CONTEXTO HISTÓRICO Y POLÍTICO - … · La mayor lección para nosotros de ese proceso de la...

28
CONTEXTO HISTÓRICO Y POLÍTICO Darío Mesa Lo que yo podría hacer en este seminario es subrayar algunos as- pectos al igual que indicar o reiterar la significación histórica y política de La Filosofía del Derecho. Lo que me interesa de manera fundamental es indicar cómo, a mi ver, este texto es una directriz para la construcción del Estado en general y, en particular, para construir el Estado en un país que experimenta situaciones como ésta en que nosotros estamos viviendo, como en la que hoy viven los países del Tbrcer Mundo y no sólo estos sino también, en varios aspectos, los países socialistas, sin excluir el país más avanzado de ellos, la Unión Soviética. Vamos a ver cómo la experiencia contemporánea nuestra es equipa- rable en muchos planos, ateniéndonos al texto del libro, a la experiencia coetánea de Hegel. Cómo Hegel hubo de vivir en una época de transición de una sociedad semifeudal a una sociedad moderna, de la misma ma- nera como nostros lo estamos experimentando. Y cómo la construcción del Estado, la articulación de las instituciones que constituyen el Estado, las directrices ideológicas, teóricas, religiosas, morales, etcétera, que se implican, según Hegel, en la construcción de ese Estado, eran esencial- mente las mismas que nosotros tenemos hoy en nuestro país, las mismas que tienen los países del Tercer Mundo, además de algunos problemas fundamentales que los países socialistas tienen por plantearse y por resolver. No es por azar por lo que hoy en la Unión Soviética y en otros países socialistas el estudio de Hegel se ha puesto de nuevo al día, después de haber sido aminorado durante muchísimo tiempo, por razones ideológi-

Transcript of CONTEXTO HISTÓRICO Y POLÍTICO - … · La mayor lección para nosotros de ese proceso de la...

CONTEXTO HISTÓRICO Y POLÍTICO

Darío Mesa

Lo que yo podría hacer en este seminario es subrayar algunos as­pectos al igual que indicar o reiterar la significación histórica y política de La Filosofía del Derecho. Lo que me interesa de manera fundamental es indicar cómo, a mi ver, este texto es una directriz para la construcción del Estado en general y, en particular, para construir el Estado en un país que experimenta situaciones como ésta en que nosotros estamos viviendo, como en la que hoy viven los países del Tbrcer Mundo y no sólo estos sino también, en varios aspectos, los países socialistas, sin excluir el país más avanzado de ellos, la Unión Soviética.

Vamos a ver cómo la experiencia contemporánea nuestra es equipa­rable en muchos planos, ateniéndonos al texto del libro, a la experiencia coetánea de Hegel. Cómo Hegel hubo de vivir en una época de transición de una sociedad semifeudal a una sociedad moderna, de la misma ma­nera como nostros lo estamos experimentando. Y cómo la construcción del Estado, la articulación de las instituciones que constituyen el Estado, las directrices ideológicas, teóricas, religiosas, morales, etcétera, que se implican, según Hegel, en la construcción de ese Estado, eran esencial­mente las mismas que nosotros tenemos hoy en nuestro país, las mismas que tienen los países del Tercer Mundo, además de algunos problemas fundamentales que los países socialistas tienen por plantearse y por resolver.

No es por azar por lo que hoy en la Unión Soviética y en otros países socialistas el estudio de Hegel se ha puesto de nuevo al día, después de haber sido aminorado durante muchísimo tiempo, por razones ideológi-

cas, como saben ustedes. No es ninguna casualidad el que Gorbachov (1) se haya referido en alguna ocasión a la concepción hegeliana, a algunas visiones hegelianas de problemas particulares y que haya utilizado este adjetivo para calificar el proceso. No es tampoco casualidad el que en la revista política y teórica más importante oficialmente de la Unión So­viética (2) se haya publicado recientemente un artículo en que se dice que los partidos comunistas de los países occidentales no pueden pre­tender la dirección monopólica de la sociedad, sino simplemente estimu­lar el proceso, de tal manera que éste lleve al paso de una democracia capitalista a una democracia socialista superando hegelianamente a aquella. Esto era insólito hace un tiempo y hoy es una cuestión corriente en el debate de ideas en los países socialistas.

Si esto es así, para nosotros este libro de Hegel adquiere unas di­mensiones y una importancia cada vez más visibles, más trascendenta­les; no comprenderlo así es algo que puede llevarnos a cometer errores en la apreciación de nuestra propia situación nacional.

Para comprender esto exactamente y situar este fenómeno que estoy indicando, también sería necesario comprender en qué momento apare­ce el libro, cuál era el contexto y la situación externa propiamente his­tóricos.

Ibdos nosotros sabemos que esta ubicación del libro ha de iniciarse con la Paz de Westfalia (3); grosso modo, podríamos decir que ese esque­ma político que va de la Paz de Westfalia a 1821, cuando el libro aparece, es el que mayormente puede interesamos a nosotros como comunidad nacional. Es allí precisamente cuando se ponen los fundamentos de la socidad moderna alemana, empezando por la reconstrucción del Estado.

Nosotros estamos nacional y continentalmente en una crisis que nos lleva reiteradamente a plantearnos ese problema: cómo construir el Es­tado o cómo reconstruirlo, sobre qué fundamentos, con qué ideas, con qué hombres, con qué dispositivos. Esto era más o menos lo que la so­ciedad alemana, de una manera inefable a veces, otras de manera ex­presa, a veces con tonalidades muy elevadas se planteaba, y esta formulación vino a ser precisada, a mi ver, por Hegel. No es una casua­lidad el que su libro se haya convertido desde 1821, y propiamente desde las conferencias germinales entre 1819 y 1820 sobre el mismo problema, en una directriz para la acción política, particularmente a partir de los años treinta, muy acentuadamente a partir de los años cuarenta, y que, a pesar de haber desaparecido de la escena dominante en la universidad alemana, se haya convertido, de todas maneras, en una guía política implícita o explícita para la construcción del Estado alemán.

Nosotros, entonces, habremos-de partir de la Paz de Westfalia que se firma en 1648 y pone fin a la Guerra de Treina Años (4) en Alemania.

10

Esa guerra, de 1618 a 1648, llega a su término por la intervención polí­tica del Papado con la aquiescencia de Inglaterra y con la presencia de Francia, España y de las otras potencias entonces dominantes.

La mayor lección para nosotros de ese proceso de la Guerra de Trein­ta Años, y particularmente de la Paz de Westfalia, es una lección diplo­mática y política. Y, por supuesto, decir diplomática y política es expresar que también lo es económica, moral, etc.

Se trata de que a las decisiones llegaron las distintas potencias con lo que tenían, esto es, con su propia fortaleza como Estados, como Esta­dos nacionales, como sociedades, como economías, como culturas. Las naciones que decidieron allí fueron, por supuesto, Francia y Suecia, con un poder incontrastable frente a España, que ya había empezado a ex­perimentar su decadencia desde comienzos del siglo XVI, por toda clase de razones políticas y económicas. España pagó esa debilidad de la ma­nera más cara que podía esperar, es decir, con la cesión de posiciones estratégicas, ante todo lo que es hoy parte del sur de Francia, lo que entonces era el Rosellón; y, luego, hubo de ceder posiciones a Inglaterra en la América del Norte y en el Extremo Oriente. Pero también frente a Inglaterra tuvo que resignarse a no ser ya primer determinante de la situación europea. Desde entonces Inglaterra empezó a determinar cada vez más equilibrio europeo en contraposición a Francia, a Rusia, a Sue­cia, a España primeramente.

Como ustedes también saben, Alemania quedó destruida como Es­tado Nacional. La unidad del Estado que precariamente -y más formal que realmente- se había logrado, quedó completamente deshecha al dispersarse el poder en cerca de 400 Estados independientes, cada uno de los cuales realizaba una política exterior autónoma, una política cul­tural, una política económica también relativamente autónomas.

Así, Alemania queda aglutinada solamente por la religión luterana, por la lengua, a pesar de las variantes locales, y también por una cierta tradición que en la Edad Media y en los primeros siglos de la Edad Moderna había cristalizado. Pero lo que nos importa es que el Estado Nacional queda disperso y sus príncipes realizan alianzas con el exterior en éste o en aquel sentido, pero en ningún caso buscando la unidad alemana. Esta dispersión del Estado alemán es un problema que va a aparecer en primer plano en toda la vida alemana desde ese momento.

Desde 1648, lo que hay en Alemania es dispersión y caos hasta el momento en que Federico I, ya Gran Elector (6), se hace reconocer como Rey de Prusia. Ser rey de ese pequeño Estado significaba para él un avance político cualitativamente trascendental porque ya se podía pre­sentar como un punto aglutinante de todo lo que él consideraba la con­dición alemana, el ser alemán, la cultura alemana, el Estado alemán.

11

Federico I, continuando la obra de su padre, y Federico Guillermo I, luego, hicieron lo posible por consturir alrededor de Prusia ese núcleo y realizar una política cultural, económica y administrativa ejemplar des­de muchos puntos de vista; ejemplar, singularmente, porque ellos, como habrá de practicarse después (6), atraen a los perseguidos protestantes de los más diversos países, a condición de que puedan demostrar alguna valía como artesanos, como científicos, como filósofos, como teólogos. Entonces se constituye en Prusia algo que últimamente ha sido estudia­do muy bien: un hogar de la cultura moderna donde no faltaron las libertades individuales y políticas, con las limitaciones que el tiempo y las ideologías de entonces imponían y que los intereses del Estado tam­bién hacían inevitables. Estos intelectuales aunados constituyeron en Prusia un centro de irradiación cultural y de pensamiento político de primera importancia.

