ocupaciones. Estamos en la ciudad gozando del buen tiempo. El emperador no llegará antes de diez días. Está de viaje por terribles senderos de montaña. Por fortuna el tiempo es bueno y permite ver con buen ánimo la situación de este reino, reducido a la miseria desde hace tres años, debido a las pésimas cosechas. Nos

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hemos ocupado, incluso el mismo emperador, en aliviar esta penuria pero el daño es tan grande que muchos han muerto de hambre. Imagina mi afl ic-ción. En Hungría la cosecha ha vuelto a ser medio-cre, de modo que las medidas tomadas son lentas y difíciles.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

15 de noviembre de 1771

Señora y querida madre,Mucho me ha conmovido tu recuerdo de mi

cumpleaños. Deseo, sobre todo, utilizar con prove-cho tus buenos consejos, querida mamá. La carta de mi hermano me ha complacido indeciblemente. Me parece que cada día lo quiero más. Será seguramen-te un buen marido y hará la felicidad de su mujer. No creo haber actuado mal cediendo a mi primer impulso, al contar al delfín el pequeño secreto de familia. Aunque no lo hice en tono de reproche, le produje cierta desazón. Siempre conservo la buena esperanza. Él me quiere mucho y hace cuanto yo deseo, y todo acabará cuando supere su descon-cierto.

Puedo asegurarte que, no obstante haberte de-mostrado mi sensibilidad, sólo era sensibilidad. Estoy muy tranquila al respecto. Mis amigos y mis amigas nada tienen de qué lamentarse por mi mal trato.

Cuando te escribí que yo nada temía por mi honradez quise decir que yo no había consultado a

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mis tías. Por grande que sea mi amistad hacia ellas, jamás las compararía con mi tierna y respetable ma-dre. No soy ciega ante sus defectos pero creo que te los han exagerado mucho.

A pesar de que el estado de la reina de Nápoles me haga pensar a menudo en el mío propio, no com-parto la alegría de mi querida hermana.

Desde el verano, los viajes y las cacerías me han impedido mantener continuas lecturas, aunque a diario leo siempre alguna cosa.

Estaba a punto de olvidar el pedido que me hizo el abate, de ponerse a tus pies. No puedo decirte, querida mamá, cuánto deseo y espero darte tantas satisfacciones como mi hermano y mi hermana. Te lo aseguro con toda mi alma.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

18 de diciembre de 1771

Señora y muy querida madre,[...] Te envío mis medidas y las del delfín. Las mías

han sido tomadas sin zapatos ni peinado. Las suyas, con calzado muy chato y peinado muy bajo. He cre-cido mucho y no estoy delgada. En cuanto al delfín, aunque su tez se ha oscurecido por la vida al aire li-bre, ahora está recobrando su blancura y su salud se fortifi ca. Cada día está más amable y a mi dicha sólo le falta lo que ya tiene la reina de Nápoles. Lo espero para dentro de poco y creo que carecen de sentido los rumores sobre la impotencia de mi marido que circu-lan por este país.

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Cuanto te escribo, querida mamá, acerca de la Du Barry es a corazón descubierto y puedes creer que soy demasiado prudente en relación al tono que a su respecto emplea por aquí la gente.

La condesa de Provenza ha vuelto tras una ausen-cia de ocho días. La viruela no le ha dejado marcas y sí apenas un poco de rubor. Se dice que su marido ha manifestado toda suerte de horrores acerca del señor de Choiseul pero estoy convencida de lo con-trario y todos seguimos conviviendo muy bien.

El carnaval es muy prolongado y comenzó ya en el mes de octubre. Un día a la semana se baila en mis departamentos.

Hoy he estado viendo tirar al delfín. Lo hace a las mil maravillas y con toda prudencia. Ha conseguido unas cuarenta piezas con lo que prueba que su vista no es tan defi ciente como pareciera.

A pesar de estar muy contenta aquí envidio a mi hermana María el hecho de que te vea a menudo. Creo que sería digna de lo mismo por la respetuosa y viva ternura que tengo por mi querida mamá.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 13 de febrero de 1772

Te envío con ésta una hoja aparte por medio de Mercy como respuesta a la tuya del 21 de enero, don-de me cuentas que habéis celebrado el año nuevo se-gún mis consejos. El efecto obtenido prueba que eran buenos y me has hecho reír imaginándote que yo o mi ministro podríamos darte consejos contrarios

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al honor, tan siquiera contra la mínima decencia. Observa por estos extremos cómo los prejuicios y los malos consejos han actuado sobre tu espíritu. Tu agitación causada por unas pocas palabras, la inten-ción de no volver sobre ellas, me hacen temer por ti. ¿Qué otro interés tendría yo que no fueran tu bien y el de tu Estado, la felicidad del delfín y la tuya, la crítica situación en que se hallan el reino y la familia, las intrigas y las facciones? ¿Quién puede aconsejar-te mejor y merecer tu confi anza que mi ministro, que conoce a fondo todo el Estado y los instrumentos de su trabajo? No hay cosa más interesante, diría que la única, tu felicidad. Su apego y su capacidad deberían tranquilizarte y servirte como un recurso para todas las distintas ocasiones en que podrías encontrarte. Pero no basta con entrevistarlo: hay que seguir sus

consejos sin excepción, hay que mantener una con-

ducta acordada y continuada, capaz de bastarte en

todo. El rey está viejo, las indigestiones que sufre no son triviales, puede haber cambios para bien y para mal con la Du Barry y con los ministros. La conducta del conde de Provenza merece atención y circunspec-ción. Encontrarás a mucha gente que te envolverá y te animará contra ellos, pero ten cuidado: esa gente hará lo mismo por su cuenta. Evita cuidadosamente toda escisión en la familia: disimula, no manifi estes nada, quédate quieta, es la única manera de mante-ner la paz entre todos. Te lo repito, hija querida: si me amas, obedéceme.

[...] Te envío ese papel aparte de mi carta para en-tregarlo a Mercy, pues no quiero que caiga en otras

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manos. Si quieres recuperarlo cada mes, entrégalo sellado, con el mandato de informarte sobre él y su-brayar mis tiernos consejos, que terminarán sólo con mi vida, la que tú podrás hacer más o menos feliz.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 17 de julio de 1772

[...] No quiero postergar hasta la vuelta de Com-piègne la información de mis lecturas. Leo junto con el abate las Memorias de l’Estoile. Es un diario de los reinos de Carlos IX, Enrique III y Enrique IV. Se ve en él, día por día, lo que sucedió en aquellos tiempos, las buenas y malas conductas, las leyes y las tradiciones. Encuentro los nombres, los cargos y a veces el origen de ciertas personas de la corte actual. Leo también las cartas intercambiadas entre madre e hija. No por divertidas dejan de contener buenos principios y una excelente moral.

Mi confesor me ha dado el Libro de Tobías con una paráfrasis muy piadosa. Todos los días leo uno o dos versículos, que son normalmente de dos pági-nas, según él mismo me recomendó.

[...] No hay demasiada gente en Compiègne. Las trifulcas entre príncipes y ministros alejan a muchos. Todo el mundo se conduce aquí correctamente. Ya han quitado la cauterización al conde de Provenza. Gracias a Dios, es débil de carácter. El delfín está bien, aunque no hay nada entre nosotros.

[...] Ciertamente, no olvidaré lo que dijo Mercy. Es muy importante y ha provocado mi inquietud,

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pero seré muy feliz si puedo contribuir a la unión y probar a mi querida madre la deferencia y la ternura respetuosa que tendrá toda la vida.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

14 de octubre de 1772

[...] He aprovechado la desgracia de Schonborn para ejemplo del delfín. Le leí el artículo en pre-sencia de mis tías, que lo han elogiado tanto como yo. Dos días antes había recibido su propia lección: cabalgando en la montería, no vio una gran piedra deslizante que hizo caer a su caballo de manera que él fue a parar debajo del animal. Uno de sus jinetes se arriesgó arrojándose sobre la pata del caballo para evitar que se moviese. Tuvo un pequeño esguince que no le impidió seguir en la cacería, lo mismo que el delfín, que no sintió ningún dolor. Tuvo la defe-rencia de venir a contármelo, temiendo que estuvie-ra inquieta.

[...] La leche sigue haciéndome bien. Cada maña-na duermo una o dos horas después de beberla. La gente que no me ha visto en tiempo me ha encontra-do algo más gorda.

Aunque tengo muchas ocupaciones leo algo todos los días. He comenzado las Anécdotas de la corte de

Felipe Augusto de la señorita de Laussan. [...] El plano de Schönbrunn y de Viena me ha

dado un gran placer. Compensó la penita que me produjo reconocer los lugares que han sido modifi -cados, por el gusto de recorrerlos. Mi apartamento

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de Schönbrunn se honrará al alojarte. Estoy con-tenta porque te evitará la fatiga de subir escaleras, con daño para la respiración. Los cuidados que mi querida mamá renunció, con frecuencia, a observar, deberá permitirlos a la ternura y la inquietud de sus hijos. Las mías necesitan ser reforzadas, es el mayor consuelo que puedo tener.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 15 de diciembre de 1772

Señora y muy querida madre mía,[...] Sospecho que te han contado algo sobre

mis cabalgatas, muchas menos de lo que se dice. Te diré la completa verdad, querida mamá. El rey y el delfín gustan de verme cabalgar. Lo digo porque todo el mundo lo ha visto, especialmente durante el viaje a Compiègne. Han quedado encantados al verme vestida de amazona. Aunque confi eso que nada me costó conformarme a sus gustos, debo aclarar que nunca me incorporé a la comitiva de los cazadores y espero que, a pesar de mi atolon-dramiento, siempre seguiré las recomendaciones de la gente sensata que me acompaña y jamás me perderé en el desorden. No creo que haya sido un accidente lo que me ocurrió en Fontainebleau. A veces se encuentran en el bosque grandes rocas de arenisca. En uno de estos lugares, andando al paso, mi caballo resbaló sobre una de ellas, que no estaba visible pues la cubría la arena. Conseguí detenerlo y seguí mi camino.

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Esterhazy ha bailado ayer con nosotros. Todos admiraron su garbo y su manera de danzar. He debi-do hablarle cuando nos presentaron. Mi silencio fue sólo azoramiento pues no lo conozco de nada. Sería injusto censurar mi indiferencia por mi patria. Sien-to más que nadie el impulso de mi sangre, cada día, por mis venas y no es más que por prudencia que, en ocasiones, no expreso todo el valor que le doy.

[...] No descuido hacer la corte al rey y adivinar sus deseos para cumplirlos. Espero que esté conten-to conmigo. Es mi deber contentarlo, mi deber y mi gloria si puedo contribuir a sustentar la unión entre las dos casas reales.

Mercy estará satisfecho del silencio que guardo, desde hace tiempo, en cuanto pueda contribuir a las murmuraciones contra la favorita. Anteayer el rey sufrió una pequeña caída. Por un momento temimos por él pero enseguida se nos informó que había sido leve y continuó cazando. A su vuelta nos encontra-mos. Estaba de buen humor y no parecía sufrir. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 31 de diciembre de 1772

[...] No puedo pasar por alto tu azoramiento ante Esterhazy. ¿Cómo es que la Antonieta que a los doce o trece años sabía recibir alegremente a su mundo, decir a cada uno algo cortés y gracioso, toda Viena, todo el Imperio, toda la Lorena y Francia lo han vis-to, ahora es la delfi na que se siente azorada por un simple particular? No te acostumbres a esas frívolas

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excusas: azoro, temor, miedo, quimeras. Es mala costumbre dejarse ir sin refl exión y sin molestarse por nada, cuando se emplean esas razones. Sabes bien cómo tu afabilidad ha ganado todos los corazo-nes. Cada día ves lo contrario y te dejas ir, desdeñan-do un asunto importante.

[...] Tú te debes al rey y a mí. El resto no tiene de-recho a tu complacencia. Cumpliendo con su deber no hay que pensar en el qué dirán y tú sólo debes rendir cuentas de tus actos a nosotros. No quiero que te dejes envilecer ni dominar por otros. Ten cui-dado: perdido este equilibrio es penoso recuperarlo y no te veo inclinada a tales esfuerzos, teniendo en cuenta lo que amas tu comodidad. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

13 de enero de 1773

[...] Todas las gacetas hablarán del cruel incen-dio del Hôtel-Dieu. Fue necesario transportar a los enfermos a la catedral y a casa del arzobispo. Hay normalmente cinco o seis mil enfermos en el hospi-tal. A pesar de los auxilios prestados, fue imposible impedir que una parte del edifi cio se quemara y, no obstante que el fuego se inició hace quince días, aún perdura en los subterráneos. El arzobispado ha or-denado una cuestación. He enviado mil escudos. No he dicho nada, ciertos elogios me molestan pero se pretende que debe saberse para dar buen ejemplo. Te envío, querida mamá, los almanaques como to-dos los años.

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Acabo de releer tu querida carta por ver si no he olvidado nada. Me duele en el alma tu reproche acerca de la falta de confi anza. Mi corazón no lo ha merecido jamás. Pido a mi querida mamá que me la devuelva. ¿Me permite ella que la abrace? Sería mi completa felicidad.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 31 de enero de 1773

Señora y querida hija,Me alegra que vuestro carnaval transcurra tan

agradablemente. No oigo hablar más que de tu aspecto y lo bien que bailas. Todo el mundo ala-ba tu transformación y Stormond mismo te halla muy cambiada y para mejor. Está muy contento de vuestra recepción. Continúa así, no ha de cos-tarte demasiado. No hay que descuidarse en este sentido, conviene conservar las costumbres hasta que se conviertan en algo natural. Especialmente te recomiendo que distingas a los extranjeros, a las personas mayores y de alto rango: no dejes de diri-girles la palabra cuando se presenten para hacerte la corte. No puedes imaginar cómo una mirada, un saludo, una palabra de tu parte pueden infl uir sobre esas gentes y expandirse por todo el reino. Esas buenas personas están habituadas a que sólo se ocupen de ellas los cortesanos y los jóvenes, para ponerlas en ridículo.

También me ha encantado que enviases mil es-cudos al Hôtel-Dieu. Tienes razón cuando te quejas

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porque te obligan a hablar de ello, ya que esas ac-ciones sólo deben confi arse a Dios, aunque también hay razones para publicarlas, por su valor ejemplar. Mi pequeña querida: debemos dar este ejemplo y es un aspecto esencial y delicado de nuestro Estado. Cuanto más a menudo puedas cumplir actos de be-nefi cencia y generosidad, sin molestarte, será mejor. Lo que para otros sería ostentación y prodigalidad, para nosotros es conveniente y necesario. No tene-mos más recursos que la benefi cencia y la bondad, sobre todo si eres delfi na y esposa de un soberano. Yo misma nunca tuve esta ventaja.

No estoy nada contenta de cómo pasasteis el día de año nuevo. Hubo demasiados preparativos, repa-ra el exceso en la primera ocasión. Enero y febrero son los mejores meses para hacerlo. No pretendo gran cosa si te pido que cuatro o cinco veces por año dirijas sin afectación la palabra a la favorita. Pretendo algo más: tu comedimiento ante el rey será más fácil, más fi able, si no escuchas en tu derredor ciertos reproches. Todo el mundo dice que el rey te demuestra más ternura que tú a él. Se advierte en ti cierta reticencia que desluce tus acciones y ese padre todo lo merece.

[...] Mientras todo el mundo baila disfrazado, cuando ya he despachado a todas mis doncellas, paso un delicioso momento con mi querida hija y la abrazo tiernamente.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 15 de febrero de 1773

Hace ocho días te he escrito por medio de la Palffy pero ella no ha partido hasta hoy. Te hablaba de un constipado que ya pasó y de una encantadora fi estecita que me ofreció Madame, la hermana del futuro rey y hermana mía, y a la cual siguió un baile que duró hasta las tres de la mañana.

El delfín, el conde y la condesa de Provenza y yo estuvimos el jueves pasado en París, en el baile de la Ópera. Lo hicimos en el mayor secreto. Estábamos disfrazados pero al cabo de media hora fuimos reco-nocidos. El duque de Chartres y el duque de Borbón, que estaban bailando en el Palacio Real, que está al lado, nos vinieron a buscar y salimos deprisa a bai-lar en casa de la duquesa de Chartres. Yo me excusé porque el permiso del rey se limitaba a la Ópera. Volvimos a las siete de la mañana y escuchamos la misa antes de recogernos para dormir. Todo el mun-do está encantado con la complacencia del delfín en esta escapada, ya que se suponía su oposición.

Creo que el jardín de Schönbrunn ha mejorado prodigiosamente. Me parece increíble que todo cuanto veo en el plano ya se haya realizado, sobre todo la metamorfosis de la montaña, que debe pro-ducir un efecto muy agradable.

Me encanta el retrato de mi sobrinita. Se la ha visto con placer y se le encuentra un parecido conmi-go. Lo hice enmarcar enseguida y lo envié a la señora de Beauvau. Espero que la alegría que le cause no le impida devolvérmelo. Se lo rogué.

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Me ha conmovido la amistad de mi hermana Mariana, la cual, a pesar de su enfermedad, me ha escrito por este mismo correo. Lamentablemente, su enfermedad no parece curable. La reina me ha contado la viruela de su marido. En su lugar me ha-bría sentido muy atemorizada. Me ha sorprendido que él, de todos modos, haya salido. Ella, según me parece, sólo enloquece por su nieta. Si me vieras en presencia del rey no me hallarías molesta. En públi-co es otra cosa pero también se considera incorrecto confundir lo público y lo privado.

[...] El próximo jueves asistiré a un paso de come-dia en el cual interviene mi hermanita. Te lo envío, querida mamá, para que juzgues mis diversiones.

[...] Querida mamá: eres necesaria para todos tus hijos, y para mí como para ningún otro.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

3 de marzo de 1773

[...] No puedes imaginarte los cambios que se han proyectado en la montaña de Schönbrunn. No se rea-lizarán porque el emperador no ama a Schönbrunn y a mi edad sería ridículo emprender semejante obra. Sólo hay un espacio en medio de la montaña y un depósito de agua que mandé elevar en lo alto para alimentar una cascada frente a la casa al extremo del parterre, que cuento adornar con estatuas. Espero que en dos años todo empezará a funcionar. [...]

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 15 de marzo de 1773

[...] El rey ha dicho a Lassone, mi médico, que atribuía nuestra situación a la torpeza y la ignoran-cia mías y del delfín. Han discurrido muy seriamente sobre lo que habría que hacer. Finalmente, el rey le dio la orden de instruirnos. El delfín vino a mi ga-binete para no ser visto en el suyo. Me habló sin cortapisas y con mucha sensatez. Lassone está muy contento y tiene buenas esperanzas.

Esta Cuaresma tenemos un muy buen predicador que nos adoctrina tres veces por semana. Se ocupa de la excelencia moral y de los Evangelios, diciendo verdades comprensibles por todo el mundo. No obs-tante prefi ero la pequeña Cuaresma de Massillon, más a mi alcance.

Te agradezco, querida mamá, las músicas que me has enviado. No me parecen difíciles y enseguida las he tocado con una mano. Luego las aprenderé con la otra.

En París se ha creído que volveríamos al baile de la Ópera. Desde hace un tiempo, concurre una multitud y la gente de la Ópera ha ganado mucho. Espero que el año próximo no encontremos tanto público y podamos concurrir más de una vez. La cascada de Schönbrunn ha de producir un bello efecto. Quisiera que mi querida mamá pudiera se-guir con sus proyectos respecto a la montaña. Sería una distracción entre tantos trabajos y tu salud se favorecerá, sobre todo porque la necesito especial-mente. Las diversiones no me impiden pensar en lo

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que pueda ocurrirme. Tengo una gran necesidad de sostenerme en los consejos y el deseo de satisfacer en todo a mi querida mamá, que me gusta abrazar con toda el alma.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 18 de abril de 1773

[...] El delfín ha respondido muy bien al doctor Lassone en las distintas conversaciones que mantu-vieron. Está bien constituido, me ama y tiene buena voluntad pero es negligente y perezoso salvo cuando va de cacería. Sin embargo conservo la buena espe-ranza.

Comer magro me volvió desabrida la Cuaresma pero me he habituado a él. No daña mi salud, hasta he engordado y no quiero seguir haciéndolo. Se ha fi -jado para el 16 de noviembre la fecha del casamiento del conde de Artois. Una parte de su casa ya ha sido nombrada anteayer. Será tan numerosa y estará tan bien compuesta como la del conde de Provenza. Sin embargo hará falta gente razonable e inteligente en torno a mi cuñado. Aunque muy amable, tiene un carácter bien fuerte.

[...] He de agradecerte, querida mamá, la lista de viaje del emperador. Si trae un cortejo tan nutrido como el que se acostumbra en este país, le será im-posible hacer semejante camino en tan poco tiempo. No me corresponde juzgar si su presencia es nece-saria en todos los terrenos pero me parece que hace demasiados viajes por año.

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Es de desear que la reunión de la Dieta aporte tranquilidad. Espero que turcos y rusos se cansen de hacer la guerra. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 4 de mayo de 1773

[...] Estoy muy contenta de ver cómo te has comportado con la casa del conde de Artois. Nos proporciona unos instrumentos que no tenemos so-lamente en calidad de ideas: son los más tiernos y, a la vez, los mejores para el bien de nuestros Estados, nuestra consideración y la paz pública. Se trata de conservar y fortalecer cada vez más la alianza que subsiste tan felizmente entre nosotros. En último lugar, lo confi eso, porque nos ha facilitado la alianza con los rusos. Basta ver cuánto importa a los demás el intento de disolver esta buena inteligencia, lo que debería protegernos de las falsas insinuaciones, so-bre todo de Rusia, que nos ha hecho las mismas con-fi dencias que Francia: buscar y aproximarse a ésta en nuestro perjuicio. Confi eso, además, que todo el ruido levantado en torno al asunto de la escuadra de Toulon, que tanto han hecho valer los ministros y las cortes extranjeras, aparte de la nuestra, me apena en relación con la consideración de Francia. Juega el mismo rol humillante, sobre todo respecto a Ingla-terra y sus aliados, que nosotros, desdichadamente, respecto al rey de Prusia. Hay, no obstante, una bella diferencia: Francia tiene costa marítima y todas las fronteras terrestres guarnecidas por plazas fuertes.

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Nosotros tenemos al rey de Prusia ante la puerta sin otra defensa que la miserable de Olmütz. Y ahora, basta de tanto politiqueo. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 17 de mayo de 1773

Hemos tenido varios enfermos pero, gracias a Dios, ahora todo va bien. El delfín anduvo mal de la garganta y con un poco de fi ebre que sólo duró tres o cuatro días. Ya no la tiene y hoy se está purgando. Co-rre aquí el rumor de que el delfín es verdaderamente mi marido aunque no lo sea para nada todavía, pero creo que esta enfermedad nos ha producido un gran daño, ya que el delfín había avanzado un poco más que de ordinario. No sé si esto terminará pronto o si, por el contrario, volverá a retrasarse. Puedes creer, querida mamá, que será un gran placer y lo haré a toda prisa, mandarte novedades sobre un asunto tan esencial, sintiendo como la siento, la ternura cotidia-na que demuestras por mí. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 14 de junio de 1773

El martes pasado tuve una gran fi esta que no ol-vidaré en la vida: hicimos nuestra entrada en París. En cuanto a honores, hemos recibido todos los que te puedas imaginar. Todo esto, aunque muy bueno, no es lo que más me conmovió: fueron la ternura y el empuje de este pobre pueblo que, a pesar de los

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impuestos que lo agobian, se mostró transido de alegría al vernos. Cuando fuimos a pasearnos por las Tullerías, había tal multitud que no pudimos mover-nos, ni avanzar ni retroceder, durante tres cuartos de hora. El delfín y yo pedimos a los guardias que no golpearan a nadie, lo cual causó un muy buen efecto. Hubo tal orden toda la jornada que, a pesar del enor-me gentío que nos seguía a todas partes, no hubo un solo herido. Al volver del paseo subimos a una carro-za descubierta en la que permanecimos media hora. No puedo decirte, querida mamá, las expresiones de alegría y de afecto que nos transmitieron en esos momentos. Antes de retirarnos, saludamos al pueblo con las manos, lo cual produjo gran placer. ¡Qué feliz es, en nuestro estado, ganar la amistad de todo un pueblo a tan bajo precio! No hay nada tan precioso. Lo sentí perfectamente y no lo olvidaré jamás.

Otro particular que causó gran placer en esta bella jornada es la conducta del delfín. Respondió a las mil maravillas a todas las arengas, señaló todo lo que se hacía por él, en especial el empuje y la ale-gría del pueblo, al que demostró toda su bondad. De todos los versos que me dedicaron en la ocasión, he juzgado como los más hermosos estos que me atrevo a enviarte. Mañana iremos a la Ópera de París. Es lo que más deseo y creo que hasta iremos otros dos días a las Comedias italiana y francesa. Cada vez siento más claramente lo que mi querida madre hizo a fa-vor de mi instalación. Yo era la última de todas y tú me trataste como la mayor, por lo que mi alma se ha llenado del más tierno reconocimiento.

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El rey ha tenido la bondad de liberar a trescientos veinte presos por deudas, impagos a las nodrizas que habían amamantado a sus hijos. La liberación ocu-rrió dos días después de nuestra entrada. Yo deseaba hacer mis devociones el día de mi santo pero mi cu-ñada me ofreció a la noche una comedia con versos y fuegos de artifi cio, por lo que dejé mis devociones para el día siguiente.

Me da una gran alegría tu buena esperanza en cuanto al mantenimiento de la paz; mientras los intrigantes de este país se devoran unos a otros, no molestarán a sus vecinos y aliados. [...]

Mi querida mamá me alaba demasiado por mi ternura y mi apego para ella. Jamás podré devol-verle la mitad de cuanto le debo. La abrazo de todo corazón.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

17 de julio de 1773

Señora y madre muy querida,Tu satisfacción es lo que faltaba agregar a la ale-

gría y el sentimiento que guardaré toda la vida por la acogida con la que nos recibió París. Te confi eso, querida mamá, que partiendo hacia Compiègne la-menté alejarme de la buena ciudad. Es verdad que me conmoví hasta las lágrimas, sobre todo en la Comedia italiana, cuando la sala entera, a una sola voz con los actores, exclamó: «¡Viva el rey!». Clerval, uno de los actores, añadió: «¡Y sus queridos niños!», por lo que fue muy aplaudido. [...]

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No veo la hora de que el emperador retorne. Más me gustaría que no viese al rey de Prusia. El abate se pone a tus pies. Estaba igualmente conmovido por mí y por sus compatriotas. Tuviste la bondad, que-rida mamá, de enviarme la lista de Laxemburg. No tengo la esperanza de volver a ver mi patria pero me consuelo sabiendo lo que allí ocurre.

Desde hace cierto tiempo nos han querido meter en intrigas. Gracias a Dios, lo peor ya ha pasado y ya nada tememos. El partido del delfín y el mío están ya comprometidos para no faltarnos ni al rey ni a noso-tros. Sobre toda otra cosa espero que estés contenta de mí y que conservarás tus bondades y tu amistad, que me son más preciosas que nada.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

13 de agosto de 1773

La presentación de la joven señora Du Barry, sobrina de la favorita, transcurrió muy bien. Antes de que ella viniera a mis departamentos, me dijeron que el rey no había pronunciado una sola palabra a la tía ni a la sobrina. Yo hice otro tanto. Por lo demás, puedo asegurar a mi mamá querida que las recibí cortésmente. Todo el mundo presente convino que yo no tenía empacho ni prisa por verlas salir. El rey, seguramente, no quedó descontento porque estuvo de muy buen humor toda la velada con nosotros. El viaje terminará mucho mejor de lo previsto. No se oye hablar de jaleos ni de intrigas. Entre nosotros hay una perfecta unión.

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[...] Espero con impaciencia a Neny. Actualmente me están retratando. Es cierto que los pintores no han pillado aún mi parecido. Daría de buena gana todo cuanto tengo a quien pudiera expresar en mi re-trato la alegría que tendría al volverte a ver. Es muy duro no poderte abrazar más que por carta.

Mi marido está conmovido por tus bondades. Es-pero que las merezca en el futuro.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 29 de agosto de 1773

Señora y querida hija,Me adelanto a escribirte porque parto a Esterha-

zy, a casa del príncipe de este nombre. Confi eso que me cuesta mucho emprender este tipo de viajes de placer, que ya no están hechos para mí. Hace frío por las mañanas y las noches y las polvaredas son terri-bles. Llueve desde hace una hora. Espero que volva-mos todos bien porque la familia de aquí se quedará: el príncipe Alberto y su mujer, tu hermano y dos hermanas. Tu hermano, que es muy lacónico, dejará a Mariana el encargo de informarte sobre nuestra es-tancia y corregirá luego el informe. No he visto nunca parto más hermoso que el de la reina; está encantada con su pequeña Luisa, la encuentra bella y más pa-recida a nuestra familia que la hermana mayor. Ella es más razonable sobre este asunto que nosotras dos pero lo que me apena es la tercera que todavía debe tener. Para vosotros, queridos niños, nada se ha per-dido; si empezáis podréis conseguirlo. Pero yo termi-

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no mi carrera y ésta es la diferencia, y que nada haya cambiado en vuestra situación no me contenta.

Has hecho muy bien informando al rey. Cual-quier trascendido indirecto, y con razón, le habría suscitado quejas. La alegría es general y ello prueba cómo te aman ¡qué dicha! Consérvala como el mayor bien de este mundo.

No tengo opinión sobre la recepción de la joven Du Barry. Lo que me dices del buen humor del rey ni me decide ni me tranquiliza y, te lo confi eso, la dife-rencia entre tú y la condesa de Provenza en esta oca-sión me ha apenado. No quisiera que el rey opinase lo mismo. En esta falsa deriva algún día te dejarán sola y ya has experimentado el cambio de tu tía, así que nada de falsa vergüenza por haber dado un paso en falso. Las bondades del rey bien merecen esta pe-queña complacencia y atención de tu parte.

El correo me ha dicho que te ha visto correr a caballo en una cacería. Espero que no haya sido du-rante tus reglas. A esta hora, cuando creo que ya eres mujer, esto no me resulta indiferente y si yo fuera el rey te impondría moderación en tal ejercicio. La reina de Portugal ha dejado de tener hijos y se lo atribuyen a esta causa. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 3 de octubre de 1773

[...] He disimulado todo lo posible al advertir que no existía entre vosotros la idea del matrimonio, pero ahora, cuando tú me señalas que todo está en

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regla, no puedo callarme y tú estás obligada a rea-lizarte. Una mujer casada jamás puede responder por no estar embarazada y nunca hay más peligro que en las cuatro primeras semanas. No se puede saber siquiera si se está o no. Me extiendo sobre este punto no para asustarte sino para espabilarte y para que pienses seriamente en ese ejercicio que, si continuáis viviendo juntos como marido y mujer, no conviene para nada.

