Continuamos con el discurso proferido por el Profesor...

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Continuamos con el discurso proferido por el Profesor Plinio Correa de Oliveira con motivo de la presentación a la nobleza roma de su libro “Nobleza y élites tradicionales análogas”. Reproducimos el último pensamiento contenido en el número anterior, para recordar a nuestros lectores el tema que veníamos tratando. “En una sociedad adelantada como la nuestra, que deberá ser restaurada, reorde- nada, después del gran cataclismo, la fun- ción de dirigente es muy variada: dirigen- te es el hombre de Estado, de gobierno, el hombre político; dirigente es el obrero que, sin recurrir a la violencia, a las amenazas o a la propaganda insidiosa, sino por su propia valía, ha sabido adquirir autoridad y crédito en su círculo; son dirigentes, cada uno en su campo, el ingeniero y el juriscon- sulto, el diplomático y el economista, sin los cuales el mundo material, social, inter- nacional, iría a la deriva; son dirigentes el profesor universitario, el orador; el escritor, que tienen por objetivo formar y guiar los espíritus; dirigente es el oficial que infunde en el ánimo de sus soldados el sentido del deber, del servicio, del sacrificio; dirigen- te es el médico en el ejercicio de su misión bienhechora; dirigente es el sacerdote que indica a las almas el sendero de la luz y de la salvación, prestando los auxilios nece- sarios para caminar y avanzar con seguri- dad.” (Pío XII, Alocución al Patriciado y a la Nobleza romana, el 14 de enero de 1945) Me parece importante realzarlo, pues son excesivamente numerosos en nuestros días los que, para concentrar toda su existencia en los tranquilos y despreocupados confines de las conveniencias personales y juzgarse exentos de cualquier obligación para con las grandes causas, alegan cómodamente que la acción individual está reducida a la inocui- dad, en este nuestro siglo de enormes masas humanas aglomeradas en las concentracio- nes urbanas de porte babilónico, o, si bien que esparcidas en las inmensidades de los campos, de los mares y de los aires, quedan continuamente sujetas a las manipulaciones psicológicas e ideológicas de los medios de comunicación que parecen hechos para cu- brir con su influencia distancias infinitas y abarcar multitudes incontables. Deseo acentuar esto a fin de que a na- die le quede pretexto para no hacer nada, alegando su impotencia personal, las di- mensiones microscópicas de su influencia individual y en consecuencia la inutilidad de todo su esfuerzo. Que cada uno, desde el mayor hasta el menor, no ahorre ningún esfuerzo en el sentido indicado por el Pontí- fice y la victoria estará asegurada. Es este el pensamiento central de Pío XII y, por eso, muy lejos de querer desalentar los esfuerzos de las asociaciones y grupos sociales deseosos de promover tan conside- rable bien y capaces de ayudar eficazmente para llevar a cabo la ingente tarea común, quería que a estos grupos no les faltase esta inmensa colaboración de todos los que son Nº 33 Mayo & Junio - 2012

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  • Continuamos con el discurso proferido por el Profesor Plinio Correa de Oliveira con motivo de la presentación a la nobleza

    roma de su libro “Nobleza y élites tradicionales análogas”.

    Reproducimos el último pensamiento contenido en el número anterior, para recordar a nuestros lectores el tema que veníamos tratando.

    “En una sociedad adelantada como la nuestra, que deberá ser restaurada, reorde-nada, después del gran cataclismo, la fun-ción de dirigente es muy variada: dirigen-te es el hombre de Estado, de gobierno, el hombre político; dirigente es el obrero que, sin recurrir a la violencia, a las amenazas o a la propaganda insidiosa, sino por su propia valía, ha sabido adquirir autoridad y crédito en su círculo; son dirigentes, cada uno en su campo, el ingeniero y el juriscon-sulto, el diplomático y el economista, sin los cuales el mundo material, social, inter-nacional, iría a la deriva; son dirigentes el profesor universitario, el orador; el escritor, que tienen por objetivo formar y guiar los espíritus; dirigente es el oficial que infunde en el ánimo de sus soldados el sentido del deber, del servicio, del sacrificio; dirigen-te es el médico en el ejercicio de su misión bienhechora; dirigente es el sacerdote que indica a las almas el sendero de la luz y de la salvación, prestando los auxilios nece-sarios para caminar y avanzar con seguri-dad.” (Pío XII, Alocución al Patriciado y a la Nobleza romana, el 14 de enero de 1945) Me parece importante realzarlo, pues son excesivamente numerosos en nuestros días los que, para concentrar toda su existencia en los tranquilos y despreocupados confines de las conveniencias personales y juzgarse

