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ÍndicePORTADASINOPSISPORTADILLAA LA MEMORIAAGRADECIMIENTOSINTRODUCCIÓN1. SALVAR LA SEGURIDAD SOCIAL

DESPUÉS DE LAS «ELECCIONES CAQUIS»LA SEGURIDAD SOCIAL ASUSTAINVENTAR UNA CRISISAPOSTAR POR EL FRACASOLECCIONES DE LA SEGURIDAD SOCIALRECUERDOS DE LA PRIVATIZACIÓNLO QUE EL GOBIERNO SABE HACER MEJOR

2. EL CAMINO HASTA EL OBAMACARELA ELABORACIÓN DE UN PROGRAMA POSITIVOUNA ASISTENCIA SANITARIA FRÁGILATENCIÓN SANITARIA CONFIDENCIALEL TERROR SANITARIOEL JUEGO DE LA ESPERALAS ESPERANZAS DE LA ASISTENCIA SANITARIAEL FRACASO DEL MIEDOEL OBAMACARE NO FRACASAHORRORES SANITARIOS IMAGINARIOS

3. EL ATAQUE CONTRA EL OBAMACAREEL CAUCUS DE LA CRUELDADSI TIENE TRES PATAS ESTÁ BIENEL GENIO MUY ESTABLE DE OBAMACAREENFERMAD, ARRUINAOS Y MORIDCÓMO PUEDEN CUMPLIR LOS DEMÓCRATAS LA PROMESA DE LA ASISTENCIA SANITARIA

4. LA BURBUJA Y SU ESTALLIDOLA SUMA DE TODOS LOS MIEDOSQUEDARSE SIN BURBUJASESE SONIDO SIBILANTELA GRAVEDAD DE LA CRISIS FINANCIERALA ECONOMÍA MADOFFLA ESTRATEGIA DEL IGNORANTENADIE ENTIENDE LA DEUDA

5. LA GESTIÓN DE LA CRISISEL TRIUNFO DE LA MACROECONOMÍALA ECONOMÍA DE LA DEPRESIÓNEL MODELO IS-LMLA ARITMÉTICA DEL ESTÍMULO (PARA EXPERTOS, PERO IMPORTANTE)LA BRECHA DE OBAMALA TRAGEDIA DEL ESTÍMULO

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6. LA CRISIS EN LA CIENCIA ECONÓMICAEL COSTE DE LAS MALAS IDEASLOS MÍTICOS AÑOS SETENTAAQUEL ESPECTÁCULO DE LOS AÑOS OCHENTA¿CÓMO PUDIERON EQUIVOCARSE TANTO LOS ECONOMISTAS?MALA FE, PATETISMO Y ECONOMÍA DE LOS REPUBLICANOS¿QUÉ TIENEN DE MALO LAS FINANZAS FUNCIONALES?

7. AUSTERIDADGENTE MUY SERIALOS MITOS DE LA AUSTERIDADLA DEPRESIÓN DEL EXCELEMPLEOS, APTITUDES Y ZOMBISEMBUSTE ESTRUCTURAL

8. EL EUROUN PUENTE LEJANOEL PRISIONERO ESPAÑOLEL BATACAZO DEL ABEJORROEL SUEÑO IMPOSIBLE DE EUROPA¿QUÉ DIABLOS ESTÁ PASANDO EN EUROPA?

9. IMPOSTORES FISCALESLA CREDULIDAD DE LOS GRUÑONES DEL DÉFICITEL ESTAFADORLA COMISIÓN SECUESTRADA¿EN QUÉ CONSISTE EL PLAN DE PAUL RYAN?UNAS BOLAS DE NIEVE QUE SE DERRITENLOS DEMÓCRATAS Y LA DOBLE MORALCÓMO FINANCIAR UN PLAN PROGRESISTA

10. LA REBAJA DE IMPUESTOSEL ZOMBI POR EXCELENCIAEL MANIFIESTO DE LOS TWINKIESEL MAYOR ENGAÑO FISCAL DE LA HISTORIALA ESTAFA FISCAL DE TRUMP, SEGUNDA FASE¿POR QUÉ EL RECORTE TRIBUTARIO DE TRUMP SE HA QUEDADO EN NADA?LA REBAJA FISCAL DE TRUMP ES TODAVÍA PEOR DE LO QUE HABÉIS OÍDOLA ECONOMÍA DE COBRAR MÁS IMPUESTOS A LOS QUE MÁS GANANELISABETH WARREN Y TEDDY ROOSEVELT

11. GUERRAS COMERCIALESLAS GLOBOBADAS Y LA REACCIÓN EN CONTRA¡OH, QUÉ GUERRA COMERCIAL TAN AGITADA!UN MANUAL DE GUERRA COMERCIALVOLVER A CORROMPER LOS ARANCELES

12. DESIGUALDADEL SESGO DE ESTADOS UNIDOSLOS RICOS, LOS DERECHOS Y LOS HECHOSLICENCIADOS FRENTE A OLIGARCASDINERO Y MORALIDADLOS ROBOTS NO TIENEN LA CULPA DE LOS SALARIOS BAJOS¿QUÉ PASA EN TRUMPLANDIA?

13. LOS CONSERVADORES

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EL MOVIMIENTO CONSERVADOREL MISMO VIEJO PARTIDOCANTOR Y EL FIN DE UN MOVIMIENTOEL GRAN ESPEJISMO DEL CENTRO DERECHALUGARES VACANTES DE LA POLÍTICA ESTADOUNIDENSE

14. ¡AH! ¡SOCIALISMO!ACOSO AL ROJO EN EL SIGLO XXICAPITALISMO, SOCIALISMO Y FALTA DE LIBERTADALGO NO ESTÁ PODRIDO EN DINAMARCALA AMENAZA SOCIALISTA QUE INVOCA TRUMP

15. EL CLIMALO MÁS IMPORTANTETRUMP Y LOS NEGACIONISTAS DEL CAMBIO CLIMÁTICOLA INMORALIDAD DEL NEGACIONISMO DEL CAMBIO CLIMÁTICOEL NEGACIONISMO CLIMÁTICO, LA PRUEBA DEL TRUMPISMOESPERANZAS PARA UN AÑO NUEVO VERDE

16. TRUMP¿POR QUÉ NO LO PEOR?EL PARANOICO ESTILO DE LA POLÍTICA REPUBLICANATRUMP Y LA ARISTOCRACIA DEL FRAUDEDEJEN DE LLAMAR POPULISTA A TRUMPSECTARISMO, PARÁSITOS Y POLARIZACIÓNESTADOS UNIDOS NO ESTÁ LIBRE DEL FASCISMO¿QUIÉN TEME A NANCY PELOSI?LA VERDAD Y LA VIRTUD EN LA ERA DE TRUMPEL MONSTRUOSO DESENLACE DEL CONSERVADURISMOVIRILIDAD, PASTA, MCCONNELL Y TRUMPISMO

17. SOBRE LOS MEDIOSMÁS ALLÁ DE LAS NOTICIAS FALSASGATO POR LIEBREEL TRIUNFO DE LO TRIVIAL¿TIENE ALGÚN SENTIDO EL ANÁLISIS ECONÓMICO?EL AÑO QUE VIVIMOS ESTÚPIDAMENTEHILLARY CLINTON RECIBE EL TRATO DE AL GORE

18. PENSAMIENTOS ECONÓMICOSLA CIENCIA LÚGUBRECÓMO TRABAJOLA INESTABILIDAD DE LA MODERACIÓNPOR QUÉ SOY UN CRIPTOESCÉPTICO

CRÉDITOS DE LOS ARTÍCULOSNOTASCRÉDITOS

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SINOPSIS

Nadie como Paul Krugman para acercarnos a los principales conceptos económicos y las ideas quemueven gran parte de nuestras políticas públicas y para explicar con lucidez problemas económicos amenudo confusos.

En Contra los zombis, Krugman reúne más de noventa artículos —muchos publicados en The NewYork Times— en dieciocho secciones organizadas temáticamente y enmarcadas en el contexto de undebate más amplio. En ellas aborda temas como la seguridad social, la atención médica, la crisisfinanciera de 2008 y sus secuelas, los mitos de la austeridad, la economía europea, los recortes deimpuestos, las guerras comerciales, la desigualdad, el cambio climático y, sobre todo, el daño infligidopor Donald Trump. Muchas de las piezas son argumentos contundentes contra la economía zombi, «unaidea que debería haber sido eliminada por la evidencia, pero que se niega a morir».

Contra los zombis es Krugman en estado puro y una guía indispensable para el discurso político yeconómico de dos décadas en los Estados Unidos y en todo el mundo. Con pinceladas rápidas y vívidas,Krugman aporta a sus lectores las claves necesarias para desbloquear los conceptos ocultos tras losprincipales problemas de política económica de nuestro tiempo.

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Paul Krugman

Contra los zombisEconomía, política y la lucha

por un futuro mejor

CríticaBarcelona

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A la memoria de mi difunto colega y amigo Uwe Reinhardt, que hizomás que nadie para promover el debate de la economía de la salud y, enparticular, me ayudó a evitar hacer el ridículo.

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Agradecimientos

La mayor parte de los artículos de este libro fueron publicados originalmente como columnasperiodísticas y la propia naturaleza del columnismo impide casi por definición la consulta entiempo real o incluso la colaboración. Uno se despierta, toma café, decide sobre qué va a escribir(planear con antelación no funciona casi nunca, porque acaba siendo superado por losacontecimientos) y entrega algo a las 5.00 de la tarde. Las entradas en los blogs, que pueden pasarde ser una idea vaga a ser de dominio público en una hora o menos, brindan aún menosoportunidades para la discusión. En la mayoría de los casos, la única persona a la que puderecurrir en busca de revisión y críticas productivas fue mi esposa, Robin Wells, que a menudohizo observaciones muy valiosas.

Sin embargo, el columnismo se basa en el contexto que enmarca el debate permanente detemas. He recurrido a la sabiduría de muchas personas durante los quince años de trabajo que sedocumentan aquí. Intentaré nombrar a algunas, siendo plenamente consciente de que se trata de unalista sumamente incompleta y de que olvido injustamente a muchas. He escrito, literalmente, milesde columnas y entradas en el blog durante ese período, y muchas veces ni siquiera puedoacordarme de a quiénes recurrí en busca de los conocimientos especializados necesarios.

Sobre la asistencia sanitaria, conté con la gran ayuda de Uwe Reinhardt, a quien dedico estelibro, y de Jonathan Gruber.

Dean Baker me ayudó a convencerme de que teníamos un enorme problema de burbujainmobiliaria.

Brad DeLong y yo formamos una especie de tándem para pedir una respuesta keynesiana a lacrisis.

Mi exposición de los problemas con las finanzas de los mercados eficientes se basóampliamente en el trabajo de Justin Fox.

Mike Konczal me ayudó a comprender la lógica defectuosa de la economía de la austeridad ySimon Wren-Lewis a entender por qué impera esta en el Reino Unido.

Richard Kogan fue, creo, la primera persona en alertarme de la inexistencia de un problemade efecto bola de nieve de la deuda.

Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, además de enseñarnos muchísimo a todos sobreimpuestos, me ayudaron mucho a comprender las nuevas propuestas de los demócratas, enespecial el impuesto sobre el patrimonio de Warren.

Chad Bown me explicó lo que estaba sucediendo con los aranceles de Trump.Larry Mishel me enseñó casi todo lo que sé sobre la relación o la falta de la misma entre la

tecnología y la desigualdad. De manera más general, he confiado muchas veces en mi colega delStone Center, Janet Gornick, para entender el significado de los datos sobre la desigualdad.

Casi todo lo que sé sobre el movimiento conservador se lo debo a Rick Perlstein.

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Otra colega de Stone Center, Leslie McCall, me ayudó a entender bien (o, al menos, no tanmal) la ciencia política de las actitudes de los votantes hacia los impuestos y el gasto.

La correspondencia con el irrepetible Michael Mann me ayudó a entender la sucia política dela climatología.

Por último, unas palabras de agradecimiento para Drake McFeely, de Norton, que hapublicado mis libros comerciales, y ha conseguido que sean inmensamente mejores de lo quehabrían sido, desde mucho antes de que empezara a escribir para The New York Times.

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IntroducciónLa buena batalla

Ser comentarista en los medios nunca formó parte del plan.Cuando terminé los estudios de posgrado en 1977, imaginé que dedicaría mi vida a la

docencia y a la investigación. Suponía que, de terminar desempeñando algún papel en el debatepúblico, sería como tecnócrata, alguien que, de manera imparcial, proporcionara a losresponsables de formular políticas información sobre lo que funcionaba y lo que no.

Y si nos fijamos en mis investigaciones más citadas, la mayor parte son bastante apolíticas.En la lista predominan los artículos sobre geografía económica y comercio internacional. Estostextos no son solo apolíticos; en su mayoría, ni siquiera versan sobre política. Más bien sonintentos de entender las pautas comerciales mundiales y la localización de las industrias. Se trata,por utilizar la jerga económica, de «economía positiva» (un análisis de cómo funciona el mundo),no de «economía normativa» (prescripciones sobre cómo debería funcionar).

Pero en el Estados Unidos del siglo XXI todo es político. En muchos casos, aceptar lo quedicen los datos sobre una cuestión económica es visto como un acto partidista. Por ejemplo,¿repuntará la inflación si la Reserva Federal compra un montón de bonos del Estado? La respuestaempírica inequívoca es «no» si la economía está deprimida: la Fed compró bonos por valor detres billones de dólares después de la crisis financiera de 2008 y la inflación se mantuvo baja. Sinembargo, las afirmaciones de que la política de la Fed era peligrosamente inflacionaria seconvirtieron, en la práctica, en la opinión oficial de los republicanos, de modo que el simplehecho de reconocer la realidad pasó a ser visto como una postura progresista.

En realidad, en ciertos casos incluso formular determinadas preguntas se considera un actopartidista. Si uno pregunta qué está ocurriendo con la desigualdad de ingresos, algunosconservadores le tildarán de antiamericano. Desde su punto de vista, incluso sacar a colación ladistribución de la renta, o comparar el crecimiento de los ingresos de la clase media con el de losricos, es «cháchara marxista».

Y no trata solo de economía, naturalmente. Si acaso, los economistas lo tenemos fácil encomparación con los climatólogos, que sufren persecución por llegar a conclusiones que interesespoderosos preferirían que no se hicieran públicos. O pensemos en los sociólogos que estudian lascausas de la violencia con armas: entre 1996 y 2017, los Centros para el Control de Enfermedadestenían literalmente prohibido financiar investigaciones sobre heridas y muertes causadas porarmas de fuego.

Entonces, ¿qué tiene que hacer un aspirante a investigador? Una respuesta es ignorar el fragorpolítico y seguir investigando. Se trata de una elección que puedo respetar y, para la mayoría delos expertos, incluso de los economistas, es la decisión correcta.

Pero también necesitamos intelectuales públicos: personas que comprendan y respeten lainvestigación, pero estén dispuestos a saltar a la palestra política.

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Este libro es una recopilación de artículos, en su mayoría escritos para The New York Times,donde intenté desempeñar esa función. Más adelante hablaré de cómo alcancé esa posición y de loque intento hacer con ella. No obstante, primero formulemos una pregunta diferente: ¿a qué sedebe toda esta politización?

LAS RAÍCES DE LA POLITIZACIÓN

Son muchas las cuestiones políticas y cabe imaginar que los ciudadanos mantienen una ampliavariedad de posturas que no se corresponden con un simple eje derecha-izquierda. Por ejemplo,es posible que haya votantes que estén claramente a favor del control de armas y reclamenpolíticas agresivas para combatir el calentamiento global, pero quieran ver la Seguridad Social yel Medicare privatizados, cuando no eliminados.

No obstante, la política en el Estados Unidos moderno es, en la práctica, bastanteunidimensional. Esto es especialmente cierto entre los representantes electos. Dígame cuál es lapostura de un miembro del Congreso sobre asuntos como la sanidad universal y puedo predecirqué piensa en materia de política climática, y viceversa.

¿Qué define esta única dimensión política? Se trata, básicamente, del tradicional continuumizquierda-derecha: ¿Qué papel cree que deberían desempeñar las políticas públicas en lareducción de los riesgos y las desigualdades de una economía de mercado? ¿Quiere que lasociedad se parezca a la moderna Dinamarca, con sus elevados impuestos, su fuerte red deseguridad social y sus amplias protecciones a los trabajadores o a Estados Unidos durante la Edadde Oro, cuando predominaba el laissez-faire?

En cierto nivel, este eje de la discordia tiene que ver con los valores. Las personas deizquierdas tienden a tener un concepto de la justicia social en el sentido formalizado por elfilósofo John Rawls: creen que las personas deben defender la sociedad que elegirían si nosupieran quiénes van a ser ni qué papel van a desempeñar. Básicamente, esta postura moral es lade «Bien podría ser yo, por la gracia de Dios», aunque a menudo sin la parte de Dios.

En cambio, las personas de derechas consideran (así lo afirman al menos) que laintervención del estado para reducir la desigualdad y el riesgo es inmoral. Gravar a los ricos paraayudar a los pobres es, en su opinión, un tipo de robo, por muy loable que sea el fin.

La economía no puede determinar qué valores ha de tener uno. Sin embargo, puede aclararqué puede esperarse de una política que refleja un conjunto concreto de valores. Aquí es dondeentra en juego la politización. En particular, quienes se oponen a que el gobierno desempeñe unpapel mayor suelen argumentar que dicho papel no es solo inmoral, sino tambiéncontraproducente, e incluso destructivo. Y si los datos no coinciden, atacan tanto a los datos comoa quienes los presentan.

En principio, este tipo de politización podría provenir tanto de la izquierda como de laderecha. De hecho, ha habido momentos y lugares en los que poderosos actores se han negado areconocer, por ejemplo, que los controles de precios provoquen alguna vez escasez o que laimpresión de moneda cause alguna vez inflación; véase la historia reciente de Venezuela. Inclusoen Estados Unidos, algunas personas de izquierdas le tildarán a uno (bueno, a mí) de cómplice de

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los intereses de las empresas por apuntar que existen múltiples maneras de conseguir unacobertura sanitaria universal, que se puede lograr al tiempo que se preserva un papel significativopara el seguro privado.

No obstante, dadas las realidades del dinero y el poder, en el actual Estados Unidos la mayorparte de la politización refleja en todos sus aspectos presiones de la derecha.

A fin de cuentas, aunque hay argumentos filosóficos a favor de una sociedad con bajatributación y un gobierno mínimo, el conservadurismo moderno se basa menos en la convicciónfilosófica que en el hecho de que hay personas que ganarían mucho personalmente si volviéramossobre nuestros pasos hasta la Edad de Oro. Puede que no sean muchas, pero son extremadamentericas. Redunda mucho en su interés promover la idea de que avanzar en su dirección preferidasería bueno para todos. Y el apoyo financiero de multimillonarios derechistas es una poderosafuerza que impulsa las ideas zombis, ideas que van dando tumbos arrastrando los pies ydevorando el cerebro de la gente, pese a haber sido refutadas por las pruebas.

La más persistente de estas ideas zombis es la insistencia en que gravar a los ricos essumamente destructivo para la economía en su conjunto y que las rebajas fiscales a las rentas altasproducirá un crecimiento económico milagroso. Esta doctrina sigue fracasando en la práctica,pero se ha ido afianzando cada vez más en el Partido Republicano.

Hay otras ideas zombis. Si se quiere un estado con una fiscalidad baja y pocas prestaciones,se debe afirmar que los programas de protección social son perjudiciales e inviables, de modoque han de dedicarse muchos esfuerzos a insistir en que es imposible proporcionar una coberturasanitaria universal, aun cuando todos los países avanzados menos Estados Unidos lo hanconseguido de una u otra manera.

Esa es la idea. Sin embargo, aunque es fácil entender la politización del análisis de latributación y el gasto, ¿por qué se extiende a ámbitos que no coinciden tan obviamente con losintereses de clase? Si los multimillonarios también necesitan que el planeta sea habitable, ¿porqué se ha convertido la urgencia climática en un asunto de izquierda-derecha? Si las recesionesafectan negativamente a todo el mundo, ¿por qué se oponen los conservadores a la impresión demoneda para combatir las crisis? ¿Y por qué están las actitudes raciales tan estrechamenterelacionadas con las posiciones sobre la tributación y el gasto?

Buena parte de la respuesta es que los actores políticos creen, con razón en mi opinión, queexiste una especie de efecto de halo que vincula todas las formas de activismo gubernamental. Silos ciudadanos se convencen de que necesitamos una política pública para reducir las emisionesde los gases de efecto invernadero, se vuelven más receptivos a la idea de que necesitamospolíticas públicas para reducir la desigualdad. Si se convencen de que la política monetaria puedecombatir las recesiones, es más probable que apoyen políticas que amplíen el acceso a laasistencia sanitaria.

Esto ha sido siempre así. Ya en los años cuarenta y cincuenta, la derecha estadounidenseluchó ferozmente contra la economía keynesiana, hasta el punto de que intentó impedir que seenseñara en las universidades pese a que John Maynard Keynes la describió correctamente comouna doctrina «moderadamente conservadora», como una manera de preservar el capitalismo, no dereemplazarlo. ¿Por qué? Porque veían en ella el principio de un gobierno más grande en general.No obstante, ahora estamos mucho más polarizados políticamente que entonces y la politizaciónestá aún más extendida.

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Además del efecto de halo, está también el efecto de la estrategia política. Verán, la políticaen Estados Unidos solía tener dos dimensiones, no una; había un eje derecha-izquierda, perotambién un eje de igualdad-segregación racial. Y, hasta la fecha, hay un número significativo devotantes que defienden un gobierno grande para ellos, pero no les gustan las personas con la pielmás oscura. (Lo contrario, la postura libertaria —un gobierno pequeño con tolerancia racial— eslógicamente coherente, pero no parece tener muchos partidarios a excepción de unas decenas detipos con pajarita.) Sin embargo, no existen prácticamente políticos racistas que sean partidariosde un gobierno grande. En su lugar, la derecha económica ha intentado ganarse a los blancos declase trabajadora, pese a que ataca programas de los que dependen, centrándose en su animosidadracial. De este modo, la tolerancia racial y otros tipos de progresismo social, como la igualdad degénero y los derechos LGBTQ, se han visto envueltos en la misma división política que todo lodemás.

El resultado de todo esto es, como ya he dicho, que todo es político. Como reza la famosacita de Daniel Patrick Moynihan, «todo el mundo tiene derecho a tener su propia opinión, pero nosus propios hechos», pero en el actual Estados Unidos muchas personas creen tener derecho a suspropios hechos. Esto significa que el sueño tecnocrático, la idea de ser un analista políticamenteneutral que ayuda a los responsables políticos a gobernar más eficazmente, está muerto, al menosde momento. No obstante, este no es el único papel que pueden desempeñar los expertos a los quenos preocupa adónde nos dirigimos como sociedad.

LA OPINIÓN DE LOS EXPERTOS EN TIEMPOS DE POLARIZACIÓN

Supongamos que usted sabe mucho sobre una materia técnica como la economía, pero tambiénquiere incidir en el discurso público, es decir, en la forma en que las personas que no conocen niles interesan las cuestiones técnicas hablan sobre este tema. Obviamente, describe mi situación,pero también se puede aplicar a otras personas. Hay otros economistas que se han incorporado ala esfera pública, personas como Joseph Stiglitz, un gran economista que se ha reinventado comoun intelectual público, o Simon Wren-Lewis en Gran Bretaña. Asimismo, cada vez son más losperiodistas con una buena formación en economía, como David Leonhardt en The New York Timeso Catherine Rampell en The Washington Post. ¿Qué hace falta para desempeñar eficazmente estepapel?

La última sección de este libro contiene un artículo que escribí en 1991, «Cómo trabajo», enel que establezco cuatro reglas para investigar. De igual manera, déjenme que exponga mis cuatroreglas para ejercer de experto en los medios, que lo inspiran casi todo en este libro. Las dosprimeras reglas no deberían suscitar controversia; las dos restantes espero que aún menos. Esta esla lista:

• Atenerse a lo fácil.• Escribir en inglés.• Ser sincero sobre la deshonestidad.• No tener miedo a hablar de los motivos.

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Atenerse a los fácil: hay muchas cuestiones difíciles en la economía, cuestiones sobre las queinvestigadores serios y honestos discrepan. ¿Cómo deberían abordarlas los economistas-comentaristas?

Mi respuesta es que, en general, deberían rehuir estas cuestiones siempre que sea posible. Locierto es que la inmensa mayoría de las controversias económicas del mundo real tienen que vercon cuestiones sencillas para las que existe una respuesta claramente correcta, pero que interesespoderosos no quieren aceptar. Se puede mejorar el discurso público centrándose en estascuestiones e intentando hacer comprender las respuestas correctas. Las cuestiones difíciles no vana desaparecer, pero las páginas de opinión no son un buen lugar para discutir sobre ellas.

Por ejemplo, cuando se trata de los efectos de la deuda pública, lo que la opinión públicanecesita saber es que intentar equilibrar el presupuesto en una economía deprimida agrava ladepresión y que los temores a una espiral de deuda incontrolada son muy exagerados. Hay otrascuestiones más difíciles (por ejemplo, la pregunta de qué tipo de interés se debe utilizar al evaluarel gasto en infraestructuras), pero las cuestiones fáciles proporcionan mucho material sobre el queescribir.

Escribir en inglés: obviamente, cuando digo que los economistas- comentaristas deberíanescribir en inglés, no lo hago en un sentido literal. De hecho, el mundo estaría en una situaciónmejor si hubiera más personas explicando conceptos económicos básicos en alemán. Lo quequiero decir es que para ser un comentarista eficaz, hay que emplear un lenguaje llano y nosuponer que la gente entiende conceptos con los que está poco familiarizada.

Para ver a qué me refiero, pensemos en mi artículo más citado, «Increasing Returns andEconomic Geography». Durante los años en que me dediqué únicamente a la investigación (elartículo fue publicado en 1991), tenía fama entre los economistas de ser un escritor lúcido, al quese le daba bien expresar con claridad las ideas y mantener el nivel de matemáticas bajo. Sinembargo, en ese artículo, además de ecuaciones, se encuentran afirmaciones como la siguiente:«En presencia de competencia imperfecta y rendimientos crecientes, las externalidadespecuniarias importan». ¿Tendría una idea de qué significa esto siquiera el 1% de mis lectores deThe New York Times?

Huir de la jerga es más difícil de lo que parece. Esto se debe a que la mayor parte de lamisma cumple un propósito: esa cita dice algo importante a las personas a las que va dirigida yharían falta mucho espacio y tiempo, centenares cuando no miles de palabras, para formular lamisma observación sin hacer uso de terminología técnica. También se debe a que, tras años deinmersión en una materia técnica, puede resultar difícil recordar cómo hablan realmente los sereshumanos normales, incluso las personas inteligentes e instruidas.

He estado escribiendo en The New York Times durante dos décadas y, sin embargo, loscorrectores todavía me hacen preguntas de vez en cuando sobre párrafos que no entienden (y quelos lectores no van a entender) porque he supuesto a la ligera que los lectores en general utilizanlas palabras de la misma manera que los economistas. Por ejemplo, cuando los economistas dicen«inversión», normalmente significa la construcción de nuevas fábricas y edificios de oficinas,pero necesitan expresarlo de forma clara si no quieren que los lectores crean que están hablandode comprar acciones.

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Eso no significa que uno crea que los lectores son estúpidos. Simplemente se debereflexionar a fondo sobre cómo comunicar. De hecho, en 2019 publiqué una columna titulada«Getting Real About Rural America», que en parte era una especie de discreta reformulación delos argumentos de aquel artículo de 1991. Y creo que la mayoría de los lectores entendieron a quéme refería, aun cuando hice enfadar a muchos.

Ser sincero sobre la deshonestidad: aquí nos adentramos en uno de los aspectos máscontrovertidos del análisis experto en los medios. Como ya he explicado, en estos tiempos todo espolítico. Y como consecuencia, muchos debates públicos, en la economía y en todo lo demás, serealizan de mala fe.

Tomemos el ejemplo más obvio: las personas que sostienen que deberíamos bajar losimpuestos a los ricos podrían pretender haber llegado a esa conclusión examinando las pruebas,pero no es cierto: no existen pruebas que pudieran hacerles cambiar de opinión. En la práctica, seenfrentan a las pruebas en sentido contrario cambiando las reglas del juego: por ejemplo, lasmismas personas que predijeron que la subida de impuestos de Bill Clinton iba a provocar unadepresión, ahora afirman que el boom de la época de Clinton formó parte del resultado a largoplazo de la rebaja fiscal aplicada por Ronald Reagan en 1981. O simplemente mienten,inventándose las cifras y otros supuestos datos.

Entonces, ¿cómo debe abordar un economista-comentarista esta realidad? Una respuesta, quesé que atrae a muchos economistas, es seguir actuando como si estuviéramos manteniendo undebate de buena fe: presentar las pruebas, explicar por qué significan que una opinión es correctay otra no, y detenerse ahí.

Mi opinión, como se puede suponer, es que con esto no basta, que es injusto para loslectores. Cuando uno se enfrenta a argumentos de mala fe, los lectores tienen que ser informadosno solo de que esos argumentos no son correctos, sino también de que, en realidad, se estánpresentando de mala fe. Por poner otro ejemplo, es importante señalar que quienes predijeron unainflación descontrolada a causa de la compra de bonos por parte de la Fed se equivocaron, perotambién es importante señalar que ninguno de ellos estuvo dispuesto a admitir su error y menosaún a explicar qué los había llevado a equivocarse, y que algunos de ellos cambiaron bruscamentede postura en cuanto hubo un republicano en la Casa Blanca.

En otras palabras, debemos ser sinceros sobre la falta de honestidad que domina el debatepolítico. Muchas veces, la falsedad es el mensaje, lo que me lleva a la última regla.

No tener miedo a hablar de los motivos: me gustaría que viviéramos en un mundo en el quenormalmente se pudiera pensar que los argumentos políticos se formulan de buena fe. Y en algunoscasos así es. Por ejemplo, existe un debate real sobre la eficacia de la «expansión cuantitativa»(la adquisición de bonos por la Fed) a la hora de impulsar la economía. Yo soy escéptico, peropuedo respetar a los optimistas y ambas partes, creo, están abiertas a la discusión.

Sin embargo, en la mayoría de los debates políticos importantes en Estados Unidos en elsiglo XXI, una parte argumenta continuamente de mala fe. Ya he puntualizado que es necesarioseñalar esto, que hay que decirles a los lectores no solo que las declaraciones extravagantes sobreel poder de las rebajas fiscales son falsas, sino que quienes las hacen están siendo deshonestos asabiendas. Permítanme ir un paso más allá y afirmar que ser justo con los lectores significaexplicar por qué son deshonestos.

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En buena medida, eso significa hablar de la naturaleza del conservadurismo estadounidense,de la red bien interconectada entre los medios de comunicación y los laboratorios de ideas quedefienden los intereses de multimillonarios de derechas y se han apropiado hábilmente del PartidoRepublicano. Esta red, el «movimiento conservador», es la que mantiene vivas las ideas zombis,como la creencia en la magia de las rebajas fiscales. Si se mantiene un debate de buena fe, laimpugnación de los motivos de la otra parte es una mala idea. Si se debate con adversarios demala fe, reconocer sus motivos es simplemente cuestión de ser sincero sobre lo que estásucediendo.

Me gustaría que el mundo no fuera como es. Hay veces en las que anhelo la ingenuidad de mijuventud profesional, cuando me limitaba a intentar obtener la respuesta correcta y normalmentepodía pensar que las personas con las que estaba debatiendo teníamos el mismo cometido. Sinembargo, si uno quiere ser un intelectual público eficaz, ha de enfrentarse con el mundo quetenemos, no con el que desea.

ACERCA DE ESTE LIBRO

Empecé a escribir para The New York Times en el año 2000. Con anterioridad, había escritodurante varios años columnas mensuales en Fortune y Slate, pero seguía siendo un economistadedicado principalmente a la investigación. De hecho, escribí el que, personalmente, considero mimejor artículo académico, «It’s Baaack: Japan’s Slump and the Return of the Liquidity Trap» en1998.

The New York Times esperaba que escribiera casi únicamente sobre negocios y economía,pero me encontré en una situación que ni ellos ni yo esperábamos. La administración de GeorgeW. Bush era deshonesta hasta unos niveles nunca vistos antes en la política estadounidense(aunque ahora superados por los trumpistas) y, en mi opinión, era evidente que nos estaballevando a una guerra con pretextos falsos. Sin embargo, ningún otro autor con una columna en unperiódico importante parecía dispuesto a señalar este hecho. Como consecuencia, creí que teníaque hacer ese trabajo.

No obstante, lo mejor que escribí durante ese período fue publicado en 2003 en unarecopilación de mis columnas, El gran resquebrajamiento. Por tanto, no es una época a la quesienta la necesidad de volver.

En su lugar, salvo en unas pocas excepciones, este volumen recopila textos posteriores a2004, después de que Bush fuera reelegido. Para entonces muchas otras personas habían abordadola fraudulenta marcha hacia la guerra, lo que me permitió centrarme en temas más relacionadoscon mi especialidad, como el intento de privatizar la Seguridad Social y los esfuerzos por ampliarla cobertura del seguro médico.

Más de una tercera parte de este libro está dedicada a diferentes aspectos de la crisisfinanciera de 2008 y sus consecuencias. Nadie predijo realmente esta crisis, salvo algunaspersonas que también habían pronosticado muchas otras que nunca sucedieron. Yo mismo reconocíque teníamos una enorme burbuja inmobiliaria, pero me sorprendió el daño que causó el estallidode la burbuja, sobre todo porque no me había percatado de lo vulnerable que se había vueltonuestro sistema financiero por culpa del crecimiento de la banca «paralela» no regulada.

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No obstante, una vez que estalló la crisis, los economistas que habían estudiado estosfenómenos se encontraron en un territorio familiar. Sabemos mucho acerca de las crisisfinancieras, tanto por la teoría como por la historia. También sabemos mucho sobre cómofuncionan las economías después de las crisis: aquel artículo de 1998 trataba sobre lo que sucedecuando ni siquiera un tipo de interés cero es suficiente para restablecer el pleno empleo, unasituación que, de ser un problema exclusivamente japonés, pasó a ser la norma en todo el mundooccidental.

Por tanto, para mí, los cinco años, aproximadamente, posteriores a la crisis de 2008 fueron lamejor y también la peor época. Fueron la mejor en el sentido de que mi papel como columnista ymis investigaciones académicas convergieron casi a la perfección, lo que me permitió hablarmucho sobre lo que debían estar haciendo los responsables políticos. Fueron la peor en el sentidode que estos se negaron de manera insistente a utilizar los conocimientos de que disponíamos y, ensu lugar, optaron por obsesionarse con los déficits presupuestarios basándose en argumentosdudosos, sostenidos a menudo con mala fe, lo que ha causado un enorme sufrimiento innecesario.

El resto del libro trata principalmente de lo que dice el título, de discutir con zombis, desdela rebaja fiscal hasta la negación del cambio climático, y también sobre el movimientoconservador que mantiene vivos a esos zombis. Sí, se habla mucho de Donald Trump, pero yo veoen Trump no tanto una ruptura respecto al pasado, como la culminación de adónde nos ha estadollevando el movimiento conservador durante décadas.

Termino el libro con algunas lecturas más ligeras. Bueno, en realidad, no, pero sí con textosque me ponen de mejor humor. La última sección presenta una selección de artículos relativamentetécnicos en los que vuelvo a mis orígenes intelectuales. Son un poco más áridos y abunda más lajerga que en mis columnas en The New York Times, pero espero que algunos lectores hagan elesfuerzo de ver cómo me enfrento conceptualmente a los problemas.

Así pues, este libro cuenta una historia de lucha por la verdad y la justicia y en contra de lavía zombi. No sé si esta batalla se podrá ganar del todo alguna vez, pero sí se puede perder. Aunasí, es sin duda una causa por la que merece la pena luchar.

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Salvar la Seguridad Social

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Después de las «elecciones caquis»

La noche electoral de 2004 no causó tanta conmoción como la de 2016, pero supuso una amargadecepción para los progresistas estadounidenses. La imagen de George W. Bush ha mejorado aposteriori; la gente lo considera, acertadamente, mejor que Donald Trump y olvida lasatrocidades cometidas durante su mandato. Ante todo, llevó a la guerra a Estados Unidos conpretextos falsos y centenares de miles de personas murieron como consecuencia. Ver cómo losvotantes recompensaban esta vileza no fue algo agradable.

Además, había muchos comentaristas que no veían las elecciones únicamente como unacontecimiento aislado, sino como el presagio de un liderazgo conservador permanente. Si unomiraba los canales de televisión (en esa época la gente todavía veía las cadenas convencionales),estaban llenos de personas que declaraban la muerte del progresismo estadounidense, laconfirmación de que éramos una nación básicamente conservadora.

Sin embargo, un examen más detenido revelaba una historia diferente. Las elecciones de2004 no fueron una ratificación de las políticas conservadoras, ya que destacaron por la ausenciade debate político, debido en parte a que los asuntos políticos no pudieron franquear latrivialización impuesta por la mayoría de los medios de comunicación. Por ejemplo, en ciertomomento examiné las transcripciones de las noticias de un mes para ver qué habían contado a lostelespectadores sobre las propuestas sanitarias de los candidatos, que, en realidad, eran muydiferentes. La respuesta fue: nada. Se emitieron un par de reportajes sobre cómo se estabanutilizando políticamente las propuestas en materia de salud, pero ni una sola palabra acerca de enqué consistían.

En su lugar, las elecciones se disputaron en torno a imágenes y percepciones. Bush seguíadisfrutando de su fama posterior al 11-S y del espejismo de la victoria en Irak; muchosestadounidenses todavía veían en él a un icono heroico de la seguridad nacional, convirtiendo loscomicios en lo que los británicos denominan unas «elecciones caquis». Un tema menor pero aunasí importante tenía que ver con los valores tradicionales: algunos activistas habían empezado apresionar a favor de la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y sedesencadenó una desagradable reacción en contra.

De este modo, Bush consiguió la reelección, como yo solía decir en broma, haciéndose pasarpor un defensor de Estados Unidos frente a los terroristas unidos en matrimonios gais. Sinembargo, inmediatamente después de las elecciones declaró que tenía un mandato para privatizarla Seguridad Social y convertirla en un sistema de cuentas de inversiones individuales.

¿Por qué imaginaron Bush y sus asesores que esto iba funcionar desde el punto de vistapolítico? Parte de la respuesta es que, al igual que muchas personas acomodadas, no tenían ni ideade lo importante que es la Seguridad Social para la mayoría de los estadounidenses.

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Si usted es un bien remunerado asesor político, un periodista o trabaja como experto para unthink tanks o algo parecido, es probable que tenga un buen plan de jubilación privado y espereposeer una cantidad considerable de bienes al cumplir los sesenta y cinco años. Sin embargo, lamayoría de los jubilados dependen de la Seguridad Social para obtener la mayor parte de susingresos y, para una tercera parte aproximadamente, es prácticamente su única fuente de ingresos.Cuando la gente comenzó a darse cuenta de que Bush quería socavar de verdad el programa, no sepuso, lo que se dice, contenta.

Bush y compañía no solo no comprendieron lo apreciada que es la Seguridad Social entre losvotantes en general. También confiaron demasiado en el consenso de las élites.

Puede que las cosas estén empezando a cambiar últimamente, pero durante el período queanaliza este libro había en todo momento cosas que todo aquel que quería parecer sensato y bieninformado en los círculos de Washington «sabía» no porque fueran ciertas, sino porque era lo quetodos los demás miembros de la élite estaban diciendo. Y una de ellas era que la Seguridad Socialestaba en crisis y necesitaba una reforma drástica. Quienes afirmaban esto no habían indagado encómo funciona el sistema de jubilación en Estados Unidos o en la aritmética de su futuro; sabíanque eso era lo que se esperaba que dijeran. Como escribí en cierto momento, decir que laSeguridad Social padecía una crisis que exigía recortes de prestaciones era un «distintivo deseriedad».

El deseo de parecer serio iba acompañado de un deseo de parecer moderno. La SeguridadSocial ya existía desde hacía ochenta años cuando se entabló el debate sobre su privatización, yun buen número de comentaristas utilizaba la edad como pretexto para aducir que había quereformarla y convertirla en algo acorde con el siglo XXI.

Al fin y al cabo, las pensiones corporativas habían cambiado drásticamente: la anticuadapensión con «prestaciones definidas», en la que se abonaba una cantidad fija cada mes, habíadado paso a los planes de «cotizaciones definidas», en los que se depositaba dinero en una cuentade inversión. ¿Por qué no hacer lo mismo con la Seguridad Social? Lo cierto es que había muybuenas razones. De hecho, el nuevo nivel de riesgo de los planes de jubilación privados hacía quefuera todavía más importante que las personas tuvieran unos ingresos estables garantizados por sisus inversiones salían mal. Pero esto no era nada obvio para personas que no estabanacostumbradas a pensar mucho en los aspectos económicos de la jubilación.

Y ahí es donde intervine yo (y varios analistas políticos progresistas).Dos cosas, principalmente, salvaron a la Seguridad Social de la privatización: la inmensa

oposición de la opinión pública cuando comprendió lo que estaba ocurriendo y la postura firme delos dirigentes demócratas, en especial de Nancy Pelosi, en contra de las estupideces de la élite.(Al preguntarle a Pelosi cuándo iba a presentar su propio plan para la Seguridad Social,respondió: «Nunca. ¿Le sirve nunca?».) No obstante, las personas como yo también podíamosdesempeñar un papel, que en ese momento parecía importante, a la hora de desmontar eldisparate: mostrando que la supuesta crisis no era real, que la privatización no era la respuesta aun problema real, que prestar ayuda básica durante la jubilación es algo que debe hacer elgobierno y que puede hacer mejor que el sector privado.

Y sucedió algo asombroso. Por primera vez desde que soy columnista en The New YorkTimes, mi bando venció en un debate político.

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La Seguridad Social asusta5 de marzo de 2004

El informe anual del Consejo de Administración de la Seguridad Social revela un sistema quegoza de bastante buena salud financiera. De hecho, bastaría con pequeñas inyecciones de fondospara mantener el nivel actual de beneficios durante al menos los próximos setenta y cinco años.Otros informes, sin embargo, parecen describir un sistema con graves problemas financieros. Porejemplo, un estudio del Tesoro de 2002, citado el martes en The New York Times, afirma que laSeguridad Social y Medicare tienen un descubierto de 44 billones de dólares. ¿Cuál es la verdad?

He aquí una pista: aunque incluso políticos de derechas insisten en público en que quierensalvar la Seguridad Social, los ideólogos que influyen en sus opiniones están deseando tener unaexcusa para desmantelar el sistema, por lo que se han de leer con sumo cuidado los informesalarmantes elaborados por personas que trabajan en instituciones con motivaciones ideológicas,una lista que ahora incluye al Tesoro.

En primer lugar, dos palabras («y Medicare») marcan una enorme diferencia. Según elestudio del Tesoro, solo el 16% de ese déficit de 44 billones de dólares proviene de la SeguridadSocial. En segundo lugar, el supuesto déficit de ambos programas proviene principalmente deproyecciones sobre un futuro lejano; el 62% del déficit combinado se produce después de 2077.

Entonces, ¿muestra el informe del Tesoro una crisis inminente de la Seguridad Social? No.El problema de la Seguridad Social es en sí un asunto demográfico: a medida que la

población envejezca, la cifra de jubilados aumentará con más rapidez que la de trabajadores.Como consecuencia, los gastos en prestaciones aumentarán en aproximadamente un 2% del PIB alo largo de los próximos treinta años y lentamente a partir de entonces. En comparación, hacerpermanentes los recortes fiscales de Bush reduciría los ingresos en al menos un 2,5% del PIB apartir de ahora. Esta es la razón, junto con el hecho de que la Seguridad Social registreactualmente un superávit —a diferencia del resto del gobierno federal—, de que los recortesfiscales de Bush sean un problema mucho mayor para el futuro fiscal de la nación que el déficit dela Seguridad Social.

Aunque se suele relacionar a Medicare con la Seguridad Social, es un programa diferenteque afronta problemas diferentes. El aumento previsto de los gastos de Medicare está impulsadoprincipalmente no por la demografía, sino por el coste creciente de la atención médica, lo que, asu vez, refleja los avances médicos que permite tratar una mayor variedad de enfermedades.

Si esta tendencia continúa, lo que no es en absoluto seguro cuando se considera a muy largoplazo, podríamos enfrentarnos a la larga a un verdadero dilema que afecta a toda la asistenciamédica, no solo a la atención de los jubilados: un dilema tanto moral como económico. Podríallegar a darse el caso de que ofrecer a todos los estadounidenses todas las ventajas de la medicinamoderna obligará al gobierno a recaudar mucho más dinero que ahora, pero no proporcionar esa

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atención significará ver cómo estadounidenses pobres y de clase media mueren prematuramente osufren una fuerte degradación de la calidad de vida porque no pueden permitirse un tratamientomédico completo.

No obstante, este dilema estará ahí independientemente de lo que hagamos con la SeguridadSocial. Ni siquiera está claro que debamos intentar resolverlo ahora. Estoy a favor de adoptar unaperspectiva a largo plazo; cuando la administración realiza proyecciones presupuestariasúnicamente para cinco años con el fin de ocultar los costos conocidos algunos años más, uno nopuede sino indignarse. Planifiquemos con mucha antelación, por supuesto, pero establezcamosalgunos límites. Cuando la gente formula advertencias ominosas sobre los costes de Medicaredespués de 2077, mi pregunta es: ¿por qué deben reflejar las decisiones fiscales de hoy losposibles costes de proporcionar a generaciones que todavía no han nacido tratamientos médicosaún no inventados?

El mayor riesgo al que se enfrenta ahora la Seguridad Social es político. ¿Utilizarán quienesodian el sistema tácticas para asustar y cálculos confusos para derribarlo?

Después de que Alan Greenspan pidiera recortes de las prestaciones de la Seguridad Social,miembros republicanos del Congreso declararon que la respuesta era crear cuentas de jubilaciónprivadas. Es asombroso que sigan pregonando este elixir milagroso; y más increíble aún que losperiodistas continúen dejando que se salgan con la suya. Ayer, en The Wall Street Journal, unarticulista declaró juiciosamente que las «cuentas personales por sí solas no remediarán los malesde la Seguridad Social». Supongo que es verdad; del mismo que comer solo donuts no hará queuno pierda peso. ¿Por qué es tan difícil decir claramente que la privatización empeoraría, en lugarde mejorar, las finanzas de la Seguridad Social?

¿Debemos considerar emprender reformas modestas que reduzcan los gastos o amplíen labase de ingresos de la Seguridad Social? Sin duda. Pero cuidado con quienes afirman quedebemos destruir el sistema para salvarlo.

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Inventar una crisis7 de diciembre de 2004

La privatización de la Seguridad Social, la sustitución del sistema actual, en parte o en sutotalidad, por fondos de pensiones privados, no servirá para fortalecer la solvencia del sistema.Si acaso, empeorará las cosas. No obstante, las políticas de privatización dependen decisivamentede que se logre convencer a los ciudadanos de que el sistema corre un peligro inminente dedesmoronarse, de que debemos destruir la Seguridad Social para salvarla.

Tendré mucho que decir sobre el tema cuando retome mis rutinas habituales en enero, peroahora mismo me parece importante interrumpir mi descanso para refutar la propaganda de la crisisde la Seguridad Social.

El funcionamiento de la Seguridad Social no tiene nada de extraño ni de misterioso: se tratasimplemente de un programa gubernamental que se financia con un impuesto específico sobre lasnóminas, al igual que el mantenimiento de las carreteras se financia con un impuesto específicosobre la gasolina.

Ahora mismo, los ingresos provenientes del impuesto sobre la nómina superan a la cantidaddesembolsada en prestaciones. Es intencionado: el resultado de un aumento de los impuestossobre la nómina, recomendado nada menos que por Alan Greenspan, hace dos décadas. Sujustificación en ese momento para subir un impuesto que recae principalmente en las familias coningresos bajos y medios, aunque Ronald Reagan había reducido los impuestos ese otoño a los muyricos, fue que los ingresos adicionales eran necesarios para constituir un fondo fiduciario. Este sepodría utilizar para pagar las prestaciones cuando la generación del baby boom empezara ajubilarse.

La parte de verdad en las afirmaciones de que existe una crisis de la Seguridad Social es queesta subida de impuestos no fue suficientemente grande. Las previsiones recogidas en un informereciente de la Oficina de Presupuestos del Congreso (que probablemente son más realistas que lasproyecciones muy cautas de la Administración de la Seguridad Social) indican que el fondofiduciario se agotará en 2052. El sistema no irá a la «quiebra» en ese momento; incluso despuésde que el fondo fiduciario se acabe, los ingresos de la Seguridad Social cubrirán el 81% de lasprestaciones prometidas. Sin embargo, existe un problema de financiación a largo plazo.

Pero se trata de un problema de modestas dimensiones. El informe concluye que laampliación de la vida del fondo fiduciario hasta el siglo XXII, sin cambios en las prestaciones,requeriría unos ingresos adicionales equivalentes a solo el 0,54% del PIB. Eso es menos del 3%del gasto federal, menos de lo que estamos gastando actualmente en Irak. Y es únicamente en tornoa una cuarta parte de los ingresos que se pierden cada año debido a las reducciones de impuestosdel presidente Bush: el equivalente aproximado a la parte de esas reducciones que beneficia a laspersonas con ingresos superiores a 500.000 dólares al año.

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En vista de estas cifras, no es difícil proponer paquetes de medidas fiscales que garanticen elprograma de jubilación, sin cambios importantes, para las generaciones venideras.

Es cierto que el gobierno federal en su conjunto se enfrenta a un déficit financiero muyelevado. Sin embargo, ese déficit tiene tanto que ver con las reducciones de impuestos, que Bushinsiste en que sean permanentes, como con la Seguridad Social.

Pero como la política de privatización depende de que se logre convencer a los ciudadanosde que existe una crisis de la Seguridad Social, los partidarios de esa privatización han hechotodo lo posible para inventarse una.

Mi ejemplo favorito de su lógica trilera es el siguiente: primero insisten en que el superávitactual del sistema de la Seguridad Social y el fondo fiduciario acumulado con ese superávit notienen sentido. Afirman que la Seguridad Social no es una entidad realmente independiente, queforma parte del gobierno federal.

Por cierto, si el fondo fiduciario no tiene sentido, aquel aumento de los impuestos auspiciadopor Greenspan en los años ochenta no fue más que un ejercicio de lucha de clases: se aumentaronlos impuestos a los estadounidenses de clase trabajadora y se redujeron los impuestos a los ricos,y los trabajadores no han obtenido nada por su sacrificio.

Pero no importa: las mismas personas que afirman que la Seguridad Social no es una entidadindependiente cuando tiene superávits también insisten en que, a finales de la próxima década,cuando los pagos de las prestaciones empiecen a superar a los ingresos procedentes de losimpuestos sobre la nómina, se producirá una crisis; ya ven, la Seguridad Social cuenta con supropia financiación específica y, por tanto, debe valerse por sí misma.

No hay una forma honesta de poder defender ambas posturas, pero en la de los privatizadoreshay muy poca sinceridad. Vienen a enterrar la Seguridad Social, no a salvarla. No estánverdaderamente preocupados por la posibilidad de que el sistema fracase algún día; estánmolestos por el éxito histórico del sistema.

La Seguridad Social es un programa gubernamental que funciona, una demostración de quecon una modesta cantidad de impuestos y de gasto se pueden mejorar las vidas de los ciudadanosy hacer que sean más seguras. Y es por eso que la derecha quiere destruirla.

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Apostar por el fracaso17 de diciembre de 2004

Mientras la administración Bush intenta convencer a Estados Unidos para que convierta laSeguridad Social en un gigantesco 401(k),* podemos aprender mucho de otros países que ya hanoptado por esa vía.

No es difícil encontrar información sobre las experiencias de otros países con laprivatización. Por ejemplo, la Century Foundation, en www.tcf.org, ofrece una amplia variedad deenlaces.

Sin embargo, aparte de dar espacio al Instituto Cato y a otras organizaciones que promuevenla privatización de la Seguridad Social, y presentar historias optimistas sobre Chile, los mediosde comunicación estadounidenses han facilitado poca información a sus lectores y espectadoressobre las experiencias internacionales. En particular, no han contado a la población dos secretos avoces:

La privatización disipa una gran parte de las cotizaciones de los trabajadores debido a lascomisiones que cobran las sociedades de inversión.

Deja a muchos jubilados en la pobreza.Décadas de marketing conservador han convencido a los estadounidenses de que los

programas gubernamentales crean invariablemente burocracias sobredimensionadas, mientras queel sector privado siempre es ágil y eficiente. Pero cuando se trata de la jubilación, ocurre todo locontrario. Más del 99% de los ingresos de la Seguridad Social se destinan a prestaciones y menosdel 1% a gastos generales. En el sistema chileno, las comisiones de gestión son unas veinte vecesmás elevadas. Y esa es una cifra típica en el caso de los sistemas privatizados.

Estas comisiones reducen considerablemente los rendimientos que los individuos puedenesperar de sus cuentas. En Gran Bretaña, que tiene un sistema privatizado desde los tiempos deMargaret Thatcher, la alarma por las elevadas comisiones que cobran algunas sociedades deinversión llevó a los organismos reguladores del gobierno a imponer un «tope». Aun así, lascomisiones continúan llevándose una buena parte de los ahorros para la jubilación de losbritánicos.

Una predicción razonable de la tasa real de rendimiento de las cuentas personales en EstadosUnidos sería del 4% o menos. Si introducimos un sistema con unas comisiones de gestiónsimilares a las de Gran Bretaña, los rendimientos netos para los trabajadores se reducirán en másde un 25%. Si se añaden grandes recortes en las prestaciones garantizadas y un gran incrementodel riesgo, nos encontramos con una «reforma» que perjudica a todos menos al sector de lasinversiones.

Los partidarios de esta vía insisten en que un sistema estadounidense privatizado puedemantener los gastos mucho más bajos. Es cierto que los costes serán bajos si las inversiones selimitan a fondos indexados con gastos bajos; es decir, si las autoridades gubernamentales, no los

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individuos, toman las decisiones sobre las inversiones. Pero si es así como funcionará el sistema,las indicaciones de que los trabajadores tendrán el control de su propio dinero (hace dos años,Cato rebautizó su Proyecto sobre la Privatización de la Seguridad Social y sustituyó«privatización» por «elección») son publicidad engañosa.

Y si hay normas que limiten a los trabajadores a las inversiones de bajo costo, los grupos depresión del sector financiero intentarán que esas normas sean anuladas.

A propósito, no creo que el principal motivo de la privatización sea proporcionar a lassociedades financieras unos enormes e inesperados beneficios; se trata ante todo de una cuestiónideológica. No obstante, esos enormes beneficios son una importante razón para que Wall Streetdesee la privatización, y todos los demás deberían desconfiar.

Está también la cuestión de la pobreza entre los ancianos.Los partidarios de la privatización que ensalzan el sistema chileno nunca mencionan que

todavía no ha cumplido su promesa de reducir el gasto público. Transcurridos más de veinte añosdesde su creación, el gobierno sigue inyectando fondos. ¿Por qué? Porque, como señala un estudiode la Reserva Federal, el gobierno chileno debe «conceder subsidios a los trabajadores que nologren acumular suficiente capital como para acceder a un pensión mínima». Dicho de otro modo,la privatización habría condenado a muchos jubilados a la pobreza y el gobierno tuvo queintervenir para salvarlos.

Lo mismo sucede en Gran Bretaña. Su Comisión de Pensiones advierte de que quienes creenque la privatización de Thatcher resolvió el problema de las jubilaciones viven en la «inopia».Será necesario un gran gasto público adicional para evitar que reaparezca la pobreza generalizadaentre los ancianos, un problema que Gran Bretaña, al igual que Estados Unidos, creía haberresuelto.

La experiencia británica está directamente relacionada con los planes de la administraciónBush. Si los indicios actuales son una señal de lo que viene, el plan definitivo probablementepretenderá ahorrar dinero en el futuro reduciendo las prestaciones garantizadas por la SeguridadSocial. Este ahorro será un espejismo: dentro de veinte años una versión estadounidense de lacomisión británica alertará de que es necesario un gran gasto público adicional para evitar elinminente aumento de la pobreza entre los jubilados.

Así pues, la administración Bush quiere suprimir un sistema de pensiones que funciona y que,con unas reformas modestas, podría conseguirse que fuera financieramente solvente para lasgeneraciones futuras. En su lugar, desea apostar por el fracaso, emular sistemas que, cuando se hanprobado en otros lugares, ni han ahorrado dinero ni han protegido a los ancianos de la pobreza.

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Lecciones de la Seguridad Social15 de agosto de 2005

La Seguridad Social cumplió ayer setenta años. Y para sorpresa de casi todo el mundo, elprograma gubernamental de más éxito de la nación se mantiene intacto.

Hace solo unos meses la opinión general era que el presidente Bush se saldría con la suyacon la Seguridad Social. Sin embargo, su afán privatizador fracasó tan estrepitosamente, que lacuestión prácticamente ha desaparecido del debate nacional.

No obstante, me gustaría volver a hablar de la Seguridad Social por un momento, ya que esimportante recordar lo que Bush intentó sacar adelante.

Muchos expertos y consejos editoriales siguen atribuyendo a Bush el mérito de intentar«reformar» la Seguridad Social. En realidad, Bush quería enterrar la Seguridad Social, nosalvarla. Con el tiempo, el plan de Bush habría transformado nuestro programa de SeguridadSocial en un fondo común de inversión, sin nada en común con el sistema que creó Franklin D.Roosevelt excepto el nombre.

Además de falsear sus objetivos, Bush mintió reiteradamente sobre el sistema actual. Losiento, ¿ha sido un comentario grosero? Sin embargo, lo cierto es que dijo en varias ocasionescosas que eran manifiestamente falsas y que su equipo debía haber sabido que lo eran. Lasfalsedades iban desde la afirmación de que la Seguridad Social es injusta para los afroamericanoshasta la aseveración de que «esperar un solo año aumenta en 600.000 millones de dólares loscostes de arreglar la Seguridad Social».

Mientras tanto, el gobierno politizó la Administración de la Seguridad Social y utilizó eldinero de los contribuyentes para promover una agenda partidista. Los funcionarios de laSeguridad Social participaron en lo que en realidad fueron mítines políticos financiados por loscontribuyentes, de los que se excluyó a los miembros más escépticos de la sociedad.

Escribo sobre esto en pasado, pero en parte todavía está sucediendo. La semana pasada, JoAnne Barnhart, la responsable de la Seguridad Social, publicó un artículo de opinión en el queafirmaba que la Seguridad Social como la conocemos fue concebida para una sociedad en la quelas personas no vivían lo suficiente como para recibir muchas prestaciones. «La cifra deestadounidenses mayores que viven ahora es mayor de la que nadie habría podido imaginar en1935», escribió Barnhart.

Ahora resulta que un artículo publicado en la página web de la Administración de laSeguridad Social, «Life Expectancy for Social Security», rechaza expresamente la idea de que laSeguridad Social fue originalmente «concebida de modo que pocas personas pudieran recibir lasprestaciones» y también la idea relacionada de que el sistema se enfrenta a problemas debido a«un supuesto aumento espectacular de la esperanza de vida en los últimos años».

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Y la cifra actual de estadounidenses mayores en relación con la población total esprácticamente la que esperaban los fundadores de la Seguridad Social. El informe de 1934 delComité de Seguridad Económica de Franklin D. Roosevelt, que estableció las bases para la Leyde Seguridad Social, proyectó que, en el año 2000, el 12,7% de los estadounidenses tendríasesenta y cinco años o más. La cifra real fue del 12,4%.

Sin embargo, pese a los esfuerzos de Barnhart, la privatización parece estar muerta demomento. Los líderes del Partido Demócrata en el Congreso no cedieron a las presiones de laexpertocracia, que se mostraba muy a favor de la privatización, y los estadounidenses dejaronclaro que les gusta la Seguridad Social tal como es.

No obstante, la campaña a favor de la privatización fue un ejemplo perfecto de cómo vendela administración sus políticas: falseando sus objetivos, mintiendo sobre los hechos y abusando desu control de los organismos gubernamentales. Fueron las mismas tácticas que se usaron paravender tanto los recortes fiscales como la guerra de Irak.

Y existen dos razones para estudiar esta lección. Una es estar preparados para lo que venga acontinuación en la agenda de Bush. Pese a las duras palabras sobre Irán, no creo que puedaproponer otra guerra: no disponemos de suficientes tropas para luchar en las guerras que yatenemos. No obstante, todavía hay margen para otra gran iniciativa nacional, probablemente lareforma tributaria.

Hombre prevenido vale por dos: los verdaderos objetivos de la reforma no recibirán tantapublicidad, la administración dirá cosas sobre el sistema actual que no son ciertas y elDepartamento del Tesoro desempeñará sus funciones de manera puramente partidista.

La otra razón es que el rechazo visceral de la población a la privatización, junto con lacreciente consternación por el desastre en Irak, brinda a los demócratas una oportunidad paracuestionar la tendencia de la administración a decir mentiras. La cuestión es si se atreverán aaprovechar esa oportunidad, cuando para algunos significa admitir que también ellos fueronengañados.

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Recuerdos de la privatizaciónBlog en The New York Times28 de marzo de 2015

Dave Weigel ofrece una de las retrospectivas más interesantes de Harry Reid, en la que se centraen su papel en la lucha contra el intento de Bush de privatizar la Seguridad Social y, en particular,en cómo forjó una alianza con blogueros progresistas.

Recuerdo muy bien ese episodio por varias razones. Una era que yo también estabaescribiendo mucho, rebatiendo un mal argumento tras otro a favor de la privatización. No era laprimera vez que hacía algo así, pero en esta ocasión fue diferente por dos motivos: fue muyintenso y, por una vez, mi bando en el debate venció en la batalla política.

Fue también un período de formación de mis percepciones sobre cómo se desarrollanrealmente los debates políticos en el Estados Unidos moderno. Hay siempre tres bandos: laderecha, que no está interesada ni en los hechos ni en la lógica; la izquierda (que no es muyizquierdista en este país; en realidad, es el centroizquierda según todos los estándares); y losautoproclamados centristas, que poseen muy poca base electoral en el país en general, pero muchainfluencia en Washington.

Y lo que se aprendía muy pronto en el debate sobre la Seguridad Social era que los centristasquerían creer desesperadamente que existía una simetría entre la izquierda y la derecha, que losdemócratas y los republicanos son igual de extremistas a su manera. Y esto significa que siemprebuscan modos de decir cosas buenas sobre los republicanos y sus propuestas políticas, por muymalas que estas sean. Así es como Paul Ryan acabó recibiendo un premio a la responsabilidadfiscal.

Por tanto, en 2005 Bush estaba haciendo una afirmación dudosa acompañada de unaconclusión totalmente ilógica. En primer lugar, la afirmación de que la Seguridad Social estaba encrisis; en segundo lugar, que la respuesta era la privatización, pese a que no contribuiría en nada amejorar las finanzas del sistema. ¿Cómo podían los centristas decir cosas buenas de una añagazatan burda?

Bueno, esto dijo Joe Klein* en 2005:

Coincido con Paul [Krugman] en que las cuentas privadas no tienen nada que ver con la solvencia y que estaes el problema. Discrepo de Paul porque creo que las cuentas privadas [son] una política formidable y que, enla era de la información, se van a necesitar tipos de estructuras en el área de los servicios sociales diferentesa las que existían en la era industrial. No obstante, es difícil realizar un cambio de este tipo en estascircunstancias políticas, en las que los partidos están tan enfrentados.

Los demócratas han hecho demagogia de manera abierta y descarada, sobre esta cuestión durante losúltimos diez o quince años. No han propuesto nada positivo para la Seguridad Social, Medicare o Medicaid, yes hora de que busquen un compromiso al respecto.

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¿Cómo? Hay que decir a su favor que Klein reconoció posteriormente que estaba totalmenteequivocado. Pero la cuestión es que lo que vimos en este caso fue el instinto de idear algo,cualquier cosa, que permitiera a los centristas pretender que existía una simetría entre lospartidos.

A propósito, sobre que los demócratas no hicieran nada con respecto a Medicare y Medicaid,es interesante examinar las previsiones presupuestarias realizadas en la época del debate sobre laSeguridad Social. Por entonces, la Oficina de Presupuestos del Congreso** preveía que para elaño fiscal 2014 el gasto en Medicare ascendería a 708.000 millones de dólares y en Medicaid a361.000 millones de dólares. Los números reales para 2014 fueron 600.000 y 301.000,respectivamente, pese a la expansión del Medicaid con el Obamacare. Al menos parte de estoscostes inesperadamente bajos se pueden atribuir a las medidas incluidas en la Ley de Protecciónal Paciente y Atención Sanitaria Asequible. Y aunque parezca mentira, se consiguió sin destruir oprivatizar los programas.

Pero volviendo a 2005: lo que Harry Reid comprendió fue que había llegado el momento dedejar de cortejar a la Gente Muy Seria (GMS) y, en su lugar, formar una alianza con los DFH, queno es precisamente la abreviatura de Dirty Foolish Hippies,*** quienes, a diferencia de la GMS,estaban hablando sensatamente tanto sobre las estrategias como sobre las políticas. Fue un puntode inflexión importante.

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Lo que el gobierno sabe hacer mejor10 de abril de 2015

Mientras los candidatos republicanos a la presidencia recitan sus programas políticos —quesiempre conllevan una rebaja de impuestos a los ricos y un recorte drástico de las prestacionesque reciben los pobres y la clase media—, en el otro extremo del espectro político estánapareciendo ideas verdaderamente novedosas. Es como si, de repente, muchos demócratashubiesen decidido romper con la ortodoxia de Washington, que siempre pide recortes de las«ayudas sociales». Lo que proponen en cambio es que las prestaciones de la Seguridad Social seamplíen.

Este hecho es de agradecer por dos motivos. Primero, el argumento para ampliar laSeguridad Social es bastante bueno. Segundo, y más importante, parece que los demócratas por finestán plantándole cara a la propaganda antigubernamental y admiten el hecho de que hay algunascosas que el gobierno hace mejor que el sector privado.

Como todos los países desarrollados, Estados Unidos depende sobre todo del mercado y lainiciativa privados para proporcionar a los ciudadanos todo aquello que quieren y necesitan, yprácticamente ningún político estadounidense propondría que eso cambiase. Hace ya muchotiempo que quedaron atrás los días en que parecía una buena idea que el gobierno controlasedirectamente una gran parte de la economía.

Pero también sabemos que hay cosas que, hasta cierto punto, debe hacerlas el gobierno.Cualquier libro de texto de economía habla de determinados «bienes públicos», como la defensanacional y el control del tráfico aéreo, que no pueden ponerse a disposición de cualquiera sin queestén a disposición de todos y, por tanto, no ofrecen incentivos para que los suministren lasempresas con ánimo de lucro. ¿Pero son los bienes públicos el único ámbito en el que el gobiernosupera al sector privado? De ninguna manera.

Un ejemplo típico de actividad en la que el gobierno destaca son los seguros médicos. Sí, losconservadores siempre están haciendo campaña a favor de una mayor privatización —concretamente, quieren reducir Medicare a unos simples cupones canjeables por un seguroprivado—, pero todas las pruebas indican que esto nos llevaría justamente por el caminoequivocado. Medicare y Medicaid son considerablemente más baratos y eficaces que los segurosprivados; incluso conllevan menos papeleo. En el plano internacional, el sistema sanitarioestadounidense es único en cuanto a su dependencia del sector privado, y también es único por suincreíble ineficacia y su alto coste.

Y hay otro ejemplo importante de superioridad gubernamental: las pensiones de jubilación.Tal vez no necesitaríamos la Seguridad Social si la gente corriente fuese de verdad tan

perfectamente racional y tuviese tanta visión de futuro como a los economistas les gusta suponeren sus modelos (y a la gente de derechas en su propaganda). En un mundo ideal, los trabajadoresde veinticinco años basarían sus decisiones sobre cuánto ahorrar en una valoración realista de lo

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que necesitarán para vivir cómodamente cuando tengan más de setenta años. También seríaninteligentes y perspicaces a la hora de invertir esos ahorros, y se esmerarían por encontrar elmejor equilibrio posible entre riesgo y rentabilidad.

En el mundo real, sin embargo, muchos estadounidenses, posiblemente la mayoría de ellos,ahorran poquísimo para su jubilación. Además, invierten mal esos ahorros. Por ejemplo, uninforme reciente de la Casa Blanca revelaba que los estadounidenses pierden miles de millonescada año debido a que los asesores de inversión ponen más empeño en ganar tanto como puedenque en velar por el bienestar de sus clientes.

Uno podría sentir la tentación de responder que si los trabajadores ahorran demasiado poco einvierten mal, es culpa suya. Pero la gente tiene trabajo e hijos y debe hacer frente a todas lascrisis de la vida. Es injusto esperar que, además, sean inversores expertos. En cualquier caso, sesupone que la economía debe ser útil para las personas reales que viven una vida real; y no unacarrera de obstáculos que solo unos cuantos puedan superar.

Y, en el mundo real de la jubilación, la Seguridad Social es un ejemplo excelente de unsistema que funciona. Es sencillo y limpio, con un coste operativo bajo y unos trámitesburocráticos mínimos. Les brinda a los estadounidenses mayores que han trabajado mucho durantetoda su vida la oportunidad de vivir decentemente tras jubilarse, sin necesidad de poseer lacapacidad inhumana de anticiparse al futuro que les espera décadas después, ni ser, además, unosprodigios de la inversión. El único problema es que el declive de las pensiones privadas y susustitución por los planes 401(k), que resultan insuficientes, han dejado un vacío que la SeguridadSocial no tiene actualmente capacidad suficiente para llenar. Así que, ¿por qué no ampliarla?

Ni que decir tiene que esta clase de propuesta ya está provocando reacciones casi histéricas,no solo de la derecha, sino también de autoproclamados centristas. Como escribí hace algunosaños, el hecho de pedir que se recorte la Seguridad Social se ha considerado durante muchotiempo, en los círculos de Washington, «una señal de seriedad, una forma de demostrar latenacidad y las cualidades de estadista que se poseen». Y solo ha transcurrido una década desdeque el ex presidente George W. Bush intentase privatizar el programa, con mucho apoyo centrista.

Pero la verdadera seriedad consiste en observar lo que funciona y lo que no. Los planes dejubilación privatizados funcionan muy mal; la Seguridad Social funciona muy bien. Y deberíamosaprovechar ese éxito.

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El camino hasta el Obamacare

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La elaboración de un programa positivo

No soy un economista de la salud, pero ejerzo como tal en la televisión y, lo que es másimportante, en las páginas de opinión de The New York Times. Y estudié para interpretar esepapel, aprendiendo de los mejores economistas de la salud, sobre todo de mi difunto colega dePrinceton, Uwe Reinhardt.

¿Por qué la salud? Tras la victoria sumamente estimulante contra la privatización de laSeguridad Social, los expertos en políticas progresistas se enfrentaron a un desafío. Habíamosmostrado a qué nos oponíamos, pero ¿qué defendíamos? ¿Qué cambios deseábamos que seprodujeran en la política estadounidense?

La respuesta evidente para cualquier persona familiarizada con las diferencias entre lospaíses avanzados era que debíamos intentar hacer lo que hacen los demás: prestar atenciónsanitaria básica a todo el mundo. Estados Unidos era la única de las naciones ricas en la que laspersonas que no tenían buenos trabajos o padecían enfermedades preexistentes no podíanconseguir un seguro médico y se enfrentaban a la ruina económica o incluso a una muerteprematura si necesitaban tratamientos caros. Así pues, ¿por qué no hacer un esfuerzo para sumarseal mundo civilizado?

Pero a mediados de la década de 2000, los demócratas todavía vivían bajo la sombra de lafallida reforma sanitaria de Clinton en 1993. Bill Clinton intentó llevar a cabo una enormereestructuración de la atención sanitaria; su plan fracasó estrepitosamente (algo parecido a lacampaña contra la Seguridad Social de Bush). ¿Había alguna posibilidad de volver a intentarlocon éxito?

Sí, la había. La Ley de Protección del Paciente y Atención Sanitaria Asequible, más conocidacomo ACA o PPACA (Patient Protection and Affordable Care Act) y también llamada Obamacare,fue una reforma incompleta e imperfecta, pero amplió la cobertura sanitaria básica a decenas demillones de estadounidenses. No obstante, no fue nada fácil llegar hasta ahí.

El momento fue crucial: la ACA fue promulgada durante el breve período de tiempo, en2009-2010, en el que los demócratas tuvieron el control unificado del Congreso y la Casa Blanca,un control que derivaba en gran medida de la catástrofe económica que se había producido al finalde la administración Bush. El liderazgo político también fue decisivo. Si Nancy Pelosi, la mismadirigente que frustró el ataque contra la Seguridad Social, no hubiera presionado a los demócratas,la oportunidad se habría esfumado.

Sin embargo, la reflexión también fue crucial. La razón de que los demócratas estuvieranrelativamente dispuestos a avanzar en la asistencia sanitaria fue que los activistas y los expertosen políticas habían estado preparando el terreno los años anteriores, abogando por la reformasanitaria y elaborando una estrategia política para lograrla.

Una parte central de esa estrategia era que los planes de reforma demócratas mantuvieran enlo posible, deliberadamente, el sistema de sanidad existente.

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Lo que es fundamental entender sobre la atención sanitaria moderna es que tiene quesufragarla principalmente algún tipo de seguro médico. ¿Por qué? Porque los gastos sanitariosafectan de manera desigual, pero son enormes cuando los hay. Las consultas médicas rutinarias ylos medicamentos de venta libre no cuestan mucho; lo que cuesta un dineral es la diálisis, lacirugía a corazón abierto, etc. En un año cualquiera, la mayoría de las personas no tiene queafrontar estos grandes gastos; como consecuencia, la mayor parte de los gastos sanitarioscorresponden, en un momento dado, a una pequeña proporción de la población. Pero uno no sabesi será uno de esos desafortunados y, si lo es, no podrá permitirse el tratamiento a menos que seainmensamente rico o disponga de un buen seguro.

Entonces, ¿cómo se consigue un seguro? A mediados de los años 2000, y en buena medidaincluso ahora, el sistema estadounidense era un batiburrillo con algunas grandes lagunas. Laspersonas mayores están cubiertas por Medicare y muchos pobres, aunque no todos, por Medicaid,programas gubernamentales que sufragan directamente las facturas. La mayor parte de nosotrosobtenemos el seguro a través de nuestros empleadores, gracias a una combinación de normas yventajas fiscales que obligan a las empresas a ofrecer cobertura a todos sus empleados en el casode que la ofrezcan. Pero millones de personas quedan desprotegidas: o son demasiado jóvenes, ono son lo bastante pobres para poder acceder a Medicare o sus empleos no son lo suficientementebuenos como para conllevar prestaciones sanitarias.

¿Cómo se podrían cubrir esas lagunas? Los aspectos económicos no son complicados:podríamos ofrecer fácilmente una cobertura similar a Medicare a todas las personas. Al fin y alcabo, eso es lo que hacen muchos países, incluido nuestro vecino Canadá. Y la mayoría de losexpertos en políticas de salud que conozco estarían muy felices con este sistema de «pagadorúnico».

El problema es llegar hasta ahí desde donde estamos. En particular, la transición a un sistemade pagador único supondría reemplazar el seguro sufragado por el empleador por un programagubernamental. Y esa es una carga política muy pesada por dos razones.

La menos importante de esas razones es el poder de los intereses particulares. Sí, ese es elmenor de los problemas, aunque no es nada trivial. Cuando Bill Clinton intentó aprobar unaimportante reforma sanitaria en 1993, la oposición de las compañías aseguradoras, quefinanciaron una fastuosa campaña publicitaria para desprestigiar su plan, fue un factor relevante ensu fracaso.

Pero incluso si se dejan de lado los intereses del sector, el esfuerzo para transformarlo todoen un sistema de pagador único significaría decirles a 156 millones de estadounidenses, la mitadde la población, que debe renunciar al seguro que tiene ahora. Es cierto que sería sustituido porotro tipo de cobertura; y se podría alegar, con justicia, que el nuevo programa sería mejor para lagran mayoría de las personas a las que ahora ofrecen cobertura sus empleadores, pero ¿se locreerían? ¿Cuántos se dejarían influir por los ataques de los conservadores que se oponen a lareforma?

Lo que ocurrió en el período transcurrido entre 2005 y 2008 fue que los expertos en políticasprogresistas y los políticos coincidieron en una segunda mejor solución: mantener la coberturasufragada por el empleador, pero confiar en una combinación de normas y subsidios para extender

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la cobertura a los no asegurados. Sabíamos por la experiencia de otros países que puedefuncionar: Suiza, por ejemplo, utiliza un sistema descentralizado de este tipo para lograr lacobertura universal. Y parecía mucho más viable políticamente que Medicare para todos.

De ahí surgió la Ley de Atención Sanitaria Asequible, también conocida como el Obamacare.Las columnas de esta sección documentan cómo evolucionó el debate, cómo fue el plan y lo quesucedió cuando el Obamacare entró en vigor.

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Una asistencia sanitaria frágil11 de abril de 2005

A quienes acusamos a la administración de inventar una crisis de la Seguridad Social se nos sueleacusar, a su vez, de no hacer nada, de negarnos a afrontar los problemas de la nación. Me declaroinocente: Estados Unidos sí se enfrenta a una crisis, pero esta afectaría a la asistencia sanitaria, noa la Seguridad Social.

Ejecutivos de empresas bien informados están de acuerdo. Un reciente sondeo entredirectores financieros de grandes empresas reveló que el 65% considera «muy importante»adoptar medidas de inmediato sobre los costes de la asistencia sanitaria. Solo el 31 % afirmó lomismo acerca de la reforma de la Seguridad Social.

Sin embargo, una reforma seria del sistema de salud no está sobre la mesa y, dado el actualclima político, probablemente no podría estarlo. Verán, la crisis sanitaria es ideológicamenteincómoda.

Empecemos con algunos datos básicos sobre la asistencia sanitaria.Nótese que he dicho «reforma del sistema de salud», no «reforma de Medicare». Los costes

cada vez mayores de Medicare podrían tener mucho peso en el debate político, ya que es unprograma gubernamental (y porque los agoreros de la crisis lo relacionan a menudo yerróneamente con la Seguridad Social), pero esta no es una historia de gasto públicodesenfrenado. Los costes de Medicare y de los planes de salud privados se están incrementandomucho más rápido que el PIB per cápita y aproximadamente al mismo ritmo por afiliado.

Por tanto, a lo que nos enfrentamos en realidad es a un rápido aumento del gasto en laasistencia sanitaria en general, no solo en la parte de la atención médica que actualmente paganlos contribuyentes.

El incremento del gasto en asistencia sanitaria no se debe fundamentalmente a la inflación delprecio de los servicios médicos. Es principalmente una respuesta a la innovación: la variedad decosas que puede conseguir la medicina sigue aumentando. Por ejemplo, recientemente Medicareha empezado a pagar los dispositivos cardíacos implantados a muchos pacientes con problemasde corazón, ahora que las investigaciones han demostrado que son sumamente eficaces. Sonbuenas noticias, no malas.

Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué no acoger con satisfacción los avances médicos yconsiderar sus costes dinero bien invertido? Las respuestas son tres.

En primer lugar, el sistema tradicional de seguro médico privado en Estados Unidos, en elque los trabajadores reciben cobertura a través de sus empleadores, se está desmoronando. LaKaiser Family Foundation calcula que, en 2004, había como mínimo cinco millones de empleosmenos que proporcionaban seguro médico que en 2001. Y los costes de la asistencia sanitaria se

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han convertido en una carga importante para las empresas que continúan proporcionandocobertura médica: General Motors gasta ahora unos 1.500 dólares en asistencia sanitaria por cadavehículo que fabrica.

En segundo lugar, el incremento del gasto de Medicare podría ser una señal de progreso,pero aun así hay que pagarlo y ahora mismo pocos políticos están dispuestos a hablar de la subidade impuestos que sería necesaria si se quiere que el programa ponga los avances médicos adisposición de todos los estadounidenses mayores.

Por último, el sistema de salud estadounidense es tremendamente ineficiente. Losestadounidenses tienden a creer que tenemos el mejor sistema de sanidad del mundo. (Me heencontrado con miembros de la élite periodística que se niegan tajantemente a creer que Franciaocupa una posición mucho mejor que Estados Unidos en la mayoría de las mediciones de lacalidad de la atención sanitaria.) Sin embargo, no es cierto. Gastamos mucho más por persona enasistencia sanitaria que cualquier otro país y, sin embargo, ocupamos uno de los últimos puestosentre los países industriales en indicadores como la esperanza de vida y la mortalidad infantil.

En cierto sentido, este último punto es una buena noticia. A largo plazo, los avances médicospodrían obligarnos a tomar una difícil decisión: si no queremos convertirnos en una sociedad en laque los ricos puedan acceder a tratamientos médicos que les salven la vida y el resto de nosotrosno, tendremos que pagar impuestos mucho más elevados. Sin embargo, dado el enorme despilfarroen nuestro sistema actual, una reforma eficaz podría mejorar la calidad y también reducir loscostes, posponiendo la hora de la verdad.

No obstante, para conseguir que la reforma sea eficaz necesitaremos deshacernos de algunasideas preconcebidas, en particular de la creencia ideológica de que el gobierno es siempre elproblema y la competencia de los mercados, la solución.

Los cierto es que, en la sanidad, el sector privado suele estar sobredimensionado y serburocrático, mientras que algunos organismos gubernamentales, sobre todo el sistema de laAdministración de Veteranos, son ágiles y eficaces. En la asistencia sanitaria, la competencia y laelección personal pueden derivar, y lo hacen, en un aumento de los costes y una pérdida decalidad. Estados Unidos tiene el sistema de salud más privatizado y competitivo de los paísesavanzados; también registra, con diferencia, los costes más elevados y casi los peores resultados.

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Atención sanitaria confidencial27 de enero de 2006

El sistema de salud estadounidense necesita desesperadamente una reforma. Pero ¿en qué deberíaconsistir el cambio? ¿Existen algunos ejemplos útiles que nos puedan servir de orientación?

Bueno, conozco un sistema de atención sanitaria que ha cosechado un gran éxito conteniendolos costes y al tiempo ofrece una atención excelente. Y la historia del éxito de este sistemaconstituye un valioso antídoto contra la ideología antigubernamental, ya que, en él, el gobierno nosolo paga las facturas, sino que también gestiona los hospitales y las clínicas.

No, no estoy hablando de un país lejano. El sistema en cuestión es nuestra Administración deSalud de los Veteranos (VHA, por sus siglas en inglés), cuya experiencia y éxito son uno de lossecretos mejor guardados en el debate político estadounidense.

Un artículo publicado en The American Journal of Managed Care sostiene que, en los añosochenta y principios de los noventa, la VHA «tenía una mala fama de burocracia, incompetencia yatención mediocre», pero las reformas iniciadas a mediados de los años noventa transformaron elsistema y «el éxito de la VHA a la hora de mejorar la calidad, la seguridad y el valor la hapermitido erigirse en un líder en la atención de la salud cada vez más reconocido», afirma elartículo.

La satisfacción de los clientes con el sistema de salud de los veteranos, según la encuestaanual realizada por el Centro Nacional de Investigación de la Calidad, superó el año pasado a lasatisfacción con la atención sanitaria privada por sexto año consecutivo. Este alto nivel de calidad(que también se verifica con medidas objetivas del rendimiento) se consiguió sin grandesaumentos presupuestarios. De hecho, el sistema de los veteranos ha logrado evitar buena parte delenorme aumento de los costes que ha afectado al resto de la medicina estadounidense.

¿Cómo lo consigue la VHA?El secreto de su éxito radica en que es un sistema universal e integrado. Al ofrecer cobertura

a todos los veteranos, el sistema no necesita emplear a una gran cantidad de personaladministrativo para comprobar la cobertura de los pacientes y exigir el pago a sus aseguradoras.Como cubre todos los aspectos de la atención médica, ha podido tomar la iniciativa en laimplantación de los historiales electrónicos y otras innovaciones que reducen costes, garantizan untratamiento eficaz y ayudan a evitar errores médicos.

Además, la VHA, como escribió Phillip Longman en el Washington Monthly, «mantiene unarelación casi de por vida con sus pacientes». En consecuencia, «tiene realmente un incentivo parainvertir en prevención y en una gestión más eficaz de las enfermedades. Al hacerlo, no solo estáahorrando dinero a otros, también está optimizando sus propios recursos. En resumidas cuentas,puede hacer lo que el resto del sector sanitario no puede, al parecer, que es procurarsistemáticamente la calidad sin poner en peligro su propia viabilidad financiera».

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Ah, y otra cosa: el sistema sanitario de los veteranos negocia duro con los proveedoresmédicos y paga mucho menos por los medicamentos que la mayoría de las aseguradoras privadas.

No deseo idealizar el sistema de los veteranos. De hecho, hay razones para preocuparse porsu futuro: ¿contará con los recursos que necesita para hacer frente a la afluencia de veteranos deIrak heridos y traumatizados? No obstante, la transformación de la VHA es sin duda la historiasobre política sanitaria más alentadora de la última década. Entonces, ¿por qué no se ha oídohablar de ella?

La respuesta, en mi opinión, es que los expertos y los responsables políticos no hablan delsistema de los veteranos porque no pueden soportar la disonancia cognitiva. (Un destacadocomentarista empezó a gritarme cuando intenté explicarle los éxitos del sistema en unaconversación privada.) Y la razón es porque la lección que se desprende del éxito de la VHA, queun organismo gubernamental puede ofrecer mejor atención a un coste más bajo que el sectorprivado, es totalmente contraria a la opinión convencional a favor de la privatización y contra elgobierno que predomina actualmente en Washington.

La disonancia entre la ideología dominante y la realidad de la asistencia sanitaria es una delas razones por las que, en lo que respecta a la legislación en materia de medicamentos deMedicare, parezca como si alguien hubiera hecho una lista de las cosas que el sistema deveteranos hace bien e hiciera en todos los casos lo contrario. Por ejemplo, la VHA evita tratar conlas aseguradoras; la ley de medicamentos incluye a la fuerza a las aseguradoras en el programaaunque no tengan ninguna utilidad real. La VHA negocia eficazmente los precios de losmedicamentos; la ley de medicamentos prohíbe a Medicare hacer lo mismo.

No obstante, la ideología no puede resistirse para siempre a la realidad. Los gritos de«medicina socializada» no consiguieron al final bloquear la creación de Medicare. Y lospensadores con visión de futuro ya están sugiriendo que la Administración de Salud de Veteranos,y no la poco realista visión del presidente Bush de un sistema en el que las personas vayan a«comparar precios» para la asistencia sanitaria como cuando van a comprar azulejos (el ejemploes suyo, no mío), representa el verdadero futuro del sistema de salud estadounidense.

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El terror sanitario9 de julio de 2007

En estos tiempos, el terrorismo es el primer refugio de los canallas. Por eso, cuando lasautoridades británicas anunciaron que un grupo de médicos musulmanes que trabajaba para elServicio Nacional de Salud estaba detrás del reciente atentado fallido, tendríamos que habersabido lo que se avecinaba.

«El sistema nacional de salud: ¿un caldo de cultivo para el terrorismo?», rezaba el titular enla pantalla mientras el presentador de Fox News, Neil Cavuto, y el comentarista Jerry Bowyerhablaban solemnemente de cómo la asistencia sanitaria universal promueve el terrorismo.

Pese a ser muy burdo incluso para los parámetros del discurso político en la era Bush, la Foxestaba siguiendo una antigua tradición. Durante más de sesenta años, el complejo médicoindustrial y sus aliados políticos han utilizado tácticas de amedrentamiento para evitar queEstados Unidos siga su conciencia y convierta el acceso a la atención sanitaria en un derecho paratodos sus ciudadanos.

Digo conciencia porque la cuestión de la asistencia sanitaria tiene que ver, sobre todo, con lamoral.

Eso es lo que aprendimos de la abrumadora respuesta que recibió Sicko de Michael Moore.Los reformistas del sistema de salud deberían abordar por todos los medios las inquietudes de losestadounidenses de clase media, su temor creciente y justificado a verse sin seguro médico o a quesus aseguradoras les nieguen la cobertura cuando más la necesitan. Pero los reformistas nodeberían centrarse solo en el interés propio. También deberían apelar al sentido de la decencia yla humanidad de los estadounidenses.

Lo que indigna a las personas que ven Sicko es la enorme crueldad e injusticia del sistema desalud estadounidense: enfermos que no pueden pagar las facturas de los hospitales abandonadosliteralmente en la calle, una niña que muere porque una sala de urgencias que no está incluida enel plan de salud de su madre no la trata, estadounidenses que trabajan duro abocados a unapobreza humillante por culpa de las facturas médicas.

Sicko es un enérgico llamamiento a la acción, pero no hay que olvidar a los defensores delstatu quo. La historia muestra que son muy buenos a la hora de evitar las reformas encontrandonuevas maneras de asustarnos.

Estas tácticas de amedrentamiento han incluido a menudo afirmaciones extravagantes sobrelos peligros de un seguro gubernamental. Sicko muestra parte de una grabación que hizo RonaldReagan para la Asociación Médica de Estados Unidos, en la que alertaba de que un proyecto deprograma de seguro médico para los ancianos, el que ahora se conoce como Medicare, conduciríaal totalitarismo.

Por cierto, ahora mismo Medicare, que hizo un bien inmenso sin derivar en una dictadura,está siendo socavado por la privatización.

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Sin embargo, son sobre todo los intereses del gran capital que se benefician del sistemaactual los que quieren que creamos que la asistencia sanitaria universal daría lugar a una presiónfiscal agobiante y una pésima atención médica. Ahora todos los países ricos, excepto EstadosUnidos, cuentan con algún tipo de asistencia universal. Los ciudadanos de estos países paganimpuestos adicionales, pero lo compensan ahorrando en primas de seguros y en gastos médicospagados de su bolsillo. El costo global de la asistencia médica en los países con coberturauniversal es mucho más bajo que aquí.

Entre tanto, todos los indicadores disponibles muestran que, en cuanto a la calidad, el accesoa la atención necesaria y los resultados sanitarios, el sistema de salud estadounidense es peor, nomejor, que el de otros países avanzados, incluido Gran Bretaña, que solo gasta por personaaproximadamente el 40% de lo que gastamos nosotros.

Sí, los canadienses esperan más tiempo que los estadounidenses asegurados para someterse auna cirugía programada. Pero, en general, el acceso del canadiense promedio a la asistenciasanitaria es tan bueno como el del estadounidense asegurado promedio y mucho mejor que el delos estadounidenses sin seguro, muchos de los cuales nunca reciben la atención médica necesaria.

Y los franceses consiguen proporcionar la que probablemente sea la mejor asistenciasanitaria del mundo sin unas listas de espera significativas. Hay una escena en Sicko en la queestadounidenses expatriados en París elogian el sistema francés. De acuerdo con los datosobjetivos, no lo están idealizando. Es realmente así de bueno.

Todo ello lleva a plantearse la pregunta que Moore formula al principio de Sicko: ¿quiénessomos?