El ejemplo de la reina de Nápoles debe conmo-verte y servirte de modelo, y el buen Dios ha bende-cido su sacrifi cio, que para ella es mucho mayor que para ti, ya que en dicho país no hay apenas recursos y tú estás en medio de la gente guapa y de las diver-siones. Estoy contenta al saberte contenta por las ca-rreras de París. Jamás la reina, la difunta delfi na ni las tías han concurrido a ellas y el rey quiere condes-cender apenas porque le gustan a la delfi nita. ¡Vaya obligación que te ha creado! Él va por delante de tus anhelos; haz tú lo mismo. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 3 de abril de 1774

Ya estará en ésa Lacy, si su salud se lo ha permi-tido, para hacerte la corte. Va a París sólo para verte ya que no le gusta nada hacer de cortesano, mucho menos con los excesos de la vivacidad francesa. Me-rece que lo trates bien, tiene un gran apego por mí y no padezco demasiado el vacío que, de todas mane-ras, produce su partida. Me encantaría que mejorase

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pero temo que su salud le haya sido confi scada por sus heridas y sus trabajos.

El señor de Esterhazy se ha comportado muy mal en todos los sentidos y no quiero decirlo porque se haya opuesto a las divinas órdenes de su soberano sino por una causa aún más horrible: estando ca-sado, mantener a la mujer de otro y gastar por ella cien mil fl orines es inexcusable. Hace ya quince días que su tío el canciller le ha ordenado volver de inmediato. En los Países Bajos encontrará las mis-mas ocasiones, es hora de que venga a cumplir con su deber. Sé de las bondades que has tenido con él, características de tu buen corazón, pero, desdicha-damente, cuando eres soberana no puedes ceder a tus inclinaciones. La mayor parte del tiempo hay que actuar contra ellas. Me hallo en una situación penosa y desagradable que, a la larga, convierte nuestro ofi -cio en algo insoportable y hasta peligroso.

[...] Con aquellos que el rey eleva y estima, no debes ir más lejos y has de hacer lo mismo. Sobre este punto, escucha y sigue las recomendaciones de Mercy. Tiene por ti una gran lealtad, sólo se ocupa de tu bien y de no aconsejarte nunca nada que te haga ruborizar. Tu situación es demasiado brillante como para no provocar a los envidiosos. Éstos no perderán ocasión de turbarla, por lo que hay que an-dar con mucha circunspección. No me ocupo, querida hija, más que de tu felicidad y quisiera procurártela aun a expensas de mis días.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Choisy, 14 de mayo de 1774

Mercy ya te habrá comunicado las circunstan-cias de nuestra desdicha, la muerte del rey Luis XV. Felizmente, la cruel enfermedad mantuvo la cabeza lúcida del rey hasta el último momento, y su fi nal fue muy edifi cante. El nuevo rey parece contar con el corazón de sus pueblos. Dos días antes de la muerte de su abuelo hizo distribuir doscientos mil francos entre los pobres, lo cual ha causado un gran efecto. Desde la muerte, no hace más que trabajar y con-testar con documentos manuscritos a los ministros que todavía no puede ver, y a muchas otras cartas. Lo seguro es que tiene el gusto por la economía y el mayor deseo de hacer felices a sus pueblos. A la vez tiene deseo y necesidad de instruirse, y espero que Dios bendiga su buena voluntad.

El público espera ahora muchos cambios. El rey se limitó a enviar al convento a la criatura, o sea a la señora Du Barry, y a expulsar de la corte a todo lo que lleve su escandaloso nombre. El mismo rey debía este ejemplo al pueblo de Versalles, el cual, en el momento mismo del accidente mortal, agobiaba a la señora de Mazarino, una de las sirvientas más fi eles de la favorita. Recibo unas cuantas exhortacio-nes para que consiga la clemencia del rey a favor de unas almas corrompidas, que tanto mal han hecho desde hace unos cuantos años. Me siento inclinada a ello pero, en medio de estas ideas, no puedo dejar de pensar en la suerte de Esterhazy. Creo que se ha indispuesto contigo por unos informes falsos, de una

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parte, y exagerados, de otra. Es verdad que ha come-tido unos cuantos errores pero, en medio de todo eso, sólo existe una opinión unánime sobre su honor y su probidad y cabe esperar que, alejado de las ocasiones de aquel peligroso país y viviendo en el seno de su familia, pueda convertirse en un hombre correcto. Por el contrario temo que, si se lo tratara con toda la severidad que merece, su cabeza no se pondría en orden lo sufi ciente como para que no cometiese una nueva tontería. Espero que tú, querida mamá, no me juzgues tan insensata como para querer darte con-sejos. Creo que estando a cargo del gobierno, estás también obligada a ser justa. Sólo deseo que no te vuelvas completamente contra Esterhazy.

En este momento llegan para decirme que me pro-híben ir a las habitaciones de mi tía Adelaida, enfer-ma de los riñones y febril. Se teme que sea la viruela. Tiemblo y no me atrevo a pensar las consecuencias. Es horrible que deba pagar tan pronto el sacrifi cio que hizo. Estoy encantada de que el mariscal Lacy esté contento de mí. Te confi eso, querida mamá, que lamenté su partida porque pensé que raramente veo a gente de mi país, en especial los que tienen la suerte de vivir cerca de ti.

El rey me deja elegir libremente a los nuevos em-pleados de mi casa, ya en calidad de reina. He tenido el placer de distinguir a los loreneses, designando como primer limosnero al abate de Sabran, hombre de buena conducta, de alta cuna y nombrado para el obispado que se organiza en Nancy. A pesar de que Dios me ha hecho nacer en el rango que hoy ocupo,

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no puedo dejar de admirar los acomodos de la Pro-videncia, que me ha elegido, a mí, a la menor de tus hijas, para el más bello reino de Europa. Siento como nunca lo que debo a la ternura de mi augusta madre, que tantos trabajos y cuidados se dio para procurar-me esta hermosa instalación. Nunca he deseado tan-to postrarme a tus pies, abrazarte, mostrarte toda mi alma y hacerte ver que estás llena de mi respeto, mi ternura y mi reconocimiento.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 16 de junio de 1774

No sabría expresarte todo el consuelo y la ale-gría particulares por todo lo que se escucha decir sobre vosotros; el universo entero está en éxtasis. Y hay por qué: un rey de veinte años y una reina de diecinueve, todas cuyas acciones están llenas de hu-manidad, generosidad, prudencia y buen juicio. La religión y las costumbres, tan necesarias para atraer la bendición de Dios y para contener a los pueblos, no han sido olvidadas, en fi n que mi corazón se rego-cija y ruego a Dios que te conserve así para bien de vuestros pueblos, del universo, de tu familia y de tu vieja madre, a la cual has hecho revivir. Nada te digo sobre la elección de los ministros, que todo el mun-do juzga conveniente. Los que han sido jubilados lo fueron sin carta sellada de prisión o destierro, un método duro y muy habitual en Francia hasta ahora. Me gusta, queridos hijos, veros siempre estimados y amados y llenos de bondad. ¡Qué dulzura propor-

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ciona el hacer felices a los pueblos, aunque más no sea fugazmente! ¡Cuánto amo en estos instantes a los franceses! ¡Cuánta riqueza en una nación capaz de sentimientos tan vivos! Hay que anhelar que sean más constantes y menos leves. Rectifi cando sus cos-tumbres esto se conseguirá. La generosidad del rey por el Trianon, que se dice es la más agradable de las moradas, me da un gran placer y lo que me señalas de su testamento me parece muy bien. Se cuenta con los millones que ha dejado en su petaca, que facilitarán las generosas intenciones de su sucesor. La renuncia a la donación y al chapín de la reina, es digna de ambos príncipes. Asimismo me complace que la reina haya eliminado el uso del chapín regio. La convalecencia de tus tres tías interesa al entero universo después de la hermosa acción de no haber abandonado al difunto rey a riesgo de contagiarse su enfermedad, como efectivamente ocurrió, pero no puedo callar esta recomendación: no dejes que se acerquen al rey antes de diez semanas. Ya cono-ces las precauciones que el gran Van Swieten tomó cuando tus hermanos enfermaron y él me prohibió acercarme a ellos. Desde luego, no hay comparación con el caso actual: el rey es un objeto demasiado interesante, demasiado caro como para no tomar precauciones, aun las más superfl uas. Esta especie de viruela parece peor en Francia que entre nosotros y la casa de Borbón cuenta con varias desgracias de-bidas a ella, así que todo cuidado es poco. Añade mis oraciones a las tuyas para tranquilizarme al respec-to. Es lo único que ensombrece mi felicidad en este

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momento, dadas vuestras buenas acciones, que son incontables, y de las que me entero por todas partes y que me place escuchar. Además, leo en todas las gacetas las noticias de París. Emplea tu autoridad para impedir que se acerque al rey cualquiera que haya podido infectarse de viruela, al menos durante diez semanas.

[...] No contesto al rey para no incomodarlo al exi-girle una respuesta. Si me quiere escribir a menudo, sin que ello lo incomode, trata de que lo haga como tú, sin el menor ceremonial. Haré lo mismo. Recuer-da lo que te recomendé en mi correo anterior: ser la amiga y la confi dente del rey, pues todo depende de ello, su dicha y la tuya. Has sabido tan bien conciliar-lo con el amor del pueblo y volverlo tan afable; debes continuar haciéndolo. Si he exagerado en mis reco-mendaciones es por el peligro en que te veía, dada la bondad de tu corazón y, como tú misma lo dices, por negligencia o pereza eres capaz de dejar sorprenderte por los demás. Ahora que la decisión ha sido tomada y el rey tiene su consejo, mi inquietud ha cesado y harías mal en mostrarte indiferente y contraria a mis intenciones. Has escogido tan bien, con el permiso del rey, tu mansión, que lo mejor será continuar en lo mismo. En Francia todo es muy diferente que aquí y sería un error abstenerte allí como mezclarte aquí. Es algo que me importa enormemente porque se trata de la felicidad de tus días, que yo trataré procurarte en lo posible, aun a expensas de los míos.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Marly, 27 de junio de 1774

El viernes hará ocho días que estamos aquí; el rey, mis hermanos y la condesa de Artois fueron inoculados el sábado; desde ese momento no han cesado de pasearse al menos dos veces por día. El rey tuvo una fi ebre bastante fuerte durante tres días; desde anteayer a la noche la erupción está haciendo crisis y la fi ebre cayó tanto que ahora no la tiene. No tendrá muchos granos, en la nariz tiene algunos muy notables, y también en las muñecas y en el pecho. Ya empiezan a blanquearse. Le habían hecho cuatro pequeñas incisiones, heridillas que supuran bien, lo cual asegura a los médicos que la inoculación es un completo éxito. Los otros tres están algo menos avan-zados. No obstante, la erupción ya ha comenzado y ellos están muy bien.

La carta de mi querida mamá ha traído la alegría a mi alma; sólo estoy feliz si ella está contenta. Aquí todo sigue bien y mis tías han llegado a la noche. Como la erupción está perfectamente establecida, los médicos no hallan ningún inconveniente. La petaca del difunto rey ha resultado mucho más modesta de lo que se creía. No contenía más de cincuenta mil francos, lo cual equivale a veinte mil fl orines. He transmitido al rey tu bondad y él se mostró conmo-vido y reconocido. Nada escapa a tu ternura para mí. Tu recuerdo por mi cumpleaños me ha colmado de alegría. Descuento que Mercy despachará un correo esta semana. Aunque no tenemos ninguna inquietud por el rey, estaré más tranquila si te doy noticias. [...]

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 1 de julio de 1774

Señora y querida hija mía,Puedes imaginarte mi inquietud por la situación

del rey. Soy partidaria de la inoculación, que me ha salvado a tres hijos y a siete nietos, pero tengo en cuenta el calor de la estación y el hecho de que se inoculó a tres hermanos a la vez. Quiera Dios que no hayas contribuido a la decisión, aunque la ma-yor parte de las cartas te la atribuyen. Que estabas encantada, por descontado, mas también que tus inquietudes debieron ser grandes. Esta decisión honra al carácter personal del rey al tiempo que hace temblar por lo precioso de sus días, que pro-meten a Francia y a Europa un príncipe del cual se espera la felicidad universal. Ahora estáis pasando los días críticos y yo cuento las horas. Terminan, si no hay ningún accidente, en una quincena; pero empiezo a dudar si se aplicó el día 18 porque no tenemos ninguna noticia, ni siquiera por la posta, que debía haber llegado hoy. La espera y la lejanía son crueles en tales instantes. He reconocido tu buen corazón al rogarme que no haga caso de nin-guna novedad que tú no me envíes, pero ¿somos los dueños de nuestros sentimientos, cuando ama-mos mucho y hemos soportado tantos reveses? La gracia de Choiseul me produjo un sensible placer en relación con el rey, a ti y hasta con la alianza. Me halaga que aquellos que no piensan como tú han considerado muy conveniente y pertinente ese retorno. [...]

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Nada te digo de aquí. Mi cabeza y mi corazón están repletos de vacunas. Recurro a los pobres que imploran a Dios en los Capuchinos y en el convento de la Reina donde cuento celebrar un Te Deum si el buen Dios nos acuerda el restablecimiento unseres

werthen Königs. Un poco de alemán para que no lo olvides. Te abrazo.

N.B.: unseres werthen Königs: de nuestro apreciado rey.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Marly, 1 de julio de 1774

Señora y muy querida madre,La inoculación está totalmente cumplida. El rey

no ha sufrido, realmente, más que durante la fi ebre, que lo ha fatigado y abrumado durante dos días. Mañana se purgará. Espero que los médicos hagan un informe con todo lo sucedido. Lo enviaré a mi querida mamá tan pronto lo tenga. Mis cuñados y mi cuñada ya están fuera de peligro.

[...] Podrás ver, querida mamá, que uso del pri-vilegio de amiga que has querido concederme bue-namente, hablándote francamente de mis ensueños. En todo me remito a tu indulgencia y bondad y te abrazo con tanta ternura como respeto.

De mano de Luis XVI: Te aseguro, junto con mi mujer, mi querida mamá, que estoy bien restableci-do de mi vacuna y que apenas he sufrido. Te pediría la autorización de besarte si mi cara estuviera más limpia.

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 16 de julio de 1774

Te he prometido comunicarte y advertirte lo que se me ocurre sobre el reino feliz que se anuncia como el de Luis XVI y de su reinecita. Helo aquí, queda por saber si todo lo que se dice es verdadero. Te servirá o no como prevención. Todo proviene de la ternura que tengo por ti: nunca me parecerá excesiva, tra-tándose de ti. Todo es éxtasis y locura, hay una pro-mesa de la mayor felicidad, revive una nación que estaba extenuada y que sólo se sostenía por el apego de sus príncipes. Hay que decirlo en su elogio. La nación está viva, tiene necesidad y todo lo espera de su príncipe, por lo que será difícil contentarla. Para ello sólo hay un único medio, que es fi jar los princi-pios y no apartarse de ellos. Lo mejor es ser exacto y económico, como se cree que lo será Luis XVI. Lo peor, que se deje llevar por su bondad y debilidad, y renunciar a la primera idea que de él se ha forjado el pueblo y de la cual has percibido los maravillosos efectos, hasta en el exterior. La gratifi cación de qui-nientas mil libras a d’Aiguillon y la pensión concedi-da a Monteynard y a otros tantos han provocado una gran sensación en el público, no por la generosidad manifestada por el rey sino por advertir que ciertos sujetos han arrastrado al rey, concluyéndose ense-guida que él no será fi rme y que tendrá unos favori-tos que podrán manejarlo.

Se habla también de los millones destinados a construcciones. En el momento actual, cuando se han de desechar y suplantar muchos caballos, resul-

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tan inesperados semejantes gastos, diez veces ma-yores. Se dice que las reinas de anteriores príncipes eran unas desconocidas, que su carácter familiar era extremo. Dios me libre de que tú hagas sentir tu su-perioridad, en la cual Dios te ha situado, pero creo que estás atrapada entre tus tías y el conde y la con-desa de Provenza. Al conde de Artois se le atribuye una abusiva audacia. No conviene que lo toleres, a la larga te podrías encontrar en apuros. Hay que sa-ber estar en su lugar, jugar bien su papel, evitar que todo el mundo se meta donde no le corresponde. Complacencias y atenciones, sí, pero ninguna fami-liaridad. Con ello evitarás embrollos y recomenda-ciones. En el actual momento, es lo principal. Hasta ahora ha habido una gran disipación y se impone el cambio. Temo por ti en este sentido más que en cualquier otro. Debes ocuparte absolutamente de cosas serias que puedan ser útiles, siempre que el rey te las consulte y lo haga amistosamente. No lo lleves a gastos extraordinarios. Que esa primera y encantadora donación del rey que es el Trianon no sirva para grandes dispendios, mucho menos para despilfarros. Todo depende de un feliz comienzo, más allá de toda creencia y que os conserve felices a los dos, y que mantenga la dicha de los pueblos, que sólo esperan el bienestar de vosotros. Un carác-ter sostenidamente justiciero, unido a la bondad y a una economía conveniente, harán respetable al monarca ante los amigos y los enemigos. Hasta yo me he ruborizado de que este querido príncipe haya hecho en treinta y tres días más que tu madre en

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treinta y tres años de reinado, pero hace falta soste-ner este bello y maravilloso comienzo, que tanto me preocupa. Es necesario que el rey, rodeado de gente honesta, aleje a los intrigantes y haga caso de los amigos que le digan la verdad pura y sin maquillaje. No sé si es verdadera la respuesta del rey que pu-blica La Gaceta de Colonia, pero me ha conmovido hasta las lágrimas: «que desea que le digan lo mal que se hable de él para poderse corregir». Con la ayuda de Dios y de esa admirable voluntad todo puede esperarse, todo irá bien. Sólo temo a tu pere-za y a tu disipación, los enemigos que debes temer. Has de hacerte capaz de servir como consejera del rey y para ello debes adornar su espíritu con cosas análogas a la tarea que debes cumplir. Trato de esta materia con Mercy para que te apoye y te lo recuer-de a menudo, a tiempo y en su lugar. ¿Por qué me afectaría tanto el tema si no estuviera tan apegada a tu felicidad, que es toda mi preocupación? Te abra-

zo tiernamente.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Marly, 30 de julio de 1774

Tus últimas dos cartas me han llenado de satis-facción por la bondad con la que mi querida mamá piensa en todo cuanto me interesa y por sus buenos consejos, que son más una manifestación de ternura y de amistad que de los derechos maternos. Si no los aprovecho tanto por mí misma, al menos responde-

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ré a mi tierna madre con sinceridad y confi anza. Es verdad que los elogios y la admiración por el rey han resonado por doquier. Bien se lo merece por la rec-titud de su alma y el deseo que tiene de actuar bien. Pero me inquieta este entusiasmo francés por sus consecuencias. Lo poco que entiendo de los asuntos públicos me hace ver lo difícil y embarazosos que son. Es convicción general que el difunto rey ha dejado las cosas en muy mal estado. Los espíritus están divididos y será imposible contentar a todo el mundo en un país cuya ansiedad quisiera resolverlo todo de golpe. Es verdad lo que me dice mi querida mamá: fi jar los principios y no apartarse de ellos. El rey no será tan débil como su abuelo. También espero que no tenga favoritos pero temo que resulte demasiado dulce y fácil, como al permitir que el se-ñor Maurepas diera quinientos mil francos al señor d’Aiguillon. La pensión del señor Monteynard es muy diferente. Se le dio lo mismo que a todos los ministros jubilados. Se había comportado hones-tamente y su único error consistió en disgustar al villano garito. Mi querida mamá puede confi ar en que yo no arrastraré al rey al despilfarro; por el contrario, rechazo yo misma todas las demandas de dinero que le llegan. El rey no piensa malgastar en construcciones, se exagera en esto como en otras cosas, lo mismo que mi familiaridad, que muy poca gente puede conocer. No me corresponde juzgarme pero me parece que ya no hay entre nosotras el aire de buena amistad y alegría de otros tiempos. Es ver-dad que el conde de Artois es muy atrevido y muy

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atolondrado, pero yo sé hacerle ver sus errores. En cuanto a mis tías no se puede decir que me manejen. Respecto a los archiduques, debo afi rmar que confío enteramente en ellos.

He de admitir mi disipación y mi pereza por las cosas serias. Deseo y espero corregirme pronto, sin meterme en intrigas, ponerme en situación para me-recer la confi anza del rey, que vive siempre en buena amistad conmigo. Lo que dice La Gaceta de Colonia pudo haber salido de su corazón, aunque no creo que lo haya dicho.

Envío a mi querida mamá el informe sobre la vacuna y entrego a Mercy doce copias del mismo. Pienso que tu ternura aceptará con gusto saber en detalle lo que ha ocurrido aquí.

El rey ha destituido al señor de Boynes como ministro de marina, no por sus relaciones y bajezas con la Du Barry sino por su incapacidad, reconoci-da por todo el mundo. Su sucesor el señor Turgot tiene fama de ser un hombre honesto. Me fastidia que hayan caído en desgracia los duques de Orléans y de Chartres. No han sido exilados sino que se les prohíbe presentarse en la corte. Quisiera que esta situación no dure demasiado y que se eviten más embrollos. El rey no pudo dejar pasar que se negaran a prestar servicio a su abuelo.

Me ha conmovido tu bondad, querida madre, al dejar venir a Compiègne a mi hermano. Si viene, haré todo lo posible para evitarle inconvenientes aunque la mala salud de Rosenberg me hace temer que no pueda venir.

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Me emocionan las plegarias que has hecho cum-plir y el afecto de mis queridos compatriotas. Corres-pondo a sus sentimientos con los míos pero nunca podré demostrar a mi querida mamá todo el respeto, la ternura y la confi anza que tengo en ella.

P.S. El abate sentiría gran afl icción si yo olvidara ponerlo a tus pies.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 7 de septiembre de 1774

Señora y muy querida madre,Fue una gran contrariedad no poder ver a mi her-

mano; lo esperaba con gran placer y el rey parecía compartir mis pensamientos. Reconozco tu gran enternecimiento unido a la inquietud que te causa su estancia entre nosotros. Estoy segura de que si incurre en alguna falta de buenas maneras y len-guaje apropiado, sabrá corregirse por su educación y sus cualidades personales. Por otra parte, a fi nes de temporada hay en Compiègne escasa gente, lo cual habría sido una buena oportunidad para hacerse una idea de este país en pocos días.

Espero, querida mamá, que a estas horas te hayas tranquilizado en cuanto al coadjutor y estarás con-tenta con el nuevo embajador francés ante Viena, el barón de Breteuil. Tiene gran ingenio y los años han serenado su vivacidad. El coadjutor ha conseguido un pequeño consuelo del cual no está demasiado contento aunque mucho lo envanece. Le han dado una pensión de cincuenta mil francos para que pa-

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gue sus deudas hasta que sea nombrado obispo de Estrasburgo. Felicito a sus acreedores.

El pueblo ha demostrado su alegría hasta la extravagancia por la destitución del canciller Mau-peou y del inspector general Terray. No me inmis-cuyo en ninguna decisión pero deseo que todo esto acabe porque causa penurias y contratiempos al rey. Ya te he dicho que el señor Turgot es un hom-bre muy honesto y que esta cualidad es esencial en las fi nanzas. El señor de Sartines ha sido nombrado en marina. El pueblo lo adoraba cuando era teniente de policía. Con todo, no sé qué talentos tendrá para asuntos de marina, quizá enseguida lo reemplacen. Como quiera que sea, es una gran dicha que un hom-bre tan honesto esté cerca del rey. Por mi parte, es-toy encantada. No conozco del todo al guardasellos regio Hue de Miromesnil.

Volviendo de Compiègne he sufrido una pequeña indisposición muy desagradable. El gran calor y el movimiento del coche, enseguida después de comer, me produjeron palpitaciones y vómitos, lo cual me honró ante la gente pero, desdichadamente, mamá, habrás advertido que sigo lejos de estar embarazada. Catorce horas de reposo me repusieron completa-mente y no parece que vaya a recidivir. No me hablas de tu salud, espero que sea buena pero me gustaría asegurarme sobre la cosa más querida del mundo. ¿Me permites que te abrace de todo corazón? El aba-te se pone a tus pies.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Fontainebleau, 16 de octubre de 1774

Señora y muy querida madre,Desde hace ocho días estamos en Fontainebleau.

Mi salud se ha repuesto completamente. No puedo decir lo mismo en cuanto a mi tía Adelaida, que se quedó en Versalles con mis dos otras tías a causa de una fi ebre doble terciana que le apareció la víspera de nuestra partida. A esta altura la ha superado y proyecta venir la semana próxima. Antes de llegar aquí pasamos cinco días en Choisy. El rey se com-portó maravillosamente, de excelente trato con todo el mundo y en especial con las damas, para quienes tuvo unas atenciones mayores de lo que su educación hacía esperar. Cada noche cenamos con las del lugar o con las invitadas de París. Todo resultó un éxito mundano, lo cual contribuyó a reforzar el rol del rey y a volverlo amable. Quisiera comprometerlo para que hiciese lo mismo aquí. En cuanto a las cacerías, es verdad que a veces resultan demasiado violentas, lo cual me molesta aunque reconozco que él se está moderando desde que es rey y que caza con menor frecuencia. Por lo que a mí respecta, he resuelto no volver a cabalgar ocho días antes de mis reglas, que siempre me vienen muy fuertes. Hay una semisos-pecha y muchos cotilleos acerca del embarazo de la condesa de Artois. Ha tenido un atraso de seis días, lo cual le ocurre muy a menudo, pues menstrua muy irregularmente. Es cierto que, en esta ocasión, su marido había hecho bastante para que ella quedara en estado.

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Ciertamente la señora de Muy se habrá dado cuenta de tu bondad al hablarme de ella. Aunque esté recién llegada, ya se elogian su inteligencia y su carácter.

Estoy desolada por no haber encontrado toda-vía un pintor capaz de retratarme correctamente. Si lo hallara le daría todo el tiempo que quisiera, y aunque no pudiese hacer más que una mala copia, tendría el placer de enviarla a mi querida mamá. El rey se halagaría mucho si quisieras un retrato suyo. Deseo que te envíe uno que se le parezca. Espero con impaciencia la llegada de los cabellos que te he pedi-do. No puedes imaginar cuánto me son preciosos. Te abrazo de todo corazón.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

16 de noviembre de 1774

Señora y muy querida madre,Estoy muy contenta de haber podido cumplir con

tus intenciones. El rey me ha concedido la presenta-ción de la señora de Vergennes. El marido, al cual se lo anuncié, me ha parecido conmovido y enternecido hasta las lágrimas.

Ha terminado el gran asunto de los parlamentos. Todos coinciden en decir que el rey estuvo maravi-lloso. Mercy asistió y te informará. Aunque no he querido inmiscuirme ni preguntar sobre estas cosas, he sido sensible a la confi anza del rey. Mi querida mamá lo juzgará por el escrito que le envío. Es de la mano del rey, que me lo dio la víspera de la apertura

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de las sesiones. Todo ocurrió como él lo deseaba y los príncipes de la sangre acudieron a vernos al día siguiente. Me alegra el hecho de que ya nadie padez-ca exilio ni caiga en desgracia. Cuando clausuraron los parlamentos, la mitad de los príncipes y de los pares se habían opuesto. Hoy en día todo funciona muy bien y me parece que si el rey sostiene su obra con autoridad será más grande y sólida que en el pasado. Eché de menos al canciller Maupeou como defensor de los derechos del rey. Pero, más allá de que a menudo actuaba de mala fe, se dice que ha em-brollado todos los negocios para apoderarse de ellos y arreglarlos según su gusto e interés.

Estoy muy contenta por haber comprometido al rey a dar una cena semanal a nuestros caballeros y nuestras damas. Creo que es la mejor manera de evitar que lo arrastren hacia las malas compañías al igual que a su abuelo. Esto es también bueno para aminorar la familiaridad que podría haber entabla-do con sus camareros. Hasta ahora las cenas suce-den maravillosamente. Como corresponde, trato de cumplir con mi deber, hablar y atender a todo el mundo.

El rey acaba de hacer una cosa para mí encan-tadora. Sólo tenía en mi petaca noventa y seis mil libras, como la difunta reina, con lo cual se habrían pagado tres veces mis deudas. Jamás lo habría hecho pero me veía obligada a cicatear. El rey, sin que yo lo supiera, ha aumentado mi petaca en más del doble. Tendré doscientos mil francos por año, lo cual equi-vale a ochenta mil fl orines.

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Me olvidaba de Beaumarchais. El rey me ha de-mostrado una vez más su amistad y su confi anza. Considera a este hombre como a un loco, a pesar de todo su ingenio, y creo que tiene razón. Es cierto que el conde de Artois es turbulento y no siempre se contiene como debería, pero mi querida mamá puede estar tranquila en el sentido de que sé dete-nerlo cuando empieza con sus diabluras y, lejos de prestarme a sus familiaridades, más de una vez le he dado mortifi cantes lecciones en presencia de sus hermanos y sus hermanas.

[...] Querida mamá ¿tendrás a bien enviarme la medida de tu tercer dedo o del pequeño para los dos anillos? Los hay encantadores en forma de jarrete-ra. En cuanto a los brazaletes me he equivocado. Los han hecho pero tan malamente como ya no se hacen.

Los cabellos de mi querida mamá son toda mi dicha, los tengo sobre mi corazón y dentro de mis al-hajas, pero no necesito de estas preciadas joyas para recordar a cada instante a la más tierna y mejor de todas las madres.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

30 de noviembre de 1774

Señora y querida hija,Estoy muy contenta de que mis viejas canas te

hayan procurado tanto placer. Te envío la requerida medida de mi tercer dedo y también la del pequeño. Un ofi cial las entregará a Mercy. Te sorprenderá la

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medida de mis dedos, pero es la justa. Los dos cua-dros de porcelana me gustaron mucho, son encanta-dores, salvo el morrito de mi querida reina, que está muy mal. Por malo que sea el retrato que consigas, te pido que me lo envíes. Lacy se escandaliza porque no hay en casa ningún retrato tuyo, salvo el que hizo la Bertrand antes de que te marcharas. Lo mismo ha opinado cuando vio el retrato del emperador en tu casa. Actualmente hago trabajar a otro pero no esta-rá terminado antes de Pascua.