    exentos de cualquier obligación para con las grandes causas, alegan cómodamente que la acción individual está reducida a la inocui-dad, en este nuestro siglo de enormes masas humanas aglomeradas en las concentracio-nes urbanas de porte babilónico, o, si bien que esparcidas en las inmensidades de los campos, de los mares y de los aires, quedan continuamente sujetas a las manipulaciones psicológicas e ideológicas de los medios de comunicación que parecen hechos para cu-brir con su influencia distancias infinitas y abarcar multitudes incontables.

    Deseo acentuar esto a fin de que a na-die le quede pretexto para no hacer nada, alegando su impotencia personal, las di-mensiones microscópicas de su influencia individual y en consecuencia la inutilidad de todo su esfuerzo. Que cada uno, desde el mayor hasta el menor, no ahorre ningún esfuerzo en el sentido indicado por el Pontí-fice y la victoria estará asegurada.

    Es este el pensamiento central de Pío XII y, por eso, muy lejos de querer desalentar los esfuerzos de las asociaciones y grupos sociales deseosos de promover tan conside-rable bien y capaces de ayudar eficazmente para llevar a cabo la ingente tarea común, quería que a estos grupos no les faltase esta inmensa colaboración de todos los que son

    Nº 33

    Mayo & Junio - 2012

  • sensibles a las enseñanzas de Pío XII, pues representan una fuerza gigantesca.

    Para medir esta fuerza, quiero acabar recordando unas palabras históricas por demás conocidas. Cuando caminaba para su apogeo el poder napoleónico en Italia, uno de los generales del joven corso le pre-guntó cual era el grado de importancia que correspondía al trato que debería dispensar al Papa entonces reinante. La respuesta de Bonaparte fue rápida y fulminante: “Tráte-lo como a un general que tenga a sus ór-

    denes imponentes ejércitos”. Para el sagaz Napoleón el encanecido ocupante del Trono de San Pedro, que a los ojos de muchos pa-recía no poder sino lo que pueden muchos viejos, era una potencia. ¿Por qué? Porque una multitud incontable de personas apa-rentemente sin influencia, sin importancia, sin capacidad, sin fuerza de impacto indi-vidual, en él reconocía sin embargo al Vi-cario de Cristo y estaba dispuesta a hacer todo por él. Esta coalición de fieles aparen-temente sin valía atemorizaba al hombre

    Profesor Plinio Correa de Oliveria

  • delante del cual, entretanto, se estremecían los reyes de la tierra.

    Un análisis histórico bien hecho mostra-rá que una de las causas por las cuales Na-poleón, después de Waterloo se sintió aisla-do y cayó, fue porque a su lado no estaba el “General” que tenía a sus órdenes el ejército invisible pero temible de la multitud de los que son pequeños a los ojos de los hombres, mas cuya oración y cuyos sacrificios todo pueden a los pies del trono de Dios. Es de-cir, la Iglesia dejó de ver con buenos ojos al aparente vencedor de Europa.

    En torno de él, no se veían ya las incon-tables simpatías de los hombres de mentali-dad simple y honesta, que en determinado momento habían esperado que él fuese el restaurador de los derechos de la Iglesia, de entre los escombros a que la Revolución Francesa quiso impíamente reducirla; de aquellos que habían esperado que su espa-da fuese el gladio de tantas legitimidades abatidas, sea en la esfera de los derechos públicos, sea en la de los derechos indivi-duales; que, viéndole pedir a Pío VII que lo coronase en Notre Dame, tanto se llenaron de esperanza de que ese gesto representase el reconocimiento del origen divino del Po-der, que no repararon demasiado cómo Na-poleón no consintió que el Papa le ciñese la frente con la diadema imperial, sino que la retiró de sus manos para coronarse orgullo-samente a sí mismo, negando el poder que en apariencia é1 iba a restaurar.