«Siempre hemos sabido que el interés propio irresponsable era mala moral; ahora sabemosque es mala economía», declaró Frankin D. Roosevelt en 1937, unas palabras que se aplicanperfectamente a la atención sanitaria actual. Este no es uno de esos casos en el que tenemos queenfrentarnos a disyuntivas difíciles; aquí, hacer lo correcto también es rentable. La atenciónsanitaria universal salvaría miles de vidas estadounidenses cada año y al mismo tiempo ahorraríadinero.

Así que esto es una prueba. Lo único que se interpone en el camino de la asistencia sanitariauniversal es el alarmismo y la compra de influencias de los grupos de interés. Si no podemosderrotar a estas fuerzas, no hay muchas esperanzas para el futuro de Estados Unidos.

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El juego de la espera16 de julio de 2007

No tener un seguro médico no supone ningún problema. Pregúntenselo al presidente Bush, quiendijo la semana pasada: «Bueno, la gente tiene acceso a la asistencia sanitaria en Estados Unidos.Basta con ir a urgencias».

Es lo que podríamos llamar insensibilidad con consecuencias. La Casa Blanca ha anunciadoque Bush vetará un plan bipartidista que extendería la asistencia sanitaria y, con ella, serviciosbásicos como las revisiones periódicas y la atención médica preventiva, a aproximadamente 4,1millones de niños que actualmente carecen de seguro. A fin de cuentas, tampoco es que esos niñosnecesiten realmente un seguro; siempre pueden ir a urgencias, ¿verdad?

Vale, no es una novedad que Bush no siente ninguna empatía por las personas menosafortunadas que él, pero su ignorancia voluntaria forma parte de algo más grande: por lo general,quienes se oponen a la sanidad universal dibujan un retrato espléndido del sistema estadounidenseque guarda tan poco parecido con la realidad como las historias de terror que cuentan sobre laasistencia sanitaria en Francia, Gran Bretaña y Canadá.

La afirmación de que las personas sin seguro pueden recibir toda la atención que necesitan enurgencias es solo el principio. Luego está el mito de que los estadounidenses que tienen la suertede tener seguro nunca deben soportar largas esperas para recibir atención médica.

En realidad, la persistencia de ese mito me deja perplejo. Puedo entender que personas comoBush o Fred Thompson, que declaró recientemente que «los estadounidenses más pobres estánrecibiendo un servicio mucho mejor» que los canadienses o los británicos, puedan ignorar ladesesperación de los estadounidenses sin seguro, que suelen ser pobres y no tener voz. Pero¿cómo pueden salirse con la suya pretendiendo que los estadounidenses con seguro siempre sonatendidos sin demora, cuando la mayoría de nosotros podemos atestiguar lo contrario?

Un artículo reciente de Business Week lo dice sin rodeos: «En realidad, tanto los datos comolas historias muestran que los estadounidenses ya están esperando tanto o más que los pacientesque viven con sistemas de salud universales».

Una encuesta transnacional realizada por el Commonwealth Fund halló que Estados Unidosocupa uno de los puestos más bajos entre los países avanzados en lo que respecta a la dificultadpara recibir atención médica en poco tiempo (aunque la posición de Canadá era algo peor) y queEstados Unidos es el peor lugar del mundo desarrollado si se necesita asistencia médica fuera delhorario habitual o durante el fin de semana.

Nos va mejor cuando se trata de visitar a un especialista o someterse a una operaciónprogramada. Sin embargo, Alemania nos supera incluso en esos casos y sospecho que losresultados de Francia, que no fue incluida en el estudio, igualan a los de Alemania.

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Además, no todas las demoras médicas son iguales. En Canadá y Gran Bretaña, los retrasosson consecuencia de que los médicos intentan dedicar recursos médicos limitados a los casos másurgentes. En Estados Unidos, la causa suele ser que las aseguradoras intentar ahorrar dinero.

Esto puede dar lugar a calvarios como el descrito recientemente por Mark Kleiman, unprofesor de UCLA que estuvo a punto de morir de cáncer porque su aseguradora fue aplazando laautorización para realizar una biopsia necesaria. «Solo más tarde descubrí por qué la aseguradorame daba largas; tenía la opción, que desconocía, de evitar todas las autorizaciones pasando al“nivel II”, lo que habría implicado copagos más elevados», escribe Kleiman en su blog.

Y añade: «No sé cuántas personas esperaba mi aseguradora que murieran ese año, pero estoyseguro de que la cifra no era cero».

A decir verdad, Kleiman solamente sospecha que su compañía de seguros puso en peligro suvida para intentar hacerle pagar una mayor parte del coste de su tratamiento. Pero no hay ningunaduda de que algunos estadounidenses con seguros aparentemente buenos mueren porque lasaseguradoras intentan mantener al mínimo sus «pérdidas médicas», la expresión con la que elsector se refiere a tener que sufragar la atención médica.

Por otra parte, es verdad que los estadounidenses consiguen una prótesis de cadera másrápido que los canadienses, pero hay algo curioso en este ejemplo, que se utiliza constantementecomo argumento a favor de la superioridad del seguro médico privado frente a un sistema público:la gran mayoría de los implantes de prótesis de cadera en Estados Unidos los paga, ¡mm!,Medicare.

Así es: en el caso de las prótesis de cadera se están comparando dos sistemas de seguros desalud públicos. En el Medicare estadounidense las esperas son más cortas que en el Medicarecanadiense (sí, así llaman a su sistema) porque la financiación es más generosa... fin de lahistoria. Las supuestas virtudes de los seguros privados no tienen nada que ver con ello.

La conclusión es que quienes se oponen a la sanidad universal parecen haberse quedado sinargumentos sinceros. Lo único que les quedan son fantasías: historias de terror sobre la asistenciamédica en otros países y cuentos de hadas sobre la atención sanitaria aquí en Estados Unidos.

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Las esperanzas de la asistencia sanitaria21 de septiembre de 2007

Todo sugiere que por fin es políticamente posible ofrecer a los estadounidenses algo que losciudadanos de todas las demás naciones avanzadas ya tienen: una asistencia sanitaria garantizada.Los aspectos económicos de la atención sanitaria universal son viables y los sondeos muestran unfuerte respaldo de los ciudadanos a la asistencia médica garantizada. A lo único que debemostener miedo es al miedo mismo.

Por desgracia, hay mucho.Los cierto es que parece que se ha superado provisionalmente un tipo de miedo: la falta de

coraje de los políticos demócratas marcados por el fracaso del plan de salud original de Clinton.Para apreciar cómo han cambiado las cosas, pensemos en la evolución de Hillary Clinton.

Hace solo quince meses, The New York Times informaba de que «sus planes de ampliar lacobertura son moderados y graduales» y que «continúa rehuyendo el último desafío: describir enqué consistiría un plan integral de salud demócrata».

De hecho, cuando le preguntaron cómo se podían controlar los costes, objetó: «Depende dequé tipo de sistema se idee. Y eso no lo tengo aún nada claro, lo que la comunidad políticasoporte».

Pero eso fue entonces.John Edwards puso en la palestra el tema de la reforma de la sanidad en febrero, cuando

propuso un plan de sanidad universal inteligente y serio, y anunció con valentía su voluntad desufragar el plan dejando que expiraran algunas de las rebajas fiscales de Bush. De pronto, lasanidad universal dejó de ser un sueño lejano de los progresistas para convertirse en algo que,cabía imaginar, podría materializarse en la próxima administración.

La senadora Clinton tardó mucho tiempo en presentar su propio plan, una demora que creómucha ansiedad entre los partidarios de reformar el sistema de salud y que, como explicoenseguida, podría ser un mal presagio para el futuro. No obstante, esta semana propuso un plan yes tan sólido como el de Edwards, ya que, a menos que se examine con lupa la letra pequeña, elplan de Clinton es básicamente el de Edwards.

No es una crítica; es mucho más importante que un político entienda bien la asistenciasanitaria a que gane puntos por su originalidad. Puede que la senadora Clinton sea políticamentecauta, pero comprende los aspectos económicos de la asistencia sanitaria y reconoce algo buenocuando lo ve.

Los planes de Edwards y Clinton, así como el plan algo más endeble pero similar de Obama,consiguen la cobertura universal o casi universal mediante una combinación muy bien pensada deregulación de los seguros, subsidios y competencia público-privada. Estos planes podríandecepcionar a los partidarios de un sistema de pagador único más definido y sencillo. Sinembargo, es difícil imaginar que el Congreso vaya a aprobar Medicare para todos en un futuro

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cercano, mientras que planes como el de Edwards son una segunda opción aceptable que sí cabeimaginar que pueda promulgar un Congreso demócrata y firmar un presidente demócrata dentro desolo dos años.

No obstante, para llegar hasta allí habrá que superar muchos más miedos.No habrá ninguna alternativa republicana seria. Los planes de asistencia sanitaria de los

principales candidatos republicanos, en su forma actual, son la misma historia de siempre: sebasan principalmente en las desgravaciones fiscales que benefician sobre todo a los ricos, perosupuestamente invocarán la magia del mercado. Como señala de manera cruel pero acertada EzraKlein, de The American Prospect: «La visión republicana es para un mundo en el que losenfermos y los moribundos pueden deducir parte de los gastos del seguro médico que no tienen yno pueden conseguir».

Sin embargo, el candidato del Partido Republicano, quienquiera que sea, no tratará depersuadir a la opinión pública de los méritos de su propio plan. En su lugar, intentará asustar alcada vez más reducido porcentaje de estadounidenses que todavía tiene un buen seguro médicodiciendo que los demócratas se lo van a quitar.

La campaña de difamación y miedo ya ha empezado. Los planes de los demócratas guardantodos un gran parecido con el plan de asistencia médica que aprobó Mitt Romney cuando eragobernador de Massachusetts y difieren principalmente en la oferta de opciones adicionales a losestadounidenses. No obstante, eso no impidió que Romney tildara el plan de Clinton de «medicinasocializada al estilo europeo». Ni que Fred Thompson afirme que el plan de Clinton niega laposibilidad de escoger, algo que en realidad ofrece en abundancia, y que se basa en la«penalización».

Es probable que estos ataques no sean lo suficientemente eficaces como para impedir que elaño que vienen gane un demócrata, pero ahí no acabará la historia: incluso si los demócratasocupan la Casa Blanca y amplían sus mayorías en el Congreso, los grupos de presión de lasaseguradoras y las farmacéuticas intentarán intimidarlos para que incumplan sus promesaselectorales.

Por eso la larga espera antes de que la senadora Clinton anunciara su plan de asistenciasanitaria puso tan nerviosos a los partidarios de la cobertura universal, entre los que me incluyo,un nerviosismo que el hecho de que al final lo presentara no mitigó del todo. Es bueno saber quequien consiga la nominación demócrata se presentará con un plan de salud muy bueno. Lo queresta por saber es si contará con la determinación necesaria para hacerlo realidad.

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El fracaso del miedo21 de marzo de 2010

La víspera de la votación del domingo sobre la reforma de la sanidad, el presidente BarackObama pronunció un discurso improvisado ante los demócratas de la Cámara de Representantes.En él explicó por qué su partido debía aprobar la reforma: «A veces llega un momento en el quetenemos la oportunidad de justificar todas las esperanzas que teníamos sobre nosotros mismos ysobre nuestro país, de cumplir las promesas que hicimos... Y este es el momento de hacer realidadesa promesa. No estamos obligados a ganar, pero sí a ser sinceros. No estamos obligados atriunfar, pero sí a hacer que la luz que tengamos, por poca que sea, brille».

Desde el otro bando, Newt Gingrich, el republicano que fue presidente de la Cámara —y alque muchos consideran un líder intelectual en su partido— dijo que, si los demócratas aprobabanla reforma, «destruirán su partido, de la misma manera que Lyndon Johnson lo dejó destrozadodurante cuarenta años» al aprobar las leyes sobre los derechos civiles.

Me atrevo a decir que Gingrich se equivoca en eso: las propuestas para mejorar la sanidadsuelen ser polémicas antes de entrar en vigor —Ronald Reagan decía que Medicare significaría elfin de la libertad en Estados Unidos—, pero, una vez aprobadas, son siempre populares.

Sin embargo, no es eso de lo que quiero hablar aquí. Lo que quiero es llamarles la atenciónsobre el contraste entre un bando, cuyo alegato final apelaba a lo mejor de nosotros mismos,exhortaba a los políticos a hacer lo debido, aunque perjudicara sus carreras, y el otro, en el que nohubo más que un cinismo despiadado. Piensen lo que significa condenar la reforma sanitariacomparándola con la Ley de Derechos Civiles. ¿Quién puede decir hoy en Estados Unidos queJohnson se equivocó al impulsar la igualdad racial? (La verdad es que sabemos quién: los que,durante la manifestación del Tea Party, en vísperas de la votación, se dedicaron a utilizar epítetosraciales como insultos contra los demócratas del Congreso).

Y ese cinismo ha caracterizado toda la campaña contra la reforma.Algunos ideólogos conservadores fingieron que habían reflexionado mucho y afirmaron que

les preocupaban las repercusiones fiscales de la reforma (sin tener en cuenta, curiosamente, laaprobación fiscal de la Oficina del Congreso de Presupuestos), o que querían que se controlasenmás enérgicamente los costes (pese a que esta reforma controla los costes sanitarios más quetodas las leyes anteriores). Sin embargo, en su mayoría, los opositores no se molestaron en fingirque iban a estudiar ni el sistema de salud existente ni el plan moderado y centrista —muy parecidoa la reforma introducida por Mitt Romney en Massachusetts— que proponían los demócratas.

La oposición consistió fundamentalmente en utilizar el miedo y las emociones, sin atenerse alos hechos ni mostrar la más mínima decencia.

No fue solo el infundio de los comités de la muerte. Fue la utilización del odio racial, comoen el artículo de Investor’s Business Daily que declaró que la reforma sanitaria era«discriminación positiva con esteroides; decidir todo, desde quién llega a médico hasta a quién se

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trata, en función del color de la piel». Fueron las afirmaciones disparatadas sobre la financiaciónde los abortos. Fue la insistencia en que era dictatorial dar a los jóvenes trabajadoresestadounidenses la garantía de que dispondrían de seguro de salud cuando lo necesitaran, unagarantía de la que las personas mayores disfrutan desde que Johnson —a quien Gingrich consideraun presidente fracasado— impulsó Medicare pese a los aullidos de los conservadores.

Debe quedar claro que esta campaña del miedo no la ha llevado a cabo un sector radical almargen del aparato republicano. Al contrario, el aparato ha intervenido y la ha autorizado desde elprincipio. Políticos como Sarah Palin —que fue, recordémoslo, la candidata republicana a lavicepresidencia— se apresuraron a difundir la mentira de los comités de la muerte, y otrossupuestamente razonables y moderados como el senador Chuck Grassley se negaron acontradecirles. En la víspera del gran día, los congresistas republicanos dijeron que «la libertadmuere un poco hoy» y acusaron a los demócratas de «tácticas totalitarias», que me parece serefería al proceso denominado «votación».

Es indudable que la campaña del miedo fue eficaz: la reforma sanitaria pasó de ser muypopular a tener muchas opiniones en contra, aunque las encuestas mejoraron en los últimos días.Ahora bien, lo importante era saber si bastaría para impedir la reforma.

La respuesta es no. Los demócratas lo han logrado. La reforma sanitaria aprobada por elSenado va a convertirse en ley, con un texto mejorado después de que se limen las diferenciasentre las dos versiones. Es una victoria política para Obama y un triunfo para Nancy Pelosi, lapresidenta de la Cámara. Pero es también una victoria para el alma estadounidense. Al final, unaofensiva cruel y sin principios no fue capaz de obstruir el camino. Esta vez, el miedo fracasó.

NOTA DEL EDITOR: 23 de marzo de 2010

La columna de Paul Krugman del lunes, sobre el proyecto de ley de asistencia sanitaria, citaba a Newt Gingrichafirmando que «Lyndon Johnson destrozó al Partido Demócrata durante cuarenta años» al aprobar la legislación dederechos civiles. La cita apareció originalmente en The Washington Post, que informó después de que la columnafuera a la imprenta que el Sr. Gingrich dijo que se refería a las políticas de la «Gran Sociedad» de Johnson, no a laLey de Derechos Civiles de 1964.

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El Obamacare no fracasa13 de julio de 2014

¿Cuántos estadounidenses saben cómo está yendo la reforma sanitaria? Para el caso, ¿cuántaspersonas de los medios de comunicación están haciendo un seguimiento de los avances positivos?

Sospecho que la respuesta a la primera pregunta es «no muchos», mientras que la respuesta ala segunda es «posiblemente aún menos», por razones que abordaré más adelante. Y si estoy en locierto, es algo extraordinario: un inmenso éxito político está mejorando la vida de millones deestadounidenses, pero está pasando prácticamente inadvertido.

¿Cómo es posible? Pensemos en una situación de negatividad implacable sin ningúnrendimiento de cuentas. La Ley de Atención Sanitaria Asequible ha sufrido sin cesar ataquespartidistas y de los medios de derechas, y los medios convencionales también han tendido ainsistir en los problemas de la ley. Muchos de los ataques han consistido en predecir un desastreque nunca se ha producido. Pero la ausencia de desastres no protagoniza titulares impactantes, ylas personas que erróneamente pronosticaron todo tipo de calamidades reaparecen con nuevas yterribles advertencias.

Consideremos, en particular, el impacto del Obamacare en la cantidad de estadounidensesprivados de seguro médico. El desastre inicial de la página web federal causó mucho regocijoentre la derecha y también fue objeto de muchos comentarios negativos en la prensa convencional;a principios de 2014, muchos informes afirmaban con certeza que la cifra de inscripciones delprimer año era muy inferior a la prevista por la Casa Blanca.

Entonces llegó el extraordinario aumento tardío de las afiliaciones. ¿Tuvieron que afrontarlos pesimistas preguntas difíciles sobre por qué se habían equivocado tanto? Por supuesto que no.En su lugar, esas mismas personas se sacaron de la manga una combinación de teorías de laconspiración y nuevas predicciones catastróficas. La administración estaba «manipulando lascuentas», dijo el senador John Barrasso de Wyoming; las personas que se habían inscrito no iban apagar las pólizas, sostuvieron varios «expertos»; eran más las personas que perdían el seguro quelas que lo conseguían, declaró el senador texano Ted Cruz.

Sin embargo, la gran mayoría de los que se afiliaron sí pagaron y disponemos de múltiplesestudios independientes (de Gallup, el Urban Institute y el Commonwealth Fund) que muestran unanotoria disminución de la cantidad de estadounidenses sin seguro desde el pasado otoño.

Veo que algunos en la derecha afirman que la causa de la drástica reducción del número depersonas sin seguro fue la recuperación económica, no la reforma sanitaria (¿están losconservadores elogiando ahora la economía de Obama?). No obstante, es bastante pococonvincente y también manifiestamente erróneo.

En primer lugar, el descenso es demasiado brusco como para que pueda explicarlo lo que, enel mejor de los casos, es una modesta mejoría del panorama del empleo. En segundo lugar, elsondeo del Urban Institute muestra una notable diferencia entre la experiencia en los estados que

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han ampliado Medicaid, que también son, en general, lo que han hecho todo lo posible para quefuncionara la reforma de la asistencia sanitaria, y los que se negaron a dejar que el gobiernofederal ofreciera cobertura médica a sus pobres. Lo que es cierto es que la disminución de losresidentes sin seguro ha sido tres veces mayor en los estados que han ampliado Medicaid que enlos que han rechazado hacerlo. No es la economía; es la política, estúpido.

¿Y qué ocurre con los costes? El año pasado hubo muchas declaraciones sobre un posible«shock de los tipos» derivado del alza de las primas de los seguros. Pero el mes pasado, elDepartamento de Salud y Servicios Humanos informó de que entre quienes recibían subsidiosfederales, la gran mayoría de los inscritos, la prima media neta fue de solo 82 dólares mensuales.

Sí, hay quienes han perdido con el Obamacare. Si usted es joven, tiene buena salud y es lobastante rico como para no tener derecho a un subsidio (y no tiene seguro a través de suempleador), es probable que su póliza vaya a aumentar. Y si es lo suficientemente rico como parapagar los impuestos adicionales que financian esos subsidios, ha sufrido un revés financiero. Noobstante, es revelador que incluso quienes se oponen a la reforma no estén intentando poner derelieve estas cuestiones. En su lugar, siguen buscando víctimas de clase media más mayores y másenfermas, y siguen sin lograr encontrarlas.

Ah, y según el Commonwealth, la inmensa mayoría de los nuevos asegurados, incluido el74% de los republicanos, están satisfechos con su cobertura.

Uno podría preguntarse por qué, si la reforma sanitaria está yendo tan bien, continúa saliendomal parada en los sondeos. Yo diría que es crucial comprender que el Obamacare, de formaintencionada, no afecta por lo general a los estadounidenses que ya tienen un buen seguro. Comoconsecuencia, la opinión de muchas personas está influida por la cobertura fundamentalmentenegativa de los medios de comunicación. Sin embargo, la última encuesta de seguimiento de laKaiser Family Foundation muestra que cada vez son más los estadounidenses que estánconociendo la reforma por sus familiares y amigos, lo que significa que están empezando aescuchar hablar de ella a los beneficiarios del programa.

Y como he sugerido antes, es posible que los periodistas, sobre todo los comentaristas másde derechas, sean los últimos en enterarse de la buena noticia, simplemente porque pertenecen auna élite socioeconómica en la que, por lo general, la gente tiene una buena cobertura médica.

Sin embargo, para los menos afortunados, la Ley de Atención Sanitaria Asequible ya hasupuesto una gran diferencia positiva. Los sospechosos habituales seguirán gritando que es unfracaso, pero lo cierto es que la reforma sanitaria, ¡sorpresa!, está funcionando.

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Horrores sanitarios imaginarios30 de marzo de 2015

Hay muchas matemáticas imprecisas en la política estadounidense, pero el representanterepublicano por Texas, Pete Sessions, presidente de la Comisión de Normas de la Cámara deRepresentantes, establecía recientemente un nuevo nivel al calificar de «desmesurado» el coste dela atención sanitaria introducida por Obama, el Obamacare. Haciendo una «simplemultiplicación», insistía, se llega a la conclusión de que la ampliación de la cobertura cuesta 5millones de dólares por perceptor. Pero este cálculo estaba un poco errado, a saber, por un factorsuperior a mil. El coste real por cada nuevo asegurado estadounidense ronda los 4.000 dólares.

Cierto que todo el mundo comete errores. Pero este no ha sido un error perdonable. Sea cualfuere la opinión que cualquiera tenga sobre la Ley de Atención Sanitaria Asequible, un hechoindiscutible es que está costando a los contribuyentes mucho menos de lo esperado,aproximadamente un 20% menos, según la Oficina de Presupuestos del Congreso. Un miembroveterano del Congreso debería saberlo, y ciertamente no tiene derecho a hacer discursos sobre untema si no se molesta en leer los informes de la oficina presupuestaria.

Pero con el Obamacare, cómo no, es lo que ha pasado siempre. Antes de que la ley entrase envigor, los que se oponían a ella predecían un desastre a todos los niveles. Lo que ha sucedido, porel contrario, es que la ley está funcionando muy bien. ¿Y cómo han respondido los profetas deldesastre? Fingiendo que la catástrofe que habían predicho que ocurriría, de hecho se haproducido.

Los costes no son la única área en la que los enemigos de la reforma prefieren hablar dedesastres imaginarios en lugar de los verdaderos relatos de éxito. Recuerden que también sesuponía que el Obamacare destruiría una enorme cantidad de puestos de trabajo. En 2011, laCámara de Representantes aprobó incluso una propuesta de ley denominada Revocación de la Leyde Asistencia Sanitaria Destructora de Empleo. La reforma sanitaria, declaraban sus detractores,perjudicaría la economía y, en concreto, haría que las empresas obligasen a sus trabajadores aaceptar empleos a tiempo parcial.

Pues bien, la reforma sanitaria entró plenamente en vigor a principios de 2014, y el empleoen el sector privado se aceleró de hecho, a un ritmo no visto desde los años de Clinton. Por otraparte, el empleo a tiempo parcial involuntario —el número de trabajadores que desean un trabajoa tiempo completo pero no lo consiguen— ha caído drásticamente. Pero los sospechosos de rigorhablan como si sus terribles predicciones se hubiesen hecho realidad. El Obamacare, declarabaJeb Bush hace unas semanas, «es el mayor destructor de empleo en la llamada recuperación».

Por último, está la interminable caza de esas criaturas míticas, los estadounidenses corrientesy hacendosos que están en la penuria por culpa de la reforma sanitaria. Como acabamos de ver,los detractores del Obamacare no hacen números por lo general (y se arrepienten cuando lo

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intentan). Pero todo lo que necesitan en realidad son unas cuantas historias lacrimosas, relatos deindividuos simpáticos que se han visto empobrecidos por algún aspecto de la ley.

Asombrosamente, sin embargo, no han logrado encontrar esos relatos. A comienzos del añopasado, Americanos por la Prosperidad, un grupo financiado por los hermanos Koch, pagó unaserie de anuncios presentando supuestas víctimas del Obamacare, pero ninguno de esos relatos deinfortunio soportó un examen minucioso. Más recientemente, la representante republicana porWashington, Cathy McMorris Rodgers, pidió en su cuenta de Facebook historias de horror delObamacare. Lo que recibió, por el contrario, fue un torrente de testimonios de personas cuya vidaha mejorado, y en algunos casos se ha salvado, gracias a la reforma sanitaria.

En realidad, los únicos perjudicados por la reforma sanitaria son los estadounidenses conrentas muy altas, que han visto subir sus impuestos, y un número relativamente pequeño depersonas cuya prima ha subido porque son jóvenes y sanos (de modo que las aseguradoras losveían antes como riesgos buenos) y ricos (de modo que no tienen derecho a las subvenciones).Ninguno de estos grupos aporta víctimas adecuadas para los anuncios en contra.

En resumen, en lo que a hechos se refiere, el ataque a la reforma sanitaria no tiene nada queofrecer. Pero la ciudadanía no sabe esto. La buena noticia sobre los costes no se ha difundido enabsoluto: según un sondeo reciente llevado a cabo por Vox.com, solo el 5 % de losestadounidenses sabe que el Obamacare cuesta menos de lo previsto, mientras que el 42% piensaque la Administración está gastando más de lo esperado.

Y las experiencias favorables de los aproximadamente 16 millones de estadounidensesasegurados hasta el momento han tenido poco efecto en las percepciones ciudadanas. En parte sedebe a que la Ley de Atención Sanitaria Asequible, por sus propias características, casi no hatenido efecto sobre aquellos que ya tenían un buen seguro sanitario: antes de la ley, la granmayoría de los estadounidenses estaban ya cubiertos por sus empresas, por el servicio de atencióna jubilados (Medicare) o por el servicio de atención a personas sin recursos (Medicaid), y no hanexperimentado cambio alguno en su situación.

Sin embargo, en un plano más profundo, lo que observamos aquí es el impacto de la políticade la posverdad. Vivimos en una era en la que los políticos y los supuestos expertos que los sirvennunca se sienten obligados a reconocer los datos incómodos, en la que jamás se abandona ningúnargumento, por muy abrumadoras que sean las pruebas de que está errado.

Y la consecuencia es que los desastres imaginarios pueden ensombrecer los éxitos reales. ElObamacare no es perfecto, pero ha mejorado drásticamente la vida de millones de personas.Alguien debería decírselo a los votantes.

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El ataque contra el Obamacare

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El caucus de la crueldad

¿Dónde estaba usted en junio de 2012, cuando el Tribunal Supremo dictó la crucial sentenciasobre la constitucionalidad del Obamacare? Si no tiene ni idea, no es usted un friki de la políticasanitaria. Yo, en cambio, sí lo soy. Estaba de vacaciones en Inglaterra, sentado en un pub con miesposa, con acceso a wifi y muy pendiente de las noticias.

Las primeras informaciones fueron confusas, lo que hizo que pareciera que el tribunal habíaacabado con la reforma sanitaria. Por suerte, no fue así. Y una vez que quedó claro que la reformahabía sobrevivido, solo cabía hacer una cosa: me pedí un whisky doble y me lo bebíapresuradamente.

No obstante, aunque la reforma sobrevivió, el tribunal impuso un límite a la Ley de AtenciónSanitaria Asequible: una parte de la ley, la ampliación de Medicaid a todas las personas coningresos inferiores al 133% del umbral de pobreza, sería optativa para los estados.

Se podría pensar que esto no iba a suponer mucha diferencia. Al fin y al cabo, en virtud de laley, el gobierno federal correría inicialmente con todos los gastos; unos años después cubriría el90%, lo que seguía siendo una oferta increíble. Es decir, ¿qué clase de gobierno estatal rechazaríala oferta de ofrecer seguro médico a un gran número de residentes prácticamente sin costo algunomientras ingresaba dólares federales que impulsarían su economía?

La respuesta fue que casi todos los gobiernos estatales controlados por los republicanos.Algunos acabaron cambiando de idea, pero, a mediados de 2019, todavía quedan catorce estadosque se niegan a proporcionar atención médica básica a algunos de sus ciudadanos más vulnerablesaunque esto no les costaría nada.

Al principio podría haberse pensado que tras el rechazo a ampliar Medicaid había unamaniobra estratégica, un intento de desacreditar el Obamacare en su conjunto. Pero la ACA yalleva mucho tiempo en vigor; si la finalidad de negarse a ampliar Medicaid era esta, ya habríaocurrido. Por tanto, llegados a este punto debemos aceptar que lo que está sucediendo es aún peor.

Es decir, una cosa es oponerse a los planes de gravar a los ricos y ayudar a los pobres —unapostura que se podría justificar alegando que los impuestos a los ricos desalentarán la creación deempleo o algo parecido—, o simplemente que a uno le preocupan más los ricos que los pobres,pero rechazar dinero gratis que ayudaría a las personas pobres es otra cosa muy distinta, es puracrueldad.

Bueno, lo que hemos aprendido de la política estadounidense desde 2012 es que existenmuchas personas que comparten ese tipo particular de crueldad. Creo que se trata todavía unporcentaje relativamente pequeño del electorado, pero la proporción es mucho mayor entre lasbases del Partido Republicano y es mayoritaria entre los políticos republicanos profesionales.

Lo que me lleva a la campaña en contra del Obamacare, después de que las elecciones de2016 dieran de nuevo brevemente al Partido Republicano el control unificado del Congreso y laCasa Blanca. Los republicanos tuvieron finalmente la oportunidad de revocar la iniciativa

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nacional más importante de Barack Obama, derogando en su totalidad la Ley de AtenciónSanitaria Asequible. Desde su punto de vista, habría tenido cierto sentido, ya que la derogación dela ley en su totalidad habría supuesto la supresión de los impuestos sobre los ingresos elevadosque sufragaban la ampliación del Medicaid y los subsidios a las familias con ingresos medios. Noobstante, una vez que se hizo patente que la derogación dejaría sin cobertura a decenas demillones de personas, incluso el Partido Republicano se mostró reacio ante esa perspectiva.

Lo que quedó fue una campaña de sabotaje: un intento de socavar el Obamacare atacando susdisposiciones, de forma que no se retirara el seguro médico a las personas de manera demasiadoobvia, pero conseguir uno fuera más difícil, más caro o ambas cosas. Esto fue posible gracias a laserie de compromisos alcanzados por los demócratas para lograr que se aprobara la reformasanitaria: como la Ley de Atención Sanitaria Asequible es un sistema híbrido público-privado, enlugar de un simple programa de seguro gubernamental, tiene varias piezas móviles y no resultademasiado difícil arrojar arena a los engranajes.

Lo que ocurrió con esta campaña de sabotaje fue que no benefició directamente a nadie: losricos siguieron teniendo que pagar los mismos impuestos. Por tanto, como en el caso del rechazo ala ampliación de Medicaid, se trataba simplemente de perjudicar a los beneficiarios de la ley y, enalgunos casos, costó más dinero que dejar la ley intacta.

La buena noticia era que los arquitectos del Obamacare eran mejores constructores de lo quemuchos habíamos pensado, entre los que me incluyo. La ley no era inmune al sabotaje, perodemostró ser más sólida de lo que muchos habían temido. En las columnas recopiladas en estasección se describen los ataques contra la ley y cómo, en buena parte, ha sobrevivido.

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Si tiene tres patas está bien10 de julio de 2017

¿Acaso los 50 senadores republicanos estarán dispuestos a infligir un daño grave a sus electoresen nombre de la lealtad al partido? No tengo ni idea. Sin embargo, este parece un buen momentopara revisar por qué a los republicanos no se les puede ocurrir una alternativa al Obamacare queno sea desastrosa. No se debe a que sean estúpidos (aunque se han vuelto asombrosamente anti-intelectuales). Se debe a que no se puede cambiar ningún elemento importante de la Ley deAtención Sanitaria Asequible sin destruirlo todo.

Supongamos que se quiere hacer que la cobertura sanitaria esté disponible para todos,incluidas las personas con condiciones preexistentes. A la mayoría de los economistas de la saludque yo conozco les encantaría ver a un solo pagador, Medicare, para todos. No obstante, siendorealistas, es una carga demasiado pesada para levantar en este momento.

En primer lugar, al sector de los seguros no le gustaría para nada que lo eliminaran y tienemucha influencia. Asimismo, el cambio a un solo pagador requeriría un enorme incremento en losimpuestos. La mayoría de las personas ganaría más con la eliminación de las primas de losseguros de lo que perdería por un incremento marcado en los impuestos, pero ello sería difícil deargumentar durante una campaña electoral.

Aparte de eso, la mayoría de los estadounidenses menores de sesenta y cinco años estáncubiertos por sus empleadores y están razonablemente contentos con su cobertura. Escomprensible que se pongan nerviosos ante cualquier propuesta para reemplazarla con otra cosa,sin que importe cuán honradamente se les asegure que el cambio sería beneficioso. Así es que seoptó por la progresividad para la Ley de Atención Sanitaria Asequible, el banco de tres patas.

Se empieza por exigir a las aseguradoras que ofrezcan los mismos planes, a los mismosprecios, a todo el mundo, independientemente de su historial médico. Esto se ocupa del problemade las condiciones preexistentes. No obstante, esto conduciría a una «espiral mortal»: laspersonas sanas tendrían que esperar hasta enfermar para inscribirse, así que quienes seinscribieran estarían relativamente poco sanos, con lo cual aumentarían las primas, lo que a suvez, ahuyentaría a más personas sanas, y así sucesivamente.

Así que la regulación de los seguros tiene que ir acompañada del mandato individual, unrequerimiento por el cual las personas se inscriban al seguro aunque estén sanas. Y el seguro debesatisfacer estándares mínimos: comprar una póliza barata que apenas cubra nada esfuncionalmente lo mismo que no comprar ningún seguro en absoluto.

Pero ¿qué pasa si la gente no puede pagar el seguro? La tercera pata del banco son lossubsidios que limitan el costo para quienes tienen menos ingresos. Para los que tienen los ingresosmás bajos, el subsidio es del ciento por ciento y adopta la forma de una expansión del Medicaid.

El punto clave es que las tres patas del banco son necesarias. Si le quitamos una, el programano funciona.

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Sin embargo, ¿funciona aunque sea con tres patas? Sí.Para entender qué ha pasado con la ACA hasta ahora, es necesario darse cuenta de que, por

como está escrita (y como la interpreta la Corte Suprema), su aplicación depende en gran medidade la cooperación de los gobiernos estatales. De hecho, en los estados donde sí han cooperado,han expandido el Medicaid, han operado sus propias bolsas de seguros y han promovido tanto lainscripción como la competición entre las aseguradoras; esto es, funciona en forma bastanteeficaz.

Comparemos, por ejemplo, la experiencia de Kentucky y la de su vecino Tennessee. En 2013,antes de la plena entrada en vigor de la ACA, Tennessee contaba con un número ligeramenteinferior de no asegurados, un 13% frente al 14%. Sin embargo, en 2015, Kentucky, que habíaaplicado plenamente la ley, había reducido la tasa de no asegurados a solo el 6%, mientras que enTennessee era del 11%.

O pensemos en el problema de los condados que solo tienen una aseguradora (o ninguna), loque conlleva que no hay competencia. Como muestra un estudio reciente, es un problema casiexclusivo de los estados rojos. En los estados con gobernadores del Partido Republicano, el 21%de la población vive en condados en estas condiciones; en los estados con gobernadoresdemócratas, es menos del 2%.

Así que el Obamacare es, aunque nadie vaya a creerme, una ley bien pensada, que funcionadonde los gobiernos estatales quieren que funcione. Puede y debe hacerse que funcione mejor,pero los republicanos no muestran ningún interés en que eso suceda. Más bien, todo su ideario selimita a coger el serrucho y cortar una o más patas al banco de tres patas.

Primero, están decididos a revocar el mandato individual, que es impopular entre la gentesana, pero esencial para hacer que el sistema funcione entre quienes más lo necesitan.

Segundo, están determinados a recortar los subsidios —incluidos recortes salvajes alMedicaid— para poder liberar dinero que puedan usar para bajarles los impuestos a los ricos. Elresultado sería un aumento drástico en las primas netas para la mayoría de las familias.

Finalmente, ahora estamos oyendo mucho sobre la enmienda Cruz, que permitiría a lasaseguradoras ofrecer planes básicos de cobertura mínima y deducibles elevados. Resultaríaninútiles para las personas con condiciones preexistentes, quienes quedarían segregadas en unmercado de elevados costos, lo cual, en efecto, sería cortarle la tercera pata al banco.

Entonces, ¿qué partes de su plan tendrían que abandonar los republicanos para evitar unenorme incremento en el número de no asegurados? La respuesta es: todas.

Después de todos estos años denunciando el Obamacare, los republicanos no tienen ni ideade cómo hacerlo mejor. De hecho, en realidad no tienen absolutamente ninguna idea.

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El genio muy estable de Obamacare9 de abril de 2018

Los titulares de los periódicos siguen dominados por los casi 130.000 escándalos que actualmenteafligen al gobierno de Trump. Es comprensible. Sin embargo, las encuestas sugieren que es pocoprobable que el hedor de la corrupción, por muy intenso que sea, domine las elecciones a mitad demandato. En cambio, el mayor problema en la mente de los electores parece ser la atenciónmédica.

¿Saben qué? Los electores están en lo correcto. Si los republicanos conservan el control deambas cámaras del Congreso, podemos predecir con mucha seguridad que harán otro intento pararevocar el Obamacare, con lo que dejarán sin seguro médico a entre 25 y 30 millones deestadounidenses. ¿Por qué? Porque sus intentos de sabotear el programa siguen quedándose cortosy el tiempo se está agotando.

No estoy diciendo que el sabotaje haya sido un absoluto fracaso. El gobierno de Trump hatenido éxito al aumentar significativamente el precio de las primas de los seguros y, sí, digo «hatenido éxito», porque en definitiva ese era el objetivo.

El registro en los centros de afiliación al seguro de la Ley de Atención Sanitaria Asequibletambién ha bajado desde 2016 —casi toda esa disminución tuvo lugar en los centros que dirige elgobierno de Trump, y no en aquellos a cargo de los estados—, y el número general deestadounidenses sin seguro médico, después de disminuir de manera considerable con elpresidente Barack Obama, ha aumentado nuevamente.

Sin embargo, lo que los republicanos estaban esperando y planeando era una «espiral de lamuerte» de declive en la inscripción y aumento exorbitante de los costos. Aunque las continuasafirmaciones de que dicha espiral de la muerte está en curso hayan surtido efecto —buena parte dela gente cree que los centros de afiliación están colapsando—, no es así. De hecho, el programa hasido extraordinariamente estable si se tiene en cuenta que está siendo administrado por gente queintenta hacer que fracase.

¿Cuál es el secreto de la estabilidad del Obamacare? La respuesta, aunque nadie la creerá, esque la gente que diseñó el programa era muy inteligente. La realidad política los obligó a construiruna máquina de Rube Goldberg; es decir, un aparato sofisticado para lograr en esencia metasbásicas; cada experto de salud progresista que conozco habría sido feliz de extender el Medicarepara todos, pero eso es justo lo que no iba a pasar. Sin embargo, sí lograron crear un sistemabastante resistente a los impactos, incluyendo el impacto de una Casa Blanca que quieredestruirlo.

Originalmente, se suponía que el Obamacare se basaría en tres pilares principales: lasaseguradoras privadas no podían discriminar a nadie por padecer enfermedades preexistentes; laspersonas tenían que comprar un seguro que cumpliera con las normas mínimas —el «mandato

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individual»—, incluso si en este momento estaban sanos, y se otorgaban subsidios para que elseguro fuera muy asequible.

No obstante, los republicanos han hecho todo lo posible para que uno de estos pilares serompa; incluso antes de revocar el mandato, ya habían reducido de manera considerable losesfuerzos de expansión en un intento por desalentar a los ciudadanos estadounidenses sanos deinscribirse.

El resultado ha sido que la población que se ha inscrito para tener cobertura es más reduciday está más enferma de lo que habría estado de otro modo, obligando a las aseguradoras a cobrarprimas más elevadas.

Pero aquí es donde intervienen los subsidios.Con la ACA, los estadounidenses más pobres están cubiertos por Medicaid, por lo que las

pólizas privadas no cuentan. Mientras tanto, muchas de las personas con ingresos superiores(hasta más del 400% del umbral de pobreza o más de 95.000 dólares para una familia de cuatromiembros) tienen derecho a recibir subsidios. Se trata del 59 % de la población, pero comomuchas de esas personas con ingresos más elevados están aseguradas por sus empleadores, es el83 % de los que se inscriben en el programa. Y esta es la cuestión: esos subsidios no son fijos. Lafórmula establece, en su lugar, un subsidio suficientemente elevado como para constituir un límitea cuánto pueden aumentar los pagos de la póliza como porcentaje de los ingresos.

Como resultado, de los 27 millones de estadounidenses que ha conseguido cobertura graciasa la ampliación del Medicaid o han contratado un seguro en las bolsas, solo unos dos millonesestán expuestos a esas subidas de las primas ideadas por Trump. Sigue siendo mucha gente, perono basta para provocar una espiral de la muerte. En realidad, por razones complejas (relacionadascon la práctica conocida como silver-loading; no pregunten), las primas, después de aplicar lossubsidios, han bajado para muchas personas.

Y eso ha dejado al Partido Republicano sumamente frustrado.Los republicanos odiaron desde un principio el Obamacare no porque esperaran que fuera un

fracaso, sino porque temían que tuviera éxito y, con ello, demostrara que un gobierno puede hacercosas para mejorar la vida de sus ciudadanos. Y su pesadilla poco a poco se está haciendorealidad: aunque ha tardado mucho tiempo, la Ley de Atención Sanitaria Asequible por fin estáganando popularidad y la preocupación entre la opinión pública de que el Partido Republicanopueda suprimirla se está convirtiendo en un importante lastre político.

Lo que esto me sugiere es que si los republicanos consiguen retener el Congreso, llevarán acabo otro gran esfuerzo para destruir la ley, porque saben que esta será probablemente su últimaoportunidad. De hecho, si no acaban pronto con el Obamacare, posiblemente el paso siguienteserá un programa mejorado que permita a los estadounidenses de todas las edades contratarMedicare.

Por tanto, los votantes hacen bien en creer que la asistencia sanitaria es un tema muyrelevante en las elecciones legislativas. Puede que no sea lo más importante que está en juego: haybuenas razones para creer que está en peligro la propia supervivencia de la democraciaestadounidense. Pero sí se trata de algo muy importante.

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Enfermad, arruinaos y morid3 de septiembre de 2018

Seamos sinceros: pese a su reputación de inconformista, John McCain fue durante la mayor partede su último decenio un republicano muy ortodoxo, que acató la línea del partido sin importar loirresponsable que fuera. Pensemos en cómo abandonó su antiguo apoyo a las iniciativas paralimitar el cambio climático.

No obstante, se redimió de buena parte de ese pasado con un solo acto: emitió el voto crucialcontra los intentos del Partido Republicano de derogar la Ley de Atención Sanitaria Asequible.Ese simple «no» salvó la atención médica de decenas de millones de estadounidenses, al menosdurante algún tiempo.

Pero ahora McCain se ha ido y, con él, hasta donde sabemos, el único republicano en elCongreso con algo parecido a las agallas. En consecuencia, si los republicanos mantienen elcontrol del Congreso en noviembre, derogarán el Obamacare. No es una conjetura: es una promesaexplícita formulada por el vicepresidente Mike Pence la semana pasada.

Pero ¿qué me dicen de los problemas que acabaron con el intento de derogación en 2017?Seguro que los republicanos se han pasado el ultimo año replanteándose sus ideas políticas,tratando de idear formas de anular la ACA sin infligir un daño enorme a los estadounidensescorrientes, sobre todo a aquellos con enfermedades preexistentes, ¿verdad?

Como ven, he hecho un chiste.Obviamente, los republicanos no se han replanteado sus ideas sobre la asistencia sanitaria

(ni, de hecho, sobre ninguna otra cosa). Esto se debe en parte a que el Partido Republicanomoderno no analiza las políticas. Los demócratas tienen una red de laboratorios de ideas y deexpertos independientes afines que examinan minuciosamente los datos, tratan de buscarsoluciones a los problemas reales y a veces influyen en propuestas legislativas concretas. Losrepublicanos no tienen nada parecido; sus dóciles «expertos» se dedican básicamente a deciraquello que sus jefes políticos quieren escuchar.

Sin embargo, en el caso de la asistencia sanitaria, existe un problema aún más serio: elPartido Republicano no puede proponer una alternativa a la Ley de Atención Sanitaria Asequibleporque no la hay. En particular, si quiere preservar la protección para las personas conenfermedades preexistentes, el problema de salud que más importa a la mayoría de los votantes,incluida la mitad de los republicanos, el Obamacare es la política más conservadora que puedehacerlo. Las únicas opciones que quedan son cosas como Medicare para todos, que comportaríaun considerable giro a la izquierda, no a la derecha.

Los economistas de la salud han explicado esta cuestión muchas veces a lo largo de los años,pero, como de costumbre, es difícil que una persona entienda algo cuando su salario depende deque no lo haga. Aun así, vamos a intentarlo una vez más.

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Si se quiere que las aseguradoras privadas ofrezcan cobertura a personas con enfermedadespreexistentes, hay que prohibir la discriminación basada en el historial médico. Pero eso por sísolo no es suficiente, ya que si el coste de las pólizas es el mismo para todos, quienes lassuscriban estarán más enfermos que quienes no lo hagan, lo que creará un fondo de riesgo elevadoy obligará a subir las primas. Esto fue lo que sucedió en Nueva York, donde las primas de laspólizas individuales eran muy elevadas antes de la ACA y cayeron de inmediato a la mitad cuandoentró en vigor el Obamacare.

Lo que hizo el Obamacare fue ofrecer incentivos para que también se aseguraran las personassanas. Por una parte había una sanción por no tener seguro (el mandato individual). Por otra, habíasubsidios concebidos para limitar los gastos médicos como porcentaje de los ingresos. Losrepublicanos han intentado sabotear la asistencia sanitaria eliminando el mandato y hanconseguido que las primas suban, pero el sistema aún se mantiene en pie gracias a esos subsidios.

Una vez más, la cuestión es que el Obamacare es la opción más conservadora para cubrir lasenfermedades preexistentes, y si a los republicanos les preocuparan de verdad los muchosmillones de estadounidenses con estas enfermedades, apoyarían y, de hecho, tratarían de reforzarla ACA.

En cambio, acabarán con ella si mantienen el control dentro de dos meses. Sin embargo, lacobertura de las enfermedades preexistentes es popular, por lo que fingen que no van a hacerlomientras formulan propuestas que, en realidad, sugieren todo lo contrario.

¿Por qué imaginan que pueden salirse con la suya con este fraude tan descarado? Porque esoes lo que es. ¿Creen que los votantes son estúpidos?

Bueno, sí. En mítines recientes, Donald Trump ha declarado que los demócratas quieren«saquear Medicare para pagar el socialismo».

No obstante, el blanco más importante son los medios de comunicación; muchos miembros delos cuales todavía no han aprendido a hacer frente a la mala fe generalizada del conservadurismomoderno.

Cuando alguien como, por ejemplo, el senador de Nevada Dean Heller copatrocina unproyecto de ley que pretende proteger las enfermedades preexistentes, pero en realidad no lo hace,lo que espera conseguir son titulares que digan «Heller anuncia un plan para proteger a losestadounidenses con enfermedades preexistentes»; el dato fundamental, que su proyecto de leynunca lo hará, quede enterrado en el párrafo decimoséptimo.

O mejor aún, desde su punto de vista, ese párrafo decimoséptimo mencionaría únicamenteque «algunos demócratas» afirman que su proyecto de ley es un fraude mientras que losrepublicanos discrepan. Ambas partes, ya saben.

Por tanto, si usted es un estadounidense que padece una enfermedad preexistente o teme quepodría desarrollar una en el futuro, necesita tener clara la realidad: los republicanos van a por suasistencia sanitaria. Si mantienen el control en noviembre, el seguro médico a un precio asequible,o quizá a cualquier precio, habrá desaparecido en cuestión de meses.

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Cómo pueden cumplir los demócratas la promesa de la asistencia sanitaria22 de noviembre de 2018

Nueva Jersey muestra el camino. ¿Algún problema con eso?«Los demócratas necesitan tener un programa positivo, no solo estar en contra de Donald

Trump.» ¿Cuántas veces han escuchado decir algo parecido a los comentaristas durante lascampañas de las elecciones de mitad de mandato? De hecho, lo siguen diciendo personas comoSeth Moulton, quien encabeza (al parecer sin éxito) la iniciativa para impedir que Nancy Pelosivuelva a ser presidenta de la Cámara de Representantes.

Lo que hace que esta vaga acusación resulte tan molesta es que se puede demostrararitméticamente que es errónea. Sí, todo el mundo tenía en mente a Trump, pero estabasorprendentemente ausente en los mensajes de los demócratas. Un recuento realizado por elWesleyan Media Project ha revelado que las elecciones de 2018 no se distinguieron por lo muchoque los demócratas hablaron del tuitero en jefe, sino por lo poco que lo hicieron: desde el año2002 ningún partido de la oposición ha lanzado tan pocos anuncios atacando al ocupante de laCasa Blanca.

Entonces, ¿de qué hablaron las campañas que provocaron una marea azul? Sobre todo, de laasistencia sanitaria, presente en más de la mitad de los anuncios de los demócratas, lo que suscitauna pregunta: ahora que los demócratas han obtenido una gran victoria en la Cámara deRepresentantes y mucho éxito en las contiendas a nivel estatal, ¿pueden hacer algo para cumplir laprincipal promesa de su campaña?

Sí, pueden.En realidad, al hacerse con la Cámara, los demócratas alcanzaron un gran objetivo, retirar de

la mesa la derogación de la Ley de Atención Sanitaria Asequible. Es cierto que la demanda delPartido Republicano contra la protección de las enfermedades preexistentes que contempla la leytodavía aguarda sentencia: el largo silencio del juez de tendencia republicana en este caso es cadavez más extraño. Sin embargo, no habrá más intentos legislativos de desmantelar la ley.

Por otra parte, como los republicanos siguen controlando el Senado y la Casa Blanca,tampoco habrá una nueva legislación federal importante sobre la asistencia sanitaria. Losdemócratas pueden debatir su futuro programa, que probablemente incluya ofrecer algún tipo deopción dentro del Medicare a los estadounidenses menores de sesenta y cinco años. Y esimportante que mantengan este debate: una de las razones de que pudieran lograr una ampliareforma sanitaria en 2009-2010 fue que, a diferencia de los republicanos en 2017, que no habíanreflexionado en ningún momento sobre las verdaderas implicaciones de la derogación, ellos síhabían discutido a fondo las cuestiones clave en los dos años anteriores. Pero, al menos porahora, Washington permanecerá bloqueada (¡que es mejor que como estábamos antes!).

No obstante, aún puede haber iniciativas a nivel estatal.

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Estrictamente hablando, la ACA no creó un programa nacional. En su lugar, estableció reglasy aportó financiación para cincuenta programas a nivel estatal. Se alentó a los estados a crear suspropios mercados de seguros médicos, aunque tenían la opción de usar healthcare.gov, la páginaweb federal. Una decisión del Tribunal Supremo de 2012 también permitió a los estados renunciara la ampliación del Medicaid, y muchos eligieron rechazar los dólares federales y privar a suspropios residentes del seguro médico.

Esto ha creado divergencias en la asistencia dependiendo de la orientación política de losestados. En 2013, antes de que la ACA entrara en vigor, California tenía una tasa de no aseguradossuperior a la media: el 17,2% de su población no tenía cobertura. A Carolina del Norte le iba algomejor, con «solo» un 15,6% de no asegurados. Pero el año pasado, la tasa de no asegurados habíacaído en California diez puntos, hasta el 7,2%, mientras que la de Carolina del Norte todavía sesitúa por encima del 10%.

¿A qué se debe esta diferencia? California, sólidamente azul, con un gobernador y unalegislatura demócratas, hizo cuanto pudo para conseguir que el Obamacare funcionara: amplió elMedicaid, operó su propio mercado e hizo grandes esfuerzos para que la gente se inscribiera.Carolina del Norte, con un gobierno republicano, no hizo ninguna de estas cosas.

Y la importancia de la iniciativa a nivel estatal no ha hecho sino aumentar en los dos últimosaños, ya la administración Trump y sus aliados en el Congreso, incapaces de derogar en sutotalidad la ACA, han hecho todo lo posible para sabotearla. Han eliminado el mandatoindividual, que obligaba a las personas a asegurarse cuando todavía estaban sanas; han suprimidoel reaseguro, que ayudaba a las compañías de seguros a gestionar su propio riesgo; y han reducidodrásticamente su alcance.

Todas estas medidas encarecieron las pólizas y redujeron las inscripciones. No obstante, losestados pueden, si así lo eligen, cubrir el hueco de dimensiones trumpianas.

El ejemplo más espectacular de cómo se puede conseguir es Nueva Jersey, donde losdemócratas recuperaron el control a finales de 2017 y crearon de inmediato versiones estatalestanto del mandato como del reaseguro. Los resultados fueron impresionantes: las pólizas de 2019en Nueva Jersey son un 9,3 % más bajas que las de 2018, y se sitúan muy por debajo delpromedio nacional. La reversión del sabotaje de Trump parece haber permitido ahorrar alcomprador medio unos 1.500 dólares al año.

Ahora que los demócratas han conseguido el control de varios estados, pueden y debenemular el ejemplo de Nueva Jersey e ir aún más lejos si es posible. Por ejemplo, ¿por qué nointroducir opciones públicas a nivel estatal, planes gubernamentales sólidos desde el punto devista actuarial, como alternativa a los seguros privados?

La cuestión es que, aunque la nueva mayoría de la Cámara de Representantes no podrá hacermucho aparte de defender el Obamacare, al menos por ahora, sus aliados en los estados sí puedenhacer mucho más y, en el proceso, cumplir con el programa con el que todo el partido concurrió alas elecciones este año. Como dicen en Nueva Jersey, ¿algún problema con eso?

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La burbuja y su estallido

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La suma de todos los miedos

¿Se acuerda alguien todavía de la crisis financiera de finales de los años noventa? Con todo loque ha sucedido desde entonces, podría parecer que ha transcurrido una eternidad. Sin embargo,para quienes la siguieron fue un acontecimiento profundamente aterrador, no solo por susconsecuencias inmediatas (supuso la pérdida de billones de dólares y decenas de millones depersonas vieron cómo se trastocaban sus vidas), sino por ser un presagio.

En torno a 1996, la gran mayoría de los economistas, entre los que me incluyo, creíamos queaunque el mundo estaba lleno de riesgos, el progreso del conocimiento económico habíaeliminado un tipo particular de riesgo, el de una depresión como la de los años treinta. A fin decuentas, esta clase de cosas ya habían ocurrido con otras lacras sociales. En 1854, el doctor JohnSnow descubrió que un brote de cólera en Londres estaba relacionado con una bomba de aguapública; cuando los epidemiólogos se percataron de que el agua contaminada propagaba laenfermedad, la epidemia de cólera se convirtió en cosa del pasado.

Asimismo, John Maynard Keynes observó en 1936 que el gasto insuficiente y las quiebrasbancarias en cascada eran la causa del desempleo masivo, y una vez que los responsablespolíticos llegaron a entender este diagnóstico, las crisis económicas al estilo de la GranDepresión también pasaron a ser cosa del pasado.

No dejaron de producirse recesiones, incluso desagradables; la tasa de desempleo enEstados Unidos alcanzó casi el 11 % en 1982. Pero esta recesión, como la mayoría de lasdepresiones después de la segunda guerra mundial, fue más una terapia de choque que un ataque alcorazón: la impusieron los responsables políticos de forma más o menos intencionada paracontener lo que temían que estuviera a punto de convertirse en una inflación galopante. Nadieesperaba un retorno de los «pánicos» al viejo estilo, con retiradas masivas de depósitos yempresas quebrando porque la gente escondía sus ahorros debajo del colchón.

Sin embargo, esto fue lo que sucedió en Tailandia, Malasia, Indonesia y Corea del Sur afinales de los años noventa. Una crisis a cámara lenta, un malestar continuo, llegó a Japón, al quesolo unos años antes muchos habían considerado una superpotencia económica emergente. Yaunque algunos analistas (lamento decir que demasiados economistas occidentales) tendían adespachar estas crisis como aberraciones que no tenían nada que enseñarnos al resto, otrosestábamos profundamente afectados.

Al fin y al cabo, algunas de estas naciones eran relativamente modernas y sofisticadas, yaunque sus responsables políticos no fueran los ideales (¿dónde lo son?), no estaban siendogobernadas por idiotas. Japón, en particular, se parecía mucho en lo fundamental a nosotros: unanación grande, rica, educada, tecnológicamente avanzada y políticamente estable, con unasautoridades monetarias y fiscales competentes cuando no brillantes. Si Japón podía verse atrapadaen una «década perdida» de estancamiento y deflación, ¿no podía ocurrir lo mismo aquí?

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Escribí sobre estas cuestiones en aquel momento, en especial en un artículo académico de1998 («It’s Baaack: Japan’s Slump and the Return of the Liquidity Trap»), que creo que haresistido el paso del tiempo bastante bien, y en un libro de 1999, El retorno de la economía de ladepresión. Otros también dieron voces de alarma similares, incluido un profesor de Princeton porentonces llamado Ben Bernanke. Pero no era un mensaje que muchos quisieran oír.

Sin embargo, con el tiempo, los paralelismos entre nosotros y Japón se fueron volviendocada vez más fuertes. En torno a 2005, tanto yo como muchos otros (aunque no los suficientes) noshabíamos empezado a inquietar por lo que parecía una inmensa burbuja inmobiliaria. Era evidenteque iban a ocurrir cosas horribles cuando dicha burbuja estallara. Resultó ser mucho peor de loque casi todos creían. Años de desregulación e «innovación» financiera (que a menudo equivalíaa encontrar la manera de eludir la regulación) habían creado un sistema bancario que era, de unamanera moderna y con alta tecnología, tan vulnerable a los pánicos como el sistema bancario envísperas de la Gran Depresión.

Y llegó el pánico.Las columnas de esta sección describen el miedo creciente que algunos sentíamos a que

estuviera ocurriendo algo terrible, y el muro de ideas falsas que tuvimos que escalar cuandoaquello que temíamos que pudiera suceder, sucedió finalmente. La cuestión que surgió entoncesera qué hacer, pero esto se abordará más detenidamente en la siguiente sección.

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Quedarse sin burbujas27 de mayo de 2005

¿Se acuerdan de la burbuja bursátil? Con todo lo que ha ocurrido desde el año 2000, parece quehubiera transcurrido una eternidad. Sin embargo, algunos pesimistas, en especial Stephen Roachde Morgan Stanley, sostienen que todavía no hemos pagado el precio por nuestros excesos delpasado.

Nunca he aceptado del todo este punto de vista. No obstante, al examinar detenidamente elmercado inmobiliario, estoy empezando a reconsiderarlo.

En julio de 2001, Paul McCulley, un economista de Pimco, el gigantesco fondo deinversiones, predijo que la Reserva Federal simplemente sustituiría una burbuja por otra. «Haymargen para que la Fed cree, en caso de ser necesario, una burbuja en los precios de la viviendapara sostener el hedonismo estadounidense. Y creo que la Fed tiene la voluntad de hacerlo, aunquela corrección política exigiría que Greenspan lo negara», escribió.

Como pronosticó McCulley, las bajadas de los tipos de interés hicieron que los precios de lavivienda se dispararan, lo que, a su vez, provocó no solo un boom de la construcción, sinotambién un mayor gasto de consumo, ya que los propietarios de viviendas recurrieron a larefinanciación hipotecaria para endeudarse más. Todo ello creó puestos de trabajo paracompensar los que se perdieron cuando estalló la burbuja bursátil.

Ahora la pregunta es qué podría reemplazar a la burbuja inmobiliaria.Nadie pensaba que la economía pudiera depender para siempre de la compra y la

refinanciación de vivienda, pero se esperaba que, para cuando el boom inmobiliario seextinguiera, ya no fuera necesario.

Sin embargo, aunque el auge inmobiliario ha durado más de lo que nadie se hubiera atrevidoa imaginar, si llegara a su fin la economía seguiría teniendo graves problemas. Es decir, si elfrenético ritmo de construcción de viviendas se ralentizara y los consumidores dejaran de pedirpréstamos con sus viviendas como garantía, la economía sufriría una drástica desaceleración. Silos precios de la vivienda empezaran a caer, presenciaríamos una escena muy desagradable, en laque tanto la construcción como el gasto de los consumidores se desplomarían, sumiendo de nuevoa la economía en una recesión.

Por eso resulta tan inquietante ver señales de que el mercado inmobiliario de EstadosUnidos, al igual que el mercado bursátil al final de la pasada década, se está acercando a lasfrenéticas etapas finales de una burbuja especulativa.

Algunos analistas siguen insistiendo en que los precios de la vivienda no son desorbitados.Siempre habrá alguien que encuentre razones de por qué los precios aparentemente absurdos delas propiedades tienen sentido. ¿Se acuerdan de Dow 36,000? Robert Shiller, que argumentó encontra de estas racionalizaciones y describió correctamente a la burbuja bursátil en su libro

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Exuberancia irracional, ha añadido un análisis pesimista del mercado inmobiliario en la nuevaedición y afirma que la burbuja inmobiliaria «podría ser la mayor burbuja de la historia deEstados Unidos».

En algunas zonas del país existe una fiebre especulativa entre personas que no deberíandedicarse a esto y que recuerda demasiado a las burbujas del pasado: a los limpiabotas que dabanconsejos para invertir en bolsa en los años veinte y a las pizzerías que, en los años noventa,mostraban en sus televisores la CNBC, no la ESPN.

Incluso Alan Greenspan admite ahora que tenemos «características de burbujas» en elmercado inmobiliario, pero únicamente «en determinadas zonas». Y es cierto que las escenas másdisparatadas se concentran en unas pocas regiones, como las costas de Florida y California.

Sin embargo, no son regiones pequeñas; son grandes y ricas, por lo que el mercadoinmobiliario nacional en su conjunto parece bastante burbujeante. Muchas adquisiciones deviviendas son especulativas; la Asociación Nacional de Agentes Inmobiliarios calcula que el 23%de las casas vendidas el año pasado fueron compradas como inversión, no para vivir en ellas.Según Business Week, el 31% de las hipotecas nuevas son solo de pago de intereses, una señal deque la gente está llegando a sus límites financieros.

Lo que es importante recordar es que el estallido de la burbuja bursátil perjudicó a muchaspersonas, no solo a quienes compraron acciones cuando cotizaban muy alto. En el verano de 2003el sector privado había perdido tres millones de empleos con respecto a su nivel máximo de 2001.Y las pérdidas de puestos de trabajo habrían sido mucho peores si la burbuja bursátil no hubierasido sustituida rápidamente por la burbuja inmobiliaria.

Entonces, ¿qué sucederá si estalla la burbuja inmobiliaria? Volverá a ocurrir lo mismo una yotra vez, a menos que la Fed pueda encontrar algo que la sustituya. Y cuesta imaginar qué podríaser. Al fin y al cabo, la capacidad de la Fed para gestionar la economía proviene principalmentede su habilidad para crear expansiones y contracciones en el mercado inmobiliario. Si el sector dela vivienda se desploma después de la burbuja, ¿qué queda?

Roach cree que el aparente éxito de la Fed después de 2001 fue un espejismo, quesimplemente acumuló problemas para el futuro. Espero que esté equivocado. No obstante, la Fedsí parece estar quedándose sin burbujas.

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Ese sonido sibilante8 de agosto de 2005

Así es como termina la burbuja: no con un estallido, sino con un silbido.Los precios de la vivienda oscilan mucho más despacio que los precios de las acciones. No

hay lunes negros cuando los precios caen un 23% en un día. De hecho, muchas veces los preciosincluso siguen subiendo durante algún tiempo después de que un boom inmobiliario haya tocado asu fin.

Por tanto, la noticia de que la burbuja inmobiliaria estadounidense se ha acabado no vendráen forma de un desplome de los precios, sino con una caída de las ventas y un aumento del stockde viviendas cuando los vendedores traten de vender a precios que los compradores ya no estándispuestos a pagar. Y quizá este proceso ya haya empezado.

Por supuesto, hay quienes siguen negando que exista una burbuja inmobiliaria. Permítanmeexplicar por qué sabemos que están equivocados.

Una prueba de ello es la sensación de histeria en torno a los bienes inmuebles, que recuerdainevitablemente al pánico bursátil de 1999. Incluso algunos de los actores son los mismos. Losautores del éxito de ventas de 1999 Dow 36,000 figuran ahora entre los mayores defensores de laidea de que no existe una burbuja inmobiliaria.

Luego están los números. Muchos de los que niegan la burbuja señalan los precios mediospara el conjunto del país, que parecen preocupantes, pero no totalmente disparatados. Sinembargo, cuando se trata de la vivienda, Estados Unidos es en realidad dos países: Planilandia yel Área Zonificada.

En Planilandia, que ocupa el centro del país, es fácil construir casas. Cuando aumenta lademanda de vivienda, las áreas metropolitanas de Planilandia, que carecen de centrostradicionales, simplemente se expanden algo más. Como consecuencia, los precios de la viviendaestán determinados básicamente por el coste de construcción. En Planilandia, ni siquiera podríacomenzar una burbuja inmobiliaria.

Pero en el Área Zonificada, que se extiende a lo largo de la costa, la alta densidaddemográfica, combinada con las restricciones en el uso del suelo —de ahí lo de «zonificada»—,hace que resulte difícil construir viviendas nuevas. De modo que cuando los ciudadanos estándispuestos a gastar más en vivienda, por ejemplo debido a una bajada de los tipos hipotecarios, seconstruyen algunas casas, pero los precios de las ya existentes también suben. Y si la gente piensaque los precios van a seguir aumentando, estará dispuesta a gastar aún más, lo que provoca unasubida todavía mayor de los precios, y así sucesivamente. En otras palabras, el Área Zonificadaes propensa a crear burbujas inmobiliarias.

Y los precios de la vivienda en el Área Zonificada, que han aumentado mucho másrápidamente que el promedio nacional, apuntan claramente a la existencia de una burbuja.

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En el país en su conjunto, los precios de la vivienda aumentaron aproximadamente un 50 %entre el primer trimestre de 2000 y el primer trimestre de 2005. Sin embargo, ese promediocombina los resultados de las áreas metropolitanas de Planilandia, como Houston y Atlanta, dondelos precios se incrementaron un 26% y un 29%, respectivamente, con los resultados del ÁreaZonificada, como Nueva York, Miami y San Diego, donde los precios subieron un 77%, un 96% yun 118%.

Nadie pagaría los precios de San Diego si no creyera que van a seguir al alza. Los alquileresaumentaron mucho más lentamente que los precios: el índice del «alquiler equivalente delpropietario» de la Oficina de Estadísticas Laborales se incrementó solo un 27% desde finales de1999 hasta finales de 2004. Business Week informa que en 2004 el coste del alquiler de unavivienda en San Diego representaba solo el 40 % del coste de la propiedad de una viviendasimilar, incluso teniendo en cuenta los bajos tipos de interés de las hipotecas. Por tanto, solo tienesentido comprar en San Diego si se cree que los precios van a seguir subiendo rápidamente,generando grandes ganancias de capital. Esta es más o menos la definición de una burbuja.

Las burbujas terminan cuando la gente deja de creer que las grandes ganancias de capitalestán aseguradas. Esto es lo que sucedió en San Diego al final de su última burbuja inmobiliaria:tras un rápido incremento, los precios de las casas alcanzaron su nivel máximo en 1990. Prontohubo una saturación de viviendas en el mercado y los precios comenzaron a bajar. Para 1996,habían caído en torno al 25% teniendo en cuenta la inflación.

Y eso es lo que está sucediendo ahora mismo en San Diego, tras un incremento de los preciosde la vivienda que hace palidecer el boom de los años ochenta. La cantidad de casas unifamiliaresy de pisos en el mercado se ha duplicado a lo largo del último año. «Las casas que hace un año odos se vendían prácticamente de la noche a la mañana (desencadenando en muchos casos guerrasde pujas) están a la venta durante semanas», informa Los Angeles Times. Lo mismo estásucediendo en otros mercados antes muy activos.

Mientras tanto, la economía estadounidense se vuelto sumamente dependiente de la burbujainmobiliaria. La recuperación económica iniciada en 2001 ha sido decepcionante en muchossentidos, pero no se habría producido si no se hubiera disparado el gasto en la construcción deviviendas, además de provocar un aumento de los gastos de consumo basado en buena medida enla refinanciación de hipotecas. ¿Ya he mencionado que las tasas de ahorro personal han caído acero?

Ahora estamos empezando a oír un sonido sibilante a medida que la burbuja comienza adesinflarse. Y todos, no solo quienes poseen bienes inmuebles en el Área Zonificada, deberíanpreocuparse.

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La gravedad de la crisis financiera3 de diciembre de 2007

La crisis financiera que comenzó a finales del pasado verano, y se tomó luego unas brevesvacaciones en septiembre, ha vuelto con fuerzas renovadas. ¿Hasta qué punto es maligna? Bueno,yo nunca he visto a los agentes del mundo financiero manifestarse así, ni siquiera durante la crisisasiática de 1997-1998, cuando el efecto dominó parecía arrastrar al mundo entero.

Esta vez, los agentes del mercado parecen verdaderamente horrorizados, porque se han dadorepentinamente cuenta de que no son capaces de entender el complejo sistema financiero que ellosmismos han creado.

Pero antes de entrar en eso, digamos algo sobre lo que está pasando ahora mismo.El crédito —el préstamo entre jugadores en el mercado— es a los mercados financieros lo

que el aceite del motor a la mecánica del automóvil. La capacidad para disponer de dinero enefectivo a corto plazo, que es lo que quiere decir la gente cuando habla de «liquidez», es unlubricante esencial para los mercados y para el conjunto de la economía.

Pero la liquidez se ha evaporado. Algunos mercados de crédito han cerrado efectivamente laventanilla. Las tasas de interés en otros mercados —como el mercado de Londres, en el que losbancos se prestan unos a otros— han aumentado, aun cuando la tasa de interés de la deuda delgobierno de EE.UU., que todavía se considera segura, ha caído en picado.

«Estamos asistiendo —dice Hill Gross, de la gestora de bonos Pimco—, en sustancia, aldesplome del sistema bancario moderno actual, un complejo de préstamo apalancado tan difícil decomprender, que el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, precisó de un cursopresencial para ponerse al día con los gestores de los fondos de productos financieros derivados(hedge funds) a mediados de agosto.»

Si la congelación de los mercados financieros se prolonga mucho, ha de traer consigo unagrave reducción de los préstamos globales, lo que hará que la inversión empresarial siga elcamino del sector de la construcción. Y eso significa una recesión, posiblemente grave.

Lo que se esconde tras la desaparición de la liquidez es un colapso de la confianza: losjugadores en el mercado no quieren hacerse préstamos entre sí, porque no están seguros derecuperarlos.

En un sentido directo, ese colapso de la confianza lo ha causado el estallido de la burbujainmobiliaria. El alza de los precios de la vivienda tenía todavía menos sentido que la burbuja delpuntocom —no había siquiera una glamorosa tecnología nueva que viniera a justificar lacaducidad de las viejas reglas—, pero, de una u otra forma, los mercados financieros aceptaronlos precios enloquecidos de la vivienda como la nueva normalidad. Y cuando la burbuja estalló,un gran número de inversiones calificadas como AAA se revelaron basura.

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Así, los títulos de los «superseniors» frente a las hipotecas subprime o de alto riesgo —inversiones que tienen prioridad sobre cualquier pago de hipoteca que realicen los prestatarios, yque supuestamente tenían que ser negocio aun cuando una parte considerable de esos prestatariosentrara en morosidad—, han perdido una tercera parte de su valor de mercado desde el pasadojulio.

Pero lo que realmente ha socavado la confianza es el hecho de que nadie sepa dónde estáenterrado el tóxico financiero. Se suponía que Citigrup no tenía decenas de miles de millones dedólares expuestos al subprime; pues sí que los tenía. El Florida’s Local Government InvestmentPool, que actúa como banco de las escuelas públicas de distrito, se suponía libre de todo riesgo;no lo estaba (y ahora, las escuelas no tienen dinero para pagar a los profesores).

¿Cómo llegaron las cosas a tornarse tan opacas? La respuesta es: «innovación financiera».Dos palabras que, a partir de ahora, deberían despertar la alarma de los inversores.

Está bien, para ser justos, algunos tipos de innovación financiera resultan útiles. Yo no quieroregresar a los tiempos en que las cuentas corrientes no pagaban intereses y no se podía retirardinero en efectivo los fines de semana.

Pero las innovaciones de los últimos años —la sopa de letras de las CDO y los SIV, RMBS yABCP— se vendieron con falsos pretextos. Fueron promovidos como formas de dispersar elriesgo, de hacer más segura la inversión. Lo que hicieron, en cambio —aparte de proporcionar asus creadores montones de dinero, que no tuvieron que devolver cuando estalló la burbuja— fuedispersar la confusión, atraer a los inversores para que asumieran riesgos mayores de lo quepodían percibir.

¿Por qué se permitió que pasara? En el fondo, creo que el problema fue ideológico: losresponsables políticos, cegados por la idea de que el mercado siempre lo hace bien, pasaronsimplemente por alto las señales de alarma. Sabemos, en particular, que Alan Greenspan hizooídos sordos a las alertas de Edward Gramlich, un miembro de la Reserva Federal, sobre unapotencial crisis de las subprime.

Y a la ortodoxia del libre mercado le cuesta morir. Hace solo unas pocas semanas, HenryPaulson, el Secretario del Tesoro, admitía en la revista Fortune que la innovación financiera pasópor encima de la regulación, para añadir a continuación: «No creo que tuviéramos que haberseguido otra vía». ¿Es esta su última palabra, señor Secretario?

Ahora, la propuesta de Paulson para ayudar a los prestatarios a renegociar los pagos de sushipotecas y evitar el desahucio suena bien, en principio (aunque habrá que esperar a oír losdetalles). Pero, siendo realistas, no será sino un pequeño parche en el problema de las subprime.

El fondo del asunto es que quienes toman las decisiones políticas dejaron a la industriafinanciera innovar libremente, y lo que esta hizo fue innovarse a sí misma, dejándonos al restometidos en un lío tan grave como enorme.

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La economía Madoff19 de diciembre de 2008

La revelación de que Bernard Madoff —brillante inversor (o así lo creyó casi todo el mundo),filántropo, pilar de la comunidad— era un farsante, nos ha impactado enormemente, y escomprensible. Es difícil entender la escala de su presunto plan Ponzi de 50.000 millones dedólares.

No obstante, seguro que no soy la única persona que ha planteado la pregunta obvia:¿realmente, en qué se diferencia historia de Madoff de la del sector de las inversiones en suconjunto?

El sector de los servicios financieros ha reclamado una cuota cada vez mayor de los ingresosdel país en la última generación, haciendo que la gente que lo dirige sea increíblemente rica. Noobstante, en este momento, se diría que gran parte del sector ha estado destruyendo el valor y nocreándolo. Y no solo es una cuestión de dinero: las vastas riquezas logradas por quienesmanejaron el dinero de otras personas ha tenido un efecto corruptor en nuestra sociedad en suconjunto.

Empecemos con esos salarios. El año pasado, el sueldo promedio de los empleados de«valores, contratos de materias primas cotizadas e inversiones» fue de más de cuatro veces elsalario promedio en el resto de la economía. Ganar un millón de dólares no era nada especial, e,incluso, ingresos de 20 millones de dólares o más eran bastante frecuentes. El ingreso de losestadounidenses más acaudalados ha explotado en la última generación, a medida que los sueldosde los trabajadores comunes se han estancado; las altas retribuciones en Wall Street han sido unacausa importante de esa divergencia.

Pero sin duda, esas superestrellas financieras debieron de estar ganando esos millones, ¿no?No, no necesariamente. El sistema de pagos en Wall Street recompensa con esplendidez laapariencia de la ganancia, aun si esa apariencia después resulta haber sido una ilusión.

Consideremos el ejemplo hipotético de un administrador que apalanca el dinero de susclientes con una gran cantidad de deuda, luego invierte el total acumulado en activos muyproductivos, pero de alto riesgo, como dudosos títulos respaldados con hipotecas. Durante untiempo —digamos, mientras una burbuja de la vivienda sigue aumentando—, él (casi siempre esun él) obtendrá grandes beneficios y recibirá cuantiosos bonos. Y en el momento que estalle laburbuja y sus inversiones se revelen tóxicas, sus inversores perderán a lo grande, pero élconservará esos bonos.

Está bien, quizá mi ejemplo no fue hipotético después de todo.A grandes rasgos, ¿en qué se diferencia lo que hizo Wall Street en relación con el asunto

Madoff? Bueno, supuestamente, Madoff se saltó algunos pasos, simplemente robaba el dinero desus clientes en lugar de cobrar honorarios excesivos mientras exponía a los inversores a riesgos

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que no comprendían. Y mientras Madoff fue un fraude aparentemente deliberado, muchas personasen Wall Street creyeron en su propia publicidad. No obstante, el resultado final fue el mismo: losadministradores se hicieron ricos; los inversores vieron desaparecer su dinero.

Estamos hablando de muchísimo dinero. En los últimos años, el sector financiero representóel 8% del PIB de Estados Unidos, más del 5% respecto de una generación anterior. Si ese 3%extra fue dinero para nada —y es probable que así fuera—, estaríamos hablando de unos 400.000millones de dólares al año en despilfarro, fraude y abuso.

Sin embargo, es seguro que los costos de la era Ponzi en Estados Unidos hayan ido más alládel desperdicio directo de dólares y centavos.

En su nivel más crudo, las ganancias mal obtenidas corrompieron, y lo siguen haciendo, a lapolítica, en una forma amablemente bipartidista. Desde funcionarios del gobierno de Bush, comoChristopher Cox, presidente de la Comisión de Valores y de la Bolsa —que hizo la vista gordamientras se acumulaba la evidencia del fraude financiero—, hasta los demócratas que todavía nohan querido enfrentarse a la escandalosa laguna fiscal que beneficia a los ejecutivos de los fondosde cobertura de riesgos y firmas de patrimonios privados, los políticos han estado en silenciomientras el dinero hablaba.

Mientras tanto, ¿hasta qué punto ha sido dañado el futuro de nuestro país por la fuerzamagnética de un rápido enriquecimiento personal, que por años ha atraído a muchos de nuestrosmejores y más brillantes jóvenes a la banca de inversiones, a costa de la ciencia, el serviciopúblico y casi todo lo demás?

Es evidente que las vastas riquezas que se están ganando —o quizá que deberían«ganarse»— en nuestro inflado sector financiero minaron nuestro sentido de la realidad ydegradaron nuestro juicio.

Pensemos en la forma en la que casi toda la gente importante pasó por alto los signos deadvertencia de una crisis inminente. ¿Cómo fue eso posible? ¿Cómo, por ejemplo, pudo AlanGreenspan haber declarado, hace apenas unos años, que «el sistema financiero en su conjunto haadquirido mayor capacidad de recuperación»... gracias a los derivados, ni más ni menos? Larespuesta, creo yo, es que existe una tendencia innata por parte incluso de la élite a idolatrar aaquellos que están haciendo muchísimo dinero, y a suponer que saben lo que están haciendo.

Después de todo, esa es la razón por la que muchas personas confiaron en Madoff.Ahora, a medida que estudiamos el desastre y tratamos de comprender cómo fue que las

cosas pudieron salir tan mal, y tan rápidamente, la respuesta es en realidad bastante simple: lo queahora vemos son las consecuencias de un mundo hecho Madoff.

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La estrategia del ignoranteBlog en The New York Times

27 de abril de 2013

Hace poco, Noah Smith describió una estrategia común para argumentar en contra de la economíakeynesiana y de un servidor en particular: «Fingir sin cesar ser un simplón ignorante».Naturalmente, como es habitual, esta estrategia resulta más eficaz si uno no está fingiendo y esrealmente un simplón ignorante.

Esto me lleva a la diatriba de Ken Langone, que responde así a mis argumentos: «Dejémonosde toda esa bobada, esos pensamientos e ideas rimbombantes. Ya sabe lo que le pasa a la gente,que se les pone la mirada vidriosa y piensa no sé de qué demonios me está hablando».

Por cierto, esta debe de ser la primera vez que oigo decir «rimbombante» fuera de un viejowestern.

En cualquier caso, esto hiere mi vanidad. Me gusta pensar que se me da bastante bien hacerque los argumentos económicos sean lo más sencillos posibles y expresarlos en un lenguaje llano.Es cierto que nunca llego a la simplicidad de frases como «La gente se está teniendo que apretarel cinturón, así que el gobierno también debería hacerlo», pero eso se debe a que el mundo no estan simple y algunas frases suenan bien, pero no son ciertas.

Ahora bien, yo no sé si Langone es realmente tan tonto como parece; diría que probablementeno. Está intentando parecer un tipo normal cuando en realidad su imagen es la de un actor de unapelícula de serie B de los años cincuenta, eso le delata. Sin embargo, tal vez esta sea una buenaocasión para reiterar lo que está sucediendo realmente en la economía y por qué defiendo lascosas que defiendo.

Así pues, vayamos por orden:

1. La economía no es como una familia particular que gana cierta cantidad y gasta otra, sinrelación entre ambas. Mis gastos son sus ingresos y sus gastos son mis ingresos. Si ambosrecortamos los gastos, los ingresos de ambos disminuyen.

2. Nos encontramos ahora en una situación en la que muchas personas han recortado gastos, yasea porque así lo han decidido o porque sus acreedores les han obligado a hacerlo, al tiempoque son relativamente pocas las personas que están dispuestas a gastar más. El resultado sonunos ingresos deprimidos y una economía deprimida, con millones de trabajadoresdisponibles que no son capaces de encontrar un empleo.

3. Las cosas no siempre son así, pero cuando lo son, el gobierno no está compitiendo con elsector privado. Las compras de la administración no emplean recursos que de otro modoestarían produciendo bienes privados, ponen en funcionamiento recursos no utilizados. Elendeudamiento público no desplaza al endeudamiento privado, pone a trabajar fondosinactivos. Como consecuencia, nos encontramos en un momento en el que el gobierno debería

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gastar más, no menos. Si ignoramos esta idea y, en su lugar, recortamos el gasto público, laeconomía se contraerá y aumentará el desempleo. En realidad, incluso se reducirá el gastoprivado debido a la caída de los ingresos.

4. Este enfoque de nuestros problemas ha realizado predicciones correctas en los últimos cuatroaños, mientras que las visiones alternativas se han equivocado en todo. Los déficitspresupuestarios no han causado un alza de los tipos de interés (y la «impresión de moneda»de la Fed no ha provocado inflación); las políticas de austeridad han agravado enormementelas crisis económicas en casi todos los lugares donde se han aplicado.

5. Sí, el gobierno tiene que pagar sus facturas a largo plazo. Pero los recortes del gasto y lassubidas de impuestos deberían esperar hasta que la economía ya no esté deprimida y elsector privado esté dispuesto a gastar lo suficiente como para conseguir el pleno empleo.

¿Es esto imposiblemente complicado? No lo creo. Supongo que ahora alguien como Langoneresponderá que es un galimatías que no puede entender. Pero, a menos que sea realmente estúpido,algo que, como ya he dicho, pongo en duda, se trata simplemente de que no quiere entender.

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Nadie entiende la deuda9 de febrero de 2015

Desde 2008 muchos economistas, incluida Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal,describen los problemas económicos mundiales principalmente como una historia de«desapalancamientos»: un intento simultáneo de los deudores, casi en todas partes, por reducir susdeudas. ¿Por qué es un problema el desapalancamiento? Porque mi gasto es su ingreso y su gastoes mi ingreso, así es que si todos cortan su gasto al mismo tiempo, los ingresos caen en todo elmundo.

O, como lo expresó Yellen en 2009: «Las precauciones que pueden ser inteligentes para laspersonas y las empresas —y, en efecto, esenciales para que la economía retorne a un estadonormal— magnifica, no obstante, el peligro en la economía en su conjunto».

Entonces, ¿cuánto hemos avanzado para retornar a la economía a ese «estado normal»?Absolutamente nada. Verán, los responsables políticos han estado basando sus acciones en unpunto de vista falso del significado de la deuda y, en realidad, sus intentos por reducir el problemahan hecho que empeore.

Primero, los hechos: la semana pasada, el Instituto Mundial McKinsey emitió un informetitulado «Debt and (Not Much) Deleveraging» («Deuda y (no demasiado) desapalancamiento»), enel que se concluye, básicamente, que ningún país ha reducido su ratio de deuda total respecto delPIB. La deuda doméstica bajó en algunos países, en especial en Estados Unidos. Sin embargo,subió en otros, e, incluso, allí donde ha habido un desapalancamiento significativo, la deudapública ha aumentado en más de lo que ha caído la deuda privada.

Se podría pensar que nuestro fracaso al reducir los ratios de la deuda muestra que no nosestamos esforzando lo suficiente, que las familias y los gobiernos no han hecho un esfuerzo seriopara apretarse el cinturón y que lo que el mundo necesita es, sí, más austeridad. Sin embargo,hemos tenido, de hecho, una austeridad sin precedentes. Como lo señaló el Fondo MonetarioInternacional, el verdadero gasto público, excluyendo los intereses, ha caído en las naciones ricas;los deudores del sur de Europa han hecho recortes drásticos, pero también los ha hecho paísescomo Alemania y Estados Unidos, que pueden pedir prestado a algunas de las tasas de interés másbajas de la historia.

No obstante, toda esta austeridad solo ha empeorado las cosas porque, como era de esperar,las exigencias de que todos se apretaran el cinturón estaban basadas en una interpretación erróneadel papel que desempeña la deuda en la economía.

Podemos ver a esa interpretación equivocada en acción cada vez que alguien despotrica encontra de los déficits con lemas como: «Dejen de robarles a nuestros hijos». Suena bien, si no sepiensa sobre ello: las familias que tienen deudas se empobrecen a sí mismas, entonces, ¿no escierto eso cuando analizamos al conjunto de la deuda nacional?

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No, no lo es. Una familia endeudada les debe dinero a otras personas; la economía mundialen su conjunto se debe dinero a sí misma. Y, si bien es cierto que los países pueden pedirleprestado a otros países, de hecho, desde 2008 Estados Unidos ha estado pidiendo prestado menosen el extranjero que antes, y Europa es un prestamista neto para el resto del mundo.

Debido a que la deuda es dinero que nos debemos a nosotros mismos, no hace, directamente,que la economía sea más pobre (y liquidarla no nos hace más ricos). Cierto, la deuda puedepresentar una amenaza para la estabilidad financiera, pero la situación no mejora si los esfuerzospara reducirla terminan empujando a la economía hacia la deflación y la depresión.

Lo que nos lleva a la situación actual, ya que existe una conexión directa entre el fracasogeneral para desapalancar y la crisis política emergente en Europa.

Los dirigentes europeos aceptaron por completo la idea de que la crisis económica fueprovocada por el excesivo gasto de unos países que vivían más allá de sus posibilidades. Paraavanzar de nuevo, insistió la canciller de Alemania, Angela Merkel, hay que retornar a lafrugalidad. Europa, declaró, debería emular al ama de casa suaba, célebre por sus dotes deahorro.

Pero esto fue la receta para un desastre en cámara lenta. Los deudores europeos, es cierto,tenían que apretarse el cinturón, pero la austeridad que se les impuso fue increíblemente salvaje.Entretanto, Alemania y otras economías centrales —que necesitaban gastar más para contrarrestarla reducción del gasto en la periferia— también hicieron sus propios recortes. El resultado fue lacreación de un entorno en el que reducir los ratios de la deuda fue imposible: el crecimiento realse desaceleró más allá de lo imaginable, cayó la inflación a casi nada y la deflación se consolidóen los países más golpeados.

El sufrido electorado aguantó este desastre político durante demasiado tiempo, creyendo enlas promesas de la élite de que pronto verían recompensados sus sacrificios. Sin embargo, eldolor seguía y seguía, sin ningún progreso visible, lo que hizo inevitable la radicalización. Quiense haya sorprendido por la victoria de la izquierda en Grecia o por el aumento en las fuerzasantisistema en España, no ha estado prestando atención.

Nadie sabe qué pasará a partir de ahora, aunque los corredores de apuestas saben que es muyprobable que Grecia abandone el euro. Quizá el daño se detenga allí, pero yo no lo creo; es casiseguro que una salida griega comprometa todo el proyecto europeo. Y si el euro acaba fracasando,esto es lo que se debería poner en su lápida: «Murió por una mala analogía».

CORRECCIÓN: 19 de febrero de 2015

La columna de Paul Krugman del lunes describía incorrectamente las probabilidades de que Grecia abandonara lazona del euro que daban los corredores de apuestas. Las probabilidades eran peores, no mejores.

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La gestión de la crisis

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El triunfo de la macroeconomía

La crisis de 2008 cogió a prácticamente todo el mundo por sorpresa. Es cierto que algunaspersonas, entre las que me incluyo, vimos avecinarse los problemas, pero no que serían desemejante magnitud. También es verdad que unos pocos predijeron una crisis grave, pero engeneral se trató de personas que también habían pronosticado otras muchas crisis que no se habíanproducido.

Sin embargo, aunque la crisis fue una sorpresa, una parte significativa de los profesionalesde la economía (no todos, como veremos en la sección siguiente, pero bastantes) estábamospreparados intelectualmente para la coyuntura posterior a la crisis. Verán, teníamos un marco, unmodelo de cómo funcionan las cosas en una economía profundamente deprimida. Este marco seelaboró inicialmente durante la Gran Depresión, se actualizó posteriormente y se perfeccionódurante la crisis asiática de los años noventa y el largo período de estancamiento de Japón.

Explico este marco en «El modelo IS-LM», que es uno de los artículos más especializadosde este libro, que incluye un par de diagramas algo abstrusos. Pido disculpas por ello y puedesaltárselo si así lo desea, pero consideré importante dar una idea del tipo de lógica que subyacía alo que algunos de nosotros estábamos diciendo en los años inmediatamente posteriores a la crisis.Incluso como está, se trata de una versión reducida y simplificada de la historia; pero resultó queeso era más o menos todo lo que se necesitaba para entender el mundo después de 2008.