Te devuelvo el precioso escrito del rey. Fue un gran día y espero que los hechos confi rmen la bon-dad de la empresa. Apruebo hasta el infi nito, mi querida y prudente hija, que no te hayas entrometi-do en un asunto tan delicado y que no hayas pregun-tado nada. Esto honra tu discreción a tus diecinueve años. Pero la confi anza del rey, comunicándotelo todo antes de emprenderlo, me halaga y consuela enormemente. Conserva siempre esta ventaja que da la discreción en tanto te hace capaz de poder serle un recurso y un consejo en esta suerte de ocasiones. Sin esto nada se sostendrá. Te recomiendo que leas siempre, único medio de formar nuestras ideas y nuestros corazones. Si así se percibiera, sobre todo en Francia, donde todo se descorteza y de todo se extraen consecuencias, si no te implicaras en nada, muy pronto te decepcionarías de los aplausos que ahora te prodigan. Así es el mundo, más tarde o más temprano, a todos nos llega, por eso hay que tener una posición fi rme para que nada ocurra por nuestra culpa.

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Te agradezco por el éxito de la señora de Ver- gennes. Tenía con ella una verdadera obligación. Su marido nos prestó buenos servicios en Constantino-pla como hombre honesto y buen ministro. La señora de Muy ha escrito a Esterhazy elogiando lo bien que la trataste en Fontainebleau. Todo esto es encantador de tu parte, pero queda en suspenso un olvido e in-sisto en él: ¿el desdichado Durfort será olvidado para siempre?

El asunto de la petaca es muy conmovedor pero, sobre todo, lo que agregas, que no contraerás deu-das. En este momento serías más culpable que na-die. Me alivia que te hayas liberado de toda cicatería y que puedas hacer generosidades. No te hablo de asuntos públicos, Mercy te lo podrá decir. Son muy desagradables, tanto los de Polonia como los de Moldavia y muy opuestos a mi manera de pensar, pero no he podido separarme de otras dos gran-des potencias sin exponerme a una guerra, lo cual no estaba en condiciones de emprender. Termino abrazándote tiernamente, asegurándote que me ha-ces vivir diez años más por todos los consuelos que me procuras.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

17 de diciembre de 1774

Señora y muy querida madre,Soy feliz por haberte dado algún momento de

satisfacción. No tendrás tanta alegría al saber que la condesa de Artois está embarazada. Ha pasado la

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segunda cesación de la regla y no se halla incómoda todavía. Admito, querida mamá, que me fastidia que ella sea madre antes que yo, pero no por ello me siento menos obligada a tener por ella más atencio-nes que nadie. El rey tuvo hace ocho días una larga conversación con mi médico. Estoy contenta con su disposición y tengo buena esperanza de seguir pron-to el ejemplo de mi cuñada.

[...] P.S. Querida mamá, has de saber que Durfort es actualmente duque de Civrac. El abate tiene el honor de ponerse a tus pies.

Por fi n me han traído dos retratos. No son todavía los que yo deseo para mi querida mamá mas espero que no esté descontenta, sobre todo del pequeño. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 5 de marzo de 1775

Señora y querida hija mía,[...] ¡Gracias a Dios ha terminado este eterno

carnaval! Encontrarás que esta exclamación es cosa de viejas pero te confi eso que las fatigas fueron excesivas durante este tiempo. Yo temblaba por tu salud y por la vida normal de la corte, punto esencial a conservar. Toda lectura y toda otra ocupación se habrán interrumpido durante dos meses. El tiempo es precioso y ninguna pérdida es tan real e irrepa-rable como la suya. Cuando se es joven no se pien-sa en ello. Cuando se es viejo, se lo reconoce pero entonces son otras debilidades las que nos vuelven defectuosos. De todas maneras no puedo dejar sin

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tocar un tema que muchas gacetas me repiten de-masiado a menudo y es el peinado que luces. Se dice que desde la raíz de los cabellos hasta la punta mide 36 pulgadas y encima plumas y cintas que lo elevan aún más. Sabes que soy partidaria de seguir mode-radamente las modas pero sin sobrepasarlas. Una reina joven y bonita, llena de encantos, no necesita de todas esas locuras. Por el contrario, la sencillez del peinado mejora su aspecto y se adapta bien al rango de reina. Ella debe dar el tono y todo el mun-do se apresurará a imitarlo de corazón hasta en los mínimos detalles, mas yo, que quiero y sigo a mi reinecita paso a paso, no puedo impedirme adver-tir esta pequeña frivolidad, teniendo por otra parte muchas razones para estar satisfecha hasta la gloria por cuanto haces. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 17 de marzo de 1775

[...] A pesar de que el carnaval me ha divertido mucho, estoy de acuerdo contigo en que ya era hora de que terminase. Hemos vuelto a nuestra rutina, lo que aprovecharé para conversar más con el rey, que siempre mantiene su buena amistad conmigo.

Es cierto que me ocupo algo de mi peinado y de mis plumas pero todo el mundo las lleva y parecería extraordinario no llevarlas. Desde el fi nal de los bai-les ha disminuido mucho su altura. [...]

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 2 de junio de 1775

Estoy encantada por lo que me cuentas respecto a la fi rmeza del rey ante el parlamento en ese desdi-chado motín. Creo como tú que ha de haber algo por debajo. El mismo lenguaje al cual te refi eres ha sido empleado por nuestras gentes de Bohemia; allí por la carestía del pan y aquí por los impuestos de corveas. Se ha llegado a pretender su abolición. En general este espíritu de revuelta empieza a generalizarse: es la consecuencia de nuestro siglo ilustrado. Me quejo a menudo de ello pero la depravación de las costum-bres, la indiferencia por todo lo que atañe a nuestra santa religión y la continua disipación son las causas de todos los males. Te confi eso que he visto con gran pena en las hojas impresas que tú te entregas más que nunca a las carreras en el Bosque de Bolonia, a las puertas de París, en compañía del conde de Artois y en ausencia del rey. Has de saber mejor que yo que aquel príncipe no es muy estimado y, sin embargo, compartes sus errores. Es joven y atolondrado y sus errores resultan leves en un príncipe pero son graves en una reina de mayor edad y de la que se tenía muy otra opinión. No pierdas ese inestimable don que al-guna vez tuviste. Una princesa debe hacerse estimar hasta por sus menores actos y no pasar por afectada ni en peinado ni en diversiones. Nos vigilan dema-siado como para no estar siempre alertas.

Hay todavía otro asunto muy triste para mí: las cartas de París dicen que tú y el rey dormís en camas separadas, que él te tiene poca confi anza. Confi eso

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que esto me choca más pues si por el día no os veis y por la noche no os acostáis juntos, habrá que re-nunciar a la sucesión, al tiempo que la amistad y la costumbre de estar unidos también se acabarán. Sólo preveo desdichas y malestar entre vosotros si no os ocupáis de mantener la brillante posición adquirida. El rey te ama y te estima. Depende de ti el resto. Tu única tarea es permanecer junto a él la mayor parte del día, hacerle compañía, ser su mejor amiga y confi dente, y tratar de estar al tanto de las cosas para poder alternar con él y aliviarlo, de modo que no busque en otros lugares el agrado y la seguri-dad que tú no le proporciones. Estamos en el mundo para hacer el bien a los otros. Tu tarea es de las más esenciales. No estamos aquí sólo para nosotros, para divertirnos sino para ganar el cielo hacia el cual todo tiende y que no se consigue gratis: hay que merecer-lo. Perdona este sermón pero, te lo confi eso, esas ca-mas separadas y esas carreras con el conde de Artois me han preocupado tanto que no puedo describírte-lo más vivamente. Conozco las consecuencias y trato de salvarte del abismo al que te precipitas. Atribuye a mi ternura todas estas alarmas pero no las creas superfl uas.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 22 de junio de 1775

Señora y querida madre mía,[...] La consagración del rey ha resultado perfecta

en todo sentido; todo el mundo parece estar conten-

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to con el monarca, quien debe estarlo de todos sus sujetos. Grandes y pequeños, todos le han demostra-do un gran interés. En el momento de la coronación, las ceremonias de la iglesia se vieron interrumpidas por las más conmovedoras exclamaciones. No me pude contener y mis lágrimas surgieron a mi pesar, agradando a los demás. Durante el viaje hice cuanto pude para corresponder al apiñamiento de la gente y, no obstante el calor y la muchedumbre, no lamen-to mi fatiga que, por otra parte, no ha dañado mi salud. Es algo sorprendente a la vez que muy feliz haber sido tan bien recibidos dos meses después de la revuelta y la carestía del pan, que desgraciada-mente continúa. Es prodigiosa en el carácter francés la facilidad con que la gente se deja llevar por las malas infl uencias y la rapidez con que vuelve al buen camino. Ver qué bien nos trata el pueblo en medio de una situación tan mala nos obliga a trabajar todavía más por su felicidad. El rey me parece persuadido de esta verdad. Por mi parte, sé que no olvidaré mien-tras viva, aunque llegue a los cien años, este día de la consagración. Mi querida mamá, que es tan buena, compartirá esta dicha.

El constipado que tan largamente he padecido se ha curado con la leche. Es verdad que durante mi enfermedad el rey ha dormido en sus apartamentos pero mi querida mamá debe persuadirse en este punto: hace tiempo que ha retornado a los míos. Además, hay una incomodidad peculiar en nuestra instalación: no podíamos ir de un lado a otro sin ser vistos por todo el mundo. He mandado construir un

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pasadizo por el cual podemos comunicarnos sin ser vistos. Me molesta, querida mamá, que juzgues mis paseos por el Bosque de Bolonia según los papeles públicos, siempre exagerados y a menudo, falsos. Los días en que me acompañó el conde de Artois, el rey andaba de cacería y me resultaba imposible ir con él. Yo contaba con el permiso del rey y había con nosotros mucha gente de la corte, hombres y mujeres. Esterhazy, que fi guraba entre ellos, podrá informarte que no hubo nada reprochable.

[...] Vuelvo sobre esas miserables gacetas cuyas mentiras me resultan muy penosas. Sólo deseo con-servar y merecer las bondades y la ternura de mi querida mamá. Me permito enviarte dos medallas de la consagración, una para ti y otra para el empe-rador.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 30 de julio de 1775

Señora y querida hija mía,El correo parte con un día de antelación llevando

dinero a los Países Bajos y quiero, ante todo, ma-nifestarte el placer que me produjo el envío de tus cabellos, como siempre los de mis queridos hijos. El presente es un bello objeto trabajado por los artesa-nos de París. Hace honor a ellos y a mi hija querida, que ha deseado complacer a su vieja mamá.

Pero ¡qué poco ha durado tal placer! No puedo ocultarte la gran consternación que me ha produci-do tu carta a Rosenberg. ¡Qué estilo! ¡Qué ligereza!

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¿Dónde está el corazón tan bueno y generoso de la archiduquesa María Antonieta? No veo más que intriga, odio, bajeza, espíritu de persecución, burla. Intrigas como la Du Barry o la Pompadour podrían tramar para conservar sus perfi les pero inaceptables en una reina, una gran princesa de las casas de Lo-rena y de Austria, llena de bondad y decencia. Tus rápidos éxitos y tus aduladores me han hecho tem-blar desde el pasado invierno en que te entregaste a los placeres y a los ridículos peinados. Esa carrera de placer en placer sin el rey y sabiendo que a él le dis-gustan y que por mera complacencia él te acompaña o te deja hacer cualquier cosa, todo esto me ha hecho volcar en mis cartas todas mis inquietudes. Ahora las veo confi rmadas por tu carta.

¡Qué lenguaje! ¡Pobre hombre! ¿Dónde están el reconocimiento y el respeto por sus complacencias? Te dejo con tus propias refl exiones y no te digo nada más, aunque habría que decirte todavía más cosas.

No opino sobre el secreto con que has llevado tu elección de la princesa de Lamballe. Mis observa-ciones sólo perseguían tu propio bien. Dos cuñadas piamontesas, una que provee a la sucesión y la otra con su conducta reservada y de lo más prudente, han sido aprobadas por todas las gentes y por los extran-jeros y tú ¿por qué nombras a una sobreintendente también piamontesa? ¿Puedes creer que te será más apegada que a su propia casa y a su propia nación? Si así fuera, yo no la estimaría. Es por tu propio bien que te he aconsejado circunspección. Nunca te habría impedido que eligieras libremente a tus cola-

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boradores. Pero si preveo inconvenientes no puedo callarme. Te amo demasiado y preveo más incon-venientes que nunca al verte tan ligera, irrefl exiva y violenta.

Tu felicidad habrá de alterarse y te precipitarás por tu culpa en las mayores desgracias. Es el resulta-do de tu disipación y falta de aplicación. ¿Cuáles son tus lecturas? ¿Así pretendes infl uir en la designación de los ministros e inmiscuirte en todos los negocios? ¿Qué hace el abate? ¿Qué hace Mercy? Creo que se te han vuelto desagradables porque no te adulan, porque quieren hacerte feliz y no divertirte apro-vechando tus debilidades. Algún día lo reconocerás pero será demasiado tarde. Espero no sobrevivir a tal desgracia y ruego a Dios que acorte mis días, ya que no puedo serte más útil ni impedir que mi hija querida se pierda y sea desdichada, porque la amo hasta mi último aliento.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 12 de agosto de 1775

Señora y mi muy querida madre,No me atrevería a escribir a mi augusta madre si

me sintiera la mitad de culpable que ella me cree. Ser comparada con la Du Barry y la Pompadour, cubierta por los más horrendos epítetos, no va con tu hija. He escrito una carta a un hombre de mérito que merece tu confi anza y al cual, por su respetable autoridad, he creído oponer la mía. Como ha venido a este país y conoce el valor que aquí se otorga a cier-

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tas frases, no podía temer ningún inconveniente. Mi querida mamá lo juzga de otra manera, debo bajar la cabeza y esperar que en otras circunstancias me juzgará más favorablemente y, me permito decirlo, como yo lo merezco.

La condesa de Artois ha parido el día 6 a las tres y tres cuartos, lo más felizmente posible. Sólo tuvo tres grandes dolores y el trabajo no duró más de dos horas. Estuve todo el tiempo en su alcoba. Es inútil decirte, querida mamá, mi sufrimiento al ver a un heredero que no es mío. Sin embargo, no ahorré ninguna atención a la madre y al niño. ¿Querrás agra-decer el respeto y la ternura de una hija desolada por haberte desagradado?

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 31 de agosto de 1775

Señora y querida hija mía,Tu situación me ha parecido tal que he creído

poder servirme de la comparación que consideras, con justicia, horrenda. Me ha costado hacerlo y juz-ga ahora mi situación, qué alarmados estaban mi corazón y mi cariño al verte sucumbir en medio de la seducción y los aduladores. Mi paralelo no se di-rigía a la persona. Que Dios me guarde de la mínima sospecha, me resultaría insoportable, pero sobre las conjuras, las intrigas y las protecciones, tus errores serían más graves que los ajenos: tú eres quien eres por nacimiento y gracias a la Providencia, y los de-más deberían atenerse a sus papeles y sostenerte. He

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creído que te debía esta explicación y me conmueve saberte desolada. Nadie estará más contenta que yo de hacerte justicia pues mi corazón siempre está de acuerdo contigo y sufre doblemente cuando debe dejarse llevar.

Confi eso que el parto de tu cuñada ha hecho re-fl exionar a mi corazón lo mismo que a ti. Por ello hay que anhelar que la sucesión se produzca dentro de la familia. Hace tiempo que nada sé respecto a este importante capítulo, que también lo es para ti. Me parece que no lo tomas bastante en serio y que no te ocupas lo sufi ciente en él. Me han contentado la preocupación que has tenido por la madre y el niño. En esto reconozco a mi querida hija y has merecido justamente la aprobación y el sentimiento, y no la al-tanería y la intriga, que es un vicio doblemente negro en una gran princesa.

He visto ayer las bellas alfombras y tapices que el rey ha querido dar a tu hermano. Te encargo, si lo consideras conveniente, de agradecérselo.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 15 de septiembre de 1775

Señora y muy querida madre,Tu querida carta me ha devuelto la vida. La idea

de causar una desgracia a mi tierna madre me afl igía mucho. Espero no merecer más semejantes sospe-chas. En cuanto a protecciones y recomendaciones, creo que es imposible no hacerlas en este país, es hasta una norma de la etiqueta que las gentes de

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condición de mi casa no obtengan ninguna gracia notable que yo no solicite. Lo esencial es situar bien mi protección y siempre haré lo mejor que pueda. Sería poco razonable dejarme llevar por mis humo-res en mi estado. No es que no me ocupe y que no ha-ble a menudo al rey, aunque con dulzura y mesura. Trato de determinarlo a que se someta a la pequeña operación de la que se ha hablado y que considero necesaria.

La condesa de Artois se siente a las mil maravi-llas. El pasado domingo ha ido a la capilla, pues se cumplían las cinco semanas del parto. El rey le ha dado mil luises por el alumbramiento, y el marido unos brazaletes de diamantes con el estuche tam-bién ornado de diamantes con el retrato del hijo.

[...] Conozco ahora mucho mejor a mi cuñada Isabel. Es una muchacha encantadora e inteligente, de carácter y plena de gracia. A la partida de su her-mana, la princesa de Piamonte, se ha mostrado de una encantadora sensibilidad y muy por encima de su edad. Presa de la desesperación, esta pobre pequeña, de una salud muy delicada, se encontró mal y su-frió un ataque de nervios muy fuerte. Confi eso a mi mamá que tengo por mi cuñada un apego que temo excesivo, sintiendo por su felicidad y por el ejemplo de mis tías qué esencial es no llegar a solterona en este país.

El embajador de España me ha regalado un hermoso caballo de su país. Me lo entregó perso-nalmente en mis apartamentos, dando una buena cabalgata. Los arneses y la guarnición son sober-

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bios. Estoy pensando que conviene hacerle un buen presente.

[...] Espero que cuanto sepas de la señora de Lam-balle te persuadirá de que nada hay que temer en sus relaciones con mis cuñadas. Tiene muy buena repu-tación y nada del carácter italiano. Se ha establecido de por vida aquí, junto con su hermano. Creo que ambos sienten a Francia como su verdadero país.

Reitero mi satisfacción al saber que soy menos negra en el espíritu de mi querida mamá. Si pudieras sentir la alegría que me causó tu última carta, esta-rías segura de que no hay respeto ni cariño iguales a los míos.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

12 de noviembre de 1775

Señora y muy querida madre,[...] Es muy cierto que no hay malas relaciones

entre el conde de Provenza y yo, y que todos cono-cen las buenas maneras que gasto con él y su mujer. Te diré que estás algo equivocada a su respecto. Es verdad que no tiene el vivaz y turbulento carácter del conde de Artois. Es débil y a menudo maniobra de modo bajo y subterráneo. Para hacer negocios y ganar dinero hace unas pequeñas intrigas que rubo-rizarían a cualquier particular honesto. Por ejemplo ¿no es vergonzoso que un hijo de Francia fi rme ante notario un acta por la cual compra a la señora de Langeac, amante del señor de La Vrillière, un bosque que este antiguo ministro consiguió del difunto rey

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por mediación de la Du Barry? Para desdicha de mi cuñado estas cosas se van conociendo y se pierden su consideración y afecto públicos. Tuvo en tiempos cierta reputación de hombre ingenioso que perdió por algunas cartas que se han hecho públicas y que eran poco honestas y muy torpes.

El rey parece redoblar su confi anza y amistad conmigo y, en este sentido, nada le reprocho. En cuanto al objeto importante que preocupa al cari-ño de mi querida mamá, lamentablemente nada nuevo puedo decir. La negligencia no está de parte mía. Entiendo qué interesante es el asunto para mi suerte, pero has de comprender que mi situación es complicada y sólo puedo ofrecer paciencia y dulzura. Tengo buenas razones para esperar y el rey siempre duerme conmigo. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

15 de diciembre de 1775

Señora y muy querida madre,[...] Estoy convencida de que, si hubiera podido

elegir un marido entre los tres príncipes de Francia, habría escogido el que el cielo me ha dado. Es de carácter veraz y, aunque torpe, tiene conmigo toda clase de atenciones y complacencias posibles. Es verdad que hemos conversado muchas veces sobre su operación. Hasta ahora no ha pasado nada y dudo que el rey se decida. Desgraciadamente, au-menta la indecisión también entre los médicos. Mi opinión es que no se trata de algo necesario pero

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sí útil. La del rey, que es un viejo chocho, consiste en afi rmar que es inconveniente hacerla y también no hacerla. Mi papel es muy difícil y lo mejor es guardar silencio. Querida mamá: no lo dudes, yo no abandono al rey y no olvidaré lo importante del tema en relación a mi estado. Este año tendremos menos cuadrillas y bailes nocturnos, lo que nos ahorrará fatigas.

Estamos pasando una epidemia de canzonettas satíricas. Se hacen sobre todas las personas de la corte, hombres y mujeres, y la ligereza francesa ha llegado hasta el mismo rey. La necesidad de la operación es el tema principal. Yo tampoco me he librado. Se me suponen los dos gustos, las mujeres y los amantes. Aunque las maldades gustan mucho en este país, éstas son tan chatas y de tan mal tono que no obtienen ningún éxito, ni entre el pueblo ni en la buena sociedad. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 14 de enero de 1776

Añorada y querida madre mía,Mi salud es, gracias a Dios, actualmente buena.

Nunca me será tan agradable obedecerla y sacrifi car alguna diversión para conservarla, que el momento en que mi alma se siente traspasada por la dicha que le hace entrever nuestro encuentro en Flandes. No puedo imaginarlo, tan grandioso es, y si tu salud lo permite nada más feliz ni más útil podría ocurrirme. Cuando partí de Viena era todavía una niña. Mi

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corazón estaba desgarrado al tener que separarme de ti, pero mi cabeza y mi alma estaban muy lejos de sentir que volvería a encontrar tu cariño y tus útiles consejos. Si tengo la felicidad de hallarlos de nuevo, los momentos me serán muy preciosos e infl uirán sobre el resto de mi vida.

[...] Tienes razón, querida mamá, en cuanto a la ligereza francesa, pero me afl ige que concibas un rechazo por esta nación. Los franceses son inconse-cuentes pero no malvados. Las plumas y las lenguas dicen muchas cosas que no anidan en los corazones. La prueba de que no odian es que aprovechan la me-nor ocasión para elogiar y hablar bien de cualquiera, aunque no lo merezca. Lo he comprobado hace poco. Hubo un incendio terrible en el palacio y actualmen-te se tramita su proceso en París. Ese mismo día tenía yo que ir a la Ópera. No fui y envié doscientos luises para los gastos más urgentes. Desde el mo-mento del incendio, las personas que chismorreaban y cantaban canzonettas contra mí me ponen por las nubes.

Aquí ha caído tanta nieve como no se recuerda en años. Hay que andar en trineo, como en Viena. Ayer vinimos a Versalles y mañana se corre una gran carrera en París. No iré pues no es costumbre de las reinas el acudir a ellas. Me encantaría hacerlo pero prefi ero evitar comentarios. Las nuevas historias me tienen harta.

Estoy feliz porque te han gustado los vasos que te envié. Pueden adornar la chimenea que el mes pasado aún no estaba concluida. El resto te lo man-

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do con este correo. Espero que sepas que el sen-timiento de tu bondad lo es todo para mí y no hay regalos ni joyas que me lo hagan más sentido. No estoy más contenta que tú por las opiniones de los médicos. El rey hizo venir ayer a Moreau, cirujano del Hôtel-Dieu de París. Ha dicho más o menos lo mismo que los demás, que la operación no es ne-cesaria y que aun sin ella hay completa esperanza. Es cierto que el rey ha cambiado mucho y que su cuerpo parece más consistente. Me ha prometido que si, de aquí a pocos meses, todo sigue igual, se decidirá por la operación.

Mercy me ha mostrado el extracto de la carta. No me asombra nada que se haya hecho correr esa voz, pero, por lo demás, todos se han desengaña-do. Los ministros hace rato que saben que jamás he promovido favores para nadie, como se dice en el caso del señor de Luxemburgo, y el pueblo sabe que conocí los hechos ya consumados y no los apruebo. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 27 de febrero de 1776

Señora y querida madre,[...] No me permito desear la muerte del rey de

Prusia pero habrá siempre que desconfi ar de esa ca-beza y resultaría un gran bien si, por su mala salud, quedara fuera de juego para incordiar y promover incendios por todas partes, como ha hecho hasta ahora.

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[...] El rey ha dictado unos edictos que tal vez pro-voquen nuevos altercados con el parlamento. Espero que no lleguen tan lejos como bajo Luis XV y que el rey mantenga toda su autoridad.

He pasado bien mi carnaval, pero al día siguiente del Martes graso me resfrié y enfermé de la garganta. Hoy empiezo a mejorar, no tengo fi ebre ni dolor de cabeza, como otros.

[...] Mi mayor dicha será siempre respetar, y mantener mi cariño y mi reconocimiento a la más grande y mejor de las madres.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 15 de mayo de 1776

Tenía una gran necesidad de tranquilizarme, por medio de tus propias noticias, respecto a tu salud, querida mamá. Espero que no sigas mucho tiempo de mal humor y que pronto retomes tu bonhomía natural. Debes hacérmelo saber pues tu graciosa carta no dejaba lugar a dudas. Por lo demás, si el spleen te sigue, querida mamá, conozco un único remedio, infalible entre los ingleses, y es venir a Francia. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Laxemburg, 30 de mayo de 1776

Señora y querida hija,El bonito remedio contra el spleen que me pro-

pones me podría llevar a abandonarme a esta in-

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comodidad y no luchar contra ella, pero olvidas lo que destaca tu intervención. Se nos cuentan unas extravagancias demasiado fuertes como para creer que las haya hecho la reina, mi hija. Añade, por fa-vor, la conducta de las mujeres de cierta edad. No es por criticar pero no creo que las gentes razonables se comporten como se nos quiere hacer creer aquí, y quiero defender a la nación francesa y reducir esas niñerías a la juventud, a la cual hay que pasar por alto ciertas cosas.

[...] Estoy contenta de que no hayas tomado parte en el cambio de dos ministros que, por su lado, tienen buena reputación pública y sólo han errado en querer emprender demasiadas cosas a la vez. Dices que no te molestas y has de tener bue-nas razones, mas el pueblo hace tiempo que no te elogia y te atribuye pequeñeces que no te resultan convenientes. Si el rey te ama, sus ministros deben respetarte. Y si nada pides contra el orden y el bien público, te haces respetar y amar a la vez. Porque eres muy joven sólo temo por ti en cuanto a una di-sipación excesiva. Nunca te han gustado la lectura ni el estudio y esto me ha inquietado a menudo. Me placía verte afi cionada a la música y me atormenta-ba inquiriendo por tus lecturas, por la misma razón. Desde hace un año, ya no hay lecturas ni música y sólo oigo hablar de cabalgatas y de cacerías, a veces sin el rey y en compañía de jóvenes mal escogidos, lo cual me inquieta mucho, pues te amo tiernamente. Tus cuñadas hacen todo lo contrario y confi eso que todos esos ruidosos placeres en los que no participa

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el rey, no son convenientes. Dirás que los conoce y los aprueba. Digo que él es bueno y tú debes ser cir-cunspecta y divertiros juntos. A la larga no podrás ser feliz fuera de esa tierna y sincera unión y esa amistad. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Marly, 13 de junio de 1776

Señora y muy querida madre mía,Hemos estado muy inquietos por la salud del

conde de Artois. Su rubeola, que se declaró el jueves a la mañana, nos ha obligado a instalarnos aquí. La ha pasado peor que de ordinario; su tos era tan fuer-te que escupió un poco de sangre; el dolor de cabeza, muy violento y una fi ebre altísima y duradera por varios días hicieron temer un grave peligro. Desde ayer cesaron los síntomas; empieza su convalecen-cia, que exigirá muchos cuidados. La condesa de Artois, que avanza felizmente en otro embarazo, se quedó en Versalles. Se la cambió de apartamento para evitar el contagio. Su carácter tranquilo, por su parte, le ha evitado toda inquietud y no hizo falta ocultarle el estado de su marido. Se cuenta que pa-rirá dentro de seis semanas.

Como todos se marchaban de Versalles, mandé instalar a mi sobrino en Trianon, en mi casa. Un momento temimos por mi cuñada Isabel. Tuvo un poco de fi ebre y dolor de cabeza pero el origen era un diente que se incrustó en una encía. Ahora está con nosotros y se siente muy bien. No conseguí los

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dibujos de peinados a tiempo para que fueran en el último correo. Te los entregará el barón de Bre-teuil. Hay peinados para mujeres de cierta edad y artículos de todo el arreglo, excepto el carmín, que las personas mayores siguen usando aquí, y a ve-ces más intenso que el de las jóvenes. En cuanto al resto, a partir de los cuarenta y cinco años se llevan colores menos vivos y llamativos, los vestidos tie-nen formas menos ajustadas y menos livianas, los cabellos van menos rizados y los peinados, menos altos.

Me afl ige que creyeras en mi pérdida de prestigio en la opinión, dando crédito a informes exagerados y falsos. No adivino qué se entiende por pequeñeces inconvenientes a mi situación. He dejado que se nombraran ministros sin intervenir para nada. Te he dicho que no me molestaba el cese de los anteriores. Lo que pasó es que todo el mundo estaba descon-tento con ellos. Por lo demás, mi conducta es bien conocida y alejada de escándalos y de intrigas. Puede haber gente inquieta por los dimes y diretes entre el rey y yo. Para evitarlos no dejaré de mantener la con-fi anza que debe haber entre mi marido y yo. Espero, por otra parte, que la opinión general no me sea tan contraria como te han dicho. Mi gusto por la música no ha cesado. Siempre me ocupo de ella a menudo y con agrado. Hasta la partida hacia Marly, ha habido un concierto semanal en mis apartamentos, cantan-do con otras personas yo misma. Desde hace tiempo he retomado la lectura de la historia romana de Lau-rent Echard.

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Hace dos meses que no hay carreras de caballos. El rey caza dos veces por semana en Saint-Hubert. Voy a almorzar a su hora y a veces cazo con él. Pres-to especial atención a los ancianos cuando vienen a hacerme la corte. Es cierto que no abundan en mi so-ciedad particular pero debo decirte, querida mamá, que no se compone de juventud mal elegida, sino de gente de alta cuna, casi todos con su lugar propio y de entre treinta y cinco y cuarenta años o más.

Nada tengo que decir contra mis cuñadas, con las cuales vivo bien, pero si pudieras ver las cosas de cerca comprobarías que la comparación me favo-rece. La condesa de Artois tiene una gran ventaja, que es tener hijos, pero es lo único que hace pensar en ella y no es mi culpa carecer de tal mérito. La de Provenza es más inteligente mas no cambiaría mi reputación por la suya.

He terminado mi jubileo hace ocho días. Lo hice cumpliendo mis devociones en la última estación. El rey debe hacer todavía tres.

