Controversias Marxistas en Torno Al Trabajo Complejo

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Las controversias marxistas en torno al trabajo complejo: la historia de un debate inconcluso Gastón Caligaris Investigador Posdoctoral (CICP / UBA / CONICET) GT 6 Trabajo y producción en el capitalismo contemporáneo 1. Introducción Una de los primeros problemas que enfrenta la explicación de los precios por las cantidades de trabajo materializado en las mercancías es el de las diferencias en la complejidad de los trabajos. En efecto, tal como lo presenta Smith, es evidente que no es lo mismo una hora de trabajo de una profesión cuyo aprendizaje requiere el trabajo de diez años’ que una hora de ‘una labor ordinaria y de fácil ejecución’ (Smith, 1776, p.32). La solución que ofrece Marx a esta cuestión es sumamente escueta y pasa sencillamente por considerar al trabajo que requiere un ‘desarrollo especial’, como un ‘trabajo simple potenciado o más bien multiplicado, de suerte que una pequeña cantidad de trabajo complejo equivale a una cantidad mayor de trabajo simple’ (Marx, 1867, pp.54-55). Pasado casi un siglo y medio de esta formulación, no obstante, ni los marxistas ni los detractores de Marx se han logrado poner de acuerdo respecto de su significado y, peor aún, entre los marxistas tampoco hay acuerdo respecto de la verdadera solución al problema de comparar trabajos de distintas calidades. En este contexto, el propósito de este trabajo es reconstruir la historia de las controversias marxistas en torno a la cuestión del ‘trabajo complejo’ con la intención de desandar el camino hacia una solución consistente con la explicación marxiana del valor. 2. La historia del debate en torno a la solución marxiana de la problemática del trabajo complejo Las primeras críticas a la solución de Marx al problema del trabajo complejo se pueden rastrear al menos hasta los trabajos de Block (1884, p.133) y Böhm-Bawerk (1884, pp.384-85), inmediatamente seguidas por la crítica de Adler (1887, pp.81-85) y más tarde por la de Pareto (1893, p. 68 y ss.) y Flint (1894, pp.147-49). En esencia, todas estas críticas apuntan en el mismo sentido: la explicación de Marx no resulta convincente porque no explica cómo ni en qué proporciones el trabajo complejo se igual con el trabajo simple. Así,

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Marxismo, trabajo complejo

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Las controversias marxistas en torno al trabajo complejo: la historia de

un debate inconcluso

Gastón Caligaris

Investigador Posdoctoral (CICP / UBA / CONICET)

GT 6 – Trabajo y producción en el capitalismo contemporáneo

1. Introducción

Una de los primeros problemas que enfrenta la explicación de los precios por las

cantidades de trabajo materializado en las mercancías es el de las diferencias en la

complejidad de los trabajos. En efecto, tal como lo presenta Smith, es evidente que no es lo

mismo una hora de trabajo de ‘una profesión cuyo aprendizaje requiere el trabajo de diez

años’ que una hora de ‘una labor ordinaria y de fácil ejecución’ (Smith, 1776, p.32). La

solución que ofrece Marx a esta cuestión es sumamente escueta y pasa sencillamente por

considerar al trabajo que requiere un ‘desarrollo especial’, como un ‘trabajo simple

potenciado o más bien multiplicado, de suerte que una pequeña cantidad de trabajo complejo

equivale a una cantidad mayor de trabajo simple’ (Marx, 1867, pp.54-55). Pasado casi un

siglo y medio de esta formulación, no obstante, ni los marxistas ni los detractores de Marx

se han logrado poner de acuerdo respecto de su significado y, peor aún, entre los marxistas

tampoco hay acuerdo respecto de la verdadera solución al problema de comparar trabajos de

distintas calidades. En este contexto, el propósito de este trabajo es reconstruir la historia de

las controversias marxistas en torno a la cuestión del ‘trabajo complejo’ con la intención de

desandar el camino hacia una solución consistente con la explicación marxiana del valor.