Esto está sustentado interior y exteriormente por la formación de un ejército. Ese ejército era visto no solamente como el escudo frente al exterior sino también como la garantía de que Prusia ya no podría ser liquidada, sino que habría de ser un elemento fundamental de la fuerza centrípeta que los reyes (7) estaba anhelando. Ellos logran consolidar ese poder de Prusia, aunque no expandido, no proyectado de manera determinante en el resto de los Estados por las circunstancias interiores de Alemania.

Es Federico II (8), hacia 1740, quien recibe esa herenciay la acentúa Federico II tenía sobre su padre la ventaja de ser un intelectual sobre­manera culto, hombre con un sentido de la realidad que corría parejas con una sensibilidad artística notable. El anecdotario de las relaciones del padre y del hijo es de importancia, no sólo por lo atañedero a la psicología, sino desde el punto de vista de la educación, en general, y de la conformación de una dinastía en Alemania. De todas maneras, lo que interesa es subrayar cómo Federico II recibe esa herencia de sus ante­pasados y la profundiza. No solamente continúa acentuando el carácter de Prusia como el hogar de la alta cultura perseguida, sino que empieza a hacer lo posible políticamente por que esa cultura se proyecte en el resto de Europa, aprovechando esa proyección para las grandes manio­bras diplomáticas y también para la consolidación del ejército que ante­riormente se había empezado a formar.

Ese ejército llega a constituirse como una característica de Prusia; pero el que ese ejército descuelle ante el exterior como elemento deter­minante de la existencia prusiana no puede hacer olvidar (esto se ha subrayado últimamente) que Prusia, antes que la Revolución Francesa y paralelamente a la Revolución Inglesa, desarrolla un régimen de li­bertades públicas, de libertades personales, de estímulo a la cultura en todos los órdenes y de construcción económica, todo esto con el designio

12

de constituirse en fuerza de atracción para el resto de los Estados ale­manes.

Posteriormente, las guerras napoleónicas en que Alemania se ve implicada, como Rusia, Inglaterra y otros estados, no alteran de manera sustancial la situación estatal de Alemania. Esa situación sigue siendo relativamente la misma: si bien es cierto que Prusia ha logrado aunar una buena parte del territorio, sobre todo del territorio del Este, el resto de Alemania queda disperso en varios estados independientes o con lazos muy débiles con el centro prusiano que se ha desarrollado.

Inglaterra, Francia y Rusia, como lo hacían desde la Edad Media, continúan practicando una política exterior estratégicamente tendiente a mantener dividida a Alemania. Alemania ha de mantenerse dividida a los ojos de esos países, no solamente porque quien domine ese territorio en el centro de Europa estaría en condiciones de decidir toda la política europea, ya que éste es geopolíticamente el fiel de la balanza, sino tam­bién porque el poder económico que allí se había venido concentrando a partir del desarrollo de Prusia la hacía una fuerza autónoma en el te­rreno de la economía, es decir, en el terreno de la competencia por los mercados europeos, ante todo por los mercados que afluían al Mar del Norte, al Báltico, al Mediterráneo y al Océano Atlántico. Si ustedes observan el mapa de ese entonces, comprenderán el interés que las distintas postencias tenían en el control de ese territorio, desde finales de la Edad Media. Esta ha sido una constante geopolítica que no pode­mos dejar de subrayar, ya que es visible tanto hoy como ayer. Pero en ese tiempo la situación era adversa a Alemania porque no podía disponer de un Estado central unificado que le permitiera grandes maniobras. Esto en la Revolución Francesa aparece claro y ya al final de las guerras napoleónicas lo que existe es una situación como la que Federico II había tenido que afrontar desde 1740, esto es, la dispersión del Estado alemán.

No había sido posible unificar a Alemania debido, entre otras razo­nes, a la inexistencia de una burguesía industrial similar a la inglesa y que pudiera hombrearse con la francesa o con la de los países vecinos, hostiles o amigos. La inexistencia de esa burguesía no solo implicaba un retraso en la técnica, en la aplicación de las ciencias, en el pensamiento político, o por lo menos en la práctica de ese pensamiento político, sino un retraso en todos los terrenos, excluyendo el plano militar donde Pru­sia había puesto un elemento capital. En el tiempo de Marx y en el tiempo de Hegel, esto era lo que todos los alemanes experimentaban como problema. Ese problema era por ellos sentido y expresado como una carencia casi connatural. Hólderlin (9) decía, por ejemplo, en su Canto a Alemania, cómo los alemanes imposibilitados para realizar una revolución histórica, concreta, política, -lo decía él poéticamente- se habían dedicado a realziarla en el pensamiento. Más o menos es lo que

13

repetirá Karl Marx años más tarde, a su manera, crítica y filosóficamen­te, sobre la cultura alemana mostrando cómo los alemanes habían sido especialistas en ideas filosóficas, pero no habían podido realizarlas his­tóricamente, en la práctica (10). Es la misma idea de Hólderlin y es la queja de los intelectuales alemanes, y más que una queja es la experien­cia alemana. Esa experiencia nos está mostrando cómo la Alemania que anhelaba cada uno se veía inalcanzable porque parecía imposible la realización de una revolución industrial como la Inglesa o como la Fran­cesa, impulsada o dirigida por una clase nueva, en este caso la burguesía industrial. Desde luego, esto no era claramente advertido entonces.

A todo lo largo de la Revolución Francesa y de las batallas con Na­poleón por parte de Rusia, pero sobre todo por parte de Alemania, uste­des conocen toda clase de testimonios sobre la situación, algunos de ellos sobremanera amargos. Uno experimenta cierta simpatía cuando lee las quejas de Schiller (11), las quejas de Goethe (12) o las de Kant (13) acerca de la carencia de esa patria unificada. Como ustedes saben, Kant al vivir en Konigsberg (14) los últimos 30 años de su vida tuvo que cambiar cuatro veces de nacionalidad. La reina Elizabeta Petrovna (15) hubo de concederle la ciudadanía para que pudiese ser profesor en Konigsberg y esto es apenas un índice de la situación. Más amarga es la queja de Schiller, que buscaba ser a toda costa un ciudadano del mundo, como también lo anhelaba Kant y como posteriormente habría de expresarlo Goethe. Estas quejas no eran más que el indicio de que se carecía de un Estado Nacional y de que cada uno de estos creadores se sentía asfixiado en los pequeños principados o ducados que realizaban, como señalé, una política exterior independiente y que no podían ser fundamento de la alta cultura para que ellos estaban destinados. Cada uno buscaba ex­presar un Estado ideal, un Estado que no existía para ellos sino en la forma de pequeños Estados sin ninguna proyección internacional deter­minante. Ibdos nosotros conocemos el anecdotario de las relaciones de Goethe con el gobernante principesco de Weimar, o de las relaciones de Schiller con los gobernantes locales, al igual que las dificultades de Kant. Cada uno de los intelectuales alemanes se sentía moralmente frustrado, políticamente limitado, culturalmente asfixiado en un territorio disperso como poder. Ellos no hacían más que expresar lo que inefablemente anhe­laba todo el pueblo alemán. Quiero insitir en esto porque es el fundamento de lo que Hegel habrá de decir luego como concepción del héroe en la historia.

Estos anhelos inefables del pueblo, inexpresados por el pueblo son los que, apoyándose en su propio concepto de la historia, Kant primero y Hegel después van a expresar en cuanto a su concepción del Estado, en cuanto a su concepción de la política y de la relación con la historia, con la sociedad. Esta amargura, esta frustración inefable del pueblo es expresada por los grandes filósofos, por los grandes creadores literarios

14

de entonces en forma cada vez más nítida. Pero ninguno de ellos, ni Fichte (16) con su Discurso a la Nación Alemana (17), ni Kant, ni nin­guno anterior a Hegel lo había expresado de una manera sistemática y de modo tan fuerte como lo hizo Hegel en la Filosofía del Derecho. En este libro Hegel realiza una síntesis del pasado alemán a partir de la Paz de Westfalia, una síntesis no solamente en el terreno político sino también como reflexión moral, como reflexión económica, como reflexión acerca del ciudadano y como reflexión acerca del hombre privado.

Es por esto por lo que este libro es la expresión ya clara, consciente -Hegel diría como autoconciencia, como una conciencia que se advierte a sí misma- de toda esta tragedia histórica de Alemania que no sólo proviene de Westfalia sino de la guerra campesina del año 1525-26. Pero esta situación, experimentada y claramente expresada como tragedia por Schiller, Goethe y otros, es para Hegel materia de una expresión política sin precedentes; una expresión política que va a buscar superar, por lo menos teóricamente, esa inquietud de los hombres alemanes.