Estoy encantada de saber que mi hermano y mi hermana estarán contigo todo el mes de julio. El esta-do de la reina me inquieta. Aunque no fueran más que desmayos, es muy molesto a su edad. Querida mamá: tal vez consideres demasiado viva mi apología pero no puedo estar tranquila sabiendo que lees informes como aquéllos. Excusa mi sensibilidad si haces justi-cia al deseo de placerte y satisfacerte. Añado toda mi felicidad.

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 30 de junio de 1776

Señora y querida hija,Confi eso que me inquieta la rubeola del conde de

Artois porque se extiende por las familias más rápida-mente que la viruela. No sé si el rey la ha tenido. En cuanto a la señora Isabel no dudo de que la superará. Por ti nada temo si te mantienes a distancia de los enfermos. Antes de cuatro semanas del diagnóstico no se está seguro. Las secuelas son peores que las de la viruela, para los ojos y sobre todo para el pecho, y es lo que más temería para ti. Un par de veces ya has sufrido violentos resfriados que provienen de insolaciones y dañan el pecho. Me alivio cuando me entero de que bebes leche. No me parece dema-siado vivaz tu apología, estoy encantada de ella, mi corazón siempre coincide contigo y sufre por lo que podría perjudicarte, pero debo, como madre y ami-ga, advertirte sobre lo que se dice de ti para ponerte en guardia ante una nación tan frívola y adulona. Necesitas, querida hija, a una amiga como yo. Me felicito de que sigas con la música y la lectura, recur-sos necesarios, especialmente para ti. Admito que los dibujos de peinados franceses son francamente extraordinarios, aunque no creo que los lleve nadie, sobre todo en la corte. Lo que has hecho por tu sobri-no te retrata y no te faltarán ocasiones de repetirlo. Reconozco el espíritu y el corazón de mi querida Antonieta. [...]

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 2 de septiembre de 1776

Señora y querida hija,Tu breve carta que llegó en el correo habitual,

en la cual advierto hasta un cambio de carácter, me ha inquietado pues me dices que tienes migraña, pero la de Mercy del día 21 me anunció, dos días más tarde, que padeces accesos de fi ebre terciana aunque tu médico no está inquieto por ella y espe-ra algunas más, si no aumentan los accesos, pues con ellos se destruyen los humores que a veces te atacan. No obstante este razonamiento tan sensato, que me recuerda a nuestro gran Van Swieten y que también aprueba Stoerck, preferiría yo saberte com-pletamente sana. Creo que no te cuidas lo sufi ciente, sobre todo en otoño. [...]

Todas las noticias de París anuncian que has com-prado brazaletes por valor de doscientas cincuenta mil libras, que por ello has perjudicado tus fi nanzas y contraído deudas y que para pagarlas has vendido tus diamantes a bajo precio y que arrastras al rey a tales dispendios inútiles que siguen aumentando y llevan al Estado a la penuria en la cual se encuentra. Juzgo que todo esto es exagerado pero creo necesa-rio informarte de las voces que corren porque te amo tiernamente. Esta suerte de cuentos lastiman mi co-razón, sobre todo pensando en el porvenir, pero un par de otras cosas me valen de consuelo. Se te atri-buye la buena conducta del conde de Artois respecto a su mujer, y nada te digo de tus tratos con ella. Re-conozco en esto a mi buena y cariñosa hija, lo mismo

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en cuanto a esa abuela de cuyo nieto te has hecho cargo. Estos episodios me hacen revivir pero el de los diamantes me ha humillado. ¡La liviandad francesa con todos esos adornos! ¡Mi hija, mi querida hija, la primera de las reinas, se volverá igualmente frívola! La idea me resulta insoportable.

Mi hijo y su mujer se quedarán por aquí unos quince días más. Estos dos meses han pasado vo-lando y los adioses pesarán más porque a mi edad pueden ser los últimos. Lo encontré muy fl aco pero de buen semblante y buen color. Ella está mucho mejor que hace seis años. Está encinta de nuevo, de su hijo onceno, y el viaje me inquieta por ambos. El comadrón vendrá a acompañarla. Me han traído un retrato de familia encantador: los chicos se ven sanos y fuertes. No pude impedir un deseo: que tú también llegues a tener seis parejas de niños. La reina de Nápoles tuvo al suyo enfermo y ella misma, tras el parto, no anda bien. La desespera no quedar emba-razada. Le desearía un par de príncipes, uno solo es algo alarmante. Mi hijo Fernando acaba de perder al suyo. Está inconsolable y siento una gran compasión. Su corazón de padre lo sentirá siempre. Yo abrazo cariñosamente a mi querida hija y soy toda para ella.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

14 de septiembre de 1776

Señora y muy querida madre mía,Desde hace ocho días he dejado de tener fi ebre.

No me molestan los pequeños accesos, aunque son

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muy dolorosos. La quinquina, que he tomado luego, me ha ocasionado un gran drenaje de humores y una especie de desbordamiento biliar. Me he visto obligada a purgarme. Ahora estoy muy bien y he retomado la quinquina. Puedes estar segura de que observaré el régimen aunque sólo sea por satisfacer tu preocupación maternal. Tenemos generalmente muy bellos días de otoño en Fontainebleau. No abu-saré de ellos y me recogeré temprano.

[...] Me ha impresionado la desdicha de Fer-nando. Si tuviera, como él, la esperanza de sumar muchos hijos, asimismo sentiría el desconsuelo de perder a mi primer niño. Lo de la reina de Nápoles también me ha inquietado y no estoy demasiado se-gura sobre su salud.

Nada tengo que decir sobre los brazaletes. Nunca creí que semejantes bagatelas pudieran preocupar la bondad de mi madre. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Primero de octubre de 1776

Señora y querida hija mía,Me consuela saber que has superado tus fi ebres y

estás en buen estado de salud. No temo al otoño y sí un poco a tu juventud. Los cuidados son menores de lo exigible. Te ruego, ya que quieres tranquilizarme, que pienses en el dolor de tu hermano y los sufri-mientos de la reina de Nápoles. Ella y su vástago es-tán bien. La muerte del hijo de tu pobre hermano ha sido apabullante, fue necesario sangrarlo y hasta el

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momento no se ha recuperado del todo. Es un hom-bre muy sensible y la pérdida no estaba prevista. Ella parirá a comienzos de diciembre. Yo le deseo un hijo. Si se tratara de esperar de ti no sé qué diría. Ruego a Dios cada día. Yo me sentiría muy feliz por vuestro futuro, que siento en mi corazón, y que reviste la ma-yor importancia. Hace tiempo que no me dices nada sobre el tema. [...]

¿Qué podría hacer para recibir ese tan deseado retrato del rey? Sufriría si tú no estuvieras mejor que yo, tanto de aspecto como de ánimo. Eres joven en un país lleno de talentos naturales, donde es po-sible formarse y llegar a ser perfecta. Sólo temo a la liviandad francesa y no sé cómo ocultar mis temo-res. Has pasado con levedad sobre el asunto de los brazaletes pero no es como tú pretendes mostrarlo. Una soberana se envilece adornándose y, más aún, si emplea en ello unas sumas considerables y se endeuda por largo tiempo. Veo en ti el espíritu de la disipación. No puedo callarme, prefi ero quererte a adularte. No pierdas en frivolidades el prestigio ganado al comienzo. Sabemos que el rey es muy moderado, de manera que la culpa recaería sólo sobre ti. Deseo no sobrevivir a tremenda alteración. Soy siempre toda para ti.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 2 de enero de 1777

Este año comienza tan felizmente para ti que espero sientas largamente sus efectos. Dentro de un

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mes verás al emperador; será un momento muy in-teresante para ti. Ya conoces su corazón y su sagaci-dad. Del primero puedes esperarlo todo: no te fallará y será una gran satisfacción verte; de la otra podrás obtener grandes recursos. Espero que le hables con esa confi anza y ese cariño que él merece y que debe reforzar para siempre los vínculos, no sólo de nues-tras casas y familias sino de la tierna amistad entre los soberanos, único modo de hacer felices tanto a nuestros Estados como a nuestras familias. Espero que le caerá bien al rey y, pasadas las primeras rigi-deces, ganen lugar la amistad y la confi anza. Espero también que las aguas y calentadores refuercen tu salud, que el carnaval no la dañe y que esta visita sea, con seguridad, para ti un remedio. Recordad a vuestra mamá al reuniros; gozo desde ahora de este consuelo y créeme siempre a tu lado.

P.S. Hablarás con tu hermano y con total since-ridad del estado de tu matrimonio. Respondo de su discreción y de sus condiciones para darte buenos consejos. Este punto es de la mayor importancia para ti.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 16 de enero de 1777

Señora y querida madre mía,Me llena la esperanza de ver pronto a mi her-

mano; no hace falta decirlo, y mi querida mamá lo sabe bien, lo duro que me resulta no poderlo alojar cerca de mí, aunque ocupe una mansión próxima al

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castillo, pues prefi ere evitar las recepciones ofi ciales. Todos se han sorprendido por ello, pero yo sacrifi co cualquier cosa a su gusto. Será alojado y vivirá se-gún quiera. Verlo y conversar con él será mi gran felicidad. Cuento con su amistad, él estará seguro de la mía porque, aunque sean iguales, yo ganaré algo más que él, pues me hablará de mi querida madre, de la cual estoy tan lejos. Estoy persuadida de que el viaje del emperador será benefi cioso en todo senti-do; conozco su discreción y le hablaré con confi anza. Pasado el primer momento, que siempre es un tanto embarazoso, sólo puede seguir el mejor curso, para los negocios públicos y para mí. Mi salud es excelen-te, el carnaval es corto y me desenvuelvo bien en él. Espero que sea igual de feliz la Cuaresma de mi que-rida mamá, con salud y la dicha de ver satisfechos mis deseos. ¿Me permites que te abrace?

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 3 de febrero de 1777

Señora y querida hija,[...] Refl exiones de una vieja y buena mamá y

soberana me comprometen a enviar nuevas instruc-ciones a Mercy para que te informe y os pongáis de acuerdo sobre la manera de tratarse con vuestros ministros. Te repaso los mayores temas, tocándolos al pasar. Las disensiones entre rusos y turcos, entre España y Portugal y la guerra en América podrían desatar fácilmente un incendio en el cual me vería afectada a mi pesar, tanto más porque respecto a

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nuestro malvado vecino el rey de Prusia hay que andar con mucha circunspección, dado que su or-dinario odio contra nosotros ha aumentado desde que osamos actuar contra sus injustos principios en Polonia y en otras partes. Hace lo imposible para obstaculizar o, al menos, disminuir nuestros cursos de acción en cualquier lugar. No se ahorra calumnias, sobre todo en Francia, y es ésta la prin-cipal razón que me hace lamentar el hecho de que la entrevista no se haya realizado. La alegría que ha manifestado el rey de Prusia es la prueba de la gran importancia que él le adjudica y que debe reforzar nuestros vínculos. Si así lo hacemos, ni él ni nadie podrán inquietarnos. No puedo ocultarte que tú no te manejas particularmente mejor, y he señalado a Mercy algunos rasgos que hace tiempo me resul-tan penosos sobre tus diversiones, juegos, paseos: llevándote mal con el rey, durmiendo en lechos se-parados, pasándote toda la noche en las timbas, lo que el rey no quería: que has sido sorprendida por la llegada del emperador, que no la has querido y que, precisamente a esas horas, estabas entregada al en-canto de tus placeres. Todas estas insinuaciones que vienen de Berlín, de Sajonia, de Polonia, etcétera, y de todas partes, lo confi eso, desde hace meses me causan un malestar quemante. Mi consuelo era que, habiéndose dicho atrocidades contra el emperador y contra mí, se han dicho también contra ti. Las gacetas me confi rman sobre demasiadas de esas diversiones en que mi querida hija y reina se halla sin sus cuñadas y sin el rey, y me han causado tristes

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momentos. Te amo tiernamente, pienso en tu por-venir y te pido que hagas lo mismo.

Me tranquilizas respecto a tu salud. Es mucho para mí pero te ruego que trates de conservar la estima y el afecto del pueblo que alguna vez fueron perfectos y créeme tu siempre muy cariñosa madre y amiga.

P.S. No quiero ilusionarte demasiado, aunque lo deseo ardientemente, sobre la llegada del empe-rador en abril. Se explica el retraso por los asuntos de Bohemia que requieren gran atención. Estoy mal atendida y mal servida y en tales circunstancias, que no admiten retardo, no podría prescindir de tu her-mano.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 17 de febrero de 1777

Señora y querida madre mía,Puedo tranquilizar enteramente la bondad de mi

querida mamá. Mi salud es muy buena y se ha man-tenido así tras el carnaval. Desde hace tres días tomo unos caldos refrescantes y espero sentirme todavía mejor.

[...] Debo confesar a mi querida mamá que he disfrutado de los bailes no sólo en casa sino también en la Ópera de París, pero sólo concurrí a ellos tras haber hablado con el rey y estando segura de que no se disgustaría. Me contestó amistosamente que fuese cuando yo quisiera divertirme. Por otra parte, sólo he ido con el conde de Provenza, siempre de su brazo.

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Algunas veces vino asimismo la condesa de Artois. Me entristece que sigas haciéndote eco de ciertas voces.

Aunque tengo escasa experiencia política no pue-do evitar la gran inquietud que me provoca la actual situación europea. Sería terrible que rusos y turcos recomenzaran la guerra. Al menos en cuanto a este país, estoy segura de que todos desean mantener la paz. Si hubiese venido mi hermano, pienso como tú que el encuentro con el rey habría sido muy útil al bien y la tranquilidad general. Sería la mayor feli-cidad común que estos dos soberanos que me son tan próximos se confi aran mutuamente; podrían resolver ciertas cosas por sí mismos y se pondrían al abrigo de la malevolencia y el interés personal de sus ministros. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 14 de junio de 1777

Señora y muy querida madre mía,Es verdad que la partida del emperador me ha de-

jado un vacío que no puedo superar. Fui tan feliz du-rante ese tiempo que ahora me parece un sueño. Pero lo duradero de todo esto son los consejos y opiniones que me ha dado y que se han grabado en mi corazón.

Me ha dejado algo que le pedí especialmente y es una serie de recomendaciones escritas. Ahora mis-mo es mi lectura principal. Inolvidable, tengo ese pa-pel siempre a la vista y lo tendré como un constante llamamiento al deber.

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Por mi correo anterior sabrás qué bien se des-empeñó el rey durante la visita de mi hermano. Te aseguro, querida mamá, que lamentó su partida, de verdad, y lo digo por conocerlo bien. Como no domina siempre sus manifestaciones, le resulta di-fícil exteriorizar sus sentimientos, pero todo cuanto observo me prueba que su apego al emperador es grande al igual que su amistad. En el momento de la partida, cuando yo estaba francamente desesperada, el rey tuvo conmigo especiales atenciones y ternuras que no olvidaré jamás y que me obligan a él por si no lo estuviera ya.

Es imposible que mi hermano esté descontento con esta nación pues sabe observar a los hombres y habrá visto que, más allá de la liviandad conocida, hay aquí personas expertas e inteligentes y, en gene-ral, de buenos sentimientos y ganas de hacer bien las cosas. Basta con una buena gestión y lo habrá com-probado en la marina, de la cual quedó muy conten-to y, según imagino, te dará cuenta. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 16 de junio de 1777

Señora y mi muy querida madre,Mi separación de mi hermano me ha sacudido

cruelmente. He sufrido hasta lo imposible y sólo me consuela pensar que él comparte mi pena. Toda su familia francesa se ha conmovido y enternecido. Mi hermano observó una conducta tan perfecta con todo el mundo, que se lleva la admiración y la nos-

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talgia de todos los estamentos; jamás lo olvidarán. En cuanto a mí, sería muy injusta si el dolor y el va-cío que experimento sólo me provocaran lamentos. Nada podría pagar la dicha que viví y las demostracio-nes de amistad que me brindó. Estaba yo muy segura de que él sólo quería mi felicidad y lo prueban sus consejos, que nunca olvidaré. Cierto es que no tuvo tiempo sufi ciente para conocer a fondo a la gente con la cual convivo.

Me he sometido a la discreción del pintor que me retrata, tanto como quiera y en la pose que quiera. Daría todo el mundo para que pueda conseguir sa-tisfacer a mi querida mamá. ¿Qué no haría yo para contentarla, quién podría resistir al cariño con el que ella se ocupa de mi aspecto?

El buen tiempo ha empezado el día en que par-tió mi hermano. Espero que lo acompañe durante su viaje. Sólo me preocupa su audacia que le hace padecer más fatigas que cualquier hombre pudiera soportar. Menos mal que el gran calor no empezará hasta que él haya salido de las provincias meridio-nales.

Se cree que la condesa de Artois está de nuevo embarazada. Es un trago amargo para mí, tras siete años de matrimonio, aunque sería injusto manifes-tar mi mal humor. No he perdido las esperanzas y mi hermano te podrá decir mucho sobre el tema. El rey habló con él sobre este punto con sinceridad y confi anza.

[...] Mucho desearía que disminuyeras tu trabajo y tus ayunos, que te movieras más y te distrajeras

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algo, para bien de tu salud. ¿Cómo puedes temer el ser una carga para los otros? Todos cuantos se te acerquen y gocen de tu compañía, tendrán la alegría de serte útiles y contribuir a tu comodidad. Cuenta conmigo.

Acabo de recibir una carta de mi hermano, desde Brest. Parece estar muy contento. Como el correo ha de partir de inmediato, permíteme limitarme y ase-gurarte mi respetuoso cariño.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schlosshof, 29 de junio de 1777

Señora y querida hija mía,Me he adelantado un día a escribirte para que el

correo parta el primero del próximo mes. Debo res-ponder a tus dos queridas cartas del 14 y el 16. Preví la conmoción que aquello debió causarte y la sufrí. En efecto, es lógico que tus nervios se resintieran. Espero que esto no tenga consecuencias, aunque no recibo noticias al respecto, ni tuyas ni de Mercy. Es un halagador consuelo para mí que mi hijo haya recogido la general aprobación de los franceses. Te-mía un poco por su rígida fi losofía y su sencillez, que podrían no gustar allí, y que no hallara él aquella nación a su gusto, pero tú me aseguras lo contrario. Es cuanto podía desear, y me siento contenta, pero lo que colma la medida es lo que me cuentas de la confi anza y la amistad entre los dos cuñados. Quie-ra Dios que esto dure todo su reino, para bien de los dos Estados y de nuestras familias, que para mí

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son una sola desde hace tiempo. Tú eres quien más puede contribuir a este feliz comienzo, siguiendo los consejos de tu hermano, del cual tú pareces tan contenta y convencida, y cuanto me has dicho sobre sus escritos me ha conmovido hasta las lágrimas. Conserva intacta esta buena disposición, no la dejes decaer. El emperador ha gozado de tu bienestar, en-contró que tu conversación y tu amistad eran muy dulces. No lo traiciono copiando sus propias pala-bras, que no sería capaz de reproducir exactamente: «Dejé Versalles con pena, apegado verdaderamente a mi hermana; encontré una suerte de dulzura de vivir a la cual yo había renunciado pero cuyo gusto, según veo, no me había abandonado. Ella es ama-ble y encantadora, pasé con ella horas y horas, sin darme cuenta de que el tiempo se escapaba. Su sen-sibilidad, en el momento de mi partida, fue notable, tanto como su comedimiento; me hizo falta toda mi fuerza para mover mis piernas y marcharme».

Juzga qué consuelo y qué conmoción puede cau-sar este relato a una madre que ama tiernamente a sus hijos. Espero las más felices consecuencias, incluido tu estado matrimonial, sobre el cual con-servo la esperanza, pero dejo todo para el retorno, cuando podamos hablar tu hermano y yo. Confi eso, y esto me anima, que en lo que a ti respecta, se trata, absolutamente, de la sucesión al trono, y me parece muy bien que pienses en el embarazo de tu cuñada. Excusa lo inoportuno de mi opinión sobre tu retrato de tamaño natural. Mercy recibe hoy las medidas respectivas. El primero será para mi gabinete, para

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que acompañe al retrato del rey, pero el de tamaño natural será para una sala donde toda la familia está retratada en esa misma medida. ¿Acaso no debía integrarse en ella tan encantadora reina? ¿Sólo su madre deberá privarse de esta querida hija? Quisiera verte con el aspecto y la vestimenta de corte, aunque el rostro no esté representado fi elmente. Para no in-comodarte: basta con que tenga tu aspecto y tu por-te, que no conozco y de los cuales todo el mundo está tan contento. Perdí a mi hija de pequeña, siendo una niña, y el deseo de saber cómo ha crecido excusa mi impertinencia, que proviene de un fondo muy vivo de ternura materna.

El emperador ha quedado muy contento de la nación francesa, y esto aviva mi propio contenta-miento. Ha superado los prejuicios contra ella que le habían transmitido, pero ahora sólo se ocupa de lamentarse por no estar contigo y no gozar de la con-fi anza y la amistad del rey. Lo que de éste me dices colma mi sentimiento, por los cuidados y ternuras que te ha dispensado, inolvidables como bien dices. Sigue poniendo en práctica los consejos de tu her-mano y amigo y en poco tiempo verás sus efectos y la consecuencia será tu dicha.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

30 de agosto de 1777

Mi querida madre,Vergennes me hace saber que está por partir el

correo de Breteuil. Es una dichosa ocasión para mí.

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Estoy experimentando la felicidad más esencial de mi vida. Hace más de ocho días que mi matrimonio se ha consumado perfectamente. La prueba ha sido reiterada y ayer más completamente que la primera vez. Lo primero que se me ocurrió fue enviarte un correo, querida mamá. Temí que todo fuera anécdo-ta y buenos propósitos, como también quería estar segura de lo que decía. No creo estar todavía encinta pero tengo la esperanza de estarlo de un momento a otro. Tengo tantas muestras de cariño de mi querida mamá, que esto la colmará de alegría. Gozo por ti como por mí. ¿Me dejas abrazarte con todo mi co-razón?

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 30 de agosto de 1777

Señora hija mía querida,[...] Lo que me dices sobre la mayor diligencia

por parte de tu querido rey me produce un gran pla-cer. El buen Stoerck, que tanto apego te tiene, tras hablar con el emperador, aseguró que hay ejemplos de hombres de treinta años que han cambiado, pero no hay que dejarse estar y por eso las esposas no deben pasar ninguna ocasión, aun más: provocarlas, tomando toda suerte de prevenciones. Así que nada de camas separadas, ni partidas nocturnas, sobre todo de juegos. Hija mía, por favor, termínalas, sólo sirven a las peores compañías y consejos. Al rey no le gustan, lo mejor es que las abandones y no vuelvas a ellas.

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Está bien que juegues al billar o a los naipes. El emperador te ha dicho al respecto cuanto había que decirte. Sólo me queda agregar que pronto te arrepentirás. Pierdes sumas que el rey y tú podríais emplear mejor. Aun ganando serías incauta y acaba-rías perjudicada. Un esfuerzo generoso de tu parte las expulsaría de la corte. Sería para ti un gran honor y para mí, un gran consuelo. Sé por experiencia qué peligros y desazones se corren en tales casos y que tus pequeños esfuerzos serán pagados con grandes recompensas. Ahora mismo sólo de ti se espera la decisión. ¡Qué triunfo! Tu ejemplo atrae a toda tu familia. El rey y el Estado deben soportar y pagar todo, y tú eres la causa. No me puedo callar sobre un asunto tan importante del cual dependen tu honor y hasta tu gloria. Cree a esta madre y a esta amiga que ha experimentado lo que son el mundo y los hom-bres, y que sólo mira por el bienestar de sus hijos.

He encontrado al emperador un tanto enfl aque-cido. Estuvo aquí dos días y se marchó al campo. Venía de Estiria y de Hungría, bastante contento de sus tropas. Actualmente está en Laxemburg, en los campos de Minkendorf. Lo encuentro bien. Está contento con el rey, sobre todo con su querida y bella reina. Si encontrase a una mujer semejante, se casaría por tercera vez. Observa cómo me ocupo de todo esto, qué contenta me pone lo que dice de ti. Está encantado de las provincias, de la marina y de las tropas. No ha renunciado a volver a verte y, como comprenderás, no pongo ningún obstáculo; por el contrario, me siento halagada. Puesto que no

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quiere vivir conmigo, que al menos esté en familia, en Francia, en Nápoles o en Toscana. Te abrazo tier-namente.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 10 de septiembre de 1777

El nacimiento del hijo de la reina de Nápoles me ha causado una indecible alegría. Ciertamente, amo a mi hermana de todo corazón. He participado en todo lo que le ha ocurrido, pero este recién nacido me causa todavía más placer por la esperanza de que pronto tendré la misma dicha. Después de la carta que te escribí tuve un momento de esperanza de estar encinta, pero se desvaneció, aunque confío en que pronto volverá. El estado de Fernando me inquieta. De lejos no puedo razonar pero me parece que, en su situación, el aire natal debería hacerle bien y deseo que pase el invierno en Viena.

Al rey no le gusta dormir de a dos. Insisto en que no hagamos una total separación de camas. A veces viene a pasar la noche conmigo. No lo abrumo pidiéndole que lo haga más frecuentemente, ya que cada mañana me visita en mis departamentos. Su amistad y su cariño aumentan incesantemente.

No me ha sorprendido que hayas encontrado fl a-co al emperador. Ha sostenido una actividad terrible estos cuatro meses. Espero que su salud no se haya alterado y que el descanso lo devuelva a su estado habitual. Ojalá conserve su afecto y venga a verme nuevamente. Gustará aún más a todo el mundo, ya

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que ahora es muy conocido aquí y sabe que me haría muy feliz su retorno.

Hace un tiempo supremamente hermoso. Hoy partiremos a Choisy después de comer y hasta el 16. No habrá mucha gente y el rey proyecta cazar todos los días. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

3 de octubre de 1777

Señora y querida hija mía,Dos de tus cartas, del primero del mes anterior y

del pasado 22 han disminuido un poco la alegría que me causó la del 30 de agosto. No me preocupa el des-arreglo de tus menstruos, si no estuvieras habituada a retardarlos más a menudo. Es una marca que la naturaleza altera y debemos esperar que el buen Dios, que nos otorga, tras tantos años, ese punto importante, también nos otorgará lo demás. Me pre-ocupa que el rey no quiera dormir de a dos. Es algo muy esencial, no para tener hijos sino para estar más unidos, confi ados y en familia, en vez de pasar juntos todos los días apenas unas horas. Pero tienes razón de no abrumarlo por esto sino de llevarlo poco a poco hacia un estado de cosas deseable. Ahora bien, querida hija: para conseguirlo hay que fastidiarse, acostarse a las horas que resulten más cómodas para el rey y despertarse igualmente.

Tengo un doble interés para desearlo: te alejará de tus veladas, de esos juegos que son un error y sobre los cuales no dices ni palabra en tus últimas y queri-

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das tres cartas, aunque me basta con que refl exiones y te apartes de ellos pronto. No me canso de repetirte los inconvenientes y malentendidos que producen en el extranjero. Te amo tiernamente y me apeno.

Estoy muy contenta por la carta de Lassone y muy tranquilizada al saberte en tan buenas manos. Debería él escribir todos los meses a Stoerck cuando tengas tus reglas, o aun directamente a mí, porque en esta materia no me fío de la exactitud de mi joven reina que se olvida a menudo de lo más importante. Hay que tomar actitudes que se alejen de los ex-tremos o no sean públicas. No te prohíbo cabalgar, montada a la inglesa, pero no en largos trayectos, mucho menos si son agotadores. Las sacudidas en coches veloces son mucho más peligrosas, sobre todo si hay espantadas de los caballos, caídas y otras cosas similares. El corazón de mi querida hija es tan sensible que se conmueve hasta las lágrimas por la menor desgracia que acontezca a los suyos. Alabado sea Dios, no quiero corregirte en este punto pero prefi ero evitar las ocasiones. Un primer embarazo es siempre muy importante para todos los otros; hay que evitar los abortos espontáneos. Dada tu consti-tución no creo que tengas predisposición a ellos pero si se hacen crónicos, ya no hay remedio. Piensa en nuestra adorable princesa, la primera mujer del em-perador, cuántos sufrió en poco tiempo.

[...] El emperador ha vuelto, por fi n, de sus eter-nos campos con buena salud. Yo abrazo tiernamente a mi querida mujercita que amo tanto.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Fontainebleau, octubre de 1777

[...] Desdichadamente nada nuevo puedo contar-te este mes. Mis reglas han llegado con adelanto, o sea el 28.

Estamos en Fontainebleau desde hace ocho días y el rey, al llegar, cogió un resfriado que aún le dura. He aprovechado el viaje para tomar ocho o diez baños, de los cuales tenía absoluta necesidad, por estar muy acalorada. El próximo fi n de sema-na me purgaré. Después de esto espero que el rey vuelva a la normalidad. Aún más: cuento con que venga a acostarse conmigo algunas veces, porque nuestras alcobas están aquí más próximas que en Versalles. Tengo en cuenta el aumento de confi anza que produce el dormir juntos por la noche, pero ella no puede crecer sino despacio. Puedes estar segura, querida mamá, que no descuidaré un asunto tan esencial y que sacrifi caré mi propia diversión antes que faltar a mi deber. Por lo demás, en cuanto a las veladas, ya casi no concurro a ellas y el pasado verano apenas salí de casa, tanto para cuidar de mi salud como de mi hogar, mucho más que antes. Leo, hago labores, tengo dos maestros de música, uno de canto, otro de arpa. He retomado el dibujo y todo esto me ocupa y me divierte. El viaje a Fon-tainebleau es el momento de mayor disipación pero puedo tranquilizarte: apenas cambiaré mi tren or-dinario de vida. En cuanto al juego, hace dos meses que solamente lo practico en casa, lo mínimo ne-cesario, o sea dos veces por semana y, si estuvieras

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aquí, comprobarías que es inevitable. Según te dije, no salgo a jugar y si lo hago sólo juego al billar y no a juegos de azar.

Diré a Lassone que estás contenta de él; creo que te escribirá o lo hará a Stoerck para comunicaros mis novedades, ya que tenéis la bondad de ocu-paros de ellas. Monto apenas a caballo y en estos tres meses, no más de cuatro veces. No creo que me haga daño, pero el prejuicio francés sostiene que impide tener niños, por lo cual jamás cabalgo durante mis reglas. Tampoco viajo en coche los dos primeros días de pérdidas, porque son demasiado fuertes.

Me encanta que Fernando haya decidido ir a Viena pues te confi eso que me tenía muy inquieta. Hay que esperar que el aire de la tierra y la com-pañía de toda la familia le ayuden a restablecer su salud. He recibido una carta de la pobre reina de Nápoles. Su alumbramiento fue muy horrendo. Me comunica su proyecto de hacer vacunar a sus hijos. Espero que resulte bien pero temo que tantas in-quietudes dañen su salud. Me encanta igualmente que el emperador haya vuelto de todos sus viajes y bien sano. Me ha escrito y no parece muy contento con los franceses que le enviamos este año, pero es la desgracia de muchos países: los que viajan no son amables ni inteligentes. Ahora sospecho que abuso de la paciencia de mi querida mamá y la aburro con esta larga carta. [...]