Porque lo que este marco macroeconómico básico indica es que todo cambia cuando unaeconomía está profundamente deprimida, concretamente, después de una crisis financiera, cuandolo está tanto que ni siquiera la bajada de los tipos de interés a cero es un estímulo suficiente pararestablecer el pleno empleo.

Verán: en tiempos normales, o al menos en lo que solían ser tiempos normales, la tarea deluchar contra las recesiones recae principalmente en la Reserva Federal y sus homólogos en elextranjero: el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón, etc. Estos«bancos centrales» tienen el derecho y la posibilidad de «imprimir moneda» (no en un sentidoliteral, pero casi) y utilizan este dinero recién creado para comprar bonos del Estado. Esto, a suvez, les confiere un control efectivo sobre los tipos de interés aplicados a los préstamos a cortoplazo, los préstamos a un día que los bancos se conceden mutuamente, la deuda a uno y tres mesesque los gobiernos utilizan para financiar operaciones a corto plazo, etc. Y los bancos centralesnormalmente pueden evitar una recesión imprimiendo más moneda y haciendo bajar esos tipos deinterés, lo que conlleva a más endeudamiento privado y más gasto.

Sin embargo, en una situación realmente grave, los bancos centrales pueden reducir los tiposhasta llegar a cero y, aun así, puede que ni eso sea suficiente. Y cuando esto ocurre, como ya hedicho, todas las reglas cambian. Como afirma la primera columna de esta sección, «la virtud seconvierte en vicio, la cautela es un riesgo, y la prudencia, un disparate». Los déficitspresupuestarios son beneficiosos, no perjudiciales; ni siquiera empujan al alza los tipos de

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interés. Hacer demasiado poco representa un peligro mucho mayor que hacer demasiado. Y tomarmedidas que parecerían responsables (contener el gasto público frente a los grandes déficits,abstenerse de imprimir lo que parece una cantidad inmensa de moneda), acaban siendo maneras deagravar la depresión.

No eran propuestas fáciles de vender a los no economistas: políticos, directivosempresariales y personalidades mediáticas influyentes. Los economistas de la entranteadministración Obama comprendieron muy bien este marco, al igual que Ben Bernanke, elpresidente de la Fed. Y tanto la administración Obama como la Fed actuaron en consecuencia,mediante el «estímulo» de Obama y la agresiva expansión de la Fed de su cartera de activos. Sinembargo, el estímulo era una medida insuficiente: desde el principio fue obvio que era demasiadopequeño para cumplir su objetivo.

Expuse todo esto en «La aritmética del estímulo», que concluía con una advertencia política:«Veo el siguiente panorama: se elabora un plan de estímulo débil, quizá aún más débil que el

plan del que estamos hablando ahora, para conseguir esos votos republicanos adicionales. El planlimita el aumento del desempleo, pero la situación sigue siendo bastante mala y la tasa alcanzapicos del 9% y solo se reduce lentamente. Y entonces Mitch McConnell dice: “¿Lo ven? El gastodel gobierno no funciona”.

»Confío en estar equivocado».Por desgracia, no me equivoqué; eso fue exactamente lo que sucedió. Y lo peor estaba por

venir; como veremos, en 2010 la mayoría de las personalidades influyentes dieron la espalda a losconsejos que estaban recibiendo de personas, bueno, como yo.

No obstante, la macroeconomía como herramienta de análisis se vio reforzada. Losacontecimientos posteriores a 2008 confirmaron de un modo espectacular las predicciones delmarco de la economía de la depresión. Los masivos déficits presupuestarios no empujaron al alzalos tipos de interés, la impresión de moneda a una escala enorme no fue inflacionaria y losgobiernos que intentaron ser prudentes recortando el gasto sufrieron como consecuencia crisismucho peores.

En otras palabras, la experiencia posterior a 2008 fue el triunfo intelectual del análisismacroeconómico. A decir verdad, fue un triunfo agridulce, ya que los políticos se mostraron alprincipio poco dispuestos a aceptar nuestro asesoramiento y después le dieron totalmente laespalda. Pero como espero que muestren las columnas de esta sección, en lo que se refiere alanálisis, acertamos en las cosas importantes.

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La economía de la depresión14 de noviembre de 2008

La actualidad económica, por si no lo han notado, va de mal en peor. Pero por muy mal que esté,no creo que vaya a haber una nueva Gran Depresión. De hecho, no es probable que veamos que lacifra de desempleo iguale el máximo del 10,7% de los años posteriores a la Depresión, alcanzadoen 1982 (aunque ojalá lo supiera a ciencia cierta).

No obstante, ya estamos dentro del radio de lo que yo llamo «economía de la depresión».Con esto me refiero a un estado de cosas como el de la década de 1930, en el que los instrumentoshabituales de la política económica —en especial, la capacidad de la Reserva Federal parabombear la economía mediante recortes de los tipos de interés— han perdido toda su fuerza.Cuando prevalece la economía de la depresión, las reglas normales de la política económica yano son válidas: la virtud se convierte en vicio, la cautela es un riesgo, y la prudencia, un disparate.

Para comprender de qué estoy hablando, piensen en las consecuencias de la última y terriblenoticia económica: el informe del jueves acerca de las nuevas solicitudes de cobertura pordesempleo, que acaban de superar la barrera del medio millón. Por malo que sea este informe, silo analizamos de forma aislada, puede que no parezca tan catastrófico. Al fin y al cabo, no superalas cifras alcanzadas en la recesión de 2001 y 1990-1991, que terminaron siendo relativamentemoderadas según baremos históricos (aunque en ambos casos, el mercado laboral tardó muchotiempo en recuperarse).

Pero en estas dos ocasiones previas todavía se pudo recurrir a la respuesta política habitualante una economía débil: un recorte de los tipos de los fondos federales, el tipo de interés que seve afectado más directamente por la política de la Reserva Federal. Hoy ya no. El tipo efectivo delos fondos federales (frente al objetivo oficial, que por motivos técnicos no tiene el menorsentido) ha registrado una media inferior al 0,3% en los últimos días. Básicamente, ya no haydónde recortar.

Y sin la posibilidad de nuevos recortes de los tipos de interés, no hay nada que pueda detenerla caída acelerada de la economía. El crecimiento del desempleo inducirá más descensos en elgasto de los consumidores, que, según adelantaba la pasada semana Best Buy, ya haexperimentado una caída «catastrófica». Un consumo flojo provocará recortes en los planes deinversión de las empresas. Y una economía cada vez más débil traerá más despidos y, enconsecuencia, un ciclo de contracción mayor.

Para sacarnos de esta espiral descendente, el gobierno federal tendrá que proporcionar unestímulo a la economía incrementando el gasto y las ayudas a los que más están sufriendo, y esteestímulo no llegará a tiempo o no será del calibre necesario a menos que los políticos y lasautoridades económicas sean capaces de superar varios prejuicios convencionales.

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Uno de esos prejuicios es el miedo a los números rojos. En tiempos normales está bienpreocuparse por el déficit presupuestario, y la responsabilidad fiscal es una virtud que tendremosque volver a aprender tan pronto como la crisis quede atrás. Sin embargo, cuando la economíaentra en fase aguda de la depresión, esta virtud se convierte en un vicio. El intento prematuro deFranklin Delano Roosevelt de equilibrar el presupuesto en 1937 casi llevó al traste el New Deal.

Otro prejuicio es la creencia de que la política debe avanzar con cautela. En tiemposnormales, esto tiene sentido: no se deben hacer grandes cambios en la política hasta que esté claroque son necesarios. Sin embargo, en la situación actual, la cautela es un riesgo porque ya se estánproduciendo enormes cambios a peor, y cualquier retraso a la hora de actuar aumenta lasposibilidades de provocar un desastre económico mayor. La respuesta política debería estar muybien hilvanada, pero el tiempo es oro.

Por último, en tiempos normales, la humildad y la prudencia en los objetivos políticos sonbuenas cualidades. Sin embargo, en la coyuntura actual es preferible pecar de hacer demasiadoque de hacer demasiado poco. El riesgo, si las medidas de estímulo se antojan más quenecesarias, es que la economía se caliente en exceso y produzca inflación, pero la ReservaFederal siempre podrá capear esa amenaza subiendo los tipos de interés. Por otro lado, si lasmedidas de estímulo se quedan demasiado cortas, no habrá nada que la Reserva Federal puedahacer para compensar ese déficit. De modo que cuando prevalece la economía de la depresión, laprudencia es un disparate.

¿Qué viene a decirnos todo esto sobre la política económica a corto plazo? El gobierno deObama, casi con toda seguridad, tomará posesión con una economía en peores condiciones queahora. De hecho, Goldman Sachs vaticina que la tasa de desempleo, actualmente del 6,5 %,alcanzará el 8,5 % a finales del año que viene.

Todo parece indicar que el nuevo gobierno presentará un plan de estímulo de calado. Miscálculos a bote pronto son que este plan debería ser enorme, del orden de los 600.000 millones dedólares.

La pregunta ahora es si el equipo de Obama se atreverá a proponer algo de ese calibre.Esperemos que la respuesta sea que sí, y que el gobierno entrante sea en efecto así de atrevido,pues nos encontramos en una situación en la que sería muy peligroso dejarse llevar por lasnociones convencionales de prudencia.

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El modelo IS-LMBlog en The New York Times9 de octubre de 2011

Varios lectores me han pedido, tanto en este blog como en otros lugares, que explique en quéconsiste el modelo IS-LM. Está bien, la conversación en la blogosfera ha consistido en unintercambio entre entendidos y probablemente ha desconcertado un poco a los seres humanosnormales (que es por lo que he etiquetado mis entradas como «para expertos»).

[Actualización: IS-LM significa (por sus siglas en inglés) inversión-ahorro y liquidez-dinero,algo con mucho sentido si se continúa leyendo.]

Lo primero que es necesario saber es que hay muchas maneras correctas de explicar elmodelo IS-LM. Ello se debe a que se trata de un modelo de varios mercados interconectados alque se puede acceder desde múltiples direcciones, y cualquiera de ellas es un punto de partidaválido.

De todos estos enfoques prefiero el que consiste en pensar en el modelo IS-LM como unamanera de conciliar dos puntos de vista aparentemente incompatibles sobre lo que determina lostipos de interés. Uno mantiene que el tipo de interés está determinado por la oferta y la demandade ahorro: es la teoría de los «fondos prestables». El otro sostiene que el tipo de interés estádeterminado por el equilibrio entre los bonos, que pagan interés, y el dinero, que no, pero que sepuede utilizar para las transacciones y, por consiguiente, tiene un valor especial debido a suliquidez: es la teoría de la «preferencia por la liquidez». (Sí, algunas cosas similares al dineropagan interés, pero normalmente no tanto como los activos menos líquidos.)

¿Cómo pueden ser válidos ambos puntos de vista? Porque, como mínimo, estamos hablandode dos variables, no de una: el PIB y también el tipo de interés. Y el ajuste del PIB es lo que haceque se puedan sostener a un mismo tiempo la teoría de los fondos prestables y la de la preferenciapor la liquidez.

Empecemos por los fondos prestables. Supongamos que el ahorro deseado y el gasto eninversión deseado son en este momento iguales y que algo provoca una caída del tipo de interés.¿Debe volver a subir a su nivel original? No necesariamente. Un exceso de la inversión deseadasobre los ahorros deseados puede conducir a una expansión económica, que aumente los ingresos.Y como se ahorrará parte del incremento de los ingresos (y suponiendo que la demanda deinversión no aumente tanto), un crecimiento suficientemente amplio del PIB puede restablecer laigualdad entre los ahorros deseados y la inversión deseada al nuevo tipo de interés.

Esto significa que los fondos prestables no determinan per se el tipo de interés; determinanun conjunto de posibles combinaciones del tipo de interés y el PIB, en las que a tipos más bajoscorresponde un PIB más elevado. Y esta es la curva IS.

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Mientras tanto, las personas que deciden cómo asignar su riqueza están haciendo unintercambio entre dinero y bonos. Existe una demanda de dinero decreciente: cuanto más elevadoes el tipo de interés, más renuncian a la liquidez en pro de mayores rendimientos. Supongamosprovisionalmente que la Fed mantiene fija la oferta monetaria; en ese caso, el tipo de interés tieneque ser tal que ajuste esa demanda a la cantidad de dinero. Y la Fed puede variar el tipo de interéscambiando la oferta monetaria: incrementa la oferta de dinero y el tipo de interés debe caer parainducir a las personas a tener una cantidad mayor.

Sin embargo, también aquí se ha de tener en cuenta el PIB: un nivel del PIB más elevadosignificará mayores transacciones y, por tanto, una mayor demanda de dinero, al margen de otrosfactores. Así pues, un PIB más elevado significará que debe subir el tipo de interés necesario paraequilibrar la oferta y la demanda. Esto significa que, como en el caso de los fondos prestables, lapreferencia por la liquidez no determina per se el tipo de interés; define un conjunto de posiblescombinaciones entre los tipos de interés y el PIB: la curva LM.

Y eso es el modelo IS-LM:

El punto donde las curvas se cruzan determina tanto el PIB como el tipo de interés, y en esepunto tanto los fondos prestables como la preferencia por la liquidez son válidos.

¿Qué utilidad tiene este esquema? En primer lugar, ayuda a evitar falacias como la idea deque, puesto que los ahorros deben ser iguales a la inversión, el gasto público no puede provocarun aumento del gasto total, lo que nos sitúa de inmediato por encima del nivel de argumentaciónque famosos profesores de Chicago encuentran de algún modo convincente. Y también permitesuperar confusiones como la idea de que los déficits públicos, al provocar una subida de los tiposde interés, pueden hacer que la economía se contraiga.

Más espectacularmente, el modelo IS-LM resulta ser muy útil para reflexionar sobrecondiciones extremas como las actuales, en las que la demanda privada ha caído tanto que laeconomía sigue estando deprimida incluso a un tipo de interés cero. En este caso, la imagen es lasiguiente:

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¿Por qué la curva LM es plana en el cero? Porque si el tipo de interés cae por debajo decero, la gente mantiene efectivo en lugar de bonos. Marginalmente, el dinero se mantieneúnicamente como reserva de valor y el cambio en la oferta de dinero no tiene ningún efecto. Estaes, obviamente, la trampa de la liquidez.

Y el modelo IS-LM realiza algunas predicciones sobre lo que sucede con la trampa de laliquidez. Los déficits presupuestarios desplazan la curva IS hacia la derecha; en la trampa de laliquidez, esto no tiene ningún efecto en el tipo de interés. Los incrementos de la oferta monetariano hacen nada en absoluto.

Esta es la razón por la que, a principios de 2009, cuando The Wall Street Journal, losaustríacos y los demás sospechosos habituales pusieron el grito en el cielo por los elevadísimostipos de interés y la inflación desbocada, quienes entendían en modelo IS-LM previeron que lostipos de interés se mantendrían bajos y que la base monetaria no sería inflacionaria ni aunque setriplicara. Desde entonces, mi opinión es que los acontecimientos han confirmado la vigencia delmodelo IS-LM —pese a algunos titulares sobre la inflación derivada de los precios de materiasprimas— y el fracaso de los que temían las subidas de los tipos de interés y la inflación.

Sí, el modelo IS-LM simplifica mucho las cosas, pero no puede considerarse la últimapalabra. No obstante, ha conseguido lo que se supone que deben lograr los modelos económicos:dar sentido a lo que vemos y realizar predicciones muy útiles sobre qué podría suceder encircunstancias inusuales. Los economistas que comprenden el modelo IS-LM han obtenido muchomejores resultados en el seguimiento de la crisis actual que quienes no.

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La aritmética del estímulo(para expertos, pero importante)

Blog en The New York Times6 de enero de 2009

Poco a poco nos va llegando información sobre el plan de estímulo de Obama, la suficiente comopara empezar a realizar cálculos aproximados de su impacto. La conclusión es la siguiente: esprobable que estemos ante un plan que restará menos de 2 puntos porcentuales a la tasa media dedesempleo durante los dos próximos años, y posiblemente bastante menos. Esto suscita verdaderapreocupación sobre si la administración entrante está rebajando sus planes en un intento deconseguir un consenso bipartidista.

En la entrada ampliada muestro mis cálculos.El punto de partida de este debate es la ley de Okun, la correlación entre los cambios en el

PIB real y los cambios en la tasa de desempleo. Los cálculos del coeficiente de la ley de Okunvarían entre 2 y 3. Utilizaré el dos, que es una estimación optimista a efectos presentes: dice quenecesitamos un 2% de incremento en el PIB real para que la tasa de desempleo no se incrementede forma natural un 1%.* Como el PIB es de aproximadamente 15 billones de dólares, estosignifica que hay que aumentar el PIB en 300.000 millones al año para reducir el desempleo en 1punto porcentual.

Lo que estamos oyendo ahora sobre el plan de Obama es que requiere 775.000 millones dedólares en dos años, con 300.000 millones de dólares en recortes fiscales y el resto en gasto.Hablamos de 150.000 millones al año en recortes fiscales y 240.000 millones de dólares anualesen gasto.

¿Cuánto aumentan el PIB las reducciones de impuestos y cuánto el gasto? El cálculoampliamente citado de Mark Zandi, de economy.com, indica un multiplicador de aproximadamente1,5 para el gasto, y los cálculos para las reducciones de impuestos varían mucho. Los recortes deimpuestos sobre las nóminas, que representan aproximadamente la mitad de la propuesta deObama, son bastante buenos, con un multiplicador de 1,29; las reducciones de los impuestos sobrelas actividades económicas, que representan el resto, son muchos menos eficaces.

En particular, permitir que las empresas obtengan devoluciones de impuestos pasadosbasándose en las pérdidas corrientes, que es supuestamente una característica fundamental delplan, se parece muchísimo a una transferencia de importe global sin ningún efecto incentivador.

Seamos generosos y supongamos que el multiplicador general en las reducciones deimpuestos es 1. Entonces, el efecto anual del plan en el PIB es 150 x 1 + 240 x 1,5 = 510.000millones de dólares. Como se necesitan 300.000 millones para reducir la tasa de desempleo 1punto porcentual, esto significa una reducción de 1,7 puntos con respecto a la tasa de desempleoque habría existido sin las reformas.

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Por último, comparemos esto con las previsiones económicas. El «pleno empleo» significaclaramente una tasa de desempleo cercana al 5 (la Oficina de Presupuestos del Congreso indica un5,2 para el NAIRU [Tasa de desempleo no aceleradora de la inflación, por sus siglas en inglés],que a mí me parece elevada. El desempleo se sitúa actualmente en el 7% y subiendo; el propioObama afirma que, sin un estímulo, podría dispararse hasta los dos dígitos. Supongamos quetenemos una economía que, sin un estímulo, alcanzaría una tasa media de desempleo del 9%durante los dos próximos años; este plan la reduciría al 7,3 %, algo que sería útil, pero que loscríticos podrían convertir fácilmente en un fracaso.

Y esto nos lleva a la política. Parece un plan que dista mucho de lo que esperaban lospartidarios de un estímulo fuerte; da la impresión de su objetivo es captar votos republicanos. Sinembargo, incluso en el caso de que el plan reciba los ansiados ochenta votos en el Senado, algoque parece dudoso, la responsabilidad por su hipotético fracaso recaerá sin duda sobre losdemócratas.

Veo el siguiente escenario: se elabora un plan de estímulo débil, quizá aún más débil que elplan del que estamos hablando ahora, para conseguir esos votos republicanos adicionales. El planlimita el aumento del desempleo, pero la situación sigue siendo bastante mala y la tasa alcanzapicos del 9% y solo se reduce lentamente. Y entonces Mitch McConnell dice: «¿Lo ven? El gastodel gobierno no funciona».

Confío en estar equivocado.

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La brecha de Obama8 de enero de 2009

«No creo que sea demasiado tarde para cambiar de rumbo, pero lo será si no adoptamos medidasdrásticas cuanto antes. Si no hacemos nada, esta recesión podría durar años.»

Esto declaró el jueves el presidente electo Barack Obama, cuando explicó por qué la naciónnecesita una respuesta gubernamental extremadamente agresiva a la recesión económica. Tienerazón. Se trata de la crisis económica más peligrosa desde la Gran Depresión y podría convertirsemuy fácilmente en una prolongada recesión.

Sin embargo, la propuesta de Obama no está a la altura de su diagnóstico. El plan económicoque ha presentado no es tan fuerte como sus palabras acerca de la amenaza económica. De hecho,se queda muy corto con respecto a lo que se necesita.

Pensemos en lo grande que es la economía estadounidense. Si tuviera una demanda suficientepara su producción, Estados Unidos produciría más de 30 billones de dólares en bienes yservicios en los próximos dos años. Pero como tanto el gasto de los consumidores como lainversión empresarial se están desplomando, se está abriendo una enorme brecha entre lo que laeconomía estadounidense puede producir y lo que es capaz de vender.

Y el plan de Obama no es ni con mucho lo suficientemente grande como para subsanar esta«brecha de producción».

A principios de esta semana, la Oficina de Presupuestos del Congreso presentó su análisismás reciente del presupuesto y las perspectivas económicas. La Oficina afirma que, sin un plan deestímulo, la tasa de desempleo se situaría por encima del 9% a principios de 2010 y se mantendríaelevada en los próximos años.

Por otra parte, pese a lo sombría que es esta proyección, es optimista cuando se compara conalgunas previsiones independientes. El propio Obama ha estado diciendo que, sin un plan deestímulo, la tasa de desempleo podría alcanzar los dos dígitos.

Incluso la Oficina de Presupuestos afirma que la «producción económica en los dos añossiguientes se situará, como promedio, un 6,8% por debajo de su potencial». Esto se traduce en unapérdida de producción de 2,1 billones de dólares. «Nuestra economía podría estar en 1 billón dedólares por debajo de su capacidad plena», declaró Obama el jueves. Bueno, en realidad seestaba quedando corto.

Para cerrar la brecha de más de 2 billones de dólares —posiblemente mucho más, si lasproyecciones de la Oficina de Presupuestos resultan ser demasiado optimistas—, Obama proponeun plan de 775.000 millones de dólares. Y eso no es suficiente.

Ahora bien, el estímulo fiscal puede tener a veces un efecto «multiplicador»: además de losefectos directos de, por ejemplo, la inversión en infraestructuras sobre la demanda, puede habertambién efectos indirectos adicionales conforme los ingresos más elevados generen un mayor

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gasto de los consumidores. Los cálculos estándares sugieren que cada dólar de gasto públicoprovoca un aumento del PIB de aproximadamente 1,50 dólares.

Sin embargo, solo el 60% del plan de Obama consiste en gasto público. El resto consiste enreducción de impuestos, y muchos economistas se muestran escépticos sobre hasta qué punto estosrecortes fiscales, sobre todo las exenciones fiscales para las empresas, contribuirán a impulsar elgasto. (Al parecer, varios senadores demócratas comparten estas dudas.) Howard Gleckman, delCentro de Políticas Tributarias, una institución no partidista, lo resumió en el título de una entradareciente publicada en su blog: «Muchísimo dinero, pocos resultados».

La conclusión es que es poco probable que el plan de Obama cierre más de la mitad de lainminente brecha de producción, y fácilmente podría acabar resolviendo menos de una terceraparte del problema.

¿Por qué Obama no está tratando de hacer más?¿Se está limitando el plan por temor a la deuda? Existen peligros asociados a la deuda

pública, y el informe de la Oficina de Presupuestos de esta semana proyecta un déficit de 1,2billones de dólares para este año. Sin embargo, sería aún más peligroso no hacer lo suficientepara rescatar la economía. El presidente electo habló el jueves de forma elocuente y precisa sobrelas consecuencias de no actuar (existe un riesgo real a que caigamos en una prolongada trampadeflacionaria al estilo japonés), pero las consecuencias de no actuar debidamente no son muchomejores.

¿Se está viendo el plan limitado por una falta de oportunidades de gasto? Solo existen unnúmero limitado de proyectos de inversión pública «listos para su ejecución», es decir, proyectosque se puedan poner en marcha con la rapidez suficiente como para que ayuden a la economía acorto plazo. No obstante, hay otras formas de gasto público, sobre todo en materia de asistenciasanitaria, que podrían resultar beneficiosas a la vez que ayudarían a la economía en un momentode necesidad.

¿O es que se está viendo limitado el plan por la cautela política? Informaciones periodísticasdel mes pasado indicaban que los asesores de Obama estaban ansiosos por mantener elpresupuesto final del plan por debajo de la barrera, políticamente delicada, del billón de dólares.También se ha sugerido que la inclusión en el plan de grandes reducciones de impuestos a lasempresas, lo que aumentará su coste, pero ayudará poco a la economía, es un intento de captarvotos de los republicanos en el Congreso.

Sea cual fuere la explicación, el plan de Obama no parece adecuarse a las necesidades de laeconomía. Obviamente, es mejor una tercera parte de la hogaza de pan que nada. No obstante,parece que en estos momentos nos enfrentamos a dos grandes brechas económicas: la brecha entreel potencial de la economía y su probable desempeño, y la brecha entre la firme retóricaeconómica de Obama y su plan económico, bastante decepcionante.

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La tragedia del estímulo20 de febrero de 2014

Han transcurrido cinco años desde que el presidente Barack Obama aprobó la Ley deRecuperación y Reinversión (el «estímulo económico»). Con el paso del tiempo ha quedado claroque la ley ha hecho muchísimo bien. Ha contribuido a terminar con la caída en picado de laeconomía; ha creado o conservado millones de puestos de trabajo; ha dejado un importante legadode inversión pública y privada.

También ha sido un desastre político. Y las consecuencias de ese desastre político —lapercepción de que el estímulo no ha funcionado— han perseguido a la política económica desdeentonces.

Empecemos por las cosas buenas que hizo el estímulo.El motivo del estímulo fue que padecíamos un enorme déficit en el gasto general y que el

daño sufrido por la economía a causa de la crisis financiera y el estallido de la burbujainmobiliaria era tan grave que la Reserva Federal, que normalmente combate las recesionesrebajando los tipos de interés a corto plazo, no era capaz de superar esta depresión por suspropios medios. La idea, por tanto, era proporcionar un incentivo temporal haciendo que elgobierno gastase más dinero directamente y, usando las bajadas de impuestos y las ayudaspúblicas, incrementar los ingresos de las familias para estimular el gasto privado.

Quienes se oponían al estímulo argumentaban ruidosamente que el gasto deficitario pondríalos tipos de interés por las nubes y «desplazaría» el gasto privado. Sin embargo, los defensoresrespondían que el desplazamiento —un problema real cuando la economía está cerca del plenoempleo— no se daría en una economía profundamente deprimida, rebosante de exceso decapacidad y de ahorros. Los defensores del estímulo tenían razón: lejos de dispararse, los tipos deinterés cayeron a mínimos históricos.

¿Tenemos pruebas que demuestren los efectos positivos del estímulo? Eso es máscomplicado, porque resulta difícil separar los efectos de la Ley de Recuperación de las demáscosas que estaban sucediendo por entonces. No obstante, los estudios más detallados hanencontrado pruebas de efectos muy positivos en el empleo y la producción.

Y lo más importante, diría yo, es el enorme experimento natural que nos ha ofrecido Europasobre los efectos que tienen los cambios drásticos en el gasto público. Verán: algunos de losmiembros de la eurozona —el grupo de países que comparten la moneda común europea—,aunque no todos, se vieron obligados a imponer una austeridad fiscal draconiana, es decir, unestímulo negativo. Si quienes se oponían al estímulo hubiesen tenido razón acerca del modo enque funciona el mundo, estos programas de austeridad no habrían tenido efectos económicosnegativos graves, porque los recortes del gasto público se habrían visto compensados por elaumento del gasto privado. De hecho, la austeridad provocó una caída nefasta (en algunos casos,

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catastrófica) de la producción y el empleo. Y el gasto privado de los países que impusieron unaausteridad muy estricta acabó reduciéndose, no aumentando, lo que amplificó los efectos directosde los recortes públicos.

Por tanto, todas las pruebas indican que el estímulo de Obama tuvo importantes efectospositivos a corto plazo. Y, sin duda, hubo también beneficios a largo plazo: las grandesinversiones en todo, desde las energías renovables hasta los historiales médicos electrónicos.

Entonces, ¿por qué todos —o, para ser más exactos, todos excepto quienes han estudiado esteasunto en profundidad— creen que el estímulo fue un fracaso? Porque la economía de EE. UU.siguió obteniendo malos resultados —no desastrosos, pero sí malos— después de que la leyentrase en vigor.

La razón no es ningún misterio: Estados Unidos estaba haciendo frente a las consecuencias deuna gigantesca burbuja inmobiliaria. Todavía hoy, la vivienda solo se ha recuperado hasta ciertopunto y los consumidores siguen siendo rehenes de las enormes deudas que contrajeron durante losaños de la burbuja. Además, el estímulo fue demasiado pequeño y demasiado breve paracompensar ese terrible legado.

Y no se trata, por cierto, de inventar excusas a posteriori. Los lectores habituales saben queyo, prácticamente, estaba que me subía por las paredes en 2009, advirtiendo de que la Ley deRecuperación era insuficiente y de que, al quedarse corta, la ley acabaría desacreditando la ideaen sí del estímulo. Y eso fue lo que ocurrió.

Hay un debate que viene de largo sobre si la administración Obama pudo haber conseguidomás. El gobierno agravó el problema con unas previsiones excesivamente optimistas, basadas enla falsa premisa de que la economía se recuperaría rápidamente una vez que volviese la confianzaen el sistema financiero.

Pero todo eso es agua pasada. Lo importante es que la política fiscal de EE. UU. tomó unrumbo completamente equivocado después de 2010. Al existir la percepción de que el estímulohabía fracasado, la creación de empleo prácticamente desapareció de la retórica de Washington,reemplazada por una preocupación obsesiva por el déficit presupuestario. El gasto público, quehabía crecido temporalmente gracias a la Ley de Recuperación y a programas de protección socialcomo los cupones para alimentos y las prestaciones por desempleo, empezó a reducirse, y lainversión pública fue la más perjudicada. Y este antiestímulo ha destruido millones de puestos detrabajo.

En otras palabras, la historia del estímulo es, a grandes rasgos, trágica. Una iniciativapolítica que era buena, pero no lo bastante buena, terminó viéndose como un fracaso, y ello nosllevó a tomar un camino equivocado y tremendamente destructivo.

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La crisis en la ciencia económica

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El coste de las malas ideas

Existen muchos chistes sobre la incapacidad de los economistas para ponerse de acuerdo en algo.La mayoría son injustos: si acaso, mi impresión es que el comportamiento gregario, aceptar ideasque se consideran sensatas porque todo el mundo las acepta, suele ser un problema mayor que ladiscrepancia. No obstante, es cierto que la macroeconomía, el subcampo que estudia lasrecesiones, las recuperaciones, la inflación y otros sucesos de la economía en su conjunto, es unámbito profundamente dividido.

Como he explicado en el ensayo con el que comienza la sección anterior, una rama de lamacroeconomía, la que, en última instancia, desciende de los escritos de John Maynard Keynes enlos años treinta del siglo XX, tuvo en realidad una muy buena racha en los años posteriores a lacrisis financiera mundial. Pero había otra rama con ideas muy diferentes; y la discordia entreambas escuelas de pensamiento se volvió muy ruidosa y yo diría que destructiva a los pocosmeses de la caída de Lehman Brothers.

Dentro de la profesión se suele denominar a estas escuelas «de agua salada» y «de aguadulce», porque se da la circunstancia de que los economistas más o menos keynesianos suelenestar en las universidades costeras de Estados Unidos mientras que los antikeynesianos seencuentran en las del interior. El artículo «¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?»examina con cierto detalle la divergencia entre estas dos escuelas, pero permítanme que diga aquíunas cuantas palabras.

La historia comienza con la Gran Depresión, un suceso económico catastrófico que hizo quemuchos intelectuales consideraran al capitalismo como un sistema fallido. Sin embargo, algunoseconomistas, encabezados por John Maynard Keynes, sostenían que el fracaso tenía causas menosprofundas de lo que afirmaban, por ejemplo, los marxistas, que eran bastante limitadas y tenían loque equivalía a soluciones tecnocráticas. Insistía en que «tenemos un problema con el magneto[alternador]», no un motor muerto.

También afirmaba que su análisis era «moderadamente conservador» en lo que respectaba asus implicaciones. Las depresiones se podían combatir con políticas gubernamentales apropiadas:tipos de interés bajos para las recesiones relativamente suaves, gasto deficitario para las crisismás profundas. Y una vez aplicadas estas políticas, gran parte del resto de la economía se podíadejar en manos de los mercados. En realidad, esta postura, denominada «keynesianismo de libremercado», se convirtió en la opinión más o menos generalizada entre los economistasestadounidenses, sobre todo después de la publicación del novedoso libro de Paul Samuelson en1948.

Sin embargo, los conservadores no estaban contentos con esta formulación. Creían que laeconomía keynesiana era solo el principio: una vez que se aceptaba el papel del gobierno en lalucha contra las recesiones, se podía adoptar una visión más amplia del gobierno en general.

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Durante los años cuarenta y cincuenta, pelearon en la retaguardia, intentando impedir que seenseñara la economía keynesiana en las universidades.

Con el tiempo, encontraron un adalid más sofisticado. Milton Friedman suscribía la ideakeynesiana de que la Gran Depresión fue un problema de falta de demanda. Sin embargo, sosteníaque se podría haber evitado con una política más tecnocrática y aún más restrictiva que larecomendada por Keynes: si la Reserva Federal, que controla la oferta monetaria de la nación, secomprometiera a mantener esa oferta de dinero creciendo a un ritmo lento y constante, no seproducirían grandes recesiones.

Friedman también afirmaba que aunque la política podía evitar los episodios de desempleomuy elevado, no podía mantener el desempleo persistentemente bajo, pues provocaría unaaceleración de la inflación. Muchos vieron en la estanflación de los años setenta una confirmaciónde su tesis.

Pero ni siquiera esto era suficiente para los economistas partidarios del libre mercado.Sostenían, acertadamente desde un punto de vista lógico, que si las personas fueran perfectamenteracionales, ni siquiera la economía de Friedman funcionaría: los cambios en la oferta monetariano tendrían ningún efecto ni siquiera en el empleo a corto plazo y, en particular, esos intentos dereducir la inflación no exigirían, como incluso aseveraba Friedman, un aumento temporal de latasa de desempleo.

Sin embargo, los datos se negaron con tozudez a colaborar con este análisis. Como señalo en«Aquel espectáculo de los años ochenta», la gran desinflación de principios de los años ochentatrajo consigo una recesión muy severa, la peor desde los años treinta y no igualada hasta la crisisde 2008.

Y entonces ocurrió algo gracioso. La mitad de los profesionales de la macroeconomía (lamitad de agua salada) lo consideró una prueba de que, aunque era preciso actualizar a Keynes,todavía había muchas ideas útiles ahí. Y la otra mitad dijo: si los hechos no encajan con nuestrateoría, tenemos que reinterpretarlos, realizando las contorsiones intelectuales que hagan falta parapreservar la fe en el libre mercado.

¿Tienen importancia estas controversias intelectuales? La economía de agua dulce ha tenidomuy poca influencia directa en las políticas. Como explico en «Mala fe, patetismo y economía delos republicanos», los políticos conservadores prefieren recibir consejos de charlatanes que deinvestigadores serios de cualquier signo. Pero el bando de agua dulce embrolló el mensaje. En unmomento en el que los responsables políticos necesitaban claridad acerca de lo que se debíahacer, lo que oyeron fue una cacofonía.

Ah, y se incluye un último artículo sobre la llamada «Teoría Monetaria Moderna». Se trata deuna doctrina extraña, que es, en su mayor parte, un caso especial del modelo IS-LM (descrito en lasección anterior), con algunas confusiones nuevas, pero sus partidarios no lo saben y creen haberconcebido ideas radicales y profundas. Y han conseguido que algunos políticos progresistas esténmedio convencidos; yo intento que dejen de estarlo.

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Los míticos años setentaBlog en The New York Times19 de mayo de 2013

Matt O’Brien probablemente tenga razón cuando sugiere que el problema de Michael Kinsley y elde otras personas, algunas de las cuales tienen una influencia real en la política, es que siguenviviendo en los años setenta. Aun así, me molestan estas historias sobre los hombressexagenarios...

Sin embargo, es incluso peor de lo que dice Matt, ya que los años setenta que estas personasrecuerdan como una historia aleccionadora tienen poco que ver con lo que realmente sucedió enesa década.

En la mitología de la élite, los orígenes de la crisis de los años setenta, al igual que lossupuestos orígenes de nuestra crisis actual, estaban en los excesos: demasiada deuda, demasiadasatenciones a esos proletarios desaliñados a través de un estado del bienestar fuerte. El sufrimientode los años 1979-1982 fue la contrapartida necesaria.

Nada de esto es ni remotamente cierto.No había un problema de déficit: en los años setenta, la deuda pública era baja y estable, o

en descenso como porcentaje del PIB. Puede que el incremento de la asistencia social fuera ungran problema político, pero un estado del bienestar fuera de control en un sentido amplio no eraprecisamente algo que preocupara; por cierto, hoy en día los derechistas que se quejan de ser unanación de beneficiarios tienden a usar los años setenta como punto de referencia por su bajadependencia.

Lo que había era una espiral de precios y salarios: los trabajadores pedían grandes aumentossalariales (en aquellos tiempos los trabajadores podían realmente plantear exigencias) porque seesperaba mucha inflación y las empresas aumentaban los precios debido al incremento de loscostos, todo ello exacerbado por las grandes crisis del petróleo. Se trataba básicamente de uncaso de expectativas autocumplidas, y el problema era interrumpir el ciclo.

Entonces, ¿por qué teníamos necesidad de una terrible recesión? No para pagar por lospecados del pasado, sino simplemente para enfriar la actividad. Alguien (estoy casi seguro de quefue Martin Baily) comparó el problema de la inflación con lo que sucede en un partido de fútbolcuando todo el mundo se pone de pie para ver mejor el juego y el resultado es que todos estánincómodos pero nadie consigue mejorar su campo de visión. En la práctica, la recesión estabasuspendiendo el partido hasta que todo el mundo volviera a sentarse.

Obviamente, la diferencia era que en ese tiempo muerto se destruían millones de empleos yse malgastaban billones de dólares.

¿Había una manera mejor de hacerlo? En teoría, deberíamos haber sido capaces de reunir atodas las partes interesadas en una habitación y decir: mirad, esta inflación se tiene que acabar;vosotros, trabajadores, rebajad las demandas salariales; empresas, cancelad el aumento de los

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precios y, por nuestra parte, accedemos a dejar de imprimir moneda hasta que todo esto hayaacabado. De este modo se habría conseguido la estabilidad de los precios sin recesión. Y eso esmás o menos lo que sucedió en algunos países pequeños y cohesionados. (Véase la estabilizaciónisraelí de 1985.)

Pero en Estados Unidos esto no se hizo y se tomó la decisión de proceder de una manera duray brutal. ¡No fue un triunfo de la política! Fue, en cierto sentido, un reconocimiento de nuestradesesperación.

Funcionó respecto a la inflación, aunque algunos de los mitos al respecto son simplementetan falsos como los mitos sobre los años setenta. No, Estados Unidos no retomó un vigorosocrecimiento de la productividad, algo que no se produjo hasta mediados de los años noventa. Lossexagenarios deben recordar que, una década después de la desinflación de Volcker, todavíaseguíamos bastante sumidos en una depresión nacional; ¿se acuerdan de aquel viejo chiste de quela guerra fría había terminado y Japón había ganado?

Ya sería bastante penoso que basáramos la política actual en las lecciones de los añossetenta, pero aún peor es que lo hagamos en unos míticos años setenta que nunca existieron.

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Aquel espectáculo de los años ochentaBlog en The New York Times19 de mayo de 2014

He dado varias charlas y mantenido varias conversaciones informales aquí en Oxford, y una cosaa la que siempre vuelvo es al papel decisivo de los años ochenta en la evolución del pensamientoeconómico.

No es lo que se suele oír: los años setenta han adquirido un estatus mítico y quienes estánobsesionados con la inflación los invocan constantemente, mientras que los ochenta se mencionan,como mucho, como una prueba de la veracidad de la economía de la oferta. Sin embargo, lo querealmente se produjo a principios de los años ochenta fue una refutación decisiva de lamacroeconomía lucasiana, aunque una refutación recibida en muchos lugares con desagrado.

Para quienes se preguntan de qué estoy hablando: en los años setenta, los macroeconomistasde las expectativas racionales, encabezados sobre todo por Robert Lucas de Chicago, adujeronargumentos extremadamente influyentes contra cualquier tipo de política activa. La premisafundamental era la afirmación, basada en modelos del tipo de los de Lucas, de que solo loscambios imprevistos en la política monetaria tenían efectos reales. En cuanto la gentecomprendiera que, por ejemplo, el banco central había fijado como objetivo una tasa de inflaciónmás baja, los precios y los salarios se ajustarían sin necesidad de un elevado desempleosostenido.

En cambio, lo que realmente sucedió en los años ochenta fue que los bancos centrales (el másfamoso de ellos la Fed, pero también el thatcherista Banco de Inglaterra y otros) endurecierondrásticamente la política monetaria para reducir la inflación. Y, de hecho, la inflación disminuyócon el tiempo, pero, por el camino, hubo profundas recesiones y un aumento del desempleo, queduró mucho más tiempo del que se podía justificar con alguna historia creíble sobre que la crisismonetaria fue imprevista.

Se trataba en buena medida de una confirmación de las ideas más o menos keynesianas sobrela economía y, en realidad, los años ochenta estuvieron marcados por el retorno delneokeynesianismo. No obstante, muchos economistas ya se habían atrincherado demasiado en supostura, tildando la economía keynesiana de estupidez y declarándola muerta. Incapaces de darmarcha atrás, fueron aún más lejos, insistiendo pese a todas las evidencias en que la políticamonetaria no tenía en modo alguno efectos reales, que era todo un problema de impactostecnológicos.

Pero dejando aparte a esa mitad de la disciplina macroeconómica, para el resto de nosotroslos años ochenta fueron tan importantes como los setenta en lo que se refiere a predisponer lasactitudes hacia la política. Si se quiere, los años setenta mostraron los límites de la política, pero

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los ochenta mostraron que había límites para esos límites, que la política monetaria (y la políticafiscal en determinadas condiciones) seguían siendo un instrumento poderoso para estabilizar laeconomía. Y esa idea ha resistido el paso del tiempo.

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¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?New York Times Magazine

2 de septiembre de 2009

I. CONFUNDIENDO LA BELLEZA CON LA VERDAD

Ahora, resulta difícil de creer, pero no hace tanto tiempo los economistas se felicitabanmutuamente por el éxito de su especialidad. Estos éxitos —o al menos así lo creían ellos— erantanto teóricos como prácticos y conducían a la profesión a su edad dorada. En el aspecto teórico,creían que habían resuelto sus disputas internas. Así, en un trabajo titulado The State of Macro (esdecir, de la macroeconomía, el estudio de cuestiones panorámicas como las recesiones), OlivierBlanchard, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), actualmenteeconomista jefe del Fondo Monetario Internacional, declaraba que había habido «una ampliaconvergencia de puntos de vista». Y en el mundo real, los economistas creían que tenían las cosasbajo control: «El problema central de la prevención de la depresión está resuelto», declarabaRobert Lucas, de la Universidad de Chicago, en su discurso inaugural como presidente de laAmerican Economic Association en 2003. En 2004, Ben Bernanke, un antiguo profesor enPrinceton que ahora preside la Reserva Federal, celebraba la Gran Moderación delcomportamiento económico comparado con las dos décadas precedentes, y que atribuía en parteuna más exacta formulación de la política económica.

El año pasado, todo esto se vino abajo.Pocos economistas vieron venir la crisis, pero este error de previsión fue el menor de los

problemas. Más importante fue la ceguera de la profesión ante la posibilidad misma de falloscatastróficos en una economía de mercado. Durante los años dorados los economistas llegaron apensar que los mercados eran inherentemente estables, es decir, que las acciones y otros activosestaban siempre tasados a su justo precio. Nada en los modelos imperantes sugería la posibilidadde un colapso del tipo del que sucedió el año pasado. Los economistas tomaron diferentes puntosde vista. Pero la principal división era entre aquellos que insistían en que las economías de libremercado nunca pierden el rumbo y aquellos otros que pensaban que las economías puedendesviarse cada tanto, pero que cualquier desvío importante del camino de la prosperidad puede ydebe ser corregido por la todopoderosa Fed. Ninguno de los dos grupos estaba preparado parahacer frente a una economía que descarriló a pesar de los mejores esfuerzos de la Fed.

A raíz de la crisis, las líneas de falla de la profesión de economista han bostezado con másamplitud que nunca. Lucas dice que los planes de estímulo de la administración Obama son«economía de baratija» y su colega de Chicago, John Cochrane, dice que están basados endesacreditados «cuentos de hadas». Como respuesta, Brad DeLong, de la Universidad deCalifornia en Berkeley, escribe sobre el «derrumbe intelectual» de la Escuela de Chicago, y yo

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mismo he escrito que estos comentarios de los economistas de Chicago son el producto de unaEdad Oscura de la macroeconomía, donde el conocimiento tan arduamente conseguido ha quedadoolvidado.

¿Qué le ha sucedido a la profesión de economista? ¿Y adónde va a partir de ahora?En mi opinión, la profesión de economista se extravió porque los economistas, como grupo,

confundieron la belleza —vestida con unas matemáticas de aspecto impresionante— con laverdad. Hasta la Gran Depresión la mayor parte de los economistas se aferraron a una visión delcapitalismo como un sistema perfecto o casi. Esta visión no podía sostenerse a la vista deldesempleo masivo, pero a medida que los recuerdos de la Depresión se desvanecían, loseconomistas volvieron a enamorarse de la vieja visión idealizada de una economía en la cualindividuos racionales interactúan en mercados perfectos, esta vez embellecida con fantasiosasecuaciones. El renovado romance con el mercado idealizado fue, sin duda, en parte una respuestaa los cambios de los vientos políticos, en parte una respuesta a los incentivos financieros. Peromientras que los años sabáticos en la Hoover Institution y las oportunidades de empleo en WallStreet no son de despreciar, la causa principal del fracaso de la profesión fue el deseo de unenfoque totalmente abarcador, intelectualmente elegante, que diera también a los economistas laoportunidad de exhibir su destreza matemática.

Desdichadamente, esta visión romántica y aséptica de la economía llevó a la mayor parte delos economistas a ignorar todas aquellas cosas que pueden salir mal. Se hizo la vista gorda aaquellas limitaciones de la racionalidad humana que a menudo conducen a burbujas y estallidos; alos problemas de instituciones que se salen de control; a las imperfecciones de los mercados,especialmente los financieros, que pueden hacer que el sistema operativo de la economía sufraaccidentes repentinos, inesperados; y a los peligros que surgen cuando los reguladores no creen enla regulación.

Decir adónde va la profesión de la economía a partir de aquí es mucho más difícil. Lo que essin embargo casi seguro es que los economistas deberán aprender a convivir con el desorden. Esdecir, que tendrán que aceptar la importancia de comportamientos irracionales y a menudoimpredecibles, enfrentar las imperfecciones de los mercados, con frecuencia intrínsecas, y aceptarque una elegante teoría económica «de todo» está muy lejos aún. En términos prácticos, esto setraducirá en asesoramientos de políticas más prudentes y en una menor predisposición paradesmantelar salvaguardas económicas en la fe de que los mercados resolverán todos losproblemas.

II. DE SMITH A KEYNES Y VUELTA ATRÁS

El nacimiento de la economía como disciplina se atribuye habitualmente a Adam Smith, quienpublicó La riqueza de las naciones en 1776. Durante los siguientes ciento sesenta años sedesarrolló un extenso cuerpo de economía teórica, cuyo mensaje central era: confía en el mercado.Sí, los economistas admitieron que había casos en los mercados que podían fallar, de los cuales elmás importante era el de las «externalidades», es decir, los costes que algunos imponen a losdemás sin pagar el precio, como la congestión del tráfico o la contaminación. Pero la presunción

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básica de la economía neoclásica (llamada así al haber sido elaborada por los teóricos de finalesdel siglo XIX sobre conceptos de sus predecesores clásicos) era que teníamos que tener fe en elsistema de mercado.

Esta fe, sin embargo, quedó hecha pedazos por la Gran Depresión. En realidad, incluso anteel colapso total, algunos economistas insistieron en que cualquier cosa que ocurra en unaeconomía de mercado debía ser necesariamente correcta: «Las depresiones no son simplesmales», declaró Joseph Schumpeter en 1934-1935. Son, añadió, «formas de algo que hay quehacer». Pero la mayoría de los economistas sustentó las consideraciones de John Maynard Keynestanto acerca de la explicación de lo que había pasado como de la solución de futuras depresiones.

A pesar de lo que usted haya podido oír, Keynes no quería que el gobierno dirigiera laeconomía. En su obra capital, Teoría general del empleo, el interés y el dinero, escrita en 1936,él mismo describió su análisis como «moderadamente conservador en sus repercusiones». Queríaorganizar el capitalismo, no reemplazarlo. Pero cuestionó la noción de que las economías de libremercado puedan funcionar sin supervisión, expresando un desprecio particular hacia los mercadosfinancieros, que consideraba dominados por la especulación a corto plazo. Y apeló a la activaintervención de los gobiernos para luchar contra el desempleo durante las recesiones,imprimiendo más moneda y, si fuera necesario, realizando grandes inversiones en obra pública.

Es importante entender que Keynes hizo mucho más que afirmaciones atrevidas. La Teoríageneral es una obra de análisis profundo; análisis que persuadió a los mejores jóveneseconomistas de su época. Sin embargo, la historia de la economía a lo largo del último mediosiglo es, en gran medida, la historia de una retirada del keynesianismo y de un retorno alneoclasicismo. El renacer neoclásico fue dirigido inicialmente por Milton Friedman, de laUniversidad de Chicago, quien afirmó ya en 1953 que la economía neoclásica sirveadecuadamente como descripción del modo en que la economía funciona realmente, al ser«extremadamente fructífera y merecedora de plena confianza». Pero ¿qué hay de las depresiones?

El contraataque de Friedman contra Keynes comenzó con la doctrina conocida como«monetarismo». Los monetaristas, en principio, no discrepaban de la idea de que una economía demercado necesite una deliberada estabilización. «Ahora todos somos keynesianos», dijo Friedmanen una ocasión, aunque más tarde afirmó que fue citado fuera de contexto. Los monetaristasafirmaban, sin embargo, que una intervención gubernamental muy limitada y restringida —a saber,instruir a los bancos centrales a mantener el flujo del dinero, la suma del efectivo circulante y losdepósitos bancarios creciendo a ritmo estable— es todo lo que se requería para prevenirdepresiones. Es célebre el razonamiento de Friedman y su colaboradora Anna Schwartz según elcual si la Reserva Federal hubiera hecho su trabajo correctamente, la Gran Depresión no se habríaproducido. Más tarde, Friedman empleó un argumento convincente contra cualquier esfuerzodeliberado del gobierno por reducir el desempleo por debajo de su nivel natural (actualmentecalculado en torno al 4,8% en Estados Unidos): las políticas excesivamente expansionistas,predijo, llevarían a una combinación de inflación y alto desempleo; una predicción que fueconfirmada por la estanflación de los años setenta, lo que impulsó en gran medida la credibilidaddel movimiento antikeynesiano.

Finalmente, sin embargo, la contrarrevolución antikeynesiana fue mucho más allá de laposición de Friedman, quien vino a verse como relativamente moderado en comparación con loque estaban diciendo sus sucesores. Entre los economistas de las finanzas la visión despectiva de

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Keynes de los mercados financieros como un «casino» fue reemplazada por la teoría de los«mercados eficientes», que afirma que los mercados financieros fijan siempre el precio correctode los activos en función de la información disponible. Mientras tanto, muchos macroeconomistasrechazaron completamente el marco analítico de Keynes para la comprensión de las depresioneseconómicas. Algunos retornaron a la visión de Schumpeter y otros apologistas de la GranDepresión, viendo a las recesiones como algo bueno, parte de los ajustes de la economía a loscambios. Y algunos que no deseaban ir tan lejos argüían que cualquier intento de combatir unadepresión económica haría más mal que bien.

No todos los macroeconomistas tomaron ese camino, muchos llegaron a autoproclamarsecomo neokeynesianos, ya que seguían creyendo en el papel activo del gobierno. Aun así, inclusoellos aceptaban la idea de que inversores y consumidores son racionales y que los mercados porlo general lo hacen bien.

Por supuesto que unos pocos economistas no aceptaban la asunción del comportamientoracional, cuestionaban la creencia de que los mercados financieros merecen confianza y hacíanver la larga historia de crisis financieras que tuvieron devastadoras consecuencias económicas.Pero eran incapaces de hacer muchos progresos frente a una complacencia que, vistaretrospectivamente, era tan omnipresente como insensata.

III. FINANZAS PANGLOSSIANAS

En los años treinta, los mercados financieros, por razones obvias, no eran muy respetados. Keyneslos comparó a «esos concursos de los periódicos en los que los concursantes deben escoger lasseis caras más bonitas de entre un centenar de fotos, donde el premio va al participante cuyaelección se aproxima más a las preferencias promedio de los concursantes en su conjunto; demodo tal que cada concursante no debe escoger las caras que considera más bonitas sino aquellasque considere más aptas para atraer las fantasías de los demás concursantes».

Keynes consideró que era una mala idea la de dejar a semejantes mercados, en los que losespeculadores pasaban su tiempo tratando de pisarse la cola el uno al otro, dictando decisionesimportantes en los negocios: «Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en unsubproducto de las actividades de un casino, es muy probable que el trabajo acabe mal hecho».

Sin embargo, hacia 1970 más o menos, el estudio de los mercados financieros parecía habersido asumido por el doctor Pangloss de Voltaire, que insistía en que vivíamos en el mejor de losmundos posibles. La discusión sobre la irracionalidad del inversor, sobre las burbujas, sobre laespeculación destructiva, había desaparecido virtualmente del discurso académico. El terrenoestaba dominado por la hipótesis del mercado eficiente, promulgada por Eugene Fama, de laUniversidad de Chicago, que sostiene que los mercados financieros valoran los activos en supreciso valor intrínseco si se da toda la información públicamente disponible. (El precio de lasacciones de una empresa, por ejemplo, refleja siempre con precisión el valor de la compañía enfunción de la información disponible sobre sus ganancias, las perspectivas de negocios, etc.) Y enlos años ochenta, ciertos economistas financieros, en particular Michael Jensen, de la HarvardBusiness School, defendían que, dado que los mercados financieros siempre aciertan con losprecios, lo mejor que pueden hacer los directivos, no solo en su provecho sino en el de toda la

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economía, es maximizar el precio de sus acciones. En otras palabras, los economistas financieroscreían que debemos poner el desarrollo del capital de la nación en manos de lo que Keynes habíallamado un «casino».

Es difícil argumentar que esta transformación en la profesión fue impulsada por losacontecimientos. Es cierto que la memoria de 1929 poco a poco se iba haciendo más borrosa,pero seguía habiendo mercados alcistas, con historias generalizadas de excesos especulativos,seguidos por mercados bajistas. En 1973-1974, por ejemplo, las acciones perdieron de 48% de suvalor. Y la caída bursátil de 1987 en la que el Dow cayó casi un 23% en un día sin un motivoclaro, debería haber planteado al menos unas pocas dudas sobre la racionalidad de los mercados.

Sin embargo estos acontecimientos, que Keynes habría considerado como evidencias de lafalta de fiabilidad de los mercados, hicieron poco para contener la fuerza de una hermosa idea. Elmodelo teórico desplegado por los economistas financieros al asumir que cada inversor equilibraracionalmente riesgo y recompensa —el llamado Capital Asset Pricing Model, o CAPM(pronúnciese «cap-em»)— es maravillosamente elegante. Y si uno acepta sus premisas también esalgo sumamente útil. Este CAPM no solo nos informa de cómo elegir una cartera de inversiones,sino, lo que es incluso más importante desde el punto de vista de la industria financiera, cómoponer precio a los derivados financieros. La elegancia y aparente utilidad de la nueva teoríaprodujo una sucesión de premios Nobel para sus creadores, y muchos de los adeptos de la teoríatambién recibieron recompensas más mundanas: armados con sus nuevos modelos y formidableshabilidades matemáticas, los usos más misteriosos de CAPM requieren computaciones del nivelde la física; profesores de escuelas de negocios de buenos modales pudieron y de hecho setransformaron en ingenieros espaciales de Wall Street, percibiendo salarios de Wall Street.

Para ser justos, los teóricos de las finanzas no aceptaron la hipótesis del mercado eficientesolo porque era elegante, cómoda y muy lucrativa. También produjeron gran cantidad de pruebasestadísticas, que en un principio parecían confirmarla. Pero esta documentación era de un formatoextrañamente limitado. Los economistas financieros rara vez hacían la pregunta aparentementeobvia (aunque no de fácil contestación) de si los precios de los activos tenían sentido según losparámetros del mundo real, como los ingresos. En su lugar, solo preguntaban si los precios de losactivos tenían sentido en función de los precios de otros activos. Larry Summers, ahora el máximoasesor de la administración Obama, se burló una vez de los profesores de finanzas con la parábolasobre los «economistas del ketchup», quienes habrían «mostrado que los botes de ketchup de doscuartos se venden exactamente y de manera invariable al doble que las botellas de ketchup de uncuarto», sacando como conclusión que el mercado del ketchup es perfectamente eficiente.

Pero ni esta burla ni las críticas más corteses como las de Robert Shiller, de Yale, hicieronefecto. Los teóricos de las finanzas continuaron creyendo que sus modelos eran esencialmentecorrectos, y así lo hizo también mucha gente que tomaba decisiones en el mundo real. No fue elmenos importante Alan Greenspan, quien era entonces el presidente de la Reserva Federal y quedurante mucho tiempo respaldó la desregulación financiera, cuyo rechazo a los avisos de ponerfreno a los créditos subprime o de enfrentarse a la creciente burbuja inmobiliaria descansaban enbuena parte en la creencia de que la economía financiera moderna lo tenía todo bajo control. Huboun momento memorable en 2005, en una conferencia realizada para celebrar la gestión deGreenspan en la Fed. Un valiente participante, Raghuram Rajan (sorprendentemente de la

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Universidad de Chicago), presentó un documento que alertaba de que el sistema financiero estabaasumiendo niveles de riesgo potencialmente peligrosos. Casi todos los presentes se burlaron deél; también Larry Summers, que tildó sus advertencias de «equivocadas».

En octubre del pasado año, sin embargo, Greenspan admitió encontrarse en un estado de«sorpresa» porque «todo el edificio intelectual» se había «colapsado». Dado que este colapso deledificio intelectual fue también un colapso de los mercados del mundo real, el resultado fue unagrave recesión, la peor, según muchos indicadores, desde la Gran Depresión. ¿Qué deberían hacerlos responsables políticos? Desafortunadamente, la macroeconomía, que debería haberproporcionado una orientación clara sobre cómo abordar la crisis económica, estaba sumida en supropio estado de desorden.

IV. EL PROBLEMA CON LA MACRO

«Nos metimos en un lío colosal equivocándonos en el control de una máquina delicada cuyofuncionamiento no comprendemos. El resultado es que nuestras posibilidades de prosperidadpueden ser nulas por un tiempo, quizá un largo tiempo.» Eso escribió John Maynard Keynes en unensayo titulado «The Great Slump of 1930» («La gran recesión de 1930») en el que trataba deexplicar la catástrofe que se había desatado sobre el mundo. Y las posibilidades de prosperidadefectivamente fueron nulas por un largo período; se necesitó la segunda guerra mundial paraterminar definitivamente con la Gran Depresión.

¿Por qué el diagnóstico de Keynes sobre la Gran Depresión como un «lío colosal» fue tanconvincente al principio y por qué, alrededor de 1975, la economía estaba dividida en camposopuestos respecto del valor de las opiniones de Keynes?

Me gustaría explicar la esencia de la economía keynesiana con una historia verdadera quesirve también como una parábola, una versión a pequeña escala de los desórdenes que puedenafectar a economías enteras. Consideremos las tribulaciones de la Cooperativa de baby-sittingCapitol Hill.

Esta cooperativa, cuyos problemas se han relatado en un artículo de 1977 en The Journal ofMoney, Credit and Banking, era una asociación de alrededor de 150 parejas jóvenes que habíanacordado ayudarse mutuamente para cuidar de los niños cuando sus padres deseaban salir denoche. Para asegurar que cada pareja hiciera su justa parte de la tarea, la cooperativa introdujouna suerte de vales: cupones de papel grueso, cada uno de los cuales daba derecho al portador amedia hora de guarda de los niños. Inicialmente los miembros recibían veinte cupones al unirse algrupo y se les solicitaba devolver la misma cantidad cuando se separaran del mismo.

Lamentablemente, sucedió que los miembros de la cooperativa, en promedio, deseabanmantener una reserva de más de veinte cupones, quizá para el caso de que quisieran salir variasveces seguidas. En consecuencia, relativamente pocas personas deseaban gastar sus vales y salir,mientras que muchas deseaban cuidar niños como una forma de acrecentar su ahorro. Pero, comolas oportunidades para cuidar niños se dan solamente cuando alguien sale de noche, era difícilencontrar a alguien que cuidara a los niños, lo que hacía que los miembros de la cooperativafueran aún más reacios a salir, lo que tornaba los trabajos aún más escasos...

En resumen, la cooperativa cayó en una recesión.

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Y bien, ¿qué piensa usted de esta historia? No la descarte por tonta y trivial: los economistasse han servido de ejemplos a pequeña escala para arrojar luz sobre las grandes cuestiones desdeque Adam Smith vio las raíces del progreso económico en una fábrica de alfileres. La pregunta essaber si este ejemplo en particular en el que la recesión es un problema de demanda inadecuada—no hay suficiente demanda de cuidado de niños para dar trabajo a todos lo que lo desean—lleva al fondo de lo que sucede en una recesión.

Hace cuarenta años la mayoría de los economistas habrían estado de acuerdo con estainterpretación. Pero desde entonces la macroeconomía se ha dividido en dos grandes facciones:economistas «de agua salada» (principalmente en universidades de zonas costeras de EE.UU.),que tienen una visión más o menos keynesiana sobre el origen de las recesiones, y economistas«de agua dulce» (principalmente de escuelas de tierra adentro) que consideran dicha visión comocarente de sentido.

Los economistas de agua dulce son, en esencia, puristas neoclásicos. Creen que todo análisiseconómico válido parte de la premisa de que las personas son racionales y de que los mercadosoperan, una premisa refutada por la historia de la cooperativa de baby-sitting. A su modo de ver,una carencia general de demanda suficiente es imposible porque los precios siempre se muevenpara adaptar la oferta con la demanda. Si la gente desea más cupones de guarda, el valor de losmismos aumentará de modo que valdrán, digamos, cuarenta minutos de guarda en lugar de mediahora o, de modo equivalente, el costo de una hora de guarda bajará de 2 cupones a 1,5. Y estoresolvería el problema: el poder adquisitivo de los cupones en circulación habrá aumentado demodo tal que la gente no deseará atesorar más, y entonces no habrá recesión.

Pero ¿las recesiones no se parecen a períodos en los cuales simplemente no hay demandapara emplear a todo aquel que desea trabajar? Las apariencias pueden ser engañosas, dicen losteóricos de agua dulce. La sensatez económica, en su opinión, señala que las caídas generalizadasde la demanda no pueden ocurrir, y eso significa que no ocurren. La economía keynesiana ha«demostrado ser falsa», dice Cochrane, de la Universidad de Chicago.

Sin embargo las recesiones suceden. ¿Por qué? En la década de 1970 el prominentemacroeconomista de agua dulce, el premio Nobel Robert Lucas, argumentaba que las recesioneseran causadas por una confusión transitoria: los trabajadores y las empresas tenían dificultades endistinguir los cambios globales en los niveles de precios causados por la inflación o la deflaciónde los cambios en la situación de sus áreas de actividad particulares. Y Lucas advertía que todatentativa de luchar contra el ciclo económico sería contraproducente: las políticas activas,argumentaba, solo agregarían confusión.

En la década de 1980, sin embargo, incluso esta aceptación severamente limitada de la ideade que las recesiones son algo malo había sido rechazada por muchos economistas de agua dulce.En cambio, los nuevos líderes del movimiento, especialmente Edward Prescott que estabaentonces en la Universidad de Minnesota (observen de dónde viene el apodo de agua dulce),*argumentó que las fluctuaciones de precios y los cambios de la demanda en realidad no tienennada que ver con el ciclo económico. Más bien, el ciclo económico refleja fluctuaciones en elritmo de progreso tecnológico, las cuales son amplificadas por la respuesta racional de lostrabajadores que voluntariamente trabajan más cuando el entorno es favorable y menos cuando esdesfavorable. El desempleo es una decisión deliberada de los trabajadores de tomarse unasvacaciones.

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Digamos con franqueza que esta teoría suena tonta. ¿Fue la Gran Depresión en realidad laGran Vacación? Para ser honesto, pienso que es ridículo. Pero la premisa básica de la teoría del«ciclo económico real» de Prescott fue incorporada en modelos matemáticos ingeniosamenteconstruidos que eran proyectados sobre datos reales usando técnicas estadísticas sofisticadas, y lateoría terminó dominando la enseñanza de macroeconomía en muchos departamentosuniversitarios. En 2004, y como reflejo de la influencia de la teoría, Prescott compartió el Nobelcon Finn Kydland de la Universidad Carnegie Mellon.

Mientras tanto, los economistas de agua salada se resistieron. Si los economistas de aguadulce eran puristas, los de agua salada eran pragmáticos. Economistas como N. Gregory Mankiwen Harvard, Olivier Blanchard en el MIT y David Romer en la Universidad de CaliforniaBerkeley reconocían que era difícil reconciliar una visión keynesiana de las recesiones enfocadaen la demanda con la teoría neoclásica; al mismo tiempo, creían que la evidencia de que lasrecesiones tenían su origen en la demanda tenía demasiado peso como para no ser tenida encuenta. Su intención era desviarse de la hipótesis de los mercados perfectos o la racionalidadperfecta, o de ambas, incorporando suficientes imperfecciones como para acomodar una visiónmás o menos keynesiana de las recesiones. Desde su punto de vista, las políticas activas paracombatir las recesiones siguieron siendo aconsejables.

Pero los autodenominados «economistas neokeynesianos» no eran inmunes a los encantos delos individuos racionales y los mercados perfectos. Intentaron mantener sus desviaciones de laortodoxia neoclásica tan limitados como fuera posible. De hecho, en la mayoría de sus modelos nohabía lugar para burbujas y colapsos del sistema bancario. Si estas cosas continuaban sucediendoen el mundo real —hubo una terrible crisis financiera y macroeconómica en gran parte de Asia en1997-1998, y una caída con grado de depresión en Argentina en 2002—, no quedaba reflejado enla corriente principal del pensamiento neokeynesiano.

Aún así, usted podría pensar que las diferentes visiones del mundo de los economistas deagua dulce y de agua salada habrían causado constantes desacuerdos sobre política económica.Sorprendentemente, sin embargo, entre 1985 y 2007 las disputas entre economistas de agua dulcey salada eran principalmente acerca de la teoría y no de la acción. La razón, creo yo, es que losneokeynesianos, al contrario de los keynesianos originales, no pensaban que la política fiscal —cambios en el gasto del gobierno o impuestos— fuera necesaria para combatir recesiones. Creíanque la política monetaria, administrada por los tecnócratas en la Fed, podría proporcionar todoslos remedios que la economía necesitaba. En una celebración del nonagésimo cumpleaños deMilton Friedman, Ben Bernanke, anteriormente un profesor más o menos neokeynesiano enPrinceton y en esos días un miembro del consejo de administración de la Fed, declaró a propósitode la Gran Depresión: «Usted tiene razón, lo logramos. Lo lamentamos mucho pero, gracias austed, ya no volverá a suceder». El claro mensaje era que todo lo que se necesita para evitardepresiones es una Fed más inteligente.

Y mientras que la política macroeconómica fue dejada en manos del maestro* Greenspan, sinprogramas de estímulo de corte keynesiano, los economistas de agua dulce no tuvieron casi nadade qué quejarse. (Ellos no creían que la política monetaria trajera ningún beneficio, pero tampococreían que fuera dañina.)

Se necesitaría una crisis para revelar lo poco que había en común y cuán panglossiana sehabía vuelto la economía, incluso la neokeynesiana.

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V. NADIE PODÍA HABERLO PREDICHO...

En los recientes y atribulados debates sobre economía se ha generalizado una frase clave: «Nadiepodía haberlo predicho...». Es lo que uno dice con relación a desastres que podían haber sidopredichos, debieran haber sido predichos y que realmente fueron predichos por unos pocoseconomistas que fueron tomados a broma por tomarse tal molestia.

Tomemos, por ejemplo, el precipitado auge y caída de los precios de la vivienda. Algunoseconomistas, en particular Robert Shiller, identificaron la burbuja y avisaron de sus dolorosasconsecuencias si llegaba a reventar. Sin embargo, los principales responsables de la políticaeconómica no vieron lo obvio. Aún en 2004, Alan Greenspan descartó hablar de burbujainmobiliaria: «Una grave distorsión nacional de precios», declaró, era «muy improbable». Elincremento en el precio de la vivienda, dijo Ben Bernanke en 2005, «en gran medida es el reflejode unos fuertes fundamentos económicos».

¿Cómo no se dieron cuenta de la burbuja? Para ser justo, los tipos de interés eraninusualmente bajos, lo que posiblemente explica parte del alza de precios. Puede ser queGreenspan y Bernanke también quisieran celebrar el éxito de la Reserva Federal en sacar a laeconomía de la recesión de 2001; conceder que buena parte de tal éxito se basara en la creaciónde una monstruosa burbuja debiera haber puesto algo de sordina a esos festejos.

Pero había algo más: se había instalado la creencia general de que las burbujas sencillamenteno ocurren. Lo que llama la atención, cuando uno vuelve a leer las garantías de Greenspan, es queno estaban basadas en la evidencia, sino que estaban basadas en el aserto apriorístico de quesimplemente no puede haber una burbuja en el sector inmobiliario. Los teóricos de las finanzasfueron más inflexibles todavía en este punto. En una entrevista realizada en 2007, Eugene Fama,padre de la hipótesis del mercado eficiente, declaró que «la palabra burbuja me saca de quicio» yexplicó así por qué podemos fiarnos del mercado inmobiliario: «Los mercados inmobiliarios sonmenos líquidos, pero la gente es muy cuidadosa cuando compra casas. Se trata normalmente de lamayor inversión que van a hacer, de manera que estudian el asunto con cuidado y comparanprecios. El proceso de compra es muy detallado».

De hecho, los compradores de casas comparan concienzudamente el precio de su comprapotencial con los precios de otras casas. Pero eso no dice nada sobre si el precio en general delas casas está justificado. Nuevamente, es la economía ketchup: puesto que un bote de ketchup dedos cuartos cuesta el doble que un bote de un cuarto, los teóricos de las finanzas declaran que elprecio del ketchup es necesariamente correcto.

En resumen, la fe en los mercados financieros eficientes cegó a muchos, si no a la mayoría,de los economistas ante la aparición de la mayor burbuja financiera de la historia. Y la teoría delmercado eficiente también tuvo un importante papel al principio, a la hora de inflar esa burbuja.

Ahora que la burbuja imposible ha estallado, se ha hecho evidente la verdadera peligrosidadde los activos supuestamente seguros, y el sistema financiero ha demostrado su fragilidad. Lasfamilias de Estados Unidos han visto evaporarse su dinero por valor de 13 billones de dólares. Sehan perdido más de 6 millones de puestos de trabajo y el índice de desempleo alcanza su más altonivel desde 1940. Así que, ¿qué orientación tiene que ofrecer la economía moderna ante elpresente aprieto? ¿Y deberíamos fiarnos de ella?

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VI. LA QUERELLA SOBRE LOS ESTÍMULOS

Entre 1985 y 2007 se estableció una falsa paz en el campo de la macroeconomía. No ha habidoninguna convergencia real de puntos de vista entre las facciones de agua salada y agua dulce. Peroestos fueron los años de la Gran Moderación, un período prolongado durante el cual la inflaciónestuvo controlada y las recesiones eran relativamente suaves. Los economistas de agua saladacreían que la Reserva Federal tenía todo bajo control. Los economistas de agua dulce no creíanque las acciones de la Reserva Federal fueran realmente beneficiosas, pero estaban dispuestos adejar las cosas como estaban.

La crisis puso término a esta falsa paz. De repente, las políticas estrechas y tecnocráticas queambas partes estaban dispuestas a aceptar ya no eran suficientes, y la necesidad de una respuestapolítica más amplia dejó al descubierto los viejos conflictos de modo más agudos que nunca.

¿Por qué aquellas políticas estrechas y tecnocráticas ya no eran suficientes? La respuesta, enuna palabra, es cero.

Durante una recesión normal, la Reserva Federal responde comprando letras del Tesoro —deuda pública a corto plazo— de los bancos. Esto hace bajar los tipos de interés de la deudapública; los inversores, al buscar un tipo de rendimiento más alto, se mueven hacia otros activos,haciendo que bajen también otros tipos de interés; y normalmente esos bajos tipos de interésfinalmente conducen a la recuperación económica. La Reserva Federal abordó la recesión quecomenzó en 1990 bajando los tipos de interés a corto plazo del 9% al 3%. Abordó la recesión quecomenzó en 2001 bajando los tipos de interés del 6,5% al 1%. E intentó abordar la actual recesiónbajando los tipos de interés del 5,25% al 0%.

Pero resultó que el cero no es lo suficientemente bajo como para acabar con esta recesión. Yla Reserva Federal no puede poner los tipos a menos de cero, ya que con tipos próximos al cerolos inversores sencillamente prefieren acaparar efectivo en lugar de prestarlo. De tal modo que, afinales de 2008, con los tipos de interés básicamente en lo que los macroeconomistas llaman zerolower bound, o límite inferior cero, la recesión continuaba agudizándose y la política monetariaconvencional había perdido toda su fuerza de tracción.

Y ahora, ¿qué? Esta es la segunda vez que Estados Unidos ha tenido que enfrentarse al límiteinferior cero, la Gran Depresión fue la primera. Y fue precisamente la observación de que hay unlímite inferior a los tipos de interés lo que llevó a Keynes a abogar por un mayor gasto público:cuando la política monetaria es infructuosa y el sector privado no puede ser persuadido para queinvierta más, el sector público tiene que ocupar su espacio en el sostenimiento de la economía. Elestímulo fiscal es la respuesta keynesiana al tipo de situación económica depresiva en la queestamos inmersos.

El pensamiento keynesiano inspira las políticas económicas de la administración Obama, ylos economistas de agua dulce están furiosos. Durante unos veinticinco años toleraron losesfuerzos de la Reserva Federal para gestionar la economía, pero un resurgimiento keynesiano entodo su esplendor era algo totalmente diferente. En 1980, Lucas, de la Universidad de Chicago,escribió que la economía keynesiana era tan absurda que «en los seminarios de investigación, lagente ya no se toma en serio las teorizaciones keynesianas; los asistentes comienzan a cuchichear ya reírse entre ellos». Admitir que Keynes, después de todo, tenía mucha razón resultabademasiado humillante.

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Así, John Cochrane, de la Universidad de Chicago, indignado ante la idea de que el gastopúblico pudiera mitigar la última recesión, declaró: «Eso no forma parte de lo que todos hemosenseñado a los estudiantes graduados desde los años sesenta. Esas [las ideas keynesianas] soncuentos de hadas que han demostrado ser falsas. En tiempos difíciles es muy reconfortante volvera los cuentos de hadas que escuchamos de niños, pero eso no los hace menos falsos». (Un ejemplode cuán profunda es la división entre agua salada y agua dulce es que Cochrane no crea que«nadie» enseñe ideas que, de hecho, se enseñan en lugares como Princeton, MIT y Harvard.)

Mientras tanto, los economistas de agua salada, que se habían consolado con la creencia deque la gran brecha en la macroeconomía se estaba reduciendo, quedaron sorprendidos al advertirde que los economistas de agua dulce no habían estado escuchando nada. Los economistas de aguadulce que echaban pestes contra los estímulos no sonaban como eruditos que hubieran sopesadolos argumentos keynesianos y los hubieran encontrado deficientes. Más bien, sonaban comopersonas que no tenían idea de lo que trataba la economía keynesiana, que resucitaban falaciasanteriores a 1930 con la convicción de quien está diciendo algo nuevo y profundo.

Y no fueron solamente las de Keynes las ideas que parecían olvidadas. Como ha señaladoBrad DeLong, de la Universidad de California, Berkeley, en sus lamentos sobre el «colapsointelectual» de la escuela de Chicago, la posición actual de la escuela equivale también a unrechazo completo a las ideas de Milton Friedman. Friedman creía que la política de la ReservaFederal, más que para cambios en el gasto público, debía ser utilizada para estabilizar laeconomía, pero nunca afirmó que un incremento del gasto público no pudiera, en determinadascircunstancias, impulsar el empleo. De hecho, al volver a leer el sumario de las ideas deFriedman de 1970, «A Theoretical Framework for Monetary Analysis» («Un marco teórico delanálisis monetario»), lo que llama la atención es lo keynesiano que parece.

Seguramente, Friedman nunca compró la idea de que el paro masivo represente unavoluntaria reducción del esfuerzo de trabajo o la idea de que las recesiones en realidad seanbuenas para la economía. Sin embargo, la generación actual de economistas de agua dulce hanestado defendiendo ambos argumentos. Casey Mulligan, también de Chicago, sugiere que eldesempleo es tan elevado porque muchos trabajadores están optando por no aceptar trabajos.«Los empleados encuentran incentivos financieros que los alientan a no trabajar [...] la menor tasade ocupación se explica más por la reducción de la oferta de mano de obra (la disposición de lagente a trabajar) y menos por la demanda de mano de obra (el número de trabajadores que losempleadores necesitan contratar)». Mulligan ha llegado a sugerir, en concreto, que lostrabajadores están prefiriendo seguir desempleados porque ello mejora sus probabilidades derecibir ayudas por sus deudas hipotecarias. Y Cochrane ha declarado que la alta tasa dedesempleo en realidad es una buena noticia: «Debiéramos tener una recesión. La gente que pasa suvida machacando clavos en Nevada necesita algo distinto que hacer».

Personalmente, pienso que eso es una locura. ¿Por qué debería el desempleo masivo en todoel país hacer que los carpinteros se fueran de Nevada? ¿Puede alguien alegar seriamente quehemos perdido 6,7 millones de puestos de trabajo porque hay pocos estadounidenses que quierantrabajar? Pero era inevitable que los economistas de agua dulce se encontraran atrapados en estecallejón sin salida: si empiezas por asumir que la gente es perfectamente racional y los mercadosperfectamente eficientes, tienes que llegar a la conclusión de que el desempleo es voluntario y lasrecesiones deseables.

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Si la crisis ha empujado a los economistas de agua dulce hacia el absurdo, también dio lugara mucha perplejidad entre los economistas de agua salada. Su marco conceptual, al contrario delde la escuela de Chicago, permite la posibilidad del desempleo involuntario y lo considera comoalgo malo. Pero el modelo neokeynesiano que acabó dominando la enseñanza y la investigaciónasume que las personas son perfectamente racionales y que los mercados financieros sonperfectamente eficientes. Para obtener con sus modelos algo parecido a la caída actual, losneokeynesianos están obligados a introducir algún tipo de factor caprichoso que, por razones noespecificadas, deprime temporalmente el gasto privado. (Esto es exactamente lo que he hecho enalgunos de mis propios trabajos.) Y si el análisis de donde nos encontramos en la actualidaddepende de este factor caprichoso, ¿cuánta confianza podemos tener en las predicciones delmodelo acerca de adónde vamos?

En pocas palabras, el estado de la macro no es bueno. Entonces, ¿hacia dónde va la profesióna partir de ahora?

VII. DEFECTOS Y FRICCIONES

La economía, como disciplina, se ha visto en dificultades debido a que los economistas fueronseducidos por la visión de un sistema de mercado perfecto y sin fricciones. Si la profesión ha deredimirse a sí misma tendrá que reconciliarse con una visión menos seductora, la de una economíade mercado que tiene unas cuantas virtudes pero que está también saturada de defectos y detensiones.

La buena noticia es que no tenemos que empezar de cero. Incluso durante el período deapogeo de la economía de los mercados perfectos se llevaron a cabo muchos trabajos sobre lasformas en que la economía real se desviaba del ideal teórico. Lo que probablemente va a sucederahora, y de hecho ya está sucediendo, es que la economía de los defectos y fricciones se trasladaráde la periferia del análisis económico a su centro.

Existe ya un modelo bastante bien desarrollado del tipo de economía que tengo en mente: laescuela de pensamiento conocida como «finanzas conductuales». Quienes practican este enfoqueponen el énfasis en dos cosas. Primero, en el mundo real hay muchos inversores que tienen unescaso parecido con los fríos calculadores de la teoría del mercado eficiente: casi todos estándemasiado sometidos al comportamiento de la manada, a ataques de entusiasmo irracional yepisodios de pánicos injustificados. Segundo, incluso aquellos que tratan de basar sus decisionesen el frío cálculo se encuentran con que a menudo no pueden, que los problemas de confianza, decredibilidad y de garantías limitadas les obliga a ir con el rebaño.

Acerca del primer punto: incluso durante el auge de la hipótesis de los mercados eficientesparecía evidente que muchos inversores del mundo real no son tan racionales como lo suponen losmodelos vigentes. Una vez Larry Summers empezó un artículo sobre finanzas declarando: «HAYIDIOTAS. Mire a su alrededor». Pero ¿de qué clase de idiotas (el término preferido actualmenteen la literatura académica es «negociadores de ruido») estamos hablando? Las finanzasconductuales, basada en el movimiento más amplio conocido como «economía delcomportamiento», trata de responder a esta pregunta relacionando la aparente irracionalidad delos inversores con sesgos conocidos en la cognitividad humana tales como la tendencia a prestar

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más atención a las pequeñas perdidas que a las pequeñas ganancias o la tendencia a extrapolardemasiado pronto a partir de pequeñas muestras (por ejemplo, suponer que, porque los precios delas viviendas subieron en los años recientes, seguirán subiendo).

Hasta la crisis, los abogados de los mercados eficientes, como Eugene Fama, descartaron laevidencia presentada en nombre de las finanzas conductuales como una colección de«curiosidades» sin importancia real. Esta posición es mucho más difícil de sostener ahora que elcolapso de una vasta burbuja, una burbuja correctamente diagnosticada por economistas delcomportamiento como Robert Shiller, de Yale, quien la relacionó con episodios pasados de«exuberancia irracional» que puso de rodillas a la economía mundial.

Acerca del segundo punto, supongamos que hay, en efecto, idiotas. ¿Y eso importa? Nomucho, argumentaba Milton Friedman en un influyente artículo de 1953: los inversores inteligentesganarán dinero comprando cuando los idiotas venden y vendiendo cuando ellos compran y, en eseproceso, estabilizarán el mercado. Pero la segunda línea de pensamiento de las finanzasconductuales señala que Friedman estaba equivocado, que los mercados financieros son a vecesaltamente inestables y, ahora, esta postura parece difícil de refutar.

Probablemente el artículo más influyente en este sentido fue una publicación de 1997 deAndrei Shleifer, de Harvard, y Robert Vishny, de Chicago, que equivalía a una formalización deaquel viejo adagio que dice que «el mercado puede seguir siendo irracional durante más tiempoque lo que dure tu solvencia». Como señalaron, los arbitrajistas —aquellos que se supone quecompran barato y venden caro— necesitan capital para hacer su trabajo. Y una severa caída en elprecio de los activos, aunque sea un sinsentido en términos fundamentales, tiende a agotar dichocapital. En consecuencia, el dinero inteligente es expulsado del mercado y los precios podríanentrar en una espiral descendente.

La propagación de la crisis actual parece casi como una lección sobre los peligros de lainestabilidad financiera. Y las ideas generales que subyacen a los modelos de inestabilidadfinanciera han demostrado ser sumamente relevantes para la política económica: el foco puestosobre el agotamiento del capital de las instituciones financieras ayudó a guiar las medidaspolíticas adoptadas después de la caída de Lehman y parece (cruce los dedos) como si esasmedidas hubieran permitido evitar un colapso financiero aún mayor.

Entre tanto, ¿qué ocurre con la macroeconomía? Los acontecimientos recientes han refutadode manera decisiva la idea de que las recesiones son una respuesta óptima a las fluctuaciones enlos índices del progreso tecnológico; un punto de vista más o menos keynesiano es la únicaalternativa plausible. Pero los modelos del neokeynesianismo estándar no dejan espacio para unacrisis como la que estamos padeciendo, ya que esos modelos generalmente aceptan el punto devista del sector financiero sobre el mercado eficiente.

Hay excepciones. Una línea de trabajo, encabezada por nada menos que Ben Bernanke encolaboración con Marc Gertler, de la Universidad de Nueva York, ha puesto el acento en el modoen el que la carencia de garantías suficientes puede dificultar la capacidad de los negocios pararecabar fondos y buscar oportunidades de inversión. Una línea de trabajo similar, en gran parteestablecida por mi colega de Princeton, Nobuhiro Kiyotaki, y John Moore, de la London School ofEconomics, sostiene que los precios de activos tales como las propiedades inmobiliarias pueden

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sufrir desplomes de los que salen fortalecidos pero que, a cambio, deprimen a la economía en suconjunto. Pero hasta ahora el impacto de las finanzas disfuncionales no ha llegado ni siquiera alnúcleo de la economía keynesiana. Claramente, eso tiene que cambiar.

VIII. RECUPERANDO A KEYNES

Así que esto es lo que pienso que tienen que hacer los economistas. Primero, tienen queenfrentarse a la incómoda realidad de que los mercados financieros distan mucho de la perfección,de que están sometidos a delirios extraordinarios y a las locuras de mucha gente. Segundo, tienenque admitir —y esto será muy difícil para todos aquellos que han estado riéndose de Keynes—que la economía keynesiana sigue siendo el mejor marco que tenemos para dar sentido a lasrecesiones y las depresiones. Tercero, tienen que hacer todo lo posible para incorporar lasrealidades de las finanzas a la macroeconomía.

Muchos economistas encontrarán estos cambios profundamente perturbadores. Pasará muchotiempo, si es que ha de llegar, antes de nuevos y más realistas enfoques de las finanzas y lamacroeconomía ofrezcan el mismo tipo de claridad, exhaustividad y belleza que caracteriza alenfoque neoclásico en su totalidad. Para algunos economistas eso será una razón para aferrarse alneoclasicismo, a pesar de su fracaso total a la hora de explicar la mayor crisis económica en tresgeneraciones. Este parece, sin embargo, un buen momento para recordar las palabras de H. L.Mencken: «Siempre hay una solución fácil para todo problema humano... simple, plausible yequivocada».

Cuando se trata del problema demasiado humano de las recesiones y de las depresiones, loseconomistas deben abandonar la solución clara pero equivocada de asumir que todo el mundo esracional y que los mercados funcionan perfectamente. La visión que surge a medida que laprofesión se replantea sus propios fundamentos puede que no sea tan clara; seguramente no seránítida, pero podemos esperar que tenga al menos la virtud de ser parcialmente acertada.

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Mala fe, patetismo y economía de los republicanos27 de diciembre de 2018

Ahora que 2018 toca a su fin, vemos muchos artículos sobre el estado de la economía. A mí, sinembargo, lo que me gustaría es hablar de algo diferente, del estado de la ciencia económica, almenos en cuanto a su relación con la situación política. Y ese estado no es bueno: la mala fe quedomina la política conservadora a todos los niveles también se contagia a los economistas detendencia conservadora.

Es triste, pero también es patético. Porque incluso a los economistas en otro tiemporespetados que se rebajan ante el trumpismo, el Partido Republicano les está dejando cada vezmás claro que no quiere sus servicios y que con economistas de pacotilla ya tiene de sobra.

Lo que han de saber cuando se habla de ciencia económica y de política es que hay tresclases de economistas en el Estados Unidos moderno: los economistas profesionales liberales, loseconomistas profesionales conservadores y los economistas conservadores profesionales.

Cuando hablo de «economistas profesionales liberales» me refiero a los investigadores quetratan de entender la economía lo mejor que pueden, pero que, como seres humanos que son,también tienen preferencias políticas, lo que en su caso les sitúa en el lado izquierdo del espectropolítico estadounidense, aunque por lo general solo ligeramente a la izquierda del centro. Loseconomistas profesionales conservadores son sus homólogos en el centroderecha.

Los economistas conservadores profesionales son algo muy diferente. Es gente a la queincluso los profesionales de centroderecha consideran charlatanes y cascarrabias; se ganan la vidafingiendo que se dedican a la verdadera ciencia económica —a menudo de forma incompetente—pero, en realidad, solo son propagandistas. Y no, no existe una categoría equivalente en el otrolado, en parte porque es mucho más probable que los multimillonarios que financian dichapropaganda sean más de derechas que de izquierdas.

Pero permítanme que deje aparcado un momento el tema de los economistas de pacotillapuros, y hable de la gente que al menos antes parecía que intentaba hacer ciencia económica deverdad.

¿Influyen las preferencias políticas de los economistas en su investigación? Sin duda afectana la elección del tema: es más probable que a los liberales les interese el aumento de ladesigualdad o los aspectos económicos del cambio climático que a los conservadores. Y como lanaturaleza humana es como es, algunos de ellos —vale, de nosotros— de vez en cuando realizanun razonamiento inducido y llegan a unas conclusiones que se ajustan a su postura política.

Sin embargo, antes creía que estos fallos eran la excepción, no la regla, y los economistasliberales que conozco se esfuerzan por no caer en esa trampa y se disculpan cuando lo hacen.

Pero ¿hacen lo mismo los economistas conservadores? Cada vez más da la impresión de quela respuesta es no, al menos para los que desempeñan un papel destacado en el discurso público.Incluso durante los años de Obama, resultaba sorprendente la gran cantidad de economistas

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conocidos de tendencia republicana que seguían la línea del partido en materia económica, inclusocuando esa línea chocaba con el consenso profesional no político.

Por consiguiente, cuando un demócrata estaba en la Casa Blanca, los políticos del PartidoRepublicano se opusieron a todo aquello que pudiese mitigar los costes de la crisis financiera de2008 y sus consecuencias; y lo mismo hacían muchos economistas. El caso más conocido es el deun destacado economista republicano que en 2010 denunció los esfuerzos de la Reserva Federalpara combatir el desempleo advirtiendo de que corrían el riesgo de provocar «una devaluaciónmonetaria e inflación».

¿Debatían estos economistas de buena fe? Incluso en aquella época, existían buenas razonespara sospechar lo contrario. Para empezar, esas terribles e irresponsables medidas de la Reservaeran muy parecidas a lo que Milton Friedman recomendaba para las economías deprimidas. Ensegundo lugar, algunos de los que criticaban a la Reserva elaboraban teorías conspirativas a loDonald Trump y acusaban a la Reserva de imprimir dinero no para ayudar a la economía, sinopara «rescatar a la política fiscal», es decir, para ayudar a Barack Obama.

También resultó revelador que ninguno de los economistas que advirtieron, erróneamente, dela amenaza de la inflación estuvo dispuesto a admitir su error a posteriori.

Pero la verdadera prueba llegó después de 2016. Un cínico rematado podría haber esperadoque los economistas que denunciaron los déficits presupuestarios y el dinero fácil con undemócrata en el poder cambiasen de repente de postura con un presidente republicano.