Los alemanes habían venido experimentando esta necesidad, pero habían sido incapaces de formularla claramente. Hegel la formula. Pero ¿cómo la formula Hegel? En primer lugar, en sus Lecciones sobre la Filosofía del Derecho, de las cuales Eduard Gans (18) testimonia haber escuchado tres; esas tres lecciones fueron las del semestre de invierno del 1821 a 1822, las del mismo semestre del 1822 a 1823 y las del se­mestre del 1824 a 1825; pero se tenía noticia de lecciones anteriores del mismo carácter, y hace unos cinco años en Alemania apareció editado el libro con las conferencias de 1819 a 1820. Es sobremanera importante leer este texto paralemente al ya publicado en 1821. En el texto de las lecciones del 1819 a 1820 se nota que Hegel no tenía en mente la publi­cación y, por lo tanto, se expresaba con una libertad inusitada. Inusitada para entonces en cualquier tratadista político o literario alemán y, desde luego, inusitada o por lo menos insólita en Hegel si tomamos en cuenta los textos posteriores del mismo libro. Allí ustedes ven cómo se expresa de una manera clara, no solo en forma elíptica por alusiones a la monar­quía, a la sociedad, a los nobles, al ejército, a la burocracia, sino que literalmente pasa a veces hasta la sátira y a la crítica más áspera. Partes de estos textos son hechas a un lado, o, por lo menos, puestas entre paréntesis en la edición posterior de 1821. Pero queda en la obra la unidad interna, el fuego de la crítica, los problemas que fundamental­mente trata en el semestre de invierno de 1819 a 1820. Y en lo funda­mental el texto es el mismo salvo algunas manifestaciones del estilo de Hegel que revelan movimientos de su espíritu, de la inconformidad en que él se encontraba, de su pensamiento cada vez más agudo; manifes­taciones que expresan, entre otras cosas, su crítica a las tendencias políticas de entonces y su estímulo a la juventud universitaria. Son conferencias extremadamente importantes no sólo desde el punto de

15

vista filosófico y político, sino ante todo desde el punto de vista moral; ponen fin a las afirmaciones acerca del Hegel reaccionario, del Hegel siervo de la realeza prusiana, vocero de la reacción feudal, y a todo aquello a que nos tenía acostumbrados cierta divulgación pseudofilosó-fica y pseudopolítica. Todo esto ha quedado ya disipado, si no hubiese bastado con el libro Hegel Secreto del hegeliano francés Jacques DTiondt (19), donde se muestra la angustia de Hegel y su esfuerzo por mante­nerse a flote en esa atmósfera asfixiante del prusianismo reaccionario, como Marx decía.

De todas maneras, lo que nos importa es concentrarnos en el libro que se conoce desde 1821. Lo anterior es un trasfondo de lo que Hegel va a presentar y a sostener como suyo a partir de 1821. En el año 1821 vamos que, ya desde el prólogo, firmado el 21 de junio de 1820, se nos presenta de nuevo el problema cardinal para todo el pueblo de Alemania y sobre todo para los intelectuales de todas las tendencias: la existencia o la inexistencia de un Estado nacional unificado alemán. Para Hegel ese es el problema. Y lo va a afrontar en este libro, no solo como examen de lo que existe sino como crítica de eso mismo existente, sobre todo como directriz de lo que tiene que hacerse. No sobre la base del deber ser, sino de lo que existe en ese momento en Alemania y en el mundo de la reali­dad concreta, porque, como sabemos, Hegel no eludía sino censuraba a quienes se fugaban al futuro o al pasado eludiendo el presente, cualquie­ra fuese ese presente. Para Hegel lo importante era pensar política y filosóficamente en el presente suyo y de su pueblo.

Es por eso por lo que las fechas son extremadamente importantes; si ustedes notan las fechas que estamos señalando, el libro con sus conferencias de 1819 a 1820 y, sobre todo, las conferencias de 1821 a 1822, de 1822 a 1823 y de 1824 a 1825, advertirán cómo en esa red de fechas lo que está aprehendido es el problema de Alemania como Estado. No es casualidad el que Hegel haya advertido por su propia experiencia y la experiencia de los otros pueblos cómo la libertad del individuo es la libertad del Estado. Allí donde el Estado está aherrojado por cualesquie­ra razones, el individuo lo estará también; no hay ninguna posibilidad de que el individuo sea libre en un Estado subyugado. Es esto lo que Hegel ha experimentado, lo que formula políticamente y lo que buscará superar; a él le corresponde la formulación teórica y política de este problema.

Y es en esos años, precisamente de 1821 a 1825, cuando el problema de la existencia o no existencia del Estado nacional unificado resulta vital para cada alemán. Resulta vital por una razón de primer orden. Esa razón es que ya en esos años había un elemento nuevo: la burguesía alemana que empezaba a experimentarse. Una situación contraria a la que existía en el tiempo de la invasión napoleónica de 1806, o en el

16

tiempo en que Fichte aparecía como gran polemista universitario y po­lítico, con su Discurso a la nación Alemana.

Pero entonces ¿qué era lo necesario? Por supuesto, todavía era muy débil la expresión de esos anhelos en los distintos sectores; solo Goethe podía expresar esa angustia claramente. Algunos de sus dramas eran la expresión de ese anhelo cada vez más angustioso. Pero sería Hegel, en contraposición a Schelling (20) y a otros teóricos que no dieron ese paso con nitidez similar, el llamado a formular el problema del Estado nacio­nal alemán en esas fechas. Y esas fechas lo estaban acercando a uno de los momentos decisivos del desarrollo político, es decir, del desarrollo de la sociedad alemana como comunidad política: acercaba a Alemania, a la construcción de un Estado nacional unificado; todas esas fechas acer­caban al momento de la Unión Aduanera. La Unión Aduanera significa­ba, como su nombre lo indica, la superación de todas las barreras arancelarias que impedían la circulación de varios productos de una región de Alemania a otra. Tratándose de un país políticamente disper­so, esas aduanas (como también las tuvimos aquí hasta hace relativa­mente poco tiempo), impedían la formación de un mercado unificado, de lo que Marx llamaría después una economía unificada. La burguesía empieza a experimentar en Alemania lo que ya otras burguesías no solamente habían experimentado sino resuelto como problema: la cons­trucción de una economía nacional unificada.

Ustedes recuerdan cómo para Marx -lo apunta en La Ideología Ale­mana (21)- hay tres elementos determinantes de las relaciones de los Estados: en primer lugar, el desarrollo de las fueras productivas; en segundo lugar, la división del trabajo en ellas apoyado y en tercer lugar, la unificación de la economía o lo que los economistas modernos llaman la unidad del mercado interno, que empieza para la unidad de pesas y medidas hasta el predominio de una moneda y de toda su regulación. Alemania carecía de esto hasta la Unión Aduanera, que unifica casi todo el territorio alemán bajo una sola moneda, bajo directrices económicas fundamentalmente univocas y que permiten, bien o mal, con trabas aquí o allá, la circulación de mercancías dentro del territorio. La Unión Adua­nera va a ser por eso el fundamento económico en que se apoyarán en adelante la burguesía alemana y parte de los intelectuales alemanes que están propugnando la unidad del Estado, la unidad de la política econó­mica y la unidad de la política exterior.

En el fundamento de todo este impulso está este libro de Hegel porque él no divorcia lo que se llamaba entonces la ciencia del Estado, la política, la administración de lo que es la sociedad civil, de lo que era propiamente la vida cotidiana de la gente. Este libro es la unidad de la política y el derecho, como él lo anotaba.

17

El prologuista de la segunda edición de este libro y discípulo de Hegel, jurista él mismo, Eduard Gans, señala esto que es inescapable para el lector atento de Hegel, a saber, la unidad de la política y el derecho. Si antes de la construcción, en la realización de este paso de la unión económica están acordes casi todos los empresarios y cuenta ella con la simpatía de los intelectuales, es no sólo por la percepción del interés satisfecho de cada uno sino porque en buena medida, al menos los intelectuales en primer lugar, los juristas y los políticos, han apren­dido en Hegel que esto es parte no solo del derecho sino de la política; que esto es parte no solo de unas medidas de derecho que han de ser realizadas en el plano del comercio exterior, sino que implica una consi­deración política de primera importancia. Es por esto por lo que ustedes encontrarán cómo él reflexiona sobre la familia, sobre la educación de los hijos, sobre la relación jurídica de la mujer, del esposo, de los hijos en el seno de la familia, sobre la patria potestad y, por lo tanto, sobre el papel de la propiedad como un adimensión de la persona, sobre el co­mercio, sobre la economía en general, sobre todo lo que constituye la vida cotidiana de los hombres que viven aunados en un Estado inde­pendiente de hoy y que, desde luego, no experimentaban los alemanes de entonces.

Esa unidad de la política y el derecho se hallaba antes escindida; se trataba de la ciencia del Estado y de la política como cosas completa­mente distintas en la Edad Moderna; esto es lo que ustedes ven clara­mente aún en Kant y por supuesto en Rousseau, pero que no acontecía en la Antigüedad. Si ustedes releen, por ejemplo, La República de Platón o La Política de Aristóteles encontrarán que es allí donde se da un modelo de la unidad de esas dos esferas, de la unidad orgánica de la política y el derecho. La política y el derecho, tanto para Platón como para Aristó­teles, formaban un todo que determinaba una dinámica propia en que se expresaba el movimiento concreto de la sociedad civil o de la comuni­dad de hombres de que se tratara entonces. Esto se perdió en la Edad Moderna, de modo relativo, al tratar la política como algo separado del derecho, teórica y formalmente. Hegel recupera la tradición antigua y realiza de nuevo la unidad de la política y el derecho en las distintas dimensiones y divisiones entre la propiedad, la familia, la educación, la moral, la ética, etcétera, que no son más que divisiones en el interior de esa unidad, pero de ninguna manera en el exterior de ella, como antes acontecía. Esta división interna no viola la unidad que conforman la familia, la propiedad, la educación, la economía, etcétera, que constitu­yen los grandes temas y los grandes problemas de la política allí articu­lados orgánicamente, determinados por la diámica de la totalidad, es decir, de la unidad.