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 5 de noviembre de 1777

Señora y querida hija,[...] Me gusta que sigas con la música, las labo-

res y, sobre todo, con la lectura, teniendo en cuenta que el rey no es afi cionado a esos ruidosos place-res que enseguida se agotan, dejan un vacío y, con frecuencia, inconvenientes. ¿Si yo no conociera el mal, por qué querría privarte de aquéllos? Más bien contribuiría y de todo corazón. Sin duda, el juego es de los peores, pues atrae malas compañías y malos consejos. En tiempo del difunto rey se jugaba a los naipes pero el Faraón atrae demasiado. Lo sé por experiencia y no nos libramos de golpe. No hay que capitular ante uno mismo ni ante los otros, ya que éstos especulan con la ingenuidad ajena: el juego no es otra cosa. [...]

Te lo confi eso: me impacienta la desidia del rey y si se prolonga en Versalles, te soy sincera, todas mis esperanzas se derrumbarán de golpe. Y, a estas alturas, me costará renunciar a ellas. Reconoce la importancia de dormir juntos. Me halaga que sigas poniendo toda tu atención en el tema. Es un punto esencial de vuestro futuro. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 5 de diciembre de 1777

Señora y querida hija mía,Todos los correos espero novedades consoladoras

pero tardan ya demasiado. Deseo que tengáis allí un

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tiempo abominable para que el rey no cace ni se fa-tigue, y la reina no juegue por las noches ni hasta el amanecer. Es malo para tu salud y tu belleza y aún peor para el presente y el porvenir, si es que el rey se acuesta temprano y os separáis. Cumples con tu deber si coincides con tu esposo. Que él sea demasia-do bueno no te excusa, engrandece tus errores y me

hace temblar por tu futuro. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 19 de diciembre de 1777

Señora y mi muy querida madre,

Esperaba, hace cuatro días, que el correo te llevase la noticia de mi embarazo. A la vuelta de Fontainebleau, el rey se ha acostado habitualmente conmigo y ha cumplido muy a menudo con sus de-beres de auténtico marido. Ayer han retornado mis reglas y me fastidian bastante pero según el rey vive y se porta conmigo en la actualidad, confío en que dentro de poco ya no tendré nada que desear.

No quiero aburrirte, querida mamá, sobre los cuentos y exageraciones que han llegado a Viena acerca de mi afi ción al juego. Sólo juego en público y conforme a la etiqueta de la corte, y desde ahora hasta el fi n del carnaval apenas se jugará dos veces por semana.

Los bailes han empezado estos días. Como yo estaba muy resfriada y comenzaba a sufrir un cólico, concurrí al baile pero no hice más que caminar.

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[...] Querida mamá: recibe mis felicitaciones y buenos deseos para el nuevo año. Lo que más anhelo en el mundo es tu salud y tu satisfacción y que pudie-se yo contribuir a ellas como quisiera.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 5 de enero de 1778

Señora y querida hija mía,La mera idea de que un correo me pueda traer

la noticia de tu embarazo me pone fuera de mí, me consuela y me impacienta. A los sesenta años ya no nos queda nada por esperar y el cariño que siento por ti y por el rey me enchochece. No desdeñes ninguna ocasión, hija mía, igual que en Fontaine-bleau.

¡Cuánto temo a ese interminable carnaval, capaz de oponer nuevos inconvenientes! Debo declarar la guerra a esa continua disipación, que nos priva de algo tan esencial y que arroja sobre mi pobre hija tantas opiniones desfavorables. Los bailes en casa están bien pero los otros disipan, y en cuanto a los de la Ópera, mejor es no hablar. Ya experimentas-te el año pasado sus inconveniencias. Me causaron crueles desazones, pero este año en que tenemos tantas buenas esperanzas de que cualquier día que-des preñada, sería imperdonable que te expusieras, que salieras de noche para asistir a la temporada de París, de la que jamás participó ninguna reina de Francia, dejando al rey solo en Versalles. Tu salud, que no te pertenece sólo a ti, se resentirá y dañarás a

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la familia y al Estado. Hija mía, te lo ruego, sácame de esta inquietud y mantente íntegra.

Acabamos de saber la muerte del príncipe elector de Baviera y estoy muy contrariada. Mercy está pun-tualmente informado para que, a su vez, te informe. Te ruego que lo escuches con atención. Se trata de la tranquilidad de Europa y de la amistad del rey, que me es doblemente cara por los tiernos lazos que unen nuestros intereses políticos, que han de ser más indisolubles que nunca. Nuestros sobrinos sentirán sus efectos. En este momento me anuncian que la gran duquesa ha dado a luz felizmente a un príncipe. Comparto sinceramente su alegría pero no puedo entenderla sin hacer votos para que este año el buen Dios me acuerde el mismo consuelo por parte de mi querida reina. Confi eso que esta alegría me entusias-ma y cuanto pueda retardarla me es odioso.

[...] Mercy me ha enviado las medidas para un cuadro que te gustaría tener en Trianon. Repre- senta la ópera que se puso en escena cuando las nupcias del emperador. Servirte es para mí el mayor placer del mundo, pero me es necesaria una expli-cación: hay dos versiones, una de la ópera y otra del ballet donde tú intervenías con tus dos hermanos. Quizá prefi eras este último o tal vez ambos. Te los enviaré, en cuyo caso necesito las medidas del segun-do, saber de qué lado le da la luz, si conviene que sea un cuadro o un cartón de tapicería para colgar en el muro. Espero que te lleguen antes de los ocho años que estoy aguardando, con toda ansiedad, tu retrato. Te los mandaré después de recibir ese tan querido y

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deseado cuadro. Estoy muy reivindicativa pero me apaciguaré fácilmente viendo tus rasgos. Te abrazo.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 15 de enero de 1778

Señora y muy querida madre,Estoy avergonzada y afl igida por informar a mi

querida mamá que he vuelto a tener las reglas ayer por la mañana y lo que aumenta mi pena, si es posi-ble aumentarla, es el malestar que sufrirá tu cariño. De todos modos, he de conservar la esperanza por el modo como el rey vive conmigo.

Mercy, que está enfermo, me ha hecho saber cuanto concierne a Baviera. Observo con gran pla-cer que todo transcurre amigablemente, y que la alianza y la cordialidad entre ambas familias no se debilitarán. Los primeros momentos tras la muerte del príncipe elector me inquietaron. Me sentí feliz al librarme de ellos con rapidez. Era necesario porque la simple idea de un confl icto podría arruinarme la vida.

En todas partes han comenzado los bailes. He danzado moderadamente en Versalles. Por París no he aparecido.

Me confundes, querida mamá, por tu bondad respecto a los cuadros. Jamás me habría atrevido a pedírtelos aunque me producirán el mayor placer del mundo. Me turbas al pensar que sólo mi interés retrasa la terminación de mis retratos, tantas veces empezados y abandonados por los pintores. No te

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puedo enviar las medidas que me pides porque el portero de Trianon encargado de tomarlas está au-sente. Lamento que no pueda venir Fernando; me daba gran gusto esperar su llegada para recordar la ternura que habíamos gozado durante nuestra infancia.

Espero que junto a esta carta te pueda enviar una caja de porcelana que quizá te sirva durante tus pe-queñas cenas. El paquete es demasiado frágil para ir por el correo pero deseo que te guste pues quiero merecer y conservar tu bondad mientras viva.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Primero de febrero de 1778

Señora y querida hija mía,La tuya del día 15 no me hizo ninguna gracia pues

habían vuelto tus reglas pero nada se ha perdido si es que no hay tregua ni separación como en Fontai-nebleau y el carnaval no se entromete. A la larga, la culpa recaerá sobre ti y me sentiré peor que estos últimos ocho años. No hay que pensar demasiado en el asunto pues a menudo pensar es una traba. Tu hermana la reina, según creo, está de nuevo embara-zada. Me molesta, llueve sobre mojado y ella padece mucho sus embarazos.

La enfermedad de Mercy no podría ser más in-oportuna. Es en este momento cuando necesito de toda su actividad y de todos tus sentimientos por mí, tu casa y tu patria, y cuento con sus aportaciones para que te informe de los temas de mayor impor-

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tancia, teniendo en cuenta que de todas partes se ha-rán insinuaciones sobre nuestros peligrosos puntos de vista, especialmente por parte del rey de Prusia, que no es precisamente delicado en sus dichos, y que desea desde hace mucho aproximarse a Francia, sabiendo muy bien que no podemos existir juntos. Esto provocaría un cambio en nuestras alianzas, lo que me haría morir, amándote tan tiernamente como te amo, y me ha conmovido lo suyo tu alarma, lo que me tranquiliza a tu respecto y me permite es-perar un buen éxito. El rey de Prusia sólo te teme a ti y esto me produce un enorme placer, doble porque te afecta y nos afecta. Nuestra alianza, la única natural y útil a nuestros países, está anudada por vínculos tan tiernos y por nuestra manera de pensar, tan ne-cesaria para la religión y para miles de personas, su bien y sus fortunas, me llega al corazón y espero que Mercy te lo podrá insinuar y con el tiempo compren-derás su utilidad y su benefi cio.

Espero con impaciencia las medidas de los cua-dros que te enviaré. Estoy muy ocupada con ello, lo mismo que con la caja de porcelana que me has mandado. Tenemos un tiempo encantador mas con muchos enfermos. Nuestro carnaval sigue su curso y como tu hermano parece ir mejorando preveo enviarlo a Milán durante la Cuaresma, si nada im-previsto se opone. Te abrazo, querida hija, aunque todavía no pueda llamarte querida mamá. Todos los días rogamos por ti y estoy a tu disposición.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 13 de febrero de 1778

Señora y muy querida madre mía,Espero a Mercy, mañana y con gran impaciencia.

Me resulta muy esencial razonar con él e instruirme para disipar las nubes que podrían rodear al rey al tomar decisiones y ponerlo en guardia, ahora más que nunca, contra las pérfi das insinuaciones del rey de Prusia, que ciertamente no se olvida de formular-las. En un mes ha enviado cinco correos.

Mis hermanos me hablan de un pintor francés que vive en Viena, de nombre Roslin. Tiene muy buena reputación aquí aunque su talento no es sufi ciente en cuanto a reproducir parecidos; quizá lo dicen por envidia. Según parece, en Viena tiene buen éxito y me gustaría, querida mamá, que tu-vieras la complacencia de hacerte retratar por él. Si consiguiera un buen resultado, yo sería aquí su más ardiente panegirista y espero que mi querida mamá, que tantas bondades me manifi esta, tuviera una más: enviarme una copia.

Nuestras relaciones con Inglaterra se están com-plicando. Los británicos han atacado a muchas de nuestras naves y por fi n resultan inocultables los preparativos para contestar a sus insultos. Se ar-man buques de guerra y se envían artillería y tropas a Bretaña. Tal vez nuestras disposiciones los harán más prudentes. No es seguro que sobrevenga una guerra.

Acabo de ver a Mercy. Según lo que me ha dicho y lo que veo a mi alrededor, espero que las nubecillas

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que se han querido acumular se disipen pronto y no causen perjuicios a la alianza y la buena amistad tan útiles para Europa y en la cual nadie puede intere-sarse más que yo.

No sé si Gluck llegará antes que el correo. Por su intermedio te he hecho saber, querida mamá, que mis reglas se han adelantado seis días.

Es una buena noticia que mejore la salud de Fer-nando, espero que se mantenga aunque, a menos que el tiempo sea bueno, me parece prematura su partida en Cuaresma. Termino renovándote mi res-peto, mi cariño y mi lealtad que no acabarán sino con mi vida.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 19 de febrero de 1778

Señora y mi querida hija,Son las cinco de la mañana y muy deprisa te escri-

bo, mientras el correo espera en la puerta. Su partida me pilla desprevenida y lo adelanto para obviar las más negras y maliciosas insinuaciones del rey de Prusia, esperando que si el rey de Francia está al tanto, no se deje arrastrar por los malévolos. Cuento con su sentido de la justicia y el cariño por su reine-cita. No entro en detalles, el emperador y Mercy se encargarán de hacerlo, pero añado una cosa y es que quizá no vuelva a presentarse otra ocasión como ésta para sostenernos con fi rmeza, pues de ella depende el sistema. ¡Considera hasta qué punto estoy afecta-da! El interés de nuestras dos casas y, más aún, de

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nuestros Estados y de toda Europa, están en juego. No hay que precipitarse y sí ganar tiempo para evitar que estalle una guerra que, una vez empezada, puede durar y tener desdichadas consecuencias para todos nosotros. Imagina mi particular pena: el emperador, tu hermano y el príncipe Alberto serían los primeros actores: la sola idea me pone al borde de la muerte pero no sabría cómo impedirlo y si no sucumbo, mis días se volverán peores que el fi nal. Te abrazo.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 6 de marzo de 1778

Señora y querida hija mía,Tu carta del 13 me consuela con tus palabras de

apoyo y cariño sobre los asuntos de Baviera, que me tienen en ascuas y sobre los cuales aún no sabría qué decirte. Mercy te hablará de ellos y me remito a sus dichos. Igualmente, a lo que dirán los ministros del rey según el curso de los eventos. No hay queja ni reproche; por desgracia, este asunto no fue bastan-te previsto ni preparado, pero nos importa porque no debe parecer que nada sórdido hay en nuestros vínculos. Sobran aquí los vigilantes que, sin interés propio por nuestros lazos, aprovechan la menor cir-cunstancia para agitar y confundir. Nada será poco, en consecuencia, para alejar cuidadosamente toda sombra de diferencia o enfriamiento. Amo demasia-do al rey para querer verlo arrastrado a cosa alguna que se oponga a sus intereses o a su gloria; más bien sacrifi caría la mía, mas si queremos hacer el bien,

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hemos de hacerlo conjuntamente: sin esto nada sóli-do se conseguirá.

Tengo una hermosa infl amación en los dientes y la cabeza, hasta en los ojos, aunque nada de fi ebre, lo cual me incomoda especialmente para escribir. Gluck ha llegado después del correo y me ha traído una noticia que no me gusta y que pronto me abru-mará.

Sigue una explicación sobre los dos cuadros que deseas, en los cuales ya se está trabajando pero no estarán terminados antes de un año. Si estás de acuerdo me lo dirás para que se continúe la tarea. En cuanto a Roslin, no hay manera de que pinte nada. María ha conseguido que su marido la retrate. Posó cuatro sesiones, cada una de tres horas, y la obra no ha concluido. Durante ese tiempo no pudo moverse ni hacer cosa alguna. Yo no puedo perder doce horas hasta dentro de una semana porque las tres últimas sesiones deben hacerse seguidas y yo lamentaría obligar a ese hábil hombre a aplicarse en hacer algo tan feo como una señora de sesenta años, sobre todo en mi caso, pues se han desmoronado mi fi gura y mi cara; pero mi corazón y mi cariño no cambiarán has-ta el fi n. Te abrazo tiernamente.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 18 de marzo de 1778

Señora y muy querida madre mía,Me inquietaría mucho si no tuvieras la bondad de

comunicarme que no tienes fi ebre. Estoy impaciente

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por saber si ha cesado tu infl amación. Ayer hablé largamente con Mercy. Parecía muy contento por la conversación mantenida con los ministros, tanto como yo lo estoy por el rey. Quiere sinceramente mantener la alianza. Ha hecho saber al embajador señor de Goltz que no quiere mezclarse con los negocios de su amo. También manifestó al rey de Inglaterra que había suscrito un tratado con los americanos. Mylord Stormond recibió el domingo la orden de su corte de abandonar Francia. Parece que nuestra marina, de la que el gobierno viene ocupán-dose hace tiempo, va a entrar en acción enseguida. ¡Dios quiera que estos movimientos no traigan la guerra a tierra fi rme!

Hemos tenido un asunto en el cual el rey me ha demostrado su confi anza y su amistad. Gracias a Dios, terminó mucho mejor de lo esperado. El Martes graso, en el baile de la Ópera, la duquesa de Borbón tuvo ante el conde de Artois un pronto que signifi có un insulto al baile. Mi cuñado le contestó con otro más fuerte y ella se consideró ofendida. Nada supe hasta dos días más tarde, a cuenta de las opiniones deshonestas que la duquesa de Borbón tuvo ante cuarenta personas. El asunto se envenenó de tal modo que mi cuñado y el duque de Borbón se citaron el lunes en el Bosque de Bolonia, con las espadas en la mano. Tras cuatro o cinco minutos fueron separados y se cree que uno de ellos quedó herido. Gracias a Dios, nada grave les ha ocurrido y ahora están bien. Mi cuñado fue a casa de la duquesa de Borbón y le presentó sus excusas por la historia

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del baile. Los eventos se lo habían impedido hasta entonces. Tres días antes, la duquesa había venido a pedir perdón al rey y a descargar las opiniones que le imputaban. El duque de Borbón se portó en el Bosque con el tono y el procedimiento más res-petuosos para el hermano del rey y todo el mundo está contento con ambos. El rey los ha exilado, uno a Chantilly y el otro a Choisy. Espero que no se queden más de ocho días.

Yo no sabía que Roslin fuera tan desmedido en la duración de sus sesiones. Tendré el cuidado de no proponértelo.

La Cuaresma nos ha devuelto a nuestra vida habi-tual. El rey viene cada tres o cuatro noches a dormir conmigo y se comporta como para darme buenas esperanzas.

Me conmueve tu bondad por el envío de los cua-dros. Las medidas son perfectas y aumentarán la alegría que experimento estando en Trianon. ¿Me permites abrazarte con toda mi alma?

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 19 de abril de 1778

Señora y mi querida madre,Mi primera reacción, y que me arrepiento de no

haber seguido, hace ocho días, fue comunicar mis esperanzas a mi querida mamá. Me detuvo el temor de causar un gran malestar si mis grandes espe-ranzas se desvanecían. No están todavía completa-mente aseguradas y no lo estarán hasta comienzos

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del próximo mes, época de la segunda revolución. Esperando, hay buenas razones para tener confi an-za. Nunca he tenido retrasos, al contrario, tuve ade-lantos. El 3 de marzo tuve mis reglas y ya estamos a 19 de abril y nada ha ocurrido. Por mi parte, me siento maravillosamente y han aumentado mi ape-tito y mis horas de sueño. Debo asimismo prevenir tus inquietudes y alarmas, rindiendo cuentas veraz y fi elmente de mi manera de vivir. Desde el comienzo de mis esperanzas he suprimido los viajes en coche y me limito a pequeños paseos a pie. Me aseguran que, pasada la segunda revolución, será más saludable salir de casa. Podrás estar tranquila: seré prudente y atenta en todos mis movimientos.

Mercy me trae mis cartas, una inquietud menos por el retardo del correo, pero la carta del empera-dor y su partida me causan otras alarmas. Tras haber hablado con Mercy sobre el mal estado de los asun-tos políticos, he hecho venir a los señores Maurepas y Vergennes. Les hablé con cierto énfasis y creo ha-berlos impresionado, sobre todo al segundo. No me han contentado los razonamientos de estos señores, que tienen acostumbrado al rey con sus dobleces. Proyecto hablarles otra vez, quizá en presencia del rey. Es cruel, en materias tan graves, tratar con gente falaz.

La reina de Nápoles me ha escrito contándome que el rey se ha vacunado. Me entusiasman los cui-dados para prevenir una enfermedad tan horrible. Le he comunicado mis esperanzas y pienso que com-partirá mi alegría.

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Mercy me ha traído un abanico y un portafolios encantadores y que me serán muy preciados por venir de ti.

Olvidaba decirte que me han obligado a no hacer el lavado de pies de los pobres, la llamada Ceremo-nia de la Cena, a causa de la fatiga. Me preocupo de que los pobres tengan lo que les es habitual. He asistido a todos los ofi cios de la semana, con la sal-vedad de estar en una tribuna y no junto al rey, que estaba de gran casaca. Ayer, volviendo del Ofi cio de Tinieblas, he vomitado un poco, lo cual aumenta mis esperanzas. Sería feliz si los problemas políticos pudieran arreglarse y liberarme de las preocupacio-nes y de las mayores desgracias que pudiera experi-mentar. No puedo pensar en ello sin temblar, sobre todo por mi querida mamá, que tiene el corazón tan bueno, tan sensible, y que merece ser feliz, tras haber hecho feliz a todo el mundo. ¿Permites que te abrace tiernamente?

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 2 de mayo de 1778

Señora y querida hija,El correo del pasado día 19 me ha traído los

consuelos que me hacían falta en las actuales cir-cunstancias. El efecto fue que me he instalado en Schönbrunn, aunque estaba tan agobiada que me resultó difícil trasladarme. Me anuncias una nove-dad grande, inesperada, loado sea Dios, ¡y que mi querida Antonieta se afi rme en su brillante situación

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y dé herederos al trono de Francia! Toda precaución será poca; estoy encantada de que abandones tus correrías por la noche de París y hasta que hayas de-jado el juego del billar. Veo que nada omites y sacri-fi cas incluso tus diversiones menos peligrosas, pero te lo ruego, hija mía, dos meses son todavía poco, hacen falta trece semanas completas para estar se-gura, sobremanera si se trata de un primer embara-zo. Continúa, entonces, cinco semanas más con los mismos cuidados. Soy de la opinión de que a medida que avances y sientas a tu hijo dentro de ti, no debes pasar demasiado tiempo sentada o recostada en un sillón, para evitar cualquier accidente, Dios nos libre de él. Sigue ciegamente las directivas de Lassone, que se ha ganado mi confi anza con justo título. Es-pero que él elija al comadrón, que ha de ser un hom-bre experto y cristiano. No quisiera el de tu cuñada, y que las intrigas de la corte, sean de hombres o de mujeres, no intervengan para nada, porque allí cada uno quiere introducir y situar a su criatura. Siempre he considerado muy bueno que elijan los que mejor saben de la materia y que puedan responsabilizarse de sus elecciones; toda otra recomendación es sos-pechosa y para mantener el orden y la tranquilidad, conviene someterse a un solo profesional. Todo ha de pasar por sus manos. Tu fortuna depende de él.

¡Si supieras qué alegría ha causado aquí la noti-cia! No creo que París la supere. Podrán hacer más manifestaciones que nosotros, los buenos alemanes, pero en el fondo les ganamos. La novedad había trascendido cinco o seis días antes de que llegase el

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correo y me parece bien que no te hayas precipitado a escribirme. Esto demuestra tu apego y también tu responsabilidad por no causarme vanas alegrías. Te ruego que, en todo caso, todo aquello que te importe no me lo ocultes. Todo es para mí muy sentido, no me entrego fácilmente a la alegría y estoy habituada a las desazones desde hace treinta y seis años. Se ha convertido en una segunda naturaleza, por lo cual un instante de placer es para mí un gran bien. Asimismo debo destacar lo que cuentas y lo que me transmite el fi el Mercy sobre cómo has empleado tus atenciones y encantos. Los ministros en Baviera y en Ratisbona ya hablan de manera diferente y te con-fi eso que, de no haberse estropeado las cosas desde el comienzo, no habrían llegado a su punto actual. La guerra no ocurrirá y jamás hemos abusado de la alianza. Nuestra única meta es consolidarnos, no expandirnos. Imagina cuánto me apena toda esta confusión pero, especialmente, el peligro en que se encuentra mi querido hijo el emperador, que no sólo se expondrá más que nadie sino que por la fuerza del trabajo y la fatiga no se da tregua y debe, a la larga, sucumbir.

Siempre me ha halagado que no tuvieras jamás mala voluntad sino debilidad y reservas sobre nues-tros proyectos y antiguas rivalidades, que no debe-rían existir para nuestra dicha y la de Europa. Pero también he visto con tristeza cómo, en el grueso de la nación, todo se ha hecho por medio del cumpli-miento de órdenes, con apresuramiento y énfasis de todas las cortes, que envalentonaron a nuestro

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enemigo y han precavido e intimidado a todo el mundo. Desandarán sus pasos pero será demasiado tarde para nosotros y para el orden público, si no pudiéramos evitar la guerra. Mercy te hablará más en detalle. No es que temamos más que otras veces, nunca nuestro ejército ha sido más fuerte. Nada le falta, ni la buena voluntad ni el ardiente deseo de medirse con los prusianos. Las apariencias no han sido nunca tan grandes como ahora; la presencia del emperador y el resto, todo es favorable, pero la suer-te de las armas es muy variable e incierta. Mas nada vale tanto como la suerte de unos desdichados y esto nos impulsa a terminar las cosas amigablemente aunque convenientemente. Hay que dejar para otra oportunidad el cambio en nuestras posiciones, que así no pueden subsistir a la larga y que volveríamos dudosas y a cargo de nuestros amigos, más allá de las estrechas alianzas, del lenguaje común y de la acción igualmente común, lo cual es más un deseo que una esperanza.

Estoy contenta de las noticias de Bohemia. Todos están bien a pesar de las continuas fatigas, los malos caminos y el tiempo. Me contenta que hayas tomado la actitud correcta ante el rey vestido de ceremonia, la Cena y el malestar cardiaco que has sufrido. Espero lo mejor para la consecución del embarazo. Te pido que no te sobrecargues de ocupaciones; es más fácil aconsejar que ejecutar, sin dejar de tranquilizar al soberano. Todo el mundo se interesa por ti y reza pero en el peor de los casos, si nuestras esperanzas se frustran, nada se habrá perdido. Basta con que

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exista la posibilidad y Dios te dará su bendición, lo mismo que a ese prudente y virtuoso rey, mi hijo querido. Te abrazo.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 5 de mayo de 1778

Señora y mi muy querida madre,Me sentí auténticamente ultrajada por ese des-

pacho deshonesto que ocultaron a Mercy, que no pudimos prever ni evitar. En cuanto lo supe, ma-nifesté mi descontento. Es inaudito el talento que tienen los ministros locales para ahogar los asuntos bajo un diluvio de palabras. No obstante, luego de todo lo que me dijo Mercy y las refl exiones que no puedo impedirme hacer en cada momento sobre lo más importante de mi vida, los urgí tanto que se vieron obligados a cambiar, al menos, de tono. Han aceptado su error por tan canallesco despacho. El rey me mostró el que fue enviado hace ocho días. No entiendo tanto de política como para juzgarlo pero Mercy, que no me parece demasiado contento por el fondo, lo está mucho más por el estilo y el giro impreso a éste. Yo creía que los ministros vol-verían a hablarme del tema en ocasión de los nue-vos correos recibidos de parte del rey de Prusia. No han venido todavía. Creo que lo mejor es esperar, para hablarles, el correo de mi querida mamá. Me parece, por la lectura de diversas cartas, que la gue-rra es evitable. ¡Qué felicidad si nuestras alarmas resultan vanas!

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Mi salud y mis esperanzas siguen siendo buenas y resultan ya tan seguras que se empieza a mencionar la casa de Isabel como aquella en la que no podrán educarse mis hijos.

El rey me encarga saludar a mi querida mamá y a mi hermano. ¿Me permites que te abrace? No me atrevo todavía a pedirte alguna bondad para tu futu-ro nieto pero te prometo que las primeras palabras que aprenda serán para la más grande soberana y la más cariñosa de las madres.

N.B.: Los despachos a que se refi ere la carta son dos: en

el primero, Francia abandona a su aliada Austria; en el

segundo se propone como mediadora entre Austria y

Prusia.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 16 de mayo de 1778

Señora y muy querida madre mía,¡Qué feliz seré imaginando que las bondades

que tienes para mí, querida mamá, te proporcionan algún consuelo en este momento! Sigo sintiéndome maravillosamente, a pesar de ciertos sofocos, que son inevitables. Esta mañana he visto al comadrón (es Vermond, un hermano del abate). Yo misma me he sentido más confi ada en él que en cualquier otro; por otra parte, es el mejor hoy en día y Lassone lo ha aprobado. Me ha tactado y quedó muy conten-to. Me permite hacer pequeños paseos en coche, siempre que no vaya deprisa y que no salga los días

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del cálculo mensual; según el mismo, entro ya en el tercer mes y empiezo a engordar visiblemente, so-bre todo en la cintura. He pasado tanto tiempo sin presumir de la felicidad de estar embarazada que ahora la siento más intensamente y hay momentos en que pienso que todo esto no es más que un sue-ño, pero el sueño, no obstante, se prolonga y ya no caben más dudas.

Me conmueven las noticias que me das sobre la alegría de los vieneses por mi embarazo, lo que me hace amar más aún a mi patria. He visto esta mañana a Caironi. Le he pedido que diga a todas las personas interesadas por mí que me ha visto personalmente y me ha hallado de buen parecer. Olvidaba decirte, querida mamá, que en mi segunda revolución pedí al rey quinientos luises, lo que equivale a doce mil francos, y que me pareció oportuno enviarlos a Pa-rís para ser repartidos entre los pobres retenidos en prisión por deudas a las nodrizas, más cuatro mil aquí en Versalles, también para los pobres. Fue una manera de efectuar la caridad a la vez que ha-cer saber mi estado al pueblo. Conozco de sobra la bondad de tu corazón, querida mamá, y sé que me aprobarás.

¡Qué buena eres elogiando mi actuación en los asuntos de estos tiempos! Ay, no tengo mayor mé-rito, sólo mi corazón actúa en todo ello. Únicamente me afl ige no poder meterme por mi cuenta en la mente de estos ministros para hacerles comprender que todo lo hecho y pedido a Viena es justo y razona-ble, pero por desgracia no hay peor sordo que quien

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no quiere oír y, por lo demás, ellos manejan tantas palabras y frases que nada signifi can que acaban aturdidos antes de pronunciar algo razonable. Me valdré de un medio, que es hablar con ellos delante del rey para conseguir, al menos, que tengan un dis-curso conveniente al momento que vivimos en rela-ción al rey de Prusia. Y, en verdad, es por la utilidad y la gloria del rey que lo deseo porque él sólo puede obtener ganancias al sostener a unos aliados que, de cualquier forma, le son queridos. Por lo demás, el rey se comporta perfectamente respecto a mí, dado mi estado, y tiene muchas atenciones. Te confi eso, querida mamá, que me desgarraría el corazón que tuvieras la mínima sospecha sobre su conducta. No, es la horrible debilidad de sus ministros y la escasa confi anza que se tiene a sí mismo la causa de todos los males, y estoy segura de que si alguna vez se atre-ve a aconsejarse a él mismo, se verán su honestidad, la justeza y el tacto que tiene y que hoy no se juzgan correctamente. Mañana iremos a pasar tres semanas a Marly. Será una ocasión para distraerme y pasear mucho. Habrá numeroso público. ¿Me permites abrazarte tiernamente?