2. La historia del debate en torno a la solución marxiana de la problemática del trabajo

complejo

Las primeras críticas a la solución de Marx al problema del trabajo complejo se

pueden rastrear al menos hasta los trabajos de Block (1884, p.133) y Böhm-Bawerk (1884,

pp.384-85), inmediatamente seguidas por la crítica de Adler (1887, pp.81-85) y más tarde

por la de Pareto (1893, p. 68 y ss.) y Flint (1894, pp.147-49). En esencia, todas estas críticas

apuntan en el mismo sentido: la explicación de Marx no resulta convincente porque no

explica cómo ni en qué proporciones el trabajo complejo se igual con el trabajo simple. Así,

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Böhm-Bawerk concluye: ‘la ingenuidad de este malabar teórico [de Marx] es prácticamente

desconcertante’ (Böhm-Bawerk, 1884, p.335). Dejando a un lado la breve respuesta de

Lafargue a Block (Lafargue, 1884, pp.283-84), las primeras respuestas a estas críticas no

provinieron de marxistas sino de ricardianos (Dietzel, 1895, pp.248-61) o socialistas no-

marxistas (Grabski, 1895, p.155). Lo interesante de estas respuestas es que, como veremos

luego, adelantan la respuesta marxista que dominará hasta fines de la década de 1970. En

efecto, según Dietzel, para resolver la cuestión de los diferentes tipos de trabajo hay que

considerar al trabajo no sólo en cuanto a su ‘duración’ sino en cuanto a los ‘valores’ que

permiten reproducirlo (Dietzel, 1895, p.259). Por su parte, Grabski sostiene que ‘para guardar

coherencia [con la teoría del valor de Marx] tenemos que tomar en cuenta’, además del

trabajo vivo gastado en la producción, ‘también el trabajo usado en la adquisición de la

calificación’ (Grabski, 1895, p.155).

El debate toma nuevo aliento con la célebre crítica de Böhm-Barwerk al tercer tomo

de El Capital, donde este autor vuelve específicamente sobre la cuestión del trabajo complejo

(Böhm-Bawerk, 1896, pp.90-102). A esta crítica le siguen inmediatamente la de Sorel (1897,

p.230) y Masaryk (1899, p.270 y ss.). Según la renovada crítica de Böhm-Bawerk, la

explicación de marxiana de la igualación de trabajos de distinta calidad se desarrolla en un

‘perfecto círculo’: se parte buscando explicar la relación de intercambio y se la acaba

explicando por la relación de intercambio misma (Böhm-Bawerk, 1896, p.94). Esta vez los

marxistas recogen el guante. Sin embargo, en manos de Bernstein, la primera respuesta

aparece más conciliadora que beligerante: ‘Böhm-Bawerk’, dice este autor, ‘reveló

ambigüedades realmente existentes en la teoría marxista del valor’ (Bernstein, 1899/1900,

p.357). Luego, fundándose en la obra de Buch (1896), que pretendía encontrar el basamento

‘fisiológico’ de la teoría del valor en la intensidad del trabajo y tomar como expresión de ésta

a los salarios, Bernstein sugiere resolver la proporción en que se cambian los productos de

diferentes tipos de trabajos en base a los diferentes salarios de quienes los producen. Así,

según esta posición, cuanto más alto sea el valor de la fuerza de trabajo mayor será el valor

que se objetivará en el ejercicio de la misma (Bernstein, 1899/1900, pp.359-60). En ese

mismo año, la solución de Bernstein encuentra una primera objeción por su carácter

‘ecléctico’ en la obra crítica de Kautsky, donde sin embargo se reconoce igualmente que ‘en

este punto está incompleta la teoría de Marx’ (Kautsky, 1899, p.59), aunque no se propone

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una solución alternativa. El enfoque de Buch también influye en la solución propuesta

Liebknecht (1902, p.102). Según este autor, la reducción del trabajo complejo a simple debe

pasar por la consideración de ambos tipos de trabajo como simple gastos de ‘energía’. Sin

embargo, por esta vía se le hace que el trabajo complejo se diferencia del simple en que es

‘más intensivo’ (Liebknecht, 1902, p.102). Quizás consciente de este colapso entre el aspecto

complejo e intensivo del trabajo, Liebknecht acaba no obstante admitiendo que ‘todo lo dicho

[…] tiene un carácter hipotético’ (Liebknecht, 1902, p.103).

Las respuestas marxistas que se desarrollan a continuación tienen, en cambio, un

carácter conclusivo. La primera de ellas es la de Hilferding, incluida en su célebre respuesta

al citado artículo de Böhm-Bawerk de 1896. Allí, este autor comienza criticando a Bernstein

por ‘deducir el mayor valor que crea el trabajo calificado del mayor salario de la fuerza de

trabajo calificada, pues esto sería deducir el valor del producto del “valor de trabajo”’

(Hilferding, 1904, p.158), un procedimiento que ‘se encuentra gruesamente reñido con la

teoría marxista’ (Hilferding, 1904, p.160) y que más bien, se podría agregar, remite

directamente a la teoría de los costos de producción. En cambio, propone solucionar la

reducción del trabajo complejo a simple mediante la contabilidad de los trabajos simples

‘formativos’ incorporados en la fuerza de trabajo compleja. Así, según esta posición, estos

trabajos formativos ‘se encuentran almacenados en la persona del trabajador calificado, y

sólo cuando él comienza a trabajar se ponen en movimiento’. De este modo, ‘el trabajo del

educador técnico transmite, no sólo valor […] sino, además, su propia capacidad de creación

de valor’ (Hilferding, 1904, p.160).