Hegel busca precisamente esto. Y aquí no hace otra cosa que prac­ticar lo que ya en La Lógica habíamos estudiado. Esa unidad, esa tota-

18

lidad que es la unidad y que para él es la verdad, esa articulación de los elementos de esa totalidad es lo que constituye la estructura de la Filo­sofía del Derecho. Esa estructura es especialmente importante como objeto de análisis, como objeto de reflexión y de estudio, porque aquí Hegel practica lo que en la Lógica ya ha indicado. El problema del prin­cipio, el problema de por dónde empezar, el problema de las relaciones, la articulación de los distintos conceptos como correspondiente a las relaciones de lo real, la insistencia en que esos conceptos son expresiones de lo real, abstracciones de lo real mismo. Todo esto, que es claro en La Lógica, está aquí en este gran estudio practicado, corroborando cada uno de los capítulos de La Lógica (22).

Tbdos los grandes temas están en la Filosofía del Derecho. Y lo que nosotros vemos primordialmente es que, oponiéndose a las corrientes predominantes en su tiempo, ante todo al romanticismo, Hegel afirma el carácter objetivo de la realidad. Ese carácter objetivo de la realidad ha de ser el hilo conductor para él, no porque se le haya ocurrido al examinar el derecho como problema, sino porque es su concepción filo­sófica la que se pone aquí a prueba. Ese carácter objetivo de la realidad lo lleva a subrayar cómo la ley está en las relaciones de lo real y expresa las relaciones objetivas, observables y mensurables. Es allí donde hay una larga nota de pie de página (23), que ustedes pueden ver en el Prólogo, donde anota la diferencia entre las leyes de la naturaleza y las leyes de la sociedad, del derecho, dice Hegel. Si en las leyes de la natu­raleza esa objetividad es demostrable, mensurable, aprehensible, se pre­senta la dificultad en las leyes de la sociedad consistente en que el hombre determina la validez de esas leyes o pretende determinarla. Pero aquí está el desafío para la filosofía, cuya tarea en ese plano sería la crítica de las opiniones que pretendieran corresponder a lo real (24). Quería decir Hegel que allí donde los filósofos, los analistas de la socie­dad, los políticos no estén en capacidad de encontrar la validez objetiva, la realidad objetiva de esas leyes, su necesidad ineludible como tal ne­cesidad, se puede esperar un trastorno en la dirección de la sociedad, en la práctica de la convivencia social.

Pero lo que nos interesa fundamentalmente, habremos de ver más en detalle este problema, es su insistencia en que la ley está en las relaciones de lo real, en donde se expresan esas relaciones objetivas; y que si hay diferencia respecto de las leyes naturales esto será algo que la filosofía tendrá que afrontar considerando el papel de la subjetividad. Subraya la objetividad final de las leyes de la sociedad, sin aminorar el elemento subjetivo, sobremanera dinámico en la determinación de la validez de esas leyes.

Es en ese contexto de la reflexión donde señala cómo "lo que es racional es real y lo que es real es racional" (25). Esta proposición, que

19

le valió tantas animadversiones y ataques políticos y filosóficos es, a los ojos de Engels, una de las culminaciones más refinadas, más puras del pensamiento de Hegel, porque es allí donde él condensa su reflexión acerca de la naturaleza de la ley y acerca de la relación de la ley con la naturaleza objetiva. Allí es donde él ve cómo si lo racional es real será porque en la realidad no podemos dejar de advertir las relaciones con­cretamente aprehensibles que determinan la relación de la ley. Y si lo que es real es racional, ha de imponerse la ley. La realidad, siendo ese conjunto de relaciones ineludibles y objetivas, ese conjunto de hechos, de movimientos que están allí dados para ser aprehendidos, ha de ser expresada en la ley de manera necesaria; aprehendida directamente y no buscada y encontrada de modo imaginario.

Si el analista, si el político, si el filósofo, no están en condiciones de aprehender esa realidad tal como es, racionalmente estructurada, es decir, vista en sus relaciones, y expresarla subjetivamente, o, de una manera más nítida, si el analista no es capaz de ver en la realidad esas relaciones y trasladarlas como tales relaciones al concepto, no podrá decir que las ha comprendido. Comprender es, entonces, poder aprehen­der esa racionalidad en la naturaleza objetiva y saber trasladarla al concepto, saber expresarla como relación también en el espíritu.

Razón para Hegel, por este camino, es lo que ha de ser comprendido. Dice él literalmente: "la razón es lo que ha de ser comprendido y esto es tarea de la filosofía. Lo que es es la razón" (26). Ustedes saben que etimológicamente la ratio latina es muchas cosas, la acepción es múlti­ple, pero en primer lugar es número, es relación, es medida, es articu­lación, es decir, es elemento de la realidad. Esa ratio expresada subjetivamente ha de ser también eso, relación, numeración, etcétera. Cuando Leibniz (27) habla de la música, la define como algo que es escrito matemáticamente por alguien que no es necesariamente experto en aritmética. Con esto lo que queremos sugerir es que al escribir la música, a los ojos de Leibniz, quien lo hace, el maestro, el músico, no realiza otra cosa que advertir en el mundo de los sonidos reales unas relaciones claras, matemáticamente expresables, precisables. Para He­gel aquí se trataría de lo mismo: esa ratio, esa relación, esa cuantifica-ción, ese cálculo, esa medida que está en las cosas que componen lo real es lo que ha de ser objeto de la filosofía, objeto de la reflexión. El señala, por eso que lo que ha de ser comprendido es tarea de la filosofía; lo que es es la razón, dice él.

Y en cuanto al individuo que está inmerso en esas relaciones, Hegel dice literalmente: "cada uno es hijo de su tiempo, y la filosofía es su tiempo aprehendido en pensamientos" (28). Entonces aquí hay una rela­ción entre lo que el llamaba en la Lógica el momento subjetivo y el momento objetivo del concepto. Esa unidad entre el momento subjetivo

20

y el momento objetivo del concepto, entre esa cosa existente racional­mente en la vida concreta y su traslación al espíritu en forma de racio­nalidad que está en el concepto, la unidad de esas dos esferas, de esos dos planos, es lo que constituye para él la verdad, la totalidad (29).

Aquí nosotros percibimos de nuevo aquel aliento de La Lógica en que nos enseña a distinguir muy bien esos dos momentos, objetivo y subjetivo, cuya unidad es la verdad, la totalidad. Si cada uno es hijo de su tiempo y si la filosofía es su tiempo aprehendido en pensamientos, será porque esta filosofía ha sido capaz de ver lo real al mismo tiempo que construye su pensamiento. Su tiempo, naturalmente, es de especial importancia para él; su tiempo, el tiempo del hombre, de cada uno, y el tiempo de la filosofía. No el tiempo pasado, no el tiempo futuro.

A propósito del Estado anota él que quien se propusiera construir un Estado según sus fantasías, sus anhelos, su deber ser, sólo estaría obrando en el vacío. Se trata de ver el Estado de hoy, el Estado presente que nos toca, éste que como nosotros ha sido hijo de su tiempo con todas sus contradicciones y limitaciones. Su tiempo, que era entre otros moti­vos lo que Hegel habría de oponer al romanticismo; ese romanticismo que se fuga hacia el pasado o hacia el futuro para eludir el presente. Y no se trata de eludir el presente sino de afrontarlo claramente. Esto es lo que también Karl Marx ha aprehendido de Hegel al hablar del roman­ticismo como una regresión social, como un impulso hacia la negación de las fuerzas del presente. Por eso dice Hegel:

Reconocer la razón como la rosa en la cruz del presente y alegrarse de que esta visión racional sea la conciliación con la realidad (30).

Aquí condensa todo lo que podríamos decir. Es su programa de re­flexión política y filosófica con relación al Estado, con relación a la polí­tica y con relación al derecho.

Si Hegel está examinando la política y el derecho como una unidad, va a reflexionar así: cómo esta unidad que está aquí, esto que es Alema­nia para mí, esta Alemania en el tiempo presente, ¿qué es lo que me enseña, qué me sugiere? Yo voy a ver cuál es la razón que hay allí, es decir, las relaciones que existen entre la unidad aduanera lograda, entre la formación de las clases, entre su nivel de moralidad y su práctica cotidiana, entre la expresión de esa moralidad en formas de derecho y en la distancia que hay entre esa moralidad y la ética, entre lo que yo llamo la sociedad civil y el individuo concreto, etcétera. Yo voy a ver que es lo que existe allí. Y para verlo tengo que examinar, sin ninguna ilu­sión, sin ningún deber ser, cuál es la posibilidad de conciliación como sujeto con esta realidad. Para eso tengo que ver la razón, dice él, como

21

la rosa en la cruz del presente, y alegrarme de que esta visión raciona! sea la conciliación con la realidad.

Lo que a nosotros nos interesa ver aquí es cómo está sugerido que tenemos que esforzarnos por ver todo lo que haya en el presente, así ese presente sea áspero, hostil, enemigo; pero es el presente, y en ese pre­sente tiene que haber una racionalidad, una razón, una relación entre los múltiples elementos componentes. Esta razón, esta rosa en la cruz del presente, ha de alegramos de que sea la conciliación con la realidad y nos obligue a afrontar lo real, a no fugarnos de la realidad por áspera que fuere.