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 17 de mayo de 1778

Señora y querida hija mía,El consuelo que me procura tu embarazo, anun-

ciado por el rey y por tus dos cartas de los días 4 y 5, me colma. Nunca agradeceré bastante a Dios

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el haberme concedido por fi n esta gracia de verte, querida hija, más sólidamente instalada para el porvenir. Ahora se han cumplido todos mis deseos familiares y puedo cerrar tranquilamente los ojos. Te confi eso que tu situación me angustiaba mucho más de lo que parecía, dado mi tierno amor por ti, y esta satisfacción llega oportunamente para soste-nerme en mi cruel situación. Mercy me ha explicado de qué manera aplicada y tierna te empleaste por tu familia y tu patria. Las consecuencias demostrarán que el interés y hasta la consideración de Francia así lo exigían, y si se hubiese mantenido desde el principio el mismo lenguaje, del cual ya percibimos los mejores efectos, estoy segura de que todo se ha-bría calmado sin esas terribles apariciones que nos amenazan y que, una vez empezadas, no tendrían fácil fi nal. Anhelo por el bien de la humanidad que todo pueda aún arreglarse. Francia no deberá jamás temer que nosotros la acometamos, la arrastremos o queramos disminuir su infl uencia. Nuestros in-tereses están tan íntimamente atados por lazos del corazón y la familia que no pueden extraviarse por un rumbo cualquiera, mucho menos por un enten-dimiento con el rey de Prusia. Te confi eso que esto nos ha apartado de nuestra alianza con Inglaterra y mucho me molestaría si el episodio se repitiese. Hace tiempo que asistimos a un regateo político, con mucho de secretismo y de recíprocas compla-cencias. Las conductas, en esta ocasión y desdicha-damente, han hecho aumentar las dudas. El rey de Prusia se jacta cada tanto de lo bien que se lleva

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con vuestros ministros, hasta admite que les ha comunicado su correspondencia secreta con el em-perador. Es un rasgo más de su manera de ser. Am-bos príncipes convinieron en Neuestadt escribirse directamente cuando la importancia circunstancial lo impusiera. El emperador, por mi sugestión, ha empleado este medio al ver la tempestad que se avecinaba. Puedes creer que al emperador le costó decidirse a hacerlo. Lo hizo de buen talante y re-cibió la respuesta más impertinente que se puede dar y que nada tenía que ver con el asunto en juego pero que parecía conveniente para decir una canti-dad de tonterías al emperador. La respuesta de tu hermano te encantará. El correo le trajo tal mues-tra de bella erudición y a la hora y sobre la marcha entregaba la respuesta al mismo correo. La rapidez de la contestación y la escasa difi cultad que tras-lucía, la lección que convenía dar para demostrar que nada tenía que ver en el asunto, hasta el mismo remate de la carta han hecho cambiar el tono de la disputa y detenido, por el momento y felizmente, el estallido de la guerra. Mercy tendrá el honor de comunicarte las cartas y el estado actual de nues-tra situación. Desde que tú has querido entrar con tacto y celo en la defensa de nuestros intereses y posturas, encuentro imprescindible tenerte al tanto cada vez más. Nunca habríamos sido los primeros en utilizar un secreto convenido entre dos príncipes pero dado que él se jacta ante Francia, Rusia, Sajo-nia, etcétera, no tenemos ya el deber de respetar el pacto ni nos avergonzamos de los avances conse-

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guidos para cambiar la actual situación o, al menos, ganar tiempo.

Ya te puedes dar una idea de qué crédito se puede dar a su palabra y su persona. Francia lo ha com-probado en numerosas ocasiones. Ningún príncipe europeo ha escapado a sus perfi dias ¡y es él quien pretende erigirse en dictador y protector de toda Alemania! ¡Y los grandes príncipes no se ponen de acuerdo para evitar semejante desgracia, que acaba-rá cayendo sobre todos, más temprano o más tarde! Desde hace treinta y siete años es la desdicha de Europa por su despotismo, su violencia, etcétera. Al marginarnos a todos los príncipes de reconocida rec-titud y veracidad, se mofa de todo tratado o alianza. Somos los más expuestos y nos abandonan. Quizá esta vez logremos, mal que bien, escapar de nuevo al peligro pero no hablo sólo por Austria sino por una causa común a todos los príncipes. El porvenir no es risueño. Yo no viviré entonces pero mis queri-dos hijos y nietos, nuestra santa religión, nuestros buenos pueblos, sí que lo padecerán y mucho. Ya soportamos a un despotismo que sólo actúa según su conveniencia, sin principios y por la fuerza. Si se le deja ganar terreno ¡qué perspectiva para quienes nos reemplazarán! Esto va a ir siempre en aumento. Me gustaría, aun al precio de mi vida, dar a nuestros hijos más tranquilidad y felicidad que las nuestras, sobre todo desde que tengo la esperanza de ver a un delfín que sea mi nieto.

Perdona esta larga tirada, propia de una buena madre que se explaya con su hija, no ya como una so-

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berana con otra. He dejado hablar a mi corazón sin refl exionar demasiado y estos momentos me resulta-ron agradables porque tenía el corazón oprimido. Os abrazo tiernamente, mamaíta e hijito. Adiós.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Marly, 29 de mayo de 1778

Señora y muy querida madre mía,[...] Yo ya había visto la correspondencia del rey

de Prusia con mi hermano. Fue abominable haberla enviado aquí, dado que de ella el prusiano no tiene por qué envanecerse. Su imprudencia, su mala fe y su espíritu agriado aparecen en cada línea. Me en-cantaron las respuestas de mi hermano; imposible hacerlas más graciosas, moderadas y potentes, todo junto. Diré algo muy vanidoso, pero no creo que haya en el mundo nadie que pueda escribir de esa manera sino mi hermano, el emperador y, sobre todo, el hijo de mi querida mamá.

No puedo decirte cómo me conmovió tu carta. Me sentí penetrada por tu confi anza. ¡Oh Dios! ¡Si pu-diera yo dar toda mi sangre para hacerte feliz y que gozaras de toda la dicha y el reposo que mereces! Tus demás hijos sentirán lo mismo pues juzgo sus cora-zones según el mío, somos todos hijos de la misma y tierna madre. Así pienso y así creo que pensamos todos. Pero me siento enternecer y no puedo seguir. ¿Me permites abrazarte con todo cariño?

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, primero de junio de 1778

Señora y mi querida hija,No podrás creer cómo todo el mundo se ocupa de

ti, no lo harían ni siquiera por la boda del emperador. Es un placer ser amado pero, más aún, merecerlo; es nuestra única recompensa. Que Dios os proteja, a ti y a tu hijo, que salga varón y si no, una hija que se te parezca en todo y sea capaz de darte los mismos consuelos que tú a mí. Estoy muy contenta por la elección del partero. Su nombre me lo previene y me parece un buen augurio y más todavía, especial-mente, la aprobación dada por Lassone, que tiene justifi cada toda mi confi anza. Te veo en muy buenas manos y dispuesta a obedecer todos sus consejos. Nunca serán demasiados, sobre todo tratándose de un primer embarazo.

La elección de la gente que cuidará de este precio-so niño es otro objeto de tu atención y de mi inquie-tud. A fuerza de cuidados se puede hacer daño y me gustaría que las mujeres no dieran ninguna orden y se limitaran a cumplir los preceptos del médico, como siempre entre nosotros y con muy buenos re-sultados. Sólo temo las camándulas y a los recomen-dados, y en cuanto a los niños, sobre todo durante su primer año, todo depende de las atenciones que se les dispensen. Me refi ero a cuidados razonables y conformes con la naturaleza: no apretarlos con los pañales, no acalorarlos demasiado, no sobrecargar-los de caldos y comiditas y, especialmente, contar con una buena nodriza, lo cual en París es compli-

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cado. En cuanto a los campesinos, lo mismo, dada la corrupción de las costumbres.

Me encanta que hayas pedido al rey una limosna para los pobres; también por los sentimientos del rey hacia nosotros, que tanta vivacidad dan a tus car-tas, demostrando tu doble apego, a él y a tu familia. Nuestra situación no ha cambiado. Mercy te pondrá al tanto de lo ocurrido desde entonces. Han empeza-do las conversaciones y sabrás que el rey de Prusia ni se ha desmentido ni ha olvidado nada, ni siquiera en esta ocasión, y sólo a él lo escuchan cuando manifi es-ta que planea una alianza entre Prusia, Rusia y Fran-cia para eliminar futuros inconvenientes y ponernos fi rmes. En suma, que si la paz se consigue (lo que an-helo ardientemente y siempre y para lo cual cuento con tu cooperación) no ha de durar gran cosa, y para contenernos o aplastarnos os halaga con la supuesta mutua fi delidad. Hace un montón de zalamerías y avances, ya lo sabemos, cuando trata de conseguir un objetivo, pero, apenas logrado, se olvida de todo y hace justamente lo contrario, no manteniendo jamás su palabra. Francia y los demás príncipes de Euro-pa ya lo han experimentado, salvo Rusia, porque la teme. No nos alegremos por ésta, sigue las mismas máximas que el prusiano y el zar actual es más par-tidario de Federico que su sedicente padre y que su madre, que volvió un poco sobre sus pasos, aunque nunca tanto como para enfrentarse al rey de Prusia. Jamás se decidió claramente: fue muy generosa en palabras bonitas que nada signifi can o conforme a la llamada fe griega, la graeca fi des.

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He aquí a las dos grandes potencias que intentan sustituirnos, a nosotros, a los buenos y honestos alemanes. Tenemos los mismos intereses de familia y de Estado, nos entenderíamos mejor respecto al futuro, en el caso de que sobreviniera un cambio. La desdichada adquisición de Galitzia nos ilusionó, en parte por haberse logrado fácilmente, pero hemos aprendido la lección y no insistiremos en tales faci-lidades. Los inmensos gastos, las inquietudes, la ge-neral pérdida de confi anza no son pequeñeces sino un durable y triste recuerdo, un precipitado paso en falso. También entra, en parte, aquí, el abandono de nuestros amigos, que nuestro corazón perdona siempre que no comprometa nuestro porvenir. La debilidad y mala voluntad de los ministros y de la mayor parte de la nación, que se ha manifestado cla-ramente, no será puesta en el balance pero tampoco olvidada. Cuento completamente con el corazón del rey y de su amable reina, y con mi íntimo cariño por ellos, que nos hace ver su gloria y su interés como si fueran los nuestros. Podéis descontar que nunca os propondremos posiciones embarazosas. Os apo-yaremos en vuestro gran interés por desarrollar una marina de guerra, unas colonias, un gran comer-cio, de los cuales jamás estaremos envidiosos. En compensación, deseamos que nos dejen gozar de la felicidad que proporciona esta unión, que puede asegurar para siempre la paz en Europa.

Sería una desgracia que semejante tranquilidad dependiera de dos potencias reconocidas por sus má-ximas y principios, hasta en el gobierno de sus pro-

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pios sujetos. Nuestra santa religión recibiría el golpe de gracia, y las buenas costumbres y la buena fe deberían irse a buscar entre los bárbaros. Según este cuadro, que no es exagerado, juzga mi dolor si tuvie-ra que ver a Francia, o incluso a nosotros mismos, entre ellos, pues debo admitir que alguna vez, para recibir un trozo del pastel y reforzar nuestra segu-ridad, a la larga hemos de ser de la partida. No será difícil convencerlos de que se retracten por su propia conveniencia, como sucedió en la guerra de 1741.

Querida hija: nada de lo señalado resulta excesi-vo. Es hora de poner todo en orden y concertarnos bien, pues si malogramos esta ocasión, no habrá otra. Aprovecha mi vieja cabeza gris y acepta mis más tiernos consejos para el bienestar de nuestros reinos y familias y el de mis queridos hijos a los cua-les abrazo cariñosamente.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 12 de junio de 1778

[...] Quizá no estés enteramente contenta de la respuesta de Francia a Prusia a través del señor de Goltz, querida mamá. Como suele decirse, no se pue-den pedir peras al olmo, pues nuestros ministros no se portan bien y llegó el momento en que, ineludible-mente, hube de hablar al rey. Te cuento los hechos y tú juzgarás. No sólo me mantuvieron el secreto sobre la decisión adoptada sino que lo prolongaron hasta después de saberlo Mercy. Por él pude infor-marme. No me fue posible ocultar al rey la pena que

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su silencio me causaba. Le dije más: que me daría vergüenza contar a mi mamá la manera como él me trataba en un asunto muy interesante para mí y del cual le hablé a menudo. El tono de sus palabras aca-bó por desarmarme. Me dijo: «Ves que he cometido tantos errores que no puedo responderte». En efec-to, era muy excusable porque durante todo el viaje a Marly estuvo acechado por las intrigas del príncipe de Condé, que quería ser nombrado comandante de las tropas, y por el mariscal De Broglie, que se creía necesario y pretendía arrogarse la autoridad del rey para designar según su criterio a todos los ofi ciales que estuvieran bajo su mando. Felizmente fueron decepcionados y sólo el rey se mantuvo en sus trece. Creí oportuno pedir al rey que hablara con sus mi-nistros sobre, según mi opinión, la deshonestidad de su silencio. Me parece esencial que no se habitúen a callar.

Mercy acaba de salir de mi despacho. Me ha mostrado las nuevas propuestas del rey de Prusia. Me parecen, a pesar de que ha alterado algunas pala-bras, tan absurdas como las anteriores. No hace más que arrojar polvo a los ojos.

Me siento muy bien y el viaje a Marly, donde hizo bueno, contribuyó a mi bienestar. Me alojé en la planta baja, lo que me permitió salir a caminar todo el día, especialmente por las mañanas, entre las nueve y las diez. He engordado mucho. Tuve la niñería de medirme: he aumentado cuatro pulgadas y media. Eres muy buena al inquietarte por el peque-ño futuro. Te aseguro que le dispensaré el mayor cui-

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dado. Según las costumbres actuales, se los cría con menos molestias. No se los faja, están en un moisés o en brazos y en cuanto pueden salir al aire libre, se los habitúa poco a poco y casi siempre acaban acostum-brándose. Creo que es la manera más sana y mejor de criarlos. El mío dormirá en la planta baja, con una pequeña reja que lo separará del resto de la terraza, por lo que, llegado el momento, aprenderá a caminar antes que sobre la tarima. La reina de Nápoles me ha escrito sobre mi embarazo. Me ha conmovido su car-ta y estos días le contestaré. ¿Me permites abrazarte, querida mamá, y decirte que es imposible amarte más tiernamente que yo?

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 7 de julio de 1778

Señora y muy querida madre mía,[...] Por lo demás, me siento perfectamente. Hace

quince días me sangraron, lo cual me hizo mucho bien. Sólo sufro por los grandes calores de estos días que me incomodan bastante; pero hoy llueve, lo que me hace pensar que me sofocaré menos. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

15 de julio de 1778

Señora y muy querida madre mía,Me resulta imposible expresarte, querida mamá,

la inquietud y la ternura que siento en este momen-to desdichado, por la guerra entre Austria y Prusia,

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aunque mi mayor tormento es pensar en la sensibi-lidad y el corazón de mi querida mamá. Los conozco y sé lo que sufrirán. Hasta tu misma valentía, todo me hace temblar por ti. ¡Oh Dios, si pudiera volar a tu lado! ¡Te miraría, te vería, podría compartir tus penas, por así decirlo, mezclar mis lágrimas con las tuyas! Disculpa estas expresiones, que parten de un corazón penetrado por el dolor, aunque sostenga las mayores esperanzas. ¡No, Dios no dejará triunfar a un hombre tan injusto! La presencia del empera-dor, los dos generales comandantes y, sobre todo, el corazón de todos los austriacos, me dan una gran confi anza. Esta mañana sostuve una escena muy conmovedora con el rey. Sabes que nunca atribuí a su corazón lo que está ocurriendo, sino a su extre-ma debilidad y a su falta de fe en sí mismo. Hoy ha venido a mis apartamentos y me halló tan triste y alarmada que se conmovió hasta las lágrimas. Con-fi eso que esto me puso muy contenta pues comprobé su amistad por mí y espero que se comporte al fi n como verdadero y buen aliado, tomando partido por sí mismo. Tras la llegada del correo, me vi también con el señor Maurepas y le hice sentir toda mi in-dignación por la deshonesta conducta del señor de Goltz en este país, y lo he persuadido para que envíe la declaración aquí formulada hace un mes, al encar-gado de negocios en Berlín para que la exhiba toda y entera al rey de Prusia, tal como debe ser y como se había enviado a Viena.

Eres demasiado buena como para seguir preocu-pada por mi salud. Es excelente y sólo debes velar

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por la tuya propia. Por eso te suplico que te cuides, no sea que por bondad hacia tus hijos, que tanto quieres, postergues tu atención a los asuntos públi-cos, pues tu salud, en este sentido, es más preciosa que nunca. ¿Permites que te abrace tiernamente? Temo y a la vez deseo la llegada del próximo co-rreo.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 3 de agosto de 1778

Señora y querida hija mía,Nadie estaba más impaciente que yo por enviarte

un correo sobre nuestra situación. Desgraciadamen-te, tal como han transcurrido y parecen, las cosas son desfavorables para el fi n que me propongo, que es sustraer rápidamente al emperador y a mis hijos de la cruel posición en que se encuentran y que se ha agravado por la unión de los sajones, que suman treinta mil y que elevan a cuarenta mil la superiori-dad de los prusianos sobre los nuestros, lo cual nos obliga a la defensiva. Mientras podamos defender los dos puntos de encuentro donde el rey de Prusia se ha aposentado, y de Zittau hasta Aussig donde se halla el príncipe Enrique, nada hay que temer, pero no se puede sostener mucho tiempo más. Entonces, dado que el país se halla desguarnecido de fortale-zas, nos pueden presionar y forzar, por su superio-ridad, a retroceder hasta Kolin, como en 1757 antes de la batalla que salvó a Praga. Te confi eso que esta perspectiva es la más desoladora. ¡Abandonar al

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enemigo, que pilla cuanto puede, tanto territorio y tantos recursos, privándonos de tantas subsistencias y ver aplastados a nuestros buenos sujetos! Espero una respuesta en pocos días, para aclarar nuestras esperanzas y temores, y no he querido postergar más este correo, a la espera de otro inmediato, en cuan-to vea que las cosas se aclaren y cambien. Mientras aguardo, no puedo más que agradecer a Dios que proteja a tus hermanos, mientras el príncipe Alber-to se repone lentamente de sus fatigas, gracias a la quinina.

Lo que me cuentas de tu entrevista con el rey me ha arrancado lágrimas de consuelo. Más aún, lo que Mercy me refi ere de tus queridos llantos, que mues-tra tu conmoción. ¡Reconozco el admirable corazón de mi Antonieta! La idea de no concurrir a los es-pectáculos es muy emocionante a tu edad en un país donde no se puede creer en la vida sin diversiones, pero te encarezco que sigas los consejos de Mercy. Podemos entristecernos pero no abatirnos. Nues-tro cruel enemigo se regocijaría entonces. Cuanto más críticas sean las circunstancias, más debemos sostenernos para tomar las medidas necesarias. No puedo expresarte mi consuelo al saber que has sus-pendido las fi estas de Trianon, lo cual es elogiado en todas las cartas que recibo. Especialmente Breteuil lo ha manifestado por todas partes. Tu embarazo, que tanto me reconforta, exige que disipes tus tris-tes ideas. Te lo ruego, no te dejes arrastrar por la melancolía. Tengamos esperanza en Dios, que no nos abandonará y nos sacará con fuerza de este es-

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tado peligroso. Anhelo que tu salud sea más robusta que la mía. Me agrada que así sea y cuidaré de mis fuerzas tanto como pueda.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 6 de agosto de 1778

Señora y mi querida hija,Ya Mercy te habrá informado de mi cruel situa-

ción como soberana y como madre. Quiero salvar a mis Estados de una fi era devastación y evadirme, a cualquier precio, de esta guerra y, como madre, tengo tres hijos que corren los mayores peligros y sucumben a las más terribles fatigas, pues no están habituados a este género de vida. Haciendo ahora la paz, padezco no sólo la acusación de una gran pusilanimidad sino que estimulo la grandeza del rey y el remedio ha de ser urgente. Confi eso que la cabeza me da vueltas y mi corazón hace tiempo está aniquilado. Pero no temas por mi salud, es buena y la conservo por tu amor, aunque me afl ige. El co-mienzo de la campaña no ha sido feliz. El príncipe Enrique entró en Sajonia con fuerza. Laudon no ha creído poder resistirlo y se ha retirado hasta Kos-manos, tras el río Iser, por lo que ha cedido cinco zonas al enemigo, que se ha dedicado al pillaje. En esta retirada hemos sufrido pequeñas pérdidas, pero ha querido encontrarse con el gran ejército. Es previsible que no pueda sostener esta posición ventajosa pues el enemigo ataca por dos fl ancos. Entonces las cosas tomarán un aspecto bastante

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delicado y te recomiendo que sostengas a Mercy para salvar a tu casa y a tus hermanos. No pediré jamás que el rey se envuelva en esta desgraciada guerra pero sí que haga ostentación de fuerza y que movilice a tropas y generales para acudir en nuestro socorro, en el caso de que los Hannover y otros se pongan del lado de nuestros enemigos. A Francia no le conviene que seamos subyugados por nuestro cruel adversario. No hallará a un aliado más sinceramente unido en el fondo que nosotros. Por lo demás, cuidado con las zalamerías: en esto somos defi citarios. Al respecto estoy doblemente inquieta; temo un extremo de sensibilidad de tu parte en tu actual estado. Te ruego que te cuides, te animes y no te abandones. El buen Dios se apiadará de nosotros y nuestros aliados nos ayudarán a salir del apuro con honor. Te abrazo.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 14 de agosto de 1778

Señora y mi querida madre,He pasado quince días sin recibir tus noticias,

en la mayor inquietud. Me fi guraba toda suerte de horrores. La llegada de los correos, que yo aguarda-ba con tanta impaciencia, sólo consiguió aumentar mis alarmas y la cruel incertidumbre que me devora. Pero ¿puedo pensar en mis males mientras mi queri-da mamá atraviesa tan cruel situación? La verdad es que hace tres semanas este punto de vista aniquila y absorbe todos mis sentimientos.

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Ayer me decidí a comprometer al rey para que ofreciera su mediación. Para decidirlo, preferí ir a verlo cuando estaba con Maurepas y Vergennes. Habíamos encarado el asunto y el rey parecía ya bien dispuesto cuando llegaron los despachos del barón, que fueron leídos en mi presencia. No te oculto que hace tiempo Maurepas tenía reservas respecto a los despachos del barón. Sorprendieron los cambios respecto a los margraviatos. Parece ser que el día anterior Mercy había aclarado bien el tema con Vergennes. Aunque de parte de Maurepas subsiste algo del maldito miedo que ha manifestado en cuanto a nuestros asuntos, hay que convenir que las cosas han cambiado mucho y el rey ha dado el tono al discurso. El rey de Prusia se equivocaría si, contra las propuestas de mi querida mamá, obsta-culizase la paz. En consecuencia, a partir del lunes, Vergennes dará instrucciones muy positivas al en-cargado de negocios en Berlín. Piensan asimismo mandar un negociador a Alemania. Se pensó en Odune, pero fue descartado por consejo de Mercy. El gran asunto es mantener el lenguaje de nuestros ministros como enviados de la alianza. Así lo pro-meten pero habrá que vigilar y batallar más de una vez, si este malhadado negocio no se resuelve pron-to. Me tranquiliza el ver al rey muy comprometido con alma y corazón.

Es para mí una gran dicha que mi embarazo, en tan horrible momento, coincida con su salud, siempre muy buena. Mi hijo ha dado su primera patada el 31 de julio. Desde entonces se mueve con

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frecuencia, lo cual es para mí una gran alegría. No puedo decirte cómo aumenta mi felicidad con cada movimiento. En este tiempo he engordado mucho, más de lo normal a los cinco meses. No merezco ningún elogio por la fi esta de Trianon, me sería imposible lo contrario. A los pocos días volví a mi vida ordinaria. Mi cabeza no soporta las refl exiones que me agobian. Son necesarias para derrotar las conjeturas y razonamientos. Por medio de los fi lóso-fos y las intrigas de toda suerte, el rey de Prusia ha conseguido muchos partidarios y me veo a menudo obligada a mostrar una cara alegre, aunque no tenga ni motivo ni ganas. Pasaremos ocho días en Choisy. No he querido oponerme a que se montaran dos es-pectáculos, normales en estos viajes. Habría habido chismorreos al respecto. Ya hemos decidido que mi hijo será bautizado y nombrado apenas nazca. Si tienes la bondad de ser la madrina, envíame a tus procuradores y los nombres que prefi eras. El rey de España será el padrino. Estoy impaciente esperando el próximo correo aunque no me atrevo a prever una buena conclusión. ¡Quiera Dios no sea desoladora!

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 23 de agosto de 1778

Señora y mi querida hija,[...] Has adivinado bien: la negociación fracasará.

Me ufanaba de mi propuesta: devolver Baviera al príncipe elector y ceder los margraviatos a Prusia. Mercy te informará en detalle de esto y las posterio-

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res disposiciones. Mientras tanto, Bohemia es sa-queada cruelmente y si, fi nalmente, los dos ejércitos se reúnen, habrá una gran batalla y miles de familias desdichadas, entre ellas quizá la mía. Admito que esta perspectiva es cruel pero he hecho lo imposible por evitarla, pues el paso dado para detener a nuestro implacable enemigo me ha costado lo suyo. Querida hija, no se trata ya de celos entre nuestras dos mo-narquías, se trata de mantenernos estrechamente unidos, que nadie pueda separarnos jamás. La sangre nos vincula muy felizmente; mi yerno y mi nieto en Francia son como los hijos toscanos de Leopoldo y los napolitanos. Nuestros intereses –si prefi eres hable-mos de exterminar, me valgo de esta palabra porque hay que quererlo y aplastar sin miramientos los anti-guos prejuicios entre nuestros Estados– son los mis-mos: la santa religión, que tanto necesita de nuestra unidad, y nuestros negocios. Seremos eliminados uno tras otro si no prevemos con fi rmeza la catástro-fe fi nal. Es ésta la razón que nos ha llevado a decidir lo que Mercy habrá de exponerte. Verás que no es sólo en relación a nosotros sino que los peligros que ahora corremos –basta con exponerlos– hacen al or-den público de Alemania y acaso de Europa entera. Quitamos razón a la guerra en la esperanza de que nuestros amigos y aliados reconozcan la situación y la necesidad de ayudarnos, conservando la amistad de aquellos a los que se atribuían posiciones con-trarias.

La mayor gracia y consuelo que Dios puede otor-garme es saberte con buena salud, pero conociendo

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tu sensibilidad, no me acabo de tranquilizar. Lo que tienes de bueno es que puedes llorar y es lo que me ha aliviado en mi desastrosa vida. Anhelo tener tu salud. Lo que dices acerca de que los movimientos de tu hijo aumentan tu felicidad, me ha arrancado lágrimas. Me ha conmovido que me quieras como madrina. Encargo a Mercy para que se informe de lo que debe hacerse, a quién dirigir los plenos po-deres. Si no recibes noticias es porque no las hay. A la menor novedad importante te enviaré un correo o una estafeta, sobre todo si mi salud empeora, aunque de momento va bien. Tus hermanas, por su parte, también estarán en comunicación semanal contigo, no obstante la falta de algo interesante. He pedido al emperador que os contara lo mejor de la actualidad pero me ha respondido que no sabía nada distinto de lo publicado en los periódicos. Es de esto de lo que, justamente, se queja el público, no sin razón, pero yo misma nada más puedo de-cir. Durante la negociación mejoró nuestro estado de ánimo y creo que esto apenas cambiará. Mando a Rosenberg para que le informe de todo aquello que no puede escribirse. Cualquier altercado entre nosotros me desazona y espero superar enseguida las pequeñas diferencias, pues me jacto de que en lo esencial estamos de acuerdo. Diferimos apenas en los medios. Excusa la longitud de esta carta por los instantes de felicidad que vivo escribiéndote. Siempre contigo.

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 9 de septiembre de 1778

Señora y querida hija mía,

Empiezo por lo que más te interesa. Nuestros dos ejércitos ya se han reunido. Sufren mucho en medio de unas montañas nevadas, incomodidades y enfermedades. Nuestra tropa es mejor que la del rey prusiano. Pobre consuelo por el mal menor, pero si podemos aguantar dos meses y si él no gana más territorio, mucho se habrá logrado obligando a este enemigo a la inactividad, privándolo de su ma-yor recurso. Gracias a Dios el emperador se siente bien pero Maximiliano se ha contagiado una fi ebre terciana que, espero, no traiga consecuencias. Ha debido retirarse a un castillo, a cuatro horas del ejército. El gran duque ha llegado ayer y su tropa, el 20. Lo he hallado fl aco y robusto, como siempre. Se quedarán todo el invierno o lo que duren las actuales circunstancias, y temo no poder dotarlos de cuanto necesiten. Intenta, querida hija, que esta desdicha dure lo menos posible; salvarás a una madre que no puede más, a dos hermanos que a la larga han de sucumbir y a tu patria, una nación que te es tan cercana. La gloria y hasta el interés del rey y de la alianza están en juego. Tras nuestra declaración de entregarlo todo para conseguir una paz general y reclamar la mediación del rey, como nuestro amigo, aliado y garante de la paz de Westfa-lia, parece que debemos esperar el más veloz efecto y no abandonarnos a intrigas y astucias, demasiado

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empleadas para interferir en estas actividades tan saludables para la humanidad.