Y ese cínico rematado habría estado en lo cierto. Después de años de histeria por los malesde la deuda, los economistas de la cúpula republicana apoyaron con entusiasmo los recortesfiscales que afectaban negativamente al presupuesto. Tras denunciar las políticas del dinero fácilcuando el desempleo estaba por las nubes, algunos se hicieron eco de las peticiones de Trumppara que bajaran los tipos de interés con un paro inferior al 4%, y el resto se mantuvocuriosamente en silencio.

¿Cuál es la explicación de esta epidemia de mala fe? Una parte se debe claramente a laambición de los economistas conservadores, que siguen esperando que los nombren para ocuparaltos cargos. Y sospecho que otra parte podría ser solo el deseo de permanecer del lado de lagente poderosa.

Pero esta autohumillación profesional es un poco patética, porque las recompensas queanhelan los economistas de centroderecha no han llegado, y nunca llegarán.

Y no es solo que Trump haya creado un gobierno con lo peor y lo más estúpido. La verdad esque el Partido Republicano moderno no quiere oír a los economistas serios, sea cual sea supostura política. Prefiere a los charlatanes y a los cascarrabias, que es su clase de gente.

De modo que lo que hemos aprendido sobre la ciencia económica en estos dos últimos añoses que muchos economistas conservadores estaban dispuestos, de hecho, a comprometer su éticaprofesional por fines políticos, y que han vendido su integridad a cambio de nada.

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¿Qué tienen de malo las finanzas funcionales?(para expertos)

12 de febrero de 2019

La doctrina que subyace a la TMM es perspicaz, pero no del todo correcta.Bueno, parece que los debates políticos de los dos próximos años estarán influidos al menos

en parte por la doctrina de la Teoría Monetaria Moderna, que algunos progresistas parecen creerque significa que no tienen ninguna necesidad de preocuparse por cómo se financian susiniciativas. En realidad, esto es erróneo incluso si se dejan a un lado las dudas sobre el análisisde la TMM. Pero me parece que primero necesito establecer qué está bien y qué está mal en laTMM.

Por desgracia, es un debate muy difícil de mantener: los partidarios modernos de la TMMson mesiánicos cuando afirman haber demostrado que incluso el keynesiano convencional estáequivocado, tienden a no ser claros sobre cuáles son exactamente las diferencias con los puntos devista convencionales y también tienen la costumbre de desestimar sin más cualquier tentativa dedar un sentido a lo que dicen. La buena noticia es que la TMM parece ser bastante similar a ladoctrina de las «finanzas funcionales» formulada por Abba Lerner en 1943. Y Lerner fueadmirablemente claro, lo que facilita ver tanto las importantes virtudes de su tesis como losproblemas de la misma.

Así pues, mi intención en esta nota es explicar por qué no soy un firme partidario de lasfinanzas funcionales de Lerner; creo que esta crítica se aplica también a la TMM, aunque si losdebates pasados sirven de indicación, no tardarán en decirme que no he entendido nada, que soyun instrumento corrupto de la oligarquía o algo por el estilo.

Vayamos a Lerner: su argumento era que los países que a) se basan en el dinero fiduciarioque controlan y b) no se endeudan en otra moneda no tienen que hacer frente a ninguna limitaciónde la deuda, ya que siempre pueden imprimir moneda para pagar su deuda. A lo que se enfrentan,en cambio, es a una limitación de la inflación: un exceso de estímulo fiscal provocará unsobrecalentamiento de la economía. Por tanto, sus políticas presupuestarias deberían centrarse porcompleto en conseguir el nivel adecuado de demanda agregada: el déficit presupuestario debe serlo bastante amplio como para generar pleno empleo, pero no tanto como para producir unsobrecalentamiento inflacionario.

Se trata de una tesis inteligente y, en el momento en el que la escribió, después de los añostreinta, con una expectativa razonable de que la economía volviera a sumirse en una debilidadcrónica una vez terminada la guerra, era una guía para la acción política mucho más convincenteque el pensamiento financiero convencional. Y también parece bastante válida en el mundo actual,cuando de nuevo nos enfrentamos a un largo período de demanda deprimida pese a los tipos de

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interés a cero y la situación aún parece bastante frágil. En realidad, parece mucho mejor que elpánico de «¡Ah! ¡Nos estamos convirtiendo en Grecia!» que dominó el debate político durantebuena parte de los años diez del siglo XXI.

Entonces, ¿cuáles son los problemas? En primer lugar, Lerner no tuvo en cuenta el equilibrioentre la política monetaria y la fiscal. En segundo lugar, aunque abordó el problema potencial delefecto bola de nieve de la deuda, su respuesta no evaluó en profundidad las limitaciones, tantotécnicas como políticas, de las subidas de impuestos o los recortes del gasto. La introducción deestas limitaciones hace que la deuda sea potencialmente más problemática de lo que él reconoce.

Desde una perspectiva moderna, las «finanzas funcionales» son realmente displicentes en eldebate sobre la política monetaria. Lerner afirma que el tipo de interés se debe fijar a un valor queproduzca «el nivel más deseable de inversión» y que después se debe elegir la política fiscal paraalcanzar, dado ese tipo de interés, el pleno empleo. ¿Cuál es el tipo de interés óptimo? No lo dice,tal vez porque durante los años treinta el límite inferior igual a cero hacía que ese punto fueradiscutible.

En cualquier caso, lo que realmente sucede —al menos durante gran parte del tiempo,aunque, crucialmente, no cuando nos encontramos en el límite inferior de cero—, es más o menoslo contrario: los equilibrios políticos determinan los impuestos y el gasto, y la política monetariaajusta el tipo de interés para alcanzar el pleno empleo sin inflación. En estas condiciones, losdéficits presupuestarios desplazan la inversión privada, ya que las reducciones de impuestos o losaumentos del gasto provocarán una subida de los tipos de interés. Y eso significa que no existe unnivel correcto de gasto deficitario determinado de una única forma; es una elección que dependede cómo se valore el equilibrio.

¿Qué podemos decir de la deuda? Mucho depende de si el tipo de interés r es más alto o másbajo que la tasa de crecimiento g sostenible de la economía. Si r<g, como ahora —y también en elpasado, durante la mayor parte del tiempo—, el nivel de deuda no reviste demasiada importancia.Pero si r>g existe la posibilidad de que se genere un efecto bola de nieve de la deuda: cuantomayor sea la relación entre la deuda y el PIB, con más rapidez crecerá, en condiciones deigualdad, esa relación. Y la deuda no puede crecer hasta el infinito, no puede superar la riquezatotal; de hecho, al seguir aumentando la gente exigirá rendimientos crecientes para mantenerla. Portanto, en algún momento el gobierno se verá obligado a gestionar superávits primarios (sinintereses) suficientemente amplios como para limitar el aumento de la deuda.

Lerner tiene en cuenta este punto, pero supone que el gobierno siempre puede gestionar estossuperávits, y que lo hará si es necesario. Descarta cualquier preocupación por los efectosincentivadores de los tipos impositivos elevados; es cierto que la Gente Muy Seria exagera muchoestos efectos, pero no son del todo imaginarios. Y no dice nada en absoluto de la dificultadpolítica de conseguir los superávits requeridos, aunque parece probable que estas dificultadessean cruciales si la deuda alcanza niveles muy elevados.

Un ejemplo numérico puede ayudar a demostrar este punto. Imaginemos que, por una u otrarazón, se acumula una deuda equivalente al 300% del PIB y que r−g = 0,015, con el tipo de interés1,5 puntos porcentuales por encima de la tasa de crecimiento. Para estabilizar en un caso así larelación entre la deuda y el PIB sería necesario un superávit primario equivalente al 4,5% delPIB.

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No es algo imposible: después de Waterloo, Gran Bretaña registró superávits así de grandesdurante varias décadas. Pero sería mucho pedir a un sistema político moderno. ¿Vamos a recortarMedicare y la Seguridad Social? ¿Vamos a gravar un impuesto sobre el valor añadido no parafinanciar nuevos programas, sino simplemente para pagar la deuda? Es posible, pero hay quepreguntarse si no prevalecerá la tentación de incurrir en algún tipo de represiónfinanciera/reestructuración de la deuda/inflación. Y lo que es aún más importante, los inversoresse lo preguntarían, elevando aún más r−g.

La conclusión es que aunque las finanzas funcionales tienen mucho a su favor, no son el tipode doctrina axiomáticamente cierta que Lerner y, en mi opinión, los modernos partidarios de laTMM se han imaginado. Los déficits y la deuda pueden ser importantes y no solo por los efectosdel gasto deficitario en la demanda agregada.

Dicho esto, no creo que estas objeciones resulten fundamentales para las cuestionespresupuestarias a las que tendrán que enfrentarse los progresistas en un futuro cercano. No hay queser un gruñón del déficit o una persona obsesionada con la deuda para creer que para aplicarprogramas progresistas verdaderamente significativos serán necesarias nuevas fuentes de ingresosimportantes.

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7

Austeridad

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Gente Muy Seria

Tomé la expresión «Gente Muy Seria» de Duncan Black, que escribe un blog con el pseudónimode «Atrios». La utilizó, según creo, para referirse a todas las personas influyentes que estabanbastante seguras de que invadir Irak era una buena idea porque eso era lo que todas las personasinfluyentes estaban diciendo y porque parecía una postura firme que era, digamos, seria. Pero Irakno es el único ejemplo de este fenómeno.

Empecé a utilizar mucho esta expresión un año después de la caída de Lehman Brothers.Durante el primer año de la crisis financiera mundial, en las principales economías la políticaeconómica fue avanzando por lo general en la buena dirección, aunque de manera insuficiente. Sinembargo, a finales de 2009 observé con asombro y horrorizado cómo cada vez máspersonalidades públicas empezaban a restar importancia al problema del desempleo masivo y seobsesionaban con el peligro de los déficits presupuestarios.

Es cierto que los déficits se dispararon cuando el mundo se sumió en la crisis económica. Esalgo natural: los ingresos caen cuando la economía se desploma, mientras que algunos tipos degasto, como las prestaciones por desempleo, aumentan de forma automática. El incremento de losdéficits también fue positivo. Cuando casi todo el mundo intenta gastar menos de lo que ingresa, elresultado es un círculo vicioso de contracción, ya que mis gastos son sus ingresos y sus gastos sonmis ingresos. Lo que se necesita para limitar los daños es que alguien esté dispuesto a gastar másde lo que ingresa. Y los gobiernos estaban desempeñando ese papel fundamental.

En realidad, el hecho de que los gobiernos representen una parte mucho mayor de laeconomía que en 1930 y que, por consiguiente, sus déficits aumenten mucho más ante unadepresión mundial es probablemente el motivo principal por el que la Gran Recesión acabóconvertida en una réplica exacta de la Gran Depresión. Además, los déficits presupuestarios noestaban causando problemas económicos visibles. Los tipos de interés se mantenían bajos, lo quesugería que los inversores no estaban preocupados por la deuda y también que el endeudamientopúblico no estaba «ahuyentando» la inversión privada.

No obstante, preocuparse por los déficits presupuestarios y pedir sacrificios para reducirlos(pedir sacrificios a otras personas, naturalmente) parece algo serio y práctico. A finales de 2009,además, Grecia experimentó una verdadera crisis presupuestaria, proporcionando un útil ejemploa los alarmistas del déficit, aunque la situación del país no se parecía en nada a la que afrontabanEstados Unidos, Gran Bretaña o la mayoría de las demás economías avanzadas.

Y así, la Gente Muy Seria decidió colectivamente que era el momento de pasar de combatirel desempleo a optar por la austeridad fiscal, principalmente a través de los recortes. Este girohacia la austeridad tuvo consecuencias nefastas: retrasó la recuperación en Estados Unidos y GranBretaña y volvió a hundir en una recesión a gran parte de Europa, al tiempo que causó un enormesufrimiento directo entre los más desfavorecidos. A su vez, las consecuencias económicasayudaron a preparar el terreno para desastres políticos posteriores, tanto el brexit como Trump.

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¿Dónde estaban los economistas en todo esto? Por desgracia, casi siempre habrá algúneconomista, quizá incluso alguno con una trayectoria sólida en el pasado, que dirá a la Gente MuySeria lo que quiere oír. Y lo que estos economistas dicen se amplifica luego desmesuradamente enlos medios de comunicación, al margen de las pruebas que aporten o el respaldo profesional desus afirmaciones.

En este caso, un estudio de los economistas Alberto Alesina y Silvia Ardagna afirmaba haberencontrado pruebas de que el recorte del gasto público inspiraba tanta confianza en el sectorprivado que el gasto total no podía sino incrementarse. En «Los mitos de la austeridad»,burlonamente me referí a esto como la creencia en el «hada de la confianza». En realidad, unexamen de las pruebas, y posteriormente la experiencia de la austeridad en la práctica,demostraron que la doctrina de la «austeridad expansiva» estaba totalmente equivocada. Sinembargo, fue adoptada por los principales responsables políticos.

Entretanto, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que habían hecho un excelente trabajo en elpasado, publicaron un artículo, digamos, chapucero, en el que afirmaban que a las economías lessuceden cosas terribles cuando la deuda traspasa el umbral mágico del 90% del PIB. Este estudiotambién quedó desmontado tras un examen, pero solo después de haber servido como excusa paraaplicar políticas destructivas en gran parte de Europa.

Por último, en torno a 2013, la Gente Muy Seria encontró algo nuevo de lo que preocuparse.En lugar de considerar que la persistencia de una tasa de desempleo elevado era un problema degasto insuficiente (en realidad, era en gran medida el resultado de las políticas de austeridad quetodos ellos habían coincidido en considerar lo más responsable) decidieron que la razón de quelos estadounidenses no pudieran encontrar trabajo era que no poseían las cualificacionesnecesarias. Por un tiempo, todos los expertos sabían que el «déficit de cualificaciones»significaba que el desempleo nunca iba a recuperar los niveles previos a la crisis.

Aunque suene extraño, mientras escribo esto la tasa de desempleo se sitúa por debajo del 4%y el déficit de cualificaciones no se ve por ninguna parte.

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Los mitos de la austeridad1 de julio de 2010

Cuando era joven e ingenuo, creía que la gente importante adoptaba una postura basándose en unaconsideración concienzuda de las opciones. Ahora sé que no es así. Gran parte de lo que cree lagente seria se basa en prejuicios, no en análisis. Y estos prejuicios están sujetos a modas ytendencias.

Esto me lleva al tema de la columna de hoy. Durante los últimos meses, algunos hemospresenciado, con asombro y horror, el surgimiento de un consenso en los círculos políticos a favorde la austeridad fiscal inmediata. Es decir, la idea de que ha llegado la hora de recortardrásticamente el gasto se ha convertido de algún modo en una creencia generalizada, a pesar deque las principales economías mundiales siguen profundamente deprimidas.

Esta creencia generalizada no se basa en pruebas ni en un análisis pormenorizado. En lugarde eso, se asienta sobre lo que podríamos llamar amablemente pura especulación, y menosamablemente, productos de la imaginación de la élite política —concretamente, en la fe en lo queyo he llegado a imaginar como un invisible guardián de los bonos y un hada de la confianza.

Los guardianes de los bonos son inversores que les cierran el grifo a los gobiernos queconsideran que son incapaces de pagar sus deudas o que no están dispuestos a hacerlo. No cabeduda de que los países pueden sufrir crisis de confianza [véase la deuda de Grecia]. Pero lo quelos defensores de la austeridad afirman es que a) los guardianes de los bonos están a punto deatacar Estados Unidos y b) cualquier gasto adicional en estímulos económicos les hará reaccionar.

¿Qué motivos tenemos para creer que algo de esto pueda ser cierto? Sí, Estados Unidos tieneproblemas presupuestarios a largo plazo, pero lo que hagamos en relación con los estímulosdurante los dos próximos años no afectará prácticamente en nada a nuestra capacidad para hacerfrente a estos problemas a largo plazo. Como ha dicho hace poco Douglas Elmendorf, el directorde la Oficina de Presupuestos del Congreso, «no existe una contradicción intrínseca entreproporcionar un estímulo fiscal adicional hoy, cuando la tasa de paro es alta y muchas fábricas yoficinas están infrautilizadas, e imponer restricciones fiscales dentro de unos años, cuando laproducción y el empleo probablemente estarán casi a la altura de su potencial».

No obstante, cada pocos meses nos dicen que los guardianes de los bonos han llegado y quedebemos imponer la austeridad ya, ya mismo, para apaciguarlos. Hace tres meses se produjo unligero repunte de los tipos de interés a largo plazo que fue recibido con reacciones cercanas a lahisteria: «El miedo a la deuda dispara los tipos», era el titular de The Wall Street Journal, a pesarde que no había pruebas reales de dicho miedo, y Alan Greenspan declaró que la subida era elaviso de un «canario en una mina».

Desde entonces, los tipos a largo plazo han vuelto a desplomarse. Lejos de huir de la deudadel gobierno de Estados Unidos, los inversores la ven evidentemente como su apuesta más seguraen medio de una economía que se tambalea. Pero los defensores de la austeridad siguen

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asegurando que los guardianes de los bonos atacarán en cualquier momento si no recortamosdrásticamente el gasto de inmediato.

Pero no se preocupen: los recortes del gasto pueden ser dolorosos, pero el hada de laconfianza hará que desaparezca el dolor. «La idea de que las medidas de austeridad podríandesencadenar una situación de estancamiento es incorrecta», afirmaba Jean-Claude Trichet, elpresidente del Banco Central Europeo, en una entrevista reciente. ¿Por qué? Porque «las políticasque inspiran confianza fomentarán, no obstaculizarán, la recuperación económica».

¿En qué se basa la creencia de que la contracción fiscal es en realidad expansionista, en quemejora la confianza? (Por cierto, esta es precisamente la doctrina que exponía Herbert Hoover en1932.) Bueno, ha habido casos históricos de recortes del gasto y subidas de impuestos que han idoseguidos de crecimiento económico. Pero, que yo sepa, cada uno de esos ejemplos, al examinarlosdetenidamente, resultan ser casos en los que los efectos negativos de la austeridad se vieroncompensados por otros factores, factores que no es probable que sean relevantes hoy en día. Porejemplo, la era de la austeridad con crecimiento de Irlanda en la década de los ochenta dependióde una evolución drástica que fue del déficit comercial al superávit comercial, una estrategia queno puede seguir todo el mundo al mismo tiempo.

Y los ejemplos actuales de austeridad son cualquier cosa menos alentadores. Irlanda ha sidoun buen soldado en esta crisis y ha aplicado con determinación unos recortes del gasto radicales.Su recompensa ha sido una crisis con categoría de depresión —y los mercados financieros siguenconsiderándolo un país con grave riesgo de impago—. A otros buenos soldados, como Letonia yEstonia, les ha ido todavía peor; y estos tres países, lo crean o no, han sufrido crisis peores encuanto a producción y empleo que Islandia, que se vio obligada por la tremenda magnitud de sucrisis financiera a adoptar políticas menos ortodoxas.

Así que la próxima vez que oigan a gente aparentemente seria explicar por qué es necesariala austeridad fiscal, traten de analizar sus argumentos. Casi con seguridad, descubrirán que lo queparece realismo pragmático se sostiene en realidad sobre una base fantástica, en la creencia deque unos guardianes invisibles nos castigarán si somos malos y el hada de la confianza nosrecompensará si somos buenos. Y las políticas del mundo real —políticas que arruinarán lasvidas de millones de familias trabajadoras— se están construyendo sobre esa base.

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La depresión del Excel18 de abril de 2013

En esta era de la información, los errores matemáticos pueden llevar al desastre. La Mars Orbiterde la NASA se estrelló porque los ingenieros olvidaron hacer la conversión a unidades delsistema métrico; la operación conocida como «la ballena de Londres», de JP Morgan Chase, saliómal en parte porque quienes hicieron los modelos dividieron por una suma en lugar de por unamedia. De modo que ¿fue un error de codificación de Excel lo que destruyó las economías delmundo occidental? Esta es la historia hasta la fecha: a principios de 2010, dos economistas deHarvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, divulgaron un artículo, «Growth in a time of debt»(«Crecimiento en una época de endeudamiento»), que pretendía identificar un umbral crítico, unpunto de inflexión para la deuda pública. Una vez que la deuda supera el 90% del productointerior bruto, afirmaban, el crecimiento económico cae en picado.

Reinhart y Rogoff tenían credibilidad gracias a un libro anterior admirado por todo el mundosobre la historia de las crisis financieras, y el momento escogido era perfecto. El artículo sepublicó justo después de que Grecia entrase en crisis y apelaba directamente al deseo de muchosfuncionarios de virar del estímulo a la austeridad. En consecuencia, el artículo se hizo famosoinmediatamente; seguramente era, y es, el análisis económico más influyente de los últimos años.

El hecho es que Reinhart y Rogoff alcanzaron rápidamente un estatus casi sagrado entre losautoproclamados guardianes de la responsabilidad fiscal; la afirmación sobre el punto deinflexión se trató no como una hipótesis controvertida, sino como un hecho incuestionable. Porejemplo, un editorial de The Washington Post de principios de este año advertía contra unaposible relajación en el frente del déficit porque estamos «peligrosamente cerca de la marca del90% que los economistas consideran una amenaza para el crecimiento económico sostenible».Fíjense en la expresión: «los economistas», no «algunos economistas», y no digamos ya «algunoseconomistas, a los que contradicen enérgicamente otros con credenciales igual de buenas», que esla realidad.

Porque lo cierto es que el texto de Reinhart y Rogoff se enfrentó a críticas considerablesdesde el principio, y la controversia aumentó con el tiempo. Nada más publicarse el artículo,muchos economistas señalaron que una correlación negativa entre la deuda y el comportamientoeconómico no significaba necesariamente que la deuda elevada fuese la causa de un bajocrecimiento. Podría ocurrir perfectamente al revés, que el mal comportamiento económicocondujese a una deuda elevada. De hecho, este es evidentemente el caso de Japón, que se endeudóenormemente después de que su crecimiento se hundiese a principio de los noventa.

Con el tiempo, surgió otro problema: otros investigadores, usando datos de deuda ycrecimiento aparentemente comparables, no fueron capaces de replicar los resultados de Reinharty Rogoff. Lo habitual era que encontrasen cierta correlación entre una deuda elevada y un bajo

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crecimiento (pero nada que se pareciese a un punto de inflexión en el 90% ni, de hecho, en ningúnnivel concreto de deuda).

Finalmente, Reinhart y Rogoff permitieron que unos investigadores de la Universidad deMassachusetts analizasen la hoja de cálculo original; y el misterio de los resultadosirreproducibles se resolvió. En primer lugar, habían omitido algunos datos; en segundo lugar,emplearon unos procedimientos estadísticos poco habituales y muy cuestionables; y finalmente, sí,cometieron un error de codificación de Excel. Si corregimos estos errores y rarezas, obtenemos loque otros investigadores han descubierto: cierta correlación entre la deuda elevada y el bajocrecimiento, sin nada que indique cuál de ellos causa qué y sin rastro alguno de ese umbral del90%.

Como respuesta, Reinhart y Rogoff admitieron el error de codificación, han defendido elresto de sus decisiones y han afirmado que nunca aseguraron que la deuda provocaranecesariamente un menor crecimiento. Algo de insinceridad hay aquí, porque repetidamente dierona entender esa idea aunque evitasen formularla expresamente. Pero, en cualquier caso, lo querealmente importa no es lo que quisieron decir, sino el modo en que se ha interpretado su trabajo:los entusiastas de la austeridad anunciaron a bombo y platillo que ese supuesto punto de inflexióndel 90% era un hecho probado y un motivo para recortar drásticamente el gasto público inclusocon un paro elevadísimo.

Por eso debemos situar el fiasco de Reinhart y Rogoff en el contexto más amplio de laobsesión por la austeridad: el evidentemente intenso deseo de los legisladores, políticos yexpertos de todo el mundo occidental de dar la espalda a los desempleados y, en cambio, usar lacrisis económica como excusa para reducir drásticamente los programas sociales.

Lo que pone de manifiesto el asunto de Reinhart y Rogoff es la medida en que se nos havendido la austeridad con pretextos falsos. Durante tres años, el giro hacia la austeridad se nos hapresentado no como una opción sino como una necesidad. Las investigaciones económicas,insisten los defensores de la austeridad, han demostrado que suceden cosas terribles una vez quela deuda supera el 90 % del PIB. Pero las investigaciones económicas no han demostrado tal cosa;un par de economistas hicieron esa afirmación, mientras que muchos otros no estuvieron deacuerdo. Los responsables políticos abandonaron a los parados y tomaron el camino de laausteridad porque quisieron, no porque tuviesen que hacerlo.

¿Servirá de algo que se haya hecho caer a Reinhart y Rogoff de su pedestal? Me gustaríapensar que sí. Pero preveo que los sospechosos habituales simplemente encontrarán algún otroanálisis económico cuestionable que canonizar, y la depresión no terminará nunca.

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Empleos, aptitudes y zombis30 de marzo de 2014

Hace unos meses, Jamie Dimon, consejero delegado de JPMorgan Chase, y Marlene Seltzer,consejera delegada de Jobs for the Future, publicaron un artículo en Politico titulado «Closing theSkills Gap» («Cerrar la brecha de las cualificaciones»). El comienzo era pasmoso: «Actualmente,11 millones de estadounidenses están desempleados. Sin embargo, al mismo tiempo, hay cuatromillones de puestos de trabajo por cubrir», lo cual supuestamente demostraba «el abismo existenteentre las aptitudes reales de los que buscan empleo y las que requieren las empresas».

En realidad, en una economía en constante cambio siempre hay puestos por cubrir, aunquehaya trabajadores sin empleo, y el índice actual de puestos vacantes con respecto a personasdesempleadas está muy por debajo de lo normal. Al mismo tiempo, numerosos estudiosminuciosos no han logrado descubrir nada que dé la razón a quienes aseguran que la falta decualificaciones adecuadas de los trabajadores explica el elevado desempleo.

Pero la creencia de que Estados Unidos sufre un grave «déficit de cualificaciones» es una deesas cosas que toda la gente importante sabe que tiene que ser verdad porque todos sus conocidoslo dicen. Se trata de un excelente ejemplo de una idea zombi, una idea que debería morir a manosde la evidencia, pero que se niega a hacerlo.

Y es algo muy perjudicial. Pero, antes de entrar en este asunto, ¿qué sabemos realmente delas cualificaciones y el empleo?

Pensemos en lo que esperaríamos encontrarnos si el déficit de capacidades fuese real. Sobretodo, deberíamos ver que a los trabajadores con las aptitudes adecuadas les va bien, mientras quesolo les va mal a los que no las tienen. Y no lo vemos.

Efectivamente, entre los trabajadores con una buena formación reglada hay menos desempleoque entre los que tienen menos, pero eso es verdad siempre, tanto en los buenos tiempos como enlos malos. La cuestión crucial es que el paro sigue siendo mucho más alto entre los trabajadorescon cualquier nivel de formación que antes de la crisis financiera. Y lo mismo ocurre con losniveles de ocupación: a los trabajadores de todas las categorías principales las cosas les van peorque en 2007.

Algunas empresas se quejan de que les resulta difícil encontrar personas con las capacidadesque necesitan. Pero ¿qué hay del dinero? Si las empresas realmente están pidiendo a gritosdeterminadas aptitudes, deberían estar dispuestas a ofrecer salarios más altos para atraer a lostrabajadores que las tienen. En la práctica, sin embargo, es muy complicado descubrir grupos detrabajadores con aumentos salariales importantes, y los casos que se encuentran no cuadran enabsoluto con la creencia general. Por ejemplo, es cierto que los salarios de los trabajadores quesaben manejar una máquina de coser están aumentando significativamente, pero dudo mucho queesa sea la clase de aptitudes que tienen en mente los que montan tanto escándalo con la supuestabrecha.

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Y la evidencia con respecto al desempleo y los salarios no es la única que contradice elargumento de la brecha de las cualificaciones. Las encuestas realizadas en las empresas —comolas que dirigieron hace poco los investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts y elBoston Consulting Group— revelan también, como manifestaba el grupo asesor, que «la inquietudpor una brecha crítica de las cualificaciones son exageradas».

La única prueba que se podría alegar a favor del argumento de la brecha es el pronunciadoaumento del paro de larga duración, que podría poner en evidencia que muchos trabajadores notienen lo que las empresas quieren. Pero no lo es. A estas alturas, ya sabemos mucho sobre losparados de larga duración, y en lo que a capacitación se refiere, son prácticamente indistinguiblesde los despedidos que no tardan encontrar un nuevo empleo. Entonces, ¿cuál es su problema? Esel mismo hecho de estar sin trabajo, que hace que las empresas ni siquiera estén dispuestas aechar un vistazo a su currículum.

Entonces, ¿cómo es que el mito del déficit de cualificaciones no solo pervive, sino que sigueformando parte de lo que «todo el mundo sabe»? Bien, el pasado otoño hubo una bonitailustración de este proceso cuando algunos medios de comunicación informaron de que el 92% delos altos ejecutivos afirmaba que, desde luego, existía una brecha de cualificaciones. ¿En qué sebasaban para afirmarlo? En una encuesta telefónica en la que se preguntaba a los ejecutivos:«¿Cuál de las siguientes considera que describe mejor la brecha del déficit de cualificación de lafuerza laboral en Estados Unidos?», a lo que seguía una lista de alternativas. Dada la preguntacapciosa, resulta realmente sorprendente que el 8% de los entrevistados estuviese dispuesto aafirmar que no existía tal brecha.

La cuestión es que la gente influyente se mueve en círculos en los que repetir el argumentodel déficit de cualificaciones —o, mejor todavía, escribir sobre los desajustes de lascualificaciones en un medio de comunicación como Politico— es un signo de seriedad, unaafirmación de su identidad tribal. Y el zombi sigue adelante, arrastrando los pies.

Por desgracia, el mito de las cualificaciones —como el mito de la inminencia de una crisisde la deuda— está teniendo efectos perniciosos en la política real. En lugar de fijarse en cómo ladesastrosamente desencaminada política fiscal y la insuficiencia de medidas de la ReservaFederal han paralizado la economía y están exigiendo que se pase a la acción, la gente importantese retuerce las manos con fingida aflicción por las carencias de los trabajadores estadounidenses.

Es más, al culpar a los trabajadores de sus propios apuros, el mito de la cualificación desvíala atención del espectáculo de los beneficios y las primas en aumento aun cuando el empleo y lossalarios se estancan. Por supuesto, esa puede ser otra razón por la que el mito gusta tanto a losaltos ejecutivos.

Así que hay que acabar con este zombi, si es posible, y dejar de poner excusas para unaeconomía que penaliza a los trabajadores.

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Embuste estructuralBlog de The New York Times3 de agosto de 2013

Bueno, esto es muy deprimente. PBS Newshour no siempre es un buen lugar para obtener losmejores análisis, pero es un buen sitio para tomar el pulso a la opinión generalmente aceptada enWashington y, como señala Dean Baker, esta se ha decantado claramente por la idea de que nuestraelevada tasa de desempleo es «estructural», no algo que se pueda resolver con un simple impulsode la demanda.

Y la pregunta es: ¿de dónde diablos viene esa idea?Como también afirma Dean, el consenso profesional se ha desplazado mucho en la dirección

opuesta; a los economistas que estudian los datos se les oye hablar mucho menos de factoresestructurales que hace unos pocos años. Ni siquiera se trata en este caso de una divergenciapartidista; republicanos convencidos como Eddie Lazear dicen cosas como la siguiente:

La recesión de 2007-2009 registró alta tasas de desempleo que han tardado en disminuir. Esto ha llevado amuchos a concluir que se han producido cambios estructurales en el mercado de trabajo y que la economía norecuperará las bajas tasas de desempleo que prevalecían en el pasado reciente. ¿Es cierto? La cuestión esimportante porque los bancos centrales pueden estar en condiciones de reducir el desempleo que es cíclicopor naturaleza, pero no el que es estructural. Un análisis de los datos sobre el mercado de trabajo sugiere queno hay cambios estructurales que puedan justificar las variaciones de las tasas de desempleo en los últimosaños. Tampoco están detrás del aumento de las tasas de desempleo cambios industriales o demográficos, ni undesajuste entre las competencias laborales y las ofertas de trabajo. Aunque el desajuste aumentó durante larecesión, después disminuyó al mismo ritmo. Los patrones observados son coherentes con un desempleocausado por fenómenos cíclicos que son más pronunciados en la recesión actual que durante las recesionesanteriores.

De hecho, un claro indicador de que el problema no es estructural es que la economía se harecuperado (parcialmente) y la recuperación ha tendido a ser más rápida precisamente en lasmismas regiones y ocupaciones que se vieron más afectadas inicialmente. Goldman Sachs examinael desempleo en los «estados de arena», que tuvieron las burbujas inmobiliarias más grandes conrespecto al resto del país; registraron un aumento del desempleo mucho mayor que otros estados,pero también han experimentado un descenso mucho más rápido desde 2010.

Así pues, los estados más afectados se han recuperado más rápidamente que el resto del país,que es lo que cabría esperar si se tratara de un cambio cíclico y no estructural.

He hecho una apresurada gráfica sobre el desempleo por ocupación, observando los cambiosen las tasas de desempleo desde el pico del ciclo económico de 2007 hasta el pico de desempleode 2009-2010, y después el posterior descenso; sale esto:

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Fuente: U.S. Bureau of Labor Statistics.

Sucede lo mismo que en el caso de la explicación geográfica: los empleos que se llevaron lapeor parte han registrado las recuperaciones más fuertes.

En resumidas cuentas, los datos apuntan claramente a un episodio cíclico y no estructural, y,por una vez, existe un amplio consenso entre los economistas al respecto. Sin embargo, en ciertomodo es evidente que el pensamiento colectivo de Washington ha llegado a la conclusióncontraria, hasta el punto de que el verdadero consenso económico sobre este tema ni siquieraaparecía representado en Newshour.

Como ya he dicho, es muy muy deprimente.

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El euro

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Un puente lejano

La recuperación de Europa después de la segunda guerra mundial es uno de los episodios másfelices y alentadores de la historia de la humanidad. Lo que las naciones de Europa occidentalconstruyeron a partir, literalmente, de los escombros de una guerra terrible no fue soloprosperidad y paz, sino también las sociedades más decentes de la historia. Y sí, incluyo aEstados Unidos en esta comparación: amo a mi país y todavía creo que ofrecemos unasposibilidades vitales que nadie más ha logrado igualar, pero a la hora de cuidar a las personasnecesitadas, lo hacemos mucho peor que casi todos los lugares situados al norte del Mediterráneoy al oeste del antiguo Telón de Acero.

Detrás de muchas de las cosas que salieron bien en Europa estaba lo que la gente a vecesllama el «proyecto europeo». La idea de este proyecto era poner fin a la espantosa historia bélicadel continente agrupando a sus naciones, no mediante un espectacular acto de unión política, sino através de unos vínculos económicos cada vez más estrechos y de las instituciones comunes que losgestionan.

Primero, en 1952, se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que integró laindustria pesada francesa y alemana de un modo que se esperaba que prácticamente imposibilitaraque hubiera guerras en el futuro. Después, en 1959, llegó el Mercado Común, que eliminó todoslos aranceles entre los países miembros y también los obligaba a actuar conjuntamente en materiade política comercial respecto a otros países, ya que no podía ser que Francia y Alemaniaaplicaran diferentes aranceles a, por ejemplo, el trigo canadiense. Más tarde ocurrieron cosascomo la armonización de las normativas, la libre circulación de personas, la ayuda conjunta aldesarrollo para las regiones atrasadas y, por el camino, un cambio de nombre a Unión Europea.

No todo en este proceso fue maravilloso. La burocracia con sede en Bruselas que gestionalos asuntos paneuropeos está aún muy alejada de la vida de los ciudadanos corrientes, y posee unavisión aún más estrecha de miras que la mayoría de las administraciones públicas nacionales.Solía bromear diciendo que al hablar con los eurócratas hacían falta subtítulos, aunque hablaraninglés con fluidez, para entender lo que de verdad estaban diciendo: un largo discurso elípticosobre «ampliar frente a profundizar» se traducía en realidad por «nunca deberíamos haber dejadoentrar a los griegos».

Tampoco desaparecieron las rivalidades nacionales. En algún momento en torno a 1990circuló un memorando humorístico, supuestamente de la Comisión Europea, sobre la adopción deuna lengua europea común. El memorando sostenía que, por razones prácticas, debía ser el inglés,pero con algunas mejoras. Por ejemplo, como nunca se sabe si utilizar la pronunciación suave ofuerte de la «c», la «c» fuerte sería sustituida por la «k», a fin de «la pronunciación korrectaasegurar. Y para la komprensión mejorar, la gente todos los verbos al final de cada frase debeponer». Y así sucesivamente. Al final, el memorando parecía escrito en alemán.

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No obstante, el proyecto europeo fue, en líneas generales, un gran éxito, que no solo mejorólas vidas de centenares de millones de personas, sino que también demostró cómo las personas debuena voluntad pueden superar los terribles legados del pasado.

Y entonces llegó el euro.Como símbolo político, la moneda única europea parecía el siguiente paso natural en el

proyecto europeo. Europa se había convertido en un lugar de paz, con fronteras abiertas, librecirculación de personas y normas comunes en todo, desde el diseño de las señales de tráfico hastalos requisitos de seguridad de los consumidores. ¿Por qué no conseguir que fuera aún más fácilhacer negocios, reforzar el sentimiento de identidad compartida adoptando una moneda común?

Por desgracia, la economía monetaria va más allá del simbolismo político. Compartir unamoneda con los vecinos tiene algunas ventajas importantes: no me gustaría tener que cambiardólares de Nueva York por dólares de Nueva Jersey cada vez que cruzara el río Hudson. Sinembargo, también tiene graves inconvenientes.

Los economistas son conscientes desde hace mucho tiempo de que cuando un país asume unamoneda compartida con sus vecinos, se reduce su capacidad para hacer frente a los «choquesasimétricos», una expresión de la jerga especializada fea, pero útil. Supongamos que se trata, porejemplo, de Finlandia, con una economía construida en torno a dos grandes exportaciones: losteléfonos móviles fabricados por Ericsson y la pasta de madera utilizada para producir papel.Entonces llega un cambio tecnológico que asesta un golpe a la cuota de mercado de Ericsson ytambién reduce el uso de papel en las oficinas. ¿Qué hace?

Bueno, necesita nuevas exportaciones, pero para eso es necesario ofrecer algún incentivo alas empresas para que hagan cosas nuevas, por lo general reduciendo los salarios y los precios enrelación con los de otros países. Si se tiene una moneda propia, suele ser fácil: normalmente lossalarios están fijados en esa moneda, por lo que simplemente con dejar caer la moneda en losmercados mundiales se genera una mejora inmediata de la competitividad. De hecho, eso es lo quesucedió en Finlandia a principios de los años noventa, cuando se combinaron la caída de la UniónSoviética y una crisis bancaria local que provocaron una grave recesión económica.

Sin embargo, cuando las cosas se pusieron difíciles para Finlandia después de 2008, el paísya no tenía su propia moneda. Tampoco, por ejemplo, España, analizada en el primer artículo deesta sección. Así pues, su única salida fue un largo y doloroso proceso de reducción de lossalarios en vista de la elevada tasa de desempleo.

La idea de que existe un delicado equilibrio económico entre la conveniencia de una monedacomún y sus desventajas cuando surgen problemas tiene otro nombre feo pero útil, la teoría de las«zonas monetarias óptimas». Cuando se plantearon por primer vez las propuestas para crear eleuro, muchos economistas estadounidenses invocaron esta teoría y alegaron que, en vista de lasrealidades sobre el terreno, el euro era una mala idea. Pero los europeos estaban demasiadoenamorados de su visión, excesivamente romántica diría yo, como para escuchar.

El tratado que puso a Europa en el camino del euro se firmó en 1992 en la ciudad holandesade Maastricht. Recuerdo haber dicho en broma que habían elegido la ciudad holandesaequivocada, que tenían que haber escogido Arnhem, el lugar donde se produjo el famoso desastremilitar que narra la película Un puente lejano. Por desgracia, las penalidades del euro hanconfirmado esas preocupaciones y también han hecho surgir algunos problemas nuevos, como losderivados de tener una moneda única sin una red de seguridad compartida para los bancos.

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La mayoría de las historias sobre problemas políticos y económicos que se cuentan en estelibro tiene que ver con cosas malas que han hecho personas básicamente malas. El euro es algodiferente: en este caso, el camino hacia el infierno estaba empedrado de buenas intenciones. Pordesgracia, conducía igualmente al infierno.

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El prisionero español28 de noviembre de 2010

Ahora mismo, lo mejor de los irlandeses es que son pocos. Por sí misma, Irlanda no puede hacermucho daño a las perspectivas de Europa. Lo mismo puede decirse de Grecia y de Portugal, quees ampliamente considerado como la posible siguiente ficha de dominó.

Pero luego está España. Los otros son las tapas, España es el plato principal.Lo sorprendente de España, desde una perspectiva estadounidense, es cuánto su historia

económica nos recuerda a la nuestra. Como Estados Unidos, España experimentó una gran burbujainmobiliaria, acompañada de un enorme aumento en la deuda del sector privado. Como EstadosUnidos, España cayó en recesión cuando estalló la burbuja, y ha experimentado un aumento deldesempleo. Y como Estados Unidos, España ha visto su déficit presupuestario inflarse gracias aldesplome de los ingresos y los gastos relacionados con la recesión.

Pero a diferencia de EE.UU., España está al borde de una crisis de deuda. El gobierno deEE.UU. no está teniendo problemas para financiar su déficit, con tipos de interés sobre la deudafederal a largo plazo de menos del 3%. España, por el contrario, ha visto dispararse el coste desus préstamos las últimas semanas, debido a los crecientes temores de un impago futuro.

¿Por qué tiene España tantos problemas? En una palabra, por el euro.España fue uno de los países que con más entusiasmo adoptó el euro allá en 1999, cuando la

moneda fue introducida. Y por un tiempo, las cosas parecían ir viento en popa: los fondoseuropeos llegaron a España, potenciando el gasto del sector privado, y la economía españolaexperimentó un rápido crecimiento.

A lo largo de los años buenos, por cierto, el gobierno español aparecía como un modelotanto de la responsabilidad fiscal como de la financiera: a diferencia de Grecia, logró superávitspresupuestarios; y a diferencia de Irlanda, se esforzó (aunque con solo un éxito parcial) en regularsus bancos. A finales de 2007 la deuda pública de España, en porcentaje a su economía, eraaproximadamente la mitad que la de Alemania, e incluso ahora los bancos españoles no están nide lejos en el mal estado de los irlandeses.

Pero los problemas se estaban desarrollando bajo la superficie. Durante el boom, los preciosy los salarios crecieron más rápidamente en España que en el resto de Europa, ayudando aalimentar a un gran déficit comercial. Y cuando estalló la burbuja, la industria española se quedócon unos costes que la hicieron poco competitiva frente a otras naciones.

Y ahora ¿qué? Si España todavía tuviera su propia moneda, como Estados Unidos (o comoGran Bretaña, que comparte algunas de las mismas características) podría haberla dejado caer,por lo que su industria sería competitiva de nuevo. Pero con España en el euro, esa opción no estádisponible. En su lugar, España debe lograr la «devaluación interna»: tiene que recortar lossalarios y los precios hasta que sus costes estén otra vez en línea con los de sus vecinos.

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Y la devaluación interna es un asunto feo. Por un lado, es un proceso lento: normalmentehacen falta años con altas tasas de desempleo para empujar los salarios hacia abajo. Pero es que,además, la caída de los salarios supone la caída de los ingresos, mientras que la deuda siguesiendo la misma. Así, la devaluación interna agrava los problemas de endeudamiento del sectorprivado.

Lo que significa todo esto para España son perspectivas económicas muy pobres para lospróximos años. La recuperación de Estados Unidos ha sido decepcionante, especialmente entérminos de empleo, pero al menos hemos visto un cierto crecimiento, con el PIB real recuperandomás o menos su punto más alto antes de la crisis, y podemos esperar razonablemente que elcrecimiento futuro ayude a poner nuestro déficit bajo control. España, por el contrario, no se harecuperado en absoluto. Y la falta de recuperación se traduce en temores sobre el futuro financierode España.

¿Debe España tratar de salir de esta trampa dejando el euro y restableciendo su propiamoneda? ¿Lo hará? La respuesta a ambas preguntas es: probablemente no. España estaría mejorahora si nunca hubiera adoptado el euro, pero tratar de dejarlo crearía una enorme crisis bancaria,ya que los depositantes se apresurarían a trasladar su dinero a otra parte. A menos que haya unacrisis bancaria catastrófica, de todos modos (lo cual parece verosímil para Grecia y cada vez másposible en Irlanda, pero poco probable —aunque no imposible— para España) es difícil ver acualquier gobierno español tomar el riesgo de salirse del euro.

Así que España es en realidad una prisionera del euro, que le deja sin ninguna opción buena.La buena noticia para Estados Unidos es que no estamos en esa clase de trampa: todavía

tenemos nuestra propia moneda, con toda la flexibilidad que ello implica. Por cierto, tambiénGran Bretaña, cuyo déficit y la deuda son comparables a los de España, pero que los inversoresno ven como un riesgo de impago.

La mala noticia para Estados Unidos es que una facción política de gran alcance está tratandode poner grilletes a la Reserva Federal, eliminando en la práctica la gran ventaja que tenemossobre los sufridos españoles. Los ataques republicanos a la Fed —que exigen que deje de intentarpromover la recuperación económica y se centre en mantener la fortaleza del dólar y en la luchacontra los riesgos imaginarios de la inflación— son algo así como pedir que voluntariamente nosencerremos en la prisión española.

Esperemos que la Fed no escuche. Las cosas en Estados Unidos están mal, pero podrían estarmucho peor. Y si la facción dura monetarista se sale con la suya, lo estarán.

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El batacazo del abejorro29 de julio 2012

La semana pasada, Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, declaró que suinstitución «está preparada para hacer lo que haga falta a fin de proteger el euro»; y los mercadoslo celebraron. En concreto, los tipos de interés de los bonos españoles cayeron en picado y lasbolsas de todo el mundo subieron como la espuma.

Pero ¿se salvará realmente el euro? Eso sigue siendo muy cuestionable.En primer lugar, la moneda única europea es una construcción con fallos muy graves. Y

Draghi en realidad lo ha reconocido, algo que dice mucho en su favor. «El euro es como unabejorro —ha declarado—. Este es un misterio de la naturaleza porque no debería volar, pero lohace. Y el euro es un abejorro que ha volado muy bien durante varios años.» Pero ahora ha dejadode volar. ¿Qué se puede hacer? La respuesta, indicaba él, es «transformarlo en una abeja deverdad».

Dejando a un lado el dudoso símil biológico, entendemos lo que quiere decir. A largo plazo,el euro solo será viable si la Unión Europea se convierte en algo mucho más parecido a un paísunificado.

Fíjense, por ejemplo, en la comparación entre España y Florida. Ambos tuvieron enormesburbujas inmobiliarias que fueron seguidas de quiebras espectaculares. Pero España está en crisisde un modo en el que no lo está Florida. ¿Por qué? Porque cuando la crisis los golpeó, Floridapudo contar con Washington para seguir pagando la Seguridad Social y Medicare, garantizar lasolvencia de sus bancos, ofrecer ayuda de emergencia a sus parados, etc. España no tenía una redde seguridad así y, a largo plazo, eso tiene que arreglarse.

Pero la creación de unos Estados Unidos de Europa no llegará pronto, si es que llega aocurrir, mientras que la crisis del euro está teniendo lugar ahora. Por tanto, ¿cómo puede salvarseesta moneda?

Bueno, ¿por qué ha sido el abejorro capaz de volar durante un tiempo? ¿Por qué pareciófuncionar el sistema del euro durante sus ocho primeros años, más o menos? Porque los fallos dela estructura estaban ocultos por un período de auge económico en el sur de Europa. La creacióndel euro convenció a los inversores de que era seguro prestar dinero a países como Grecia yEspaña, que antes se consideraban un riesgo, por lo que el dinero fluyó hacia esos estados(principalmente, por cierto, para financiar los préstamos privados más que los públicos, con laexcepción de Grecia).

Y, durante algún tiempo, todo el mundo fue feliz. En el sur de Europa, las descomunalesburbujas inmobiliarias hicieron crecer el empleo en la construcción, aun cuando el sectorindustrial se volvía cada vez menos competitivo. Mientras tanto, la economía alemana, que habíaestado languideciendo, se reanimó gracias al rápido aumento de las exportaciones a estos paísesdel sur que contaban con burbujas especulativas. Parecía que el euro estaba funcionando.

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Entonces, las burbujas estallaron. Los empleos de la construcción se esfumaron y el paroaumentó vertiginosamente en el sur; ahora está bastante por encima del 20% tanto en España comoen Grecia. Al mismo tiempo, los ingresos se hundieron; en su mayoría, los grandes déficitspresupuestarios son una consecuencia, no una causa, de la crisis. Sin embargo, los inversores sedieron a la fuga e hicieron subir el coste de los préstamos. En un intento por calmar los mercadosfinancieros, los países afectados impusieron duras medidas de austeridad que agravaron suscrisis. Ahora, el euro en su conjunto parece peligrosamente débil.

¿Qué podría revertir esta delicada situación? La respuesta está bastante clara; losresponsables políticos tendrían que: a) hacer algo para reducir el coste de los préstamos enEuropa, y b) ofrecer a los deudores europeos el mismo tipo de oportunidad de escapar a susproblemas mediante la exportación que tuvo Alemania durante los años de la bonanza; es decir,generar un auge económico en Alemania que imite el del sur de Europa entre 1999 y 2007. (Y sí,eso conllevaría una subida temporal de la inflación alemana.) El problema es que losresponsables políticos europeos parecen reticentes a hacer a) y absolutamente reacios a hacer b).

En sus comentarios, Draghi —que sospecho que comprende todo esto— lanzó, en esencia, laidea de hacer que el Banco Central compre grandes cantidades de bonos del sur de Europa parareducir los costes que conlleva la adquisición de préstamos. Pero, al parecer, durante los dos díassiguientes los funcionarios alemanes echaron un jarro de agua fría sobre esa idea. En principio,Draghi podría limitarse a rechazar las objeciones alemanas, pero ¿estaría realmente dispuesto ahacerlo?

Y las compras de bonos son la parte fácil. El euro no puede salvarse a menos que Alemaniatambién esté dispuesta a aceptar una inflación considerablemente más alta durante los próximosaños (y, hasta la fecha, no he visto ningún indicio de que los mandatarios alemanes esténdispuestos siquiera a debatir este asunto, no digamos ya a aceptar lo que sea necesario). En lugarde eso, siguen insistiendo, a pesar de los sucesivos fracasos —¿se acuerdan de cuando se suponíaque Irlanda iba camino de una recuperación rápida?— en que todo irá bien si los deudoressimplemente se atienen a sus programas de austeridad.

Así que, ¿podrían salvar el euro? Sí, probablemente. ¿Deberían salvarlo? Sí, aun cuandoahora su creación parezca un tremendo error. Porque un fracaso del euro no solo causaríaproblemas económicos; sería un golpe descomunal para el proyecto europeo en general, que hatraído la paz y la democracia a un continente con una historia trágica.

Pero ¿lo salvarán realmente? A pesar de las muestras de determinación de Draghi, esto es,como he dicho, muy cuestionable.

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El sueño imposible de Europa20 de julio de 2015

Se respira un poco de calma en Europa, pero la situación de fondo sigue tan preocupante comosiempre. Grecia está experimentando una crisis peor que la Gran Depresión, y nada de lo quepueda ocurrir nos infunde esperanza. A España se la ha elogiado como una historia de éxitoporque, por fin, su economía está creciendo; pero, todavía tiene un 22% de desempleo. Y hay unarco de estancamiento en todos los miembros de la UE hasta arriba: Finlandia estáexperimentando una depresión comparable a la del sur de Europa y también les está yendo muymal a Dinamarca y Holanda.

¿Cómo es que las cosas están saliendo tan mal? La respuesta es que esto es lo que sucedecuando los políticos autocomplacientes hacen caso omiso de la aritmética y de las lecciones de lahistoria. Y no, no hablo de los izquierdistas en Grecia, ni de ninguna otra parte; me refiero a losultrarrespetables hombres en Berlín, París y Bruselas que han pasado un cuarto de siglo tratandode administrar Europa con base en una economía de fantasía.

Para alguien que no supiera demasiada economía u optara por ignorar interrogantesincómodas, establecer una moneda europea unificada sonaba a una gran idea. Facilitaría hacernegocios a través de las fronteras nacionales, a la vez que serviría como un poderoso símbolo deunidad. ¿Quién podría haber previsto los enormes problemas que, finalmente, causaría el euro?

De hecho, muchas personas. En enero de 2010, dos economistas europeos publicaron unartículo titulado «It Can’t Happen, It’s a Bad Idea, It Won’t Last» («No puede suceder, es una malaidea, no va a durar»), burlándose de economistas estadounidenses que habían advertido que eleuro causaría grandes problemas. Resultó que el artículo se convirtió en un clásico por accidente:en el mismísimo momento en el que se estaba elaborando, todas esas advertencias terriblesestaban viéndose confirmadas. Y el salón de la vergüenza del artículo —la larga lista deeconomistas que se citan por su pesimismo y su empecinamiento en el error— se ha convertido, encambio, en una especie de lista de honor, un quién es quién de los que más o menos acertaron.

El único gran error de los euroescépticos fue subestimar el daño que haría la moneda única.El punto es que, desde un principio, no era nada difícil ver que la unión monetaria sin unión

política era un proyecto muy dudoso. Entonces, ¿por qué Europa continuó con él?Yo diría que, principalmente, porque la idea del euro sonaba muy bien. Es decir, sonaba a

que había visión de futuro y mentalidad europea, exactamente el tipo de cosas que atrae al tipo depersonas que pronuncian discursos en Davos. Ese tipo de gente no quería que economistas ñoñosles dijeran que su glamorosa visión era una mala idea.

En efecto, pronto se hizo muy difícil plantear objeciones al proyecto monetario dentro de laélite de Europa. Recuerdo muy bien la atmósfera de los primeros años de la década de losnoventa: a cualquiera que cuestionara la conveniencia del euro se le marginaba en la discusión. Es

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más, si se trataba de un estadounidense que expresaba dudas, invariablemente, se le acusaba detener motivos ocultos: de ser hostiles a Europa o de querer preservar los «exorbitantesprivilegios» del dólar.

Y llegó el euro. Durante la década posterior a su introducción, una enorme burbuja financieraencubrió sus problemas subyacentes. Sin embargo, ahora, como dije, todos los temores de losescépticos se han visto justificados.

Más aún, la historia no termina ahí. Cuando comenzaron las tensiones pronosticadas ypredecibles sobre el euro, la respuesta política de Europa fue imponer una austeridad draconianaa los países deudores, y negar la simple lógica y evidencia histórica que indicaba que esaspolíticas ocasionarían un terrible daño sin que con ellas se lograra la prometida reducción de ladeuda.

Es asombroso, aun ahora, con qué despreocupación los altos funcionarios europeos ignorarona los que advertían que recortar el gasto público y aumentar los impuestos causaría recesionesprofundas; cómo insistieron que todo estaría bien porque la disciplina fiscal inspiraría confianza.(No sucedió así.)

La verdad es que nunca ha funcionado tratar de afrontar las grandes deudas solo mediante laausteridad; y menos si, de forma simultánea, se sigue una política de moneda fuerte. No funcionópara Gran Bretaña después de la primera guerra mundial, a pesar de los sacrificios inmensos.¿Por qué alguien esperaría que funcionara en Grecia?

¿Qué debería hacer Europa ahora? No hay buenas respuestas; pero la razón por la cual no haybuenas respuestas es porque el euro se ha convertido en una ratonera, una trampa de la que resultadifícil escapar. Si Grecia todavía tuviera su propia moneda, el argumento para que la devaluarasería abrumador porque mejoraría su competitividad y terminaría con la deflación.

El hecho de que Grecia ya no tenga una moneda, de que tendría que crear una a partir decero, incrementa enormemente los riesgos. Mi suposición es que la salida del euro todavía podríaresultar necesaria. Y, en cualquier caso, será esencial reducir gran parte de la deuda de Grecia.

Sin embargo, no sostenemos una discusión clara sobre estas opciones porque el discursoeuropeo sigue dominado por ideas que a la élite continental le gustaría que fueran ciertas, pero nolo son. Y Europa está pagando un precio terrible por esta monstruosa autocomplacencia.

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¿Qué diablos está pasando en Europa?21 de julio de 2018

Si hubiera que identificar un lugar y un momento en los que el sueño humanitario, la visión de unasociedad que ofrece una vida decente a todos sus miembros estuvo a punto de hacerse realidad,seguramente sería Europa occidental en las seis décadas posteriores a la segunda guerra mundial.Fue uno de los milagros de la historia: un continente devastado por dictaduras, el genocidio y lasguerras se transformó en un modelo de democracia y prosperidad ampliamente compartida.

De hecho, durante los primeros años de este siglo, los europeos estaban mejor que losestadounidenses en muchos sentidos. A diferencia de estos últimos, tenían servicios médicosgarantizados, que traían consigo mejores expectativas de vida; sus tasas de pobreza fueron muchomás bajas, y eran mayores sus posibilidades de tener empleos remunerados durante sus años másproductivos.

Sin embargo, ahora Europa está en graves problemas. Estados Unidos también, por supuesto.A pesar de que la democracia está bajo asedio en ambos lados del Atlántico, si llega el colapsode la libertad, sucederá primero en Estados Unidos. No obstante, vale la pena darse un respiro deesta pesadilla trumpiana para estudiar más de cerca los males de Europa; algunos, aunque notodos, son paralelos a los estadounidenses.

Muchos de los problemas de Europa provienen de la decisión desastrosa tomada hace unageneración de adoptar una moneda única. La creación del euro condujo a una ola temporal deeuforia, con vastas cantidades de dinero que fluyeron a naciones como España y Grecia; después,la burbuja reventó. Mientras países como Islandia, que conservaron su propia moneda, pudieronrecuperar competitividad al devaluarla, las naciones de la eurozona se vieron obligadas a entraren una depresión extendida, con un desempleo extremadamente elevado, mientras luchaban parareducir sus costos.

La depresión se agravó debido al consenso de una élite que sostenía que la raíz de losproblemas de Europa no se debía a una estructura de costes distorsionada, sino al derroche fiscal,a pesar de las evidencias, y de que la solución pasaba por una austeridad draconiana que empeoróaún más la crisis.

Muchos de los problemas de Europa provienen de la decisión desastrosa tomada hace unageneración de adoptar una moneda única.

Algunas de las víctimas de la crisis del euro, como España, por fin lograron recuperar lacompetitividad. Sin embargo, otras no lo han hecho. Grecia sigue siendo una zona catastrófica eItalia, una de las tres grandes economías restantes en la Unión Europea, ha vivido dos décadasperdidas: el PIB per cápita no es mayor de lo que era en el año 2000.

Así que en realidad no sorprende que en las elecciones de Italia en marzo los grandesganadores fueron los partidos que se oponen a la Unión Europea: el populista Movimiento CincoEstrellas y la Liga, de extrema derecha. De hecho, lo raro es que estas agrupaciones no hubieran

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avanzado tanto antes.Esos partidos ahora podrán formar un gobierno. Aunque qué políticas adoptará no está del

todo claro, sin duda incluirán una ruptura con el resto de Europa en múltiples frentes: larevocación de la austeridad fiscal que bien puede acabar con la salida del euro, junto con manodura en materia de inmigración y refugiados.

Nadie sabe cómo terminará esto, pero los acontecimientos en otras partes de Europa ofrecenalgunos precedentes alarmantes. Hungría se ha convertido de hecho en una autocracia de un solopartido, gobernada por una ideología etnonacionalista. Polonia parece ir exactamente por elmismo camino.

Entonces, ¿qué pasó con el proyecto europeo? ¿Esa larga marcha hacia la paz, la democraciay la prosperidad, apuntalada por la integración económica y política cada vez más estrecha?Como expuse antes, el enorme error del euro ha desempeñado en esta crisis un papel enorme. Sinembargo, Polonia, que nunca se unió al euro, sorteó la crisis económica y, a pesar de ello, ahí lademocracia también está colapsando.

Yo sugeriría que hay una historia más profunda detrás de todo esto. Siempre ha habidofuerzas oscuras en Europa (como las hay en Estados Unidos). Cuando cayó el Muro de Berlín, unpolitólogo que conozco bromeó: «Ahora que Europa del Este está libre de la ideología extranjeradel comunismo, puede regresar a su verdadero camino: el fascismo». Ambos sabíamos que teníaalgo de razón.

Lo que mantuvo a raya a estas fuerzas oscuras fue el prestigio de una élite europeacomprometida con los valores democráticos. No obstante, malgastaron ese prestigio con sustejemanejes, y el daño fue en aumento ante la falta de voluntad por enfrentarse a lo que estabasucediendo. El gobierno de Hungría le ha dado la espalda a todo lo que representa Europa, perosigue recibiendo ingentes ayudas desde Bruselas.

Me parece que ahí es donde veo un paralelo con los acontecimientos en Estados Unidos.Es cierto, en Estados Unidos no sufrimos un desastre al estilo del euro (sí, tenemos una

moneda única, pero contamos con las instituciones fiscales y bancarias de ámbito federal quehacen que esa moneda funcione). Sin embargo, el poco discernimiento de nuestras élites«centristas» ha competido con el de sus homólogos al otro lado del Atlántico. Recuerden que en2010 y 2011, cuando Estados Unidos todavía padecía un desempleo masivo, la mayoría de laGente Muy Seria de Washington estaba obsesionada con... la reforma de los subsidios.

Mientras tanto, los centristas estadounidenses, junto con buena parte de los medios decomunicación, pasaron años negando la radicalización del Partido Republicano, empeñándose enuna equivalencia falsa casi patológica, y ahora Estados Unidos se encuentra gobernado por unpartido con tan poco respeto por las normas democráticas o el estado de derecho como la Hungríagobernada por el partido Fidesz.

El punto es que lo que está mal en Europa es, en el fondo, lo mismo que está mal en EstadosUnidos. Y, en ambos casos, el camino a la redención será extremadamente difícil.

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Impostores fiscales

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La credulidad de los gruñones del déficit

«Las estrellas de la televisión tienen los Emmy, los atletas tienen los ESPY y ahora los expertosen presupuestos tienen un importante premio que considerar suyo». Así comenzaba un efusivoartículo publicado en enero de 2011 por el Center for a Responsible Federal Budget (CRFB), enel que describía una ceremonia en la que se concedieron «galardones fiscales» a variaspersonalidades políticas.

El CRFB era una de las numerosas organizaciones de «responsabilidad fiscal» que ocupabanun lugar destacado en Washington en torno a 2010. La proliferación de este tipo de organismos fueen parte un espejismo, ya que muchos de ellos estaban financiados por las mismas personas, enespecial por el multimillonario Pete Peterson. Sin embargo, su influencia fue real; el CRFB no seequivocaba al calificar el acontecimiento de «repleto de estrellas», al menos en la versiónpolítica del estrellato.

No obstante, había un par de cosas curiosas en relación con el acontecimiento de los«galardones fiscales». Una fue que se celebró en un momento en el que el desempleo en EstadosUnidos seguía situándose por encima del 9% (más de 14 millones de estadounidenses estaban enparo, de los que más de 6 millones llevaban seis meses o más sin trabajar). Entretanto, habíabuenas razones para afirmar que el déficit presupuestario estaba disminuyendo con demasiadarapidez. La mayoría de las disposiciones de la Ley de Recuperación y Reinversión de EstadosUnidos, el «estímulo de Obama», expiraron a finales de 2010, y la rápida desaparición delestímulo fue una de las razones por las que el desempleo siguió siendo elevado durante todo 2011.

Entonces, ¿por qué se celebraba una ceremonia para honrar a unos hombres quesupuestamente trabajaban para reducir los déficits, pero no a aquellos que trataban de crearpuestos de trabajo?

Dejando esto de lado, uno de los premios lo recibió el representante Paul Ryan, que mástarde llegaría a ser presidente de la Cámara. Incluso si se acepta la idea de que ser un halcón deldéficit era algo bueno en enero de 2011, Ryan ni siquiera lo era; era, simplemente, un impostor. Susupuesto plan para reducir los déficits (el plan por el que recibió el premio) era claramentefraudulento. Se basaba, entre otras cosas, en suponer que el gobierno sería capaz de recaudar unosingresos adicionales de un billón de dólares subsanando las deficiencias, pero Ryan se negó aespecificar cuáles.

Por supuesto, cuando en 2017 tuvo la oportunidad, Ryan aprobó una rebaja fiscal queincrementará en unos 2 billones de dólares la deuda nacional sin subsanar deficiencia alguna.

Podría haberle explicado a las personas que concedían esos premios que Ryan era unfarsante y, de hecho, ya lo había hecho meses antes, en el primer artículo de esta sección, «Elestafador». No obstante, Ryan siguió elaborando planes, o más bien «planes», en los que elestafador simplemente se volvió más descarado y muchos en Washington continuaron tratándolecon gran respeto.

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No obstante, la credulidad que condujo al ensalzamiento de Ryan formaba parte de unfenómeno más amplio. Las personas que armaron un gran alboroto por el déficit (estoy seguro deque le robé la expresión «gruñones del déficit» a alguien, pero no sé a quién), demostraron, una yotra vez, tener debilidad por personas cuyos verdaderos intereses no tenían nada que ver con ladeuda pública y sí con un programa político derechista. Como escribí en «La comisiónsecuestrada», «un proceso enfocado a lidiar con problemas reales ha sido secuestrado en nombrede una agenda ideológica». Hasta qué punto se trataba de ingenuidad y hasta qué punto era este elverdadero motivo de los gruñones del déficit es una cuestión interesante.

Y, en cualquier caso, ¿de qué iba todo esto? En 2019, Olivier Blanchard, uno de loseconomistas más influyentes (y relativamente apolítico) de nuestra época, causó mucho revuelocon un artículo académico en el que sostenía, con muchas pruebas, que se había sobrevaloradoenormemente toda la cuestión de la deuda. Yo llevaba años diciéndolo, pero Blanchard remachóel clavo. Y la cuestión pasó a ser muy relevante después de que los demócratas ganaran en laselecciones legislativas de 2018 y empezaran a pensar en cómo sufragar (pero más crucialmente ensi hacerlo o no) el programa que ellos mismos seguirían en caso de recuperar la Casa Blanca en2020.

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El estafador5 de agosto de 2005

Un aspecto deprimente de la política estadounidense es la susceptibilidad de las élites política ymediática a los charlatanes. Se podría haber pensado, dada la experiencia pasada, que la gentedentro del gobierno estaría en guardia contra los conservadores con planes grandiosos. Sinembargo, siempre que alguien en la derecha dice que tiene nuevas propuestas audaces, se le elogiacomo a un pensador innovador. Y nadie revisa su aritmética.

Lo que me trae al pensador innovador del momento: el representante Paul Ryan, deWisconsin.

Ryan se ha convertido en el protagonista del Partido Republicano en cuanto a ideas nuevas,gracias a su «Hoja de ruta para el futuro estadounidense», un plan para una gran reforma al gastofederal y los impuestos. La cobertura en los medios informativos ha sido abrumadoramentefavorable; el lunes anterior, The Washington Post publicó un elogioso perfil en primera plana,presentándolo como la conciencia fiscal del Partido Republicano. A menudo lo describen confrases como «intelectualmente audaz».

Sin embargo, es la audacia del tarugo. Ryan no ofrece nada nuevo en qué reflexionar; estásirviendo las sobras de los años noventa, empapadas en salsa de estafador.

El plan de Ryan requiere recortes drásticos tanto en gasto como en los impuestos. Se suponeque el efecto combinado serían déficits presupuestales mucho más bajos, y, según el artículo delThe Washington Post, habla de déficits «en términos apocalípticos». Y The Post también nos diceque su plan, en efecto, reduciría drásticamente el flujo de tinta roja: «La Oficina del Presupuestodel Congreso ha estimado que el plan del representante Paul Ryan cortaría el déficitpresupuestario a la mitad para 2020».

Sin embargo, la Oficina del Presupuesto no ha hecho semejante cosa. A solicitud de Ryan,hizo un cálculo de los efectos presupuestarios de los recortes al gasto que propone. Punto. Notrató la pérdida de ingresos por sus reducciones fiscales.

No obstante, el Tax Policy Center, no partidista, intervino en el asunto. Sus cifras indican queel plan de Ryan reduciría los ingresos en casi 4.000 billones de dólares en la siguiente década. Sise agregan estas pérdidas de ingresos a los números que cita The Post, se obtiene un déficit muchomayor para 2020, de aproximadamente 1.300 billones de dólares más.

Y es más o menos lo mismo que estima la Oficina del Presupuesto para el déficit en 2020 conlos planes del gobierno de Obama. Es decir, Ryan podrá hablar del déficit en términosapocalípticos, pero aun si se cree que sus propuestas de reducciones al gasto son viables —lo queno debería hacerse— la hoja de ruta no reduciría el déficit. Todo lo que haría sería cortarbeneficios para la clase media mientras rebaja drásticamente impuestos a los ricos.

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Y sí quiero decir rebajar drásticamente. El Tax Policy Center encuentra que el plan de Ryanreduciría a la mitad los impuestos de 1% de la población más rica, dándole 117 % de los recortesfiscales totales del plan. Eso no es una errata. Aunque redujera drásticamente los impuestos porarriba, el plan incrementaría los del 95% de la población.

Finalmente, hablemos de esos recortes al gasto. En su primera década, la mayoría de lossupuestos ahorros en el plan Ryan provendrían de suponer un crecimiento de cero dólares en elgasto interno discrecional, que incluye de todo, desde política energética hasta educación ysistema judicial. Esto sumaría un recorte del 25%, una vez que se ajusta la inflación y elcrecimiento demográfico. ¿Cómo se lograría un recorte tan severo? ¿Qué programas específicosse bajarían drásticamente? Ryan no lo dice.

Después de 2020, el principal supuesto ahorro provendría de recortes drásticos al Medicare,lo que implicaría desmantelar el sistema tal y como lo conocemos, y, en su lugar, dar vales a lagente de más edad y decirle que contrate su propio seguro. ¿Suena conocido? Debería. Es elmismo plan que Newt Gingrich trató de vender en 1995.

Y sabemos por la experiencia con el programa Medicare Advantage que un sistema de valestendría costos más altos, no más bajos, que el actual. La única forma en la que se podría ahorrardinero con el plan Ryan sería haciendo esos vales demasiado reducidos como para pagar unacobertura adecuada. Los estadounidenses más adinerados podrían complementar sus vales yobtener la atención que necesitan; todos los demás quedarían excluidos.

En la práctica, es poco probable que esto suceda: los ancianos estadounidenses seindignarían, y recordemos que ellos votan. Sin embargo, esto significa que los supuestos ahorrospresupuestales del plan Ryan son un engaño.

Así que, ¿por qué tantos en Washington, especialmente en los medios, han acogido estaestafa? No es solo incapacidad para hacer las sumas, aunque algo de eso hay. También, por unafalta de voluntad de los autodenominados «centristas» para asumir las realidades del PartidoRepublicano moderno; quieren fingir, a pesar de la abrumadora evidencia, de que todavía haygente sensata en el Partido Republicano. Y por último, pero no menos importante, hay unadeferencia hacia el poder: el Partido Republicano es una fuerza política en auge, así que uno nodebe señalar que sus héroes intelectuales van desnudos.

Sin embargo, es así. El plan Ryan es un fraude que no hace ninguna contribución útil aldebate sobre el futuro fiscal de Estados Unidos.

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La comisión secuestrada11 de noviembre de 2010

Inclúyanme entre los que siempre creyeron que el presidente Barack Obama había cometido ungran error cuando creó la Comisión Nacional de Responsabilidad Fiscal y Reforma;supuestamente una institución bipartidista encargada de solucionar los prolongados problemasfiscales de Estados Unidos. Al parecer era obvio, tan pronto se anunció a los integrantes de lacomisión, que «bipartidismo» significaría lo que significa con demasiada frecuencia enWashington: un compromiso entre centro-derecha y la derecha dura.

Mi inquietud aumentó a medida que fuimos conociendo las opiniones de los copresidentes dela comisión. Pronto quedó claro que Erskine Bowles, el copresidente demócrata, tenía una agendade escasa intervención pública que no se diferenciaba mucho de la de los republicanos. En tanto,Alan Simpson, el copresidente republicano, reveló su clase de honesto mediador en el burdomensaje de correo electrónico que envió al director ejecutivo de la Liga Nacional de MujeresAncianas, en el que la Seguridad Social es descrita como «una vaca lechera con 310 millones detetas».

Hace mucho que sabemos que nada bueno vendría de la comisión. Sin embargo, el miércolesde la semana pasada, cuando los copresidentes dieron a conocer una presentación de PowerPointcon los puntos fuertes de su propuesta, fue incluso peor de lo que habían esperado los cínicos.

Empecemos por la declaración de «Nuestros principios y valores rectores». Entre ellos está,«Tope a los ingresos en o debajo del 21% del PIB». ¿Es esto un principio rector? ¿Y por qué hayuna comisión encargada de encontrar cada vía posible hacia un presupuesto equilibrado fijando untope (pero no un nivel mínimo) sobre los ingresos?

Las cosas se vuelven más claras cuando llegamos a la sección sobre reforma fiscal. Losobjetivos de la reforma, según Bowles y Simpson, se presentan en la forma de siete puntosdestacados. «Tasas menores» es el primer punto; «Reducción del Déficit», el séptimo.

La pregunta es: ¿cómo es posible que una comisión que estudiaba la reducción del déficit seconvierta en una cuya máxima prioridad consiste en reducir tasas impositivas, y tiene la reduccióndel déficit literalmente al final de la lista?

De hecho, lo que los copresidentes están proponiendo es una mezcla de reducciones fiscalesy aumentos de impuestos; reducciones fiscales para los ricos, aumentos de impuestos para la clasemedia. Sugieren la eliminación de exenciones fiscales que, sin consideración a lo que usted pienseal respecto, revisten gran importancia para los estadounidenses de clase media —que sea posiblededucir prestaciones de salud e intereses de hipotecas—, así como emplear buena parte de lasganancias obtenidas de ahí, no para reducir el déficit, sino para permitir marcadas reduccionestanto en la máxima tasa impositiva de tipo marginal como en la tasa del impuesto corporativo.

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Se necesitará tiempo para hacer los números aquí, pero esta propuesta representa conclaridad una importante transferencia del ingreso de tipo ascendente, de la clase media a unapequeña minoría de estadounidenses ricos. ¿Y qué tiene que ver todo esto con la reducción deldéficit?

Volvamos la mirada a la Seguridad Social. Había rumores de antemano en el sentido de quela comisión recomendaría un aumento a la edad de jubilación, y claro está, eso es lo que hacenSimpson y Bowles. Quieren que la edad en la que la Seguridad Social se pone a disposición de lagente aumente al mismo ritmo que la esperanza media de vida. ¿Es razonable?

La respuesta es no, por diversas razones, incluido el hecho de que trabajar hasta los sesenta ynueve años pudiera sonar factible para los que trabajamos en un despacho, pero resulta muchomás difícil para los muchos estadounidenses que siguen realizando tareas físicas.

Pero más allá de eso, la propuesta al parecer pasa por alto un punto crucial: si bien laesperanza de vida efectivamente está subiendo, lo hace principalmente por las personas demayores ingresos, precisamente la gente que necesita menos la Seguridad Social. La esperanza devida en la mitad inferior de la distribución de ingresos a duras penas ha subido algo en las últimastres décadas. Así que la propuesta de Bowles y Simpson esencialmente dice que los conserjesdeberían ser obligados a trabajar por más tiempo debido a que últimamente los abogadoscorporativos viven hasta una edad bastante madura.

En cualquier caso, ¿no podemos decir que, pese a todos sus defectos, la propuesta Bowles-Simpson es un serio esfuerzo por abordar el problema del país con su situación fiscal a largoplazo? No, no podemos.

Es cierto que el PowerPoint contiene bonitos gráficos que muestran déficits cayendo yniveles de deuda estabilizándose. Pero está claro que, una vez que se ha perdido el tiempointentando averiguar qué está pasando, el eje principal de esos bonitos gráficos es el supuesto deque la tasa de crecimiento en costos de atención sanitaria se desacelerará drásticamente. ¿Y cómose logrará esto? «Estableciendo un proceso para evaluar con regularidad el crecimiento de loscostos» y «adoptando medidas adicionales conforme se vayan necesitando». ¿Qué significa esto?No tengo ni idea.

No es ningún misterio lo que ha sucedido con la comisión del déficit: como ocurre con muchafrecuencia en el Washington moderno, un proceso enfocado a afrontar problemas reales ha sidosecuestrado en nombre de una agenda ideológica. Con el pretexto de abordar nuestros problemasfiscales, Bowles y Simpson están intentando meter de contrabando lo mismo de siempre:reducciones fiscales para los ricos y una erosión de la red de seguridad social.

¿Se puede salvar algo de este naufragio? Lo dudo. Deberían decirle a la comisión del déficitque recoja sus bártulos y se marche.

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¿En qué consiste el plan de Paul Ryan?New York Times blog

16 de agosto de 2012

Un buen número de lectores ha pedido un resumen de lo que realmente figura en el planpresupuestario de Ryan.

Lo primero que usted debe saber es que hay un par de versiones distintas del plan, conalgunos cambios en los detalles pero no en la idea fundamental. El mejor análisis no partidista, ami juicio, es el informe de la Oficina de Presupuestos del Congreso sobre la primera versión; talcomo lo dije, los detalles cambian, pero la idea general sigue siendo la misma.

Entonces, ¿qué incluye el plan? Debe distinguir entre la primera década, antes del inicio dela eliminación gradual del Medicare que conocemos, y después.

LA PRIMERA DÉCADA

En la primera década, lo importante es (i) conversión del Medicaid en un programa de subvenciónen bloque (donde el gobierno federal hace pagos únicos a los estados), con mucho menosfinanciación que la proyectada bajo la ley actual, y (ii) drásticos recortes en la tasa de impuestospara los que más ganan y en los impuestos de sociedades.

¿Es un programa que reduce el déficit? No: básicamente compensa la reducción de la ayuda alos pobres y la reducción de los impuestos de los ricos, y el efecto neto de las propuestasespecíficas será incrementar el déficit, no reducirlo. No obstante, Ryan dice que habrá unaimportante reducción deficitaria, vía dos grandes asteriscos mágicos.

Primero, insiste en que los recortes fiscales no reducirán los ingresos porque se compensaráncon un «ensanchamiento de la base» no especificado. A continuación la explicación del CBO: «Lasenda de los ingresos como porcentaje (del PIB) fue especificada por el personal del presidenteRyan», según los autores del informe. «La senda se incrementa constantemente desdeaproximadamente el 15% del PIB en 2010 al 19% en 2028, y permanece en ese nivelposteriormente. No hubo especificaciones sobre suministros particulares de ingresos que fueran agenerar este resultado».

A principios de este año, Howard Gleckman, del Centro de Política Fiscal, dijo en el blog dela organización que esas fuentes no especificadas de ingresos eran «una carne misteriosa», yaduce con firmeza que nada como esto ocurrirá realmente.

En segundo lugar, se asumen recortes importantes en el gasto discrecional con relación a lapolítica actual. Otra vez, según el informe del CBO: «Se especificó que esa combinación de gastoobligatorio y discrecional caería del 12% del PIB en 2010 a aproximadamente el 6% en 2021, y

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que después se movería en línea con el deflactor del PIB a partir de 2022, lo que generaría máscaída con relación al PIB. No se especificó ninguna propuesta que fuera a generar este resultado».

Entonces, cada vez que escuche a la gente hablar de las reducciones deficitarias de PaulRyan, tenga en cuenta que durante la primera década toda la supuesta reducción deficitaria vienede cifras de ingresos y gastos simplemente impuestas, que no son resultado de ninguna políticarealmente descrita en el «plan».

DESPUÉS DE LA PRIMERA DÉCADA

Después de las primera década, el Medicare se transforma gradualmente en un esquema de valesdonde el valor de cada uno se queda muy por atrás de los costos proyectados de servicio médico.Sin embargo, gran parte de la supuesta reducción deficitaria no viene del Medicare sino de másrecortes en el gasto discrecional con relación al PIB, con la proporción eventualmente cayendo al3,5 % del PIB. Una vez más, no hay ninguna especificación sobre cómo se logrará esto. Tenga encuenta que este número incluye el gasto en defensa (o gasto militar), que en la actualidadrepresenta el 4% del PIB.

¿ESTO ES UN PLAN?

Paul Ryan básicamente propone tres cosas importantes: recortar el Medicaid, reducir el impuestoa las corporaciones y a la gente de altos ingresos, y reemplazar el Medicaid con un sistema devales mucho peor financiado. Estas propuestas concretas, en conjunto, de hecho elevan el déficitdurante la primera década y más allá.

Por tanto, todas las aseveraciones de reducciones importantes en el déficit yacen enasteriscos mágicos. En ese sentido, esto ni siquiera es un plan, es solo un puñado de afirmaciones.

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Unas bolas de nieve que se derriten9 de enero de 2019

¿Recuerdan el invierno de la deuda? A finales de 2010 y principios de 2011, la economía deEstados Unidos apenas había comenzado a recuperarse de la crisis financiera de 2008. Alrededorde un 9% de la fuerza laboral todavía estaba desempleada; el paro de larga duración eraparticularmente grave, ya que más del 6% de los estadounidenses no habían tenido un empleodurante seis meses o más. Uno habría esperado que la crisis continuada del empleo estuviera en elcentro de buena parte del debate sobre políticas económicas.

Pero no, Washington estaba obsesionado con la deuda. El informe Simpson-Bowles era lacomidilla de la ciudad. Las denuncias apasionadas (y por supuesto hipócritas) de Paul Ryan sobrela deuda federal le valieron la adulación y el reconocimiento de los medios. Mientras la capitalestaba obsesionada con la deuda, la toma de poder en la Cámara de Representantes por parte delos republicanos y un marcado giro hacia la derecha en los gobiernos estatales iniciaba en EstadosUnidos un período de recortes sin precedentes en el gasto público pese el alto índice dedesempleo.

Algunos de nosotros protestamos amargamente contra este cambio en las políticas, con elargumento de que con esas cifras tan elevadas de paro no era el momento para la austeridad fiscaly, en términos generales, estábamos en lo correcto. ¿Por qué digo que «en términos generales»?Porque cada vez existen mayores dudas sobre si en efecto hay un momento adecuado para laausteridad fiscal. La obsesión con la deuda parece una tontería incluso cuando el empleo está ensus niveles máximos.

Este es el mensaje que retomo del discurso presidencial de Olivier Blanchard ante laAsociación Estadounidense de Economía. Para ser justos, Blanchard —uno de los principaleseconomistas a nivel mundial, anteriormente el muy influyente economista jefe del FMI— fuecauteloso en sus pronunciamientos. Ciertamente, no se dejó llevar por la Teoría MonetariaModerna y dijo que la deuda nunca importa. Sin embargo, su análisis hace que la fijación por«arreglar la deuda» (sí, todavía andan en eso) se vea incluso peor que antes.

Blanchard comienza con la observación, un lugar común, de que las tasas de interés en ladeuda pública son bastante bajas, lo que significa que las preocupaciones por la deuda sonexageradas. No obstante, hace un planteamiento más específico: la tasa de interés promedio sobrela deuda es más baja que la tasa de crecimiento de la economía (r<g). Además, no se trata de unaaberración transitoria: las tasas de interés inferiores al crecimiento son, en efecto, la norma, unanorma que solo se incumplió durante un período relativamente corto en los años ochenta.

¿Por qué es relevante? En realidad, las tasas de interés tienen dos implicaciones distintas,pero relacionadas. En primer lugar, los temores de que el aumento de la deuda provoque unaespiral fuera de control se basan en un mito. En segundo lugar, el aumento de la inversión privadano debería ser una gran prioridad.

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Sobre el primer argumento: las diatribas sobre la deuda suelen venir acompañadas deadvertencias amenazantes de que con el tiempo la deuda podría agravarse, como si fuera una bolade nieve cayendo en picado que se hace grande. Es decir, una mayor deuda significará un mayorpago de intereses, los cuales aumentan los déficits y conducen a una mayor deuda, esto a su vezimplica aún mayores tasas de interés, y así sucesivamente.

No obstante, lo que importa en el caso de la solvencia del estado no es el nivel absoluto dedeuda sino su endeudamiento en relación a su capacidad de ingresos fiscales (o base fiscal), quebásicamente corresponde al tamaño de la economía. Además, el valor en dólares del PIBnormalmente aumenta a medida que pasa el tiempo, gracias tanto al crecimiento como a lainflación. Al margen de otros factores, esto gradualmente derrite la bola de nieve: incluso si ladeuda aumenta en dólares, se encogerá como porcentaje del PIB si los déficits no son demasiadograndes.

El ejemplo clásico es lo que ocurrió con la deuda estadounidense tras la segunda guerramundial. ¿Cuándo y cómo la pagamos? La respuesta es que nunca lo hicimos. Sin embargo, comomuestra la Figura 1, a pesar del aumento de la deuda en dólares, para 1970 el crecimiento y lainflación habían disminuido la deuda a una porción fácilmente manejable del PIB.

Además, si las tasas de interés están por debajo del crecimiento del PIB, la deuda tiendecomo resultado a «derretirse» por sí sola: un alto nivel de deuda significa un mayor pago deintereses, pero también más derretimiento, y esto último es lo que predomina. No hay una espiralde deuda que se esté fortaleciendo a sí misma.

El segundo argumento de Blanchard es mucho más sutil, pero no por ello menos importante.En general, los gruñones de la deuda advierten no solo de amenazas a la solvencia del estado sinotambién sobre el crecimiento. El argumento es que una deuda pública elevada impulsa el consumoactual a expensas de la inversión para el futuro, y una deuda elevada probablemente sí tenga eseefecto cuando la economía se acerque al empleo pleno (aunque en 2010-2011 un mayor gastodeficitario habría conducido a una mayor, no menor, inversión privada).

FIGURA 1

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Fuente: U.S. Bureau of Economic Analysis, Council of Economic Advisers.

Ahora bien, ¿hasta qué punto es importante suprimir el consumo a fin de liberar recursos parala inversión? Blanchard señala que las tasas de interés bajas son un indicador de que el sectorprivado ve rendimientos bastante bajos sobre la inversión, de tal modo que destinar más recursosa la inversión privada no supondría una gran diferencia en el crecimiento. Tiene razón, la tasa derendimiento sobre la inversión sin duda es más elevada que la tasa de interés sobre activosseguros, como los títulos del Tesoro de Estados Unidos. No obstante, Blanchard argumenta que noes tan elevada como al parecer muchos piensan.

¿Esto significa que deberíamos comer, beber, estar felices y olvidarnos del futuro? No, perola inversión privada no es el principal problema, dado que probablemente no tiene una tasa derendimiento muy alta. Blanchard no dice esto, pero probablemente lo que debería estarnospreocupando más bien es la inversión pública en infraestructura, que se ha descuidado y sufre dedeficiencias evidentes.

FIGURA 2

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Fuente: U.S. Bureau of Economic Analysis, U.S. Bureau of the Census.

A pesar de ello, la obsesión con la deuda condujo a menos, no a más, inversión pública.Puede verse en la Figura 2. El gasto en construcción pública como porcentaje del PIB aumentóbrevemente durante el estímulo de Obama (en parte porque el PIB era bajo), luego cayó a nivelesbajos históricos, donde permanece. Pensando en todo lo que dicen sobre cuidar de las futurasgeneraciones, los sermones sobre la deuda sin duda han dañado, no ayudado, a nuestrasexpectativas futuras.

Observen, por cierto, que ni siquiera he hablado sobre razones relacionadas con el cicloempresarial por las cuales se deba dejar de estar obsesionado con la deuda. Un entorno de tasasde interés persistentemente bajas aumenta las preocupaciones sobre el estancamiento secular, unatendencia a sufrir repetidas caídas inextricables, debido a que la Reserva Federal no tienesuficiente munición para combatirlas. Además, dichas caídas también pueden reducir elcrecimiento a largo plazo: la experiencia desde 2008 sugiere un alto grado de histéresis, donde,aparentemente, las crisis a corto plazo acaban reduciendo el potencial económico a largo plazo.

No obstante, incluso sin estas preocupaciones la deuda parece ser un tema sobre el que se haexagerado mucho, y la forma en la que la deuda desplazó al desempleo en el centro del debatepúblico en 2010-2011 no ha hecho más que empeorar las cosas.

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Los demócratas y la doble moral11 de febrero de 2019

Donald Trump dedicó casi todo su discurso sobre el estado de la Unión a describir las amenazas alas que, según él, Estados Unidos se enfrenta: principalmente, la amenaza de la terrorífica gente depiel morena, pero también la del socialismo. Y ha habido mucha discusión en los medios sobre lostópicos que dijo al respecto.

Sin embargo, hubo poca cobertura sobre uno de los aspectos más reveladores del discurso:lo que Trump dijo sobre la amenaza de la históricamente enorme deuda pública de EstadosUnidos.

Un momento..., tal vez quieran objetar; no dijo nada respecto a la deuda. En efecto, no lohizo; no mencionó ni una sola palabra a propósito del tema, justo por eso fue tan revelador.

Después de todo, los republicanos pasaron toda la administración Obama alertandoconstantemente sobre los peligros de la deuda, advirtiendo que Estados Unidos se enfrentaba a unacrisis inminente a menos que se redujeran drásticamente los déficits. Ahora que están en el poder,sin embargo, y con el déficit al alza gracias a un enorme recorte de impuestos para las grandescorporaciones y los ricos, han abandonado totalmente el tema.

Según ABC News, Mick Mulvaney, jefe de Gabinete de Trump, explicó a los miembrosrepublicano del Congreso por qué la deuda no obtendría ni una sola mención en el debate sobre elestado de la Unión: «A nadie le importa».

Y saben, tiene razón. No son solo los republicanos quienes de repente parecieron dejar depreocuparse por la deuda. Durante años, las regañinas por el déficit dominaron los discursos enWashington; muchos de los medios de comunicación trataron la urgencia de la austeridad fiscalcomo un hecho incuestionable, abandonando las reglas usuales de la neutralidad informativa yactuando como portavoces. Sin embargo, desde la elección de Trump, esas voces se hansilenciado extrañamente.

Lo que acabamos de ver confirmado es lo que algunos de nosotros tratamos de decirles desdeel principio: todo ese lamento por la deuda fue hipócrita. Los republicanos nunca se preocuparonpor la deuda; han actuado como halcones del déficit solo para frenar la agenda del presidenteBarack Obama. Y muchos centristas han resultado tener un doble rasero: reservan la preocupaciónpor la deuda cuando los demócratas tienen el poder.

Porque aunque el cambio de rumbo respecto al tema haya sido revelador, todavía quedan dosgrandes interrogantes. El primero es: ¿hasta qué punto debe importarnos la deuda? Y el segundo:¿seguirá prevaleciendo la doble moral? Es decir, ¿los sermones sobre el déficit volverán adejarse oír, de manera repentina, en caso de que los demócratas lleguen de nuevo al poder?