En seguida Hegel de nuevo nos enseña cómo, a propósito del derecho y de la política, la razón ha de ser entendida como el conocimiento que comprende, y además como esencia de lo moral, como la realidad natu­ral. La identidad entre la razón como conocimiento que comprende y la razón como esencia de lo moral, es la idea, pero la idea en el sentido filosófico. Y nosotros sabemos que la idea en el sentido filosófico es donde ha de corroborarse todo concepto, es donde el concepto, que no es la idea pero tiende a ella, ha de encontrar su confirmación como verdad o como falsedad. Es en ese terreno donde Hegel nos empieza a presentar su idea en el texto (31).

Síntesis de preguntas, respuestas e intervenciones

Dr. Mesa: La probabilidad de las libertades individuales y políticas no está, disociada de la existencia del Estado como tal. Los intelectuales en Alemania no podían expresar nítidamente su pensamiento. No tene­mos que abundar en ejemplos; basta recordar el artículo de Marx, de 1842, sobre la censura prusiana; cómo esa censura estaba asfixiando la expresión del pensamiento cuando era más necesaria la claridad, la franqueza de esa expresión.

En el tiempo de Hegel era mucho más difícil. La censura no sola­mente se practicaba en la prensa sino que se ejercía también en las cátedras, se ejercitaba en la universidad de una manera clara. Los rec­tores de las universidades, los decanos estaban dispuestos a censurar expresions de la vida intelectual. Pero lo que muchas veces se dijo dentro de la universidad tenía proyecciones ineludibles. Es el caso muy dramá­tico de Fichte, que tuvo que abandonar la universidad por la censura, porque expresaba de una manera muy enérgica los problemas de la unidad alemana; precisamente en sus Discursos a la Nación Alemana y en otros textos tocaba intereses estamentales. Afectaba, por ejemplo, intereses del alto clero, afectaba intereses de los Junkers (32), de los exportadores de trigo, intereses militares, es decir, intereses estamentales.

22

Hegel se veía amenazado y por eso resultaba sumamente cuidadoso, sobre todo en lo que habría de publicar. Por eso es tan extraño este texto de las conferencias de 1819 a 1820: allí se expresa con una franqueza que es insólita en sus libros. Aún se ha llegado a sostener que su mismo lenguaje -yo no comparto esto y no creo que sea sostenible- es una manera de encubrir su pensamiento.

En el libro Hegel Secreto de Jacques DTiordt, hegeliano francés, y en otro libro suyo, Hegel y la Sociedad Moderna, pero particularmente en el primero, ustedes tienen claves acerca de la vida intelectual de Hegel. Allí se puede ver exactamente cuáles eran sus angustias, sus relaciones, sus fuentes y la sociedad a que pertenecía, entre otros aspec­tos. Ya anteriormente, como saben ustedes, Georg Lukacs (33) en El Joven Hegel nos había mostrado cómo Hegel había seguido apasionada­mente el proceso inglés, cómo estaba atento a los debates en la Cámara de los Comunes, etcétera. Pero en él Hegel Secreto lo que vemos es una serie de fuentes y de reflexiones que muestran cómo era ya en su tiempo insos­tenible y cómo lo es hoy mucho más la afirmación sobre el Hegel reaccio­nario, el Hegel vocero del prusianismo. Además si ustedes leen la sola Introducción de este libro encontrarán que hay párrafos como este:

Es especialmente necesario ahora reconocer y comprender el pensamiento del derecho. Puesto que el pensamiento se ha elevado hasta forma esencial, se debe buscar aprehender el derecho como pensamiento (...); pero el verda­dero pensamiento no es ninguna opinión sobre la cosa, sino el concepto e la cosa misma (34).

De otra parte, en cuanto a la dirección del Estado, en Colombia hay algo empíricamente practicado. La dirección de nuestra economía ha estado en manos de individuos forjados en esta o aquella forma pero, como es perceptible, tienen un concepto claro de la misma. Ellos saben, por ejemplo, que la masa de circulación monetaria no puede sobrepasar ciertos índices y están buscando de todas maneras unos determinados índices de inversión pública en sectores estratégicos que garanticen la reproducción del capital y que, por lo tanto, sean el fundamento de una baja, escasa o nula inflación, etcétera. Yo no digo que ellos tengan una ilustración teórica muy nítida sobre estos problemas, pero la práctica de los negocios, la observación de la vida cotidiana, los estudios, la econo-metría, todo esto los ha llevado a precisar una serie de elementos que no pueden ser ignorados.

Al contrario de lo que ha sucedido recientemente en países como Venezuela y de lo que ha pasado en los países socialistas, donde encon­tramos una lección dramática para nosotros. En Venezuela, desde luego, muchas gentes han estudiado intensamente y por ello tendrían que estar muy ilustrados en la teoría, y tal vez lo estén, pero no han percibido su

23

país, su coyuntura, su mundo. Entonces Venezuela, que llegó a tener 25 mil millones de dólares en caja, resulta que ahora no tiene con qué pagar cómodamente su deuda. O lo que sucedió en los países socialistas donde, a finales del veinte y comienzos del treinta, se llegó a plantear la desa­parición de la economía política porque se afirmaba que ésta no era una ciencia sino una ideología. Se decía que la economía política no era una ciencia y, por lo tanto, lo que tenía que hacerse era la práctica del pre­dominio de la dictadura del proletariado que tiene sus propia economía y no una economía política como la burguesa. Según esta opinión, la economía política no tenía leyes objetivas, no había allí razón objetiva­mente existente y, por lo tanto, no estaban obligados a expresar esta razón existente en una razón intelectual, en una razón conceptualmente manifestada. Vamos a reemplazarla, se decía, por nuestra propia direc­ción de la economía, por la economía de la clase obrera. Esa discusión, sumamente ilustrativa, se suscrito por los profesores rojos, que así se llamaban, a finales de los años veinte y comienzos de la década de los treinta, con consecuencias visibles.

Un error en la teoría -y eso era ya claro para Lenin, por supuesto para Marx, desde luego para Hegel, para todos-, un error en la teoría lleva ineluctablemente a una catástrofe en la práctica.

Asistente: En un texto Marx llega a hablar del fin de la filosofía. ¿Cómo habría de entenderse esto?

Dr. Mesa: La filosofía no desaparece, sino que se realiza. Lo que quiere decir claramente es esto: si la filosofía política, por ejemplo, es un conjunto de categorías y conceptos articulados, ese conjunto está destinado a pasar a la práctica, es decir, a pasar a la idea, diría Hegel, a ser corroborados por la práctica en la esfera de la idea; allí se sabe la verdad, como dice Marx en una de sus Tesis sobre Feuerbach, allí se corrobora la terrenalidad o no terrenalidad de ese pensamiento (35). Pero su realización, su corroboración, no es el final de la filosofía sino su realización práctica, es decir, la corroboración de sus conceptos prác­ticamente.

Y por supuesto, no es que esto sea el fin de la filosofía, sino un momento de la filosofía, realizado para continuar existiendo en la refle­xión sobre otros hechos, sobre otas realidades, sobre otras razones.

En el texto mismo donde Marx sugiere esto, la Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho, no se dice tal cosa. Lo que se dice es que la filosofía llegue a encamar en los hechos, que los conceptos sean comprobados y que una clase -para él, en ese momento, la clase obrera-pudiera llegar a corroborar la verdad o falsedad de esos conceptos polí­ticos. ¿Cuáles conceptos? Los conceptos propugnados, por ejemplo, por la Revolución Francesa, que en Alemania habrían de realizarse. Ese

24

artículo termina anhelando que el gallo galo cante en Alemania. En otras palabras, que la Revolución Francesa se realice en Alemania, por una clase nueva (36).

Pero esto es muy distinto de hablar del final de la filosofía. Y el final de la filosofía es distinto del fin de la filosofía como objetivo de la filosofía. Esto es la corroboración, en la práctica para Marx y en el terreno de la idea para Hegel, de todos los conceptos. Si hay un concepto, y ese con­cepto lo es en realidad, ese concepto es la abstracción de lo real y está destinado a corroborarse, a verse comprobado en la práctica, en la idea, como verdad o como falsedad.

Asistente: Me llamó la atención la forma como usted comenzó su conferencia, en el sentido de que el texto de la Filosofía del Derecho de Hegel era prácticamente un manual, en el buen sentido de la palabra, relacionado con la construcción del Estado. Y no sé si más adelante se vaya a retomar la vinculación que hay con la obra de Maquiavelo (37). En todo caso, la obra de Maquiavelo y la Filosofía del Derecho como un manual, los quiero referir a la situación de la izquierda en el país que en este momento está anonadada. Probablemente se olvidaron del estu­dio de Hegel, se olvidaron del estudio de Maquiavelo en el momento de hacer sus planes políticos. Gran cantidad de literatura política reciente, fundamentalmente de sectores que se llaman alternativos, un poco apar­te de los partidos tradicionales de la izquierda, presentan una forma de hacer política sin Maquiavelo. Es decir, hacer política sin el poder o sin ir hacia el poder; me parece que en ese sentido la recuperación de lo que realmente es la política, de lo que realmente es la vinculación de política y Estado, y de política y derecho, nos podría presentar en una forma más clara cuál es la actualidad política nacional.