Sólo exigimos que se emplee por doquier un lenguaje fi rme, sobre todo los embajadores ante el imperio que, si no han tenido una posición con-traria a la nuestra, sí se han mostrado débiles y sugiriendo que Francia no está fi rmemente unida a nosotros. Eliminado el obstáculo, espero que se usará un lenguaje muy distinto, tan necesario para hacer el bien, efectuar demostraciones, no dejar que pase el tiempo sin obtener el objetivo de la tranquilidad y, por fi n, reconocer llegado el caso de asistirnos según los tratados. Si por doquier se emplea un lenguaje fi rme y homogéneo, y se ve que nuestra alianza es sólida e indisoluble, tanto por los vínculos de sangre como por nuestros intereses y conveniencias, tendremos la paz por la mediación de Francia y ésta, el orgullo de haber apoyado a su aliado y haber incrementado nuestras obligaciones. Mas he de repetirte que, por favorable que parezca este cuadro, faltan mucha fi rmeza y homogeneidad de lenguaje, sin pérdida de tiempo; si nos arrastra-mos hasta el año próximo, todo será más difícil y menos sólido. Hay que aprovechar este momento, cuando las incomodidades y miserias de la cam-paña resultan todavía impresionantes. ¡Qué dicha si pudieras tener a tu hijo en paz, y de habérnoslo procurado tan gloriosamente para el rey, apretando cada vez más los nudos de nuestra alianza, la única necesaria y conveniente para nuestra santa religión, para la felicidad de Europa y de nuestras casas! Te

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abrazo tiernamente mientras la mera esperanza hace caer lágrimas de mis ojos.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

17 de octubre de 1778

Señora y muy querida madre mía,Tus dos cartas más recientes me han dado una

alegría que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Al fi n vuelves a respirar, querida mamá, y tienes motivos de consuelo y satisfacción. Estuve preocupada por Maximiliano y siento la alegría que habrás tenido al volver a verlo en efi caz convalecen-cia. En cuanto a la partida del rey de Prusia y sus tropas en tan mal estado, es una inestimable ventaja para nosotros que ha debido humillarlo y alentar a todos los austriacos, por si les hiciera falta, ya que combaten por una soberana adorada y teniendo al frente al emperador. Todos los deseos de mi alma se dirigen a tranquilizar al terrible enemigo, por lo menos durante este invierno, y que el fracaso que ha sufrido lo obligue a pactar una paz razonable. Estoy desolada por la debilidad y las incoherencias de Mau-repas. Le he hablado varias veces y con toda fi rmeza pero he creído conveniente moderarme y no romper con él frontalmente para no obligar al rey a tener que optar entre su ministro y su mujer. En cuanto pueda volveré a hablarle para que cumpla su palabra de es-cribir a todos los ministros de Alemania, con quien el rey desea sinceramente llegar a la paz y estoy se-gura de que lo conseguiría si pudiera actuar por sí

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mismo y no estuviese entorpecido por sus ministros. En cuanto a mí tengo todos los motivos del mundo para quererlo porque estoy segura de que se juegan la gloria del rey y el bien de Francia, sin contar con el bienestar de mi patria querida. Siempre estuve per-suadida de que si, desde el principio, aquí se hubiera hablado con fi rmeza, los asuntos se habrían resuelto sin comprometer a nadie.

Desde hace diez días estamos en Marly. Me siento maravillosamente y me paseo cuanto puedo. Lasso-ne te enviará un detallado informe sobre mi salud. ¿Me permites que te abrace tiernamente?

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 2 de noviembre de 1778

Señora y querida hija mía,[...] ¡Qué diferencia entre el aliado del rey de

Prusia y nosotros! No sólo es que Rusia mantenga siempre el mismo lenguaje que su aliado, sino que su nítida declaración, que mi correo te habrá comu-nicado, nos pone en un gran aprieto, y de tal modo la paz, que todos deseamos, no podemos esperarla. Los movimientos del rey prusiano, en los últimos quince días, demuestran grandes propósitos. Por de pronto, habiéndose situado en su campamento de Silesia, avanza hacia lo que de Silesia nos queda, que está desprotegido y a merced del primero que llegue. Hay pillajes, como de costumbre, y amenazas sobre Moravia, aunque no me parecen verosímiles, dada la estación del año y por el mal estado de los caminos.

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Más bien creo que se trata de un movimiento análo-go al de las tropas rusas, según las noticias que nos llegan desde Polonia y no obstante la guerra contra los turcos. Sería el colmo, pero en los tiempos que corren hay que esperar cualquier cosa, sobre todo si carecemos del apoyo de nuestro aliado, el cual, aun con respecto al príncipe palatino y al duque de Dos Puentes, no cree poder sernos útil.

Me molesta tener que referir estas anécdotas pero no lo hago sólo por nosotros, ya que las cosas, desde lejos, no se han enderezado a tiempo, sino por el bien y la propia consideración de Francia, que debería observar una conducta más viril, asunto especialmente sensible para mí porque estamos en un momento interesante para Francia a causa de tu embarazo. ¿Qué se puede esperar del porvenir? Sin aliados, no hay gran potencia que valga. [...]

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 25 de noviembre de 1778

Señora y muy querida hija mía,Seré breve. Estarás por dar a luz porque creo que

sales de cuentas entre el 8 y el 15. Dios nos acuerde el consuelo de verte parir. Todo lo demás es indi-ferente. Vendrán hijos e hijas. Se dice que planeas alimentar tú misma al crío. Todo depende del rey y del médico. Aunque yo no lo aconsejaría, está bien que lo ofrezcas. Tenemos una novena en la capilla de San Javier con una multitud de fi eles que resulta conmovedora. Terminará el 28 y seguirá en la Visita-

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ción. Cuando acabe espero tener ya la ansiada buena noticia.

Te mando este correo para insistir en el tema de la mediación. Por suerte, nuestro emperador está con buena salud, aunque muy fl aco. Adjunto algunas líneas para el rey, ya que no me resolví a escribir directamente sobre el embrollo de las cuestiones políticas. Nos hace falta la paz, cuanto antes mejor, sin congreso. Hay demasiados intere-ses para aclarar. Los mediadores nos pedirán una total restitución, como el año pasado. Los asuntos de Baviera y Sajonia no deberían mezclarse con el resto y habrían de quedar como decisiones impe-riales. Todo se haría en poco tiempo y seríamos los mayores perdedores: gastos inmensos y devasta-ción para nuestro pobre país. El rey de Prusia, por ser el agresor, nada podría pedir. En cuanto al dis-tanciamiento entre Rusia y Francia, me hace temer por su lentitud. Termino para no turbarte en este momento. Te abrazo.

N.B.: María Antonieta dio a luz a su primogénita el 20 de

diciembre de 1778.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, primero de abril de 1779

Señora y mi querida hija,Te confi eso que la jornada de hoy me ha abatido

bastante y no he querido detener el correo pues los tres días sucesivos estarán tan ocupados como el

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presente. Recibí la noticia del retorno muy feliz de tu hermano y tu cuñada. Han encontrado muy bien a sus hijos pero tu hermano Maximiliano me tiene preocupada. Desde la gran enfermedad contraída en el ejército sufre infl amaciones y derrames, sobre todo en las piernas. Se ha descuidado, lo ha disimu-lado cuanto pudo para que las incomodidades no le impidiesen divertirse, bailar, montar a caballo, jugar a la pelota, etcétera, lo que es muy propio de su edad. Pero los derrames han aumentado y se le or-denó tomar las aguas en Baden. Lo hizo y empeoró, de modo que guarda cama desde hace tres semanas y han debido practicarle tres incisiones para drenar sus humores. No se encuentra nada bien y le harán algunas más, aunque si el hueso ha sido afectado quedará disminuido a sus veintidós años. Soporta su situación con paciencia y fi rmeza viriles, lo cual me conmueve doblemente.

El asunto de la paz me inquieta al máximo. Me parece que las bellas esperanzas se desvanecen. No es culpa nuestra pero no se nos puede exigir que dejemos quemar vivo a nuestro príncipe elector, y que nuestros adversarios, bajo la protección del rey de Prusia y de los rusos, triunfen contra Francia y contra nosotros. Hace falta un poco de equidad e igualdad.

Lo que me cuentas de tu querida hija me da gran placer, sobre todo por el cariño del rey. Pero admito que soy insaciable: le es necesario un compañero y no ha de tardar mucho en llegar. Querida hija, no desdeñes nada de tu parte y en especial en esta épo-

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ca de buen tiempo: no cabalgues demasiado, lo cual es contrario a mis anhelos y a los de cualquier buen francés o buen austriaco, y créeme siempre tu buena madre y amiga.

P.S. Tu gran retrato hace mis delicias. Ligne lo ha encontrado fi el al modelo pero me basta con que represente tu rostro, del que estoy muy contenta.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, abril de 1779

Señora y muy querida madre mía,

La rubeola que acabo de superar ha sido más do-lorosa de lo normal en este país. Fue en el momento de mis purgas, de las que tenía gran necesidad y, por otra parte, aún conservaba restos de leche. Todo acabó de maravilla, mis ojos no han padecido y nada temo por mi pecho. Hasta ahora sólo me he purgado una vez. Hoy iré a instalarme en Trianon para cam-biar de aire hasta el fi nal de mis tres semanas, época en que podré ver al rey. Le he prohibido que cohabite conmigo. Nunca tuvo la rubeola y, sobre todo en este momento con gran cantidad de trámites, sería más que fastidioso que se contagiase. Nos escribimos a diario. Ayer lo he visto en un balcón, a la intemperie. ¿Me permites que te abrace? No tengo aún fuerzas sufi cientes para seguir escribiendo. He encargado a Mercy que cumpla mis comisiones.

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, primero de mayo de 1779

Señora y mi muy querida hija,Todavía no puedo anunciarte la fi rma de la paz.

Hacen falta unas cuantas escrituras y la intervención de terceros, pero, con todo, al fi n se ha arreglado, lo cual es para mí un gran alivio. Te ruego que hagas saber al rey mi reconocimiento por sus buenos ofi -cios, en parte debidos a ti, querida hija, por el cariño que te manifi esta y por el interés que te has tomado. Trata de que en acontecimientos futuros, por gran-des o pequeños que sean, os pongáis de acuerdo des-de el comienzo, único medio para el bien de nuestros Estados y familias, que persiguen la misma felicidad. Has de conservar exactamente esa confi anza mutua, que nos es tan necesaria, dado que nuestros adver-sarios se han unido y cada vez lo están más, gracias a Rusia y a los ingleses de los Hannover, que ahora se han desenmascarado. Sajonia será más prusiana que nunca y los dos margraviatos de Franconia tienen cada vez más superioridad, vecindad e infl uencia sobre el imperio y en nuestros países, de modo que nuestra situación se torna más difícil. Desgraciada-mente, la religión contribuye mucho: los católicos y hasta los príncipes eclesiásticos no se ponen de acuerdo o carecen de fuerza sufi ciente, lo cual es aprovechado por los protestantes, que sí la tienen.

Me conmueve el interés que demuestras por tu hermano, que merece tu cariño. Te agradecerá per-sonalmente la encantadora atención de enviarnos a tus cirujanos, lo he sentido hasta las lágrimas. Te

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reconozco en esta actitud. Gracias a Dios, él mejo-ra. Ayer lo he visto por primera vez de pie sobre sus piernas en seis semanas. Mi alegría era inexpresable pero todavía no se han cerrado sus dos últimas in-cisiones. Las primeras tres se han cicatrizado pero le duele mucho la otra pierna, donde hay un tumor, bien que haya disminuido por las medicinas que le han aplicado al hueso del muslo, que le produce una contracción en la rodilla. Confi eso que me sigue pre-ocupando porque es el mismo tumor que se le expan-dió durante la campaña y por las inauditas fatigas, que afectaron su sangre. Toma asimismo remedios internos, sigue una dieta rigurosa y tiene un buen humor y una comparable docilidad, no se queja de nada, nunca está enojado y admito que yo no tendría en su caso una fuerza igual. Todo nos lo vuelve cada vez más querido. Es conmovedor ver la entereza que demuestra desde el principio. Tiene sus horarios or-denados, lee, toca un poco de música, estudia ciencia militar y lengua húngara y trata de sacar ventajas de su situación. Estoy sumamente contenta.

También me ha preocupado un poco el empe-rador. Hace diez días padece de hemorroides, sin fi ebre ni otro accidente que los inconvenientes y la melancolía que le causan. No quería salir ni ver a nadie, pero esto ya ha pasado. Se pone muy inquieto cuando algo le falta.

Tu rubeola me ha angustiado. No me tranqui-licé hasta saber que habían transcurrido los once días. La has tenido como tu hermana Mariana, con un gran malestar en la garganta, aftas en la boca y

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especialmente en la lengua. Deseo que dispongas todas las medidas necesarias, sobre todo en cuanto a las cabalgatas, que generalmente cuando se decide tener hijos no son nada favorables y te recomien-do que lo pienses seriamente. Se lo debes al rey, a vuestros pueblos y para mi consuelo, que es desear ardientemente un delfín. No espero otra cosa, hay que darse prisa.

He recibido un escritorio magnífi co y encantador, está en mi gabinete bajo tu retrato en grande, que hace mis delicias. Te lo agradezco tiernamente y te abrazo.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

15 de mayo de 1779

Señora y mi muy querida madre,[...] Ahora estoy bien de salud. Una carta de Las-

sone te lo dirá más en detalle, mejor que yo misma. Siempre tengo dolores en el vientre pero comienzo a sufrirlos menos. Puedes estar segura, querida mamá, que tomo todas las precauciones, como poco y duermo ordenadamente. No he montado a caballo desde mi enfermedad y, en todo caso, cabalgaré muy de vez en cuando.

Desearía enviarte indicios de un nuevo embara-zo, querida mamá, pero aún no los tengo. Ya había superado hace tiempo mi rubeola cuando tuve mis reglas el día 26, casi sin pérdidas. De momento, no veo signos de preñez. Pero los habrá, aunque no en-seguida.

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Me ha escrito Maximiliano. Me encanta que esté mejor pero no estaré tranquila hasta que le haya des-aparecido el tumor. Es raro, a su edad, ser tan razo-nable y paciente, como ha demostrado hasta ahora.

Mi hija está muy bien. Empieza a reconocer a las personas a las que ve habitualmente. Estoy de momento separada de ella, yo en Marly y ella en Versalles, aunque voy lo más a menudo posible. Eres muy buena al contentarte con mi escritorio. ¿Me permites que te abrace con la seguridad de mi tierno y profundo respeto?

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Laxemburg, primero de julio de 1779

Señora y muy querida hija mía,[...] Deseo muy sinceramente al rey la paz: la gue-

rra marina con Inglaterra es la más cruel y costosa. Nuestro reconciliado amigo, el rey de Prusia, trata siempre de perjudicarnos y por sus maniobras e in-sinuaciones tan fi nas y capciosas, de alejar a todo el mundo de nosotros. Emplea cuanto puedas imaginar, prevenciones y zalamerías. No lo hace, ciertamente, por amistad con Francia. Lo explica a su manera, es decir indecentemente, con el fi n de arrancarnos de nuestra unión, es su único objetivo. Me jacto de que jamás ocurrirá. Cuento con los sentimientos del rey y la honradez de su ministerio, aunque pequeños apa-ños y sordideces podrían surgir. Te repito lo dicho otras veces: no podemos estar juntos y su arreglo con los ingleses nos ha hecho cambiar totalmente de

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sistema. Me encuentro así muy bien y creo que Fran-cia siente lo mismo. Desde entonces ha concentrado su atención en la marina de guerra para enfrentar a su antigua rival. Habrá nuevos tratos, sobre todo comerciales, con Rusia. Hay que tener cuidado, esas dos potencias son una sola. No se debe chocar de frente pero tampoco confi arse en nuestra recíproca ventaja.

Prefi ero parecer inoportuna que no recomendarte que tengas cuidado con tus guardias. No atiendas a insinuaciones. Es mejor estar precavido que sopor-tar los hechos consumados. Desgraciadamente, los viejos prejuicios entre nuestras dos naciones no han desaparecido como yo quisiera y se ve cómo retornan las antiguas prevenciones, contra las cuales sólo valen nuestra amistad constante, que a larga triunfará para bien de nuestras casas, pueblos y santa religión. Son objetos muy grandes y queridos, no debemos desde-ñar nada para consolidarlos y eternizarlos. Siguiendo estos principios, hija querida, podrás mucho, lo mis-mo que escuchando y siguiendo las recomendaciones de Mercy, que goza de toda mi confi anza, mucho más que tus franceses y ministros. Te abrazo de todo cora-zón. ¡Dios conserve nuestras esperanzas!

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, primero de agosto de 1779

Señora y querida hija mía,Tu correo del día 16 me apenó al ver desvaneci-

das todas nuestras bellas esperanzas. Confi eso que

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me había entregado enteramente a ellas. Nada se ha perdido, sois jóvenes, sanos y os amáis tiernamente. Todo se andará pero es preferible tener que esperar. ¡Gracias a Dios que no has tenido pérdidas, debili-dad ni inconvenientes! Habrás de seguir los consejos de Lassone y aunque yo sea contraria a la separación en tales casos, si él lo exige, yo estaría de acuerdo que lo hicieras, se entiende que con el consentimien-to del rey y no de otra manera; pero admito que en el pasado estuviste demasiado de acuerdo con este principio y no me gustaría que se tornara en cos-tumbre. De ello depende tu felicidad, la de vuestro pueblo y vuestra familia.

El asunto de las fl otas me tiene en ascuas, te lo aseguro. No obstante la gran superioridad, no me tranquilizo. Las combinaciones son difíciles en el momento de elegir. Me parece que se ha perdido de-masiado tiempo, se ha dejado a los ingleses tomar la iniciativa y esto costará el doble. Mercy te informará de lo que hemos sabido por su parte y esperamos que pienses en ello, con el único ánimo de serte útil y recordando lo que hiciste por la paz de Teschen. No lo olvido, como tampoco las gestiones de Breteuil. Proyecta partir este mes y no puedo impedirme re-comendártelo. Todo lo que el rey haga por él yo lo tomaré como una actitud atenta para con nosotros. Se dice públicamente que Rohan vendrá por aquí. Nada espero de él y dado lo hecho por él en anterior ocasión, no pensaba en su vuelta. Te agradeceré que lo impidas, aunque sin que te signifi que una moles-tia. He encargado a Mercy que te recuerde la casa de

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Compiègne donde está la Beauvau. No pude recha-zarla, dadas tus muestras de amistad por ella. A los anteriores pedidos añado otro: a la menor victoria de vuestras fl otas, envíame un correo urgente. Me intereso tan vivamente en todo lo que concierne a la gloria del rey como para rogarte que complazcas a tu vieja mamá, que te abraza.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 16 de agosto de 1779

Señora y mi muy querida madre,[...] ¡Los ingleses están en el Canal de la Mancha!

No puedo dejar de temblar pensando que toda la suerte pueda decidirse de un momento a otro. Me aterra la proximidad del mes de septiembre, cuando el mar es intransitable. En fi n, deposito todas mis inquietudes en el seno de mi querida mamá. ¡Quiera Dios que sean infundadas! Su bondad me incita a decirte lo que pienso. El rey está conmovido, tanto como puede estarlo, por las muestras de benevo-lencia que has querido manifestarle y no dudo que se empeñará en aprovechar, y no a entregarse a las intrigas de quienes han engañado tan frecuentemen-te a Francia y que él debe ver como a sus enemigos naturales.

Mi salud se ha repuesto por completo. Mis reglas llegan normalmente aunque no son muy intensas. Voy a retomar mi vida ordinaria y espero que pronto pueda comunicarte mis nuevos indicios de embara-zo. Puedes estar tranquila respecto a mi conducta y

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siento tal necesidad de tener hijos que no desprecio nada sobre el particular. Si antiguamente cometí errores, fue por niñería y negligencia, pero ahora mi cabeza está mejor organizada y puedes descontar que conozco muy bien mis deberes al respecto. Ade-más, se lo debo al rey por su cariño y, si me atrevo a decirlo, su confi anza en mí, por la que me elogio cada vez más.

Es mero chismorreo el embarazo de la condesa de Provenza. Está siempre en el mismo lugar y si alguna vez se pensó lo contrario, hasta su marido se enva-necía por ello. Pero los hechos han mostrado que no era más que una baladronada y creo que él seguirá siendo como es.

Me encantará ver al barón de Breteuil y tendré en cuenta tu recomendación, querida mamá, aunque creo que su ambición se pondrá por encima de todo cuanto se haga por él. Puedes calmarte en cuanto al príncipe Luis de Rohan. No volverá a Viena y tendré el ojo atento sobre quienes quieran enviarlo. El ge-neral Stein todavía no ha llegado. Estaré encantada de verlo. En cuanto a la señora de Beauvau, sé que es desdichada en Compiègne pero hay tan pocas posibi-lidades de ayudarla que no sé qué hacer. La bondad que muestras por su persona y que te mueve a hablar de ella me obliga a ocuparme en tanto pueda.

Estoy muy afl igida por que no se acabe de curar la pierna de Maximiliano. Es horrible a su edad pade-cer tal incomodidad. Su paciencia es conmovedora y espero que se reponga pronto. Me permito enviarte el retrato de mi hija. Se le parece mucho. La pobre

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pequeña empieza a caminar dentro de su parque. Desde hace unos días dice papá. Todavía no ha echado los dientes pero se notan sus marcas en las encías. Me gusta que empiece por nombrar a su pa-dre, es algo que a él lo aproxima más. Su conducta es irreprochable y nada necesito para amarlo cada vez más. Disculpa toda mi charla sobre la pequeña, que-rida mamá, pero eres tan buena que abuso algunas veces. ¿Me permites abrazarte tiernamente?

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Primero de septiembre de 1779

[...] Te habrás enterado del accidente del Vesuvio en Nápoles. El populacho, que allí es horrible y faná-tico, fue más temible que la erupción. Una masa de treinta mil a cuarenta mil hombres forzó la puerta de la iglesia y sacó en procesión a San Genaro. Los re-yes apenas pudieron salir del teatro donde estaban. Los dos caballeros enviados fueron tomados como rehenes. Se enfi laron y salieron en procesión al ama-necer. No hicieron ningún daño pero no desistieron de sus exigencias. Es horrible tener un pueblo seme-jante. Sé que el embarazo de tu cuñada era falso. El emperador había partido ya cuando llegó el correo. Estará ausente dos meses. El tiempo es admirable y espero que se mantenga.

Me inquietan los acontecimientos que se anun-cian y te confi eso que si toda la fl ota inglesa está en el Canal de la Mancha es de temer que la superiori-dad que tenéis no pueda operar del todo, y ésta es la

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ventaja de los ingleses, que tienen sus puertos dis-ponibles en caso de apuro, en tanto Francia no tiene ninguno hasta Brest. Si nos hemos ofrecido para una conciliación, no era para ahora sino para el invier-no, o en el momento que más convenga al rey, y por no dejar que se adelanten los prusianos y los rusos, que son nuestro principal objeto de observación y desconfi anza. Estamos buenamente comprometi-dos con vuestros intereses y con el sistema, sin por ello dejar de pasar malos momentos de inquietud y sospecha. Así es que, ofrecida nuestra conciliación, nada haremos hasta que lo consideréis oportuno. Confi eso que me encantaría que el rey pudiera ter-minar la guerra por su cuenta, lo antes posible, por el honor de la corona y sin otra intervención que las partes beligerantes. Somos también sensibles ante la posibilidad de que otros tomaran nuestro lugar. Desafío a cualquiera que ponga en duda nuestra vo-luntad de apoyar la gloria y los intereses de Francia y España.

No puedo dejar pasar una anécdota que circula y que al comienzo consideré falsa como tantas otras que diariamente se destruyen, pero por doquier se dice que estás gobernada por el duque de Guines y que nada decides sin consultar su opinión. El duque de Guines, en todas sus gestiones políticas, se ha comportado de manera para nosotros irreprocha-ble. No tengo prevención alguna contra él pero las desgraciadas circunstancias en que se ha encontrado más la fama de ambicioso que lo rodea, me obligan a reproducir estos rumores, temiendo grandes incon-

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venientes para ti, querida hija, si dejas subsistir la idea de que el duque te dirige. Te ruego que me creas siempre y muy cariñosamente…

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

15 de septiembre de 1779

Señora y muy querida madre mía,[...] La toma de Granada y el combate naval han

causado aquí un gran placer; por desgracia, hacen falta mayores acontecimientos para conducir a la paz. El público lamenta que el señor d’Orvilliers, con unas fuerzas superiores a las inglesas, no pudiera ni alcanzarlos para combatir, ni impedir a algunos de sus barcos mercantes volver a puerto. Costó dema-siado dinero y no sirvió de nada, y no veo indicio alguno de que se pueda hablar de paz el próximo invierno. Cuando llegue el momento, si los Borbones deciden buscar un mediador, aprovecharán de los buenos ofi cios que propone mi querida mamá.

Es verdad que el duque de Guines ha sido admiti-do en mi sociedad pero también lo está en la del rey, que lo trata muy bien. Le presté ayuda en el cruel entredicho que tuvo con el señor d’Aiguillon. Es natural que intentara demostrar su reconocimiento. Es asimismo una costumbre local que los calum-niadores frustrados desaten sospechas y exageren el buen trato del que otros gozan. Es normal aquí pensar que uno solo conduce a todos los demás. Lo he experimentado durante nueve años y ya no me sorprende.

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El estado de mi hermano es esperanzador pero no estaré tranquila hasta su completa curación.

Mi hija está siempre de maravilla. El placer que te ha causado su retrato me evoca todo tu cariño. ¡Si pudiera demostrarte el mío y todo mi reconocimien-to! Seguramente te contentaría.

Dado que el emperador está ausente, te ruego le cuentes mis novedades, lo mismo que a mi hermana María.

N.B.: La toma de Granada se refi ere a la isla caribeña de

tal nombre.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

14 de octubre de 1779

Señora y mi muy querida madre,Hemos renunciado al viaje a Fontainebleau a

causa de los gastos de guerra y también para recibir enseguida las noticias de la armada. Hemos pasado cinco días en Choisy y mañana partiremos para estar quince en Marly.

Nuestra fl ota no pudo alcanzar a los ingleses y no ha hecho nada; es una campaña perdida que ha costado mucho dinero. Lo más lamentable es que la enfermedad se ha instalado en los navíos y ha provocado grandes estragos. La disentería que reina en Bretaña y Normandía también daña mucho a las tropas de tierra destinadas a embarcarse. La deso-lación es general. La enfermedad afecta igualmente a los españoles y, en consecuencia, enfría su ardor

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guerrero, aparte de que su gobierno no tiene grandes medios para reclutar.

Temo que estos contratiempos vuelvan más difí-ciles a los ingleses y alejen toda propuesta de paz, que no veo cercana. Estoy segura de que si el rey necesita un mediador, las intrigas del prusiano fra-casarán y no impedirán al rey aprovechar tu bondad. No perderé de vista el asunto, tan interesante para la felicidad de mi vida.

Mi cuñada Isabel va a ser vacunada en La Muette. Ella misma lo ha deseado y decidido. Mi hija está de maravilla. Como yo me sentía acalorada, tomé unos baños y me purgué anteayer. En Marly beberé leche de burra. Por lo demás, mi salud es buena. El rey vive conmigo en una intimidad completa. Sin embargo, aún no estoy encinta, lo cual me impacienta mucho. Lamento lo de la reina de Nápoles, pero si sus pade-cimientos logran que tenga un hijo, será un gran bien y un consuelo por la cruel pérdida sufrida. Tu silencio sobre mi hermano Maximiliano me deja esperar su restablecimiento. ¿Me permites que te abrace?

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

16 de noviembre de 1779

Señora y mi muy querida madre,[...] Ya se han impartido las órdenes para des-

armar la fl ota y guardar las tropas en cuarteles de invierno. El señor de Córdoba ha partido con quince bajeles rumbo a España; nos queda todavía más de la mitad de cuantos había traído. La inefi cacia de la

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campaña aleja toda idea de paz. Seguramente, los ingleses harán sus mayores esfuerzos el año próxi-mo. Pero, más allá de lo que han sufrido y perdido este año, se verán molestados en América y acaso también en Irlanda. Puedo asegurarte que, si se dan las condiciones para un mediador, el rey no quiere ninguna intromisión del prusiano.

Mi cuñada Isabel está en Choisy desde hace un mes para vacunarse. Todo ha salido muy bien. Vol-verá el día 23.

Sabiendo tus buenas intenciones respecto al ba-rón de Breteuil, puedes estar segura de que seguiré tus preferencias. Lo han tratado muy bien tanto en Marly como en Choisy.

Mi buena salud, la del rey y la manera como vi-vimos me dan siempre esperanzas, pero en cuanto a este mes, desde ayer estoy persuadida de no estar embarazada.

[...] No podría soportar que pudieras dudar de mi respeto, mi cariño y mi reconocimiento. Mi hija sigue estando muy bien. Ya le han salido cuatro dientes.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, primero de diciembre de 1779

Señora y mi querida hija,La tuya del 16 me tranquiliza respecto a tu salud

y la de tu hija pero no me contenta nada en cuanto a tu embarazo, que espero con toda ansiedad. Tu hija pronto cumplirá un año y le hará falta un compañe-ro, que todos anhelamos.

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Lo que me cuentas de la fl ota es triste por lo que hace a una rápida paz y porque el próximo año los ingleses no serán tomados por sorpresa, lo cual cos-tará sufrimientos, dinero y sangre; pero en el actual momento no hay otro medio mejor para preservarse. Sé que el rey de Prusia intenta hacernos pasar por buenos ingleses pero también sé que soy, de cora-zón y por interés, una buena francesa, y que todas las ventajas que pueda obtener para su corona las considero como nuestras. Ésta es la razón por la que anhelo tanto la paz como la única verdadera felicidad en este mundo, para los soberanos que sos-tienen la verdadera religión y aman a sus pueblos. Sabes que sólo nos ofreceremos si conviene al rey. Si puede arreglárselas sin nosotros y otra potencia europea cualquiera, salvo España, tanto mejor. Esta feliz unión se sustenta solamente en la confi anza y la amistad. Por ello me contentó el modo como el señor Vergennes se explicó ante Mercy.

La reina de Nápoles sufre mucho por su embara-zo y temo que parirá otra hija. El viaje de tu herma-no de Milán se ha retrasado a causa de la salud del duque de Módena. A los ochenta y pico, nada bueno cabe esperar.

[...] La reina de Nápoles me halaga con sus aten-ciones; todavía no acaba de consolarse por su hijo. Sin duda, es una gran pérdida. ¡Que Dios te libre para siempre de perder un hijo! Te abrazo tierna-mente.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 15 de diciembre de 1779

Señora y mi muy querida madre,[...] Estamos esperando al señor d’Estaing, que

está en Brest desde hace ocho días. Los vientos ha-bían dispersado su fl ota; su bajel llegó casi solo pero enseguida recibieron noticias de los otros. Ocho ya han regresado; se espera que los otros tres, que es-tán en la mar, no tardarán en llegar. Habrá que oír a d’Estaing y a sus otros ofi ciales de la armada para juzgar su éxito. Se sabe que a fi nales de la campaña fue rechazado por el general Prevost en Savannah. El mismo d’Estaing resultó doblemente herido.

Estoy segura de que el rey de Prusia pierde el tiempo intrigando para ser mediador. Mercy te in-formará acerca de un ofi cial francés, una suerte de aventurero que, sin misión ni permiso alguno, se permitió hablar de negociaciones y demás asuntos en Berlín. Esto prueba la fe de nuestros ministros en tal sentido, ya que Vergennes advirtió a Mercy antes de que éste tuviera ninguna noticia. Por otra parte, creo que el apócrifo negociador recibirá la orden de volver a Francia.