Sobre la primera pregunta: una cuestión sorprendente sobre la obsesión de la deuda que llegóa su punto álgido en 2011 es que nunca tuvo mucha base desde el punto de vista estrictamenteeconómico. Por el contrario, todo lo que sabemos sobre política fiscal dice que es un error

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centrarse en la reducción del déficit cuando el desempleo es elevado y las tasas de interés sonbajas, como lo eran cuando los sermoneadores del déficit se pronunciaban con mayor fuerza.

La preocupación por el déficit está más justificada ahora que el desempleo es bajo. Noobstante, las tasas de interés todavía son muy bajas de acuerdo con los estándares históricos, demenos del 1 % después del ajuste inflacionario; son tan bajas, que no debemos temer que la deudavaya a aumentar de manera desproporcionada, con pagos de intereses que hagan estallar el déficit.Esto también sugiere que estamos padeciendo una debilidad crónica en la demanda de inversiónprivada (que, por cierto, el recorte fiscal de 2017 no parece haber impulsado en absoluto).

Así que en los últimos meses, varios economistas destacados —entre los que se encuentranel ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional y algunos de los economistas másimportantes del gobierno de Obama— han publicado análisis en los que afirman que inclusoahora, con el desempleo tan bajo, la deuda no es un problema tan serio como podría pensarse.

Sigue siendo una mala idea aumentar la deuda sin una buena razón: por ejemplo, para otorgarexenciones fiscales que las corporaciones solo usan para readquirir sus propias acciones, lo cuales, claro está, lo que hizo el Partido Republicano. No obstante, tomar préstamos a tasas de interésque son extremadamente bajas para pagar inversiones en el futuro —infraestructura, por supuesto,pero también cosas como nutrición y atención médica para los jóvenes, quienes serán lostrabajadores del mañana— es muy justificable.

Esto nos lleva a la cuestión de la doble moral.No hay que estar de acuerdo con todas las propuestas del Nuevo Acuerdo Verde para

reconocer que es básicamente un programa de inversión, no solo una dádiva. Así que me haconsternado ver que muchos comentarios sobre estas propuestas exigen una explicación inmediatay detallada sobre cómo pagarán sus ideas los demócratas o que directamente lo desestiman alconsiderarlo poco práctico. ¿Los recortes fiscales republicanos causaron la misma consternación?No.

Miren, hemos visto esto una y otra vez, tres veces desde 1980. Los republicanos despotricande los déficits presupuestarios cuando no están en el poder y después desaparecen todas suspreocupaciones y disparan el déficit en cuanto están en condiciones de reducir los impuestos.Luego, cuando es el turno de los demócratas, se espera que saneen los números rojos de losrepublicanos en lugar de ocuparse de sus propias prioridades. Basta ya.

No estoy diciendo que los demócratas deban ignorar por completo las implicaciones de susactos. En realidad, los grandes planes de gasto, en especial si no consisten claramente eninversiones (por ejemplo, una importante ampliación del gasto sanitario federal), se tendrán quesufragar con nuevos impuestos. Pero cuando los demócratas estén en condiciones de formularpolíticas, deberán ser ambiciones y no dejar que los gruñones del déficit los asusten paraobligarlos a pensar a pequeña escala.

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Cómo financiar un plan progresista19 de febrero de 2019

Quienquiera que obtenga la nominación demócrata, tendrá que basar gran parte de la contienda enpropuestas destinadas a aumentar el gasto público. Ya sabemos lo que eso significa: el candidatotendrá que explicar de dónde obtendrá fondos para sufragar esos planes. Muchas críticas se haránde mala fe, y provendrán de personas que nunca hacen las mismas preguntas cuando se trata derecortes fiscales. Con todo, sí hay algunas preguntas reales que deben hacerse sobre el aspectofiscal de un plan progresista.

Bien, he pensado un poco al respecto y se me ocurrieron algunos temas, inspirados en parteen mi análisis de las propuestas de la senadora Elizabeth Warren, tanto en lo que se refiere aimpuestos como en cuanto al gasto. Por cierto, no sé si Warren obtendrá la nominación o sidebería obtenerla. Lo que sí sé es que es una figura intelectual importante y el impulso que le estádando a su partido para que sostenga un diálogo serio sobre las políticas públicas tendrá una graninfluencia, independientemente de lo que ocurra con su trayectoria personal.

En particular, la propuesta más reciente de Warren en el tema de la atención infantil —y lasdescalificaciones instantáneas de los opositores de siempre— me ha hecho pensar que podríaaplicar una tipología general para las propuestas del gasto y clasificarlas según sus fuentes definanciación. Más concretamente, permítanme sugerir que existen tres categorías generales degasto en la ideología progresista: inversión, mejora de las prestaciones sociales y una reformasustancial del sistema, las cuales deben estructurarse de manera distinta desde la perspectivafiscal.

Así que comencemos por la inversión. Por lo general el gasto público se destina ainfraestructuras o investigación, pero puede haber cierto margen de maniobra en la mismacategoría que incluya gastos en ámbitos como el desarrollo infantil. La característica que define aesta categoría es que se trata de gasto que tiene el propósito de mejorar la productividad de lasociedad a largo plazo. ¿De dónde saldrán los fondos para pagar este tipo de inversión?

La respuesta es que no deberíamos buscarlos. Pensemos en todas esas personas que dicenque el gobierno debe administrarse de la misma forma que una empresa. Aunque en realidad nodebe ser así, estos dos tipos de instituciones sí tienen algo en común: si es posible obtener fondosa bajo costo y ponerlos a trabajar en proyectos de alto rendimiento, entonces obtener préstamospuede ser una buena idea. Pues resulta que los costos de los préstamos federales son muy bajos(de menos del 1% ajustado por la inflación) y tenemos una enorme necesidad de inversiónpública, que daría grandes rendimientos sociales. Por todo esto, sencillamente deberíamosinvertir, sin buscar de dónde obtener fondos para financiar la inversión.

La mayoría de los puntos del Nuevo Acuerdo Verde parecen entrar en esta categoría. Puestoque es un programa de inversión pública, la exigencia de que sus partidarios demuestren de dóndesaldrá la financiación dice más acerca de lo ignorantes que son sus críticos en materia económica

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que de la lógica del Nuevo Acuerdo Verde.Mi segunda categoría es un poco más difícil de definir, pero abarca iniciativas que buscan

ampliar algún programa público existente o aprovechar subsidios para crear incentivos de maneraque se haga crecer algún tipo de actividad privada con fines sociales positivos. En cada caso, serequerirían cantidades significativas pero no enormes, como de una fracción del 1% del PIB.

La Ley de Atención Sanitaria Asequible entra en esta categoría. Amplió el Medicaidmediante una combinación de normas y subsidios para lograr que el seguro privado estuvieradisponible para las familias que quedan por encima de la nueva línea de Medicaid. La propuestade atención infantil de Warren, que según se dice costará alrededor de 1/3 de punto porcentual delPIB, también se ajusta a esta categoría, al igual que la propuesta «Medicare para todos», queapuesta por permitir a los ciudadanos comprar el seguro del gobierno, en vez de ofrecerlo sincargo alguno.

Es más difícil justificar la obtención de préstamos para este tipo de iniciativas que para lainversión. Es cierto que, dado lo bajas que son las tasas de interés y la debilidad de la demanda,tiene cierta lógica incurrir en déficits persistentes, pero sin duda hay suficientes necesidades deinversión para agotar esa asignación de renta. Así que se necesita alguna fuente para pagar esosproyectos. Sin embargo, las cantidades son muy pequeñas, por lo que los fondos necesariospodrían obtenerse mediante impuestos limitados (en particular, impuestos que solo afecten a losestadounidenses de rentas muy elevadas).

De hecho, así se obtuvo financiamiento para el programa Obamacare: la fuente principal definanciación fueron los impuestos sobre los tramos altos de ingreso (con algunas pequeñaspartidas, como el impuesto a los salones de bronceado). De hecho, Warren ya propuso gravarimpuestos adicionales a los ricos, sobre las fortunas superiores a los cincuenta millones dedólares, lo que permitiría recaudar alrededor de cuatro veces el costo de su propuesta de atencióninfantil.

Así que, en mi opinión, la mejora de prestaciones sociales podría pagarse con impuestossobre los contribuyentes que reciben ingresos altos y sobre las grandes fortunas. No es necesarioimponerlo a la clase media.

Por último, mi tercera categoría es una reforma sustancial al sistema, cuyo arquetipo seríareemplazar el seguro de salud privado de contratación patronal por un programa públicofinanciado con impuestos, la versión purista del Medicare para todos. Una ampliación enorme dela Seguridad Social podría entrar en esta categoría también, pero no las mejoras más reducidas.

Las propuestas de esta categoría literalmente alcanzan una magnitud superior a la de lasmejoras a las prestaciones: el seguro de salud privado representa el 6% del PIB. Así que, paraponer en marcha tales propuestas, necesitaríamos más recursos, que tendríamos que recaudarmediante impuestos sobre nómina, por ejemplo, o un impuesto sobre el valor añadido dirigido a laclase media, o una combinación de ambos.

Podríamos argumentar que la mayoría de las familias de clase media recibirán los beneficiosa fin de cuentas, o que las prestaciones adicionales compensarán con creces la subida deimpuestos, y lo más probable es que tengamos razón. Sin embargo, sería una batalla políticamucho más difícil. No hay que ser un títere neoliberal para preguntarse si una reforma sustancialdel sistema debería ser parte de la plataforma demócrata en este momento, aunque sea algo a loque aspiren muchos progresistas.

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Sin embargo, la idea principal que deseo transmitir ahora es que cuando algunas personasdesdeñan las propuestas progresistas por considerarlas tontas e inasequibles, en esencia revelansu propia ignorancia y juicio sesgado. La inversión puede financiarse con deuda y deberíafinanciarse así; en cuanto a las mejoras a las prestaciones sociales, gran parte puede pagarsemediante impuestos a las rentas más altas. Puede que a Howard Schultz no le guste en absoluto,pero ese es su problema.

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La rebaja de impuestos

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El zombi por excelencia

Ronald Reagan aprobó en agosto de 1981 una gran rebaja de impuestos. Resulta que la economíaestadounidense estaba entrando en una recesión, la segunda fase de lo que muchos consideran la«recesión doble» de 1979-1982, que disparó el desempleo a su nivel máximo desde la GranDepresión. Sin embargo, a finales de 1982, la economía empezó a recuperarse y experimentó dosaños de crecimiento muy rápido antes de recuperar un ritmo más normal.

Como ya habrán notado, 1981 queda muy lejos. IBM acababa de presentar su primerordenador de sobremesa, en el que había que teclear todos los comandos. Aún tendrían que pasardecenios para que llegaran los teléfonos móviles. Nos costaría reconocernos en las actitudessociales de la época; por ejemplo, solo una tercera parte de los blancos estadounidensesconsideraba que los matrimonios interraciales eran aceptables.

Sin embargo, los conservadores siguen esgrimiendo que esos dos años de crecimiento sonuna prueba del poder mágico de la rebaja de impuestos a los ricos.

Resulta que se equivocan incluso sobre lo que sucedió en 1982-1984. La recesión deprincipios de los años ochenta fue más o menos una creación intencionada de la Reserva Federal,que elevó drásticamente los tipos de interés en un intento por provocar un descenso de la elevadatasa de inflación. En 1982, la Fed cedió, bajando bruscamente los tipos de interés, y fue estaexpansión monetaria, no la rebaja de impuestos de Reagan, la principal responsable del boom de1982-1984.

Pero incluso dejando de lado esta interpretación errónea, ¿por qué sigue la derecha haciendohincapié en un suceso del pasado para justificar su política favorita? ¿Por qué no comentan algosobre éxitos más recientes?

Porque no ha habido ninguno.La doctrina que promulga que las reducciones de impuestos a los ricos son el secreto de la

prosperidad ha sido sometida a prueba una y otra vez desde los años ochenta. Se puso a prueba en1993, cuando Bill Clinton subió los impuestos y los conservadores predijeron un desastre; en sulugar, consiguió una enorme expansión económica. Fue sometida a prueba con George W. Bush,que volvió a bajar los impuestos y cuyos partidarios prometieron un boom; lo que en realidadlogró fue un crecimiento moderado seguido de un colapso financiero. Fue puesta a prueba en2013, cuando Barack Obama permitió que expiraran algunas de las reducciones fiscales de Bush,mientras aumentaba algunos otros impuestos para sufragar el Obamacare; la economíasimplemente siguió avanzando.

Y, por último, la sometió a prueba Donald Trump, quien aprobó una gran rebaja fiscal en2017 entre promesas de otro milagro económico; incluso hace muy poco, a principios de 2019, lareducción de impuestos de Trump ya parecía un gran fiasco.

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También hay pruebas a escala estatal. En 2011, California y Kansas avanzaron en direccionesopuestas. California subió los impuestos, en medio de gritos de la derecha que alertaba de un«suicidio económico», mientras que Kansas bajó los impuestos y prometió un resurgimientoeconómico. Lo cierto es que a California le fue bien y Kansas acabó con una crisis presupuestariay una votación de los legisladores republicanos para revertir muchos de los recortes fiscales.

En resumidas cuentas, pocas doctrinas económicas se han sometido a prueba y refutado tanexhaustivamente como la afirmación de que las rebajas de impuestos a los ricos logran grandescosas para todos. Y, sin embargo, persiste. De hecho, se ha afianzado en el Partido Republicano,hasta el punto de que casi ningún miembro del mismo se atreve a expresar su escepticismo.

Vi por primera vez la expresión «ideas zombis» en un artículo nada menos que sobre laasistencia sanitaria canadiense, donde hacía referencia a afirmaciones falsas como la aseveraciónde que un gran número de canadienses cruzaba contantemente a Estados Unidos para someterse atratamiento médico. Como señalaba el artículo, esta afirmación se había refutado muchas veces ydebería haber muerto como argumento en contra del sistema de salud de Canadá. Sin embargo,seguía arrastrándose, devorando el cerebro de la gente.

Bueno, la creencia en la magia de las rebajas de impuestos a los ricos es el zombi porexcelencia. Y lo cierto es que no es difícil ver por qué ha resultado imposible acabar con él.Pensemos en quién se beneficia de que persista la idea de que las rebajas fiscales a los ricos sonestupendas. Todo lo que se necesita es a unos pocos millonarios dispuestos a gastar una pequeñaparte de su riqueza en apoyar a políticos, laboratorios de ideas y medios partidistas deseosos depropagar el virus de las rebajas fiscales. Con eso es suficiente para mantener a los zombisavanzando a trompicones.

Algunos de los artículos de esta sección representan un intento de disparar a esos zombis enla cabeza una vez más. A fin de cuentas, hay que seguir probando.

Pero la cuestión es esta: los ciudadanos nunca se han creído el mensaje de las rebajasfiscales. Las encuestas muestran invariablemente que los votantes quieren que los ricos paguenmás impuestos, no menos. Y, especialmente desde las elecciones legislativas de 2018, algunosdemócratas se han envalentonado y se han vuelto a mostrar dispuestos a proponer impuestos paralas rentas altas y la riqueza extrema con los que sufragar las prioridades sociales. En la últimaparte de esta sección hablo de algunas de estas ideas.

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El manifiesto de los Twinkies18 de noviembre de 2012

Resulta que los Twinkies fueron introducidos allá por 1930. Sin embargo, en nuestros recuerdos,el icónico pastelito quedará por siempre identificado con los años cincuenta, cuando Hostesspopularizó la marca al patrocinar «The Howdy Doody Show». Y la desaparición de Hostess hadesatado entre la generación baby boomer una oleada de nostalgia por una época en aparienciamás inocente.

Huelga decir que, en realidad, no fue inocente. Pero los años cincuenta, la época de losTwinkies, nos ofrecen lecciones que siguen siendo relevantes en el siglo XXI. Sobre todo, el éxitode la economía estadounidense en la posguerra demuestra que, contrariamente a la ortodoxiaconservadora actual, se puede tener prosperidad sin humillar a los trabajadores y mimar a losricos.

Consideremos la cuestión de los tipos impositivos gravados a los ricos. La derechaestadounidense moderna, y buena parte del supuesto centro, está obsesionada con la idea de queunos tipos impositivos bajos para el tramo superior son esenciales para el crecimiento.Recordemos que Erskine Bowles y Alan Simpson, encargados de elaborar un plan para contenerlos déficits, acabaron de alguna forma incluyendo en la lista los «tipos impositivos más bajos»como un «principio rector».

Sin embargo, en los años cincuenta, las rentas del tramo máximo estaban sometidas a un tipomarginal del 91, sí, es correcto, del 91%, mientras que los impuestos sobre los beneficiosempresariales eran, en relación con la renta nacional, el doble que en los últimos años. Losmejores cálculos indican que en torno a 1960 el 0,01% de los estadounidenses más ricos pagabaun tipo impositivo efectivo federal de más del 70%, el doble de lo que paga hoy.

Los altos impuestos no eran la única carga que tenían que soportar los empresariosacaudalados. También se enfrentaban a una mano de obra con un poder de negociación difícil deimaginar ahora. En 1955, una tercera parte aproximadamente de los trabajadores estadounidensesestaban afiliados a sindicatos. En las empresas más grandes, la dirección y los trabajadoresnegociaban en pie de igualdad, hasta el punto de que era frecuente hablar de empresas que servíana una variedad de «partes interesadas» en lugar de estar simplemente al servicio de losaccionistas.

Aprisionados entre unos impuestos elevados y unos trabajadores empoderados, losejecutivos eran relativamente más pobres respecto a los parámetros de generaciones anteriores oposteriores. En 1955, la revista Fortune publicó un artículo titulado «How Top Executives Live»(Cómo viven los altos ejecutivos), en el que hacía hincapié en lo modesto que se había vuelto suestilo de vida en comparación con tiempos pasados. Ya no existían las grandes mansiones, los

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ejércitos de sirvientes y los enormes yates de los años veinte; Fortune afirmaba que, en 1955, elejecutivo típico vivía en una pequeña casa en un barrio residencial, contaba con ayuda domésticaa tiempo parcial y capitaneaba su propio barco, relativamente pequeño.

Los datos confirman las impresiones de Fortune. Entre los años veinte y cincuenta, losingresos reales de los estadounidenses más ricos cayeron bruscamente, no solo en comparacióncon la clase media, sino también en términos absolutos. Según los cálculos de los economistasThomas Piketty y Emmanuel Saez, en 1955 los ingresos reales del 0,01 % de los estadounidensesmás ricos eran de menos de la mitad lo que habían sido a finales de los años veinte, y suparticipación en los ingresos totales se redujo en tres cuartas partes.

Hoy, naturalmente, han vuelto las mansiones, los ejércitos de sirvientes y los yates, másgrandes que nunca, y el menor indicio de una política que pudiera afectar al estilo de vida de losplutócratas es recibido con gritos de «socialismo». De hecho, toda la campaña de Romney se basóen la premisa de que la amenaza del presidente Obama de subir ligeramente los impuestos a lasrentas más altas, además de su imprudencia al sugerir que algunos banqueros se habíancomportado mal, estaba paralizando la economía. Por lo tanto, el ambiente mucho menosfavorable a los plutócratas de los años cincuenta debió suponer un desastre para la economía,¿no?

En realidad, en ese momento algunos lo pensaron. Paul Ryan y muchos otros conservadoresmodernos son devotos de Ayn Rand. Bueno, la nación que se derrumbaba, invadida por losparásitos, que describía en la novela La rebelión de Atlas, publicada en 1957, era, básicamente,el Estados Unidos de Dwight Eisenhower.

Por extraño que parezca, los oprimidos ejecutivos que describía Fortune en 1955 no sevolvieron como Galt ni privaron a la nación de su talento. Al contrario, si hemos de creer aFortune, trabajaron más duro que nunca. Y las décadas de impuestos elevados y sindicatos fuertesposteriores a la segunda guerra mundial estuvieron marcadas por un crecimiento económicoespectacular y ampliamente compartido: nada antes ni desde entonces ha sido comparable a laduplicación de la renta media de las familias entre 1947 y 1973.

Lo que nos lleva de nuevo a la cuestión de la nostalgia.Afrontémoslo; hay algunas personas en nuestro panorama político que añoran los días en los

que las minorías y las mujeres sabían cuál era su lugar, los homosexuales debían mantenerlo ensecreto y los congresistas preguntaban: «¿Lo es ahora o lo ha sido alguna vez?». Sin embargo, elresto de nosotros estamos muy contentos de que esos tiempos ya hayan pasado. Ahora somos,desde el punto de vista moral, una nación mucho mejor. Ah, y la comida también ha mejoradomucho.

No obstante, por el camino hemos olvidado algo importante, a saber, que la justiciaeconómica y el crecimiento económico no son incompatibles. El Estados Unidos de los añoscincuenta hizo pagar a los ricos la parte que les correspondía, dio a los trabajadores el poder paranegociar salarios y prestaciones decentes y aun así, contrariamente a lo que la propagandaderechista decía y dice, prosperó. Y podemos volver a hacerlo.

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El mayor engaño fiscal de la historia27 de noviembre de 2017

A Donald Trump le gusta declarar que cada una de las cosas buenas que ocurren mientras ocupa lapresidencia —la creación de puestos de trabajo, el aumento del precio de las acciones, lo que sea— es la más grande, la más extraordinaria y la mejor que ha habido. Después, aquellos que sededican a confirmar la veracidad de los hechos investigan y determinan de inmediato que laafirmación es falsa.

Sin embargo, lo que está ocurriendo en el Senado en este preciso momento realmente merecelos superlativos trumpianos. El proyecto de ley que los líderes republicanos están tratando deaprobar esta semana sin sesiones, sin tiempo incluso para un análisis básico de su posible impactoeconómico, es el mayor engaño de la historia. Es una estafa tan grande que ni siquiera queda claroa quién están estafando: a los contribuyentes de clase media, a la gente a la que le importan losdéficits presupuestales o a ambos.

No obstante, una cosa está clara: de una u otra forma, el proyecto de ley dañará a la mayoríade los estadounidenses. Los únicos grandes ganadores serían los ricos —en especial aquelloscuyos ingresos provienen principalmente de sus activos más que de ocupaciones reales—, apartede los abogados fiscales que harán su agosto explotando las muchas lagunas que genera lalegislación.

El meollo del proyecto de ley es una enorme redistribución del ingreso de las familias derentas bajas y medias a las corporaciones y propietarios de negocios. Las tasas de los impuestosde sociedades disminuirán visiblemente, mientras que las familias corrientes se verán afectadaspor una serie de cambios fiscales, ninguno de los cuales es gran cosa, pero que en conjuntorepresentarán un importante aumento a los impuestos para casi dos terceras partes de loscontribuyentes de clase media.

Además, el proyecto de ley revocará parte del Obamacare, de tal forma que reducirá demanera drástica la ayuda para las familias de bajos ingresos y aumentará el costo de lainfraestructura para muchos de clase media.

Tal vez se pregunten cómo es posible que pueda aprobarse una ley así en el Senado. Pero ahíes donde entra la estafa.

Aunque intrínsecamente la estructura del proyecto de ley implica elevar los impuestos a laclase media, el proyecto de ley también incluye varias exenciones fiscales que, en un principio,compensarían estos aumentos de impuestos. En consecuencia, en los primeros años, la mayoría delas familias de clase media verían modestos recortes fiscales.

No obstante, la palabra clave aquí es «temporal». Todas esas exenciones fiscales sereducirán con el tiempo o tienen programada una fecha de caducidad en algún momento; para 2027el proyecto de ley es, como he dicho, un aumento de impuestos a la clase media usado para pagarlos recortes fiscales que benefician principalmente a los ricos.

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¿Por qué alguien querría escribir un proyecto de ley lleno de disposiciones que se evaporancon el tiempo? No tiene ninguna lógica económica desde el punto de vista de las políticaspúblicas. En cambio, tiene que ver directamente con salirse con la suya, crear un espacio seguropara las evasivas políticas.

Les diré cómo funciona: si señalan que el proyecto de ley favorece enormemente a los ricos aexpensas de las familias corrientes, los republicanos señalarán hacia los próximos años, cuandola naturaleza de la guerra de clases del plan se oscurezca por esas exenciones de impuestostemporales y afirmarán que, sin importar el texto de la ley, el Congreso, de hecho, hará que esasexenciones fiscales sean permanentes más adelante.

Pero si señalan que el proyecto de ley es fiscalmente irresponsable, dirán que «solo»aumenta el déficit 1,5 billones a lo largo de la próxima década y después de eso no aumenta losdéficits en absoluto; porque, verán, esas exenciones fiscales expirarán para 2027, de tal modo quelos aumentos repentinos a los impuestos elevarán bastante los ingresos públicos. Por cierto, laafirmación de que los impuestos a la clase media aumentarán es esencial para aprobar el proyectode ley: solo los proyectos de ley que no elevan los déficits después de diez años pueden evitar laobstrucción y ser promulgados por una mayoría simple en el Senado.

El meollo, claro está, es que ambas afirmaciones no pueden ser verdad. O bien este proyectode ley es un enorme aumento de impuestos a la clase media o un enorme «destroza impuestos».¿Cuál de los dos es? Nadie lo sabe con certeza; probablemente ni la gente que escribió esamonstruosidad. Sin embargo, van a estafar a alguien... y a lo grande.

Ah, ignoren las afirmaciones de que los recortes fiscal para las grandes empresasreactivarían la economía y se pagarían solos. De los 42 economistas ideológicamente diversosque encuestó la Universidad de Chicago sobre el impacto de los planes fiscales republicanos, solouno estuvo de acuerdo en que conducirían a un crecimiento económico importante, mientras queninguno estuvo en desacuerdo con la afirmación de que aumentarían de manera considerable ladeuda de Estados Unidos.

Entonces, estamos ante una estafa inmensa. Aunque la naturaleza exacta de la estafa puede noparecer clara, las familias estadounidenses comunes acabarían siendo las víctimas de cualquierforma.

Supongamos que esas exenciones fiscales acaban siendo permanentes, de tal modo que eldéficit presupuestario aumenta a largo plazo. Y luego, ¿qué? Conocen la respuesta: losrepublicanos volverían de nuevo a autodefinirse como «los halcones del déficit» y exigirían una«reforma de subsidios»; es decir, recortes en el Medicare, Medicaid y la Seguridad Social,programas de los que dependen las familias corrientes. De hecho, ya están hablando de esosrecortes; encendieron el interruptor incluso antes de que los incautos mordieran el anzuelo.

¿Lograrán sacar adelante esta enorme estafa? La razón por la que están tramitando la ley tandeprisa en el Senado, sin una sola sesión y sin que los árbitros oficiales del Congreso puedanrealizar una evaluación completa, es su esperanza de que pueda aprobarse antes de que la gente sedé cuenta de sus intenciones.

La pregunta es si hay suficientes republicanos y senadores con principios, que crean que laspolíticas no se deben vender con mentiras, para que detengan la prisa de este zángano.

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La estafa fiscal de Trump, segunda fase18 de octubre de 2018

Cuando estaba a punto de promulgarse la rebaja tributaria de Trump, la llamé la «mayor estafafiscal de la historia» e hice una predicción: que los déficits se dispararían, y cuando lo hiciesen,los republicanos volverían a fingir que les preocupa la deuda y exigirían recortes del Medicare(sanidad para mayores), el Medicaid (sanidad para personas sin recursos) y la Seguridad Social.

Cómo no, el déficit se está disparando. Y esta semana Mitch McConnell, presidente de lamayoría del Senado, tras declarar que el aumento de los números rojos es «muy inquietante»,pedía, lo han adivinado, recortes en «el Medicare, la Seguridad Social y el Medicaid». Tambiéninsinuaba que los republicanos podrían revocar la Ley de Atención Sanitaria Asequible —privando de cuidados médicos a decenas de millones de estadounidenses— si les va bien en laselecciones de mitad de mandato.

Cualquier analista político que no lo hubiera visto venir debería buscarse otra profesión. Alfin y al cabo, «hacer pasar hambre a la bestia» —rebajarles los impuestos a los ricos, y despuésusar el consiguiente déficit como excusa para despedazar el colchón de seguridad— ha sido desdehace décadas una estrategia del Partido Republicano.

Y cualquiera que pregunte por qué los republicanos creían en la afirmación de que la rebajade impuestos se pagaría por sí sola, es un ingenuo. Independientemente de lo que hayan dicho,nunca creyeron que la rebaja no afectaría al déficit; la forzaron porque era lo que querían losdonantes ricos, y porque su postureo como halcones del déficit ha sido siempre una farsa.Realmente no es que se creyesen el disparate económico; sería más preciso decir que el disparateeconómico los compró a ellos.

Dicho eso, hasta a mí me han sorprendido dos cosas en este inmenso dar gato por liebre delos republicanos. Una es el momento que han escogido: habría esperado que McConnell semordiese la lengua hasta pasadas las elecciones parciales. La otra son las mentiras: sabía queDonald Trump y sus aliados no dirían la verdad, pero no esperaba que las mentiras fuesen tandescaradas.

¿Sobre qué mienten? Para empezar, sobre las causas de ese aumento del déficit, que segúnellos se debe a un mayor gasto y no a la pérdida de ingresos. Mick Mulvaney, directorpresupuestario de Trump, llegó incluso a decir que la subida del déficit se debe a las ayudas paralos afectados por los huracanes.

La endeble justificación de dichas afirmaciones es que, en dólares, los ingresos federales hanaumentado ligeramente respecto al año anterior, mientras que el gasto ha aumentadoaproximadamente un 3%. Pero ese es un argumento absurdo, y todo el mundo lo sabe. Tanto losingresos como los gastos suben normalmente todos los años debido a la inflación, el aumento de la

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población y otros factores. Los ingresos durante el segundo mandato de Barack Obama crecieronmás del 7% anual. Las causas del aumento del déficit se miden por cuánto nos hemos desviado deese crecimiento normal, y la respuesta es que todo se debe a la rebaja de impuestos.

Sin embargo, la falsedad acerca de las causas del déficit es una táctica más o menos habitualde los republicanos. La novedad es la ambigüedad que impregna el postureo republicano respectoal presupuesto y, para ser justo, al resto de temas políticos importantes. ¿A qué me refiero? Bueno,piensen en el hecho de que mientras McConnell culpa de los déficits a los «derechosreconocidos» (es decir, el Medicare y la Seguridad Social) y declara (falsamente) que elMedicare en concreto es «insostenible», el Comité de Acción Política de Ryan ha acusado a losdemócratas de querer recortar el Medicare. El cinismo es pasmoso.

Claro que no es menos cínico el comportamiento de republicanos como Dean Heller, JoshHawley e incluso Ted Cruz, que votaron a favor de revocar la Ley de Atención SanitariaAsequible, que protege a los estadounidenses con afecciones preexistentes, o que han apoyado unademanda para retirar esa protección incluida en dicha ley, y que en la actualidad se presentanafirmando que quieren... proteger a las personas con afecciones preexistentes.

Lo que quiero decir es que estamos en una campaña en la que la postura que uno de losbandos afirma tener sobre todas las cuestiones principales es la opuesta a su verdadera posición.Los republicanos han concluido que no pueden ganar un debate sobre estos temas, pero en lugar decambiar sus políticas, esparcen nubes de tinta esperando que los votantes no se den cuenta de cuáles su posición real.

¿Por qué creen que la estrategia puede funcionarles? Evidentemente, la principal respuesta esel desprecio que sienten por sus propios partidarios, muchos de los cuales obtienen la informaciónde Fox y otros medios propagandísticos que siguen a rajatabla la línea del partido. E incluso alapelar a los partidarios que se informan en otras fuentes, los republicanos piensan que puedenneutralizar la profunda impopularidad de sus actuales políticas falseando sus posiciones, y ganarapostando por el racismo y el miedo.

Pero seamos claros: el cinismo de los republicanos supone también mucho desprecio hacialos medios de comunicación convencionales. Tradicionalmente, los medios informativos se hanmostrado muy poco dispuestos a denunciar la mentira; la necesidad de ir sobre seguro con elperiodismo de réplicas y contrarréplicas ha jugado a favor de los republicanos, por la sencillarazón de que actualmente los políticos republicanos mienten mucho más que los demócratas. Hastala falsedad más descarada tiende a publicarse con titulares que señalan que «los demócratasdicen» que es falso, en vez de afirmar que algo es falso.

En cualquier caso, a estas alturas los republicanos están proclamando que la guerra es la paz,que la libertad es la esclavitud, que la ignorancia es fuerza y que el partido que sigue intentandoacabar con el Medicare es de hecho el mayor defensor del programa. ¿Puede una campaña tanpoco sincera ganar realmente? Lo descubriremos dentro de menos de dos semanas.

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¿Por qué el recorte tributario de Trump se ha quedado en nada?15 de noviembre de 2018

La marea azul de la semana pasada significa que Donald Trump llegará a las elecciones de 2020con un solo logro legislativo importante: la gran rebaja de impuestos para las multinacionales ylos ricos. Así y todo, se suponía que con esa rebaja se conseguirían muchas cosas. Losrepublicanos creían que les daría un gran empuje electoral, y anticipaban mejoras económicasdecisivas. Sin embargo, todo ha quedado en agua de borrajas.

La rentabilidad política, por supuesto, nunca llegó. Y los resultados económicos han sidodecepcionantes. Cierto es que ha habido dos trimestres de crecimiento económico muy rápido,pero esas rachas de crecimiento son bastante normales: en 2014 se produjo una rachasustancialmente mayor y prácticamente nadie se dio cuenta. Y este crecimiento ha estadoimpulsado en gran medida por el gasto de los consumidores y... sorpresa, el gasto público, que noes lo que prometieron los que rebajaron los impuestos.

Por otra parte, no hay ni rastro del enorme aumento de la inversión que prometían losdefensores de esta ley. Las multinacionales han usado los beneficios obtenidos gracias a la rebajafiscal principalmente para recomprar sus propias acciones y no para crear puestos de trabajo yampliar su capacidad.

Pero ¿por qué han sido tan mínimas las repercusiones de la bajada de impuestos? Dejando aun lado los cambios llenos de fallos técnicos aplicados a los impuestos de las personas físicas,que mantendrán a los contables ocupados durante años, la parte esencial de la ley era una enormerebaja del impuesto de sociedades. ¿Por qué no ha servido para aumentar la inversión?

La respuesta, diría yo, es que las decisiones empresariales son mucho menos sensibles a losincentivos financieros —incluidos los tipos impositivos— de lo que afirman los conservadores. Yreconocer esa realidad no solo debilita la defensa de la rebaja de impuestos impulsada porTrump: debilita la doctrina económica republicana en su conjunto.

Sobre las decisiones empresariales: es un sucio secreto del análisis monetario que loscambios en los tipos impositivos afectan principalmente a la economía a través de su impacto enel mercado inmobiliario y en el valor internacional del dólar. Cualquier efecto directo sobre lainversión empresarial es tan pequeño que hasta resulta difícil observarlo en los datos. Lo queimpulsa la inversión es más bien la percepción sobre la demanda del mercado.

¿A qué se debe esto? Una de las razones principales es que las inversiones empresarialestienen una vida útil relativamente breve. Si se están planteando pedir una hipoteca para comprarseuna casa que les durará muchas décadas, el tipo de interés tiene mucha importancia. Pero si piensaen pedir un préstamo para, por ejemplo, comprar un ordenador de trabajo que se estropeará o sevolverá obsoleto en pocos años, el tipo de interés será una consideración menor al decidir si haceo no la compra.

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Y la misma lógica es válida para los tipos impositivos: no hay muchas posibles inversionesempresariales que valga la pena hacer con el actual tipo del 21% y que no mereciesen la pena al35%, el tipo anterior a la rebaja tributaria de Trump.

Estos beneficios empresariales se deben, en realidad, a situaciones de monopolio, no por larentabilidad de la inversión; es por eso que estas reducciones fiscales sobre los beneficiosconstituyen un regalo y desincentivan la inversión y la contratación.

Ahora bien, los defensores de la rebaja tributaria, incluyendo los propios economistas deTrump, dieron especial importancia al hecho de que ahora tengamos un nuevo mercado mundial decapitales en el que el dinero fluye hacia aquellos lugares donde obtiene una mayor rentabilidaduna vez pagados los impuestos. Y apuntaron a países con impuestos de sociedades bajos, comoIrlanda, que parecen atraer mucha inversión.

Pero la palabra clave aquí es «parecen». Las multinacionales tienen un fuerte incentivo paramanipular sus cuentas —perdón, alterar los costes de transacción intracompañía— de tal maneraque los beneficios declarados aparecen en las jurisdicciones con baja tributación, y esto a su vezconduce sobre el papel a grandes inversiones en el extranjero. Pero estas inversiones son muchomás bajas de lo que parecería a simple vista. Por ejemplo, las enormes cantidades que lasmultinacionales supuestamente han invertido en Irlanda han tenido como resultado una creaciónsorprendentemente baja de puestos de trabajo y poquísimos ingresos para los irlandeses, porquela mayor parte de esa enorme inversión en Irlanda no es sino ficción contable.

Ahora ya sabe usted por qué el dinero que las empresas estadounidenses declararon haberrepatriado cuando se redujeron los impuestos no ha tenido repercusión en los empleos, lossalarios y la inversión: en realidad no se movió nada. Se trató de una simple maniobra contable,prácticamente sin impacto en nada real. El resultado de la bajada del impuesto de sociedades esque las sociedades pagan menos impuestos. Punto. Lo que me lleva al problema de la doctrinaeconómica conservadora.

Esa doctrina trata exclusivamente de la supuesta necesidad de dar a los ya privilegiadosincentivos para hacer cosas buenas por los demás. Debemos, dice la derecha, recortarles losimpuestos a los ricos para animarles a trabajar duro, y bajar los impuestos a las rentas de capitalpara estimular la inversión en Estados Unidos.

Pero esta doctrina sigue fallando en la práctica. La bajada de impuestos de George W. Bushno provocó una expansión; la subida de impuestos de Barack Obama no provocó una depresión.Los recortes de impuestos en Kansas no impulsaron la economía del estado; las subidas deimpuestos en California no frenaron el crecimiento.

Y con la bajada de impuestos de Trump, la doctrina ha vuelto a fallar. Por desgracia, esdifícil conseguir que los políticos entiendan algo cuando las aportaciones de fondos a su campañaelectoral dependen de que no lo entiendan.

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La rebaja fiscal de Trump es todavía peor de lo que habéis oído1 de enero de 2019

La rebaja fiscal de 2017 ha recibido comentarios bastante negativos en la prensa, y con razón. Suspartidarios hicieron grandes promesas sobre un aumento de las inversiones y de los salarios, ytambién aseguraron a todo el mundo que se pagaría sola; nada de eso ha sucedido.

Sin embargo, la cobertura mediática no ha sido suficientemente negativa. El relato que sesuele leer es algo parecido a esto: la rebaja fiscal ha hecho que las empresas repatrien dinero,pero lo han utilizado para la readquisición de acciones, en lugar de para subir los salarios, y elestímulo al crecimiento ha sido modesto. No suena bien, pero sigue siendo mejor que la realidad:lo cierto es que no han repatriado ningún dinero y es probable que la rebaja fiscal haya reducidola renta nacional. De hecho, al menos el 90% de los estadounidenses acabará siendo más pobrepor culpa de dicha rebaja.

Permítanme que explique cada punto por separado.En primer lugar, cuando se dice que las empresas estadounidenses han «repatriado dinero» a

lo que se refiere es a los dividendos que las filiales en el extranjero han pagado a sus empresasmatrices. En efecto, estos dividendos aumentaron durante un breve período de tiempo en 2018,cuando la legislación fiscal hizo que fuera ventajoso transferir algunos activos de la contabilidadde esas filiales a las sociedades matrices; estas transacciones también aparecieron como unareducción de la moderada participación de las matrices en las filiales, es decir, como unainversión directa negativa (Figura 1).

Sin embargo, estas transacciones son simplemente reorganizaciones de la contabilidad de lasempresas con fines fiscales; no se corresponden necesariamente con nada real. Supongamos queMultinational Megacorp USA decide que su filial, Multinational Mega Ireland, tiene que transferiralgunos activos a la matriz. Esto producirá la clase de movimiento simultáneo y opuesto de losdividendos y la inversión directa que se observa en la Figura 1. Pero el balance general de laempresa, que siempre incluyó los activos de MM Ireland, no ha cambiado en absoluto. No se hantransferido ningunos recursos reales; MM USA ni ha ganado ni ha perdido la capacidad de invertiraquí.

FIGURA 1. DESGLOSE DE BENEFICIOS DE LA INVERSIÓN DIRECTA

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Fuente: U.S. Bureau of Economic Analysis.

Si lo que se quiere saber es si se están transfiriendo realmente fondos de inversión a EstadosUnidos, lo que debe observar es el balance general de la cuenta financiera o, lo que debería ser lomismo (y se mide de manera más exacta), el inverso del balance de la cuenta corriente. La Figura2 muestra ese balance como porcentaje del PIB y, como se puede apreciar, básicamente no hacambiado nada.

Por tanto, la rebaja fiscal dio lugar a algunas maniobras contables, pero no hizo nada parapromover el flujo de capitales a Estados Unidos.

No obstante, esa rebaja fiscal tuvo un importante efecto internacional: ahora pagamos másdinero a los extranjeros.

Debemos tener presente que el único resultado claro y abrumador de la rebaja fiscal es ungran exención para las empresas: los ingresos fiscales federales procedentes de la renta de lassociedades se han hundido (Figura 3).

La cuestión fundamental que se ha de entender es que, en el sistema empresarial globalizadoactual, una gran parte del sector empresarial de cualquier país, incluido el nuestro, está en manosextranjeras, ya sea directamente porque las empresas son filiales extranjeras o indirectamenteporque los extranjeros poseen acciones estadounidenses. De hecho, una tercera parteaproximadamente de los beneficios empresariales estadounidenses básicamente van a parar aciudadanos extranjeros, lo que significa que una tercera parte de la rebaja fiscal fluyó alextranjero, en lugar de permanecer en el país. Probablemente, esto tuvo más peso que cualquierefecto positivo en el crecimiento del PIB. Por tanto, es probable que la rebaja fiscal volviera aEstados Unidos más pobre, no más rico.

FIGURA 2

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*

Fuente: U.S. Bureau of Economic Analysis.

FIGURA 3. RECAUDACIÓN IMPUESTO DE SOCIEDADES

Fuente: U.S. Bureau of Economic Analysis.

Y, sin duda, empobreció a la mayoría de los estadounidenses. Aunque dos terceras partes dela rebaja fiscal a las empresas haya sido para residentes en Estados unidos, el 10% más rico de lapoblación posee el 84% de las acciones. Todos los demás apenas verán algún beneficio.

Mientras tanto, como la rebaja fiscal no se está pagando sola, a la larga habrá que sufragarlade otro modo, ya sea subiendo otros impuestos o recortando el gasto en programas que lapoblación aprecia. El costo de estos aumentos o recortes se concentrará mucho menos en el 10%

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más rico que el beneficio de la reducción de impuestos original. Así pues, es casi seguro que a lainmensa mayoría de los estadounidenses estará peor gracias al único éxito legislativo importantede Trump.

Como ya he dicho, ni siquiera la cobertura mediática, esencialmente negativa, transmite todoel mal que está haciendo este asunto.

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La economía de cobrar más impuestos a los que más ganan5 de enero de 2019

No tengo ni idea de cómo de bien se desenvolverá Alexandria OcasioCortez, conocida por susiniciales «AOC», como congresista, pero su elección ya tiene un propósito valioso. Verán: la solaidea de tener a una mujer joven, elocuente y telegénica, que no es blanca, tiene enloquecidos amuchos en la derecha, y en su locura no se dan cuenta de que se revelan tal como son.

Algunas de las revelaciones son culturales: la histeria por un vídeo de AOC bailando en launiversidad dice mucho, no sobre ella, sino sobre los histéricos. Sin embargo, en ciertos sentidoslas revelaciones más importantes son intelectuales: la denuncia que hace la derecha de las ideaspolíticas «descabelladas» de AOC nos ayuda bastante bien a recordar quiénes son los locos enrealidad.

La controversia del momento consiste en que AOC está a favor de un impuesto de entre el 70y el 80% para los que más ganan, lo cual es evidentemente una insensatez, ¿no? Digo, ¿quién creeque eso tiene sentido? Solo personas ignorantes como... este, Peter Diamond, premio Nobel deEconomía y se podría decir que el máximo experto en finanzas públicas en el mundo (aunque losrepublicanos impidieron su nombramiento en el Consejo de la Reserva Federal con el argumentode que no estaba calificado. En serio). Además, es una medida política que nadie habíaimplementado, aparte de... Estados Unidos, durante los treinta y cinco años posteriores a lasegunda guerra mundial, lo que incluye el período más exitoso de crecimiento económico denuestra historia.

Para ser más específico, Diamond, en colaboración con Emmanuel Saez —uno de nuestrosprincipales expertos en desigualdad— calculó que la tasa fiscal óptima era de un 73 %. Algunosproponen que debería ser más alta: Christina Romer, una importante macroeconomista y exdirectora del Consejo de Asesores Económicos del presidente estadounidense Barack Obama,estima que debería estar por encima del 80%.

¿De dónde salen estos números? El análisis de Diamond-Saez se basa en dos supuestos:disminuir la utilidad marginal y los mercados competitivos.

Disminuir la utilidad marginal es la idea —derivada del sentido común— de que un dólaradicional vale mucho menos en términos de satisfacción para las personas que tienen ingresos muyelevados que para las de bajos ingresos. Den 1.000 dólares adicionales a una familia con uningreso anual de 20.000 dólares, y verán cómo les cambia la vida. Den 1.000 dólares extra a untipo que gana un millón de dólares, y apenas lo notará.

En términos de política económica, esto significa que no debería importarnos qué efectostiene una política en los ingresos de los muy ricos. Una política que hace a los ricos un poco máspobres afectará solo a un puñado de personas, y apenas afectará su satisfacción de vida, debido aque seguirán pudiendo comprar cualquier cosa que quieran.

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Entonces, ¿por qué no imponerles una tasa del ciento por ciento? La respuesta es que estoeliminaría cualquier incentivo para hacer lo que sea que hagan para ganar esa cantidad, lo cualdañaría a la economía. En otras palabras, la política fiscal hacia los ricos no debería estarrelacionada en absoluto con los intereses de los ricos, per se, sino que solo debería interesarse encómo los efectos de los incentivos cambian el comportamiento de los ricos, y cómo esto afecta alresto de la población.

Aquí es donde entran los mercados competitivos. En una economía perfectamentecompetitiva, sin ningún poder monopólico u otras distorsiones —que es el tipo de economía quelos conservadores quieren hacernos creer que tenemos— a todos se les paga su productomarginal. Es decir, si te pagan 1.000 dólares por hora, es porque cada hora adicional que trabajasañade un valor de 1.000 dólares al rendimiento de la economía.

Sin embargo, en ese caso, ¿por qué nos importa cuánto trabajan los ricos? Si un hombre ricotrabaja una hora extra, agregando con ello 1.000 dólares a la economía, pero se le pagan 1.000dólares por su esfuerzo, el ingreso combinado de todos los demás no cambia, ¿o sí? Ah, pues sícambia: porque paga impuestos sobre esos 1.000 dólares adicionales. Así que el beneficio socialde hacer que los individuos con ingresos elevados trabajen un poco más son los ingresos fiscalesque genera ese ingreso adicional; a la inversa, el costo de que trabajen menos es la reducción enlos impuestos que pagan.

O digámoslo de manera más sucinta: cuando les cobramos impuestos a los ricos, lo único quedebería importarnos es cuánto recaudamos al final. La tasa fiscal óptima que se cobra a los quetienen ingresos muy elevados es la tasa que eleva el ingreso máximo posible.

Y eso es algo que podemos estimar, teniendo en cuenta la evidencia sobre la sensibilidad delos ingresos de los ricos antes de aplicar las tasas impositivas. Como dije, Diamond y Saezfijaron la tasa óptima en un 73%, Romer en un 80%, lo cual coincide con lo que AOC dijo.

Un comentario aparte: ¿qué pasaría si tenemos en cuenta la realidad de que los mercados noson perfectamente competitivos, de que existe mucho poder en manos de los monopolios? Larespuesta es que esto casi seguramente justifica impuestos todavía más altos, dado que son laspersonas de ingresos elevados las que supuestamente obtienen muchas de esas rentasmonopolistas.

Así que AOC, lejos de demostrar su locura, está perfectamente en línea con una investigacióneconómica seria (he oído que ha estado hablando con algunos economistas muy buenos). Suscríticos, en cambio, son los que tienen ideas políticas alocadas, y la política fiscal está en elcentro de su insensatez.

Verán: los republicanos casi de manera generalizada defienden los impuestos bajos a losricos, con el argumento de que los recortes fiscales a los más ricos tendrán enormes beneficios enla economía. Esta afirmación se basa en la investigación de... bueno, de nadie. No existe ningúncuerpo de investigación serio que sustente las ideas fiscales del Partido Republicano, porque laevidencia existente está en contra de esas ideas de manera abrumadora.

FIGURA 4. TASA MARGINAL MÁXIMA Y CRECIMIENTO

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Fuentes: Urban-Brookings Tax Policy Center, U.S. Bureau of Economic Analysis.

Analicen la historia de la tasa marginal superior del impuesto sobre la renta, izquierda, encomparación con el crecimiento en el PIB real per cápita. (A la derecha, medido durante diezaños, para compensar fluctuaciones a corto plazo.)

Lo que vemos es que Estados Unidos solía cobrar impuestos muy elevados a los ricos —máselevados de los que propone AOC— y le fue bien. Desde entonces las tasas fiscales handisminuido y si algo podemos decir es que a la economía le ha ido menos bien.

¿Por qué los republicanos se apegan tanto a una teoría fiscal que no tiene apoyo alguno porparte de los economistas neutrales y que refutan todos los datos disponibles? Bueno, pregúntensequién se beneficia de los bajos impuestos a los ricos y la respuesta es obvia.

Además, dado que las arcas del partido exigen adhesión a una economía absurda, el partidoprefiere a «economistas» que son un fraude evidente y que ni siquiera pueden falsear sus cálculosde manera efectiva.

Esto me lleva de vuelta a AOC y el continuo esfuerzo para retratarla como una chicaignorante y poco de fiar. Bueno, en cuanto a la cuestión fiscal, solo está repitiendo lo que dicenlos buenos economistas, y desde luego sabe más de economía que casi cualquiera en el caucus delPartido Republicano, en parte porque no «sabe» cosas que no son ciertas.

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Elisabeth Warren y Teddy Roosevelt28 de enero de 2019

Estados Unidos inventó la fiscalidad progresiva. Hubo un tiempo en que los principales políticosestadounidenses estaban orgullosos de proclamar su determinación de gravar a los más ricos, nosolo por la recaudación en sí, sino para limitar la concentración excesiva del poder económico.

Theodore Roosevelt dijo en 1906: «Es importante combatir los problemas relacionados conlas enormes fortunas que se han amasado», algunas de las cuales «han superado los límitessaludables».

De nuevo nos encontramos en una era de extraordinaria riqueza concentrada en las manos deunos cuantos: el valor neto del 0,1% de los estadounidenses más ricos es casi igual al valorcombinado de 90% de los más pobres. Y esta concentración de la riqueza va aumentando; comoafirmó Thomas Piketty en una célebre frase de su libro El capital en el siglo XXI, parece que nosdirigimos hacia una sociedad dominada por vastas fortunas, a menudo heredadas.

¿Podrán los políticos actuales estar a la altura del desafío? Pues bien, Elizabeth Warrenpresentó una propuesta impresionante para gravar a quienes poseen una riqueza extrema. Almargen de que se convierta en la candidata demócrata para la presidencia, es positivo para elpartido que un plan tan brillante y atrevido genere debate.

La propuesta de Warren incluye un impuesto anual del 2% al valor neto de cada hogar porencima de los 50 millones de dólares, más un 1% adicional al patrimonio que supere los 1.000millones de dólares. Esta propuesta se divulgó junto con un análisis de Emmanuel Saez y GabrielZucman, de la Universidad de Berkeley, dos de los expertos más destacados del mundo endesigualdad.

Saez y Zucman calculan que este impuesto afectaría solo a un número pequeño de personasmuy ricas, alrededor de 75.000 hogares. Pero como estos hogares son tan ricos, representaría unaenorme cantidad para la recaudación, alrededor de 2,75 billones de dólares en la siguientedécada.

Que nadie se engañe: es un plan muy radical.Le pregunté a Saez cuánto recaudaría la proporción de la renta (en vez del patrimonio) que la

élite económica paga en impuestos. Según las cifras que obtuvo, elevaría la tasa de impuestospromedio para el 0,1% más rico del 36 al 48%, y colocaría el promedio de impuestos gravados al0,01% más rico en el 57%. Son números muy altos, aunque son comparables, en general, con lastasas de impuestos promedio de los años cincuenta.

¿Sería posible aplicar este plan? ¿Los ricos no encontrarían la forma de darle la vuelta? Saezy Zucman opinan, basándose en la experiencia de Dinamarca y Suecia —países que solían tenerimpuestos al patrimonio significativos—, que no provocaría una evasión a gran escala si seaplicara a todos los activos y se hiciera cumplir de manera efectiva.

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¿No perjudicaría a los incentivos? Probablemente, no mucho. Pensemos en ello: ¿cuántodisuadiría a los empresarios la perspectiva de que, si sus grandes ideas tuvieran éxito, tendríanque pagar impuestos adicionales por sus «segundos» 50 millones de dólares?

Es cierto que el plan de Warren limitaría la capacidad de quienes ya son increíblemente ricosde incrementar aún más sus fortunas y legárselas a sus herederos. Sin embargo, frenar o revertirnuestra deriva hacia una sociedad regida por dinastías oligárquicas es una cualidad, no un defecto.

Y también me han llamado la atención las reacciones de expertos en cuestiones fiscales comoLily Batchelder y David Kamin; aunque no respaldan necesariamente el plan de Warren, esevidente que lo consideran serio y digno de consideración. Kamin escribe que «ha abordado unproblema real» y ha «apostado fuerte, como debe ser». The New Times afirma que Warren haestado «empollando a fondo»; bueno, ha impresionado a los nerds.

Con todo, hay que preguntarse si ideas tan atrevidas tienen futuro en la políticaestadounidense del siglo XXI. Por supuesto, los aguafiestas habituales ya comparan a Warren conNicolás Maduro e incluso con Iósif Stalin, a pesar de que en realidad es más parecida a TeddyRoosevelt o, en todo caso, a Dwight Eisenhower. Un aspecto más importante es, me parece, quegran parte de la sabiduría política convencional todavía supone que las propuestas para aumentarde manera considerable los impuestos a los ricos son demasiado de izquierdas para los electoresestadounidenses.

Sin embargo, los sondeos muestran un apoyo abrumador a la idea de subir los impuestos alos ricos. Una encuesta reciente revelaba que el 45% de quienes se identifican como republicanosapoya la propuesta de Alexandria Ocasio-Cortez de imponer una tasa del 70% a los más ricos.

Por cierto, las encuestas también muestran un enorme respaldo público a un aumento, no a unrecorte, del gasto en Medicare y la Seguridad Social. Pero, por extraño que parezca, rara vez lospolíticos que piden una «reforma de las prestaciones» son descalificados por estar demasiado a laderecha como para tomarlos en serio.

Y no solo las encuestas indican que un ataque valiente contra la desigualdad económicapodría ser factible políticamente. Los politólogos que estudian el comportamiento de losmultimillonarios han descubierto que, aunque muchos de ellos presionan para que se bajen losimpuestos, lo hacen más o menos en secreto, probablemente porque son conscientes de loimpopular que es su postura. Por cierto, esta «política sigilosa» explica por qué losmultimillonarios pueden parecer mucho más progresistas de lo que en realidad son; solo los pocosprogresistas que hay entre ellos se pronuncian en público.

La conclusión es que podría haber mucho más margen para aplicar un programa progresistaaudaz del que han soñado la mayoría de los comentaristas políticos. Y Elizabeth Warren ha dadoun paso importante en ese sentido, empujando a su partido a apostar fuerte. Confiemos en que susrivales, algunos de los cuales son también impresionantes, sigan su ejemplo.

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Guerras comerciales

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Las globobadas y la reacción en contra

Inicié mi carrera profesional trabajando sobre el comercio internacional. Mi labor en este ámbitoy en el tema relacionado de la geografía económica (el comercio y la localización de laproducción en el espacio en general, y también dentro de los países y entre ellos) es la más citadaen Google Scholar y me valió el premio sueco.

Así pues, estoy facultado para contar un pequeño y sucio secreto: el comercio internacional yla política comercial internacional no son tan importantes como la gente piensa.

No quiero decir que no sean importantes. En realidad, son cruciales para muchos países: si,por ejemplo, Bangladesh perdiera la capacidad de vender productos que requieren mucha mano deobra, principalmente ropa, en los mercados mundiales, el país podría sufrir, literalmente, unahambruna masiva. Sin embargo, en el caso de países grandes como Estados Unidos lo quehagamos con respecto al comercio, esté bien o mal, es mucho menos importante que, por ejemplo,el lío que hemos montado con la asistencia sanitaria.

Sin embargo, el comercio internacional ocupa un lugar especial en el discurso tantoeconómico como político por varias razones.

A los economistas les encanta insistir en los beneficios del comercio internacional porque esuno de esos lugares donde la economía realmente proporciona información que a la mayoría de lagente se le escapa.

A muchas personas les parece de sentido común que un país gane cuando registra unsuperávit comercial, es decir, cuando vende más de lo que compra; que un país no pueda competirsi es menos productivo que sus socios comerciales; que si un país consigue vender productosbasados en salarios bajos en lugar de en una elevada productividad, tenga que ser perjudicandolos niveles de vida de otros países.

A los economistas les encanta explicar por qué nada de esto es cierto. El comercio, por logeneral, beneficia a ambas partes de la transacción, registren un déficit o un superávit (aunque nobeneficia necesariamente a todas las personas en el interior de cada país). Incluso los países conbaja productividad pueden beneficiarse del comercio concentrándose en las cosas que hacenmenos mal (que es donde es relevante el ejemplo de Bangladesh). Estos países con bajaproductividad ofrecen necesariamente a sus trabajadores salarios bajos, pero eso no perjudica alos países más ricos, ya que esos salarios bajos les permiten comprar baratos bienes querequieren mucha mano de obra mientras ellos producen otras cosas.

Así pues, los economistas hablan mucho del comercio, probablemente más de lo que el temase merece, porque es un ámbito en el que se sienten triunfantes intelectualmente.

A las personas que reflexionan mucho sobre las relaciones internacionales también les gustahablar del comercio porque el actual sistema de comercio que rige el mundo es uno de los triunfosde la diplomacia internacional. Antes de la segunda guerra mundial, los países imponían aranceles(impuestos a las importaciones) y cuotas que limitaban las importaciones cuando les venía en

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gana, y normalmente afirmaban actuar en aras del interés nacional, pero a menudo tambiénrespondían a intereses internos particulares. Sin embargo, después de la guerra se fueron sumandocada vez más países a un sistema basado en normas, en el que las naciones negocian entre sí losaranceles, y con el tiempo establecieron procedimientos cuasi judiciales para resolver lasdisputas cuando un país acusa a otro de infringir las normas.

Este sistema fue creado con el convencimiento de que haría al mundo más rico. Pero eso nofue todo: también se pretendía promover la paz. Los estadistas estadounidenses que crearon elsistema moderno de comercio mundial, especialmente Cordell Hull, el veterano secretario deEstado de Franklin D. Roosevelt, creían que el comercio contribuía a garantizar la paz y laprosperidad. Por tanto, el sistema mundial de comercio formaba parte del conjunto deinstituciones de la posguerra, como la OTAN y la ONU, que parecían ayudar efectivamente a queel mundo evitara grandes guerras.

Y mientras tanto, el sistema de comercio creó gradualmente un mundo no de comerciototalmente libre, sino de bajos aranceles a la mayoría de los productos manufacturados.

Por último, los debates sobre el comercio internacional (en realidad, sobre prácticamentecualquier cosa que incluya la palabra «internacional») son imanes para las personas a las queatraen las «globobadas», la charla grandilocuente sobre cosas importantes.

Naturalmente, todo aquello que embelesa a los economistas, a los expertos en relacionesinternacionales y a los «globobos» también inspira una reacción en contra. Durante algunos años,esta provino principalmente de la izquierda, de agrupaciones sindicales que afirmaban, con ciertarazón, que el crecimiento del comercio estaba ejerciendo una presión a la baja en los salarios delos obreros, y de grupos más radicales que ven en el comercio mundial una especie de versiónsobrealimentada del capitalismo desenfrenado.

Sin embargo, existe también una reacción en contra del comercio bastante diferente, que notiene nada que ver con las preocupaciones por la justicia social. Proviene de hombres de negociosque no se toman bien que les digan que sus instintos racionales sobre el comercio estánequivocados y responden reforzando sus puntos de vista, rechazando no solo las afirmacionessobre los beneficios del comercio, sino demonizándolas. Algunos todavía recordamos a RossPerot, que advirtió que el libre comercio con México produciría un «fuerte sonido de succión»cuando la industria estadounidense se trasladara al sur.

En 2016, una persona con esta clase de sensibilidad antiintelectual, que cree que su instintoes más listo que cualquiera de los llamados «expertos», se convirtió en presidente de EstadosUnidos. A veces uno se encuentra a personas que intentan argumentar que Donald Trump es mássofisticado de lo que parece, que en realidad no cree que cada vez que registramos un déficitcomercial alguien está robando los valiosos fluidos corporales de Estados Unidos. Sin embargo,todas las pruebas disponibles indican que esto es exactamente lo que cree.

Y esta es la cuestión: Estados Unidos no solo es un enorme actor en la economía mundial,también nuestra legislación sobre el comercio interior fue concebida para limitar la política deintereses especiales en el Congreso y lo consiguió otorgando un inmenso poder discrecional alpresidente. Por consiguiente, Trump está en condiciones de causar una extraordinaria cantidad deestragos en el sistema de comercio mundial. Los artículos de esta sección describen parte de esosestragos.

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¡Oh, qué guerra comercial tan agitada!8 de marzo de 2018

Existe un consenso casi universal entre economistas y líderes empresariales acerca de que losaranceles al acero y el aluminio que desea Donald Trump son una mala idea, y que la guerracomercial generalizada que provocarán esos aranceles sería destructiva. Sin embargo, lasposibilidades de esquivar este desastre de política son pequeñas, porque este es el ejemplo porantonomasia de Trump siendo Trump.

De hecho, los aranceles tal vez sean lo más trumpiano que haya hecho Trump hasta ahora.Después de todo, el comercio (como el racismo) es uno de los asuntos en los cuales Trump

siempre ha sido consistente a lo largo de los años. Ha pasado décadas despotricando en contra deotros países que, según él, perjudican a Estados Unidos por aprovecharse de nuestros mercadosrelativamente abiertos. Además, si sus puntos de vista se basan en una comprensión nula de losproblemas o incluso de los hechos básicos, bien, el trumpismo tiene como único principio laignorancia beligerante generalizada.

Pero, esperen, eso no es todo. Hay una razón por la que tenemos acuerdos comercialesinternacionales y no es porque queramos protegernos de las prácticas injustas de otros países.Más bien, el verdadero objetivo es protegernos de nosotros mismos: limitar las políticas de losgrupos de presión y la corrupción descarada que solía imperar en la política comercial.

Sin embargo, los trumpócratas no creen que la corrupción y el influjo perniciosos de estosgrupos sea un problema. Se podría decir que el sistema de comercio mundial está diseñado, enbuena parte, para evitar que personas como Trump tengan demasiada influencia. Por supuesto quequiere destrozarlo.

Unos pocos antecedentes: al contrario de lo que algunos creen, los manuales de economía nodicen que el libre mercado sea una situación favorable para todos. En cambio, la políticacomercial involucra conflictos de interés muy reales. Pero estos se dan de una forma abrumadoraentre grupos dentro de cada país, en vez de entre países. Por ejemplo, una guerra comercial encontra de la Unión Europea volvería pobre a Estados Unidos en general, aunque la UE no tomararepresalias (lo cual sí haría). No obstante, beneficiaría a algunas industrias que se enfrentan a unafuerte competencia europea.

Además, el problema es el siguiente: los grupos pequeños que se benefician delproteccionismo suelen tener mayor influencia política que los grupos más grandes que se venperjudicados. Por esta razón, era habitual que el Congreso aprobara proyectos de ley comercialesdestructivos, como la infame Ley de Aranceles Smoot-Hawley de 1930: de un modo u otro, unnúmero suficiente de congresistas fueron sobornados con el fin de promulgar una legislación quecasi todos sabían que era mala para la nación en su conjunto.

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Sin embargo, en 1934, Franklin Delano Roosevelt introdujo una nueva forma de abordar lapolítica comercial: acuerdos recíprocos con otros países, en los cuales intercambiaríamosaranceles rebajados a sus exportaciones por aranceles rebajados a las nuestras. Esta estrategiageneró una nueva serie de grupos de presión: los exportadores, quienes podían ofrecer uncontrapeso a la influencia de los grupos de presión que buscaban protección.

La estrategia de acuerdos recíprocos de Roosevelt provocó que se revirtiera rápidamente laSmoot-Hawley, y después de la guerra evolucionó en una serie de acuerdos comerciales a nivelglobal que crearon un sistema comercial en el mundo que es supervisado en la actualidad por laOrganización Mundial del Comercio. De hecho, Estados Unidos rehízo la política comercial delmundo a su propia imagen. Y funcionó: los acuerdos globales que evolucionaron de la estrategiade aranceles recíprocos redujo de manera importante las primas comerciales en todo el planeta, almismo tiempo que establecieron reglas que limitaban a los países a dar marcha atrás en elcumplimiento de sus compromisos.

El efecto total de la evolución del sistema comercial del mundo ha sido muy beneficioso. Lapolítica arancelaria, que solía ser uno de los aspectos más sucios y corruptos de la política enEstados Unidos y en todos los rincones del planeta, se ha vuelto (aunque no perfecta)notablemente limpia.

Además, yo añadiría que los acuerdos comerciales a nivel mundial son un ejemplosorprendente y alentador de cooperación internacional eficiente. En ese sentido, son unacontribución verdadera, aunque difícil de medir, a la gobernanza democrática y la paz mundial.

Pero llegó Trump.Conforme a la ley comercial de Estados Unidos, escrita para estar en consonancia con

nuestros acuerdos internacionales, el presidente puede imponer aranceles bajo ciertas condicionesestrechamente definidas. Sin embargo, es evidente que los aranceles al acero y el aluminio, quehan sido justificados apelando a la seguridad nacional —un argumento obviamente falso—, nopasan la prueba.

Así que, de hecho, Trump está violando las leyes estadounidenses y sacrificando el sistemamundial de comercio a su favor. Si esta situación llega a convertirse en una guerra comercial agran escala, volveremos a vivir como en los viejos y terribles tiempos. Una vez más, la políticaarancelaria estará regida por el tráfico de influencias y los sobornos, ya no digamos los interesesnacionales.

Sin embargo, eso no molestará a Trump. Después de todo, en esencia tenemos una Agencia deProtección Ambiental que beneficia a los contaminadores, un Departamento del Interior que dirigegente que quiere saquear las tierras federales, un Departamento de Educación gestionado por unaindustria educativa que busca la rentabilidad, etc. ¿Por qué la política comercial tendría que serun caso distinto?

Es verdad que muchas de las grandes empresas y de los ideólogos del libre mercado, quienespensaban que tenían a Trump de su lado, están horrorizados con sus medidas en el tema delcomercio. Pero ¿qué esperaban? Nunca hubo una buena razón para pensar que la políticacomercial estaba a salvo de las depredaciones de Trump.

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Un manual de guerra comercial3 de junio de 2018

En este momento parece estar en marcha una guerra comercial trumpiana y algunos lectores me hanpreguntado cómo es posible. Después de todo, el Congreso no ha votado anular nuestros acuerdoscomerciales y cabe sospechar que tampoco lo haría ni siquiera si Trump solicitara este tipo delegislación: por lo visto, a muchos republicanos no les incomoda que exista la certeza casiabsoluta de que conspiró con una potencia extranjera hostil y de que actualmente está obstruyendola justicia; sin embargo, las actuaciones políticas que podrían bloquear y devaluar muchos activosempresariales son algo totalmente distinto.

Entonces, ¿cómo es que Trump tiene autoridad para hacer esto? Y ¿cuáles son lasconsecuencias para el mundo? Me parece que este podría ser un buen momento para escribir unbreve manual no académico sobre cómo funciona el sistema de comercio y la política comercialestadounidense dentro del mismo.

La cuestión clave que hay que entender sobre este asunto es que el argumento en favor delibre comercio de la teoría económica básica desempeña un papel muy pequeño en la políticaactual, especialmente en las negociaciones comerciales. Esto no se debe a que los responsablespolíticos rechacen este argumento o no lo comprendan; algunos lo hacen y otros no, pero encualquier caso no supone mucha diferencia. (En honor a la verdad, existe bibliografía académicaque sostiene que la economía subyacente es más importante de lo que estoy sugiriendo, un trabajoque considero admirable, pero poco convincente.)

Es cierto que, en los últimos ochenta años, Estados Unidos ha procurado liberalizar más elcomercio gradualmente; esto reflejaba en parte la influencia (muy) indirecta de la teoríaeconómica y en parte la creencia en que una mayor integración económica era buena para la paz yla alianza del mundo libre. Sin embargo, el proceso mediante el que se buscó esa liberalizacióndel comercio tenía que ver con el realismo político y no con ideales abstractos.

Y lo que significa el realismo político en el comercio es que los intereses del productorimportan mucho más que los del consumidor, porque los productores tienden a estar mucho másorganizados y ser mucho más conscientes de lo que hay en juego en cualquier política comercial.Un ejemplo clásico es el del azúcar: durante muchos años, las cuotas de importación de EstadosUnidos mantuvieron los precios en el país varias veces por encima de los niveles mundiales. Losbeneficios de esta política fueron a parar a algunos millares de productores de azúcar, reportandoa cada uno de ellos decenas o centenares de miles de dólares al año. Los costes se repartieronentre decenas de millones de consumidores, de los que la inmensa mayoría no tenía ni idea de queexistiera una cuota de importación.

Dada esta asimetría en la representación, cabría esperar que los intereses de los sectores quecompiten con las importaciones predominen en prácticamente todo lo que podemos producir aquí,provocando un alto grado de proteccionismo. Y así era, de hecho, como solía funcionar la política

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comercial hasta los años treinta.Pero entonces Franklin D. Roosevelt promulgó la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos

(RTAA, por sus siglas en inglés), un sistema, inicialmente, de negociaciones bilaterales en el queEstados Unidos acordaría reducir los aranceles gravados a los productos extranjeros si losgobiernos extranjeros hacían lo mismo con los nuestros. Esto sirvió para cambiar el cálculopolítico, poniendo de relieve los intereses de los sectores exportadores. Las empresasestadounidenses que compiten con las importaciones todavía podrían pedir protección, perotendrían que enfrentarse al contrapeso de los exportadores estadounidenses exigiendo acuerdosque les dieran acceso a los mercados extranjeros.

Se podría decir que la RTAA se basaba en un mal planteamiento económico, que incorporabael supuesto mercantilista de que las exportaciones son buenas y las importaciones, malas. Sinembargo, se trataba de una forma ilustrada de mercantilismo, que creó un proceso que dio buenosresultados económicos en general.

Para que este proceso funcionara, el Congreso necesitaba apartarse de los detalles de lapolítica comercial; en su lugar, permitiría que el poder ejecutivo negociara acuerdos y despuésvotara a favor o en contra de ellos. El resultado, incluso antes de la segunda guerra mundial, fueun significativo retroceso en los aranceles.

Entonces, en 1947, Estados Unidos y sus socios establecieron el Acuerdo General sobreAranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), que, básicamente, creaba unaversión multilateral del mismo sistema. Pienso en el GATT como en un sistema de palancas ytrinquetes. Las palancas (el mecanismo utilizado para liberalizar el comercio gradualmente)consistían en complejas negociaciones («rondas») que se tradujeron en reducciones arancelarias.Los trinquetes, que impedían el retroceso, consistían en normas que impedían a los países renegarde sus compromisos anteriores, excepto en determinadas circunstancias.

FIGURA 1. ARANCELES ESTADOUNIDENSES PONDERADOS SEGÚN EL COMERCIOEXTERIOR A LAS IMPORTACIONES GRAVABLES Y PERÍODOS HISTÓRICOS, 1930-

2008.

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Fuente: Recopilación de la USITC a partir de estadísticas del Departmento de Comercio de Estados Unidos.

¿Por qué hay excepciones? El realismo político, de nuevo. Los creadores del sistema decomercio se dieron cuenta de que este necesitaba cierta flexibilidad, que un sistema de normasdemasiado rígido acabaría siendo frágil y se desmoronaría sometido a la presión de losacontecimientos. Así pues, se otorgó a los países el derecho a imponer nuevos aranceles en lassiguientes circunstancias (los abogados especializados en comercio saben que estoy simplificandoen exceso, pero la esencia vendría a ser esta):

• Perturbación del mercado: un repentino aumento de las importaciones demasiado rápido comopara que los productores nacionales se ajusten, en cuyo caso se les podría dar cierto respiro.

• Seguridad nacional: asegurarse de no depender de potenciales enemigos para bienes cruciales.• Prácticas desleales: aranceles para contrarrestar, por ejemplo, las exportaciones

subvencionadas.• Dumping: cuando las empresas extranjeras parecen estar vendiendo productos a un precio

inferior a su coste en un intento de establecer su dominio en el mercado.

En Estados Unidos, ¿quién determina cuándo se aplica una de estas justificaciones? No es elCongreso: eso volvería a abrir la caja de Pandora que Franklin D. Roosevelt cerró en 1934. En sulugar, se supone que el poder ejecutivo debe seguir un procedimiento cuasi judicial, en el que losorganismos de investigación determinan si se cumple una de esas condiciones y después elpresidente decide si tomar o no medidas.

Pero ¿qué ocurre si Estados Unidos actúa, pero nuestros socios comerciales no lo consideranjustificado? (O, a la inversa, ¿qué pasa si Estados Unidos se opone a las acciones de otro país?)Pueden solicitar un arbitraje internacional, algo que era muy engorroso hasta la creación de laOrganización Mundial del Comercio en 1993, pero que ahora normalmente procede con bastanterapidez.

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Y luego, ¿qué? Supongamos que la OMC descubre que un país ha actuado indebidamente;¿qué poder tiene para hacer valer su resolución? Directamente, ninguno: no hay una flota dehelicópteros negros con base en Ginebra y lista para precipitarse contra los malhechores. En sulugar, la OMC declara efectivamente que la nación infractora está fuera de la ley, otorgando a lossocios comerciales agraviados el derecho a tomar represalias como consideren oportuno.

Históricamente, esa amenaza ha funcionado: países que perdieron casos de la OMC por logeneral dan marcha atrás y cambian sus políticas. ¿Por qué? Porque todo el mundo era conscientede que si las cosas se descontrolaban, podríamos acabar envueltos en una guerra comercial quearruinaría setenta años de progreso.

Lo que nos lleva a Trump.El sistema mundial de comercio es en realidad una estructura bastante notable, un marco que

siempre ha generado un alto nivel de cooperación mundial. Ha sido bastante robusto incluso frentea perturbaciones graves: muy especialmente, el mundo no registró un importante resurgimiento delproteccionismo después de la crisis financiera de 2008. Sin embargo, nunca fue concebido paraenfrentarse a un gran líder mundial que desprecia cualquier cosa que se parezca al estado dederecho.

Anteriores presidentes han utilizado su autoridad para imponer aranceles y no siempre porlos mejores motivos. Incluso Obama impuso un arancel temporal de «perturbación del mercado» alos neumáticos chinos. No obstante, siempre han sido cautos: sus medidas arancelarias fueronlimitadas y la base económica de sus acciones era cuando menos vagamente defendible.

Pero Trump ha seguido adelante e impuesto aranceles utilizando el argumento de la seguridadnacional en un contexto que no tiene sentido. No hay ningún argumento coherente acerca de porqué las importaciones canadienses de aluminio representan una amenaza para la seguridadnacional; aún habrá menos justificación si hace lo mismo con los automóviles. De hecho, suadministración ni siquiera está intentando fingir que intervengan verdaderas preocupaciones enmateria de seguridad nacional. Lo hace simplemente porque puede.

Y lo que es peor, no hay un resultado final obvio. ¿Qué pueden ofrecer los chinos, por nohablar de los europeos y los canadienses, para satisfacerle? ¿El fin de los déficits comerciales deEstados Unidos? Eso no es algo que la política comercial pueda o deba ofrecer.

Y claro que todo el resto del mundo está furioso con Estados Unidos. Eso es importante,porque la política comercial es inherentemente política; incluso si hacer grandes concesiones aTrump fuera una buena estrategia económica, lo que no está nada claro, nuestros aliadosdemocráticos (¿ex aliados?) no van a estar de humor para sumarse.

Así pues, ahora ya saben por qué Trump tiene poder para hacer lo que hace y por qué es unasunto tan importante y perjudicial.

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Volver a corromper los aranceles20 de septiembre de 2018

En tiempos normales, el anuncio de Donald Trump sobre su intención de imponer aranceles porvalor de 200.000 millones de dólares a las mercancías chinas, lo que nos acercaría a una guerracomercial total, habría dominado los titulares durante días. Tal y como están las cosas, la noticiaha pasado casi desapercibida, ahogada por todos los demás escándalos que hay en marcha. Perolos aranceles de Trump son realmente un problema, un gran problema. Su impacto económicodirecto será moderado, aunque ni mucho menos trivial. Pero las cifras no lo son todo. La políticacomercial trumpiana ha destruido, casi alegremente, las reglas que el propio Estados Unidos creóhace más de ochenta años, reglas pensadas para garantizar que los aranceles reflejasen lasprioridades del país, no el poder de intereses particulares. Podría decirse que Trump vuelve acorromper los aranceles. Y el daño será duradero.

Hasta la década de 1930, la política comercial estadounidense era sucia y disfuncional. Noes solo que los aranceles en general fuesen elevados, sino que el grado de protección arancelariay a quién se le imponía se decidía mediante una batalla campal de regateo entre interesesparticulares.

Los costes de este tira y afloja iban más allá de la economía: debilitaron la influencia deEstados Unidos y perjudicaron al mundo en su conjunto. Lo que resulta más significativo es que,tras la primera guerra mundial, Estados Unidos exigió a los países europeos que pagasen susdeudas de guerra, lo que significaba que estos debían obtener dólares a través de susexportaciones, pero al mismo tiempo, Estados Unidos impuso unos aranceles elevados quebloqueaban esas exportaciones obligadas.

Pero el juego cambió en 1934, cuando Franklin D. Roosevelt introdujo la Ley de AcuerdosComerciales Recíprocos. En lo sucesivo, los aranceles habrían de negociarse mediante acuerdoscon gobiernos extranjeros, lo que despertaría en los sectores exportadores un interés por losmercados abiertos. Y estos acuerdos serían sometidos a una votación en el Congreso o en elSenado, y así se reduciría la capacidad de los grupos de interés para comprar un tratamientoespecial.

Esta innovación estadounidense se convirtió en el patrón de un sistema de comercio global,que culminó en la Organización Mundial de Comercio. Y la política arancelaria dejó de serfamosa por su suciedad y se convirtió en una política extraordinariamente limpia.

Ahora bien, los creadores de este sistema sabían que necesitaba cierta flexibilidad paraseguir siendo políticamente viable. De modo que a los gobiernos se les otorgó el derecho aimponer aranceles en un conjunto limitado de circunstancias: para dar a algunos sectores tiempopara adaptarse a un aumento de las importaciones; para responder a prácticas extranjeras injustas;

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o para proteger la seguridad nacional. Y en Estados Unidos, el poder de imponer estos arancelesespeciales recayó en el ejecutivo, con la condición de que desarrollara esta competencia demanera moderada y juiciosa.

Y entonces llegó Trump.Hasta ahora, el presidente ha impuesto aranceles a importaciones estadounidenses valoradas

en 300.000 millones, con tasas que pueden llegar hasta el 25%. Aunque él y su equipo siguenafirmando que es un impuesto a extranjeros, es de hecho una subida de impuestos para EstadosUnidos. Y puesto que la mayor parte de los aranceles se aplican a materias primas y otros insumospara las empresas, esta política tendrá probablemente un efecto paralizador en la inversión y en lainnovación.

Pero el puro impacto económico no es más que una parte de la historia. La otra es laperversión del procedimiento. Hay normas acerca de cuándo puede un presidente imponeraranceles; Trump ha cumplido, a duras penas, la letra de esas normas, pero se ha burlado de suespíritu. ¿Bloquear las importaciones de Canadá en nombre de la seguridad nacional? ¿Deverdad?

Incluso el gran anuncio sobre China, supuestamente como respuesta a las prácticascomerciales injustas, fue básicamente un amaño. China es a menudo un mal actor en la economíainternacional. Pero se supone que este tipo de arancel de represalia debe responder a políticasconcretas y ofrecer al país afectado una forma clara de satisfacer las exigencias estadounidenses.Lo que Trump ha hecho, por el contrario, es atacar basándose principalmente en una vagasensación de agravio, sin que se vislumbre su final.

En otras palabras, en lo que a aranceles se refiere, como respecto a muchas otras cosas,Trump básicamente ha suspendido el sistema de derecho y lo ha sustituido por sus caprichospersonales. Y esto tendrá dos consecuencias desagradables. En primer lugar, abre la puerta a lacorrupción de siempre. Como ya he dicho, la mayoría de los aranceles afectan a los insumos delas empresas, y algunas están recibiendo un trato especial. Por consiguiente, se han impuestoaranceles considerables a la importación de acero, pero a algunos consumidores de acero —incluida la filial estadounidense de una empresa rusa sancionada— se les ha concedido el derechoa importar acero sin pagar aranceles. (La exención de la subsidiaria rusa fue revocada después deque se hizo pública, y los funcionarios afirmaron que se trataba de un «error administrativo».)

¿Cuáles son, entonces, los criterios de estas exenciones? Nadie lo sabe, pero hay muchasrazones para creer que se ha desatado el favoritismo político.

Aparte de eso, Estados Unidos ha echado por la borda su credibilidad negociadora. En elpasado, los países que firmaban acuerdos con Estados Unidos creían que un trato es un trato.Ahora saben que, por muchos documentos que Estados Unidos firme concediéndoles acceso a susmercados, el presidente no dudará en bloquear sus exportaciones, basándose en razonescapciosas, siempre que le venga en gana.

En resumen, aunque es posible que los aranceles de Trump no sean tan grandes (todavía), yanos han convertido en un socio no fiable, un país cuya política comercial está guiada por elamiguismo político, y que tiene muchas probabilidades de incumplir sus promesas siempre que leparezca conveniente. Por alguna razón, no creo que esto vuelva a hacer grande a Estados Unidos.

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Desigualdad

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El sesgo de Estados Unidos

Crecí en una sociedad de clase media. No era igualitaria en absoluto: los directivos de lasgrandes empresas cobraban, por término medio, unas veinte veces más que el trabajadorpromedio. No obstante, la impresión generalizada era que todos, salvo un pequeño grupo depersonas, vivíamos en el mismo universo material.

Eso ya no es así. Los directivos ahora cobran más de trescientas veces más que el trabajadorpromedio. Otros grupos con ingresos elevados también han obtenido enormes beneficios, mientrasque los salarios de los trabajadores corrientes, ajustados a la inflación, o han subido conmoderación o no han aumentado nada en las últimas cuatro décadas.

El sesgo de Estados Unidos, el trasvase de un porcentaje creciente de los ingresos a una élitereducida, ya se hacía claramente visible a finales de los años ochenta. A muchos, entre los que meincluyo, ya nos parecía que era algo malo. No solo significaba que las familias corrientes noestaban compartiendo el progreso económico, también suponía la pérdida de la sensación de viviren una sociedad inclusiva. Por tanto, cabía esperar un debate serio sobre las fuerzas queimpulsaban el aumento de la desigualdad, y acerca de si se podía hacer algo para invertir latendencia.

Lo cierto es que se han elaborado muchos estudios académicos sobre las causas y lasconsecuencias de la desigualdad. Parte de ese trabajo lo están realizando ahora mismo miscolegas del Stone Center for the Study of Socioeconomic Inequality de CUNY, que es donde yoestoy ahora.

Sin embargo también ha habido, como cabía esperar, una invasión de zombis. A fin decuentas, el reconocimiento de que se ha registrado un enorme aumento de la desigualdad podríaacarrear la exigencia de que hagamos algo al respecto. Como resultado, hubo casi desde elprincipio un grupo de gente que negó el problema —algo parecido a los que ahora niegan elcambio climático—, y que afirmaba que la desigualdad no estaba aumentando realmente, o que noimportaba. Abordo esas afirmaciones en el primer artículo de esta sección, publicado en TheAmerican Prospect en 1992. No sorprenderá escuchar que los mismos argumentos que he rebatidodurante todos esos años se siguen esgrimiendo en la actualidad.

Un problema más sutil que aquejó a los debates sobre la desigualdad durante muchos añosimplicaba tres percepciones erróneas generalizadas. La primera era que el aumento de ladesigualdad tenía que ver principalmente con que a los trabajadores altamente cualificados les ibamejor que a los menos formados, en contraposición al pequeño subconjunto de los bien formadosque se distanciaban de todos los demás. Hablo de ello en «Licenciados frente a oligarcas».

La segunda era la persistente afirmación, formulada de buena fe —a veces, aunque nosiempre—, de que el empeoramiento de la situación de los obreros reflejaba los crecientesproblemas sociales, como la decadencia de los valores familiares. En «Dinero y moralidad»

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sostengo que es al revés: los síntomas de declive social que percibimos en la clase obreraestadounidense son el resultado, no la causa, de la reducción de las oportunidades.

La tercera era que todo gira en torno a la tecnología, al crecimiento de la industria basada enel conocimiento, que demanda trabajadores altamente cualificados o robots que sustituyan a lostrabajadores en general. Podría ser cierto, en principio. Sin embargo, como sostengo en «Losrobots no tienen la culpa de los salarios bajos», los datos indican que la tecnología tiene muchomenos que ver con el aumento de la desigualdad de lo que muchos quieren creer, y que lasrelaciones de poder son muy importantes.

Por último, la época del aumento de la desigualdad también ha sido una era en la que se hanagravado las diferencias regionales, ya que las zonas más pobres de Estados Unidos, que habíanestado convergiendo con las zonas más ricas, empezaron a retroceder de nuevo. También resultóque esas zonas apostaron mayoritariamente por Donald Trump. El último artículo de esta secciónaborda las causas y las consecuencias de las divergencias regionales.

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Los ricos, los derechos y los hechosDeconstruyendo el debate de la distribución de la renta

The American ProspectOtoño de 1992

A mediados de la década de 1980, los economistas se dieron cuenta de que algo inesperado estabasucediendo con la distribución de la renta en Estados Unidos. Después de tres décadas en las quela contribución de los salarios a los ingresos se mantuvo más o menos estable, los salarios seestaban desplomando volviendo las rentas más desiguales. Los investigadores académicos prontocomenzaron a discutir vigorosamente sobre las causas que se escondían tras este crecimiento en ladesigualdad: ¿era la competencia global, las políticas públicas, el cambio tecnológico o existíaalgún otro factor? Lo que resultaba incontrovertible, con independencia del color político, era elhecho de que la distribución de la renta se había vuelto dramáticamente desigual.

Durante 1992, esta hasta el momento discusión académica pasó a la esfera pública ocupandoportadas en el The New York Times y The Wall Street Journal, entre otras publicaciones. Eldebate público tuvo dos aspectos notables. Primero, la gran contundencia y ferocidad con la quelos conservadores expusieron sus ideas y atacaron a sus oponentes. Segundo, el carácter extraño y,a la postre, indefendible de esta posición. Los conservadores podían haber desafiadolegítimamente a quienes habían alertado sobre la creciente dispersión de la renta con el argumentode que no se debía o podía hacer nada al respecto. Sin embargo, y pese a unas pocas excepciones,en su lugar optaron por negar directamente el hecho central de que este incremento se hubieraproducido. Como los hechos no estaban de su parte, se vieron obligados a hacer un extraordinarioejercicio de distorsión estadística.

Este episodio arroja dos lecciones. En primer lugar, constituye una demostración de libro detexto sobre los usos y abusos de las estadísticas. Este artículo tiene como objeto repasar estosabusos, rastreando cómo los conservadores intentaron distorsionar los datos y por qué seequivocaban. Pero la combinación de mendacidad y pura incompetencia mostrada por The WallStreet Journal, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos y un gran número de otrossupuestos expertos económicos pone de manifiesto algo más: el alcance del declive moral eintelectual del conservadurismo estadounidense.

El articulo comienza con una revisión de los datos, seguida de una evaluación de los tresprincipales ataques conservadores sobre el incremento en la desigualdad de la renta: (1) esfuerzospor negar los hechos, a través de una mezcla de argumentos estadísticos confusos; (2) laafirmación de que el crecimiento económico récord durante los años de Reagan supera o niegacualquier aumento aparente en la desigualdad; (3) el énfasis en cómo la movilidad social hace quelas comparaciones en la desigualdad de renta en un momento dado carezcan de sentido. El artículose cierra con una última sección en que intento poner el conjunto del debate en perspectiva.

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LOS HECHOS

Existen algunas fuentes no oficiales que evidencian la creciente desigualdad en la renta disponibleen Estados Unidos. Por ejemplo, la revista Fortune lleva mucho tiempo realizando encuestasanuales sobre la compensación salarial de los grandes directivos y altos cargos: desde mediadosde la década de 1970, la remuneración de estos altos ejecutivos se ha visto incrementada conmucha más rapidez que el salario promedio; un proceso que ha sido analizado por Graef Crystalen su In Search of Excess. Las encuestas realizadas por la Universidad de Míchigan tambiénarrojan luz sobre la distribución de los ingresos, en particular sobre la dinámica del flujo deingreso a lo largo del tiempo. También podemos hacer notar algunas evidencias de carácteranecdótico: Tom Wolfe notó la creciente demanda de apartamentos en los «edificios ilustres» deManhattan mucho antes de que los académicos comenzaran a tomar en serio la crecienteconcentración de la riqueza; de hecho La hoguera de las vanidades contiene todo lo que hay quesaber sobre el tema.

LOS DATOS CENSALES

La mayoría de los estudios académicos sobre la distribución de la renta en Estados Unidos sebasan en datos del Censo oficial, compilados a partir de encuestas de población. Estos datostienen ciertas limitaciones, a las que me referiré luego. Sin embargo, como punto de partida, estosnúmeros tienen una gran ventaja: son incontrovertibles. En el debate sobre la distribución de larenta, todavía nadie ha acusado a los datos del Censo de sesgo o distorsión (aunque no sea algodescartable algún día).

La Figura 1 muestra en un solo cuadro las grandes tendencias en la distribución de losingresos en Estados Unidos y resume lo que debería ocupar las conciencias con respecto a loscambios experimentados durante la década de 1970. La figura muestra la tasa de crecimiento delingreso en puntos seleccionados de la distribución de la renta en diferentes períodos.