    Otro dicho célebre ilustró el abandono a que el tirano se había reducido a sí mismo, con su política religiosa ambigua, cuando no declaradamente anti-religiosa.

    Se cuenta que, mientras las tropas de Bonaparte caminaban victoriosamente en dirección a Moscú, un oficial ruso, enviado especial de Alejandro I, le pidió audiencia. A lo largo de las negociaciones, llegó la hora del almuerzo y Bonaparte convidó a su mesa al delegado del Zar de todas las Ru-sias. Durante la refección, la conversación incidió sobre el número de edificios religio-sos que, por el camino, el monarca invasor había notado en suelo ruso. Queriendo atri-buir a ese pretendido exceso de religiosidad la debilidad de la resistencia rusa, Napoleón le preguntó si Rusia era, del territorio eu-ropeo, la nación que más había gastado en edificios religiosos.

    Con vivacidad, el enviado de Alejandro I le respondió: “No, Sire, también España”. Ahora bien, precisamente en aquel momen-to histórico, el heroísmo de los católicos de la Península Ibérica estaba infligiendo a los mejores generales de Napoleón, una serie de derrotas vejatorias sin precedentes hasta el momento. Comprendiendo la alusión y el alcance militar admirable del fervor religio-so ibérico, el corso prefirió callarse. Poco después, sobrevino el incendio de Moscú y la retirada de Rusia fue para Napoleón una necesidad ineludible. Es posible que en medio de las aflicciones de Waterloo, Napoleón se haya acordado de todo lo que le faltaba para vencer y haya comprendido más que nunca la importancia del factor re-ligioso, incluso frente a los más poderosos generales.

    Si la carencia de este factor tanto debi-lita, la presencia de él puede construir toda-vía más. Este es el poder de las multitudes de fieles que llevan al éxito las obras de los

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  • Sociedad Colombiana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad.Avenida 7 No. 115-60 Lc D-121 - Centro Comercial Santa Bárbara - Bogotá.

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    Papas cuando, movidas por el soplo del Es-píritu Santo, se sienten capaces de aquello que Camões titulaba con formidable belle-za de expresión “cristianos atrevimientos” (Lusíadas, VII, 14).

    Eran por cierto ese tipo de pensamien-tos los que llenaban de esperanza el cora-zón del Papa Pacelli, cuando pronunciaba sus famosas alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana.

    “Deus vult” exclamó en Clermont la voz unánime de los guerreros feudales hasta hacía poco indolentes ante el peligro musul-mán que avanzaba. Pero la acción del Espí-ritu Santo, haciéndose sentir a través de la voz cargada de impresionantes inflexiones místicas del Bienaventurado Papa Urbano II encendió rápidamente en aquellos ánimos adormecidos las llamaradas sublimes de la combatividad de los cruzados y el curso de la historia mudó.

    La voz de Pío XII vibra todavía en sus alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana y he aquí porqué esas alocuciones, que no habían logrado sacudir la inercia de tantos católicos en los días en que fueron pronunciadas, parecen hoy admirablemente vivificadas por un reverdecimiento de gra-cias que lleva legiones siempre más nume-rosas de contemporáneos nuestros, a desear la restauración de una sociedad cristiana, jerárquica, en que reine la tranquilidad del orden, en una atmósfera de paz en la cual se respeten para el bien común todas las jerar-quías legítimas.

    Esto es lo que explica que, con renova-do ardor por ese grandioso ideal, las alocu-ciones de Pío XII al Patriciado y a la Noble-za romana estén, reeditadas en el libro cuyo lanzamiento hoy se opera, reviviendo días de eficacia y de gloria en áreas de civiliza-ción siempre mayores de nuestro mundo occidental.

    Portugal, España, el mundo iberoameri-cano, el mundo angloamericano, el mundo franco-americano, Francia, África del Sur son naciones en las que esas admirables alocuciones van circulando hoy, en las hu-mildes páginas de este libro, con el mismo vigor y la misma fuerza de impacto que si hubiesen salido, apenas hace días, de los la-bios del gran Papa. Lo que despierta la es-peranza de que en breve ocurra lo mismo en otros países como Inglaterra y Alemania y, como hoy ocurre en esta admirable Italia, la alegría y gloria del mundo entero, con los lanzamientos en Milán, Roma y Nápoles.