Dr. Mesa: A propósito de eso, me pregunto si esos movimientos están pensando de manera racional, es decir, ateniéndose a lo real, a la razón que hay en lo real, a la relación que está en lo real, en los problemas de la familia en Colombia, de la educación en Colombia, de la economía en Colombia, de la construcción del ejército, del papel del ejército en el Estado, de las relaciones entre los padres y los hijos, de los problemas de la propiedad, que son temas de Hegel.

En la Unión Soviética se acaba de descubrir que no se puede violar el espacio en que la persona se proyecta. No recuerdo las palabras pre­cisas pero la idea de Hegel en la Filosofía del Derecho es que la propiedad es una esfera de proyección de la persona; la casa, el carro, el espacio donde se mueven los hijos y se educa la gente, la cocina de la casa, todo esto es la expresión de la personalidad, la proyección de la propia per­sonalidad, de la soberanía de la persona, del dominio que ella tiene de sí misma como persona humana física y psíquica.

25

Eso no se puede violar, no se puede, como Matías Rákosi (38) hizo en Hungría, llegar a decir que las panaderías, las zapaterías y las pelu­querías son hogares del capitalismo y que, por lo tanto, todo esto ha de ser propiedad del Estado porque de lo contrario renace el capitalismo. Eso es no haber conocido a Hegel de ninguna manera. Por eso decía Lukacs en Hungría que a Matías Rakosi no le pidieran ninguna reflexión sobre esto porque él no entendía, ni había entendido jamás esas cosas, ni le importaban, pero como político práctico hizo eso y ustedes ven la crisis.

En la Unión Soviética hasta hace poco, y aún hoy, no había manera de hacer arreglar pronta y eficientemente unos zapatos, y no digamos otras cosas. Entonces eso es ignorar lo que está ya nítidamente indicado acerca de la construcción y la dirección de un Estado, que tiene que atender a lo que real y racionalmente está puesto en la vida.

Si los movimientos de Colombia, de Argentina, de Turquía o del Japón no piensan en esto, que es la materia de la vida cotidiana y los elementos que, relacionados con otros, constituyen la racionalidad y la razón objetiva ¿pues a cuál sociedad están dirigiendo o pretediendo di­rigir? Pueden tomarse el poder, pero podemos esperar su fracaso. Allí tenemos a Nicaragua con una inflación sin precedentes en su historia; pero eso es un proceso dirigido por hombres que sabían leer. Porque estas inflaciones, estas deudas, eso no nos ha caído del cielo, no es porque haya unos individuos malos o algo así. Se trata de unos individuos concretos pero incapaces, gente concreta como nosotros pero incapaces de leer en lo real a la luz de la teoría.

Lo que Hegel nos está indicando es la necesidad de atender a la razón existente en cada momento y en cada sitio. ¿Cuál es la razón existente en Corea, o en Taiwan, o en Guatemala o en Colombia? Si nosotros decimos: este es un proceso irracional, estamos calificando una dificul­tad; lo que debemos preguntarnos es cuál es propiamente la situación, en qué situación nos hallamos.

Hoy en el Japón, por ejemplo, según se sabe están estudiando mucho este texto de La Filosofía del Derecho, y están estudiando a Max Weber. Pero, ¿qué sería lo que habría de hacer un analista japonés, qué le compete hacer? Pues no decir que la tradición samurai, que parece estar viva en el régimen de las fábricas, es una cosa irracional, sino pregun­tarse: ¿esto existe o no existe? ¿cómo afrontamos esto en la ley? Existe esa tradición samurai, existe ese orgullo del trabajo que probablemente viene de esa tradición militar y no la podemos eludir. Para ellos sería mucho más fácil decir que esa es una cosa del pasado y que por medio de un decreto o de una ley la van a eliminar. Pero lo que ha hecho la burguesíajaponesa es utilizar ese pasado en la cultura, en todo. Ustedes saben, por ejemplo, que regresaron al calendario tradicional; en las re­laciones exteriores comerciales y diplomáticas utilizan el calendario oc-

26

cidental, pero el calendario japonés -que es completamente distinto— lo están utilizando en su vida privada. ¿Cómo calificamos eso o cuál es nuestra actitud?

Más claramente lo que Hegel indica es una acti tud del analista, una posición que no puede eludir lo real, ni puede pretender reemplazar esa realidad por un deber ser, sino: ¿esto qué es y cómo lo entiendo? El entendimiento tiene que llegar a ordenar esto, es decir, a conceptualizar esto, y la práctica, es decir, la idea, habrá de corroborar si ese concepto así elaborado es correcto o no. De lo contrario, estaríamos sólo califican­do esto: esto es irracional, aquello no lo es; los japoneses están introdu­ciendo elementos feudales y, por lo tanto, elementos no modernos en el asunto. Pero la cuestión es que esos elementos existen -¿y con qué eficacia existen! También los coreanos están haciendo esto o aquello, los de Hong Kong, Singapur, Taiwan han llegado a salir al primer plano con una serie de prácticas que retoman algunas costumbres de su sociedad.

Para un occidental, por ejemplo, es incomprensible eso de que los japoneses no quieran gozar de todas sus vacaciones, que no les guste estar en vacaciones, pero los empresarios japoneses lo han utilizado. Ustedes han visto cómo en la producción emplean esto de tal manera que han constituido comunidades en la misma fábrica, propician restau­rantes, sitios de diversión cercanos a la fábrica para que los trabajado­res, incluyendo a los empleados, salgan allí a divertirse; eso lo financian y lo subsidian a veces las mismas empresas. Para Occidente esto es inadmisible y no puede darse. Pero se está dando en el Japón claramen­te. Una explicación del Japón ¿tendría que hacerse con base en lo que es Occidente, en lo que los japoneses deberían ser, o en lo que es el Japón? ¿Por qué el Japón es así? ¿Qué operación ha hecho allá la clase dirigente para utilizar todo esto? Ese es el hecho, esa es la razón allí, es decir, esa es la relación de los hechos. Lo demás es anhelar que sea de otra manera; puede llegar a ser de otra forma pero hoy es así. Además ¿cuáles son las tendencias? Esas tendencias tienen que estar allí, no puestas desde el exterior idealmente. Desde el exterior un manager americano, un geren­te alemán o francés les dice: "ustedes tienen que obligar a sus empleados a tomar las vacaciones". Es decir, el deber ser.

A nosotros todo este sistema educativo nos parece monstruoso. Sin embargo, los estadinenses, en un estudio que he leído recientemente sobre eso, se preguntan: ¿por qué en nuestros colegios de enseñanza media la educación es tan deficiente? ¿Por qué estos muchachos no saben redactar una carta, por qué no saben nada? ¿Por qué hemos llegado a que en el bachillerato pueden estudiar un poquito la biología, otro po­quito de matemática, o pueden hacer deporte y llenar los créditos nece­sarios? Ustedes saben, y es documentable, que en la Florida había títulos de doctorado y master en cualquier cosa, en cualquier práctica. Entonces

27

se están preguntando ¿qué pasa con los japoneses? Pues muy bien, toda esta coacción existe, pero nosotros vemos que los japoneses en la escuela primaria y media no están siendo educados como técnicos. No, al mu­chacho se le está adecuando la personalidad para acceder a la técnica y a la investigación científica. ¿Cómo? Las materias que fundamental­mente estudian en el bachillerato son su lengua y, paralelamente, el inglés, historia, literatura, matemáticas y filosofía. Eso es lo que ellos estudian de manera fundamental e intensa. Se considera que los cono­cimientos técnicos llegarán después. Pero fíjense que están llevando a cabo eso coactivamente. Porque hay en ellos unos elementos de compe­tencia que los llevan a angustiarse si el muchacho no pasa en la escuela y, sobre todo, en el bachillerato. Si no pasa, no accede a la universidad y si no accede a la universidad no tiene destino. Pero ellos se han dado cuenta muy bien de que el error de Occidente y particularmente de los Estados Unidos es hacer del muchacho un técnico, sin adecuarlo.

Lenin no cometió ese error, no dejó cometer ese error en la Unión Soviética. Ustedes recuerdan la polémica suscitada sobre la enseñanza, que ha sido uno de los logros de los países socialisstas, particularmente de Alemania Democrática y de la URSS. La enseñanza politécnica es definitiva; pero Lenin no dejó cometer el error que consistía en no saber leer etimológicamente la palabra. En efecto, creían que "politécnico" era sencillamente ofrecer muchas técnicas para que un muchacho fuera zapatero, o fuera mecánico, o fuera esto o aquello. Lenin les dijo: No, politécnico se compone de dos palabras, y una de ellas es poli, varios, muchos; entonces nosotros tenemos que entrenar a los muchachos en muchas técnicas o en muchas posibilidades, en muchas pericias posibles para que pueda cambiar de una a otra, para que pueda adecuar su personalidad.

Asistente: Usted decía al comienzo que una de las cosas importan­tes de la Filosofía del Derecho era que la naturaleza del problema de la construcción del Estado nacional en Alemania coincidía con el problema existente hoy en los países del Tercer Mundo.