FIGURA 1. DISTRIBUCIÓN DE GANANCIAS DE INGRESOS, 1947-1989

Percentil/años % de incremento anual (redondeando a la décima)20 1947-1973 2,6

1973-1979 0,41979-1989 –0,3

40 1947-1973 2,71973-1979 0,41979-1989 0,3

60 1947-1973 2,81973-1979 0,71979-1989 0,6

80 1947-1973 2,71973-1979 0,61979-1989 1,1

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95 1947-1973 2,51973-1979 1,11979-1989 1,6

Fuente: U.S. Census Bureau.

La distribución de la renta se mide en percentiles. Por ejemplo, el primer conjunto de barrasmuestra la tasa de crecimiento de los ingresos de las familias en el percentil 20 (el quintilsuperior). La elección de percentiles entre 20 y 95 supone excluir los extremos. Estas exclusionespasan por alto algunos elementos muy importantes, especialmente en la parte superior. Pese a estaslimitaciones, este gráfico nos ofrece un punto de partida útil para encuadrar la cuestión.

Los tres períodos elegidos son: 1947-1973, 1973-1979 y 1979-1989. El primer períodorepresenta lo que Alice Rivlin ha llamado los «años buenos», correspondientes al gran boom deposguerra. Los dos períodos restantes muestran los años setenta, el período comprendido entre elpico del ciclo económico de 1973 hasta el de 1979, y los ochenta, desde el pico de 1979 hasta elpico de 1989.

¿Qué podemos observar en este primer cuadro? Primero, los datos correspondientes alperíodo 1947-1973 muestran un crecimiento real de prosperidad en todos los tramos y de baseamplia. Durante este período, los ingresos de todos los grupos aumentaron aproximadamente almismo ritmo, más del 2,5% anual. Entre 1973 y 1979, a medida que la economía se vio afectadapor una desaceleración de la productividad y las crisis del petróleo, el crecimiento de la rentatambién se volvió más lento y desigual. Finalmente, surgió un nuevo patrón después de 1979:cambios en el patrón de crecimiento de la renta más lento y desigual, con unos ingresos queaumentan mucho más rápido en el extremo superior de la distribución que en el medio, y unadisminución para los cohortes de menor renta.

Algunas de las críticas conservadoras que comentaré a continuación afirman que la décadade 1980 presenta una tendencia normal, que no muestra nada inusual o angustiante con respecto alaumento de la desigualdad. A medida que el debate se complique, será útil retener la imagen debase que muestra la Figura 1: el «buen» crecimiento parece una zanja uniforme, mientras que elpatrón de crecimiento en la década de 1980 parecería más bien una escalera, con los acomodadosen el escalón superior.

LAS CIFRAS DEL CONGRESO

Los números del Censo que muestra el cuadro de la Figura 1 nos muestran la historia de formabastante clara. Sin embargo, desde hace mucho tiempo es evidente que la historia está incompleta,ya que no muestra la evolución en los ingresos de las familias con ingresos muy altos.

Los números del Censo son poco útiles a la hora de monitorizar la evolución en la parte altade ingresos por dos razones, una fundamental y otra accesoria. El principal problema es unacuestión técnica relacionada con la captación de los datos en este estrato económico. Loscuestionarios en los que se basa la Encuesta de población no solicitan ingresos precisos; encambio, sí se les pide a las familias que declaren sus ingresos dentro de una serie de categorías,de las cuales la más alta es 250.000 dólares o más. Esto significa que los datos del Censo no

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muestran información sobre los cambios en la suerte de las familias con ingresos losuficientemente altos como para estar muy por encima de este umbral. La cuestión menor es quelos datos del Censo no tienen en cuenta una fuente de ingresos muy relevante en las familias conmayor renta: las ganancias de capital.

Precisamente porque los datos del Censo son poco fiables cuando abordamos el análisis enlos cohortes de población con ingresos muy altos, quienes usan esos datos generalmente noanalizan lo que queda por encima del percentil 95; es decir, la parte que queda por debajo del 5%superior. Durante el período 1947-1973, cuando los ingresos de todos los tramos incrementanaproximadamente en la misma tasa, la insuficiencia en los datos del Censo en el extremo superiorno resulta relevante. Sin embargo, en la década de 1980, cuando los ingresos en los cohortes demayor renta se incrementan sustancialmente más rápido en comparación al percentil 95, estaslimitaciones en los datos se hacen más evidentes.

Se trata de una limitación que ya se podía intuir observando la Figura 1: dado que los datosdisponibles muestran que cuanto más alto nos situamos en los diferentes tramos de distribución dela renta, mayores son los ingresos, se podría suponer razonablemente que lo mismo es cierto enlos casos para los que no tenemos datos disponibles. Uno podría esperar encontrar que ladesigualdad dentro del 5% superior ha aumentado, lo que implica un mayor incremento de la rentaen, por ejemplo, el percentil 99 que en el 95.

También se podría intuir, aunque es menos evidente, que la renta crece de formaespecialmente rápida en la parte superior. En particular, los datos con respecto a los salarios delos altos ejecutivos de Graef Crystal sugirieron una triplicación de la remuneración de estostrabajadores en relación al salario medio, mientras que prácticamente todos los observadoressociales han notado una aparente explosión de riqueza en la cúspide. Únicamente faltaba unaconstatación estadística sólida.

Este vacío sería ocupado por los trabajos de la Oficina de Presupuestos del Congreso(CBO). El Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara encargó a la CBO estimar los cambios enla incidencia de los impuestos federales, para proporcionar los apéndices de apoyo al yagigantesco Libro Verde que publica de forma anual este comité. Para hacer esto, la CBO hadesarrollado un modelo que agrupa los datos del Censo y del IRS, el órgano encargado de larecaudación fiscal. Este modelo permite a la CBO evitar el problema de la falta de estratificaciónen los tramos de rentas más altas al tiempo que incorpora en el modelo de análisis los ingresospor ganancias del capital.

La Figura 2 muestra las estimaciones de la CBO para la variación en los ingresos en losdiferentes tramos de distribución de la renta durante el período 1977-1989. (Idealmente,usaríamos 1979-1989. Desafortunadamente, por razones que tienen que ver con su mandatooriginal de enfocarse en la incidencia fiscal, la CBO no hizo una estimación para 1979.) Aquí, losdatos se presentan de manera un poco diferente de los de la Figura 1. Se nos muestran cambios en,digamos, el ingreso promedio para las familias en el quintil inferior, en lugar de para la familiaindividual en la parte superior de ese quintil, y los números muestran el cambio porcentual durantetodo el período, en lugar de una tasa anual de crecimiento. Con todo, la imagen es igualmenteclara: los incrementos en la renta son notablemente superiores en los tramos donde los ingresosson más altos. En particular, el 1% superior de las familias vio cómo sus ingresos se duplicaronaproximadamente en un período de doce años. Esa es una tasa de crecimiento del 6% anual, lo que

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significa que para las familias de mayores ingresos la década de 1980 fue verdaderamente unabuena década, no únicamente en comparación con la evolución en otros tramos sino también encomparación con las décadas del boom de posguerra.

FIGURA 2. VARIACIÓN DE LA RENTA, 1977-1989

Percentil % Incremento, 1977-19890-20 –920-40 –260-80 880-90 1390-95 1895-99 24100 103

Fuente: U.S. Census Bureau.

Hay otro punto importante que se desprende de los datos compilados por la CBO, y es elnivel real de riqueza de los muy ricos. Los conservadores suelen decir que aquellos a lo quenormalmente nos referimos como «ricos» realmente no lo son tanto. Los conservadores a menudoseñalan que, según las cifras del Censo, en 1989 se requería unos ingresos de tan solo 59.550dólares para que una familia se situara en el quintil superior de renta; y de tan solo 98.963 dólarespara estar dentro del 5% de familias con mayores ingresos. La conclusión es que somosesencialmente una sociedad de clase media, con solo un puñado relativamente irrelevante depersonas lo suficientemente ricas como para despertar cualquier preocupación sobre gananciasobtenidas de forma fraudulenta.

Sin embargo, los números de la CBO dibujan una imagen diferente, ya que nos permitenmirar en los cohortes de la parte superior de la escala. Según estos datos, para que una familia decuatro miembros sea considerada dentro del 1 % más rico, necesita de unos ingresos antes deimpuestos (en dólares de 1993) de como mínimo 330.000 dólares. El ingreso promedio de lasfamilias de cuatro personas en el 1% superior fue de aproximadamente 800.000. Así pues, ya noestamos hablando de la clase media.

EL «CÁLCULO KRUGMAN»

Es un hecho notable que los ingresos se han disparado de forma destacada en la parte superior dela distribución de la renta en Estados Unidos. Pero ¿es importante? Hasta hace poco, la mayoríade los economistas pensaban que no; la creciente pobreza podría ser un problema social de primerorden, pero el hecho de que algunas personas fueran muy ricas en comparación con el restoconstituía únicamente una curiosidad social.

Mi contribución a esta discusión fue señalar que existe una parte del incremento de losingresos en los tramos muy altos que, de hecho, sí constituye un problema económico importante, yofrecer una forma abreviada para argumentar este punto: se ha venido a llamar el infame «cálculo

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de Krugman», por el que el 70 % del incremento en los ingresos promedios ha ido a pararúnicamente al 1% de los hogares.

Comencemos recordando que los ingresos típicos crecieron muy lentamente durante ladécada de 1980. Incluso si se usa un índice de precios al consumidor revisado que muestra unainflación más baja que el índice estándar, observamos que el ingreso del hogar promedio, elingreso de los hogares en el punto medio de la distribución de la renta en 1989, fue solo un 4,2 %más alto que en 1979. Es decir, el ingreso familiar promedio aumentó únicamente un 0,4% en tasaanual durante esos años. Muchas otras medidas de los salarios reales muestran una disminucióndurante la década de 1980 para el grueso de los trabajadores.

Por otro lado, uno hubiera esperado que la renta en Estados Unidos creciera más lentamentea partir de 1973 en comparación a los años del boom de posguerra debido a la desaceleración queexperimenta la productividad. Este crecimiento en la productividad fue de aproximadamente un 3% anual durante los años de auge de posguerra, y aproximadamente de un 1% anual a partir de1973; normalmente el crecimiento de la productividad determina el crecimiento en los ingresosreales.

Aunque el crecimiento de la productividad es menor, no es despreciable. Somos un paíssustancialmente más productivo ahora que en 1979. Entonces, ¿por qué no se aprecian mejoras enel incremento de la renta en la familia promedio? ¿Adónde fue a parar este incremento de laproductividad?

La respuesta inmediata es que los ingresos promedio aumentaron en relación con elincremento de la renta media. La Figura 3 muestra el ingreso de las familias en promedio versus elingreso medio (o mediana) para el período desde 1979 hasta 1990. Resulta que entre 1979 y 1989,el ingreso de los hogares promedio aumentó un 11%, casi exactamente lo que uno hubieraesperado a tenor de este 1% en el crecimiento de la productividad. Una comprobación que nossirve para remarcar la precisión de los datos.

FIGURA 3. INGRESO MEDIO VS. PROMEDIO, 1979-1990

1979Promedio 100

Medio 100

1980Promedio 97

Medio 97

1981Promedio 95

Medio 94

1982Promedio 95

Medio 93

1983Promedio 96

Medio 94

1984Promedio 99

Medio 96

1985Promedio 102

Medio 97Promedio 106

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1986 Medio 102

1987Promedio 107

Medio 103

1988Promedio 108

Medio 103

1989Promedio 111

Medio 104

1990Promedio 108

Medio 102

Fuente: U.S. Census Bureau.

El aumento en el ingreso promedio en relación con la mediana no debería ser una sorpresa siuno observa las Figuras 1 y 2. Eso es exactamente lo que uno esperaría ver cuando los ingresos sevuelven más desiguales, porque cuando los ingresos en la parte superior en la escala de rentacrecen más rápido que el promedio, los ingresos en los tramos más bajos tienden, enconsecuencia, a crecer a un menor ritmo que la tasa promedio. En un sentido aritmético, podemosdecir que la mayor parte del crecimiento de la productividad se «desvió» hacia los hogares conmayores ingresos, lo que dejó poco espacio para el crecimiento de los ingresos en las familiascon rentas más bajas. Insisto en que esto es solo un punto de vista estrictamente aritmético: noestamos introduciendo elementos relacionados con las fuerzas económicas en el mercado detrabajo ni sobre otros elementos que pudieran explicar lo sucedido.

Sin embargo, cuando digo que el crecimiento fue absorbido hacia los hogares de mayor renta,¿de quién estoy hablando? ¿Estamos hablando de dos maestros de escuela casados, cuyos ingresosde 65.000 dólares es suficiente para colocarlos en el quintil superior? ¿O estamos hablando deDonald Trump?

La Figura 2 sugiere lo segundo: las ganancias sustanciales en la renta se concentran en lostramos con mayores ingresos. De hecho, según las cifras de la CBO, la proporción de los ingresosdespués de impuestos que van al noveno decil, es decir, las familias entre los percentiles 81 y 90,en realidad vieron cómo sus ingresos cayeron ligeramente entre 1977 y 1989. Por lo tanto, todoeste «desvío» del que estoy hablando se destinó a los hogares con rentas situadas en el 5 o 10%superior. Además, dada la Figura 2, uno podría sospechar que la mayor parte fue a parar al 1%superior.

Para que la gente se hiciera una idea —y también, si soy sincero, para ayudar a llamar laatención sobre una tendencia a la que, pensé, no se le estaba prestado la suficiente atención—,propuse el siguiente experimento mental. Imagine dos pueblos, cada uno compuesto por 100familias que representan los percentiles de la distribución de la renta de los hogares en un año enparticular: un pueblo para los datos en 1977 y otro para los de 1989. Según las cifras de la CBO,el ingreso total de la aldea de 1989 es aproximadamente un 10% más alto que en el pueblo de1977; pero esto no implica que toda la distribución se incremente en un 10 %. En realidad, la

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familia con mayores ingresos en el pueblo de 1989 tiene el doble de ingresos que su homóloga de1977, mientras que las cuarenta familias de 1989 con menor renta disponen de menores ingresosque sus equivalentes en 1977.

Ahora deberíamos preguntarnos: ¿cuánto de la diferencia en los ingresos de las dos aldeas seexplica por la diferencia en los ingresos de la familia más rica? De manera equivalente, ¿quéparte del aumento en el ingreso familiar estadounidense promedio fue para el 1% de las familiascon mayores ingresos? Al examinar esta medida, tenemos una idea de quién ha estado«desviando» el crecimiento de los ingresos promedio, lo que explica el hecho de que la rentamedia se incrementara tan poco.

La respuesta es bastante sorprendente: el 70% del aumento en el ingreso familiar promediofue absorbida por el 1% superior.

¿Qué muestra esto? Desde la década de 1970, el ingreso promedio no ha logrado mantenersea flote con respecto el ingreso promedio o, para decirlo de otra manera, la familia estadounidensetípica ha visto cómo sus ingresos se incrementaban de manera muy débil a pesar del incrementogeneral en la productividad. Así que cuando hablamos de hogares con «ingresos altos» nosestamos refiriendo a ingresos realmente altos: no a los prototípicos pijos pretenciosos, sino a los«amos del universo» que describe Tom Wolfe en su novela.

Sobre la distribución de la riqueza: la riqueza (los activos que poseen las familias) y la rentason dos cosas diferentes aunque estén relacionadas. La riqueza suele estar mucho más concentradaque los ingresos: las estimaciones actuales indican que el 1% de las familias con mayoresingresos representan alrededor del 12% de la renta total antes de impuestos, mientras que el 1%de las familias representa el 37% de la riqueza. Precisamente porque la riqueza está tanconcentrada, es difícil de medirla a través de muestreos: una encuesta aleatoria de unos cientos oincluso unas pocas personas contendrá solo un puñado de personas realmente ricas. No obstante,desde la Reserva Federal se han intentado desarrollar nuevos procedimientos de muestreo mássofisticados para tratar de abordar este problema. Durante algún tiempo, estas encuestas de la Fedhan demostrado que la riqueza promedio aumentaba mucho más rápido que la mediana, como en elcaso de la distribución de la renta, una señal que demuestra de nuevo este incremento en ladesigualdad. En marzo de 1992 publicaron un documento de trabajo que mostraba un fuerteincremento en la concentración de la riqueza incluso desde 1983, con una proporción del 1%superior de las familias que aumentó del 31 al 37%.

Recientemente, varios investigadores académicos (Claudia Goldin y Brad DeLong deHarvard, junto con Edward Wolff de la Universidad de Nueva York) han reunido estimacionessobre la distribución de la riqueza a lo largo de la historia reciente de Estados Unidos. Sugierenque la concentración de la riqueza alcanza un mínimo a finales de la década de 1970, cuando sesitúa a un nivel no visto desde el siglo XIX, para luego crecer de forma muy rápida hasta losniveles que se registraron en la década de 1920. De nuevo, unos trabajos que refuerzan la imagengeneral de un aumento fulgurante y dramático de la desigualdad económica en Estados Unidos.

IMPLICACIONES POLÍTICAS

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Esta creciente desigualdad no tendría por qué tener implicaciones políticas. Incluso si uno espartidario de una distribución más homogénea, más igualitaria (objetivo no compartido por todo elmundo), surge la pregunta de qué podemos hacer al respecto. Pocas personas en Estados Unidosapoyarían actualmente políticas de control de salarios (aunque Claudia Goldin ha señalado quelos controles salariales de la segunda guerra mundial parecen haber producido una reducción alargo plazo de las diferencias salariales). Uno puede usar la creciente desigualdad comoargumento para restaurar parte de la progresividad del sistema tributario; pero lo cierto es que lamayor parte del crecimiento se produce en la renta antes de impuestos, y no por la existencia deuna política fiscal regresiva. Un conservador honesto como Herbert Stein está dispuesto a decir:«Sí, la desigualdad ha aumentado, pero es un problema que no requiere una respuesta política».

Pese a todo, muchos conservadores se enfurecieron cuando la historia sobre el incremento dela desigualdad salió a la luz a principios de 1992. Sobre todo, cuando se hizo eco el editorial delThe Wall Street Journal que subió los colores a la administración Bush. Los motivos de esteenfado estaban claros. Economistas reformistas (supply-side) como Robert Bartley, uno de loseditores del WSJ, creía que su ideología había sido revindicada durante los años de laadministración Reagan. Por eso, la sugerencia de que aquellos años no fueron realmente tanbuenos para la mayor parte de las familias americanas, y de que la mayoría del incremento de larenta se había concentrado en unos pocos hogares acomodados, significaba un duro golpe político.De hecho, esta atención tardía con respecto al tema de la desigualdad y que eclosiona durante laprimavera de 1992 fue de gran ayuda en la campaña electoral de Clinton, que ofreció una nuevanarrativa para el malestar existente entre las clases medias hacia la esfera pública: en lugar dedirigir este malestar hacia las reinas de la asistencia social en sus Cadillacs, ahora podíaredirigirse hacia las clases dirigentes y sus políticas en favor de los ricos.

La consternación y el enfado de los conservadores era comprensible. La respuesta de laadministración Bush, el WSJ y otras tribunas conservadoras fue, sin embargo, inexcusable: enlugar de enfrentar el hecho de la creciente desigualdad bajo el régimen conservador, intentaronnegar la evidencia y matar al mensajero.

PRIMERA RESPUESTA CONSERVADORA: LA NEGACIÓN

El número de familias

Cuando The New York Times publicó un artículo en el que divulgaba mis estimaciones sobre elimpacto que podía tener el crecimiento de la desigualdad, la respuesta inicial de varioseconomistas conservadores (incluidos los miembros del Council of Economic Advisers, CEA) fuela de realizar un cálculo diferente: preguntar qué porcentaje del crecimiento total de la renta, enlugar del ingreso promedio, se corresponde al 1% de los hogares más ricos. Llamémoslo el«cálculo CEA». Se trata de un número muy diferente, debido a los cambios en el número defamilias en el censo de Estados Unidos que se incrementó sustancialmente entre 1977 y 1989 amedida que los baby boomers se iban haciendo mayores. La renta total se incrementó, no en un10%, sino en un 35%. Naturalmente, la proporción correspondiente a los tramos de mayor renta deeste aumento es relativamente menor, 25 frente al 70%. Este número revisado se distribuyó

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ampliamente en Washington como una refutación a mis estimaciones publicadas en The New YorkTimes; de hecho, me han llegado a contar que una importante revista casi llega a publicar unreportaje celebrando este error, pero en el último minuto me advirtieron que yo tenía razón y queel CEA estaba equivocado.

¿Qué problemas plantea el cálculo del CEA? Recuerde las preguntas que estamos tratando deresponder: ¿por qué la familia estadounidense típica no experimentó un incremento sustancial enla renta a pesar de que la productividad aumentó sustancialmente, y quién estaba cosechando losbeneficios de ese aumento de la productividad? Si uno lo piensa, verá que el uso de los númerossobre el crecimiento en los ingresos que incluyen un crecimiento absoluto en la población en edadde trabajar nos aleja por completo de esas preguntas. Considere, por ejemplo, lo que sucedió conel 20% inferior en la distribución de la renta. El ingreso promedio entre estos hogares cayó un10% durante el período de los cálculos realizados por la CBO, pero los números muestran unincremento del 25% y, por lo tanto, un incremento en los ingresos totales del 15%. De esta formapodemos establecer que los cálculos llevados a cabo por el CEA en el quintil inferior indican queestos grupos se beneficiaron del crecimiento económico, ¡a pesar de que, durante ese período, suingreso familiar promedio se redujo!

El CEA también distribuyó un memorándum que presentaba un ejemplo numérico hipotético,demasiado complicado para reproducir aquí. Su razonamiento venía a ser este: si la fuerza laboralrecibiera una gran afluencia de trabajadores sin experiencia, la experiencia del trabajador mediopodría disminuir; en ese caso, el estancamiento en el ingreso medio podría enmascarar el aumentode los salarios de un trabajador con un cierto grado de experiencia, lo que sugeriría que el«cálculo Krugman» se equivoca al sugerir que solo un grupo muy reducido de hogaresacomodados se han visto beneficiados. El análisis podría ser cierto a priori. Sin embargo, comosabrá cualquiera que haya analizado los datos de la fuerza laboral y los salarios, la realidad noencaja con las hipótesis que plantea el ejemplo del CEA: la creciente desigualdad de los salariossupone una mayor desigualdad salarial para los trabajadores con características específicas, y noun cambio en la estructura del propio mercado laboral.

El tamaño de las familias

El siguiente problema encaja torpemente en este esquema, ya que implica una honesta diferenciade opinión entre mis estimaciones y la CBO, unas diferencias marginales que no suponen grandiferencia. Se trata de la cuestión sobre cómo abordar el hecho de que el tamaño medio de loshogares en Estados Unidos es cada vez menor.

Como se señaló anteriormente, a la CBO le gusta medir, no el ingreso familiar bruto, sino larenta familiar «ajustada» (AFI, por sus siglas en inglés), algo que medimos en base a múltiploscon respecto a lo que se considera el umbral de pobreza. De esta forma, los ingresos de lasfamilias ajustados siguiendo este criterio se han incrementado más rápido que el ingreso en sísimplemente porque el número de familias se ha reducido. Entre 1977 y 1989, la renta familiarajustada creció en un 15 % en comparación con el 10% en el caso de los ingresos brutos.

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Al realizar el «cálculo Krugman» usando los datos AFI en lugar de ingresos brutos, elresultado parece un poco menos extremo: el 1% superior obtiene 44 en lugar del 70% delaumento. Un hecho igualmente notable; y con todo, ¿se trata de la corrección estadísticamenteadecuada?

A la CBO le gusta usar el ingreso familiar ajustado porque refleja mejor el nivel de vidamedio: una familia con un hijo podrá pagar cosas que una familia con tres hijos y los mismosingresos no podría sufragar. Es una medida suficientemente justa. Pero parece algo imprecisa, oestirada, si uno tiene en cuenta que la decisión de las familias estadounidenses de tener menoshijos se considera una forma de crecimiento en los ingresos (¿qué dirían al respecto losrepublicanos?).

De hecho, la cantidad de horas trabajadas por la familia típica estadounidense creció durantela década de 1980. Entonces, si preguntamos por qué los ingresos familiares no aumentaron juntocon la productividad, deberíamos, en todo caso, descartar el ligero aumento en los ingresos por larazón de que las familias estaban trabajando más horas para generar esos ingresos. El ajuste querealiza la CBO va precisamente en dirección opuesta. Dicho de otro forma: la medida ajustada delingreso familiar ayuda a explicar por qué tantas familias pueden permitirse nuevos aparatoselectrónicos, pero no explica por qué muchas familias perciben estar peor que la generación desus padres.

Sin embargo, todo lo anterior es un aspecto menor dentro de la discusión. Con o sin el ajusteen el tamaño de los hogares, los datos confirman un cambio radical en los ingresos del 1%superior de las familias con mayores ingresos.

Ganancias de capital

Muchos comentaristas conservadores, incluidos Paul Craig Roberts, Alan Reynolds, el congresistaRichard Armey o el propio The Wall Street Journal han atacado duramente a la CBO por incluirlas ganancias de capital en sus estimaciones de los ingresos de las familias. Argumentan que estainclusión exagera los ingresos de los ricos de varias maneras: incluyen entradas de capitalpuntuales como si fueran ingresos persistentes; suman las ganancias de capital sobre los activos enpoder de los ricos, sin tener en cuenta las ganancias no imponibles de las familias de clase mediaque son propietarias de una vivienda; o cuenta como ingreso el componente de inflación de lasganancias de capital. Todos estos comentaristas afirman que estas estimaciones con respecto a lasganancias de capital establecidas por la CBO están en la base que explica por qué los ricos lo hanhecho mejor que usted o que yo.

Hay respuestas a cada una de estas críticas: la venta de activos debe realizarse en algúnmomento; las ganancias de capital imputables a casas en propiedad de las clases medias sonmucho más pequeñas de lo que imaginan los críticos; la importancia del componente de lainflación ha caído en línea con la propia tasa del IPC, por lo que, en todo caso, la tasa decrecimiento de los ingresos en la parte superior se subestima. Sin embargo, el punto principal esque excluir las ganancias de capital de los números de la CBO realmente no supone una grandiferencia con respecto al escenario sin la inclusión de estas rentas. Con las ganancias de capitalincluidas, la CBO muestra que la proporción del ingreso acumulado en el 1% superior aumentó

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del 7 al 12% entre 1977 y 1989, y muestra que este grupo recibe el 44 % del aumento en elingreso familiar ajustado (AFI). Sin ganancias de capital, el cambio es del 6 al 10%, y laproporción del aumento es del 38 %. Aunque la CBO no informa de esto, podemos suponer que un«cálculo Krugman» que excluya ahora las ganancias de capital arrojaría un número superior al 60%. En otras palabras, el problema de las ganancias de capital es un aspecto secundario.

¿Puedes ser demasiado rico?

Cuando salió el estudio sobre la distribución de la riqueza por parte de la Reserva Federal, estefue atacado de inmediato por Alan Reynolds en The Wall Street Journal, así como por elcongresista republicano Richard Armey. El principal argumento de Reynolds fue que el estudio,basado en una encuesta de tres mil familias, no era extrapolable a lo que pudiera estar ocurriendoen el 1% superior de las familias más ricas debido a que la muestra (treinta familias) erademasiado pequeña. Se trata de una reacción interesante, ya que el estudio de la Fed explicacuidadosamente que utilizaron un procedimiento en dos etapas y que, de hecho, sus estimacionespara el 1% superior se basaban en los datos de más de cuatrocientas familias. En realidad, elestudio está escrito en forma de documento académico y presta especial atención a la metodologíaestadística utilizada, donde la cuestión del tamaño de la muestra se plantea de inmediato. Uno solopuede concluir que Reynolds no se molestó en leer el estudio antes de atacarlo.

La crítica del congresista Armey, cuyos resultados fueron reseñados por Reynolds y PaulCraig Roberts en varias columnas, tomó un rumbo diferente. Mediante una cuidadosa búsqueda enun estudio previo de la Fed, descubrió lo que consideraba un hecho significativo: la riquezapromedio de las familias con ingresos superiores a 50.000 dólares aumentó más lentamentedurante el período 1983-1989 que la riqueza promedio general. Afirmó que este hecho demostrabaque la distribución de la riqueza se había vuelto más igualitaria, no menos. Aparentemente no sedio cuenta de que el tamaño del grupo de «más de 50.000 dólares» había aumentado del 17 al20% de la población durante ese período. Supongamos que la puntuación media en el SAT* del 20% superior de los estudiantes es inferior al 17 % superior de hoy. ¿Nos preocupamos, osimplemente nos limitamos a indicar que los nuevos estudiantes que se han incorporado a la mediahan arrastrado a la media hacia abajo?

La disputa por la riqueza fue un asunto menor dentro del debate sobre la desigualdad de larenta, pero fue reveladora sobre la desesperación, la falta de escrúpulos y la absoluta falta decompetencia actual de los conservadores.

SEGUNDA RESPUESTA CONSERVADORA: ATRIBUIRSE EL MÉRITO POR EL CRECIMIENTO

La segunda línea de defensa conservadora es bien conocida por todos: se basa en afirmar que elhistorial de crecimiento de los años de Reagan demuestra que las políticas de oferta (o reformas)producen ganancias para todos, y que es destructivo preocuparse o incluso hacer notar ladistribución de la renta.

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Miremos de nuevo la Figura 3. Se muestra de forma clara cómo desde la recesión de 1982hasta el pico del ciclo económico de 1989, el ingreso medio (o mediana) aumentósustancialmente: 12,5 %, frente al 16,8 % del ingreso promedio. Si se utilizan estos años comobase de comparación, el retraso de la mediana del ingreso promedio no parece muy importante. Lapregunta pertinente a hacerse, ahora, es la de si este es realmente el período más adecuado paraanalizar la evolución.

Si hay una contribución realmente sólida en la teoría macroeconómica al conocimientohumano, es la distinción entre ciclo económico y crecimiento a largo plazo. El crecimiento a largoplazo se logra al expandir la capacidad productiva de la economía; las recesiones yrecuperaciones son fluctuaciones en el grado en que se utiliza esa capacidad. Es malo estar enrecesión y es bueno recuperarse, pero nunca se debe confundir el rápido crecimiento que tienelugar durante una recuperación con una mejora en el desempeño a largo plazo de la economía: unavez que la economía está cerca de su capacidad, el crecimiento está obligado a ralentizarse.Además, las recesiones y las recuperaciones dependen mucho más de las políticas que emanan dela Reserva Federal que del color de la administración en la Casa Blanca, ya sea republicano odemócrata. Es por eso por lo que una evaluación sensata de las tendencias económicas implicacomparar los picos del ciclo económico o, mejor aún, preguntar cómo ha evolucionado el nivel deingresos dada una tasa de desempleo determinada.

Por lo tanto, es irónico que los ideólogos del lado de la oferta, que originalmente erantremendamente críticos con el enfoque keynesiano tradicional del ciclo económico, ahora, paradefender sus éxitos, hagan descansar su argumentario en la recuperación cíclica de 1982 a 1989.Uno no puede argumentar en defensa de las políticas de oferta solo en los períodos en los que lacoyuntura de ciclo permite tal argumentación, y desestimar los otros.

El aumento en el ingreso medio entre 1982 a 1989, los llamados «siete años de bonanza» deRobert Bartley, suponen básicamente una recuperación naturalmente cíclica, que alcanzó su límiteinevitable en un nivel de tan solo un 4% por encima del punto más alto de 1979. Y la recesiónposterior, que no es más culpa de George Bush de lo que la caída de 1980 lo fue de Jimmy Carter,probablemente es la causa de la reducción en el ingreso medio a menos del 4% por encima de losniveles de 1980.

Mi proposición fundamental con el «cálculo Krugman» era la de transmitir que ladesigualdad de la renta se está disparando tan rápido que la mayoría de las familias no se hanbeneficiado del crecimiento a largo plazo. Es una proposición que se mantiene. No es necesariotomarse en serio los esfuerzos de los economistas favorables a políticas de oferta por dividir losúltimos quince años en pequeños trozos y reclamar únicamente los buenos, renunciando a losmalos.

LA TERCERA RESPUESTA CONSERVADORA: LA MOVILIDAD DE LOS INGRESOS

Estados Unidos no es una sociedad estática. Las personas con altos ingresos un año, pueden notenerlos al año siguiente, y viceversa. En los dos pueblos hipotéticos de los que hablábamosanteriormente, no infiere de manera necesaria que las mismas personas (o sus hijos) ocupan losmismos puestos en la escala de renta en 1977 y 1989. El bienestar económico depende más del

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ingreso promedio que usted gana durante un largo período que de sus ingresos en un añodeterminado. Por lo tanto, existen algunos riesgos al extraer demasiadas conclusiones sobre ladistribución del bienestar económico de las estadísticas sobre la distribución de la renta para unaño en concreto.

Hay dos formas en que la movilidad de los ingresos —los cambios dentro de la estructuraeconómica que tienen lugar a medida de que determinadas familias suben o bajan dentro de laescala de ingresos— podrían poner en entredicho la proposición de que la desigualdad se haincrementado considerablemente. Primero, si la movilidad de los ingresos fuera muy alta, el gradode desigualdad en un año dado no sería importante, porque la distribución de la renta a lo largodel ciclo largo sería más bien uniforme. Como los cambios que pueden darse dentro de unalicuadora: cualquiera que sea la posición actual de las burbujas en un momento dado, al cabo deunos minutos cada burbuja estará en promedio a la mitad que en el instante inicial.

En segundo lugar, si la movilidad de los ingresos crece con el tiempo, esto podría compensarel aumento de la desigualdad en un momento dado. Una mayor movilidad en los ingresos favoreceun modelo en el que la distribución de la renta a lo largo de todo el ciclo es más equitativa, pueslos ricos no pueden sino tender a bajar y los pobres a subir.

Desafortunadamente, ninguna de estas hipótesis caracteriza en realidad la economíaestadounidense. Existe una considerable movilidad de los ingresos en Estados Unidos, pero deninguna manera es suficiente para que el análisis en la distribución de la renta sea irrelevante. Porejemplo, los datos del Censo muestran que el 81,6% de las familias que estaban en 1985 en elquintil inferior de la distribución del ingreso todavía estaban en ese quintil inferior el añosiguiente; para el quintil superior, la fracción fue del 76,3%. Durante períodos de tiempo máslargos, se observan mayores cambios, pero no suficientemente relevantes. Los estudios realizadospor el Urban Institute y el Departamento del Tesoro han encontrado que aproximadamente la mitadde las familias que comienzan en el quintil superior o inferior de la distribución del ingresopermanecen en dicho quintil transcurrida una década, y que solo entre el 3 y el 6% experimentamovimientos de abajo hacia arriba, o de arriba hacia abajo.

Estos datos, además, pueden estar exagerando la movilidad del ingreso, ya que (1) aquellosque se escapan del quintil superior (por ejemplo) están por lo general en la parte inferior de esacategoría, y (2) gran parte de las fluctuaciones en el largo plazo, tanto hacia arriba como haciaabajo, se sitúan en el mismo tramo fijo de renta. Joel Slemrod, de la Universidad de Míchigan, haproporcionado un indicador útil que trata de aproximar el grado de persistencia de los ingresosaltos: el ingreso promedio de las familias con una renta superior a los 100.000 dólares en 1983fue de 176.000 en ese año; su ingreso promedio durante el período de siete años que finaliza en1985 fue de 153.000.

Tampoco hay indicios de que la movilidad de los ingresos se haya incrementadosignificativamente durante la década de 1980. La Tabla 1 muestra algunos datos de un estudiorealizado por Greg Duncan de la Universidad de Míchigan sobre las transiciones durante unperíodo de cinco años dentro y fuera de una definición algo arbitraria pero razonable de lo quepodemos considerar «clase media». Esta categoría de clase media se redujo en la década de 1980,por lo que las familias de clase media se hicieron más propensas tanto a incrementar como a bajar

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de tramo; pero, en consecuencia, menos familias pobres ascendieron en la escala o familias ricaspasaron a clase media. (Así pues, muy pocas familias pobres se hicieron ricas y viceversa). Elpanorama general sugiere pocos cambios en la movilidad.

La movilidad en los ingresos podría constituir, en principio, una importante compensación alcrecimiento de la desigualdad, pero en la práctica resulta que no lo es. Eso no impidió que losconservadores intentaran usarlo como un punto de debate.

EL ESTUDIO DE HUBBARD

En junio [1992], la Oficina de Análisis Tributario del Tesoro, bajo la dirección de GlennHubbard, un economista de la Universidad de Columbia, publicó un informe donde afirmaba queen realidad existe una gran movilidad ascendente en Estados Unidos. En particular, afirmó que el86% de las personas que comenzaron en el quintil inferior en 1979 se habían mudado en 1988, yque, de hecho, una persona que comenzó en el quintil inferior tenía más probabilidades determinar en el quintil superior que quedarse donde estaba.

Sin embargo, se trata de un informe basado en lo que, de un modo caritativo, podemos llamarprocedimientos extraños. El Informe Hubbard rastreó a un grupo de personas que pagaronimpuestos sobre la renta durante los diez años que van de 1979 a 1988, y comparó sus ingresos noentre sí, sino con los de la población en general. La restricción a las personas que pagaronimpuestos en todos los años introdujo de inmediato un fuerte sesgo que incluía solo a loseconómicamente triunfadores; únicamente la mitad de las familias pagaron impuestos sobre larenta en los diez años. Este sesgo hacia el éxito fue evidente en el hecho de que al final delperíodo de la muestra, el grupo contenía muy pocas personas pobres y muchos ricos: de hecho,solo el 7% de la muestra estaba en el quintil inferior al final de la muestra, mientras que el 28%estaba en el quintil superior. Por otro lado y más relevante, al comparar la muestra con lapoblación en general en lugar de entre sí, el informe trató esencialmente la tendencia normal delos ingresos a aumentar con la edad como una movilidad social representativa. La edad promediode aquellos a quienes el estudio clasificó en el quintil inferior en 1979 era solo de veintidós años.

TABLA 1. PORCENTAJE DE INDIVIDUOS CAMBIANDO DE COHORTE DE INGRESOS

Resultados período Resultado ciclo

Todos losaños

Antes de1980

1980 ydespués

Años norecesivos

Añosrecesivos

Transiciones hacia cohortes de ingresos altosPorcentaje de individuos de clase mediamoviéndose hacia arriba

6,7 6,3 7,5 6,9 6,2

Porcentaje de individuos de clase altamoviéndose hacia abajo

29,7 31,1 27,1 28,5 31,8

Transiciones hacia cohortes de ingresos bajosPorcentaje de individuos de clase bajamoviéndose hacia arriba

33,6 33,5 30,4 35,0 32,3

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Porcentaje de individuos de clase mediamoviéndose hacia abajo

7,0 6,2 8,5 6,2 8,5

Fuente: Dimitri B. Papadimitriou y Edward N. Waolff, Poverty and Prosperity in the USA in the Late Twentieth Century(Palgrave Macmillan, 1993).Nota: Los años de recesión se definen como cinco años de crecimiento per cápita de los ingresos reales disponibles.Incluyen 1974-1975 y 1979-1981.

Kevin Murphy, un economista experto en el mercado laboral de la Universidad de Chicago,resumió cuidadosamente estas conclusiones del informe del Departamento del Tesoro: «Noestamos ante una clásica movilidad en los ingresos. Se observan los cambios entre una personaque empieza trabajando en la biblioteca de la universidad para luego tener un trabajo de verdad apartir de los treinta años».

GANANCIAS DE INGRESOS

Finalmente llegamos al último, y quizá también el más confuso y más eficaz de los argumentosconservadores.

Veamos primero los hechos: las familias que comienzan con ingresos altos en promediotienen un crecimiento de ingresos bajo o negativo en la década siguiente, mientras que las familiasque comienzan con ingresos bajos en promedio ven cómo sus ingresos se incrementan con mayorrapidez. Esto es cierto tanto en los datos del Urban Institute como en los del Tesoro. En el análisisdel Urban Institute, las familias en el quintil inferior en 1977 vieron cómo sus ingresos crecían enun 77% en 1986, mientras que las familias en el quintil superior vieron cómo sus ingresosaumentaban tan solo un 5%. El editorial de The Wall Street Journal, Paul Craig Roberts y otroshan aprovechado estas cifras para poner en evidenciar cómo los ingresos de los pobres crecieronde forma más notable que el de los ricos durante la década de 1980. Permítanme llamar a esto el«cálculo WSJ».

El «cálculo WSJ» parece sorprendente; pero si lo pensamos, es completamente consistentecon la conclusión de que Estados Unidos está experimentando un rápido crecimiento en ladesigualdad. Son unos datos que solo demuestran que, efectivamente, existe cierta movilidad enlos ingresos, algo que nadie niega. Y no constituye ninguna reivindicación más sólida de laspolíticas de oferta a favor de los pobres que decir que muy pocas personas ganan la loteríadurante varios años seguidos.

Desafortunadamente, es difícil explicar esto sin un ejemplo numérico: imagine una economíaen la que en cualquier año la mitad de las familias gana 100.000 dólares y la otra mitad gana200.000. E imagine también que esta economía se ajusta al modelo de la licuadora, de modo queuna familia que comienza en la mitad inferior tiene un 50% de posibilidades de estar en la mitadsuperior diez años después, y viceversa.

Ahora hagamos el «cálculo WSJ». Las familias que comienzan en la mitad inferior comienzancon 100.000 dólares; diez años después, en promedio tienen 150.000, lo que supone un incrementodel 50%. Las familias que comienzan en la mitad superior comienzan con 200.000; diez años

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después, en promedio, también tienen 150.000, lo que en este caso supone un crecimiento del33%.

Ahora, la pregunta que cabe hacerse es: ¿ha mejorado la distribución de la renta con respectoa la situación inicial? No: no ha cambiado. Todo lo que vemos es el conocido fenómenoestadístico de «regresión a la media». Esencialmente, los inicialmente ricos no tienen a dónde irsino más bien tienden a bajar; mientras que los pobres inicialmente no tienen a dónde ir sino asubir. De esta forma, si la distribución de la renta fuera estable en el tiempo, cualquier movilidaddel ingreso produciría inevitablemente el resultado del «cálculo WSJ»; y al mismo tiempo estosucede en un entorno en el que observamos cómo la desigualdad en conjunto se incrementa.

Si la movilidad del ingreso fuera tan alta como la mostrada en este ejemplo, la distribuciónde la renta en un momento dado no sería obviamente muy relevante. Pero como ya hemos visto, lamovilidad de los ingresos no es tan alta: la mayoría de las personas pobres o ricas tienden amantenerse en su cohorte de renta inicial. Por lo tanto, tenemos suficiente movilidad de ingresospara hacer que el «cálculo WSJ» parezca correcto, pero no la suficiente como para cambiar lahistoria real de que la desigualdad verdaderamente está aumentando.

Si queremos una imagen más concreta, podemos pensar de la siguiente manera. En un añodeterminado cualquiera, algunas de las personas con bajos ingresos simplemente están teniendo unmal año. Son trabajadores en una situación temporal de desempleo, pequeños empresarios quetienen que cerrar, agricultores afectados por una mala cosecha. A estas personas les irá muchomejor durante los años siguientes, con lo que, en general, el ingreso promedio de las personas queactualmente cuentan con bajos ingresos aumentará de forma notable. Pero eso no significa que laspersonas que son persistentemente pobres tengan ingresos crecientes; ellos no. Quizá la forma másreveladora de mostrar las limitaciones en el «cálculo WSJ» es realizarlo a la inversa, como hizoIsabel Sawhill del Urban Institute. En sus datos, las familias que estaban en el quintil superior en1977 habían experimentado una caída del 11 % en los ingresos en 1986. Pero cuando miró a lasfamilias que estaban en el quintil superior en 1986, ¡descubrió que habían experimentado unaumento del 65 %! A los conservadores les gusta enfatizar la movilidad de los ingresos, porquepueden evocar la imagen histórica de Estados Unidos como una tierra de oportunidades, unaimagen que siempre ha sido parcial, si no completamente cierta. Pero aun así, la movilidad en ladécada de 1980 no aumentó ni fue lo suficientemente alta como para representar una diferenciasustancial con respecto al incremento abrumador de la desigualdad.

El crecimiento de la desigualdad de la renta en Estados Unidos desde la década de 1970 noes una parte menor del contexto económico. Por el contrario, es un hecho evidente enprácticamente todas las estadísticas económicas, y supone una variable importante en casi todoslos aspectos de la vida nacional. Se puede aceptar esta tendencia o lamentarla, pero nadiemínimamente serio puede negarla.

Es por eso por lo que la gran lección sobre el debate en la distribución de la renta es sobre lamentalidad actual de los conservadores. Resulta que muchos conservadores, pese a su retóricaantitotalitaria, tienen instintos orwellianos: si los datos no dicen lo que quieres que diga,escóndelo o elimínalo.

La cuestión sobre la distribución de la renta es un tema sin duda importante. Nadie saberealmente todas las razones por las que los ingresos en la parte superior se han disparado,mientras que los ingresos en la parte baja se han hundido. Aún menos existe un consenso sobre qué

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tipos de políticas podrían limitar o revertir estas tendencias. Sin embargo, parece que muchosconservadores no solo no quieren hablar sobre el tema, sino que simplemente prefieren no afrontarla realidad y vivir en un mundo de fantasía en el que la década de 1980 resultó ser como sesuponía que debía ser, no como realmente fue.

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Licenciados frente a oligarcas27 de febrero de 2006

Todo el mundo está de acuerdo en que el discurso inaugural de Ben Bernanke ante el Congresocomo presidente de la Reserva Federal fue espléndido. No dio ningún paso en falso en lo que serefiere a la política monetaria o fiscal.

Sin embargo, Bernanke sí tuvo un traspié. Al responder a la pregunta del representanteBarney Frank sobre la desigualdad de ingresos, declaró que «el factor más importante» en elaumento de la desigualdad «es la creciente prima de cualificación, el mayor rendimiento de laeducación».

Se trata de una lectura incorrecta de lo que está ocurriendo en la sociedad estadounidense. Loque estamos presenciando no es el ascenso de una clase bastante amplia de trabajadores delconocimiento, sino el auge de una reducida oligarquía: los ingresos y la riqueza se estánconcentrando, cada vez más, en manos de una minúscula élite privilegiada.

Pienso en la postura de Bernanke, que se oye todo el tiempo, como la falacia del 80-20.Consiste en la idea de que, en nuestra sociedad cada vez más desigual, los ganadores son un grupobastante grande, que el 20% aproximadamente de los trabajadores estadounidenses concualificaciones para sacar partido a las nuevas tecnologías y la globalización se estándistanciando del 80% que carece de ellas.

La realidad es bastante diferente. A los trabajadores altamente cualificados les ha ido mejorque a quienes poseen menos formación, pero una titulación universitaria apenas ha servido paraobtener grandes ingresos. El Informe Económico del Presidente de 2006 nos dice que los ingresosreales de los titulados universitarios cayeron más de un 5% entre 2000 y 2004. En el intervalomás largo transcurrido entre 1975 y 2004, los ingresos medios de los licenciados aumentaron,pero menos de un 1% anual.

Entonces, ¿quiénes salen ganando con este aumento de la desigualdad? No es el 20 % conmayores ingresos, ni siquiera el 10 %. Los grandes beneficios han ido a parar a un grupo muchomás pequeño y mucho más rico.

Un nuevo trabajo de investigación de Ian Dew-Becker y Robert Gordon, de la UniversidadNorthwestern, «Where Did the Productivity Growth Go?» (¿Adónde fue a parar el crecimiento dela desigualdad?), ofrece los datos. Entre 1972 y 2001, los ingresos salariales de losestadounidenses en el percentil 90 de la distribución de la renta aumentaron solo el 34 %, oaproximadamente el 1% anual. Por tanto, pertenecer al 10% superior de la distribución de larenta, al igual que tener una titulación universitaria, no abría la puerta a obtener grandes ingresos.

Sin embargo, los ingresos del percentil 99 aumentaron un 87 %; los del percentil 99,9, un181%; y los del percentil 99,99, un 497%. No, no se trata de un error tipográfico.

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Para que se hagan una idea de sobre quiénes estamos hablando: el Tax Policy Center, sinfiliación partidista, calcula que este año al percentil 99 le corresponderán unos ingresos de402.306 dólares y al percentil 99,9, de 1.672.726 dólares. El centro no facilita una cifra para elpercentil 99,99, pero es probable que sea superior a los seis millones de dólares anuales.

¿Por qué una persona tan inteligente y tan bien informada como Bernanke se equivoca alseñalar la naturaleza de la creciente desigualdad? Porque la falacia en la que cae suelepredominar en los debates educados sobre las tendencias de los ingresos no porque sea cierta,sino porque es reconfortante. La idea de que todo tiene que ver con los rendimientos de laeducación da a entender que nadie tiene la culpa del aumento de la desigualdad, que se tratasimplemente de un ejemplo de cómo funcionan la oferta y la demanda. Y también sugiere que lamanera de mitigar la desigualdad es mejorar el sistema educativo, y una educación mejor es unvalor del que casi todos los políticos estadounidenses hablan, al menos de boquilla.

La idea de que tenemos una creciente oligarquía es mucho más perturbadora. Sugiere que elaumento de la desigualdad podría tener que ver tanto con las relaciones de poder como con lasfuerzas del mercado. Por desgracia, esta es la historia real.

¿Debemos preocuparnos por la naturaleza cada vez más oligárquica de la sociedadestadounidense? Sí, y no solo porque la marea económica en ascenso no haya conseguido levantara la mayoría de los barcos. Tanto la historia como la experiencia moderna nos dicen que lassociedades sumamente desiguales también tienden a ser muy corruptas. Hay una flecha decausalidad que va desde las tendencias divergentes de los ingresos hasta Jack Abramoff y elproyecto K Street.

Y estoy de acuerdo con Alan Greenspan, quien, sorprendentemente, dadas sus raícesneoliberales, ha advertido en reiteradas ocasiones de que el aumento de la desigualdad representauna amenaza para la «sociedad democrática».

Puede que tenga que transcurrir algún tiempo antes de que reunamos la voluntad política parahacer frente a la amenaza, pero el primer paso para hacer algo con la desigualdad es abandonar lafalacia del 80-20. Es hora de afrontar el hecho de que la creciente desigualdad se debe a lasgigantescas ganancias de una élite minúscula, no a los modestos ingresos de los licenciados.

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Dinero y moralidad9 de febrero de 2012

Últimamente, la desigualdad ha vuelto a estar en el centro de las conversaciones en nuestro país.Occupy Wall Street dio visibilidad al tema, mientras que la Oficina de Presupuestos del Congresoproporcionó datos rigurosos sobre la creciente brecha de ingresos. Y el mito de una sociedad sinclases ha quedado en evidencia: entre los países ricos, Estados Unidos sobresale como el lugar enel que la condición económica y social tiene más probabilidades de ser heredada.

Así que ya sabíamos lo que iba a pasar a renglón seguido. De repente, los conservadores nosestán diciendo que, en realidad, la cuestión no es el dinero; es un problema de moralidad. Elestancamiento de los salarios y todo eso es lo de menos, el verdadero problema es el hundimientode los valores familiares de la clase trabajadora, lo cual por alguna razón es culpa de losliberales.

¿Pero de verdad que todo es una cuestión de moralidad? No, es fundamentalmente unacuestión de dinero.

Para ser justos, el nuevo libro en torno al cual gira el contraataque conservador, ComingApart: The State of White America, 1960-2010 («Fragmentación: la situación del EE.UU. blanco,1960-2010»), de Charles Murray, destaca algunas tendencias sorprendentes. Entre losestadounidenses blancos con un nivel de educación secundaria o más bajo, la tasa de matrimoniosy la participación de los hombres en la fuerza laboral han descendido, mientras que losnacimientos fuera del matrimonio han aumentado. Claramente, la sociedad trabajadora blanca hacambiado en formas que no pintan nada bien.

Pero la primera pregunta que uno debe hacerse es: ¿verdaderamente están las cosas tan malen lo que a valores se refiere?

Por lo visto, Murray y otros conservadores tienden a dar por sentado que el declive de lafamilia tradicional tiene repercusiones terribles para la sociedad en su conjunto. Naturalmente,esta es una postura que viene de antiguo. Al leer a Murray, me puse a pensar en una diatribaanterior, el libro de 1996 de Gertrude Himmelfarb, The De-Moralization of Society: FromVictorian Virtues to Modern Values («La desmoralización de la sociedad: de las virtudesvictorianas a los valores modernos»), que hablaba más o menos del mismo tema: afirmaba quenuestra sociedad se estaba viniendo abajo, y predecía una desintegración aún mayor a medida queproseguía el deterioro de las virtudes victorianas.

Pero lo cierto es que algunos indicadores de la disfunción social han mejoradodrásticamente, a pesar de que la familia tradicional sigue perdiendo terreno. Que yo sepa, Murraynunca menciona ni el descenso de los embarazos en adolescentes en todos los grupos racialesdesde 1990, ni la disminución en un 60 % de los crímenes violentos desde mediados de la décadade 1990. ¿Podría ser que las familias tradicionales no sean tan cruciales para la cohesión socialcomo pregonan?

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Aun así, está claro que algo le está sucediendo a la familia tradicional de clase trabajadora.La pregunta es qué. Y francamente, es sorprendente con qué rapidez y con qué alegría rechazan losconservadores la respuesta aparentemente obvia: una reducción drástica de las oportunidades deempleo al alcance de los hombres con un nivel de estudios bajo.

La mayoría de las cifras que vemos sobre las tendencias salariales en Estados Unidos secentran en las familias más que en los individuos, lo cual tiene sentido para determinadospropósitos. Pero si observamos el modesto aumento en los salarios de los escalafones más bajosde la distribución de la renta, hay que fijarse en que este aumento en su totalidad —sí, en sutotalidad— proviene de las mujeres, tanto porque hay más mujeres entre los asalariados comoporque los sueldos de las mujeres no están tan por debajo de los de los hombres como solíanestar.

Sin embargo, para los hombres trabajadores con un bajo nivel de estudios, todo ha sidonegativo. El salario base, ajustado a la inflación, de los hombres que tienen terminada laenseñanza secundaria ha caído un 23 % desde 1973. Por otro lado, las prestaciones del trabajadorhan caído en picado. En 1980, el 65% de los trabajadores con la enseñanza media reciénterminada que trabajaban en el sector privado tenían seguro médico, pero en 2009, el porcentajehabía descendido hasta el 29%. De modo que nos hemos convertido en una sociedad en la que loshombres con pocos estudios tienen grandes dificultades para encontrar un empleo con un sueldodecente y buenas prestaciones. Pero, por alguna razón, se supone que tenemos que sorprendernosde que estos hombres tengan menos probabilidades de formar parte de la fuerza laboral o decasarse, y llegar a la conclusión de que ha debido de haber un misterioso cataclismo moralcausado por los liberales pijos. Y Murray también nos dice que los matrimonios de la clasetrabajadora, si es que se producen, se han vuelto menos felices; por extraño que parezca, losproblemas de dinero hacen eso.

Y un pensamiento más: el verdadero ganador en esta controversia es el distinguido sociólogoWilliam Julius Wilson. Allá por 1996, el mismo año en que Himmelfarb se lamentaba delhundimiento de nuestros valores morales, Wilson publicaba When Work Disappears: The NewWorld of the Urban poor («Cuando el trabajo desaparece: el nuevo mundo de los pobres deciudad»), en el que sostenía que gran parte de los alborotos sociales entre los afroamericanos —generalmente atribuidos a un desplome de los valores—, se debían en realidad a la falta detrabajos manuales en las zonas urbanas. Si estaba en lo cierto, es de esperar que suceda algoparecido si otro grupo social —por ejemplo, los blancos de clase trabajadora— experimentaranuna pérdida de oportunidades económicas comparable. Y así ha sido.

De modo que deberíamos rechazar el intento de desviar la conversación desde ladesigualdad cada vez más acusada hasta los defectos morales de los estadounidenses que se estánquedando rezagados. Los valores tradicionales no son tan esenciales como a los conservadoressociales les gustaría hacernos creer y, en cualquier caso, los cambios sociales que se estánproduciendo en la clase trabajadora de EE.UU. son en su mayoría la consecuencia, no la causa,del drástico auge de la desigualdad.

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Los robots no tienen la culpa de los salarios bajos14 de marzo de 2019

El otro día me encontraba en una conferencia hablando del estancamiento de los salarios y el granaumento de la desigualdad. Hubo debates muy interesantes. Pero una cosa que me sorprendió fueque muchos de los participantes supusieran sin más que los robots constituyen una parteimportante del problema, que las máquinas se están quedando con los trabajos buenos, o inclusocon los trabajos en general. La mayoría de las veces, esto no se presentaba ni siquiera como unahipótesis, sino como algo que todo el mundo sabe.

Y esta suposición tiene repercusiones reales en el debate político. Por ejemplo, buena partede la agitación a favor de la renta básica universal proviene de la creencia de que los puestos detrabajo escasearán cada vez más a medida que el apocalipsis robótico se haga con la economía.De modo que me parece buena idea señalar que, en este caso, lo que todo el mundo sabe no escierto. Las predicciones son difíciles, sobre todo las relativas al futuro, y es posible que losrobots vengan uno de estos días a hacerse con todos nuestros puestos de trabajo. Pero laautomatización no es la parte principal de la historia de lo que les ha ocurrido a los trabajadoresestadounidenses a lo largo de los últimos cuarenta años. Es verdad que tenemos un serioproblema, pero tiene muy poco que ver con la tecnología, y mucho con la política y el poder.Retrocedamos un momento y preguntémonos qué es, en cualquier caso, un robot. No tiene por quéparecerse a C-3PO, ni rodar por ahí diciendo «¡Exterminar! ¡Exterminar!». Desde un punto devista económico, un robot es cualquier cosa que utilice la tecnología para efectuar una tarea antesrealizada por humanos.

Y en este sentido, los robots llevan literalmente siglos transformando nuestra economía.David Ricardo, uno de los padres fundadores de las ciencias económicas, ya escribió sobre losefectos perturbadores de la maquinaria... ¡en 1821! Hoy en día, cuando la gente habla delapocalipsis robótico, en general no piensa en cosas como la minería a cielo abierto o en laminería de remoción de cimas. Pero estas tecnologías transformaron por completo la minería: laproducción de carbón casi se duplicó entre 1950 y 2000, pero el número de mineros del carbóncayó de 470.000 a menos de 80.000.

O piensen en la contenedorización de cargas. Antes, los estibadores constituían una parteimportante del paisaje en las grandes ciudades portuarias. Pero mientras que el gran comerciomundial se ha disparado desde la década de 1970, la proporción de trabajadores estadounidensesque se encargan del «manejo de cargamentos marítimos» se ha reducido casi en dos tercios.

Por lo tanto, las perturbaciones tecnológicas no son un fenómeno nuevo. Aun así, ¿se estánacelerando? No, según los datos. Si los robots estuviesen de verdad sustituyendo masivamente alos trabajadores, sería de esperar que la cantidad de cosas producidas por cada trabajador

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restante —la productividad laboral— se disparase. De hecho, la productividad creció muchísimomás entre mediados de la década de 1990 y principios del 2000 de lo que lo ha hecho desdeentonces.

De modo que el cambio tecnológico es una vieja historia. La novedad es que los trabajadoresno están compartiendo los frutos de ese cambio tecnológico. No digo que afrontar ese cambiofuera fácil alguna vez. El descenso del empleo en el sector del carbón tuvo consecuenciasdevastadoras para muchas familias, y muchas de las anteriores zonas carboníferas no se hanrecuperado nunca. La pérdida de trabajos manuales en las ciudades portuarias contribuyó sin dudaa la crisis de los años setenta y ochenta.

Pero aunque siempre ha habido víctimas del progreso tecnológico, hasta la década de 1970el aumento de la productividad se tradujo en un aumento de sueldo para la gran mayoría de lostrabajadores. Después se rompió la conexión. Y no fue culpa de los robots. ¿A qué se debió esaruptura? Cada vez más economistas, aunque no todos, coinciden en que uno de los factores claveen el estancamiento de los salarios ha sido la disminución del poder de negociación de lostrabajadores, una disminución cuyas raíces son en última instancia políticas.

De manera más obvia, el salario mínimo federal, ajustado a la inflación, ha caído un tercio alo largo de los últimos cincuenta años, a pesar de que la productividad de los trabajadores haaumentado un 150%. Esa divergencia ha sido pura y simplemente política.

El debilitamiento de los sindicatos, que en 1973 protegían a la cuarta parte de lostrabajadores del sector privado pero solo al 6% en la actualidad, tal vez no tenga un origen tanclaramente político. Otros países no han experimentado el mismo debilitamiento. Canadá está tansindicalizada ahora como Estados Unidos en 1973; en los países nórdicos, los sindicatos cubren ados tercios de la población activa. Lo que ha hecho que Estados Unidos fuese tan excepcional hasido un entorno político profundamente hostil a la organización laboral y afín a los empresariosenemigos de los sindicatos.

Y el debilitamiento de las organizaciones sindicales ha cambiado mucho las cosas. Piensenen el trabajo de camionero, que solía ser bueno, pero por el que ahora se cobra un tercio menosque en 1970, con unas condiciones de trabajo terribles. ¿Dónde radica la diferencia? Ladesindicalización ha sido una parte importante de la historia. Y estos factores cuantificables sonmeros indicadores de un sesgo sostenido y generalizado contra los trabajadores en nuestrapolítica.

Lo que me lleva de vuelta a la pregunta de por qué hablamos tanto de robots. La respuesta esque es una táctica de distracción, una forma de no afrontar la manera en que nuestro sistema estáconfabulado contra los trabajadores, del mismo modo que el debate sobre la «falta decualificación» era una forma de desviar la atención de las malas políticas que mantenían alto eldesempleo. Y los progresistas, sobre todo, no deberían caer en este fatalismo simplón. Lostrabajadores estadounidenses pueden y deberían tener mejores condiciones de trabajo. Y en lamedida en que no las están consiguiendo, la culpa no es de los robots, sino de nuestros dirigentespolíticos.

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¿Qué pasa en Trumplandia?2 de abril de 2018

Últimamente, casi todos tienen la sensación (justificada) de que Estados Unidos se está viniendoabajo. Sin embargo, no es algo nuevo ni tampoco una cuestión meramente política. Las cosas estánviniéndose abajo en muchos frentes desde los años setenta: la polarización política ha avanzado ala par que la polarización económica, a medida que la desigualdad en el ingreso se ha disparado.

Además, tanto la polarización política como la económica comparten una fuerte dimensióngeográfica. En el frente económico, algunas zonas del país, principalmente las grandes ciudadescosteras, se han enriquecido mucho, pero otras zonas se han quedado rezagadas. En el frentepolítico, las regiones prósperas votaron en general por Hillary Clinton, mientras que las regionesrezagadas lo hicieron por Donald Trump.

No digo que todo marche de maravilla en las ciudades costeras: mucha gente se está quedadoal margen del progreso económico, incluso en el interior de áreas metropolitanas que parecenprósperas en su conjunto. El precio creciente de la vivienda —en parte debido a la oposición delos vecinos contra cualquier propuesta novedosa— es un problema serio y que exige solucionesapremiantes. En cualquier caso, la divergencia económica regional es real y está estrechamentecorrelacionada, aunque no a la perfección, con la divergencia política.

Pero ¿qué hay detrás de esta divergencia? ¿Qué pasa exactamente en Trumplandia? Lasdisparidades regionales no son un fenómeno nuevo en EE.UU. De hecho, antes de la segundaguerra mundial, la nación más rica y productiva era también una nación que tenía millones decampesinos pobres y sucios, muchos de los cuales ni siquiera tenían electricidad o instalacionessanitarias dentro de sus casas. Sin embargo, hasta los años setenta, esas disparidades fuerondisminuyendo rápidamente.

Tomemos, por ejemplo, el caso de Misisipi, el estado más pobre de Estados Unidos. En lostreinta, la renta per cápita en Misisipi era solo el 30% del ingreso per cápita de Massachusetts.Sin embargo, para finales de los setenta, esa cantidad era de casi un 70%, y la mayoría de la genteprobablemente esperaba que este proceso de convergencia continuara.

No obstante, el proceso se reinvirtió en lugar de avanzar: ahora mismo, Misisipi haregresado a un 55 % del ingreso de Massachusetts. Para poner esto en una perspectivainternacional, ahora Misisipi es tan pobre en relación con los estados costeros como Sicilia enrelación con el norte de Italia.

Misisipi no es un caso aislado. Como documenta un nuevo ensayo de Benjamin Austin,Edward Glaeser y Lawrence Summers, la convergencia regional en la renta per cápita se detuvopor completo. El declive económico relativo de las regiones rezagadas ha venido acompañado deproblemas sociales en aumento: una proporción creciente de hombres en edad laboral que estándesempleados, un aumento de la mortalidad y los altos niveles de consumo de opiáceos.

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Un comentario al margen: una conclusión de estos acontecimientos es que William JuliusWilson tenía razón. Wilson cobró fama por argumentar que los males sociales de los pobres noblancos del centro de las ciudades no eran resultado de misteriosos defectos de la culturaafroamericana, sino de factores económicos; específicamente, de la desaparición de los buenosempleos de trabajo manual. En efecto, cuando los blancos de entornos rurales se enfrentaban a unapérdida similar de oportunidades económicas, experimentaban una descomposición social similar.

Entonces, ¿qué pasa con Trumplandia? En general, estoy de acuerdo con Enrico Moretti, deBerkeley, cuyo libro de 2012, The New Geography of Jobs, es una lectura obligada paracualquiera que esté tratando de entender la situación de EE.UU. Moretti argumenta que loscambios estructurales en la economía han favorecido industrias que emplean a los trabajadorescon estudios superiores, y que estas industrias funcionan mejor en ubicaciones donde hay muchosde esos trabajadores. En consecuencia, estas regiones están experimentando un círculo virtuoso decrecimiento: sus industrias basadas en los conocimientos prosperan, atrayendo a más trabajadorescualificados, lo cual refuerza su ventaja.

Al mismo tiempo, las regiones que comenzaron con una fuerza laboral menos cualificada seencuentran en una espiral descendente, porque están estancados en industrias que no acaban defuncionar y porque experimentan el equivalente a una fuga de cerebros.

Sin embargo, aunque estos factores estructurales seguramente son el motivo principal,debemos reconocer el papel de la política autodestructiva.

El nuevo ensayo de Austin et al. plantea la necesidad de una política nacional que ayude alas regiones rezagadas. Sin embargo, ya se cuenta con programas que ayudarían a esas regiones,pero que no se aplican. Muchos de los estados que se han negado a expandir el Medicaid, a pesarde que el gobierno federal sería quien asumiría la mayor parte del costo —y de que crearíapuestos de trabajo en el proceso— se encuentran entre los más pobres de Estados Unidos. Oconsideremos cómo algunos estados, como Kansas y Oklahoma —ambos relativamente prósperosen los años setenta, pero ahora muy rezagados—, han optado por recortes fiscales radicales y hanacabado con sus sistemas educativos. Las fuerzas externas los han metido en un hoyo, pero estosestados lo hacen aún más profundo.

Aceptémoslo, tratándose de política nacional: Trumplandia está, de hecho, votando por supropio empobrecimiento. Los programas del New Deal y la inversión pública tuvieron un lugardestacado en la enorme convergencia de la posguerra; los esfuerzos conservadores por reducir algobierno dañarán a personas en todo el país, pero afectarán en mayor proporción a las mismasregiones que pusieron al Partido Republicano en el poder.

La verdad es que hacer algo que ponga fin a la creciente división regional de Estados Unidossería difícil incluso con políticas inteligentes. La división solo empeorará con las políticas queprobablemente adoptemos.

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13

Los conservadores

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El movimiento conservador

«No pertenezco a ningún partido político organizado. Soy un demócrata», bromeó Will Rogers. Elchiste encerraba cierta verdad cuando lo dijo, y todavía más ahora. No se fíen de mi palabra: lospolitólogos dirán que los dos partidos son esencialmente diferentes en cuanto a estructura.

El Partido Demócrata no es necesariamente desafortunado o ineficaz, pero siempre ha sidouna coalición más o menos informal de grupos de interés. No es tan heterogéneo como en lostiempos en los que incorporaba tanto a dirigentes sindicales del Norte como a segregacionistassureños, y parece haber adquirido una mayor cohesión ideológica en los últimos años. Sinembargo, ningún grupo en particular está al mando.

En cambio, el Partido Republicano moderno se entiende mejor como parte de un movimientosumamente organizado que incluye el imperio mediático de Murdoch, una increíble variedad delaboratorios de ideas y grupos de apoyo financiados en su mayor parte por el mismo grupo demultimillonarios, y más. Los analistas tanto internos como externos suelen referirse a estecolectivo como «movimiento conservador».

El movimiento conservador no siempre fue una fuerza importante en la políticaestadounidense. Apenas existía antes de los años setenta y no asumió el control pleno del PartidoRepublicano hasta los años noventa. Sin embargo, ahora es el único tipo de conservadurismo queimporta y es la fuerza motriz que impulsa la profunda polarización política de Estados Unidos.Una vez más, los politólogos han hallado la manera de medir estas cosas. Al menos hasta fechasrecientes, los demócratas habían virado ligeramente hacia la izquierda, pero los republicanos sehabían desplazado muy a la derecha. Sí existe polarización en nuestra política, pero, comosostienen los politólogos, es «asimétrica».

No obstante, muchas personas que opinan sobre la política estadounidense o no reconocen ose niegan a admitir esta asimetría fundamental entre los dos partidos. Incluso tenemos un nombrepara ello: falso equilibrio. Es la insistencia en que cualquier exceso partidista que se puedaapreciar en la derecha tiene un equivalente en la izquierda, que el camino a seguir para resolverlos problemas de Estados Unidos es que los buenos centristas de ambos partidos se junten yarreglen las cosas. Todo esto es premeditadamente ingenuo.

Claro que existen radicales de izquierdas en Estados Unidos, pero no controlan el PartidoDemócrata, y los radicales de derechas son básicamente el Partido Republicano. Hay algunospolíticos a los que se podría describir como centristas, en el sentido de que sus opinionespolíticas concuerdan ampliamente con la opinión pública, aunque esta, en realidad, se sitúa muchomás a la izquierda en los asuntos económicos de lo que en general se reconoce. En cualquier caso,en este momento prácticamente todos los políticos a los que se podría denominar centristas sondemócratas; los centristas republicanos han sido expulsados del Partido Republicano.

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Y no se puede escribir de forma realista sobre la política, ya que las ideas políticasdependen, al menos en parte, de lo que tiene alguna probabilidad realista de suceder, sin tener encuenta la polarización asimétrica. Todos los artículos de esta sección tratan, de un modo u otro,sobre la realidad de la política estadounidense en los tiempos del movimiento conservador.

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El mismo viejo partido8 de octubre de 2007

Se han publicado diversos artículos recientemente que describen al presidente Bush como unapersona que se ha desviado del camino del verdadero conservadurismo. Estos artículos sostienenque los republicanos necesitan volver a sus raíces.

Bueno, yo no sé qué es el verdadero conservadurismo, pero mientras investigaba para mipróximo libro dediqué mucho tiempo a estudiar la historia del movimiento político estadounidenseque se autodenomina, conservador, y Bush no se ha desviado en absoluto del camino. Al contrario,es el modelo mismo de un movimiento conservador moderno.

Por ejemplo, la gente dice estar escandalizada de que Bush bajara los impuestos mientraslibraba una guerra muy costosa. Sin embargo, Ronald Reagan también lo hizo mientras emprendíaun enorme rearme militar.

La gente afirma estar escandalizada de la absoluta irresponsabilidad fiscal de Bush. Sinembargo, los intelectuales conservadores, según sus propias declaraciones, abandonaron laresponsabilidad fiscal hace treinta años. Así es como Irving Kristol, por entonces director de ThePublic Interest, explicó por qué había adoptado la economía centrada en la oferta en los añossetenta: tenía una «actitud más bien desdeñosa hacia el déficit presupuestario y otros problemasfiscales o monetarios», porque «la tarea, en mi opinión, consistía en crear una nueva mayoría, loque evidentemente significaría una mayoría conservadora que, a su vez, llegaría a significar unamayoría republicana; por tanto, la prioridad era la eficacia política, no las deficiencias contablesdel gobierno».

La gente dice estar escandalizada por la forma en que la administración Bush subcontratófunciones clave del estado a contratistas privados, pero se negó a ejercer una supervisión eficazde los mismos, un proceso ejemplificado por la fallida reconstrucción de Irak y el escándalo deBlackwater.

Sin embargo, allá por 1993, Jonathan Cohn, que escribía en The American Prospect, explicóque «con Reagan y Bush, se había reducido tanto el número de los funcionarios necesarios parasupervisar a los contratistas, que las supuestas ventajas de subcontratar habían desaparecido. Losorganismos se han quedado con lo peor de ambos mundo: funcionarios desmoralizados ydesorganizados, y contratistas privados que no rinden cuentas».

La gente afirma estar escandalizada de la incompetencia general de la administración Bush.Sin embargo, el desinterés por el buen gobierno ha sido desde hace mucho tiempo un principio delconservadurismo moderno. En The Conscience of a Conservative, publicado en 1960, BarryGoldwater escribió que no le interesaba «racionalizar el gobierno o hacerlo más eficiente, ya quemi intención es reducir su tamaño».

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La gente dice estar escandalizada de que el Departamento de Justicia de Bush se mofara de laConstitución y emitiera un dictamen secreto autorizando la tortura pese a las instrucciones delCongreso y de los tribunales de que se pusiera fin a esta práctica. Sin embargo, ¿se acuerdan delIrán-Contra? La administración Reagan vendió en secreto armas a Irán, violando un embargolegal, y utilizó los fondos para financiar a la contra nicaragüense, desafiando la prohibiciónexplícita del Congreso de hacerlo.

Ah, y si se cree que el Irán-Contra fue una operación encubierta independiente, en lugar deuna acción que contó con el pleno conocimiento y la aprobación de los dirigentes políticos —protegidos por una cuidadosa tapadera, que incluía los oportunos indultos presidenciales—, tengouna carta de Níger que tal vez se quiera comprar.

La gente afirma estar escandalizada de los esfuerzos de la administración Bush de privar delderecho a voto a grupos minoritarios con el pretexto de combatir el fraude electoral. Sin embargo,Reagan se opuso a la Ley de Derecho al Voto y todavía en 1980 la describió como «humillantepara el Sur».

La gente dice estar escandalizada de los intentos de la administración Bush, que durantealgún tiempo alcanzaron el éxito, de intimidar a la prensa. Sin embargo, las tácticas de estaadministración con los medios, y en gran medida las personas que las aplicaron, provienendirectamente de la administración Nixon. Dick Cheney quiso registrar el apartamento de SeymourHersh no la semana pasada, sino en 1975. Roger Ailes, el presidente de Fox News, fue el asesorde prensa de Nixon.

La gente afirma estar escandalizada de los intentos de la administración Bush de equiparar ladisidencia a la traición. Sin embargo, Goldwater, quien, al igual que Reagan, ha sido reinventadocomo un icono de la pureza conservadora —aunque fue un personaje mucho menos atractivo en lavida real—, apoyó incondicionalmente a Joseph McCarthy y fue uno de los veintidós senadoresque votó en contra de una moción para censurar al demagogo.

Sobre todo, la gente dice estar escandalizada del autoritarismo de la administración Bush, desu desprecio por el estado de derecho. Sin embargo, ha transcurrido medio siglo desde que TheNational Review proclamó que «la comunidad blanca del Sur tienen derecho a adoptar lasmedidas que sean necesarias para prevalecer» y calificó de irrelevantes las objeciones quepudieran surgir después de «consultar un catálogo de los derechos de los ciudadanosestadounidenses, nacidos iguales», posiblemente una referencia al documento conocido como la«Constitución de Estados Unidos».

Ahora bien, mientras inspeccionan las ruinas de su causa, los conservadores podríanpreguntarse: «Bueno, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?». Podrían decirse a sí mismos: «Esta no esmi hermosa derecha». Y podrían preguntarse: «¡Dios mío!, ¿qué hemos hecho?».

Sin embargo, su movimiento es el mismo de siempre. Y Bush es el verdadero y leal herederodel movimiento conservador.

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Cantor y el fin de un movimiento12 de junio de 2014

¿Tiene importancia la sorprendente derrota en las primarias del congresista Eric Cantor, elpresidente de la Cámara de Representantes de EE. UU.? Mucha. El movimiento conservador, quedominó la política estadounidense desde la elección de Ronald Reagan hasta la elección deBarack Obama —y que muchos expertos creían que podría resurgir este año— se desintegra antenuestros ojos.

No quiero decir que el conservadurismo en general esté agonizando. A lo que tanto otroscomo yo nos referimos cuando hablamos de «movimiento conservador», una expresión que creoque descubrí gracias al historiador Rick Perlstein, es a algo más concreto: un conjunto deinstituciones y alianzas entrelazadas que ganó las elecciones echando leña al fuego deldesasosiego cultural y racial, pero que usó esas victorias fundamentalmente para sacar adelante unprograma económico elitista, a la vez que proporcionaba una red de apoyo a los leales a suideología y sus políticas.

Al rechazar a Cantor, las bases republicanas han demostrado que ya se conocen lastriquiñuelas electorales y, con su caída, Cantor ha demostrado que esa red de apoyo ya no puedegarantizar la seguridad laboral [de los políticos conservadores]. La protección conservadora hafuncionado durante unas tres décadas, pero ya no.

Para entender a qué me refiero cuando hablo de triquiñuelas, piensen en lo que pasó en 2004.George W. Bush consiguió ser reelegido presentándose como un campeón de la seguridad nacionaly los valores tradicionales —como suelo decir, se mostró como el máximo defensor de EstadosUnidos frente a los terroristas homosexuales casados— y, acto seguido, volvió a centrarse en suverdadera prioridad: privatizar la Seguridad Social. Aquello ilustraba perfectamente la estrategiaque hizo famosa el libro de Thomas Frank titulado ¿Qué pasa con Kansas?, según la cual losrepublicanos movilizan a los votantes gracias a los problemas sociales pero, tras las elecciones,se dedican siempre a proteger los intereses de las grandes empresas y del 1% de la población.

A cambio de este servicio, los empresarios y los ricos proporcionan una generosafinanciación a los políticos de derechas y una red de seguridad —la «protección conservadora»—a sus miembros más leales. En concreto, siempre había puestos cómodos esperando a quienesdejaban el cargo, por propia voluntad o no. Había cargos en los grupos de presión; había trabajocomo analista de Fox News y otros (dos de los autores de los discursos de Bush son ahoracolumnistas del Washington Post); había puestos en la «investigación» (tras perder su escaño enel Senado, Rick Santorum se convirtió en director del programa Enemigos de Estados Unidos enun think tank respaldado por los hermanos Koch, entre otros).

La combinación de una estrategia electoral de éxito con la red de seguridad hacía que ser unadalid del conservadurismo pareciese una salida profesional con pocos riesgos. La causa eraradical, pero los enrolados en el movimiento tendían a parecerse cada vez más a los burócratas,

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más motivados por la ambición que por sus convicciones.Esa era sin duda la impresión que daba Cantor. Nunca he oído que nadie lo describiese como

alguien inspirador. Su retórica política era desagradable y poco enérgica; a menudo,asombrosamente torpe. A lo mejor recuerdan, por ejemplo, que en 2012 se le ocurrió conmemorarel Día del Trabajo con un mensaje en Twitter en el que homenajeaba a los empresarios. Pero eraevidente que se le daban muy bien las maniobras internas.

Sin embargo, resulta que eso ya no basta. No sabemos con exactitud por qué ha perdido lasprimarias, pero parece claro que las bases republicanas no estaban seguras de que fuese adefender sus intereses y no los de las grandes empresas (y es probable que tuvieran razón). Y elproblema concreto más amenazante, la inmigración, también parece ser causa de una gran divisiónentre las bases y la élite del partido. Y no solo porque la élite crea que debe encontrar una formade acercarse a los hispanos, a los que detestan las bases. También hay un conflicto inevitable entrela defensa de los estadounidenses nativos por parte de las bases conservadoras y el deseocorporativo de mano de obra barata y abundante.

Y aunque Cantor no pasará hambre —seguro que encuentra un hueco cómodo en la calle K—,la humillación de su caída es una advertencia de que convertirse en un apparatchik conservadorno es una opción profesional tan segura como antes.

¿Y qué futuro le espera al movimiento conservador? Antes de la derrota inesperada deVirginia, los medios de comunicación no se cansaban de decir que el sistema republicano estabarecuperando el control gracias al Tea Party, lo que de hecho equivalía a afirmar que el movimientoconservador más retrógrado volvía a la carga. Lo cierto, sin embargo, es que las figuras delestablishment que han ganado las primarias lo han conseguido reinventándose como extremistas.Y la derrota de Cantor demuestra que defender el extremismo de boquilla no basta; las basestienen que creer que uno va en serio.

A largo plazo —a partir de 2016, probablemente—, esto supondrá una mala noticia para elPartido Republicano porque, en temas sociales, este se está desplazando hacia la derecha en unaépoca en la que el país en general se mueve hacia la izquierda (piensen en lo deprisa que hacambiado la opinión sobre el matrimonio homosexual). Mientras tanto, sin embargo, lo queestamos viendo es un partido que será aún más radical, menos interesado todavía en participar enuna gobernanza normal de lo que lo ha sido desde 2008. Un panorama político ya feo está a puntode ponerse más feo todavía.

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El gran espejismo del centro derecha31 de octubre de 2018

¿Qué es lo que está conduciendo a la política estadounidense hacia el abismo? El odio racial y elcinismo de los políticos dispuestos a explotarlo desempeñan un papel central. Sin embargo,existen otros factores. Y un artículo de opinión de Alexander Hertel-Fernandez, MattoMildenberger y Leah Stokes publicado hoy en The New York Times (que en realidad es de cienciassociales, no de opinión) parece confirmar algo que ya sospechaba: una mala interpretación de loque los votantes quieren está distorsionando tanto el posicionamiento político como las políticaspúblicas.

Lo que los autores del artículo muestran es que los asesores del Congreso perciben demanera extremadamente errónea las opiniones de las bases electorales de sus jefes; esto es ciertoen ambos partidos, pero más en el caso de los republicanos. Lo que no señalan explícitamente esque, con la excepción de la derogación de la ACA, los demócratas yerran en la misma direcciónque los republicanos, solo que algo menos. En concreto, ambos partidos creen que los ciudadanosse sitúan más a la derecha de donde realmente están.

Un inciso sobre la derogación de la ACA: me pregunto qué está sucediendo realmente aquí.Muchísimas encuestas indican que la inmensa mayoría de los votantes quieren protección en casode enfermedades preexistentes y subsidios para ayudar a las personas con bajos ingresos acostearse un seguro; es decir, quieren el contenido de la ACA, aunque afirmen no estar de acuerdocon la ley. Por tanto, yo tomaría estos resultados con mucha cautela: podría ser que, en este tema,los demócratas no estén tan equivocados como parece.

En cualquier caso, lo que de verdad me gustaría ver son sondeos comparables sobre otrosgrupos, por ejemplo, los analistas políticos de los principales medios de comunicación. ¿Por qué?Porque sospecho que nos encontraríamos con unos resultados similares: las personas que opinansobre la política también imaginan que los votantes se sitúan más a la derecha de lo que están enrealidad. Dicho de otro modo, lo que estoy sugiriendo es que existe un espejismo compartido enWashington: que Estados Unidos es una nación conservadora o, como máximo, de centroderecha,una opinión que no se sustenta en la realidad.

Es cierto que los republicanos, que cada vez más son un partido de extrema derecha, han sidomás que competitivos en el plano político: han controlado la Casa Blanca, la Cámara deRepresentantes o ambas en los últimos veinticuatro años excepto cuatro. Sin embargo, esto sedebe en gran medida a que el terreno de juego está desnivelado: solo han conseguido una vez elvoto popular para el presidente en todo este tiempo y pueden mantener la Cámara aun cuando losdemócratas obtienen muchos más votos.

Y también refleja una estrategia política en la que los republicanos hablan sin parar decualquier cosa excepto de sus políticas. El frenético intento de Trump de hacer que las eleccionesde la semana próxima giren en torno al tema de la aterradora gente de color en lugar de la

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asistencia sanitaria o las rebajas fiscales es lo más burdo y desagradable que hayamos visto enmucho tiempo, pero, en lo fundamental, no es algo atípico. Bush padre se presentó haciendocampaña contra Willie Horton. Bush hijo, hablando de la seguridad nacional. Sus políticas reales,no tanto.

De hecho, tuvimos un ejemplo práctico de la disonancia entre el electoralismo del PartidoRepublicano y las preferencias de la opinión pública en 2004-2005. Bush las convirtió en unaselecciones sobre la seguridad nacional con un toque de guerra cultural; como solía bromear, sepresentó como el enemigo de los terroristas unidos en matrimonios gais. Después, con la victoriaen su haber, proclamó que tenía un mandato para privatizar la Seguridad Social. No lo tenía.

Sin embargo, muchos analistas creían que sí. Durante varios meses después de las eleccionesde 2004, la opinión generalizada entre los comentaristas era que Bush iba a salirse con la suya enel tema de la Seguridad Social y que personas como Nancy Pelosi, que estaban intentando ponerfreno a su tentativa, estaban en el lado equivocado de la historia. La abrumadora reacción encontra de los votantes, a quienes la Seguridad Social (y Medicare, y Medicaid) les gustaba deverdad mucho, sorprendió por completo a muchos autoproclamados «expertos políticos».

Entonces, ¿cuáles son los efectos de este espejismo de que Estados Unidos es una nación decentroderecha? Esto ha cohibido sin duda a los demócratas a la hora de adoptar posturas políticasvalientes por miedo a que los votantes los vean demasiado a la izquierda, un temor alimentado portodos esos periodistas que siguen insistiendo en que los ciudadanos quieren centristas que sesitúen entre los dos partidos. Recordemos aquella moda que proponía a Bloomberg a lapresidencia, que consistió en una serie de destacados comentaristas y quizá tres o cuatro votantesque no eran periodistas.

No obstante, los republicanos están aún más desconectados de la realidad. Hertel-Fernandezet al. señalan correctamente que la rebaja fiscal de Trump ha resultado ser sistemáticamenteimpopular; no precisan que al principio los republicanos estaban convencidos de que sería un granéxito político: «Si no podemos venderle esto al pueblo estadounidense, tendremos que buscarnosotro tipo de trabajo», declaró Mitch McConnell. Pero no pudieron hacerlo, y la rebaja fiscalprácticamente ha desaparecido de la propaganda del partido.

Y parece que los republicanos se han visto sorprendidos por la reacción de la opiniónpública en contra de sus intentos de eliminar la protección para las enfermedades preexistentes,algo increíble si se piensa en ello. ¿Cómo es posible que no se dieran cuenta de que era un asuntoespinoso?

Esto me lleva a lo que escribió ayer David Roberts, que complementa algo en lo que llevotiempo pensando. Señala, a propósito de la debacle del intento de incriminar a Mueller, queestamos hablando de la «segunda generación de conservadores de Fox News», que ha crecidodentro de la burbuja de la derecha y no entiende cómo hablan, piensan y se comportan laspersonas de fuera de la misma.

Diría que es aún más claro en el caso de los políticos profesionales del Partido Republicano,que son todos apparatchiki. Es decir, han crecido dentro del aparato del movimiento conservadore imaginan realmente que todo el mundo comparte su ideología excepto unos pocos perdedores deizquierdas. Ni siquiera se dan cuenta de que el éxito de su partido se ha basado en el antagonismoracial, que la mayoría de las personas quieren que se suban los impuestos a los ricos y semantengan las prestaciones sociales.

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Y, por cierto, aquí es donde Trump tiene ventaja. No creció en el vivero conservador; sugrosería da a entender que comprende que sus posibilidades electorales no dependen de repetirlos dogmas conservadores, sino de ser extremadamente desagradable.

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Lugares vacantes de la política estadounidense4 de febrero de 2019

Howard Schultz, el multimillonario del café, quien imaginó que podría atraer un amplio apoyocomo «centrista», resultó tener un apoyo del 4%, frente a un 40% de desaprobación.

Ralph Northam, un demócrata que llegó a ser elegido gobernador de Virginia por un ampliomargen, está enfrentando un aluvión de denuncias de su propio partido, por culpa de unasimágenes racistas que hay en la página del anuario de su escuela de medicina.

Donald Trump, que durante la campaña electoral prometió expandir los servicios médicos yaumentar los impuestos a los ricos, comenzó traicionando a sus seguidores de la clase trabajadoraen cuanto asumió el cargo, impulsando la aprobación de enormes recortes fiscales para los ricosmientras trataba de dejar sin cobertura médica a millones de personas.

Resulta que estas son historias relacionadas, todas están vinculadas con dos grandesausencias en la vida política estadounidense.

Una es la ausencia de votantes económicamente conservadores pero socialmente liberales.Estas eran las personas que Schultz pensó que podría atraer, pero básicamente no existen, ya quesolo representan alrededor de, sí, el 4% del electorado.

La otra es la ausencia de políticos económicamente liberales pero socialmenteconservadores; seamos directos y llamémosles «populistas racistas». Hay muchos votantes a losque les gustaría esa combinación y Trump fingió ser el hombre que buscaban, pero no lo fue, ynadie más lo es por ahora.

Yo argumentaría que entender estos lugares vacantes es la clave para comprender la políticaestadounidense.

Alguna vez hubo populistas racistas en el Congreso: la coalición del New Deal se basó en unamplio contingente de segregacionistas que eran miembros del Partido Demócrata por losDerechos de los Estados. Sin embargo, esta coalición siempre fue inestable. En la práctica,defender la inclusión económica parece equipararse a defender la inclusión racial y social. Parala década de 1940, los demócratas del Norte estaban más a favor de los derechos civiles que losrepublicanos del Norte, y como demuestra el escándalo de Northam, ahora el partido tiene muypoca tolerancia ante cualquier cosa que pudiera interpretarse como racismo.

Mientras tanto, al Partido Republicano moderno solo le importa recortar los impuestos a losricos y las prestaciones sociales a los pobres y a la clase media. Y Trump, a pesar de su posturade campaña, no ha resultado ser distinto.

De ahí el fracaso de nuestro sistema político para complacer a los votantes socialmenteconservadores/racistas que también quieren cobrarles impuestos a los ricos y mantener laSeguridad Social. Los demócratas no ratificarán su racismo; los republicanos, que no tienen talesreparos, lo harán —recuerden, el establishment del partido respaldó sin fisuras la candidatura deRoy Moore en el Senado—, pero no protegerán los programas de los que dependen.

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No obstante, ¿por qué hay tan pocos electores que mantienen la postura contraria, quecombina el liberalismo social/racial con el conservadurismo económico? En mi opinión, larespuesta se encuentra en lo mucho que el Partido Republicano se ha inclinado hacia la derecha.

Las encuestas son inequívocas en este aspecto. Si definen «centro» como una postura que seencuentra de algún modo entre las de los dos partidos, en lo que respecta a las cuestioneseconómicas, la mayoría se posiciona de manera abrumadora a la izquierda del centro; a laizquierda de los demócratas, de hecho. Nada define mejor al Partido Republicano que los recortesfiscales para los ricos, pero dos terceras partes del electorado creen que los impuestos a los ricosson demasiado bajos, mientras que solo el 7% cree que son demasiado altos. Los votantes apoyanel impuesto propuesto por Elizabeth Warren a las enormes fortunas por una mayoría de 3 a 1. Solouna pequeña minoría quiere ver recortes en el Medicaid, aun cuando dichos recortes han sidocapitales en todas las propuestas sobre la atención médica del Partido Republicano en los últimosaños.