Me entristece que la salud del duque de Módena impida viajar a Fernando. ¡Qué felicidad para él volver a encontrarse con nuestra querida mamá y toda la familia! Lo siento como si estuviera allí, aun sabiendo que no puedo. No diré nada más. [...] El abate se pone a tus pies, querida mamá.

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MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, primero de año de 1780

Señora y mi querida hija,No sabría empezar el año de mejor manera que

enviándote mis tiernas felicitaciones y deseos, y el primer objeto es siempre un delfín, sin pasar de este año. La generala Krottendorf acaba de morir y espe-ro que sus visitas hayan terminado para ti.

Ahora, mi respuesta al rey. Estoy encantada de vuestro cariño mutuo y de su atención, cuento con todo ello en cualquier ocasión. Francia no puede estar enteramente tranquila sin nosotros y nosotros sin ella; esta alianza es la más natural, la más con-veniente y la más querida. Estoy muy contenta de cómo se ha explicado el caso del aventurero llamado Zoteux. Trata de que siempre haya claras explicacio-nes y ninguna duda. De creer lo que aquí se dice ha habido algo sórdido; háblale a Mercy y aclaremos del todo las cosas. Explicándonos todo será ganancia, estando como estamos, de corazón, unidos al siste-ma. Haremos lo mismo con el rey de Prusia, que sólo inventa cosas para embrollar y hacer daño. Ahora le ha dado por retratarnos como ingleses. Sabes todo cuanto hemos hecho y dicho, no caben más palabras. Que el público y nuestra nobleza están inclinados a favor de los ingleses se debe a los antiguos prejui-cios, como pasa entre vosotros contra nosotros, pero ningún alto puesto o ministro seguramente lo está, respondo por el hijo y por la madre, aunque no siempre vuestros embajadores ante el imperio sean favorables al emperador, lo que da lugar a continuos

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altercados y abre la puerta a los malintencionados para embarullar las cosas y arrojarse en brazos del prusiano. Tampoco me hacen felices las noticias de vuestra fl ota y de América. El año próximo os enfrentaréis a un enemigo el doble de fuerte; los re-cursos de los ingleses son inmensos y su fanatismo, increíble. Sabes lo que deseo como francesa y madre de su querida reina: la paz.

Me he explicado mal sobre el viaje de Fernando. Hará un recorrido por Italia: Florencia, Roma y Nápoles. Pero esta negligencia me ha proporcionado una encantadora explicación de tu parte, pues lo has creído contento por su viaje a Viena. Sin exageracio-nes, te puedo asegurar que esa manifestación de tu carta me ha conmovido tiernamente y te abrazo por ello. Lo que me dices de tu pequeña me encanta, lo mismo que Vermond se encuentre contigo. Co-nociendo su fi delidad, le doy toda mi confi anza. Es necesario que la tenga en medio de esa corte tumul-tuosa donde priman las ambiciones. Le basta con tu bondad. Ojalá me pudiera conseguir el libro cuyo título le doy y que ningún librero de Viena tiene. Me faltan los dos últimos tomos.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

15 de enero de 1780

Señora y muy querida madre mía,[...] El señor d’Estaing ha vuelto, sufriendo mu-

cho por su herida y tras una campaña más penosa que útil. A pesar de todo no está desanimado y

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podemos confi ar en que el año próximo seremos superiores en América. El señor de Guichen partirá de inmediato con una fl ota de quince o dieciocho navíos, y tres mil o cuatro mil hombres como tropa de tierra.

El tiempo es aquí frío y desagradable. He guarda-do cama tres días con fi ebre. Sólo el rey y el de Pro-venza han escapado al contagio y nos han cuidado a los demás, cada cual en su alcoba y sin poder salir. Mi hija también enfermó aunque sin fi ebre, no obs-tante sus dientes sigan saliendo. Espero estar curada enseguida. Tomo píldoras de ipecacuana y puedo ir de cuerpo. Ya no toso y espero que haga menos frío para pensar seriamente en mi salud y en ese punto tan importante para mi felicidad. Tomaré el hierro el mes próximo y quizá me haga sangrar, por precau-ción. Vermond y Lassone creen que así me será más fácil embarazarme.

Mis servidores olvidaron enviarte con el último correo unos cabellos del rey, de nuestra hija y míos, estos últimos oscuros. También se equivocaron al mandar a María unos anteojos que son para ti. No he podido ver al príncipe Lobkowicz, embajador austriaco en España, en su primera visita a Versa-lles, porque estaba enferma. Lo invité al baile para que acuda con Antonio Colloredo y creo que ambos quedaron contentos.

El abate siempre te recuerda, querida mamá. Como está todavía por aquí, encargué a Mercy que te consiguiera los libros que me pediste. No ha de haber en el mundo una persona más fi el y que, con

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justicia, merezca mi confi anza. Te agradezco la bon-dad que le manifi estas.

¿Permites que te abrace, querida mamá? Espero que conozcas mi corazón como para saber que no es una mera frase, que lo hago con toda el alma.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, primero de febrero de 1780

Señora y querida hija mía,[...] Se dice que la Polignac, con el único título de

gozar de tu favor, ha pedido que el condado de Bit-che sea elevado a ducado. El público se ha sorpren-dido de esa demanda que demuestra más avidez que devoción. Ahora se dice también que quieres dotarla de millones. No hago caso de esos rumores pues no los creo verosímiles, pero hallo necesario y útil que lo sepas, sobre todo por las actuales circunstancias en que el Estado debe efectuar tantos gastos.

Deseo que la próxima campaña sea de más pro-vecho y menos penosa, pero los ingleses tendrán fuerzas superiores. Realizan enormes preparativos y parecen ganar en rapidez. La escuadra de Rodney hace temer incluso por Europa. No se repetirán los favorables momentos del año pasado y, te lo confi e-so, el tierno interés que me tomo por vosotros, hijos queridos, y por vuestra corona, me hace pasar unos momentos bien inquietantes.

Muchas gracias por la bella y preciosa tableta con vuestros cabellos, y por los anteojos que ya he probado y me convienen porque cada día mis ojos

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están más débiles y ya no me valen para leer ni es-cribir. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 15 de febrero de 1780

[...] Estoy demasiado acostumbrada a las inven-ciones y exageraciones de este país como para sor-prenderme por lo rumoreado en torno a la señora de Polignac. Es costumbre local que el rey dote a personas de la corte y de alta cuna que no son ricas. El casamiento de la pequeña Polignac se convino con el conde de Gramont, que es ya capitán de guardias retirado. Su madre pensó en el condado de Bitche, pero sólo por un momento y apenas supo su valor fue la primera en decirme que abandonaba la idea; en cuanto al título ducal, es pura invención. En lo que respecta al dinero, será el rey quien segura-mente dote a la novia, y se hablará más de luises de oro que de escudos. Es una gran alegría para mí el ver que la manera de pensar del rey me ahorra cualquier petición a favor de mi amiga. Él está muy persuadido de la nobleza y honestidad de sus sen-timientos y estará encantado de hacerle el bien por ella misma. No soy menos sensible, por tanto, a la muestra de amistad que me da en esta ocasión.

El rey acaba de publicar un edicto que sólo es una preparación a la reforma que quiere hacer en su casa y en la mía. Si llega a efectuarse hará gran bien no sólo a la economía sino a la opinión y a la satis-facción pública. Habrá que esperar los efectos para

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evaluarla. En los dos reinados anteriores se intentó sin éxito. El rey tiene poder y buena voluntad pero en este país hay tal complicación en las formas que si no se hace por las buenas, surgirán los mismos inconvenientes que en el pasado.

Mi sangría debió hacerse ayer pero se suspendió por mi resfriado, que espero acabe la semana próxi-ma. Sería muy feliz si la sangría me hiciera el mismo efecto que a mi querida mamá. Mi hija sigue bien y en vista de ello hemos decidido destetarla antes de

Pascua.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 16 de marzo de 1780

Señora y mi muy querida madre,

[...] Gracias a Dios, no he padecido aún la inquie-tud de tener un hijo enfermo. Mi niña no ha tenido fi ebre desde su nacimiento. Dentro de poco la deste-taré. Es alta y fuerte, se la podría tomar por una nena de dos años. Camina sin ayuda, se agacha y se levan-ta, aunque todavía no habla. Me permito contarte una escena de felicidad ocurrida hace cuatro días. En la alcoba de mi hija había unas cuantas personas. Por medio de alguien le hice preguntar dónde estaba su madre y la pobre pequeña, sin decir palabra, me sonrió y me tendió los brazos. Es la primera vez que me reconoce, lo cual me produce una gran alegría y me hace quererla cada vez más. Pero me doy cuenta de que estoy hablando demasiado de ella. Desde tu

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bondad y tu indulgencia, querida mamá, perdona toda esta cháchara.

La semana pasada hemos recibido una terrible noticia de parte de un convoy considerable, enviado a la Isla de Francia. Al principio se dijo que se había perdido por completo. Ahora parece cierto que la mi-tad se ha salvado. Aun con tal disminución, la pérdida es considerable, sobre todo para la opinión y el crédi-to. A fi n de mes se contaba con embarcar hacia Amé-rica una tropa de ocho mil a diez mil hombres. Se los reunirá en Bretaña, pero la mala novedad retardará el embarque. No se puede arriesgar semejante convoy sin seguridad en el mar. Sería espantoso sumar nue-vos desastres y te confi eso que no pienso en ello con sangre fría.

[...] Reabro la carta para hacerte saber, querida mamá, la buena noticia que acabamos de recibir. Ha llegado a Rochefort un convoy que se estima en unos treinta millones. Esto va a hacer subir los títulos del crédito.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, primero de abril de 1780

Señora y querida hija,[...] Nada me has contestado respecto a las gran-

des generosidades que, según te señalé, referían todas las gacetas: que el rey había dado a la condesa Julia de Polgnac una dote de ochocientas mil libras para su hija, aparte de una tierra de dos millones y el pago de todas sus deudas. Hay asimismo otra anéc-

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dota, a la cual no me atrevo a dar crédito, y es que cierto conde de Vaudreuil, al cual se adjudica una re-lación demasiado íntima con la condesa, ha obtenido por su medio treinta mil libras de pensión y un do-minio del conde de Artois, y todo por intervenciones tuyas. Debo advertirte que esto provoca una grande y mala impresión en el público y en el extranjero, sobre todo en este momento de reformas en la corte, las cuales son necesarias y loables. Pero tales exce-sivas generosidades, por el lado contrario, hacen que para otros la vida sea más desdichada y pesada. No he podido omitir estos cuentos que interesan demasiado a tu gloria y para que, por bondad de co-razón, no te abandones en manos de ávidas amigas, especialmente en las actuales circunstancias. Si no te lo advirtiera yo ¿quién lo haría? Me ha costado escribirte lo anterior pero tu completo silencio sobre el tema me convenció de que no era algo fraguado y que debía aclararte yo las cosas. Nada puede persua-dirte mejor de mi cariño. Sólo me ocupo de tu dicha y por eso te llamo la atención, esperando que todo se disipe. Te abrazo tiernamente.

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

13 de abril de 1780

Señora y mi muy querida madre,Las tropas destinadas a las islas han sido embar-

cadas y sólo esperan un viento favorable para zarpar. ¡Quiera Dios que lleguen felizmente! El embarque ha chocado con un inconveniente: no se pudieron

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reunir en Brest sufi cientes navíos de transporte y dos regimientos se vieron forzados a quedar en tierra, uno de ellos el del príncipe de Salm. Se es-pera solucionar el problema enseguida. El príncipe, según espero, se comportará bien; tiene buena fama como militar.

El destete de mi hija no ha perjudicado su salud, está siempre bien y me intereso mucho por ella. Le deseo vivamente un compañero y lo espero con más razones que nunca, pues el rey vive conmigo y se porta como debe. Mi salud es muy buena tras la sangría. Mis reglas han llegado normalmente y en el tiempo previsto, que es el día 12, aunque a menudo se adelantan.

He tenido el gran gusto de volver a ver a Joseph Kaunitz. Está por partir y espero que haya quedado contento de mí. Por mi parte, me encantó conversar con él durante dos horas. Me informé de todo cuan-to puede interesarte, querida mamá; es mi más cara ocupación. Lo he hallado inteligente, lúcido y elo-cuente en materia de asuntos públicos. Le encargué que salude a su padre de mi parte. Lo estimo mucho por bueno, fi el y esencial servidor de mi querida mamá. Daría cualquier cosa del mundo por tener un príncipe Kaunitz en el ministerio francés, pero por desgracia gente como él no se encuentra con frecuencia y hace falta apreciar los méritos como tú para dar con semejantes hombres.

El señor de Vaudreuil es un hombre de buena condición en el servicio y sus parientes se distinguen en la guerra actual. Jamás ha pedido gracias y su

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fortuna le permite prescindir de favores en dinero. Tiene muchos bienes en las islas pero no recibe nada de allí en razón de la guerra. El rey le dio treinta mil francos pero no de pensión sino solamente hasta que se fi rme la paz. Vaudreuil devolvió este préstamo después de que el conde de Artois le diera un domi-nio. No tomé parte en esta generosidad. Aquí todo el mundo sabe que Vaudreuil es muy querido por mi cuñado y no necesita ser su protegido. Podría decir lo mismo de la señora de Polignac en relación con el rey, que la quiere mucho y no hace falta que yo la recomiende. Los gaceteros y cotillas saben más que yo. No he oído hablar ni de la tierra de dos millones ni de ninguna otra. Si lo supiera, te lo diría, querida mamá. Jamás evitaría responderte. [...]

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

Versalles, 14 de mayo de 1780

Señora y muy querida madre mía,[...] A pesar de mis ideas sobre la emperatriz de

Rusia, le reconocería su buena voluntad si la política nos favoreciera para obtener la paz. Nunca adiviné que hablarías de mi carta al príncipe Kaunitz, queri-da mamá. Estoy encantada porque él parece conten-to por mi opinión sobre su persona. ¿Me permites añadir esta respuesta, que tendrás a bien comuni-carle? El barón de Breteuil partió anteayer. Creo que se detendrá en Ratisbona. Te contará noticias sobre mi hija, pues lo llevé a verla el último día que visitó Versalles.

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La salud de Mariana me inquieta, me parece que ha sufrido este año más que los otros. Deseo que pue- da ir pronto a Schönbrunn, ocasión para que te pa-sees y te distraigas un poco.

Te envío una pequeña cantidad de agua divina. Me dijeron que no te quedaba más tras la muerte de mi tía. Si te viene bien, espero actuar de comisionista en lo sucesivo. ¿Me permites que te abrace tierna-mente, querida mamá?

MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

16 de junio de 1780

Señora y mi muy querida madre,Tu pena aumenta la mía. Desde que sé que mi

tío Carlos de Lorena está seriamente enfermo, es-toy agitada y dolida como nunca antes. Siempre me demostró amistad y cariño. Me he sentido cercana a él como si lo hubiese conocido y tratado. ¡Qué triste perspectiva ver extinguirse la casa de Lorena! Su edad no es tan avanzada como para carecer de recursos pero se dice que se equivoca respecto a su estado, que se considera apenas levemente enfermo. Es muy bueno, lo quieren en Bruselas y en todo el país, mientras rechaza todos los consejos relativos a su salud. Me dicen que quiere hacer cicatrizar todas las grietas de sus piernas. Sería la mejor manera de salvarlo. Siento el corazón oprimido.

La elección de mi hermano Maximiliano como coadjutor al elector de Colonia ya se habrá resuelto a esta hora o, al menos, ya estará asegurada. Esta

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semana he hablado con el sobrino del señor de Berderbusch, que es embajador de Colonia en ésta, y le encomendé que hiciera saber todos mis agrade-cimientos. La semana anterior el señor de Châlons, embajador del rey en Colonia, partió para allí. Tiene orden de hacer conocer al elector y al capítulo que el rey vería con agrado la proyectada elección. Por mi parte, le encargué hablar de mi amistad con mi her-mano, de mi vivo interés por todo cuanto le concierne y de mi buena disposición para quienes contribuyan a que salga elegido. Deseo también vivamente el re-greso del emperador para que te tranquilice, querida mamá, respecto de su viaje a Rusia. Eres inagotable en bondades y atenciones. Yo sabía ya que las aftas son fastidiosas pero no inquietantes, es lo mismo que opina Lassone. Mi salud es buena y refuerza mis esperanzas para el futuro. Sería una felicidad para mí saber que compartirás mi alegría. No he recibido aún la etiqueta del agua divina. Te mandaré otra porción por el correo.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 30 de junio de 1780

Señora y querida hija mía,Me has conmovido por la atención que pusiste en

la coadjutoría de Colonia. He reconocido tu corazón, querida hija, en todo lo que concierne a la familia. Pero no me gusta nada la manera como el rey se ha manifestado respecto a ti y a mí. Te encargo que le expliques cuánto me importaba aquel asunto, que

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puede estar seguro de que es el único medio de ha-cer bien al imperio, tener el mismo lenguaje. Nunca abusaremos de él pero nos prevendremos de las ca-mándulas ajenas, de las que otros se sirven y hasta de vuestros ministros, que hablan instigados por ellas, la mayor parte de los cuales son unos jóvenes que se creen valiosos intrigando.

El estado de mi buen cuñado me tiene desolada. Le tenía gran cariño y con toda razón. Era la bondad misma y supo hacer de su provincia la más feliz de la monarquía. ¡Bien dices que es triste verse extinguir la casa de Lorena! Tienes razón: tengo la desdicha de ver cómo se extinguen las casas de Austria y de Lorena y sólo reviven en nosotros, queridos hijos. ¡Que sus virtudes puedan eternizarse en vosotros! Tenéis buenos ejemplos. Ya nada espero de ese príncipe, podrá sobrevivir pero miserablemente, no quiere conocer su estado, lucha contra la evidencia. Me ha escrito una larga carta por el correo del día 20 de este mes, que me dio un gran placer, donde no me dice apenas nada de su situación.

He enviado a Mercy un extracto de las noticias sobre el viaje del emperador. Me ha escrito poco, cargado como estuvo de fi estas y representaciones. No pudo explicarse familiarmente pues los correos atraviesan los Estados de Rusia y de la república de Polonia; actualmente, los de Petersburgo pasan por Prusia. No sería la primera vez que un correo se pierda. Lo mejor es no arriesgar nada para no es-tropear las cosas. En mejorarlas, creo que ni piensa. Este viaje me ha dado muchas penas y más me las

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dará otro que planea hacer a Inglaterra, después de la trifulca inaudita que ha ocurrido entre potencias civilizadas. ¡He ahí la tan alabada libertad, la legis-lación única! Sin religión y sin buenas costumbres nada se sostiene. Se habla de un gran avance de los ingleses en la Carolina. Me fastidiaría mucho, se volverán menos tratables y la paz que tanto anhelo, muy lejana.

[...] Nos hace falta un delfín. Hasta ahora he sido discreta pero a la larga me volveré inoportuna. Sería un homicidio no dar más niños a esta raza por lo maravillosa y encantadora que todos encuentran a tu querida pequeña.

Quieres encargarte de proporcionarme agua divi-na. Las que mandaste son demasiado fuertes. Envío un pequeño frasco a Mercy con una muestra de la antigua. Me resultará saludable. Te abrazo tierna-mente.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Schönbrunn, 2 de agosto de 1780

Señora y mi querida hija,[...] Debo el éxito de la designación de tu her-

mano al rey y a ti misma, porque te has tomado en serio este asunto, cobrando prestigio en el extranje-ro y reconocimiento en la familia. Nuestro malvado vecino está furioso, lo mismo que sus amiguetes de Hannover y Holanda. No hay variedad de promesas y villanías que no se hayan empleado para hacer fracasar la elección de Maximiliano. Mercy te infor-

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mará en detalle y te pido no dejes pasar esta ocasión para hablar a fondo del tema. Por tu propio bien y el de Francia, hay que prever las malas intenciones de nuestros enemigos, que son los mismos para nosotras dos. Mientras permanezcamos unidas, la felicidad de Europa estará asegurada. Sé que en-tre vosotros prevalece el antiguo prejuicio contra nuestra casa, a la que se ve como prepotente y con espíritu de grandeza. Éste no existe pero si otros se expanden, nosotros también nos veremos obli-gados a hacerlo. No somos prepotentes pero si lo fuéramos, haríamos un bien general porque nuestro malvado vecino ha ganado el concurso de los cató-licos, a partir de Sajonia, que cada vez lo pondera más y que, por su situación, nos resulta muy incó-moda. Desde hace cuarenta años, nada he podido obtener de esa nación. Nos ha hecho más daño que los mismos prusianos. El afecto que desde siempre tuve a la familia y a sus dominios no ha cambiado aunque el ministerio y la nación nos sean adversos. Por lo sucedido en Colonia verás que tenemos pocos amigos y por esta razón deseo que Francia envíe embajadores prudentes y que se pongan de acuerdo con los nuestros, sobre todo en el imperio. De otra forma, ambos perderemos toda infl uencia y ganarán nuestros enemigos y los de nuestra religión. Sólo el embajador en Colonia se comporta según las inten-ciones del rey y esto anima al elector y a la gente bien intencionada, que sin aquéllas podrían haberse dejado intimidar, no por maldad sino por estar ex-puestos a presiones.

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Acabo de recibir un correo del emperador, fecha-do en Riga el día 23. Partió de Petersburgo colmado de cortesías y de amistades pero nada más. Mercy te informará más en detalle y no creo que la fama de que jugaba a favor de los ingleses haya podido cobrar apariencia de verdad. Espero que el señor Vérac, embajador de Francia en Rusia, dará su testi-monio y la carta que el emperador te ha escrito desde allá demuestra bien su intención y la contraria. Esto me gusta; quiero eternizar mis sentimientos en mis hijos.

No eres partidaria de que el emperador vaya a Inglaterra si no es para conseguir la paz general, y en esto coincides conmigo. Pero te confi eso que me hizo gracia sentirte tan entusiasta en este asunto. Yo no lo soy tanto y hace años que los ingleses ganan siem-pre; es imposible precaverse de su seducción y su infl uencia en todo. Me contraría que esta campaña no haya resultado tan bien como las otras, teniendo en cuenta los gastos del rey y la valentía de la nación en todos los encuentros.

[...] Dejémonos de politiquear y volvamos a nues-tros tiernos asuntos. Absolutamente, nos hace falta un delfín. El rey se acuesta y se levanta temprano, la reina hace lo contrario. Entonces ¿cómo esperar lo mejor? Porque si no lo ves más que de paso, no podemos esperar que se consiga. Para asegurar tu dicha y la de Francia, hace falta. No puedo ser indi-ferente y te abrazo con cariño.

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

19 de septiembre de 1780

Señora y mi muy querida madre,

[...] Será un gran placer para mí volver a ver a mi hermana María tras diez años de separación y en el momento en que ella partirá para encontrarse con-tigo, querida mamá. Será como acercarme yo mis-ma en su compañía, aunque de manera imperfecta. Hablaré con el señor de Mercy sobre el modo más conveniente de hacer ese viaje. Para una princesa, al revés que para un varón, es difícil escaparse, an-dar de incógnito, con nombre supuesto y sin recibir visitas.

Me he instalado en Trianon por ocho o diez días con el fi n de hacer mis paseos matinales a pie, esen-ciales para mi salud y que no se pueden realizar en Versalles. Trianon está apenas a diez minutos en coche y se puede llegar fácilmente andando. Al rey parece gustarle mucho. Viene a verme por las maña-nas y se queda todos los días a almorzar, igual que en mi apartamento de Versalles. He elegido estas fechas para mi temporada aquí porque es cuando el rey se marcha de caza casi a diario y tiene menos necesidad de mí. Mi salud y la de mi hija son muy buenas. No me atrevo a hablar de embarazo, pero nuestra manera de convivir me da todas las espe-ranzas. [...]

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MARÍA ANTONIETA A MARÍA TERESA

11 de octubre de 1780

Señora y muy querida madre mía,La salud de mi hija me ha ocupado y tenido un

tanto inquieta desde hace tres semanas. Muchos dientes que han intentado salir todos a la vez le han causado grandes dolores y dado una fi ebre terciana. Lassone te enviará el detalle, querida mamá, y me asegura que no hay peligro. Desde ayer han cesado los accesos. ¡Dios quiera que todo haya terminado! Me conmueven la dulzura y la paciencia de esta po-bre pequeña en medio de sus padecimientos, que en ciertos momentos fueron intensos.

El rey se marchó por tres días en expedición de caza a Compiègne. Yo paso este tiempo en Trianon. El 13 iremos a Marly. La concurrencia será más nu-merosa y por eso habrá más etiqueta. Para el día de Todos los Santos retomaré toda la representación de la corte, que sólo puede estar íntegra aquí du-rante el invierno. Hace tiempo que dormimos sepa-rados. Creo que no lo ignorabas, querida mamá. Aquí es usual entre marido y mujer y he creído que no debía agobiar al rey con el tema que contrariaría mucho su manera de ser y su gusto personal. Sería erróneo obstinarme en ello, dado que vivimos de modo matrimonial.

La paz sería un gran bien, pero si nuestros ene-migos no la piden, me afl igiría que se hiciese de manera humillante. Estoy muy encantada por lo que dices de la salud y el viaje de Maximiliano. Es conve-niente que manifi este agradecimiento al elector, que

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tan bien se portó con él. El emperador me escribió a punto de partir. Espero que al menos el invierno ponga un límite a sus viajes, y que todo esto no perjudique tu salud, querida mamá. ¿Me permites abrazarte con toda mi alma?

Lassone te envía un informe circunstanciado so-bre la enfermedad de mi hija. La fi ebre le ha vuelto después de la comida, pero muy levemente y espero no sea nada.

MARÍA TERESA A MARÍA ANTONIETA

Viena, 3 de noviembre de 1780

Señora y querida hija mía,Ayer estuve todo el día más en Francia que en

Austria y he recapitulado todo aquel feliz tiempo de entonces, ya pasado. Sólo el recuerdo consuela. Es-toy contenta de que tu pequeña, que tú dices ser tan dulce, se restablezca, y todo lo que cuentas de tu si-tuación con el rey. Hay que esperar los efectos. Con-fi eso que no sabía que dormíais en camas separadas, aunque lo suponía. Sólo quiero tomar por bueno lo que tú me dices pero habría preferido que fuerais a la alemana, más bien para estimular cierta intimidad que surge luego, si estáis juntos.

Me place que retomes toda la representación en Versalles. Reconozco que es aburrido y vacuo pero créeme que, si no se hiciera, los inconvenientes se-rían peores que las pequeñas incomodidades de la representación, sobre todo entre vosotros, una na-ción tan vivaz. También me habría gustado, como a

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ti, que el invierno hubiese puesto fi n a los viajes del emperador, pero está muy interesado en marcharse a los Países Bajos en marzo y pasar allí todo el vera-no. Cada año viaja más y esto aumenta mis penas e inquietudes; a mi edad necesitaría ayuda y consuelo. Pierdo a los que amo, uno tras otro, y estoy abruma-da. El emperador, después de haber estado en Bru-selas y visto el país, cuenta con ir a Holanda y tal vez hacerte una visita, que yo prefi ero a una excursión por mar y a los gastos de tal viaje.

Estoy inquieta por Mariana, atormentada por una dureza en el estómago, efecto de su conformación, que le hace vomitar todo lo que come, sin esfuerzo pero, a la larga, algo imposible de sostenerse. Se ha resfriado, lo que la incomoda mucho. Los accidentes del estómago no tienen remedio, dada su causa. La veo sufrir con lástima y su fortaleza, que ya conoces, empieza a abandonarla. Yo estoy hace cuatro sema-nas con un reumatismo en el brazo derecho, lo que causa que esta carta vaya peor escrita que otras y me obliga a terminar, con toda la seguridad de mi cariño.

N.B.: Ésta es la última carta de María Teresa, que murió el

29 de noviembre de 1780.

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Esta primera edición de Consejos maternos a una reina

se terminó de imprimir el 21 de enero de 2011,aniversario de la ejecución de

Luis Capeto.

«María Antonieta no era ni la gran santa del monarquismo, ni la perdida, la grue,

de la Revolución, sino un carácter de tipo medio:una mujer en realidad vulgar; ni demasiado inteligente

ni demasiado necia; ni fuego ni hielo […];sin afi ción hacia lo demoníaco ni voluntad de heroísmo,

y, por tanto, a primera vista, apenas personaje de tragedia.»

Stefan Zweig

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o

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de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO

(Centro Español de Derechos Reprográfi cos, www.cedro.org) si necesita

fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. En cualquier caso,

todos los derechos reservados.

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Este pequeño libro es una magnífi ca introducción, no exenta de erudición a pesar de su brevedad, a la arqueología del libro y las bibliotecas, privadas y públicas, desde los papiros, cuyo material se importaba de Egipto, a la vitela, en la que se comenzó a copiar en el siglo IV todos los textos de la Antigüedad.

Muchos son los fi lósofos y sabios que a lo largo de la historia han refl exionado sobre la melancolía, «la bilis que roe el hígado». Pero en este ensayo Juan Domingo Argüelles no se dedica, en palabras de Marcial, a hablar de centauros, ni gorgonas ni arpías, sino que su tema es el hombre y la humanidad, la persona concreta y su padecimiento.

SingladurasEn la misma colección

Los signos en rotación fue una suerte de manifi esto y en él encontramos las claves de la poética de Octavio Paz, vinculada a los albores de la poesía moderna, aquella que nace con el romanticismo alemán, francés y, en otro sentido, inglés. Paz vio en la poesía romántica una exaltación de lo moderno, cuyo signo es la ruptura: una tensión entre los términos cuya capacidad creativa ha recorrido dos siglos.

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El fi lósofo ignorante, traducido y anotado por Mauro Armiño, causará el interés de todos los amantes de la historia del pensamiento y de las ideas, así como de todos los descreídos de la fi losofía, la ciencia y la religión como discursos cerrados y defi nitivos. La fi na ironía de Voltaire cautivará a unos y a otros en un texto que reivindica por encima de todo la libertad de pensamiento y el legítimo logro de una vida feliz.

Considerado en un principio como la «travesura» de un muchacho, Un corazón bajo una sotana es más bien un texto clave y de claves, cuyas sombras ayudan a la comprensión de buena parte de la obra más agresiva de Rimbaud, e incluso de su postura vital frente a la poesía y quizá de su abandono defi nitivo.

2.ª EdiciónTocar los libros hará las delicias de los amantes de la lectura y del libro, editores, bibliotecarios, libreros o lectores, bien sean bibliófi los bien bibliópatas. Un homenaje desenfadado a la literatura y al mundo de los libros, que con cierto tono autobiográfi co explora el territorio de las bibliotecas personales y nos redescubre el particular arte de la dedicatoria.

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