Yo percibo una diferencia muy grande: la naturaleza de las relacio­nes externas sobre la sociedad alemana a inicios del siglo XIX y la pre­ponderancia con que se ha desarrollado el capitalismo, así como el papel tan determinante que juega hoy el mercado mundial en la determinación de las economías, entre otras razones, harían que la naturaleza de las relaciones externas que afectaban a Alemania fueran sustancialmente distintas a la naturaleza de las que afectan en la actualidad a los países del Tercer Mundo. Es decir, esa vida política se caracterizaba sobre todo por una fuerza militar muy consolidada, una política con fuerza militar, mientras que en el presente la dinámica del mercado constituye una forma de confomración política distinta, que actúa de todas maneras en

28

las relaciones internas de poder. La pregunta mía es: ¿Hasta qué punto esa naturaleza del mercado mundial hace que sea un elemento nuevo y distinto que afecte mucho más la naturaleza del proceso?

Dr. Mesa: Eso es así, pero no era mucho menos grave para Alemania cuando nos referimos al problema. Porque para Alemania, como se ha visto y documentado en la historia, siempre existió una combinación de fuerzas exteriores que buscaban mantenerla dividida como Estado o inexistente como Estado. La historia de la Guerra de los Treinta Años lo que demuestra es que todas las potencias rivales -rivales de Alemania en primer lugar- se aprovecharon de la situación para dirimir sus que­rellas en el itnerior de Alemania y no en su propio territorio. Alemania quedó arrasada. Tal vez ningún país de Europa ha llegado a tener se­mejante tragedia, tal vez ningún país de América Latina ha experimen­tado esos dramas ni ese tipo de coacción.

Pero lo que los Federicos se propusieron -sobre todo el I I - fue cons­truir un fundamento distinto para la nación y para el Estado alemanes. Ese fundamento era, en primer lugar, el saber real, la más alta cultura; en segundo lugar, conformar un ejército, sin el cual no puede existir absolutamente ningún Estado moderno que pretenda la soberanía, y en tercer lugar, un sistema administrativo, esa burocracia que es paradig­mática y que fue creada entonces sobre la base de antiguas tradiciones.

Una burocracia que, por supuesto, tiene -como Marx lo advirtió-una serie e males, de secretos, y que se apodera de los mecanismos del Estado frente al pueblo, todo lo que Marx anota muy bien en las notas críticas sobre la Filosofía del Derecho (39). Pero un aparato administra­tivo que da cuenta de la administración eficientísima, no sólo de la cosa pública, como se dice, sino de los intereses privados.

Entonces usted combina ese fundamento del saber, de la alta cultu­ra, con una masa media ilustrada en lo que tiene que hacer como zapa­tero o carpintero, un verdadero ejéricto y una administración, es decir, una burocracia que puede afrontar problemas: no se pueden, quizás, explicar de otra manera esos procesos. O ¿cómo se explica que Alemania o el Japón renazcan prácticamente de las ruinas? ¿La respuesta sería por el Plan Marshall? (40). Pues ese plan costó hace tiempo 25 mil millones de dólares y América Latina debe 400 mil millones de dólares. Pero ¿dónde están esos millones? ¿qué se hizo con ellos? No se puede dar a Bolivia 25 mil millones de dólares, ni hoy a Colombia porque no sabe cómo manejarlos. Pero el Plan Marshall llega con un programa de in­versiones, hace esas inversiones allí y hay quien las canalice, es decir, hay lo que los economistas llaman canales sociales de inversión, hay inversión segura, cuantificable, demostrable como tal inversión. Esos canales son las clases modernas, pero sabemos lo que implica en la dirección del Estado la existencia de esas clases.

29

Ayer una estudiante de sociología que está investigando sobre la inversión pública me contaba cómo en el pueblo de Lérida, en el Tblima, construyeron una planta de agua que vale, ya pagada y construida, varios millones. Ya está pagada, y no ha podido funcionar. La gente no tiene agua. ¿Por qué? Porque los grupos políticos locales se pelean los puestos administrativos y técnicos. Esos son los problemas concretos de estos países.

Colombia es un país subdesarrollado formalmente, pero si usted se pone a ver los índices y observa en la calle, como sostenía un economista que está en los negocios y sabe todo esto, este es un país subadminis-trado. Claro que los índices indican muchas otras cosas, pero en esos índices lo que está incorporado es subadministración. Eso es lo que en un país como Alemania no tiene probabilidad. O mire el Japón.

Entonces aquí no tenemos necesidad de llamar al Banco Mundial para que nos diga qué es lo que hay que hacer. Tbdos nosotros, con los ojos detenidamente abiertos, sabemos qué hay que hacer. Como decía el Presidente Betancur, no necesitamos más estudios; esto estásuper-diag-nosticado, sólo hay que hacer las cosas debidamente.

30

B I B L I O G R A F Í A

1. Gorbachov, Mijail. Estudió Derecho y Agronomía, ingresó al partido Comu­nista Soviético en 1955. Llegó al Comité Central en 1971 y en 1980, bajo el período de Leonid Breznev, formó parte del Politburó, máximo órgano cole­giado del Partido. En 1985 sucedió en el poder a Konstantin Chernenko. Su política de glasnost y perestroika, (reestructuración y transparencia), esti­muló la economía capitalista en la Unión Soviética e introdujo transforma­ciones sustanciales en la política interior y exterior. Firmó acuerdos con las potencias del bloque occidental, especialmente con Estados Unidos, orien­tados a la reducción de armas convencionales y nucleares, al igual que a asegurar el respaldo financiero y tecnológico requeridos por la privatización de la propiedad estatal y el predominio de la economía de mercado. Su política exterior se ha proyectado en la desintegración del bloque oriental, alterando sustancialmente el orden internacional, antes caracterizado por la confrontación Este-Oeste: se han producido importantes consecuencias geopolíticas como la unificación de Alemania y la desintegración de la propia Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

2. Kommunist.

3. Tratados de Westfalia. Acuerdos firmados en 1648 en la zona alemana ho­mónima que pusieron fin a la Guerra de los Treinta Años. Los Tratados de Westfalia configuraron una Alemania constituida por un norte reformista y un sur católico, y determinaron la merma de la autoridad imperial, a la que se añadió la intervención de potencias extranjeras (Francia y Suecia que poseían territorios situados en el interior del Imperio) en la dieta im­perial. Las paces de Munster y Osnabruck sancionaron el descenso político de los Habsburgos, la aparición de nuevas potencias europeas tales como Suecia y Brandenburgo, la independencia "de facto" respecto al imperio de Baviera y Sajonia y el preponderante papel político que desarrollaría la Francia de Luis XIV. Sancionaron oficialmente la atomización del Imperio al reconocer a los príncipes y señores el derecho a pactar alianzas con prín­cipes extranjeros. Esto y la desintegración de la dieta modificó profunda­mente el estatuto político de Alemania, que quedó plasmado en la denominada Constitución Estfalica. (G.E.L., t. 20, p. 911).

4. Conflicto europeo que se desarrolló entre 1618 a 1648 y que se prolongó entre Francia y España hasta 1659. Hay que relacionar esta guerra con la crisis general que afectó la mayor parte de los países europeos durante el siglo XVII. Esta crisis estaría provocada, en último extremo, por los obstá­culos creados al desarrollo del capitalismo como consecuencia del manteni­miento de las estructuras feudales. El carácter del crecimiento económico del siglo XVI perjudicó a la nobleza, que intentó resarcirse mediante la usurpación de tierras a los campesinos, la reimplantación de la servidumbre y la creciente intervención en la vida económica. Esta actuación de la no­bleza, al tiempo que obstaculizaba la transformación de la economía hacia formas capitalistas, generó una serie de tensiones entre la clase feudal dominante y los núcleos burgueses y las masas campesinas, que desembo­caron en el estallido generalizado del conflicto. Contradicciones de este tipo aparecieron en la mayor parte de los países de Europa central; para Bohe-

31

mia, centro inicial, es indiscutible que estos factores, al lado de los de tipo religioso y admnistrativo, tuvieran un peso decisivo. La insurrección bohe­mia ofrece muchas semejanzas con la revuelta de los Países Bajos contra España. En ambos casos el enfrentamiento era debido, más que a problemas constitucionales, a concepciones opuestas sobre cuestiones económicas, po­líticas y religiosas. De hecho dos civilizaciones pugnaban por imponerse: la feudal y católica defendida por los Habsburgo y la burguesa y protestante preconizada por los Países Bajos y los principados alemanes adscritos a la Unión Evangélica (G.E.L., T. 19, pp. 357-8).

5. Gran Elector fue Federico Guillermo (1620- 1688), elector de Brandeburgo y Duque de Prusia. Sucedió a su padre en 1640 en plena Guerra de los Treinta Años, heredando un territorio devastado y una situación política militar difícil. Federico Guillermo procuró con éxito la consecución de un triple objetivo: la unificación administrativa de sus estados, la valorización de sus territorios y el acrecentamiento de su influencia política. Con energía tenaz y a veces brutal logró hacer aceptar en todos sus estados una dirección única y una administración común, impuestos permanentes y comunes. Gracias a estos recursos pudo mantener un ejército permanente cuyo reclu­tamiento impuso a sus pueblos. Dejó a su hijo 24.000 hombres organizados y entrenados, es decir, un ejército superior al de cualquier príncipe alemán de aquella época. De otro lado, también logró abrir sus estados como una tierra de asilo para los perseguidos de todos los países; alemanes, neerlan­deses, protestantes franceses. Asimismo acudió una gran cantidad dejudíos que suministraron los cuadros y la mano de obra que transformaron a Bran­deburgo y Berlín. El hijo de Federico Guillermo, Federico I (Konigsberg 1657, Berlín 1713) elector de Brandeburgo a partir de 1688, se erige como primer Rey de Prusia de 1701 a 1713 (G.E.L., T. 8, p. 758).