¿Por qué los republicanos adoptan una postura tan distante de las preferencias de loselectores? Porque pueden hacerlo. A medida que los demócratas se convierten en el partido de losderechos civiles, el Partido Republicano puede atraer a blancos de la clase trabajadorarecogiendo su iliberalismo social y racial, aun mientras buscan imponer políticas públicas quedañan a los trabajadores comunes y corrientes.

El resultado es que ser un conservador económico en Estados Unidos significa defenderpolíticas que, por sí mismas, solo resultan atractivas para una pequeña élite. En esencia, nadiequiere esas políticas por sí mismas; solo se venden si van acompañadas de hostilidad racial.

Entonces, ¿qué significan los espacios vacantes para el futuro de la política estadounidense?En primer lugar, por supuesto, que Schultz es un tonto, al igual que aquellos que sueñan con unPartido Republicano reformado que siga siendo conservador, pero que abandone su vínculo conlos racistas. Casi nadie quiere esa mezcla de posturas.

En segundo lugar, los temores de que los demócratas están poniendo en riesgo a sus futuroscandidatos electorales al tomar una postura que está demasiado a la izquierda, por ejemplo, con lapropuesta de impuestos más elevados a los ricos y la expansión de Medicare, son bastanteexagerados. Los votantes quieren un giro económico a la izquierda, solo que a algunos de ellos nosimpatizan con el apoyo demócrata a los derechos civiles, que el partido no puede abandonar sinperder su esencia.

Lo que está menos claro es si hay espacio para políticos dispuestos a ser verdaderospopulistas racistas, a diferencia de Trump, quien estaba fingiendo lo segundo. Hay un bloqueimportante de electores populistas y racistas, y uno podría pensar que alguien podría tratar decomplacerlos. Puede que la atracción gravitacional de los grandes capitales —que se haapoderado por completo del Partido Republicano, y se diría que ha evitado que los demócratasden ese giro tan a la izquierda como el electorado realmente quiere— sea demasiado fuerte.

En cualquier caso, si hay un espacio en la política para un candidato independiente, separecerá más a George Wallace que a Howard Schultz. Los multimillonarios que desprecian a lospartidos convencionales deberían tener cuidado con lo que desean.

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¡Ah! ¡Socialismo!

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Acoso al rojo en el siglo XXI

¿Debería contar Estados Unidos con un programa como Medicare para todos sus residenteslegales? Esta es una pregunta de verdad que se puede formular a los votantes y obtener respuestascon sentido. (Por lo general, a la gente le gusta la idea de poder contratar Medicare, pero no laidea de tener que renunciar a un seguro privado si está contenta con él.)

¿Debería adoptar Estados Unidos el socialismo? Esta no es una verdadera pregunta, ya que«socialismo» puede significar cosas distintas para diferentes personas. La definición clásica es«propiedad estatal de los medios de producción», y es indudable que los votantes no están a favorde ello. No obstante, existe una larga tradición en la política estadounidense que intenta conciliarel socialismo con lo que los europeos llaman «socialdemocracia»: una economía de mercado,pero con una sólida red pública de seguridad social y normativas que limiten las acciones quepueden adoptar las empresas en busca de beneficios. De hecho, antes de entrar en vigor y volverseinmensamente popular, el propio Medicare fue tildado de «medicina socializada» en medio degraves advertencias de que iba a destruir la libertad estadounidense.

O dicho de otro modo, si alguien cree que deberíamos parecernos un poco más a Dinamarca—una economía de mercado, pero con un sistema de seguridad social mucho más fuerte que el quetenemos aquí—, los conservadores dirán que pretende convertirnos en Venezuela, donde eldesprecio por las fuerzas del mercado ha provocado una catástrofe económica.

Mientras escribo esto, los republicanos están intentando convertir el miedo al socialismo enuno de los temas centrales de su campaña de 2020, con la esperanza de aprovechar el hecho deque el Partido Demócrata, que en este momento es básicamente socialdemócrata, incluye apolíticos que, de manera desafiante, aunque yo diría que incorrecta, han empezado a denominarsea sí mismos «socialistas». No tengo ni idea de cómo va a funcionar esta táctica del miedo. Sinembargo, si gana aceptación, será en parte debido a que muy pocas personas comprenden en quéconsiste la socialdemocracia o cómo es la vida en los países que han avanzando más que nosotrospor la senda socialdemócrata.

Los artículos de esta sección tratan de abordar esta falta de conocimiento desde diversosángulos, describiendo cómo es en realidad la vida en Europa occidental, pero también intentandodesmontar algunos mitos sobre el funcionamiento de nuestra sociedad, especialmente laafirmación persistente pero falsa de que el libre mercado siempre promueve la libertad personal.

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Capitalismo, socialismo y falta de libertad26 de agosto de 2018

Hay dos artículos en la página de inicio del New York Times —una columna de opinión de CoreyRobin, y un análisis de la actualidad firmado por Neil Irwin— que creo que deberían ser leídosjuntos. Puestos en relación, captan mucho de lo que hay de equivocado en la ideología neoliberal(y sí, creo que ese es el término correcto aquí) que ha dominado gran parte del discurso públicodesde la década de 1970.

Después de todo, ¿cuáles son los reclamos para vender impuestos bajos y mínima regulacióneconómica? Parcialmente, por supuesto, la reivindicación de que un gobierno pequeño es la clavepara conseguir geniales resultados económicos; que si la marea sube, suben todos los barcos. Estareivindicación persiste —porque hay poderosos intereses económicos que quieren que persista—incluso a pesar de que la era de hegemonía neoliberal ha estado, de hecho, marcada por uncrecimiento económico mediocre que no ha sido compartido con los trabajadores comunes.

La otra reivindicación, sin embargo, ha sido que los mercados libres se traducen en libertadpersonal: que una economía de mercado desregulada libera a la gente corriente de la tiranía de lasburocracias. En un mercado libre, continúa la historia, no necesitas adular a tu jefe o a lacompañía que vende tus productos, porque saben que siempre puedes acudir a otra persona.

Lo que señala Robin es que la realidad de una economía de mercado no se parece nada a eso.De hecho, la experiencia diaria de decenas de millones de estadounidenses —especialmente deaquellos que no ganan mucho dinero, pero no solo— es una constante dependencia de la buenavoluntad de empleadores y otros actores económicos más poderosos.

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Fuente: U.S. Bureau of Labor Statistics.

Es cierto que, como Brad DeLong dice, mucho de los ejemplos de Robin en realidad sonaplicables a cualquier sistema económico complejo: he gastado mi tiempo tratando tanto conVerizon como con la administración de la Seguridad Social, y en ambos casos mi estatussocioeconómico desde luego lo hizo mucho más fácil de lo que hubiera sido para cualquiertrabajador con un salario mínimo. (Por otro lado, he tenido sistemáticamente buenas experienciasen el vilipendiado DMV).* Pero la idea de que los mercados libres eliminan las relaciones depoder de la ecuación es simplemente naíf.

Y es incluso más naíf ahora de lo que lo fue hace unas décadas porque, como indica Irwin,los grandes actores económicos dominan aún más la economía. Es cada vez más evidente, porejemplo, que el poder monopsónico está haciendo caer los salarios; pero eso no es lo único quehace. La concentración de la contratación en unas pocas empresas, junto con elementos comocláusulas de no competencia y la colusión tácita que refuerzan su poder de mercado no soloreducen los salarios de aquellos que son contratados. También reducen o eliminan las opciones si,por ejemplo, usted sufre algún tipo de maltrato laboral: tras renunciar por haber tenido un jefeabusivo o problemas con la política de la compañía, puede que tenga graves problemas paraconseguir un nuevo empleo.

¿Pero qué se puede hacer al respecto? Corey Robin dice «socialismo» —pero hasta dondepuedo entender, realmente quiere decir socialdemocracia: Dinamarca, no Venezuela—. Lasprotecciones a los empleados impuestas por el gobierno puede que restrinjan la capacidad de lascorporaciones para contratar y despedir, pero también blindan a los trabajadores contra algunasformas muy reales de abuso. Los sindicatos, en cierto modo, limitan las opciones de lostrabajadores, pero también ofrecen un importante contrapeso contra el poder corporativomonopsónico.

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Ah, y los programas de una red de seguridad social pueden hacer mucho más que reducir lamiseria: pueden ser liberadores. He conocido a muchas personas que se quedan atascadas conempleos que aborrecen por miedo a perder la cobertura sanitaria; el Obamacare, por másdefectuoso que sea, ha reducido notablemente ese tipo de «bloqueo», y una completa garantía decobertura sanitaria haría a nuestra sociedad visiblemente más libre.

El otro día me divertí con el índice de libertad económica entre estados del Cato Institute,que encuentra a Florida el más libre y a Nueva York el menos libre. (¿Está bien que yo escribaesto, camarada comisario?) Como señalé, la libertad al estilo Cato parece asociarse, entre otrascosas, con una alta mortalidad infantil. ¡Vive libre y muere! (New Hampshire está justo detrás deFlorida.)

Fuente: William P. Ruger y Jason Sorens, Freedom in the 50 States: An Index of Personal and Economic Freedom,Cato Institute, 2018.

Pero, seriamente, ¿las diferencias reales entre Nueva York y Florida hacen a losneoyorquinos menos libres? Nueva York es un estado altamente sindicado —el 25,3% de la fuerzade trabajo— mientras que solo el 6,6% de los trabajadores de Florida están representados porsindicatos. ¿Hace esto a los trabajadores de Nueva York menos libres, o les empodera contra elpoder corporativo?

Además, Nueva York ha expandido el Medicaid y ha intentado que funcionen losintercambios según la ACA, de modo que solo el 8% de los adultos no ancianos carece de seguromédico, comparado con el 18% de Florida. ¿Se resienten los neoyorquinos bajo la mano dura dela ley sanitaria, o se sienten más libres sabiendo que corren mucho menos peligro de arruinarsepor una emergencia médica, o de ser lanzados al abismo si pierden su empleo?

Si usted es un profesional altamente remunerado, probablemente no haya mucha diferencia.Pero intuyo que la mayoría de los trabajadores se sienten al menos algo más libres en Nueva Yorkque en Florida.

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Ahora bien, no hay alternativas perfectas frente al sacrificio inevitable de algo de libertadque implica vivir en una sociedad compleja; no hay utopía en el menú. Pero los abogados delpoder corporativo sin restricciones y la mínima protección de los trabajadores se han salido conla suya durante demasiado tiempo, fingiendo que son los defensores de la libertad —la cual, enrealidad, no es otra palabra para decir que no hay nada que perder.

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Algo no está podrido en Dinamarca16 de agosto de 2018

Ser o no ser un tugurio socialista, he ahí la cuestión. Perdón, no he podido evitarlo.El fin de semana pasado, Trish Regan, una comentarista de Fox Business, desató un ligero

incidente internacional al describir a Dinamarca como un ejemplo de los horrores del socialismo,junto con Venezuela. El ministro de Finanzas de Dinamarca le sugirió que visitara su país y seinformara de primera mano.

En efecto, Regan no pudo haber elegido un peor ejemplo o, para los progresistasestadounidenses, uno mejor.

Y es que Dinamarca efectivamente ha tomado un camino muy diferente al de Estados Unidosen las últimas décadas, desviándose (mesuradamente) hacia la izquierda donde nosotros hemosvirado hacia la derecha. Le ha ido bastante bien.

La política estadounidense ha estado dominada por una cruzada contra el gobiernoburocrático; en Dinamarca el estado ha adoptado un rol expansivo, con un gasto público de más dela mitad de su PIB. Los políticos estadounidenses temen hablar de la redistribución de losingresos de los ricos a los menos favorecidos; Dinamarca lleva a cabo esa distribución a unaescala que en EE. UU. resultaría inimaginable. Las políticas estadounidenses han sido cada vezmás hostiles hacia los sindicatos y estos casi han desaparecido del sector privado; dos terceraspartes de los trabajadores daneses están sindicalizados.

La ideología conservadora afirma que las decisiones políticas de Dinamarca son desastrosas,que en las calles descuidadas de Copenhague debería de estar creciendo la hierba. De hecho,Regan estaba describiendo lo que sus empleadores piensan que debería estar ocurriendo en esepaís. No obstante, si Dinamarca es un infierno, hace un buen trabajo para ocultarlo: acabo de estarahí y parece bastante próspera.

Y los datos coinciden con esa impresión. En comparación con los estadounidenses, hay másprobabilidades de que los daneses tengan empleo, y en muchos casos ganan mucho más. Engeneral, el PIB per cápita en Dinamarca es un poco más bajo que en Estados Unidos, pero esosucede básicamente porque los daneses se toman más vacaciones. La desigualdad de ingresos esmucho más baja y la esperanza de vida más elevada.

La realidad es que la vida es mejor para la mayoría de los daneses de lo que es para losestadounidenses. Hay una razón por la cual Dinamarca siempre obtiene un lugar mucho mejor queEstados Unidos en las mediciones de felicidad y satisfacción de vida.

¿Acaso Dinamarca es socialista?El neoliberal Instituto Cato dice que no: «Dinamarca tiene una fuerte economía de libre

mercado, además de sus transferencias del estado del bienestar y un alto gasto público». Esa esuna clasificación que da en que pensar.

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Es cierto que Dinamarca no encaja para nada en la definición clásica de socialismo, queincluye la propiedad de los medios de producción en manos del estado. Es en cambiosocialdemócrata: una economía de mercado en la que los desajustes del capitalismo se mitiganpor la acción gubernamental, lo que incluye una red de seguridad social muy fuerte.

Sin embargo, los estadounidenses conservadores —como Regan de Fox— siguendesdibujando sistemáticamente la distinción entre socialdemocracia y socialismo. En 2008, JohnMcCain acusó a Barack Obama de aspirar al socialismo, simplemente porque Obama abogó porextender la cobertura de salud. En 2012, Mitt Romney declaró que Obama sacaba sus ideas de los«socialdemócratas de Europa».

En otras palabras, en el discurso político estadounidense, a cualquiera que quiera hacer lavida menos desagradable, brutal y corta en una economía de mercado se le acusa de socialista.

Esa campaña de desprestigio ha tenido un efecto predecible: tarde o temprano, si llamas«socialismo» a cualquier intento de mejorar la vida de los estadounidenses, mucha gente concluiráque el socialismo está bien.

Una encuesta reciente de Gallup descubrió que la mayoría de los electores jóvenes y quienesse autodenominan «demócratas» prefieren el socialismo al capitalismo. Sin embargo, esto noquiere decir que decenas de millones de estadounidenses quieran que el gobierno se apodere delos altos mandos de la economía. Solo significa que a mucha gente que quiere que EE. UU. sea unpoco más como Dinamarca se le llama socialista, y acaba creyendo que el socialismo no es tanmalo después de todo.

Lo mismo se puede decir de algunos políticos demócratas. Se ha dicho mucho de AlexandriaOcasio-Cortez, no solo debido a su sorprendente victoria en las elecciones primarias, sinotambién porque se autodenomina «socialista». Sin embargo, su plataforma no tiene nada desocialista según la definición tradicional. Solo es abiertamente socialdemócrata.

Eso la coloca en línea con el resto de su partido. Siempre que leo artículos que cuestionanaquello que apoyan los demócratas, me pregunto si los autores están prestando atención a lo quelos candidatos están realmente diciendo en términos de política. El Partido Demócrata de hoy enrealidad está impresionantemente unificado en torno a objetivos socialdemócratas, mucho más queen el pasado.

Es cierto, hay diferencias entre las políticas y la estrategia retórica. ¿El impulso por lacobertura universal de salud debería incluir el Medicare para todos o simplemente el derecho aque todos compren una versión mejorada del Medicare? ¿Los demócratas deberían simplementeignorar las calumnias de los republicanos acerca de sus ideas socialdemócratas o deberían tratarde convertir la mancha «socialista» en una insignia de honor?

No obstante, estas no son divisiones muy profundas, y no tienen nada que ver con lasdivisiones entre liberales y centristas que fracturaron al partido hace un par de décadas.

El hecho indiscutible es que hay más miseria en Estados Unidos de la que debería. Todos losdemás países avanzados tienen atención médica universal y una red social mucho más sólida quela nuestra, y no debería ser así.

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La amenaza socialista que invoca Trump7 de febrero de 2019

En 1961, Estados Unidos se enfrentó a lo que para los conservadores supuso una amenaza mortal:un llamamiento a la creación de un programa nacional de seguro médico que diera cobertura a laspersonas mayores. Con el propósito de evitar ese destino fatídico, la Asociación Médica deEstados Unidos lanzó lo que se llamó la Operación Taza de Café, un intento pionero de márketingviral.

Así fue como se implementó: se pidió a las esposas de los médicos (sí, era 1961) queinvitaran a sus amigas a sus hogares para que escucharan una grabación en la que Ronald Reaganexplicaba que la medicina socializada destruiría la libertad estadounidense. Las amas de casa, asu vez, tenían que escribir cartas al Congreso denunciando la amenaza del Medicare.

Evidentemente, la estrategia no funcionó; Medicare no solo entró en vigor, sino que se volviótan popular que hoy en día los republicanos de manera rutinaria acusan (con falsedades) a losdemócratas de planear recortar la financiación al programa. No obstante, la estrategia —queafirma que cualquier intento de fortalecer la red de seguridad social o limitar la desigualdad haráque caigamos irremediablemente en el totalitarismo— persiste.

Así fue como Donald Trump, en su discurso sobre el estado de la Unión, dejó de ladobrevemente sus habituales advertencias sobre la escalofriante gente de piel morena para hablarsobre la amenaza del socialismo.

¿A qué se refiere la gente de Trump, o los conservadores en general, cuando hablan de«socialismo»? La respuesta es... depende.

A veces, es cualquier tipo de liberalismo económico. Por eso, después del discurso, StevenMnuchin, secretario del Tesoro, alabó la economía de Trump y declaró: «No vamos al regresar alsocialismo», como si Estados Unidos hubiera sido un cuchitril socialista hace apenas dos días, en2016. ¿Quién lo hubiera pensado?

Sin embargo, en otras ocasiones se refieren a una planificación central al estilo soviético, o ala nacionalización de la industria al estilo de Venezuela, sin tener en cuenta que prácticamente nohay un solo político estadounidense que abogue por tales cosas.

El truco —y truco es la palabra correcta— consiste en intercalar esos significadostotalmente distintos y esperar que nadie se dé cuenta. ¿Dicen que quieren educación universitariagratuita? ¡Piensen en toda la gente que murió de hambre en Ucrania! Y no, no es una caricatura:lean el extraño y zalamero informe sobre el socialismo que los economistas de Trump dieron aconocer a finales del año pasado; en esencia, es lo que sostiene.

Así que vamos a hablar de lo que realmente está pasando.Algunos políticos progresistas estadounidenses ahora se definen a sí mismos como

socialistas y un número importante de votantes, incluido una mayoría de votantes menores detreinta años, dice estar a favor del socialismo. No obstante, ni los políticos ni los electores están

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clamando para que el gobierno nacionalice los medios de producción. Más bien, se han servido dela retórica conservadora que tilda de socialismo a cualquier cosa que modere los excesos de unaeconomía de mercado, como diciendo: «Bueno, en ese caso, soy socialista».

Lo que los estadounidenses que apoyan el «socialismo» quieren en realidad es lo que el restodel mundo llama socialdemocracia: una economía de mercado, pero con las penurias extremaslimitadas gracias a una red de seguridad social y una desigualdad extrema combatida con unafiscalidad progresiva. Quieren que Estados Unidos se convierta en Dinamarca o Noruega, no enVenezuela.

En caso de que nunca hayan estado ahí, los países nórdicos no son, para nada, cuchitriles;tienen un PIB per cápita más bajo que Estados Unidos, pero eso se debe en gran medida a quetienen más vacaciones. En comparación con Estados Unidos, tienen una mayor esperanza de vida,mucha menos pobreza y, en general, están considerablemente más satisfechos con la vida quetienen. Ah, y tienen altos niveles de emprendimiento porque la gente está más dispuesta a asumirel riesgo de abrir un negocio cuando sabe que no se quedará sin servicios médicos ni caerá en lapobreza extrema si fracasa.

Es evidente que los economistas de Trump se las vieron negras para hacer que la realidad delas sociedades nórdicas encajara en su manifiesto antisocialista. En algunas partes dicen que losnórdicos en realidad no son socialistas; en otras, tratan desesperadamente de demostrar que, apesar de las apariencias, los daneses y los suecos sufren; señalan, por ejemplo, que les sale muycaro tener una camioneta. No me lo estoy inventando.

¿Qué hay de esa pendiente resbaladiza que va del liberalismo al totalitarismo? No existeprueba alguna de que exista. Medicare no acabó con la libertad. Ni la Rusia estalinista ni la Chinamaoísta surgieron de socialdemocracias. Venezuela era un petroestado corrupto mucho antes deque Hugo Chávez llegara al poder. Si hay un camino a la servidumbre, no se me ocurre ningunanación que lo haya tomado.

De tal modo que asustar a los demás con el socialismo es absurdo y deshonesto, pero ¿serápolíticamente eficaz?

Tal vez no. Después de todo, los electores apoyan de manera abrumadora la mayoría de laspolíticas propuestas por los «socialistas» estadounidenses, incluyendo los impuestos máselevados a los ricos y que Medicare esté disponible para todos (aunque no apoyan los planes queobligarían a la gente a renunciar a sus seguros privados, una advertencia para que los demócratasno le hagan de la pureza del pagador único una prueba de fuego).

Por otra parte, nunca debemos subestimar el poder de la deshonestidad. Los medios dederecha dirán que cualquier candidato demócrata a la presidencia es la personificación de LeónTrotski, y millones de personas les creerán. Solo esperemos que el resto de los medios divulguenel secretito del socialismo estadounidense: que no es radical en absoluto.

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15

El clima

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Lo más importante

Para ser sincero, a veces me pregunto si no estaré perdiendo el tiempo al hablar de cualquier otrotema que no sea el cambio climático. Me refiero a que nuestra civilización se enfrenta a unaamenaza existencial; si no adoptamos medidas para limitar las emisiones de gases de efectoinvernadero, a largo plazo nada más tendrá importancia, ni la reforma sanitaria, ni la desigualdadde la renta, ni siquiera la crisis financiera.

Obviamente, hay buenas razones para que no todas las columnas versen sobre la amenaza delcambio climático. La vida y la formulación de políticas deben seguir, con la esperanza, al menos,de que haremos lo suficiente para evitar la amenaza climática antes de que sea demasiado tarde. Aello hay que sumar que el impacto de la escritura depende de cuánto se pueda aportar, así como dela importancia del tema que se aborde. Como escribió Raymond Chandler en su ensayo El simplearte de matar, «se han escrito algunos libros muy aburridos sobre Dios y algunos excelentes sobrecómo ganarse la vida y seguir siendo bastante honrado».

También, nos guste o no, aunque el cambio climático es un asunto cada vez más político, pararecabar apoyos para las medidas que hay que tomar será necesario agrupar la política climáticacon otras cosas que importan a la gente. Hablaré más sobre esto enseguida.

Por tanto, no escribo sobre el clima todo el tiempo, ni tampoco remotamente de maneraproporcional a su importancia en un contexto más amplio. No obstante, esto suscita una pregunta:¿qué tiene que aportar sobre la cuestión un economista? Creo que hay tres respuestas.

En primer lugar, aunque no soy climatólogo, los debates políticos sobre el cambio climáticoguardan un gran parecido con los debates políticos sobre la política económica. Como ocurre conla economía, el clima global es un sistema complejo; como en el caso de la política económica, lapolítica climática es un ámbito en el que algunas personas intentan sinceramente entender cómofunciona el mundo, pero otras tienen un interés personal en promover sus puntos de vista loscorroboren o no las pruebas.

Tras décadas de experiencia, sé distinguir las investigaciones serias de los falsos estudioscon motivaciones políticas. Cuando veo los trabajos de un investigador como Michael Mann,autor de la famosa gráfica del «palo de hockey» sobre las temperaturas globales, por una parte, ylos furiosos intentos de los negacionistas de demonizarlo y desacreditarlo, por otra, no resultanada difícil ver de qué lado está cada uno.

En segundo lugar, uno de los argumentos en contra de hacer algo para combatir el cambioclimático es la afirmación de que cualquier intento serio de limitar las emisiones de los gases deefecto invernadero ocasionaría un enorme perjuicio a la economía. Por tanto, el debate tambiéntiene una dimensión económica directa.

Por último, me gustaría pensar que los años que he dedicado a seguir de cerca la evoluciónde las políticas económicas me han dotado de cierto conocimiento de la política en general. Enparticular, me parece que el proceso que llevó a la reforma sanitaria ha sido un ejemplo práctico

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del principio de que lo mejor es enemigo de lo bueno. Existen argumentos válidos a favor de lasuperioridad de un sistema de pagador único del tipo de Medicare para todos frente a lasalternativas mixtas público-privadas como el Obamacare. Sin embargo, en 2009, cuando hubo laprimera posibilidad real de llevar a cabo una reforma sanitaria en quince años, era evidente queel país no estaba listo para un sistema de pagador único (y probablemente sigue sin estarlo). Asípues, optamos por una segunda mejor opción y veinte millones de personas consiguieroncobertura.

¿Qué tiene esto que ver con el cambio climático? Todos los estudiantes de primero deEconomía aprenden que la forma más eficaz de combatir la contaminación es ponerle precio,digamos, un impuesto al carbono. Y algunos de mis colegas parecen estar obsesionados con unenfoque purista: deberíamos tener un impuesto al carbono y solo un impuesto al carbono.Entretanto, algunos progresistas han estado abogando por el llamado «Nuevo Pacto Verde», quecombinaría la política climática con otros objetivos y pondría en marcha muchas otras medidas,además de un impuesto al carbono. En el último artículo de esta sección sostengo que, en realidad,estaría bien un planteamiento tipo árbol de Navidad de la política climática (muchísimas cosaspara las distintas partes interesadas).

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Trump y los negacionistas del cambio climático15 de octubre 2018

El cambio climático es un fraude.El cambio climático está ocurriendo, pero no ha sido provocado por el hombre.El cambio climático ha sido provocado por el hombre, pero hacer algo al respecto podría

destruir empleos y acabar con el crecimiento económico.Estas son las etapas de la negación climática. O tal vez sea incorrecto llamarlas etapas, pues

los negacionistas en realidad nunca abandonan un argumento, por mucho que haya sido refutado demanera exhaustiva por la evidencia. Es mejor describirlas como ideas cucaracha: afirmacionesfalsas de las que uno pensaría que ya se deshizo, pero que siguen regresando.

De cualquier modo, el gobierno de Trump y sus aliados —a la defensiva por otro huracánmortífero agravado por el cambio climático y un amenazante informe de las Naciones Unidas—han utilizado todos esos malos argumentos en los últimos días. Diría que fue un espectáculoestremecedor, pero es difícil estremecerse estos días. No obstante, fue un recordatorio de queahora nos gobierna gente que está dispuesta a poner en peligro la civilización en aras de laconveniencia política, por no mencionar el aumento de los beneficios para sus amigos delcombustible fósil.

Sobre estas cucarachas: obviando los detalles, la multiplicidad misma de los argumentospara negar el cambio climático —la historia de quienes lo niegan sigue cambiando, pero a fin decuentas lo que no cambia es que dicen que no deberíamos hacer nada— es un indicador de quequienes se oponen a la acción climática están debatiendo de mala fe. No están intentandocomprender con seriedad la realidad del cambio climático ni la economía de las emisionesreducidas; su meta es mantener a los contaminadores en libertad para que contaminen tanto comosea posible, y se aferrarán a lo que sea con tal de servir a ese fin.

A pesar de ello, vale la pena recordar hasta qué punto han colapsado todos sus argumentos enaños recientes.

En estos días, los negacionistas del cambio climático parecen haber rectificado un poco,temporalmente, sus argumentos de que no pasa nada. El viejo truco de comparar las temperaturascon las de un año inusualmente cálido en 1998 para negar que el planeta se está calentando —quees como comparar los días de principios de julio con un día caluroso de mayo, y negar que existelo que conocemos como verano—, ha sido socavado por una serie de nuevas temperaturashistóricas. Además, las tormentas tropicales masivas alimentadas por un océano que incrementaconstantemente su temperatura han hecho que las consecuencias del cambio climático sean cadavez más visibles para todos.

Así que la nueva estrategia es minimizar lo que ha ocurrido. Los modelos del cambioclimático «no han sido muy exitosos», declaró Larry Kudlow, asesor económico principal de laCasa Blanca. En realidad, sí lo han sido: el calentamiento global a la fecha está muy acorde con

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proyecciones pasadas. «Algo está cambiando y regresará a como estaba», afirmó Donald Trumpen el programa «60 Minutes», basándose en, bueno, en nada.

Tras admitir a regañadientes que tal vez la temperatura en el planeta sí está aumentando, losnegacionistas del clima aseguran que no están convencidos de que los gases de efecto invernaderosean los responsables. «No sé si es ocasionado por el hombre», dijo Trump. Aunque parece queha echado marcha atrás en sus afirmaciones anteriores de que el cambio climático es un fraudeperpetrado por los chinos, todavía ve enormes conspiraciones de los científicos climáticos,quienes afirma «tienen grandes intereses políticos».

Piensen en eso. Hace décadas, los expertos predijeron, basándose en datos científicos, quelas emisiones aumentarían las temperaturas mundiales. La gente como Trump se rio. Ahora lapredicción de los expertos se ha hecho realidad y los negacionistas insisten en que las emisionesno son las culpables, que algo más debe estar impulsando el cambio y todo es una conspiración.Por favor...

Es como si Trump sugiriera que los sauditas no tienen nada que ver con la desaparición deJamal Khashoggi, quien se evaporó después de entrar en el consulado de Arabia Saudita enTurquía, y dijera que lo asesinó un misterioso tercero. Oh, espera.

Por último, sobre el costo de la política climática: he hecho notar en el pasado qué singularresulta que los conservadores, que tienen una fe absoluta en el poder y la flexibilidad de laseconomías de mercado, afirmen que esas economías se destruirán por completo si el gobiernocreara incentivos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Los argumentos apocalípticos sobre el coste de reducir las emisiones son particularmenteextraños dado el tremendo avance tecnológico que ha habido en las energías renovables: el costode la energía eólica y solar ha disminuido considerablemente. Mientras tanto, las plantas deenergía que funcionan con carbón se han vuelto tan poco competitivas que el gobierno de Trumpquiere subsidiarlas a expensas de las energías más limpias.

En resumen, aunque los argumentos de los negacionistas del cambio climático siempre fuerondébiles, se han debilitado aún más. Si usted realmente se había dejado convencer por losnegacionistas hace cinco o diez años, los acontecimientos posteriores deberían haberle hechoreconsiderar.

En realidad, claro está, el negacionismo climático nunca ha tenido mucho que ver ni con lalógica ni con las pruebas; como dije, los que niegan el cambio climático claramente debaten demala fe. En realidad, no creen en lo que están diciendo. Solo buscan excusas que permitan a gentecomo los hermanos Koch seguir haciendo dinero. Además, los liberales quieren reducir lasemisiones y el conservadurismo moderno intenta principalmente burlarse de los liberales.

Una forma de abordar lo que está ocurriendo aquí es pensar que estamos ante el mejorejemplo de la corrupción trumpiana: tenemos buenas razones para creer que Trump y suscompinches están vendiendo a Estados Unidos para obtener beneficios personales. Sin embargo,tratándose del clima, no solo están vendiendo a Estados Unidos, están vendiendo al mundo entero.

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La inmoralidad del negacionismo del cambio climático26 de noviembre de 2018

No hace falta decir que el gobierno de Donald Trump está profundamente en contra de la ciencia.De hecho, está en contra de la realidad objetiva. Sin embargo, su control del gobierno siguesiendo limitado: no se extendió lo suficiente para evitar que se diera a conocer la más recienteEvaluación Nacional del Clima, que detalla los impactos actuales y futuros esperados delcalentamiento global en Estados Unidos.

Es cierto, el informe se dio a conocer el Viernes Negro, evidentemente con la esperanza deque se perdiera en el alboroto. La buena noticia es que la estrategia no funcionó.

En esencia, esta evaluación confirma, con una gran cantidad de detalles adicionales, lo quecualquiera al tanto de la ciencia climática ya sabía: el cambio climático supone una gran amenazapara el país y ya se están comenzando a sentir algunos de sus efectos adversos. Por ejemplo, elinforme, escrito antes del más reciente desastre de California, subraya los riesgos cada vezmayores de incendios incontrolables en el suroeste del país; el calentamiento global, y no la faltade recolectar las hojas con un rastrillo, es la razón por la cual los incendios se están haciendocada vez más grandes y peligrosos.

No obstante, el gobierno de Donald Trump y sus aliados en el Congreso seguramenteignorarán este análisis. Negar el cambio climático, sin importar la evidencia, se ha vuelto unprincipio republicano básico y vale la pena tratar de entender tanto la manera en que ocurrió comola inmoralidad absoluta que implica ser un negacionista a estas alturas.

Un momento, ¿acaso inmoralidad no es una palabra demasiado fuerte? ¿No se supone que lagente tiene derecho a estar en desacuerdo con la sabiduría convencional, incluso si esa sabiduríaestá sustentada en un abrumador consenso científico?

Sí, así es en ambos casos, siempre y cuando sus argumentos se hagan de buena fe. Noobstante, casi no hay negacionistas del cambio climático que actúen de buena fe. Negar la cienciapara enriquecerse, sacar ventaja política o satisfacer el ego no está bien; cuando no actuarbasándose en la experiencia científica puede tener consecuencias nefastas, el negacionismo es,como señalé antes, inmoral.

El mejor libro de reciente publicación que he leído sobre este tema es The Madhouse Effect,escrito por Michael E. Mann e ilustrado por Tom Toles. Como explica Mann, un destacadoestudioso del clima, el negacionismo climático sigue en realidad los mismos pasos de otrascampañas anteriores en las que se ha negado la ciencia, comenzando con la larga campaña de lascompañías tabacaleras para confundir al público sobre los peligros de fumar.

La cruda verdad es que para la década de los cincuenta, estas empresas ya sabían que fumarocasionaba cáncer de pulmón, pero gastaron enormes cantidades de dinero en fingir que había unaauténtica controversia sobre el asunto. En otras palabras, eran conscientes de que su producto

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estaba matando a gente, pero trataron de impedir que el público entendiera ese hecho con el fin deseguir obteniendo beneficios. Eso se considera inmoralidad, ¿o no?

En muchos sentidos, el negacionismo climático se asemeja al negacionismo del cáncer. Lasempresas con un interés financiero en confundir al público —en este caso, las empresas de loscombustibles fósiles— son las principales impulsoras. Hasta donde sé, todos y cada uno delpuñado de científicos reconocidos que han manifestado su escepticismo respecto al cambioclimático ha recibido enormes sumas de dinero de estas empresas o a través de conductos dedinero negro como Donors Trust; los mismos conductos, en realidad, que respaldaron a MatthewWhitaker, el nuevo fiscal general interino, antes de que se uniera al gobierno de Donald Trump.

No obstante, el negacionismo del cambio climático tiene raíces políticas más profundas quelas que alguna vez tuvo el negacionismo del cáncer. En la práctica, no puede uno ser unrepublicano moderno respetable salvo que niegue la realidad del calentamiento global, afirme quetiene causas naturales o insista en que no se puede hacer nada al respecto sin destruir la economía.También ha de aceptar o consentir mediante afirmaciones salvajes que las abrumadoras pruebasdel cambio climático son un engaño, urdido por una vasta conspiración mundial de científicos.

¿Por qué alguien haría una cosa así? Principalmente, por dinero: casi todos los negacionistasimportantes reciben sobornos de los combustibles fósiles. Sin embargo, la ideología es otrofactor: si uno se toma en serio las cuestiones ambientales, puede plantearse la necesidad de quehaya regulación gubernamental de algún tipo, de tal modo que las ideologías rígidas de libremercado no quieren creer que las preocupaciones ambientalistas sean reales (aunque, enapariencia, obligar a los consumidores a subsidiar el carbón está bien).

Por último, tengo la impresión de que también tiene algo que ver con la postura del tipo duro:los hombres de verdad no usan energías renovables ni nada por el estilo.

Esos motivos importan. Si los actores importantes se opusieran a la lucha por el clima por undesacuerdo de buena fe con la ciencia, sería una lástima, pero no un pecado, que requeriría demayores esfuerzos en términos de convencimiento. No obstante, en las circunstancias actuales, elnegacionismo climático se basa en la avaricia, el oportunismo y el ego, y oponerse a la acción poresas razones es un pecado.

De hecho, es inmoral, en una escala que hace que el negacionismo del cáncer parezca trivial.Fumar mata a la gente, y las compañías tabacaleras que trataban de confundir a los ciudadanossobre esta realidad estaban siendo malvadas. No obstante, el cambio climático no solo tiene quever con matar gente: puede incluso acabar con la civilización. Tratar de confundir sobre eso esmaldad a un nivel totalmente distinto. ¿Es que algunas de estas personas no tienen hijos?

Digámoslo con claridad: aunque Donald Trump sea un excelente ejemplo de la inmoralidaddel negacionismo climático, este es un tema en el que todo su partido se fue al lado oscuro haceaños. Los republicanos no solo tienen ideas malas; a estas alturas, son, necesariamente, malaspersonas.

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El negacionismo climático, la prueba del trumpismo3 de diciembre de 2018

Muchos observadores parecen desconcertados por la lealtad de los republicanos hacia DonaldTrump, que se traduce como la disposición del partido a respaldarlo en todos los frentes, inclusodespués de derrotas importantes en las elecciones de medio mandato. ¿Qué tipo de partidomostraría tal apoyo a un líder que no solo está evidentemente corrompido y presumiblemente alservicio de dictadores extranjeros, sino que además niega de manera rutinaria los hechos y tratade criminalizar a cualquiera que los señale?

La respuesta: el tipo de partido que, mucho antes de que Trump entrara en escena, se dedicó anegar los hechos sobre el cambio climático y criminalizar a los científicos que informan sobreesos hechos.

El Partido Republicano no siempre estuvo en contra del medioambiente y la ciencia. GeorgeH. W. Bush introdujo el sistema de comercio de emisiones que logró contener en gran medida elproblema de la lluvia ácida. Y en 2008, John McCain propuso que se implementara un programasimilar a fin de limitar las emisiones de los gases de efecto invernadero que ocasionan elcalentamiento global.

Sin embargo, el partido de McCain ya estaba muy adelantado en el proceso de convertirse enlo que es hoy: un partido que no solo está totalmente dominado por negacionistas del cambioclimático, sino que es hostil a la ciencia en general, y demoniza y trata de destruir a los científicosque desafían su dogma.

Trump encaja con esta forma de pensar. De hecho, si uno revisa la historia del negacionismorepublicano del cambio climático, es paralela al trumpismo. Se podría decir que la negación delcambio climático fue el crisol en que se formaron los elementos fundamentales del trumpismo.

Tomemos por ejemplo el rechazo por parte de Trump de toda la información negativa sobresus acciones y las consecuencias de estas, ya sea diciendo que son noticias falsas inventadas pormedios hostiles o producto de un siniestro «estado profundo». Ese tipo de creación de teoríasconspirativas ha sido desde siempre la práctica habitual entre los negacionistas climáticos,quienes comenzaron a afirmar hace quince años que las pruebas del calentamiento global —pruebas que ha convencido al 97% de los científicos climáticos— eran un «engaño monumental».

¿Cuál fue la prueba de esta vasta conspiración? Buena parte se basó en, lo habéis adivinado:correos electrónicos hackeados. La credulidad de muchos periodistas ante la supuesta mala praxisrevelada por el Climagate, un pseudoescándalo basado en citas selectivas y fuera de contexto decorreos electrónicos de una universidad británica, presagió el desastroso manejo mediático decorreos electrónicos hackeados a los demócratas en 2016 (todo lo que aprendimos de esoscorreos electrónicos fue que los científicos son personas que pueden ser bruscas y dadas a hablaren abreviaturas hostiles que pueden tergiversarse de manera intencionada).

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Ah, ¿y cuál se supone que es la motivación de los miles de científicos involucrados en esteengaño? Nos hemos acostumbrado al espectáculo de Trump, el presidente más corrupto de lahistoria que encabeza el gobierno más corrupto de los tiempos modernos, y que rutinariamentetilda a sus opositores y críticos como «deshonestos». Lo mismo ocurre con el debate sobre elcambio climático.

La verdad es que a los negacionistas climáticos más destacados se les paga para que adoptenesa postura, ya que reciben enormes sumas de dinero de empresas de combustibles fósiles. Noobstante, después de dar a conocer la reciente Evaluación Nacional del Clima que detalla el dañoque podemos esperar del calentamiento global, un desfile de republicanos apareció en televisiónpara declarar que los científicos solo decían esas cosas por «el dinero». ¿Se estabanproyectando?

Por último, Trump ha añadido un nuevo grado de amenaza a la política estadounidense, yaque incita a sus seguidores a la violencia contra los críticos y ha tratado de ordenar alDepartamento de Justicia que procese a Hillary Clinton y James Comey.

No obstante, los científicos climáticos llevan años enfrentándose al acoso y las presiones,que incluso llegan a las amenazas de muerte. También han tenido que contrarrestar los esfuerzosde los políticos que, de hecho, pretenden criminalizar su trabajo. El más conocido de todos,Michael E. Mann, creador de la famosa gráfica del «palo de hockey», fue durante años blanco deuna yihad contra la ciencia climática por parte de Ken Cuccinelli, entonces fiscal general deVirginia.

Y hay más ejemplos. Recientemente, un juez en Arizona, en respuesta a la demanda de ungrupo vinculado con los hermanos Koch (y sin entender cómo funciona la investigación), ordenóque se dieran a conocer todos los correos electrónicos de los científicos climáticos de laUniversidad de Arizona. Para evitar la inevitable tergiversación selectiva, Mann dio a conocertodos los correos que intercambió con sus colegas de Arizona, acompañados de explicacionesútiles para su contextualización.

Esta historia tiene tres moralejas importantes.La primera es que si no logramos estar a la altura del desafío del cambio climático, cuyas

consecuencias pueden ser catastróficas —lo cual parece muy probable—, no será un fracasoinocente, derivado de no entender lo que estaba en juego. En cambio, será un desastre causado porla corrupción, la ignorancia deliberada, las teorías conspirativas y la intimidación.

La segunda es que la corrupción no es un problema de los «políticos» ni del «sistemapolítico». En específicamente un problema del Partido Republicano, que se ha hundido cada díamás en el negacionismo climático a medida que el daño de un planeta que se calienta se vuelvecada vez más evidente.

La tercera es que ahora podemos ver el negacionismo climático como parte de unapodredumbre moral más extensa. Trump no es una aberración, es la culminación de hacia dónde seha dirigido su partido durante años. Podríamos decir que el trumpismo es solo la depravación delnegacionismo del cambio climático invadiendo todos los aspectos de la política. Y novislumbramos que la depravación vaya a llegar a su fin.

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Esperanzas para un Año Nuevo verde31 de diciembre de 2018

Seamos sinceros con nosotros mismos: la nueva mayoría demócrata en la Cámara deRepresentantes no podrá promulgar nuevas leyes. Me sorprendería que hubiera acuerdosbipartidistas en temas importantes, ni siquiera sobre infraestructuras: aunque ambas partes afirmanquerer actuar, lo que el Partido Republicano desea realmente es una excusa para privatizar bienespúblicos.

Por tanto, las consecuencias inmediatas del cambio de poder en Washington no supondrán unareformulación de las políticas en sí; derivarán principalmente de la nueva capacidad de losdemócratas, con poderes de citación, para investigar la fétida ciénaga de la corrupción trumpiana.

No obstante, eso no significa que los demócratas deban ignorar las cuestiones políticas. Alcontrario, el partido debería dedicar los dos próximos años a decidir qué intentará hacerexactamente si en 2021 recupera el poder para desarrollar políticas. Esto me lleva al gran lemapolítico del momento: el llamado «Nuevo Pacto Verde». ¿Es realmente una buena idea?

Sí, lo es, pero es importante ir más allá del atractivo eslogan y discutir a fondo muchos delos detalles. No querrán ser como los republicanos, que se pasaron años alardeando de quederogarían el Obamacare, pero nunca buscaron una alternativa realista.

Entonces, ¿qué significa el Nuevo Pacto Verde? No está del todo claro, y por eso es tan buenlema: puede significar varias cosas, pero la idea principal, como yo la entiendo, es quedeberíamos dar un gran paso para combatir el cambio climático y que esa iniciativa deberíaacentuar lo positivo, no lo negativo. En particular, debería hace hincapié en las inversiones y lossubsidios, no en los impuestos al carbono.

Pero, un momento, ¿no deberíamos estar considerando un impuesto al carbono? En principio,sí. Como diría cualquier economista que se precie, desalentar la contaminación poniendo unprecio a las emisiones comporta grandes ventajas, y puede hacerse gravando un impuesto ocreando un sistema de comercio de derechos de emisión en el que las personas compren y vendanlos permisos de emisión.

Es de economía básica: un impuesto por contaminación o su equivalente crea incentivosamplios de un modo que las políticas menos integrales no pueden. ¿Por qué? Porque anima a lagente a reducir su huella de carbono de todas las maneras posibles, desde el consumo de energíarenovable hasta la conservación y la renuncia a consumir productos que necesitan un uso intensivode energía.

Sin embargo, un impuesto al carbono no deja de ser un gravamen, y molestaría a las personasque tienen que pagarlo. Sí, los ingresos procedentes de un impuesto al carbono se podrían utilizarpara bajar otros impuestos, pero no es fácil que todo el mundo advierta las ventajas. Por otraparte, la afirmación de que un impuesto al carbono suficientemente elevado como para marcar una

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diferencia significativa contaría con un amplio apoyo bipartidista es, en el mejor los casos, unafantasía y, en el peor, una estratagema de la industria de los combustibles fósiles para evitarmedidas importantes.

La cuestión es que, al menos inicialmente, es mejor optar por una política menos que idealpero vendible que dejar que lo bueno sea el enemigo de lo mejor. Esa fue la lección de la reformade la asistencia sanitaria: el sistema de pagador único no tenía posibilidades de ser aprobado conel presidente Barack Obama, pero un sistema híbrido público-privado algo engorroso queconservara el seguro basado en el empresario sí era factible (por poco), y veinte millones deestadounidenses consiguieron cobertura.

Ahora que se ha empezado a hablar del principio de cobertura universal, empieza a parecerpolíticamente posible una transición gradual a alguna versión de Medicare para todos; pero eraimportante partir de políticas que lograran grandes avances sin afectar mucho a la vida de laspersonas.

¿Podemos conseguir avances igual de importantes con respecto al cambio climático sinperturbar demasiado la vida de los estadounidenses? Según mi interpretación de los datos, sí.

La mayoría de las emisiones estadounidenses de gases de efecto invernadero provienen de lageneración de electricidad y del transporte. Podríamos reducir en dos terceras partes o más lasemisiones relacionadas con la generación simplemente poniendo fin al uso del carbón y haciendoun mayor uso de las energías renovables (cuyos precios han caído drásticamente), sin pedir a losestadounidenses que consuman menos energía. Podríamos reducir casi con toda seguridad en unacantidad similar las emisiones del transporte aumentando el kilometraje e incrementando el uso devehículos eléctricos, incluso si no reducimos el número de kilómetros que conducimos cada año.

Estos beneficios se podrían conseguir con una combinación de incentivos positivos, como lasdesgravaciones fiscales, y una regulación que no sea demasiado onerosa. Si se añaden inversionesen tecnologías e infraestructuras que apoyen las energías alternativas, entonces parece totalmentefactible un Nuevo Pacto Verde que reduzca drásticamente las emisiones, incluso sin los impuestosal carbono. Y estas políticas crearían puestos de trabajo en el sector de las energías renovables,que ya emplea a muchas más personas que la minería del carbón.

Naturalmente, algunas personas saldrán perjudicadas. Los 53.000 estadounidenses quetodavía trabajan en la minería del carbón tendrían que acabar buscando otro empleo (y las ayudasa los trabajadores de los sectores en transición deberían formar parte del Nuevo Pacto Verde).Los beneficios de las compañías de combustibles fósiles también disminuirían, aunque estasempresas ahora donan casi todo su dinero al Partido Republicano, por lo que no está nada claropor qué debería importar a los demócratas.

En general, no cabe duda de que los demócratas pueden hacer por el cambio climático lo quehicieron por la asistencia sanitaria: idear políticas que mejoren enormemente la situación y a lavez generen muchos más ganadores que perdedores. No pueden promulgar ahora mismo un NuevoPacto Verde, pero deberían empezar a prepararse ahora y estar listos para intervenir en dos años.

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Trump

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¿Por qué no lo peor?

Me sorprendió como a todo el mundo la elección de Donald Trump, aunque el desdeñosotratamiento mediático de Hillary Clinton me había preocupado, pero esa es una historia para lasiguiente sección de este libro, que versa sobre los problemas de los medios de comunicación. Sinembargo, no me sorprendió que el Partido Republicano lo nominara, ni que su comportamiento enel cargo haya sido tan malo como advertían los pesimistas que sería, ni que los republicanos en elCongreso —que siempre han tenido poder para frenarlo—, hayan colaborado eficazmente en sumiasma de corrupción y crueldad.

El hecho es que se avecinaba algo como el trumpismo. Para que Trump lograra la victoria fuenecesario que muchas cosas salieran mal, principalmente la combinación tóxica del malcomportamiento de James Comey y la mezquindad de los medios, que criticaron a Clinton al estarconvencidos de que no podía perder. No obstante, la derecha estadounidense ha estado avanzandohacia un gobierno como el de Trump desde hace tiempo.

Pensemos en ello. ¿Cómo no iba a ir en aumento el nacionalismo blanco cuando elmovimiento conservador ha dependido del resentimiento de los blancos para ganar las eleccionespese a aplicar políticas que benefician a una élite blanca en detrimento de la mayoría de losestadounidenses? ¿Cómo no iba a surgir la mentalidad paranoica de los seguidores de Trump deun movimiento político que considera que todo aquello que no confirma sus ideas preconcebidas(desde la realidad del cambio climático hasta la baja inflación) es producto de grandesconspiraciones? Y aunque la gente tiende a olvidarlo, la corrupción y el clientelismo de laadministración Trump se prefiguraron en los años de Bush. En muchos aspectos, lo que Trump hahecho a Estados Unidos desde 2016 es similar a lo que el equipo de Bush hizo a Irak en eldesastroso primer año de la ocupación.

Una perspectiva internacional también ayuda. He estado siguiendo de cerca el auge de laderecha nacionalista blanca en Europa y el derrumbe de facto de la democracia en Hungría yPolonia. Era muy consciente de que podía suceder aquí.

En cualquier caso, las columnas de esta sección tratan principalmente sobre la políticaestadounidense entre 2016 y 2018. En su mayoría, hablan de las cosas terribles que han ocurrido yde por qué han sucedido, pero no todas son negativas. Mi impresión es que, de todos los artículosrecopilados aquí, la columna sobre la grandeza insuficientemente reconocida de Nancy Pelosi fuela que más me tocó la fibra sensible. Sus logros estaban a la vista de todo el mundo; aunque a unono le gustara su orientación política, su espectacular eficacia debería haber sido evidente. Sinembargo, nadie lo reconocía en ese momento. Naturalmente, las alabanzas vinieron después de laselecciones legislativas de 2018, cuando los demócratas consiguieron cuarenta escaños más en laCámara de Representantes.

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El paranoico estilo de la política republicana8 de octubre de 2018

Muchas personas están preocupadas —con razón— por lo que el nombramiento de BrettKavanaugh significa a largo plazo para Estados Unidos. Es un declarado partidista queevidentemente mintió bajo juramento sobre varios aspectos de su historia personal; eso estárelacionado y es igual de importante que las dudas sobre qué le hizo realmente a Christine BlaseyFord, un tema que sigue sin resolverse ya que la supuesta investigación fue una farsa muy evidente.Poner a un hombre como ese en la Corte Suprema de Estados Unidos ha destruido de un solo tajola autoridad moral de la Corte en el futuro próximo.

No obstante, estas preocupaciones a largo plazo deberían ser ahora secundarias. La amenazamás inmediata proviene de lo que vimos del lado republicano durante y después de la audiencia:no solo desprecio por la verdad, sino también urgencia por demonizar cualquier tipo de crítica. Enespecífico, la prontitud con la que los republicanos de mayor rango aceptaron las insensatasteorías conspirativas sobre la oposición a Kavanaugh es una advertencia profundamente alarmantesobre lo que podría ocurrirle a Estados Unidos, no en el largo plazo, sino dentro de unas cuantassemanas.

En relación con esas teorías conspirativas: en un principio comenzaron con el testimonio deKavanaugh, cuando este atribuyó sus problemas a «un golpe político calculado y orquestado»motivado por gente que buscaba «venganza a nombre de los Clinton». Fue una acusacióntotalmente falsa e histérica, y el solo hecho de hacerla debió haber descalificado a Kavanaughpara la Corte.

No obstante, Donald Trump lo empeoró de inmediato, pues atribuyó las protestas contraKavanaugh a George Soros y declaró, falsamente (y sin pruebas), que se les estaba pagando a losmanifestantes.

He aquí el meollo de este asunto: figuras importantes en el Partido Republicano seapresuraron a respaldar a Trump. Chuck Grassley, presidente del Comité del Senado que escuchóa Blasey y a Kavanaugh, insistió en que los manifestantes en efecto trabajaban para Soros. Elsenador John Cornyn declaró: «No vamos a dejar que nos acosen los gritos de manifestantespagados». No, nadie pagó a los manifestantes por protestar, mucho menos George Soros. Sinembargo, para ser un buen republicano, ahora hay que fingir que sí.

¿Qué sucede aquí? Hasta cierto punto, esto no es nuevo. Las teorías conspirativas han sidoparte de la política estadounidense desde el comienzo. Richard Hofstadter publicó su célebreensayo «The Paranoid Style in American Politics» en 1964 y citó ejemplos que se remontaban alsiglo XVIII. Los segregacionistas que luchaban por los derechos civiles culpaban de manerarutinaria a «agitadores externos» —en especial los judíos del Norte— por las protestas de losafroamericanos.

Sin embargo, la importancia de las teorías conspirativas depende de quién las haga.

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Cuando los que están en los márgenes de la política culpan de sus frustraciones a fuerzassombrías —muy a menudo, a financieros judíos siniestros—, se les puede descalificar fácilmentediciendo que están delirando. Cuando la gente que tiene la mayoría de los resortes del poder hacelo mismo, sus fantasías no son un delirio, son una herramienta: una forma de deslegitimar a laoposición, de crear excusas no solo para menospreciar sino para castigar a cualquiera que seatreva a criticar sus acciones.

Por ello las teorías conspirativas han sido centrales para la ideología de tantos regímenesautoritarios, desde la Italia de Mussolini hasta la Turquía de Erdogan. Por eso a los gobiernos deHungría y Polonia, democracias que han dejado de serlo y se han convertido de facto en estadosunipartidistas, les encanta acusar a los extranjeros en general y a Soros en particular de atizar laoposición a su gobierno. Porque, claro está, no puede haber quejas legítimas sobre sus acciones ypolíticas.

Ahora, las figuras más importantes del Partido Republicano, que controla las tres ramas delgobierno federal —si tenían alguna duda sobre si la Corte Suprema era una institución partidista,ya debería estar despejada— suenan tal como los nacionalistas blancos en Hungría y Polonia.¿Qué significa esto?

La respuesta, que suscribo, es que el Partido Republicano es un régimen autoritario a laespera.

Trump claramente tiene los mismos instintos que los dictadores extranjeros a los que tanabiertamente admira. Exige que los funcionarios públicos sean leales a su persona, no al puebloestadounidense. Amenaza a los opositores políticos con venganzas —dos años después de laúltima elección, todavía lidera el coro que pide «Enciérrenla»—, ataca a los medios decomunicación por ser los enemigos del pueblo.

A eso hay que añadir que las investigaciones sobre los diversos escándalos de Trump seciernen sobre él con mayor fuerza, desde el fraude fiscal hasta su aprovechamiento del cargo parahacer negocios, así como su probable connivencia con Rusia, lo que en conjunto le da todos losincentivos para restringir la libertad de prensa y la independencia del poder judicial. ¿Alguienduda de que a Trump le gustaría ser plenamente autoritario si pudiera?

¿Quién lo va a detener? ¿Los senadores que repiten las teorías conspirativas sobre losmanifestantes pagados por Soros? ¿La recién amañada Corte Suprema? Si algo hemos aprendidoen las semanas pasadas es que no hay ninguna brecha entre Trump y su partido; nadie pedirá quese detenga en nombre de los valores estadounidenses.

No obstante, como dije, el Partido Republicano es un régimen autoritario en espera, pero noen práctica (todavía). ¿Qué es lo que espera?

Bueno, piensen en lo que Trump y su partido podrían hacer si conservan ambas cámaras en elCongreso en las próximas elecciones. Si no les aterra dónde podríamos estar en el futuro próximo,no están prestando atención.

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Trump y la aristocracia del fraude4 de octubre de 2018

Resulta que puedo haber cometido una injusticia con Donald Trump. Verán, siempre he tenido misdudas cuando afirma que es un gran negociador. Pero lo que acabamos de descubrir es que susdotes para la negociación se desarrollaron pronto. De hecho, era tan increíble que ya a muytemprana edad ganaba 200.000 dólares anuales, en dólares actualizados.

Más concretamente, eso es lo que ganaba a los tres años. A los ocho, ya era millonario. Porsupuesto, el dinero venía de su padre, que pasó décadas evadiendo los impuestos que estabalegalmente obligado a pagar por el dinero que les daba a sus hijos.

El popular reportaje de The New York Times sobre la historia de fraude de la familia Trumphace referencia realmente a dos tipos de fraudes distintos, pero relacionados.

Por un lado, la familia se dedicó al fraude fiscal a gran escala, empleando una gran variedadde técnicas de lavado de dinero para evitar pagar lo que debía. Por otro lado, la historia queDonald Trump cuenta sobre su vida —el retrato que pinta de un empresario hecho a sí mismo quellegó a multimillonario partiendo de unas raíces humildes— siempre ha sido mentira: no soloheredó su fortuna y recibió de su padre el equivalente a 400 millones de dólares, sino que FredTrump le echaba un cable cuando los negocios le salían mal.

De estas revelaciones se deduce que los seguidores de Trump que imaginan haber encontradoun líder sin pelos en la lengua que limpiará el gobierno de sicofantes mentirosos y utilizará suinstinto empresarial para «volver a hacer grande Estados Unidos» han sido engañados, y mucho.

Pero el cuento del dinero de Trump es parte de una historia más larga. Incluso los que semuestran descontentos con hasta qué punto vivimos una era de desigualdad creciente yconcentración de riqueza en lo más alto, han tendido a creer que las grandes fortunas se hanobtenido, en la mayoría de los casos, de manera más o menos honrada. Solo ahora hemosempezado a poner el foco en la enorme corrupción y en la ilegalidad que sostienen nuestro avancehacia la oligarquía.

Intuyo que, hasta hace poco, la mayoría de los economistas, incluidos los expertos en temasfiscales, habrían aceptado que la elusión de impuestos de las grandes empresas y de los ricos —que es legal— era un gran problema, pero que la evasión de impuestos —ocultar dinero aHacienda— era un problema menor. Resultaba evidente que algunos ricos estaban aprovechandociertas lagunas legales, aunque moralmente dudosas, del marco tributario, pero la opiniónimperante era que el fraude descarado a las autoridades tributarias —y, en consecuencia, a laciudadanía— no estaba tan extendido en los países avanzados.

Pero esta opinión siempre ha descansado sobre cimientos poco sólidos. Después de todo, laevasión de impuestos no aparece, casi por definición, en las estadísticas oficiales, y lossuperricos no tienen la costumbre de ir pregonando lo bien que se les da evadir impuestos. Para

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hacernos una idea real de cuánto fraude se está cometiendo, o bien hay que hacer lo que hizo TheNew York Times —investigar exhaustivamente las finanzas de una familia concreta— o bienconfiar en golpes de suerte que hagan aflorar lo que antes estaba oculto.

Hace dos años, nos llegó un enorme golpe de suerte en forma de «papeles de Panamá», untesoro de datos filtrados de una empresa panameña especializada en ayudar a la gente a ocultar suriqueza en paraísos fiscales, y una filtración menor de HSBC. Si bien los detalles más escabrososrevelados por estas filtraciones llegaron a los titulares de inmediato, su verdadera importanciasolo ha quedado clara con el trabajo de Gabriel Zucman y sus colaboradores de Berkeley, encooperación con las autoridades fiscales escandinavas.

Cruzando información de los papeles de Panamá y otras filtraciones con los datos fiscalesnacionales, estos investigadores descubrieron que la evasión de impuestos directa está muygeneralizada en las altas esferas. Los verdaderamente ricos acaban pagando un tipo fiscal efectivomucho menor que los meramente ricos, no debido a las lagunas de las leyes tributarias, sinoporque violan la ley. Los investigadores detectaron que los contribuyentes más ricos pagan demedia un 25% menos de lo que deben, y cómo no, muchos individuos pagan todavía menos. Es unacifra muy elevada. Si los ricos de Estados Unidos evaden dinero en la misma escala (algo quecasi con toda seguridad hacen), es probable que le cuesten al estado aproximadamente tanto comoel programa de cupones alimenticios. Y también usan la evasión fiscal para blindar su privilegio ylegárselo a sus herederos, que es la verdadera historia de Trump.

La pregunta obvia es qué hacen nuestros representantes electos respecto a esta epidemia defraude. Pues bien, los republicanos del Congreso llevan años en el asunto: sistemáticamente, hanido retirando los fondos destinados al Servicio de Rentas Internas, lo que ha debilitado sucapacidad para investigar el fraude fiscal. No solo estamos gobernados por defraudadoresfiscales; tenemos un gobierno de defraudadores fiscales para defraudadores fiscales.

Por tanto, lo que vamos aprendiendo es que la historia de lo que está ocurriendo en nuestrasociedad es aún peor de lo que creíamos. Y no es solo que el presidente de Estados Unidos sea,como dijo un periodista experto en temas fiscales, David Cay Johnston, un «vampiro financiero»que engaña a los contribuyentes de la misma manera que engaña prácticamente a cualquiera quetrate con él.

Más allá de eso, nuestra tendencia a la oligarquía —el gobierno de unos pocos— cada vez separece más a una kakistocracia: el gobierno de los peores, o al menos de los que menosescrúpulos tienen. La corrupción no es anecdótica; al contrario, es más cruda de lo que casicualquiera hubiera podido imaginar. También es profunda, y ha infectado nuestra política,literalmente, hasta sus niveles más altos.

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Dejen de llamar populista a Trump2 de agosto de 2018

Un mensaje para todos aquellos que, en los medios informativos, no dejan de llamar «populista» aDonald Trump: no creo que esa palabra signifique lo que ustedes creen.

Es verdad que, de vez en cuando, Trump aún se hace pasar por alguien que defiende losintereses de los trabajadores comunes de Estados Unidos en contra de las élites. Además, supongoque podría pensarse que su adhesión al nacionalismo blanco está dando voz a los estadounidensesnormales y corrientes que comparten su racismo, pero que sentían que no habían podido expresarsu prejuicio en público.

Sin embargo, lleva en la presidencia un año y medio, el tiempo suficiente para ser juzgadopor lo que hace, no por lo que dice, y su gobierno ha sido despiadado a la hora de oponerse a lostrabajadores en casi todos los frentes. Trump es tan populista como piadoso; es decir, nada enabsoluto.

Empecemos con la política fiscal: el mayor logro legislativo de Trump es una reduccióntributaria que beneficia principalmente a las grandes corporaciones —cuyo pago de impuestos hacaído en picado— y no ha hecho nada por elevar los salarios. El plan fiscal hace tan poco por losestadounidenses de a pie que los republicanos han dejado de promoverlo. No obstante, elgobierno está jugando con la idea (probablemente ilegal) de utilizar una acción ejecutiva parareducir 100.000 millones de dólares adicionales en impuestos a los ricos.

También tenemos la política de salud, en la que Trump, después de haber fracasado en laderogación del Obamacare —lo que habría supuesto un enorme golpe para las familiastrabajadoras—, más bien ha promovido una campaña de sabotaje que probablemente haya elevadolas primas casi un 20 % respecto a lo que habrían costado si no la hubiera puesto en marcha. Ypor supuesto, la carga de esas primas más altas recae con más intensidad sobre las familias queapenas ganan un poco más de lo necesario para poder beneficiarse de los subsidios: es decir, laparte alta de la clase trabajadora.

Luego está la política laboral, en la que el gobierno de Trump se ha movido en múltiplesfrentes para eliminar las regulaciones que habían protegido a los trabajadores ante la explotación,las lesiones y demás.

Sin embargo, las políticas inmediatas no cuentan toda la historia. También se debenconsiderar los nombramientos. Cuando se trata de políticas que afectan a los trabajadores, Trumpha creado un equipo de compinches: casi todos los puestos importantes han caído en manos de uncabildero o alguien con fuertes lazos financieros con la industria. Los intereses laborales no hanobtenido ninguna representación.

La nominación de Brett Kavanaugh para la Corte Suprema merece especial atención. Haymuchas cosas que no sabemos sobre Kavanaugh, en parte porque los senadores republicanos estánbloqueando las solicitudes demócratas para que haya más información. No obstante, sí sabemos

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que está rigurosa y extremadamente en contra de los derechos laborales: se encuentra muy a laderecha de la mayoría, e incluso muy a la derecha de la mayoría de los republicanos.

El ejemplo más conocido de su posición en contra de los trabajadores es el argumento quedio en el caso SeaWorld: después de que una orca asesinara a una de sus trabajadoras, dijo que laempresa no debería tener ninguna responsabilidad porque la víctima debió conocer los riesgoscuando aceptó el trabajo. Pero hay mucho más extremismo contra los trabajadores en su historial.

Si se tiene en cuenta que Kavanaugh, si se confirma, permanecerá en el cargo mucho tiempo,este extremismo basta para justificar el rechazo a su nominación, sobre todo si se suma su apoyo aque el presidente ostente un poder sin restricciones y lo que sea que haya en su pasado que losrepublicanos tratan de ocultar.

No obstante, ¿por qué Trump, el autoproclamado defensor de los trabajadoresestadounidenses, escogería a alguien así? ¿Por qué haría todo lo que está haciendo para perjudicara la misma gente que lo llevó a la Casa Blanca?

No conozco la respuesta, pero creo que la explicación convencional —que Trump, que es unholgazán e ignora casi por completo todos los matices de la política, quedó atrapado sin querer enla ortodoxia del Partido Republicano— subestima al presidente, y lo hace ver mejor de lo que es.

Al ver a Trump en acción, cuesta trabajo no pensar que sabe muy bien que está infligiendo uncastigo a sus propias bases. Sin embargo, es un hombre al que le gusta humillar a los demás, pocoo mucho. Y lo que yo creo es que en realidad le da placer ver cómo sus simpatizantes lo siguenaunque los traicione.

De hecho, a veces el desprecio por su base trabajadora queda al descubierto. ¿Recuerdan«me encantan los que tienen poca educación»? ¿Recuerdan cuando se jactó de que podríadispararle a alguien en la Quinta Avenida y no perdería votantes?

En fin, al margen de sus motivos, cuando Trump actúa es lo opuesto a un populista. Y, no, suguerra comercial no cambia ese juicio. William McKinley, el presidente por antonomasia de laedad de oro que derrotó a un rival populista, también fue un proteccionista. Además, la guerracomercial trumpiana se está llevando a cabo de una manera que produce un daño máximo a lostrabajadores estadounidenses a cambio de beneficios mínimos.

Sin embargo, aunque no es populista, sí es un mentiroso patológico, el hombre másdeshonesto que haya ocupado nunca la Casa Blanca. Y su afirmación de que apoya a lostrabajadores estadounidenses es una de sus mentiras más grandes.

Lo cual me hace regresar al uso que se da en los medios del término «populista». Cuandodescriben a Trump con esa palabra, de hecho, están siendo cómplices de su mentira, en especial silo hacen en el contexto de un supuesto periodismo objetivo.

Además, no tienen por qué hacerlo. Pueden describir lo que hace Trump sin utilizar palabrasque le dan un crédito que no le corresponde. Está engañando a sus seguidores; no tienen queayudarle en esa tarea.

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Sectarismo, parásitos y polarización21 de agosto de 2018

Los parásitos son una poderosa fuerza en el mundo natural. Por lo general, simplemente sealimentan de sus huéspedes, pero hay algunos casos en los que ejercen una influencia másinsidiosa: cambian el comportamiento de sus huéspedes de modos que benefician a los parásitospero perjudican y quizá acaban matando a sus víctimas.

Últimamente me he estado preguntando si no es eso lo que está sucediendo en EstadosUnidos. ¿En qué medida nuestra enfermedad es el resultado de una infección parasitaria? En loque estoy pensando concretamente es en una plaga de estafas del marketing directo que explotan yrefuerzan el sectarismo político, sobre todo en la derecha, en esencia para vender mercancías.

Si les parece absurdo, tengan un poco de paciencia. No soy la primera persona que losugiere: Rick Perlstein, nuestro principal historiador del conservadurismo moderno, formulóbásicamente el mismo argumento (sin la analogía biológica) ya en 2012 y, como explicaré, hansucedido muchas cosas desde entonces que refuerzan su tesis.

Lo que me puso sobre la pista al principio fue enterarme de que Ben Shapiro, el jovenintelectual conservador del momento, está aprovechando su presencia en las tertulias televisivaspara promocionar suplementos dietéticos.

Volveré a ello, pero primero algunas consideraciones sobre economía política.Cuando intento comprender el comportamiento político, yo, como muchos otros, me

encuentro a menudo pensando en el clásico de Mancur Olson, La lógica de la acción colectiva.La idea sencilla pero profunda de Olson era que la acción política en interés de un grupo es, desdeel punto de vista de los miembros de ese grupo, un bien público.

¿Qué se quiere decir con eso? Un bien público es algo que, si se provee, beneficia a muchaspersonas, pero quienquiera que lo proporcione no tiene manera de limitar los beneficios a símismo y, por tanto, no tiene manera de sacar provecho de la provisión del bien. El ejemploclásico es un faro que guía a todos lejos de los bancos de arena, hayan pagado o no la tarifa; lasmedidas de salud pública que combaten las enfermedades figuran en la misma categoría. Comoconsecuencia, el hecho de que, desde el punto de vista de la sociedad, un bien público merezcaser facilitado no garantiza que vaya a serlo; tiene que valer la pena para algún individuo.

Como señaló Olson, lo mismo cabe decir de la acción política. Solo porque la victoria de uncandidato político sería buena, por ejemplo, para los agricultores, eso no significa que estosvayan a darle su dinero; cada agricultor tendrá un incentivo para aprovecharse de las aportacionesde todos los demás. Por tanto, las acciones políticas son emprendidas normalmente por individuoso pequeños grupos organizados que se beneficiarían directamente. O eso, o son un subproducto deotras actividades que son ventajosas por razones propias y que también se pueden aprovecharpara la acción política, como la afiliación a asociaciones profesionales o sindicatos.

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Pero ¿los ricos no donan dinero para apoyar los intereses de su clase? En realidad, una grancantidad del dinero que vemos en la política acaba siendo dinero invertido en los propiosintereses personales de los donantes. Por ejemplo, se puede pensar en el gasto político de loshermanos Koch como una inversión en sí mismos: se han beneficiado enormemente de la recienterebaja fiscal, obteniendo una compensación que excede con creces la suma que han gastado enpromoverla.

Así pues, una buena parte de la acción política es impulsada por personas que intentan influiren las políticas de un modo que les beneficie personalmente. No obstante, lo que pone demanifiesto la historia de la estafa de las pastillas para el cerebro de aceite de serpiente quepromocionaba Ben Shapiro es que hay otro factor importante en nuestra coyuntura política actual:el uso de la acción política como una estrategia de marketing por parte de personas que quierenganar dinero vendiendo cosas que tienen poco que ver con la política en sí.

Como he dicho, Rick Perlstein ya ha escrito un texto fundamental al respecto. Segúndocumenta, las páginas web de la derecha actúan en buena medida como centros de marketingpara cosas como esta:

Querido lector, voy a contarle algo, pero debe prometerme que lo mantendrá en secreto. Debe comprenderque la «élite» no estaría nada contenta conmigo si se enterara de lo que estoy a punto de decirle. Esta es larazón de que tengamos que proceder con cautela. Verá, mientras la mayoría de la gente presta atención almercado de valores, los bancos y a los agentes de bolsa, las grandes instituciones tienen su dinero en otrolugar... [en] lo que yo llamo la «montaña de dinero oculto»... Todo lo que necesita saber es el código de laspersonas con acceso (que yo le proporcionaré) y podrá ganar 6.000 dólares adicionales cada mes.

Y algunas de las voces más influyentes de la derecha no solo han vendido espaciospublicitarios a vendedores de bálsamos mágicos, sino que ellos mismos han entrado directamenteen el negocio de las pócimas mágicas.

Así:

• Glenn Beck, en su momento de apogeo, animó a sus espectadores contándoles que Obama iba aprovocar una hiperinflación en cualquier momento; él mismo se embolsó dinero anunciandomonedas de oro con sobreprecio.

• Alex Jones causa un gran revuelo al afirmar que las matanzas en las escuelas son noticiasfalsas y que las víctimas son en realidad actores, pero gana dinero vendiendo suplementosdietéticos.

• Ben Shapiro escribe críticas sobre académicos progresistas que los conservadores consideraneruditas (¿se acuerdan de la frase de Ezra Klein acerca de la idea que tiene una personaestúpida de cómo es una persona reflexiva?), pero gana dinero haciendo lo mismo que AlexJones.

¿Por qué estos engaños publicitarios deberían estar vinculados con el extremismo político?Se trata de un fraude basado en la afinidad: una vez que se establece que una persona es atractivapara tipos blancos y mayores indignados, esta les puede vender cosas que supuestamenteprotegerán su virilidad, su cintura y su riqueza.

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Y a un nivel más grande, ¿no va de eso Fox News? Pensemos en ella no como unaorganización ideológica en sí, sino como un negocio: ofrece programas baratos (porque no haymuchos reportajes) que apelan a los prejuicios de tipos blancos y mayores indignados a los queles gusta sentarse en el sofá y gritar a su televisor, y utiliza a los propios telespectadores paraayudar a los anunciantes a vender planes de adelgazamiento.

Ahora bien, normalmente pensamos que los puntos de vista y los intereses de los individuosson las fuerzas que impulsan la política, incluida la desagradable polarización que domina cadavez más la escena. La explotación comercial de esa polarización, cuando se menciona, es tratadacomo una especie de fenómeno de superficie que se nutre de la dinámica fundamental.

Pero ¿estamos seguros de que es así? Los Alex Jones, Ben Shapiro y Fox News del mundo nopodrían sacar provecho del extremismo si no existiera cierta predisposición subyacente en lostipos blancos y mayores indignados a escuchar estas cosas. Pero tal vez sea la explotacióncomercial de la ira política la que ha concentrado y utilizado como arma esa ira. En otraspalabras, volviendo al punto de partida de este artículo, tal vez la razón de que estemos inmersosen una pesadilla política sea que, en la práctica, nuestro comportamiento político ha estadoparasitado por los algoritmos del marketing.

Sé que no soy el único que piensa de este modo. Charlie Stross argumenta que los«maximizadores de clics», no las personas, sino los sistemas sociales y los algoritmos queintentan maximizar las ganancias, la participación en el mercado o lo que sea, han estadoinfluyendo cada vez más la dirección de la sociedad, en formas que perjudican a la humanidad. Secentra principalmente en la influencia corporativa sobre la política, en oposición a lainstrumentalización del «odio» de las masas y puestas al servicio de causas fraudulentas, peroambas podrían estar operando.

En cualquier caso, considero que es muy importante comprender hasta qué punto la venta deaceite de serpiente político, ya sea sobre la economía, la raza, los efectos de la emigración ocualquier otro tema, es en gran medida una manera de vender remedios milagrosos reales:píldoras mágicas que le permitirán perder peso sin sentir hambre y le devolverán la virilidadjuvenil.

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Estados Unidos no está libre del fascismo27 de agosto de 2018

Como mencioné anteriormente, un amigo mío experto en relaciones internacionales hizo una bromapoco después de la caída del Muro de Berlín: «Ahora que la Europa del Este está libre de laideología extranjera del comunismo, puede regresar a su verdadero camino histórico: elfascismo». Incluso en esa época, era una broma perspicaz.

Ahora, en 2018, cuesta trabajo verla como una broma. Lo que Freedom House califica como«iliberalismo» está en ascenso en toda la Europa del Este. Esto incluye a Polonia y a Hungría;ambos aún son miembros de la Unión Europea, aunque en esos países la democracia comonormalmente la conocemos ya está muerta.

En esos países los partidos gobernantes —el polaco Ley y Justicia y el húngaro Fidesz— hanestablecido regímenes que mantienen las formas de las elecciones populares, pero han destruidola independencia del poder judicial, han suprimido la libertad de prensa, han institucionalizado lacorrupción a gran escala y han deslegitimado la oposición de manera efectiva. El muy probableresultado será un gobierno de un solo partido en el futuro próximo.

Todo eso podría fácilmente suceder en Estados Unidos. Hubo una época, no hace mucho, enla que la gente solía decir que nuestras normas democráticas y nuestra orgullosa historia delibertad nos protegerían de un descenso a la tiranía como ese. De hecho, algunas personas todavíalo dicen. Sin embargo, creer una cosa como esa hoy requiere de ceguera voluntaria. El hecho esque el Partido Republicano está listo para, e incluso parece anhelar, convertirse en una versiónestadounidense de Ley y Justicia o de Fidesz, pues aprovecha su actual poder político paramantenerse permanentemente en el gobierno.

Basta ver lo que ha venido ocurriendo en el ámbito estatal.En Carolina del Norte, después de que un demócrata fuera elegido gobernador, los

republicanos usaron sus últimos días en el cargo para aprobar legislaciones que despojaban a laoficina de Gobernación de la mayor parte de su poder.

En Georgia, los republicanos usaron su supuesta preocupación sobre los accesos para losvotantes con discapacidad para intentar cerrar la mayoría de las casillas electorales en un distritocompuesto en su mayoría por personas negras.

En Virginia Occidental, los legisladores republicanos aprovecharon las quejas sobre el gastoexcesivo de la Corte Suprema del estado para llevar a cabo un juicio político en contra de todossus integrantes, y reemplazarlos por personas leales al partido.

Estos son solo los casos que han recibido atención nacional. Existen cientos, montones dehistorias en todo Estados Unidos. Lo que todas reflejan es la realidad de que el PartidoRepublicano moderno no muestra lealtad alguna hacia los ideales democráticos; si cree que puedesalirse con la suya hará todo lo posible para atrincherarse en el poder.

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¿Qué ha pasado a nivel nacional? Ahí es donde las cosas se ponen particularmente feas;estamos sentados en el filo de la navaja. Si caemos del lado equivocado —si los republicanosconservan el control de ambas cámaras del Congreso en las elecciones intermedias de noviembre—, nos convertiremos en otra Polonia o Hungría más rápido de lo que se pueden imaginar.

Esta semana, Axios creó algo de revuelo al desvelar que hay una hoja de datos circulandoentre los congresistas republicanos en la que se enumeran las investigaciones que creen que losdemócratas podrían llevar a cabo si toman el control de la Cámara de Representantes. La cuestiónsobre la lista es que todos los puntos que aparecen en ella —empezando por exigir lasdeclaraciones fiscales de Donald Trump— son algo que evidentemente sí debería investigarse, yque se hubieran ya investigado si se tratara de cualquier otro presidente. No obstante, la gente quehace circular el documento sencillamente da por hecho que los republicanos no abordarán ningunode esos temas: la lealtad al partido estará por encima de la responsabilidad constitucional.

La semana pasada, muchos críticos de Trump celebraron los acontecimientos jurídicos, yaque interpretaron la sentencia de Manafort y la declaración de culpabilidad de Cohen comoseñales de que quizá el cerco, finalmente, se estaba estrechando en torno al infractor jefe. Noobstante, sentí que mis miedos se intensificaban cuando vi la reacción de los republicanos: altener frente a ellos evidencias innegables de la calidad de mafioso de Trump, su partido cerrófilas en torno a este con mayor fuerza que nunca.

Hace un año parecía factible que la complicidad del partido alcanzara sus límites; quellegaría un punto en el que al menos unos cuantos representantes o senadores dijeran: «Se acabó».Ahora está claro que no. Harán lo que sea para defender a Trump y consolidar su poder.

Esto es aplicable incluso a los políticos que alguna vez parecieron tener algo de principios.La senadora por Maine, Susan Collins, fue una voz independiente en el debate sobre las leyes deatención médica; ahora parece no ver problema alguno en tener a un presidente —a todas luces unconspirador criminal, pese a que aún no ha sido acusado formalmente— que va a nombrar a unmagistrado de la Corte Suprema, un juez convencido de que los presidentes tienen inmunidad antela ley. El senador Lindsey Graham denunció a Trump en 2016 y hasta hace poco parecía oponersea la idea de despedir al fiscal general para acabar con la investigación especial de RobertMueller; ahora ha dicho que ese despido le parece bien.

¿Por qué Estados Unidos, cuna de la democracia, está tan cerca de seguir los pasos de otrospaíses que recientemente la han destruido?

No me hablen de «ansiedades económicas». Eso no es lo que sucedió en Polonia, que crecióde forma constante durante la crisis financiera y sus secuelas. Tampoco fue lo que ocurrió aquí en2016: un estudio tras otro han descubierto que el resentimiento racial, y no la angustia económica,fue lo que impulsó el voto a Trump.

Padecemos de la misma enfermedad —el nacionalismo blanco descontrolado— que ya hamatado de manera eficaz a la democracia en otras naciones occidentales. Además, estamos cerca,muy cerca del punto de no retorno.

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¿Quién teme a Nancy Pelosi?13 de agosto de 2018

Por lo general, un partido que regala dos billones de dólares sin preocuparse de dónde saldrá eldinero puede comprarse al menos unos cuantos votos. Sin embargo, el recorte fiscal de DonaldTrump sigue siendo considerablemente impopular y los republicanos apenas lo mencionan en lascampañas; de hecho, los demócratas están usando el recorte fiscal más a su favor que losrepublicanos.

Los republicanos tampoco están hablando mucho de la guerra comercial de Trump, quetambién sigue siendo impopular.

Entonces, ¿qué puede usar el Partido Republicano en sus campañas electorales? Puedeenfatizar la supuesta amenaza de los inmigrantes ilegales, pero eso tampoco les ha dado muchoimpulso. En cambio, los agresivos anuncios de los republicanos se han ido dirigiendo cada vezmás hacia uno de sus hombres del saco habituales, o más bien, mujer del saco: Nancy Pelosi, la expresidenta de la Cámara de Representantes, quien posiblemente vuelva a ocupar ese puesto.

Así que este parece un buen momento para recordarles a todos que Pelosi es sin duda una delas mejores oradoras de la era moderna y seguramente se encuentra entre las personas mássobresalientes en desempeñar ese cargo. Además, es interesante preguntarse por qué los mediosde comunicación y, por ende, el público en general, casi no han reconocido sus logros.

¿Cuáles han sido los logros de Pelosi?Primero, como líder de la minoría en la Cámara de Representantes, desempeñó un papel

fundamental en rechazar el intento de George W. Bush de privatizar la Seguridad Social.Luego, fue la figura clave —más incluso que el presidente Barack Obama, probablemente—

para que la Ley de Atención Sanitaria Asequible fuese aprobada, una ley que redujoespectacularmente la cantidad de estadounidenses sin seguro médico y que, para sorpresa demuchos, ha demostrado ser sólida, incluso ante el sabotaje de Trump y sus secuaces. Tambiénayudó a promulgar la reforma financiera, que ha resultado ser más vulnerable, pero que aun asíayudó a estabilizar la economía y protegió a muchos estadounidenses del fraude.

Por último, Pelosi ayudó a aprobar el plan de estímulos de Obama que, en general, según loseconomistas, mitigó la pérdida de empleos que supuso la crisis financiera, además de ayudar asentar las bases para una revolución de la energía verde.

Son grandes logros. Ah, y siempre que escuchen a los republicanos afirmar que Pelosi es unaespecie de izquierdista con los ojos desorbitados, pregúntense: ¿qué tiene de radical proteger losingresos de jubilación, expandir la atención médica y vigilar a los banqueros descontrolados?

Probablemente, también vale la pena observar que Pelosi no se ha visto afectada porsupuestos escándalos personales, lo cual es sorprendente dada la capacidad de la derecha parafabricar dichas acusaciones de la nada.

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Así que, ¿en qué se parece Pelosi a los cuatro republicanos que han ocupado el cargo depresidente de la Cámara de Representantes desde que el Partido Republicano asumió el control deeste órgano en 1994?

Newt Gingrich fue un arrogante que paralizó al gobierno en un intento fallido de chantajear aBill Clinton para que redujera el Medicare, y luego encabezó el juicio político a Clinton por teneruna relación fuera del matrimonio, aunque él mismo engañaba a su esposa.

Dennis Hastert, como ahora se sabe, acosó sexualmente a adolescentes de sexo masculino.Dejando de lado su conducta personal, la «regla Hastert», según la cual los republicanos podíanapoyar solo las legislaciones aprobadas por una mayoría de su propio partido, dio alas a losextremistas e hizo que Estados Unidos fuera menos gobernable.

John Boehner no hizo mucho, excepto oponerse a todo lo que Obama propuso, incluyendomedidas que resultaban cruciales para lidiar con las consecuencias de la crisis financiera.

Por último, Paul Ryan, el actual presidente, que está a punto de dejar el cargo, es una estafa:un falso cazador de déficits cuyo único logro legislativo es un recorte fiscal que hará estallar elpresupuesto, un falso analista político cuyas propuestas presupuestarias siempre fueron pretextos yengaños a todas luces, que fingían abordar el déficit presupuestal, pero en realidad soloredistribuían el ingreso de los pobres a los ricos. En el acto final de su carrera política también hademostrado ser un cobarde, totalmente incapaz de hacer frente a las conductas indebidas deTrump.

Por tanto, después de ver a los presidentes modernos de la Cámara de Representantes, Pelosidestaca como una gigante entre enanos. Pero eso algo que nunca descubriríamos por mucho quesiguiéramos las noticias.

Mientras ocupó el cargo, era habitual oír que Hastert encarnaba a la perfección los valoresestadounidenses de la clase media. Durante años, Ryan recibió una amplia cobertura por parte delos medios, y fue elogiado por ser el conservador más serio y honesto aun mucho tiempo despuésde que su falsedad fuera evidente para cualquiera que pusiera atención. Sin embargo, a Pelosisuele describírsele como «polémica». ¿Por qué?

Sí, es cierto que es una política partidista, pero no más que ninguno de los republicanos queocuparon el cargo antes y después de ella. Sus posturas políticas están mucho menos endesacuerdo con la opinión pública que, digamos, los intentos de Ryan de privatizar el Medicare yrecortar su financiación. Así que, ¿qué la hace «polémica»? ¿El hecho de que los republicanos lasiguen atacando? Eso le pasaría a cualquier demócrata.

O tal vez es el hecho de que es mujer; una mujer que parece haber desempeñado mucho mejorsu trabajo que cualquier hombre del que tengamos memoria en fechas recientes.

¿Todo esto quiere decir que Pelosi debería ser presidenta de la Cámara de Representantes denuevo, en el caso de que los demócratas vuelvan a controlarla? No necesariamente: se puedenesgrimir argumentos a favor de un nuevo rostro a pesar de su historial extraordinario.

No obstante, sus logros realmente han estado fuera de lo común. Es lamentable que losrepublicanos no tengan mejores argumentos de campaña que demonizar a una política cuyohistorial los vuelve patéticos. Y también es lamentable que muchos de los reportajes de medios decomunicación repitan esos ataques infundados.

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La verdad y la virtud en la era de Trump12 de noviembre de 2018

¿Recuerdan cuando «libertad» era solo otra palabra para decir sin nada que perder? Estos días essolo otra palabra para darle mucho dinero a Donald Trump.

Con el furor de las elecciones intermedias —y de las infundadas acusaciones de losrepublicanos de que hubo fraude electoral— no sé cuántas personas se enteraron de la decisión deTrump de entregarle la Medalla Presidencial de la Libertad a Miriam Adelson, esposa de SheldonAdelson, el propietario de casinos y megadonante de Trump. Generalmente, la medalla es unreconocimiento a un logro extraordinario o al servicio público; en raras ocasiones incluye lafilantropía. ¿Alguno de ustedes cree que las actividades de caridad de los Adelson fueron la causade este honor?

Esta podría parecer una historia banal. No obstante, es un recordatorio de que la actitudtrumpiana hacia la verdad —que se define por lo que beneficia a Trump y a sus amigos, no por loshechos verificables— también se aplica a la virtud. No hay heroísmo, no hay buenas obras, aexcepción de aquellas que favorecen a Trump.

Sobre la verdad: Trump, por supuesto, miente mucho; en las vísperas de las eleccionesintermedias mentía en público más de cien veces a la semana. No obstante, este asalto a la verdadva mucho más allá que la frecuencia de sus mentiras, porque Trump y sus aliados no aceptan lanoción misma de los hechos objetivos. «Noticias falsas» no significa realmente que lo que seinforma sea falso; hace referencia a cualquier dato que perjudique a Trump, sin importar losólidamente verificado que esté. Y a la inversa, cualquier afirmación que ayude a Trump, ya seasobre la creación de empleo o los votos, es cierta precisamente porque le ayuda.

El intento de Trump y de su partido de detener el recuento de votos ordenado legalmente enFlorida mediante acusaciones, sin fundamento alguno, de fraude electoral a gran escala encaja a laperfección con esta epistemología partidista. ¿Realmente creen los republicanos que hubo un grannúmero de votos fraudulentos o falsos? El solo hecho de hacerse esa pregunta es un errorcategórico. En realidad no «creen realmente» en nada, excepto en que deberían obtener lo quequieren. Cualquier recuento de votos que pueda favorecer a un demócrata es malo para ellos; porlo tanto es fraudulento, sin que se necesiten pruebas de ello.

Esta cosmovisión es la que explica la adicción de los republicanos a las teoríasconspirativas. Después de todo, si la gente sigue insistiendo en la verdad de algo que daña a supartido, no puede ser por respeto a los hechos, porque en su mundo no hay hechos neutrales.

Así que la gente que hace afirmaciones inconvenientes debe formar parte de la nómina defuerzas siniestras. En Arizona, la demócrata Kyrsten Sinema probablemente ganó un escaño en elSenado a causa de los votos que se contaron tardíamente. ¿Sabían que el Partido Republicanoestatal presentó una solicitud de información sobre las interacciones entre los funcionarioselectorales y, acertaron, George Soros?

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Por cierto, vale la pena señalar que este rechazo a los hechos objetivos y la insistencia enque cualquiera que se empeñe en verdades inconvenientes debe ser parte de una conspiración dela izquierda dominaba la psique republicana mucho antes de Trump. La más sobresaliente detodas, la afirmación de que las pruebas aplastantes del calentamiento global son un fraude colosal,producto de una vasta conspiración que involucra a miles de científicos de todo el mundo, ha sidoparte de la ortodoxia republicana desde hace años.