En esta misma línea de razonamiento se sitúan las contribuciones marxistas

contemporáneas de Deutsch (1904) y Bauer (1906) dedicadas exclusivamente a dilucidar la

cuestión del trabajo complejo. De acuerdo Deutsch, sin embargo, en los costos de producción

de la fuerza de trabajo compleja no sólo debe considerarse el ‘trabajo del educador’ sino

también el trabajo de ‘auto-educación’ del propio trabajador complejo (Deutsch, 1904, p.23

y ss.). En consecuencia, de esta solución se deduce que la tasa de plusvalor correspondiente

al trabajador complejo es necesariamente menor a la del trabajador simple (Deutsch, 1904,

p.31 y ss.). Por su parte, Bauer recupera la innovación de Deutsch en cuanto a la introducción

del trabajo de ‘auto-educación’ del obrero. No obstante, correctamente, le crítica el hecho de

que este trabajo forme parte del valor de la fuerza de trabajo compleja. Para Bauer, en

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consecuencia, la tasa de plusvalor del trabajador complejo es más alta que la del trabajador

simple (Bauer, 1906, p.649 y ss.). Dentro de los marxistas, para esta época se puede encontrar

una solución alternativa en la obra de Boudin (1907). Según este autor, la cuestión del trabajo

complejo debe tratarse como un trabajo ‘más productivo’ ya que ‘el trabajador complejo

produce, en un espacio de tiempo dado, más que el trabajador simple’ (Boudin, 1907, p.116).

Luego, como todo trabajo más productivo, la mayor capacidad de producir valor del trabajo

complejo se elimina en la formación del tiempo de trabajo ‘socialmente necesario’ para

producir la mercancía (Boudin, 1907, p.117).

Con esta última interpretación se cierra la etapa fundacional del debate del trabajo

complejo. Durante las próximas décadas, los marxistas tomarán de manera masiva a la

posición Hilferding-Bauer como la respuesta definitiva a las críticas contra la explicación

marxiana de la problemática del trabajo complejo (véase por ejemplo, Rubin (1928, pp.213-

24), Lapidus & Ostrovitianov (1929, pp.32-35), Sweezy (1942, pp.53-56), Meek (1956,

pp.167-73), Rosdolsky (1968, pp.555-70) y Rowthron (1974)). Por su parte, los críticos de

Marx durante este período continuarán repitiendo casi mecánicamente la crítica inicial de

Böhm-Bawerk (véase por ejemplo, Bortkiewicz (1907, pp.90-92), Oppenheimer (1916,

pp.62-65), Mises (1920, pp.20-21), Schumpeter (1942, pp.50-51) y Samuelson (1971,

pp.404-05)).

Hacia la década de 1970, dos nuevas críticas se erigieron contra esta explicación. La

primera fue que la pauta de reducción propuesta implicaba distintas tasas de plusvalor para

la fuerza de trabajo simple y compleja, siendo esta implicación, según se argumentaba,

contradictoria con la teoría marxista de la ‘explotación’ (Morishima, (1973, p.193); véase

también Morris & Lewis, (1973/74, p.457 y ss.)). La segunda fue que, al presentar a la

habilidad del trabajador como la portadora de un trabajo acumulado que luego representaría

en el valor del producto, se convertía a dicha habilidad en una especie de ‘capital constante’

(Tortajada, 1977, p.109).1

1 Una crítica similar ya había sido presentada por Schelesinger (1950), según el cual la solución

marxista hegemónica implicaba un ‘doble efecto creador de valor del mismo trabajo [el del técnico educador]’

que ‘evidentemente contradice el concepto marxista’ (Schlesinger, 1950, p.129). Esta crítica sin embargo no

llamó por entonces la atención de los marxistas.