6. Federico I fue sucedido por Federico Guillermo I (Berlín 1688 - Potsdam 1740) quien fue Rey de Prusia de 1713 a 1740. Se le llama también El Rey Sargento por haber restablecido el ejército hasta convertirlo en un instru­mento esencial del poderío prusiano. Prosiguió las políticas de unificación de Alemania, del fortalecimiento económico y de atracción de inmigrantes para sus estados (G.E.L., T. 8, p. 758).

7. Fue Federico Guillermo I (hijo de Federico I) quien tuvo como preocupación principal el fortalecimiento del ejército de Prusia. Pa ra ello organizó un reclutamiento nacioal regular y una escuela de cadetes para formar la ofi­cialidad. Legó a su hijo Federico II un ejército que constituyó el soporte del poderío prusiano (G.E.E., T. 8, p. 758).

8. Federico II, El Grande (1712-1786) es rey de Prusia de 1740 a 1786. Subió al trono en 1740 e inmediatamente emprendió la conquista de Silesia (1740-1741), después de la guerra de Sucesión de Austria se le reconoció el dominio de los territorio conquistados. Federico II fue el máximo exponente de un príncipe ilustrado; tenía una gran formación humanista basada sobre todo en la cultura francesa. De su producción escrita se destacan sus obras polí­ticas: Antimaquiavelo (1739), Testamentos Políticos (1752, 1768), Ensayo sobre las Formas de Gobierno (1777), que exponen una visión "sui generis" del despotismo ilustrado, ampliamente apoyada por una parte de enciclo­pedistas franceses (con Voltaire, que residió en la Corte Prusiana de 1750

32

a 1753) y atacada por otra (dirigida por Diderot y D'Halbach). (G.E.L., T. 8, p. 928).

9. Hólderlin, Friedrich. (Lauñen, Württemberg, 1770 - Tubinga 1843). Realizó sus estudios en el seminario de Tubingia, en el que trabó amistad con Hegel y Schelling (G.E.L., T. 10, p. 766).

10. Ver Karl Marx, Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, Obras de Marx y Engels, OME 5. Traducción José María Ripalda. Ed. Miguel Condel y otros. Editorial Crítica, S.A. (Grupo Editorial Grijalbo) Barcelona, España, 1978, pp. 209 y ss.

11. Schiller, Friedrich (1759-1805). Dentro de su obra está una Historia de la Guerra de los Treinta Años.

12. Goethe, Johann Wolfgang von. (Frankfurt del Main 1749 - Weimar 1832). 13. Kant, Emmanuel (Konigsberg, 1724-1804). 14. Konigsberg, ciudad de la antigua Prusia Oriental. En 1544 se fundó una

universidad donde enseñó Kant. En la Conferencia de Berlín fue incorpo­rada a la URSS (1945) y adoptó el nombre de Kaliningrado (1946) (G.E.L. T. 10, p. 766).

15. Elizaveta Petrovna (1709-1762) Emperatriz de Rusia de 1714 a 1762. Hija de Pedro el Grande y Catalina I. (G.E.L., T. 11, p. 92).

16. Fichte, Johann Gottlieb (1762-1814), discípulo de Kant y maestro de Sche­lling. En 1807 publicó en Berlín su Discurso a la Nación Alemana, mani­fiesto del nacionalismo alemán (G.E.L., T. 8, p. 824).

17. Discurso a la Nación Alemana. Conjunto de catorce lecciones dadas por Fichte en la Universidad de Berlín en 1807-1808. Esta obra, verdadero manifiesto del nacionalismo alemán, escrita después del hundimiento de Prusia, exalta las virtudes de un pueblo que, según Fichte, tiene la misión de salvar el mundo, después de haber realizado su propia regeneración moral (GE.L.,T. 6, p. 928).

18. Gans, Eduard (Berlín, 1797-1839), jurista alemán. Profesor de la Universi­dad de Berlín, fundó la Escuela Filosófica del Derecho. Publicó los Principios de Filosofía del Derecho de Hegel (G.E.L., T. 9, p. 125.).

19. D'Hondt, Jacques. Hegel Secreto. Traductor Victor Fishman, Ed. Corregidor. Buenos Aires, Argentina, 1976.

20. Schelling, Federico Guillermo (1775-1854). Schelling se inspiró en el pen­samiento de Emmanuel Kant, en el sistema idealista de Fichte, así como también en el panteísmo de Benedict de Spinoza.

21. Marx, Karl y Federico Engels. Ideología Alemana. 22. En distintas sesiones de este seminario se señalará, en forma detallada, esa

proyección de La Lógica en la Filosofía del Derecho, como aplicación de la lógica general al estudio de problemas concretos.

23. Página 24 de la edición Glockner (Tomo 7 de la Juliaums-Ausgabe). 24. Ibid. 25. Hegel, G.W.F., Principios de la Filosofía del Derecho o Derecho Natural y

Ciencia Política, Traductor Juan Luis Vermal, la. Ed., Edhasa, Barcelona, España, 1988, p. 51.

26. Ibid., p. 52. 27. Leibniz, Gottfried Wilhelm, (Leizig 1616 - Hannover 1716). Filósofo y ma­

temático alemán. A fines de 1676 formuló los principios del cálculo infinite­simal (simultánemanete con Newton) cuyas directrices fundamentales

33

expuso en Nuevo Método p a r a la determinación de los máximos y de los mínimos (1684). (G.E.L., T. 11, p. 491).

28. Hegel, G.W.F., Op. Cit , p. 52.

29. Hegel, G W F . Ciencia de la Lógica. Traducción de Augusta y Rodolfo Mon-dolfo. Ed. Solar. 5a. Edición. Buenos Aires, Argentina, 1982, Tomo II, pp. 409 y ss. y 471 y ss.

30. Hegel. Filosofía del Derecho., p. 53.

31. Sobre la categoría de Idea ver Hegel, G.W.F., Ciencia de la Lógica, T. II, p. 559 y ss.

32. Junker (voz alemana), nombre dado a los aristócratas hacendados que com­ponían una clase conservadora y nacionalista, detentadora del poder en la antigua Prusia Oriental.

33. Lukacs, Georg. (Budapest, 1885). Realizó sus estudios en Budapest, Berlín y Heidelberg. En 1919, un año después de ingresar al partido comunista fue nombrado comisario del pueblo por el gobierno revolucionario de Béla Kun. Tras la caída de la república popular húngara emigró a Australia, a Alema­nia y Suiza y vivió en la URSS a partir de 1933. Después de la Segunda Guerra Mundial regresó a Hungría y enseñó estética en la Universidad de Budapest sin dejar de tomar parte activa en la vida política del país. Entre sus obras están El Joven hegel y los problemas de la Sociedad Capitalista (1948), Historia y Conciencia de Clase (1923), Existencialismo o Marxismo (1951) y El Asalto a la Razón (1954) (G.E.L., T 12, p. 732).

34. Tomo 7, página 24 (nota), edición Glockner.

35. Ver cita 1 en la primera sesión de La Moralidad en este seminario. 36. Marx, Karl. Crítica de la Filosofía del Derecho. Op. Cit., pp. 209 y ss.

37. Maquiavelo, Nicolás (Florencia 1469-1527). El Príncipe es su obra principal de teoría política cuyo objetivo central es búsqueda de la unificación de Italia. Esta unificación sólo sería posible mediante la imposición de un principio que sus ten tara una política fundada en la razón de estado, a la vez que se subordinaría a la ley y a la moral, y en la que el fin (la creación del Estado absoluto) justificaría los medios (G.E.L., T 12, p. 944, T. 16, p. 700).

38. Rákosi, Matías (Ada 1892 - Moscú 1963). Participó en la fundación del Partido Comunista Húngaro (1918). Fue Comisario del Pueblo para la Pro­ducción en la República Húngara de los Concejos (1919). Tras el fracaso de la revolución húngara emigró a Austr ia y posteriormente a Moscú. Nom­brado uno de los secretarios de la Komintern (1921-1924), desempeñó diversas misiones en Italia, Alemania, Austr ia y finalmente Hungría, donde dirigió la organización del partido comunista en la clandestinidad; en 1925 fue arrestado y condenado a cadena perpetua. Liberado en 1940, se trasladó a la Unión Soviética y regresó a su país en enero de 1945. Vicepresidente del Consejo, fue elegido Secretario General del Part ido de los Trabajadores húngaros (1948-1956). Fue Presidente del Consejo de Ministros desde agosto de 1952 has ta julio de 1953. Con la extensión de las corrientes desestalinizadoras fue separado de su cargo en el par­tido (1956) y se instaló en la Unión Soviética. En 1962, fue excluido del partido t ras una investigación sobre su intervención en los procesos po­líticos de 1949 a 1952 (G.E.L., T. 16, P. 910).

34

39. Marx, Karl. Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, en especial comen­tarios a los parágrafos 288 a 299 y 308. Obras de Marx y Engels. OME 5. Editorial Crítica S. A. Grupo Editorial Grijalbo, Traductor José María Ri-palda. Barcelona, España, 1978, pp. 51 a 67 y 139 a 150.

40. Programa económico de Estados Unidos destinado a Europa, promocionado como consecuencia de las necesidades de la política exterior norteamericana después de la Segunda Guerra Mundial (G.E.L., T. 12, p. 1015).

35