Es cierto, los candidatos presidenciales del partido solían ser poco claros cuando hablabande rechazar los hechos y respaldar teorías conspirativas, en lugar de dejarse llevar del todo por lainsensatez. No obstante, Trump solo toma la misma dirección que las principales figuras delpartido han seguido durante mucho tiempo.

Bueno, mi argumento es que el rechazo de cualquier criterio más allá de si ayuda o perjudicaa Trump se extiende más allá de si es verdadera o falsa para los valores básicos. En Trumplandia,que ahora es indiferenciable del País del Partido Republicano, el bien y el mal se definenúnicamente en función de si ayudan a los intereses del Líder. Por consiguiente, Trump ataca einsulta a nuestros aliados más cercanos mientras alaba a dictadores brutales que lo adulan (ydeclara que los neonazis son «gente muy buena»).

Lo mismo aplica para el heroísmo y la cobardía. Un héroe verdadero como John McCain,que criticó a Trump, es considerado directamente un fracasado: «No es un héroe de guerra... A míme gusta la gente que no fue capturada». Mientras tanto, Miriam Adelson, cuyo servicio a lanación básicamente consiste en hacer contribuciones a la campaña de Trump, obtiene la MedallaPresidencial de la Libertad.

Ah, y esto también es anterior a Trump. ¿Recuerdan cómo los republicanos denigraron elhistorial de guerra de John Kerry?

Así como sucede con tantas otras cosas en la escena política actual, es fundamental darsecuenta y reconocer que esta no es una situación simétrica en la que ambas partes hacen lo mismo.Si dicen algo como «la verdad y la virtud ahora se definen por el partidismo», en realidad estánacreditando a los malos, porque solo un partido piensa así.

Los demócratas, que son humanos, algunas veces tienen puntos de vista sesgados y caen en elrazonamiento motivado. Sin embargo, no han abandonado del todo la noción de los hechosobjetivos ni la bondad al margen de la política; los republicanos, sí.

Lo que todo esto significa es que lo que está sucediendo en Estados Unidos en este momentono es la política como comúnmente se hace. Se trata de algo mucho más existencial. Hay que estarverdaderamente desvariando para considerar la respuesta de los republicanos al revés que hansufrido en las elecciones intermedias como otra cosa que no sea un intento por parte de unmovimiento autoritario en ciernes de hacerse con el poder; un movimiento que además rechazacualquier oposición o incluso la crítica por no ser legítima. Nuestra democracia sigue corriendoun peligro inminente.

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El monstruoso desenlace del conservadurismo17 de diciembre de 2018

Las elecciones a mitad de período fueron, en gran medida, un referendo para la Ley de AtenciónSanitaria Asequible; la atención médica, no Donald Trump, dominó la campaña demócrata. Fueronlos electores quienes pronunciaron un veredicto claro: quieren que continúen los logros delObamacare, la forma en que expandió la cobertura a casi veinte millones de personas que de otromodo no habrían estado aseguradas.

El viernes, Reed O’Connor, un juez que se denomina «republicano» conocido por usar elpoder judicial «como arma», declaró que la Ley de Atención Sanitaria Asequible en su totalidad—la protección de enfermedades preexistentes, los subsidios para ayudar a las familias a costearla cobertura y la expansión médica— era inconstitucional. Los expertos jurídicos de derecha eizquierda menospreciaron su razonamiento y describieron su dictamen como «activismo políticopuro». Es probable que ese dictamen no sea refrendado por tribunales superiores.

Sin embargo, no podemos estar seguros de que este sabotaje se revertirá. El abuso de poderde O’Connor puede ser inusualmente descarnado, pero ese tipo de comportamientos se estávolviendo cada vez más común. Y no solo se da en materia de la atención médica ni tampoco enlos tribunales. Lo que Nancy Pelosi denominó el «monstruoso desenlace» de la agresión de losrepublicanos hacia los servicios médicos es apenas el primer atisbo de un ataque desde múltiplesfrentes, a medida que el Partido Republicano trata de anular la voluntad de los electores y socavarla democracia en general.

Porque, aunque podamos felicitarnos por la fortaleza de nuestras instituciones políticas, a finde cuentas las instituciones están compuestas de personas y desempeñan sus funciones siempre ycuando las personas que operan en ellas respeten los propósitos que les han sido asignados. Elestado de derecho no depende solo de lo que está escrito, sino también del comportamiento dequienes interpretan y hacen cumplir esas normas.

Si esas personas no se consideran a sí mismas primero servidores públicos y despuésmilitantes de partido, si no van a subordinar sus objetivos políticos a su deber de preservar elsistema, las leyes pierden todo su sentido y solo importa el poder.

Lo que estamos viendo en Estados Unidos —lo que en realidad hemos estado viendo desdehace años, si bien buena parte de los medios de comunicación y de la clase política dirigente sehan negado a reconocerlo— es la invasión de nuestras instituciones por parte de extremistas dederecha que son leales al partido, no a los principios. Esta invasión está corroyendo a laRepública y esa corrosión ya está muy avanzada.

Digo «derecha» con conocimiento de causa. Hay malas personas en ambos partidos, comoocurre en todos los ámbitos de la vida. Sin embargo, los partidos son estructuralmente diferentes.El Partido Demócrata es una coalición informal de grupos de interés, pero el Partido Republicanomoderno está dominado por el «movimiento conservador», una estructura monolítica que se

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mantiene unida gracias al gran capital, a menudo distribuido furtivamente, y al cerrado ecosistemaintelectual de Fox News y otros medios afines. Y las personas que medran dentro de estemovimiento son, en mucha mayor medida que en el otro bando, apparatchiki, fielesincondicionales, de los que se da por hecho que no se van a desviar de la línea del partido.

Los republicanos han estado llenando los tribunales de personas como estas durante décadas;O’Connor fue nombrado por George W. Bush. Por eso su dictamen, independientemente de lopenoso que fuera su razonamiento jurídico, no ha sido una gran sorpresa. La única pregunta era sise veía capaz de salirse con la suya con semejante farsa. Obviamente sí, y muy bien podría haberestado en lo cierto.

Como dije, esto no sucede solo en los tribunales. Mientras Trump y sus aliados hilvananfantasías sobre el sabotaje por parte del «estado profundo», la realidad es que un númerocreciente de cargos en las agencias gubernamentales están siendo ocupados por extremistas dederecha que no se preocupan ni se oponen activamente a los errores de sus propios organismos.La Agencia de Protección Ambiental ahora está dirigida por personas que no quieren proteger elmedio ambiente, la salud y los servicios sociales por personas que quieren negar a losestadounidenses la atención médica.

La misma toma de poder de los apparatchiki está teniendo lugar en la política. ¿Se acuerdande cuando se suponía que la función del Senado era «aconsejar y dar consentimiento»? Bajo elcontrol republicano, se ha reducido a dar consentimiento: prácticamente nada de lo que Trumppueda hacer, ni siquiera aunque existan pruebas claras de corrupción y delincuencia, inducirá a lossenadores de su partido a ejercer algún tipo de vigilancia.

Entonces, ¿cómo responden las personas que piensan y se comportan de esta manera cuandoel pueblo rechaza su agenda? Intentan usar su poder para anular el proceso democrático. Cuandolos demócratas amenazan con ganar las elecciones, manipulan el proceso electoral, como hicieronen Georgia. Cuando los demócratas ganan pese al fraude electoral, despojan de su poder a loscargos conseguidos por los demócratas, como hicieron en Wisconsin. Cuando las políticasdemócratas se imponen pese a todas sus argucias, recurren a tribunales llenos de apparatchikipara revocar la legislación alegando las razones más nimias.

Como advirtió David Frum, autor de Trumpocracy, hace un año: «Si los conservadores seconvencen de que no pueden ganar de manera democrática, no abandonarán el conservadurismo.Rechazarán la democracia». Eso está ocurriendo en este preciso momento.

Así que Pelosi tenía razón cuando dijo que el dictamen de Reed O’Connor era un síntoma deun «desenlace monstruoso», pero el juego en cuestión no solo tiene que ver con perpetuar elataque a los servicios médicos, sino con un ataque a la democracia en general. El actual estadodel desenlace probablemente sea solo el comienzo; me temo que lo peor está por venir.

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Virilidad, pasta, McConnell y trumpismo13 de diciembre de 2018

Después del tenso intercambio de palabras del martes entre Donald Trump y algunos líderesdemócratas, parece bastante posible que el «tuitero en jefe» cierre el gobierno en un intento deconseguir financiación para construir un muro en la frontera mexicana. Lo extraordinario de estaposibilidad es que el muro es una idea completamente estúpida. Aunque uno se opongatajantemente a la inmigración, tanto si es legal como si no, gastarse decenas de miles de millonesde dólares en una ostentosa barrera física no es una manera necesaria ni eficaz de impedir quevengan los inmigrantes.

Entonces, ¿de qué se trata? Nancy Pelosi, que casi con seguridad será la próxima presidentade la Cámara de Representantes, supuestamente comentó a unos compañeros que, para Trump, elmuro es una «cuestión de virilidad». Parece acertado, pero me hizo reflexionar. ¿Qué otraspolíticas están impulsadas por la inseguridad de Trump? ¿Qué mueve la política de este gobiernoen general?

Yo diría que la respuesta a estas preguntas es que, en realidad, existen tres motivosimportantes que explican la política de Trump, a los que podemos llamar Virilidad, McConnell yPasta.

Con McConnell me refiero al programa político estándar del Partido Republicano, quebásicamente sirve a los intereses de los grandes donantes, tanto a las personas adineradas como alas grandes compañías. Este programa consiste, por encima de todo, en recortes fiscales para laclase de los donantes, lo que implica recortes en programas sociales para compensar parte de lapérdida de ingresos. Y también incluye la liberalización, especialmente para los contaminadores,pero también para las instituciones financieras y los actores dudosos como las universidades conánimo de lucro.

Durante la campaña de 2016, Trump se presentó como un republicano de una clase diferente,alguien que protegería el colchón de seguridad y que aumentaría los impuestos a los ricos. Sinembargo, una vez en el poder, su política nacional ha sido totalmente ortodoxa. Su única victorialegislativa significativa en los dos primeros años ha sido una bajada de impuestos que hafavorecido claramente a los que más tienen; ha hecho todo lo que ha podido para socavar laatención sanitaria para los estadounidenses de rentas bajas y medias; y ha reventado la protecciónmedioambiental y la regulación financiera.

Sin embargo, la política exterior de Trump ha roto no solo con las anteriores prácticasrepublicanas, sino con todo lo que solía defender Estados Unidos. Puede que los presidentesanteriores hayan alcanzado acuerdos de Realpolitik con regímenes indeseables, pero nunca hemosvisto nada como la evidente preferencia de Trump por los déspotas brutales en vez de por losaliados democráticos, y su propensión a disculpar todo lo que hagan personas como VladímirPutin o Mohamed Bin Salman (incluso, como este último, cometer un asesinato).

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Es posible que parte de esto refleje sus valores personales: Putin, Bin Salman y otroshombres fuertes son simplemente la clase de gente que le gusta a Trump. Pero resulta difícil nosospechar que la Pasta —los sobornos que recibe el propio Trump a través de la OrganizaciónTrump— desempeña un papel importante. Después de todo, a diferencia de los líderes de lasdemocracias, los dictadores y los monarcas absolutos pueden canalizar mucho efectivo hacia laspropiedades de Trump y ofrecer a su familia oportunidades de inversión, sin tener que explicarestas acciones a unos molestos representantes elegidos.

Entonces, ¿dónde interviene la Virilidad? El muro es un ejemplo evidente. La señalreveladora es que el gobierno se centra en lo «grande y bonito» que será el muro, y no en lo quehará. Cuando Aduanas y Protección Fronteriza lo sacó a concurso para los contratistas,especificaba que el muro tenía que ser «físicamente imponente», y que «la parte norte del muro (osea, la parte que da a EE.UU.) debía ser estéticamente agradable». No decía que la estructuratuviera que tener letreros que dijeran «Muro de Trump», pero posiblemente fuera un descuido.

Pero yo diría que el deseo de Trump de afirmar su virilidad también desempeña un papelimportante en otros ámbitos, especialmente en la política comercial.

He estado siguiendo las aventuras del Hombre de los Aranceles, y lo que me sorprende no esla opinión abrumadora por parte de los economistas de que los aranceles de Trump son una malaidea, sino el hecho de que los aranceles son un fiasco político, es decir, no parece que haya unagran parte del electorado que pida un enfrentamiento con nuestros socios comerciales.

¿Quién quiere una guerra comercial? Los intereses empresariales no, ya que las accionescaen siempre que la retórica se inflama y suben cuando se enfría. Tampoco los agricultores, que seven muy afectados por los aranceles extranjeros que se imponen como represalia. Y tampoco losvotantes de clase obrera de los estados del Cinturón Industrial que fueron fundamentales para lavictoria de Trump en 2016: la mayoría de los hipotéticos votantes en esos estados afirman que losaranceles perjudican a sus familias. Resulta que la beligerancia comercial es básicamente cosa deun solo hombre: es lo que Trump quiere, y punto.

Es verdad que, teniendo en cuenta cómo funciona la ley comercial estadounidense, unpresidente puede iniciar una guerra comercial (a diferencia de, pongamos por caso, construir unmuro fronterizo) sin la autorización del Congreso. Pero ¿cuáles son los motivos que impulsan aTrump? Pues bien, ha convertido el comercio en su tema favorito, y quiere declarar que ha logradocosas importantes. Es revelador que incluso cuando mantiene más o menos la misma política,insista en un cambio de nombre. De esa manera puede ir por ahí pretendiendo que el acuerdo entreEE.UU., México y Canadá —o como lo llama Pelosi, el «acuerdo comercial que antes se conocíacomo Prince»— es completamente diferente del tratado de libre comercio de América del Norte(NAFTA, por sus siglas en inglés) y que ha conseguido una gran victoria.

Por tanto, los asuntos de Estado importantes no se deciden en función del interés nacional, yni siquiera de los intereses de grupos importantes del país, sino de los intereses económicos o elego del hombre en la Casa Blanca. ¿Es o no es increíble Estados Unidos?

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Sobre los medios

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Más allá de las noticias falsas

Después de las elecciones de 2016, cuando la gente se preguntaba cómo había podido sucederalgo semejante, se habló mucho del papel de las «noticias falsas», teorías de la conspiración yafirmaciones sin fundamento divulgadas a través de las redes sociales. Por ejemplo, el Pizzagate—la acusación, basada en nada, de que altos cargos demócratas estaban conectados a una redpedófila en la que estaba implicada una pizzería de Washington—, se difundió ampliamente porinternet, lo que derivó, entre otras cosas, en amenazas de muerte a los propietarios del restaurante.

Este tipo de afirmaciones falsas han favorecido abrumadoramente a Donald Trump. Sinembargo, con los tiempos que corren, Trump y sus seguidores no tardaron en apropiarse de laexpresión «noticias falsas» para referirse a cualquier información, por muy fidedigna que fuera,que transmitiera una mala imagen de la administración Trump. Y mucha gente lo ha creído: elnúmero de personas que se fía de los principales medios de comunicación ha disminuidoconsiderablemente, debido sobre todo al hundimiento de la confianza entre los republicanos.

Lo cierto es que los más destacados medios de comunicación (salvo los que pertenecen aRupert Murdoch) son muy cuidadosos a la hora de verificar los hechos y los constantes ataquesque sufren por hacer su trabajo deberían asustarnos. No obstante, eso no significa que los mediossean imparciales. Al contrario, en lo que se cuenta y en cómo se cuenta hay sesgos muy marcados,sesgos que han desempeñado un importante papel en nuestra disfunción política.

No estoy hablando de un sesgo político directo, ya sea progresista o conservador. Estoyhablando de cosas como la falsa equivalencia, en que las dos partes de una controversia recibenel mismo trato aunque sea evidente que una esté mintiendo descaradamente. Un buen número depersonas se refiere ahora a ello como «diferentes visiones sobre la forma del planeta», en alusióna la primera columna de esta sección, que escribí durante la campaña del año 2000. En lascontadas ocasiones en las que los medios no incurren en el falso equilibrio, se suele deber a quetoda la Gente Muy Seria coincide en una cosa, que resulta ser errónea.

También estoy hablando de la tendencia a sustituir el debate político por la crítica teatral, acentrarse en la impresión que supuestamente causan los candidatos en lugar de en lo que enrealidad proponen, que he abordado en «El triunfo de lo trivial». Incluso el periodismo objetivopuede seguir siendo sesgado y dirigir eficazmente a la opinión pública si por la razón que sea elcandidato no gusta a los periodistas, algo que sucedió con Al Gore en 2000 y Hillary Clinton en2016.

Así pues, las columnas de esta sección tratan sobre las deficiencias reales de los medios decomunicación y sobre cómo han contribuido a nuestro declive político.

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Gato por liebre1 de noviembre de 2000

La gran lección de la campaña de este año, una lección que podemos estar seguros de que lospolíticos se tomarán en serio, es que un candidato puede decir impunemente cosas que sondemostrablemente falsas siempre que las mentiras incluyan grandes cifras.

Entre otras cosas, George W. Bush ha declarado reiteradamente que pretende gastar en tornoa un billón de dólares en programas nuevos; en realidad, su presupuesto consigna menos de lamitad de esa cantidad. Sin embargo, repetir una y otra vez esta afirmación no ha llevado a losciudadanos a cuestionar su credibilidad.

Bush también ha prometido utilizar un billón de dólares del dinero de la Seguridad Socialpara dos fines incompatibles: depositarlo en cuentas privadas para los trabajadores jóvenes y almismo tiempo utilizarlo para pagar las prestaciones a trabajadores mayores. Y su argumentopredilecto en favor de la privatización incluye un doble pago similar. Cuando compara la tasa derentabilidad que la gente puede obtener de su dinero con la tasa implícita de rentabilidad de lascotizaciones de la Seguridad Social, parece haber entendido mal por qué la Seguridad Socialofrece una rentabilidad más baja: tiene que reservar las cotizaciones de los trabajadores jóvenes ose quedará sin fondos antes de que los actuales trabajadores de mediana edad se hayan jubilado.

En realidad, no se trata de un malentendido. Como las advertencias sobre su contabilidad hanprovenido de muchas partes, incluida la American Academy of Actuaries, el constante uso porparte de Bush de esta comparación no es un error, sino una estratagema. Sin embargo, esteejercicio de doble contabilidad ha ocasionado muy pocos estragos en una campaña que prometedevolver «el honor y la integridad» a la Casa Blanca.

¿Cómo se ha salido con la suya? Una respuesta es que los votantes no comprenden lasgrandes cifras, aunque también es cierto que los medios no les han ayudado a entenderlas.

Se trata en parte de una cuestión de marketing: los cotilleos internos funcionan mejor en latelevisión que la aritmética presupuestaria. No obstante, también tiene un aspecto político: losmedios convencionales están fanáticamente decididos a parecer imparciales. Uno de los grandeschistes de la política estadounidense es la insistencia de los conservadores en que los mediostienen un sesgo progresista. Lo cierto es que los periodistas no han exigido explicaciones a Bushni siquiera sobre sus afirmaciones erróneas más escandalosas, presumiblemente por temor a queles pudieran acusar de partidismo. Si un candidato presidencial llegara a declarar que la Tierra esplana, seguro que habría un análisis en los medios con el titular «La forma del planeta: ambaspartes tienen razón». A fin de cuentas, la Tierra no es perfectamente esférica.

Sin embargo, lo que no sabemos es cómo acaba la historia. Si Bush gana, tendrá que elaborarun presupuesto real, por no hablar de un plan de la Seguridad Social real. En ese momento, lasflorituras retóricas no serían suficientes. Entonces, ¿qué haría realmente?

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Muchos analistas parecen esperar (¡esperar!) que Bush esté tratando de dar gato por liebre.Es decir, esperan que, si gana las elecciones, revele un programa muy diferente al que ha sugeridodurante la campaña. Los conservadores, en particular, creen no muy en secreto que el verdaderoprograma incluirá drásticos recortes del gasto social —lo que dará margen para reducciones delos impuestos sobre la renta y los bienes inmuebles—, y grandes recortes de las prestaciones de laSeguridad Social, para compensar el desvío de impuestos a cuentas privadas.

No obstante, los recortes del gasto necesarios serían una burla de cualquier pretensión deconservadurismo compasivo. Y tenemos una idea bastante buena de cómo sería un plan realista deprivatización parcial de la Seguridad Social. Consistiría en una combinación de un aumentosustancial de la edad de jubilación, una drástica reducción de los ajustes por el costo de la vida yunos impuestos elevados a esas cuentas privadas cuando reciban ingresos. («Es su dinero», perosegún el plan propuesto por uno de los asesores de Bush, solo puede quedarse con el 25% de lasganancias que obtenga.)

¿Se atrevería Bush a presentar un plan tan duro después de prometer barra libre en sucampaña? Pensemos en la reacción al plan de salud original de Clinton y preguntémonos si Bushestaría dispuesto a enfrentarse a una polémica similar.

Supongo que si Bush sale elegido, intentará gobernar como ha hecho en campaña.Simplemente se falsearán las cuentas hasta que los mercados financieros, alarmados por el rápidodeterioro de las finanzas estadounidenses, transmitan un mensaje que no pueda ser ignorado.

Pero tal vez haya subestimado la voluntad de Bush de descartar sus promesas electorales.Lamentablemente, debemos esperar que, si gana, haya estado dando gato por liebre.

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El triunfo de lo trivial30 de julio de 2004

Bajo el titular «Electorado demanda que Kerry especifique», el periódico The Washington Postcitó hace poco a un votante que exigía que John Kerry y John Edwards dijeran «qué piensan hacersobre los planes de salud para las personas de ingresos medios y bajos. Tengo que hacerme a laidea de que, tal y como están las cosas, nunca podré tener seguro médico. Y estos millonariosaparentemente no están abordando ese problema».

Kerry propone gastar 650.000 millones de dólares para extender los planes de salud y queabarquen a las familias de ingresos medios y bajos. Se esté o no conforme, no se puede decir queno haya abordado el problema. ¿Por qué este votante no se enteró de esto?

Bueno, he estado leyendo transcripciones de noticias de los medios de comunicación a losque cuatro de cada cinco estadounidenses recurren para informarse: las principales cadenas detelevisión y cable. De los últimos sesenta días.

No importan los detalles: ni siquiera he podido encontrar una declaración clara donde sediga que Kerry quiere anular los recientes recortes fiscales para las personas de mayores ingresosy utilizar el dinero para cubrir a la mayoría de los no asegurados. Las pocas veces que semencionó el plan de Kerry, fue para evaluar su influencia en la contienda electoral.

En contraste, todo el mundo sabe que Teresa Heinz Kerry le dijo a alguien «métetelo»,aunque, incluso ahí, no había contexto. Excepto por una breve referencia en MSNBC, en ningunade las transcripciones que he leído se ha mencionado que el objetivo de sus iracundas palabrasera Richard Mellon Scaife, un multimillonario que financió campañas para calumniar a losClinton, incluso con acusaciones de asesinato. (CNN mencionó a Scaife en su sitio web, pero sololo describió como donante para «causas conservadoras»). Mientras tanto, los espectadores no seenteraron de la larga campaña de Scaife en contra de la propia Teresa Heinz Kerry.

Hay dos cuestiones importantes en todo esto, trivialización y parcialidad, y las dos estánrelacionadas.

En algún momento, los noticiarios de la televisión dejaron de informar sobre las políticas delos candidatos y optaron por hablar de trivialidades que supuestamente revelan mejor suspersonalidades. Se oye hablar de los cortes de pelo de Kerry, no de sus propuestas en materia desalud. Oímos hablar del peinado de George Bush, pero no de sus políticas ambientales.

Incluso si aceptamos sus propios términos, estos reportajes a menudo se equivocan porquelos periodistas no son especialmente buenos para juzgar un carácter. («Es, ante todo, unmoralista», escribió George Will sobre Jack Ryan, el candidato de Illinois para el Senado que seretiró después de que salieran a la luz sus escándalos sexuales.)

Además, los temas sobre el carácter que dominan actualmente los informativosevidentemente no tienen nada que ver con las cualidades de liderazgo. Mientras planeaba el DíaD, Dwight Eisenhower tuvo una relación, posiblemente platónica, con la conductora de su coche

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privado. ¿Debió haber sido eso un obstáculo para llegar a la Casa Blanca?Y puesto que cubrir una campaña electoral como si fueran notas sobre celebridades no tiene

reglas, esto da un amplio margen para la elaboración de informaciones parciales.El votante citado al principio se refiere a «esos millonarios». Un sitio de internet de la

publicación Columbia Journalism Review llamado «campaign desk.org», dice que sus análisis«revelan una predisposición para introducir innecesariamente a los senadores Kerry y Edwardsjunto con la esposa de Kerry, Teresa Heinz Kerry, como millonarios o multimillonarios, sinutilizar los mismos adjetivos para el presidente Bush o para el vicepresidente Cheney».

Como el sitio señala, la campaña de Bush ha insistido en caracterizar a Kerry «como unapersona lejana a la ciudadanía común por su patrimonio, esperando así influenciar la cobertura dela prensa». La campaña no afirma que las políticas de Kerry favorezcan a los ricos, puesevidentemente no lo está haciendo, mientras que Bush obviamente sí lo está haciendo. En su lugar,tenemos que desconfiar de Kerry simplemente porque es rico (sin destacar que su oponente estambién rico). Son los republicanos quienes están practicando la política de la envidia, y losmedios les siguen la corriente de manera obediente.

En resumen, el triunfo de la trivialidad no es un asunto trivial. El hecho de que las cadenas detelevisión no estén informando al público sobre las propuestas políticas de los candidatospresidenciales de este año es, en cierta forma, una grave traición periodística, como lo fue elfracaso para cuestionar la prisa por invadir Irak.

P.D.: Otra nota que probablemente no verá en la televisión: Jeb Bush insiste en que losaparatos de votación electrónica son perfectamente seguros, cuando el periódico The St.Petersburg Times informó de que el Partido Republicano de Florida ha estado mandando folletosdonde insta a sus partidarios a usar la votación por correo porque las máquinas no cuentan con unmecanismo de impresión y no se puede «verificar el voto».

P.D.: Hace tres semanas, The New Republic informó que la administración Bush estabapresionando a Pakistán para que anunciara una importante captura terrorista durante la convencióndemócrata. Horas antes del discurso de aceptación de Kerry, Pakistán anunció, varios díasdespués del hecho, que había arrestado a un importante agente de Al Qaeda.

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¿Tiene algún sentido el análisis económico?Blog en The New York Times4 de agosto de 2013

He aquí algunas ideas más inspiradas por la triste revelación de que en Washington se ha instaladouna creencia general basada en la premisa de que el elevado desempleo es estructural, no cíclico,aunque exista un consenso bipartidista entre los economistas de que todo apunta a lo contrario.

En primer lugar, algo sobre el significado de los términos: cuando los economistas hablan delcreciente desempleo «estructural», a lo que se refieren realmente es a algo bastante concreto; nose trata de una vaga afirmación sin fundamento, sino de la aseveración de que ha aumentado la tasade desempleo del «pleno empleo», el nivel de desempleo en el que los precios y los salariosempiezan a aumentar y se corre el riesgo de una espiral de precios y salarios. Cuando esto sucede,no se puede resolver el problema del desempleo simplemente haciendo que alguien gaste más yque, como consecuencia, crezca la demanda; cuando esto no sucede, sí se puede.

¿Qué ocurre con todas las demás cosas de las que hablamos, como la variación deldesempleo entre las diferentes regiones, profesiones o competencias? Bueno, como la explicacióntípica sobre el creciente desempleo estructural implica algún tipo de «desajuste» entre lostrabajadores y los puestos de trabajo, cabría esperar que la «firma» de ese desajuste fuera laaparición de una escasez de trabajadores en algún lugar o de alguna clase; por tanto, el hecho deque no se vea nada de esto contradice las explicaciones estructurales. No obstante, la preguntadefinitiva es siempre hasta dónde podemos reducir el desempleo antes de que la inflación seconvierta en un problema y, básicamente, no existe ninguna prueba de que esta cifra hayaaumentado desde el año 2007, por no hablar de que está cerca del nivel de desempleo actual.

Y como ya he dicho, el consenso de que el desempleo es cíclico, no estructural, es ahoramucho mayor que hace un par de años. En otra entrada del blog mencioné la ponencia de EddieLazear en Jackson Hole; también estaba el cambio de parecer de Narayana Kocherlakota (por elque merece el mayor de los respetos: la cantidad de analistas económicos dispuestos a cambiar depunto de vista en función de los datos es demasiado pequeña).

Por tanto, lo que tenemos aquí es un debate económico que funciona como se supone quedebe funcionar: más lentamente de lo que me gustaría pero, aun así, al final los profesionalesllegaron a la conclusión de que una popular explicación sobre la naturaleza de nuestros problemasera errónea.

Pero un gran número de comentaristas, al parecer, no ha estado prestando atención. Eltérmino «estructural» suena serio —o mejor aún, Serio—, así que lo dicen, aunque las pruebasindiquen todo lo contrario. Tampoco se trata de las «diferentes visiones sobre la forma delplaneta»: a los espectadores de PBS ni siquiera se les mencionó que existe consenso entre losprofesionales. Es como si transmitiesen un programa sobre el cambio climático y solo estuvieranrepresentados los negacionistas.

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Y tal vez debamos situar todo esto en el contexto de otro debate, el gran debate sobre laausteridad. También aquí se ha producido un cambio bastante decisivo en la opinión de losprofesionales; hay muchos perdedores también en el seno de la disciplina económica, pero elhecho es que los dos pilares de la postura a favor de la austeridad (la defensa de la austeridadexpansionista y de que ocurren cosas terribles cuando la deuda supera cierto umbral bastantebajo) han fracasado de manera espectacular. Sin embargo, la política no ha cambiado en absoluto;en el mejor de los casos, ha habido en Europa algunas correcciones mínimas al margen y enEstados Unidos todavía estamos recortando drásticamente el gasto frente a una economía débil.

Es bastante deprimente para aquellos a los que les gustaría creer que el análisis y los datos síimportan. La reciente evolución de la política y la sabiduría popular sobre la macroeconomíaparece sugerir lo contrario.

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El año que vivimos estúpidamenteBlog en The New York Times7 de agosto de 2013

No me había percatado, pero justo antes de que me lamentara de la impermeabilidad de lasabiduría popular a las pruebas, Simon WrenLewis hizo una observación similar, pero másgeneral. Al leer su entrada, se me ocurrieron algunas ideas más.

Hoy en día se oye a menudo a los comentaristas y a la gente, digamos, del establishmenthablar como si existiera una clara distinción entre la élite, que sabe cómo funcionan las cosas, y laplebe, que necesita ser guiada por la sabiduría de la élite. La realidad, sin embargo, no se pareceen nada. Es cierto que hay doctrinas excéntricas (la vuelta al patrón oro, la curva de Laffer, etc.)que desempeñan un papel importante en la opinión popular, pero no tienen éxito entre la élite. Sinembargo, la propia élite se ha pasado gran parte de los últimos cinco años comprometida condoctrinas económicas (la prevalencia del desempleo estructural, la necesidad urgente de reducirel déficit y la reforma de las prestaciones, los efectos destructivos de la «incertidumbre»), quepuede que no sean tan contrarias a las pruebas como los temores a la hiperinflación que circulanpor ahí, pero que son en general bastante malas. Y la influencia de estas doctrinas se ha mantenidocasi intacta pese a que este último año debería haber sido expulsadas por completo de cualquierdebate respetable.

A fin de cuentas, ha sido un buen año, no solo por el cambio radical de la opinión profesionalsobre el desempleo estructural, sino también por el fracaso de la doctrina de la austeridadexpansionista —y su sustitución por la idea de que los multiplicadores son bastante grandes—, elderrumbe de la visión del límite de la deuda del 90%, el hundimiento del déficit, la desapariciónde la preocupación por la deuda a medio plazo y demás.

Sin embargo, la política no ha cambiado en absoluto, y los puntos de vista de la élite apenasse han modificado. ¿Cómo es posible? Wren-Lewis menciona los motivos principales: lospolíticos buscan economistas que refuercen sus prejuicios; los medios de comunicación son o bienórganos de propaganda o bien tienen pánico a decir, de manera directa, que los políticos seequivocan, por mucho que lo que digan esté reñido con la verdad.

Ahí es, por cierto, donde entra la chapuza del déficit de PolitiFact. Eric Cantor afirma que eldéficit está aumentando cuando en realidad está disminuyendo con rapidez; PolitiFact lo considerauna «verdad a medias» porque las proyecciones indican que el déficit aumentará (modestamente)después de 2015. Es como si dijera que llueve cuando en realidad hace sol y se me respondieraque mi afirmación es una verdad a medias porque hay previsiones meteorológicas (poco fiables)que anuncian lluvias más adelante esa semana. La realidad es, sin duda, que los llamados factcheckers creyeron estar jugando sobre seguro al evitar llamar a un alto cargo del PartidoRepublicano desinformado o mentiroso; al final han obtenido otro tipo de sufrimiento, y eso esbueno.

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Pero volvamos a las frustraciones del análisis de las políticas. Obviamente, los economistastienen que intentar en lo posible hacer bien las cosas y que se corra la voz. Sin embargo, en losúltimos cinco años hemos sido testigos de una revelación decepcionante: el conocimiento, alparecer, no es poder, y el verdadero poder está más que dispuesto a ignorar el verdaderoconocimiento en favor de cosas que suenan Serias o responden a un plan.

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Hillary Clinton recibe el trato de Al Gore5 de septiembre de 2016

Los estadounidenses de cierta edad que siguen de cerca la política todavía tienen recuerdosvívidos de las elecciones de 2000: malos recuerdos, y no solo porque el hombre que perdió elvoto popular acabara siendo presidente. La campaña previa a ese desenlace final también fue unapesadilla.

Verán, un candidato, George W. Bush, fue deshonesto de un modo que no tenía precedentes enla política estadounidense. En particular, propuso grandes rebajas fiscales a los ricos mientrasinsistía, en un burdo desprecio de la aritmética, que estaban dirigidas a la clase media. Estasmentiras durante la campaña presagiaron lo que sucedería durante su administración, unaadministración que, no debemos olvidar, llevó a la guerra a Estados Unidos con pretextos falsos.

Sin embargo, durante toda la campaña, la mayor parte de la cobertura en los medios dio laimpresión de que Bush era un tipo campechano y directo, al tiempo que describía a Al Gore, cuyaspropuestas políticas tenían sentido y cuyas críticas al plan de Bush eran totalmente certeras, comoalguien esquivo y poco sincero. La mendacidad de Gore quedaba demostrada, supuestamente, poranécdotas triviales, ninguna de ellas relevante y algunas simplemente falsas. No, nunca afirmóhaber inventado internet. Sin embargo, la imagen perduró.

Y, en este momento, otros muchos y yo tenemos el horrible presentimiento de que estávolviendo a ocurrir.

Es cierto que no se hacen muchos esfuerzos por vendernos la imagen de un Donald Trumpcomo modelo de honestidad. Pero es difícil evitar la impresión de que se le juzga conbenevolencia. Si consigue leer un teleprompter sin salirse del guion, está siendo presidencial. Siparece sugerir que no va a arrestar de inmediato a los once millones de inmigrantesindocumentados, se está moderando. Y muchos de sus múltiples escándalos, como lo que parecenser claros sobornos al fiscal general del Estado para que no se investigue a la Trump University,reciben muy poca atención.

Mientras tanto, se presume que todo lo que hace Hillary Clinton tiene que ser corrupto, lo queilustra de manera espectacular la cobertura cada vez más estrafalaria de la Fundación Clinton.

Detengámonos un momento y pensemos en qué es la fundación. Cuando Bill Clinton dejó elcargo, era un personaje popular y mundialmente respetado. ¿Qué debía haber hecho con esareputación? Recaudar grandes sumas de dinero para una institución benéfica que salva la vida deniños sin recursos parece un plan de actuación virtuoso y bastante razonable. Y, a decir de todos,la Fundación Clinton es una gran fuerza positiva en el mundo. Por ejemplo, Charity Watch, unorganismo de control independiente, le otorga una calificación «A», mejor que a la Cruz Rojaestadounidense.

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Ahora, cualquier operación que recaude y gaste miles de millones de dólares crea posiblesconflictos de intereses. Uno podría imaginarse a los Clinton utilizando la fundación como un fondoilícito para recompensar a sus amigos o bien a la señora Clinton aprovechando sus cargospúblicos para compensar a los donantes. Por tanto, era correcto y apropiado investigar lasoperaciones de la fundación para verificar si había alguna contrapartida indebida. Como les gustadecir a los periodistas, el gran tamaño de la fundación «suscita dudas».

Sin embargo, nadie parece estar dispuesto a aceptar las respuestas a esas preguntas, que son,clarísimamente, «no».

Pensemos en el gran reportaje de Associated Press, que sugiere que los encuentros de laseñora Clinton con los donantes de la fundación mientras era secretaria de Estado indican «susposibles problemas éticos si fuera elegida presidenta». En vista del tono del reportaje, cabríaesperar leer sobre reuniones, por ejemplo, con brutales dictadores extranjeros o con peces gordosde grandes empresas que se enfrentan a acusaciones, seguidas de iniciativas cuestionables en sufavor.

Sin embargo, el principal ejemplo que publicaba AP era el del encuentro de la señoraClinton con Muhammad Yunus, un premio Nobel de la Paz que también era su amigo personaldesde hacía tiempo. Si esta era la mejor investigación que podía ofrecer, ahí no había nada.

Por tanto, instaría a los periodistas a preguntarse si están informando sobre los hechos o siestán simplemente lanzando indirectas y pediría a los ciudadanos que leyeran con espíritu crítico.Si las informaciones sobre un candidato hablan de que «suscita dudas», genera «sombras» ocualquier otra cosa similar, se ha de tener en cuenta que la mayoría de las veces son expresionesambiguas utilizadas para dar la impresión de una mala conducta sin base alguna.

He aquí un consejo profesional: la mejor manera de juzgar el carácter de un candidato esexaminar lo que ha hecho y qué políticas está proponiendo. El historial de Trump timando aestudiantes, engañando a contratistas y demás era un buen indicador de cómo actuaría comopresidente; la manera de hablar y el lenguaje corporal de la señora Clinton, no. En el año 2000,las mentiras políticas de George W. Bush me permitieron tener una idea mejor de quién era quetodos los reportajes personales e intimistas, y el contraste entre la incoherencia política de Trumpy la prudencia de la señora Clinton es hoy muy elocuente.

En otras palabras, céntrense en los hechos. Estados Unidos y el mundo no pueden permitirseotras elecciones condicionadas por las indirectas.

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Pensamientos económicos

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La ciencia lúgubre

Aunque he estado escribiendo en The New York Times durante casi dos décadas, en cierto modome sigo sintiendo un profesor universitario pluriempleado como periodista. En esta última seccióndel libro, ofrezco algunos ejemplos en los que parezco más un académico de lo que aparentonormalmente en las páginas de The New York Times.

Sobre esto: el mayor problema que tienen incluso los escritores académicos que son bastantebuenos cuando intentan dirigirse a un público más amplio es que ni siquiera los lectores bieninformados que no son especialistas en la materia poseen la base común que se supone cuando seconversa con entendidos.

Al hablar con un grupo de economistas, se puede usar una frase como «rendimientoscrecientes» y esperar no solo que sepan lo que significa (que cuanto más se produce, más bajo esel coste por unidad), sino también que sean conscientes de toda la zona de penumbra de los temasasociados. Por ejemplo, sabrán que los rendimientos crecientes normalmente provocan la rupturade la competencia perfecta, en la que muchas empresas pequeñas producen lo mismo. Tambiénsabrán lo importante que es la competencia perfecta para los modelos económicos estándar. Y asísucesivamente. Es fácil criticar la jerga, pero cuando se emplea el lenguaje especializado comouna forma rápida de hacer referencia a conceptos muy complejos, es crucial para la comunicaciónentre los profesionales.

Por desgracia, el uso del lenguaje especializado también entraña que los no profesionales notengan ni idea de lo que estás hablando.

Si se es cuidadoso y se trabaja duro, muchas veces se pueden transmitir nociones económicasimportantes en un lenguaje sencillo a lectores que acceden partiendo de cero. Por ejemplo, justoantes de escribir este ensayo publiqué una columna sobre el declive del Estados Unidos rural que,en realidad, era una especie de sigilosa reformulación de la tesis de mi artículo académico máscitado, «Increasing Returns and Economic Geography» (1991). Y ponerse a traducir la economíaal lenguaje corriente es importante y gratificante.

Sin embargo, a veces deseo divertirme un poco y escribir algo que no sea un trabajo deinvestigación técnico, pero sí que use más jerga de la que normalmente me permito. Esta seccióncontiene una selección de ejemplos.

Empiezo con un ensayo que me pidieron que escribiera en 1991. Se suponía que tenía queversar sobre mi «filosofía vital», pero decidí que eso era una tontería. Tenía mucho más sentidohablar de qué estrategia sigo en la realización de mis investigaciones económicas. Y creo que elartículo puede dar cierta idea, incluso a los lectores en general que estén dispuestos a soportar unpoco de jerga, de cómo era esa otra parte de mi vida, y quizá de cómo hice la investigación queme ayudó a que acabara escribiendo para millones de personas.

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Una parte importante de mi investigación se ha centrado en la macroeconomía, sobre todo enlas ideas asociadas con la obra de John Maynard Keynes. Por desgracia, ante una crisis que exigíapolíticas decididamente keynesianas, tanto Europa como Estados Unidos se quedaron cortos. «Lainestabilidad de la moderación» es un texto sobre por qué arruinamos la política, en el quesostengo que la postura keynesiana (valorar la economía de mercado, pero estar preparado parauna fuerte intervención gubernamental cuando sea necesario), aunque juiciosa, era difícil desostener tanto desde el punto de vista intelectual como político.

Por último, no se puede escribir sobre economía en la primera década del siglo XXI sin quese espere una opinión sobre el bitcoin y otras criptomonedas. He sido muy escéptico y explico porqué en el artículo que se reproduce aquí.

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Cómo trabajoSage

1 de octubre de 1993

Se me ha pedido formalmente que en este artículo hable de mi «filosofía vital». Permítanme quedeje claro desde un principio que no tengo ninguna intención de seguir las instrucciones, ya que nosé nada especial sobre la vida en general. Creo que fue Schumpeter quien afirmó ser no solo elmejor economista, sino también el mejor jinete y el mejor amante de su Austria natal. Yo no montoa caballo y albergo pocas pretensiones en otros ámbitos. (No obstante, soy un buen cocinero.)

De lo que quiero hablar en este artículo es de algo más limitado: algunas ideas sobre cómopensar y, en particular, sobre cómo dedicarse a hacer ciencia económica interesante. Creo quepuedo afirmar que, de los economistas de mi generación, poseo un estilo intelectual distintivo,aunque no necesariamente mejor que el de mis colegas, ya que hay muchas maneras de ser un bueneconomista, pero sí uno que a mí me ha sido muy útil. La esencia de ese estilo es una estrategiageneral de investigación que se puede resumir en unas pocas reglas; también considero que misescritos y mis exposiciones orales con una mayor orientación política se basan en el fondo en losmismos principios. Hablaré de mis reglas para investigar más adelante. Sin embargo, creo quepuedo introducir mejor esas reglas describiendo cómo (así me lo parece) me topé con mi manerade trabajar.

LOS ORÍGENES

La mayoría de los economistas jóvenes se incorporan hoy a este campo desde la vertiente técnica.Su intención inicial es optar por una carrera de ciencias puras o ingeniería y acaban deslizándosehasta la más rigurosa de las ciencias sociales. Las ventajas de adentrarse en la economía desdeesa dirección son evidentes: se llega con una buena formación en matemáticas y uno encuentranaturales los modelos formales. Sin embargo, no es de ahí de donde yo provengo. Mi primerapasión fue la historia; estudié pocas matemáticas, aprendiendo solo lo que necesitaba para irprogresando.

No obstante, me impliqué a fondo en la economía desde muy pronto, cuando trabajé comoayudante de investigación (sobre los mercados energéticos mundiales) de William Nordhausmientras todavía cursaba el primer año en Yale. Le seguiría de manera natural la escuela deposgrado y la publicación de mi primer artículo académico que tuvo realmente éxito, un análisisteórico de las crisis de las balanzas de pagos, mientras aún estudiaba en el MIT. Descubrí que seme daban bien los modelos matemáticos pequeños y que tenía facilidad para encontrar hipótesis

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simplificadoras que los hacían manejables. Sin embargo, después de terminar el doctorado notenía muy claro, al menos en mi interior, hacia dónde ir. No estaba seguro de en qué queríatrabajar; ni siquiera estaba seguro de si realmente me gustaba investigar.

Encontré mi lugar intelectual de repente, en enero de 1978. Me sentía algo perdido y fui avisitar a mi antiguo asesor Rudi Dornbusch. Le describí varias ideas, incluida una vaga noción deque los modelos de competencia monopolística que había estudiado en un breve curso impartidopor Bob Solow —especialmente el pequeño e interesante modelo de DIXit y Stiglitz—, podríantener algo que ver con el comercio internacional. Rudi consideró la idea potencialmenteinteresante; volví a casa y me puse a trabajar en ella seriamente; y al cabo de unos días me dicuenta de que había dado con algo que se acabaría convirtiendo en el eje de mi vida profesional.

¿Qué había descubierto? La tesis de mis modelos de comercio no era especialmentesorprendente si uno reflexionaba sobre ella: las economías de escala podían ser una causaindependiente del comercio internacional incluso en ausencia de una ventaja comparativa. Setrataba de una idea nueva para mí, pero (como no tardé en descubrir) ya la habían mencionadomuchas veces antes los críticos de la teoría convencional del comercio. Los modelos que elaborédejaban algunos cabos sueltos; en particular, generalmente tenían muchos equilibrios. Aun así,para hacer que los modelos fueran manejables tuve que hacer conjeturas claramente pocorealistas. Y una vez que hice esas conjeturas, los modelos fueron trivialmente sencillos; suelaboración no me brindó la más mínima oportunidad de emplear ninguna técnica avanzada. Asípues, se podría haber concluido que no estaba haciendo nada muy interesante (y eso fue lo quealgunos de mis colegas me dirían durante algunos años). Sin embargo, lo que observé, y poralguna razón casi de inmediato, fue que la mayoría de todas estas características eran virtudes, novicios, que daban como resultado un programa que podía conducir a años de investigacionesproductivas.

Obviamente, solo estaba explorando algo que los críticos de la teoría convencional ya habíanestado diciendo durante décadas. Sin embargo, mi tesis no formaba parte de la corriente principalde la economía internacional. ¿Por qué? Porque nunca se había expresado en modelos atractivos.Los nuevos modelos de competencia monopolística me proporcionaron una herramienta para abrirlimpiamente lo que con anterioridad se había considerado la caja de los truenos. Sin embargo, lomás importante fue que de pronto me percaté de en qué extraordinaria medida la metodologíaeconómica crea puntos ciegos. Simplemente no vemos lo que no podemos formalizar. Y el mayorpunto ciego de todos ha tenido que ver con los rendimientos crecientes. Así pues, ahí tenía, alalcance de la mano, mi misión: observar las cosas desde un ángulo ligeramente diferente y, alhacerlo, revelar lo obvio, las cosas que habían estado delante de nuestras narices todo el tiempo.

Los modelos que elaboré durante el invierno y la primavera estaban incompletos, si unoexigía que especificaran exactamente quién producía qué. Y sin embargo contaban historias consentido. Tardé mucho tiempo en expresar con claridad lo que estaba haciendo, pero a la larga medi cuenta de que una manera de abordar un problema difícil es modificar la pregunta, en particularcambiando los niveles. Un análisis pormenorizado puede ser extremadamente fastidioso, pero unadescripción agregada o sistémica, que es mucho más fácil, te puede decir todo lo que necesitassaber.

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Naturalmente, para conseguir esa descripción a nivel sistémico agregado era necesarioaceptar las premisas básicamente absurdas de la simetría que subyacen a los modelosrelacionados de Dixit-Stiglitz. Sin embargo, esas premisas absurdas parecían permitirme contarhistorias que eran convincentes y que no se podían explicar utilizando los sacrosantos supuestosdel modelo competitivo estándar. Lo que empecé a comprender era que en economía siempreestamos haciendo suposiciones absurdas; lo que ocurre es que algunas se han formulado tan amenudo que han llegado a parecer naturales. Por eso nadie debería rechazar un modelo porconsiderarlo absurdo hasta no ver a dónde llevan sus premisas.

Por último, puede que la simplicidad de los modelos haya frustrado mi persistente deseo dealardear de las destrezas técnicas que tan laboriosamente adquirí en la escuela de posgrado, peropronto me cercioré de que era fundamental para el proyecto. Los teóricos de comercio no habíanconseguido abordar el papel de los rendimientos crecientes, no por convicción empírica, sinoporque creían que era difícil de modelar. ¡Qué útil resultaría entonces, mostrar que podía ser deuna simplicidad casi infantil!

Y así, antes de mi vigésimo quinto cumpleaños, básicamente ya sabía qué iba a hacer con mivida profesional. No sé qué podría haber ocurrido si mi gran proyecto se hubiera encontrado conel rechazo de otros economistas; tal vez me habría vuelto un gruñón o quizá habría perdido la fe yabandonado el proyecto. Sin embargo, lo cierto es que todo salió bien, para sorpresa mía. En mimente, la curva de mi investigación básica desde aquel mes de enero de 1978 ha seguido unatrayectoria extraordinariamente coherente. En pocos meses había elaborado un modelo básico decomercio con competencia monopolística; como se vería después, de manera simultánea eindependiente de los modelos similares de Avinash Dixit y Victor Norman, por un lado, y deKelvin Lancaster, por otro. Tuve algunos problemas para conseguir que se publicara el artículo yrecibí el rechazo desdeñoso de una publicación emblemática (Quarterly Journal of Economics),que parece ser el destino de toda innovación en economía, pero seguí insistiendo. Desde 1978hasta aproximadamente finales de 1984 concentré casi todas mis energías investigadoras en elpapel desempeñado por los rendimientos crecientes y la competencia imperfecta en el mercadointernacional. (Me tomé un año libre para trabajar para el gobierno estadounidense, pero meextenderé sobre ello más tarde.) Lo que había sido una búsqueda personal se transformó en unmovimiento cuando otros siguieron el mismo camino. Sobre todo, Elhanan Helpman, un profundopensador cuya integridad y autodisciplina resultaron muy útiles para contrarrestar mi inconstanciay desorganización; hizo primero aportaciones cruciales y después me convenció para quetrabajáramos conjuntamente. Nuestra obra magna, Market Structure and Foreign Trade, logró elpropósito de conseguir que nuestras ideas no solo fueran respetables, sino también casi clásicas:de la iconoclasia a la ortodoxia en siete años.

Por la razón que sea, dejé aparcado mi gran proyecto sobre los rendimientos crecientesdurante algunos años en la década de los ochenta y centré mi atención en las finanzasinternacionales. Mi labor en este campo consistió principalmente en elaborar pequeños modelosinspirados en temas políticos de actualidad; aunque estos modelos carecían del tema integrador demis modelos de comercio, creo que mis trabajos sobre finanzas están hasta cierto punto unificadospor su estilo intelectual, que es muy similar al de mis trabajos sobre comercio.

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En 1990 retomé la economía de los rendimientos crecientes siguiendo otra dirección. Derepente comprendí que las técnicas que nos habían permitido legitimar el papel de losrendimientos crecientes en el comercio también se podían utilizar para reclamar todo un campomarginado: el de la geografía económica, la localización de la actividad en el espacio. Se trataba,tal vez más que en el comercio, de una especialidad llena de ideas empíricas, buenas historias yuna relevancia práctica evidente que se encontraba en el abandono delante de nuestras naricesporque nadie había visto una buena manera de formalizarla. Para mí fue como revivir los mejoresmomentos de mi infancia intelectual. La geografía es un trabajo arduo; para conseguir que losmodelos parezcan triviales se necesita pensar mucho, y me encuentro cada vez con más frecuenciaque necesito la ayuda del ordenador no solo para el análisis de datos, sino incluso para teorizar.Sin embargo, es inmensamente gratificante. Para mí, el momento más emocionante al teorizar escuando el modelo indica algo que debería haber sido evidente todo el tiempo, algo que se puederelacionar de inmediato con lo que se sabe acerca del mundo y que, sin embargo, no se apreciabarealmente. La geografía me sigue despertando esa emoción.

En el momento de escribir esto, mi trabajo en el campo de la geografía parece estarllevándome aún más lejos. En particular, existen afinidades obvias entre los conceptos que surgende manera natural en los modelos geográficos y el lenguaje de la economía del desarrollotradicional, la «alta teoría del desarrollo», que floreció en los años cuarenta y cincuenta y despuésse desmoronó. Así pues, espero que el alcance de mi proyecto básico de investigación continúeampliándose.

REGLAS PARA INVESTIGAR

Al describir mi momento formativo en 1978, ya he presentado tácitamente mis cuatro reglasbásicas para investigar. Permítanme ahora que las mencione explícitamente para despuésexplicarlas. Son las siguientes:

1. Escuchar a los gentiles2. Cuestionar la pregunta3. Atreverse a ser absurdo4. Simplificar y simplificar

Escuchar a los gentiles

A lo que me refiero con esta regla es a «prestar atención a lo que están diciendo las personasinteligentes aunque no tengan tus costumbres o hablen tu lenguaje analítico». Tal vez se puedaexplicar mejor con un ejemplo. Cuando empecé a replantearme el comercio internacional existíaya una cantidad considerable de bibliografía que criticaba la teoría del comercio convencional.Los empiristas señalaban que el comercio se realizaba principalmente entre países con unadotación de factores aparentemente similar y que gran parte del mismo consistía en intercambiosinstraindustriales de productos aparentemente similares. Observadores perspicaces destacaron laimportancia de las economías de escala y la competencia imperfecta en los mercados

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internacionales reales. Sin embargo, todos estos comentarios inteligentes fueron ignorados por losteóricos del comercio de la corriente tradicional: al fin y al cabo, sus críticos parecían tenermuchas veces una comprensión imperfecta de la ventaja comparativa y no disponían de modeloscoherentes propios que ofrecer, así que ¿por qué prestarles atención? El resultado fue que laprofesión pasó por alto pruebas y explicaciones que tenían delante de las narices.

La misma historia se repite con la geografía. Los geógrafos y los científicos regionales hanacumulado una gran cantidad de pruebas sobre la naturaleza y la importancia de las economíasexternas localizadas y han organizado esas pruebas de forma inteligente y rigurosa. Sin embargo,los economistas han ignorado lo que tenían que decir porque proviene de personas que hablan elidioma equivocado.

No quiero decir con esto que el análisis económico formal no tenga valor y que todas lasopiniones sobre los asuntos económicos, provengan de quienes provengan, sean igual de válidas yhayan de tenerse en cuenta. ¡Al contrario! Creo firmemente en la importancia de los modelos, queson a nuestras mentes lo que fueron los propulsores a las armas en la Edad de Piedra: amplíanenormemente la potencia y el alcance de nuestro conocimiento. En particular, no siento ningunasimpatía por quienes critican las simplificaciones poco realistas de quienes elaboran modelos eimaginan que así logran una sofisticación mayor al evitar exponer sus supuestos con claridad. Loimportante es comprender que los modelos económicos son metáforas, no la verdad.Naturalmente, hay que expresar las ideas en modelos de la manera más atractiva posible (más alrespecto posteriormente). No obstante, conviene recordar siempre que se puede haber entendidomal la metáfora y que alguien con una metáfora diferente podría estar viendo algo que a uno se leescapa.

Cuestionar la pregunta

Antes de 1978, la bibliografía sobre las economías externas y el comercio internacional eralimitada. Sin embargo, nunca fue muy influyente porque parecía irremediablemente complicada;incluso los modelos más sencillos acababan encallados en una taxonomía de posibles resultados.Lo que ha quedado claro desde entonces es que esta confusión surgió en gran medida porquequienes elaboraban modelos estaban pidiéndole a estos que hicieran lo que hacían los modelos decomercio tradicionales, que es predecir un patrón de especialización y comercio preciso. Sinembargo, ¿por qué pedir esto en concreto? Incluso en el modelo de Heckscher-Ohlin, lo que sequiere puntualizar es algo como «Un país tiende a exportar bienes cuya producción es intensiva enlos factores en los que ese país es abundante»; si un modelo especifico afirma que un país A, conabundante capital, exporta el bien X, que es intensivo en capital, esto es valioso porque permitecomprender mejor esa idea, y no porque a uno le preocupen realmente esos detalles particularesde un modelo excesivamente simplificado.

Resulta que si no se busca el tipo de detalles que se obtienen en el modelo clásico de dosbienes y dos sectores, un modelo de economías externas no necesita ser confuso. Mientras seformulen preguntas «sistémicas», por ejemplo cómo se distribuyen las prestaciones y los ingresosmundiales, es posible elaborar modelos muy sencillos y claros. Y son esas preguntas sistémicas

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las que nos interesan. Dicho sin rodeos, el énfasis en los detalles excesivos tuvo su origen en latransferencia de prejuicios arraigados de un modelo agotado a un dominio donde solo hacían lavida más difícil.

Lo mismo puede decirse en otra serie de áreas en las que he trabajado. En general, si laspersonas que se dedican a una especialidad se quedan atascadas en cuestiones que parecen muydifíciles, una buena idea es preguntarse si se está trabajando realmente con las preguntasadecuadas. ¡Muchas veces alguna otra pregunta no solo es más fácil de contestar, sino también másinteresante! (Un inconveniente de este ardid es que suele incomodar a la gente. Un académico quese ha dedicado durante años a resolver un problema difícil rara vez se muestra agradecido cuandose le sugiere que se puede revivir su campo eludiéndolo.)

Atreverse a ser absurdo

Si uno quiere publicar un artículo sobre teoría económica, existe un enfoque seguro: hacer unaampliación conceptualmente menor, pero matemáticamente difícil a algún modelo familiar. Comolos supuestos básicos del modelo ya son conocidos, la gente no los considerará extraños; comouno ha hecho algo técnicamente difícil, será respetado por su alarde. Por desgracia, no habráaportado mucho al conocimiento humano.

Lo que me vi haciendo con la nueva teoría del comercio fue en buena medida lo contrario.Me puse a utilizar supuestos que no eran conocidos y a hacer cosas muy sencillas con ellos. Parahacer esto se requiere mucha confianza en uno mismo, ya que es casi seguro que al principio laspersonas (sobre todo los evaluadores) no solo lo criticarán, sino que lo ridiculizarán. Después detodo, seguramente los supuestos parecerán peculiares: ¿es posible contar con una serie de bienes,todos con idénticas funciones de producción, que se puedan integrar de forma simétrica en unafunción de utilidad? ¿Países con un tamaño económico idéntico con dotaciones de factoresespeculares? La gente se preguntará por qué tiene que interesarse por un modelo con supuestos tanabsurdos, especialmente cuando es evidente que hay jóvenes mucho más inteligentes quedemuestran su calidad resolviendo problemas difíciles.

Lo que a muchos economistas les resulta extraordinariamente difícil de aceptar es que todosnuestros modelos incluyen premisas absurdas. Dado lo que sabemos por la psicología cognitiva,la maximización de la utilidad es un concepto ridículo; el equilibrio es bastante irracional fuera delos mercados financieros; la competencia perfecta es una pifia para la mayoría de los sectores. Larazón de que formulemos estos supuestos no es que sean razonables, sino que parecen ayudarnos aelaborar modelos que son metáforas útiles para cosas que pensamos que suceden en el mundoreal.

Pensemos en el ejemplo que algunos economistas parecen considerar no simplemente unmodelo útil, sino una verdad divina revelada: el modelo de competencia perfecta conmaximización de la utilidad y mercados completos de Arrow-Debreu. Se trata, en realidad, de unmodelo maravilloso, y no porque sus premisas sean remotamente verosímiles, sino porque ayuda apensar más claramente en la naturaleza de la eficiencia económica y en las posibilidades dealcanzar la eficiencia en un sistema de mercado. Realmente es una obra de una absurdidadinspirada y maravillosa.

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Lo que creo es que la época de la absurdidad creativa no ha pasado. La virtud, para unteórico de la economía, no consiste en extraer la última gota de sangre de unos supuestos que hanllegado a parecer normales porque se han utilizado en algunos cientos de artículos anteriores. Siun nuevo conjunto de supuestos parece generar un valioso conjunto de ideas, entonces no importaque parezcan raros.

Simplificar y simplificar

El precepto de atreverse a ser absurdo no equivale a una licencia para ser indisciplinado. Enrealidad, hacer teoría exige mucha más disciplina intelectual que trabajar con una bibliografíaestablecida. Lo que es realmente difícil es mantener el rumbo: como el terreno es desconocido, esmuy fácil encontrarse dando vueltas en círculos. Keynes escribió en algún lugar que «esasombroso que las cosas estúpidas que piensa un hombre solo puedan llegarse a creer». Y tambiénes crucial expresar las ideas de un modo que otras personas que no se han pasado los últimos añosbregando con los problemas y no están dispuestas a pasar los próximos años enfrentándose a lasrespuestas, puedan comprenderlas sin demasiado esfuerzo.

Por suerte, existe una estrategia que cumple una doble función: ayuda a mantener el controlde las ideas propias y vuelve esas ideas accesibles para otros. La estrategia consiste en intentarexpresar siempre las ideas mediante el modelo más sencillo posible. El acto de reducción a estemodelo minimalista obligará a ir a la esencia de lo que se intenta decir (y también hará que seanobvias aquellas situaciones en las que no se tiene nada que decir). Y este modelo minimalistatambién será fácil de explicar a otros economistas.

He utilizado el enfoque del «modelo mínimo necesario» una y otra vez: al utilizar el modelode un factor y una industria para explicar el papel básico que desempeña la comparecenciamonopolística en el comercio; al suponer la sustitución de la mano de obra de un sector específicoen lugar del conjunto de los factores del modelo Heckscher-Ohlin para explicar los efectos delcomercio intraindustrial; al trabajar con países simétricos para evaluar el papel del dumpingrecíproco; y así sucesivamente. En cada caso, el resultado ha sido poder tratar un tema quemuchos consideran extremadamente difícil con lo que, a primera vista, parece una simplicidadridícula.

El inconveniente de esta estrategia es, naturalmente, que muchos colegas tenderán a suponerque una idea que se puede expresar con un modelo pequeño y atractivo debe ser trivial y obvia;hace falta cierta sofisticación para comprender que la simplicidad puede ser el resultado de añosde profunda reflexión. Me han contado que, cuando se estaba considerando la idea de nombrar aJoseph Stiglitz titular en Yale, uno de sus colegas más antiguos menospreció su trabajo diciendoque consistía principalmente en modelos pequeños en lugar de teoremas profundos. Otro colegapreguntó entonces: «Pero ¿no podría decir lo mismo de Paul Samuelson?». «Sí, podría»,respondió el adversario de Joe. He escuchado esa misma reacción a mi propio trabajo. Porfortuna, hay suficientes economistas sofisticados y, al final, normalmente se hace justiciaintelectual. Y produce una satisfacción especial no solo conseguir ir audazmente a donde ningúneconomista ha llegado antes, sino también hacerlo de un modo que, a posteriori, parezca casi unjuego de niños.

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He descrito cuáles son mis reglas básicas para investigar. Las he ilustrado con miexperiencia elaborando la «nueva teoría del comercio» y con mi ampliación más reciente de dichotrabajo a la geografía económica, ya que conforman el eje de mi trabajo. Pero también he hechomuchas otras cosas, que en cierto sentido me parece forman parte del mismo proyecto. Así pues,en el resto de este artículo deseo hablar de este otro trabajo y, en particular, de cómo puedencoexistir en la misma persona el economista político y el economista analítico.

TRABAJOS RELEVANTES PARA LA POLÍTICA

La mayoría de los economistas teóricos se mantienen al margen de los asuntos políticos deactualidad o, si participan en debates políticos, lo hacen solo cuando ya ha transcurrido la mitadde su carrera, como algo que deriva de la teorización creativa en lugar de coexistir con ella.Parece existir un consenso acerca de que la claridad y la unidad de propósito necesarias parahacer buena teoría son incompatibles con la tolerancia a los temas confusos que se requiere paraparticipar activamente en el debate político. Sin embargo, yo nunca he funcionado de ese modo.He alternado mi carrera académica con una serie de trabajos de consultoría para varios gobiernosy organismos públicos, incluido un año entero para el gobierno de Estados Unidos. Asimismo, heescrito un libro, La era de las expectativas limitadas, dirigido a un público no técnico. Y heescrito con regularidad una serie de artículos motivados no por la lógica interna de miinvestigación, sino por la intención de dar sentido a algunos debates de actualidad, como porejemplo las políticas de alivio de la deuda del Tercer Mundo, las zonas objetivas para los tiposde cambio y el surgimiento de bloques comerciales regionales. Todo esto no parece haberperjudicado a mi investigación y, de hecho, algunos de mis artículos favoritos provienen de estetrabajo orientado a las políticas.

¿Por qué los trabajos relevantes para la política no parecen entrar en conflicto con miinvestigación «real»? Creo que se debe a que he sido capaz de abordar las cuestiones políticasutilizando prácticamente el mismo método que empleo en mi trabajo más básico. Prestar atencióna las informaciones de los periódicos y a las preocupaciones de los presidentes de un bancocentral o los ministros de Finanzas es otra forma de escuchar a los gentiles. Intentar encontrar unamanera útil de definir sus problemas es prácticamente lo mismo que cuestionar la pregunta enteoría. Enfrentarse a personas supuestamente bien informadas con una visión no ortodoxa de untema exige sin duda valor para ser absurdo. Y, por supuesto, la simplificación implacable es aúnmás válida en el debate de políticas que en la teoría en sí misma.

Por tanto, para mí, realizar trabajos económicos relevantes para la política no supone uncambio drástico de estilo intelectual. Y tiene sus propias recompensas. Seamos sinceros yadmitamos que entre ellas figuran las invitaciones a conferencias y charlas más atractivascobrando mucho más de lo que probablemente gane un académico purista. Admitamos también queuno de los placeres de la investigación sobre políticas es la oportunidad de escandalizar a laburguesía, de señalar la vacuidad o estupidez de las posturas oficiales. Por ejemplo, sé que no fuiel único economista internacional que se divirtió indicando las incongruencias del tratado deMaastricht y no pudo evitar cierta malvada satisfacción cuando la crisis del mecanismo de tiposde cambio que habíamos pronosticado hacía mucho tiempo se produjo en otoño de 1992. No

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obstante, la principal recompensa es el estímulo intelectual. No todas las cuestiones del mundoreal son interesantes —encuentro que casi todo lo que tiene que ver con la tributación funcionamejor que cualquier somnífero—, pero cada par de años, si no con más frecuencia, la economíainternacional plantea una pregunta que da pie a investigaciones apasionantes. Me han alentado aescribir artículos académicos teóricos el Plaza y el Louvre, el Brady Plan, el TLCN y la UniónMonetaria Europea. Creo que todos ellos se podrían sostener por sí solos, incluso sin contextopolítico.

Naturalmente, siempre existe el riesgo de que un economista que se incorpora al circuitopolítico ya no disponga de tiempo para dedicarse a la investigación real. Escribo un gran númerode ponencias; escribo muy rápido, pero quizá sea un don del que abuso. Sin embargo, creo que elgran riesgo de realizar investigaciones sobre políticas no es tanto el tiempo que consume como laamenaza a los valores de uno. Es fácil dejarse seducir por la creencia en que la influencia directaen la política es más importante que escribir artículos académicos: he visto cómo les sucedía amuchos colegas. Una vez que se toma ese camino, cuando se empieza a creer que David Mulfordimporta más que Bob Solow o prefiere uno codearse con el ministro de Economía de Ruritania ahablar de teoría con Avinash Dixit, probablemente uno está fuera de la investigación y es probableque muy pronto empiece a utilizar el verbo «impactar».

Por suerte, aunque me encanta entretenerme con los asuntos políticos, nunca he podidotomarme muy en serio a los responsables políticos. Esta falta de seriedad me lleva de vez encuando a meterme en problemas —como cuando un amable chiste incidental sobre los francesesen una ponencia provocó una larga diatriba del representante francés que asistía al acto—, ypodría excluirme de ocupar alguna vez una posición política importante. Pero eso está bien: alfinal, prefiero escribir algunos artículos buenos que ejercer un cargo con poder real. (Nota almundo político: ¡eso no significa que fuera a rechazar necesariamente ese cargo si se meofreciera!)

LAMENTACIONES

Hay muchas cosas en mi vida y en mi personalidad que lamento: aunque las cosas me ha idoasombrosamente bien en el plano profesional, no han sido en modo alguno tan fáciles o felices enotros ámbitos. Pero en este ensayo solo quiero hablar de lo que lamento profesionalmente.

Algo que lamento es no haber realizado nunca un trabajo empírico realmente serio. No es queme disgusten los datos o los números reales. De hecho, el trabajo empírico ligero en forma detablas, gráficos y tal vez algunas regresiones me resulta bastante agradable. Sin embargo, eltrabajo serio de crear y analizar por completo un conjunto de datos es algo que se me resiste. Creoque esto se debe en parte a que muchas de mis ideas no se prestan fácilmente a la verificacióneconométrica típica, pero en su mayor parte, es porque carezco de paciencia y capacidad deorganización. Todos los años prometo hacer algún trabajo empírico real. ¡El año que viene lo harésin duda!

Algo más importante que lamento es que aunque las evaluaciones de los cursos del MIT meconsideran un profesor bastante bueno, todavía no he conseguido preparar a una serie deestudiantes realmente brillantes, del tipo que reportan fama a su profesor. Puedo inventar excusas

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para este fracaso: los estudiantes suelen preferir consejeros que sean más metódicos y menosintuitivos, y muy a menudo ahuyento a los estudiantes al pedirles que usen menos matemáticas ymás economía. También es verdad que es probable que parezca ocupado y distraído, y quizá noimpongo lo suficiente en persona como para ser una inspiración (ojalá fuera algunos centímetrosmás alto...). Sean cuales fueren las razones, me gustaría hacerlo mejor y pienso intentarlo.

No obstante, en general he tenido mucha suerte. En gran medida tiene que ver con lascasualidades que me llevaron a dar con un estilo intelectual que me ha sido extremadamente útil.En este artículo he intentado definir y explicar ese estilo. ¿Es esto una filosofía vital? Por supuestoque no. Ni siquiera estoy seguro de que sea una filosofía de investigación económica, ya que loque funciona para una economista podría no funcionar para otro, pero así es cómo investigo y enmi caso funciona.

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La inestabilidad de la moderaciónBlog en The New York Times

26 de noviembre de 2010

Brad DeLong escribe sobre cómo ha cambiado nuestra percepción de la historia a raíz de la GranRecesión. Solíamos sentir lástima por nuestros abuelos, que carecían de los conocimientos y lacompasión para combatir eficazmente la Gran Depresión; ahora nos vemos a nosotros mismosrepitiendo todos los viejos errores. Comparto sus opiniones.

Sin embargo, al observar el fracaso de la política durante los tres últimos años, acabocreyendo, cada vez más, que tiene raíces profundas, que en cierto sentido estábamos condenados apasar por esto. Concretamente, ahora sospecho que el tipo de sistema de políticas económicasmoderadas que Brad y yo defendemos —un régimen que, por lo general, permite funcionar a losmercados, pero en el que el gobierno está dispuesto tanto a refrenar los excesos como a combatirlas depresiones—, es intrínsecamente inestable. Es algo que puede durar una generación más omenos, pero no mucho más.

Con «inestable» me refiero a la inestabilidad financiera al estilo de la hipótesis de Minsky,aunque eso forma parte de ella. Igualmente crucial es la inestabilidad intelectual y política delrégimen.

LA INESTABILIDAD INTELECTUAL

La rama de la economía que utilizo en mi trabajo diario, y que todavía considero el enfoque másrazonable con diferencia, fue básicamente establecida por Paul Samuelson en 1948, cuandopublicó la primera edición de su libro de texto clásico. Es un enfoque que combina la importantetradición de la microeconomía, con su insistencia en cómo la mano invisible produce resultadospor lo general deseables, y la macroeconomía keynesiana, que hace hincapié en que la economíapuede tener un problema con el magneto, lo que exige una intervención política. En la síntesis deSamuelson, hay que contar con el gobierno para garantizar más o menos el pleno empleo; una vezque este se ha conseguido, las virtudes habituales de los mercados libres pasan a primer plano.

Es un enfoque profundamente razonable, pero también es intelectualmente inestable, ya queexige cierta incoherencia estratégica en la manera de pensar en la economía. Cuando se estáhaciendo microeconomía, se suponen individuos racionales y mercados que se equilibranrápidamente; cuando se está haciendo macroeconomía, las fricciones y los supuestos conductualesad hoc son esenciales.

¿Y entonces? La incoherencia en busca de una orientación útil no es un vicio. El mapa no esel territorio y está bien utilizar diferentes tipos de mapas según lo que se pretenda conseguir: si seestá conduciendo, basta con un mapa de carreteras; si se está de excursión, se necesita un mapa

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topográfico.Sin embargo, los economistas estaban obligados a presionar en la línea divisoria entre lo

micro y lo macro, lo que en la práctica ha significado intentar que lo macro se parezca más a lomicro, basándose cada vez más en la optimización y el equilibro del mercado. ¿Y si los intentosde aportar «microfundamentos» fracasaban? Bueno, dadas las propensiones humanas, además dela ley de los discípulos decrecientes, probablemente era inevitable que una parte sustancial de loseconomistas simplemente ignorara las realidades del ciclo económico porque no encajaban en losmodelos.

El resultado fue lo que he llamado la «Edad Oscura» de la macroeconomía, en la que unagran cantidad de economistas no sabía literalmente nada acerca de las ideas adquiridas con muchoesfuerzo en los años treinta y cuarenta, y, por supuesto, sufría espasmos de rabia cuando seseñalaba su ignorancia.

LA INESTABILIDAD POLÍTICA

Es posible ser a un tiempo conservador y keynesiano; a fin de cuentas, el propio Keynes describiósu trabajo como «moderadamente conservador en sus implicaciones». Sin embargo, en la práctica,los conservadores siempre han tendido a considerar que la afirmación de que el gobierno tieneuna función útil en la economía es un paso previo al socialismo. Cuando William Buckley escribióGod and Man at Yale, una de sus principales quejas fue que la facultad de Yale enseñaba,¡horror!, economía keynesiana.

Siempre he considerado que el monetarismo era, en la práctica, un intento de mitigar losprejuicios políticos conservadores sin negar las realidades macroeconómicas. Lo que Friedmanestaba diciendo, sí, era que necesitamos la política para estabilizar la economía, pero podemoshacer que esa política sea técnica y, en buena medida, mecánica, podemos aislarla de todo lodemás. ¡Digámosle al banco central que estabilice el M2 y, aparte de eso, que reine la libertad!

Cuando el monetarismo fracasó (palabras mayores, pero eso es lo que ocurrió) fue sustituidopor el culto al banco central independiente. Pongamos a un grupo de banqueros a cargo de la basemonetaria, aislémoslos de la presión política y dejemos que se enfrenten con el ciclo económico;mientras tanto, todo lo demás puede proceder conforme a los principios del libre mercado.

Y esto funcionó durante algún tiempo, más o menos entre 1985 y 2007, en la época de la GranModeración. Y lo hizo en parte porque el aislamiento político de los bancos centrales también setradujo en no poco aislamiento intelectual. Si estamos viviendo en una Edad Oscura de lamacroeconomía, los bancos centrales han sido sus monasterios, atesorando y estudiando los textosantiguos que se han perdido para el resto del mundo. Incluso cuando los paladines del ciclopolítico real se apropiaron de las publicaciones especializadas, hasta el punto de que se volviómuy difícil publicar modelos en los que la política monetaria, y sobre todo la política fiscal, fueraimportante, los departamentos de investigación del sistema de la Fed siguieron estudiando lapolítica anticíclica de una manera relativamente realista.

Pero también esto era inestable. En primer lugar, era inevitable que, tarde o temprano, seprodujera una crisis demasiado aparatosa como para que los bancos centrales la gestionaran sin laayuda de una política fiscal más amplia. También, tarde o temprano, los bárbaros iban a ir a por

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los monasterios; y, como muestra el actual furor por la expansión cuantitativa, las hordasinvasoras ya han llegado.

LA INESTABILIDAD FINANCIERA

Por último, pero no menos importante, el éxito de la estabilización llevada a cabo por los bancoscentrales, junto con la desregulación financiera (en sí misma un subproducto del resurgimiento delfundamentalismo del libre mercado) preparó el terreno para un shock demasiado grave como paraque pudiera ser gestionado por esos mismos bancos. Esto es «minskyismo»: el largo período derelativa estabilidad propició una mayor asunción de riesgos, un mayor apalancamiento y, porúltimo, un enorme shock de desapalancamiento. Y Milton Friedman se equivocaba: ante un shockrealmente grande, que empuje a la economía a una trampa de la liquidez, el banco central no puedeevitar una depresión.

Y cuando ese gran shock llegó, el descenso a una Edad Oscura intelectual, junto con elrechazo al intervencionismo por motivos políticos, nos habían dejado incapaces de acordar unarespuesta más amplia.

Al final, me temo que la era de la síntesis de Samuelson estaba condenada a este horrible fin.Y el resultado son las ruinas que vemos a nuestro alrededor.

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Por qué soy un criptoescéptico31 de julio de 2018

Todavía estoy de vacaciones, haciendo senderismo y ciclismo en varias partes de Europa. Estoy altanto de las noticias, más o menos, pero solo ocasionalmente y de manera e impredecible logroencontrar el lugar y las condiciones para poder escribir algo.

Este es uno de esos momentos, y pensé en publicar algunas reflexiones sobre lo que harécuando regrese. Específicamente, en un par de semanas voy a enfrentarme a Emmanuel Goldstein,el enemigo designado, en una conferencia sobre blockchain. Claro, si solo hablas con audienciasamigables, no te estás desafiando lo suficiente. Así que pensé que podría valer la pena explicarpor qué soy un escéptico de la criptomoneda.

Se trata de dos cosas: los costos de transacción y la ausencia de anclaje. Déjenme que meexplique.

Si nos fijamos en la larga y amplia historia de los sistemas monetarios, ha habido unadirección clara: me refiero a la tendencia de reducir las fricciones de hacer negocios y la cantidadde recursos reales necesarios para hacer frente a esas fricciones.

Primero había monedas de oro y plata, que eran pesadas, requerían mucha seguridad yconsumían muchos recursos durante su proceso de producción. Luego llegaron los billetesrespaldados por reservas bancarias. Estos eran populares porque eran mucho más fáciles demanejar que las bolsas de monedas y redujeron la necesidad de metales preciosos físicos, lo que,como dijo Adam Smith, proporcionaba un sistema bancario que era «una especie de gran carreteraaérea», liberando recursos para otros usos.

Aun así, el sistema seguía requiriendo cantidades sustanciales de dinero metálico. Pero labanca central, la que permite que los bancos privados mantengan sus reservas como depósitos enun ente central en lugar de enormes volúmenes de oro o plata, redujo en gran medida estanecesidad, y el cambio al dinero fiduciario lo eliminó casi por completo.

Mientras tanto, las personas gradualmente se alejaron de las transacciones en efectivo:primero hacia los pagos con cheque, luego hacia las tarjetas de crédito y débito, y ahora haciaotros medios digitales.

En contraste con esta historia, el entusiasmo por las criptomonedas parece muy extrañoporque va exactamente en la dirección opuesta a la tendencia a largo plazo. En lugar detransacciones casi sin fricción, tenemos altos costos de hacer negocios, porque la transferencia deun bitcoin u otra unidad de criptomonedas requiere proporcionar un historial completo de lastransacciones pasadas. En lugar de dinero creado por el clic de un ratón, tenemos dinero que debeextraerse, creado a través de cálculos intensivos en recursos.

Y estos costos no son incidentales, o algo que pueda simplificarse en el tiempo. Comoseñalaron Markus K. Brunnermeier y Joseph Abadi en Princeton en un documento reciente, losaltos costos, que encarecen la creación de un nuevo bitcoin o la transferencia de uno existente, son

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esenciales para el proyecto de crear confianza en un sistema descentralizado.Los billetes bancarios son distintos: funcionaron porque la gente sabía algo acerca de los

bancos que los emitían, y estos bancos tenían un incentivo para preservar su reputación. Losgobiernos han abusado ocasionalmente del privilegio de crear dinero fiduciario, pero en su mayorparte los gobiernos y los bancos centrales ejercen moderación, una vez más, porque se preocupanpor su reputación. Pero se supone que hay que estar seguro de que un bitcoin es real sin saberquién lo emitió, por lo que se necesita el equivalente digital a morder una moneda de oro paraverificar que el negocio es fiable, y el coste de producir un sistema que satisfaga esta verificacióndebe ser lo suficientemente alto como para desalentar el fraude.

En otras palabras, los entusiastas de las criptomonedas están celebrando el uso de latecnología de vanguardia para restablecer el sistema monetario de hace trescientos años. ¿Por quéalguien querría hacer eso? ¿Qué problema soluciona? Todavía no he oído una respuesta clara aesa pregunta.

Tenga en cuenta que el dinero convencional generalmente hace su trabajo bastante bien. Loscostos de transacción son bajos. El poder adquisitivo de un dólar al año a partir de ahora esaltamente predecible; mucho más de lo que es un bitcoin. Usar una cuenta bancaria significaconfiar en un banco, pero en general los bancos justifican esa confianza, mucho más que lasempresas que tienen tokens de criptomonedas. Entonces, ¿por qué cambiar a una forma de dineroque funciona mucho menos bien?

De hecho, ocho años después del lanzamiento de bitcoin, las criptomonedas han tenido muypocas incursiones en el comercio real. Algunas firmas las aceptan como pago, pero mi sensaciónes que esto se trata más de un «postureo» del tipo «mírame, ¡soy vanguardista!» antes queobedecer a una utilidad real. Las criptomonedas tienen una gran valoración de mercado, pero seconsideran de manera abrumadora un juego especulativo y no acaban de resultar útiles comomedios de intercambio.

¿Esto significa que las criptodivisas son una burbuja pura, que finalmente se desinflará anada? Vale la pena señalar que hay otros activos en efectivo que en realidad no se usan muchocomo dinero, pero que las personas mantienen y valoran de todos modos. El oro no ha sido dineroreal durante mucho tiempo, pero conserva su valor.

Y lo mismo se puede decir, en gran medida, del dinero en efectivo. Si bien las transaccionesen efectivo son comunes, representan solo una fracción pequeña y decreciente del valor de lascompras. Sin embargo, las tenencias de efectivo en dólares han aumentado como parte delProducto Interior Bruto desde la década de 1980, un crecimiento que se explica en su totalidadpor billetes de 50 y 100 dólares.

Ahora, los billetes de alta denominación no se usan regularmente para pagos. De hecho,muchas tiendas no los aceptan. Entonces, ¿para qué es todo ese efectivo? Todos conocemos larespuesta: evasión de impuestos, actividades ilícitas, etc. Y gran parte de eso está fuera deEstados Unidos, con estimaciones que sugieren que los extranjeros tienen más de la mitad de losbilletes emitidos por EE.UU.

Claramente, las criptomonedas están, en efecto, compitiendo por algunos de los mismosnegocios: muy pocas personas están usando bitcoin para pagar sus cuentas, pero algunas lo estánusando para comprar drogas, subvertir las elecciones, etc. Y los ejemplos tanto de billetes de oro

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como de billetes de grandes denominaciones sugieren que este tipo de demanda podría respaldarun gran valor de estos activos. Entonces, ¿esto significa que las criptomonedas, incluso si no es latecnología transformadora que sus partidarios afirman, puede no ser una burbuja?

Bueno, aquí es donde entra en juego el anclaje o, más precisamente, su ausencia en lacriptomonedas.

En la vida normal, la gente no se preocupa de dónde viene el valor de los papeles verdes quellevan retratos de presidentes muertos: aceptamos billetes en dólares porque otras personasaceptarán billetes en dólares. Sin embargo, el valor de un dólar no proviene enteramente de lasexpectativas autocumplidas: en última instancia, está respaldado por el hecho de que el gobiernode EE.UU. aceptará dólares como pago de pasivos tributarios, pasivos que puede exigir porque esun gobierno. Si lo desea, las monedas fiduciarias tienen un valor subyacente porque los hombresarmados dicen que sí. Y esto significa que su valor no es una burbuja que puede colapsar si laspersonas pierden la fe.

Y el valor de esos billetes de 100 dólares que se encuentran en las guaridas de los señoresde la droga o lo que sea, a su vez está ligado al valor de las denominaciones más pequeñas enEstados Unidos.

Hasta cierto punto, el oro está en una posición similar. La mayor parte del oro se queda ahí,posee valor porque la gente cree que posee valor. Pero el oro sí tiene usos en el mundo real, tantopara joyas como para cosas como empastes dentales, lo que proporciona una atadura débil peroreal a la economía real.

Las criptomonedas, por el contrario, no tienen protección ni se conectan con la economíareal. Su valor depende por completo de las expectativas autocumplidas, lo que significa que elcolapso total es una posibilidad real. Si los especuladores tuvieran un momento colectivo deduda, de repente, temiendo que los bitcoins no valieran nada, bueno, los bitcoins directamenteperderían su valor.

¿Eso sucederá? Creo que es más probable que sí a que no, en parte debido a la brecha entrela retórica mesiánica de la criptografía y las posibilidades reales mucho más mundanas. Es decir,podría haber un equilibrio potencial en el cual el bitcoin (aunque probablemente no otrascriptomonedas) siga siendo utilizado principalmente para las transacciones del mercado negro y laevasión de impuestos, pero ese equilibrio, si existe, no será muy estable. Una vez que el sueño deun futuro de blockchain monetario muera, la desilusión probablemente derribará todo.

Y por eso soy un criptoescéptico. ¿Podría estar equivocado? Por supuesto. Pero si quiereargumentar que estoy equivocado, responda esta pregunta: ¿qué problema resuelve lacriptomoneda? No intente callar a gritos a los escépticos con una mezcla de tecnobalbuceos ymemeces libertarias.

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Créditos de los artículos

© Juan Ramón Azaola: ¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?© María Luisa Rodríguez Tapia: El fracaso del miedo.© Luis Torras: Los ricos, los derechos y los hechos.© Traducción de News Clips: Lo que el Gobierno sabe hacer mejor; Horrores sanitarios

imaginarios; La economía de la depresión; La tragedia del estímulo; Mala fe, patetismo yeconomía de los republicanos; Los mitos de la austeridad; La depresión del Excel; Empleos,aptitudes y zombis; El prisionero español; El batacazo del abejorro; La estafa fiscal de Trump,segunda fase; ¿Por qué el recorte tributario de Trump se ha quedado en nada?; Volver a corromperlos aranceles; Dinero y moralidad; Los robots no tienen la culpa de los salarios bajos; Cantor y elfin de un movimiento; Lugares vacantes de la política estadounidense; Trump y la aristocracia delfraude; Virilidad, pelas, McConnell y trumpismo.

Paul Krugman © 2008 The New York Times Company: La economía MadoffPaul Krugman © 2015 The New York Times Company: Nadie entiende la deudaPaul Krugman © 2018 The New York Times Company: ¿Qué diablos está pasando en

Europa?Paul Krugman © 2019 The New York Times Company: La economía de cobrar más

impuestos a los que más gananPaul Krugman © 2018 The New York Times Company: Algo no está podrido en

DinamarcaPaul Krugman © 2019 The New York Times Company: La amenaza socialista que invoca

TrumpPaul Krugman © 2018 The New York Times Company: Trump y los negacionistas del

cambio climáticoPaul Krugman © 2018 The New York Times Company: La inmoralidad del negacionismo

del cambio climáticoPaul Krugman © 2018 The New York Times Company: El paranoico estilo de la política

republicanaPaul Krugman © 2018 The New York Times Company: Estados Unidos no está libre del

fascismoPaul Krugman © 2018 The New York Times Company: La verdad y la virtud en la era de

Trump.© Roc F. Nyerro, (CC BY 3.0 ES): La gravedad de la crisis financiera.© David Guerrero, (CC BY 3.0 ES): Capitalismo, socialismo y falta de libertad.

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El editor hace constar que se han realizado todos los esfuerzos para localizar y recabar laautorización de todos los propietarios de los copyrights de la traducción de los artículos quecomponen esta obra, manifiesta la reserva de derechos de los mismos y expresa su disposición arectificar cualquier error u omisión en futuras ediciones.

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Notas

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* Un plan de contribución definida muy popular en EE. UU., ofrece ventajas fiscales a los trabajadores quedestinen a ellos una parte de su sueldo. (N. de los t.)

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* Conocido columnista político de la revista Time, también colabora habitualmente en otros medios de prensaescrita y es autor de varios libros. (N. del e.)

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** Congress Office Budget, CBO, es el órgano federal dentro del legislativo que se encarga de los asuntoseconómicos y fiscales. (N. de los t.)

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*** DFH es el acrónimo de Dirty Fucking Hippies («Malditos Hippies Sucios»). Krugman ironiza que las siglas noson precisamente las de Dirty Foolish Hippies («Hippies Estúpidos y Sucios»). (N. de los t.)

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* Lo cierto es que lo que aquí Krugman presenta como «científico y empírico» hace años que se ha demostradofalso. Se trata de una observación empírica con datos pasados que se cumplen en casos muy concretos y que quiererecoger el hecho de que, debido a que la productividad está creciendo en torno a un 1-2%, el PIB real tiene quecrecer entre el 2-3% (como mínimo) para que la tasa de paro no aumente. (N. del t.)

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* Aparentemente el nombre del estado de Minnesota proviene de una palabra dakota que se puede traducir por«agua turbia» o «agua teñida de cielo». (N. de los t.)

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* En italiano en el original, mantenemos la cursiva. (N. de los t.)

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* El NIPA (National Income and Product Accounts) es una estadística macro del Bureau of Economic Analysis querecoge de forma agregada las diferentes fuentes de ingreso de los hogares americanos, empezando por lossalarios. (N. del t.)

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* Test estandarizado para el acceso a la universidad en Estados Unidos. (N de los t.)

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* El equivalente a la española Dirección General de Tráfico. (N. de los t.)

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Contra los zombis. Economía, política y la lucha por un futuro mejorPaul Krugman

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquierforma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y porescrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270y siguientes del Código Penal)

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puedecontactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Título original: Arguing with zombies: economics, politics, and the fight for a better future

© 2020 by Paul Krugman

© de la traducción, Yolanda Fontal, 2020

Dado que la extensión de esta página imposibilita la legibilidad de toda la información referente a los derechos deautoría de la traducción completa, véase el apartado Créditos de los artículos

Primera edición en inglés a cargo de W. W. Norton & Company, [2020]

© del diseño de la portada, Planeta Arte & DiseñoDiseño de la cubierta: Planeta Arte & DiseñoTipografía de la cubierta: © Juanjo LópezFotografía del autor: © Fred R. Conrad/The New York Times/Redux

© Editorial Planeta S. A., 2020Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)Crítica es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.www.ed-critica.eswww.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): febrero 2020

ISBN: 978-84-9199-196-0 (epub)

Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.www.newcomlab.com

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