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Sobre la base de estas críticas, las principales soluciones alternativas que se

propusieron optaron por cambiar radicalmente el foco del problema, sin lograr generar un

nuevo consenso al respecto dentro de la teoría marxista. Así, por ejemplo, algunos autores

propusieron considerar a la reducción del trabajo complejo a simple como un proceso de

simplificación de los atributos productivos de los obreros a través de su movilidad entre

distintos tipos de trabajo y/o del desarrollo tecnológico (Harvey, 1982, pp.67-71; Itoh, 1987;

Carchedi, 1991, pp.130-34), mientras que otros autores propusieron considerar al trabajo

complejo sencillamente como uno más productivo (Harvey, 1985; Bidet, 1985, pp.11-36;

Saad-Filho, 2002, pp.56-58). Otras soluciones, quizás menos populares, pasaron por

considerar que el trabajo complejo genera más valor en cuanto el capital acaba por igualar

las tasas de plusvalor entre las distintas ramas (Himmelweit, 1984) o, más sencillamente, en

cuanto se define ‘después’ del intercambio cuando se ponen en relación el conjunto de los

valores y los precios (Devine, 1989).

3. Balance crítico

La historia del debate muestra un amplio rango soluciones. Comencemos por aquellas

que igualan la complejidad a la intensidad o productividad del trabajo. Ante todo, estas

soluciones tienen el problema de mezclar aspectos del trabajo que están marcadamente

diferenciados en la explicación marxiana. En relación a la intensidad, es evidente que en una

hora de trabajo un joyero puede gastar la misma cantidad de cuerpo humano que un

picapedrero, y sin embargo es igualmente evidente que su trabajo es marcadamente más

complejo que el de éste. Igualar el trabajo complejo al más productivo es más problemático

aún, porque la productividad está vinculada a la producción de un mismo tipo de valor de

uso y lo que está en juego aquí es precisamente la comparación entre trabajos que producen

distintos valores de uso, como es el caso de las joyas y las piedras picadas.

Otra solución común es vincular el mayor valor que objetiva el trabajo complejo al

mayor valor de la fuerza de trabajo compleja. Como vimos no hace falta analizar muy

detenidamente esta solución para descubrir en ella una teoría de los costos de producción en

vez de una explicación del valor por el trabajo objetivado en la mercancía. Lo interesante del

caso es que, como lo han notado algunos autores, al incorporar el trabajo del ‘educador

técnico’ en la conformación del valor del producto del trabajo complejo, la solución marxista

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clásica cae en este mismo error básico. En efecto, el trabajo del ‘educador técnico’, lo mismo

que el trabajo objetivado en un libro de estudios, no se distingue de aquellos trabajos

objetivados en las más prosaicas mercancías que componen el almuerzo y la cena del obrero:

todos forman parte del trabajo privado socialmente necesario que requirió producir la fuerza

de trabajo y, como tales, son igualmente independientes del trabajo que realizará el obrero

cuando ponga en acción su propia fuerza de trabajo.

Finalmente, están las soluciones que vinculan la reducción del trabajo complejo a

simple a la simplificación de los atributos productivos de los obreros y aquellas que lo

vinculan a las formas concretas de la circulación del capital. En relación a la primera, se

puede decir que, más allá de la validez de la tendencia histórica identificada, mientras haya

un trabajo más complejo que otro la organización del trabajo social a través del intercambio

mercantil requiere la equiparación cualitativa de los distintos tipos de trabajo. De otro modo,

la ‘ley del valor’ sólo podría cumplirse cuando todos los trabajos tengan el mismo grado de

simplicidad o complejidad. En relación a la segunda, baste simplemente decir que, pace los

rubinistas, el valor es un fenómeno de la producción y no de la circulación. En consecuencia,

es sólo en ese ámbito en que la reducción del trabajo complejo a simple puede tener lugar.

¿Cómo se iguala, pues, un trabajo complejo con uno simple? Desde mi punto de vista,

la cuestión pasa, ante todo, por reconocer al valor como la representación del trabajo

realizado de manera privada e independiente (Iñigo Carrera, 2007). Luego, el único trabajo

que puede entrar en el valor del producto del trabajo complejo es aquél que se ha realizado

de manera privada respecto de quien va a consumir dicho producto. No es el caso del trabajo

del ‘educador técnico’, que se ha realizado para obtener los valores de uso que necesita

consumir el obrero y no aquellos que va a producir este mismo. En cambio, sí es el caso del

trabajo que realiza el obrero para aprender a trabajar, pues no es un trabajo privado respecto

de su propia reproducción y si lo es respecto de los consumidores la mercancía que finalmente

se producirá; es, en definitiva, parte del tiempo de trabajo socialmente necesario para la

producción de la misma.

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